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La Segunda Guerra Mundial ha sido “la catástrofe más grande producto del
hombre de todos los tiempos”. Aproximadamente 1.3 por ciento de la población
mundial falleció en el campo de batalla. Después de esta guerra tan
devastadora el Tribunal de Núremberg (Y también, los tribunales de Bergen-
Belsen) establecieron las primeras bases para la construcción de una nueva
categoría jurídica: La responsabilidad penal Individual por Delitos
Internacionales de carácter autónomo, cuya principal característica era la
tipicidad dispersa, es decir, su origen en varios instrumentos de Derecho
Internacional como algunos que veremos en apartes subsecuentes de este
texto.
La expansión del imperio japonés por el océano pacífico hizo que las tensiones
entre los Estados Unidos y el actor protagónico de Asia aumentaron durante la
Segunda Guerra Mundial. Las atrocidades cometidas por los militares
japoneses en China y en otras partes de Asia finalmente terminaron con la
destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki por la respuesta atómica
de Estados Unidos frente al ataque a Pearl Harbor en la segunda mitad de
1945. Las víctimas de la agresión militar japonesa incluyeron niños y personas
inocentes de China, Corea, Filipinas, otros países del sudeste asiático, Estados
Unidos y Japón. Con la derrota del Tercer Reich, los aliados fueron
proclamados vencedores de la Segunda Guerra Mundial y decidieron
establecer dos tribunales internacionales para juzgar los crímenes de quienes
habían sido vencidos en esta contienda. Para la materialización y consecución
de tal fin, se instaló el Tribunal de Núremberg el 20 de noviembre de 1945 el
cual fue precedido por el Tribunal Militar Penal para el Lejano Oriente instalado
el 09 de enero de 1946.
Quien había sido primer ministro y ministro de la Guerra japonés, Hideki Tojo,
considerado como el "arquitecto" de la guerra del Pacifico, comprendió que
suicidándose conseguiría atribuirse por entero la culpa de la derrota, evitando
el deshonor a la familia imperial y a las máximas jerarquías niponas.
La Academia de Guerra de Tokio fue el lugar escogido para llevar a cabo los
juicios ya que era uno de los pocos edificios que aún seguían en pie al terminar
la contienda. El tribunal militar fue presidido por el australiano sir William Flood
Webb, que sería el encargado de dirigir las 417 sesiones que concluirían con
siete condenas a muerte, seis cadenas perpetuas, una condena de veinte años
y otra de siete.
RECHAZO A LA APELACIÓN
Así, tras ser desestimado el recurso, los siete condenados a la horca pasaron
sus últimos días de vida en la cárcel de Sugamo, tranquilos y resignados a su
suerte. Hideki Tojo, que fue el primer acusado en subir al patíbulo, rehusó las
raciones militares norteamericanas y solicitó platos tradicionales japoneses. La
víspera de la ejecución, fijada para la medianoche del 22 de diciembre de 1948,
los acusados solicitaron hablar con un sacerdote budista y escribieron cartas a
sus familias. A las 23:40 del 22 de diciembre, un oficial estadounidense
acompañado por una escolta armada despertó a los siete condenados que, tras
haber asistido a un brevísimo servicio religioso, fueron conducidos al
patíbulo en compañía del sacerdote budista y un capellán de la prisión.
Los participantes de la Comisión, así como los miembros del Tribunal, eran
escogidos como representantes de cada país y no como miembros de una
organización de juzgamiento, situación que originó la politización de los juicios
instaurados, irregularidades en los procedimientos y abusos de
discrecionalidad judicial. Los demandados al ser escogidos sobre la base del
criterio político generalmente se enfrentaban a un juicio injusto.
El mismo fue guiado por el interés personal del General MacArthur, quien
ordenó el juicio en su contra, a pesar de que el General Japonés no había
ordenado ni conocido de ningún crimen de guerra (Bassiouni, 1999, p. 74). La
imparcialidad como se puede observar, no fue la constante en los tribunales
que por segunda oportunidad comprometían la responsabilidad internacional de
un Estado.
En todo caso pese a las críticas y a los límites que posteriormente se han fijado
a nivel jurisprudencial a este tipo de responsabilidad del superior jerárquico, es
una previsión internacional que ha subsistido los diferentes cambios evolutivos
y hoy aparece consagrada en el artículos 28 y 33 del Estatuto de Roma de
1998, con las diferencias de interpretación, que en la era actual deben ser
atendidas, más si después del denominado estándar Yamashita, fueron
aprobados los 4 Convenios de Ginebra de 1949 con sus dos protocolos
adicionales y demás normativa actual, tanto en materia de DIH como del
Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
LA NOCIÓN DE “COMPLOT”
Por último, parece importante resaltar que los jueces del Tribunal de
Nüremberg no emitieron ninguna opinión divergente en cuanto a la
competencia del mismo Tribunal, ni tampoco acerca de los principios de
derecho que fueron aplicados durante el proceso. Apenas el juez ruso emitió
una opinión diversa a la mayoría, en lo relativo a la absolución de ciertos
acusados y en particular por la pena que había sido dictada en contra de
Rudolf Hess.
Sin embargo, esto no sucedió con el Tribunal Militar de Tokio, en donde las
opiniones de los jueces franceses, holandés e hindú difirieron
considerablemente del juicio del Tribunal en puntos de mucha importancia.
Así por ejemplo, el juez francés, Henri Bernard, emitió una opinión disidente,
sosteniendo: “El Estatuto del Tribunal no estaba fundado en ninguna regla de
derecho existente al momento en que las infracciones fueron cometidas y por
lo demás tantos principios de justicia habían sido violados en el curso del
proceso que la sentencia del Tribunal sería sin duda anulada por razones de
derecho en la mayoría de los países civilizados”. En idéntica manera se
pronunciaron los jueces de Países Bajos y de la India.
El juez Henri Roling (Países Bajos) declaró, además: “…la preparación militar
en vista de un conflicto probable no implica necesariamente un complot con
miras a llevar a cabo una agresión”. En el mismo sentido se pronunció el juez
Binod Pal, de la India, considerando que en ausencia de una definición
internacionalmente admitida de la noción de agresión, “…todo proceso como el
que venía de llevarse a cabo ante el Tribunal Militar Internacional para el
Extremo Oriente no era más que el proceso del vencido por el vencedor”.
CONCLUSIONES