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II. 3.

LA CONQUISTA DE MÉ XICO
3.1. La empresa de Herná n Cortés
Si la conquista de México fue clave para entender el posterior desarrollo de la conquista de América, la
figura de Herná n Cortés fue el paradigma del conquistador: un hidalgo extremeñ o no vinculado con la
gran nobleza, que fue a América a hacer fortuna y que tras una exitosa carrera en las Antillas se
convirtió en encomendero. Ademá s, su conocimiento del derecho le fue de enorme utilidad en sus
disputas con el gobernador de Cuba por el control de México y también el fuerte liderazgo que ejercía
sobre sus hombres.
La llegada de Diego Velá zquez a Cuba como nuevo gobernador convirtió a la isla en un centro febril
para la expansió n regional. Desde allí salieron las expediciones que partían en busca de oro, esclavos
indígenas y del paso que debía conectar el mar Caribe con el océano Pacífico. También desde allí se
descubrió México, comenzando por la península del Yucatá n. Fue el gobernador Velá zquez quien
mandó dos expediciones de exploració n y rescate a Yucatá n y posteriormente fletaría la de Cortés, la
tercera dirigida a México. Las dos primeras se enviaron en 1517 y 1518 al mando de Fernando
Herná ndez de Có rdoba y Juan Grijalva, primo de Velá zquez. Si bien Ferná ndez de Có rdoba fracasó , su
viaje por Cozumel y Campeche aportó las primeras noticias sobre la cultura maya, lo que llevó a
Velá zquez a solicitar los títulos de adelantado y gobernador de las tierras descubiertas. Estas noticias
fueron corroboradas por Grijalva, quien en su viaje por México llegó hasta Tabasco, donde conoció la
existencia de un rey muy poderoso y rico en el interior del país. Ya este viaje fue má s exitoso en
términos econó micos, retornando una cantidad importante de oro que estimuló la siguiente
expedició n.
Velá zquez pensó en Cortés para la tercera expedició n por haber estado a su servicio en los añ os
anteriores. Comenzó a preparar la expedició n y cuando se enteró de que Velá zquez pretendía
sustituirlo por pensar, no sin razó n, que le podría traicionar, decidió huir de Santiago de Cuba para
completar el armado de su empresa en otros puertos del Caribe. Comenzaba así una larga y sangrienta
disputa con Velá zquez tanto por el control de la expedició n y la jurisdicció n de las tierras
conquistadas.

3.2. La ruta a Tenochtitlá n


Cortés salió de Cuba en febrero de 1519. En la isla de Cozumel recogió a Jeró nimo de Aguilar, que
había permanecido nueve añ os retenido por distintas tribus mayas y que hablaba una de sus mú ltiples
lenguas. Posteriormente llegó a Tabasco, donde tras un enfrentamiento con los indígenas donde salió
victorioso, un cacique local le regaló 20 mujeres, entre ellas Malintzin (también conocida como
Malinche o doñ a Marina), con la que Cortés mantuvo una importante relació n de la que nació su hijo
Martín. Malintzin hablaba el ná huatl, su lengua natal, y una de las lenguas mayas. A través de un doble
proceso de traducciones entre Aguilar y doñ a Marina, Cortés conoció numerosos detalles del
funcionamiento de las sociedades indígenas, algo decisivo en momentos claves de la conquista, un
interés por el rival que fue vital para entender el triunfo de Cortés.
Tras dejar atrá s Tabasco, Cortés Prosiguió su viaje y finalmente arribó a San Juan de Ulú a, en una
pequeñ a isla de la costa mexicana. Allí mantuvo el primer contacto con los representantes de
Motecuhzoma, que le llevó diferentes presentes con el fin de que no siguieran adelante. Esta situació n
incremento el interés de Cortés por seguir con la empresa.
Para llevar adelante sus planes de conquista, un Cortés en rebeldía debía revestir su empresa de un
entramado legal sobre el cual apoyar sus reivindicaciones. En julio fundo la ciudad de Villa Rica de la
Veracruz siguiendo el modelo castellano de poblamiento, que contó inmediatamente con un cabildo
controlado por sus hombres má s leales. Antes de nada, Cortés renunció a su cargo de delegado de
Velá zquez para no estar condicionado por una relació n de dependencia con el gobernador y luego fue
nombrado por el cabildo, alcalde, justicia mayor y capitá n general, convirtiéndose así en la má xima
autoridad de la empresa conquistadora. Esta puesta en escena marcó la ruptura con Velá zquez, que
denunció su conducta al Consejo de Indias. A partir de este instante las decisiones correspondieron
exclusivamente a Cortes que dependía directamente del emperador Carlos I. Para completar su
actuació n, envió al monarca una carta de relació n de todo lo ocurrido, junto con una parte importante
del botín acumulado, buscando convencer a Carlos I de la importancia de la empresa para la evolució n
del proyecto castellano, tan vinculado a la expansió n de la Cristiandad. Esta maniobra y la posterior
conquista de México, convertida en su mayor y má s decisivo elemento de legitimació n, explican por
qué el Consejo de Indias rechazó la denuncia de Velá zquez y validó lo actuado por Cortés.
Una vez resueltos los detalles técnico-legales má s inmediatos, Cortés estaba en condiciones de
comenzar la conquista de ese imperio tan misterioso. Solo le quedaba el problema de las posibles
huidas de desertores y por ello decidió desarmar las embarcaciones con las que había llegado (el
episodio conocido como la “quema de sus naves”, comenzó para Cortés y su hueste la larga marcha
hacia el interior que lo llevó a Tenochtitlan.
La ciudad de México-Tenochtitlá n no era un enclave aislado en el altiplano. Su ubicació n privilegiada
le permitía estar en estrecho contacto con prá cticamente toda Mesoamérica, la vasta regió n que
incluye el centro y el sur de México y el conjunto de América Central. En ella coexistían en el momento
de la conquista europea las sociedades azteca y maya. Pero mientras la primera estaba en una fase
ascendente (la expansió n del Impero mexica databa solo de un siglo antes), los mayas atravesaban
una coyuntura opuesta. Cortés aprovechó las informaciones recibidas y el descontento de los pueblos
indígenas con Tenochtitlan. El Imperio estaba constituido por una laxa confederació n de 38 provincias
o ciudades, integrada a su vez por diversos pueblos, como los totonacos, los toltecas o lo mixtecas, a
los que aztecas exigían el pago del tributo y las entregas de víctimas para los sacrificios religiosos. Las
organizaciones administrativas gozaban de una cierta autonomía, pero en esa época se perfilaba una
creciente centralizació n alrededor de Tenochtitlan lo que generó un resentimiento aprovechado por
Cortés para fraguar alianzas con Tlaxcala -a los cuales primero Cortés derrotó - y otros pueblos
indígenas. Cortés también aprovechó los problemas en la nobleza azteca, capitales para la conquista
definitiva de Tenochtitlan, aunque debió enfrentar asimismo algunas disensiones en sus filas.
En agosto de 1519 Cortés saló de Cempoala, reforzado por los indígenas y con informació n fidedigna
sobre lo que encontraría camino a Tenochtitlan. En su marcha hacia el centro del Imperio se enfrentó
a distintos grupos, muchos de los cuales, tras constatar que no eran aliados de los aztecas, cambiaron
de bando. El cambio en la correlació n de fuerzas entre aliados y enemigos debilitó a Moctezuma. A la
vista de su fracaso anterior, envió nuevos representantes a Cortés con ricas ofrendas y regalos y con el
pedido expreso de que retornaran a su país, lo que fue de nuevo rechazado. La postura de Moctezuma
se debía a su creencia de que Cortés y sus enemigos tenían un cierto componente divino al ser
herederos de Quetzalcoatl, la má s importante divinidad local y por eso era partidario de un
recibimiento local que chocaba con la postura de parte de la nobleza azteca.

Ruta de Herná n Cortés desde Veracruz a Tenochtitlá n


Tras la batalla de Cholula, con un saldo de 6.000 indígenas muertos, quedó en evidencia tanto la
decisió n de Cortés como el volumen y poderío de sus fuerzas. Prosiguió su marcha hacia México y en
Texcoco recibió el apoyo de Ixtelxochitl, que en épocas pasadas había competido con Moctezuma por
el trono mexica. Finalmente, tras mú ltiples peripecias, llegaron Tenochtitlan.

3.3 La muerte de Moctezuma


La capital del Imperio estaba enclavada en una isla en el centro del lago Texcoco, solo accesible a
través de tres calzadas construidas junto a distintos diques que regulaban el flujo de las aguas del
lago. Cortés y sus hombres fueron recibidos con gran hospitalidad dado el cará cter divino que les
atribuían, colmados de regalos y alojados en los palacios reales.
Con el paso del tiempo, a la vista de su vulnerabilidad, la idea de la divinidad fue perdiendo fuerza.
También influyó en el cambio de postura la petició n de Cortes de sustituir los dioses locales por el
Dios cristiano. La situació n se complicaba por los sacrificios humanos y las prá cticas antropó fagas que
provocaba la repulsa de los conquistadores. Con el correr de los días el clima en la ciudad se fue
enrareciendo y, para evitar males mayores, Cortés tomó prisionero a Moctezuma, saqueó el palacio
real y destruyó los principales centros religiosos de Tenochtitlá n. En vez de solucionar los problemas,
las medidas represivas los acrecentaron e hicieron má s pró ximo el desenlace trá gico. Los Aztecas no
eran el ú nico problema al que tenía que enfrentarse Cortés ya que el gobernador Velá zquez no había
aceptado la traició n de Cortés y quería un castigo ejemplar. Así envió una expedició n al mando de
Pá nfilo de Narvá ez, lo que obligó a Cortés a hacerle frente con parte de sus hombres dejando en la
capital azteca a un destacamento comandado por su lugarteniente Pedro de Alvarado. Cortés tuvo
éxito en su empeñ o y logró que parte de los soldados de Narvá ez se sumaran a sus filas, pero debió
regresar a toda prisa a Tenochtitlá n tras las noticias de que los aztecas se habían sublevado después
de que Alvarado provocara una gran matanza en la plaza del Templo Mayor que afectó a buena parte
de la nobleza local.
A pesar de ello, los aztecas dejaron que Cortés y sus hombres regresaran a Tenochtitlá n ya que dentro
del recinto urbano sus armas y caballos eran menos efectivos que en espacios abiertos y eran má s
vulnerables. Cuando comenzó el sitio a los invasores, los españ oles se hicieron fuertes en el palacio
real y no retuvieron a Moctezuma como rehén para no ser atacados. Lo llevaron ante las murallas,
donde fue apedreado hasta la muerte por la multitud que lo consideraba un traidor.

3.4. De la Noche Triste a Otumba


Cortés intentó , sin éxito, acabar con la rebelió n destruyendo el templo y los símbolos religiosos
aztecas, pero al ver que su posició n era cada vez insostenible decidió romper el cerco y retirarse, tras
repartir el botín con sus hombres. La huida, la famosa Noche Triste, se consumó el 30 de junio de
1520, dejando en su marcha un elevado nú mero de muertos y heridos. Los soldados, cargados con las
joyas que componían su botín, no tenían la movilidad necesaria para maniobrar entre los canales y
muchos debieron abandonar sus posesiones.
Pocos días después se libró en el llano de Otumba la conocida como la mayor batalla en suelo
mexicano, tanto por el nú mero de participantes como por sus consecuencias políticas. De un lado se
enfrentaban decenas de miles de soldados aztecas, del otro, 300 españ oles con 22 caballos y cerca de
2000 indios aliados. Con un golpe de audacia, Cortés mató al general indígena y en el momento en el
que elevó su estandarte se produjo una desbandada de los aztecas, debilitados por los conflictos
internos de la nobleza mexica, los cortocircuitos en las líneas de mando y la desintegració n de las
alianzas tradicionales. Esta situació n permitió convertir una fuga desordenada en una retirada
estratégica y dio tiempo a los españ oles buscar refugio el Tlaxcala, donde repondrían fuerzas y
repondrían su estructura militar.

3.5. La reconquista de Tenochtitlá n


Cortés preparó durante 14 meses su contraataque. En ese tiempo controló a los pueblos que apoyaban
a Tenochtitlá n, a la que finalmente sitió por tierra y agua. Reforzó su posició n gracias al armado de 13
bergantines que le permitieron controlar el lago Texcoco (contaba con las piezas de las embarcaciones
desarmadas a sus llegadas), al socorro de miles de indígenas aliados y a la viruela, que diezmó las filas
aztecas.
El sitio de la ciudad durante tres meses dejó un reguero de muertos por hambre y enfermedad. Tras la
huida españ ola, Tenochtitlá n había invadida por la viruela. Una de las primeras víctimas fue
Cuitlahuac, el sucesor de Moctezuma. Para los defensores el panorama era desalentador porque los
españ oles no se contagiaban. En agosto de 1521 se consumó la toma de Tenochtitlá n, que fue
prá cticamente destruida. Sobre sus ruinas, de forma inmediata, se construyó la ciudad de México, que
sería la cabeza de una nueva organizació n política, la Nueva Españ a, y el símbolo del poder colonial
españ ol en Mesoamérica.

3.6. Ultimas resistencias


La conquista del Imperio mexica no fue un paseo militar. Si bien Cortés recibió embajadas de
numerosos señ ores regionales que querían establecer nuevas alianzas, en muchos sitios los
conquistadores tuvieron que interrumpir si avance ante una fuerte resistencia. Está a veces fue
violenta como en los pueblos de Malinalco o en las provincias de Matalzingo y Atlixco, pero también
adquirió otras formas como en Yecapixtla, donde al verse derrotados, los indígenas se inmolaron en
masa. Entre 1522 y 1529 se consumó el dominio sobre el resto del Imperio y se fue todavía má s allá ,
especialmente en direcció n oeste y noroeste, con la ocupació n de Michoacá n, de las llanuras del
interior y la costa del pacífico. Mientras duró el cerco a Tenochtitlá n, Cortés envió a algunos de sus
capitanes para someter los territorios del interior y entre 1521 y 1524 completó la conquista en
direcció n oeste y noroeste. Pero ni el Imperio azteca ni su zona de influencia serían un coto reservado
de Cortés, surgiendo numerosos conflictos jurisdiccionañ es entre los conquistadores. Inicialmente la
acció n se limitó al control de los pueblos que pagaban el tributo a Tenochtitlá n que ahora pasaban a
pagarlo a los conquistadores.
En 1522, con la conquista de Pá nuco se estableció la que durante añ os fue frontera norte. El control de
los puertos del Golfo de México (Pá nuco y Coatzacoalcos) o del Pacífico (Zacatula) era fundamental
para mantener activas las comunicaciones con la metró poli y, por el otro, buscar el camino para llegar
a las riquezas asiá tica planteá ndose el problema de encontrar la ruta permanente entre México y
Filipinas que Legazpi y Urdaneta abrirían en 1564-1565.
Tras controlar las costas, en la década siguiente, 1530-1539, el poblamiento españ ol se reorientó
hacia el Altiplano y en 1543 fray Toribio de Motolinía fundó la ciudad de Puebla sobre las ruinas de
Cuetlaxcoapan, entre las ciudades de México y Veracruz. Puebla se convirtió en un punto estratégico
en las comunicaciones entre México y la península Ibérica, así como el principal granero de la capital.

II. 4. LA CONQUISTA DE PERÚ


4.1. La empresa de Francisco Pizarro
Mientras México fue el centro de la conquista Mesoamericana, Perú se convirtió en el eje de actividad
en América del Sur. En ambos nos encontramos con fenó menos semejantes: un imperio indígena
centralizado muy poblado y rico, el protagonismo de un líder á vido de riquezas (en este caso
Francisco de Pizarro), el saqueo sistemá tico de los tesoros acumulados durante siglos por los indios y
el descubrimiento de importantes yacimientos de plata (Zacatecas en México y Potosí en la zona
andina). Pizarro también utilizó como modelo la experiencia de Cortés, especialmente en la rá pida
captura del jefe del Estado, aprovechando las estructuras jerá rquicas y administrativas del Imperio
inca.
Pizarro se benefició de las divisiones entre los pueblos indígenas y el rechazo a los incas para aliarse
con sus enemigos y así aumentar su capacidad militar. En Perú también actuaron a favor de los
conquistadores algunos elementos religiosos vinculados a la profecía de Viracocha, dios creador y uno
de los má ximos representantes del panteó n inca que establecía que durante el reinado de XII inca,
unos hombres procedentes del mar destruirá n el Imperio. Esto favoreció la invasió n, ya que a su
llegada los europeos fueron considerados viracochas o descendientes del dios, lo que les concedió una
apreciable ventaja sobre los indígenas.
La conquista del Perú comenzó poco después de la de México y se convirtió en la tercera y ú ltima
etapa del desembarco americano y se convirtió en la tercera y ú ltima etapa del desembarco
americano, aunque las disensiones de la hueste conquistadora provocaron graves enfrentamientos.
Como en México, la fase central de conquista se completó en tres añ os y en poco má s de una década
los españ oles habían consolidado su presencia en buena parte de América del Sur.
La rapidez de la conquista se explica por las limitaciones y contradicciones incas. La expansió n de
Cuzco había comenzado solo un siglo antes de la invasió n españ ola y estos se encontraron con
instituciones poco maduras. El Imperio había crecido a costa de las tribus aymaras vecinas, para luego
dominar la regió n andina del Perú hasta llegar a Quito. Má s tarde se dirigieron al sur: el Alto Perú , hoy
Bolivia, el norte de Chile y el noroeste de Argentina. Huayna Capac, padre de Atahualpa, conquistó
Tumbes y amplió los límites del Imperio hacia el norte. Este avance no se hizo sin sobresalto, ya que
durante el reinado de Huayna Capac se produjeron algunos levantamientos contra la presió n de los
tributos en el trabajo.
La empresa de Francisco Pizarro se originó en Panamá , centro regional entonces de relativa
importancia que muy pronto competiría con México por el control de América Central. Desde 1524
Pedrarias Dá vila impulsó expediciones hacia el sur, algunas dirigidas por Pizarro, extremeñ o como
Cortés, pero con un nivel de instrucció n limitado y sin su capacidad administrativa y profundidad
psicoló gica que le impidió imponerse tan claro a sus enemigos, competidores y a la propia corona.
Pizarro había llegado al Caribe en 1508 y cuando empezó la aventura peruana tenía má s de 50 añ os.
Fue miembro de la expedició n de Nú ñ ez de Balboa que descubrió el Pacífico y fue alcalde de Panamá ,
donde le llegó la noticia de un reino muy rico llamado Viru o Perú , al sur del golfo de San Miguel.
Para emprender la aventura peruana, Pizarro armó en Panamá una compañ ía con Diego de Almagro y
el eclesiá stico Hernando de Luque, que aportó la mayor parte del dinero, aunque el acuerdo entre los
socios era repartir las ganancias en partes iguales. El dinero alcanzó para fletar una pequeñ a
expedició n de un buque y poco má s de 100 hombres que zarpó con Pizarro dejando atrá s a Almagro
buscando refuerzos.

4.2. El desembarco en las costas peruanas


Pizarro realizó tres expediciones a Perú :
• La primera, de 1524 a 1525, después de algunas peripecias, los conquistadores llegaron a las costas
colombianas desde donde regresaron a Panamá sin grandes ganancias.
• La segunda expedició n, de 1526 a 1527, llegó a la costa de Barbacoa y Atacames, al norte de Quito.
Ante la oposició n indígena debieron replegarse a la isla del Gallo, donde Pizarro permaneció mientras
Almagro volvía a Panamá en busca de refuerzos. El gobernador de Panamá ordenó a Pizarro que
regresara, pero éste se negó a volver sin nada bajo el brazo y decidió emular la quema de naves de
Cortés. Trazó con su espada una línea en el suelo y dijo que todos aquellos que quisieran acompañ arlo
en la bú squeda de fama y riquezas debían pasarla, haciéndolo solo trece de sus hombres, conocidos
como Trece de la Fama. El resto regresó a Panamá .
En 1528, tras bordear las costas de Colombia y Ecuador, Pizarro llegó a Tumbes, en el Perú , una urbe
avanzada y puerta de entrada al Imperio inca. El contacto desató las fantasías de los conquistadores,
avanzaron hacia el sur hasta alcanzar el río Santa, donde recogieron má s noticias de las riquezas del
reino. Ante lo encontrado en Tumbes, los tres socios decidieron que Pizarro regresara a Españ a para
obtener una capitulació n de la Corona que les permitiera iniciar la conquista del Perú . En 1529
Pizarro obtuvo las Capitulaciones de Toledo, que lo nombraban adelantado y alguacil mayor de Nueva
Castilla (el nombre del Perú ) y detallaba los títulos y mercedes que recibirían tanto él como sus socios.
Mientras Almagro sería hidalgo y alcaide de Tumbes, Luque sería su arzobispo.
Las tres expediciones de Pizarro a Perú ;
Este desigual reparto que favorecía a Pizarro frente a Luque y Almagro tensó las relaciones,
especialmente entre Almagro y Pizarro, aunque la sociedad se recompuso con la salida de la tercera
expedició n.
• La tercera expedició n salió de Panamá en 1531, acompañ aba a Francisco Pizarro sus hermanos
Hernando, Juan y Gonzalo y su hermanastro Francisco Martín Alcá ntara, mientras Almagro seguía en
Panamá buscando refuerzos. Tras pasar por las costas de Colombia y Ecuador llegó a Tumbes donde
se encontró que la ciudad había sido destruida como resultado de la guerra civil entre el inca
Atahualpa y su hermanastro Huá scar por el control del trono tras la muerte del padre de ambos
Huayna Capac, afectado por una epidemia de origen europeo.

4.3. La guerra civil en el Incario


El enfrentamiento fratricida entre el primogénito Huá scar y la nobleza cuzqueñ a contra Atahualpa, el
hijo preferido de Huayna Capac, y los señ ores quiteñ os, los dos centros de poder del imperio, tuvo
consecuencias para la estabilidad del Estado inca y facilitó la conquista españ ola, ya que los
partidarios de Atahualpa controlaban Quito, y Cuzco los seguidores de Huá scar.
Cuando murió Huayna Capac, Atahualpa no
acompañ ó los restos de su padre que se trasladaron de Quito a Cuzco, ni tampoco rindió homenaje a
su hermano Huá scar. Este, encolerizado mando asesinar a la embajada que había mandado su
hermano pidiendo disculpas. Pero, en lugar de acabar con el problema provocó una insurrecció n en
Quito que acabó en guerra civil. En un primer momento Huá scar consiguió éxitos iniciales derrotando
y haciendo prisionero a Atahualpa, pero este logró fugarse, reorganizó su ejército y con la ayuda de los
antiguos generales de su padre cercó Cuzco y derrotó a su hermano, saqueando y destruyendo la
ciudad imperial, como venganza del apoyo que su hermano obtuvo de la nobleza cuzqueñ a.

4.4. La captura y muerte de Atahualpa


A la vista del panorama encontrado en Tumbés, Pizarro penetró en el Perú y en 1532 fundó San
Miguel de Tangará , en Piura. En noviembre encontró al inca Atahualpa, al que tendió una trampa para
utilizarlo como rehén. Este acto fue acompañ ado de una matanza entre el ejército del inca, lo que
marcaría las relaciones entre europeos e indígenas. La orden de Atahualpa de ejecutar a Huá scar
debilitó aú n má s la posició n de los naturales, sumidos en luchas internas. Pizarro de primeras decidió
no ejecutarlo, ya Marcha de conquista de Pizarro (1521-1523) que era de gran utilidad: los indios
seguían obedeciéndolo en su prisió n a lo que se sumaba el rescate que estaban reuniendo para
liberarlo. Mientras Francisco Pizarro esperaba los objetos de oro y plata que estaban reuniendo en
Cajamarca, ordenó a su hermano Hernando que con una tropilla de jinetes bajara a la costa, lo que le
permitió llegar hasta el famoso santuario de Pachacamac. En Cajamarca ademá s los españ oles
tomaron conocimiento de la existencia de la ciudad del Cuzco, donde abundaba el oro, pues era la
capital del Imperio.
En abril de 1533 llegó a Cajamarca Diego de Almagro con un importante refuerzo de hombres a
caballo y peones. La gente de Almagro no podría participar del reparto de los metales preciosos
producto del rescate de Atahualpa y tuvo que soportar la presió n de sus hombres que le pedían
emprender inmediatamente el camino hacia el Cuzco. Es aquí donde Francisco Pizarro tuvo que hacer
prevalecer la fuerza de su cará cter para impedir cualquier tipo de amotinamiento. Mientras pasaban
los días, llegaban los indios con los ricos metales y se iba cumpliendo la entrega del rescate. En esas
circunstancias los hombres de Almagro y también algunos de los de Pizarro agrandaron el rumor de
que un ejército incaico se aproximaba a Cajamarca con el propó sito de salvar al inca. Esta
conspiració n, cuya veracidad nunca pudo ser probada, fue el motivo para que se iniciara un proceso
contra Atahualpa. Pizarro dudó sobre la necesidad de este trá mite, pero finalmente cedió a las
presiones y se inició el juicio. Atahualpa era acusado de haber ordenado desde su prisió n el asesinato
de su hermano Huá scar, vencido y prisionero. Se le acusaba también de polígamo, idó latra, de haber
usurpado el trono incaico y de incestuoso. Finalmente se produjo la sentencia y el inca fue condenado
a morir en la hoguera, salvo que antes de ello aceptara las aguas del bautismo. Atahualpa no tuvo má s
remedio que optar por esto ú ltimo y recibió la muerte mediante garrote vil el 26 de julio de 1533. El
propio Carlos I, criticó el proceso.

4.5. La conquista de Cuzco y la fundació n de Lima


Muerto Atahualpa los españ oles se encontraron ante la necesidad de elegir un inca, para evitar la
anarquía entre los indios. El designado fue Tú pac Huallpa, hermano de Atahualpa, que por supuesto
estaba supeditado a las ó rdenes de Pizarro. Efectuado el reparto del rescate y separado el quinto real
(se dispuso que Hernando Pizarro lo condujera a Españ a para entregá rselo al Monarca) ya nada los
detenía en Cajamarca e iniciaron la marcha hacia el Cuzco. En el camino falleció misteriosamente
Tú pac Huallpa y los españ oles finalmente entraron en Cuzco el 14 de noviembre de 1533. Pocos meses
má s tarde, el 23 de marzo de 1534, Francisco Pizarro realizó la fundació n españ ola del Cuzco.
Así, en poco má s de tres añ os se conquistó el incario, gracias a la rigidez de su jerarquizado sistema
social y de sus instituciones territoriales y después comenzó la colonizació n de un territorio extenso,
variado y, segú n los conquistadores, lleno de riquezas. Para ello repartió tierras y encomiendas a sus
seguidores, aunque su desconocimiento de las características geoló gicas, demográ ficas y productivas
del territorio forzaron un reparto desigual, aumentando el descontento de los má s perjudicados. Tras
su entrada a Cuzco marchó a Jauja, ciudad fundada meses antes, donde recibió a Rodrigo de Mazuelas,
quien le traía documentos de Españ a, siendo el má s importante de ellos una Real Cédula que
aumentaba su gobernació n veinticinco leguas al sur de Chincha. Pizarro hizo de Jauja su centro de
operaciones durante los meses siguientes y comenzó a otorgar depó sitos de indios a sus soldados. A
fines de diciembre Pizarro y su comitiva llegan a Pachacamac.
En 1535, tras descartar a Jauja como capital de Nueva Castilla por no reunir las condiciones necesarias
marchó al valle del Rimac donde fundaría el 18 de enero la Ciudad de los Reyes, que muy pronto se
conocería con el nombre de Lima, cercana al Pacífico gracias al cercano puerto de El Callao y, por
tanto, de fá cil comunicació n con la metró poli. Tras la fundació n de Lima, del reparto de solares y de la
entrega de indios a sus hombres y a diversas ó rdenes religiosas, se inicia para Francisco Pizarro una
etapa de intensa actividad. El 5 de marzo de 1535 funda la ciudad de Trujillo. Por esos días se enteró
que Diego de Almagro había recibido de la Corona el título de gobernador de la Nueva Toledo. Los
límites de las gobernaciones de la Nueva Castilla y la Nueva Toledo serían, muy poco después, la causa
de la ruptura definitiva entre Pizarro y Almagro. Pizarro marchó al Cuzco donde arribaría los
primeros días de junio y allí conferenció con Almagro para planear la conquista de Chile, que llevaría
adelante el Gobernador de la Nueva Toledo. Aparentemente se había renovado la amistad entre los
socios, pero la mutua desconfianza nunca desaparecería. Finalizaba el añ o de 1535 y Pizarro regresó a
Lima. Allí llegó su hermano Hernando, procedente de Españ a, que le trajo excelentes noticias. La
Corona le concedía setenta leguas al sur de su gobernació n, quedando así anuladas las veinticinco que
se le había otorgado anteriormente.

4.6. Ultimas resistencias


Pizarro volvió a Lima a inicios de mayo de 1536 donde mensajeros lo esperaban para comunicar que
Manco Inca había iniciado una gran sublevació n en Cuzco y que los españ oles, entre los que se
encontraban sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, corrían peligro. Esa sublevació n también
avanzó sobre Lima, pero le dio tiempo a Pizarro para enviar hasta cinco expediciones de socorro con
destino Cuzco. Todos los españ oles fueron muertos en el camino, a excepció n de algunos hombres que
iban en el ú ltimo contingente que pudieron retornar a Lima. Pizarro había ya enviado también
urgentes mensajes pidiendo auxilio a Panamá , Nicaragua y México. Mientras tanto un gran ejército
inca, a principios de agosto de 1536, puso cerco a Lima. La hueste incaica estaba al mando de Tito
Yupanqui. En septiembre llegaron los primeros refuerzos al mando de Alonso de Alvarado y tras una
cruenta lucha los españ oles consiguen dar muerte a Tito Yupanqui, con lo cual sus soldados se
desconcertaron y emprendieron la retirada hacia el Cuzco.
Inmediatamente después Pizarro dispuso que Alonso de Alvarado marchara al Cuzco con una
expedició n para socorrer a esa ciudad. La llegada de Almagro de retorno de su fracasada expedició n a
Chile hizo que el cerco se levantara y Manco Inca y sus hombres má s fieles buscaran refugio en la
agreste zona de Vilcabamba, cerca del Machu Pichu. Allí lideró un estado “neoinca” que resistió hasta
1572, cuando el virrey Francisco de Toledo ejecutó a su nieto, Tú pac Amaru, el ú ltimo inca del Perú .
El peligro de la gran insurrecció n india había pasado. Ahora el problema volvía a ser la relació n entre
los viejos socios convertidos en gobernadores. Almagro pretendía quedarse con Cuzco, cosa que
provocó el inmediato rechazo de Pizarro. Lo cierto era que resultaba muy difícil, por la falta de
conocimiento real de los territorios, trazar los límites entre ambas gobernaciones. Almagro había
conseguido sorprender a la hueste de Alonso de Alvarado y de esa manera se había generado un clima
de beligerancia armada entre los dos gobernadores. Almagro bajó con sus hombres hacia la costa y
fundó en Chincha una ciudad que Pizarro juzgó quedaba dentro de su gobernació n.
Nuevamente se propuso la mediació n para evitar un conflicto. Pizarro y Almagro se entrevistaron en
noviembre de 1537. Lo que pretendía ser una nueva reconciliació n estaba fracasada desde sus inicios,
pues ambos gobernadores recelaban el uno del otro. Sin embargo, la habilidad de Francisco Pizarro
logró que Almagro pusiera en libertad a sus hermanos Hernando y Gonzalo que estaban presos en el
Cuzco. El otro hermano, Juan, había muerto intentando asaltar la fortaleza de Sacsahuaman. Para los
consejeros de Almagro éste fue un gran error y no se equivocaron al pensar que Hernando Pizarro
sería implacable contra Almagro. Con el respaldo de su hermano Francisco, Hernando Pizarro formó
un ejército que marchó hacia el Cuzco en busca de Almagro. É ste se encontraba muy enfermo y dejó el
mando de sus hombres a Rodrigo Orgó ñ ez. En esta circunstancia ni Hernando Pizarro ni Almagro
pensaban en una solució n pacífica sino en un choque de armas, que tuvo lugar en el campo de Las
Salinas, en las proximidades del Cuzco, el 26 de abril de 1538. Pizarristas y almagristas lucharon con
ferocidad y la victoria se inclinó por el bando pizarrista y Almagro fue apresado, se le inició proceso y,
finalmente, se le condenó a muerte. É ste es uno de los temas controvertidos en la biografía de
Francisco Pizarro. Permaneció en Lima y “dejó hacer” a su hermano Hernando. A Diego de Almagro se
le cortó la cabeza en el Cuzco el 8 de julio de 1538.
Las noticias de la rivalidad entre Pizarro y Almagro habían llegado a la Corte, quien decidió enviar al
licenciado Cristó bal Vaca de Castro, quien traía reales provisiones para asumir la gobernació n de la
Nueva Castilla en el caso de que Pizarro hubiera muerto. Por diversas circunstancias la navegació n de
Vaca de Castro fue penosa y tardó muchos meses en arribar al Perú . Mientras tanto, Francisco Pizarro
marchó nuevamente a Cuzco, donde nació , a inicios de 1539, su hijo Francisco Pizarro Yupanqui,
engendrado en la ñ usta Angelina Yupanqui, bisnieta de Pachacutec. El 29 de enero de 1539 Pizarro
fundó la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga. Por esos días recibió una Real Cédula del
emperador Carlos V concediéndole un marquesado. Francisco Pizarro volvió al Cuzco y desde allí
envió una carta al Emperador agradeciéndole el título nobiliario que podría complementarse con el
nombre de Atabillos, de tal suerte que fuera el Marquesado de los Atabillos.
En los primeros meses de 1540 ya Pizarro estaba en su capital. Se sentía al margen de empresas
guerreras e hizo pú blicas las Ordenanzas para el Buen Gobierno del Perú y el Bienestar de los Indios.
Por este tiempo también se dedicaba a labores de cará cter administrativo otorgando “entradas” y
repartimientos de indios. Pizarro murió un añ o má s tarde por un complot de partidarios almagristas
liderados por el hijo de este, Almagro el Mozo, que se puso al frente del Gobierno. Esta situació n duró
poco ya que los enviados de la Corona y los pizarristas derrotaron a los almagristas ejecutando a sus
dirigentes.
La tercera guerra civil se vinculó al rechazo de las Leyes Nuevas por los conquistadores y marcó los
conflictos de la Corona con los encomenderos. En 1544 llegó a Lima el primer virrey del Perú , Blasco
Nú ñ ez de Vela, con la orden de aplicar las Leyes Nuevas. Una de sus ó rdenes fue retirar sus
encomiendas a los participantes en las guerras entre almagristas y pizarristas, la mayoría de los
encomenderos peruanos, pero cuatro meses después estalló la rebelió n de Gonzalo Pizarro contra la
reglamentació n de las encomiendas que terminó con el triunfo rebelde, la decapitació n del virrey en
Quito y la instauració n de un nuevo gobierno a cargo de Gonzalo Pizarro con el apoyo de la Audiencia.
Tras cinco añ os de enfrentamientos, los pizarristas fueron derrotados en Xaquixaguana (abril de
1548) por Pedro de La Gasca, enviado desde Españ a para resolver el problema. En 1550 La Gasca
retornó a la Península, dejando el virreinato en orden y paz, ganá ndose el nombre de “El Pacificador”.
Al añ o siguiente la monarquía nombró a Antonio de Mendoza nuevo virrey del Perú , tras valorar su
gestió n en el virreinato de México. Su gestió n fue breve, porque murió al añ o de llegar a Lima. En 1553
y 1554, hubo un nuevo brote de violencia de los encomenderos, liderados por Francisco Herná ndez
Giró n, pero ya sin demasiado éxito.

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