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Este texto es importante pues nos muestra que, además de la alquimia, el resto de
las artes tenían también un mismo origen maldito. Esta opinión la reencontramos en
el Libro de Enoch, según el cual, los ángeles caídos notaron que "las hijas del
hombre eran bellas, escogiendo mujeres entre ellas" e instruyéndolas, no sólo en las
ciencias ocultas, sino también en "el uso de brazaletes y ornamentos, en el de la
cosmética, en el de pintarse las cejas, en el arte de emplear las piedras preciosas y
toda suerte de tinturas y así fue que se corrompió el mundo"2. La afinidad entre la
alquimia y las artes se manifiesta asimismo en el reconocimiento por los alquimistas
de Hermes Trismegisto como divino protector.Por otra parte, en virtud de este
patronazgo, la alquimia fue calificada como ciencia hermética.
Hermes, inventor de las ciencias y de las artes, fue asimilado al dios Thot por los
griegos de Egipto. Estos se complacían en recordar que Hermes-Thot había inscrito
los preceptos de la ciencia en las estelas conservadas en el secreto de los templos
egipcios lo cual confería
a la alquimia el carácter de una ciencia revelada. Sólo los sacerdotes y los reyes
poseían sus claves y se transmitían sus principios. De aquí en adelante, la alquimia
sería clasificada como arte real y sacro, inaccesible para los profanos que, como
ocurrió con las religiones mistéricas, se oponían a su esoterismo.
La alquimia, aún balbuciente, los asimiló con enorme prontitud. Fue fecundada por
el más refinado pensamiento griego, sirviendo de intermediarios los neoplatónicos
alejandrinos y las fuentes místicas orientales (caldeas o iranias), además de las
gnosis cristiana y pagana como técnicas de iluminación y salvación. A tan diversas
influencias se añadió finalmente la de la Cábala judía. Es en el seno de este hogar
de fermentación espiritual donde la alquimia adquirió progresivamente sus
características para conocer su edad de oro a partir de finales del siglo III.
Aparecieron entonces geniales adeptos como Zósimo, Sinesius u Olimpiodoro que
la desarrollaron en sus diversas facetas filosóficas, místicas o
científico-experimentales.
Esta transmisión pudo tener su origen en los comienzos del siglo XI y fue más
decisiva que la tradición bizantina. El monje Gerberto, futuro papa bajo el nombre de
Silvestre II, quizá haya sido el primer lector de las obras árabes. A partir de esta
época empiezan a aparecer las traducciones latinas de los tratados alquímicos
árabes gracias a los cuales Occidente llegó a servirse de la filosofía hermética y
también a enriquecer sus conocimientos químicos.
El "ateísmo" renacentista acogió con varia fortuna a la ciencia de Hermes, pues ésta
encontró en los círculos humanistas, altamente caracterizados por su gran
sincretismo intelectual, fervientes partidarios pero también severos detractores.
Marsilio Ficino y Pico della Mirandola redactaron tratados alquímicos. Médicos
célebres como Paracelso o Van Helmont practicaron fervorosamente la alquimia. La
imprenta permitió una mayor difusión de los textos clásicos, pero asimismo de
nuevos escritos a través de los cuales se propagó esta ciencia y, sobre todo, se
vulgarizó incitando a un número cada vez mayor de codiciosos charlatanes a
deslizarse entre las huestes de los auténticos hijos de Hermes con lo que se
precipitó la formación de una cofradía secreta de alquimistas, los "Hermanos de la
Rosa-Cruz", análoga a la de los Francmasones, que proliferó por toda Europa desde
principios del siglo XVII sosteniendo una teoría que las doctrinas de Descartes y el
advenimiento progresivo de la ciencia química quebrantaban progresivamente.
A partir del siglo XVIII la alquimia conoció un declive pero sin llegar nunca a
desaparecer. Todavía hoy, cuenta con defensores que cuidan con fervor una de las
formas más fascinantes del pensamiento humano.
Dios. Al estar asociado el oro al astro solar, el adepto que intentaba fabricarle
perseguía recrear el mundo e identificarse con el demiurgo. Esta ambición
correspondía a una ética: los alquimistas buscaban el perfeccionamiento del alma a
través del de los metales. Sus sabias transmutaciones metálicas correspondían al
progresivo mejoramiento de su ser. En las tinieblas de sus laboratorios brillaban
tanto el espejismo del oro como el de la eterna felicidad. A los perfeccionamientos
de la materia se aliaba la voluntad de perfeccionar al hombre. Las operaciones
químicas se desdoblaban sin cesar en proyecciones espirituales aunque el
alquimista no procediera a experiencias y observaciones sistemáticas sobre la
materia, sino que prefería contemplar el matrimonio, la pasión, la muerte o la
resurrección de unas sustancias que de esta manera identificaba con su propia vida.
Fue Jung quien penetró con mayor perspicacia en la psique alquímica3. Sorprendido
por las analogías entre los sueños o alucinaciones de algunos de sus pacientes y el
simbolismo alquímico, se aplicó al estudio de los textos herméticos. Después de
quince años de estudios secretos, estableció una relación entre las etapas del
proceso de individualización de la personalidad humana y las operaciones sucesivas
de la opus alchimicum. Recordemos que esta opus perseguía la preparación del
Elixir Vitae (elixir de larga vida o elixir por antonomasia) y de la Piedra Filosofal
capaces de hacer inmortal al hombre o, al menos, de dilatar su existencia y de
procurarle el oro, prenda de felicidad.
Entendida como una química primitiva, llevaba dentro de sí todas las características
de una edad precientífica cuya evolución en el estudio de los fenómenos fue
retardada por el obstáculo animista. Así lo ha demostrado Gaston Bachelard4. El
alquimista confundía incesantemente su vida psíquica y sus experiencias físicas, su
alma y los ingredientes de sus trabajos.
Creemos útil resumir aquí las teorías "científicas" de los alquimistas. Todas ellas
reposan en la concepción de una materia unitaria en el seno de la cual distinguieron
dos principios: el azufre y el mercurio. El azufre correspondía a los elementos
activos, fijos, cálidos, secos y masculinos, mientras que el mercurio correspondía a
los pasivos, volátiles, fríos, húmedos y femeninos. A estos dos elementos se añadía
la sal formando así una tríada
Jean Fabre ha definido muy acertadamente estos tres principios5. El azufre es "el
fuego celeste que, introduciéndose en los gérmenes inferiores, crea y fija la forma
interior de lo más profundo de la materia". El mercurio "es la sustancia húmeda
primigenia nacida en la semilla de todas las cosas". La sal "es el asiento
fundamental de toda naturaleza, en general y en particular... principio de
corporeización que es nudo y lazo de los dos otros principios, azufre y mercurio, y
que les da cuerpo". Estos tres principios forman las fuerzas constitutivas de una
fuerza creadora original: prima materia elementorum. Es de este átomo energético
primitivo de donde fluye el universo entero. De esta célula fundamental nace el árbol
de la naturaleza que se yergue hacia el cielo de la perfección. El alquimista intentó
reencontrarse con este magnum mysterium, es decir, con la fuerza creadora original
y su proceso de desarrollo para poderlas acelerar. Tal era el propósito de todas sus
experiencias. Se presentó como el hacedor de un universo entendido como
grandiosa unidad orgánica y dinámica y en cuyo movimiento veía una ascensión
hacia el Espíritu. Este progreso no se verificaba con desprecio de la Materia sino
con su ayuda. El hombre, concebido como agente de este proceso era, después de
Dios, punto culminante de la creación y preocupación fundamental del alquimista.
Los alquimistas distinguían a continuación siete metales: dos nobles (el oro y la
plata) y viles los demás (cobre, hierro, estaño, plomo y mercurio). Al lado de estos
metales aparecían los más diversos productos químicos siendo todos designados
por expresiones simbólicas. Cualquier producto podía ser representado por una
serie de símbolos diferentes.
El mercurio, por ejemplo, podía llamarse loco, serpiente, mar, linterna, peregrino,
espada, armiño, ciervo o cetro. Los metales imperfectos eran los ingredientes de la
obra alquímica; la Pequeña Obra pretendía transmutarles en plata y la Gran Obra en
oro. Para conseguirlo, la Pequeña Obra debía producir la Piedra Blanca capaz de
cambiar cualquier metal en plata mientras que la Gran Obra se completaba al
obtener la Piedra Roja que transmutaba en oro los metales innobles.
La Gran Obra podía llevarse a cabo por dos vías: una seca, húmeda la otra, según
las preferencias o las capacidades del alquimista. La Vía Húmeda fue la más
empleada pero también la más lenta en tanto que la Vía Seca favorecía una
culminación mucho más rápida de la Gran Obra. Era, sin embargo, sumamente
dificultosa.
Para obtener el oro filosófico, es preciso, en términos simbólicos, dar muerte a los
metales imperfectos con el fin de extraerles el azufre; es decir, la exhumación del
espíritu fuera del cuerpo. Esta extracción se realiza por el mercurio -disolvente
universal- obtenido a partir de la materia prima8.
El sello de Salomón consta de siete partes que corresponden a los siete metales
siendo la central la del oro. Contiene, además, los cuatro elementos, la tierra
símbolo alquímico de la tierra, el aire símbolo alquímico del aire., el fuego símbolo
alquímico del fuego., y el agua símbolo alquímico del agua., cuyos signos reunidos
en la estrella hermética expresan la unidad cósmica. Esta concepción unitaria del
universo en su estado de perfección se opone a un caos inicial puesto en orden por
el Demiurgo, con el cual el alquimista ambicionaba identificarse.
La unidad cósmica, base del pensamiento hermético, está simbolizada igualmente
por la Serpiente Uroboros, imagen del Uno-Todo ('en to pan). Su forma circular,
símbolo del mundo, es una alusión al "principio de clausura" o al secreto hermético9.
Por añadidura, enuncia la eternidad concebida como "eterno retorno". Lo que no
tiene ni principio ni fin.
El Huevo Filosófico contiene el germen del que nacen todas las cosas. Foco
universal, alberga bajo su cáscara a los elementos vitales, así como el Vaso
Herméticamente Cerrado contiene el Fermento (compost) de la Obra. El Vaso, ya
fuera matraz, aludel, cucúrbita o retorta, debía ser incubado como el Huevo para
que su Fermento pudiera transformarse. El calor de la incubación había de
mantenerse en un Atanor u Horno Alquímico, muy a menudo representado e incluso
construido en forma de torre almenada con el fin de proteger al Huevo depositado
entre sus muros. El Fermento podía someterse a diversos baños de cocción (por
ejemplo, el famoso "baño María", así llamado por la célebre alquimista María la
judía), o ser destilado para la fabricación del Elixir Vitae o incluso sufrir la
transmutación en oro o plata.
Los productos del Fermento estaban representados por animales o seres humanos
frecuentemente encerrados en vasos. Por ejemplo, una reina simboliza el mercurio y
un rey el azufre. Se les ve unirse a menudo pues de su cópula debe nacer el Hijo de
la Filosofía, es decir, el oro.
Una de las consecuencias más importantes de la alquimia fue, sin duda alguna, el
perfeccionamiento o incluso hallazgo de algunas técnicas artísticas. Esperamos
publicar próximamente nuestras conclusiones sobre este aspecto de las relaciones
entre la alquimia y el arte.
El "homo religiosus"
Por su parte, Basilio Valentín exclamaba: "Has de saber, estimado amante cristiano
del arte, que la Santísima Trinidad ha creado la Piedra Filosofal de una forma
brillante y maravillosa, pues Dios Padre es un espíritu aunque aparezca bajo la
figura de un hombre... igualmente, debemos considerar el mercurio de los filósofos
como un cuerpo espíritu ..."
Dom Pernety nos da también una interpretación hermética del mito cristiano. Señala,
por ejemplo, que el Elixir es "originariamente una parte del espíritu universal del
mundo, corporizado en una tierra virgen de la que debe ser extraído para superar
todas las manipulaciones estipuladas antes de llegar a su fin de gloria y perfección
inmutable. En la primera operación es torturado hasta derramar su sangre; muere en
la putrefacción; cuando el color blanco sucede al negro, sale de las tinieblas y de la
tumba y resucita glorioso; sube al cielo, pura quintaesencia; desde allí juzga a los
vivos y a los muertos"11. Si los tratados se sirven de la pasión y resurrección del
Cristo como una alegoría de la Gran Obra, también toman prestado del cristianismo
otras materias de fe como el dogma de la Trinidad.
Michael Maier recalca las relaciones entre la epopeya de Cristo y la de la Piedra tal
y como la había narrado Melchor Cibinens, un alquimista húngaro autor de un rito
alquímico basado en el gradual de la misa. "Melchor... hombre piadoso e iniciado en
el sacerdocio, escribió y describió como un verdadero artista los arcanos de esta
ciencia secretísima bajo una forma sagrada: la misa. Este hombre sabio comprendió
que la Piedra Filosofal se caracterizaba por un nacimiento, una vida, una
sublimación y una pasión en el fuego, después por una muerte en el color negro y
tenebroso -y por último una resurrección y una vida en el color rojo, el más perfecto.
A partir de ahí establece una relación entre la Piedra y la culminación de la salvación
de los hombres, a saber: el nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo
evocados todos ellos en la misa"16. Esta asimilación de la misa y de la obra
alquímica expresa cabalmente los propósitos místicos de la ciencia de Hermes.
El eros químico
Hemos visto que la obra alquímica sólo podía realizarse por la unión de dos
naturalezas, masculina y femenina, activa y pasiva seca y húmeda, que fueron
concretadas por el azufre y el mercurio, el oro y la plata correspondiendo al sol y la
luna. La mujer, considerada frecuentemente en la iconografía hermética como el
disolvente universal, representó el mercurio cuya humedad debe ser absorbida por
el azufre simbolizado por el hombre. El coito alquímico es la imagen de esta
absorción.
Toda la alquimia fue orquestada sobre el ritmo binario del coito simbolizado muy a
menudo por la unión de un rey y una reina. Estos Esposos Reales debían engendrar
un hijo: el Hijo de la Filosofía, símbolo del Oro Filosófico o de la Piedra, según unos
textos ilustrados con gran cantidad de dibujos, pinturas o grabados describiendo las
diversas fases de las Bodas Reales. La coniunctio de los dos Esposos era
generalmente llevada a cabo entre el Sol y la Luna, símbolos de los dos principios y,
a la vez, evocación de su finalidad. En alguna ocasión, el Rey y la Reina son
sustituidos por un hombre heliocéfalo que se une a una mujer con cabeza lunar.
Esta imaginación sexual de la producción del oro debe enlazarse con las creencias
sobre la embriología metálica que se remontan a las fuentes de la humanidad.
Nuestros antepasados creían que los metales crecían como embriones en un vientre
telúrico que les nutría materialmente. Los metales germinaban para convertirse en
oro en el estado perfecto de su madurez. El alquimista arrancaba el metal
embrionario del seno materno para acelerar una maduración demasiado lenta de por
sí. Veamos cómo explica un tratado el proceso de la generación de los metales: "así
como el hombre arroja su semen en la matriz de la mujer, en la cual no permanece
pues, después de tomar una porción, la matriz expulsa fuera lo sobrante, lo mismo
ocurre en el centro de la tierra cuya fuerza magnética... atrae hacia sí lo idóneo para
engendrar y desecha el resto para fabricar piedras ..." Los minerales nacidos de esta
fecundación terrestre conocían el mismo desarrollo que los embriones para
constituirse en oro al final de la gestación.
El alquimista que quisiera apresurar este proceso, debía extraer los minerales del
vientre de la terra mater y depositar estos embriones metálicos en vasos
comparables a los órganos humanos. Incluso algunos eran comparados a órganos
sexuales, por ejemplo, el matraz refleja la matriz. Nicolás de Locques escribía que
algunos recipientes tenían "forma de senos o forma de testículos", y que se usaban
"para la elaboración de la simiente masculina y femenina". María la Profetisa inventó
un vaso destilatorio que era "una especie de matriz o útero del cual debía nacer el
Hijo de los Filósofos, la Piedra Milagrosa"20. Ciertas operaciones utilizaban un
aparato, el doble pelícano comparado a dos cuerpos de sexos diferentes enlazados
y conteniendo cada uno los dos principios herméticos, el activo y el pasivo. Con el
feto, el Fermento debía pasar nueve meses en el Vaso, al menos si creemos a
Zósimo, quien escribe: "El tiempo de la gestación no es menor de nueve meses
cuando no hay aborto"21. Además de estas alusiones sexuales, los vasos
alquímicos eran comparados con frecuencia a una habitación nupcial donde los
productos del Fermento debían unirse como los Esposos Reales.
El fuego que transformaba los productos, estaba también sexualizado. G. Bachelard
analiza sabiamente este simbolismo sexual del fuego alquímico22. Según Nicolás
de Locques, el fuego puede ser "interno o externo... el interno es espermático,
engendrador y madurador"23. Escribe además que los filósofos distinguen varias
clases de calores, "un calor digestor parecido al del estómago, otro generador como
el del útero, otro coagulante semejante al que hace el esperma y otro lactificante
como el de los pechos..."24. Algunos alquimistas, hablando de la "verga" del fuego,
decían que su "arte imita la naturaleza manipulando un cuerpo por el fuego".
¿Puede encontrarse una mejor imagen de la penetración sexual del calor ígneo en
la materia a fecundar? Los textos contienen, por otra parte, expresiones muy
evocativas: "Verga del fuego mágico -de donde mana- una fuente clara"25.
Estas nociones nos revelan una alquimia insuflada de un ardor poético que engloba
la totalidad del universo en el alma humana y la pulveriza en partículas que escapan
hacia el infinito de las galaxias. No duda en celebrar, sobre el lecho de su
imaginación, las bodas sublimes del Sol y la Luna. Las bodas químicas son también
astrales. Las gentes primordiales del hombre, las de sus pasiones amorosas y
dolorosas, han sido llevadas por la alquimia más allá de los espacios terrestres. Esto
es lo que nos demuestran textos como el de Espagnet quien escribía a propósito de
las bodas químicas: "Para que los hijos nazcan sanos, robustos y vigorosos, es
necesario que los dos esposos lo sean también... así es como deben ser el sol y la
luna antes de entrar en el tálamo nupcial. Entonces se consumará el matrimonio y
de esta conjunción nacerá un rey poderoso cuyo padre será el sol y la luna, su
madre"40.
Otro árbol, éste con el tronco hueco, oculta un manantial cuyas aguas
regeneradoras conceden la inmortalidad a aquel que haya logrado descubrirlas.
Este Arbol Hueco que derrama las fuentes de la vida nos debe recordar a las
antiguas diosas de las aguas resplandecientes. Además, y por su inflorescencia
vegetal, tal árbol fue frecuentemente comparado con la mujer pues, al igual que ella,
acarrea los frutos terrestres. La fuente de aguas vivas que surge de sus raíces
equivale al hijo engendrado por la mujer filosófica. Por otra parte, al roble o la
encina, cuando están huecos y viejos, se les llama en griego [saronis], término
próximo a [saron] o "mujer vieja". El jardín exhibe además dos árboles astrales: el
árbol lunar y el árbol solar. El situado bajo la intercesión del astro nocturno produce
frutos de plata, y áureos el que está bajo la del astro diurno. Pero dejemos al
cuidado de un alquimista la descripción de estos árboles preciosos. "Advertí dos
árboles más elevados que los demás. Uno de ellos ostentaba un fruto semejante al
sol más luminoso y más brillante y sus hojas se parecían al oro. El otro tenía frutos
de un blanco más resplandeciente que el del lirio y su hojas eran como de plata fina.
Estos árboles eran denominados por Neptuno, el uno árbol solar y el otro lunar"42.
Entre las flores del jardín alquímico se distinguen especialmente las rosas rojas y
blancas. La rosa blanca, como el lirio, fue relacionada con la Piedra Blanca, objetivo
de la Pequeña Obra mientras que la rosa se asoció a la Piedra Roja, cumbre de la
Gran Obra. La mayoría de estas rosas tienen siete pétalos, cada uno de los cuales
evoca un metal o una operación de la Obra. Conviene saber a este respecto que los
alquimistas gustaban, desde Arnau de Vilanova, titular sus tratados "Rosales de los
Filósofos". ¡Incluso el célebre Roman de la Rose fue considerado como una obra
hermética, al menos en la parte redactada por Jean de Meung, llamado Clopinel!43
El jardín cuenta también con batracios como la salamandra, símbolo del fuego.
Entre los reptiles aparece la serpiente como uno de los símbolos primordiales de la
alquimia. Aparece bajo diversas formas, de las cuales la principal es, sin duda
alguna, la de uroboros, a la que ya nos hemos referido. "La serpiente uroboros -se
lee en un antiguo manuscrito griego- es la composición que es devorada y fundida
en su totalidad, disuelta y transformada por la fermentación... su vientre y su espalda
son de color azafrán; su cabeza de un verde oscuro; sus cuatro pies constituyen la
tetrasomía (es decir, los cuatro metales imperfectos: plomo, cobre, estaño, hierro);
sus tres orejas son los tres vapores sublimados. El uno da su sangre al otro y uno
engendra al otro. La naturaleza seduce a la naturaleza; la naturaleza triunfa sobre la
naturaleza"46.
El olimpo alquímico
Los textos alquimistas aluden también a Atalanta a quien Hipómenes venció en una
carrera arrojándola tres manzanas de oro que ella se apresuró a recoger. La edad
de oro de Saturno fue objeto de numerosas especulaciones alquímicas. Este dios
que devoraba a sus hijos llegó a ser el símbolo de la disolución, de la putrefacción o
de la nigredo, mientras que Diana representaba la albedo o la materia blanca y
Apolo esta misma materia una vez enrojecida. Júpiter, derrocador de Saturno, fue
identificado a menudo con el Hijo de la Filosofía, rey de una nueva era.
LA SIMBOLICA HERMETICO-ALQUIMICA
Dos de las preocupaciones mayores que han obsesionado al hombre desde que el
mundo es mundo, son la de la inteligencia y la de la riqueza. Dicho de otro modo,
por una suerte de derivación del instinto de autoconservación, ha deseado entender
cuál era su papel en esta vida y ha querido poseer, controlar, dominar su entorno. Al
menos este es el punto de vista, el ángulo bajo el cual se ha querido explicar casi
siempre la génesis de la Alquimia.
Sin embargo, existe otro punto de vista, menos exterior, menos científico, pero
acaso más poético; y como la Alquimia es, al menos para nosotros, el Gran Arte de
los Poetas, recurriremos a este punto de vista a la hora de efectuar el análisis de
algunos de los símbolos que nos proponemos abordar. Se trata ni más ni menos
que del mito bíblico de la Caída que, sin embargo, no podemos disociar de su
contrapartida gloriosa: la Redención. Dicho con otro lenguaje, es la destrucción del
Templo y su reconstrucción. A propósito de ello podemos leer (Mt. XXVI-61): "Puedo
destruir este Templo y reconstruirlo en tres días". Tres días que aluden sin duda a
los tres grandes pasos de la obra, simbolizados por los tres colores negro, blanco y
rojo. Más adelante volveremos a tocar el simbolismo del tres, tan importante en la
ciencia hermética.
La inteligencia de la relación, misteriosa y secreta, entre las cosas del Cielo y las de
la Tierra, entre las estaciones, las estrellas, la luna y los planetas y los múltiples
aspectos de su propia vida, por una parte, y el deseo de obtener poder -leamos
'oro'- rápida y fácilmente, por otra, pueden ciertamente hallarse en la base de lo que
se ha llamado `alquimia', y sin duda así fue y es con muchos presuntos alquimistas.
"El oro es la inmortalidad" afirma un famoso aforismo de los Brâhmana1 y tanto para
los hindúes como para nuestros alquimistas medievales, el oro es algo así como la
`luz mineral' o la 'luz coagulada'.
Si recordamos que para los antiguos egipcios la carne de los inmortales, de los
dioses e incluso del faraón era de oro, acaso nos planteemos la, al menos,
posibilidad de que quizás el oro que buscaban los alquimistas no era al fin de
cuentas el metal que conocemos por este nombre.2
Existe, tanto para el mago como para el alquimista una relación evidente entre la luz
y el oro, entre el astro-rey y el preciado metal. Están en la misma 'signatura'3. Para
designar la luz solar, Píndaro hablaba del 'poder dorado del sol'4 y muchos de los
poetas de la antigüedad expresan lo mismo con imágenes parecidas.
Los egipcios, en quienes según los mismos alquimistas hay que ver a los
precursores de la ciencia hermética, opinaban que hay en los rayos solares un fluido
vivifico, dador de la inmortalidad. Serán sin embargo los alquimistas medievales
quienes declararán más abiertamente que dicho fluido debe ser captado y su estado
volátil fijado o 'coagulado' para poder ser aprovechado. Como podremos apreciar a
continuación, todos o casi todos los símbolos fundamentales de la Ciencia
Hermética aludirán a esta misteriosa fijación.
Y volviendo al tema del oro, señalemos que para los alquimistas había oro y oro. No
sin razón Juan Bautista Beckeri, que no hay que confundir con Daniel Beckeri, autor
de una farmacopea espagírica, escribía en su Physica Subterranea (1669):
"Los falsos alquimistas sólo buscan hacer oro; los verdaderos filósofos sólo desean
la ciencia; los primeros sólo hacen tinturas, sofisticaciones, ineptitudes y los otros
inquieren sobre el principio de las cosas".
Y antes de entrar en el tema, recordemos que esa inmortalidad no debe ser vista
como una prolongación indefinida de nuestro estado caído, con sus achaques,
enfermedades y debilidades. La inmortalidad propugnada por los alquimistas es la
restitución del estado divino del hombre, aquél que poseía antes de la Caída, su
resurrección en el dorado mundo de luz, el Olam Habá de la cábala, que nuestros
sabios autores del Siglo de Oro tradujeron por `mundo porvenir' o 'mundo venidero'.
Según es tradición, Hermes Trismegisto era 'tres veces grande', escriba de los
dioses y divinidad de la Sabiduría. Ello ha sido interpretado de muy diversas
maneras. No es el momento ahora de detenemos excesivamente en este punto;
señalemos únicamente la presencia del número tres, una verdadera constante en
todo el simbolismo alquímico. Símbolo de la unión del Cielo y de la Tierra, de la
trascendencia de la dualidad representada por el dos o por la oposición uno y dos,6
el tres se reencuentra en los tres colores básicos de la obra: el negro, el blanco y el
rojo.
Caduceo de Mercurio
Resulta cuando menos curioso que toda esta literatura, sumamente extensa,
acabara cristalizando en lo que se ha llamado la tradición alquímica. Esto le otorga,
querámoslo o no, una importancia que, al menos para nosotros, occidentales, la
hace digna de que profundicemos en ella, intentando liberarnos de los prejuicios
típicos que señalamos al principio de este trabajo.
No pocos han sido, ciertamente, los historiadores que han querido ver en la Alquimia
una suerte de química en estado infantil y subdesarrollado, y en su simbolismo un
lenguaje críptico o secreto, reservado a Iniciados', deliberadamente oscuro u
oscurecido por temor al profano, siempre ansioso de 'robar sus secretos'.
Los trabajos de Evola, Faivre, Tristan, Van Lennep o Jung, por citar sólo a unos
pocos autores modernos y conocidos, bastarían para disipar este error o, al menos
para poner un poco las cosas en su lugar, si no lo hubieran hecho ya los mismos
alquimistas.
"Es sabido, escribe uno de ellos, que nuestro arte es un arte cabalístico, es decir
que sólo puede ser revelado oralmente y que rebosa misterios... el que trate de
explicar lo que han escrito los filósofos mediante el sentido ordinario y literal de las
palabras, se encontrará encerrado en los meandros de un laberinto del que nunca
podrá salir".
Por otra parte, si en muchas ocasiones los textos nos parecen oscuros y
complicados es porque a menudo no tenemos el bagaje intelectual y simbólico
necesario para acercamos a ellos porque carecemos también de la luz interior
imprescindible para iluminarlos y porque nos falta la simplicidad de espíritu que
permite que su luz penetre en nosotros.
Una de las múltiples explicaciones que se han dado del símbolo del Caduceo es la
que afirma que Mercurio hizo que se enroscaran en él dos serpientes que luchaban
entre ellas. Se trata de nuevo de los dos principios, del Cielo y de la Tierra, de lo fijo
y de lo volátil, y la vara no hace sino disolver lo fijo y fijar lo volátil uniéndolos.
Caduceus, de kerykeion, procede del verbo kerykeio, publicar, anunciar. Por otra
parte, en astrología, Mercurio es el regente del signo de Géminis, el tercer signo
zodiacal compuesto por dos hermanos gemelos (vemos de nuevo aquí al dos y al
tres), signo al que pertenecen la palabra hablada y escrita, las publicaciones, etc...
Para los alquimistas el papel anunciador del Caduceo se debe a su asociación con
la Estrella de los Magos ,otro de los símbolos mas importantes de su acervo. La
Estrella resulta de la conjunción de los triángulos del Agua y del Fuego (otro modo
de hablar del cielo y de la Tierra o del Arriba y del Abajo), que muchos autores
relacionan con la Estrella de los Reyes Magos,10 que les anunció y condujo hasta el
nacimiento de Cristo, símbolo para ellos de la Piedra, el Lapis Philosophorum.11
También se ha relacionado al Caduceo con el Gallo, que nos anuncia el día, animal
que los galos consagraban precisamente a Mercurio.
El aspecto celeste de la lira lo podemos ver en sus siete cuerdas, que corresponden
a los siete planetas o a los siete pasos de la Gran Obra o, en el caso de la lira de
Timoteo de Mileto, de doce cuerdas, a los doce signos zodiacales o a las doce
operaciones de la Gran Obra. El aspecto terrestre y receptivo hemos de verlo en su
forma.
Las dos serpientes que antes hemos asociado al Cielo y a la Tierra son, para
Pernety, Macho y Hembra y representan las dos sustancias mercuriales de la Obra,
una fija y otra volátil, la primera de ellas cálida y seca y la segunda fría y húmeda,
que los filósofos llaman serpientes, dragones, hermano y hermana, esposo y
esposa, agente y paciente". Se trata de la sustancia fija y de la volátil que, escribe
Pernety "tienen cualidades aparentemente contrarias, pero la vara de oro regalada a
Mercurio por Apolo pone de acuerdo a estas serpientes".
La Montaña y la Caverna
El símbolo principal del Arte hermético lo constituye, como hemos ido viendo, esta
unión en la que tras la disolución de lo fijo tiene lugar la fijación de lo volátil. Son las
Bodas Químicas,17 el matrimonio del Rey y de la Reina. Trasponiendo este
simbolismo a otro plano, es nuestra unión iniciática con el ángel, con nuestra
contraparte celeste que ha de disolver nuestra mugre y coagular y exaltar cuanto de
divino hay en nosotros; es el Despertar de la Palabra Perdida, o enmudecida o,
dicho de otro modo, de la Bella Durmiente del Bosque, del mismo Bosque del cual
nos habla Dante al principio de su Divina Comedia que constituye el principio de la
Obra de la Regeneración.