Está en la página 1de 22

[Música]

Raquel y Ricardo: [Ríen]

Ricardo: “Amor”.

Raquel: Ay, parece mentira, tú escribiendo esa terrible palabra.

María: Y ustedes como siempre burlándose de mí.

Ricardo: Burlándonos no. Simplemente…

Raquel: [Ríe]

Ricardo: …manifestando nuestra sorpresa.

Raquel: Nuestra doble sorpresa por encontrarte haciéndole preguntas a la arena y por estar bajo
ese parasol sin bañarte, ¿y es que vas a esperar como siempre a que se haga de noche?

María: Sí.

Raquel: Pues, no lo permitimos. Ayúdame, Ricardo. Ahora verás. Que se acabó.

María: No, Raquel. Suéltame, Raquel.

Ricardo: Sí. Venga…

Raquel: A bañarse.

Ricardo: …al agua.

María: Basta…

Raquel: Al agua pato.

María: …por favor.

Ricardo: Sí, sí. Al agua.

Raquel: A bañarse.

Ricardo: [Ríe]

Raquel: He dicho que al agua.

María: Qué bárbaros son.

Raquel: [Ríe]

Martín: Ah.

Carlos: ¿Qué pasa, Martín?

Martín: Usted dirá lo que quiera, ¿eh? Pero si me tomo otro aparato de estos, me vuele la
calentura.

Carlos: No es ningún aparato, es un coctel.


Martín: Pues, será un coc-- Un coco de esos que usted dice…

Carlos: [Ríe]

Martín: …pero a mí me sabe a purga. No, no. Yo, la verdad, prefiero mi tepache bien serenado.
Con padre, qué cosas toman los catrines, ¿eh?

Carlos: Es cosa de costumbre.

Martín: Pues, la verdad, no las tienen muy buenas. Nomás fíjese. [Ríe] Igualito a una tonita, ¿eh?
[Ríe]

Carlos: Martín.

Martín: Dispensa, señor, pero palabra que yo no me mostraba así, ¿eh? Ah, chispa.

Carlos: [Ríe]

Martín: Estas sí que parecen novillonas de 18 meses, pero qué deshonestas, hombre. Cómo
enseñan.

Carlos: Hombre, esto es un balneario y la moda impone esa clase de vestidos.

Martín: Pues, así será, pero lo que es yo, las prefiero con las enaguas corriditas hasta el huesito.

Carlos: [Ríe]

Martín: ¡“Citáme”! Ahora sí que me vuelven las calenturas. Fíjese qué potranca, patrón. ¿Qué le
parece, patrón? Palabra que hasta el resuello se me fue.

Ricardo: ¡Carlos!

Carlos: Hola, Ricardo.

Ricardo: Creí que ya no vendrías, ¿a qué horas llegaste?

Carlos: Hace un momento.

Ricardo: ¿Te dieron tu habitación?

Carlos: Sí, ya.

Ricardo: ¿Te parece bien?

Carlos: Bastante buena.

Ricardo: ¿Qué número es?

Carlos: 24.

Ricardo: Hombre, está junto a la mía. Ven para que charlemos un rato mientras me visto.

Carlos: Mira, espera un momento, voy a despachar a este muchacho. Puedes volver a tu hotel,
Martín. Toma para tus gastos y no olvides decirle a José María que vaya la estación a esperarme
con los caballos.
Martín: M--muchas gracias. Me--mejor ya voy a la estación, ¿eh?

Carlos: No. Tú ya viniste a Veracruz, yo creo que es justo que José María se dé su paseadita.

Martín: Está bien, patrón. Hasta luego, patrón.

Carlos: Buen viaje, Martín.

Martín: Adiós, señor.

Ricardo: Adiós.

Carlos: Vamos, Ricardo.

María: Vamos a vestirnos, Raquel.

Raquel: Sí está rica--

María: Vamos, Raquel.

Ricardo: Aquí tienen al ranchero que les había anunciado. Carlos, mi novia.

Carlos: Martínez Cuervo, a sus órdenes.

Raquel: Mucho gusto.

Ricardo: Casi una hermana de Raquel.

Carlos: Encantado.

Ricardo: La mamá de Raquel.

Carlos: A sus pies, señora.

Matilde: Tanto gusto, señor. ¿No van a vestirse, niñas?

María: Sí, señora. Con permiso.

Raquel: Con permiso.

Ricardo: Yo también me retiro.

Matilde: Sí, Ricardo.

Ricardo: Me llevo a Carlos porque tengo mucho que hablar.

Matilde: Está bien.

Carlos: Con permiso, señora.

Matilde: Pase usted, señor.

María: Pues, yo no iré, Raquel.

Raquel: ¿Hasta cuándo vas a prescindir te tus exagerados escrúpulos? ¿Es acaso un delito bailar?

María: No he dicho eso.


Raquel: ¿Entonces? ¿Vas a desperdiciar este último baile ahora que ya tienes pareja? Y, por lo que
vi, no te disgusta.

María: Claro que no. Pecaría de insincera si dijera lo contrario. Parece tan distinto a todos los
demás.

Raquel: Parece, pero ve tú a saber.

María: Razón de más para persistir en mis escrúpulos exagerados, como los llamas tú.

Raquel: Y como que lo son porque el hecho de que bailes con ese señor hacendado no tiene
ninguna importancia ni significa nada malo.

María: ¿Hasta cuándo vas a comprender que tú situación no es igual a la mía? Tú tienes el respeto
de tu mamá, mientras que yo--

Raquel: ¿No lo tienes tú también? ¿No te quiere como si fueras su hija?

María: Sí y se lo agradezco mucho. Con nada podré pagarle lo que ha hecho por mí, pero todos
saben que no lo soy. Me consideran libre, al alcance del primero que pasa.

Raquel: ¿Qué fácil?

María: Si no en la realidad, sí en la murmuración.

Raquel: Y para que no murmuren, te privas de todo lo que debe disfrutar una muchacha decente y
haces que yo también me prive.

María: ¿Tú por qué?

Raquel: Bien sabes que mamá no me deja ir sola a ninguna parte.

Matilde: Y creo que hago muy bien.

Raquel: ¿Tan poca confianza te merezco?

Matilde: No es eso, hijita, sino este modernismo en que vivimos y en el que cualquiera se pierde.

Raquel: También tú.

Matilde: También yo que he permitido la locura de que nos gastemos los ahorros de todo un año
en unas vacaciones como estas.

Raquel: No exageres, mamita.

Matilde: No exagero, hijita.

Raquel: ¿Crees que soy una chiquilla?

Matilde: Todos lo somos en esta época de cines, automóviles y coctel.

Raquel: Bueno, bueno. Suponiendo que así sea, ¿desconfías de que sepa cuidarme?

Matilde: No, pero dos mujeres juntas se cuidan mejor.


Raquel: Entonces, ¿vendrás al baile?

Matilde: ¿A cuál baile?

Raquel: Al que esta noche da el hotel para despedir a los excursionistas.

Matilde: No, hijita. ¿Si te acompaña María? Prefiero mi cama. ¿Te animas?

María: Sí, señora.

Ricardo: …la información testimonial?

Carlos: Sí, la tengo en mi cuarto.

Ricardo: Magnífico. Ahora sí te llevarás esa confirmación de derecho que tanta molestia nos ha
dado.

Carlos: ¿Lo crees?

Ricardo: [Chista] Te lo aseguro. Mañana regresamos a México y en tres días más te la entrego.

Carlos: Pero ¿de verdad?

Ricardo: Hombre, he dicho que te lo aseguro.

Carlos: Pues, te lo voy a agradecer mucho porque quiero regresarme pronto.

Ricardo: A que no.

Carlos: ¿Por qué no?

Ricardo: Mi ojo clínico no falla nunca, Carlos. ¿Crees que no me di cuenta de la impresión que te
causó la chica esa y de la que le causaste tú?

Carlos: ¿Quién es?

Ricardo: Una especie de flor de té. Nadie sabe de dónde ha venido ni para dónde irá. Dicen que es
una expósita, pero expósita o no, la verdad es que la chica está muy guapa y, aunque un tanto un
mucho pretenciosa, yo te aseguro que no te caería mal.

Carlos: Parece muy seria, muy retraída.

Ricardo: Táctica de lucha con la que pretende ostentar una castidad muy discutible. Tú ya conoces
mis teorías sobre las mujeres, así que a darles unos pases de muleta…

Carlos: [Ríe]

Ricardo: …como los que le estoy dando a mi novia, a adornarse y a dominar. [Ríe]

Carlos: [Ríe] Eres incorregible, Ricardo.

Ricardo: Y me siento muy satisfecho de ello. Mira, si te gusta esa chica, olvida el romanticismo
“provinción” al que eres tan adicto y sigue mis consejos. Esta noche tendrás una magnífica
oportunidad para empezar tu faena. Déjame preparar el terreno. Comuníqueme con el toreo.
Perdón, con el número 53.
[Teléfono]

Raquel: Ese Ricardo que quiere endulzarme el oído en presencia de su amigo.

[Teléfono]

María: ¿No vas a contestar?

Raquel: Sí, pero no enseguida. Creería que me estoy muriendo por él. Sí. Hola, hola. ¿Cómo le va a
usted desde hace un rato, señor “Picapleitos”? [Asiente] ¿A qué se debe que acabando se estar
juntos me llame?

Ricardo: Para preguntarte si conseguiste el permiso para el baile de esta noche. ¿En serio, linda?
Broma que como todas las tuyas me hace comprender lo poco que significo para ti.

Raquel: ¿Ya ves que sí? Pues, no, pero si deseas que a cada momento te repita lo mucho que te
quiero, ya puedes esperar sentado.

Ricardo: Como creo que debo esperarlo todo de ti. Claro que me molesta. Si no te quisiera-- No sé
por qué te empeñas en dudarlo. Bueno, bueno. ¿Vendrás al baile entonces? Magnífico. Llevaré a
Carlos para que le haga pareja. Hasta luego, linda. Hecho, señor hacendado.

[Música]

Martín: Mira, negra, ¿eh? ¿Cómo la ves?

Mulata: Eh. Pero, oye, chico, si esto es muy elegante.

Martín: Pues, a darle, ahora que es gratis.

Mulata: Oye, pero ¿de veras nos van a dejar entrar?

Martín: Sí. Que yo soy huésped del hotel.

Mulata: Mira que no te lo creo.

Martín: Pues, vamos para que te convenzas. Vamos.

Mulata: Pues, vamos.

>> ¿Adónde van ustedes?

Martín: Al baile. ¿Está prohibido?

>> Es solo para los huéspedes del hotel.

Martín: Ah, ¿y yo no lo soy?

>> ¿Usted?

Martín: Claro.

>> ¿Qué habitación tiene?

Martín: Eh, 88.


>> Ah, pues, dispensa.

Martín: Pasa, negra. Después del pisotón, usted dispensa.

Mulata: Aguanto.

Martín: Camina, chica, que al que es corto en tierra ajena toda la vida anda flaco.

María: Gracias.

Carlos: Una nada más, no le hará daño.

María: De veras nunca bebo.

Carlos: ¿Puede ser esta su primera excepción?

María: Un poquito nada más.

Carlos: Salud.

María: Salud.

[Aplausos]

Ricardo: Mira, la que nunca bebe.

Raquel: Qué barbaridad y lo peor es que sin pedirte permiso.

Ricardo: Linda, ¿por qué estás hoy tan agresiva?

Raquel: Será por la guerra.

[Música]

Ricardo: Todo lo que digo te molesta.

Raquel: Todo no. Me irrita que mientas y te ocupes de los demás.

Ricardo: Mm, Raquel--

Raquel: Mira, mejor sigamos bailando.

Carlos: ¿Todavía no se decide usted a bailar?

María: Lo hago muy mal.

Carlos: Quizá no tan mal como yo. ¿Vamos? ¿Es usted de México?

María: Sí.

Carlos: Pues, no lo parece.

María: ¿Por qué?

Carlos: No sé. Nos abría explicarlo. Es usted tan distinta.

Martín: ¿Deseaba?
>> Oiga, amiguito, usted no es huésped del hotel y me va a hacer el favor de salirse
inmediatamente.

Martín: Inmediatamente. ¿Vamos, negra?

Mulata: ¿Qué pasa ahora?

Martín: Nada. Que me llaman urgentemente por teléfono de México. Hasta luego.

Carlos: Me parece un sueño.

María: ¿Qué?

Carlos: El estar bailando con una mujer tan bella como usted.

María: Se conoce que es usted amigo de Ricardo.

Carlos: ¿Por qué?

María: Porque él tiene la misma costumbre, adular a todas las mujeres.

Carlos: No pretendo adularla, María, le digo esto con la sinceridad con que lo digo siempre todo.

María: También a Ricardo le gusta hacer alarde de sinceridad.

Ricardo: Nunca he sido más sincero, te lo juro.

Raquel: Pero yo no te creo ni aun jurándolo.

[Aplausos]

[Música]

>> Y ahora, señoras y señores, una grata sorpresa el Son Clave de Oro nos ofrecerá las primicias de
una canción muy nuestra, original del fecundo compositor mexicano Manuel Esperón que se
intitula Alma de Veracruz. Cantará para ustedes la sensación jarocha, ¡Toña la Negra!

[Aplausos]

[Música]

Toña: § Bamboleo del mar De mi mar de cristal Rumores de brisa marina Que llega a esconderse
En mi verde palmar Bamboleo del mi mar Capricho de su luz Rumores de besos perdidos Allá por
la playa de mi Veracruz Alma de Veracruz Alma de criollo Que cantas con la música del mar Que
bailas con el ritmo de las olas Y sueñas cuando duerme el cafetal Alma de Veracruz Siempre
valiente Tu sangre por tu suelo sabes dar Tú naciste despreciando hasta la muerte Y ya que nadie
jamás te vio llorar Alma de Veracruz Siempre valiente Tu sangre por tu suelo sabes dar Tú naciste
despreciando hasta la muerte Y ya que nadie jamás te vio llorar

Son Clave de Oro: Veracruz mi Veracruz Tierra de amor y placer Así es mi Veracruz ¿Cómo no te he
de querer?

Toña: Veracruz mi Veracruz Tierra de amor y placer Así es mi Veracruz ¿Cómo no te he de querer?
Son Clave de Oro: Veracruz mi Veracruz Tierra de amor y placer Así es mi Veracruz ¿Cómo no te he
de querer?

Toña y Son Clave de Oro: Veracruz mi Veracruz Tierra de amor y placer Así es mi Veracruz ¿Cómo
no te he de querer? §

[Aplausos]

Raquel: Son las 12:15, Ricardo.

Ricardo: ¿Y?

Raquel: Que mañana tenemos que levantarnos temprano para tomar el tren.

Ricardo: Otra vez buscando a María, la cuidas como si fueras su mamá.

Raquel: Eso es cosa mía. ¿Dónde se habrá metido esta muchacha?

Carlos: ¿Y hace mucho tiempo que vive usted con Raquel y su mamá?

María: Desde pequeña. Han sido tan buenas conmigo. A base cariño me han hecho olvidar que no
conocí a mis padres.

Raquel: ¡María!

María: ¿Qué?

Raquel: Son las 12:15 y tenemos que irnos.

María: Cuando quieras.

Carlos: ¿Por qué tan temprano?

Raquel: Porque mañana nos vamos y tenemos que madrugar.

Ricardo: ¿Por qué no madrugamos aquí?

Raquel: Pues, si quieres quedarte solo, allá tú. Vamos, María. Te voy a probar que sí. Ahora verás.
Óigame, Carlos, Ricardo me ha contado que es usted muy aficionado a la caza.

Carlos: Es cierto.

Raquel: ¿Ha matado usted muchos tigres?

Carlos: Algunos.

Raquel: ¿Y su esposa lo acompaña a las cacerías?

Carlos: Las mujeres nunca van a las cacerías.

Raquel: Pero quizá ella alguna vez--

Carlos: No en mi caso.

Raquel: ¿Por qué? ¿Le da miedo a ella?


Carlos: No. Es que no soy casado.

Raquel: Ah, vaya.

Ricardo: Ah, vaya.

Raquel: Grosero.

Ricardo: Nos vamos porque esto es un programa de tómelo o déjelo.

Raquel: Pues, déjelo.

Carlos: ¿Podré verla en México?

María: Sí usted gusta.

Carlos: A la 1:00 iré a buscarla a su oficina.

María: ¿Sabe dónde trabajo?

Carlos: Ricardo me lo ha dicho.

María: Debí suponerlo. Buenas noches, Carlos.

Carlos: Hasta mañana, María.

Mulata: Oye, pero ¿que nos vamos a ir a pie hasta el puerto? Mira que yo he hecho kilómetros.

Marín: Pues, como dice el dicho, o la bebe o la derrama. Ya viste que el camarero se acabó con mis
últimos centavos. Hasta por suspirar nos cobró.

Mulata: Pero mira que sí serás fresco. Primero, me engañas haciéndote pasar por un hacendado.
Luego te metes de rondón en el baile de esos señorones. Te escondes de tu patrón que ya te
supone dormidito en Veracruz y, para final de cuentas, me regresas a pie. Oye, mira que me he
lucido.

Martín: Por eso no es bueno creer al primero que se te presenta, chica.

Mulata: Pero mira que sí serás fresco.

Martín: Andando, negra, que el sol se mete.

Mulata: ¿Que si se mete dices? [Ríe] Pero ¿que no te das cuenta que ya va a salir?

Martín: Pues, anima que lo haga para ver cómo amanece, hombre. Vamos.

[Música]

[Música]

[Cláxones]

>> Buenas tardes, señorita.

María: Buenas tardes.


>> Aquí traigo este paquete.

María: Déjalo ahí.

>> Favor de firmarme la remisión. Muchas gracias. Con permiso.

>> Hasta luego, señorita.

María: Buenas tardes.

[Timbre]

Jefe: Precisamente iba a preguntarle si habían traído ese paquete.

María: Acaban de entregármelo.

Jefe: María, ¿quieres ser tan amable de abrirlo?

María: Sí, señor.

Jefe: ¿Qué le parece?

María: Muy bonito.

Jefe: ¿De veras?

María: ¿Cómo no? La señora se lo va a agradecer mucho.

Jefe: ¿Y si le dijera que es para usted?

María: ¿Para mí?

Jefe: Para usted, María. Para usted. ¿Por qué es usted tan esquiva? Piense que yo puedo
asegurarle un porvenir. Usted es sola.

María: Permítame salir.

Jefe: ¿No me cree usted?

María: Le ruego que me deje salir.

Jefe: No sin que me conteste.

María: Déjeme salir.

Jefe: Piense que puedo prescindir de sus servicios.

María: Desde ahora mismo.

Jefe: Como guste.

>> Tan linda y llorando.

>> Qué suave, mano, ¿la seguimos?

>> No, viejo. Es mucho para nosotros.


[Motor]

[Claxon]

Carlos: María.

María: Usted.

Carlos: ¿Se hizo daño?

María: No, no ha sido nada. Gracias.

Oficial: ¿Qué pasó aquí?

María: Nada, señor. Yo tuve la culpa. Adiós, Carlos.

Carlos: Permítame que vaya a dejarla, habíamos convenido en que la buscaría a la 1:00.

María: Está bien.

[Silbato] [Silbato]

[Ladridos]

Matilde: ¿No viene?

Raquel: No, mamá.

Matilde: ¿Llamaste a su oficina?

Raquel: Sí, pero no contesta el teléfono.

[Cláxones]

Matilde: Algo le ha pasado a esa muchacha. Dios mío.

[Trinos]

Carlos: ¿Duda usted de mí?

María: He sufrido tanto.

Carlos: Le juro que digo la verdad.

María: Le creo, Carlos, pero es que usted está impresionado por lo que acaba de pasarme, por lo
que le he contado.

Carlos: Claro que lo estoy. Cualquiera lo estaría y, sin embargo, ello ha servido para hacerme
comprender lo mucho que la quiero. Se lo juro, María.

María: ¿Nos vamos?

Carlos: ¿Sin contestarme?

María: Ahora no.

Carlos: ¿Debo esperar?


María: Tal vez.

Ricardo: Perfectamente. No se olvide llamar a la señora Troncoso para que firme esas minutas.

>> No, licenciado. Con permiso.

Carlos: ¿Se puede?

Ricardo: Carlos. ¿Qué pasó contigo? Te estuve esperando toda la mañana.

Carlos: Perdóname, amigo. Tuve que comprar algunas cosas y se me hizo tarde.

Ricardo: Sí. Ya veo, ya veo.

Carlos: Aquí traigo los documentos.

Ricardo: Siéntate. Perfectamente. Ahora sí dejaremos concluido este asunto. Mañana mismo me
ocupo de él y, como te lo prometí en Veracruz, en dos o tres días lo dejo despachado.

Carlos: Ojalá, Ricardo.

Ricardo: Sin ojalá. No creas que me he olvidado de que tienes urgencia en volver a tu finca, ¿o has
cambiado de idea?

Carlos: No.

Ricardo: ¿Te convence de que mi ojo clínico no falla?

Carlos: Sí. Ya veo.

Ricardo: Y te advierto que estás pisando en firme porque le has sorbido el seso a esa muchacha.

Carlos: ¿Sí?

Ricardo: Me lo dijo Raquel esta mañana por teléfono.

Carlos: ¿Te contó lo del accidente?

Ricardo: ¿Accidente? ¿Cuál?

Carlos: En que estuvo a punto de matarla el coche en que iba yo.

Ricardo: ¿De matar a Raquel?

Carlos: No, hombre. A María.

[Piano]

María: Raquel.

Raquel: ¿Qué?

María: ¿Crees realmente que Carlos sea casado?

Raquel: Seguro que lo creo, ¿no viste la cara que puso el mocambo cuando le pregunté si su
esposa lo acompañaba a las cacerías?
María: No me fijé.

Raquel: [Chista] “No me fijé”. Pues, fíjate. “Las mujeres nunca van a las cacerías. No en mi caso,
señorita, porque no soy casado”. No soy casado, pero bien que se turbó al contestarme. Podría
apostar que sí lo es o, haciéndole mucho favor, que está a punto de serlo.

María: Oye, ¿por qué no se lo preguntas a Ricardo? Él debe saberlo.

Raquel: Pero ¿de veras te has enamorado de ese?

María: Sí, Raquel.

Raquel: ¿Ya ves? ¿Ya ves cómo a cada capillita le llega su fiesta? Tú la retraída, la enemiga de
invitaciones de fiesta, la que le tenía pavor a los hombres, pero que apenas se te ha presentado el
Carlos ese, te conviertes en una Julieta.

María: ¿Lo harás?

Raquel: ¿Qué?

María: Preguntárselo a Ricardo.

Raquel: ¿Y crees que ese me va a decir la verdad? Qué inocente eres. Recuerda que todos los
hombres se tapan con el mismo sarape y, sobre todo, Ricardo. El don Juan por excelencia, el
hombre de gran mundo, el irresistible, según él, que siendo como es, eso sí, un experto en
cuestiones de amor, amor a su manera, ya me imagino los consejos que le ha de estar dando a su
amigo.

Ricardo: [Ríe] Pensar en casarme con una mujer a quien no hace tres días que conoces. Te has
vuelto loco.

Carlos: Escúchame, por favor.

Ricardo: Te repito que te has vuelto loco. ¿Quién puede pensar que una muchacha huérfana y
guapa como María que ha vivido siempre del tumbo al tambo sin freno sin responsabilidades
pueda conservarse pura?

Carlos: Yo, Ricardo.

Ricardo: No seas niño, Carlos. Tú crees que estás allá en la provincia donde no se conoce el
problema del hambre, donde las mujeres no tienen las tentaciones de la ciudad, donde hay
pureza, virtud.

Carlos: Pureza y virtud que, a pesar de lo que dices, también pueden encontrarse aquí.

Ricardo: ¿Aquí? [Ríe] Qué inocente eres.

Carlos: Y tú exagerado.

Ricardo: Conozco el medio y nada más. Aquí no se tiene la ventaja que allá en que el hombre y la
mujer se conocen desde niños antes de ir al altar o al registro civil.
Carlos: Sí. Desde niños que es cuando los padres principian a decirle a uno: “Tú te casarás con
fulanita y tú con zutanito”. Y tanto lo repiten que uno crece y se casa creyendo estar realmente
enamorado.

Ricardo: Eso era antiguamente.

Carlos: Y ahora también. Yo estoy en ese caso.

Ricardo: ¿Tú?

Carlos: Yo, Ricardo.

Ricardo: No comprendo.

Carlos: Ahora me comprenderás si quieres escucharme.

Ricardo: No faltaba más.

Carlos: ¿Alguna vez te conté que aún no cumplía yo los diez años cuando perdí primero a mi padre
y meses después a mi madre?

Ricardo: Sí, sí.

Carlos: Por encargo de ellos, quedé al cuidado de mi madrina doña Virginia González, la mujer más
buena que puedas imaginarte que ha cuidado de mí como si hubiera sido su hijo y a quien le debo
todo lo que soy.

Ricardo: Sigo sin comprender.

Carlos: Es que doña Virginia tiene una hija.

Ricardo: Ah, que es tu novia.

Carlos: Exactamente y con quien estoy comprometido a casarme el mes entrante.

Ricardo: ¿A casarte? Entonces--

Carlos: Ahí tienes el problema, porque ahora me convenzo de que no estoy realmente enamorado
de ella.

Ricardo: ¿Y sí de María?

Carlos: Exactamente.

Ricardo: No digas tonterías.

Carlos: No son tonterías, Ricardo.

Ricardo: ¿Cómo no van a serlo?

Carlos: ¿Por qué te empeñas en opinar mal de María?

Ricardo: No discutamos más. Has tomado demasiado en serio lo que solo debió ser una aventura
pasajera y como me siento responsable de ella, ¿quieres hacerme un favor?
Carlos: ¿Cuál?

Ricardo: Ven. Tengo un método infalible. Siéntate y escríbele.

Carlos: ¿Con qué objeto?

Ricardo: Pues, dile todo lo que te dicte el gran cariño que dices sentir por ella. Que al quieres, que
la adoras, que la sueñas en tecnicolor todas las noches, pero que, como piensas casarte con ella e
ignoras su pasado, pues, no podrás darle tu nombre sin antes convencerte--

Carlos: Eso nunca, Ricardo, ¿me crees tan vulgar o tan villano?

Ricardo: No es que te crea, Carlos, tampoco lo soy yo, pero a grandes males, grandes remedios.

Raquel: Ahí no encontrarás ningún empleo que valga la pena, a no ser que te conformes con una
de 30 o 40 pesos.

María: Raquel.

Raquel: ¿Qué?

María: Mira, mira.

Ricardo: Estos periódicos son una calamidad.

Carlos: No. Esto lo hiciste tú.

Ricardo: ¿Te disgusta?

Carlos: Te confieso que sí. Esto es demasiado.

Ricardo: Hombre, comprende que--

Carlos: Comprendo perfectamente bien que lo hiciste con la más sana intención, pero, de todos
modos, ¿qué va a decir María?

Matilde: Verás qué bien te hace. A ver si no lo pasé de azúcar.

María: Gracias, señora.

Matilde: No te acongojes, hija, que comer no nos ha de faltar. Ya encontrarás otro empleo.

María: Gracias, doña Matilde. Qué buena es usted.

Matilde: Anda, tómalo todo. Voy a dejarte sola un momento porque debo ir al mercado.

María: Sí, señora.

Matilde: No tardo.

>> ¿La señorita María?

María: Soy yo.

>> Traigo esta caja para usted. Con permiso.


[Teléfono]

María: Bueno. [Teléfono] Bueno. Buenos días.

Carlos: Supongo que ya vio usted los periódicos de hoy.

María: Sí.

Carlos: Ha sido una broma de Ricardo.

María: No, Carlos. Usted se ha equivocado respecto de mí.

Carlos: Mire, María, le juro por la memoria de mis padres que-- ¿Bueno? ¿Bueno?

[Truenos]

Raquel: Y para que no murmuren te privas de todo lo que debe disfrutar una muchacha decente y
haces que yo también me prive.

[Truenos]

Carlos: Eso nunca, Ricardo, ¿me crees tan vulgar o tan villano?

[Truenos]

[Relincho]

María: ¿Ya no dudarás de mí?

Carlos: ¿Me perdonas?

María: Quiero que conserves esto. No. No lo veas ahora. ¿Me prometes llevarlo siempre?

Carlos: Te lo juro.

María: ¿Me escribirás al llegar?

Carlos: Te enviaré un telegrama.

María: Carlos, tengo miedo que te vayas en avión.

Carlos: ¿Y cuál es motivo por el que quieres separarte de la hacienda? ¿Ya no estás contento de
mí?

José María: ¿Cómo no, señor?

Carlos: ¿Entonces?

José María: Pues, la mera verdad, no sé si decírselo. Tal vez se vaya usted a molestar.

Carlos: No comprendo por qué ha de molestarme. Anda, dilo.

José María: Pues, para no mentirle, don Carlos, es por su casamiento.

Carlos: ¿Por mi casamiento?

José María: Sí, señor.


Carlos: ¿No quieres que me case?

José María: ¿Cómo no, señor?

Carlos: ¿Entonces?

José María: Pues, la mera verdad, perdón mi franqueza, pero yo creo que no voy a congeniar con
doña Julia.

Carlos: No seas tonto, José María. Si Julia viene a la casa, tendrá que tratarlos a todos como lo
hago yo.

José María: ¿Quién sabe, señor?

Carlos: ¿Cómo que quién sabe? ¿No me conoces?

José María: Sí, señor.

Carlos: ¿Entonces? Y, además, todavía no me caso.

José María: Pero ¿qué falta señor?

Carlos: Mm. Qué sabes tú.

Pedro: Ya lo dice el dicho, trata a tu amo como a tal y nunca como a tu igual.

Martín: Ya me anda porque la niña Julia sea mi patrona.

Pedro: Pues, la bebes o la derramas. ¿Adónde vas? Que más valgas.

Martín: Yo soy como la carne flaca, en cualquier gancho me atoro.

Emeterio: [Ríe]

Pedro: Del dicho al hecho hay mucho trecho.

Martín: Me canso.

Emeterio: Sale sobrando que aleguen, ya verás como el patrón la pone más blandita que la cera.

Martín: Ja, se me hace que no. Acuérdense que yegua jalada ni el lienzo pasa y esa niña Julia tiene
para su gasto.

Pedro: Si fuera como doña Virginia.

Martín: Ah, esa es harina de otro costal. Bien dice el dicho que de una flor nace una espina.

Pedro: ¿Qué le habrá visto el patrón?

Martín: Alégale. Lo cierto es que siempre la puerca más flaca es la que se lleva la mejor mazorca.

Pedro y Emeterio: [Ríen]

Martín: Yo, la verdad, no sé lo que le pasa al patrón, porque si no conociéramos mujeres, bueno,
pues, estaba bien, pero si ustedes hubieran visto la que nosotros conocimos en Veracruz y que él
me presentó a mí--
Emeterio: [Ríe]

Pedro: ¿A ti?

Martín: A mí. Mira. Con decirle que hasta el resuello se me fue.

Pedro: Esas catrinas no dan el ancho. Que si el mosco, que si la garrapata. Nomás se despintan y se
mueren de tiricia.

Emeterio: Ey, muchachos, ahí viene el patrón.

Carlos: Buenas tardes, muchachos.

Todos: Buenas, patrón.

Martín: Buenas. Hola, don Chema.

Pedro y Emeterio: ¿Cómo le va, don Chema?

José María: Muchachos.

Carlos: Oye, ¿qué tenía esa becerra?

Martín: Nada. Una gusanera en el lijar.

Carlos: Bien, bien. Bueno, yo creo que ya es hora de volver a la casa.

Martín: Vámonos, patrón.

Carlos: Vamos, muchachos. [Besa] [Chista]

>> Ey. Ale.

[Música]

>> § A las siete de la noche Va a salir la luna llena A las siete de la noche Voy a ver a mi morena La
luna sale regando Los que parece de plata Los ojos que ando buscando Riegan luces que me matan
Catorce puntas contadas Tenía un venado en los cuernos El capo ahora tiene tantas Que ya no
puede ni ver no La luna sale regando Los que parece de plata Los ojos que ando buscando Riegan
luces que me matan A las siete de la noche Va a salir la luna lleva A las siete de la noche §

Carlos: Buenas noches, muchachos.

Todo: Buenas noches.

José María: Buenas noches, muchachos.

Todos: Buenas, don Chema.

Rosa: ¡Carlitos!

Carlos: ¿Cómo ha estado, mi nana?

Rosa: Muy bien, hijito. Muy bien. Me tenías muy preocupada.

Carlos: ¿Por qué?


Rosa: ¿Qué pasó? ¿Por qué tardaste tanto?

Carlos: Algo que te va a dar mucha alegría.

Rosa: ¿Arreglaste?

Carlos: Más de lo que te imaginas.

Rosa: Ay, qué bueno, hijito. Qué bueno.

Carlos: Oye, traigo un hambre que me como solo, ¿eh?

Rosa: Voy a ver si ya está lista la cena. Enseguida te doy.

Martín: Buenas noches, doña Rosita.

Rosa: ¿Cómo te va, Martín?

Martín: [Indistinto]

Carlos: Oye, José María.

José María: ¿Qué manda usted, señor?

Carlos: Trae esa petaca grande. Ponla allá arriba. Quiero darles de una vez algo que les traje.
Ábrelo. Tenme aquí. ¿Te gusta?

José María: Es muy bonita, señor.

Carlos: Pues, a ver cuántos venados matas con ella porque es para ti.

José María: ¿Para mí?

Carlos: Para ti, José María.

José María: Pero, señor.

Carlos: Te traje cartuchos de tres y de cuatro postas. A ver cuáles resultan mejor. Si así vas a estar
frente a los venados, no matarás a ninguno. Toma. A ver si sabes afilarlo, ¿eh?

Martín: Válgame. Lo voy a poner como para cortar un pelo en el aire.

Carlos: [Ríe] Pedro, toma. Le das uno a Emeterio.

Pedro: Sí, señor. Muchas gracias.

Rosa: A la hora que quieras, Carlitos. Uy, qué bonita. Ahora sí, José María, a ver qué venado se
atreve a ponérsete enfrente. [Ríe]

José María: [Ríe]

Todos: [Ríen]

Carlos: ¿Se quedan a cenar conmigo, muchachos?

José María: Muchas gracias, patrón. Muchas gracias.


Carlos: De veras, hombre.

José María: Muchas gracias, quiero llegar a la casa.

Carlos: Ándele, pues.

José María: Que descanse usted, patrón.

Carlos: Ándale, José María.

José María: Hasta mañana, doña Rosita.

Pedro: Buenas noches, patrón.

Carlos: Adiós, muchachos.

Pedro: Buenas noches.

Martín: Adiós.

Carlos: Ándele.

Rosa: Tan bueno, mijo.

Carlos: ¿Qué me vas a dar de cenar?

Rosa: Salpicón de carne de venado.

Carlos: Espléndido, Rosita. Oye, ¿y de la Peñuela qué me cuentas?

Rosa: ¿No te dijeron nada los muchachos?

Carlos: ¿Qué?

Rosa: Que tu madrina está mala.

Carlos: ¿Mi madrina? ¿De qué?

Rosa: No sé, pero debe ser algo grave porque mandaron traer el doctor a Tuxpan.

Carlos: Pero ¿cómo ha sido eso si yo la dejé perfectamente bien?

Rosa: Ya ves que para enfermarse en un momento.

Carlos: ¿No sabes cómo sigue?

Rosa: Creo que muy mala. Esta mañana me lo dijo el mozo que ha venido todos los días a
preguntar por ti.

[Música]

Carlos: Por favor, muchachos. Se los agradezco mucho, pero me siento un poco mal.

>> Perdónenos, señor. Solo queríamos--

Carlos: Al contrario, muchachos, ustedes son los que deben perdonarme, pero de veras, me siento
algo enfermo.
>> Sí, señor.

>> Que usted se mejore.

Carlos: Muchas gracias. Hasta mañana.

>> Buenas noches.

Martín: Buenas noches.

>> Buenas noches.

Rosa: No te mortifiques, hijito. Ya sabes que ese doctor es muy bueno, ya verás como la cura.

Carlos: Tiene que hacerlo, Rosa. Tiene que hacerlo para que yo pueda hablarle, decirle la verdad,
pedirle que me perdone. ¿Verdad que me dará la razón?

Rosa: ¿Qué te pasa, Carlitos? ¿De qué me estás hablando?

Carlos: Mira.

Rosa: ¿De quiénes son estos retratos?

Carlos: De la que habrá de ser mi esposa.

Rosa: ¿Tu esposa? Con un hijo, ¿es tuyo?

Carlos: No, Rosa. Es ella misma. Este es de cuando era pequeña.

Rosa: Ah, pero ¿quién es? ¿Dónde la conociste que no me habías dicho nada de ella?

Carlos: Acabo de conocerla apenas hace unos días y, sin embargo, parece que desde hace mucho
tiempo.

Rosa: Y, entonces, ¿Julia?

Carlos: Estaba equivocado, Rosa.

Rosa: ¿Lo ves? Pero nunca quisiste hacerme caso.

Carlos: ¿Verdad que mi madrina consentirá en que rompa mi compromiso?

Rosa: Naturalmente que sí y, aunque no consintiera, ni modo que te case a la fuerza. [Chista]
Pobre señora, tan buena como es, pero lo primero es lo primero. Qué caray. Anda, no te
mortifiques. Toma. Ven, vamos a cenar.

También podría gustarte