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EL CANTO DE LAS CHICHARRAS

En muchas partes de
Latinoamérica existe
la creencia que,
cuando las cigarras o
chicharras cantan lo
hacen para anunciar
la lluvia, o para
rogarle al cielo que
ésta caiga y alivie el
agobiante calor
reinante en muchas
regiones.

Esta es una historia


de amor. Nadie sabe cuándo comenzó, pero se repite una y otra vez
cada 13 a 17 años desde el fin de los tiempos.

A varios metros debajo de la tierra, en lo profundo, entre las raíces de los


árboles viven las chicharras. Estos insectos tienen muchos nombres de
acuerdo al lugar donde viven. Comúnmente se les conoce como cigarras,
chicharras, coyuyos, coyoyos, chiquilichis, tococos, cocoras, cogollos,
ñes o ñakyrã, totorrones, y pertenecen a una familia de insectos llamados
Hemípteros. Es decir que se alimentan de la savia de los árboles.

Las chicharras pueden vivir tanto en climas templados como tropicales.


Tienen un desarrollo vital completo entre 13 y 17 años, según la especie.
Existen más de 3000 especies, unas son anuales, y otras son periódicas,
como la chicharra del Faraón (Magicicada septendecim) a la cual nos
referimos en esta historia, que está sucediendo este año. 

Todo comienza entre las hojas del árbol, donde son depositados los
huevitos del tamaño de un grano de arroz. Al nacer las chicharritas la
hoja cae al suelo y estas escarban hasta llegar a cierta profundidad entre
las raíces de su árbol anfitrión. Viven seguras allí durante toda su niñez y
adolescencia hasta que la temperatura alcanza los 18ºC y la naturaleza
les dice que es ya hora de buscar pareja.

Entonces millones de chicharras emergen de la tierra para alegrarnos


con su canto. Mientras más calor haga, más rápido se desarrollan. Esas
cascaritas que vemos pegadas en los troncos de los árboles se llaman
ninfas, y son el exoesqueleto del insecto que dejan cuando la chicharra
sale de él y se transforman en cuestión de horas en adultos, al
endurecerse el caparazón y desplegar sus alas.  
Cada especie animal tiene su estrategia de supervivencia, y la de
estas criaturas es simple, pero efectiva, surgen millones y millones
de chicharras, para alegría y beneplácito de todos a su alrededor,
pues es el equivalente a un festín de comida para los depredadores. Son
devoradas por pájaros, ardillas, mapaches, pavos, serpiente, peces,
arañas, avispas, etc. Sin embargo, la cantidad es tan abrumadora, que
incluso si son consumidas una inmensa cantidad, ésta representa
apenas una mínima parte de esta oleada y de ese modo aseguran la
siguiente generación. 

Una vez que salen de las profundidades, este ejército se sube a los
árboles, plantas, postes de luz y cualquier cosa para allí despojarse de
su armadura y vestir un nuevo traje de vistosos colores para enamorar a
sus parejas. 

Comienza el concierto

No solo es el colorido, sino sus famosos cantos lo que atrae a las


hembras. Los machos cantan en sinuosos coros estridentes, flexionando
sus timbales, órganos en forma de tambor que se encuentran en el
abdomen. Los pequeños músculos comprimen y deforman rápidamente
los timbales que se llenan de aire y se vacían, generando el
característico ruido. El sonido se intensifica por el abdomen mayormente
hueco de la cigarra, que funciona como una caja de resonancia, con
distintas cadencias rítmicas de acuerdo a las distintas especies.  En otras
palabras, las chicharras son como una orquesta de acordeones en
miniatura. 

El sonido de las cigarras es considerado uno de los más altos del


mundo. Su registro es mayor que lo que comúnmente implica un
concierto de rock and roll: 115 decibelios. 

Desde que la ninfa se sube al árbol, hay que darse prisa, pues comienza
la cuenta regresiva, el tiempo que les queda de vida será solo de cuatro
a seis semanas. Durante ese tiempo tendrán que evadir a los numerosos
depredadores, mientras se alimentan y al mismo tiempo se dedican a
enamorar a sus parejas.

Y así tras semanas de canciones, amor y vida al aire libre, el ciclo de las
chicharras llega a su fin. Como acto final depositarán los huevitos entre
las hojas que garantizarán que dentro de 17 años, vuelva la siguiente
generación de chicharras con sus canciones románticas a preservar la
especie. 

Los cuerpos y las partes del cuerpo que no se hayan comido agregarán
nutrientes al suelo, reforzando el ecosistema y sus habitantes mucho
después de que los bulliciosos insectos desaparezcan. 

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