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El autor se pregunta a lo largo del ensayo, ¿Qué es ser moderno? ¿Somos modernos?
¿Fuimos modernos alguna vez?, pone en tela de juicio lo que se ha entendido por
modernidad en tanto paradigma en que el sujeto representa al objeto, en referencia
a una epistemología dualista. Sostiene, que esta perspectiva teórica del conocimiento
responde a una asimetría que sin embargo se contradice a si misma. Niega tal
perspectiva intelectual, y por el contrario, sostiene que hemos sido siempre híbridos,
una mezcla de naturalezas a partir del sustrato biológico humano y la creación de
recursos, entre otros, como la técnica, los sistemas, las ideologías, los objetos, que a
su vez dan lugar a nuevas estructuras objetos o prácticas. Plantea que el modo de
la representación, clasificación, moderna nunca se ha correspondido con lo que
realmente sucede en el pensamiento y en la práctica de la vida cotidiana, pues
política, arte, religión, economía, ciencia, tecnología, derecho, ficción, estan
enmadejados en el nudo gordiano de naturaleza y cultura, no obstante, tales entresijos
del nudo a la hora del análisis crítico se individualizan, dando cuenta de su
separatividad y recorte de las categorías de análisis usuales: naturaleza, política o
discurso. No obstante, no se habla de la cosa en sí, ni de la razón instrumental y sus
aplicaciones políticas, es así que se desconoce y malentienden las finas redes que
se entretejen que no son ni objetivas ni sociales, ni efectos del discurso, sin embargo
son reales, colectivas y discursivas, y comprenden el mundo en el que vivimos.
Denomina la proliferación de los híbridos, la contaminación del virus del sida desde
Africa a París, crímenes contra la atmósfera en bosques que arden, tratados
internacionales con derecho a moratoria, embriones congelados, computadoras y
microchips controlados por japoneses, agujero de ozono, químicos y pacientes
desesperados que se encuentran comprometidos en una misma historia incierta. Sin
embargo los analistas recortan en filos hilos tantas disciplinas hayan sin mezclar el
conocimiento, la justicia y el poder. ¿Cómo comprender estos objetos extraños que
invaden nuestro mundo? ¿Proceden de la naturaleza o de la cultura?
Entrando al tema.
Menciona a críticos como Changeux, Bourdieu, Derrida, los que reducen únicamente
a tres repertorios para hablar de nuestro mundo: la naturaleza de las cosas o al
contexto social y se olvidan de conectar a ambas. Estos modernos intentan separar el
mundo natural del mundo social, pero justamente esa dicotomía hace que los híbridos
proliferen. Los analistas, pensadores, periodistas tratan de purificar las disciplinas o
sea separarlas en compartimentos, en un intento clasificatorio. Intentan descomponer
el conocimiento, el interés, la justicia, el poder, lo global y lo local, lo humano y lo no
humano. Por otro lado, sostiene que debemos hacernos cargo como intelectuales en
crisis de nuestro propio modo de clasificación no moderno, reconociendo al mismo
tiempo de que nunca lo fuimos. La modernidad no acepta la unión de la red
Naturaleza-Cultura, establece una separación entre los tres repertorios, la naturaleza
bajo la idea de dominación, la política como empresa ilimitada, dominación del
hombre por el hombre y el discurso. Dispone como ejemplo de ser antimodernos el
dilema absurdo en lo sucedido en 1989, lo que simbolizó la caída del muro de Berlín,
de la expiación dialéctica socialista que propuso la desaparición de la explotación del
hombre por el hombre lo que redituó en la multiplicación indefinida de la explotación
misma, la revolución de las supuestas elites obreras vuelven a su lugares fabriles, y
así el occidente liberal reconstituye campante y sonante sus lugares de explotación.
¿No había que salir de la explotación? ¿No había que tratar de ser amo y señor de la
naturaleza? La doble tarea fue emprendida por un lado por la política, por otro lado
por la tecnociencia, empresa que trajo el desastre, el desconcierto de la doble
asimetría y la cuestión que confunde a la modernidad, premodernidad, y
posmodernidad. Propone a su vez pensar de que si queremos entender las matrices
antropológicas de nuestro pasado es necesario considerar las redes socio-técnicas
que incluyen las tres categorías juntas, antes mencionadas, que daría lugar a una real
antropología comparada.
Sin embargo, los antropólogos tradicionales, los que adhieren al método etnográfico
han ido a los trópicos a estudiar los márgenes de las otras culturas. La conquista de
su permanecía marginal de lo que se pretende reconstruir se encuentra lejos de la
crítica y la crisis, pues da cuenta en sus observaciones de las redes sociotécnicas,
como un tejido sin costura, capaz de relacionar la estructura de los mitos con las
genealogías, las jerarquías de poder, las religiones, sus sistemas de creencias, sus
técnicas, sus juegos de poder, sus economías, en suma la totalidad de su existencia.
No obstante, los modernos, justamente por ser modernos, no somos analizados como
la pensee sauvage, y la asimetría antropológica se pierde al no componer las redes
sociotécnicas y políticas que den lugar a la continuidad de los análisis desde un punto
en común.
Las cuatro garantías de la Constitución moderna son para Latour: (a) que la naturaleza
(esto es, las cosas, los objetos) es “trascendente”, universal en el tiempo y el espacio;
(b) que la sociedad (el sujeto, el Estado) es “inmanente”, esto es, que es construida
continua y “artificialmente” por parte de los ciudadanos y los sujetos; (c) que los
“sistemas de traducción” entre estas dos primeras esferas están “prohibidos”, esto es,
la “separación de poderes” entre estas dos esferas está “asegurada”; (d) que un “Dios
tachado” actúa como “árbitro” de este dualismo[3]. Ahora bien, a diferencia de la ley, lo
que este dualismo constitucional permite y fomenta es la invención e innovación de
una multitud, de una proliferación de cuasi-objetos, de híbridos que violan totalmente
las categorías y garantías de la modernidad. Nosotros los modernos cerramos
nuestros ojos ante la hibridez de las máquinas, las tecnologías y otros cuasi-objetos,
de los “monstruos” que se producen de esta manera. Nosotros los modernos
tendemos a clasificarlos con las categorías dualistas convencionales. Y sin embargo
producimos estos híbridos y estos monstruos a una escala nunca antes imaginada.
Más aún, nuestras categorías dualistas (antihíbridas) han facilitado la producción e
innovación de estos cuasi-objetos proliferantes. Pero hemos llegado a un punto, dice
Latour, en el que estos cuasi-objetos, estos monstruos (como son las tecnologías
genéticas, las máquinas pensantes y las capas de ozono) se han hecho tan
omnipresentes que ya no podemos negar su existencia. Debemos reconocer, por lo
tanto, que no somos modernos y que nunca lo hemos sido.