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Tener una noción de que es el Estado, identificarlo como una construcción histórica y
conocer sus distintos tipos, así como poder identificar la vinculación entre Estado y
ciudadanía, y distinguir qué es la ciudadanía y su relación con la noción de derechos es
importante para la formación en Psicología porque la producción de subjetividad está
directamente relacionada con la cotidianeidad y las prácticas sociales que ella incluye, es
decir, los procesos psicológicos estan ligados a las condiciones de existencia y a las
prácticas sociales. En este sentido, los modelos, experiencias y contenidos culturales con
que las personas cuentan para alimentar y sostener su proceso identitario provienen de: las
redes sociales, las tradiciones culturales, los niveles de integración laboral y educativo así
como las modalidades de ejercicio de la ciudadanía y las políticas públicas.
Es decir que tanto las políticas sociales como sus representantes y efectores, así tanto
como nosotros, participamos activamente en la construcción de su subjetividad. Nuestras
intervenciones asignan a esas personas lugares y roles, interpretan y jerarquizan sus
necesidades y proponen metas en términos de un “deber ser” deseado o esperado desde
una determinada perspectiva.
Los diversos marcos conceptuales no abordan todos los derechos, sino que procuran
identificar aquellos que son fundamentales para las estrategias de desarrollo o de reducción
de la pobreza.
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Construcción de la subjetividad en la exclusión - Giorgi
Para introducirnos en el tema que nos convoca es necesario definir una cierta mirada
teórica sobre los procesos psicológicos que los considera indisolublemente ligados a las
condiciones de existencia y a las prácticas sociales.
Época, cultura y lugar social pasan así a ser 3 coordenadas centrales en todo abordaje de
la subjetividad humana.
La vida cotidiana -en tanto estructura de prácticas y significaciones constituida por los
diversos intercambios a través de los cuales los seres humanos satisfacen sus
necesidades, producen y reproducen la vida- pasa a ser núcleo de interés de la psicología.
Los modelos, experiencias y contenidos culturales con que las personas cuentan para
alimentar y sostener su proceso identitario provienen de: las redes sociales, las tradiciones
culturales, los niveles de integración laboral y educativo así como las modalidades de
ejercicio de la ciudadanía y las políticas públicas.
Estas redes varían de un sujeto a otro, de un grupo a otro en su amplitud, riqueza, fortaleza,
diversidad, constituyendo parte de los “recursos” con que las personas cuentan para
afrontar las situaciones problemáticas propias de su existencia.
A nivel de los sectores populares asistimos a una verdadera disolución de la “cultura obrera”
que durante todo el pasado siglo sostuvo imágenes, valores y modelos de vida que
operaron como sostén de procesos de construcción de identidades y como factor de fuerte
inclusión social.
Hoy ese “mundo del trabajo” ha cambiado y los barrios populares viven un proceso de
“desproletarización”.
Esto genera en los jóvenes la ausencia de lugar social y de proyecto colectivo sobre el cual
apoyar el propio. Asignarse y ser asignado es ocupar un lugar en el conjunto de sus
semejantes.
El “mundo del trabajo” ha cambiado, la imagen del trabajo asalariado, socialmente regulado,
estable, sindicalizado y que operaba como matriz y soporte en la construcción de
identidades sociales y de subjetividad tiende a desaparecer en nuestra cultura. En su lugar,
emerge la tendencia al trabajo informal, desregulado, sin permanencia a través del tiempo
que estimula actitudes individualistas entre los trabajadores. Estas modalidades de trabajo
no tienen la consistencia necesaria para sostener procesos identitarios ni operar como
apoyatura de proyectos personales.
Se desvanece así la imagen del trabajador como sujeto de derecho y actor colectivo
pasando a constituirse en un individuo aislado que actúa desde su necesidad perdiendo
capacidad de negociación y autoestima. La educación -especialmente la escuela- constituye
un espacio de especial relevancia en la producción de subjetividad.
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En los últimos años hemos observado a nivel de la educación dos procesos
complementarios que tienden a revertir su potencial de integración social.
Por una parte la creciente segregación territorial. Los habitantes de las zonas se
caracterizan por cierta condición social más o menos homogénea y las escuelas reflejan
esto.
Por otra parte, si bien el acceso a la educación primaria continúa siendo casi universal, no
todos los niños acceden con similar probabilidad de éxito o fracaso. Quienes provienen de
hogares pobres tienen una probabilidad superior al 50% de experimentar el llamado
“fracaso escolar” iniciando así una experiencia de rechazo, impotencia y ajenidad en
relación a la cultura institucional. Dicha experiencia marca su subjetividad y opera como
inicio de procesos de frágil integración social con el consiguiente riesgo de caer en la
exclusión.
Cuando los sujetos adquieren una identidad social que les permite expresarse a través de
sus colectivos y adoptar posturas activas en pro de la defensa o restitución de sus
derechos, se opera una inclusión en la dinámica social. No obstante, cuando sobre ellos
recae la adjudicación de cierta “inutilidad social” quedan también descalificados en el plano
cívico y político.
Políticas sociales y práctica social: cuando los niveles de inclusión social comienzan a
deteriorarse y los sujetos no acceden a resolver sus necesidades en base a sus propios
recursos ingresamos en la “zona de vulnerabilidad”. Se abre un nuevo espacio de prácticas
y relaciones sociales conformado por el entramado de organizaciones y efectores de
políticas públicas focalizadas.
Podríamos afirmar que las políticas sociales dirigidas a sectores de frágil integración a la
cultura hegemónica forman parte de verdaderas políticas de subjetividad.
Tanto las políticas sociales como sus representantes y efectores -o sea organizaciones,
equipos, técnicos y otros agentes- participamos activamente en la construcción de su
subjetividad. Nuestras intervenciones asignan a esas personas lugares y roles, interpretan y
jerarquizan sus necesidades y proponen metas en términos de un “deber ser” deseado o
esperado desde una determinada perspectiva.
En este sentido, resulta revelador el análisis del lenguaje utilizado. Este no es algo neutro.
Conforma operaciones discursivas, asigna significados a través de una dinámica de
adjudicación-asunción de diferentes lugares en el universo simbólico de la sociedad que
involucra tanto a los operadores institucionales como a los destinatarios de las acciones y
programas.
Términos como: marginado, excluido, vulnerable, etc, sostienen discursos diferentes acerca
de la problemática social básica. A través de su análisis podemos develar una verdadera
“disputa de significados” acerca del problema y el lugar asignado a los sujetos que lo viven.
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Por otra parte los operadores también reciben y asumen denominaciones con fuertes
connotaciones: educador, asistente, defensor, etc. Estos posicionamientos crean y
refuerzan identidades sociales con sus consiguientes subjetividades.
La exclusión social
Dicho proceso alcanza un punto de ruptura en el cual las interacciones quedan limitadas a
aquellas que comparten su condición. De este modo el universo de significados, valores,
bienes culturales y modelos, así como las experiencias de vida de que los sujetos disponen
para la construcción de su subjetividad se ven empobrecidos y tienden a fijarlo en su
condición de excluido.
El proceso gradual y acumulativo que lleva a la exclusión puede atravesar más de una
generación, y por lo tanto, existen sujetos que nacen en ese tránsito hacía la exclusión con
muy escasas posibilidades de revertir o aun detener dicho proceso. Surge así la noción de
vulnerabilidad.
La ventaja principal, en este caso, sería el hecho de delimitar el campo social a partir de
sectores institucionales.
Sin embargo, las conceptualizaciones sectoriales tienen varias deficiencias, entre ellas:
- Son meramente descriptvas, no proveen instrumentos analiticos
- Son inspiradas en las divisiones de la estructura gubernamental y no reconocen la
intersectorialidad de los problemas sociales
- Suponen una separación artificial entre políticas económicas y sociales
En resumen, aunque nos ayuden a recortar una realidad concreta, por medio de una
definición de sus límites, está definición suele ser arbitraria y desconoce la complejidad de
los problemas.
Como un campo de la política, la política social se trata, en última instancia, de las reglas y
mecanismos que permiten el ejercicio, manutención o cambio, concentración o distribución
del poder. La complejidad del campo de las políticas sociales es fruto de los diferentes y,
muchas veces, contradictorios factores que determinan su configuración y dinámica.
El grado de consenso alcanzado con relación a valores que definen los principios de
justicia y orientan decisiones políticas es crucial para definir la sostenibilidad e
incluso la eficacia de las políticas sociales.
Este proceso de lucha ideológica -lo que no excluye el contenido técnico involucrado
en esas disputas- es también un proceso de constitución de sujetos sociales. De la
misma manera que se dice que no hay ciudadanos antes del ejercicio de la
ciudadanía, también no existen sujetos previos al enfrentamiento de sus proyectos,
lo que quiere decir que los sujetos sociales se constituyen en la relación que
establecen en las disputas por el poder.
El campo de la política social está también determinado por la dinámica del proceso
de acumulación, que provee las contingencias que delimitan las posibilidades de
acción y la misma amplitud y mecanismos de satisfacción de las necesidades
sociales. Las políticas sociales se materializan en instituciones y organizaciones,
cuyos procedimientos y mecanismos estructuran este campo y dan forma al propio
Estado. Son, por lo tanto, expresión materializada en el Estado de la relación de
fuerzas en la sociedad.
El trabajo de Marshall (1965) inicia un campo de estudios que hoy se denomina la teoría de
la ciudadanía. En el estudio fueron señalados algunos de los más importantes pilares o
dimensiones de la ciudadanía, en su definición de la ciudadanía como la plena pertenencia
de los individuos a una comunidad política por medio de un estatus que garantiza a los
individuos derechos y deberes, libertades y restricciones, poderes y responsabilidades.
Es deber de las clases superiores pensar por las inferiores y hacerse responsables
de su suerte. Para cumplir está función, las clases superiores deben prepararse
conscientemente, y todo su proceder debe inculcar en los pobres la confianza en
ellas, para que, al acatar, pasivamente y activamente, las reglas que le son
prescritas, se entreguen en todos los demás aspectos a una confiada
despreocupación, y descansen al amparo de sus protectores.
Cada sociedad define, en cada etapa histórica, los derechos y deberes de los
ciudadanos. En ese sentido, la ciudadanía es un proceso en permanente
construcción. La posibilidad de ejercicio de los derechos y deberes depende no solo
de su existencia formal sino también de la eficacia de las instituciones encargadas
de su preservación y de la creencia en su legitimidad.
El elemento social por su lado, se refiere a los derechos que van desde un mínimo
de bienestar económico y seguridad, hasta la seguridad del derecho de participar,
por completo, en la herencia social, etc, y le corresponde las instituciones como el
sistema educacional y los servicios sociales.
Las medidas relativas a la gestión de las políticas públicas no suelen ser analizadas
en términos de sus efectos en la condición de ciudadanía. Sin embargo, es
imprescindible la consideración de la dimensión institucional de la ciudadanía.
● Una dimensión histórica: una de las más importantes tesis de Marshall trata del
desarrollo histórico de la ciudadanía. Afirma que los diferentes componentes de la
ciudadanía tienen especificidades que les permiten un desarrollo histórico
diferenciado de los demás, algunas veces anteponiendose unos a los otros, otras
veces generando contradicciones que solo son superadas con el desarrollo de otro
componente distinto.
Los principales desafíos actuales pueden ser ubicados con relación a las siguientes
tensiones:
El desarrollo actual de las políticas sociales se enfrenta con el desafío de romper las
estrechas vinculaciones entre la protección social e inserción laboral. En lugar de
esperar que la inserción laboral preceda la política social y determine sus
mecanismos y contenidos, se trata de invertir el orden, pasando la protección social
a incluir también la cuestión del trabajo.
- La erosión de los valores solidarios: el desarrollo de la ciudadanía se basaba en
el supuesto de la integración de los individuos en una comunidad, y como
consecuencia los principios de cooperación, solidaridad y justicia social. Tanto el
peso creciente de las camadas medias profesionales como la materialización de la
ciudadanía en una pauta de consumo, son factores que, aliados a otros más, fueron
responsables por las transformaciones de la sociabilidad en dirección al actual
individualismo consumista, expresión de la erosión de las identidades colectivas.
Las luchas del movimiento feminista y de otros grupos minoritarios por la inclusión
de las diferencias como parte de la esfera pública, definiendo políticas pautadas por
una concepción de ciudadanía diferenciada, explotan la separación de las esferas
público-privada, en la cual se basa la ciudadanía.
- Políticas sociales: ¿consumo o emancipación?: como afirmamos anteriormente,
la ciudadanía requiere de una participación activa en la comunidad política. La
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concepción de la ciudadanía como participación activa supone que la socialización
política es también un proceso de emancipación, en el cual los individuos asumen
responsabilidades públicas y pasan a gozar de los derechos atribuidos a los
ciudadanos.
Uno de los principales aportes de este enfoque es dotar a las estrategias de desarrollo de
un marco conceptual explícito, del cual puedan inferirse elementos valiosos para reflexionar
sobre los diversos componentes de esa estrategia:
- los mecanismos de responsabilidad, igualdad y la no discriminacion
- el otorgamiento de poder a los sectores postergados y excluidos
En líneas generales, el enfoque basado en derechos considera que el primer paso para
otorgar poder a los sectores excluidos es reconocer que ellos son titulares de derechos que
obligan al Estado. Al introducir el concepto se procura cambiar la lógica de los procesos de
elaboración de políticas, para que el punto de partida no sea la existencia de personas con
necesidades que deben ser asistidas, sino sujetos con derecho a demandar determinadas
prestaciones y conductas.
Los diversos marcos conceptuales no abordan todos los derechos, sino que procuran
identificar aquellos que son fundamentales para las estrategias de desarrollo o de reducción
de la pobreza, por tener relación constitutiva o instrumental con la pobreza. Así, se señalan
3 diferentes formas de pertinencia de los derechos humanos en esas estrategias:
1. la pertinencia constitutiva: algunos derechos tienen pertinencia constitutiva
cuando corresponden a capacidades consideradas básicas por la sociedad en
cuestión y no se les da cumplimiento por insuficiencia de recursos económicos. Por
ejemplo, el derecho a la alimentación o el derecho a la salud.
2. la pertinencia instrumental: otros derechos como algunos civiles y políticos, tienen
pertinencia instrumental porque contribuyen a evitar procesos sociales o políticos
que pueden conducir a situaciones de pobreza. Así, la libertad de expresión y los
derechos vinculados con el funcionamiento de democracias representativas, con
elecciones periódicas y limpias, acotan las posibilidades de que la sociedad tolere
situaciones de pobreza extrema.
3. y la pertinencia restrictiva respecto del contenido y el ámbito de las
estrategias: ciertos derechos tienen utilidad para las estrategias cuando pueden
restringir o limitar los tipos de acciones permisibles. Por ejemplo, aunque sería
totalmente razonable que un país muy poblado pero con escasos recursos quisiera
adoptar medidas de control demográfico como parte de su estrategia para reducir la
pobreza, no sería admisible que adoptara medidas como la esterilización forzosa,
que viola la integridad física y la intimidad de las personas.
Es importante destacar que, pese a compartir la preocupación por muchos temas comunes,
en particular referidos a la pobreza y la exclusión, el campo de las políticas de desarrollo y
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el de los derechos humanos han ido por carriles paralelos, con pocos puntos de encuentro o
conexión.
Algunas críticas a la posibilidad de que las políticas de desarrollo asuman una lógica
basada en los derechos cuestionan:
- la ambigüedad del contenido de las obligaciones que emanan de los derechos
económicos, sociales y culturales
- que los derechos económicos, sociales y culturales puedan ser exigibles en igual
grado que los derechos civiles y políticos
También plantean que un enfoque de las políticas públicas basado en derechos puede
resultar a veces demasiado rígido.
Detrás de estas objeciones hay un argumento de peso, este es que la relación entre los
derechos humanos y las políticas públicas no cuenta aún con elaboraciones suficientemente
sólidas y coherentes, ni en el derecho internacional, ni en el derecho constitucional de los
países latinoamericanos.
Los principales aportes que hace el enfoque en derechos a las estrategias de desarrollo
son la vinculación de los derechos con la entrega de poder a los sectores empobrecidos y el
fortalecimiento de los mecanismos de responsabilidad mediante el uso de la “infraestructura
institucional” internacional y nacional existente en el ámbito de los derechos humanos.
Aunque el enfoque de derechos puede fortalecer las demandas sociales frente a situaciones
de inequidad, sus implicancias concretas en las relaciones sociales no siempre se
consideran adecuadamente, con lo cual se corre el riesgo de utilizar una retórica de los
derechos que luego no logre satisfacer las expectativas mínimas que este concepto puede
legítimamente ocasionar. El reconocimiento de derechos impone habitualmente la
necesidad de establecer medidas judiciales o de otro tipo que permitan al titular del derecho
reclamar ante una autoridad judicial u otra, si el sujeto obligado no da cumplimiento a su
obligación. Por lo tanto, el reconocimiento de derechos es también el reconocimiento de un
ámbito de poder para sus titulares y en ese sentido puede ser una forma de restablecer
equilibrios en el marco de situaciones sociales marcadamente dispares.
Entonces las obligaciones negativas son las que tiene el Estado de abstenerse de realizar
cierta actividad: no dañar la salud, no empeorar la educación, no impedir que una persona
se afilie a un sindicato, etc.
Por otro lado, las obligaciones positivas, si bien se suelen vincular con la obligación del
Estado de disponer de fondos, es decir, con el hecho de disponer de reservas
presupuestarias para ofrecer una prestación, estas no se agotan en este ámbito.
Por todo esto, está claro que los derechos fijan marcos para la definición de políticas y de
este modo inciden no sólo en sus contenidos u orientación, sino también en su elaboración
e implementación.
No solo se requiere del Estado una obligación de no discriminar, sino también en algunos
casos la adopción de medidas afirmativas para garantizar la inclusión de grupos o sectores
de la población tradicionalmente discriminados. Esto implica la necesidad de dar un trato
diferenciado cuando, por las circunstancias que afectan a un grupo en desventaja, la
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igualdad de trato supone coartar o empeorar el acceso a un servicio o un bien, o el ejercicio
de un derecho.
El Estado no solo tiene la obligación negativa de no impedir el acceso a estos recursos para
hacer exigibles los derechos, sino también la obligación positiva de organizar el aparato
institucional de modo que todos, y en especial quienes se encuentran en situación de
pobreza o exclusión, puedan acceder a esos recursos.
Concluimos con que no es difícil tender puentes y establecer relaciones entre el campo de
los derechos humanos y los principios que suelen orientar o guiar las políticas y estrategias
de desarrollo. El potencial encuentro entre estos ámbitos dependerá en gran medida de la
decisión de cambiar la lógica de formulación de ciertas políticas públicas y sus niveles de
universalidad, transparencia y fiscalización.
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Bibliografía complementaria
Sin embargo, no siempre se logra otorgar una inteligibilidad superadora a tales mutaciones.
Es por ello justamente que interesa trabajar en torno a la noción de régimen de bienestar.
Para las voces feministas, los análisis de los recursos de poder (como los de
Esping-Andersen) han prestado más atención a la “división del trabajo” entre Estados y
mercados en la provisión de bienestar que a las relaciones entre Estados, mercados y
familias. De hecho, la distinción entre lo público y lo privado se considera una distinción
entre la política y el mercado, y las familias son ignoradas en tanto se las concibe como
proveedoras “privadas” de bienes y servicios de bienestar.
El bienestar, sin embargo, está inmerso en el mundo de la familia, por ello, para una gran
cantidad de mujeres el problema es la dependencia hacía la familia, o en otras palabras “la
independencia femenina necesita ‘desfamiliarizar’ las obligaciones relativas al bienestar.
Un esquema familiarista es aquel en el que la política pública presupone (en realidad exige),
que las unidades familiares carguen con la responsabilidad principal de sus miembros. De
está manera, “la desfamiliarización indicaría, en primer lugar, el grado en que la política
social hace a la mujer autónoma para poder mercantilizarse, o para establecer núcleos
familiares independientes”.
Uruguay, Brasil, Cuba, Chile, Costa Rica y Argentina fueron los primeros en instaurar
sistemas de seguridad social en las décadas de 1920 y 1930, con mayor cobertura y
desarrollo, aunque con problemas de “estratificación, altos costos, déficit creciente y
desequilibrio financiero y actuarial”.
Si bien la noción de régimen de bienestar fue inicialmente pensada para dar cuenta de las
variedades del capitalismo en el mundo desarrollado y se trata de sociedades en las que el
Estado tenía una importante presencia, la adaptación para dar cuenta de los países de la
región latinoamericana debía capturar que ahi los Estados y las políticas distributivas
resultan frágiles y menos extendidas y, por ende, en general se trata de regímenes de
bienestar en donde el Estado cumple un papel subsidiario.
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Regímenes de bienestar en el periodo del Consenso de Washington
Martinez (2007) estudia las realidades del bienestar en América Latina, y entre 18 países,
establece 3 rasgos compartidos:
1. la existencia de mercados laborales ineficientes
2. políticas públicas débiles
3. un rol central del ámbito doméstico y del trabajo femenino
En los dos primeros el Estado tiene un papel importante, pero mientras en el primero el
Estado interviene en aquellas áreas en que el mercado no resuelve o para la cual el
intercambio mercantil no es suficiente, en el segundo el Estado interviene aun en áreas que
podrían ser predominio del mercado enfatizando la protección social, sobre todo de quienes
tienen trabajo formal. Los regímenes familiaristas en cambio dependen fuertemente de la
capacidad de las mujeres, familias y comunidades para mitigar los riesgos sociales debido a
un Estado debilitado y políticas públicas casi inexistentes; al tener un Estado débil los
niveles de desmercantilización son bajos.
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Apuntes para estudio de los regímenes de bienestar en la América Latina del siglo
XXI
Los trabajos realizados a partir del cambio de milenio prestaron atención de manera
importante a la esfera familiar, así como a la informalidad del mercado de trabajo, y no solo
desde el discurso sino también desde las aproximaciones empíricas.
Para captar las especificidades del nuevo periodo sería interesante enfatizar 3 elementos de
análisis:
1. La comunidad como esfera prestadora de servicios y bienes: está abarcaría los
servicios, protecciones y cuidados que recaen en la cooperación voluntaria de la
ciudadanía, pudiendo tomar como mínimo dos formas distintas, las organizaciones
formalizadas o las experiencias más informales de auto-organización social.
Profundizar en la segunda puede ayudar a comprender mejor los regímenes de
bienestar en países con alta población indigena, con sus arreglos comunitarios que
toman particularidades propias entre esos grupos.
2. La recuperación o construcción de un rol central del Estado: este retorno del
Estado está respaldado por la histórica debilidad de la esfera estatal en la región y lo
que este podría garantizar en términos de intereses comunes y compartidos,
gratuidad, acceso universal, publicidad, entre otras características
3. Las nuevas agendas de bienestar: las necesidades y aspiraciones de bienestar en
las sociedades del siglo XXI no son las mismas que en los “treinta gloriosos”
post-Segunda Guerra Mundial. Se introduce la preocupación por los derechos de la
naturaleza y la crítica al consumismo; la centralidad de los cuidados y de los valores
post-materiales y la importancia de la participación ciudadana, la transparencia, el
control social y la proximidad en las políticas. Además, la laicidad aparece de
manera latente como una cuestión en la que todavía no se ha profundizado mucho,
pero que nadie duda que es un elemento que está causando importantes debates en
el campo de las intervenciones estatales y las políticas sociales en el continente
latinoamericano.
En definitiva, los estudios sobre regímenes de bienestar en América Latina deben tener
presentes las características propias de la región a partir de las que se producen las
transformaciones actuales: la debilidad institucional estatal y la dificultad de producción de
política pública de la que parten, el importante peso de la informalidad en el mercado de
trabajo, o la relevancia de la esfera familiar y, en algunos casos, la comunitaria como
proveedora de bienestar y cuidados. Además cabe considerar como operadora en la
estructura social en diversos países de la región, además de la desigualdad de clase,
género y hábitat (rural/urbano), la variable de la etnia.
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Visiones teoricas acerca de la Ciudadania Social - Garcés, Lucero y Estévez
La noción de ciudadanía es útil como analizador que permite conocer las formas en que los
agentes, el Estado y la sociedad construyen y ejercen sus derechos.
En el caso de los derechos políticos en cambio de lo que se trataba era de “garantizar los
antiguos derechos a nuevos sectores de la población”.
A partir de fines del siglo XIX se abrirá un nuevo periodo que transformará radicalmente la
relación entre ciudadanía y sistema de clases. Este periodo se caracteriza
fundamentalmente por el desarrollo de un tercer tipo de derechos: los sociales.
Otro punto importante a rescatar es que el autor plantea que siempre existirá una demanda
tendiente a obtener y a ampliar los derechos sociales. Esto deja la puerta abierta para
pensar los derechos sociales como una permanente conquista, esto es ciudadanos que
permanentemente lucharán por obtener y ampliar su ciudadanía social.
Los actores involucrados en estas luchas responden, por un lado, a grupos dominantes y
por otro, a grupos subalternos o contra-hegemónicos. Entre estos, “la lucha ideológica
cumple un papel importante, pues los grupos dominantes buscan convencer a la sociedad
civil, y la estrategia contra hegemónica de los grupos subalternos busca desarticular ese
discurso, intentando rearticular tales interpretaciones a su conjunto discursivo y a sus
prácticas políticas”.
Una tendencia en está perspectiva es la de enfatizar al ciudadano como una necesidad del
capitalismo a fin de asegurar la libertad del trabajador, y la libertad de vender su fuerza de
trabajo, para ello acuden las instituciones y normativas jurídicas por una parte y políticas por
la otra. Está condición actual niega las desigualdades económicas al establecer una
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igualdad civil y política ante el Estado. En este plano la ciudadanía es un elemento que
permite la reproducción del sistema de clases.
Otros autores, sin embargo, sin negar lo anterior, han reivindicado el uso del concepto de
ciudadanía como expresión de las conquistas de las clases subordinadas. Esto es que, la
emergencia del ciudadano abrió el escenario y las posibilidades para la conformación y su
articulación de las clases bajas para su lucha contra la explotación capitalista.
Los movimientos sociales y la lucha por la ciudadanía: una tercera línea de análisis
plantea que el sujeto de lucha no son solamente las clases sociales sino que se consideran
además otros actores colectivos, grupos y/o movimientos sociales que demandan diversos
tipos de reivindicaciones y que tienen un rol fundamental en el desarrollo y expansión de la
ciudadanía. Reconocen la lucha de movimietnos de DDHH, feminista, ecologistas,
antiesclavistas y de los grupos indigenas, entre otros.
Las autoras plantean que las condicione necesarias para la emergencia de estos grupos no
bastan con actos aislados, sino que la emergencia de sujetos autónomos y con capacidad
de reflexión solo es posible cuando se asegura la sobrevivencia física por un lado, y cuando
se confirma la “pertenencia a la comunidad” por otro. Para poder luchar se necesita
conformar actores colectivos, se necesitan recursos y capacidades. En situaciones de
pobreza extrema, estas capacidades y potencialidades estan ausentes.
Los autores además comparten la idea de que los conflictos de los movimientos sociales no
se circunscriben solamente a problemas de inclusión/exclusión de las clases sociales. Sino
que la lucha de los movimientos sociales por el reconocimiento, por expandir o defender la
definición de la pertenencia social, las demandas por ampliar las fronteras que definen la
ciudadanía y la pertenencia a una colectividad son también fuente de transformación. Es
decir que el conflicto de clase puede ser un importante medio para el desarrollo de los
derechos ciudadanos, pero no es el único.
Hacía una noción de ciudadanía social como marco de referencia de la política social
Bajo está idea de proceso diremos entonces que la condición de ciudadanía refiere a “una
práctica conflictiva vinculada al poder, que refleja a las luchas acerca de quiénes podrán
decir que, al definir cuáles serán los problemas comunes y cómo serán abordados.”
La “ciudadanía social”, por su parte, hace referencia a las prestaciones sociales que se
configuraron con mayor fuerza durante el periodo del Estado de bienestar.
La ciudadanía social puede ser definida como “un vínculo de integración social que se
construye a partir del acceso a los derechos sociales siempre cambiantes en una
comunidad”.
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La Política Social resulta ser el ámbito natural donde se configuran e implementan los
derechos sociales de ciudadanía. Cualquier intento de conceptualización de la ciudadanía
social nos remite a las políticas sociales.
El núcleo de los derechos de ciudadanía social no pasa solo por lo económico sino que es
fundamentalmente moral: la redistribución es un acto de solidaridad, de inclusión.
La construcción de ciudadanía en las políticas sociales está relacionada a las formas en que
los actores conquistan y acceden a los derechos sociales, en un contexto socio-histórico
específico. Dichas formas son conflictivas y estan vinculadas al poder y a la lucha de los
actores no solo por acceder a esos derechos sino también por definir las necesidades
sociales en un momento dado.
El concepto de Patria se había asociado con el de “Padre Rey”, este, a su vez se articulaba
con el concepto de “ciudadanía” y “ciudadano” y servía de signo distintivo y delimitador
entre “americanos” y “españoles”.
“Americanos” son todos aquellos nacidos en América, mientras que los inmigrantes
españoles de primera generación o funcionarios coloniales españoles, solo podrían adquirir
está característica mediante un juramento de lealtad a la Patria, lo que les convertía en
ciudadanos de la nueva nación.
Simbología del poder y lucha de independencia: es sabido que todo orden social se
asienta, entre otras cosas, en un sistema de símbolos y metáforas que son funcionales a la
creación, consolidación y mantenimiento de dicho orden. Las palabras “símbolo” y
“simbólico” se usan aquí en el sentido de cualquier representación en la mente de un sujeto
individual o colectivo, que cumple una función al ser empleada para la realización de
acciones y el desarrollo de hábitos y conductas.
Es de central importancia el significado de la imagen del padre, su función y las formas por
medio de las cuales el poder y la política se representan dentro de la sociedad
hispanoamericana de comienzos del siglo XIX. Las relaciones entre el pueblo y el Rey se
expresan durante la colonia española bajo las formas de Padre Rey y Gobierno paternal.
“Nueva Granada, (la Colombia de hoy), es actualmente como un hijo adulto que tiene que
liberarse”.
En Chile la prensa cumplio, de la misma forma, una tarea educativa de gran importancia
cuando publicó el Catecismo de los Patriotas -el cual está inspirado en la Declaración de los
Derechos del Hombre y el Ciudadano, y es de carácter didáctico y propagandístico-
recurriendo a la metáfora de la familia para identificar a la Patria:
“(...)la Patria es una gran familia. Pero la patria es la familia que está por encima de la
familia propia. Se debe amar (...)a la Patria más que a nuestra familia, que es una entre
tantas”