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Exposición a la violencia

y sus implicaciones en la regulación


neuroendocrina del eje del estrés

Ana Lilia Cerda Molina*


Lucía Martínez-Mota**
Javier Borráz León***
Nayeli Páez Martínez****

Resumen

V
ivir bajo estrés crónico es una condición patológica que a su
vez representa un factor de riesgo de desarrollo de diversos
problemas de salud física y mental. Gran parte de los daños
generados se deben a la secreción prolongada de glucocorticoides,
que provocan efectos en el sistema nervioso central y en órganos
periféricos. La exposición excesiva a glucocorticoides, producto final
de la secreción del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal, altera la cascada
de señales neuroendocrinas en el cerebro, que son necesarias para
 Autor de correspondencia. Departamento de Etología, Dirección de Investigaciones
*

en Neurociencias, Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (inprfm).


Calzada México Xochimilco 101, Col. San Lorenzo Huipulco, Tlalpan, CP 14370, Ciudad
de México. alcm@imp.edu.mx. Departamento de Etología, Dirección de Investigaciones
en Neurociencias, inprfm.
**
 Laboratorio de Farmacología Conductual, Dirección de Investigaciones en Neuro-
ciencias, inprfm.
***
 Departamento de Etología, Dirección de Investigaciones en Neurociencias, inprfm.
****
 Laboratorio Integrativo para el Estudio de Sustancias Inhalables Adictivas, Direc-
ción de Investigaciones en Neurociencias, inprfm. Sección de Posgrado e Investigación.,
Escuela Superior de Medicina, Instituto Politécnico Nacional.

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frenar la respuesta a estresores subsecuentes. Este capítulo tiene el
objetivo principal de aclarar la terminología básica relacionada con
la regulación de la respuesta al estrés, a fin de facilitar una mayor
comprensión de otros capítulos contenidos en esta obra, que tienen
que ver con alteraciones debidas al estrés. De esta forma, en la pri-
mera parte se explora de manera breve la historia del término estrés,
sus efectos en el organismo y el mecanismo de regulación neuroen-
docrina de los glucocorticoides bajo el modelo de la carga alostática.
Posteriormente, se detallan algunos fundamentos neurofisiológicos
involucrados en la desregulación del eje hipotálamo-hipófisis-adre-
nal ante una respuesta prolongada de estrés. En la última parte, se
ahonda sobre las implicaciones del estrés en el modelo de la separa-
ción materna a fin de resaltar la funcionalidad y vulnerabilidad del
sistema desde etapas tempranas del desarrollo, así como la impor-
tancia de los cuidados parentales en la modulación de la respuesta al
estrés en la etapa adulta.

Palabras clave: estrés, glucocorticoides, alostasis, hipotálamo.

El hombre moderno debe dominar su estrés


y aprender a adaptarse, pues de lo contrario se verá condenado
al fracaso profesional, a la enfermedad y a la muerte prematura.
Hans Selye

Introducción

Hoy en día, casi cualquier persona está familiarizada con el término


estrés y parece que el ritmo de vida de las ciudades nos ha lleva-
do a utilizarlo de manera cotidiana. Para la Organización Mundial
de la Salud (who), el estrés es “el resultado del desequilibrio entre
las exigencias y presiones a las que se enfrenta el individuo, por un

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lado, y sus conocimientos y capacidades, por otro” (Leka, Griffiths
y Cox, 2004: 4). Lazarus (1993) define el término como una carga o
demanda externa en un sistema biológico, social o psicológico. Para
Sapolsky (1995), un factor de estrés es cualquier cosa en el mundo
exterior que interrumpe el equilibrio homeostático, y la respuesta al
estrés es lo que el cuerpo hace para restablecer la homeostasis. Para
el reino animal, hay situaciones extremas que demandan adaptacio-
nes neuroendocrinas y conductuales inmediatas, por ejemplo, esca-
par de un depredador, proteger a las crías, buscar alimento en épocas
de escasez, y el cuerpo está perfectamente adaptado para manejar
esta clase de emergencias (el caso del estrés agudo). Sin embargo, los
seres humanos enfrentamos una serie de estresores psicológicos que
percibimos en los problemas cotidianos, con preocupaciones incon-
trolables y repetitivas que generan la activación constante de este
sistema de emergencia, a tal grado de que se rompe el equilibrio y
se altera (estrés crónico). Cuando esto ocurre, se corre el riesgo de
desarrollar o exacerbar diversas patologías, incluidas enfermedades
de origen psiquiátrico, como la ansiedad y la depresión, trastornos
alimenticios, metabólicos y obesidad (Sapolsky, 1995; Sinha y Jas-
treboff, 2013). El objetivo de este capítulo es describir brevemente la
historia del término estrés, cómo ocurre su regulación neuroendocri-
na y, finalmente, resaltar algunos mecanismos de desregulación y sus
consecuencias en la salud física y mental.

Un poco de historia

Desde mediados del siglo pasado, el término estrés se ha redefini-


do y utilizado ampliamente. El estrés como un elemento adverso
que afecta las funciones vitales del cuerpo viene desde fines del
siglo XVII, con el fisiólogo francés Claude Bernard (1813-1878),
quien se percató de que los cambios externos que ocurren en el
ambiente podían alterar la estabilidad del organismo. De entre sus
aportaciones a la medicina, destacan el descubrimiento de la re-
gulación nerviosa de la secreción salival, la digestión pancreática,

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la función glucogénica del hígado, la inervación vasomotora y el
concepto de secreción interna. También observó que ciertos nervios
controlaban la dilatación y la contracción de los vasos sanguíneos,
por lo que el cuerpo podía hacer lo mismo con la distribución del
calor y así mantener condiciones constantes y estables de manera
independiente del medio ambiente. Con estas observaciones, Ber-
nard introdujo las bases del conocimiento que dieron lugar a que el
fisiólogo Walter Cannon (1871-1945) aportara el concepto de ho-
meostasis, como la autorregulación de la composición y los fluidos
del cuerpo. El término deriva del griego homeo, que significa igual,
y de stasis, que significa posición. Los estudios de Cannon estuvie-
ron muy enfocados al sistema digestivo; por ejemplo, se percató de
que los movimientos viscerales se interrumpían como resultado de
alteraciones emocionales en los animales de laboratorio, por lo que
este hecho lo llevó a investigar el papel del sistema nervioso simpá-
tico en la inhibición de los movimientos viscerales. Su trabajo, de
más de 20 años sobre la influencia del sistema nervioso autónomo
y la adrenalina en la regulación de las funciones gastrointestinales,
lo condujo a afirmar que, en condiciones de estrés por excitación,
dolor, hipoglucemia o asfixia, la sangre transporta una mayor can-
tidad de adrenalina para promover cambios útiles en el organismo.
De igual forma, es digno mencionar que Cannon realizó medicio-
nes de adrenalina para estudiar la aceleración cardiaca, y encontró
que las excitaciones desaparecían cuando se eliminaban por com-
pleto las secreciones provenientes de las glándulas suprarrenales
y hepáticas. Fue así que, en su publicación “The Wisdom of the
Body” (1932), propuso el término de homeostasis, en el que detalla
el mecanismo de funcionamiento del sistema simpático-adrenal y
su papel en el mantenimiento de un equilibrio físico-químico esen-
cial. Aquí ya se comprendía la importancia del equilibrio general
del cuerpo y de su adaptación a los cambios impuestos por el medio
ambiente (Benison y Barger, 1978).
Posteriormente, Hans Selye (1907-1982) definió originalmente el
término estrés como aquella respuesta no específica del organismo
a toda demanda que se le imponga (Selye, 1975). Sapolsky (1995)

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explica que, cuando la gente se siente abrumada por la carga de
trabajo cotidiano, comienza a experimentar una serie de síntomas
no específicos, como dolor de cabeza, mareos, mal humor y malestar
general, y hay la tendencia de atribuir esta serie de síntomas a alguna
enfermedad.
Selye fue un reconocido médico y endocrinólogo que como es-
tudiante de medicina observó que había síntomas en común en
pacientes enfermos, independientemente de la enfermedad, lo que
lo llevó a definir el Síndrome General de Adaptación como una
respuesta del cuerpo a las demandas que se le imponen. Al des-
cribir el síndrome, detalla cómo una situación de tensión induce
respuestas autónomas que, con el tiempo, pueden generar la apari-
ción de otros problemas de salud, por ejemplo, úlceras, alta presión
arterial, ateroesclerosis, artritis, enfermedad de los riñones y reac-
ciones alérgicas. Sin embargo, un hecho histórico peculiar tuvo que
ver con que la elección del término estrés (stress en inglés, del griego
stringere, provocar tensión), que no parecía ser el más adecuado. La
nacionalidad de Selye era húngara y, a pesar de que hablaba varios
idiomas, la palabra correcta en inglés era “strain” (tensión, esfuer-
zo físico). Selye utilizó el término estrés por primera vez en una
publicación en la revista Nature en 1936; sin embargo, el editor de
la misma en una carta sugirió que el término debía ser eliminado
o modificado dado que generaba confusión, pues era un concepto
que se utilizaba desde hacía muchos años en la física para explicar
la propiedad de la elasticidad de los materiales que habían sido
estirados por una fuerza externa. Después de una discusión entre
científicos como Pasteur y el mismo Bernard para poder asignar un
término correcto a lo que Selye describía, se decidió utilizar stress
como una nueva palabra para describir el Síndrome General de
Adaptación, y el término de estresor (stressor) para describir el agen-
te alterador de la homeostasis (Rosch, 2002). Al continuar con sus
investigaciones, Selye describió que sustancias tóxicas, infecciones,
traumatismos, así como situaciones extremas —frío, calor, hemo-
rragias y situaciones emocionales—, representaban estresores que
estimulaban una respuesta de estrés. Estos hallazgos, junto con los

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de Cannon sobre la secreción de adrenalina a partir de las glán-
dulas adrenales cuando se produce una situación de tensión para
afrontarlo, fueron las bases para el estudio de lo que hoy se conoce
como la respuesta al estrés.
Finalmente, con el advenimiento de la primera y segunda gue-
rras mundiales, el estudio de los efectos de las situaciones adversas
como estresores, (por ejemplo, el estrés postraumático) cobró ma-
yor importancia, pues los científicos se daban cuenta de que mu-
chas condiciones de la vida cotidiana, como el trabajo, la vida en
matrimonio, enfrentar exámenes, competencias deportivas, etcétera,
producían efectos emocionales y endocrinos muy parecidos a los de
las personas que se enfrentaban a situaciones de guerra. Con ello
creció aún más el interés por el estudio del estrés como una causa de
diversas disfunciones en los humanos (Lazarus, 1993).

El mecanismo neuroendocrino de respuesta al estrés

Cuando se percibe un estresor, se desestabiliza temporalmente la ho-


meostasis del cuerpo e inicia una cascada de respuestas mediadas
por el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (hha) y por el sistema ner-
vioso simpático (McEwen y Seeman, 1999). En el núcleo paraven-
tricular del hipotálamo se encuentran neuronas productoras de la
hormona liberadora de corticotropina (crh, por sus siglas en inglés),
la cual se transporta a la adenohipófisis y estimula la secreción de la
hormona adrenocorticotrópica (acth, por sus siglas en ingles), mis-
ma que, al liberarse a la circulación, estimula en la corteza supra-
rrenal la secreción de glucocorticoides (corticosterona y cortisol) y
mineralocorticoides. La función principal de la acth es estimular la
conversión enzimática de esteres de colesterol a colesterol, que es la
molécula base para la síntesis de hormonas esteroides. Los glucocor-
ticoides, principalmente cortisol en los humanos, ejercen funciones
adaptativas y benéficas que contribuyen a restablecer la homeosta-
sis (Lupien y McEwen, 1997; Lupien, McEwen, Gunnar y Heim,
2009). Con adaptaciones nos referimos a un conjunto de respuestas
reguladas por el sistema nervioso autónomo y de hormonas como las

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catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) que movilizan la ener-
gía del organismo para responder ante el estímulo adverso, como
el incremento en la actividad muscular, en el tono cardiovascular,
en la movilización y metabolismo de la glucosa, en la respiración y
la sudoración, en la secreción de ácidos gástricos, etcétera. La alte-
ración en estas funciones es un factor de predisposición a padecer
enfermedades metabólicas, como la diabetes tipo 2, la hipertensión y
enfermedades cardiovasculares.
Una vez que pasó la situación de peligro, los glucocorticoides y
los mineralocorticoides activan su propio sistema de freno y el orga-
nismo recupera el equilibrio a través de una serie de adaptaciones.
Este “freno” está compuesto de varios elementos, entre ellos, el asa
de retroalimentación negativa del mismo eje hha y algunas estructu-
ras corticolímbicas. Si este mecanismo se altera ante la repetición del
evento estresante, se genera una sensibilización del sistema de libera-
ción de la crh. La sensibiliza­ción persistente de este sistema constitu-
ye el substrato biológico para desarrollar una mayor vulnerabilidad a
sufrir estrés subsecuente, daños en el sis­tema cognitivo-emocional y,
en conse­cuencia, algún trastorno mental en un largo plazo. Por ejem-
plo, muchos estudios experimentales, clínicos y no clí­nicos, sugieren
que la violencia tempra­na y el estrés inducen una respuesta alterada
de la secreción de la crh y de otros sistemas de neurotransmisión in­
volucrados, tales como el sistema serotoninérgico, que participa en la
regulación del estado de ánimo, como la depresión, o el dopaminérgi-
co, que regula los procesos de recompensa y la ten­dencia a las adiccio-
nes, entre otros (Isovich, Mijnster, Flügge y Fuchs, 2000).
Existe suficiente evidencia que muestra que algunos desórdenes,
como el trastorno de estrés postraumático (tept) o la depresión, se
caracterizan por pre­sentar hiperreactividad del eje hha cuando es-
tán asociados a experiencias traumáticas tempranas (Cerda Molina,
Borráz León, Mayagoitia Novales y Gaspar del Río, 2017; Inslicht,
Marmar, Neylan, Metzler, Hart, Otte y Baum, 2006), acompañada
de alteraciones en el ritmo diurno del cortisol, alto nivel de excitabi-
lidad, tensión, fatiga y dolor (Geisser, Roth, Bachman y Eckert, 1996;
Stam, 2007).

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La importancia del cortisol se extiende porque, ante un estresor,
se estimulan o inhiben otros sistemas, por ejemplo, el inmunológico,
que involucra alteraciones en el nivel de células de regulación de
procesos inflamatorios y secreción de citocinas proinflamatorias, que
son un grupo de glucoproteínas producidas en diferentes células del
organismo, incluido el tejido nervioso, y que intervienen en la media-
ción de interacciones complejas entre células linfoides, inflamatorias
y hematopoyéticas (Villanueva, Gutiérrez, Camacho, García, Tapia
y Romero, 2004).
El término adaptación desde el contexto del estrés involucra en-
tonces la activación de circuitos neurales, neuroendocrinos y neu-
roinmunoendocrinos dirigidos a alcanzar la estabilidad, proceso al
que Sterling y Eyer (1988) denominaron “alostasis” o “estabilidad a
través del cambio”.

Alostasis y carga alostática

De acuerdo con el modelo de Selye (1936), la respuesta neuroendo-


crina que se observa durante situaciones de estrés está enfocada en
mantener en equilibrio constante todos aquellos parámetros internos
(por ejemplo, presión sanguínea, concentración de oxígeno, gluco-
neogénesis, entre otros) que permiten la vida, es decir, la homeosta-
sis; de otra forma, sus variaciones son consideradas como “errores”
que deben corregirse a fin de regresar al equilibrio. No obstante,
el modelo alternativo propuesto por McEwen y Stellar (1993), co-
nocido como el “modelo de carga alostática”, postula que aquellas
variaciones en los parámetros internos no necesariamente son erro-
res que tienen que ser corregidos, sino más bien, adaptaciones ante
circunstancias medioambientales o dinámicas sociales cambiantes,
las cuales estarían enfocadas en encontrar un nuevo punto de equili-
brio (McEwen, 2008). Cuando estos puntos de equilibrio no se alcan-
zan debido a la exposición crónica a situaciones de estrés, es posible
observar tanto respuestas elevadas o hiperreactivas como respuestas
bajas o hiporeactivas del eje hha; a esta desregulación del eje se le

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conoce como “carga alostática” (Juster et al., 2010). La reactividad se
refiere al umbral de respuesta del eje hha medido como concentra-
ciones de cortisol después de experimentar un estresor agudo. Cuan-
do hay una sobrecarga alostática, sobrevienen efectos negativos so-
bre la salud, tales como patologías afectivas, dolor físico, problemas
metabólicos y, en algunas ocasiones, la muerte (Beckie, 2012; Beckie,
Duffy y Groer, 2016; McEwen y Seeman, 1999; McEwen y Wing-
field, 2003).
En una revisión sistemática sobre la reactividad del cortisol en
adultos con antecedente de violencia temprana, se encontró que en
la mayoría de los casos donde hubo abuso sexual infantil y presencia
de síntomas de tept y depresión, el patrón de secreción de cortisol
fue de hiperreactividad (Cerda Molina et al., 2017). En los casos don-
de, a pesar de que hubo antecedente de algún tipo de abuso infantil,
no hubo síntomas de trastornos mentales en la adultez, el patrón de
secreción de cortisol fue hiporreactivo. De aquí podemos argumen-
tar que, ante una carga alostática elevada y, por lo tanto, dificultades
del organismo para encontrar un nuevo equilibrio, lo común es de-
sarrollar una respuesta elevada del cortisol o hiperreactividad, como
consecuencia de la desregulación de la retroalimentación negativa
del cortisol, generando una respuesta incrementada de secreción de
crh ante un estresor de naturaleza incontrolable, que amenaza la
integridad, como lo es el abuso sexual. Al contrario, hay autores que
consideran la respuesta de hiporreactividad —o lo que algunos au-
tores denominan habituación— como un factor de protección del
organismo para no exponer al cerebro a elevados niveles de cortisol.
No obstante, existen diversas implicaciones también de experimen-
tar hiposecreción de cortisol (para más profundidad, véase Lovallo,
2012).
No obstante, la carga alostática y la respuesta fisiológica observa-
da ante situaciones de estrés constante no son iguales para todos los
individuos. Hay variación individual que depende de diversos facto-
res biológicos y psicosociales, tales como la genética, el sexo, la ali-
mentación o la frecuencia de eventos traumatizantes experimentados
a lo largo de la vida (McEwen, 1998).

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Sumado a lo anterior, McEwen (2006) sugiere que la desregula-
ción en el hha o la carga alostática puede verse influida por:

• La incapacidad del sistema de responder de manera adecua-


da ante una situación estresante.
• La activación prolongada (estrés crónico) del eje hha, lo cual
impide que el sistema se autorregule y se estabilice.
• La incapacidad del sistema para encontrar el punto de equili-
brio una vez que el estímulo estresante ha terminado.
• El mantenimiento de una dieta pobre, vida sedentaria, así
como el consumo constante de alcohol, tabaco y otras drogas.

De esta manera, el análisis de la mayor cantidad de factores involu-


crados en la respuesta al estrés, así como la definición clara de con-
ceptos clave, como la alostasis, la carga alostática y la homeostasis,
permitirá una aproximación inter y multidisciplinaria, lo que facul-
tará un entendimiento más profundo del fenómeno y, en última ins-
tancia, facilitará la creación de terapias preventivas y de tratamiento
más eficaces a largo plazo.

Respuesta prolongada de estrés y cambios en algunas


estructuras cerebrales

La exposición a estresores crónicos, tales como una enfermedad de


larga duración o una situación de nuestro medio personal, familiar o
social, que no tiene pronta solución, somete al organismo a un reto
que conlleva un gasto energético elevado y la posible disfunción del
eje del estrés. Sabemos que la principal función de este eje es favore-
cer las reservas de energía para producir una respuesta conductual
y fisiológica relevante en términos de la supervivencia y la respuesta
adaptativa. Si tenemos suficientes elementos para contender con el
estrés prolongado, el sistema de la crh será ayudado por otro pép-
tido hipotalámico, la arginina vasopresina (avp), para estimular la
producción de acth y la subsecuente liberación de cortisol de manera

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sostenida. En los casos de regulación exitosa de este proceso crónico,
una vez que el estresor ha cesado se activará el sistema de freno y el
organismo recuperará el equilibrio a través de una serie de adap-
taciones. Antes de hacer mención de este sistema, conviene decir
que los efectos del cortisol son mediados por proteínas receptoras
(conocidos como receptores a glucocorticoides o GR) ubicadas en el
hipotálamo y en la hipófisis que, cuando detectan el cortisol, envían
señales que suprimen la actividad del eje del estrés. De manera para-
lela, la corteza prefrontal y el hipocampo son estructuras superiores
que también tienen GR, y al detectar que los niveles están excedi-
dos, envían proyecciones nerviosas hacia relevos (otras estructuras
cerebrales) que se comunican directamente con el hipotálamo. Esta
comunicación se realiza a través de neuronas que contienen al neu-
rotransmisor ácido gama-aminobutírico (gaba), considerado como el
principal inhibidor de la actividad neuronal. De acuerdo con esta
función, cuando gaba llega al hipotálamo, reduce la actividad del eje
del estrés (Herman, McKlvee, Ghosal, Kopp, Makinson, Scheimann
y Myers, 2016).
Si el estrés se prolonga durante mucho tiempo, se sabe que los
GR pierden sensibilidad, dando como resultado una incapacidad
para reducir la actividad del eje hha. En estas circunstancias, el teji-
do cerebral estaría expuesto a los efectos adversos del cortisol, tales
como daño a neuronas, ocasionando disminución de las conexiones
neuronales eficientes y, en casos extremos, la muerte de algunas po-
blaciones de neuronas. Los estudios de imágenes cerebrales han con-
firmado que algunos pacientes que cursan con situaciones crónicas
de estrés y que desarrollan alguna psicopatología tienen menor volu-
men del hipocampo (Chao, Yaffe, Samuelson y Neylan, 2014), lo que
podría explicar algunos de los síntomas, como una respuesta exage-
rada al estrés. La reducción del volumen del hipocampo parece re-
flejar procesos de lenta instauración relacionados con una respuesta
de estrés de largo plazo, aunque este cambio en la estructura cerebral
es modulado por otros aspectos, como la genética y las habilidades
individuales para contender con el estrés (Rabl, Meyer, Diers, Bar-
tova, Berger, Mandorfer, 2014). Con esto en mente, se ha probado

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que diferentes intervenciones que ayudan a los pacientes a controlar
sus respuestas emocionales, a la par favorecen una recuperación del
volumen del hipocampo (Joshi, Espinoza, Pirnia, Shi, Wang, Ayers,
Leaver, Woods y Narr, 2016; Kleemeyer, Kuhn, Prindle, Bodammer,
Brechtel, Garthe, Kempermann, Schaefer y Lindenberger, 2016), lo
que sugiere que las conexiones neuronales se recuperan gracias a las
intervenciones.
Los efectos negativos sobre estructuras como el hipocampo y en
general la capacidad del sistema nervioso para responder a estresores
pueden ocurrir desde etapas tan tempranas como la vida pre y post-
natal, pues se sabe que el estrés materno puede causar alteraciones
neuroendocrinas, conductuales y en las funciones cognitivas en la
descendencia, que se ven reflejadas tanto en la infancia como en la
adolescencia (Bosch, Riese, Reijneveld, Bakker, Verhulst, Ormel y
Oldehinkel, 2012; Lupien et al., 2009; Van den Bergh, Van Calster,
Smits, Van Huffel y Lagae, 2008).

Desarrollo del eje del estrés y su regulación


por el cuidado materno

La relación entre los eventos estresantes durante los primeros años


de vida y la salud mental en la adultez parece depender, al menos
en parte, de las influencias parentales en el desarrollo de los sistemas
neuronales que median la expresión de la conducta y la respuesta
endocrina al estrés. De esta manera, los eventos que incrementan la
reactividad al estrés durante las primeras etapas de vida producen
una mayor vulnerabilidad a enfermedades inducidas por el estrés en
etapas posteriores (Meaney, 2001). La evidencia más potente sobre la
regulación ambiental en el desarrollo de las respuestas al estrés se ha
obtenido a partir de investigaciones en roedores. En estos estudios se
ha observado que durante los últimos días de gestación e inmediata-
mente después del nacimiento, los niveles basales de corticosterona
(el equivalente del cortisol en roedores) se reducen, aunque todavía
permanecen altos. Sin embargo, durante los primeros dos días de

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vida posnatal las concentraciones de corticosterona se reducen dra-
máticamente y permanecen bajos hasta aproximadamente el día 14.
Durante este periodo (días posnatales 4 al 14) existe una sensibilidad
reducida a los estresores, también llamada hiporrespuesta al estrés,
la cual se caracteriza por niveles bajos y estables de corticosterona,
acth y crh. Se propone que este mecanismo mengua las fluctuacio-
nes deletéreas de los glucocorticoides, limitando sus efectos adversos
en los neonatos. El cuidado materno durante esta etapa es crítico,
ya que regula esta hiporrespuesta, ejerciendo un control inhibitorio
sobre el eje hha. Durante esta etapa, la separación materna repetida
por periodos largos de 3 horas incrementa de manera importante la
respuesta al estrés y se observa una disminución en la unión a los re-
ceptores a glucocorticoides en el nivel del hipocampo, el hipotálamo
y la corteza prefrontal, lo que da como resultado una atenuación en
el freno del eje del estrés. Por otro lado, el cuidado materno activo
durante las primeras semanas de vida, tal como la alimentación, el
lamido, el aseo y el cobijo a través del cuerpo de la madre, disminuye
los niveles plasmáticos de crh y de corticosterona en respuesta a es-
trés agudo en las crías, al ser evaluadas en la edad adulta. Estos ani-
males también muestran incrementos en la expresión del rna mensa-
jero (rnam) para el receptor a glucocorticoides, una disminución en
los niveles hipotalámicos de rnam para crh, así como un aumento
en la retroalimentación negativa (es decir, se favorece el apagado del
eje del estrés). Además, se presenta una disminución de los niveles del
receptor a crh en el locus coeruleus (estructura del tallo cerebral que
contiene los cuerpos de las neuronas noradrenérgicas), un aumento
en los niveles de receptores gabaA y receptores a benzodiacepinas
en la amígdala central y basolateral, así como un incremento en la
inhibición gabaérgica de la actividad amígdala-locus coeruleus y una
reducción de la expresión de rnam de crh en el núcleo central de
la amígdala. Es importante mencionar que estos cambios además se
correlacionan de manera directa con el nivel de cuidados maternos
(Franklin, Saab y Mansuy, 2012; Levine, 2001; Meaney, 2001). En
madres humanas se ha reportado un aumento en los niveles basales
de cortisol en los días 2 y 3 posparto; este aumento de cortisol está

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asociado con conductas más afectivas en la interacción con el infante
y con mayor atracción al olor de los mismos, así como con mayor
simpatía en respuesta al llanto (Catalani, Alemà, Cinque, Zuena y
Casolini, 2011). Toda esta información ha llevado a proponer que
el cuidado de la madre hacia sus crías puede programar la conducta
y la respuesta neuroendocrina al estrés en la adultez, es decir que el
cuidado parental influye de manera directa sobre la vulnerabilidad/
resiliencia al estrés en etapas posteriores de la vida (Meaney, 2001).
En general, hay suficiente literatura que apoya la evidencia de
que los estresores experimentados en etapas tempranas de la vida
alteran la salud mental y el eje hha a largo plazo, por lo que el patrón
de secreción de cortisol se ha considerado como un biomarcador de
respuesta a estresores agudos. Por otra parte, el desarrollo de algún
trastorno mental, como consecuencia del estrés crónico, se acompa-
ña de un deterioro progresivo en la organización de sus sistemas bio-
lógicos y psicológicos, ante el esfuerzo de adaptación para encontrar
un nuevo equilibrio alostático.
Entender las consecuencias que sufrir estrés prolongado tiene en
el largo plazo puede ayudarnos a replantear la percepción que no-
sotros mismos tenemos de las diferentes dificultades diarias que nos
generan malestar y que van activando constantemente un sistema de
defensa corporal que nos debilita física y mentalmente. Además, la
comprensión de la etiología de esta respuesta desde etapas tempra-
nas en la vida, justo en momentos de desarrollo crítico cerebral, nos
permite resaltar la vulnerabilidad que tienen los niños y adolescentes
para experimentar enfermedades crónicas relacionadas con el estrés
en la etapa adulta.

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