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1998

cuento de Yeni Rueda López


El 10 de mayo el volcán Popocatépetl registró
una emisión de vapor y ceniza que acompañó
el emplazamiento del octavo domo,
alcanzando algunos kilómetros sobre el cráter.
En 1998, tenía ocho años y caminaba por la
orilla de la carretera federal México-Acapulco.
Entre el polvo y la hierba pude ver el guayabo
del patio, la sábila descansando en las
escaleras, las ramas del guamúchil abrazando
tu casa y tus manos remendando calcetines o
preparándonos sopa de fideo.
Siempre indescifrable.
Siempre en movimiento.
Siempre distante.
Siempre mi abuela.
El 13 de agosto ocurrió el sismo
volcanotectónico más grande registrado en el
volcán hasta ahora. Los microsismos duraron
media hora, seguidos de episodios de tremor
armónico de baja amplitud.
En 1998, tenía ocho años y una tarde
apareciste, junto a mi madre, en la entrada de
la escuela. Con tu sonrisa me abrazaste y mi
corazón se encendió.
No hablemos aquí, enfrente de la niña. Vamos a la
casa. Quiero decirte algo. Tengo que decirte algo.
Esa noche, mamá no durmió.
Después, palabras extrañas:
carcinoma de cérvix,
quimioterapia,
radiación,
etapa III.
El 5 de octubre, hubo una erupción explosiva
por la noche después de la cual se vio un
resplandor en el cráter. El 9 de noviembre, por
la madrugada, ocurrió una explosión seguida
por 12 minutos de tremor espasmódico.
En 1998, tenía ocho años y el hospital del
instituto mexicano del seguro social plan de
ayala se alejaba sin dejar de verse inmenso.
Lo odiaba.
Las últimas semanas habían sido así:
no puedo ayudarte con la tarea, Mamá Gude
necesita medicinas;
no hay desayuno, Mamá Gude necesita ir a
radioterapia;
no puedo leerte un cuento, Mamá Gude necesita
compañía.
Luego, la lloradera en la cocina o en la cama. A
veces, una esperanza. Yo, sin entender nada.
Solo sabía que necesitaba a mi madre y tú me
la quitabas.
El 17 de diciembre, se presentó una explosión
que lanzó fragmentos incandescentes en la
cara norte del volcán. Estos llegaron hasta 4.5
km de distancia del cráter y provocaron
incendios en la zona boscosa.
En 1998, tenía ocho años y celebramos la
última navidad.
Recuerdo fragmentos de la erupción: mamá
temblorosa, papá disociado, el tremor de los
gritos callejeros.
Antes de entrar a tu cuarto le pediste a mamá
que apagara la luz.
Dijiste: ¿qué pasó?
Y respondió el temblor.
Sólo supimos extender los brazos hacia tu
cuerpo.
Luego vino el vértigo y el silencio:
caída en el baño,
hospitalización,
metástasis,
estado de coma,
el descanso de la última exhalación,
la última exhalación,
la última exhalación.
Para cerrar el año, el volcán generó un sismo
volcanotectónico. Todo el proceso observado
a finales de noviembre y diciembre
correspondió al crecimiento y destrucción del
noveno domo.
“Pero no importa saber que
voy a tener el mismo final.
Porque me queda el
consuelo que Dios nunca
morirá [...] y que todo
aquel que llega a morir,
empieza a vivir una
eternidad”.

Macedonio Alcalá y
Vicente Garrido

Este cuento, a la memoria de Gudelia a 21 años de su


ausencia.

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