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Ensayo sobre la carta encíclica redemptor hominis del papa juan pablo ll.

Contexto
Redemptor Hominis (latín: El Redentor del Hombre) es el nombre de la primera encíclica escrita
por el papa San Juan Pablo II. Con ella, marca una senda para su pontificado al explorar los
problemas contemporáneos del hombre y proponer soluciones basadas en una más profunda
comprensión del ser humano. La encíclica fue promulgada el domingo 4 de marzo de 1979,
menos de 5 meses después de la inauguración de su pontificado.
Esta primera encíclica del papa San Juan Pablo II examina los principales problemas que
atribulan al mundo en la actualidad. San Juan Pablo II comenzó su papado en medio de una
crisis de duda y autocrítica al interior de la Iglesia católica. Se ocupa de aludir a esta crisis en el
prólogo de la encíclica, manifestando su confianza en que el nuevo movimiento de la vida en la
Iglesia es mucho más fuerte que los síntomas de la duda, separación y crisis.
Redemptor Hominis propone como solución a estos problemas un proceso de total
comprensión y entendimiento de la persona, tanto de la persona humana como la de Cristo. En
este sentido, esta primera encíclica hace hincapié, repetidas veces, en el auspicio del papa a la
filosofía del personalismo; tendencia que mantendrá durante todo su papado.
La encíclica también prepara a la Iglesia para el inminente tercer milenio, llamando a los años
que quedan del siglo XX como temporada del nuevo Adviento, temporada de expectativas, a
manera de preparación para el nuevo milenio.
La tercera parte de la encíclica concierne no solamente al hombre y a la condición humana en
general, sino más específicamente al hombre contemporáneo. En efecto, para Juan Pablo II no
cabe duda de que Cristo es el camino de la humanidad a finales del segundo milenio, ya que
"solamente en él se encuentra la salvación.

Objetivo.
El único objetivo de la Iglesia de hoy es que "todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que
Cristo pueda recorrer el camino de la existencia en compañía de cada uno, con el poder de la
verdad sobre el hombre y sobre el mundo contenida en el misterio de la encarnación y de la
redención, y con el poder del amor que irradia de allí" (n. 13). La solicitud de la Iglesia se dirige
a conducir al hombre hacia Cristo. Por eso la encíclica, por una parte, puede afirmar que Cristo
"es el camino principal de la Iglesia, que es a su vez el camino para todo hombre" (n. 13), y, por
otra parte, que el hombre es "el primer camino y el camino fundamental de la Iglesia, camino
trazado por Cristo mismo, camino que de forma inmutable pasa por el misterio de la
encarnación y de la redención" (n. 14). En efecto, el Hijo del Padre, por su-encarnación y su
redención, es el único camino del. hombre y de la Iglesia hacia el Padre, así como el hombre es
el camino por donde pasa necesariamente la misión de la Iglesia de reunir y de salvar a todos
los hombres"
El hombre contemporáneo necesita de Cristo y de su evangelio, ya que, a pesar de sus
progresos técnicos, no es evidente que se haya hecho más hombre. Vive con miedo: tiene
miedo de que los frutos de su técnica se conviertan en instrumentos de su destrucción. El
progreso, dice la encíclica, ¿ha hecho al hombre más "humano", más maduro espiritualmente,
más responsable? ¿Las conquistas del hombre van a la par con su progreso espiritual y moral?
¿Progresa la humanidad en el egoísmo o en el amor? La noción de progreso es muy ambigua.
Para ser fiel al evangelio, la Iglesia se plantea esta cuestión, ya que su misión consiste en
encargarse del hombre.
Según todas las apariencias, el mundo del progreso técnico parece estar todavía muy lejos de
las exigencias del orden moral, de la justicia, del amor, de la "prioridad de la ética sobre la
técnica, en la primacía de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la
materia". Porque lo esencial no es "tener más", sino "ser más". El mundo contemporáneo se
parece cada vez más a una gigantesca ilustración de la parábola del pobre Lázaro y del rico
epulón: contraste escandaloso de las sociedades opulentas frente a las sociedades que pasan
hambre. La categoría del "progreso económico" no debe convertirse en el único criterio del
"progreso humano". Se impone enderezar la situación; pero esto no es posible más que sobre
la base de la responsabilidad moral del hombre, del respeto "a la libertad y dignidad" de cada
uno (n. 16). La Declaración de los derechos del hombre no debe quedarse en "letra muerta",
sino acceder a su realización en "el espíritu".

Texto.
El Papa Juan Pablo II, en su primera Encíclica, parece haber arrancado unas páginas, de su diario
íntimo para ofrecerlas, como una reflexión en alta voz, a los hombres de nuestro tiempo. La
Encíclica «Redemptor Hominis» tiene un curioso sentido personal, que por su estilo y variedad
de temas escapará claramente a los cánones clásicos del Magisterio Pontificio.
Se han resultado, y con razón, importantes aspectos de la Encíclica «Redemptor Hominis». Así,
por ejemplo, su profunda reflexión antropológica, su defensa de los derechos humanos, su
reafirmación de la identidad cristiana, su sentido a la vez positivo y crítico del progreso, su
insistencia en la disciplina eclesial, su visión prospectiva del inminente tercer milenio del
cristianismo, etc... Lo que no cabe duda es que el tema central es el hombre. Pero no se trata
de un texto antropológico enfocado filosófica o teológicamente. Es una bella y profunda
catequesis sobre el hombre visto desde Jesucristo, en Jesucristo y para Jesucristo. La
antropología de la Encíclica es una antropología «cristificada», según la expresión de Teilhard
de Chardin.
Juan Pablo II, teólogo y filósofo, en esa reflexión sobre el destino del hombre, su misión y la
misión de la Iglesia, propone así un humanismo cristiano, más allá de todos los humanismos.
Después de una primera lectura, sí que saca uno el tema central; es decir, esa apasionante
defensa de la dignidad de la persona humana. Pero, para ver todo el sentido eclesiológico, es
preciso, más que una lectura, un estudio reflexivo y profundo para poder desentrañar todo su
significado.

Eclesiología: Juan Pablo II recibe en herencia, de manos de sus predecesores inmediatos y del
Concilio Vaticano II, una Iglesia más que nunca consciente de sí misma y de su misión.
Los tres primeros títulos señalan preferentemente la posición subjetiva del Papa; los tres
restantes apuntan hacia líneas fundamentales de la presente autoconciencia de la Iglesia.
Podríamos decir que Juan Pablo II describe un momento privilegiado — el actual — de la
autoconciencia histórica de la Iglesia.,
Cristología: El Papa orienta decididamente hacia Cristo los pasos de la Iglesia, por los caminos
trazados por el Concilio. Enunciado en el n. 7 el Misterio de Cristo deviene objeto de reflexión
en los tres números siguientes a la luz del misterio de la Redención (RH, 7.8.9.10); misterio que
está a la base de la misión tanto de la Iglesia como del cristianismo (RH, 11). El n. 12 estudia, en
particular, la relación Iglesia-libertad del hombre (RH, 12). Sintetizando, la Iglesia es invitada por
el Papa, en un avance ulterior de su autoconciencia, a profundizar en el misterio de Cristo
Redentor, el cual fundamenta todo su ser y todo su actuar.

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