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Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas y Económicas


Maestría en Estética

Juan Rúa
CC. 1’036.603.185
jruab@unal.edu.co

THOREAU: UN VISIONARIO SALVAJE1

A la memoria de Jorge Iván Correa Vélez, pastor de


nubes, “naturalista, anarquista, un individuo como
Thoreau y quien me enseñó a quererlo”.

La ciencia por definición es conocimiento. Un concepto del que se han ocupado todas las disciplinas de
la filosofía, hasta provocar que el sentido mismo del término sea tan moldeable, maleable o
manipulable como aquellos objetos a los que puede aplicarse el método científico. Con el devenir
histórico de las lenguas, la ciencia fue desprovista de su acepción original que denota “cualidad de
quien sabe”, para, en su lugar, ser elevada hasta el estrato de la apoteosis. La ciencia define hoy lo
verdadero y lo falso, como lo hicieron en su momento las antiguas religiones. Se ocupa de lo visible y
de lo invisible, y solo ella tiene la potestad de quitar el velo que enceguece lo cognoscible con su luz;
es tal una insight, una visión interna exteriorizada.

La ciencia se ha transmutado en dogma. Merleau-Ponty, en el Ojo y el Espíritu (1986), señala que:


“como si todo lo que fue o es siempre hubiera sido para entrar en el laboratorio” (10). Este nuevo
dogma carece de poética, no puede comunicarse por alegorías o símbolos, ya que estos son ajenos a las
categorías de lo cuantificable y lo medible.

La ciencia clásica conservaba el sentimiento de la opacidad del mundo, al que pretendía alcanzar con sus
construcciones; he aquí por qué se creía obligada a buscar un fundamento trascendente o trascendental
para sus operaciones. Ahora hay esto completamente nuevo —no en la ciencia, en una filosofía de las
ciencias bastante extendida— de que la práctica constructiva se considera autónoma y como tal se da, y
que el pensamiento se reduce deliberadamente al conjunto de las técnicas de aprehensión que inventa
(Merleau-Ponty. 1986: 9).

También para Henry David Thoreau la ciencia moderna, cómo la política y la economía, se transformó
en un aparato que instrumentaliza a la humanidad entregada a ella, separándole de la naturaleza y de
sus fenómenos elementales, por este motivo rechaza la invitación a ser parte de The American
Association for the Advancement of Science. El 5 de mayo de 1853 anota en su diario:

Sentí que me convertiría en el hazmerreír de la comunidad científica al describir o intentar describir


aquella rama de la ciencia que me interesa específicamente, pues no creo en una ciencia que trata con la
1 Texto compuesto a manera de borrador, o primera de tres entregas, para el trabajo desarrollado en el curso de Estética
II, a cargo de la profesora Dra. María Cecilia Salas.
ley superior [...] El hecho es que soy un místico, un trascendentalista y, por añadidura, un filósofo
natural. Ahora pienso que debería haber dicho de una vez que era un trascendentalista. Ese habría sido el
camino más corto para decirles que no entenderían mis explicaciones (2013: 25) .

Thoreau critica la perspectiva que ve el funcionamiento del mundo como mecanismo complejo, que
opera de acuerdo a formulas -hoy diríamos algoritmos-, los cuales, en algunos casos, se oponen a la
realidad efectiva o a la naturaleza de los individuos. Sin embargo, con ello no niega la aplicabilidad del
saber científico en la cotidianidad, pues en sus disertaciones no se ocupa unicamente de la filosofía o de
la poética; es ampliamente conocido que se valía de la agrimensura como oficio-artificio para su tan
cuestionada pregunta de “¿cómo ganarse la vida?”.

“¡Para mi sorpresa, al abandonar la universidad me informaron de que había estudiado navegación! Si


me hubiera dado una vuelta por el puerto habría sabido más al respecto. Incluso el estudiante pobre
estudia y aprende solo economía política, mientras que la economía de vivir, que es sinónima de la
filosofía, ni siquiera se profesa sinceramente en nuestras universidades. La consecuencia es que,
mientras lee a Adam Smith, Ricardo y Say, las deudas de su padre aumentan irremediablemente” (2013:
60).

Con su experimento vitalista, su retiro a los bosques de Walden, Thoreau pone en práctica el saber al
servicio de su vida, se vale del conocimiento como herramienta, no como fin. Es decir, no se limita allí
a la especulación científica bajo la cual fue formado en Harvard, pero la aplica para sus observaciones,
por lo que sus conclusiones se expresan en pensamientos no operacionales manifiestos como actos de
creación poética. Para Thoreau el conocimiento no es un estado de aprehensión mental adquirida por
procesos de segmentación de hechos o de fenómenos, sino la integración del hombre a los mismos.

Los hombres dicen que saben muchas cosas;


Pero mirad, han tomado alas:
Las artes y las ciencias,
Y mil accesorios;
El viento que sopla
Es cuanto llegan a conocer (2013: 71).

John Burroughs, el naturalista norteamericano afirma, en La Última Cosecha (1922)2 que “por mucho
que Thoreau abjurara de nuestra civilización, ciertamente hizo un buen uso de las armas que esta le
dio”. Para ambos, Burroughs y Thoreau, la ciencia escinde a la humanidad de la naturaleza, le aleja de
ésta para ocupar una posición de espectador, desde la cual puede observar, separar, categorizar. Francis
Ponge dice: “...todo puede acabar también en no sé qué fanatismo de la razón, en qué infatuación de la
inteligencia, donde veríamos aparecer la misma brutalidad y que igualmente sacaría el revolver en
nombre, esta vez, de la cultura, o las tijeras para castrarse” (3).

Thoreau señala en Walden el peligro de convertirse en herramienta de nuestras herramientas, no solo en


alusión al dinero, sino que alude también a los objetos técnicos, saberes y doctrinas que aconductan al

2 Disponible en: https://www.gutenberg.org/files/18903/18903-h/18903-h.htm#III


hombre y condicionan su pensamiento. Con frecuencia recurre a la metáfora de la navegación, por
medio de la cual compara el acontecer inconsciente de la vida -o los sucesos superficiales, desprovistos
de poética- con el curso de una embarcación maltrecha y sin rumbo definido, por ejemplo, cuando
afirma:

Es cierto que somos tan malos navegantes que nuestros pensamientos, en su mayor parte, bordean una
costa sin bahías y conversan solo con los recovecos de las bahías de la poesía, o se dirigen a los puertos
públicos de registro y entran en los diques secos de la ciencia, donde son reparados para seguir en este
mundo, sin que ninguna corriente natural concurra para individualizarlos. (245)

Una visión de alteridad, una construcción individual consciente como el experimento thoreaudiano,
hace posible que el entendimiento y la intuición, la razón y la sensibilidad concilien las oposiciones que
subyacen entre el arte y la ciencia, pues estos paralelismos sustraen sus fundamentos principalmente de
la capacidad-facultad innata de imaginar, de visionar a partir tanto de abstracciones como de realidades
concretas, pues en esencia la naturaleza ocupa el vasto dominio de lo que Merleau-Ponty llama el
“hay” previo, gracias al cual se manifiesta la necesidad de que la ciencia ocupe nuevamente “el suelo
del mundo sensible y el mundo trabajado”.

Este “hay” previo, o naturaleza vista desde esta perspectiva, no requiere de la obligatoria necesidad de
la ciencia como condición sin la cual no se puede describir u observar los fenómenos que están allí y
aprender de ellos. Thoreau afirma: “veo tierra adentro las orillas que la corriente bañaba antiguamente,
antes de que la ciencia empezara a registrar sus crecidas” (2013: 273).

El modelo de pensamiento trascendental o “místico” que Thoreau plantea, contrasta con el pensamiento
cartesiano y cientificista que sirve de base a la ciencia moderna. Para Thoreau, lo evidente o lo visible
no aluden unicamente a lo cognoscible y a lo traducible a formulas matemáticas, sino a lo apreciable
tanto al entendimiento como a la sensibilidad. Gracias a ello, puede observar y hacer registros
desprovistos de juicio sobre el transcurrir del tiempo y de las estaciones, sobre la transformación de la
naturaleza en el bosque en, por ejemplo, el cambio de coloración en las hojas del arce, en los
movimientos migratorios de las aves o el comportamiento de las ratas almizcleras, del mismo modo
que Paul Cezanne proyecta para la posteridad las sutiles y, sin embargo, marcadas diferencias de la
montaña Santa Victoria en diferentes épocas del año; solo que, debido a su carácter literario y no
pictórico, Thoreau puede hacer de estos hechos una alegoría:

“Con cualquier clima, a cualquier hora del día o de la noche, me he preocupado por mejorar la muesca
del tiempo y señalarla en mi bastón; por permanecer en el cruce de dos eternidades, el pasado y el futuro,
que es precisamente el momento presente, por conformarme con ello” (57).

La visión cientificista condiciona el mundo para describirlo, para explicarlo por medio de sentencias
compuestas como formulas que no comunican nuestra razón de ser en el mundo, el “cómo se hace” no
tiene una función vitalista. La visión poiética va más allá de la mirada limitada y confidente del dogma
cientifico. El poeta no solo tiene ojos que le sirven de órganos perceptores, extensiones del tacto que
operan en función de sus propias taxonomías; el poeta es el vidente que reúne a las partes que
componen al símbolo y hace de ellas una sola imagen sensible. Thoreau afirma que “tal vez podamos
algún día recorrer con la mirada la superficie del aire y señalar dónde la barre un espíritu aún más
sutil”.

La visión poíetica es el resultado del pensamiento intuitivo, una forma de conocimiento que, como se
aprecia en las obras de Cezanne o de Thoreau, no participa de escuelas, no tiene maestros ni alumnos,
no puede ser simplemente enseñada a través de formulas o catequismos. La visión poiética es una
construcción o expresión individual y autorreflexiva que surge como resultado de quien sabe mirar u
observar. Merleau-Ponty (1977) dice que Cezanne ha concebido una forma de arte válida para todos,
“abandonado a sí mismo ha podido mirar la naturaleza como solo es capaz de hacerlo un hombre. El
sentido de su obra no puede determinarse por su vida”. Del mismo modo, Thoreau hace inteligible una
filosofía del paisaje y una sucesión de imágenes poéticas al reunir arte y naturaleza en una obra que es
literatura del yo, y sin embargo autónoma de su autor, que habla directo y llano, hasta que su voz se
incorpora en la mente de su lector.

La sensibilidad y la inteligencia son más que dos facultades que hacen posible el conocimiento. La
sensibilidad surge de la percepción subjetivizada, la inteligencia es la capacidad de leer el mundo y sus
entre líneas. Thoreau y Cezanne descifran la naturaleza que les corresponde y equiparan sus formas con
lo inenarrable del espíritu humano. La montaña de Santa Victoria es también la variación de la mascara
o las múltiples perspectivas de un mismo rostro, así también lo es el paisaje cambiante de la laguna y
del bosque de Walden. Con razón Simonedes de Ceos define la ἔκφρασιϛ (ékfrasis) cuando afirma que
“la pintura es una poesía muda; la poesía, una pintura que canta”. Thoreau y Cezanne son artistas,
según Merleau-Ponty, en tanto fijan y hacen accesible a los demás humanos del espectáculo del que
somos parte sin verlo (1977: 251).

Henry David Thoreau es un visionario salvaje porque prescinde de la civilización para contemplar
desde el bosque aquello que es vida pura, deliberada y consciente. Su imagen se refleja en las hectáreas
lineales de judías sembradas por sus manos. Los “ángeles de nieve” que su cuerpo dibuja son el
negativo de su silueta en la capa de agua cristalizada sobre el césped ya muerto en el invierno. Las
voces irresistibles del búho y del chotacabras son también las suya cuando escribe la onomatopeya
hoooo hoooo hooooorer.

Una visión poiética de Walden permite a Thoreau observar la laguna como el espejo de agua: “Un lago
es el rasgo más hermoso y expresivo del paisaje. Es el ojo de la tierra; al mirar en su interior, el
observador mide la profundidad de su propia naturaleza” (172). Del mismo modo que en Merlo-Ponty
el espejo permite desplazarse entre el idos kiosmos (mundo privado) y el koiné cosmos (sentido
comun). Specere (en latín Ver) encuentra en Thoreau una aplicación para sus variopintas flexiones. Ver
es un ejercicio reflexivo: “Dirige tu mirada al interior y encontrarás / Mil regiones en ti mismo / Por
descubrir. / Recórrelas y serás / Un experto en la cosmografía doméstica” (265). Fue a los bosques
porque quería “ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando
tuviera que morir, que no había vivido (106). Cuestiona la especulación como la creación y proyección
de imágenes falsas que, como espectros, buscan hacer sacar provecho a los incautos.
Luz, movimiento, forma/perspectiva, atributos de la visión, tienen también sus equivalencias de
doctrina moral individualista. Especialmente la perspectiva. ¿Qué perspectiva perceptual puede tener
un hombre que vive retirado en el bosque cuyo punto de fuga está en todas partes? En la naturaleza
cada objeto tiene su propia perspectiva. Vista en conjunto, esta supone un orden antinatural que se
figura principalmente en el caos organizado de los trazados rectilíneos de la ciudad o en las naturalezas
condicionadas o muertas. “El universo es más vasto que nuestras perspectivas”.

En su lugar, la perspectiva figura las posibles formas u opciones que puede tener un mismo
pensamiento: “Seguid vuestro genio de cerca y no dejará de mostraros una nueva perspectiva cada
hora” (122). Vidente como artista, visionario como filósofo. Thoreau proyecta su visión y la comparte
con otros. Sabe aportar su cuerpo, trasustanciarlo, arrojarse de sí y sugerir que otros ejerciten la
metáfora que incita a la comprensión del otro, de su perspectiva, de su punto de vista:

¡De qué maravillosos triángulos son ápices las estrellas! ¡Qué seres distantes y diferentes en las varias
mansiones del universo contemplan lo mismo a la vez! La naturaleza y la vida humana son tan variadas
como nuestras diversas constituciones. ¿Quién dirá qué perspectiva ofrece la vida a otro? ¿Podría
ocurrimos un milagro mayor que mirar a través de los ojos ajenos por un instante? Deberíamos vivir en
todas las épocas del mundo en una hora, ¡ay, en todos los mundos de cualquier época! ¡Historia, poesía,
mitología! Ninguna lectura de la experiencia ajena sería tan asombrosa e informativa como esta (53).

En este mismo sentido, si otros seres contemplan el universo desde diferentes perspectivas, sus visiones
necesariamente serán verdaderas. Diferirán en forma, pero serán ciertas. Ello evita confrontaciones
innecesarias, pues la comprensión del lugar desde donde mira el otro bastaría para comprender que su
visión abarca otros matices del mismo objeto:

Las mejores cualidades de nuestra naturaleza, como la flor de los frutales, solo pueden preservarse con el
trato más delicado. Sin embargo, no nos tratamos a nosotros mismos ni a los demás con esa ternura.
Todo esto resulta perfectamente claro para una mirada atenta y, sin embargo, la mayoría no lo advierte.

No existe una sola acepción para la visión, la mirada y sus conceptos adyacentes. Thoreau elabora un
paisaje complejo del mundo a través de máximas autoreflexivas, controversiales, poéticas y
provocadoras. Nos ubica como porción materialidad viva y consciente que se sitúa en un lugar del
espacio Su obra hace compenetrar a la naturaleza y al arte como un todo, como el punto de fuga donde
el universo converge.

REFERENCIAS

BURROUGHS, John. (1922) Another word on Thoreau. The Last Harvest. Boston: Houghton Mifflin
Company. Disponible en: https://www.gutenberg.org/files/18903/18903-h/18903-h.htm#III
MERLEAU-PONTY, Maurice (1986). El Ojo y el Espíritu. Barcelona: Paidós.
_________________, ______ (1977). La Duda de Cezanne. Sentido y sin sentido. Barcelona:
peninsula. Pp. 245-254.
PONGE, Francis. (1990). El Murmullo (Condición y destino del artista). Poesía y Poética. N.º 03.
México: Universidad Iberoamericana. pp. 02-10.
THOREAU, Henry David. (2013). Walden. Madrid: Cátedra.

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