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esclavos. Lo que se condensa en esta materia iner-
te es una memoria de larga duración, pero ya no la
celebratoria sino aquella que interpela a una memo-
ria colectiva atravesada por el trauma. En relación
con la memoria colectiva, se señala que en cuan-
to más memoria descanse en la forma de monu-
mento (una forma exteriorizada), este desplaza
aquello que debería experimentarse de mane-
ra interna. En otras palabras: a mayor monumen-
talización, más olvido colectivo. Esa es una de las
razones del declive simbólico de los monumentos
conmemorativos. Pero, en momentos críticos o de
coyuntura (la caída del Muro de Berlín o de algunas
dictaduras, así como el abuso policial vinculado al
racismo, etc.), el declive simbólico va acompañado
del derribamiento real de los monumentos. En ese
sentido, el momento coyuntural activa la memoria
unida a los monumentos, pero de manera negativa:
en lugar de la figura y sus actos conmemorados,
se recuerda la infamia que por décadas o siglos
ha estado allí entronizada. La negatividad, desde
luego, es una toma de posición crítica.
Esta práctica, la de derribar monumentos, ha
estado unida a otra: la de transformar la idea misma
de monumento mediante las designaciones “monu-
mento negativo”, “contramonumento”, “monumento
de papel”, “monumento móvil”, “antimonumento”,
etc. Esta transformación va acompañada de un
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movimiento que va del artefacto (el monumento
como tal) hacia la recuperación de las prácticas (la
memoria viva). Hay algo en común en algunas de
ellas: son de carácter efímero, inmateriales o invi-
sibles, en lugar de lo vertical se mantienen a ras de
suelo o en el subsuelo, de ahí que la mirada ya no
se dirija al cielo sino al piso o al empedrado, así
que es necesario inclinarse o aguzar el oído para
percibir aquello que ha desaparecido del campo
visual. Cuando el monumento negativo busca que
nos inclinemos, hace que dirijamos nuestra mirada
hacia las historia de los vencidos. La negatividad o lo
contramonumental tiene que ver precisamente con
eso, invertir la lógica del monumento tradicional
que celebra la historia de los vencidos. Como seña-
la Walter Benjamin, la historia es un gran cortejo
triunfal, del cual participan los vencedores de ayer,
y en el cual “los vencedores de hoy caminan sobre
los cuerpos de los vencidos de hoy” (Sobre el concepto
de historia, tesis VII). Por eso, a pesar de su inefica-
cia retórica, aunque los monumentos celebran a los
vencedores, guardan secretamente la historia de los
vencidos, y esa historia en algún momento estalla,
es decir, cobra vida: la tradición de los oprimidos, el
punto de vista de los vencidos, se activa. La posme-
moria, el tema central en el libro de Juan-Ramón, es
precisamente eso: el trauma y el dolor incorpora-
do de los herederos de la infamia. El otro tema es el
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arte público, cuya manifestación explora a partir de
la idea de contramonumento.
La extensa revisión que Juan-Ramón realiza
sobre este tipo de prácticas, que recorre gran parte
de la geografía de Latinoamérica y España, tienen
rasgos en común. Por un lado, que son prácticas
contramonumentales que ponen en acción los here-
deros de la infamia: hermanos, hijos y hasta nietos
de personas desaparecidas y asesinadas duran-
te regímenes dictatoriales, conflictos armados y
escenarios de violencia extrema. Una y otra vez
se repiten en distintas naciones los mismos casos
y, de manera persistente, la lucha de los familiares
de personas desaparecidas que buscan los restos de
sus seres amados, los cuerpos sin duelo que retor-
nan como fantasmas, aún muchas décadas después
de la desaparición. Y es precisamente ese carácter
espectral, fantasmagórico, el que resulta en conso-
nancia con la práctica contramonumental: un arte
efímero cuya estética podemos llamar de la desa-
parición. Por otro lado, la lucha de los familiares
se encuentra de manera constante con fosas comu-
nes, restos de NNs y equipos forenses que realizan
exhumaciones. De ahí que la tumba y el cementerio,
reales o simbólicos, se encuentren con frecuencia
en estas prácticas. Restos sin identificación expues-
tos a la vista, el retorno, propiamente, de los muer-
tos. ¿Por qué retornan los muertos?, se pregunta el
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psicoanálisis. La respuesta es inquietante pero ya la
hallamos desde Antígona hasta Hamlet: los muer-
tos regresan porque no quedaron bien enterrados,
porque su muerte no pudo ser simbolizada. Si en
la práctica contramonumental las tumbas de los
desaparecidos son una referencia, es porque estas
prácticas buscan ser un sustituto funcional de la
simbolización que quedó truncada. Ante la imposi-
bilidad del rito fúnebre, el arte acude con una prác-
tica de restitución: velar por los muertos.
Arte y posmemoria. El arte como preservación de la
memoria tras el conflicto, está en las filas del llama-
do benjaminiano de trabajar al lado del oprimi-
do, de contar la historia de los vencidos. También
de dar cuenta de las resistencias y las luchas tanto
de los familiares y los sobrevivientes, así como la
de los artistas que encuentran en el arte público
un lugar donde exteriorizar la historia de la infa-
mia. El arte que actúa en los intersticios dejados
por las esferas del poder y que confía en las posi-
bilidades para movilizar y activar a la ciudadanía.
Una toma de posición artística claramente políti-
ca, en un momento en el que la lucha de los venci-
dos se extiende por distintas partes de mundo.
Así que muy bienvenida esta juiciosa investiga-
ción de Juan-Ramón Barbancho en la que no solo
se hace un inventario de los contramonumentos en
Latinoamérica y España, sino que al mismo tiempo
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se articulan mediante las relaciones que construyen
comunidad. Una comunidad extendida más allá de
las fronteras nacionales cohesionada por una causa
común: la exigencia de verdad, justicia y reparación.
Elkin Rubiano
Sociólogo y Doctor en Historia del arte.
Profesor de la Universidad de Bogotá
(Colombia) Jorge Tadeo Lozano
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