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El documento habla sobre los viajes y cómo estos enseñan a los viajeros a no poseer una casa verdaderamente y a habitar más libremente su propia casa. También explica que en los viajes, al estar entre desconocidos, se aprende a no ser nadie y a comprender que no se es nadie, pero en un lugar querido uno puede saber quién es realmente.
El documento habla sobre los viajes y cómo estos enseñan a los viajeros a no poseer una casa verdaderamente y a habitar más libremente su propia casa. También explica que en los viajes, al estar entre desconocidos, se aprende a no ser nadie y a comprender que no se es nadie, pero en un lugar querido uno puede saber quién es realmente.
El documento habla sobre los viajes y cómo estos enseñan a los viajeros a no poseer una casa verdaderamente y a habitar más libremente su propia casa. También explica que en los viajes, al estar entre desconocidos, se aprende a no ser nadie y a comprender que no se es nadie, pero en un lugar querido uno puede saber quién es realmente.
Asimismo, en los capítulos de este libro se va a las antípodas e incluso a
los microcosmos de la Bisiacaria o a los nanocosmos de Ciceria, y el
paso del viajero querría semejarse a la andadura de Lawrence Sterne. Viajar sintiéndose siempre, a un tiempo, en lo desconocido y en casa, pero a sabiendas de que no se tiene, no se posee una casa. Quien viaja es siempre un callejeador, un extranjero, un huésped; duerme en habitaciones que antes y después de él albergarán a desconocidos, no posee la almohada en la que apoya la cabeza ni el techo que le resguarda. Y así comprende que nunca se puede poseer verdaderamente una casa, un espacio recortado en el infinito del universo, sino tan solo detenerse en ella, por una noche o durante toda la vida, con respeto y gratitud. No por azar el viaje es ante todo un regreso y nos enseña a habitar más libre y poéticamente nuestra propia casa. Poéticamente vive el hombre en esta tierra, dice un verso de Hölderlin, pero solo se sabe, como dice otro verso, que la salvación crece allá donde crece el peligro. En el viaje, desconocidos entre gente desconocida, aprendemos en sentido fuerte a no ser Nadie, comprendemos concretamente que no somos Nadie. Y precisamente, en un lugar querido que se ha trocado casi físicamente en una parte o una prolongación de la propia persona, esto permite decir, haciéndole eco a don Quijote: aquí yo sé quién soy. 3. « Asimismo, en los capítulos de este libro se va a las antípodas e incluso a los microcosmos de la Bisiacaria o a los nanocosmos de Ciceria, y el paso del viajero querría semejarse a la andadura de Lawrence Sterne. Viajar sintiéndose siempre, a un tiempo, en lo desconocido y en casa, pero a sabiendas de que no se tiene, no se posee una casa. Quien viaja es siempre un callejeador, un extranjero, un huésped; duerme en habitaciones que antes y después de él albergarán a desconocidos, no posee la almohada en la que apoya la cabeza ni el techo que le resguarda. Y así comprende que nunca se puede poseer verdaderamente una casa, un espacio recortado en el infinito del universo, sino tan solo detenerse en ella, por una noche o durante toda la vida, con respeto y gratitud. No por azar el viaje es ante todo un regreso y nos enseña a habitar más libre y poéticamente nuestra propia casa. Poéticamente vive el hombre en esta tierra, dice un verso de Hölderlin, pero solo se sabe, como dice otro verso, que la salvación crece allá donde crece el peligro. En el viaje, desconocidos entre gente desconocida, aprendemos en sentido fuerte a no ser Nadie, comprendemos concretamente que no somos Nadie. Y precisamente, en un lugar querido que se ha trocado casi físicamente en una parte o una prolongación de la propia persona, esto permite decir, haciéndole eco a don Quijote: aquí yo sé quién soy. 3. «