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Preguntas posibles:

1. Elementos constitutivos del hecho internacionalmente ilícito.


2. Circunstancias que excluyen la ilicitud.
3. Condiciones del paso inocente.
4. ¿En qué se diferencian el paso inocente y el ininterrumpido?
5. Incidentes procesales

TEMA IV: LA APLICACIÓN DE LAS NORMAS INTERNACIONALES

V. El hecho internacionalmente ilícito y la responsabilidad internacional

Un hecho internacionalmente ilícito es el desarrollo de una conducta por parte de un sujeto internacional que es
contraria (ya sea voluntariamente o por negligencia) a la obligación establecida por una norma de Derecho
internacional, incurriendo así en una violación de la misma.

El derecho internacional atribuye consecuencias jurídicas a ese hecho ilícito: la de generar su responsabilidad
internacional y el deber de reparar el perjuicio causado.

Un comportamiento contrario a una norma internacional genera una nueva relación jurídica entre el autor del hecho
y la víctima, basada en la responsabilidad internacional del primero, dado que la consecuencia genérica para el
primero es el deber de reparar los efectos que ha generado el hecho ilícito. Esta regulación se caracteriza, por un
lado, por su gran importancia para la eficacia del derecho internacional en la práctica diaria, pues la reparación
entraña una sanción frente al hecho ilícito. Por otro lado, por tener plena autonomía respecto a los ordenamientos
nacionales sobre, la clasificación del hecho del Estado como internacionalmente ilícito se rige por el derecho
internacional.

La responsabilidad de los Estados y de las OOII se ha codificado por separado, dando origen a dos proyectos de
artículos: el Proyecto de artículos sobre la responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos
(aprobado por la CDI en 2001) y el Proyecto de artículos sobre la responsabilidad de las Organizaciones
Internacionales (aprobado por la CDI en 2009).

VI. La responsabilidad internacional del Estado por hechos internacionalmente ilícitos

1. Los elementos constitutivos del hecho internacionalmente ilícito

El art. 2 del Proyecto de artículos de la CDI caracteriza al hecho internacionalmente ilícito como “un comportamiento
consistente en una acción u omisión”. La primera entraña una conducta activa o de hacer por parte de los órganos
del Estado en relación con otro Estado o sus nacionales y es la más frecuente en la práctica. Pero una conducta
pasiva, en la que el Estado no actúa cuando ello era debido, también puede constituir un hecho internacionalmente
ilícito.

El mismo artículo establece en sus apartados a) y b) los elementos constitutivos del hecho internacionalmente ilícito
del Estado:

- Elemento subjetivo: consiste en que la acción u omisión “es atribuible al Estado según el derecho
internacional”.

- Elemento objetivo: el comportamiento “constituye una violación de una obligación internacional del
Estado”.

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La presencia de ambos elementos en un determinado supuesto genera la responsabilidad internacional del Estado.
Al respecto cabe observar, en primer lugar, que la CDI ha adoptado una construcción objetiva basada en la noción
del hecho internacionalmente ilícito, excluyendo así el recurso a cualquier elemento ulterior que suele estar
presente en el Derecho interno en cuando fundamento de la responsabilidad, como es la noción de culpa. En
segundo lugar, que también se ha excluido otro elemento que venía siendo admitido por la doctrina: el daño o
perjuicio causado a la víctima por el hecho internacionalmente ilícito. Esta exigencia se contiene en las normas
primarias o normas que establecen la obligación violada y no en las secundarias sobre la responsabilidad del Estado.

SOBRE EL ELEMENTO SUBJETIVO:

El art. 4.1 del Proyecto de artículos dice que “Se considerará hecho del Estado según el derecho internacional el
comportamiento de todo órgano del Estado, ya sea que ejerza funciones legislativas, ejecutivas, judiciales o de otra
índole, cualquiera que sea su posición en la organización del Estado y tanto si pertenece al gobierno central como a
una división territorial del Estado”.

EXCEPCIONES:

-> En el art.6 se contempla la excepción de la atribución al Estado del comportamiento de órganos puestos a su
disposición por otro Estado. Se establece que “toda acción u omisión cometida por un órgano de un Estado que
actúe excepcionalmente bajo la autoridad de otro Estado y en el ejercicio de una prerrogativa de poder público de
ese otro Estado debe considerarse, según el derecho internacional, como hecho de ese otro Estado y no del Estado
al que pertenece el órgano”.

-> También se plantea la conexión existente entre la actuación de personas o grupos de personas y la posible
atribución al Estado de su comportamiento. Las situaciones posibles son tres:

- La primera se refiere al comportamiento de una persona o entidad que no sea órgano del Estado pero que
esté facultada por el derecho de ese Estado para ejercer atribuciones del poder público. El art. 5 del
Proyecto de artículos responde positivamente a la atribución, siempre que en el caso concreto la persona o
entidad actúe en esa capacidad.

- La segunda es la contemplada en el art. 8, según el cual el comportamiento de una persona o de un grupo de


personas se considera hecho del Estado si al realizar ese comportamiento actúan de hecho por cuenta de
ese Estado, siguiendo instrucciones o bajo la dirección o el control de ese Estado.

- La tercera situación se vincula al supuesto del comportamiento de una persona o de un grupo de personas
que ejercen de hecho atribuciones del poder público en ausencia o en defecto de las autoridades oficiales y
en circunstancias tales que requieren el ejercicio de esas atribuciones. El art.9 establece que tal
comportamiento se considerará hecho del Estado, siempre que se den tres condiciones: En primer lugar, la
conducta debe relacionarse efectivamente con el ejercicio de elementos de la autoridad gubernamental. En
segundo lugar, la conducta debe haber sido realizada en ausencia o defecto de las autoridades oficiales y, en
tercer lugar, las circunstancias deben haber sido tales que requirieran el ejercicio de esos elementos de
autoridad.

-> El último aspecto particular a considerar radica en la posible atribución al Estado de la actuación de órganos de un
movimiento insurreccional. En este caso no se trata de un grupo de personas, sino de una organización dotada de su
propio aparato institucional enfrentada a los órganos del Estado. Ello implica que un movimiento insurreccional
puede ser declarado responsable internacionalmente se su comportamiento constituye una violación de una
obligación internacional y que, por tanto, sus hechos no pueden ser atribuidos al Estado contra el que se han
levantado. En el art. 10 se distinguen dos situaciones: en primer lugar, se considerará hecho de un Estado el del

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movimiento insurreccional que se convierte en el nuevo gobierno de ese Estado. En segundo lugar, se considera
también como hecho de un nuevo Estado el comportamiento del movimiento insurreccional que da lugar a la
creación de aquél en una parte del territorio de un Estado preexistente o bajo su administración.

SOBRE EL ELEMENTO OBJETIVO:

En cuanto al elemento objetivo, el art 12 del Proyecto de artículos dispone que “hay violación de una obligación
internacional por un Estado cuando un hecho de ese Estado no está en conformidad con lo que de él exige esa
obligación”. Esto comprende tanto las obligaciones de comportamiento como las de resultado, las obligaciones de
hacer y las de no hacer, las obligaciones erga omnes y las de Estado a Estado. El hecho internacionalmente ilícito se
deriva de la violación de una obligación internacional, con independencia de la naturaleza y características de la
misma.

En el art 9 del Proyecto aparece la noción de crimen internacional, que se concreta en los siguientes supuestos:

a) Una violación grave de una obligación internacional de importancia esencial para el mantenimiento de la paz
y seguridad internacionales, como la que prohíbe la agresión;
b) Una violación grave de una obligación internacional de importancia esencial para la salvaguardia del derecho
a la libre determinación de los pueblos, como la que prohíbe el establecimiento o mantenimiento por la
fuerza de una dominación colonial;
c) La violación grave y de gran escala de una obligación internacional de importancia esencial para la
salvaguardia del ser humano, como las que prohíben la esclavitud, el genocidio, el apartheid;
d) Una violación grave de una obligación internacional de importancia esencial para la salvaguardia y la
protección del medio humano, como las que prohíben la contaminación masiva de la atmósfera o de los
mares.

El art 40 establece ciertas consecuencias de determinados tipos específicos de violaciones del derecho internacional,
identificados según dos criterios: en primer lugar, se incluyen las violaciones de obligaciones derivadas de normas
imperativas de derecho internacional general. En segundo lugar, las violaciones contempladas han de ser graves,
considerando su escala o carácter. El artículo dispone que “La violación de tal obligación es grave si implica el
incumplimiento flagrante o sistemático de la obligación por el Estado responsable”. En este artículo no se establecen
ejemplos de normas imperativas, pero señala que las obligaciones contempladas surgen de aquellas normas
sustantivas de conducta que prohíben lo que se considera como intolerable por la amenaza que supone para la
supervivencia de los Estados y de sus pueblos y para los valores humanos más básicos. También apunta que el
término “grave” significa que es necesaria cierta magnitud de la violación, lo que no quiere decir que las violaciones
no graves sean excusables. Para que sea considerada como “sistemática”, una violación debe haber sido cometida de
manera organizada y deliberada. A su vez, el término “flagrante” se refiere a la intensidad de la violación o sus
efectos, que suponen un ataque directo contra los valores protegidos por la norma.

El art 41 se ocupa de las consecuencias particulares de la violación grave de una obligación emanada de normas
imperativas de derecho internacional general, estableciendo obligaciones específicas para los demás Estados.
Conforme al tenor de la disposición: “1. Los Estados deben cooperar para poner fin, por medios lícitos, a toda
violación grave en el sentido del artículo 40. / 2. Ningún Estado reconocerá como lícita una situación creada por una
violación grave en el sentido del artículo 40, ni prestará ayuda o asistencia para mantener esa situación. / 3. El
presente artículo se entenderá sin prejuicio de las demás consecuencias enunciadas en esta parte y de toda otra
consecuencia que una violación a la que se aplique el presente capítulo pueda generar según el derecho
internacional”. Así pues, los Estados tienen el deber positivo de cooperar para poner fin a la violación, y al mismo
tiempo tienen un deber de abstención que comprende dos obligaciones: no reconocer como lícita la situación creada
por la violación grave de la obligación emanada de la norma imperativa, y no prestar ayuda o asistencia para
mantener la situación. La primera de estas obligaciones se refiere a la obligación de no reconocimiento colectivo de
la comunidad internacional en su conjunto. La segunda obligación contempla también la situación creada tras la
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violación y se aplica tanto si ésta continúa como si no, impidiendo a los Estados que colaboren con el Estado
responsable.

Finalmente, el Proyecto retoma el supuesto de las violaciones graves de obligaciones emanadas de normas
imperativas en el art 48.1 b), en el que se consagra la legitimación de todo Estado que no sea el lesionado a invocar
la responsabilidad del Estado autor de la violación de una obligación existente con relación a la comunidad
internacional en su conjunto. Se establece en términos similares a los previstos respecto del Estado lesionado, salvo
en lo relativo a la posibilidad de recurrir a contramedidas.

Valoración global: cabe afirmar que el Proyecto ha conseguido mantener en buena medida el concepto de
obligaciones para la comunidad internacional en su conjunto, atribuyendo consecuencias específicas a las violaciones
graves de las mismas tanto en lo que respecta a las obligaciones del Estado responsable como en lo relativo a las
obligaciones de los demás Estados y en lo que hace a la determinación de los Estados habilitados para invocar la
responsabilidad de aquél.

2. Las circunstancias que excluyen la ilicitud

EL Proyecto de artículos define determinados supuestos en los cuales, pese a reunirse aparentemente las dos
condiciones de la existencia de un hecho internacionalmente ilícito, no puede concluirse tal existencia dada la
presencia de una circunstancia que impide llegar a esa conclusión. El verdadero efecto de la existencia de esas
circunstancias consiste en impedir que se clasifique de ilícito el comportamiento del Estado en una de las
circunstancias mencionadas.

El art 26 establece que las disposiciones relativas a las circunstancias que excluyen la ilicitud no excluirán “la ilicitud
de cualquier hecho de un Estado que no esté en conformidad con una obligación que emana de una norma
imperativa de derecho internacional general”.

La primera circunstancia contemplada en el Proyecto, en el art 20, es el consentimiento. Consiste en que la ilicitud
de un hecho de un Estado que no es conforme a los que de él requiere una obligación internacional queda excluida
por el consentimiento prestado a ese comportamiento por el Estado que es titular del derecho que corresponda a la
obligación de que se trate. Para que excluya la ilicitud, el consentimiento debe cumplir una serie de requisitos:

a) Debe ser un consentimiento válido según las normas de derecho internacional, es decir, que no adolezca de
vicios como el error, el dolo, la corrupción o la coacción. El consentimiento válido puede ser tácito o
implícito.
b) Debe haber sido manifestado realmente, no puede ser nunca presunto.
c) Debe ser atribuible al Estado en el plano internacional, por lo que rigen aquí las normas de derecho
internacional relativas a la manifestación de la voluntad del Estado.
d) Sólo puede invocarse como circunstancia que excluye la ilicitud dentro de los límites de alcance y duración
que el Estado que manifiesta ese consentimiento establezca.

La segunda circunstancia es la legítima defensa. La CDI advierte que sólo se refiere a la legítima defensa desde el
punto de vista y en el marco de las circunstancias que excluyen la ilicitud. El hecho de que un Estado recurra al uso
de la fuerza armada con el propósito expreso de detener o rechazar una agresión de otro Estado no puede constituir
un hecho internacionalmente ilícito. El art 21 se limita a afirmar que “la ilicitud de un hecho de un Estado queda
excluida si ese hecho constituye una medida lícita de legítima defensa tomada de conformidad con la Carta de las
NNUU”.

La tercera circunstancia que excluye la ilicitud se relaciona con las medidas que el derecho internacional permite que
se adopten contra el Estado autor de un hecho internacionalmente ilícito para forzarle a cumplir sus obligaciones.
Tales medidas pueden ser tomadas por el Estado perjudicado o por una OI como competencias en el mantenimiento
de la paz. Se trata de las contramedidas, y la CDI señala que en este tipo de actos no existe ilicitud, por considerarse
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que no existe violación de una obligación internacional. La contramedida adoptada debe ser una medida legítima
según el derecho internacional.

La cuarta circunstancia que excluye la ilicitud es la fuerza mayor. Para que estemos en presencia de este supuesto es
necesario que s den ciertos requisitos:

a) La fuerza mayor debe ser efectivamente irresistible y el acontecimiento exterior debe ser objetivamente
imprevisto.
b) Es necesario que el propio Estado obligado no haya contribuido, intencionadamente o por su negligencia, a
que se produzca la situación de imposibilidad material que le impida incumplir la obligación o percatarse de
la falta de conformidad del comportamiento observado con la obligación.
c) La posibilidad de invocar la circunstancia desaparece si el Estado había asumido previamente el riesgo de
que se produjera esa situación.

Si concurren estos requisitos, no habrá hecho internacionalmente ilícito porque no se da el elemento objetivo del
mismo. El art 23 del Proyecto dispone: “1. La ilicitud de un hecho de un Estado que no esté en conformidad con una
obligación internacional de ese Estado quedará excluida si ese hecho se debe a una fuerza mayor (…) / 2. El párrafo 1
no es aplicable si: a) La situación de fuerza mayor se bebe, únicamente o en combinación con otros factores, al
comportamiento del Estado que la invoca; o b) El Estado ha asumido el riesgo de que se produzca esa situación”.

La quinta circunstancia excluyente es la del peligro extremo. Se entiende por tal una situación de peligro en la que el
órgano del Estado que adopta tal comportamiento no tiene, en ese mismo momento, otro medio de salvarse o de
salvar a las personas confiadas a su custodia que obrar de un modo no conforme al tenor de la obligación de que se
trate. El art 24 indica que “1. La ilicitud de un hecho de un Estado que n esté en conformidad con una obligación
internacional de ese Estado queda excluida si el autor de ese hecho de ese Estado no tiene razonablemente otro
modo, en una situación de peligro extremo, de salvar su vida la vida de otras personas confiadas a su cuidado. / 2. El
párrafo 1 no es aplicable si: a) La situación en peligro extremo se debe, únicamente o en combinación con otros
factores, al comportamiento del Estado que la invoca; o B) Es probable que el hecho en cuestión cree un peligro
comparable o mayor”.

La sexta circunstancia es el estado de necesidad. Con esta expresión se designa la situación en que se encuentra un
Estado que no tiene absolutamente otro medio de preservar un interés esencial amenazado por un peligro grave e
inminente que el de adoptar un comportamiento que no está en conformidad con lo que de él exige una obligación
internacional para con otro Estado. Para que sea admisible existen una serie de condiciones:

a) Que el interés del Estado que se encuentre en peligro sea un interés esencial. El carácter más o menos
esencial de un interés determinado está en función del conjunto de las condiciones en que se encuentra un
Estado en las diversas situaciones concretas, por lo que habrá que apreciarlo en cada caso particular.
b) Que el peligro resulte también verdaderamente esencial y que la adopción por el Estado de un
comportamiento no conforme con una obligación internacional para con otro hubiera representado para él
el único medio de conjurar el peligro extremadamente grave e inminente.
c) El Estado que invoca en su favor la existencia de un estado de necesidad no debe haber dado lugar él mismo,
voluntariamente o por negligencia, a que se produzca ese estado de necesidad.
d) El interés del Estado que se sacrifica no sede constituir también un interés igualmente esencial de ese otro
Estado o de la comunidad internacional en su conjunto.

3. Efectos del hecho internacionalmente ilícito. La reparación del daño

Existe unanimidad en admitir que todo hecho internacionalmente ilícito crea relaciones jurídicas nuevas entre el
Estado autor del hecho y el Estado perjudicado. Estas nuevas relaciones suponen nuevas obligaciones para el Estado

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autor y tales obligaciones pueden existir con relación a otro Estado, a varios Estados o a la comunidad internacional
en su conjunto.

1. El Proyecto recoge en su art 30 como primera obligación del Estado autor del ilícito la de proceder a su cesación.
Su función consiste en poner fin a la violación del derecho internacional y en salvaguardar la continua validez y
eficacia de la norma primaria infringida. La norma de la cesación protege los intereses de la comunidad internacional
en defensa de la primacía del derecho y del mantenimiento del imperio de la ley.

2. La obligación principal del Estado autor del hecho internacionalmente ilícito es la reparación. El art 3 del Proyecto
reconoce expresamente que “El Estado responsable está obligado a reparar íntegramente el prejuicio causado por el
hecho internacionalmente ilícito”. La norma general es que debe haber una reparación íntegra que borre, en la
medida de lo posible, todas las consecuencias del hecho internacionalmente ilícito. Las principales formas de
reparación son la restitución, la indemnización y la satisfacción.

La restitutio in integrum (restitución) es la forma más perfecta de reparación, pues elimina las consecuencias del
ilícito al borrar o extinguir el daño causado: si éste consistía en una acción, supondrá la anulación por el Estado de
dicha medida; si se trata de una omisión, se verificará adoptando la medida que el derecho internacional impone al
Estado causante del ilícito. El estad autor está obligado a cancelar todas las consecuencias jurídicas y materiales de
su hecho ilícito mediante el restablecimiento de la situación que habría existido de no haberse cometido el hecho
ilícito.

No obstante, pueden darse supuestos de imposibilidad de reparar mediante la restitutio in integrum el perjuicio
causado, ya se trate de una imposibilidad material o de índole jurídica, en cuyo caso la reparación se operará por
equivalencia, esto es, a través de una indemnización. La indemnización es el pago de una suma correspondiente al
valor que tendría la restitución en especie, o si se quiere, el valor de los bienes, derechos e intereses que han sido
afectados por el hecho ilícito y cuyo titular es la persona en cuyo favor se reclama. Debe tenerse en cuenta que el
daño causado al extranjero por un acto internacionalmente ilícito no sólo puede afectar a sus bienes, sino también a
su persona y, en este caso, también puede operar la indemnización, como compensación por el daño sufrido por el
Estado en la persona de su particular. En relación con los bienes propiedad de los extranjeros, la indemnización
constituye el medio normal de reparar el daño sufrido en el caso de daños individuales, mientras que si se trata de
daños infringidos colectivamente, como en el caso de las expropiaciones o nacionalizaciones, le práctica se orienta
hacia el sistema llamado indemnización global, en el que la indemnización no es directamente proporcional al valor
de los bienes objeto de tales medidas, sino que constituye una suma global o a tanto alzado. El art 36 del Proyecto
regula la indemnización de la manera siguiente: “1. El Estado responsable del hecho internacionalmente ilícito está
obligado a indemnizar el daño causado por ese hecho en la medida en que dicho daño n sea reparado por
restitución. / 2. La indemnización cubrirá todo daño susceptible de evaluación financiera, incluido el lucro cesante en
la medida en que éste sea comprobado”.

Junto a las vías anteriores, la reparación puede realizarse a través de la satisfacción. En cuanto a sus modalidades, en
la práctica diplomática son frecuentes en primer término las disculpas o las manifestaciones de pesar, a través de
una declaración oficial del Gobierno o de una comunicación por vía diplomática, que se hace pública.

VIII. La protección diplomática

Otro de los procedimientos tradicionales en el derecho internacional para asegurar la aplicación de sus normas es el
ejercicio de la protección diplomática. Según declaró la CPJI:

“Es un principio elemental de Derecho internacional el que autoriza al Estado a proteger a sus nacionales lesionaos
por actos contrarios al derecho internacional y cometidos por otro Estado, del que no ha podido obtener satisfacción
por las vías ordinarias”

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La protección diplomática está encaminada a la protección por parte de un Estado de la persona y bienes de sus
nacionales en el extranjero, frente a un daño causado por las autoridades de otro Estado o de una OI. Esta medida
de protección está vinculada, por un lado, con las normas sustantivas que regulan el trato a los extranjeros y, por
otro, con las relativas a la responsabilidad internacional del Estado.

Desde la perspectiva del derecho internacional, la protección diplomática es una acción privativa del Estado (no es
una acción personal) mediante la cual hace valer su propio derecho. De esto se derivan dos consecuencias relevantes
en relación con los particulares. En primer lugar, que aun habiendo sido la víctima del hecho ilícito de un Estado, el
particular no es titular de ningún derecho reconocido por el ordenamiento internacional. En segundo lugar, que el
ejercicio de la protección diplomática es una actividad discrecional del Estado. Pese a la petición de su nacional para
que la ejerza, el Estado puede no hacerlo. Si decide ejercerla, puede luego abandonar la reclamación sin necesidad
de consulta o autorización de su nacional, el perjudicado. Si ha obtenido una reparación del Estado causante del
daño, está facultado para distribuir discrecionalmente el importe de la indemnización si son varios los particulares
afectados.

No obstante, estas consecuencias se encuentran relativizadas en la actualidad, de un lado porque el derecho estatal
puede reconocer la obligación del Estado de proteger a sus ciudadanos en el extranjero (lo que podría conducir a la
obtención de una indemnización si el Estado no ha ejercido la protección diplomática o lo ha hecho de forma
insuficiente) y, de otro lado, por la celebración de un elevado número de Acuerdos de Promoción y Protección de
Inversiones (APRIs) en los que se prevé el recuso a mecanismos de arreglo de controversias a los que pueden
acceder los particulares; por último, porque el ámbito de la protección diplomática se ha extendido al respeto de los
derechos humanos.

Para la reclamación de un Estado frente a otro por los daños sufridos por un particular, el derecho internacional
general establece dos requisitos o presupuestos: en primer lugar, la existencia de un vínculo entre la reclamación y el
Estado reclamante, basado en la nacionalidad de los particulares que han sido víctima de un hecho ilícito. En
segundo lugar, el previo agotamiento por el particular de los recursos que ofrece el ordenamiento del Estado al que
se imputa el daño sufrido.

1. La nacionalidad de la reclamación. La protección de las personas jurídicas

La existencia de un vínculo entre la reclamación y el Estado que reclama, a través de la nacionalidad de los
particulares, es un requisito reconocido reiteradamente por la jurisprudencia internacional. En el art 3.1 del Proyecto
establece que “El Estad facultado para ejercer la protección diplomática es el Estado de la nacionalidad”.

La regla general es, pues, que “en ausencia de acuerdos particulares, es el vínculo de la nacionalidad entre el Estado
y el individuo el único que da al Estado el derecho de protección diplomática”. Sin embargo, en virtud de un tratado
internacional puede extenderse el derecho de protección diplomática a otras personas que estrictamente no son sus
nacionales, y también a los apátridas y refugiados residentes en el territorio de un Estado, así como a los miembros
de la tripulación de un buque de su nacionalidad nacionales de otro Estado respecto a daños sufridos por el buque.

La nacionalidad de la reclamación puede suscitar diversos problemas. El primero se plantea respecto de la


continuidad de la nacionalidad en el tiempo, que ha de concretarse en do momentos distintos. De un lado, aquel en
que se produce el perjuicio (se debe ostentar en ese momento la nacionalidad del Estado reclamante). De otro lado,
debe continuar siendo nacional en el momento en que el Estado ejerce la protección diplomática o, fracasada ésta,
cuando recurre ante un Tribunal internacional. El segundo grupo de problemas se vincula con aquellos supuestos de
doble o múltiple nacionalidad del particular perjudicado, en los que se han de distinguir dos situaciones:

a) Cuando el particular perjudicado ostenta, junto con la nacionalidad del Estado reclamante, la de un tercer
Estado. Según el art 6 del Proyecto, “Todo Estado del que sea nacional una persona que tenga doble o

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múltiple nacionalidad podrá ejercer la protección diplomática con respecto a esa persona frente a un Estado
del que ésta no sea nacional”
b) Cuando el perjudicado ostenta, al mismo tiempo, la nacionalidad del Estado reclamante y la del Estado
causante del perjuicio. Contrariamente a lo que se venía aceptando anteriormente, el art 7 del Proyecto
establece que “Un Estado de la nacionalidad no podrá ejercer la protección diplomática con respecto a una
persona frente a otro Estado del que esa persona sea también nacional, a menos que la nacionalidad del
primer Estado sea predominante tanto en la fecha en la que se produjo el perjuicio como en la fecha de la
presentación oficial de la reclamación”.

El requisito de la nacionalidad de la reclamación también opera en el caso de las personas jurídicas, en particular de
las sociedades. La CIJ, en el caso Ahmandou Sadio Diallo (República de Guinea c. República democrática del Congo),
ha señalado que: “sólo el Estado de la nacionalidad puede ejercer la protección diplomática de la sociedad, cuando
sus derechos han sido violados como consecuencia de un acto ilícito de otro Estado”. En el art 9 del Proyecto de
artículos dice: “A los efectos de la protección diplomática, se entiende por Estado de la nacionalidad el Estado con
arreglo a cuya legislación se constituyó dicha sociedad. Sin embargo, cuando la sociedad esté controlada por
nacionales de otro u otros Estados, no desarrolle negocios de importancia en el Estado en el que se constituyó y
tenga la sede de su administración y su control financiero en otro Estado, este Estado se considerará el Estado de la
nacionalidad”.

No obstante, se admite como excepción la posibilidad de una protección directa de los accionistas por parte del
Estado del que son nacionales, en determinados supuestos:

a) Cuando el acto ilícito del Estado ha lesionado derechos propios o privativos de los accionistas. El art 12 del
Proyecto dice así: “En la medida en que un hecho internacionalmente ilícito de un Estado cause un perjuicio
directo a los derechos de los accionistas como tales, derechos que son distintos de los de la propia sociedad,
el Estad de la nacionalidad de cualquiera de esos accionistas tendrá derecho a ejercer la protección
diplomática con respecto a sus nacionales.
b) En el caso de que la sociedad haya dejado de existir legalmente, por una circunstancia ajena al daño sufrido.
En el art 11 del Proyecto dice así: “Un Estado de la nacionalidad de los accionistas de una sociedad no tendrá
derecho a ejercer la protección diplomática con respecto a esos accionistas en caso de perjuicio causado a la
sociedad, a menos que (…) b) La sociedad haya tenido, en la fecha en la que se produjo el perjuicio, la
nacionalidad del Estado cuya responsabilidad por el perjuicio se invoca y la constitución de la sociedad en
ese Estado haya sido exigida por éste como condición previa para realizar negocios en dicho Estado”.

2. El agotamiento de los recursos internos

El segundo requisito para que el Estado pueda ejercer la protección diplomática es que el particular haya agotado
previamente las vías de recurso que le ofrece el ordenamiento interno del Estado causante del perjuicio. La
reclamación por parte del Estado sólo será admisible si el particular ha seguido esta vía y no ha podido obtener en el
orden interno la reparación del daño sufrido.

Esta regla de agotamiento de los recursos internos no tiene carácter absoluto. Su funcionamiento se halla regido por
dos principios generales:

- El particular deberá utilizar todas las vías posibles de recurso contra el acto lesivo, tanto administrativas
como judiciales, que existan en el ordenamiento del Estado causante del daño, y no sólo alguna de ellas.
Según el art 14.2 del Proyecto, por “recursos internos se entienden los recursos legales que puede
interponer una persona perjudicada ante los tribunales u órganos, sean éstos judiciales o administrativos,
ordinarios o especiales, del Estado cuya responsabilidad por causal el perjuicio de invoca”.

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- El particular sólo está obligado a recurrir en el orden interno si cabe obtener un resultado útil o efectivo, es
decir, susceptible de modificar la situación creada por el hecho ilícito y de obtener así una reparación del
daño sufrido.

EXCEPCIONES: El art 15 del Proyecto establece que: “No será necesario agotar los recursos internos cuando:

a) No haya razonablemente disponibles recursos internos que provean una reparación efectiva o los recursos
internos no ofrezcan ninguna posibilidad razonable de obtener esa reparación;
b) En la tramitación del recurso exista dilación indebida atribuible al Estado cuya responsabilidad de invoca;
c) No existía en la fecha en la que se produjo el perjuicio vínculo pertinente entre la persona perjudicada y el
Estado cuya responsabilidad se invoca;
d) La persona perjudicada esté manifiestamente impedida de ejercer los recursos internos;
e) El Estado cuya responsabilidad se invoca haya renunciado al requisito de que se agoten los recursos
internos”.

3. La protección ejercida por las Organizaciones internacionales

Se trata de la protección por parte de las Organizaciones de sus agentes o funcionarios, por los daños que éstos
pueden sufrir en el ejercicio de sus funciones como consecuencia del hecho ilícito de un Estado. En el asunto de la
Reparación por daños sufridos al servicio de las Naciones Unidas, la CIJ afirmó que: “Para garantizar la independencia
del funcionario y, consiguientemente, la actividad independiente de la propia Organización, es esencial que el
agente, en el ejercicio de sus funciones, no necesite acudir a una protección distinta de la que pueda ofrecerle la
propia Organización (…) En particular, no debe confiar en la protección del Estado del que es nacional, pues si tal es
el caso su independencia se vería comprometida, lo que sería contrario al artículo 100 de la Carta.

De este pronunciamiento se desprenden dos consecuencias:

- En primer lugar, que si la protección por parte de una OI tiene un carácter “funcional”, tan protección sólo
puede ejercerse respecto a los daños sufridos por éstos en el ejercicio de sus funciones y, por tanto, tiene un
carácter limitado.
- En segundo lugar, que la Organización podrá ejercer la protección frente a cualquier Estado causante de un
hecho ilícito contra un funcionario, incluso el Estado del cual el funcionario es nacional. La razón de ello es
que la acción ejercida por la Organización no se basa en la nacionalidad de la víctima, sino en su condición de
agente de la Organización. Es indiferente, por tanto, el saber si el Estado frente al que se dirige la
reclamación considera al agente como nacional suyo, pues la cuestión de la nacionalidad no es pertinente
para la admisibilidad de la reclamación.

Una dimensión particular se plantea en el ámbito de la UE como consecuencia de la posibilidad abierta por el
Tratado de Maastricht. El art 23 del TFUE dispone que: “Todo ciudadano de la Unión podrá acogerse, en el territorio
de un tercer país en el que no esté representado el Estado miembro del que sea nacional, a la protección de las
autoridades diplomáticas y consulares de cualquier Estado miembro, en las mismas condiciones que los nacionales
de dicho Estado. Los Estados miembros establecerán entre sí las normas necesarias y entablarán las negociaciones
internacionales requeridas para garantizar dicha protección”. Es la común pertenencia a la UE lo que justifica que si
varios Estados miembros tienen representación en ese estado, se permite que el particular pueda solicitar la
protección de cualquiera de ellos, pero sometiéndose a las condiciones en que el Estado al que lo solicita ejerce la
protección respecto a sus propios nacionales.

IX: Las medidas de autotutela

La posibilidad de adoptar medidas coercitivas frente a uno o más Estados es en buena medida de carácter individual,
correspondiendo al Estado que ha sufrido una lesión en sus derechos o intereses aplicar tales medidas. En atención a
su ejercicio, estas medidas son una manifestación de la autotutela o autoprotección por un Estado del propio
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derecho cuando ha sido lesionado por otro u otros Estados. Desde la perspectiva de su finalidad, cabe calificarlas
como contramedidas, pues presuponen la existencia de una medida anterior de otro Estado, constitutiva de un
hecho ilícito, frente a la que reacciona el Estado lesionado. En el Proyecto de artículos, las contramedidas se incluyen
entre las circunstancias que excluyen la ilicitud, pues constituyen una reacción jurídica legítima frente a una previa
vulneración por otro sujeto del derecho internacional. Sin embargo, en el derecho internacional actual coexisten las
medidas de autotutela (de carácter individual) con las sanciones colectivas que pueden adoptar los órganos de
determinadas OOII.

El recurso a las contramedidas está sujeto a las siguientes condiciones:

- Una contramedida sólo es válida como respuesta al hecho internacionalmente ilícito de otro Estado y debe
estar dirigida contra dicho Estado.
- Su finalidad ha de ser la de incitar al autor del hecho ilícito a ejecutar las obligaciones internacionales que le
incumben. La medida ha de ser, pues, reversible.
- El Estado que ha sufrido una lesión en su derecho debe haber invitado al autor del hecho ilícito a poner fin a
su comportamiento ilícito o a dar una reparación por el perjuicio causado.
- Los efectos de una contramedida deben ser proporcionados a los daños sufridos, teniendo en cuenta los
derechos afectados.

La necesidad de asegurar la legalidad de las contramedidas lleva a señalar unas condiciones que conforme al art 52
se centran en las obligaciones de requerir previamente al Estado responsable que cumpla con sus obligaciones,
notificarle su decisión de adoptar contramedidas y ofrecerle negociar. Las contramedidas no podrán tomarse o
habrán de suspenderse si el hecho ilícito ha cesado o la controversia está sometida a un tribunal internacional.

El art 51 consagra la aplicación del principio de proporcionalidad entre la contramedida y el grado de gravedad del
hecho internacionalmente ilícito y los derechos en cuestión.

El art 50 establece un catálogo de contramedidas prohibidas, señalando que no se podrá:

a) Recurrir al uso o amenaza de la fuerza, según está enunciado en la Carta de las Naciones Unidas.
b) Establecer contramedidas contra medidas para la protección de los derechos humanos fundamentales.
c) Establecer contramedidas como represalia, de acuerdo con las obligaciones de carácter humanitario.
d) Establecer contramedidas contra en cumplimiento de otras obligaciones que emanan de normas imperativas
del derecho internacional general.

CLASES DE MEDIDAS DE AUTOTUTELA:

Ruptura de relaciones diplomáticas: puede operar como medida de autotutela o contramedida cuando un Estado
pone fin a las relaciones que mantenía con otro u otros Estados por estimar que su conducta es contraria al derecho
internacional y lesiona los intereses del Estado que lleva a cabo la ruptura. Aunque puede considerarse que los
efectos de esta medida son limitados, es cierto que pueden afectar negativamente, por ejemplo, a la aplicación de
convenios bilaterales de cooperación, a la concesión de ayudas económicas, etc.

Medidas de retorsión: consisten en la realización por un Estado de actos perjudiciales e inamistosos, pero lícitos
desde el punto de vista del derecho internacional, para responder frente a actos similares realizados con
anterioridad por otro Estado. Las medidas de retorsión más habituales son la expulsión de miembros del personal de
las misiones diplomáticas o restricciones a sus desplazamientos, la expulsión de nacionales del Estado contra el que
se dirige la medida, o las limitaciones al acceso de buques y aeronaves de los puertos y aeropuertos del Estado que
adopta la medida.

Las represalias: son la medida de autotutela de mayor gravedad. Son aquellas medidas de coerción tomadas por un
Estado que constituyen, en sí mismas, el incumplimiento de una obligación internacional pero que están fundadas en

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la existencia de una violación precedente del derecho por el Estado contra el que van dirigidas. Aun cuando las
represalias constituyan actos ilícitos si se consideran aisladamente, están legitimadas en atención a su finalidad, que
es la respuesta a un acto contrario al derecho internacional por parte de otro Estado. En la actualidad, la mayoría de
las represalias son de carácter económico, entrañando una modificación de los intercambios económicos. Pueden
afectar a las mercancías, al prohibirse su exportación (embargo) o su importación (boicot).

X. Las sanciones internacionales

Son la reacción colectiva frente a las violaciones más graves del ordenamiento. Esta respuesta se canaliza a través de
determinadas OOII y no se produce frente a cualquier ilícito, sino sólo frente a vulneraciones de obligaciones que
protegen intereses esenciales para la comunidad internacional en su conjunto. Hay una orientación encaminada a
reservar el empleo de la palabra “sanción” para las medidas de reacción aplicadas en virtud de una decisión tomada
por una organización internacional a consecuencia de la violación de una obligación internacional que tiene graves
consecuencias para toda la comunidad internacional. Para asegurar el cumplimiento de las obligaciones para con la
organización, la competencia para adoptar sanciones internacionales sólo corresponde a las organizaciones con
competencia en el ámbito de la paz y la seguridad internacionales y, principalmente, a la ONU.

1. Las Naciones Unidas y las sanciones internacionales

El Capítulo VII de la Carta atribuye amplios poderes al Consejo de Seguridad, estando también prevista la
intervención de la Asamblea General, aun cuando sus poderes sean más reducidos. En efecto, la AG tiene
competencia para discutir toda cuestión relativa al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, y podrá
hacer recomendaciones acerca de tales cuestiones, incluida la adopción de medidas sancionadoras, cuya ejecución
se confía a los Estados miembros. Sin embargo, mientras el CS esté desempeñando sus funciones con respecto a una
controversia, la AG no hará recomendación alguna sobre tal controversia o situación, a no ser que lo solicite el
Consejo.

El CS puede imponer sanciones contra un Estado, miembro o no miembro, en caso de agresión o quebrantamiento
de la paz. El art 41 de la Carta se refiere a la interrupción total o parcial de las relaciones económicas y de las
comunicaciones ferroviarias, marítimas, aéreas, postales, telegráficas, radioelectrónicas, y otros medios de
comunicación, así como la ruptura de relaciones diplomáticas.

En cada caso, el CS actúa a través de un Comité de Sanciones, cuya creación se contempla en la resolución por la que
se imponen las sanciones. Se trata de órganos subsidiarios del Consejo integrados por representantes de todos los
miembros del mismo, a los que se atribuye la misión de asegurar el cumplimiento de las medidas, teniendo en
muchos casos poderes de decisión importantes.

2. De las sanciones globales a las sanciones selectivas

Las sanciones es selectivas o “inteligentes”, caracterizadas por circunscribir con precisión los ámbitos subjetivo,
objetivo y temporal e las sanciones y ampliar las exenciones a su aplicación, evitando de esta forma las
consecuencias indeseadas sobre la población civil inocente. También, el Consejo está mejorando los mecanismos de
aplicación de las sanciones, con la doble finalidad de asegurar el cumplimiento de las medidas y de evitar las
repercusiones sobre terceros. En el momento presente, la mayor parte de las sanciones consisten en embargos de
armas y material militar, control del comercio de determinados productos básicos, congelación de fondos, activos
financieros y recursos económicos o restricción de viajes o movimientos.

3. Sanciones selectivas y respeto de los derechos humanos

El paso de las sanciones globales a las sanciones selectivas en la práctica del CS ha mejorado objetivamente el
mecanismo de las sanciones. Sin embargo, el recurso al sistema de listas como instrumento central del régimen de
sanciones inteligentes ha abierto un nuevo frente de problemas desde la perspectiva del respeto de los derechos

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humanos. La cuestión estriba en que los procedimientos de inclusión de los nombres de personas y entidades son
oscurantistas y también en que en relación con las peticiones de exclusión no se respetan las garantías de defensa
consagradas en los convenios internacionales de protección de los derechos humanos. En particular, las dificultades
se plantean en relación con las sanciones adoptadas en la lucha contra el terrorismo internacional.

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TEMA V: EL RÉGIMEN JURÍDICO-INTERNACIONAL DE LOS ESPACIOS

I. El territorio y la competencia territorial del Estado

En derecho internacional público, la importancia del territorio es determinante, pues supone uno de los factores
constitucionales para la existencia del Estado. Desde una perspectiva geográfica, puede distinguirse entre territorios
estatales continentales, insulares y mixtos. Desde una perspectiva espacial, el ámbito de delimitación del ejercicio de
las funciones del Estado se refiere tanto al espacio terrestre como al marítimo y al aéreo (espacio aéreo subyacente
al territorio y al mar territorial). Desde un punto de vista jurídico, el concepto de territorio está vinculado al ámbito
espacial en el que ejerce sus competencias un Estado determinado y se caracteriza por ser estable, vinculado
íntimamente a la población que lo ocupa y con una nota de permanencia, de ámbito limitado por las fronteras y
continuo, con independencia de las alteraciones que puedan darse en su geografía física.

1. La competencia territorial

La competencia territorial presupone el monopolio del poder legislativo, ejecutivo y judicial, eso es, la exclusividad
en el ejercicio de las funciones estatales, dentro del territorio del Estado. Sin embargo, esta característica de la
competencia territorial no impide la existencia de situaciones en las que el Estado territorial consiente
voluntariamente en limitar su competencia a favor de otro.

La competencia territorial también se caracteriza por la plenitud de funciones que el Estado ejerce en su territorio.

2. Los modos de adquisición del título a la soberanía

La adquisición del territorio estatal de ha explicado históricamente a través de os cauces distintos, distinguiendo
entre modos originarios y modos derivativos, según se tratara de un territorio nullius, es decir, sin dueño, o de un
territorio propiedad de algún Estado. Una corriente doctrina l más moderna prefiere hacer referencia a los modos de
adquirir el título jurídico sobre un territorio, y distinguen entre modos derivados de una situación de hecho y modos
derivados de un título jurídico. Entre los primeros suele mencionarse la ocupación, la contigüidad, la accesión, la
conquista, etc., mientras que los segundos comprenderían la cesión, los actos internacionales, etc. Ahora bien, gran
parte de los llamados modos originarios no son admitidos por el derecho internacional moderno, y algunos, como el
descubrimiento, constituyen formas históricamente superadas.

En vista de esto, nos referiremos básicamente a la ocupación efectiva de territorios nullius, como modo de
adquisición del título, o a fenómenos de sucesión de Estados bien sobre el territorio, o bien en materia de tratados
internacionales que establecen fronteras o regímenes territoriales objetivos.

La solución de una controversia de naturaleza territorial gravita sobre la precisión de si existe un título jurídico válido
y perfecto en beneficio de una parte o si, de no existir título jurídico previo, la ocupación efectiva equivale a un
modo o fundamento para la adquisición del título.

Por último, debe advertirse que una situación territorial consolidada en su origen puede quedar modificada o
extinguida con el transcurso del tiempo como consecuencia del comportamiento recíproco de las partes, en cuanto
pueda inducirse del mismo que manifiesta el consentimiento implícito de aquéllas en orden a llevar a cabo dicha
modificación. Una situación territorial es susceptible de ser modificada por aquiescencia en el transcurso de un largo
período de tiempo, pues la conducta de un Estado puede ser considerada como equivalente a una aquiescencia.

A. La ocupación territorial y sus requisitos como fundamento para la adquisición de un título sobre el territorio

La ocupación constituye el modo fundamental de adquisición de un territorio. Para considerar que la ocupación ha
cristalizado en un título jurídico definitivo de adquisición de la soberanía territorial, es preciso que en el momento en
que se produzca el hecho físico de la ocupación se dé una condición previa, que ha de completarse con otros
requisitos posteriores a dicho momento.
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La condición previa es que el territorio ocupado sea en ese momento terra nullius, es decir, que no exista soberano
alguno en el mismo. Hay que destacar dos situaciones concretas:

- La primera se refiere a la ocupación de un territorio descubierto por un Estado y abandonado


posteriormente (asunto de la Isla de Palmas). El solo descubrimiento sin actos posteriores no es suficiente
para probar la soberanía sobre un territorio, ya que el descubrimiento es un inchoate title.
- La segunda situación particular se refiere a los territorios colonizados en los que sí existía algún tipo de
organización política de carácter local (asunto del Sáhara Occidental). Los territorios habitados por tribus o
pueblos que tenían una organización social y política no son considerados terra nullius. Si se quiere justificar
la adquisición de la soberanía sobre estos territorios mediante acuerdos concluidos con los jefes locales,
estaremos ante un modo de adquisición derivativa y no ante un título originario adquirido por la ocupación
de una terra nullius.

La doble condición posterior al hecho físico de la ocupación consiste en que el Estado ocupante manifieste un
animus occupandis sobre el territorio y, además, que la ocupación sea efectiva. La mera ocupación física equivale a
un título jurídico de carácter provisional, condicionado e incompleto (inchoate title), que necesita ser perfeccionado
o completado. No basta con determinar el título por el que la soberanía territorial fue válidamente adquirida en un
momento determinado, también se ha de demostrar que dicha soberanía territorial ha continuado existiendo. El
ejercicio continuo y pacífico de la soberanía territorial constituye un modo de adquisición de un título jurídico. La
efectividad requiere la concurrencia de actos del poder legislativo, jurisdiccionales, administrativos y de policía que
supongan una manifestación genuina de las funciones del Estado. Esta condición se encuentra relativizada por la
existencia de territorios con características físicas especiales, en los que la exigencia de que el Estado ocupante
ejerza competencias continuas de carácter estatal es valorada en atención a las características del territorio, siendo
necesario que se excluya la autoridad de cualquier otro Estado extranjero.

En definitiva, la ocupación se configura como un modo originario de adquirir la soberanía territorial sobre territorios
nullius, con voluntad del Estado ocupante de convertirse en soberano, manifestada a través del ejercicio de sus
funciones propias, con actos de autoridad frente a otros Estados, durante un plazo razonable de tiempo, a cuyo fin el
título inicial de simple ocupación física deviene un título jurídico definitivo y oponible erga omnes.

B. Problemas particulares en la atribución de la competencia territorial: la fecha crítica y el período crítico

La fecha crítica es aquélla a partir de la cual los elementos de un litigio se considera que han quedado
definitivamente claros, de tal forma que los actos u omisiones posteriores de las partes en la controversia no pueden
afectar al objeto del litigio. La fecha crítica se configura como una construcción eminentemente judicial que permite
precisar a los tribunales que conocen contenciosos territoriales el momento a partir del cual el comportamiento de
las partes es irrelevante al haber quedado establecida la soberanía.

En el plano de contenciosos de delimitación territorial, la noción relevante es la del tratado crítico de fronteras, que
es el tratado a través del cual las partes deciden delimitar definitivamente sus territorios respectivos por medio de
unas fronteras estables. Este tipo de problemas suele plantearse cuando la frontera entre dos países se establece
por distintos tratados sucesivos, con diversos mapas de delimitación. Se trata entonces de precisar el tratado crítico,
o sea, aquél que cristaliza la voluntad de las partes de modo definitivo para solucionar sus límites fronterizos.

El período crítico es el espacio de tiempo inmediatamente anterior a la fecha que se considera como crítica. Este
período tiene una importancia esencial, desde el punto de vista judicial, puesto que durante el mismo se valora
especialmente el ejercicio de las funciones de Estado sobre el territorio litigioso, a los fines de atribuir la soberanía a
una de las partes. Si la fecha crítica sirve para precisar en el tiempo el momento en que un título provisional se ha
convertido en un título definitivo, el período crítico permite valorar especialmente el ejercicio de las funciones
estatales por un Estado, de suerte que la soberanía puede serle atribuida por ausencia de otro título equiparable o
superior.

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3. La delimitación del territorio estatal: las fronteras

El concepto de frontera, como categoría jurídica, sirve para delimitar la porción de territorio en la cual cada Estado
ejerce su propia autoridad y puede exigir a los restantes Estados que se abstengan de penetrar y actuar en él. La
frontera es muy importante como factor de estabilidad internacional.

A. La delimitación y demarcación de la frontera

La frontera se concreta en una línea que marca el límite exterior del territorio de un Estado determinado, de modo
que esta línea debe ser precisa para que la frontera sea estable y definitiva. El trazado de las fronteras estatales se
desdobla en dos momentos distintos: la delimitación y la demarcación. La delimitación constituye un acto complejo
de naturaleza política y jurídica para determinar el límite del poder estatal territorial entre dos o más Estados. A
continuación viene la demarcación, que es la ejecución puramente técnica y material en cada parte del territorio de
los límites previamente establecidos.

Estas operaciones suelen llevarse a cabo en los trazados de fronteras de carácter convencional a través de las
llamadas Comisiones de límites, cuya composición y poderes se acuerda por los Estados interesados en el trazado de
la línea fronteriza. En otros casos, estas comisiones tienen competencias más amplias, como la de resolver las
cuestiones fronterizas, interpretar los respectivos convenios de límites y proponer las medidas oportunas en materia
fronteriza. Por el contrario, las comisiones de demarcación, compuestas por expertos técnicos, se limitan a fijar en el
terreno materialmente los límites previamente decididos.

Una frontera establecida por un tratado adquiere una permanencia que el tratado mismo no necesariamente
conoce. Un tratado puede dejar de estar en vigor sin que la continuidad de la frontera se vea afectada. Se ejercite o
no la opción de terminar el tratado, la frontera permanece.

La práctica internacional demuestra que la interpretación de los acuerdos de fronteras es fuente de numerosas
controversias. Los procedimientos usados comúnmente para solucionar este tipo de conflictos son la vía diplomática
y el arbitraje, y en ambos casos deben tenerse en cuenta dos principios fundamentales, además de las reglas
generales de interpretación de tratados. En primer lugar, el principio de que cuando dos países establecen entre
ellos una frontera, uno de los objetivos principales es el de llegar a una solución estable y definitiva. El segundo
principio es el de que un tratado de límites no queda afectado por un cambio fundamental de las circunstancias.

Los criterios utilizados para acordar la delimitación que están más arraigados en la práctica convencional varían,
según se trate de fronteras terrestres, marítimas, aéreas, etc., aunque exista una mayor predisposición al empleo de
fronteras naturales que, en determinados espacios, deben ser sustituidas por otros criterios de carácter artificial o
imaginario.

Los criterios naturales suponen un límite objetivo y evidente, si bien es cierto que insuficiente, pues es necesario
trazar una línea que determine qué parte del obstáculo natural pertenece a cada Estado. En las cadenas
montañosas, esta línea puede unir las crestas más altas, el pie de las montañas o el punto de caída de las aguas. En
los ríos, la línea fronteriza puede estar situada en una de las orillas, se puede seguir el criterio de la línea media
equidistante de ambas orillas o emplear e criterio del thalweg, esto es, la línea media del canal navegable.

Los criterios artificiales implican la acción humana, construyendo determinados artificios o instalaciones que ponen
de relieve el trazado de la línea fronteriza, tales como el sistema de amojonamiento, los muros, alambradas, canales,
etc.

Por su parte, los criterios imaginarios pueden ser utilizados en los espacios terrestres, marítimos y aéreos. En el
territorio es posible utilizar como fronteras las líneas astronómicas de paralelos y meridianos, o las líneas
geométricas trazadas desde determinados puntos. Cuando se trata de los espacios marítimos, la línea fronteriza del

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Estado coincide con la línea exterior del mar territorial. La frontera aérea estará constituida por una línea imaginaria
de puntos elevada verticalmente desde las fronteras terrestres y marítimas, hasta una determinada altura.

B. Problemas particulares

Existen ciertos problemas particulares en relación a las fronteras. El primero es el de los supuestos de aquellos
territorios que, aun habiendo sufrido en el pasado la acción colonial, no tenían fronteras reconocidas
históricamente. Estos límites fueron apreciados en atención a los actos de jurisdicción existentes en materia de
policía, aduanas, administración de justicia… realizados por cada parte e, incluso, al uso de los pasos existentes en la
zona disputada.

Otro problema es el relativo a la existencia de trifinios o puntos de triple delimitación fronteriza (territorial y
marítima) en los que se produce la convergencia de territorios y fronteras de tres Estados distintos. El acuerdo entre
los Estados es la vía de solución delimitadora, vía que se quiebra ante la existencia de una controversia a tres bandas
originada precisamente por la inexistencia de acuerdo en la materia.

C. La doble función del principio uti possidetis iuris

El origen de este principio se encuentra en el continente americano tras dos procesos emancipadores que tuvieron
lugar en 1810 y 1821 respecto a la Corona de España, y también fue utilizado durante el siglo XX en el continente
africano. Este principio jurídico juega un doble papel, como título jurídico de la soberanía sobre el territorio y como
criterio para la delimitación de fronteras.

Está formado por diferentes elementos. El primero, subrayado por el genitivo latino iuris, otorga la preeminencia al
título jurídico sobre la posesión efectiva como base de la soberanía. El segundo elemento intenta asegurar el respeto
de los límites territoriales en el momento de la accesión a la independencia. La aplicación del uti possidetis implica la
transformación de los límites administrativos de fronteras internacionales propiamente dichas.

El uti possidetis consolida la situación en el momento del acceso a la independencia, por lo que en la determinación
de las fronteras estatales resultan irrelevantes, en principio, los actos de soberanía realizados por las partes en un
territorio determinado, siendo los títulos jurídicos de la época colonial los únicos relevantes jurídicamente para tal
fin. El uti possidetis es un principio conservador de situaciones, vinculado a la descolonización, que evita
reivindicaciones por parte de terceros Estados.

III. Los espacios marinos

Históricamente el derecho internacional del mar ha registrado una tensión permanente entre la posibilidad de una
apropiación estatal de los espacios marítimos y la afirmación del principio de la libertad de los mares. Mientras que
el derecho del mar clásico centraba su interés en las exigencias de la navegación y comercio, el actual derecho del
mar tiene un contenido predominantemente económico.

Los principios y normas que constituyen el derecho del mar han ido decantándose mediante un largo proceso de
formación, una de cuyas etapas importantes fue la codificación llevada a cabo en el seno de la CDI, que dio lugar a la
adopción de 4 convenios en 1958 (Convenio sobre el mar territorial y la zona contigua, Convenio sobre la plataforma
continental, Convenio sobre el alta mar, Convenio sobre pesca y conservación de los recursos vivos del alta mar)
pero dejó sin resolver cuestiones importantes, entre ellas la anchura del mar territorial, a lo que se unió una rápida
evolución de la práctica de los Estados para satisfacer nuevos intereses. Esto abrió in proceso de revisión, que dio
como resultado la adopción de la Convención de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar.

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1. Las aguas interiores y espacios asimilados

El concepto de aguas interiores está explícito en el art 8 CONVEMAR, que la define como las aguas situadas en el
interior de la línea de base del mar territorial. Se trata de aguas que forman parte del medio marino, con lo que se
excluyen otras aguas situadas en el territorio estatal (lagos, ríos), que se caracterizan desde un punto de vista
situacional por hallarse dentro de la línea de base del mar territorial. Las aguas interiores son pues aquel espacio
marítimo situado entre la tierra firme y el límite interior del mar territorial. En función del dato que acaba de
apuntarse, la delimitación de las aguas interiores se hace por referencia al mar territorial, dado que el límite exterior
de estas aguas coincide con el límite interior del mar territorial, el cual se traza normalmente por el sistema de las
líneas de base rectas que unen los puntos apropiados de la costa o las islas próximas a ella.

La naturaleza jurídica de las aguas interiores está recogida en el art 2.1 CONVEMAR cuando señala que están
sometidas a soberanía del Estado ribereño. Ahora bien, esta soberanía no puede asimilarse sin más a la que existe en
el territorio estatal, ya que la naturaleza física del medio marino y las actividades humanas que se realizan en el
mismo impiden una asimilación absoluta al territorio terrestre.

El régimen jurídico de esta zona es el de soberanía del ribereño. Por ello, el aprovechamiento de los recursos
naturales de la zona – renovables y no renovables – existentes tanto en la columna de agua como en el lecho y el
subsuelo, está reservado exclusivamente a los nacionales del ribereño, de conformidad con la legislación interna
adoptada por éste. En segundo lugar, la legislación interna del Estado costero en materia penal, de policía o de
seguridad pública es plenamente aplicable en sus aguas interiores, incluyendo las normas sobre prevención de la
contaminación. De otra parte, el régimen de la navegación de buques extranjeros por las aguas interiores queda, en
principio, sometido a la legislación del Estado ribereño, el cual puede incluso fijar las condiciones aplicables a la
admisión de dichos buques en tales aguas, pudiendo exigir su previa autorización.

PUERTOS:

Los puertos (parajes de la costa más o menos abrigados, por disposición natural o por obras construidas al efecto, en
los cuales exista de una forma permanente y adecuada tráfico marítimo) tienen una importancia esencial dentro de
las aguas interiores, disfrutando de un régimen jurídico específico. Por lo que respecta a la admisión de buques
extranjeros en los puertos, la regla de base aparece implícita en el art 25.2 CONVEMAR, cuando se refiere a las
competencias del ribereño para determinar las condiciones aplicables a la admisión de dichos buques. El principio de
libertad de acceso proclamado en el Laudo arbitral de 23 de agosto de 1958 en el asunto Aramco, ha sido arrumbado
por una práctica más restrictiva. En relación a los buques mercantes, las necesidades derivadas de la cooperación
pacífica internacional en materia de navegación, imponen al Estado costero la admisión en sus puertos de los buques
mercantes extranjeros, siempre que cumplan con las condiciones establecidas por su legislación interna. Por el
contrario, existe un régimen especial más gravoso respecto a los buques mercantes impulsados por energía nuclear,
con previa autorización del Estado ribereño e imposición de medidas de seguridad y también respecto a los buques
dedicados a la investigación científica, a los que la legislación española exige autorización para entrar en los puertos.
También existe legislación especial respecto de los buques tanque que transporten mercancías peligrosas o
contaminantes, que prohíbe a los petroleros de casco único la entrada en nuestros puertos.

Respecto a los buques de guerra, la regla general es el régimen de previa autorización del Estado ribereño, solicitada
por vía diplomática. El tema está regulado en nuestro derecho por la OM 25/1985, de 23 de abril, por la que
aprueban las normas para las escalas de buques de guerra extranjeros en puertos o fonfeaderos españoles y su paso
por el mar territorial español en tiempo de paz; en ella se distinguen tres tipos de escala: accidental, no oficial y
oficial, requiriendo todas ellas petición de autorización, solicitada por vía diplomática al Ministerio de Asuntos
Exteriores español.

Tras la admisión de los buques extranjeros se plantea la cuestión de su estatuto en los puertos. El punto de partida
se sitúa en la sumisión a la legislación del Estado ribereño durante su navegación y estancia por las aguas interiores.

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Sin embargo, la sumisión de los buques extranjeros a la legislación penal del ribereño admite un tratamiento distinto
según se trate de buques mercantes o de buques de guerra.

- Para los buques mercantes, el Estado del puerto será competente para sancionar las infracciones penales
cometidas a bordo del buque cuando tales actos sean susceptibles de alterar el orden público o atentar
contra la seguridad de ese Estado. Por el contrario, las infracciones penales cometidas en el interior del
buque que afecten exclusivamente al orden interno de éste, serán competencia del capitán. En el caso de
actos cometidos por la tripulación de estos buques en tierra, la competencia sancionadora corresponde por
entero al Estado del puerto.
- En estatuto en puerto de los buques de guerra es diferente al anterior. Se considera de la práctica
internacional que la autorización concedida por el Estado ribereño para la entrada del buque en sus aguas
interiores implica la renuncia tácita de ese Estado para conocer y sancionar los actos punibles ocurridos en el
interior del buque. Ahora bien, tal renuncia no lleva consigo la imposibilidad de adoptar medidas para la
protección de las personas o cosas fuera del buque. El personal de los buques de guerra se considera como
fuerza armada en territorio extranjero y está sometido, por tanto, a este estatuto. De ahí que la autoridad
local sólo esté facultada para detener a tales personas e informar de los hechos, pero no para sancionar su
conducta, pues la competencia en este punto corresponde a las autoridades del buque de querra al que
pertenecen estas fuerzas.

BAHÍAS:

Una bahía es, según la definición que ofrece el art 10.2 CONVEMAR: “toda escotadura bien determinada, cuy
penetración tierra adentro, en relación con la anchura de su boca, es tan que contiene aguas cercadas por la costa y
constituye algo más que una simple inflexión de la costa. La escotadura no se considerará, in embargo, como bahía si
su superficie no es igual o superior a la de un semicírculo que tenga por diámetro la boca de dicha escotadura”. Esta
definición se refiere a las bahías cuyas costas pertenece a un solo Estado. La consecuencia jurídica de la existencia de
una bahía radica en que las aguas encerradas en su interior serán consideradas como aguas interiores.

La delimitación de las bahías implica la existencia de ciertos criterios que permiten el trazado de las líneas de cierre
en estos espacios. El art 10.3 CONVEMAR determina que “para los efectos de su medición, la superficie de
escotadura es la comprendida entre la línea de bajamar que sigue la costa de la escotadura y una línea que una las
líneas de bajamar de sus puntos naturales de entrada. La superficie de las islas situadas dentro de una escotadura
quedará comprendida en la superficie total de ésta, como si formara parte de ella. Este criterio de delimitación de las
bahías debe ponerse en relación con la distancia máxima que puede alcanzar la línea de cierre. La primera situación
posible es la contemplada en el art 10.4: “si la distancia entre las líneas de bajamar de los puntos naturales de
entrada de una bahía no excede las 24 millas, se podrá trazar una línea de demarcación entre las dos franjas de la
bajamar, y las aguas que queden encerradas serán considerada como aguas interiores”. La segunda hipótesis es la
prevista en el art 10.5: “cuando la distancia entre las franjas de la bajamar de los puntos naturales de entrada de una
bahía exceda de 24 millas, se podrá trazar dentro de la bahía una línea de base recta de 24 millas, de manera que
encierre la mayor superficie posible de agua que se pueda encerrar con una línea de esa longitud”.

Un supuesto que merece atención singular es el de la delimitación de bahías cuyas costas pertenecen a dos o más
Estados. Al respecto, es posible separar dos situaciones distintas: primera, cuando todos los Estados ribereños tienen
acceso a la entrada, como sucede en las bahías de Higuer y Gibraltar; segunda, cuando uno de los Estados está
situado en la boca de la bahía, dominando su entrada, y los restantes ribereños quedan en el fondo del saco,
supuesto del golfo de Fonseca. Dado que en ambos tipos de bahías existen intereses comunes de carácter
estratégico, de navegación y de aprovechamiento de sus recursos naturales, las posibles técnicas de solución serán
las siguientes. En primer lugar, establecer un condominio, una comunidad de uso entre los Estados ribereños, de
manera que ejercieran competencias concurrentes sobre las aguas y sus recursos, solución subyacente en el caso del
golfo de Fonseca. En segundo lugar, llegar a una reglamentación por vía convencional entre los Estados ribereños.

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Por último, aplicar una técnica similar a la prevista para la delimitación del mar territorial, esto es, utilizar el principio
de equidistancia para determinar el sector sometido a la soberanía de cada uno de ellos.

La situación española respecto de las bahías no reguladas por el art 10 de la Convención puede resumirse como
sigue: la bahía de Higuer tiene un régimen recogido inicialmente en el acuerdo hispano-francés de 30 de marzo de
1879, y reiterado en el convenio hispano-francés de 14 de julio de 1959, a tenor del cual las aguas de la bahía se
subdividen en tres sectores: uno bajo la jurisdicción exclusiva de España, otro bajo la jurisdicción exclusiva de Francia
y el tercero son aguas comunes a los dos países.

Por último, ha de mencionarse una excepción general a la aplicación de las anteriores reglas en relación con las
bahías y aguas históricas, que forman una categoría distinta y separada, y pertenecen indudablemente al Estado
ribereño, sea cual fuere su penetración y la anchura de su boca, cuando dicho país ha afirmado su soberanía sobre
estas aguas y circunstancias particulares, tales como su configuración geográfica, el uso inmemorial y sobre todo las
exigencias de autodefensa, justifican tal pretensión.

2. Las aguas archipielárgicas

Se trata de los espacios de más reciente aparición en el derecho del mar, surgido en la práctica estatal e incorporado
en el texto de la CONVEMAR, pese a la fuerte oposición inicial de las principales potencias navales. La solución
tradicional, recogida en el Convenio de Ginebra, se limitaba a aceptar que cada isla tenía su propio mar territorial.
Frente a esta tesis, los Estados archipielárgicos sostenían que su unidad interna exigía el reconocimiento de un
espacio propio diferente a la suma de los mares territoriales de cada isla. Esta aspiración ha sido recogida
conceptualmente en el art 46 CONVEMAR, que define el archipiélago como “un grupo de islas, incluidas partes de
islas, las aguas que las conectan y otras características, naturales, que están tan directamente relacionadas entre sí
que tales islas, aguas y otros elementos naturales forman una entidad geográfica, económica, política intrínseca o
que históricamente ha sido considerada como tal”, mientras que un Estado archipielárgico es aquel “constituido
totalmente por uno o por varios archipiélagos y que podrá incluir otras islas”.

La delimitación de las aguas archipielárgicas se efectúa trazando líneas de base archipielárgicas rectas, que unen los
puntos extremos de las islas, arrecifes e instalaciones artificiales para la navegación, que sean más exteriores que el
archipiélago, no pudiendo exceder normalmente la longitud de esas líneas 100 millas marinas y debiendo seguir su
trazado la configuración general del archipiélago, sin desviarse apreciablemente de la misma. A partir de la línea de
base recta archipielárgica comienza a medirse el mar territorial, la ZEE y los restantes espacios marítimos.

El régimen de las aguas archipielárgicas, esto es, de la masa de agua que queda encerrada por el perímetro
archipielárgico, formado por las distintas líneas de base, ofrece dificultades en cuando a su naturaleza jurídica. El
principio de base es la soberanía del Estado en cuestión sobre dichas aguas, incluyendo el espacio aéreo
suprayacente, el lecho y el subsuelo, así como los recursos naturales existentes: dicho en estos términos, las aguas
archipielárgicas podrían parecer asimiladas a las aguas interiores, pero el Estado archipielárgico tiene una soberanía
limitada sobre las aguas situadas en el interior de las líneas de base. Los buques extranjeros gozan del derecho de
paso inocente en estas aguas, todos los buques y aeronaves tienen un derecho de paso ininterrumpido y rápido por
las rutas marítimas y áreas archipielárgicas (muy similar al derecho de paso en tránsito a través de los estrechos
internacionales), y los Estados archipielárgicos deberán reconocer los derechos y actividades tradicionales de otros
Estados en las aguas archipielárgicas, incluidos los cables submarinos.

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3. El mar territorial

El concepto del mar territorial se deduce del art 2 CONVEMAR, cuando afirma que la “soberanía de un Estado se
extiende más allá de su territorio y de sus aguas interiores, a la franja de mas adyacente designada con el nombre de
mar territorial”. De forma que el mar territorial se configura como un espacio adyacente a las costas del Estado o a
sus aguas interiores, sobre el que ejerce poderes soberanos de acuerdo con el derecho internacional.

Una de las cuestiones que más problemas ha suscitado en la práctica internacional es la relativa a la delimitación del
mar territorial, que supone el trazado de tres límites distintos, cada uno de los cuales plantea aspectos específicos:
de un lado, el límite interior, respecto de la tierra firme o de las aguas interiores; por otra parte, el límite exterior,
para fijar dónde termina ese espacio y dónde comienzan los siguientes espacios del ribereño del mar territorial de
los Estados adyacentes; por último, el límite lateral, que separa los mares territoriales de los Estados cuyas costas
son contiguas, puede ser considerado como una variante del anterior.

La delimitación del mar territorial puede llevarse a cabo utilizando dos criterios diferentes. La línea de base normal
es la “línea de bajamar a los largo de la costa, tal como aparece marcada en las cartas a gran escala reconocidas
oficialmente por el Estado ribereño” (art 5 CONVEMAR). Éste término está recogido en nuestra legislación con el
nombre de “línea de bajamar escorada”. El segundo criterio presenta un carácter excepcional, ya que “en los lugares
en que la costa tenga profundas aberturas y escotaduras o en los que haya una franja de islas a lo largo de la costa
situadas en su proximidad inmediata, puede adaptarse como método para trazar la línea de base desde la que ha de
medirse el mar territorial el de las líneas de base rectas que unan los puntos apropiados” (art 7 CONVEMAR).

Existen ciertas situaciones especiales para la delimitación del mar territorial, relativas a las instalaciones
permanentes, a las radas utilizadas normalmente para la carga, descarga y fondeaderos de los buques, a los
arrecifes, a las elevaciones emergentes en bajamar y a la desembocadura de los ríos.

Respecto al trazado del límite exterior del mar territorial, “está constituido por una línea cada uno de cuyos puntos
está, del punto más próximo de la línea de base, a una distancia igual a la anchura del mar territorial” (art 4
CONVEMAR). El procedimiento técnico es relativamente simple, pues consiste en el trazado de una serie continuada
de arcos de círculo máximo, que tengan como radio la anchura del mar territorial del Estado en cuestión, siendo la
curva tangente de tales arcos la que nos ofrece el límite exterior de este espacio marítimo.

Por último, se plantea la delimitación del mar territorial entre Estados vecinos. Con arreglo al art 15 CONVEMAR,
“cuando las costas de los Estados se hallen situadas frente a frente o sean adyacentes, ninguno de dichos Estados
tendrá derecho, salvo mutuo acuerdo en contrario, a extender su mar territorial más allá de una línea media
determinada cuyos puntos sean equidistantes de los puntos más próximos de las líneas de base a partir de las cuales
se mide la anchura del mar territorial de cada uno de esos Estados”. Éste es el principio o método de equidistancia.

En cuanto a la anchura del mar territorial, ha sido ésta una de las cuestiones más debatidas en el derecho del mar
hasta los últimos años. En el período inicial de formación del concepto no existió acuerdo sobre si extensión,
utilizándose diversos criterios, hasta que en el siglo XVIII se concretó la anchura del mar territorial en el alcance de la
bala de cañón (vinculando la soberanía del ribereño a la eficacia de la fuerza de las armas), precisándose más tarde
dicho alcance en una legua marina (tres millas). El art 3 CONVEMAR determina que “todo Estado tiene derecho a
establecer la anchura de su mar territorial hasta un límite que no exceda de las 12 millas marinas medidas a partir de
las líneas de base. En cuando al derecho español en la materia, éste fija en 12 millas la anchura del mar territorial
español, porque éste es el límite establecido en la actualidad por la mayoría de los Estados y considerado conforme
al derecho internacional vigente”.

El régimen jurídico del mar territorial se traduce en un conjunto de derecho y deberes que afectan al Estado
soberano. En principio, la soberanía del Estado costero sobre su mar territorial se traduce en la aplicación de su
legislación interna sobre este espacio, además de la facultad de sancionar las infracciones a esta legislación. Pero el

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componente más característico del mar territorial afecta al régimen de navegación, respecto del cual los arts 21 a 23
CONVEMAR precisan el contenido de la potestad reglamentaria del Estado costero, que abarca, principalmente, los
siguientes aspectos: de una parte, la seguridad de navegación y la protección de las instalaciones adecuadas, así
como de los cables y tuberías submarinos, la conservación de los recursos vivos del mar y la sanción de las
infracciones, la prevención de la contaminación, la investigación científica y oceanográfica y la prevención de las
infracciones a los reglamentos aduaneros, fiscales, sanitarios y de inmigración; en segundo término, el
establecimiento de rutas marítimas y esquemas de separación de tráfico en el mar territorial; por último, un régimen
especial para los buques extranjeros de propulsión nuclear o que transporten sustancias nucleares e
intrínsecamente peligrosas y nocivas.

PASO INOCENTE:

Dentro del mar territorial existe un equilibrio entre los intereses particulares del ribereño en orden a su seguridad, y
los intereses generales de la comunidad internacional en relación a la navegación. De ahí que, frente a los derechos
del Estado costero, se reconozca el derecho de paso inocente a los buques extranjeros para navegar por el mar
territorial de cualquier Estado (arts 17 y ss CONVEMAR). La precisión del contenido del derecho de paso inocente
exige delimitar dos nociones: el paso y la inocencia del paso.

Por lo que se refiere al primer aspecto, este derecho es aplicable exclusivamente a la navegación marítima y no a la
navegación aérea, y además se aplica a la navegación en superficie, pues se exige que los buques submarinos
naveguen en la superficie y muestren su bandera. El paso comprende “el hecho de navegar por el mar territorial, ya
sea atravesarlo sin penetrar en las aguas interiores, ya sea para dirigirse hacia estas aguas, ya sea para dirigirse hacia
alta mar viniendo de ellas. El paso “comprende el derecho de detenerse y fondear, pero sólo en la medida en que la
detención y el hecho de fondear no constituyan más que incidentes normales de la navegación o le sean impuestos
al buque por una arribada forzosa o por un peligro extremo”. Hay que tener en cuenta que el Estado ribereño puede
suspender temporalmente el paso de buques extranjeros por determinados lugares de su mar territorial cuando
dicha suspensión sea indispensable para la protección de su seguridad, debiendo hacerlo sin discriminación y con la
publicidad oportuna.

La inocencia del paso había sido recogida de gorma genérica en el Convenio de Ginebra de 1958, en el sentido de
que “el paso es inocente mientras no sea perjudicial para la paz, el orden o la seguridad del Estado ribereño”, siendo
a éste a quien corresponde inicialmente calificar la inocencia. En cambio, la CONVEMAR enfrenta la cuestión con
mayor dosis de casuismo y concreta las actividades que atentan contra la paz, la seguridad o el orden ribereño:

a) La amenaza o el uso de la fuerza contra su soberanía, integridad territorial o independencia política.


b) Los ejercicios con armas de cualquier clase
c) Los actos destinados a obtener información en perjuicio de su defensa o seguridad, así como los actos de
propaganda con el mismo fin.
d) El lanzamiento, aterrizaje o recepción a bordo de aeronaves o de cualquier otro dispositivo.
e) Cualquier embarco o desembarco que viole los reglamentos fiscales, de inmigración o sanitarios del Estado
ribereño.
f) Cualquier acto intencional y grave de contaminación.
g) Cualesquiera actividades pesqueras, de investigación científica o levantamientos hidrográficos.
h) Los actos que perturben sus comunicaciones o instalaciones.
i) Cualquier otra actividad que no esté directamente relacionada con el paso.

En todos aquellos supuestos en los cuales el Estado ribereño estime que el paso de buques extranjeros por su mar
territorial no es inocente, de acuerdo con los requisitos expuestos, puede tomar todas las medidas necesarias para
impedirlo. Es de destacar que, respecto a los buques de guerra extranjeros, se permite al ribereño establecer las
disposiciones que estime necesarias para regular el paso, pudiendo exigir cuando se incumplan que el buque en
cuestión abandone su mar territorial. El derecho español establece que el paso de buques de guerra extranjeros por
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el mar territorial español no requiere autorización especial, estando obligados a respetar el derecho de paso
inocente.

4. Los estrechos utilizados para la navegación internacional

La noción de estrecho implica tener en cuenta tres elementos relevantes: el elemento geográfico, conforme al cual
un estrecho es un paso natural en el medio marino, que constituye una contracción de las aguas afectadas y separa
dos espacios terrestres, poniendo en conexión dos áreas del mar; el elemento funcional, según el cual se trata de
una vía de comunicación que se utiliza para la navegación internacional; por último, el elemento jurídico posee una
importancia capital, y consiste en que las aguas del estrecho forman parte del mar territorial de uno o de varios
Estados.

Los arts 34 a 45 CONVEMAR contemplan dos tipos diferentes de estrechos, a los que aplican reglas para la
navegación también diferentes en cada paso:

- Los primeros serán aquellos estrechos (estrechos secundarios) que unan una zona de alta mar o una zona
económica exclusiva y el mar territorial de un Estado extranjero, y los que están formados por una isla de un
Estado ribereño del estrecho y su territorio continental cuando al otro lado de la isla exista un espacio
abierto a la navegación. En ambos casos, el régimen de la navegación es el derecho de paso inocente,
aunque sin posibilidad de suspender su ejercicio.
- El segundo tipo de estrechos internacionales (estrechos principales) comprende aquellos que sean utilizados
para la navegación internacional entre una zona de alta mar o una ZEE y otra zona de alta mar o ZEE, esto es,
los estrechos que unan dos espacios abiertos a la libre navegación de todos los buques. En esta hipótesis se
aplica un régimen nuevo, el derecho de paso en tránsito, que se define como el ejercicio de la libertad de
navegación exclusivamente para los fines de tránsito rápido e ininterrumpido por el estrecho. El derecho de
paso ininterrumpido también incluye el tránsito de las aeronaves (diferencia con el paso inocente).

5. La zona contigua

La zona contigua se regula en el art 33 CONVEMAR, con arreglo al cual “1. En una zona contigua a su mar territorial,
designada con el nombre de zona contigua, el Estado ribereño podrá tomar las medidas de fiscalización necesarias
para:

a) Prevenir las infracciones de sus leyes y reglamentos aduaneros, fiscales, de inmigración o sanitarios que se
cometan en su territorio o en su mar territorial.
b) Sancionar las infracciones de esas leyes y reglamentos cometidas en su territorio o en su mar territorial.

2. La zona contigua no podrá extenderse más allá de 24 millas contadas desde las líneas de base a partir de las cuales
se mide la anchura del mar territorial (esto es, 12 millas desde la línea exterior del mar territorial)”.

En cuanto a su naturaleza jurídica, no existe dificultad alguna en calificarla como alta mar, sobre la cual los Estados
ribereños poseen competencias especializadas para evitar o reprimir las infracciones de buques extranjeros a su
legislación aduanera, fiscal, de inmigración y sanitaria, cometidas en espacios sujetos a la soberanía estatal.

Con la existencia de la zona contigua se limita la posibilidad de que el tránsito hacia el alta mar constituya una
evasión directa de la legislación interna de los Estados; en tal sentido, conviene destacar que ante la inobservancia
de las leyes aduaneras, fiscales, de inmigración y sanitarias, el art 111.1 CONVEMAR reconoce el derecho de
persecución (hot pursuit) de los buques extranjeros a partir de la misma. En el caso de España, nuestra zona contigua
es de 24 millas náuticas contadas desde las líneas de base.

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6. La zona económica exclusiva

Esta categoría surge de la práctica interna de los Estados a partir de los años 70, y consiste básicamente en la
conjunción de la dualidad de categorías jurídicas en materia de recursos previamente existentes (zona exclusiva de
pesca y plataforma continental). La característica más destacada de la ZEE radica en someter, globalmente, los
recursos renovables y no renovables, existentes en la columna de agua y en el lecho y subsuelo, a la soberanía del
Estado ribereño, a los fines de su explotación, conservación y exploración, comprendiendo asimismo las
competencias necesarias en materia de investigación científica del medio y de prevención de la contaminación.

Según el art 57, la anchura de la ZEE no excederá de 200 millas marinas contadas desde las líneas de base a partir de
la cuales se mide la anchura del mar territorial. Como quiera que las primeras 12 millas constituyen normalmente el
mar territorial de los Estados, la ZEE comprende, en sentido estricto, las 188 millas restantes.

Las competencias de los Estados en su ZEE comprenden derechos de soberanía para los fines de exploración y
explotación, conservación y ordenación de los recursos naturales, tanto vivos como no vivos, del lecho y el subsuelo
del mar y de las aguas suprayacentes, y con respecto a otras actividades con miras a la exploración y explotación
económicas de la zona, tal como la producción de energía derivada del agua, de las corrientes y de los vientos. El
estado ribereño tiene además jurisdicción para el establecimiento y utilización de islas artificiales e instalaciones de
explotación, para la investigación científica en la zona y para la preservación del medio marino. En las islas artificiales
e instalaciones empleadas en relación a los recursos naturales, el Estado ribereño tiene derecho a establecer zonas
de seguridad de 500 metros.

Por lo que se refiere a los recursos vivos, corresponde al Estado ribereño determinar la captura permisible, de forma
que logre el máximo rendimiento sostenible, para lo cual promoverá el objetivo de la utilización óptima de los
mismos. Se reconoce a los ribereños los correspondientes poderes de sanción.

Los Estados tienen también ciertos deberes frente a los demás países en el interior de su ZEE. La primera obligación
general se deriva de la propia naturaleza jurídica de este espacio y comprende el respeto a las libertades de
navegación, sobrevuelo y tendido de cables y tuberías submarinas que tiene todo Estado en la ZEE de los demás, así
como otros usos del mar reconocidos internacionalmente que están relacionados con dichas libertades. La segunda
obligación es asimismo de carácter general, vinculada a la cooperación internacional en el mantenimiento del medio
y de sus especies. Por último, existe una importante obligación en relación a la cual, cuando el Estado ribereño no
tenga capacidad para explotar toda la captura permisible de recursos pesqueros, fijada por él mismo, dará acceso a
otros Estados sin litoral y los que tengan características geográficas especiales.

El materia de delimitación de la ZEE entre Estados la regla de base es idéntica a la prevista respecto a la plataforma
continental. Se determina que la delimitación de la ZEE entre estados con costas adyacentes o situadas frente a
frente se efectuará con acuerdo entre ellos sobre la base del derecho internacional.

En derecho español se define la ZEE española como aquel espacio que se extiende desde el límite exterior del mar
territorial español hasta la distancia de 200 millas náuticas, contadas a partir de las líneas de base desde las que se
mide la anchura de aquél, y en el cual el Estado español tiene derechos soberanos a los efectos de la exploración y
explotación de los recursos naturales del lecho y del subsuelo marinos y de las aguas suprayacentes.

El ejercicio de la pesca por parte de los buques de un Estado en la zona de otro distinto reposa en el consentimiento
de este último.

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7. La plataforma continental

El concepto de plataforma continental difiere según se atienda al Convenio de Ginebra o a la CONVEMAR. Según el
Convenio de Ginebra, la plataforma continental está constituida por:

a) El lecho del mar y el subsuelo de las zonas submarinas adyacentes a las costas, pero situadas fuera de la zona
del mar territorial, hasta una profundidad de 200 metros, o más allá de este límite, hasta donde la
profundidad de las aguas subyacentes permita la exploración de los recursos naturales de dichas zonas;
b) El lecho del mar y el subsuelo de las regiones submarinas análogas, adyacentes a las costas de las islas.

Conforme a esta definición, el límite interior de la plataforma continental coincide con el límite exterior del mar
territorial, en tanto que el límite exterior de la plataforma continental de establecería con el criterio batimétrico de
la profundidad de 200 metros o, más normalmente, con el criterio funcional de la explotabilidad.

En cambio, según la CONVEMAR:

La plataforma continental de un Estado ribereño comprende el lecho y el subsuelo de las áreas submarinas que se
extienden más allá de su mar territorial y a todo lo largo de la prolongación natural de su territorio hasta el borde
exterior del margen continental, o bien hasta una distancia de 200 millas marinas contadas desde las líneas de base a
partir de las cuales se mide la anchura del mar territorial, en los casos en que el borde exterior del margen
continental no llegue a esa distancia.

Como ocurriera en Ginebra en 1958, la referencia a límites exteriores objetivos (200 metros de profundidad en aquel
caso, 200 millas de extensión para la CONVEMAR) presenta un valor secundario para ciertos países dotados de
extensas plataformas geológicas, pues el criterio operativo va a ser “el borde exterior del margen continental”. Se
prevén ciertas hipótesis en las cuales el borde exterior del margen continental puede quedar fijado en “350 millas
marinas contadas desde las líneas de base” o a “100 millas marinas contadas desde la isóbata de 2.500 metros”. La
consecuencia jurídica de este conjunto de reglas es dar satisfacción a los Estados con plataformas continentales muy
extensas que, de esta manera, ven ampliada su soberanía sobre este espacio más allá de las 200 millas que
comprende su ZEE. En el art 82 CONVEMAR se contempla que el Estado ribereño efectuará pagos o contribuciones
para su distribución por la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos y Oceánicos entre los Estados partes en la
CONVEMAR “respecto de la explotación de los recursos no vivos de la plataforma continental más allá de las 200
millas marinas contadas a partir de las líneas de base desde las cuales se mide la anchura del mar territorial”.

Una cuestión de importancia esencial es la de delimitación e la plataforma continental entre dos o más Estados. El
punto de partida de la regulación del problema viene dado por el Convenio de Ginebra, que distingue dos supuestos:
que la plataforma continental sea adyacente al territorio de los Estados cuyas costas están situadas frente a frente, o
bien que se trate de Estados limítrofes. En ambos casos, la delimitación de efectuará por acuerdo entre ellos. A falta
de acuerdo y salvo que las circunstancias especiales justifiquen otra delimitación, ésta se determinará por la línea
media cuyos puntos sean todos equidistantes de los puntos más próximos de las líneas de base desde donde se mide
la extensión del mar territorial de cada Estado. Por tanto, la delimitación de la plataforma debe ser objeto de
acuerdo entre los Estados interesados y este acuerdo debe ser llevado a cabo con arreglo a principios de equidad.
Ahora bien, la equidistancia sólo es equitativa cuando se trata de costas regulares y uniformes, pero produce
resultados gravemente distorsionados cuando se trata de otro tipo de costas. La menor deformación de una costa
queda ampliada automáticamente por la línea de equidistancia en sus consecuencias respecto a la delimitación de la
plataforma continental. Así sucede en el caso de costas cóncavas o convexas, en las cuales la aplicación del método
de equidistancia conduce a resultados tanto menos razonables a medida que aumente la deformación y la zona a
delimitar queda más alejada de la costa. Una exageración de tal importancia respecto a las consecuencias de un
accidente natural debe ser reparada, o compensada en la medida de lo posible porque ella es en sí creadora de la
desigualdad. Las partes están obligadas a negociar de tal forma que la negociación tenga sentido con vistas a llegar a
un acuerdo, y no a cumplir un trámite formal para aplicar un método de delimitación determinado. La equidistancia

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es uno de ellos y puede ser aplicado, pero únicamente cuando los resultados sean equitativos. Cada litigio relativo a
la plataforma continental debe ser examinado y resuelto en función de sus circunstancias específicas, así pues, no
tiene sentido intentar una construcción abstracta en relación a la aplicación de los principios y reglas relativos a la
plataforma continental. La delimitación debe realizarse mediante la aplicación de criterios equitativos y la utilización
de métodos prácticos que sean capaces de garantizar un resultado equitativo, teniendo en cuenta la configuración
geográfica de la región y otras circunstancias pertinentes.

Las competencias de los Estados ribereños sobre su plataforma continental pueden clasificarse en competencias
soberanas limitadas funcionalmente, ya que como señala el art 77 CONVEMAR el “Estado ribereño ejerce derechos
de soberanía sobre la plataforma continental a los efectos de su explotación y la explotación de sus recursos
naturales”. Estos derechos soberanos son exclusivos, de consentimiento del ribereño, aunque éste no explote su
plataforma. Las competencias generales se concretan en el derecho a construir, autorizar y reglamentar la
construcción, operación y utilización de islas artificiales, instalaciones y estructuras en la plataforma continental
necesarias para explotarla y para explotar sus recursos naturales, así como establecer zonas de seguridad alrededor
de ellas. Tales zonas de seguridad podrán comprender un radio máximo de 500 metros alrededor de las
instalaciones.

Por otra parte, la afirmación de que la soberanía del ribereño es funcional para el aprovechamiento de los recursos
naturales, entraña la necesidad de precisar cuáles sean éstos. Conforme al art 77.4 CONVEMAR, se trata de “los
recursos minerales y otros recursos no vivos pertenecientes a especies sedentarias, es decir, aquellos que en el
período de explotación están inmóviles en el lecho del mar o en su subsuelo o sólo pueden moverse en constante
contacto físico con el lecho o subsuelo”.

Asimismo, de la soberanía estatal sobre la plataforma de derivan ciertas obligaciones respecto a los demás Estados.
Tales obligaciones se derivan en general del dato jurídico siguiente: esta categoría afecta exclusivamente al lecho y
subsuelo marinos y no al régimen jurídico de las aguas suprayacentes. Ello explica la libertad de navegación y de
sobrevuelo sobre la plataforma, la libertad de colocar cables y tuberías submarinas , la libertad de pesca y la libertad
de investigación científica, cuando los resultados vayan a hacerse públicos, libertades para los demás Estados que
suponen la obligación de los ribereños de respetarlas. De otra parte, los Estados soberanos de plataformas están
obligados a tomar las medidas de seguridad necesarias para que sus instalaciones y dispositivos no pongan en
peligro la integridad del medio ni la seguridad de la navegación internacional.

8. El alta mar

Este espacio se define negativamente por la ausencia de poderes estatales. Para el Convenio de Ginebra es la parte
del mar no perteneciente al mar territorial ni a las aguas interiores de un Estado. Para la CONVEMAR, el alta mar está
formada por todas las partes del mar no incluidas en la ZEE, en el mar territorial o en las aguas interiores de un
Estado, o en las aguas archipielárgicas de un Estado archipielárgico.

Dada su no afectación a ningún Estado, el alta mar está abierta a un sistema de libertades, disfrutando de su
ejercicio todos los Estados, sean ribereños o sin litoral.

- Libertad de navegación: tiene alcance general, ya que todos los Estados, con litoral o sin él, tienen el derecho
de que naveguen en alta mar los buques que enarbolen su bandera. La bandera constituye el vínculo jurídico
que una un buque a un Estado determinado, precisando la jurisdicción nacional a la que dicho buque
permanece sometido durante su navegación por el alta mar, y a este fin cada Estado establecerá los
requisitos necesarios para conceder su nacionalidad a los buques. Para evitar los llamados pabellones de
complacencia, esto es, la atribución puramente formal de nacionalidad, pero sin conexión real alguna con el
Estado cuyo pabellón ostentan, con los problemas que se derivan de estas situaciones, la CONVEMAR exige
que exista una relación auténtica entre el Estado y el buque: en particular, el Estado ha de ejercer de manera

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efectiva su jurisdicción y control en cuestiones administrativas, técnicas y sociales sobre los buques que
enarbolan su pabellón.
- Libertad de pesca
- Libertad de colocar cables y tuberías submarinos
- Libertad de sobrevuelo
- Libertad de investigación científica
- Libertad de construir islas artificiales y otras instalaciones autorizadas por el derecho internacional

Existen supuestos excepcionales de ejercicio de competencias estatales en el alta mar o, si se quiere, limitaciones a
la libertad absoluta en el uso de los mares. Se trata de un conjunto de situaciones en las cuales se reconoce la
competencia estatal para proceder en contra de determinados buques extranjeros no sujetos a su bandera o
pabellón, cuando se hallan en alta mar, pero han atentado contra la soberanía o seguridad interna del Estado en
cuestión, o han infringido ciertas normas que protegen intereses de la comunidad internacional en su conjunto,
como las que prohíben la trata de personas, reprimen la piratería o protegen el medio marino contra la
contaminación.

La trata de esclavos supone una actividad repugnada por la sociedad internacional, no sólo por violar derechos
fundamentales de la persona humana, sino también por estar expresamente prohibida. El art 99 CONVEMAR
sostiene que “todo Estado está obligado a tomar medidas eficaces para impedir y castigar el transporte de esclavos
en buques autorizados para enarbolar su bandera y para impedir que con este propósito se use ilegalmente su
bandera. Todo esclavo que se refugie en un buque, sea cual sea su bandera, quedará libre ipso facto.

Por lo que respecta a la piratería, está definida en el art 101 CONVEMAR como:

a) Todo acto ilegal de violencia, de detención o depredación cometido con un propósito personal por la
tripulación o por los pasajeros de un buque privado o de una aeronave privada, y dirigido:

i) contra un buque o una aeronave en alta mar o contra personas o bienes a bordo de ellos;

ii) contra un buque o una aeronave, personas o bienes que se encuentren en un lugar no sometido a la
jurisdicción de ningún Estado;

b) Todo acto de participación voluntaria en la utilización de un buque o de una aeronave cuando el que lo
realice tenga conocimientos que den a dicho buque o aeronave el carácter de pirata;
c) Todo acto que tenga por objeto incitar a los actos anteriores o facilitarlos intencionalmente.

La consecuencia jurídica más importante de los actos de piratería radica en que los buques que han incurrido en
ellos quedan al margen de la jurisdicción exclusiva del Estado cuyo pabellón enarbolan y pueden ser apresados por
cualquier Estado en alta mar. En este caso, corresponde a las autoridades judiciales del Estado que haya realizado la
presa la determinación de las penas que vayan a imponerse a los piratas, así como las medidas a tomar respecto a
los bienes a bordo del buque o aeronave, y respecto a estos últimos.

En relación con la represión del tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias sicotrópicas, la CONVEMAR establece
que todos los Estados cooperarán para reprimir el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas
realizado por buques en la alta mar en violación de los convenios internacionales, y que todo Estado que tenga
motivos razonables para creer que un buque que enarbola su pabellón se dedica al tráfico de estupefacientes o
sustancias psicotrópicas podrá solicitar la cooperación de otros Estados para poner fin a tal tráfico. Asimismo, todo
Estado que tenga motivos razonables para sospechar que una nave que enarbola el pabellón de otro Estado está
siendo utilizada para el tráfico ilícito, podrá solicitar autorización a éste para abordar la nave, inspeccionarle y tomar
las medidas adecuadas si se descubren pruebas de implicación.

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Un supuesto singular plantea la represión de transmisiones de radio o televisión no autorizadas desde el alta mar. El
art 109 CONVEMAR permite a los buques y autoridades de un Estado interesado proceder en alta mar contra buques
o instalaciones que no sean de su nacionalidad, rompiendo así el principio de jurisdicción exclusiva del Estado del
pabellón.

Para asegurar la actuación eficaz en estas materias, además de las medidas ya señaladas, el derecho del mar
contempla un derecho que supone también una excepción al principio general de no interferencia de buques
extranjeros en alta mar. Se trata del derecho de reconocimiento o derecho de visita consagrado en el art 101
CONVEMAR, según el cual si un buque de guerra encuentra en alta mar un buque extranjero y hay motivo fundado
para sospechar que el buque se dedica a la piratería, o a la trata de esclavos o se utiliza para efectuar transmisiones
o autorizadas, no tiene nacionalidad o tiene en realidad la misma nacionalidad que el buque de guerra, aunque
enarbole un pabellón extranjero o se niegue a izar su pabellón, podrá proceder a verificar el derecho del buque se
enarbolar su pabellón. Para ello podrá enviar una lancha, al mando de un oficial, al buque sospechoso. Si aún
después de examinar los documentos persisten las sospechas, podrá proseguir el examen a bordo del buque, que
deberá llevarse a efecto con todas las consideraciones posibles.

Por otra parte, con el fin de posibilitar la defensa del Estado ribereño frente a las infracciones y delitos cometidos a
su soberanía o jurisdicción, el derecho consuetudinario ha consagrado el derecho de persecución. Conforme al art
111 CONVEMAR, la persecución de un buque extranjero sólo puede comenzar si existen motivos fundados para creer
que ha cometido una infracción de las leyes o reglamentos del ribereño en cualquiera de los espacios marítimos bajo
su jurisdicción y por tanto mientras el buque extranjero, o una de sus lanchas, se encuentra en las aguas interiores,
en el mar territorial, en la zona contigua y en las aguas archipielárgicas, o también en la ZEE o la plataforma
continental respecto de la violación de las leyes y reglamentos del ribereño aplicables a esos espacios. La
persecución debe ser continua y sin interrupción para la subsistencia del derecho. Ésta cesará en el momento en que
el buque perseguido entre en el mar territorial del país al que pertenece o en el de un tercer Estado. El uso de este
derecho se reserva a los buques de guerra o aeronaves militares del Estado ribereño cuya legislación ha resultado
infringida, así como por los buques y aeronaves de carácter público que están especialmente autorizadas para estos
menesteres. El creciente interés de los Estados para evitar los riesgos de contaminación del medio marino en
general, y de sus costas en particular, ha inducido a algunos países a acordar la posibilidad de actuación en alta mar
contra los buques que supongan un peligro de contaminación.

9. La zona internacional de los fondos marinos y oceánicos

Se declara patrimonio común de l humanidad el fondo de los mares y océanos, su subsuelo y los recursos existentes,
situados más allá de las jurisdicciones nacionales; se declara esta zona y sus recursos el margen de cualquier
reivindicación o apropiación por parte de Estados y de personas físicas o jurídicas, incompatibles con el régimen de
internacionalización que se propone; se afirma el principio de utilización exclusivamente pacífica de la zona por
todos los Estados, ya sean estados costeros o estados sin litoral; se reconoce el interés especial de los países en
desarrollo respecto a la exploración y explotación de la zona y se subraya la cooperación internacional para la
investigación científica con fines pacíficos, para la prevención de la contaminación y para el mantenimiento de los
recursos naturales de la zona. En suma, se postula un régimen jurídico al que no se ha dudado en calificar de
“internacionalización activa” de este espacio, por contraste frente a la “internacionalización negativa” (ausencia de
todo poder) comúnmente asignada al conjunto de los espacios de interés internacional.

El régimen jurídico de esta zona está concebido en función de los recursos minerales, a los que se considera
patrimonio común de la humanidad. Estos recursos minerales se concretan, principalmente, en las sustancias
líquidas y gaseosas situadas en el lecho y subsuelo, como el petróleo y los gases; y además en las sustancias sólidas
localizadas en la superficie del suelo o debajo de éste, incluidos los importantes nódulos polimetálicos. En cambio,
los recursos biológicos existentes en los fondos marinos y oceánicos no se encuentran comprendidos en la Zona,
dado que en el momento de elaboración de la Convención se consideraban de importancia residual.

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La regla general, contenida en el art 134 CONVEMAR, es que los Estados partes notificarán al Secretario General de
la Autoridad Internacional de Fondos Marinos, para su registro y publicación, los límites exteriores de sus respectivas
jurisdicciones nacionales mediante coordenadas de longitud o latitud. Los Estados que posean una plataforma
continental con una extensión superior a 200 millas, deberán presentar una información sobre el límite exterior de
su plataforma a la Comisión de Límites prevista en la CONVEMAR para que haga las recomendaciones oportunas.

Por lo que se refiere al régimen de aprovechamiento de los recursos de zona, existen intereses encontrados que han
exigido una armonización suficiente. El primer lugar, surge la contraposición entre países consumidores de recursos
minerales de la zona y países productores de estos mismos recursos en su propio territorio nacional; de otro lado,
los intereses de los Estados más desarrollados económica y tecnológicamente no coinciden con las apetencias de los
países en desarrollo de conceder importantes recursos financieros al aparato institucional, a fin de que éste no deba
acudir a aquéllos para la explotación de los minerales depositados en la zona. El art 150 CONVEMAR intentó llegar a
una solución de compromiso enfatizando los aspectos globales y señalando que las actividades de la zona se
realizarán “de manera que fomenten el desarrollo saludable de la economía mundial y el crecimiento equilibrado del
comercio internacional y promuevan la cooperación internacional en pro del desarrollo general de todos los países,
especialmente de los Estados en desarrollo.

La regulación de la ZIFMO presenta una dimensión institucional importante, pues los Estados confían la organización
y control de las actividades de la zona, así como la administración de sus recursos, a una organización denominada
Autoridad Internacional de los Fondos Marinos. Los miembros de la Autoridad son todos los Estados partes de al
CONVEMAR y la Autoridad está formada por tres órganos principales: la Asamblea, el Consejo y la Secretaría,
además de un órgano complementario llamado la Empresa, por medio de la cual la Autoridad lleva a cabo sus
funciones sobre la zona.

La Asamblea está integrada por todos los miembros de la Autoridad, disponiendo cada uno de ellos de un voto, y
reuniéndose en período ordinario de sesiones anualmente. La Asamblea se configura según la CONVEMAR como el
órgano supremo de la Autoridad, ante el que responderán los restantes órganos principales y posee competencias
concretas en el plano institucional y competencias de política general. Las competencias generales relativas al
funcionamiento de la Autoridad se concretan en la aprobación de los reglamentos de explotación de la zona y de
reparto de beneficios, asó como las restantes cuestiones particulares vinculadas a las anteriores. A la hora de tomar
decisiones, el Acuerdo instaura el consenso como norma general; en su defecto, las decisiones de la Asamblea sobre
cuestiones de fondo se tomarán por mayoría de dos tercios de los Estados presentes y votantes.

La Secretaría se compone de un Secretario General, elegido por la Asamblea para un período de cuatro años
renovables, y del personal adecuado. El Secretario General presentará a la Asamblea un informa anual sobre las
actividades de la Autoridad y actuará como tal en todas las sesiones de la Asamblea, del Consejo y de más órganos
subsidiarios, limitándose a ejecutar las órdenes recibidas de la Autoridad. El Secretario General estará, por tanto, al
margen de cualquier instrucción de los gobiernos de los Estados partes.

La Empresa estaba concebida por la CONVEMAR como el órgano de la Autoridad que realizaría directamente las
actividades en la zona cuando éstas no fueran llevadas a cabo mediante una asociación de la Autoridad de los
Estados partes o con personas físicas o jurídicas y a tal fin se la dota de la capacidad jurídica necesaria para tales
fines y de los fondos necesarios para su cumplimiento. Sin embargo, el acuerdo ha modificado radicalmente estas
previsiones al establecer que la Empresa no comenzará a actuar hasta que la explotación de la zona no sea rentable
y a partir de entonces sólo actuará, en principio, mediante el sistema de empresas conjuntas salvo que para un caso
concreto el Consejo decida su funcionamiento como entidad independiente; además, los Estados partas no tendrán
obligación de financiar sus actividades.

Se ha previsto un sistema de solución de controversias que opera de la forma siguiente: se constituirá en el seno del
Tribunal Internacional del Derecho del Mar una Sala de Controversias de los Fondos Marinos, que tendrá
competencia para resolver las controversias entre Estados partes, entre un Estado parte y la Autoridad, o entre la
28
Autoridad y los Estados partes con personas físicas o jurídicas que actúen como contratistas. Sin embargo, de modo
específico, las controversias originadas exclusivamente entre Estados partes respecto a la parte de la Convención
que se refiere a esta zona, pueden someterse a una Sala Especial del TIDM o a una Sala ad hoc de la Sala de
Controversias de Fondos Marinos o a un arbitraje comercial obligatorio cuando se trate en este último caso de la
interpretación o aplicación de un contrato o de un plan de trabajo.

29
TEMA VI: LA PROTECCIÓN DE LOS INTERESES FUNDAMENTALES DE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL

I. Los derechos humanos

1. La protección internacional de los derechos humanos

El derecho internacional contemporáneo asume como una de sus finalidades la de asegurar la protección de todos
los seres humanos, con independencia de cualquier circunstancia o condición personal, frente a aquellos actos u
omisiones de los poderes estatales, incluso del Estado del que son nacionales, que desconozcan o vulneren sus
derechos y libertades fundamentales. Esta nueva dimensión del derecho internacional entraña dos consecuencias:
de un lado, la universalidad de los derechos humanos, pues todos los Estados tienen el deber de promoverlos y
respetarlos (las reservas formuladas por algunos Estados a los tratados en materia de derechos humanos bien han
sido declaradas inválidas, bien son objeto de una interpretación restrictiva). De otro, la obligación de promover y
respetar los derechos humanos es una obligación erga omnes, por lo que le incumbe al Estado respecto a la
comunidad internacional en su conjunto. En este ámbito, los Estados actúan como garantes de un “orden público”
de la comunidad a la que pertenecen. En suma, los derechos humanos no sólo ofrecen una dimensión subjetiva,
como derechos de los individuos y de los grupos frente a los poderes estatales, sino una dimensión objetiva en
cuanto factor que asegura el orden y la paz social en la comunidad internacional.

Es tras la II Guerra Mundial cuando surge un verdadero reconocimiento internacional de los derechos humanos, a
partir de la Carta de las NNUU. Para la eficacia de esta proclamación fue necesario emprender dos acciones
decisivas: en primer lugar, excluir de la reserva a favor de la “competencia doméstica” de los Estados las acciones
que entrañan vulneraciones graves de estos derechos y libertades fundamentales, por considerar que constituían
una amenaza para la paz y la seguridad internacional. En segundo lugar, fue preciso llevar a cabo una acción a favor
de su reconocimiento y protección, a través de la adopción de declaraciones y convenios internacionales, lo que se
plasmó inicialmente en la proclamación de la Declaración Universal de 10 de diciembre de 1948 y, más tarde, ha sido
continuada con la adopción de los Pactos internacionales d 16 de diciembre de 1966, sobre derechos civiles y
políticos y sobre derechos económicos, sociales y culturales, respectivamente. La construcción del derecho
internacional de los derechos humanos no es sólo obra de determinadas OOII de ámbito universal sino que también
han sido incluidas en tratados internacionales o en actos institucionales adoptados en el ámbito de OOII regionales.

Algunos principios y normas del derecho internacional de los derechos humanos han pasado a formar parte del
derecho consuetudinario y, por tanto, hoy poseen un alcance general, como es el caso de las normas que prohíben el
genocidio, la esclavitud y el apartheid, la tortura, el asesinato o la desaparición generalizada de los componentes de
un grupo político. Este dato evidencia, por sí solo, el carácter evolutivo de las normas internacionales en esta
materia. Por otra parte, han surgido los llamados derechos de la “tercera generación”, de naturaleza colectiva, entre
los que se incluyen, por ejemplo, el derecho a la protección de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la
persona o el derecho a desarrollo.

Ahora bien, esta evolución suscita una cuestión importante: la indivisibilidad y la interdependencia de los derechos
humanos. Lo que implica que la efectividad de un determinado derecho de halla condicionada, en buena medida,
por el progreso alcanzado en los restantes. De manera que es necesaria una apreciación global para poder impulsar
su respeto, ya que es insuficiente, por ejemplo, potenciar los derechos individuales civiles y políticos si al mismo
tiempo no se logra hacer efectivos otros derechos de carácter colectivo (como el derecho a la educación o a la
salud). En todo caso, la intensidad de la evolución ha permitido crear un amplio cuerpo normativo de protección
internacional de los derechos humanos que inspira e incide en los ordenamientos estatales, invirtiendo en buena
medida la corriente histórica inicial.

30
2. El sistema de protección de las NNUU

Por la A/RES/48/141, de 20 de diciembre de 1993 se creó un Alto Comisionado para la promoción y la protección de
los derechos humanos, que tiene la tarea de lograr una mayor coordinación e impulso dentro del sistema de las
NNUU. La Cumbre Mundial de septiembre de 2005 adoptó la decisión de crear un Consejo de Derechos Humanos
para coordinar las actividades de los órganos del sistema de las NNUU, promover con carácter universal el respeto
de estos derechos y examinar sus violaciones, en particular cuando son flagrantes y sistemáticas, haciendo
recomendaciones al respecto. El Consejo se ha creado como órgano subsidiario de la AG. Está compuesto por 47
miembros, elegidos por la AG, entre los Estados que se comprometen a respetar los derechos humanos, debiendo de
formular al respecto una declaración.

A) La Declaración Universal de los Derechos Humanos

El momento inicial en el reconocimiento de un catálogo de derechos humanos en las NNUU fue la adopción por la
AG de la A/RES/217 (III) el 10 de diciembre de 1948, en la que se contiene la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. Se trata de un texto de indudable importancia, pese a no ser obligatorio para los Estados.

El catálogo de derechos individuales proclamados por la Declaración Universal es muy amplio. En primer lugar, hacen
referencia a la existencia del ser humano como persona. En segundo lugar, incluye derechos relativos a la protección
y seguridad de la persona. En tercer lugar, derechos relativos a la vida política y social de la persona. También
reconoce ciertos derechos de contenido económico y social para el desarrollo de la persona.

B) Los Pactos de 1966

A partir de 1948, la Comisión de Derechos Humanos de las NNUU consideró que los convenios internacionales eran
el cause idóneo para desarrollar y atribuir carácter obligatorio a los derechos enunciados en la Declaración Universal.
Lo que llevó, tras una larga elaboración, a la elaboración de un Pacto de Derechos Civiles y Políticos y de un Pacto de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales, adoptados por la AG.

En esencia, los Pactos recogen el catálogo de derechos y libertades establecido por la Declaración Universal de 1948
como elemento básico. Pero cabe observar, en primer lugar, que si bien ciertos derechos reconocidos en la
Declaración no son incluidos en los Pactos, en cambio la mayor parte de los derechos definidos en 1948 han sido
precisados y concretados y, en algunos casos, se ha ampliado su alcance. En segundo lugar, en ambos Pactos se
establece la obligación del Estado parte de respetar y garantizar a todos los individuos que se encuentren en su
territorio tales derechos, abriéndoles las oportunas vías de recurso contra su violación, así como el deber de
asegurar el derecho igual de hombres y mujeres a gozar de los derechos contenidos en los Pactos. Por último, se
reconoce a los Estados la posibilidad de limitar el ejercicio de los derechos humanos en el caso de un peligro público
excepcional que amenace la existencia de la nación, siempre que esta declaración de excepción se proclame
oficialmente y sea comunicada a los Estados partes en el convenio. Con la importante reserva de que determinados
derechos y libertades no pueden ser restringidos o limitados en ningún caso.

El efectivo respeto por los Estados de los derechos reconocidos requiere el establecimiento de unas instancias
internacionales de control. En los Pactos internacionales de 1966 son dos los órganos de control. De un lado, el
Comité de Derechos Humanos, establecido por el Pacto Internacional de Derecho Civiles y Políticos, a quien
corresponde intervenir en relación con este último texto, así como respecto a sus protocolos facultativos. De otro, el
Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, creado para vigilar la aplicación del Pacto de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales. Ambos órganos poseen un cierto carácter independiente en cuanto a su
composición, pues en los dos casos están formados por dieciocho miembros elegidos por un período de cuatro años
entre personas de reconocida competencia en materia de derechos humanos, que actúan a título personal y no
como representantes de los gobiernos.

Las técnicas empleadas para el control del cumplimiento de los Pactos internacionales son las siguientes:
31
a) El control a partir de los informes que han de presentar periódicamente los Estados partes sobre los
progresos y dificultades en la aplicación de estos instrumentos en sus respectivos ámbitos internos.
b) El control a través de la denuncia de un Estado del incumplimiento de sus obligaciones por parte de otro
Estado. Los Comités están facultados para conocer esta denuncia y, tras determinar si se han agotado los
recursos internos del Estado denunciado, pondrá sus buenos oficios a disposición de los Estados interesados,
a fin de llegar a una solución amistosa; emitiendo ulteriormente un informe sobre los resultados alcanzados.
En el caso del PIDCP, el procedimiento puede prolongarse, pues si el Comité no consigue conciliar a los
Estados interesados, puede designar con el consentimiento previo de éstos una Comisión especial de
conciliación, compuesta de cinco personas independientes, que someterá al Presidente del Comité un
informe con sus observaciones para la consecución de una solución amistosa del asunto. Al término del
procedimiento, los Estados dispondrán de un plazo de tres meses para comunicar al Presidente del Comité si
aceptan o no los términos del informe de la Comisión.
c) El control basado en la queja de los particulares. Por él se faculta a los respectivos Comités para recibir y
considerar comunicaciones de individuos cuyos derechos han sido violados por el Estado parte en el
Protocolo en cuya jurisdicción se encuentra la víctima. Aunque las quejas no serán admisibles si no cumplen
con ciertos requisitos: que se presenten en debida forma por las víctimas o sus representantes, no pudiendo
ser anónimas; que del caso no conozca otra instancia internacional y que no constituyan un abuso de
derecho o sean incompatibles con las disposiciones de los Pactos. Tras conocer la queja, las facultades
atribuidas a estos órganos son reducidas, al limitarse a solicitar y recibir los informes escritos de la persona
afectada y del Estado denunciado y a presentar a ambos sus propias observaciones, también por escrito. Si el
Estado interesado no acepta las observaciones de los correspondientes Comités, no cabe una ulterior acción
internacional, de forma que la eficacia de esta técnica de control radica, en última instancia en la publicidad
de estos informes.
d) El procedimiento de investigación, respecto de graves o sistemáticas violaciones del Pacto. Se caracteriza por
su confidencialidad, de suerte que el procedimiento discurre en diálogo entre el CDESC y el Estado,
limitándose el Comité, en su caso, a dejar sucinta constancia de las acciones desarrolladas en este ámbito en
su informa anual.

3. La protección de los derechos humanos en Europa

En Europa coexisten tres sistemas de protección de los derechos humanos, que operan en ámbitos geográficos
distintos: el del Consejo de Europa, de la Unión Europea, y con un alcance más limitado, en de la OSCE. De todos
ellos, el sistema del Consejo de Europa posee un carácter preeminente por varias razones. En primer lugar, porque
su carta constitutiva afirma que el respeto de los derechos humanos constituye un principio básico del patrimonio
común que define la “identidad europea”. Se establece como condición para el ingreso de un Estado miembro de
esta organización internacional que el solicitante garantice el disfrute de los derechos humanos y de las libertades
fundamentales a cualquier persona bajo su jurisdicción.

A) La protección en el ámbito del Consejo de Europa: el Convenio Europeo para la protección de los derechos
humanos y las libertades fundamentales, de 4 de noviembre de 1950

Los textos básicos del sistema de protección de los derechos humanos en el ámbito del Consejo de Europa son el
citado Convenio de Roma de 4 de noviembre de 1950 y los Protocolos adoptados posteriormente, cuya
interpretación y aplicación de confía al TEDH.

El Consejo de Europa ha adoptado otros convenios relevantes en el ámbito de los derechos individuales de la
persona humana, entre los que se encuentran el Convenio europeo de extradición, el Convenio europeo para la
prevención del terrorismo, el Convenio europeo para la prevención de la tortura y de las penas o tratos inhumanos o
degradantes, el Convenio-marco para la protección de las minorías nacionales y el Convenio europeo para la

32
protección de los derechos humanos y de la dignidad del ser humano respecto a las aplicaciones de la biología y de la
medicina.

En cuanto al ámbito de aplicación del Convenio de Roma de 1950, los Estados partes reconocen los derechos y
libertades definidos en su Título I a toda persona dependiente de su jurisdicción, ya sea nacional o extranjero.

En relación a las reservas al Convenio europeo, su artículo 57 permite que los Estados las formulen a una disposición
particular, en la medida en que su legislación interna no sea conforme con dicha disposición. Ha de tenerse en
cuenta que el Tribunal puede declarar su invalidez si han sido alegadas en un caso sometido a su conocimiento.

En atención a su contenido, los derechos reconocidos en el Convenio de Roma de 1950 y sus Protocolos pueden ser
encuadrados en seis grupos: (1) los relativos a la protección de la vida y la integridad física y la abolición de la pena
de muerte, (2) la protección de la libertad y la tutela judicial, (3) la protección de la intimidad personal y familiar, (4)
la protección de la libertad intelectual, (5) la protección de la actividad política y (6) la protección del derecho de
propiedad y de la educación. A éstos cabe agregar la cláusula general del artículo 14, que asegura la igualdad en el
goce de los derechos y libertades reconocidos, sin distinción alguna, especialmente por razones de sexo, raza,
lengua, religión, opinión u otras circunstancias personales. El que hayan sido reconocidos en el Convenio de Roma de
1950 no implica que se establezca la misma protección para todos derechos y libertades que consagra, pues al
respecto hay que distinguir tres grupos.

a) Derechos que, por la configuración legal de su protección, sólo podrán ser vulnerados si la ley interna ha sido
infringida o no respeta el contenido esencial del derecho.
b) Derechos y libertades que pueden ser restringidos en su ejercicio si la injerencia está prevista por la ley y,
además, constituye una medida justificada por razones de protección del orden público, de prevención del
delito o de la seguridad pública y de la moral en una sociedad democrática.
c) Por último, aunque un Estado parte puede derogar el cumplimiento de las obligaciones contraídas en el
Convenio en caso de guerra o de otro peligro público que amenace la vida de la nación, sólo se permite en la
estricta medida en que la situación lo exija. Y, además, dejando siempre a salvo la protección de ciertos
derechos como el derecho a la vida, de forma que sólo los incluidos en este tercer grupo gozan de una
protección absoluta, aun en supuestos de crisis internas o internacionales.

B) La protección de los derechos y libertades por el TEDH

La garantía de respeto de los derechos y libertades reconocidos tanto en los artículos 2 a 16 del Convenio como en
sus Protocolos se confía ahora exclusivamente al TEDH, constituido por un número de jueces igual al de los Estados
partes en el Convenio.

Se trata pues de un sistema de protección de los derechos humanos de carácter jurisdiccional, en el que el TEDH
examina tanto demandas interestatales, en las que un Estado parte denuncia el incumplimiento de lo dispuesto en el
Convenio o en sus Protocolos por otro Estado parte, como demandas individuales, que pueden presentar por sí solas
las personas físicas, las organizaciones no gubernamentales o grupos de particulares que se consideren víctimas de
una violación por un Estado parte de los derechos que el Convenio y sus Protocolos reconocen. La riqueza de este
cause procedimental explica la situación dramática en cuanto a carga de trabajo que experimenta hoy día el
Tribunal.

En cuanto al funcionamiento y organización del TEDH, éste actúa a través de un Juez único, en Comités de tres juece,
en Salas de siete jueces o, eventualmente, en una Gran Sala de diecisiete jueces. El Pleno del Tribunal carece de
funciones jurisdiccionales, limitándose al desarrollo de tareas administrativas tales como la adopción del Reglamento
interno, la designación del Secretario y de los Presidentes del Tribunal y de las Salas, su composición, etc.

Los Jueces úncios resuelven con carácter definitivo, aunque su función se limita a desestimar por medio de
Decisiones las demandas individuales manifiestamente inadmisibles o decretar su archivo. En otro cas, la demanda
33
ha de ser transmitida a un Comité o a una Sala para proceder a un examen complementario. No pueden conocer las
demandas dirigidas contra el Estado a título del cual han sido designados.

El Comité de tres jueces tiene asignada una doble competencia. De un lado, por unanimidad y con carácter definitivo
puede decidir desestimar una demanda individual manifiestamente inadmisible. De otro, puede dictar una Sentencia
en la que, al mismo tiempo, se declara la admisibilidad y se resuelve sobre el fondo, siempre que la cuestión
subyacente al caso, relativa a la interpretación o la aplicación del Convenio o de sus Protocolos, ya haya dado lugar a
una jurisprudencia bien establecida del Tribunal. Los asuntos completados así son en esencia los reiteradamente
planteados al Tribunal, como los relativos a la vulneración del “plazo razonable” o aquellos respecto de los cuales
haya sido dictada con anterioridad una Sentencia por el TEDH que haya establecido la existencia de un problema
estructural, asociado con disfunciones derivadas de la legislación o de la práctica administrativa del Estado
encausado, en relación con el cual el Tribunal no ha dudado incluso en precisar las medidas a adoptar, desbordando
la naturaleza eminentemente declarativa de sus decisiones. De no existir acuerdo en el seno del Comité, el asunto
debe ser referido a una Sala. Si el juez elegido por el Estado parte en el asunto no es miembro del Comité, éste
puede invitarle a incorporarse en cualquier fase del procedimiento, en lugar de uno de sus miembros, teniendo en
cuenta todos los factores pertinentes del caso.

Las Salas de siete jueces son el elemento central de la estructura del TEDH. Resuelven sobre la admisibilidad y sobre
el fondo, en los casos no resueltos por los Jueces únicos o por los Comités. Tienen la competencia exclusiva para
conocer de las demandas interestatales, tanto para decidir sobre su admisibilidad como ara dictar Sentencia
respecto del fondo del asunto, debiendo de ordinario abordar separadamente unas y otras. En su composición figura
siempre el Juez del Estado contra el que se dirige el asunto. En caso de ausencia de este juez, o cuando no puede
participar en el caso, el Presidente del TEDH procederá a la designación de un Juez ad hoc entre los propuestos por
el Estado.

La Gran Sala sólo actúa en dos supuestos. En primer lugar, si una Sala, antes de dictar Sentencia, se inhibe en su
favor, por suscitarse una “cuestión grave” relativa a la interpretación del Convenio o de sus Protocolos, o porque la
solución dada a una cuestión pudiera ser contradictoria con una Sentencia anterior. En segundo lugar, puede
también intervenir si tras dictarse Sentencia por la Sala una de las partes solicita que sea remitida a la Gran Sala. La
Gran Sala puede emitir opiniones consultivas a solicitud del Comité de Ministros, acerca de cuestiones jurídicas
relativas a la interpretación del Convenio y de sus Protocolos, aunque se trata de una capacidad muy restringida,
pues no puede incidir en cuestiones que guarden relación con el contenido o la extensión de los derechos y
libertades definidos en el Convenio o en los Protocolos.

En cuanto al procedimiento, cabe distinguir tres fases, aunque también cabe reunir en una sola Sentencia la decisión
sobre admisibilidad y sobre el fondo.

a) En la fase de admisibilidad, el órgano de control se cerciora de si los hechos denunciados merecen ser
conocidos por el TEDH por constituye una vulneración de los derechos y libertades reconocidos en el
Convenio y en sus Protocolos. Respecto a las demandas individuales, se comprueba se el recurrente ha
agotado las vías de recurso interno a las instancias nacionales, y también se comprueba si el demandante no
a sufrido un perjuicio importante. Por último, se verifica si la demanda reúne determinados requisitos
formales: no ser anónima, no haber sido sometida con anterioridad al TEDH o a otra instancia internacional,
no plantearse fuera del plazo previsto (seis meses). Si la queja se declara inadmisible por no cumplir estas
condiciones (lo que un Juez único, o un Comité por unanimidad pueden acordar respecto a las demandas
individuales, o una Sala si es una demanda interestatal) el asunto es archivado.
b) Si se acuerda la admisión a trámite de la demanda, se abre la segunda fase, de examen contradictorio del
asunto y, eventualmente, de arreglo amistoso. Aquél se lleva a cabo mediante las exposiciones escritas y
orales de los representantes de las partes y, si resulta necesario, puede conducir bien a una indagación de
los hechos por el Tribunal o la audiencia de testigos o de peritos. Pero el Tribunal también está a disposición

34
de las partes para que éstas puedan alcanzar un arreglo amistoso, en cuyo caso dicta una resolución con un
breve resumen de los hechos y de la solución que se ha acordado. En defecto de arreglo, el procedimiento
culmina con el fallo, dictándose una sentencia motivada de la Sala que conoce el asunto, a la que los
magistrados disidentes pueden unir su opinión individual. Decisión en la que se declara si ha habido o no
violación de los derechos reconocidos en el Convenio y sus Protocolos. Cabe la posibilidad de la eventual
remisión de la Sentencia dictara por una Sala a la Gran Sala, a instancia de una parte y dentro de los tres
meses siguientes a su pronunciamiento. En este caso, un colegio de cinco Jueces examina si tal petición es
conforme con uno de los dos supuestos previstos en el art 43.2 del Convenio, y si es aceptada, la Gran Sala
se pronunciará sobre el asunto mediante Sentencia. Cuando no se solicite la remisión a la Gran Sala dentro
del plazo o ésta no sea aceptada, la Sentencia de la Sala será definitiva.
c) En lo que respecta a la fase de ejecución, los Estados tienen la obligación de acatar las Sentencias definitivas
del Tribunal en los asuntos en los que sean parte. Aunque las Sentencias son transmitidas al Comité de
Ministros, quien velará por su ejecución, la ejecución en cuanto tal corresponde al Estado parte condenado,
de acuerdo con los procedimientos previstos en su legislación interna, lo que llevará de ordinario a la
revisión del acto o la legislación causante de la vulneración, para evitar que se reproduzcan los recursos. Si el
derecho interno sólo permite de forma imperfecta reparar las consecuencias de la medida causante de la
vulneración, la decisión del Tribunal fijará una indemnización adecuada a la parte lesionada.

D) La protección de los derechos humanos en el ámbito de la Unión Europea

Los derechos fundamentales forman parte de los principios generales del derecho, cuyo respeto garantiza el Tribunal
de Justicia, al ser comunes a las tradiciones constitucionales de los Estados miembros. La salvaguardia de estos
derechos debe ser asegurada en el marco de la estructura y los objetivos de la Comunidad.

La evolución de este tema en el ámbito de la UE ha llevado, de un lado, a la elaboración de un catálogo propio de


derechos y libertades, plasmado en la Carta de los Derechos fundamentales de la UE, cuyos efectos jurídicos
vinculantes establece el actual artículo 6.1 del TJUE, al afirmar que aquélla tendrá el mismo valor jurídico de los
tratados, si bien algunos Estados han excluido tal posibilidad en su ámbito interno. De otro, a reforzar las garantías
en relación con el respeto de estos derechos a través de la incorporación de la UE al convenio Europeo, para lo cual
se ha introducido una previsión específica, que establece que: “La Unión se adherirá al Convenio Europeo para la
Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades fundamentales. Esta adhesión no modificará las
competencias de la Unión que se definen en los Tratados”.

Por otra parte, el artículo 7 TJUE establece unos mecanismos sui generis a través de los cuales se puede controlar el
respeto por los Estados miembros de los derechos y libertades fundamentales, garantizados en los textos
precedentes. De un lado, el artículo 7 TJUE establece un procedimiento de carácter preventivo, según el cual se
confiere la posibilidad de que el Consejo, por iniciativa motivada de un tercio de los Estados miembros, del
Parlamento europeo o a propuesta de la Comisión (previa autorización del Parlamento), pueda constatar el riesgo
claro de violación grave de los valores enunciados en el artículo 2 TJUE. Por su parte, el artículo 7.2 TJUE establece
un procedimiento de carácter represivo con arreglo al cual el Consejo puede adoptar, por unanimidad, una decisión
constatando la existencia de una violación grave y persistente de dichos valores, atribuible a un Estado miembro,
pudiendo acordar que se suspendan determinados derechos derivados de la aplicación de los Tratados al Estado
miembro de que se trate, incluidos los derechos de voto en el Consejo, así como modificar o derogar ulteriormente
las medidas adoptadas.

El Reglamento 168/2007 del Consejo ha creado una Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, a
la que se asignan tareas vinculadas con el asesoramiento a las instituciones, órganos, organismos y agencias
competentes de la UE, en materia de derechos fundamentales con el fin de ayudarles a respetarlos plenamente
cuando adopten medidas o establezcan líneas de actuación en sus esferas de competencia respectivas.

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La solidez de los compromisos de la Unión en relación con el respeto de los derechos humanos se refrenda con la
disposición contenida en el artículo 6.3 TJUE, que recoge las afirmaciones más significativas del acervo
jurisprudencial de la UE, al afirmar que los derechos fundamentales garantizados en el Convenio Europeo y los que
son fruto de las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros forman parte del Derecho de la Unión
como principios generales, tal como ha venido proclamando el TJUE.

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TEMA VII: EL ARREGLO PACÍFICO DE LAS CONTROVERSIAS INTERNACIONALES

I. El principio de arreglo pacífico de las controversias internacionales y la noción de controversia internacional

El fundamento del principio de arreglo pacífico de controversias es la igualdad soberana de los Estados, lo que tiene
dos tipos de implicaciones. De un lado, que los terceros Estados deberán respetar la independencia de las partes en
el arreglo de la controversia pendiente entre ellas, absteniéndose de intervenir en la misma, salvo para ofrecer sus
buenos oficios o porque las propias partes lo requiera. De otro, que cuando las partes se han sometido a un
determinado procedimiento de arreglo, su desarrollo está sometido a la igualdad de armas.

El contenido esencial del principio es que los Estados deben arreglar sus controversias internacionales
exclusivamente por medios pacíficos, rigiendo en este sentido el principio de libre elección de medios. Estos medios
son, entre otros, la negociación, la investigación, la conciliación, el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a
organismos o acuerdos regionales, etc.

En cuanto a su alcance, las partes están obligadas a tratar de lograr un arreglo pronto y equitativo de la controversia,
de forma que, en caso de que las partes en una controversia no lleguen prontamente a una solución recurriendo a
cualquiera de los medios de arreglo anteriormente mencionados, las partes seguirán buscando una solución pacífica
y celebrarán de inmediato consultas sobre medios mutuamente convenidos de resolver pacíficamente la
controversia. En particular, si la prolongación en el tiempo de la controversia puede poner en peligro la paz y la
seguridad internacionales, las partes deberán someterla al Consejo de Seguridad, sin perjuicio de los poderes de
actuación que este órgano tiene de conformidad con la Carta.

Los textos internacionales coinciden en utilizar la noción de controversia internacional. Mientras que desde un punto
de vista sociológico se entiende que existe un “conflicto” cuando entre dos o más sujetos surge una oposición de
intereses y pretensiones, manifestada en sus relaciones mutuas, que es susceptible tanto de alterar éstas como de
amenazar la paz del grupo social, el concepto de “controversia” es de carácter jurídico, siendo clásica la definición
proporcionada por la CPJI en el sentido de que “una controversia internacional es un de acuerdo sobre un punto de
derecho o de hecho, una oposición de tesis jurídicas o de intereses entre dos personas”. Para establecer la existencia
de una controversia hay que demostrar que la reclamación de una de las partes se enfrenta al rechazo manifiesto de
la otra.

Así pues, para determinar la existencia de una controversia es preciso tener en cuenta dos aspectos. En primer lugar,
la existencia de una oposición de actitudes entre dos o más Estados, en relación con un determinado punto de hecho
o de derecho, lo que requiere que la oposición de puntos de vista se mantenga tras haberse formulado una
pretensión por una parte y la respuesta de la otra. En segundo lugar, la exteriorización de la controversia. No basta
que una de las partes en un asunto contencioso afirme la existencia de una controversia con otra parte, sino que
hace falta demostrar que la reclamación de una de las partes se enfrenta con una oposición manifiesta de la otra.

De otro lado, la noción de controversia comprende, en sentido amplio, tanto las políticas como las de carácter
jurídico. Esto se basa en que, en las primeras, un Estado pretende una modificación del comportamiento de otro sin
invocar como fundamento de su pretensión la existencia de una obligación jurídica por parte de éste, de manera que
el arreglo sólo puede ser el resultado de una decisión política, mientras que en las segundas su objeto se vincula con
concretos derechos y obligaciones establecidos por el derecho internacional, y por tanto, puede ser resuelta de
acuerdo con el derecho. Esta distinción no puede hacerse de forma tajante, porque nada impide que en una
controversia de orden jurídico también puedan estar presentes en muchos casos aspectos políticos.

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II. Los procedimientos de arreglo pacífico de las controversias internacionales: clasificación

Se puede atender a que el arreglo se confíe exclusivamente a las partes (la negociación) o, por el contrario,
intervenga más o menso decisivamente un tercero (Estado, Organización u órgano internacional), lo que permite
hablar de procedimientos de autosolución u de heterosolución respectivamente. También cabe distinguir entre
procedimientos jurisdiccionales y no jurisdiccionales, según que el arreglo del conflicto de alcance mediante la
aplicación por el juez o el árbitro del derecho internacional (arbitraje, arreglo judicial) o por causes diplomáticos
(buenos oficios, mediación, encuesta, conciliación). La elección de unos u otros medios es relevante en cuanto al
resultado del arreglo, pues si las partes han elegido un procedimiento jurisdiccional, consienten en que la decisión
que dicte el Tribunal sea obligatoria y definitiva para ellas como res iucata. En cambio, si eligen un procedimiento de
arreglo de carácter no jurisdiccional, las partes pueden aceptar, pero también rechazar, la solución dada por el
tercero, conservando así su libertad para considerar o no como definitiva dicha solución.

III. Los procedimientos de arreglo no jurisdiccionales

A esta categoría pertenecen los buenos oficios, la negociación, la determinación de los hechos y la conciliación

1. La negociación

Las negociaciones diplomáticas constituyen el principal medio de arreglo pacífico. Esto se debe, en primer lugar, al
hecho de ser un cauce flexible y aplicable a cualquier tipo de controversia. En segundo lugar, a su carácter directo, lo
que permite a las partes exponer directamente y con entera reserva sus puntos de vista y propuestas. Por último, a
que hacen posible que se alcance un pronto resultado en el arreglo de la controversia.

Una vez iniciada la negociación, en su desarrollo han de tenerse en cuenta varios extremos. Entre ellos cabe destacar
que del principio de buena fe se deriva que las partes están obligadas a conducirse de manera que las negociaciones
sean significativas, lo que no sucederá si cualquiera de ellas insiste en su propia posición son prever ninguna
modificación de la misma. Este principio también impone a las pares el deber de abstenerse durante en curso de la
negociación de cualquier acción unilateral susceptible de agravar la controversia u obtener una posición de ventaja
mediante vías de hecho.

Si se considera la negociación en relación con otros procedimientos de arreglo ha de recordarse que, aun siento un
medio autónomo, puede constituir la fase previa a otros procedimientos, y también puede coexistir con otros
procedimientos de arreglo en curso.

2. Los buenos oficios y la mediación

Estos dos procedimientos de arreglo se caracterizan por la intervención de uno o varios Estados, terceros en la
controversia, a petición de ambas partes o por iniciativa de un tercero aceptada por aquéllas, teniendo en cuenta
que el ejercicio de este derecho no puede nunca ser considerado, por una u otra de las partes en litigio, como un
acto poco amistoso.

Entre ambos procedimientos existe una diferencia en cuanto al alcance de la intervención del tercero, pues en
sentido estricto, en los buenos oficios el tercero sólo trata de establecer o restablecer el contacto entre las partes y
se limita a transmitir las propuestas de una de ellas a la otra, aunque sin tomar parte en las negociaciones ni
formular propuestas, de manera que su función sólo es la de servir de cauce para la comunicación o el diálogo entre
las partes. En cambio, la intervención del tercer Estado en la mediación va más lejos y es más formal, pues el
mediador, tras examinar las alegaciones de las partes, puede presentar una propuesta de arreglo, sin carácter
obligatorio, y a partir de sus respuestas a dicha propuesta, tratará de lograr el acuerdo entre éstas.

En la práctica, sin embargo, la diferencia entre ellos en muchos casos se hace borrosa, comenzando como buenos
oficios y pasando después a la mediación. En efecto, el tercer Estado puede servir no sólo de cauce de comunicación

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entre las partes sino ir más allá y, con base en proposiciones aceptadas por ellas, proponerles concretas soluciones
de arreglo.

3. La determinación de los hechos

También se la denomina “investigación” o “encuestas”. El procedimiento de determinación de los hechos, tal como
fue concebido en las Conferencias de La Haya, posee las siguientes características. En primer lugar, su finalidad sólo
es la de esclarecer una cuestión de hecho, en disputa entre las partes, mediante un examen completo, objetivo e
imparcial. En segundo lugar, se trata de un procedimiento facultativo, pues las comisiones de investigación de
constituyen por medio de un convenio especial y el informe con el que terminan su tarea no tiene carácter
obligatorio. En la actualidad, la determinación de los hechos puede constituir un procedimiento autónomo.

4. La conciliación

En esencia, entraña el sometimiento de la controversia a una comisión compuesta por personas cualificadas, para el
examen de las cuestiones debatidas y la elaboración de un informe en el que se proponen términos de acuerdo no
vinculantes para las partes. Aunque el recurso a la conciliación es voluntario, las partes pueden convenir
previamente en un tratado en vigor entre ellas que tenga un carácter obligatorio.

La comisión de conciliación está compuesta de ordinario por cinco miembros, de los cuales cada Estado designa uno,
siendo elegidos los tres restantes de común acuerdo entre nacionales de terceros Estados. En cuanto a las funciones
de la comisión, se han señalado dos: dilucidar las cuestiones controvertidas, recabando de las partes la información
apropiada, y tratar de conciliar sus puntos de vista para que éstas lleguen a un arreglo, constituyendo el informe de
la comisión debe presentar al finalizar su trabajo el medio para lograr la conciliación. A diferencia del procedimiento
de investigación, la comisión de conciliación se pronuncia tanto sobre hechos sobre como el derecho aplicable.

Se trata pues de un procedimiento susceptible de ser empleado respecto a cualquier tipo de controversias y en el
que su carácter no vinculante puede eliminar las reticencias de los Estados frente a los procedimientos
jurisdiccionales.

V. El arreglo judicial. La Corte Internacional de Justicia

El arreglo judicial está basado en la existencia de un tribunal internacional de carácter permanente, al que se ha
atribuido el ejercicio de la función jurisdiccional para resolver las controversias jurídicas entre Estados mediante la
aplicación del Derecho internacional. Con carácter general, la primera jurisdicción internacional ha sido la Corte
Permanente de Justicia Internacional, cuya sucesora es la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Todos los miembros de
las NNUU son partes ipso facto del Estatuto de la CIJ. La desaparición de la anterior CPJI y su sustitución por la actual
CIJ no constituyó, sin embargo, una ruptura radical, en primer lugar por la similitud entre los Estatutos de uno u otro,
en segundo lugar porque la competencia atribuida a la CPJI por cláusulas facultativas, compromisionarias o
convencionales, se extendió automáticamente a la CIJ y a los Estados partes del nuevo Estatuto, y en tercer lugar
porque la CPIJ adoptó en 1945 las medidas necesarias para la transferencia de sus archivos, instalaciones, servicios y
bienes a la nueva CIJ.

Sólo la jurisdicción de la CIJ tiene carácter general, aunque fuera del ámbito del arreglo pacífico de las controversias
internacionales la jurisdicción internacional tiene en la actualidad otras manifestaciones, ya sea vinculadas a los
mecanismos de control del respeto de los derechos humanos (como el TEDH), ya sea para juzgar a individuos por la
comisión de crímenes de trascendencia internacional (CPI), incluso se han creado Tribunales mixtos por acuerdo
entre las NNUU y un Estado concreto. Todo ello sin olvidar que los procesos regionales de integración cuentan con
tribunales cuya misión es garantizar la interpretación y la aplicación uniforme del ordenamiento jurídico autónomo
correspondiente, como es el caso del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

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1. Composición y organización de la CIJ

Al igual que su predecesor, la CIJ está compuesta por quince jueces, sin que dos de ellos puedan ostentar la misma
nacionalidad. Se exige que cumplan ciertas condiciones individuales, y que en conjunto representen los principales
sistemas jurídicos del mundo. Su elección se lleva a cabo mediante votación separada en la AG y en el CS. Para ser
declarado electo, el candidato deberá obtener la mayoría absoluta en ambos órganos, que votan al mismo tiempo.
En la práctica operan ciertos gentlemen’s agreements que traducen un acuerdo tácito sobre el reparto geográfico de
los puestos a cubrir (África 2, América Latina y Caribe 2, Asia 3, Europa occidental y otros Estados 5, Europa oriental
2; entre ellos hay siempre jueces de la nacionalidad de los cinco miembros permanentes del CS)

Los jueces de la CIJ son elegidos por un período de nueve años, pudiendo ser reelegidos. Se procede cada tres años a
la renovación de un tercio de los miembros. En caso de fallecimiento de un miembro, se elige a un sustituto hasta el
término del mandato de su predecesor. El Presidente se elige por los miembros de la Corte para un período de tres
años y representa al órgano, dirige los trabajos, los servicios, los debates y las vistas, y tiene voto de calidad en los
empates. Será sustituido en las ausencias o en los casos de imposibilidad de actuar por el Vicepresidente, también
elegido por la Corte para el mismo período. Para favorecer la independencia de los miembros de la CIJ, se declara su
inamovilidad, a no ser que los demás miembros consideren unánimemente que han dejado de satisfacer las
condiciones requeridas. Además, los jueces gozan de privilegios e inmunidades diplomáticas en el ejercicio de sus
funciones.

Cuando en un asunto ante la CIJ una de las partes cuente con un juez de su nacionalidad entre los miembros del
tribunal, la otra parte tendrá derecho a designar una persona de su elección para que tome asiento en calidad de
magistrado. Los jueces así designados, cuyas funciones se limitan al conocimiento de un asunto determinado, son los
llamados jueces ad hoc, que constituyen un residuo del arreglo arbitral. Si la designación de los jueces ad hoc opera
de ordinario en los supuestos de jurisdicción contenciosa, donde existe un litigio entre Estados, el artículo 31 del
Estatuto no distingue entre este supuesto y el de la jurisdicción consultiva.

Por lo que se refiere a su organización, la Corte ejerce sus funciones jurisdiccionales en sesión plenaria, pero también
se ha previsto la constitución de Salas, con composición más restringida, de dos tipos:

- Las salas ordinarias, cuya actividad es prácticamente inexistente.


- Las salas ad hoc, constituidas en cualquier momento por el tribunal a solicitud de las partes para conocer un
asunto determinado. Los Estados vienen haciendo un uso creciente de este tipo de Salas, por la flexibilidad
que ofrecen para configurar el órgano judicial, dado que las partes son consultadas sobre su composición.

La autonomía de las Salas se manifiesta en que pueden elegir su Presidente y su competencia se extiende a la
admisión de una demanda de intervención hecha por un tercer Estado.

Las tareas administrativas de la CIJ reposan sobre su Secretaría, que está compuesta por un Secretario y otros
funcionarios. Los miembros de la Corte eligen al Secretario y al Secretario adjunto entre los candidatos que ellos
mismos proponen, para un mandato de siete años. Los restantes funcionarios son nombrados por la Corte a
propuesta del Secretario. Entre las funciones del Secretario cabe destacar que es el intermediario obligado de todas
las comunicaciones que emanan de la CIJ o se dirigen a ésta, recibiendo, por ejemplo, las demandas. Está encargado
de transmitir los documentos recibidos de una parte a otra. Tiene a su cargo la Lista General de asuntos planteados
ante la Corte. Asiste a las sesiones del Pleno y de las Salas y levanta las actas de las sesiones, firmando las sentencias,
opiniones consultivas y autos que dicta la CIJ.

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2. La jurisdicción contenciosa de la CIJ

La CIJ puede ejercer su función jurisdiccional tanto en materia contenciosa como en materia consultiva. Por razón de
los sujetos, la jurisdicción contenciosa es exclusivamente interestatal, ya que sólo los Estados pueden ser partes en
litigios ante la CIJ. Pero para tener acceso a la Corte se requiere, además, que los Estados sean partes en el Estatuto,
condición que la Carta atribuye ipso facto a todos los Miembros de las Naciones Unidas desde su admisión en la
Organización. Los Estados no miembros de las NNUU pueden convertirse en partes en el Estatuto y tener acceso a la
Corte aceptando ciertas condiciones, de conformidad con lo dispuesto en la Carta y en el Estatuto. Por razón de la
materia, la jurisdicción contenciosa de la Corte se limita a las controversias de orden jurídico, pues la Corte es un
órgano judicial y ha de resolverla aplicando el derecho internacional. La Corte ha señalado en diversas ocasiones que
el hecho de que una controversia presente también aspectos políticos no impide que se ocupe de ella. Hay que tener
en cuenta que, al no ser obligatoria, la jurisdicción contenciosa de la CIJ sólo se extiende a los litigios que las partes le
sometan de conformidad con el Estatuto y el Reglamento.

El fundamento de la jurisdicción de la CIJ en materia contenciosa se basa en el consentimiento de los Estados,


requisito al que se ha referido reiteradamente la jurisprudencia, considerando que es expresión de un principio de
derecho internacional bien establecido e incorporado al Estatuto que el Tribunal no puede ejercer su jurisdicción
respecto de un Estado si no es con el consentimiento de éste.

Por tanto, para que la Corte pueda ejercer su jurisdicción en materia contenciosa respecto a un determinado cas es
preciso que los Estados partes de la controversia hayan manifestado su consentimiento por alguno de los cuatro
cauces posibles:

- Compromiso: es un acuerdo ad hoc y posterior al nacimiento de la controversia. Son sus disposiciones las
que determinan la competencia de la Corte y establecen sus límites. Si una vez celebrado surgen
discrepancias entre las partes sobre la interpretación de sus términos, el compromiso, en cuanto acuerdo
internacional, deberá interpretarse según las reglas del derecho internacional general que rigen la
interpretación de los tratados. Cabe señalar que para que el compromiso produzca efectos procesales debe
haber sido no sólo registrado en la Secretaría de las Naciones Unidas, sino también notificado a la Corte.
- Actos concluyentes ante la Corte: es el llamado fórum prorogatum o aceptación implícita de la competencia
judicial, institución procesal que se justifica por la ausencia de formalismo en la manifestación del
consentimiento, ya que si éste existe, ni el Estatuto ni el Reglamento requieren que ese consentimiento se
exprese de una forma determinada. El consentimiento permitiendo la jurisdicción de la Corte debe ser claro.
Cualquiera que sea el fundamento de la jurisdicción, la actitud del Estado demandado debe ser considerada
una manifestación inequívoca del deseo de ese Estado de aceptar la jurisdicción de la Corte de una manera
voluntaria e incontrovertida. Para que la corte pueda tener jurisdicción sobre la base del fórum prorogatum,
el elemento consensual debe ser explícito o bien deducirse de la conducta del Estado.
- Acuerdo internacional en vigor celebrado antes de que surja la controversia: es un cauce de expresión del
consentimiento en el que éste se presta hacia el futuro. Es irrelevante que, tras iniciarse el litigio, el tratado
termine o sea denunciado, como ha ocurrido en varios asuntos, pues la Corte opera sobre la base del
“derecho en vigor” entre las partes al plantearse el litigio y, de este modo, la denuncia o terminación
posterior no pueden privar al Tribunal de una competencia ya establecida.
- Declaraciones de aceptación de la jurisdicción obligatoria de la CIJ: mediante ellas un Estado reconoce como
obligatorioa ipso facto y son convenio especial la jurisdicción de la Corte respecto a cualquier otro Estado
que también haya suscrito una declaración aceptándola. Cada una de estas declaraciones es, en sí misma, un
acto unilateral y no un tratado, pero la coincidencia de dos declaraciones crea una serie de vínculos
bilaterales con los otros Estados que aceptan la misma obligación. Por medio de estas declaraciones se
confiere jurisdicción a la Corte únicamente en la medida en que las dos declaraciones coinciden en
conferirla. Se requiere no sólo un criterio de “mutualidad”, sino también de “reciprocidad”. La finalidad de

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estas declaraciones es la de potenciar la jurisdicción obligatoria de la CIJ. Sin embargo, su eficacia se halla
limitada en la práctica por varios factores.
a) En primer lugar, por su carácter facultativo, pues los Estados son absolutamente libres se suscribir o no
suscribir tales declaraciones.
b) En segundo lugar, porque corresponde a cada Estado, cuando formula una declaración, decidir sobre los
límites de su aceptación de la jurisdicción de la Corte, lo que permite que las declaraciones se formulen
con una limitación temporal y, además, que estén acompañadas de reservas que restringen su aplicación
a determinadas condiciones o circunstancias de los litigios.

En lo que respecta a su limitación temporal, las declaraciones pueden hacerse por un tiempo determinado,
con renovación automática o no por períodos similares. Y también por tiempo indefinido, sin ulterior
condición o con reserva de la posibilidad de modificación, retiro, denuncia o terminación unilateral, ya sea
sin preaviso o con un preaviso de seis meses.

En cuanto a las reservas o condiciones con las que se acepta la jurisdicción obligatoria de la Corte, deben
tenerse en cuenta tres supuestos. En primer lugar, cabe establecer un límite ratione temporis, que excluye
aquellas controversias surgidas antes de su remisión al Secretario General de las Naciones Unidas para su
depósito o relativas a hechos o situaciones acaecidas con anterioridad a dicha fecha, aunque dichos hechos o
situaciones puedan seguir manifestándose o surtiendo efectos con posterioridad a la misma. A esto se
agrega la exclusión de las controversias en las que la otra parte o partes hayan aceptado la jurisdicción
obligatoria de la Corte con menos de doce meses de antelación a la fecha de la presentación de la solicitud
escrita incoando el procedimiento correspondiente a la Corte.

En segundo término, son posibles las limitaciones ratione personae, excluyendo las controversias que se
susciten con determinados Estados.

Por último, las declaraciones pueden contener limitaciones ratione materiae, excluyendo la jurisdicción del
Tribunal sobre ciertas controversias o determinadas categorías de controversias. Muy frecuentemente se
excluyen las controversias derivadas de un tratado multilateral, salvo que todos los Estados partes en dicho
tratado lo sean también en la controversia. Ciertas declaraciones excluyen las controversias sobre los
asuntos que pertenecen a la jurisdicción interna de los Estados.

La jurisprudencia reciente ha rechazado las propuestas de algunos Estados de declarar inválida o interpretar
restrictivamente alguna reserva. La Corte recuerda que una declaración de aceptación de la jurisdicción
obligatoria de la Corte, haya sido o no provista de límites específicos, es un acto unilateral de soberanía del
Estado, y que los Estados son libres de limitar el ámbito ratione personae que deseen dar a su aceptación de
la jurisdicción obligatoria de la Corte.

3. El procedimiento ante la CIJ

A) Aspectos generales

Se inicia mediante un acto de parte, que constituye la condición procesal necesaria para que la Corte ejerza su
jurisdicción. Al iniciar el procedimiento, es preciso que las partes designen oficialmente agentes en La Haya, la sede
de la CIJ, para el envío de todas las notificaciones pertinentes. Posteriormente, en el curso de la fase oral, podrán
intervenir en nombre de cada Estado parte los agentes, consejeros, abogados y expertos que designe. Los idiomas
oficiales de la Corte serán el francés y el inglés, aunque si lo solicitara alguna de las partes, la Corte autorizará a usar
cualquier otro idioma. Si la Corte aprueba que las partes en procedimientos separados tienen un mismo interés, es
decir, presentan los mismos argumentos y llegan a las mismas conclusiones contra el mismo oponente en relación a
la misma cuestión, podrá ordenar la acumulación de los procedimientos por medio de un Auto. Las partes no podrán
designar más que un solo juez ad hoc, presentarán sus alegatos y escritos conjuntamente y se dictará un solo fallo.

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El procedimiento ante la Corte consiste en una fase escrita y otra oral. La primera consiste en la presentación por las
partes de escritos que contienen una exposición detallada de los hechos y fundamentos de derecho en que se
apoyan, así como la respuesta a los argumentos de la otra parte. El Presidente de la Corte se entrevista con los
agentes de las partes para conocer sus puntos de vista sobre el número y el orden de presentación de escritos, así
como los plazos dentro de los cuales se han de presentar. Los escritos previstos son la memoria y la contramemoria
y, si la Corte lo autoriza, la réplica y la dúplica, a los que acompañan como anejos los documentos en que cada parte
apoya su propia tesis. En cada uno de estos escritos deben figurar las conclusiones.

Presentado el último escrito, la Corte determina la apertura del procedimiento oral, que se desarrolla en audiencias
públicas, donde los agentes y consejeros de las partes exponen las respectivas tesis y, en su caso, prestan
declaraciones los testigos y expertos. La CIJ podrá comisionar a instituciones, organismos o individuos para que
elaboren informas o emitan dictámenes sobre un aspecto del asunto en cuestión. Una vez finalizada la fase oral, los
agentes expondrán sus conclusiones definitivas. El Presidente declarará entonces terminada la vista y la Corte
iniciará sus deliberaciones, que tendrán carácter secreto.

B) Incidentes procesales

Entre los incidentes procesales que pueden plantearse cabe destacar la solicitud de medidas provisionales, las
excepciones preliminares, las demandas reconvencionales, la incomparecencia del demandado, las demandas de
intervención de terceros y el desistimiento.

Las medidas provisionales son una facultad inherente a la CIJ como órgano judicial, cuya finalidad es la de
salvaguardar los derechos de las partes en el proceso en tanto no se proceda a dictar sentencia.

Las excepciones preliminares son un medio de defensa que el Estado demandado puede utilizar con carácter previo
a entrar en el fondo del asunto y que pueden versar bien sobre la ausencia de competencia de la Corte para conocer
el litigio o sobre la admisibilidad de la demanda. Su efecto consiste en suspender el procedimiento sobre el fondo del
asunto, iniciándose un nuevo procedimiento sobre el examen de la excepción, que la Corte resolverá mediante una
sentencia. Si acoge la excepción del demandado, concluye el litigio, en caso contrario se fijarán los plazos para la
continuación del procedimiento inicial sobre el fondo.

Mediante la reconvención, la parte demandada interpone una acción contra la parte demandante, para que sea
resuelta en la misma sentencia. La Corte sólo podrá admitir una demanda reconvencional si entra dentro del ámbito
de su competencia y tiene conexión directa con el objeto de la demanda de la otra parte, condiciones que la Corte
considera de “admisibilidad”. El porqué de estas condiciones es que el demandado no debería aprovecharse de la
acción reconvencional para plantear ante el juez internacional demandas que excederían los límites dentro de los
cuales las partes han reconocido su competencia, y que el demandado no debería tampoco por esta vía imponer al
demandante cualquier demanda, con el riesgo de lesionar los derechos de éste y de comprometer la buena
administración de la justicia.

En el momento inicial del procedimiento puede producirse la incomparecencia del Estado demandado, supuesto de
rebeldía procesal, en el que se faculta al demandante a solicitar a la Corte que decida a su favor.

En cuanto a la intervención de terceros Estados en el procedimiento, todos ellos tienen derecho a intervenir en el
proceso, siendo entonces obligatoria para los intervinientes la interpretación contenida en el fallo.

El desistimiento puede producirse por acuerdo entre las partes o por decisión del demandante. En este último
supuesto, el demandado podrá oponerse, en cuyo caso continuará el procedimiento, de no ser así la Corte dictará un
Auto tomando nota del desistimiento y ordenando la cancelación del asunto de que se trate del Registro General de
la Corte, haciéndose lo mismo en caso de desistimiento por acuerdo.

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4. La Sentencia de la CIJ y los recursos

Salvo el arreglo amistoso entre las partes o el desistimiento del Estado demandante, los asuntos de la CIJ finalizan
con una Sentencia. Una vez establecido el texto final, el proyecto de sentencia es valorado por los miembros de la
Corte. Sus decisiones de adoptarán por mayoría de votos de los magistrados presentes, aunque en caso de empate
decide el voto cualificado del Presidente.

En su parte dispositiva, el fallo, la decisión de la CIJ se adopta en relación con las peticiones formuladas por las partes
en sus conclusiones definitivas. En la parte dispositiva de la sentencia consta no solamente el número sino también
el nombre de los jueces que constituyen la mayoría sobre cada punto del fallo. El texto de la sentencia puede ir
acompañado de opiniones individuales suscritas por un juez que ha votado a favor de la decisión de la Corte, pero
que está en desacuerdo con la fundamentación o ha sido impulsado a votar a favor del fallo por razones distintas o
adicionales. Las opiniones disidentes expresan las razones por las que un juez está en desacuerdo con la parte
dispositiva del fallo.

Las sentencias de la CIJ son definitivas e inapelables desde el mismo día en que se hacen públicas. Son obligatorias y
producen efecto de cosa juzgada, aunque su alcance es relativo, ya que sólo son obligatorias para las partes en litigio
y respecto del caso que ha sido decidido. Frente a las sentencias del Tribunal caben dos posibles recursos: el de
interpretación y el de revisión.

- El primero se sustancia ante el propio órgano judicial en caso de desacuerdo de un Estado parte sobre el
sentido o alcance del fallo, debiendo indicar el solicitante con precisión el aspecto o aspectos discutidos.
Toda solicitud de interpretación debe versar sobre la parte dispositiva de la sentencia y no puede referirse a
los motivos más que en la medida en que éstos sean inseparables de la parte dispositiva.
- Para la revisión de un fallo se establece un “procedimiento en dos tiempos”. El primero, limitado a la
admisibilidad de la demanda de revisión y el segundo, si ésta se ha declarado admisible, sobre el fondo. La
clave de la revisión radica en las cinco condiciones a las que se subordina la admisibilidad: que la demanda
de revisión se base en el descubrimiento de un hecho que sea anterior a la sentencia que se quiere revisar y
haya sido descubierto posteriormente, que ese hecho sea de tal naturaleza que pueda ejercer una influencia
decisiva sobre la decisión anterior, que no haya sido conocido ni por la Corte ni por la parte que solicita la
revisión antes de pronunciarse la sentencia sin culpa ni negligencia en ignorarlo, y que la demanda de
revisión de plantee dentro de los seis medes posteriores al descubrimiento del hecho y antes de los diez
años de dictarse sentencia.

Cada miembro de las Naciones Unidad se compromete a cumplir la decisión de la Corte Internacional de Justicia en
todo litigio de que sea parte.

En los supuestos de incumplimiento, el Estado perjudicado puede utilizar las medidas de autotutela. Se puede acudir
a la cooperación de terceros Estados para lograr la ejecución de la sentencia, recurriendo incluso a los tribuales
internos de esos Estados. Si una de las partes en un litigio deja de cumplir las obligaciones que le imponga un fallo de
la Corte, la otra parte podrá recurrir al Consejo de Seguridad, el cual podrá, si lo cree necesario, hacer
recomendaciones o dictar medidas con el objeto de que se lleve a cabo la ejecución del fallo.

5. La jurisdicción consultiva de la CIJ

En la jurisdicción consultiva de la Corte se da un dictamen u opinión en derecho cobre cuestiones jurídicas, a


solicitud de los órganos de NNUU o de los organismos especializados que sean autorizados para ello. Se permite que
la AG y el CS las pidan sobre cualquier cuestión jurídica, en cambio los demás órganos de las NNUU y los organismos
especializados del sistema de las NNUU sólo pueden solicitarlo con autorización de la AG.

Aun habiendo sido solicitado el dictamen por un órgano habilitado para pedirlo, la Corte sólo será competente para
darlo si su objeto son “cuestiones jurídicas”, es decir, aquellas planteadas en términos jurídicos y que susciten
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problemas de derecho internacional. La Corte no ha excluido que deba dar una respuesta si se trata de una cuestión
abstracta, pues puede emitir la opinión sobre cualquier cuestión jurídica, sea abstracta o no. Tampoco lo ha excluido
aunque la cuestión planteada no sea “clara”. Tampoco excluye el ejercicio de su función consultiva el hecho de que
en la cuestión jurídica también estén presentes aspectos políticos o puedan entrañar consecuencias de esta índole,
pues la respuesta el problema jurídico planteado puede ser necesaria para que la organización solicitante del
dictamen pueda actuar.

La CIJ puede determinar si existe alguna razón para negarse a ejercer esa competencia, pues la Corte entiende que
se deja a su discreción el dar o no la opinión consultiva solicitada, aunque en principio no debería denegarse el
dictamen a menos que existan razones imperiosas o decisivas. En realizad la CIJ nunca se ha negado a dar una
opinión.

El procedimiento ante la CIJ en el ejercicio de la función consultiva de articula en dos fases. En primer lugar, se
procederá a la apertura de una fase escrita, de exposiciones o comunicaciones, que irá seguida de una fase oral, con
intervenciones de los representantes de los Estados y OOII que hayan comparecido. Por último, cabe destacar que la
Opinión Consultiva de estructura formalmente como si se tratara de una sentencia de la CIJ, contando con una
fundamentación y unas conclusiones en las que se concreta la respuesta a la cuestión jurídica planteada, pudiendo ir
acompañada de declaraciones y de opiniones individuales o disidentes de los jueces.

En cuanto a los efectos jurídicos de una opinión consultiva, la destinataria de ésta es la organización solicitante y no
los Estados miembros. La opinión no posee eficacia obligatoria, pero cuando ésta se refiere al ámbito institucional de
una organización internacional tiene un valor cuasi-obligatorio. Algunos textos han introducido, entre los
procedimientos de arreglo de controversias relativos a las causas de nulidad derivadas de la violación de una norma
de ius cogens, la solicitud de una opinión consultiva de la CIJ, la cual será aceptada por todas las partes de la
controversia de que se trate. Esto está previsto para los casos en que sean parte en la controversia una o varias
organizaciones y pretende paliar la falta de legitimación de éstas en la jurisdicción contenciosa de la Corte.

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