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MÉTODO LA MAYÉUTICA

Buena parte de su vida, Sócrates se habría dedicado a deambular por las plazas, mercados,
palestras y gimnasios de Atenas, donde tomaba a jóvenes aristócratas o a gentes del común
(mercaderes, campesinos o artesanos) como interlocutores para sostener largas conversaciones, con
frecuencia parecidas a largos interrogatorios. Este comportamiento correspondía, sin embargo, a la
esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica.
El propio Sócrates comparaba tal método con el oficio de comadrona que ejerció su madre:
se trataba de llevar a un interlocutor a alumbrar la verdad, a descubrirla por sí mismo como alojada
ya en su alma, por medio de un diálogo en el que el filósofo proponía una serie de preguntas y
oponía sus reparos a las respuestas recibidas, de modo que al final fuera posible reconocer si las
opiniones iniciales de su interlocutor eran una apariencia engañosa o un verdadero conocimiento.
En sus conversaciones filosóficas, Sócrates sigue una serie de pautas precisas que
configuran el llamado diálogo socrático. A menudo comienza la conversación alabando la sabiduría
de su interlocutor y presentándose a sí mismo como un ignorante: tal fingimiento es la
llamada ironía socrática, que preside la primera parte del diálogo. En ella, Sócrates proponía una
cuestión (por ejemplo, ¿qué es la virtud?) y elogiaba la respuesta del interlocutor, pero luego oponía
con sucesivas preguntas o contraejemplos sus reparos a las respuestas recibidas, sumiendo en la
confusión a su interlocutor, que acababa reconociendo que no sabía nada sobre la cuestión.
Tal logro era un punto esencial: no puede enseñarse algo a quien ya cree saberlo. El primer
paso para llegar a la sabiduría es saber que no se sabe nada, o, dicho de otro modo, tomar
conciencia de nuestro desconocimiento.
Una vez admitida la propia ignorancia, comenzaba la mayéutica propiamente dicha: por
medio del diálogo, con nuevas preguntas y razonamientos, Sócrates iba conduciendo a sus
interlocutores al descubrimiento (o alumbramiento) de una respuesta precisa a la cuestión planteada,
de modo tan sutil que la verdad parecía surgir de su mismo interior, como un descubrimiento
propio.
Sócrates ayudaba al discípulo a aflorar las ideas que éste guardaba en su interior, para
analizarlas y saber si eran valiosas
Para Sócrates, el diálogo no es una conversación cualquiera, sino que debe cumplir algunos
requisitos. El diálogo es, ante todo, una forma de razonamiento, que incluye el acuerdo entre
Sócrates y su interlocutor. Los nuevos acuerdos que se alcanzan en el diálogo deben ser coherentes
con los alcanzados con antelación y se descartan los que son incompatibles, como muestra este
fragmento de Gorgias, escrito por Platón, discípulo de Sócrates, donde se recrea un diálogo entre
este último y el sofista Gorgias de Leontinos:
Sócrates: El que ha aprendido la construcción es constructor, ¿no es así?
Gorgias: Sí.
Sócrates: ¿El que ha aprendido la música es músico?
Gorgias: Sí, lo es.
Sócrates: ¿Y el que ha aprendido medicina es médico? ¿Y, en la misma relación, las demás
artes, de modo que el que aprende una de éstas adquiere la cualidad que le proporciona su
conocimiento?
Gorgias: Sin duda.
Sócrates: Siguiendo el mismo razonamiento, el que conoce lo justo, ¿no es justo?
Gorgias: Indudablemente.
Sócrates: Y el justo, obra justamente.
Gorgias: Sí.

Además del recurso al diálogo, la selección de los alumnos era un segundo rasgo que
distinguía a Sócrates de los sofistas. Éstos llegaban a una ciudad y presentaban al público el
programa del curso que ofrecían y el importe de la matrícula, que variaba según el prestigio de cada
profesor. Se decía que algunos sofistas obtenían elevadas sumas de dinero por su
actividad. Sócrates, en cambio, rechazaba poner precio a sus enseñanzas, pero no por ello
cualquiera podía asistir a sus clases, sino que se reservaba el derecho de admitir o rechazar a un
candidato.

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