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EMOCIONES – EDUCACIONES.

Este texto recuerda que el sentido último de la educación apunta al


ejercicio de la libertad, la autonomía, la solidaridad y el desarrollo del
potencial subjetivo. En consecuencia, sostiene que nada de esto podría
lograrse si se desconocen las profundas implicancias de lo emocional
junto con lo racional en el quehacer educativo.

Educar sujetos inmersos en un mundo altamente cambiante supone contribuir a


que los individuos puedan operar, con sus recursos internos, respecto de los
impactos subjetivos que en ellos se producen, tanto en la actualidad como en
un posible futuro. Esto supone la inclusión de los planos emocionales, ya que el
entendimiento de las lógicas que estructuran la vida con los otros (trabajar,
estudiar, compartir actividades, comunicarse, etc) incluye dichos planos.

Lo emocional interviene tanto en el educador como en el educando. Si


tomamos la secuencia vital biológica de tensión-carga-descarga-relajación,
para analogarla a la vida emocional, podemos afirmar que estar sobrecargado
sin poder descargar la tensión acumulada produce malestar.

Se supone que el adulto debería tener más herramientas para abordar sus
cargas que los niños. Claro que, si el niño está ocupado en su vida emocional
con las violencias o con las inseguridades que lo circundan y no encuentra
espacio de elaboración para transformar todo aquello, evidentemente recurrirá,
sin quererlo quizás, a “descargarse” con los códigos y formas que pueda.

¿En qué lugar posicionarse como adulto frente a una situación de la cual
también somos víctimas? Tomar conciencia de la magnitud de las emociones
y las cargas nos permitirá administrar las descargas en formatos adecuados.
Aquí la educación cobra sentido más allá de la pura catarsis emocional; en
sentido de enmarcar caminos de elaboración, de integración, de superación.

El imperio de las razones no comprende tradicionalmente la lógica de lo


múltiple. Sin embargo, la emoción no es un obstáculo para la razón, es una
expresión de los diferentes estados en los que el sujeto se encuentra con
mayor o menor disponibilidad para aprender.

No solo se educan racionalidades, se hace humanamente necesario integrar


las emociones. El mundo sensible no debería oponerse a la razón. Por el
contrario, debería ligarla con sus condiciones concretas de existencia y sus
potenciales.

En la trilogía “pensar, sentir y hacer” es saludable que aquello que sentimos y


pensamos concuerde con lo que hacemos. Podemos “hacer jugar” el “hacer” en
otra trilogía en la que se apoya: la del ser y la del tener.
De este modo podemos “hacer” educación desde el ser, desde el tener
conocimientos, las posibilidades y potencialidades, en interrelación con el
pensar y el sentir. Y podemos también plantearnos como utopía poder
hacer que el otro pueda hacer su recorrido educacional, en esa
integración.

Nosotros educadores hemos sido educados y en nuestra biografía escolar


seguramente aparece alguna emoción que dejó una marca, un trazo que no se
le escapa al olvido.
¿Cuántas formas habrán tenido esas poderosas marcas? Incluso pueden haber
colaborado en nuestra elección vocacional y ¿quién sabe? Si la vocación no
surgió para reparar algunas lastimaduras que dormitan en nuestra historia.

Pensemos que todo estado emocional tiene un motivo asociado. Esa


asociación nunca puede ser equívoca, puede ser que no sea significativa para
nosotros, pero seguramente lo será para el otro. Y se esconde, en ese motivo,
una razón suficientemente poderosa para aparecer en formato de emoción. Si
pudiera ser racionalizada, podría ser planteada, comunicada, elaborada y no
puesta en acto emocional.

La emoción es una fuerza que se nutre de fuentes tanto internas como


externas. Si esa fuerza estuviera toda disponible para el aprendizaje, este
fluiría sin mayores obstáculos.
¿Cuán disponibles podemos estar los sujetos si nuestro psiquismo está
ocupado en resolver cuestiones básicas referidas a los vínculos más cercanos
y significativos?

Claro está que, en un marco de confianza y seguridad emocional, uno


tiende a mejorar su disponibilidad para tomar lo nuevo, repensar lo
desconocido, cuestionar lo rígido y estereotipado y avanzar en nuevos
terrenos.

ALEJANDRO REISIN. Licenciado en psicología.

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