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CRISIS CONTEMPORANEA y PERDIDA

DEL SENTIDO DEL PECADO


(Reflexiones a partir de la Encíclica
"Redemptor Hominis")

ANTONIO ARANDA

La reciente Encíclica de Juan Pablo II 1, dada al comienzo de


su ministerio pontifical, en una hora solemne para la vida de la
Iglesia y de la entera familia humana 2, constituye un obligado
centro de interés para toda la Iglesia contemporánea tanto por
las enseñanzas que contiene como por el horizonte que descubre,
pleno de graves cuestiones que están pidiendo un análisis deteni-
do y profundo, pero, sobre todo, unas soluciones coherentes con
el sentido cristiano de la vida y del hombre. Entre tales cuestio-
nes -y, en cierta manera, como síntesis de todas ellas- destaca
la evidente disyunción entre progreso social y progreso moral, sig-
no prototipico de una época espiritualmente perezosa que tiende
a convertir en norma y en dogma las soluciones menores e in-
cluso erradas. ¿Qué respuesta y qué caminos deben ofrecer el pen-
samiento y la praxis cristianos a este mundo que ha hecho cos-
tumbre de la perplejidad, y del temor modo angustioso de vida?
Analicemos el problema, siguiendo las palabras de Juan Pa-
blo TI:
"El progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización
de nuestro tiempo, que está marcado por el dominio de la
técnica, exigen un desarrollo proporcional de la moral y de
1. Encíclica Redemptor HominiS, 4 de marzo de 1979.
2. RH, n. 1.

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la ética. Sin embargo, este último parece, por desgracia,


haberse quedado atrás. Por eso, este progreso ( ... ) no pue-
de menos que engendrar múltiples inquietudes. La primera
inquietud se refiere a la cuestión esencial y fundamental:
este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, ¿hace la
vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, más
humana? ¿La hace más digna del hombre?" 3.

Esta es la pregunta, afirma a continuación el Pontífice, que de-


ben hacerse los cristianos y todos los hombres. Si debemos hacér-
nosla es, indulablemente, porque contiene un reto y un Idesafio
importantes para todo aquel que aspira a seguir en su vida el ca-
mino del Evangelio o, al menos, las exigencias que postula la recta
razón. Las preguntas del Papa son constantes:
"Todas las conquistas hasta ahora logradas y las proyec-
tadas por la técnica para el futuro, ¿van de acuerdo con
el progreso moral y espiritual del hombre? En este con-
texto, el hombre en cuanto hombre, ¿se desarrolla y pro-
gresa o, por el contrario, retrocede y se degrada en su hu-
manidad? ¿Prevalece entre los hombres, en el mundo del
hombre, que es en sí mismo un mundo de bien y de mal
moral, el bien sobre el mal? ... " 4.

Interrogantes esenciales son éstos, dirá la Encíclica, que la Igle-


sia no puede menos de plantearse, puesto que "la solicitud por
el hombre ( ... ) es el elemento ese'ncial de su misión".
No todo, sin embargo, son interrogantes. También hace el Pon-
tífice afirmaciones y da respuestas precisas a las preguntas plan-
teadas:
"La situación del hombre en el mundo contemporáneo pa-
rece distante tanto de las exigencias objetivas del orden
moral, como de las exigencias de la justicia o, aún más, del
amor social" 5.
"Si nos atrevemos a definir la situación del hombre en el
mundo contemporáneo como distante de las exigencias ob-
jetivas del orden moral, distante de las exigencias de la
justicia, y más aún del amor social, es porque esto está

3. RH, D. 15.
41. Ibi4.
5. RH, D. 16.

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confirmado por hechos bien conocidos y confrontaciones


que más de una vez han hallado eco en las páginas de las
formulaciones pontificias, conciliares y sinodales" 6.

Un hecho de esta naturaleza, que la Rooemptor Hominis re-


cuerda en conexión con los grandes documentos sociales de la Igle-
sia, y sobre el que ha insistido el propio Juan Pablo II en algunos
de sus discursos, es el escándalo de una sociedad opulenta y con-
sumista que existe en nuestros dias al lado de amplios estratos
caracterizados por la penuria y el hambre; consumismo de impor-
tantes sectores de tradición cristiana, que no está controlado ni
sometido a las leyes de la moral, que constituye un abuso de la
propia libertad y un inaceptable límite a la libertad de los más
necesitados. Junto a este hecho sintomático del desorden moral
que el Papa advierte y denuncia, hay otros íntimamente conecta-
dos como son, por ejemplo: la dilapidación acelerada de los re-
cursos materiales y energéticos, la, fiebre de la inflación, la plaga
del paro, etc., fuentes todos ellos de gravosas consecuencias. He-
chos y síntomas que cuestionan no sólo los principios y las es-
tructuras económicas del momento, sino también la misma civili-
zación actual que se muestra carente de recursos morales, inca-
paz de soluciones concordes con la auténtica dignidad del hombre.
Esta situación moral, que el Pontífice analiza más en sus sín-
tomas que en sus raíces, pide cambios, "innovaciones audaces y
creadoras", pero no exclusivamente al nivel de la ciencia econó-
mica o de la política, puesto que:
"No se avanza en este camino difícil d.e las indispensables
transformaciones de las estructuras de la vida económica,
s! no se realiza una verdadera conversión de las mentali-
dades y de los corazones ...
En la base de este gigantesco campo hay que establecer,
aceptar y profundizar el sentido de la responsabilidad mo-
ral que debe asumir el hombre" 7.

Esta breve selección de textos e ideas de la Encíclica, pone de


manifiesto algunas de las inqUietudes del Papa y de la Iglesia,
ante la situación histórica en .que vive la Humanidad al final del
segundo milenio, y permite volver a plantear algo esencial del men-

6. Ibid..
7. Ibid.

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saje cristiano: el hombre redimido por Cristo no recibe ni se be-


neficia de los frutos de la Redención, ni tiene capacidad de intro-
ducirlos en su vida social, mientras perdure en su vida personal
el obstáculo primordial que es el pecado. Una vez más advierte la
Iglesia al mundo de que los males de la sociedad se or~ginan no
en álgo externo y circunstancial del hombre, sino en su propio
corazón que rechaza a Dios. Mientras las conciencias sigan pos-
tradas por el pecado, y las almas desordenadas de raiz, la inj us-
ticia del hombre seguirá redundando en la postración moral del
mundo.
E'n los sintomas antes sefialados se descubre tanto más clara-
mente su causa fundamental cuanto mejor se comprenden las so-
luciones que establece la Encíclica: "una verdadera conversión de
las mentalidades y de los corazones", "profundizar en el sentido
de la responsabilidad moral que debe asumir el hombre". En am-
bas frases se está aludiendo al pecado, al hablar de la conversión,
y al sentido del pecado, al mencionar el sentido de la responsa-
bilidad moral del hombre.
¿No cabe afirmar, por tanto, con renovada convicción, que en
la raiz de la crisis contemporánea ocupa lugar de excepción la
pérdida del sentido del pecado? ¿Es o no cierto que el pensamien-
to cristiano se encuentra ante un desafío tan antiguo como nue-
vo -actual, presente- que debe ser fuente de reflexión? A la
teología se le están ofreciendo hoy, por enésima vez en la historia,
unas perspectivas de sumo interés: se le está pidiendo un esfuer-
zo consciente para revitalizar en la Iglesia y en el mundo el sen-
tido radical del pecado como ofensa a Dios. Lo cual -y no es ob-
vio recordarlo- de ninguna manera eXCluye otros aspectos del
pecado, sino que más bien los fundamenta y les da carta de na-
turaleza, es decir, permite hablar de ellos con propiedad y sin in-
genuas simplificaciones.
Desde este punto de vista se adivina, como decimos, un campo
de trabajo teológico de excepcional interés, y no menor extensió'n,
centrado en las relaciones entre Dios y el hombre. Sefialamos a
continuación, esquemáticamente y por vía de ejemplO, algunas de
sus facetas.
La teología actual debe seguir reflexionando sobre la rea-
a)
lidad, naturaleza y consecuencias del pecado original, y facilitar
una intensa catequesis sobre estas cuestiones.
Sólo desde ahi, partiendo de la situación histórica de pecado
para buscar una mayor intelección de sus caracteristicas y con-

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secuencias, se pueden entender rectamente los problemas del hom-


bre y de la sociedad. En nuestras coordenadas culturales, como en
las de todos los tiempos, hay líneas de fuerza muy dominantes
que plantean intensamente la tentación original, aquel "seréis co-
mo dioses, conocedores del bien y del mal". Lineas de fuerza que
conectan con movimientos precristianos y que hacen de la trans-
gresión el ideal de vida, que oscurecen la existencia del mal es-
capándose de él a través de una creciente desmoralización y re-
duciéndolo a un problema personal de conciencia ... Todo ello con-
duce, como en tiempos pasados, a aberraciones de todo tipo.
El análisis cristiano del mundo exige, en nuestra época, huir
de toda ambigüedad en lo que se refiere a la situación histórica
del género humano -de cada hombre-, herido por el pecado ori-
ginal y redimido por Cristo. La teologia, cuya misión es servir a
la verdad revelada, profundizar en ella y enseñarla en estrecha
unión con el Magisterio 8, ha de conseguir exponer con rigor la fe
recibida y expresarla evitando simplificaciones, buscar su conexión
con los datos de la ciencia sin caer en el cientifismo, mostrar ra-
cionalmente su contenido -hasta donde sea posible- sin racio-
nalizarla.
La doctrina cristiana sobre el pecado original y sus consecuen-
cias, misterio tantas veces olvidado o malinterpretado en la his-
toria, admite constantes intentos de penetración pero no se con-
cilia con explicaciones reduccionistas que llegan a poner en tela
de juicio la realidad misma del hombre histórico y de la Reden-
ción. Cualquier reflexión sobre la responsabilidad moral del hom-
bre debe partir del hecho del pecado y de la fe en ese hecho, y
desde ahi realizar una labor de análisis y discernimiento que no
contradig,a la fe que confiesa la Iglesia:
"Creemos que todos pecaron en Adán, lo que significa que
la culpa cometida por él hizo que la naturaleza, común a
todos los hombres, cayera en un estado tal, en el que pa-
deciese las consecuencias de aquella culpa ( ... ). Asi pues,
esta naturaleza humana caida de esta manera, destituida
del don de la gracia del que antes estaba adornada, herida
en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de
la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este
sentido, todo hombre 'nace en pecado. Mantenemos pues,
siguiendo al Concilio de Trento, que el pecado orIginal se

8. RH, n. 19.

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transmite, juntamente con la naturaleza humana, por pro-


pagación, no por imitación, y que se halla como propio en
cada uno" 9.
Alrededor de la doctrina sobre el pecado original, encuentra la
teología otros campos de trabajo en los que no debe dimitir de su
misión al servicio de la verdad de fe y de la razón: las nociones
de naturaleza y persona, la consideración de la histori.a como his-
toria universal, que se fundamenta a su vez en la concepción de
la unidad del género humano, la influencia del pecado original en
las cu.lturas que incide negativamente en la evangelización, puesto
. que no todo puede ser asumido y plenificado por el espíritu cris-
tiano, ... etc.
Sólo desde un planteamiento conforme con la real condición
humana histórica pueden ser enfocados cristianamente los inte-
rrogantes esenciales a los que alude la Redemptor Hom,inis y que
antes mencionábamos. El propio Pontífice señala el ámbito de los
problemas, lo que él llama el contexto "del hombre en cuanto
hombre": ahí está dándose la ruptura entre progreso moral y des-
arrollo social; ahí están también las raíces del conflicto; desde
ahí se ha de partir en busca de las soluciones. Y ese contexto es
la realidad de que el hombre es un ser que nace en pecado, vive
en un mundo en el que el bien y el mal están en constante con-
frontación, se aleja de Dios por los pecados personales, y ha per-
dido -como sucede en gran medi.da entre nuestros contemporá-
neos- el sentido de su enemistad con Dios.
Poner todo esto de manifiesto, y hacer valorar a la Humanidad
actual el profundo sentido sobrenatural y humano de la Reden-
ción, es una gran tarea para la teología del presente.
b) La recuperación del sentido del pecado como ofensa a Dios,
camo algo infrahumano también que rebaja al hombre de su dig-
nidad, exige una nueva valoración teológica de la amistad con
Dios en Jesucristo.
En su esfuerzo por revitalizar en la Iglesia el sentido del pe-
cado - y darlo desde la Iglesia al mundo-, el pensamiento cris-
tiano debe valorar la importancia de una idea repetida por Juan
Pablo II: "todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre,
porque Cristo -que es el camino principal- se ha unido a todo
hombre" 10. Sobre esta unión real de cada hombre concreto con el
9. PABLO VI, Credo del Pueblo de Dios, AAS 60 (1968) pp. 433-445, n. 16.
10. Cfr. RH, nn. 13-14.

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Redentor ha de meditar la teología, para enunciarla con rigor y


audacia, para centrarla en su contenido divino y humano a la vez,
dado que Dios verdadero y Hombre verdadero es el único Jesucristo.
El sentido del pecado requiere, como decimos, valorar la unión
de amistad entre cada hombre y Jesucristo. Y ello pide previa-
mente pensar con profundidad en la verdadera Humanidad del
Verbo Encarnado, Hombre por excelencia, en el que todo lo propio
del hombre alcanza su plenitud y se convierte en camino de en-
cuentro con Dios.
La actitud humana más rica, la más conforme con su natura-
leza racional, es la amistad, en la que culmina la mutua dona-
ción y comunicación personal, la relación más satisfactoria entre
dos seres únicos e irrepetibles que comparten su intimidad. Acti-
tud asumida por Cristo y puesta por El en la base de su acción
redentora. La Cruz es el vértice de un Amor hacia todo hombre,
que se manifiesta también a través de muchos otros medios y de
palabras. Cristo da la vida por sus amigos, mostrando el mayor
amor 11, y llama así a sus discípulos. Esa amistad tiene, en pala-
bras del Evangelio de San Juan, dos grandes características: "Sois
mis amigos si hacéis lo que Yo os mando" 12, "Os llamo amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" 13.
Desde esta perspectiva se puede ilustrar aquella "unión de Cris-
to con todo hombre" a la que antes se hacía referencia. Es pro-
piamente una unión de amistad, elevada por la propia plenitud
de Jesucristo al ámbito de la Redención: en esa amistad, que se
funda en el conocimiento, en la fe y en la obediencia, está la sal-
vación de c.ada cual. Si se valora la amistad con Dios en Jesu-
cristo, podrá revitalizarse, como decimos, el sentido del pecado, el
sentido de la enemistad con Dios, el rechazo de un amor de amis-
tad ofrecido desde la Cruz y cuyo contenido está en la aceptación
de la fe ("lo que os he dado a conocer") y en vivir los manda-
mientos ("lo que yo os mando").
La teología ha producido páginas admirables sobre el amor de
DIos y sobre la amistad (baste con recordar, como de paso, los
abundantes textos de Sto. Tomás en la S. Th. I-U y U-U), Y no
lo son menos los análisis realizados sobre el hombre desde deter-
minadas ciencias del espíritu. Poner todo esto al servicio de una
mayor comprensión del misterio de la Cruz, del Amor de Cristo,

11. Cfr. lo 15, 13.


12. lo 15, 14.
13. lo 15, 15.

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Dios y Hombre, por cada hombre, e iluminar así para nuestros


contemporá'neos el sentido del pecado, es otra gran tarea teológica
del tiempo actual.
c) La doctrina eclesiológica debe ser enriquecida con la refle-
xión sobre la "Ig.lesia de la Eucaristta y de la. penitencia" que
menciona Juan Pablo 11. También desde este ángulo se ilumina el
sentido del pecado.

"En la Iglesia, que especialmente en nuestro tiempo se


reune en torno a la Eucaristía, y desea que la auténtica
comunión eucarística sea signo de la unidad de todos los
cristianos ( ... ) debe ser viva la necesidad de la Penitencia,
tanto en su aspecto sacramental como en lo referente a la
Penitencia como virtud. ( ... ) La Iglesia del Nuevo Advien-
to, la Iglesia que se prepara continuamente a la nueva ve-
nida del Señor, debe ser la Iglesia de la Eucaristía y de la
Penitencia" 14.

Si las circunstancias en las que se desarrolla la vida del hom-


bre contemporáneo inciden muy negativamente en su progreso
moral, si es hoy tan necesaria una transformación a través de
una "verdadera conversión de las mentalidades y de los corazo-
nes", si esto, en fin, es misión principal de la Iglesia y de los cris-
tianos, fácil es comprender que el Pontífice ponga el acento en una
Iglesia centrada en la Eucaristía y en la Penitencia: en la gra-
cia y en la conversión personal.
Estas afirmaciones podrían ser entendidas de manera deficien-
te, e incluso trivializadas, si se concibieran como vías de solución
ascética a los problemas de nuestra época. No es infrecuente hoy
ver que la vida personal de piedad es injustamente calificada de
"espiritualismo" o de "individualismo espiritualista". Nada más
contrario a una realidad como ésta, derivada de una profunda vi-
sión teológica de la gracia y de la Redención, de la vocación cris-
tiana y de la Iglesia que están insertadas sobrenaturalmente en
una historia huma'na cuyo destino está más allá de sí misma. Una
"Iglesia de la Eucaristía y de la Penitencia", es una Iglesia de
Cristo asentada en lo más específicamente cristiano, enraizada en
la gracia santificante, don divino que cualifica a los discípulos-
amigos del Redentor. No es aventurado sino muy verdadero des-
cribir al cristiano como "un ser humano llamado a vivir en gra-

14. RH, n. 20.

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cia", pues aunque quepan otros muchos matices sólo está en la


gracia la "dUere'ncia especifica sobrenatural" que le distingue.
Con la gracia sacramental y, por ello, de modo eminente en la
Eucarístía, encuentra el hombre cristiano la plenitud de un modo
de- ser y de vivir -un sentido global- que hace de su alma, en
la que se une con Dios y con los demás por la caridad, el lugar
donde la utopía se convierte en realidad. En la Eucaristía se cons-
truye la Iglesia, en ella se une cada hombre a Cristo y en Cristo
a los otros, hasta el punto de poder afirmar que: "la Iglesia vive
de la Eucaristía, vive de la plenitud de este sacramento" 15, sabien-
do que, al afirmarlo, se está enunciando un misterio de fe y que
es mucho más lo que no sabemos decir: "esta enseñanza queda
casi sobre el umbral, siendo incapaz de alcanzar y de traducir en
palabras lo que es la Eucaristía en toda su plenitud, lo que ex-
presa y lo que en ella se realiza" 16.
Recuerda también la Encíclica que hay una estrecha unión en-
tre Eucaristía y Penitencia. El Sacramento del Amor de Dios exige
el Sacramento del Dolor; la unión real y física del cristiano con
su Señor en la Eucaristía, requiere la conversión del corazón, el
reconocimiento de la culpa y el deseo del perdón:
"La Eucaristía y la Penitencia toman así, en cierto modo,
una dimensión doble, y al mismo tiempo íntimamente re-
lacionada, de la auténtica vida según el espíritu del Evan-
gelio, vida verdaderamente cristiana (.,.) Sin el constante
y siempre renovado esfuerzo por la conversión, la parti-
cipación en la Eucaristía estaría privada de su plena efi-
cacia redentora" 17.

La Penitencia, Sacramento y virtud, es, entre otras considera-


ciones, un impresionante medio de santidad en la Iglesia que sólo
Dios -que conoce infinitamente las necesidades del corazón del
hombre- podía instituir, para prolongar hasta el final de los tiem-
pos la eficacia redentora de Jesucristo, En ella se realiza un en-
cuentro personalisimo con Dios: "momento clave de la vida del
alma", le llama Juan Pablo n, por ser el "momento de la conver-
sión y del perdón".
Una Iglesia de la Eucaristia y de la Penitencia es una realidad
sobrenatural y humana de Amor y Conversión, cuya influencia en

15, Ibid..
16, Ibid..
17. Ibid..

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las distintas "esferas de la existencia humana" sería cada vez más


intensa y creciente. Es una Iglesia santa y santificadora, capaz de
vivificar -con el Espíritu Santo y santificador que la anima a
través de los sacramentos- a un mundo .postrado y triste que se
le ha dado como heredad. La teologia debe aplicarse, en su me-
dida, a la tarea de realizar esta Iglesia, con la convicción de estar
ayudando muy positivamente a construir el futuro histórico y es-
catológico de todo el género humano.

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