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EDUCACIÓN FÍSICA PARA LA PAZ.

APRENDIZAJE COOPERATIVO.

Carlos Velázquez Callardo.

Un mundo lleno de paradojas.

Estos prolegómenos del siglo 21 se caracterizan por el rápido desarrollo tecnológico


hasta el punto de que nuestra sociedad se ha venido a denominar sociedad de las
tecnologías de la información y de la comunicación. Es una sociedad de las
tecnologías de la información y de la comunicación. Es una sociedad virtual donde
nos comunicamos a través de pantallas de los ordenadores y en la que conocemos
e intercambiamos información con personas a las que jamás hemos estrechado la
mano. Numerosas empresas recurren a reuniones por videoconferencia en las que
no es necesario estar físicamente junto a la persona con la que debemos
consensuar decisiones; asistimos a congresos virtuales en los que lo fundamental
es el contenido que se comunica y no quien lo hace. A través de Internet es posible
acceder a información en tiempo real y prácticamente desde cualquier lugar;
sabemos lo que ocurre en las partes del mundo; conocemos cómo viven en otro
sitios; las penurias que las otras personas pasan todos y cada uno de los días de
su vida pero, paradójicamente, esto no parece importarle a nadie.

El ser humano es cada vez más individualista y competitivo; compite por ser mejor
que los demás o por tener más que ellos, lo que hoy en día viene a ser lo mismo,
porque el tener ha sustituido al ser: uno es lo que tiene, es necesario tener para
ser, para que se lo valore y para sentirse valorado. En las escuelas, los niños, cada
vez más pequeños, muestran con orgullo a sus compañeros ropa deportiva de
determinada marcas, o el último modelo de celular con cámara de video
incorporada. Alguno incluso es rechazado por sus compañeros por “no tener”,
porque no tener equivale a “no ser”.

Podríamos ir más allá; fracaso escolar es significativamente superior entre


aquellos alumnos que proceden de familias sin recursos, también el modelo
escolar parece excluir al que no tiene, con un agravante: en el caso de la
escuela, “no tener” hoy significa “no ser” en un futuro, con el peligro de
perpetuar esta situación a otras generaciones.

El progreso tecnológico lleva asociado un proceso de deshumanización; se ocultan


las emociones y los sentimientos. La televisión nos muestra cada día imágenes veza
vez más crueles, más violentas, que ya no captan nuestra atención. El lema de
nuestra sociedad podría ser “!mientras no me toque a mí…!”. El ser humano se ha
insensibilizado pero, paradójicamente, un elemento esencial de la persona es la
capacidad de emocionarse; necesita emocionarse y paga por ello, compra
emociones. Acude al cine para llorar o reír, paga la entrada de un evento deportivo
para gritar, para saltar… Algunos incluso buscan “emociones” más fuertes y
recurren a situaciones en las que ponen en riesgo su propia vida, o al consumo de
sustancias que le proporcionan temporalmente, y a costa de su propia salud, la
capacidad de sentir, o incluso de relacionarse. La persona quiere sentirse persona
pero paradójicamente, al ejercer la violencia contra sí misma, deja de serlo.
Pero la violencia no es sólo contra uno mismo. En las escuelas de los países
desarrollados el acoso escolar comienza a ser preocupante; los hostigadores son
siempre un grupo reducido de alumnos que se dedican a martirizar a un
compañero/a pero lo hacen amparados en la pasividad y el silencio del resto,
nuevamente, “!mientras no me toque a mí…!” La violencia escolar es un tema
recurrente en los medios de comunicación y cada vez afecta a más países; las
agresiones entre alumnos o incluso de alumnos a profesores han hecho que en
ciertos institutos se recurra a la contratación de vigilantes de seguridad o incluso a
la instalación de arcos de detección de metales para evitar que algunos alumnos
porten armas. Las escuelas dejan de ser escuelas.
La época actual es la época de las paradojas. La sociedad de la comunicación y de
la información podría perfectamente denominarse sociedad de la
incomunicación y de la desinformación. El desarrollo tecnológico nos da la
capacidad de comunicarnos con personas que están a miles de kilómetros de
distancia y, sin embargo, nos cuesta relacionarnos con las personas de nuestro
propio entorno cotidiano. Tenemos acceso a gran cantidad de información,
procedente de diversas fuentes, y sin embargo no somos capaces de procesarla
críticamente para determinar qué es lo verdaderamente importante de todo aquello
que se nos cuenta, qué se oculta tras aquello que se nos cuenta y, sobre todo, cómo
utilizar esa información para contribuir a la construcción a la construcción de una
sociedad más justa y solidaria.
La sociedad de la (in)comunicación y de la (des)información exige a la escuela una
respuesta a todos aquellos problemas que ella misma genera. El peligro es que la
escuela vea como normal algo que no es y, desde su pasividad, contribuya a
reproducir y acrecentar un modelo deshumanizado.

La cultura de la paz como respuesta.

La cultura de la paz es una filosofía de vida que parte de dos principios éticos
esenciales: el respeto a toda forma de vida y el derecho de toda persona- más
allá de cuáles sean sus características individuales y sociales- a ser tratada
con dignidad. La aceptación de esos principios fundamentales implica, entre otras
cosas, el rechazo a toda forma de violencia, la defensa de un conjunto de valores
como la libertad, el respeto o el diálogo, y el rechazo activo de otros, como la
injusticia, la intolerancia o el racismo; la apuesta por la diversidad cultural y el
interculturalismo como medio de enriquecimiento común; la búsqueda de un
desarrollo sostenible que tenga en cuenta la importancia de todas las formas de
vida y el equilibrio de los recursos naturales del planeta y, en definitiva, la búsqueda
colectiva de un modo de vivir y de relacionarse que contribuya a construir un mundo
más justo y solidario en beneficio de toda la humanidad.

Desde esas bases iniciamos un proceso de búsqueda y desarrollo de una sociedad


en la que, al contrario de lo que sucede en la actualidad, toda persona, sea capaz
de defender sus derechos y los de cualquier otro al tiempo que atiende sus
responsabilidades.

Ahora bien, la hora de promover una cultura de paz desde el ámbito educativo
debemos constatar una serie de elementos que dificultan ese proceso:

1) Las experiencias previas de los docentes en relación con el propio


sistema educativo. Los educadores en general son personas que no han
conocido otro contexto que el educativo: comenzaron la escuela infantil
como alumnos, siguieron la educación básica, la media y una vez allí,
dependiendo de, los países, accedieron a una escuela normal o a la
universidad para obtener un título que les permite volver a la escuela,
aunque esta vez como educadores. Durante todo ese camino han
vivenciado una serie de situaciones y han interiorizado la respuesta de
los profesores ante determinados comportamientos, hasta el punto que
consideran naturales una serie de hechos, conductas y respuestas que
son, cuando menos, cuestionables en sociedades democráticas. ¿Por
qué en la mayoría de las escuelas los alumnos acceden a las aulas en filas?
Si fuera lo normal o lo más eficaz todos ingresaríamos a nuestros trabajos
en filas. ¿Por qué cada vez que dos alumnos tienen un conflicto lo que hace
el profesor es castigarlos mandándolos a cada uno a un lado? Si lo que
queremos es que aprendan a resolver sus propios problemas, ¿no sería
mejor ponerlos juntos y darles unas herramientas para que pudieren
encontrar una solución entre los dos? ¿Por qué cuando caen los primeros
copos de nieve del año y los niños se agolpan en las ventanas, emocionados,
el profesor se enfada y les manda volverá su sitio? Pensando racionalmente,
¿cuánto tiempo puede aguantar un niño mirando por la ventana? Quizás
fuera mejor, e incluso se perdería menos tiempo, dejarles mostrar sus
emociones unos minutos y ellos mismos volverían a su sitio.

2) El planteamiento del trabajo como fin cuando en realidad no es más que


un medio. La pregunta es fácil, ¿para qué educamos? Cualquier docente
debería ser capaz de responderla y, sin embargo, ¿todos los docentes tienen
en claro cuál es el fin de su trabajo? En cierta ocasión se me ocurrió plantear
este interrogante a un grupo de profesores de Educación Física que
participaban en un curso que yo impartía, y la mayor parte de las respuestas
se centró en el contenido del área: “para que el niño sea capaz de desarrollar
al máximo todas sus habilidades y destrezas motrices””, “para crear en el
niño hábitos saludables que perduren durante toda su vida”, “para que
disfrute de la actividad física”, etc. Podríamos hacer la misma pregunta a un
grupo de profesores de matemática o de lengua y sus contestaciones,
salvando las diferencias entre áreas y las peculiaridades de cada una de
ellas, serían similares.
Todas esas respuestas están bien pero no se centran en el fin último de la
educación, que es la formación de ciudadanos con planteamientos
éticos capaces de generar procesos de transformación social, que
contribuyan a construir un mundo más humano, solidario y justo. Sin
unos principios de acción que regulen todo el proceso y unos propósitos de
acción que lo orienten, la educación se convierte en un mero proceso de
reproducción social que copia y acrecienta los defectos de la sociedad en la
que se desarrolla.

3) El pesimismo y el sentimiento de impotencia. Cuando finalmente el


docente inicia un proceso de reflexión para dotar de principios éticos a su
acción docente, que contribuyan a generar transformaciones en sus clases
con la intención de adecuar el proceso educativo a los fines que pretende, el
primer sentimiento con el que se encuentra es el de soledad: se siente solo.
Solo ante los alumnos, que no están habituados a pensar sino a
obedecer; solo ante un sistema educativo que parece inmutable ante los
cambios; solo ante los compañeros que se han acomodado en su tarea de
reproducir contenidos y cuestionan cualquier proceso de transformación…,
¡solo! En estas circunstancias es muy posible que aflore un sentimiento de
impotencia que conduzca a un acomodo, a una vuelta a aquello que todos
hacen y que nadie cuestiona; sin embargo, hay que pensar que los cambios
sociales son procesos lentos que se construyen en el día a día; muy
posiblemente no lleguemos nunca a saber como ha influido nuestra
acción educativa en nuestro alumnado, pero podemos estar seguros de
que estamos haciendo lo correcto, estamos contribuyendo al desarrollo
de una cultura de paz.

En definitiva, el desarrollo de una cultura de paz es un camino que no


está exento de dificultades, pero nosotros como docentes tenemos la
responsabilidad de transformar la escuela como primer paso para
transformar a la sociedad y ello pasa por tener claros unos principios
y unos propósitos educativos y desarrollar un proceso coherente que
interrelacione ambos. En este sentido habría que plantearse interrogantes
como los siguientes:

+ ¿Reflexionamos críticamente sobre los propósitos de la enseñanza o


simplemente nos dedicamos a reproducir lo que otros nos dicen que tenemos
que hacer?

+ ¿Promovemos verdaderamente de nuestras prácticas valores como la


solidaridad, la justicia, la democracia, la libertad y la responsabilidad, que, por
otra parte, se reflejan como principios constituyentes de la mayoría de los países
del mundo?

+ ¿Combatimos desde nuestras clases el racismo, el sexismo, los estereotipos,


etc.?
+ ¿Examinamos los métodos de enseñanza que utilizamos y lo que transmitimos
a través de ellos?

+ ¿Favorecemos en nuestro alumnado la expresión libre y razonada de sus


ideas y tenemos en cuenta sus propuestas aun cuando no coincidan con lo que
nosotros pensamos?

+ ¿Tenemos en cuenta a todos y a cada uno de nuestros alumnos y les tratamos


con cariño y respeto, con independencia de sus características, partiendo del
principio de respeto a la dignidad humana?

DESARROLLANDO UNA CULTURA DE PAZ DESDE LA EDUCACIÓN


FÍSICA.

La Educación Física para la paz busca promover una cultura de paz desde la
organización y el desarrollo de prácticas motrices. El punto de partida es
que sin principios éticos que guíen su práctica docente, el educador físico no se
diferenciaría en lo más mínimo de un entrenador del cuerpo que busca
únicamente el rendimiento motor.

El siguiente paso se da en la búsqueda de una coherencia entre lo que


pensamos, decimos y hacemos: algo poco común., desgraciadamente.
Buscando esa coherencia entre nuestras ideas y nuestro modo de actuar en el
día a día con nuestro alumnado.

LA DEMOCRACIA: CONSENSO DE NORMAS.

Convivir en democracia implica libertad pero también responsabilidad en las


decisiones que tomamos o en los actos que realizamos. Curiosamente, en la
mayoría de las escuelas –ya sean de países democráticos o no-, el sistema de
organización con respecto al alumnado es vertical, de arriba hacia abajo. Los
docentes son los que imponen las normas de clase y los alumnos quienes las
obedecen. Ante cualquier incumplimiento de las reglas, son los docentes los que
aplican los castigos y los alumnos los que deben cumplirlos aun cuando, a veces,
éstos no sean vistos como justos por el alumnado.

“Un programa de cualquier área debería partir de un pacto entre el


alumnado y el docente. Pacto que se concreta, tras una negociación, en las
normas de clase, los contenidos del programa y el sistema de calificación.
Una vez establecido el mismo, se firma un contrato entre el docente y cada
alumno por el cual cada parte se compromete a cumplirlo”

LA CONVIVENCIA: EL RINCÓN DE LA PAZ.

La mayoría de los docentes parte de la idea de que el conflicto es algo negativo


que hay que evitar, sin embargo, el conflicto, por sí mismo, no es negativo. Lo
es, en cambio, recurrir a la violencia para imponer nuestro criterio. Una
regulación no violenta del conflicto requiere exponer nuestra visión del problema,
escuchar la de la otra persona y alcanzar un acuerdo que satisfaga a ambos. En
este sentido, desde nuestras clases intentamos favorecer que el alumnado
regule, en lo posible, sus propios conflictos interviniendo sólo si la situación
implica agresiones físicas o una situación de riesgo para alguna de las personas.

En las clases de Educación Física suelen producirse algunos conflictos. Un


estudio de los más habituales revela que la mayor parte de las veces lo que uno
ha percibido como problemático, el otro ni siquiera lo ha notado; por ejemplo,
durante los juegos pueden producirse empujones o choques involuntarios. Quien
los recibe tiende a recurrir al docente, sobre todo en los cursos inferiores, con
frases como “profesor, Miguel me ha empujado” o similares. El primer paso es
preguntarle “¿se lo has dicho a él?”; la mayor parte de las veces la respuesta es
negativa. En definitiva, el proceso para favorecer el que el alumnado
resuelva sus propios conflictos parte de convencerle de que es normal que
se produzcan, sobre todo en las clases de Educación Física, y es bueno
que sepamos enfrentarlos y regularlos correctamente. Para ello, el primer
paso es comentar lo que nos ha parecido mal con la persona implicada.
Ésta puede pedirnos perdón o explicarnos su punto de vista. A partir de ahí
trataremos de resolverlo nosotros solos. En este sentido, cuando dos personas
no se ponen de acuerdo abandonan la clase hasta un espacio reservado para
este fin, el rincón de la paz. Allí exponen sus puntos de vista hasta que alcanzan
un acuerdo.

Al principio de curso es normal, por sus experiencias previas, que el alumnado


siga insistiendo al profesor para que le resuelva sus problemas y que no recurra
al rincón de paz. Un esfuerzo positivo de aquellas personas que sí lo hacen
anima al resto del grupo a entrar en la dinámica y al cabo de unos meses es
rarísimo que un alumnos/a recurra al profesor para algo que ya es capaz de
hacer por sí solo.

LA INCLUSIÓN: AQUÍ CABEMOS TODOS.

Desde nuestro punto de vista, la relación que se establece entre un alumno y el


resto de sus compañeros condiciona el aprendizaje tanto o más que otros
aspectos sobre los que se insiste constantemente, como la educación de los
contenidos o la metodología empleada por poner dos meros ejemplos.
Si queremos que el alumnado desarrolle al máximo sus potencialidades, es
fundamental que en la clase se cree un clima de grupo en el que todos y cada
uno de nuestros alumnos se sienta incluido.

Nuevamente partimos del principio de dignidad humana. Todos y cada uno de


nuestros alumnos, con independencia de sus características individuales de
sexo, raza, religión, capacidad o discapacidad, etc. Tienen derecho a ser
tratados con dignidad. Nadie puede ser excluido.
Aunque parezca obvio decirlo, el primer paso para la inclusión es evitar la
exclusión, evitar el rechazo. Debemos distinguir entre la preferencia que una
persona tiene a la hora de formar agrupamientos, generalmente por criterios de
amistad, y el rechazo que una persona puede manifestar hacia algún
compañero. En el primer caso la intervención puede ir orientada a promover
actividades en la que haya cambios constantes de compañeros o provocar los
agrupamientos por azar para hacer desde ahí un trabajo que requiera una mayor
comunicación entre los miembros de los agrupamientos formados. Cuando la
situación de una o varias personas manifiestan en el grupo es de rechazo hacia
otros compañeros, la intervención debe ser inmediata y dirigida a determinar el
porqué de seas actitud; no podemos dejar latente una situación que todos
perciben, porque induciría a parte del alumnado a pensar que el caso es
normal.

Si el rechazo se produce por razones de sexo, hemos de poner de, manifiesto


que esta situación recibe el nombre de sexismo, al tiempo que podemos
intervenir reforzando los grupos mixtos o promoviendo un diálogo en el que el
grupo aporte sus propias soluciones para que los niños y niñas trabajen juntos.
Si el rechazo se produce por razón de que algún alumno manifiesta una
determinada discapacidad, tenemos que adaptar nuestras actividades para
favorecer la participación de dicho alumno: no se trata de que realice otro tipo
de actividades al margen del grupo, sino de modificar las normas, adaptando, si
fuera necesario, los espacios y los materiales para que él pueda participar junto
a sus compañeros de las clases de educación física, y el propio grupo puede
generar propuestas en ese sentido.

Una vez superado el rechazo, el paso siguiente es fomentar la inclusión


porque no excluir no significa incluir. Para que podamos hablar de
inclusión, la participación de los alumnos en el grupo debe realizarse en
un entorno de igualdad y para ello no basta con que estén juntos; con
independencia de sus características personales deben de trabajar juntos,
como un verdadero equipo para alcanzar logros comunes.

LA CREATIVIDAD: AUTONOMÍA Y LIBERTAD.

Educar para la creatividad significa estimular el pensamiento lateral y


favorecer la capacidad del niño para crear, para innovar, para resolver
problemas eficazmente adaptando su respuesta a sus características
individuales… En este sentido parece coherente trabajar con propuestas de
acción motriz abiertas, a las que cada persona puede dar una respuesta
distinta pero donde todas son válidas. “¿Cómo podemos movernos sin que
nuestros pies se separen del suelo?, “¿Cómo podemos golpear un globo
evitando que caiga al suelo? Cada cual investiga qué puede hacer y qué no. El
docente se convierte en un mero canalizador de las propuestas del alumnado
cerrando las posibilidades de la acción de forma individualizada en función de
las respuestas da cada alumno. Perfecto, Juan; tu globo no cae al suelo, ¡podrías
buscar formas de conseguirlo sin tocar las manos?

Propuestas como la modificación de actividades y de huegos para solucionar


diferentes situaciones son también de utilidad. “En este juego ha habido varias
personas que no lanzaron la pelota ni una vez; ¿qué reglas se os ocurre que
podríamos introducir para que la participación de todos sea real? En otros casos,
puede sernos de utilidad que los alumnos, en pequeños grupos, creen sus
propios juegos de acuerdo a premisas dadas por el profesor: “¿Sois capaces de
crear un juego de marcador colectivo utilizando un balón y seis conos, en el cual
el balón sólo pueda tocarse con los pies?

Por último, la introducción de desafíos físicos cooperativos además de


desarrollar habilidades sociales facilita también el desarrollo de la capacidad
creativa.

La introducción de desafíos físicos cooperativos además de desarrollar


habilidades sociales facilita también el desarrollo de la capacidad creativa.

“Un desafío físico cooperativo es una actividad cooperativa


planteada en forma de reto colectivo donde el grupo debe de
resolver, de una o varias formas, un determinado problema
motor de solución múltiple, adaptando su respuesta a las
características individuales de todos y cada uno de los
miembros que componen dicho grupo”

LA IGUALDAD: EL APRENDIZAJE COOPERATIVO.

Es bastante habitual observar en las clases de Educación Física una


incoherencia entre fines y medios. Son muchos los profesores que alegan
promover la cooperación, el diálogo, el respeto entre su alumnado, pero en sus
clases siguen prevaleciendo las propuestas de tipo directivo y estructuras de tipo
individualista o competitivo. En este sentido se hace necesario promover clases
con estilos de enseñanza participativa y socializadora, por lo que el aprendizaje
cooperativo como metodología de base es la mejor opción.

“El aprendizaje cooperativo es una metodología educativa


basada en el trabajo en pequeños grupos, generalmente
heterogéneos, en donde los alumnos trabajan juntos para
mejorar su propio aprendizaje pero también, y muy
especialmente, el de sus compañeros”
Ahora bien, es necesario destacar que para que se produzca una situación
de aprendizaje cooperativo no basta con agrupar al alumnado en varios
equipos de trabajo, asignarles una tarea concreta e indicarles que se
ayuden mutuamente; de hecho son varios los efectos negativos que pueden de
esta situación. En este sentido los hermanos Johnson estudiaron las diferentes
conductas negativas que se generaban durante la práctica de actividades
grupales, relacionándolas con la presencia o ausencia de una serie de
elementos, y llegaron a la conclusión de que para evitar situaciones negativas
en el trabajo grupal era necesaria la presencia de una serie de condiciones
mediadoras que, en definitiva, constituyen los componentes del aprendizaje
cooperativo. Estos son:

+ La interdependencia positiva, por la que cada individuo comprende que su


trabajo beneficia a sus compañeros y viceversa; es decir, los alumnos piensan
en términos de nosotros superando el individualismo.

+La interacción promotora, por la que cada miembro del grupo tiende a animar
a sus compañeros, a reafirmar sus ideas y esfuerzos para completar con éxito
la tarea asignada.

+ La responsabilidad personal e individual, por la que cada alumno se


esfuerza en beneficiar al grupo haciendo su trabajo lo mejor posible y evita
escudarse en el trabajo de los demás.

+ Las habilidades interpersonales y de grupo, necesarias para rentabilizar el


trabajo grupal: centrarse en la tarea, gestionar adecuadamente los conflictos,
respetar los turnos de palabra, compartir el liderazgo, considerar todas las ideas,
aceptar las decisiones.

+ El procesamiento grupal o autoevaluación, por la que cada grupo es capaz


de reflexionar sobre el proceso de trabajo realizado para determinar qué
acciones resultaron beneficiosas y cuáles perjudiciales y, en consecuencia,
tomar decisiones respecto a qué conductas deben mantenerse y cuáles deben
ser modificadas.

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