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Las Españas de Ortega y de Machado

Colaboraciones
Las Españas de Ortega y de Machado
Arturo del Villar
SUELE decirse que existen tantas Españas como
españoles haya, y puede que no sea exagerado, al
repasar la lista de partidos políticos registrados.
Se quedó muy corto Antonio Machado al referirse
a las dos Españas enfrentadas y dispuestas a helar
el corazón de los españolitos. Los conceptos de
España defendidos por José Ortega y Gasset y
Antonio Machado han sido estudiados ahora por
Pedro Menchén en un ensayo de 295 páginas,
titulado Ortega y Gasset y Antonio Machado. El
dilema de las dos Españas, impreso en algún lugar
de Asturias por cuenta de Ars Poética. El autor
concede la inicial de los nombres propios a las
Españas, pero creo que si son varias ya no
merecen un nombre propio, sino común a todas,
con minúscula.
Ha observado Menchén que el poeta se excedió
“en sus insistentes y a menudo desmedidos
elogios al joven filósofo en las cartas que le
escribe, pero a veces resulta penoso ese deseo
suyo de agradar, con objeto sin duda de obtener a
cambio el favor y la protección del poderoso
hombre mediático” (página 35). Opone las
semblanzas de los dos, para resaltar cómo Ortega
encontró muchas facilidades para abrirse camino
en la vida intelectual española, debido a las
posiciones dominantes de su familia, en tanto
Machado conoció la pobreza.

Machado, Marañón, Ortega y Pérez de Ayala en


Segovia, 1931.
Al mismo tiempo admite que Machado hablaba
bien de todos los conocidos: “en sus cartas sólo
encontramos palabras elogiosas y halagadoras
para todo el mundo. Además, suena verdadero
todo lo que dice” (44), por lo que debemos aceptar
que el poeta realmente admiraba al sociólogo
ocho años menor que él, pero catedrático de la
Universidad Central, como se denominaba
entonces a la de Madrid, en tanto él nunca pasó
de ser un “humilde profesor / de un instituto
rural”, como le dijo a Unamuno en un poema.
Precisamente explica Menchén que Machado
siempre reconoció explícitamente como su
verdadero maestro a Unamuno. Llamar maestro a
Ortega constituía un homenaje sin duda, pero no
era su maestro, lo era de otros. En cualquier caso,
el calificativo se halla devaluado: por ejemplo, en
el mundo del toreo se llama maestro al matador,
que no parece una figura ejemplar.
ANTE LA REPÚBLICA
Relata la intervención de los dos en el Teatro Juan
Bravo, de Segovia, el 14 de febrero de 1931, en un
acto de la Agrupación al Servicio de la República,
en el que también hablaron Gregorio Marañón y
Ramón Pérez de Ayala, otros presuntos servidores
del nuevo régimen que ya se veía venir, y así fue
dos meses exactos después. De los cuatro el único
que permaneció fiel a la República hasta el último
día de su vida en el exilio fue Machado, porque los
otros tres acataron la dictadura y se acomodaron
a vivir en Madrid colmados de honores hasta la
muerte. No quisieron servir a la República, sino
más bien servirse de ella para medrar en su vida
profesional. Cuando dedujeron que la dictadura
fascista, derivada del triunfo en la guerra, tenía
visos de perdurar, la acataron sin ningún
escrúpulo.
Se pregunta Menchén cómo pudo Ortega soportar
“una dictadura tan sórdida y brutal como aquella”,
y opina que si regresó del exilio para vivir en ese
Madrid cerrado y cegado “fue, sencillamente,
porque simpatizaba con aquel régimen político”
(53). Lo confirma con numerosas citas.
La actitud de los dos intelectuales fue opuesta
durante la guerra. Mientras Ortega se marchó
nada más empezar a Francia y después a la
Argentina, como profesor distinguido, Machado
de quedó para combatir junto al pueblo asediado
con su mejor arma, su pluma, que valía tanto o
más que la pistola de Líster, como le explicó en un
soneto espléndido.
Y Machado no quería salir de Madrid, lo hizo
obligado por el 5º Regimiento, para evitar que
sufriera algún daño a consecuencia de los
bombardeos de la aviación nazifascista. En los
lugares en los que residió continuó escribiendo, lo
que constituye su participación en el desarrollo
del conflicto, con páginas tan heroicas como
literarias.
COINCIDENCIAS Y OPOSICIONES
Además de su diversa actitud en relación con la
República y la guerra, también comenta Menchén
sus convergencias y divergencias acerca de otros
asuntos humanos. Entre las opiniones
compartidas señala el desdén por el deporte, la
aversión a la Iglesia catolicorromana y el no
haberse afiliado a ningún partido político, aunque
en esta cuestión deben hacerse algunas
matizaciones. En primer lugar, Ortega fue uno de
los fundadores de la Agrupación al Servicio de la
República, que concurrió a las elecciones
generales en 1931 y llevó a Ortega a las Cortes
Constituyentes, de modo que si no era un partido
como los tradicionales, adoptaba sus métodos y
exponía sus opiniones lo mismo que ellos.
En cuanto a Machado, son muy conocidos sus
elogios a los avances logrados por la Unión
Soviética, su alabanza a la figura de Lenin, los
comentarios sobre la lírica que podría venir de la
URSS, y su deseo de exiliarse en la patria común
del proletariado con su madre y su hermano José
con su propia familia, proyecto impedido por la
muerte nada más cruzar la frontera francesa. De
manera que si no llegó a afiliarse al Partido
Comunista de España fue debido a aquellas
circunstancias nefastas.
Las divergencias entre ellos son considerables.
Para Ortega la sociedad se compone de seres
superiores e inferiores, mientras que para
Machado todos los seres somos iguales. Para
Ortega la aristocracia es superior a la masa social
y debe dirigirla, en tanto para Machado la
aristocracia está en el pueblo. Para Ortega las
masas deben obedecer a los líderes, aunque para
Machado el pueblo es el gobernante de su
destino. Para Ortega las revoluciones sociales
deben organizarlas las élites, y en cambio
Machado reservaba ese papel para el pueblo. Para
Ortega las masas conducen a la barbarie, mientras
en el ideario de Machado llevan a la espiritualidad.
LA OPINIÓN DE LAS MASAS

Por lo tanto, eran más las diferencias que las


convergencias. Según razona Menchén, “la opinión
de Machado sobre Ortega fue siempre positiva, en
sus cartas y en cualquiera de sus escritos, hasta
1928, y que comenzó a cambiar radicalmente a
partir de 1930, coincidiendo no sólo con la
publicación de La rebelión de las masas, sino
también con la llegada de la Segunda República en
1931” (103).
Tuvo que ser así porque el aristocratismo
orteguiano resultaba incompatible con el
populismo machadiano. Con la proclamación de la
República los intelectuales se vieron obligados a
adoptar una teoría política, aunque no quisieran
tomar partido. Y ahí discrepaban las opiniones de
los dos escritores por ser incompatibles sus
ideologías.
Su relación nunca resultó fácil, según el relato de
Menchén: “Machado escribió varias veces sobre
Ortega y le citó por su nombre en diversas
ocasiones, mientras que éste sólo escribió sobre
él una vez, en 1912, y lo hizo cuando no era
todavía un escritor propiamente dicho, ni mucho
menos un filósofo, sino un simple articulista de
periódicos (con ínfulas de ensayista, eso sí). Ahora
bien, cuando por fin Ortega se convirtió en un
escritor de verdad, en un filósofo (o lo que es lo
mismo, en una figura importante, entones ignoró
por completo al poeta, y no se molestó en escribir
sobre él nunca más” (115 s.)
En una segunda parte del ensayo deriva Menchén
de la cuestión ideológica a la personal, asunto que
presenta menos interés. En primer lugar porque
de un escritor importa su escritura, y no los datos
complementarios, como puede ser su vida
amorosa, a no ser que incida considerablemente
sobre su obra literaria, lo que no es el caso para
nada en Ortega, y escasamente en Machado, unos
pocos poemas dedicados a Leonor y otros pocos a
la oportunista Guiomar.
Dos escritores que no podían entenderse, por las
discrepancias tan severas en su modos de
entender la política, y precisamente en uno de los
momentos estelares de la historia de España,
cuando cada uno eligió hacer caminos distintos en
su andar errante. Por eso no se comprende el
título puesto por Menchén al resumen de su
ensayo: “Vidas paralelas”, cuando él mismo va
señalando las diferencias en sus biografías
respectivas.
Mi admiración por Luis Cernuda me impide
aceptar una mentira inserta en la página 273:
“Pero si [Machado] hubiera estado tan
preocupado por su seguridad personal, se habría
marchado de España desde el principio, como lo
hicieron Cernuda” y otros nombres que añade. Es
rotundamente falso, porque lo que hizo Cernuda
fue todo lo contrario: residía en París, como
secretario del embajador Álvaro de Albornoz, y al
conocer la sublevación de los militares renunció a
su cómodo trabajo, regresó a Madrid para
ponerse a las órdenes del Gobierno leal, y se alistó
en las Milicias Populares. En el número 6 de la
revista El Mono Azul, fechado el 1 de octubre de
1936, se da cuenta de su llegada: “Viene cuando
algunos se van. Doblemente nos alegra, por eso,
su llegada.”
Marchó a combatir en la sierra de Guadarrama
como un miliciano más, llevando un fusil y un libro
de poemas de Hölderlin por todo equipaje, según
contó Arturo Serrano Plaja. Luchó contra los
rebeldes, colaboró en revistas leales, firmó
manifiestos, participó en el II Congreso de
Escritores Antifascistas, y salió de España el 14 de
febrero de 1938, invitado para ir a dar unas
conferencias en Londres sobre la guerra, en un
intento por modificar la actitud británica,
favorable a los sublevados. Nunca regresó a
España, aunque la tuvo siempre presente en sus
escritos. Esta es la verdad.
Este asunto es adyacente al principal en el ensayo,
pero debe evitarse que se repitan los errores
cuando afectan a uno de los más grandes poetas
españoles del siglo XX.© Escritores.org. Contenido
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