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En Humanitas 20
Texto de la exposición hecha por el autor en Roma, en el marco del Jubileo de los docentes
universitarios. Septiembre 2000.
El lema con que hemos venido desde nuestros claustros universitarios a celebrar con
gozo esta jornada jubilar, “La Universidad para un nuevo humanismo”, nos hace renovar el
sentido de nuestra vocación y misión de “diaconía de la verdad” en el corazón de cada una de
las culturas que aquí representamos. Pero no podríamos ser portadores de esperanza para la
vida de la sociedad si no encarnamos la sabiduría que anunciamos en nuestras propias
comunidades universitarias. Por ello, quisiera referirme a la importancia de un nuevo
humanismo para renovar la vida de la Universidad.
Nuestra época no es, a este respecto, una excepción. La conciencia humana quedó
estremecida después de las dos guerras mundiales, después de Auschwitz y de los Gulags, ante
la comprobación de que los actos más irracionales y destructivos de la dignidad humana se
realizan ahora con los medios más racionales que el ser humano ha podido crear en virtud de
su ciencia. La conmoción producida por estos hechos creó el ambiente propicio para proclamar
solemnemente la Declaración Universal sobre los Derechos Humanos en 1948 a la que han
adherido la mayoría de los Estados del mundo. Pero sabemos que no ha sido suficiente. Los
profundos cambios sociales introducidos desde entonces por la innovación tecnológica en la
biología, la informática y las comunicaciones sociales no han sido acompañados por un
fortalecimiento congruente de la conciencia moral, perdiendo ésta incluso su capacidad de
estremecerse ante los actos de inhumanidad. La legalización del aborto ha tenido, en este
contexto, un significado emblemático, puesto que es un signo de la amenaza más general de
consagrar la “tiranía de los fuertes sobre los débiles” como principio rector de la convivencia
humana, con su secuela de discriminación e inequidad tanto a nivel de las relaciones
interpersonales, como en el nivel más “globalizado” del intercambio económico y de las
relaciones internacionales.
Fides et ratio nos ha proporcionado una mirada profunda sobre la situación del
pensamiento moderno en relación a este dilema y sobre el divorcio consiguiente entre la razón
y la sabiduría. Eclecticismo, cientificismo, historicismo, pragmatismo y nihilismo1, son las
variantes que menciona la Encíclica del itinerario del así llamado “pensamiento débil”, el cual,
despreciando los datos de la Revelación, ha terminado por minar la confianza misma en la
capacidad de la razón para buscar la unidad y el fundamento de lo real. Cuando se desconfía
de la capacidad racional y sapiencial que es fruto de la unidad de la razón y de la fe en la
contemplación de la verdad, nos advierte, el hombre pierde toda dimensión objetiva para
mirar los sucesos de la historia, pudiendo llegar a las arbitrariedades más extremas y a las
peores denigraciones de su dignidad.
Como universitarios, sabemos que este dilema no sólo afecta hoy al ambiente cultural
de esta época, que valoriza la dimensión instrumental de la ciencia y de la técnica por encima
de cualquier consideración relativa a la moralidad de los actos humanos, sino que afecta
también a la propia Universidad, al sentido de nuestro trabajo cotidiano y, consiguientemente,
a la actitud con que miramos nuestra vocación de servicio a las personas y a las culturas en las
que vivimos inmersos. Como dijo una vez Chesterton, “el sabio es quien quiere asomar su
cabeza al cielo”, al infinito, en tanto que el loco es “quien quiere meter el cielo en su cabeza”,
creyéndose, precisamente, la medida de todo. Este es también el dilema del humanismo actual
al que nos vemos enfrentados cotidianamente en la docencia e investigación.
1
Cfr. Fides et ratio, números 85 – 91.
2
Ex Corde Ecclesiae n.1.
3
injusticia, como previene San Pablo. Preferir la verdad a la mentira no es solamente un acto
propio de la capacidad cognoscitiva del intelecto humano, sino también un acto propio de la
libertad que busca el bien, y con ello, la realización plena del sentido de la existencia.
Surge entonces la pregunta: ¿Es la pérdida del sentido metafísico de la unidad de lo real
verdaderamente un problema de complejidad evolutiva que ha vuelto imposible la existencia
de un punto de observación para el conjunto de las conductas humanas o se trata más bien de
una renuncia deliberada a la inteligencia contemplativa, a su contenido propio, que es la
verdad, y a la justificación que de ella nace para la libertad? Esta misma interrogante puede
formularse también, dramáticamente, en el plano antropológico: ¿Es la persona humana,
única completa e indivisible, el único sujeto óntico de la cultura, su objeto y su término, como
afirmó solemnemente el Santo Padre ante la UNESCO,3 o la organización funcional de la
sociedad ya no reconoce ninguna realidad finita como indisponible y todo lo que tiene
existencia social está sometido a criterios de eficiencia que suponen la comparabilidad y la
sustituibilidad?
3
Discurso de S.S. Juan Pablo II ante la UNESCO, 2 de junio de 1980, números 7 y 8.
4
Nietzsche, Federico, La voluntad de poderío, editorial Edaf, Madrid, 1981, pág. 33.
4
filosóficas y teológicas cristianas, para afirmar, una vez más, que la razón no tiene su
fundamento en la necesidad de autorregulación de los procesos naturales, sociales o políticos
en busca de equilibrios sustentables, sino en las exigencias del corazón humano que busca un
significado para su presencia en el mundo. Como de modo admirable ha sido expuesto en la
tradición metafísica de la Iglesia, el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del
hombre.5 Sin embargo, la misma tradición enseña que este deseo humano de infinito descubre
pronto su propia finitud y la búsqueda de una verdad universal y absoluta debe aceptar la
precariedad e incompletitud [sic] de lo conocido. La razón humana alcanza, de este modo, el
umbral del Misterio, el cual puede presentir y desear ardientemente conocer, mas no puede
por sí sola penetrar. Sólo la fe es capaz de cruzar este umbral, puesto que ella es una luz que
no proviene del ser humano sino de Dios mismo.
Tanto la Constitución Ex Corde Ecclesiae como la Encíclica Fides et ratio constituyen dos
documentos proféticos para la Evangelización de la Cultura de cara a los desafíos de este
comienzo de milenio. La primera de ellas señala que “nuestra época tiene necesidad urgente
de esta forma de servicio desinteresado que es el de proclamar el sentido de la verdad, valor
fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre... Por lo
cual, [la universidad] sin temor alguno, antes bien con entusiasmo trabaja en todos los campos
del saber, consciente de ser precedida por Aquel que es (…) el Logos, cuyo Espíritu de
inteligencia y de amor da a la persona humana la capacidad de encontrar con su inteligencia la
realidad última que es su principio y su fin”.6
Por su parte, Fides et ratio nos exhorta a la renovación de la mirada contemplativa sobre
el mundo en el doble sentido de transformar el saber en sabiduría y de pasar del fenómeno al
fundamento. Ambos aspectos son esenciales a la vocación universitaria. En la Universidad no
sólo se elabora un pensamiento que refleja la síntesis del saber, sino que ese saber se hace
persuasivo para quien lo conoce sólo cuando se encarna en personas, es decir, cuando
encierra una verdad sobre la que se puede tener experiencia y dar testimonio. Se hace
entonces sabiduría. Buscar el fundamento es la necesaria consecuencia de esta actitud. Para
quien busca tener experiencia de la verdad y de su significado, no puede ser satisfactoria la
mera descripción de los fenómenos que estudia. La cuestión del fundamento aparece en el
horizonte de la razón precisamente cuando ella se atreve a formular la pregunta por la
finalidad, por el por qué. En ella se expresa la tensión entre lo finito y lo infinito, entre lo
condicionado y lo incondicionado, conquistando para la razón la libertad necesaria para
superar su ensimismamiento y abrirse al significado objetivo de todo lo que existe.
5
Cfr. Fides et ratio n. 3.
6
Ex Corde Ecclesiae n. 4.
5
7
Col. 1, 16-17.
6