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Módulo I - Estado, ciudadanía y derechos nociones básicas

Diapositivas

Tener una noción de que es el Estado, identificarlo como una construcción histórica y
conocer sus distintos tipos, así como poder identificar la vinculación entre Estado y
ciudadanía, y distinguir qué es la ciudadanía y su relación con la noción de derechos es
importante para la formación en Psicología porque la producción de subjetividad está
directamente relacionada con la cotidianeidad y las prácticas sociales que ella incluye, es
decir, los procesos psicológicos estan ligados a las condiciones de existencia y a las
prácticas sociales. En este sentido, los modelos, experiencias y contenidos culturales con
que las personas cuentan para alimentar y sostener su proceso identitario provienen de: las
redes sociales, las tradiciones culturales, los niveles de integración laboral y educativo así
como las modalidades de ejercicio de la ciudadanía y las políticas públicas.

Es decir que tanto las políticas sociales como sus representantes y efectores, así tanto
como nosotros, participamos activamente en la construcción de su subjetividad. Nuestras
intervenciones asignan a esas personas lugares y roles, interpretan y jerarquizan sus
necesidades y proponen metas en términos de un “deber ser” deseado o esperado desde
una determinada perspectiva.

El concepto de política social, según Fleury, involucra:


- Una dimensión valorativa: fundada en un consenso social, que responde por las
orientaciones y normativas que permiten escalonar prioridades y tomar decisiones
- Una dimensión estructural: que recorta la realidad de acuerdo a sectores, basados
en la lógica disciplinaria y en las prácticas y estructuras gubernamentales
- El cumplimiento de funciones: vinculadas tanto a los procesos de legitimación
como a los de acumulacion, en la reproduccion de la estructura social
- Procesos político-institucionales y organizativos: relativos a la toma de
decisiones sobre la identificación de problemas, escalonamiento de prioridades y
diseño de estrategias, la asignación de recursos y medios y el cumplimiento de
metas
- Un proceso histórico de formación de actores políticos: y su dinámica relacional
con las disputas por el poder
- La generación de normas: muchas veces legales, que definen los criterios de
redistribución e inclusión en una determinada sociedad.

Politica social y ciudadania

El concepto de política social es indisociable del de ciudadanía. En particular, nos interesa


profundizar sobre la dimensión social de la ciudadanía. Está es una construcción reciente.

Teoría de la ciudadanía (Marshall, 1950)

Los temas que centran el examen del autor son 3:


1. la propuesta de un concepto normativo de ciudadanía
2. el desarrollo historico de está
3. la relación de tensión entre los derechos de ciudadanía y las desigualdades sociales

La ciudadanía se identifica como un status y este deriva de la atribución de derechos y


deberes que estan vinculados a la idea de ser un miembro pleno de una comunidad, es
decir, a la titularidad de una serie de derechos
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El desarrollo histórico de la ciudadanía ha atravesado 3 fases en donde se han reconocido
los derechos civiles, políticos y económicos o sociales, es decir, se ha producido un proceso
que ha consistido en una extensión gradual de estos derechos que ha extendido, a su vez,
los derechos a distintos grupos de sujetos que se han ido incorporando a la categoria de
ciudadania.

Estas 3 fases históricas en la formación de la ciudadanía son:


- Siglo XVIII: la ciudadanía civil ampara los derechos de libertad individual (libertad de
expresión, de pensamiento y religión, derecho a la propiedad y justicia)
- Siglo XIX: la ciudadanía política está vinculada al sufragio y al derecho a la
organización política (derecho a elegir y ser elegido)
- Siglo XX: la ciudadanía social aparece en la segunda mitad del siglo XX asociada a
la protección social y al Estado de Bienestar

Según Marshall, la noción de ciudadanía se vincula con la democracia (status de igualdad).


Se parte de la idea de que para ser ciudadanos y participar plenamente en la vida pública
un sujeto necesita encontrarse en cierta posición socio-económica. Por tanto, la noción de
ciudadanía depende de la dimensión social y económica. Puesto que las desigualdades y la
insatisfacción de necesidades básicas interfieren con la capacidad de deliberación o la
afirmación de la solidaridad como vínculo social de cohesión.

El concepto de ciudadanía considera que ser ciudadano no queda reducido a la titularidad


de derechos, sino que exige la satisfacción de derechos sociales. Incorpora al concepto de
ciudadanía las condiciones para el ejercicio de capacidades y la participación en los
resultados sociales.

La ampliación del enfoque de derechos

Las acciones que se emprendan no son solo el cumplimiento de mandatos morales o


políticos, sino la vía escogida para hacer efectivas las obligaciones jurídicas, imperativas y
exigibles, impuestas por los tratados de DDHH.

Los diversos marcos conceptuales no abordan todos los derechos, sino que procuran
identificar aquellos que son fundamentales para las estrategias de desarrollo o de reducción
de la pobreza.
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Construcción de la subjetividad en la exclusión - Giorgi

Para introducirnos en el tema que nos convoca es necesario definir una cierta mirada
teórica sobre los procesos psicológicos que los considera indisolublemente ligados a las
condiciones de existencia y a las prácticas sociales.

Época, cultura y lugar social pasan así a ser 3 coordenadas centrales en todo abordaje de
la subjetividad humana.

La vida cotidiana -en tanto estructura de prácticas y significaciones constituida por los
diversos intercambios a través de los cuales los seres humanos satisfacen sus
necesidades, producen y reproducen la vida- pasa a ser núcleo de interés de la psicología.

La producción de subjetividad aparece directamente relacionada con esa cotidianidad y las


prácticas sociales que ella incluye.

Producción de subjetividad y prácticas sociales

Entiendo por “producción de subjetividades” las diferentes formas de construcción de


significados, de interacción con el universo simbólico-cultural que nos rodea, las diversas
maneras de percibir, sentir, pensar, conocer y actuar, las modalidades vinculares, los
modelos de vida, los estilos de relación con el pasado y con el futuro, las formas de
concebir la articulación entre el individuo (yo) y el colectivo (nosotros). Es parte de los
procesos de autoconstrucción de los seres humanos a través de sus prácticas sociales.

En nuestra sociedad pueden identificarse conjuntos de prácticas sociales especialmente


eficientes en la modelación de la subjetividad. Dichos conjuntos son:
- El lugar asignado al sujeto en el universo simbólico del grupo de referencia y las
prácticas discursivas que a partir de él se construyen.
- Las prácticas, modelos y matrices de relación que predominan en el ámbito privado
(familia, microgrupo).
- Prácticas y matrices vinculares predominantes a nivel público (instituciones)
- Criterios de prohibición y permisibilidad, derechos y obligaciones asignadas al sujeto
desde el sistema normativo.
- Imágenes, modelos y valores que circulan a través de los medios masivos de
comunicación.

Estas “prácticas” y “discursos” operan sobre la producción de subjetividades a través de 3


mecanismos básicos y complementarios:
1. Asignación-asunción de roles y lugares:
2. Modelación que incluye tanto “modelos” que alimentan el proceso identitario como
“matrices vinculares” que modelan estilos de relación.
3. Aprendizaje que hace a los efectos de las experiencias vitales sobre las estructuras
actitudinales de los sujetos.

Los modelos, experiencias y contenidos culturales con que las personas cuentan para
alimentar y sostener su proceso identitario provienen de: las redes sociales, las tradiciones
culturales, los niveles de integración laboral y educativo así como las modalidades de
ejercicio de la ciudadanía y las políticas públicas.

Entendemos por redes sociales al entramado de relaciones de diversa naturaleza a través


del cual se producen diferentes intercambios e interacciones relativas a las necesidades
humanas.
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Estas redes varían de un sujeto a otro, de un grupo a otro en su amplitud, riqueza, fortaleza,
diversidad, constituyendo parte de los “recursos” con que las personas cuentan para
afrontar las situaciones problemáticas propias de su existencia.

Se operan así procesos de afiliación e inscripción que mantienen al individuo dentro de un


cierto espacio social de referencia.

Su ruptura o desafiliación es un paso determinante en los procesos de exclusión.

Tradiciones culturales: en la producción de subjetividad la cultura adquiere una especial


importancia como articuladora entre lo individual y lo colectivo, lo psicosimbólico y lo
sociohistórico. Posibilita la inscripción del sujeto en una tradición que lo trasciende y de la
cual derivan ciertos “enunciados identificatorios”.

Dichos enunciados son juicios de contenido valorativo provenientes de las figuras


parentales y retomadas por otros portavoces del discurso social que atribuyen a los sujetos
de las nuevas generaciones un lugar y un destino social.

A nivel de los sectores populares asistimos a una verdadera disolución de la “cultura obrera”
que durante todo el pasado siglo sostuvo imágenes, valores y modelos de vida que
operaron como sostén de procesos de construcción de identidades y como factor de fuerte
inclusión social.

Hoy ese “mundo del trabajo” ha cambiado y los barrios populares viven un proceso de
“desproletarización”.

Esto genera en los jóvenes la ausencia de lugar social y de proyecto colectivo sobre el cual
apoyar el propio. Asignarse y ser asignado es ocupar un lugar en el conjunto de sus
semejantes.

La ausencia de lugar podría caracterizarse como un sentimiento de “afanisis”: ansiedad de


no ser, no existir, no ser nadie para otros. Esto lleva a la acción compulsiva como forma de
expresar que “está ahí” que “existe”.

Trabajo y educación: en nuestra cultura el trabajo y la educación han sido factores de


integración social: articuladores entre el ámbito privado y el público, sostén de vínculos e
intercambios sociales, incluyen al sujeto de un proyecto colectivo que opera como sostén
posibilitador de los proyectos personales.

El “mundo del trabajo” ha cambiado, la imagen del trabajo asalariado, socialmente regulado,
estable, sindicalizado y que operaba como matriz y soporte en la construcción de
identidades sociales y de subjetividad tiende a desaparecer en nuestra cultura. En su lugar,
emerge la tendencia al trabajo informal, desregulado, sin permanencia a través del tiempo
que estimula actitudes individualistas entre los trabajadores. Estas modalidades de trabajo
no tienen la consistencia necesaria para sostener procesos identitarios ni operar como
apoyatura de proyectos personales.

Se desvanece así la imagen del trabajador como sujeto de derecho y actor colectivo
pasando a constituirse en un individuo aislado que actúa desde su necesidad perdiendo
capacidad de negociación y autoestima. La educación -especialmente la escuela- constituye
un espacio de especial relevancia en la producción de subjetividad.
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En los últimos años hemos observado a nivel de la educación dos procesos
complementarios que tienden a revertir su potencial de integración social.

Por una parte la creciente segregación territorial. Los habitantes de las zonas se
caracterizan por cierta condición social más o menos homogénea y las escuelas reflejan
esto.

Por otra parte, si bien el acceso a la educación primaria continúa siendo casi universal, no
todos los niños acceden con similar probabilidad de éxito o fracaso. Quienes provienen de
hogares pobres tienen una probabilidad superior al 50% de experimentar el llamado
“fracaso escolar” iniciando así una experiencia de rechazo, impotencia y ajenidad en
relación a la cultura institucional. Dicha experiencia marca su subjetividad y opera como
inicio de procesos de frágil integración social con el consiguiente riesgo de caer en la
exclusión.

Participación, ejercicio de la ciudadanía

Cuando los sujetos adquieren una identidad social que les permite expresarse a través de
sus colectivos y adoptar posturas activas en pro de la defensa o restitución de sus
derechos, se opera una inclusión en la dinámica social. No obstante, cuando sobre ellos
recae la adjudicación de cierta “inutilidad social” quedan también descalificados en el plano
cívico y político.

Políticas sociales y práctica social: cuando los niveles de inclusión social comienzan a
deteriorarse y los sujetos no acceden a resolver sus necesidades en base a sus propios
recursos ingresamos en la “zona de vulnerabilidad”. Se abre un nuevo espacio de prácticas
y relaciones sociales conformado por el entramado de organizaciones y efectores de
políticas públicas focalizadas.

La “focalización” cuando se enmarca en políticas sociales asistencialistas, incluye la


identificación del usuario con un lugar simbólico marcado por la vulnerabilidad, la
predisposición, la inviabilidad de alternativas autónomas. Estas experiencias llevan a que
las políticas sociales atraviesen la vida cotidiana de las personas y condicionen el resto de
sus prácticas.

Podríamos afirmar que las políticas sociales dirigidas a sectores de frágil integración a la
cultura hegemónica forman parte de verdaderas políticas de subjetividad.

Tanto las políticas sociales como sus representantes y efectores -o sea organizaciones,
equipos, técnicos y otros agentes- participamos activamente en la construcción de su
subjetividad. Nuestras intervenciones asignan a esas personas lugares y roles, interpretan y
jerarquizan sus necesidades y proponen metas en términos de un “deber ser” deseado o
esperado desde una determinada perspectiva.

En este sentido, resulta revelador el análisis del lenguaje utilizado. Este no es algo neutro.
Conforma operaciones discursivas, asigna significados a través de una dinámica de
adjudicación-asunción de diferentes lugares en el universo simbólico de la sociedad que
involucra tanto a los operadores institucionales como a los destinatarios de las acciones y
programas.

Términos como: marginado, excluido, vulnerable, etc, sostienen discursos diferentes acerca
de la problemática social básica. A través de su análisis podemos develar una verdadera
“disputa de significados” acerca del problema y el lugar asignado a los sujetos que lo viven.
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Por otra parte los operadores también reciben y asumen denominaciones con fuertes
connotaciones: educador, asistente, defensor, etc. Estos posicionamientos crean y
refuerzan identidades sociales con sus consiguientes subjetividades.

La exclusión social

Proponemos pensar la exclusión como un proceso interactivo de carácter acumulativo en el


cual -a través de mecanismos de adjudicación y asunción- se ubica a personas o grupos en
lugares cargados de significados que el conjunto social rechaza y no asume como propios.
Esto lleva a una gradual disminución de los vínculos e intercambios con el resto de la
sociedad restringiendo o negando el acceso a espacios socialmente valorados.

Dicho proceso alcanza un punto de ruptura en el cual las interacciones quedan limitadas a
aquellas que comparten su condición. De este modo el universo de significados, valores,
bienes culturales y modelos, así como las experiencias de vida de que los sujetos disponen
para la construcción de su subjetividad se ven empobrecidos y tienden a fijarlo en su
condición de excluido.

El proceso gradual y acumulativo que lleva a la exclusión puede atravesar más de una
generación, y por lo tanto, existen sujetos que nacen en ese tránsito hacía la exclusión con
muy escasas posibilidades de revertir o aun detener dicho proceso. Surge así la noción de
vulnerabilidad.

La pobreza no es necesariamente exclusión, pero la exclusión siempre implica pobrezas en


tanto inaccesibilidad al capital social, cultural, sociohistórico y psicosimbólico de que
dispone la sociedad de referencia.

Algunos rasgos característicos de la subjetividad de sujetos en situación de


exclusión:
- Autoestima: las personas pertenecientes a estos sectores se caracterizan por una
baja autoestima. En una cultura donde se predica que el éxito depende de las
condiciones, actitudes e iniciativas personales, el fracaso también queda planteado
como una responsabilidad personal. Esto genera vergüenza y puede considerarse
como una “privatización de la culpa” en relación a la propia pobreza. Ante esto
suelen manejarse defensas omnipotentes, mecanismos compensatorios de la
desvalorización, actitudes transgresoras como respuesta a una sociedad que los
agrede.
- Impulsividad - tendencia al acto: se observa ausencia de mediatización entre
afecto y acto. Los sentimientos y afectos se expresan a través de la acción. Esto
lleva a la predominancia de un código comunicacional basado en el gesto y la acción
en desmedro de la expresión verbal. La desvalorización personal llega al extremo de
desconocer las consecuencias de sus acciones, generando actitudes de
irresponsabilidad social. Los aspectos humanos, afectivos y la reflexión no tienen
lugar en esa cotidianidad.
- Pseudoidentidad: la ausencia de modelos lo suficientemente valorados como para
sostener los procesos identitarios lleva a adoptar pseudoidentidades basadas en la
imitación de modelos mediáticos que no corresponden a su realidad. Estos “vacíos
identitarios” explican la dificultad de sostener posturas propias diferenciadas del
grupo de pertenencia y la consiguiente tendencia a “Actuar como los otros”
(isoformismo)..
- Manejo del tiempo: la ausencia de proyecto (futuro) y de tradición (pasado) lleva a
una suerte de presentismo donde los horizontes temporales son estrechos. Este
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“presentismo” lleva a la vivencia del tiempo como algo que no pasa, que está allí
detenido. Las motivaciones son solo inmediatas no existiendo posibilidad de un
pensamiento estratégico que dé lugar a proyectos personales ni colectivos a
mediano ni largo plazo.
- Modalidades vinculares: los vínculos son inestables existiendo una dificultad de
reconocer el “lugar del otro”. Esto puede asociarse a la ausencia de registro de la
experiencia de ser considerado por otros. La violencia irrumpe con frecuencia en
estos vínculos como expresión desplazada de la violencia estructural introyectada en
su experiencia social.
- Ajenidad de la sociedad y la política: los procesos sociales y políticos son
percibidos como algo ajeno en su mundo. No despiertan interés en la medida que se
considera que su vida no va a cambiar en función de dichos procesos.
- Locus de control externo: se trata de la convicción íntima de que su vida y su
realidad no está en función de factores que él pueda controlar o sobre los que pueda
incidir, sino de procesos que se dan en un lugar (locus) externo a su esfera de
acción. Es una variedad de fatalismo que lleva al sometimiento y la renuncia al
protagonismo del sujeto como agente transformador de su entorno. Motiva la
renuncia al protagonismo social y político.

La exclusión como proceso compromete la globalidad de la persona y su entorno inmediato.


Incluye la desafinación de redes sociales, la marginación del mercado de trabajo, la no
asignación dentro de su cultura de origen y la negación de una identidad como sujeto
colectivo desde la cual ejercer su plena ciudadanía.

No se trata de que los sujetos en situación de exclusión no tengan vínculos, ni cultura, ni


realicen trabajos. Se trata de una pérdida de sentido de esos elementos como componentes
que sotengan un proyecto personal entrelazado con otros proyectos personales y colectivos
socialmente valorados.

La relación entre exclusión y subjetividad no puede pensarse como relación de causalidad


lineal en uno ni en otro sentido. Proponemos pensarla en términos de causalidad circular o
recurrente en la cual la práctica social genera una cierta subjetividad que a su vez recurre
sobre la situación social reforzándola o abriendo posibilidades de transformación.
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Políticas sociales y ciudadanía - Fleury

El concepto de política social: existen 5 conceptualizaciones diferentes de la política


social

1. Conceptualizaciones finalísticas: algunas definiciones de política social pueden


ser caracterizadas como teológicas porque su énfasis principal está dada por el
deber ser, o las finalidades que la política social debería cumplir.

La ventaja principal de las definiciones finalísticas consiste en llamar la atención al


contenido valorativo de la política social, considerando que las políticas sociales estan
basadas en un conjunto de valores que orientan las definiciones y estrategias.

La principal limitación de estas definiciones reside en su incapacidad de proveer un


instrumento para el análisis de las realidades concretas de las políticas sociales. O sea,
cuando las políticas sociales no estan cumpliendo con las finalidades enunciadas, tales
como reducir las desigualdades ¿significa que no existe política social en un dado país?. Al
negar la existencia de políticas concretas porque no estan cumpliendo con las finalidades
que consideramos ser las de la política social, estaríamos perdiendo la posibilidad de
comprender la realidad y, por consiguiente, interferir en su curso.

2. Conceptualizaciones sectoriales: una forma tradicional de definir las políticas


sociales es el recorte de las acciones y programas que se sitúan en los diferentes
sectores, reconocidos como sociales. En ese caso se definen las políticas sociales
como las decisiones, estrategias e instrumentos (programas y proyectos) que se
orientan para el cumplimiento de determinadas metas en los sectores de educación,
salud, vivienda y seguridad social, a manera de ejemplo.

La ventaja principal, en este caso, sería el hecho de delimitar el campo social a partir de
sectores institucionales.

Sin embargo, las conceptualizaciones sectoriales tienen varias deficiencias, entre ellas:
- Son meramente descriptvas, no proveen instrumentos analiticos
- Son inspiradas en las divisiones de la estructura gubernamental y no reconocen la
intersectorialidad de los problemas sociales
- Suponen una separación artificial entre políticas económicas y sociales

En resumen, aunque nos ayuden a recortar una realidad concreta, por medio de una
definición de sus límites, está definición suele ser arbitraria y desconoce la complejidad de
los problemas.

3. Conceptualizaciones funcionales: algunas definiciones de políticas sociales se


basan en la función que esas políticas suelen cumplir. Estas definiciones llaman la
atención a las consecuencias de las políticas, que pueden ser muy diferentes de los
enunciados finalísticos y metas sectoriales. Esto nos permite profundizar el análisis
de sus efectos en la sociedad.
El principal problema de las conceptualizaciones funcionales radica en el raciocinio
funcional que no permite identificar contradicciones. El definir un proceso no por sus
características inherentes, sino por la función que viene a cumplir, conduce frecuentemente
a análisis simplistas de la complejidad de las políticas sociales, ya que su sentido o está
predeterminado por su función o solo puede ser identificado “ex-post facto”.
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4. Conceptualizaciones operacionales: muchas de las definiciones de política social
enfatizan los instrumentos y mecanismos utilizados para organizar la acción dirigida
a determinados fines. En estas definiciones la política social es caracterizada como
una política pública, involucrando tanto la toma de decisiones con relación a cómo
enfrentar un problema identificado como prioritario en la agenda pública, así como el
conjunto de medidas, de carácter institucional e instrumental que son movilizados
para alcanzar el fin propuesto.

Al llamar la atención a la dimensión política-institucional y organizacional de las políticas


sociales, las conceptualizaciones instrumentales alcanzan a dar una materialidad a la
política social, además de los aspectos valorativos, finalísticos y funcionales.

Las principales limitaciones de está conceptualización son consecuencia de su


privilegiamiento de la visión de la política como un proceso institucional -en general
identificado como gubernamental- en el cual tiene lugar la toma de decisiones racionales,
basadas en un fuerte contenido técnico. De ese modo se deja de lado el proceso político
más general, que pasa a ser visto como externo a la institución, actuando como grupos de
presión que generan insumos para la toma de decisiones institucionales. Esa separación del
contexto institucional es ficticia y genera grandes dificultades para la comprensión de las
reales articulaciones entre Estado y sociedad.

5. Conceptualizaciones relacionales: en algunas definiciones la política social es


vista como producto de una dinámica relacional de poder, en la cual diferentes
actores son constituidos, se interpelan, se enfrentan y redefinen sus identidades y
estrategias.

En estas definiciones, el énfasis radica en las relaciones que, históricamente, se establecen


entre los diferentes actores sociales, por la redefinición de las relaciones de poder, con
consecuencias en la distribución de los recursos producidos en una determinada sociedad.
El Estado, representado por los agentes e instituciones gubernamentales, es tomado como
un actor privilegiado, pero también una arena donde se enfrentan los intereses constituidos
y organizados.

Pero, muchas veces, la discusión del poder en las conceptualizaciones relacionales, al


ampliar la visión de la política social hacía la lucha por el poder e insertarla en el ámbito de
la sociedad, termina por quedarse limitada por su incapacidad de considerar, igualmente, la
distribución institucional-instrumental del ejercicio del poder, planteada en las
conceptualizaciones anteriormente tratadas. En este caso terminase perdiendo las
especificidades de la política social.

Dos elementos adicionales: una contribución importante a la comprensión de las políticas


sociales fue el planteo de la Política Social como una meta-política, planteada por Santos
(1993) en la medida en que la Política Social provee los principios que permiten ordenar
opciones trágicas, entre distribución y concentración de riquezas, visto que toda política
social efectiva sería una política redistributiva. Podemos añadir que la política social es una
meta-política porque también provee el criterio para inclusión y/o exclusión de los
individuos.

En resumen, el concepto de política social es bastante complejo, ya que involucra:


- Una dimensión valorativa: fundada en un consenso social, que responde por las
orientaciones y normativas que permiten escalonar prioridades y tomar decisiones
- Una dimensión estructural: la cual recorta la realidad de acuerdo a sectores,
basados en la lógica disciplinaria y en las prácticas y estructuras gubernamentales
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- El cumplimiento de funciones: vinculadas tanto a los procesos de legitimación
como también a los de acumulacion, en la reproduccion de la estructura social
- Procesos político-institucionales y organizativos: relativos a la toma de
decisiones sobre la identificación de los problemas, escalonamiento de prioridades y
diseño de estrategias, así como la asignación de recursos y medios necesarios al
cumplimiento de metas
- Un proceso histórico: de formación de actores políticos y su dinámica relacional en
las disputas por el poder
- La generación de normas: muchas veces legales, que definen los criterios de
redistribución e inclusión en una determinada sociedad.

Los múltiples determinantes de la política social

Como un campo de la política, la política social se trata, en última instancia, de las reglas y
mecanismos que permiten el ejercicio, manutención o cambio, concentración o distribución
del poder. La complejidad del campo de las políticas sociales es fruto de los diferentes y,
muchas veces, contradictorios factores que determinan su configuración y dinámica.

- Un conjunto de valores: la política social está fundada en la existencia de un


principio de justicia que se produce como parte de la construcción social que es
generada a partir de valores compartidos socialmente y de normas colectivas que
orientan la conducta. En otras palabras, aunque la política social se exprese como
una decisión gubernamental, ella tiene como fundamento una construcción colectiva
de un principio de justicia que posibilita a los gobernantes la elección de valores
como igualdad, solidaridad, etc, y el establecimiento de prioridades y metas.

El grado de consenso alcanzado con relación a valores que definen los principios de
justicia y orientan decisiones políticas es crucial para definir la sostenibilidad e
incluso la eficacia de las políticas sociales.

La suposición de valores compartidos, sin embargo, no desconoce el conflicto entre


diferentes intereses que convergen en la constitución de las políticas sociales.

- Un campo de lucha: en consecuencia, el campo de las políticas sociales es


atravesado por las luchas y enfrentamientos de diferentes fuerzas sociales, en el
proceso de constitución, mantenimiento y contestación de los proyectos de dirección
hegemónica de cada sociedad. Se trata de una búsqueda de atribución de
significados y contenidos a valores y orientaciones normativas que definen el ámbito
del campo social, así como las posibilidades y límites de las estrategias de
diferentes actores.

Este proceso de lucha ideológica -lo que no excluye el contenido técnico involucrado
en esas disputas- es también un proceso de constitución de sujetos sociales. De la
misma manera que se dice que no hay ciudadanos antes del ejercicio de la
ciudadanía, también no existen sujetos previos al enfrentamiento de sus proyectos,
lo que quiere decir que los sujetos sociales se constituyen en la relación que
establecen en las disputas por el poder.

Si tomamos como ejemplo la cuestión de la niñez, podemos observar que alrededor


de está cuestión se aglutinan diferentes actores sociales: ONGs, grupos de
voluntarios, programas gubernamentales, universidades, la Justicia, etc. Cada uno
de ellos participa en la disputa de significados y definiciones del contenido de esa
cuestión social, tal como se demuestra en la sucesión de calificativos y/o sinónimos
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concurrentes a la niñez: menor, dependiente, abandonado, marginal, infractor y
otros. En la disputa por significados y contenidos se constituyen diferentes actores,
en un proceso de mutua interpelación. O sea, no solo se atribuyen significados sino
también se crean, refuerzan y rehacen identidades.

- Un proceso de acumulación: la política social tiene también un fuerte contenido


económico, en la medida que encuentre en el proceso de acumulación, la definición
de sus posibilidades y sus límites, mediados por el componente político y por el
institucional. Así, las políticas suelen ser un punto de convergencia entre los
intereses de los trabajadores y de los empresarios, representando el consenso
virtuoso de la social-democracia, por medio de la cual no solo se amortiguaron los
conflictos, sino también permitirán un aumento de la productividad del trabajo.

No obstante, está convergencia no deja de contener contradicciones, en la medida


en que las demandas por ampliación de los beneficios y/o de los incluidos
representa un costo adicional sobre la distribución de la riqueza producida. La
garantía de la dinámica de acumulacion funciona así como limite ultimo de
expansion de la distribucion via politicas sociales.

- Un aparato institucional: los intereses de los grupos sociales deben insertarse en


la arena de la política pública, en la medida en que el Estado tiene roles
fundamentales como de formulador de las políticas, garante de los derechos,
proveedor, regulador y financiador.

Por supuesto, la representación parlamentaria es fundamental en el proceso de


traducir los intereses de los diferentes grupos de la sociedad en leyes y proyectos
que reglamentan la acción en el campo social. Sin embargo, el punto de
convergencia de los intereses sigue siendo el aparato gubernamental ejecutivo.

El aparato estatal suele ser, al mismo tiempo, arena y actor fundamental en la


organización del campo social. Esto, porque el Estado no es sencillamente una caja
negra que procesa los insumos representados por los intereses sociales que inciden
en la arena pública, sino es también un actor que juega un papel fundamental debido
a la autonomía relativa que la burocracia adquiere en función de su capacidad
técnica y sus procedimientos formales. El propio aparato estatal es la concretización,
en cada etapa histórica, de esa correlación de fuerzas que se presenta en el campo
social. Las demandas sociales que se transforman en políticas públicas son
institucionalizadas y dan forma y organicidad al aparato estatal en la medida en que
se materializan en instituciones, leyes, prácticas y procedimientos.

Por lo tanto, la materialización de las políticas sociales a través de instituciones y


organizaciones concretas es un factor que debe ser tomado en cuenta en el análisis
de la determinación de las políticas sociales. Las instituciones, entonces, actúan, en
cada momento, como mecanismos que posibilitan tanto el aprendizaje con relación a
los procesos, como también la selectividad y escalonamiento de las demandas. Más
aún, son factores que no pueden ser desconsiderados en los procesos de reforma
social, porque determinan las posibilidades y viabilidades en cada caso.

- Un campo de conocimientos y prácticas específicas: las políticas sociales


actúan como una red de micropoderes relacionada a la provisión de servicios
sociales. Se caracterizan tanto por la incorporación/producción/reproducción de
tecnologías y procesos, como también por el hecho de que el consumo o utilización
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del beneficio o servicio, es generalmente, mediado por la presencia de un
profesional.
Estas dos características -la incorporación de tecnologías y la mediación por el
trabajo humano- marcan la política social. El resultado de las políticas sociales es,
por lo tanto, fruto de la dinámica propia de las modalidades de producción e
incorporación de nuevas tecnologías, así como también el resultado es
profundamente determinado por las prácticas sociales de interacción entre usuario y
profesional. Por eso, la cuestión de los recursos humanos es crucial en el campo de
las políticas sociales.

- Un campo complejo y multideterminado: para el campo de la política social


confluyen múltiples intereses, concurrentes y competitivos. El diferencial en el peso
de los intereses involucrados va a atribuir a las políticas sociales características
distintas, configurando modelos más o menos inclusivos/excluyentes, así como
relaciones políticas distintas (paternalista, clientelar, corporativa, ciudadana).

El campo de la política social está también determinado por la dinámica del proceso
de acumulación, que provee las contingencias que delimitan las posibilidades de
acción y la misma amplitud y mecanismos de satisfacción de las necesidades
sociales. Las políticas sociales se materializan en instituciones y organizaciones,
cuyos procedimientos y mecanismos estructuran este campo y dan forma al propio
Estado. Son, por lo tanto, expresión materializada en el Estado de la relación de
fuerzas en la sociedad.

El concepto de ciudadanía y sus dimensiones

El concepto de política social es indisociable de la ciudadanía. Sin embargo, la propia


inclusión de los derechos sociales bajo el concepto de ciudadanía es una creación histórica
relativamente reciente, en la trayectoria de desarrollo de la ciudadanía.

El trabajo de Marshall (1965) inicia un campo de estudios que hoy se denomina la teoría de
la ciudadanía. En el estudio fueron señalados algunos de los más importantes pilares o
dimensiones de la ciudadanía, en su definición de la ciudadanía como la plena pertenencia
de los individuos a una comunidad política por medio de un estatus que garantiza a los
individuos derechos y deberes, libertades y restricciones, poderes y responsabilidades.

- La inclusión activa: la ciudadanía presupone la existencia de una comunidad


política nacional, en la cual los individuos son incluidos, compartiendo un sistema de
creencias con relación a los poderes públicos, a la propia sociedad y al conjunto de
derechos y deberes que se les atribuye a los ciudadanos. El pertenecimiento a la
comunidad política, además de una creencia y un sentimiento, es también un vínculo
que requiere la participación activa de los individuos en la cosa pública. Sin
embargo, esa cultura cívica no siempre está presente en sociedades de América
Latina.

La ciudadanía es la dimensión pública de los individuos, inspirada en la teoría


política clásica, que separa Estado y sociedad y ve a los individuos como aislados y
competitivos en la dimensión privada, pero integrados y cooperativos en la
comunidad política. En este sentido, la ciudadanía presupone un modelo de
integración y de sociabilidad.

Modernamente, la relación entre ciudadanía activa y el dominio de informaciones ha


sido cada vez más establecida. Es cada vez más claro que la ciudadanía requiere el
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acceso a las informaciones necesarias para el ejercicio de derechos y deberes. La
distribución desigual de la información es, por lo tanto, un instrumento que permite la
inclusión o la exclusión de la condición de ciudadanía activa.

● Una dimensión igualitaria: el desarrollo del principio igualitario involucrado en la


ciudadanía fue capaz de remodelar el sistema de clases, disminuyendo las
desigualdades y mitigando los conflictos. El concepto de ciudadanía se relaciona
directamente con la construcción de la democracia.

- Relaciones tradicionales de autoridad x igualdad: las relaciones de autoridad


tradicionales son propias de las sociedades pre-capitalistas, en las cuales se parte
de la diferenciación de los hombres de calidad de los demás. Las sociedades
tradicionales, a partir de una diferenciación natural existente entre los hombres,
atribuían diferentes capacidades y responsabilidades de acuerdo con está
diferenciación básica.

Es deber de las clases superiores pensar por las inferiores y hacerse responsables
de su suerte. Para cumplir está función, las clases superiores deben prepararse
conscientemente, y todo su proceder debe inculcar en los pobres la confianza en
ellas, para que, al acatar, pasivamente y activamente, las reglas que le son
prescritas, se entreguen en todos los demás aspectos a una confiada
despreocupación, y descansen al amparo de sus protectores.

Estas relaciones tradicionales de autoridad estaban fundadas en la creencia de la


desigualdad natural entre los hombres y en la reciprocidad de expectativas
radicadas en las diferentes funciones que cada uno debiera cumplir en la sociedad.

La sustitución de las relaciones tradicionales por relaciones basadas en la noción de


igualdad natural entre los hombres transfirió las relaciones de protección social
desde la esfera privada a la esfera pública, generando una demanda por políticas
públicas de protección social.

● Una dimensión jurídica: en la medida en que la comunidad nacional se conformó


como Estado-nacional, el pertenecimiento a la comunidad se materializó en una
pauta de derechos y deberes que vincula al ciudadano al Estado. La ciudadanía es,
por lo tanto, una mediación entre el Estado y los individuos.

Cada sociedad define, en cada etapa histórica, los derechos y deberes de los
ciudadanos. En ese sentido, la ciudadanía es un proceso en permanente
construcción. La posibilidad de ejercicio de los derechos y deberes depende no solo
de su existencia formal sino también de la eficacia de las instituciones encargadas
de su preservación y de la creencia en su legitimidad.

Es importante tener en cuenta que diversas medidas de políticas sociales


asistenciales no generan derechos, aunque distribuyan beneficios. En este caso,
tendríamos políticas sociales cuyas medidas no aseguran el desarrollo ni la
expansión de la ciudadanía, como dimensión jurídica, aunque puedan aliviar las
condiciones de pobreza.

● Una dimensión institucional: Marshall planteó una descomposición de la noción de


ciudadanía en 3 elementos constitutivos, y formúla que al surgimiento de cada
elemento le corresponden instituciones públicas, las cuales son las responsables por
14
la garantía de su vigencia. Es decir que los elementos de la ciudadanía se
corporifican a través de una institucionalidad.
En este sentido, el elemento civil de la ciudadanía, el cual se compone de los
derechos necesarios a la libertad individual, libertad de prensa, derecho a la
propiedad, etc, le corresponde las instituciones asociadas con los derechos civiles
como los tribunales de justicia.

El elemento político, que se compone por el derecho de participar en el ejercicio


del poder político, etc, le corresponde las instituciones como el parlamento y el
gobierno local.

El elemento social por su lado, se refiere a los derechos que van desde un mínimo
de bienestar económico y seguridad, hasta la seguridad del derecho de participar,
por completo, en la herencia social, etc, y le corresponde las instituciones como el
sistema educacional y los servicios sociales.

Las medidas relativas a la gestión de las políticas públicas no suelen ser analizadas
en términos de sus efectos en la condición de ciudadanía. Sin embargo, es
imprescindible la consideración de la dimensión institucional de la ciudadanía.

● Una dimensión histórica: una de las más importantes tesis de Marshall trata del
desarrollo histórico de la ciudadanía. Afirma que los diferentes componentes de la
ciudadanía tienen especificidades que les permiten un desarrollo histórico
diferenciado de los demás, algunas veces anteponiendose unos a los otros, otras
veces generando contradicciones que solo son superadas con el desarrollo de otro
componente distinto.

Lo que importa retener de este planteamiento es que el desarrollo de la ciudadanía


es una construcción histórica de cada sociedad. Aunque el concepto moderno de
ciudadanía haya incorporado diferentes componentes, la evolución de cada uno de
ellos y las relaciones entre ellos, su materialización en normas jurídicas e
instituciones, su realización por los individuos, serán siempre el producto de una
sociedad concreta.

El desarrollo paradójico de la ciudadanía

Los principales desafíos actuales pueden ser ubicados con relación a las siguientes
tensiones:

- Estado nacional/ciudadano: el desarrollo de la ciudadanía se relaciona con la


expansión de la soberanía estatal y la edificación del poder administrativo
correspondiente. El Estado es el poder político que se ejerce de forma soberana
sobre un territorio y un pueblo, unificado en la nación por la existencia de una
historia común. El ciudadano es la contra cara del Estado moderno, como dimensión
política de los individuos en una dada nación, generando relaciones de reciprocidad
entre gobernantes y gobernados. Está relación se encuentra en correspondencia
con las relaciones existentes del mercado, el cual está a su vez restringido
nacionalmente, transformándose en el trinomio Estado nacional/mercado/ciudadano.

En este sentido, la contradicción está dada por la creciente existencia de mercados


globalizados y, consecuentemente, por la emergencia de relaciones de poder de
15
carácter supranacional, mientras que la ciudadanía todavía se encuentra adscrita,
mayormente, al ámbito nacional.
- Pérdida de la centralidad del trabajo: la construcción de la ciudadanía estuvo
fuertemente vinculada a la centralidad que el trabajo ejercia como categoría
organizadora de las relaciones económicas y sociales. Los derechos sociales
siempre estuvieron vinculados a la condición de inserción en el mercado laboral. En
consecuencia, los mecanismos de afiliación, financiamiento y cobertura de las
políticas de protección social estuvieron de alguna manera relacionadas a la
condición laboral.

El desarrollo actual de las políticas sociales se enfrenta con el desafío de romper las
estrechas vinculaciones entre la protección social e inserción laboral. En lugar de
esperar que la inserción laboral preceda la política social y determine sus
mecanismos y contenidos, se trata de invertir el orden, pasando la protección social
a incluir también la cuestión del trabajo.
- La erosión de los valores solidarios: el desarrollo de la ciudadanía se basaba en
el supuesto de la integración de los individuos en una comunidad, y como
consecuencia los principios de cooperación, solidaridad y justicia social. Tanto el
peso creciente de las camadas medias profesionales como la materialización de la
ciudadanía en una pauta de consumo, son factores que, aliados a otros más, fueron
responsables por las transformaciones de la sociabilidad en dirección al actual
individualismo consumista, expresión de la erosión de las identidades colectivas.

La ausencia de valores solidarios y la creciente preponderancia del liberalismo y del


individualismo terminan por retirar los fundamentos imprescindibles para la
sustentación de sistemas de bienestar social cada día más costosos. El reemplazo
de las políticas basadas en principios solidarios por reformas que crean sistemas de
protección social basados en principios de consumo individualistas es la expresión
material del cambio de valores.
- Masculino/público versus femenino/privado: la identificación del hombre con el
ciudadano ocurre desde los orígenes del desarrollo de la ciudadanía. Así como el
mundo del trabajo estuvo dominado por la hegemonia masculina, los Estados de
Bienestar se organizaron como un sistema de proteccion familiar en el cual el
individuo del sexo masculino asumia las funciones de proveedor de la familia, en
cuanto el trabajo femenino se quedaba restringido a la esfera domestica y
reproductiva.

Contradictoriamente, el desarrollo de las políticas públicas de protección social, en


sectores como educación, salud y asistencia, fue uno de los principales canales de
absorción del trabajo femenino realizado fuera del espacio doméstico, aunque en
función de su similitud con las áreas reproductivas. La reivindicación de introducción
de una pauta femenina de beneficios sociales está todavía en la agenda de
discusión en varios países.
- La igualdad diferenciada: el desarrollo de la ciudadanía se fundó en el
establecimiento de una sociedad basada en la igualdad. Sin embargo, la noción de
igualdad básica y universal no contempla las diferencias entre los individuos.

Las luchas del movimiento feminista y de otros grupos minoritarios por la inclusión
de las diferencias como parte de la esfera pública, definiendo políticas pautadas por
una concepción de ciudadanía diferenciada, explotan la separación de las esferas
público-privada, en la cual se basa la ciudadanía.
- Políticas sociales: ¿consumo o emancipación?: como afirmamos anteriormente,
la ciudadanía requiere de una participación activa en la comunidad política. La
16
concepción de la ciudadanía como participación activa supone que la socialización
política es también un proceso de emancipación, en el cual los individuos asumen
responsabilidades públicas y pasan a gozar de los derechos atribuidos a los
ciudadanos.

En la medida que los sistemas de protección social terminan por identificar la


ciudadanía con una pauta de consumo de bienes y servicios, se produce un
empobrecimiento de la noción de ciudadanía. El ciudadano, identificado como
consumidor de bienes públicos, prescinde de una cultura cívica y de una
socialización política direccionada a su emancipación.

La dimensión emancipatoria de la ciudadanía da lugar a la pasividad alienada del


consumidor, restringiendo de esa manera las posibilidades de construcción de los
consensos necesarios para la manutención de los propios sistemas de bienestar
social.
- ¿Individual o colectivo?: los derechos y deberes de la ciudadanía fueron
concebidos de manera que sean ejercidos individualmente, o sea, con el individuo
como su portador. Con relación a los derechos sociales, el carácter colectivo se
torna cada vez más presente. De igual forma, los llamados derechos de cuarta
generación, o derechos difusos, son relacionados a la preservación y mejoramiento
de las condiciones indispensables a la vida humana, como el medio ambiente
saludable. Los derechos difusos, por lo tanto, rompen con la posibilidad de que la
ciudadanía sea concebida en términos estrictamente individuales, planteando la
necesidad de encontrar formas colectivas de ejercicio de los derechos y deberes
ciudadanos.
- Desigualdad o exclusión: la ciudadanía está basada en el valor de la igualdad
básica que genera un principio de justicia y organización de las relaciones e
instituciones sociales. Las luchas por mejores condiciones de vida y por políticas
sociales universales, que les pudieran asegurar la concretización de los ideales
igualitarios, fueron luchas contra la desigualdad.

Pero en muchas sociedades no desarrolladas, e incluso en algunas que son


consideradas económicamente desarrolladas, el problema no es solo la desigualdad,
sino también la exclusión. En muchos documentos actuales se habla de la exclusión
como si fuera un grado acentuado de desigualdad, o entonces como si fuera la
ausencia de algún atributo específico, como años de escolaridad o condiciones de
salud.

Este acercamiento a la exclusión nos parece equivocado, por no considerar que en


cuanto la desigualdad es un fenómeno socioeconómico, la exclusión es, sobre todo,
un fenómeno cultural y social, un fenómeno de civilización. La exclusión es por lo
tanto, un proceso relacional, definido por normas socialmente construidas que
ordenan las relaciones sociales y vuelven los comportamientos previsibles. Mientras
que la ciudadanía requiere una legalización de la igualdad, la exclusión es un
proceso que regula la diferencia como condición de la no-inclusión, aunque esas
normas no estén legalmente formuladas.

El combate a la exclusión no se opone a la dimensión de la ciudadanía, sino que, al


revés, lo que se observa en la dinámica actual de lucha y combate a la exclusión es
que ese proceso puede tener una dimensión emancipadora, tanto por la constitución
de nuevos sujetos sociales como porque los nuevos actores crean nuevas formas de
gestión pública que atiendan a sus reivindicaciones de ejercicio real de los derechos
17
de la ciudadanía. En ese sentido, las políticas sociales deben tomar como criterio
conjunto tanto la igualdad como la inclusión.

El reto actual es combinar políticas universales con políticas diferenciales, cuyas


medidas sean capaces de satisfacer necesidades particulares de los grupos
socialmente excluidos.

Una aproximación al enfoque de derechos - Abramovich

Relaciones y desencuentros entre desarrollo y derechos

El denominado “enfoque de derechos en las políticas y estrategias de desarrollo” considera


el derecho internacional sobre derechos humanos principalmente como un marco
conceptual que puede ofrecer un sistema coherente de principios y reglas en el ámbito del
desarrollo.

Uno de los principales aportes de este enfoque es dotar a las estrategias de desarrollo de
un marco conceptual explícito, del cual puedan inferirse elementos valiosos para reflexionar
sobre los diversos componentes de esa estrategia:
- los mecanismos de responsabilidad, igualdad y la no discriminacion
- el otorgamiento de poder a los sectores postergados y excluidos

En líneas generales, el enfoque basado en derechos considera que el primer paso para
otorgar poder a los sectores excluidos es reconocer que ellos son titulares de derechos que
obligan al Estado. Al introducir el concepto se procura cambiar la lógica de los procesos de
elaboración de políticas, para que el punto de partida no sea la existencia de personas con
necesidades que deben ser asistidas, sino sujetos con derecho a demandar determinadas
prestaciones y conductas.

Los diversos marcos conceptuales no abordan todos los derechos, sino que procuran
identificar aquellos que son fundamentales para las estrategias de desarrollo o de reducción
de la pobreza, por tener relación constitutiva o instrumental con la pobreza. Así, se señalan
3 diferentes formas de pertinencia de los derechos humanos en esas estrategias:
1. la pertinencia constitutiva: algunos derechos tienen pertinencia constitutiva
cuando corresponden a capacidades consideradas básicas por la sociedad en
cuestión y no se les da cumplimiento por insuficiencia de recursos económicos. Por
ejemplo, el derecho a la alimentación o el derecho a la salud.
2. la pertinencia instrumental: otros derechos como algunos civiles y políticos, tienen
pertinencia instrumental porque contribuyen a evitar procesos sociales o políticos
que pueden conducir a situaciones de pobreza. Así, la libertad de expresión y los
derechos vinculados con el funcionamiento de democracias representativas, con
elecciones periódicas y limpias, acotan las posibilidades de que la sociedad tolere
situaciones de pobreza extrema.
3. y la pertinencia restrictiva respecto del contenido y el ámbito de las
estrategias: ciertos derechos tienen utilidad para las estrategias cuando pueden
restringir o limitar los tipos de acciones permisibles. Por ejemplo, aunque sería
totalmente razonable que un país muy poblado pero con escasos recursos quisiera
adoptar medidas de control demográfico como parte de su estrategia para reducir la
pobreza, no sería admisible que adoptara medidas como la esterilización forzosa,
que viola la integridad física y la intimidad de las personas.

Es importante destacar que, pese a compartir la preocupación por muchos temas comunes,
en particular referidos a la pobreza y la exclusión, el campo de las políticas de desarrollo y
18
el de los derechos humanos han ido por carriles paralelos, con pocos puntos de encuentro o
conexión.

Algunas críticas a la posibilidad de que las políticas de desarrollo asuman una lógica
basada en los derechos cuestionan:
- la ambigüedad del contenido de las obligaciones que emanan de los derechos
económicos, sociales y culturales
- que los derechos económicos, sociales y culturales puedan ser exigibles en igual
grado que los derechos civiles y políticos

También plantean que un enfoque de las políticas públicas basado en derechos puede
resultar a veces demasiado rígido.

Detrás de estas objeciones hay un argumento de peso, este es que la relación entre los
derechos humanos y las políticas públicas no cuenta aún con elaboraciones suficientemente
sólidas y coherentes, ni en el derecho internacional, ni en el derecho constitucional de los
países latinoamericanos.

Los principales aportes que hace el enfoque en derechos a las estrategias de desarrollo
son la vinculación de los derechos con la entrega de poder a los sectores empobrecidos y el
fortalecimiento de los mecanismos de responsabilidad mediante el uso de la “infraestructura
institucional” internacional y nacional existente en el ámbito de los derechos humanos.

En latinoamérica el concepto de derechos humanos surgió como un medio para imponer


límites a formas abusivas de uso del poder por el Estado, como un decálogo de aquellas
conductas que el Estado no debería tener. Sin embargo, hoy en día los derechos humanos
no son pensados tan solo como un límite a la opresión y al autoritarismo, sino también como
un programa que puede guiar u orientar las políticas públicas de los Estados y contribuir al
fortalecimiento de las instituciones democráticas.

La lógica de los derechos, la creación de poderes y los mecanismos de cumplimiento

La idea esencial de adoptar un enfoque de derechos humanos en el ámbito del desarrollo y


la reducción de la pobreza es que este enfoque brinda un marco normativo explícito que
permite orientar y guiar la formulación de políticas y estrategias nacionales e
internacionales.

El enfoque de derechos apunta esencialmente a otorgar poder a los sectores pobres y


excluidos por la vía del reconocimiento de derechos.

Aunque el enfoque de derechos puede fortalecer las demandas sociales frente a situaciones
de inequidad, sus implicancias concretas en las relaciones sociales no siempre se
consideran adecuadamente, con lo cual se corre el riesgo de utilizar una retórica de los
derechos que luego no logre satisfacer las expectativas mínimas que este concepto puede
legítimamente ocasionar. El reconocimiento de derechos impone habitualmente la
necesidad de establecer medidas judiciales o de otro tipo que permitan al titular del derecho
reclamar ante una autoridad judicial u otra, si el sujeto obligado no da cumplimiento a su
obligación. Por lo tanto, el reconocimiento de derechos es también el reconocimiento de un
ámbito de poder para sus titulares y en ese sentido puede ser una forma de restablecer
equilibrios en el marco de situaciones sociales marcadamente dispares.

En este sentido, para el enfoque basado en derechos es fundamental partir del


reconocimiento de una relación directa entre el derecho, la obligación correlativa y la
19
garantía, pues ella sin duda influirá en el establecimiento de un marco conceptual para la
formulación e implementación de políticas públicas y mecanismos de rendición de cuentas o
responsabilidad que puedan considerarse compatibles con la noción de derechos.

Obligaciones comunes en las diferentes categorías de derechos y margen para definir


políticas públicas y estrategias de desarrollo

Aunque el enfoque basado en derechos establece un marco conceptual para la formulación


y evaluación de las políticas de desarrollo, no debería conducir a acotar o limitar
excesivamente el margen de acción de los gobiernos en la tarea de formular estas políticas.
Los derechos no siempre imponen acciones concretas, sino tipos de obligaciones que si
bien constituyen una orientación, un camino que debe transitarse, dejan al Estado o a los
sujetos obligados un amplio espacio de discrecionalidad para elegir las medidas específicas
destinadas a hacer efectivos esos derechos. De este modo, los sistemas de libre mercado,
o con mayor participación estatal en la economía, pueden cumplir con los mandatos del
derecho internacional sobre los DDHH.

Los derechos pueden describirse como un complejo de obligaciones positivas y negativas


del Estado, es decir, cuando se observa la estructura de los derechos es fácil descubrir la
existencia concomitante de obligaciones de “no hacer”: el derecho a la salud (positivo)
conlleva la obligación estatal de no dañar la salud (negativo), el derecho a la educación
supone así mismo la obligación de no empeorar la educación, etc.

Entonces las obligaciones negativas son las que tiene el Estado de abstenerse de realizar
cierta actividad: no dañar la salud, no empeorar la educación, no impedir que una persona
se afilie a un sindicato, etc.

Por otro lado, las obligaciones positivas, si bien se suelen vincular con la obligación del
Estado de disponer de fondos, es decir, con el hecho de disponer de reservas
presupuestarias para ofrecer una prestación, estas no se agotan en este ámbito.

Las obligaciones de proveer servicios pueden caracterizarse por el establecimiento de una


relación directa entre el Estado y el beneficiario de la prestación. El Estado puede, sin
embargo, asegurar el goce de un derecho a través de otros medios, en los que pueden
tomar parte activa otros sujetos obligados. Por ejemplo, la organización de un servicio
público, la oferta de programas de desarrollo y capacitación, la realización de obras
públicas, etc.

Las políticas incorrectas o fallidas no siempre desembocan en el incumplimiento de


derechos; esto solo ocurrirá cuando el Estado haya dejado de cumplir con alguna de las
obligaciones asumidas. Por el contrario, puede haber políticas exitosas en el logro de sus
objetivos pero que consagren la vulneración de derechos.

Por todo esto, está claro que los derechos fijan marcos para la definición de políticas y de
este modo inciden no sólo en sus contenidos u orientación, sino también en su elaboración
e implementación.

El principio de inclusión y los estándares sobre igualdad y no discriminacion

No solo se requiere del Estado una obligación de no discriminar, sino también en algunos
casos la adopción de medidas afirmativas para garantizar la inclusión de grupos o sectores
de la población tradicionalmente discriminados. Esto implica la necesidad de dar un trato
diferenciado cuando, por las circunstancias que afectan a un grupo en desventaja, la
20
igualdad de trato supone coartar o empeorar el acceso a un servicio o un bien, o el ejercicio
de un derecho.

El principio de participación y su relación con los derechos civiles y políticos

El principio de participación es clave en las estrategias y políticas de desarrollo como un


método para identificar necesidades y prioridades a nivel local o comunitario.

El principio de rendición de cuentas y responsabilidad y los mecanismos para hacer


exigibles los derechos

Para explorar las potencialidades de la relación entre derechos y políticas de desarrollo es


indispensable considerar los mecanismos de rendición de cuentas y de responsabilidad.
Ello porque la lógica de los derechos implica necesariamente que existan mecanismos para
hacerlos exigibles.

Estos mecanismos no solo hacen referencia a sistemas de administración de justicia, sino


que se incorporan asimismo en el concepto, entre otros instrumentos, los procedimientos
administrativos de revisión de decisiones y de fiscalización ciudadana de las políticas, los
espacios de reclamo para usuarios y consumidores, las instancias parlamentarias de
fiscalización política y las instituciones especializadas que resguardan derechos
fundamentales.

El Estado no solo tiene la obligación negativa de no impedir el acceso a estos recursos para
hacer exigibles los derechos, sino también la obligación positiva de organizar el aparato
institucional de modo que todos, y en especial quienes se encuentran en situación de
pobreza o exclusión, puedan acceder a esos recursos.

Concluimos con que no es difícil tender puentes y establecer relaciones entre el campo de
los derechos humanos y los principios que suelen orientar o guiar las políticas y estrategias
de desarrollo. El potencial encuentro entre estos ámbitos dependerá en gran medida de la
decisión de cambiar la lógica de formulación de ciertas políticas públicas y sus niveles de
universalidad, transparencia y fiscalización.
21
Bibliografía complementaria

Esping-Andersen en América latina: el estudio de los regímenes de bienestar -


Ubasart-González

En América Latina, en el marco de la llegada al poder institucionalizado de gobiernos que se


autodefinen como “progresistas” o de “izquierda”, los albores del siglo XXI han involucrado
una serie de mutaciones que plantean la inauguración de un nuevo “ciclo histórico”,
especialmente en el campo del bienestar y la protección social de la población.

En este sentido, el giro que se ha producido en Latinoamérica ha puesto “de manifiesto la


necesidad de reconsiderar las formas de conducción política, en particular las relacionadas
con el tratamiento de los costos sociales vinculados a la puesta en práctica del nuevo
modelo de desarrollo”.

Sin embargo, no siempre se logra otorgar una inteligibilidad superadora a tales mutaciones.
Es por ello justamente que interesa trabajar en torno a la noción de régimen de bienestar.

La idea de régimen de bienestar posibilita construir una mirada integral de las


intervenciones sociales más allá de la fragmentación de los sectores de política (educativa,
sanitaria, seguridad social, etc); exceder la mera aproximación cuantitativista del monto de
dinero que se gasta, de las coberturas o de la cantidad de prestaciones que se brindan;
considerar no solamente la esfera público-estatal como productora de bienestar y cuidado
sino también tener en cuenta otros ámbitos de provisión como el mercado, la familia y la
comunidad y, fundamentalmente, no perder de vista que el objetivo investigativo último es
dar cuenta del modelo de sociedad que se edifica con tales intervenciones y sus efectos.

El estudio de los regímenes de bienestar en Europa

Los análisis sobre regímenes de bienestar se desarrollaron y aplicaron para pensar y


analizar los países desarrollados y fundamentalmente se basaron en las perspectivas de la
economía política, el neomarxismo y la sociología comparada.

De acuerdo con Esping-Andersen existían al menos 3 enfoques en los estudios anteriores:


1. El primer enfoque asumía que el nivel de gasto social reflejaba ajustadamente el
compromiso del Estado con el sistema de bienestar. Sin embargo, no puede
asumirse que todo gasto social debe considerarse por igual, ya que sino sería lo
mismo gastar en subsidios para mantener privilegios de funcionarios públicos a
gastar en asistencia social con comprobación previa de condiciones de vida para
determinar el derecho a recibirla, u otras.
2. Otro enfoque distinguía entre Estados del bienestar “residuales e institucionales”. En
los residuales el Estado asume responsabilidades en los casos que “falla” la familia
o el mercado y limita su intervención a grupos marginados y excluidos,
especialmente “merecedores”; en los institucionales se trata de un Estado proactivo
que está comprometido con las demandas y necesidades de bienestar de todos los
estratos de la población, en este sentido es universal, e incluye un pacto institucional
de protección social.
3. El tercer abordaje buscaba capturar los criterios con los cuales se juzgan a los tipos
de Estados del bienestar, comparando los Estados reales con un modelo abstracto y
clasificando sus programas concretos. Pero este es ahistórico y no aprehende “los
ideales o los proyectos de Estado que los actores históricos pretendían realizar en
sus esfuerzos por lograr el Estado del bienestar”.
22
Las críticas por la infravaloración de la esfera familiar

Se puede definir un régimen del bienestar como la forma conjunta e interdependiente en


que se produce y distribuye el bienestar por parte del Estado, el mercado y la familia.

El núcleo familiar es un componente fundamental de cualquier régimen de bienestar.

Para las voces feministas, los análisis de los recursos de poder (como los de
Esping-Andersen) han prestado más atención a la “división del trabajo” entre Estados y
mercados en la provisión de bienestar que a las relaciones entre Estados, mercados y
familias. De hecho, la distinción entre lo público y lo privado se considera una distinción
entre la política y el mercado, y las familias son ignoradas en tanto se las concibe como
proveedoras “privadas” de bienes y servicios de bienestar.

El bienestar, sin embargo, está inmerso en el mundo de la familia, por ello, para una gran
cantidad de mujeres el problema es la dependencia hacía la familia, o en otras palabras “la
independencia femenina necesita ‘desfamiliarizar’ las obligaciones relativas al bienestar.

De está manera, el cuestionamiento feminista ha obligado a modificar los conceptos


medulares que hasta ahora se habian trabajado en torno al analisis de los regimenes de
bienestar. La incorporación que realiza Esping-Andersen, en la revisión de su trabajo
original, de las nociones de “familiarismo” y “desfamiliarización” va en está línea.

La desfamiliarización alude a las modalidades en que se relativizan o reducen las


responsabilidades ligadas al bienestar y los cuidados de la unidad familiar, sea esto porque
las provee el Estado de bienestar o porque las provee el mercado o la comunidad.

Un esquema familiarista es aquel en el que la política pública presupone (en realidad exige),
que las unidades familiares carguen con la responsabilidad principal de sus miembros. De
está manera, “la desfamiliarización indicaría, en primer lugar, el grado en que la política
social hace a la mujer autónoma para poder mercantilizarse, o para establecer núcleos
familiares independientes”.

La introducción del debate sobre regímenes de bienestar en América Latina

Primeras clasificaciones de Estado social e introducción del concepto de régimen de


bienestar

En la región latinoamericana en la década de 1980 encontramos los primeros esfuerzos por


clasificar los modelos de Estados sociales, y de aplicar posteriormente, una década más
tarde, el concepto de régimen de bienestar.

Uruguay, Brasil, Cuba, Chile, Costa Rica y Argentina fueron los primeros en instaurar
sistemas de seguridad social en las décadas de 1920 y 1930, con mayor cobertura y
desarrollo, aunque con problemas de “estratificación, altos costos, déficit creciente y
desequilibrio financiero y actuarial”.

Si bien la noción de régimen de bienestar fue inicialmente pensada para dar cuenta de las
variedades del capitalismo en el mundo desarrollado y se trata de sociedades en las que el
Estado tenía una importante presencia, la adaptación para dar cuenta de los países de la
región latinoamericana debía capturar que ahi los Estados y las políticas distributivas
resultan frágiles y menos extendidas y, por ende, en general se trata de regímenes de
bienestar en donde el Estado cumple un papel subsidiario.
23
Regímenes de bienestar en el periodo del Consenso de Washington

Barba (2005) presenta los conceptos de “paradigmas” y “regímenes” de bienestar. Desde


aquí se indica la necesidad de ir más allá del enfoque original de Esping-Andersen y
distinguir entre construcciones heurísticas (paradigmas) y reconstrucciones empíricas
(regímenes). La importancia de abordar la política social desde una perspectiva de
paradigmas de bienestar se encuentra en el reconocimiento, por un lado, de la centralidad
del poder en la definición de los problemas a ser resueltos por la política social y los
procedimientos para resolverlos y, por otro, que “detrás de cada decisión de política social
suele haber teorías implícitas o explícitas, además de supuestos apriorísticos”.

Si el concepto de régimen de bienestar y su definición se refiere a “la forma conjunta en que


se produce y distribuye el bienestar por parte del Estado, el mercado y la familia”, los
paradigmas hacen referencia a tipos de ideales o “marcos estructurales que son puestos en
movimiento una y otra vez en el diseño, operación, discusión, conceptualización y crítica de
la política social”.

Se sostiene que en cada régimen, en distintas etapas, diversos paradigmas pueden


articularse, yuxtaponerse o incluso entrar en conflicto.

Los paradigmas ponen atencion a 3 ejes de la política social:


1. El económico: donde es central el grado de desmercantilización
2. El político: que revela la operación de la política social sobre los procesos de
legitimación, control social y gobernabilidad
3. El social: donde se observa el nexo entre demandas sociales y procesamiento
institucional

Martinez (2007) estudia las realidades del bienestar en América Latina, y entre 18 países,
establece 3 rasgos compartidos:
1. la existencia de mercados laborales ineficientes
2. políticas públicas débiles
3. un rol central del ámbito doméstico y del trabajo femenino

Dichos rasgos determinan el carácter informal de los regímenes de bienestar en la región.

La autora, a su vez, identifica 3 tipos de regímenes de bienestar:


A. Estatal-productivista
B. Estatal-proteccionista
C. Familiarista

En los dos primeros el Estado tiene un papel importante, pero mientras en el primero el
Estado interviene en aquellas áreas en que el mercado no resuelve o para la cual el
intercambio mercantil no es suficiente, en el segundo el Estado interviene aun en áreas que
podrían ser predominio del mercado enfatizando la protección social, sobre todo de quienes
tienen trabajo formal. Los regímenes familiaristas en cambio dependen fuertemente de la
capacidad de las mujeres, familias y comunidades para mitigar los riesgos sociales debido a
un Estado debilitado y políticas públicas casi inexistentes; al tener un Estado débil los
niveles de desmercantilización son bajos.
24
Apuntes para estudio de los regímenes de bienestar en la América Latina del siglo
XXI

Los trabajos realizados a partir del cambio de milenio prestaron atención de manera
importante a la esfera familiar, así como a la informalidad del mercado de trabajo, y no solo
desde el discurso sino también desde las aproximaciones empíricas.

Para captar las especificidades del nuevo periodo sería interesante enfatizar 3 elementos de
análisis:
1. La comunidad como esfera prestadora de servicios y bienes: está abarcaría los
servicios, protecciones y cuidados que recaen en la cooperación voluntaria de la
ciudadanía, pudiendo tomar como mínimo dos formas distintas, las organizaciones
formalizadas o las experiencias más informales de auto-organización social.
Profundizar en la segunda puede ayudar a comprender mejor los regímenes de
bienestar en países con alta población indigena, con sus arreglos comunitarios que
toman particularidades propias entre esos grupos.
2. La recuperación o construcción de un rol central del Estado: este retorno del
Estado está respaldado por la histórica debilidad de la esfera estatal en la región y lo
que este podría garantizar en términos de intereses comunes y compartidos,
gratuidad, acceso universal, publicidad, entre otras características
3. Las nuevas agendas de bienestar: las necesidades y aspiraciones de bienestar en
las sociedades del siglo XXI no son las mismas que en los “treinta gloriosos”
post-Segunda Guerra Mundial. Se introduce la preocupación por los derechos de la
naturaleza y la crítica al consumismo; la centralidad de los cuidados y de los valores
post-materiales y la importancia de la participación ciudadana, la transparencia, el
control social y la proximidad en las políticas. Además, la laicidad aparece de
manera latente como una cuestión en la que todavía no se ha profundizado mucho,
pero que nadie duda que es un elemento que está causando importantes debates en
el campo de las intervenciones estatales y las políticas sociales en el continente
latinoamericano.

En definitiva, los estudios sobre regímenes de bienestar en América Latina deben tener
presentes las características propias de la región a partir de las que se producen las
transformaciones actuales: la debilidad institucional estatal y la dificultad de producción de
política pública de la que parten, el importante peso de la informalidad en el mercado de
trabajo, o la relevancia de la esfera familiar y, en algunos casos, la comunitaria como
proveedora de bienestar y cuidados. Además cabe considerar como operadora en la
estructura social en diversos países de la región, además de la desigualdad de clase,
género y hábitat (rural/urbano), la variable de la etnia.
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Visiones teoricas acerca de la Ciudadania Social - Garcés, Lucero y Estévez

La noción de ciudadanía es útil como analizador que permite conocer las formas en que los
agentes, el Estado y la sociedad construyen y ejercen sus derechos.

La ciudadanía es el resultado histórico de la conjunción de fuerzas sociales y políticas.

Ciudadanía como lucha. El conflicto y lucha en Marshall: la ciudadanía fue lograda a


través de procesos sociales y políticos que estuvieron plagados de luchas y conflictos.

Al referirse a la evolución de los derechos civiles en la etapa formativa de la ciudadanía, se


califica a este proceso como la evolución del estatus que “surgió de un modo natural por el
simple hecho de que era fundamentalmente el estatus de libertad”, e identifica como
protagonistas centrales a los jueces y los tribunales en su enfrentamiento contra los
privilegios, leyes y los reyes, así como también contra los miembros del parlamento.

En el caso de los derechos políticos en cambio de lo que se trataba era de “garantizar los
antiguos derechos a nuevos sectores de la población”.

A partir de fines del siglo XIX se abrirá un nuevo periodo que transformará radicalmente la
relación entre ciudadanía y sistema de clases. Este periodo se caracteriza
fundamentalmente por el desarrollo de un tercer tipo de derechos: los sociales.

Lo que subyace en el pensamiento marshalliano es la primacía de una idea del desarrollo


de una conciencia social (cada vez más civilizada) que motoriza la emergencia y despliegue
de la ciudadanía. No se niega la existencia del conflicto y la lucha, sino que al pensar en
este modo la historia de la ciudadanía, los agentes y protagonistas de las luchas por la
ciudadanía pasan a un segundo plano, y lo que explica fundamentalmente el cambio es el
desarrollo de la civilización.

Otro punto importante a rescatar es que el autor plantea que siempre existirá una demanda
tendiente a obtener y a ampliar los derechos sociales. Esto deja la puerta abierta para
pensar los derechos sociales como una permanente conquista, esto es ciudadanos que
permanentemente lucharán por obtener y ampliar su ciudadanía social.

Lucha de clases y ciudadanía: Marshal da un paso decisivo al integrar el concepto de


clase como un elemento para entender el desarrollo de la ciudadanía moderna. Así, su
análisis de la ciudadanía permite interpretar a los derechos civiles como libertades
burguesas. En este sentido, el desarrollo de la ciudadanía es una expresión manifiesta de la
lucha de clases.

Los actores involucrados en estas luchas responden, por un lado, a grupos dominantes y
por otro, a grupos subalternos o contra-hegemónicos. Entre estos, “la lucha ideológica
cumple un papel importante, pues los grupos dominantes buscan convencer a la sociedad
civil, y la estrategia contra hegemónica de los grupos subalternos busca desarticular ese
discurso, intentando rearticular tales interpretaciones a su conjunto discursivo y a sus
prácticas políticas”.

Una tendencia en está perspectiva es la de enfatizar al ciudadano como una necesidad del
capitalismo a fin de asegurar la libertad del trabajador, y la libertad de vender su fuerza de
trabajo, para ello acuden las instituciones y normativas jurídicas por una parte y políticas por
la otra. Está condición actual niega las desigualdades económicas al establecer una
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igualdad civil y política ante el Estado. En este plano la ciudadanía es un elemento que
permite la reproducción del sistema de clases.

Otros autores, sin embargo, sin negar lo anterior, han reivindicado el uso del concepto de
ciudadanía como expresión de las conquistas de las clases subordinadas. Esto es que, la
emergencia del ciudadano abrió el escenario y las posibilidades para la conformación y su
articulación de las clases bajas para su lucha contra la explotación capitalista.

Los movimientos sociales y la lucha por la ciudadanía: una tercera línea de análisis
plantea que el sujeto de lucha no son solamente las clases sociales sino que se consideran
además otros actores colectivos, grupos y/o movimientos sociales que demandan diversos
tipos de reivindicaciones y que tienen un rol fundamental en el desarrollo y expansión de la
ciudadanía. Reconocen la lucha de movimietnos de DDHH, feminista, ecologistas,
antiesclavistas y de los grupos indigenas, entre otros.

Las autoras plantean que las condicione necesarias para la emergencia de estos grupos no
bastan con actos aislados, sino que la emergencia de sujetos autónomos y con capacidad
de reflexión solo es posible cuando se asegura la sobrevivencia física por un lado, y cuando
se confirma la “pertenencia a la comunidad” por otro. Para poder luchar se necesita
conformar actores colectivos, se necesitan recursos y capacidades. En situaciones de
pobreza extrema, estas capacidades y potencialidades estan ausentes.

Los autores además comparten la idea de que los conflictos de los movimientos sociales no
se circunscriben solamente a problemas de inclusión/exclusión de las clases sociales. Sino
que la lucha de los movimientos sociales por el reconocimiento, por expandir o defender la
definición de la pertenencia social, las demandas por ampliar las fronteras que definen la
ciudadanía y la pertenencia a una colectividad son también fuente de transformación. Es
decir que el conflicto de clase puede ser un importante medio para el desarrollo de los
derechos ciudadanos, pero no es el único.

Hacía una noción de ciudadanía social como marco de referencia de la política social

La idea de ciudadanía generalmente alude a un estatus político legal dentro de un


Estado-nación lo cual confiere ciertas atribuciones. Actualmente, está noción se encuentra
en debate considerándola como un proceso más que un status.

Bajo está idea de proceso diremos entonces que la condición de ciudadanía refiere a “una
práctica conflictiva vinculada al poder, que refleja a las luchas acerca de quiénes podrán
decir que, al definir cuáles serán los problemas comunes y cómo serán abordados.”

Consideramos entonces a la ciudadanía como una construcción que responde a luchas y


compromisos indisociables de historias, tradiciones y contextos específicos. La ciudadanía
es una construcción social que se funda, por un lado, en un conjunto de condiciones
materiales e institucionales y, por el otro, en una cierta imagen del bien común y de la forma
de alcanzarlo. Lo que equivale a decir que es siempre el objeto de una lucha.

La “ciudadanía social”, por su parte, hace referencia a las prestaciones sociales que se
configuraron con mayor fuerza durante el periodo del Estado de bienestar.

La ciudadanía social puede ser definida como “un vínculo de integración social que se
construye a partir del acceso a los derechos sociales siempre cambiantes en una
comunidad”.
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La Política Social resulta ser el ámbito natural donde se configuran e implementan los
derechos sociales de ciudadanía. Cualquier intento de conceptualización de la ciudadanía
social nos remite a las políticas sociales.

Esping-Andersen plantea 3 regímenes en los que se reflejan 3 formas distintas de


construcción histórica de la ciudadanía social:
1. Régimen liberal (USA, Canada): Derechos civiles con status legal y práctico.
Desmercantilización mínima.
2. Régimen conservador-corporativo (Austria, Francia, Alemania): amplio
desarrollo de derechos políticos debido a las reivindicaciones sindicales, sufragio
universal y organización en partidos políticos. Lo predominante es la conservación
de las diferencias de status, por lo tanto los derechos son vinculados a la clase y
status social, siendo insignificante el impacto redistributivo.
3. Régimen socialdemócrata (Escandinavia): es aquí donde se da el mayor
desarrollo y ampliación de la ciudadanía social, donde el actor destinatario ya no es
el sujeto “pobre” o el “trabajador” sino todos los ciudadanos, independientemente de
su clase o posición en el mercado, al que estan destinadas las políticas sociales de
carácter universal, teniendo como principal objetivo la disminución de las
desigualdades sociales para posibilitar el acceso a la ciudadana social. Se logra un
alto grado de desmercantilización.

El núcleo de los derechos de ciudadanía social no pasa solo por lo económico sino que es
fundamentalmente moral: la redistribución es un acto de solidaridad, de inclusión.

Existen distintos tipos de ciudadanías subyacentes en los modelos de políticas sociales:


- Ciudadanía invertida: la cual subyace al modelo de asistencia social. Aquí el
individuo o grupo objetivo pasa a ser objeto de la política como consecuencia de su
propio fracaso social.
- Ciudadanía regulada: propia de los modelos de seguro social. Al tratarse de una
organización altamente fragmentada de las instituciones sociales, donde se expresa
la concepción de los beneficios como privilegios diferenciadores de las categorías de
trabajadores, la ciudadanía se vincula con el principio de mérito, razón por la cual, tal
relación es denominada ciudadanía regulada con base en la condición de inserción
en la estructura productiva
- Ciudadanía universal: asociada al modelo de la seguridad social. Se procura
garantizar a la totalidad de los ciudadanos un mínimo vital en términos de renta,
bienes y servicios, fundamentado en un ideal de justicia social.

Otros autores plantean dos nociones de ciudadanía:


1. Ciudadanía asistida: apunta a la no preocupación por la distribución del ingreso y la
riqueza ya que las desigualdades son vistas como naturales y fruto de triunfos de los
más aptos, considerando que las políticas del Estado deben ser marginales. Las
políticas sociales son mecanismos de control social que permiten la gobernabilidad
necesaria para la legitimación de reformas estructurales exigidas por el mercado y
los organismos internacionales de crédito; donde se focaliza la pobreza y grupos
vulnerables.
2. Ciudadanía emancipada: toma la igualdad social como valor central, entendida
principalmente como derecho de las personas a tener iguales oportunidades para
acceder a los bienes social y económicamente relevantes. Igualdad implica equidad
y también justicia redistributiva basada en la solidaridad colectiva. Es por definición
una propuesta socialmente inclusiva. Las personas no son sujetos pasivos, sino
actores en doble dimensión individual y societaria.
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Por todo lo anterior, es posible decir que la ciudadanía social no constituye una categoría
unívoca, sino que detrás de este concepto es posible encontrar diversas concepciones en
torno a los derechos, la integración social, igualdad, distribución de las riquezas y el papel
del Estado y de la sociedad civil.

Los actores, en el proceso de diseño e implementación de la política social, construyen un


tipo de ciudadanía que adquiere ciertas características particulares pero que refleja una
tendencia hacía algunos de los modelos señalados anteriormente.

La construcción de ciudadanía en las políticas sociales está relacionada a las formas en que
los actores conquistan y acceden a los derechos sociales, en un contexto socio-histórico
específico. Dichas formas son conflictivas y estan vinculadas al poder y a la lucha de los
actores no solo por acceder a esos derechos sino también por definir las necesidades
sociales en un momento dado.

Ciudadanía y nación en el proceso de emancipación - Anrup y Oieni

La ciudadanía en tanto sistema de integración y de exclusión, es un indicador de los rasgos


dominantes de una cultura política.

Comunidad política: durante la revolución independentista de las repúblicas


sudamericanas a principios del siglo XIX, no solamente se constituyen Estados, sino
también se sientan las bases de los símbolos, se forja el mundo imaginario y se define el
lenguaje político que ha marcado la vida de estas sociedades hasta el día de hoy. El
discurso que así se fue formando tiene como ámbito un enfrentamiento de significados
alrededor de los conceptos de nación y ciudadanía.

Después de la ruptura con el rey, la primera etapa de la Independencia define un nuevo


concepto de Patria.

El concepto de Patria se había asociado con el de “Padre Rey”, este, a su vez se articulaba
con el concepto de “ciudadanía” y “ciudadano” y servía de signo distintivo y delimitador
entre “americanos” y “españoles”.

“Americanos” son todos aquellos nacidos en América, mientras que los inmigrantes
españoles de primera generación o funcionarios coloniales españoles, solo podrían adquirir
está característica mediante un juramento de lealtad a la Patria, lo que les convertía en
ciudadanos de la nueva nación.

Simbología del poder y lucha de independencia: es sabido que todo orden social se
asienta, entre otras cosas, en un sistema de símbolos y metáforas que son funcionales a la
creación, consolidación y mantenimiento de dicho orden. Las palabras “símbolo” y
“simbólico” se usan aquí en el sentido de cualquier representación en la mente de un sujeto
individual o colectivo, que cumple una función al ser empleada para la realización de
acciones y el desarrollo de hábitos y conductas.

El aparato simbólico de la cultura incluye un conjunto de representaciones que condicionan


toda la existencia consciente y subconsciente de los sujetos que participan en esa cultura.
Una vez establecidos tales símbolos y representaciones simbólicas, ellos adquieren una
importancia fundamental para la historia; quedan arraigados en un impulso atemporal que,
en cualquier forma que sea realizado, nunca llega a ser una realización cabal del deseo
original.
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Cuando las colonias hispanoamericanas se independizaron de España, en los comienzos
del siglo XIX, la figura del padre adquirió un papel central dentro de la simbología del poder.

Es de central importancia el significado de la imagen del padre, su función y las formas por
medio de las cuales el poder y la política se representan dentro de la sociedad
hispanoamericana de comienzos del siglo XIX. Las relaciones entre el pueblo y el Rey se
expresan durante la colonia española bajo las formas de Padre Rey y Gobierno paternal.

La metáfora de la familia jugó un rol principal tanto en el discurso de defensa de la corona


española como en aquel o aquellos que atacaban su dominio sobre las colonias
americanas. Cuando en 1799 Pedo Fermin de Vargas argumento en pro de los esfuerzos
independentistas hizo uso de está analogía diciendo:

“Nueva Granada, (la Colombia de hoy), es actualmente como un hijo adulto que tiene que
liberarse”.

De la misma manera actúan los próceres de la independencia suramericana cuando


subrayan que el Rey español había fallado en su rol como padre.

En Chile la prensa cumplio, de la misma forma, una tarea educativa de gran importancia
cuando publicó el Catecismo de los Patriotas -el cual está inspirado en la Declaración de los
Derechos del Hombre y el Ciudadano, y es de carácter didáctico y propagandístico-
recurriendo a la metáfora de la familia para identificar a la Patria:

“(...)la Patria es una gran familia. Pero la patria es la familia que está por encima de la
familia propia. Se debe amar (...)a la Patria más que a nuestra familia, que es una entre
tantas”

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