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Entrevista póstuma de Raimon Panikkar

Del libro: Raimon Panikkar

Capítulo III, páginas 25 a 33


- No entiendo, maestro, como es que, inmediatamente después de volver a
España, entraste a formar parte del Opus Dei, cuyas posiciones están en las
antípodas de los valores que encarnas hoy. Se trata de un capítulo
sorprendente de tu vida, todavía envuelto en el misterio y sobre el cual me
gustaría que hicieras un poco de luz.
- Es necesario antes que nada reconocer que en 1940, año en el que ingresé,
el Opus Dei era muy distinto de lo que llegaría a ser después. Se trataba de un
grupo de laicos, que cabían todos en un autobús, y que, en cuanto laicos,
querían vivir la vida evangélica en el mundo, casados o no, buscando la
santidad mediante el trabajo, cualquiera fuese, y con el testimonio de la vida
diaria. Era ese el ideal, bueno y ambicioso en sí mismo, que inspiraba el
fundador de la Obra, José María Escrivá de Balaguer, que soñaba reunir un
grupo de intelectuales cuya vida fuese dedicada completamente a Cristo.

- ¿Como fue tu ingreso en la Obra?


- Por mi parte yo había renunciado a la idea de ser sacerdote e ir a la India,
pero Escrivá resolvió que podía ser muy útil a la Obra. Así, vinieron a mí y me
dijeron: ´Te hemos observado y hemos visto que eres un hombre educado, por
lo que te queremos mostrar un ideal de vida´. El ideal de entonces me
convenció y así entré a formar parte del Opus Dei. Sin necesidad de
inscripción, cosa que apareció más tarde, cuando en la Obra se dio una férrea
organización. Fui también elegido para ser sacerdote. Acepté y me convertí en
sacerdote en 1946, seis años después de mi ingreso a la organización. Fui uno
de los cuatro o cinco sacerdotes de la segunda generación del Opus. Recuerdo
que los sacerdotes de la primera generación eran tres ingenieros, entre los
cuales Álvaro del Portillo, además naturalmente de Escrivá. Entraron tres
amigos conmigo, entre los cuales estaba Rafael Calvo Serer, propietario del
diario “Madrid”, que fue clausurado por la censura franquista, mientras Rafael
fue obligado a buscar el exilio en Francia.

- ¿Por qué habías renunciado a ser sacerdote?


- Porque no quería de ningún modo ser superior a los demás.

- ¿Cuáles eran tus encargos en el Opus Dei?


- Esencialmente hacía apostolado con los jóvenes. Tenía muchas tandas de
ejercicios espirituales. Era una actividad que me gustaba mucho y que
desarrollaba con gran pasión, buscando presentar la figura de Cristo con
seriedad cultural y espiritual y también con gran apertura hacia las otras
religiones y a las otras culturas, en una relación amigable con los jóvenes y las
chicas que se acercaban al Opus Dei, franca, profunda y libre, cosa que en
aquellos primero años era todavía posible en la Obra.

- Tuviste mucho éxito en este apostolado cultural y espiritual como recuerda


por ejemplo María del Carmen Tapia, que fue secretaria personal de Escrivá y
directora de la organización femenina en los dieciocho años que permaneció en
el Opus Dei, antes de ser dramáticamente expulsada.
- Si, el asunto de María del Carmen fue terrible, como otros en el Opus Dei y
fue muy similar a mi propia desventura –recuerda el viejo sacerdote mientras
una sombra de tristeza pasa por su rostro– trabajaba conmigo en los años
entre el 48 y el 49, en la revista Arbor del recién nacido Consejo Nacional de
Investigaciones, del que era vicedirector, y por esa época fui también su
director espiritual. Hasta julio de 1949 cuando la postura de la Obra respecto a
mí comenzó a cambiar. Me mandaron de un día para otro y sin explicaciones a
la Casa de ejercicios de Molinoviejo, que la Obra tenía cerca de Madrid,
dejando también el cargo en el Consejo de Investigaciones y prácticamente
desapareciendo. Un “castigo” que duró hasta la navidad del mismo año.

- Lo recuerda la propia María del Carmen – lo interrumpo – cuando recuerda el


telegrama que en 1948 te mandó, en calidad de su director espiritual, para
anunciarte que había decidido dejar a su novio, al cual estaba unido por un
profundo amor, y de querer entrar como numeraria, es decir como miembro a
todos los efectos, en el Opus Dei. En ese mensaje había escrito más o menos:
´He ofrecido todo por las misiones, aunque lo amo más que a nada´. María del
Carmen se refería obviamente al novio pero el telegrama ha querido ser
interpretado como una relación sospechosa entre ustedes dos. Esta acusación
evidentemente falsa, fue dirigida tanto a María del Carmen cuando Escrivá la
expulsó de modo infamante del Opus Dei en el 66 como a ti, cuando el
Fundador te sacó de la Obra en el 62. Señal de que los tiempos habían
cambiado y que la Obra había llegado a ser otra cosa. ¿Pero, cómo y porqué
cambió el Opus Dei?
- Todo cambia cuando, en 1946, monseñor Escrivá su mudó definitivamente a
Roma. ´Yo en Roma he perdido la inocencia´. ´En Roma he perdido la
inocencia´ decía públicamente Escrivá. Al inicio, tenía la fe del carbonero. En
sus primeros viajes a Roma, se lo veía besar donde el Papa se sentaba, con
una devoción, con una fe… Fe… no sé, con una autenticidad. Pero cuando
más tarde ha visto que los representantes de Dios, empezando por los
cardenales, hacían una política no siempre limpia, entonces, todo cuanto él
había reprimido: toda su vida, la castidad, la ambición, la humildad, se hizo
nada. ´Si los representantes de Dios hacen esto, decía, entonces hijos míos,
yo en Roma he perdido la inocencia´.

- ¿Qué año era?


- Eran los años alrededor de los 50 porque entonces yo estaba en Roma y se lo
he oído decir.

- ¿Qué cosa cambió en el Opus Dei?


- La Obra se convirtió en una institución altamente organizada, rica, poderosa
integrista. Sin ese nivel de organización Escrivá, que tenía formación jurídica,
no creía poder vivir el cristianismo. Pienso en cambio, que la Iglesia es un
organismo vivo no necesariamente una organización. Pero esta es mi teología.

- ¿Así se fue acentuando tu marginación?


- Si. Pero ya de un tiempo atrás me habían marginado. Nunca más fui superior
ni responsable de nadie y siempre fui ajeno a las grandes decisiones. Pero
estaba contento así, porque tenía mi trabajo apostólico con los estudiantes. Por
lo demás era tan inocente o si se quiere tan estúpido, que nunca he juzgado
aquello que hacían o decían los superiores.

- Pero los amigos que te frecuentaban en esos años han dado un testimonio
concordante que tu gran éxito con los estudiantes y el hecho de que fueras una
persona abierta y libre y de altísimo nivel intelectual, provocaron muchos celos
y no poca desconfianza respecto a ti
- Es cierto, fui lentamente dejado de lado, pero no recuerdo ningún conflicto
frontal en aquellos años. Quizá ya no era necesario para la organización en
Roma y por eso un día viene Escrivá y me dice: ´Sabemos que has
manifestado el deseo de ir a la India, ¿por qué no vas allá y lo ves?´

- Una forma elegante de echarte


- Algunos lo han dicho y es creíble, pero no lo puedo demostrar porque nunca
he querido investigar. Sería necesario preguntárselo a ellos. Yo fui muy feliz
pudiendo ir a la India, donde descubrí otros mundos y pude sumergirme
totalmente desde el principio en el hinduismo y luego en el budismo.

- Y eso no gustó al Opus Dei


- Si –suspira el anciano– en 1961 mis superiores me llamaron a Roma para
hacerme capellán de la RUI, donde, no sé porqué, desarrollé solo las funciones
de vice-capellán. Pero esto me dio la oportunidad de dar clases en la Sapienza,
donde tuve tres o cuatro cursos en el Instituto de Estudios Filosóficos del
profesor Enrico Castelli, que de entrada me puso en guardia respecto al Opus
Dei, donde él ya entonces veía un preocupante fenómeno de fanatismo
religioso.

- Poco después la tensión con la institución se volvió insostenible y la situación


se precipitó
- Cuando fui a la India Escrivá me dijo que podía hacer aquello que mejor me
pareciera y que me gustara, con la sola prohibición de volver a Europa sin su
permiso. Así lo hice. Pero cuando, en nombre de Pablo VI, se me pidió
acercarme a Jerusalén para una reunión ecuménica en el instituto teológico
Tantur, pensé que el permiso del Padre no era necesario, teniendo el del papa.
Esto enfureció a monseñor Escrivá, y ahí, en Jerusalén recibí un mensaje de
Roma que decía: ´El Padre quiere verte urgentemente. Debes venir a Roma
porque el cardenal Frings quiere que vayas a Colonia´. Y yo volví. Pero, nada
más llegar al aeropuerto de Ciampino, la situación de pronto se volvió
dramática. Estaban esperándome, por una parte los amigos con el profesor
Castelli y por otra mis superiores. Castelli me puso en guardia y me gritó que
no fuera con ellos, pero no le hice caso y me fui con los de la Obra, que me
secuestraron y me pusieron “en prisión” en un lugar que no recuerdo, pero no
en la sede de Bruno Buozzi que aún no existía. No podía salir ni usar el
teléfono, igual que sucedió con María del Carmen unos años después. Ni
siquiera pude hablar con mi madre, que sabía que estaba en Roma y que
llamaba todos los días para tener noticias y poder ver a su hijo. Yo no pude
verla más, sino muerta.

- Y en esos días de “prisión” tus amigos Enrico Castelli, Carlo Brutti y Gianni
Mattioli, iban bajo la ventana de aquella casa para coger los paquetes de libros
y documentos que tu les pasabas desde la ventana con una cuerda!
- Si, afirma el maestro sonriendo.

- Pero ¿qué es lo que quería hacerte aquel que luego ha llegado a ser, con un
proceso excepcionalmente rápido, san Escrivá?
- En esa casa me siguieron un proceso canónico. Ahí estaban monseñor
Escrivá y todos los superiores. Me hicieron muchas preguntas pero no contesté
ninguna. Por último me acusaron de haber desobedecido, de haber sido un
hombre libre, y de haber tenido relaciones de confianza con mujeres incluida
María del Carmen. ¡Cuánto había cambiado el Opus Dei! Así, monseñor
Escrivá pudo emitir sentencia, oral naturalmente, porque no encontrarás nunca
nada escrito sobre esto en los archivos de la Obra. ´Bah´ me dijo
secamente ´desde ahora no eres más de los nuestros, pero, como sacerdote
no estás incardinado en ninguna diócesis no podrás siquiera celebrar misa´. Y
en efecto recuerdo que dos días no dije misa.

- Pero ellos querían reducirte al estado laical


- Si, ellos lo deseaban, pero en ese punto intervino el Vaticano para impedirlo.
´Si no les gusta – declaró la Santa Sede – echadlo, pero no vemos ningún
motivo para sostener que haya sido un mal sacerdote´.

- En realidad, salió Pablo VI en persona a defenderte de las manos de la Obra


- Muchos dicen eso y es creíble, pero yo no lo sé, porque la Obra me impidió
ver al Papa, y antes de la audiencia que tenía con él, Escrivá mandó a un
enorme catalán, Jan Maciá, que me tomó por la fuerza y me llevó al aeropuerto
y no me perdió de vista hasta la zona de control de pasaportes. Solo entonces
pude telefonear a una amiga, Umma, para decirle que estaba vivo y que
advierta a Castelli para que hablara sobre el tema, porque de otro modo no se
habría sabido lo que me había sucedido y que me estaba yendo para Benarés.

- Donde el infierno terminó…


- Si – responde sonriendo el anciano – En Benarés me acogió con los brazos
abiertos, el entonces Prefecto Apostólico, monseñor Malancon, de los frailes
capuchinos. ´Ya era hora de que volvieras, no nos atrevíamos a pedírtelo´, me
dijo.

- ¿Ninguna nostalgia por el Opus Dei ni por Escrivá, del cual algunos decían
que al principio habías sido el delfín?
- No. Ninguna nostalgia por aquel modo cerrado y asfixiante, y mucho menos
entonces cuando regresaba a mi segunda patria, la India, que había empezado
a descubrirme horizontes maravillosos. Por lo que hace a monseñor Escrivá, no
recuerdo haber tenido con él ninguna relación particular y no pienso haber sido
su protegido. El delfín del fundador de la Obra siempre fue el amigo de la
primera hora, Álvaro del Portillo, que seguía al Padre en todo y para todo.

- María del Carmen sostiene que el Fundador no quería a la gente muy


inteligente y cabezona – como él los llamaba – sino que prefería rodearse de
gente más modesta, menos libre.
... [El viejo sabio sonríe como viendo dentro de si mismo, pero no dice nada.]

- Cómo son tus relaciones ahora con el Opus Dei?


- Vienen a verme muchos sacerdotes de la Obra, y también con la organización
he mantenido contactos. Les he escrito dos veces, una al actual Prelado,
Echevarría. Le pregunté si podría recuperar una traducción mía de Nicolás
Cusano, del latín al español, que había dejado en Roma junto a muchos
papeles y una pequeña biblioteca. Me ha contestado y me ha enviado un
paquete de cartas y cosas que ni siquiera sabía que existían, pero el
manuscrito no estaba. Se lo he agradecido; luego, últimamente, no recuerdo
para qué fiesta, le he enviado felicitaciones. Me ha contestado con mucha
amabilidad. Estas son todas las relaciones que he tenido con ellos.

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