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puEBLOS INDÍGENAS DE COLOMBIA
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Comité editorial
Enrique Sá nchez
Fredy Chikangana [Wiñ ay Mallky]
Hugo Jamioy Juagibioy
Vito Apü shana
Miguel Rocha Vivas
El Sol babea jugo de piña. Antología de las literaturas indígenas del
Atlántico, el Pacífico y la Serranía del Perijá. / compilado por Miguel
Rocha Vivas. Bogotá : Ministerio de Cultura, 2010.
768 p. – (Biblioteca básica de los pueblos indígenas de Colombia;
Tomo 3) ISBN Colección 978-958-753-014-8
ISBN Volumen 978-958-753-020-9
CDD
Ministerio de Cultura
Carrera 8ª 8-09 Bogotá
✆ 571-3424100
Línea gratuita 01 8000 913079
www.mincultura.gov.co
o
PUe RTA De PAL A B RAs
27 Una piñ a de corazó n del Sol
35 Para abrir esta piñ a
•
P R im eR A PARTe
L L ANU RAs DeL C AR i Be y s eR RANí A DeL PeRijÁ
43 Ette, Barí y Yukpa. Introducción 7
43 Ni chimilas, ni motilones
46 Chibcha y carib
49 Traguemos oro, hagamos nuestro pensamiento grande
56 El Sol babea jugo de piñ a
64 El árbol que aú n sangra entre los yukpa
75 i LiTeRATURA eTTe
1. Historias de origen
79 El mundo
8 La creació n
82 Sol y Luna
82 El poblamiento
83 El fin del mundo
86 La reunió n
87 Los primeros ette
88 El origen de los animales
89 El diluvio
9 Có mo los chimila consiguieron el fuego
92 Có mo los chimila consiguieron el agua
93 Có mo los chimila consiguieron el maíz
93 El pensamiento de Waacha
2. Historias de sol y Luna
95 Sol y Luna
96 Sol y la joven
3. Otras narrativas
06 Rey gallinazo y el joven
2 Los brujos
3 Los animales hablan
4. Narraciones e imágenes oníricas
4 El hombre que soñ ó con una mujer
5 El hombre que soñ ó con caimá n
8 7 He hablado con Yaau
7 Desde ese día mi pensamiento es grande
8 La puntada en sueñ os
8 Del lado de Yaau el viento es como una falda
9 Era el fin del mundo
••
segU ND A PARTe
Pe Ní Ns UL A De LA g UA jiRA
0 8 Wayuu. Introducción
8 Woü main
86 Wayuunaiki
89 Memoria, resolució n, ideació n y curació n
97 La Guajira, una dama ancestral con dientes en la vagina
204 Encierros prolongados, picardías de atpanaa
20 Escribiendo para «desalijunizarse»
3. Historias pulowi
245 Sobre Pulowi y Juyá
245 Pulowi de mar y Pulowi de tierra
250 La Pulowi de Matujai
252 Pulowi de mar y Pulowi de tierra
262 Historia de un niñ o wayuu y la Pulowi
(mujer misteriosa)
4. Otras narrativas
265 La leyenda de Wo’upanalu
266 Una joven flechada por wanülü es
curada por una chamá n
269 Kasipoluin
270 El arco iris y el caimá n
270 La deuda de Juyá
27 Una muchacha reclusa raptada por Juyá
274 El hijo del có ndor
278 El pequeñ o indio kosina
28 La abeja en busca de casa
282 El viaje al espacio
283 De có mo le robaron el sombrero al Sol
285 Yonna kaarai
285 El perro y el caimán
5. Cuento y jayeechi de sergio Cohen epieyú
287 Atpanaa pone a suplicar al yolüja
29 Enamorado de su mujer como el primer día
6. escritores wayuu
293 ANToNio LÓPeZ [BRisCoL]
293 El verano
294 Una resolució n suprema
295 El pago de un servicio mercenario
296 gLiCeRio TomÁs PANA URiANA
296 El segundo sueñ o
298 RAmÓN PAZ iPUANA
298 Pooroy
Los sapos
299 Uyaaliwa ee atpana
El mapurite y el conejo
302 Warulapay é atpanaa
El gavilán y el conejo
304 El precio del desprecio
30 RAmiRo LARReAL
30 Hermano mestizo
37 migUeL ÁNgeL jUsAyú
37 Ni era vaca ni era caballo
Nno’jotsü páain jia’yaasa nno’jotsü amáin jia’yaasa
329 Relato del niñ o malcriado
2 Nüchi’ki wané jíntüi kayûrrai
337 Relato de un cazador de tortugas
Nüchi’ki wané waiú olo’jüi sa’wáinrrü
344 Relato de un hijo de Juyá
Nüchi’ki wané waiú nüchón Juya´
352 Relato de un guajiro casto
Nüchi´ki wané waiú püla´ áinchi
359 Relato de un joven y una burra
Nüchi´ki wané waiú jimáai óulaka müsû´ya wané pülíku
364 Relato del sueñ o de un venado yama
y de la adivinanza de Maja’ló usérrai
Nülapûnchiki wané irra´ma yama´
óulaka nûimou maja´lóusérrai
370 migUeLÁNgeL LÓPeZ [ViTo APüshANA-mALohe]
370 Katá-Ouu
Vida
370 Wayuu
370 A Mmá, la Tierra
37 Juyapu
Tiempo de lluvias abundantes
37 Woumain
Nuestra tierra
37 Erra
Visió n
372 Marara
372 Culturas
373 Ipa
Piedra
373 Lapu-trama
Sueñ o-venado
373 Aleker
Arañ a
374 Jierru
Mujer
374 Rhumá
375 Kaitunali
3
375 Palaa
Mar
376 Mar
Palaa
376 Vivir-morir
Kataa ou-Outa
377 ANToNio URiANA
377 Al guaimpiray guajirer
377 Bochinche bochinche
379 ATALA URiANA
379 Tu wanee ataakalu
379 Otra piel
380 Tanuiki
380 Tanuiki
38 jUAN PUsHAiNA
38 La fiesta patronal
389 RAFAeL meRCADo ePieyú
389 Maleiwa
389 Míranos, Señ or
39 josé ÁNgeL FeRNÁNDeZ
39 Canto de la Kaaulayawaa
392 Sueñ o oro
393 LiNDANToNeLLA soLANo meNDoZA
393 Fugitivo Palaa
393 Akuaippa
Costumbres
394 ViCeNTA mARíA siosi PiNo
394 Esa horrible costumbre de alejarme de ti
398 La señ ora iguana
404 esTeRCiLiA simANCA PUsHAiNA
404 El encierro de una pequeñ a doncella
4 Manifiesta no saber firmar, nacido: 31 de diciembre
•••
4 TeR C eRA PARTe
goLFo DeL DA R i éN
423 Kuna tule
423 Abya-Yala
425 Gente que habla y se entiende como gente
432 Molas: ventanas afuera y adentro de los kuna tule
440 El mundo a pique vuelve a florecer
448 Platillos voladores de oro
454 Ibe, humanizació n y deshumanizació n
460 Paluwala
2. Historias de origen
47 La Tierra Madre y los cuidados de Paba
472 Olotwaligipileler y Magiryai. La llegada de
Tad Ibe y sus hermanos
482 Tonanergwa y Olobagindili
3. Relatos sobre el gran árbol
484 Paluwala, el gran árbol de sal
-
489 La corta de Palu-uˇ a la
-
49 La corta de Palu-uˇ a la
••••
C UARTA PARTe
PA C íFi Co
569 Embera Katío, Embera Chamí, Wounán, Awá.
Introducción
57 Awá-pit y chocó
6
574 Escribiendo esencias sobre el cuerpo
58 Dos gotas de saliva en playas
blancas de gente recién nacida
586 El hijo de la pierna brota con sangre
598 Tala del gran árbol, primer horizonte humano
602 Jepá
4. Otras narrativas
655 Los bibidigomia 7
657 El rey gallinazo
660 El hombre que se casó con una mujer gallinazo
662 La india embijada
664 La hormiga arriera
665 La culebra birrí
666 Menebé cuento
668 Baubá cuento
669 Amparrá zeze cuento
675 La nutria
676 Yoeyoe cuento
5. Cuento de animales
679 El ñ eque y el tigre
6. escritores embera
HigiNio oBisPo goNZÁLeZ
683 Todo al ritmo y al paso del abuelo Sol
684 Mi madre siempre erudita
*
687 ii LiTeRATURA eMBeRA CHAMÍ
1. Historias sobre el fríjol y el maíz
689 Betata
689 Gallinazo se voló
690 El maíz y el chontaduro
753 Bibliografía
Dedicado a
los presentes y futuros escritores y
escritoras indígenas en Colombia
AG R A D E C I M I E N T O s E s P E C I A L E s
Ministerio de Cultura
Programa Nacional de Estímulos
Rieguen las semillas en el arado,
sean cautos:
la historia mía no será la de ustedes,
a lo mejor será el resultado de la bú squeda heroica
adquirido en el tiempo
y aun má s obtenido como tesoro preciado.
Aú n me falta anclar algunas palabras en vuestro ser, estoy soñ ando.
también debe considerarse que no fueron ni son pocos los que han
estimulado respetuosamente la comunicació n intercultural, recono-
ciendo los modos y ritmos de las comunidades, y preparando –algunas
veces sin saberlo– el actual fenó meno continental de resurgimiento de
la palabra indígena. Este es un renacimiento que, sin embargo, parece
sentirse más hacia afuera de las comunidades –exceptuando algunas
escuelas bilingü es que se nutren o comienzan a beneficiarse de este
caudal de textos creativos–, en la medida en que las nuevas genera-
ciones de escritores indígenas se ocupan recurrentemente del diálogo
intercultural.
Incontables escritores y escritoras indígenas promueven hoy en
día sus lenguas de origen, usan con creatividad las lenguas que inicial-
mente les fueron impuestas (españ ol, portugués, inglés), publican sus
propios libros frecuentemente bilingü es, en suma: abren el diálogo en-
tre culturas a dimensiones insospechadas; por ejemplo, la que implica
su intercambio con miembros de otras comunidades indígenas en sus
respectivos países. Los encuentros de escritores indígenas se han ex-
tendido continentalmente, lo cual ha suscitado un mayor y necesario
intercambio con escritores, artistas y pensadores que no son de origen
indígena. En tal sentido resulta muy interesante que, sin cerrarse al
aporte externo, los escritores y sus comunidades de origen continú en
retomando las riendas de sus propios procesos.
Los periodos en menció n (precolombino, cró nico, etnoliterario,
oraliterario) poseen bases histó ricas pero se definen mejor estilísti-
camente hablando –de hecho, lo etnoliterario y lo oraliterario no son
etapas cronoló gicas que se sigan sucesivamente, y hoy en día se dan
en diferentes niveles a la vez–, pues los periodos se han delimitado
básicamente por referencia a actitudes. En esa medida, lo que viene
cambiando de un periodo a otro es la inicial actitud colonialista de
considerar a los indígenas como informantes que proveen unos mate-
riales folcló rico-etnoló gicos.
La figura del informante pasivo ha ido tornándose en la del
escritor activo, pues entre los mú ltiples roles que desempeñ an, la
mayoría de los escritores indígenas se caracterizan por sus esfuerzos
para mediar
críticamente entre sus comunidades y «las sociedades mayoritarias».
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De otro lado, un punto clave en la actitud oraliteraria es el contacto
familiar, el sentido de pertenencia territorial-comunitaria y la comú n
. La presente edició n procura respetar ampliamente los giros del castellano oral y
los estilos tanto regionales como personales de los autores y narradores o
cantores de los textos compilados. En consideració n a la fluidez en la lectura de
los textos y a su comprensió n, se ha intervenido mínimamente sobre la sintaxis
y la ortografía, y se han aplicado có digos del texto literario como los guiones
de diá logo, y el uso de mayú sculas y comillas. Así mismo, eventualmente se
enmiendan omisiones o se insertan palabras faltantes entre corchetes. (N. d. E.).
actual proceso de reivindicació n, se presentan como yanakunas o ya-
nakunas mitmakunas; los wayuu son los mismos guajiros de algunas
narraciones, así como los chimilas son los ette, los noanamás son los
wounán, los motilones son los barí –a veces los yukpa–, y los cuaiquer
o kwaiker son los awá .
Ahora bien, por tratarse de una antología crítica de literaturas in-
dígenas en Colombia, se ha privilegiado la selecció n de textos
publi- cados por escritores indígenas colombianos. Aú n así, es un
hecho que la nacionalidad indígena de los escritores antecede a su
actual nacio- nalidad civil; de ahí la importancia de incluir autores de
ambos lados de las fronteras en algunos casos. Este aspecto es
especialmente noto- rio en la literatura wayuu, cuyos escritores son
colombo-venezolanos; algo semejante ocurre con los kuna tule, cuyo
territorio está «partido» entre Colombia y Panamá ; y con los
embera, los awá , los barí y los yukpa. Las fronteras nacionales son
para estos pueblos líneas imagi- narias muy recientes.
Dado que muchos de los textos se publicaron originalmente sin
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fines literarios, algunos carecen de títulos. Cuando es necesario se han
incluido títulos para facilitar su lectura, estudio y disfrute. Los títulos
Ni chimilas, ni motilones
Ni chimilas, ni motilones
mada por las tierras bajas que descienden desde la cresta principal de
la cordillera Oriental (Jaramillo, 987: 63). Los yukpa, vecinos
carib del norte, con asentamientos en ambos lados de la frontera
interna- cional, viven del lado colombiano en cuatro parcialidades
territoriales llamadas Iroka, Menkue, el Koso y Sokorpa, que están
distribuidas entre los municipios de Robles, Agustín Codazzi y
Becerril, en el de- partamento del Cesar (Gó mez, 998: 6). Los
yukpa, replegados hoy, antes se extendían desde el área lacustre de
Maracaibo, en Venezuela, hasta el valle del río Cesar en Colombia.
Es probable que las conquistas militares comandadas por Am-
brosio Alfinger hayan sido tan sanguinarias que incluso hoy su figura
conserva un halo de terror. Al parecer, sus campañ as implicaron que
muchos grupos indígenas, como los antepasados de los yukpa y los
barí, se vieran obligados a esconderse en las selváticas montañ as del
Perijá –al igual que tuvieron que hacerlo en la Sierra Nevada los ante-
pasados de los actuales kogui, iku–, wiwa y kankuamo–. Alfinger
fundó Maracaibo, segunda ciudad en importancia de Venezuela,
hacia 530, y se sabe que atravesó con sus ejércitos por el norte de la
serranía de
Perijá, y que luego tomó «el valle de Upar hasta cruzar por el valle de
Pamplonita donde fue flechado en el sitio de Chiná cota en el añ o
de
532» (Jaramillo, 993: 357).
La resistencia armada ette se extendió hasta fines del siglo
XVIII, momento en que segú n Niñ o Vargas (2007) gran parte de la
població n de las llanuras fue forzada militar y econó micamente a
concentrarse en pueblos, mientras que otros grupos se escondieron
en selvas en las que no solo era difícil el acceso, también la
supervivencia. A un lado la lucha armada, los ette tuvieron que
enfrentar otros embates como su incorporació n a los latifundios, en
los que entraron a servir como terrajeros, entregando una mano de
obra que de brindarles supuestos beneficios pasó a implicar contraer
deudas generacionales. Al trabajar como peones y asalariados
disminuidos, apenas si se distinguían del grueso de colonos y
campesinos pobres.
[…] Durante el siglo xix, y aun hasta bien avanzado el XX, las pocas
personas que se interesaron por su suerte los retrataron como grupos poco
numerosos y aislados, cuya continuidad en cuanto sociedad diferenciada era
44 bastante dudosa. Sin duda, las campañ as de sometimiento que ejecutó la
administració n colonial en el siglo XVIII tuvieron profundas repercusiones
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá
Ni chimilas, ni motilones
Los yukpa nombraban kunaguasaya (gente de agua) a sus veci-
nos barí, cuyo territorio es especialmente hú medo, cálido, cenagoso y
boscoso. Segú n Jaramillo, Alfred Jahn escribía chaque para referirse a
los barí, mientras que Reichel-Dolmatoff los subdividía en dobokubi y
mape. Los barí son un grupo chibcha que presenta una gran influencia
arawak, por ejemplo, en técnicas claves como las de la preparació n de
la yuca brava. Jaramillo también propuso una cronología sobre la his-
toria de los contactos con los barí a partir del siglo XVIII. Una primera
etapa (72-88) de pacificació n, es decir, guerras para desplazarlos
y someterlos; una segunda (88-93), en que se da el regreso a la
selva y la primera explotació n petrolera; una tercera (93-960),
correspon- diente a las primeras explotaciones petroleras y a la
segunda pacifica- ció n; y una cuarta (a partir del 22 de julio de 960)
en que tiene lugar
Chibcha y carib
Chibcha y carib
gen las prácticas ceremoniales y no son médicos tradicionales. Ahora
bien, para considerar el estado actual de la oraliteratura tradicional
ette hay que tener en cuenta que hasta el siglo pasado «las
ceremonias, la narració n de mitos, la iniciació n de los especialistas
religiosos y en general todo el ejercicio de la vida tradicional se
realizaba en la clan- destinidad (Niñ o, 2007: 56).
Entre los barí, por su parte, mientras que el tuano cura con plantas
medicinales, y está asociado con un caimán en la tradició n oral, el
tomaira, otro tipo de líder chamánico, posee como funció n principal
«organizar las ceremonias y conocer e idear el mayor nú mero de
cánti- cos posibles» (Jaramillo, 993: 325). «El tipo de iacucaynas o
recitacio- nes varía segú n la inspiració n individual; los viejos conocen
el mayor nú mero y se encargan de enseñ ar a los jó venes» (Jaramillo,
987: 7).
Para los barí más tradicionales, acostumbrados a las palabras
cere- moniales cantadas, y a la transmisió n oral generacional, el
concepto de escritura alfabética parecía extrañ o y sorprendente
hasta hace poco, lo cual se deduce de la siguiente anécdota
protagonizada por Bruce Olson, el misionero noruego:
[…] un día un motiló n fue en bú squeda de Olson, quien era el ú nico blan-
co que allí estaba conviviendo con ellos, y que tenía acogida porque hablaba
su idioma y por eso inspiraba confianza. Tal vez Olson sabría decir algo
acerca del plátano. É l comprendió algunas cosas a partir de los ademanes de
los mo- tilones, pero no entendía qué tenía que ver una cepa de plá tano con
todos los problemas del motiló n […] Después Olson mismo tradujo el texto
al motiló n y los indígenas se dieron cuenta de que dice lo mismo hoy que
hace dos meses, es decir que lo que está escrito no cambia. (Neglia y Olson,
974: 87-88).
vida» (Gó mez, 998: 8). Y las claves para la vida no son pocas; en
974 Johannes Wilbert publicó un tomo entero dedicado a los que
llamaba cuentos folclóricos yukpa, una obra que ha sido
fragmentariamente tra- ducida del inglés al castellano.
Gerardo Reichel-Dolmatoff recogió narrativas ette en la década
del cuarenta. El investigador austro-colombiano instroduce los «cuen-
tos chimilas», que comentó uno por uno, con las siguientes aclaracio-
nes reveladoras:
[…] todos los cuentos aquí presentados me fueron relatados por el ca-
cique chimila Tangrutaya Mutsu, anciano septuagenario, el ú ltimo buen
narrador de cuentos y tradiciones de la tribu que queda hoy en día.
«hubo dos soles antes», soles que ya se murieron (pues los aztecas o
mexicas no hablaban de eras sino de soles). Segú n los indígenas de la
Sierra Nevada de Santa Marta, los mamas o sacerdotes son hombres-
pilares que sostienen la Tierra y propician al Sol para que siga salien-
do. Los ette, por su parte, afirman que los takwajtuggua y los kraanti
sostienen la Tierra con sus conocimientos y ceremonias. Un narrador
contó sobre un takwajtuggua que se transformó en mama, pasó na-
dando el río, y convertido en sapo se tragó una bocanada de fuego.
Es el tradicional relato del robo má gico del fuego. Hasta entonces
el fuego era acaparado por otra comunidad, quizás los vecinos iku–,
si se considera la referencia sobre la conversió n en mama.
Un ette le contó así mismo a Reichel-Dolmatoff que Papá
grande moldeó greda e hizo la tierra; que hizo primero un tigre,
luego a los
. Los ette dicen que los cuatro o dos postes de madera está n «entre las
desembocaduras y cabeceras» del río Magdalena y el río Cesar. Se trata de
una forma de conservar en la memoria colectiva los antiguos límites de su
territorio tradicional. Los ette y otros grupos chibchas como los uwa y kuna
tule consideran que cuerpo, casa y territorio se corresponden simbó licamente.
iku–, los wayuu y los barí. Solo al final creó a una pareja ette. Como
el ette vivía en el cielo, comodito, Papá grande lo empujó para que
cayera en la tierra. El motivo del paso al intramundo es aquí
descenso y ori- gen celestial. Yaau, «dueñ o del agua y el fuego
regenerador», también es quien distribuye las lluvias, que caen como
el primer hombre empu- jadas desde el cielo; así es que Yauu fecunda
esta tierra, Nakarajmanta. Los ette son sembrados como semillas.
Tras encontrar la ceiba primordial, y al ver que en su copa conte-
nía la semilla del maíz, los ette dijeron: «¡Vamos a cortar el árbol para
coger la semilla y sembrarla!». En un giro típico, el á rbol a punto
de caer aparece sano a la mañ ana siguiente. En realidad «crecía
más y más». Un hombre propuso que trabajaran también durante la
noche. Así fue como lograron tumbarlo, obtuvieron la semilla del
maíz y la pusieron bajo tierra.
Se trata de una versió n de la tala y caída del á rbol del mundo.
Aparentemente la versió n no es tan compleja como otras incluidas
en esta antología, las kuna tule por ejemplo, cuyos narradores cuen-
5
tan que para tumbar el á rbol los antiguos tuvieron que matar a los
animales guardianes del á rbol. En las versiones ette la posibilidad
Penari Torosu, es un hombre rico que con sus caballos «va de un lado
al otro del cielo». Yaau en cambio «resulta ser el gran dueñ o de la
ti- naja de los truenos» (Niñ o, 2007: 7), cuyos rayos deja caer con
lluvias sobre Narakajmanta, la Madre Tierra, en un concepto
similar al de Juyá -lluvia que fecunda a Maa-tierra, segú n los
wayuu.
En otro ciclo de relatos y símbolos, unas marimondas negras, pri-
mates asociados con el inframundo, asaltan una casa en donde hay
solo mujeres, se comen toda la comida y violan y matan a la hermana
mayor; la hermana menor, aú n niñ a, se esconde. Una marimonda an-
ciana la salva de sus hermanos marimonda y se la lleva para su casa
en los árboles; ella crece escondida allí, en ese mundo al revés, bajo
la prohibició n de no acercarse a los machos. Sin embargo, en una
de sus excursiones la niñ a muerde el brazo del asesino hermano de
la anciana, un giro magnífico que se explica en el siguiente hecho
del motivo de inversió n: la niñ a veía a los marimondas ahumados,
pues en el inframundo se mira a la inversa. El agua que la niñ a
veía, a la marimonda anciana le parecían orines de Yaau. Y el agua
que veía la anciana era miel a los ojos de la niñ a. Finalmente, y
ante el peligro
de ser asesinada como su hermana, la niñ a, ahora mujer, emprende
el camino de regreso a su propio mundo. En un momento se pierde
y llega a la casa de cuatro mujeres que recogen yuca. La esconden
en una tinaja –en el recurrente episodio del tigre devorador que olía
maíz tostado, es decir, que quería comérsela– entonces aparece el Sol
en un caballo y se lleva a la joven en un largo viaje de regreso a casa,
durante el cual ella queda embarazada. El Sol la ha fecundado en
pensamiento
–recordemos el pensamiento creador de Yaau–. Al fin llega a casa
de sus padres, y allí da a luz a su hijo, un gran kraanti, quien reza y
sabe curar enfermedades. Pero como es comú n en tantos relatos,
especial- mente en los wayuu, a ella le está prohibido contar lo que ha
pasado, y ante la insistencia para que cuente ella cede, cuenta, y se
muere.
La anterior es una de esas narrativas en que parecen conjugarse
elementos del folclore europeo y rasgos y estructuras nativas. La
joven salvada por el príncipe Sol, al estilo Cenicienta, podría ser
uno de los elementos fusionados con la imagen de un sol Yaau que
engendra a
un gran chamá n o kraanti. El tema del hijo del Sol o del Trueno está
53
bien presente en América indígena. A veces se trata de un huérfano
rescatado y criado por un rey ave, animal asociado con el supramundo
A veces le da oro
Y le dice que se los trague
A veces me sigile dando a mí.
Así queda claro que ese «antes del amanecer» se relaciona con la
ausencia de sol, es decir: el tiempo de la luna. Por otra parte, en
una narració n cosmogó nica –muy similar a la de Nanahuatzin y
Tecuciz- tecatl, mito teotihuacano del México antiguo–,
Sabaserbara realiza una competencia en la que el cazador que gane
se convertirá en el Sol. Y quien gana es el menos pensado, pues
además de no tener «ninguna habilidad para cazar», es el menos bello:
un vidente de piel dañ ada, el hombre con menos plumas, por lo
demás desteñ idas… típico motivo de lo pequeñ o prevalece. De
esta forma,
[…] en cuanto el favorito de los chigbarí colocó su collar sobre la cabeza
se hizo luz y comenzó a amanecer. Como el collar era mitad amarillo y la
otra parte negro, nacieron el día y la noche. Con el collar puesto, el barí
seleccionado como señ or Sol despedía rayos dorados deslumbrantes; nadie
podía mirarlo ya de frente sin sufrir lesiones de la vista. Por esto Sabaserbara
le ordenó : «Debes colocarte lejos, tan distante como para poder iluminar, no
solo a los barí, sino a todos los seres vivos de la Tierra».
de trabajar se pusieron a comer pepitas y a bañ arse en el río. Por tal motivo,
sintiéndose engañ ado, el Muchú desapareció por el aire, y se fue a vivir a las
montañ as dejando algunas vegas terraplenadas como la de Ildakarora, que
fue la primera. Por eso el motiló n de hoy dice que no es justo que los
colonos lo hayan despojado de las vegas siendo estas fruto del trabajo de sus
antepasados.
Los yukpa creen que antes había dos soles que se alternaban. Ko-
pecha trató de seducir a uno de los soles. Lo que ella deseaba era
ha- cerlo caer en un pozo de carbones encendidos. El Sol cayó . No le
pasó gran cosa, y convirtió a la mujer en sapo, pero cuando regresó al
cielo había perdido parte de su brillo. Se convirtió en la Luna, que a
dife- rencia del astro más radiante, se muestra benevolente con el
hombre. Un cazador que perseguía a un zaino incursionó al lugar
en donde el Sol cazaba guacamayos y fue capturado como si fuera
una presa. El Sol, que cazaba con flechas que eran serpientes, lo veía
como si fuera un venado; en cambio la Luna y sus hijos, que sí lo
veían en forma de hombre, lo ocultaron en su casa dentro de unas
tinajas. El Sol llegó bravo, a buscarlo; antes de que lo encontrara,
gracias a su olfato de cazador, el Luna hizo romper las tinajas y
culpó a su hermano astral de haberlas roto. Se encendieron a
machete. La cosa no pasó a más. El
Sol montó guardia. El cazador yukpa se quedó viviendo en la casa del
64
Luna y fue deseado por sus hijas jó venes, quienes se metieron con él
en la tinaja. El hombre finalmente regresó y dejó embarazada a una de
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá
75
Quiere que le hablemos
Quiere que las mujeres le hablen
Y que los hombres también lo hagan
Así hay que hacer
Ella es nuestra madre […].
GERARDO GRANADOS
1. Historias de origen
el mundo
Yunari Kraari es nuestra madre
Ella está en el principio
Está antes que Sol y Luna
Ella es la abuela de Yaau y Numirinta.
1. Historias de origen
En ambos lados vive gente
Por eso decimos que los ette viven en el medio.
La creación
1. Historias de origen
«Papá grande» tomó un pedazo de greda y lo amasó así como uno
va moldeando greda para hacer loza. Lo formó y lo encontró muy pe-
queñ o.
Así [que] tomó otro pedazo, lo añ adió y así siguió hasta que
tuvo un gran pedazo. Así hizo la Tierra.
Entonces no había árboles, ni maíz, ni yuca. Cuando Papá
grande vio que no había nada en la Tierra, hizo un tigre grande y lo
soltó . Así hizo al tigre y todavía hay tigre de este mismo.
Entonces Papá grande hizo a los hombres y todos eran aruacos,
guajiros y motilones. Así hubo muchos hombres en la Tierra.
Enton- ces Papá grande vio que los hombres no podían vivir solo de
guerra y de palabras y así hizo una mujer para cada uno. Hizo mujeres
aruacas, guajiras y motilonas. Así hubo muchos indios en la Tierra.
Entonces, mucho más tarde, Papá grande hizo al primer indio chi-
mila a su mujer y les dio como nombre Huhun Krukroring Merana
y Soving Kranyaring Ovokeya. Entonces Papá grande dijo al indio:
–¡Véte a la tierra!
El indio miraba la tierra desde el cielo y como no le gustó nada, no
quiso bajarse. Entonces Papá grande lo empujó y así el hombre cayó
a la tierra; cayó por allá, cerca de San Á ngel. Pronto hubo muchos
indios chimila en la tierra y entonces no se llamaban «chimila» como
hoy sino «paretare».
Así fue como Papá grande hizo la tierra y los indios.
(Reichel-Dolmatoff, 945)
sol y Luna
Sol y Luna son hermanos. El hermano Luna es mucho má s viejo
que la hermana Sol, que ya es la tercera hermana y que hace poco que
nació . Los dos soles que hubo antes ya no sirvieron cuando eran viejos
y se murieron cuando se acabó su familia.
Antes el primer Sol salió por allá donde ahora se acaba el día, y
entonces los días duraban cuatro añ os. Así los indios podían trabajar
todo el tiempo con día.
Entonces, má s tarde, Papá grande hizo salir al segundo Sol por
82
allá, detrá s de la Sierra Nevada. Entonces los días duraban un añ o.
Por fin cambió este y desde entonces el Sol sale por donde lo
Literatura ette
el poblamiento
Cuando los primeros chimila bajaron del cielo no sabían a
dó nde ir. Hubo mucha agua entonces en todas partes y mucho
monte sin comida ni buenas aguas.
Entonces Papá grande tomó el Arco Iris y cogió sus tres flechas,
todas hechas de la cañ a maná. Disparó sus flechas sobre la tierra para
mostrar a los chimila el camino por donde debían seguir.
La primera flecha cayó allá en San Á ngel y todavía hay mucho
indio allá. La segunda cayó allá en el río César y así parte de los
chimilas se
fueron por allá. La tercera flecha cayó allá lejos, donde está hoy el gran
pueblo que llaman Cartagena y para allá se fueron los otros chimilas.
Así los chimilas encontraron el camino y quedaron en toda esta
tierra.
Desde entones la cañ a maná sirve para flechas porque es de la fa-
milia del Sol. Cuando uno se chuza con la cañ a maná en el monte
de noche, puede ver al Sol.
(Reichel-Dolmatoff, 945)
1. Historias de origen
Yunari Kraari estaba muy triste porque su espalda estaba manchada
Entonces la Tierra se tenía que acabar
Se iba a acabar con fuego, con agua y con viento.
É l llamó a su gente
Mandó cavar un profundo hueco en donde pudieran dormir todos
Un hueco como una casa
Allí mandó meter agua para beber y comida para comer
Metieron toda clase de plantas, semillas y cogollos
Guandul, yuca, maíz, fríjol, totumo, batata, ñ ame, ají
También metió muchas cantabritas con chicha de yuca y miel.
1. Historias de origen
Salvó unos ette, salvó guajiros, salvó kogi, salvó arsarios
Yauu los salvó en pensamiento
Como cuando alguien salva para la pró xima siembra.
1. Historias de origen
Cuando por fin la tierra pudo bajar a Yunari esos dos hijos
cohabitaron
Formaron la primera familia
Los hijos de esa familia se volvieron a casar hasta que se pobló el
mundo.
1. Historias de origen
(Niñ o, 2007: 30-302)
el diluvio
Una vez empezó a llover y llovió y llovió , más y más, día y noche.
El Sol y la Luna se ahogaron.
Entonces todo el monte se inundó y ya no hubo ríos ni cañ adas.
El agua creció y creció y por fin ya cubrió toda esta tierra. No hubo
sembrados entonces y no hubo comida y así fue que todos los
indios se murieron.
Una sola familia quedó viva. El hombre hizo una gran casa de pie-
dra bajo la tierra, así como una casa redonda de nosotros pero con
muchos cuartos, uno encima de otro. Así el hombre con la familia
estaba sentado allá en el cuarto arriba y afuera llovió mucho pero no
entró nada de agua.
Entonces un día dijo una mujer:
–Hace añ os ya que no veo el sol y estoy ya muy cansada. Quiero
ver un poco de luz.
Así dijo y se subió y abrió un hueco en el techo. Pero como el techo
no era de hoja de palma, sino también de piedra, tuvo que sacar
una piedra grande. Entonces un chorro de agua entró en la casa y
todos casi se ahogaron.
Entonces dijo el hombre:
–¡Maldita mujer! ¡Así uno se muere por tu culpa! Ahora, cuando
termine de llover, ¡vete afuera y vuélvete lechuza!
Así fue, y cuando terminó la lluvia la mujer se volvió lechuza.
Desde entonces la lechuza canta de noche y quiere ver al sol, pero no
puede verlo nunca.
Entonces el hombre y las otras mujeres bajaron al otro cuarto y
esperaron allí el fin de la lluvia. Esperaron muchos añ os y por fin
sa- lieron.
Entonces dijo el hombre:
–Ahora sí se murieron todos los animales. ¿Qué vamos a hacer sin
animales?
Pero no fue así. En una loma muy alta había un á rbol de totumo
90
y este creció mucho cuando empezó a llover. A este árbol se subieron
el pájaro karau y el rabipelado nuti. El pá jaro tenía mucho miedo y
Literatura ette
1. Historias de origen
traerla!
Entonces el brujo se cambió en el sapo Mamu y saltó al agua. Nadó
a través del Gran Río y cuando vino a la playa saltó entre los indios
que estaban allá sentados comiendo pescado. Cuando vieron al gran
sapo se asustaron, gritaron y corrieron.
Entonces el sapo se tragó una braza y saltó al río y nado al otro
lado. No se quemó ni se apagó la candela. Cuando vino a la playa el
sapo escupió la candela y dijo:
–Mis hijos, ¡aquí está la candela! ¡Ahora hay que guardarla bien
para que no se apague nunca!
Pero el brujo se quedó sapo. Desde entonces los sapos son gente
como nosotros y no se deben matar. Los sapos son buenos.
A veces, de noche, el sapo canta en la selva y entonces las mujeres
se levantan a poner más leñ a al fogó n para que no se apague.
Así fue como los chimilas consiguieron el fuego.
(Reichel-Dolmatoff, 945).
Cómo los chimila consiguieron el agua
Cuando los chimilas llegaron a esta tierra montañ osa, no encon-
traron agua para tomar. Buscaron y buscaron, pero entonces no había
río ni cañ ada. Sufrieron mucho.
Entonces la Gran Cacica mandó cavar un pozo hondo y más allá
otro pozo y más allá otro. Cuando los pozos ya estaban bien hondos, la
Gran Cacica se puso a dormir. Cuando se despertó preguntó :
–¿Ya hay agua?
Los hombres dijeron:
–No, ¡todavía no hay agua!
Entonces la Gran Cacica durmió otra vez. Cuando se despertó
preguntó :
–¿Ya hay agua?
–No –dijeron los hombres–, ¡todavía no hay!
Entonces, por la noche, la Gran Cacica se fue sola a un pozo.
Allá estaba ella y miraba hacia el fondo. Entonces dijo:
–¡Venga, agua! –y dejó caer un poco de saliva en el pozo. Así lo
92
hizo con todos los pozos, y entonces regresó y se puso a dormir.
Por la mañ ana, los hombres fueron a los pozos y los encontraron
Literatura ette
(Reichel-Dolmatoff, 945)
el pensamiento de Waacha
1. Historias de origen
Versión A
Antes, Yaau y Jesucristo aú n no se habían repartido la gente
En ese tiempo las personas eran diferentes
En la espalda tenían el pecho y el pecho lo tenían en la espalda
Eran personas al revés.
Yaau era diferente a Jesucristo
É l pensaba mucho
Pensaba las cosas que estaban bien y las cosas que estaban mal
Pensaba las cosas que servían y las cosas que no servían.
sol y Luna
El Sol es un hombre y la Luna es una
mujer Ambos son hermanos y son muy
viejos
Sol es mayor que Luna.
sol y la joven
I
Antes, antes de nuestros abuelos, una pareja tenía dos hijas
Una mayor y otra menor
La mayor la cuidaba siempre que sus padres salían a montear
«Cuídala mucho», decían antes de irse.
II
Las marimondas negras eran como personas
Vivían en casas como personas y cocinaban como personas
También se emborrachaban y hacían fiesta.
En ese lugar la niñ a oía gente trabajando en las rozas y cortando leñ a
Pero solo veía marimondas maromeando
La niñ a no entendía y se asombraba
Se preguntaba por qué pasaba eso.
Ahí se crío.
La anciana la cuidaba, la bañ aba, le daba de comer y le guindaba una
97
hamaca
Ella siempre le advertía las cosas malas y las cosas buenas
Y la niñ a le respondió :
«¡Pero es que yo los veo como si estuvieran ahumados!».
I
III
Una mañ ana la niñ a y la mujer salieron a caminar
En su camino se encontraron con un manantial cristalino
La niñ a se puso muy feliz y salió corriendo a beber agua.
Marimonda la regañ ó :
«¡Pero qué es lo que vas a hacer!
¿Acaso no ves que son orines? Son los orines de Yaau
¿Có mo te vas a tomar los orines de Yaau?
¡A veces tú eres muy sucia!».
V
La joven se encontró con Gallinazo
Se puso a hablar con él hasta que llegó a la enramada
Allí se sintió confundida
Le pidió a Gallinazo que decidiera por ella
Gallinazo dijo que él cogería por el camino de abajo
Así lo hizo la joven.
Primero la bañ aron con plantas aromáticas para que oliera bien
A su padre no le gustaban las personas sucias y ella olía a
marimonda
Luego le dieron ropa nueva y agua limpia para beber
Después la invitaron a seguir a su casa.
Le contó todo al padre y él oyó
todo También le ofreció chicha y
comida
Y la invitó a pasar la noche en una casita que tenían muy cerca a la
suya.
Amaneció
El padre y sus hijas sacaron a la joven del escondite
Le preguntaron có mo había dormido
Ella les contó todo llorando
Le dijeron que no se preocupara porque pronto iba a regresar a su
casa.
VI
Un hombre pasó por la casa en su caballo y se fijó en la joven
La joven debió ser muy bonita, porque aquel hombre era muy
importante
É l era Penari Torosu, Sol
Estaba con su caballo y sus cadenas de oro.
VI I
Sol y la muchacha partieron
É l en su caballo y la joven a pie.
VI I I
Durante el viaje la mujer resultó embarazada
Sol y ella nunca se tocaron ni estuvieron juntos
Pero el hijo que la muchacha iba a tener era de él
Sol la había embarazado en pensamiento
Con el solo pensamiento, sin tocarla.
Solo faltaba un día para que la joven por fin llegara a la casa de sus
padres
Entonces Sol le dijo muchas cosas:
«Mañ ana llegarás a tu casa y verás a tus padres de nuevo
El hijo que vas a tener será un gran kraanti
É l sabrá curar las enfermedades
Con sus rezos no dejará que el mundo se vuelva a acabar
Por eso, si quieres alumbrar sin dolor no le dirá s a nadie quién es su
padre
Si quieres que tú y tu hijo vivan no dirás có mo hiciste para tenerlo».
IX
La joven llegó a su casa
Sus padres se alegraron mucho
La abrazaban y le preguntaban por qué había tardado tanto
«Estás muy grande, eras una niñ a y ahora eres mujer
¿Dó nde habías estado hija?
¿Có mo has vivido todo este tiempo?
04
¿Qué has comido?».
Y así fue
Al poco tiempo el niñ o amaneció muerto por fiebre y calentura
Dos días más tarde, la madre se murió de la tristeza.
(Niñ o, 2007: 305-33)
05
I
Hace tiempo hubo mucha guerra entre los ette
Eran muy violentas y había mucha muerte
Eran contra los guajiros o contra los españ oles
Todos peleaban contra todos.
3. Otras narrativas
¿Por qué no llevas al niñ o hasta la punta de ese árbol?
Tú eres fuerte, tú puedes llevarlo. ¡Anda y llévalo!».
II
Rey le había prometido que arriba podría reencontrarse con sus
padres
Entraron al cielo por una puerta muy pequeñ a que Rey Gallinazo
08
abrió
El cielo estaba lleno de gallinazos
Literatura ette
3. Otras narrativas
Por la noche, Rey le ordenó al niñ o que se bañ ara
Lo lavaron con agua y con plantas para que se le quitara el olor a la
persona
Después lo llevó a una casa cercana a la suya para que durmiera ahí
La casa estaba llena de tinajas para esconderlo.
Por las mañ anas Rey Gallinazo siempre le llevaba comida al niñ o
Se metía a la tinaja para hablar y enseñ arle cosas
Le enseñ aba sobre el mundo y los animales
También sobre las plantas y las piedras
Le hablaba sobre las montañ as y los nacederos
Por la noche se volvía a ir y el niñ o quedaba solo
Así pasaron muchos meses y muchos días.
El joven se lo puso
Desde ese día lo que antes le parecía sangre ahora lo veía como
chicha
Lo que antes le parecía carroñ a ahora lo veía como carne
I
Lo que antes veía como termiteros ahora lo veía como yuca y maíz
Desde ese día pudo comer feliz y tranquilo y todo le parecía sabroso
Sus padres se pusieron muy alegres
É l podía ver como ven los gallinazos.
IV
El joven ya había vivido mucho tiempo en el cielo y se aburrió
«Quiero regresar abajo
Quiero tener roza y mujer abajo», le decía a sus padres
«Bueno hijo, ya eres un hombre y puedes regresar», le decían ellos.
3. Otras narrativas
Se fue despacito, silencioso y concentrado
Cuando ya estaba cerca cogió la macana y la lanzó con todas sus
fuerzas
Ella cayó al suelo muerta.
V
Pasó el tiempo y el joven consiguió mujer y abrió roza
Su mujer siempre le preguntaba dó nde había estado y quién lo había
criado
É l no decía nada, porque [así] se lo había prometido a Rey Gallinazo
É l nunca debía contar có mo era el cielo
Le habían dicho que si lo hacía moriría.
Los brujos
Hay buenos brujos y hay malos. Así dice la gente y así es. Los
2 buenos curan y llaman la lluvia cuando hay sequía, y cuando se mue-
ren son como nosotros cuando nos morimos. Pero los malos brujos
no son así. Ellos no se van cuando mueren; [sino que] vuelven para
Literatura ette
hacer dañ o, y como no se pueden volver como hombre porque uno los
reconoce, se vuelven como tigre. Así uno va [andando] en el monte
y encuentra tigre y uno no sabe [si] es tigre o es brujo.
Un día unos hombres iban por el monte y cuando caía la noche
I
3
3. Otras narrativas
4. Narraciones e imágenes oníricas
Lo cogí
Lo tragué
Quedó bien
Era un buen sueñ o […].
(Niñ o, 2003: 342)
I
2
23
1. Historias de origen
1. Historias de origen
La Luna y la Tierra eran dos hermanas que vivían cogidas de la mano [t.C.]
En épocas remotas la Luna y la Tierra eran dos hermanas que
vivían cogidas de la mano, es decir, las enlazaba un bejuco mante-
niéndolas muy juntas. Como todavía no existía el Sol, en la Tierra
los barí realizaban sus ocupaciones palpando sombras y adivinando el
aspecto de las cosas. La peor dificultad era la de hallar alimentos: los
cazadores solo lograban atrapar tucanes que, debido al colorido de
sus plumas, se dejaban divisar al resplandor de la luna llena.
Cansado de la escasez, un grupo de guerreros decidió aventurar
investigando lo desconocido: treparon por el bejuco y al otro lado en-
contraron a una mujer solitaria, que era la patrona de la Luna. Ella les
otorgó permiso para cazar con la condició n de que cada uno de ellos le
hiciera el amor antes de proveerse en sus dominios. Preciosa era la
na- turaleza y variadas las especies de animales en los campos de la
señ ora de la Luna, además, allá sí había luz y los animales eran
mansos. Por mucho tiempo los barí contemplaron con deleite tanta
belleza; aparte de eso, después de sus visitas se deslizaban a casa
por el bejuco, con los brazos cargados de pavos y toda clase de
delicias gastronó micas.
A pesar de la abundancia que ahora procuraban a sus familiares,
los guerreros de la comunidad barí no estaban satisfechos. Tanto ha-
cerle el amor a la patrona de la Luna los estaba dejando agotados y
enfermos, porque el contacto con ella generaba mucho frío. Un día,
un atrevido grupo de jó venes decidió traspasar los linderos
permitidos sin cumplir con el requisito acordado por sus padres.
Ellos, además de buscar presas para sus flechas, se dedicaron
también a explorar la Luna hallando allí a otros seres vivos
parecidos al humano: existían dos familias, la del có ndor y la del
buitre. Después de conocer a las hijas del có ndor, ya los jó venes barí
no deseaban aparearse con nadie más. Ese sentimiento los había
inclinado a ignorar peligrosamente la condició n impuesta por la
señ ora de la Luna.
Un día ella descubrió el engañ o y, en medio de un irracional im-
pulso de ira, cortó el bejuco que unía a la Luna con la Tierra. Una
vez zafada esa conexió n la Luna se fue alejando poco a poco
26
inexorable- mente. Los jó venes barí no tuvieron tiempo de bajar y
quedaron con- denados a permanecer allá, para siempre unidos a las
hijas del có ndor. Desde la lejanía sus descendientes con nostalgia a
veces nos observan, cuando a las nubes no se les da por extender
Literatura barí
27
La Creación
La leyenda dice que Dios tenía un machete y cortó una piñ a de
1. Historias de origen
la cual salió un hombre motiló n. Luego cortó otra piñ a y de esta
salió una mujer. Entonces Dios se dijo a sí mismo: «Voy a cortar
una piñ a más grande a ver qué sale…». Cogió el machete y cortó dos
piñ as gran- des, y de ellas salieron un motiló n, su mujer y dos
niñ os. Así salieron má s motilones.
Entonces los motilones vivieron en esta zona y se multiplicaron
mucho. Pero luego, por engañ os y por discusiones se separaron, y
se fueron unos para La Guajira, otros para la tierra de los yukos, otros
al norte, otros al sur, hasta que se pobló la tierra por motilones.
(Neglia y Olson, 974: 8-
82)
en el principio
I
En el principio solamente existían dos razas: la del chigbarí y el
barí. Los chigbarí son espíritus eternos al servicio del Espíritu Ara,
ellos siempre han sido y serán. En cambio la raza barí tuvo comienzo:
Samaydodjira pobló estos territorios partiendo piñ as, y del jugo de las
piñ as brotaron los barí. Sin embargo, esos seres primitivos no eran
iguales a nosotros, ellos no tenían sexo. Se reproducían con la
ayuda de un chigbarí, que se transformaba en tigre y les lamía la
barriga dejá ndolos preñ ados. Un día el espíritu del tigre no volvió
más, se marchitó una generació n barí esperá ndolo ¡sin resultados!
Nuestros antepasados estaban desesperados porque no podían te-
ner más descendencia, entonces decidieron pedir ayuda a un barí que
podía canalizar el poder de Dios. Se llamaba Samaydodjira, pero lo
apodaban Sabaserbara, que quiere decir «el que vive solo». É l les dijo:
–Hagamos así –tomó una colmena de abejas silvestres con forma
de pene y se la colocó al cacique en la parte baja del estó mago. Luego
explicó a los barí–: Deben moldear una hendidura con barro y ponér-
sela a uno de los hombres, para hacer de él una mujer.
Pero algo no funcionó bien y los hijos de la primera pareja
nacieron mal: dice la tradició n que salieron muy flacos y con las patas
28
torcidas. Cuando vino Sabaserbara a mirar có mo iba el trabajo,
cuentan que se puso furioso y de castigo creó a las moscas, que desde
entonces tienen de tarea chuparnos la sangre. Después de varios
Literatura barí
intentos, nuestros an- tepasados por fin lograron hacer una mujer que
sirviera. En adelante los barí pudieron tener hijos y se organizaron
por parejas que apren- dieron rápidamente a «lamerse la barriga»,
con el sistema agradable que ellos mismos inventaron.
II
II
Varias generaciones más tarde existió un matrimonio barí que re-
cientemente había dado a luz una bebita. Para poder salir de pesca,
en- comendaron la niñ a a una anciana de la comunidad quien, aú n
cuando era cegatona, todavía tenía activa la voluntad de servicio. El
tiempo transcurrió y la abuela sintió hambre. Tanteando en tinieblas,
porque la falta de luz se sumaba a su ceguera, la anciana confundió la
niñ a con sus provisiones. Tomó el cuerpo de la bebita, lo despresó ,
cocinó y se lo comió . Cuando llegaron los padres alcanzaron a ver
có mo la anciana devoraba los ú ltimos mordiscos de una pierna.
Loco de dolor, el guerrero apaleó a la antropó faga hasta matarla.
Luego reunió leñ a, encendió una gran hoguera y puso a incinerar
su cuerpo para que no quedara ni el recuerdo de la vieja. La fogata
ardió
por varios días; cuando todo el remanente eran cenizas, la pareja se
tomó el trabajo de llevarlas hasta la cú spide de una montañ a, que se
empinaba obstinada en alcanzar las nubes. Allí las esparcieron al do-
minio y libre albedrío de los vientos.
Donde cayeron cenizas negras brotaron hombres negros. Si eran
rojas las cenizas, nacieron hombres rojos. Y los seres humanos
blancos tuvieron su origen en cenizas completamente calcinadas que
se torna- ron pálidas. Ese día se crearon muchos hombres de distintos
colores, todos con el pelo rizado y muy inteligentes; pero de la
transforma- ció n de las cenizas no surgieron mujeres. Para obtener
sus hembras los hombres de las nuevas razas tuvieron que apelar al
rapto de las esposas de los barí. Hoy conocemos a los descendientes
de esas muje- res deshonradas porque hay individuos de otros
pueblos que resultan con el pelo liso.
(Galvis, 995: 34-36)
29
Así salieron las razas [t.C.]
Cuenta un motiló n que hubo una mujer muy anciana que no se
1. Historias de origen
moría, la cual era tan mala que una vez cogió una niñ a muy bonita, la
cocinó y se la comió . Ante esto, todos gritaban asustados y el padre
de la niñ a tomó un palo y de un golpe mató [a] la anciana.
Entonces todos los motilones cubrieron el cadáver de la anciana con
mucha leñ a, le prendieron fuego y la quemaron durante un verano. Al
cabo de ese tiempo cogieron las cenizas y las botaron al aire. El
viento esparció esas cenizas: una cayó acá y nació una persona de
raza negra, otra ceniza amarilla cayó allí y nació una persona
amarilla, luego otra blan- ca… Así salieron las razas.
(Galvis, 995: 82)
30
Literatura barí
II
2. Relato sobre el gran árbol
I
Había un árbol muy grueso y muy alto que fue descubierto por un
muchacho, quien invitó a todos los motilones a cortarlo y tumbarlo.
Todos contribuyeron en esta tarea durante un verano hasta que por
fin el árbol cayó . Al caer, el golpe fue tan fuerte que hundió la tierra
para convertirse con sus ramas en los ríos.
A partir del golpe y de la hendidura de la montañ a salieron el Iqui-
boqui o «río de Oro», el Catatumbo y los afluentes. Desde este mo-
mento toda la població n, muy contenta, bebió agua y la almacenaba
en jarras de barro.
II
Todo el mundo era montañ oso; no había agua y los motilones
3
se
morían de sed. Fue el momento en que aparecieron los ríos, por la
caída del árbol gigantesco… y entonces un profeta les enseñ ó a utilizar
32
Literatura barí
II
3. otras narraciones de antigua
39
permitido observar!
Luego estuvieron en otras comunidades, donde viven distintas
familias de chigbarí: hay chigbarí rayados como el arco iris, otros se
parecen al tigre. Visitaron también los pueblos donde viven los de pelo
rizado, que son los chigbarí más fuertes. Estos ú ltimos le ofrecieron
to- pocho, el alimento que ellos comen para mantenerse vivos. El
chigbarí guía le explicó :
–Si comes lo que te ofrecen ¡tendrá s que quedarte acá !, porque
tu cuerpo se hará livianito como una hoja y ya no podrá s volver a
tu comunidad.
Pasearon, primero por donde nace el sol y más tarde por donde se
oculta. En oriente tuvo el joven barí una tentació n muy fuerte: en esa
tribu encontró a dos muchachas preciosas, que estaban disponibles
para él. Nuevamente tuvo que desprenderse, por consejo de su guía y
seguir adelante sin dejarse involucrar. Hasta el dominio del sol habían
llegado ya otros «mensajeros» de los barí, pero el chigbarí que lo tenía
agarrado de la mano se proponía llevarlo al más allá… del más allá.
Se dirigieron entonces al reino de la muerte, penetraron
territorios de lo desconocido hasta encontrar la estació n de llegada, a
donde todos los barí que mueren tienen que acudir. El joven
visitante vio llegar a mucha gente de su raza: todos estaban
desnudos, los hombres traían en la mano un pedazo de cañ abrava
para hacer sus propias flechas y las mujeres portaban su canasto.
En el puesto de recepció n había un grupo de gente chigbarí, entre
ellos estaba Taigda Chigbana, el chigbarí encargado de recibir a los
barí en el otro mundo. Ante esa visió n su guía le explicó :
–Si se trata de un guerrero, al darle la bienvenida Taigda Chigbana
le entrega un arco, porque antes de seguir adelante hacia las estrellas
el barí tendrá oportunidad de matar a un yácura. Si falla con sus
flechas ese monstruo gigantesco seguirá su camino y llevará a las
comunida- des de ustedes muchas enfermedades y desgracias.
4
Cuando el yácura
logra introducirse al plano donde vive el hombre, la tierra tiembla.
¡Explica a tu gente que ese es el origen de los terremotos!
42
Literatura barí
II
iii Literatura yukpa
43
1. Historias de origen
1. Historias de origen
Kemoko andaba solo por el monte y el pájaro carpintero picaba to-
dos los palos. Cuando picó unos palos salió sangre. Entonces Kemoko
los cortó e hizo con ellos un hombre y una mujer, doblá ndoles los brazos
y las piernas para que pudieran caminar. De aquí salieron los yukpa.
(De Villamañ á n, 982: 6-7)
1. Historias de origen
Después se casó con danta y tuvo hijos; todos se fueron con danta.
Eran grandes como vacas. Salieron de la cueva otros atancha kushpa,
pero Kemoko se quedó solo. El rey de los zamuros salió de la danta
y de Kemoko. Después salieron de la cueva los manapsha kushpa.
Es la gente de Iroka, los guajiro, los watiya (los blancos). De uno de
los atancha kushpa y de la pereza salió el pájaro carpintero, que
picaba to- dos los árboles. Los atancha apagaron la luz de la luna
(kunu), que an- tes estaba muy cerquita, tirándole cera con las flechas.
Se quedó todo oscuro y se fueron todos. Kemoko puso otra vez
brillante a la luna. Se quedó solo con el pájaro carpintero y con la
pereza. El pájaro carpinte- ro picó en un á rbol, que estaba vivo, y
salió sangre. El á rbol lloró y se lo fue a decir a Kemoko. Se fueron los
dos a donde estaban los árboles vivos. Kemoko fue caminando y el
pájaro carpintero se fue volando.
–Aquí está –le dijo el pájaro a Kemoko.
Este cortó con un hacha los árboles vivos. Salieron dos hombres y
dos mujeres. Se casaron y de ellos salieron los yukpa.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 8)
Kemoko y Kurumacho
Kemoko hizo de la tierra a Kurumacho (los zamuros), para que
volasen al cielo. Allí viven como personas. Cuando Kemoko se
quedó solo por el monte le entraron ganas de tener una mujer.
Caminaba solo por el río Atapshi y pescaba para comer. Un día pescó
muchas sardinas y las dejó podrir. Se untó con ellas todo el cuerpo
y se puso hedion- do. Bajaron los zamuros para comérselo. É l se
quedó como dormido. Cuando se le acercó Kurumacho hembra la
agarró , le quitó las plumas, la estiró para acomodarla a su estatura, le
hizo cosquillas, se rió y la tomó por mujer. Pronto tuvo hijos. Se
llamaron Okoshpe, Wamo, Ka- tutu y Pishíaka. Otro se murió . De esta
gente nacieron los españ oles y la otra gente watiya (los blancos).
Kemoko les enseñ ó muchas cosas. Por eso saben más que los yukpa.
Los negros salieron del murciélago.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 7)
1. Historias de origen
Lo comían solos. Después cuando Kemoko orinaba, ahí mismo
salía auyama. Otra vez orinaba y salía maíz, taparuco (calabacita) y
todo lo que cagaba él. Ardita quemó un terrenito para sembrar
maíz, pero entonces no salió nada. Más tarde Kemoko enseñ ó a los
yukpa a comer maíz y a beber chicha.
(De Villamañ á n, 982: 9-0)
–Tomen chicha para ponerse fuertes y para que se curen los enfer-
mos. Después Osemma les dijo:
–Me voy.
Se fue y no volvió más. Ahora solo se nota que pasa cuando hay
terremoto; pero cuida siempre de los cultivos de los yukpa.
(De Villamañ á n, 982: 0)
1. Historias de origen
él se paraba a orinar, nacía maíz, fríjol gandul, ahuyama y totumo. Allí
donde él salía y regaba la tierra nacían estas plantas.
Como a aquellos del asentamiento donde había llegado el Unano
no acostumbraban comer más que comida silvestre, cuando encontra-
ban las matas que nacían por efecto de la orina del hombre, las arran-
caban y botaban las maticas. Por eso cuando este partió los condenó a
pasar hambre, ya que se había dado cuenta de lo que sucedía.
Cuando la comunidad donde había regresado el niñ o se enteró de
la presencia del Unano, fueron a su encuentro y lo invitaron a que-
darse con ellos. É l al comienzo rehusó la invitació n, pues pensaba que
podía repetirse lo sucedido en el otro asentamiento. Después de que
varias personas le pidieron que se quedara, él aceptó . Entonces la co-
munidad se puso de acuerdo para no tratarlo como lo habían hecho
los del otro asentamiento. Una mujer que sabía bastante, intuyendo
que algo bueno traía el hombre, advirtió a los demás sobre el trato que
debían darles tanto al visitante como a su compañ era.
Así fue como lo invitaron a descansar en una de las casas. Le
ten- dieron una estera nueva y le ofrecieron comida. Mas la gente
de este
asentamiento, al igual que la del anterior, comían frutos silvestres,
algunas veces crudos y otras cocidos. Así que de estos frutos le
ofre- cieron al Unano.
É l ya sabía lo que comían ellos, por eso les pidió que dejaran
esa comida, que no cocinaran más de esos frutales, que los botaran, ya
que a cambio les iba a dar algo mejor. Agregó que confiaran en él y les
pidió seguir las instrucciones que les diera. Todos hicieron caso, pese
a que los niñ os empezaron a sentir hambre.
Les dijo que trajeran canasticos para darles aquello que había
anunciado, que eran granitos de maíz cariaco. Les advirtió que a cada
uno le daría dos granos, pero que al cocinarlos lo hicieran en una olla
grande, pues de lo contrario le daría a él dolor de cabeza. Algunos
creyeron y otros no. Aquellos que no creyeron lo que el hombre
estaba diciendo pensaron que dos granos de maíz era muy poco para
dar de comer a toda la familia, pero se acercaron a recibirlos.
El hombre se esculcaba los cabellos y de ahí iba sacando los
52
gra- nitos de maíz para dárselos a la gente. A medida que iba
repartiendo los granos perdía estatura. Todos en el asentamiento,
muy conten- tos, cocinaron los granos de maíz como el hombre les
Literatura yukpa
53
Cómo Purihma engañó a los yukpa
Cuando Kemoko sacó a los yukpa del sangrito (manéracha), les
1. Historias de origen
hizo una casa grande donde cada uno vivía con su mujer. Kemoko
les buscaba comida. Cuando Kemoko estaba fuera buscando plátano
(kurántana) para los yukpa, Purihma les trajo plátano no comestible
(kinía). Purihma engañ ó a algunos diciéndoles que él era Kemoko,
y les ofreció plátano no comestible. Los que lo comieron se
quedaron para siempre en el monte como los yukpa, los barí y los
guajiro. Los que comieron de los plátanos que trajo Kemoko se
hicieron blancos, má s inteligentes, y aprendieron a hacer muchas
cosas.
(De Villamañ án, 982:
2)
54
Literatura yukpa
III
2. Historias de sol y Luna
el día y la noche
En el comienzo del tiempo, había dos soles, uno de los cuales salía
cuando el otro se ocultaba.
Un día Kopecho (femenino) invitó a uno de los soles a un festival.
El Sol asistió ; sin embargo, no intentaba bailar.
Kopecho había preparado una gran fogata y se puso a bailar ante
el Sol en una forma tentadora. É l se sintió muy atraído por la
danza- rina. Se levantó y fue hacia ella. Pero él no había visto que
detrás de la fogata había un abismo en forma de pozo profundo, lleno
de carbones ardientes. Allí cayó el Sol antes de alcanzar a
Kopecho.
Estando el Sol muy acostumbrado al calor, no se quemó . Trepó
y salió fuera del abismo. Sujetó a Kopecho por las caderas y la arrojó
al agua. Kopecho se transformó en un sapo y desde aquel día ha
vivido dentro del agua. El cuerpo del Sol, no obstante, se tornó
55
blanco y sus ojos se convirtieron en carbones ardientes. Este sol
regresó al firma-
mento y allí se convirtió en Luna. Así fue como comenzó la noche y
el día.
hacer un sancocho.
Entonces la Luna llamó al cazador diciéndole:
–Vamos, que las hijas mías lo quieren ver.
Apenas salieron, Luna le preguntó :
III
–¿Por qué llegaste por ahí si no eres un venado, sino una persona
que vives en otro mundo debajo de este mundo?
Y el hombre le explicó có mo era que había ido a dar a casa del Sol,
mientras Luna le reiteraba que el hermano lo quería matar. É l se ale-
gró de que Luna lo ayudara.
Al llegar a la casa de Luna, este lo presentó a sus hijas como un
hombre que vivía en un mundo que se encontraba debajo de ese otro.
Y las hijas preguntaron:
–¿El tío qué va a hacer con este hombre?
Y Luna explicó que lo iba a matar porque el Sol creía que era un
venado, pero que él era una persona. Al tiempo que fue hablando
pi- dió que lo escondieran dentro de las ollas grandes que tenían. Así
fue como metieron al hombre en la mitad de una de las ollas más
grandes. Mientras tanto, el Sol estaba esperando en su casa con el
machete listo y afilado. Como su hermano tardaba en regresar con
el cazador,
mandó uno de sus hijos a buscarlo a casa de Luna, pues hacía rato que
se lo habían llevado. Le dijo que trajera el venado para matarlo.
Cuando el muchacho llegó donde Luna preguntando por el
vena- do que había cazado el Sol, Luna le dijo que eso no era un
venado sino una persona y que ya se había ido. Y agregó que ese
hombre casi lo había matado porque llevaba una flecha.
El muchacho regresó a su casa y le narró al Sol lo que su tío le
había dicho. El Sol se enojó con su hermano, pensando que a lo mejor
Luna no había dejado escapar el venado sino que lo tenía escondido
por ahí. Así que decidió enviar a otro de sus hijos a recuperar su presa.
Pero al igual que el primero que había ido a buscar al hombre, este
regresó con la misma noticia.
El Sol estaba muy bravo y aseguraba que el hombre se encontraba
en casa de su hermano Luna. Decidió él mismo ir a buscarlo
porque estaba oliendo a carne, pensando que a lo mejor Luna había
escondido al hombre en alguna parte dentro de su casa.
Cuando llegó reclamó furioso que le devolvieran el venado,
pues 59
él sabía que se encontraba escondido porque olía a carne. Entonces
Luna le dijo:
3. Historias mortuorias
redondita, muy bonita. Se dijeron:
–Esta es la mujer.
Botaron la piedrita lejos, pero amaneció en el mismo sitio. La
bo- taron muchas veces, pero amanecía siempre en el lugar donde la
que- maron. Entonces dijeron:
–Vamos a enterrarla bien abajo.
Hicieron el hoyo, la enterraron y allí se quedó .
(De Villamañ á n, 982: 2-3)
shpe le dijo:
–Ven para arriba, papá. Allá está muy bonito.
Le prepararon un chamarro de plumas como el que tienen los
zamuros. Ellos lo iban sosteniendo por debajo hasta que aprendió a
volar solito. Subieron, subieron muy alto hasta que llegaron al cielo.
Encontraron un huequito y cayeron dentro. Kemoko no se dio cuenta
cuando cayó allá. Había muchas casas muy bonitas y muchos zamuros
(kurumacho), pero allí son todos como personas. Son muy
inteligentes. Kemoko con su mujer Kurumacho y sus hijos tenían sus
casitas apar- te, como formando un pueblito muy bonito.
Se les acercaron un día otros zamuros para pelear con ellos, pero
los hijos de Kemoko tenían allí muchos amigos y les trajeron
mache- tes. Así pasaron varios días, queriendo pelear; pero Kemoko
les dijo:
–No vamos a pelear, dejémonos de esas cosas. Vamos a vivir en paz.
Se quedaron todos muy contentos y Kemoko no volvió má s a la
tierra. Por eso a Kemoko-Amorétoncha se le llama también «Maih-
pore».
(De Villamañ á n, 982: 3-4)
3. Historias mortuorias
con el agua que les traía el muerto.
(De Villamañ á n, 982: 9)
Cuenta María que los yukpa acostumbran enterrar dos veces a los
que se mueren, y que para hacer el segundo entierro se hace una fiesta
en luna llena.
Hace tiempo, algunos atantocha se reunieron para hacer la
fiesta del desentierro. Primero prepararon chicha fuerte. Luego
llamaron a toda la comunidad y durante toda la noche celebra-
ron la fiesta. A las seis de la mañ ana se fueron, sacaron al muerto,
volvieron a sus casas y reiniciaron el baile que duró un rato, y otro
y otro más. Después regresaron al lugar del desentierro, bailaron
un rato, y algunos ya cansados de trasnochar dijeron que llevaran
rápido el muerto a las peñ as donde descansan los antepasados que
han llevado antes.
Cuando llegaron a las peñ as, había muchos atantocha. Algunos lle-
garon con la mujer, otros con los hijos y otros solos, dejando a la
mujer
y a los hijos. Allí había unas rocas inmensas. En esas rocas se entierran
definitivamente los muertos.
En esta ocasió n cuando llegaron al cementerio, a las rocas grandes,
un grupo entró y con ellos una señ ora que estaba embarazada. Enton-
ces la roca se derrumbó , y los atantocha quedaron dentro, encerrados
con todos los muertos que habían llevado allá .
Cuando sucedió esto los que estaban afuera se preguntaban cuál
era la causa por la que los otros se habían quedado allí. Algunos ya
sabían que una señ ora había entrado estando embarazada. Y es que
así no se puede entrar al cementerio porque está prohibido. Una
mujer embarazada no puede entrar a las rocas donde se entierran los
muer- tos.
Como ahí se quedaron encerrados algunos de los que habían par-
ticipado en el baile, los que estaban afuera miraban a través de unos
huequitos sin poder explicarse có mo era que se habían quedado ence-
rrados entre esas piedras. Aquellos que se encontraban dentro dijeron
que no podían salir y que se sentían como si estuvieran castigados en 65
una cá rcel.
Los que quedaron afuera intentaron sacarlos, pero no pudieron.
3. Historias mortuorias
Al día siguiente, los que quedaron atrapados pidieron que les llevaran
comida ya que pensaban que no podrían volver a salir. Cuando regre-
saron a sus casas aquellos que habían quedado afuera contaron todo
lo sucedido.
Después de explicar có mo se habían quedado atrapados los
demás, pidieron comida, para que se pudieran mantener con vida
dentro de la peñ a.
Y regresaron a las rocas llevando comida. Había maíz, malanga,
ahuyama, yuca y hasta una olla de barro y candela para que los atanto-
cha encerrados cocinaran. Todo cuanto llevaron lo entregaron a
través de los huequitos. Como los muertos se encontraban alrededor,
los que se quedaron encerrados los acomodaron amontonándolos a
un lado.
Todos estaban tristes por la muchacha que estaba en embarazo. La
familia fue a verla, la mamá, el hijo y el abuelo. Pero la mamá de la mu-
chacha estaba muy triste y lloraba al ver que su hija se había quedado
atrapada dentro de la roca.
Así duraron muchos días. Y los que no quedaron encerrados les
seguían llevando comida, pero ellos ya estaban aburridos ahí dentro.
Un día se apareció un pájaro llamado metze, y ellos se preguntaron
cómo y por dó nde había llegado allí. Entonces un grupo de atantocha
se fue a averiguar.
Caminaron atravesando huecos. Anduvieron y cuando regresaron
les dijeron a los demás que habían caminado por un hueco como tres
días y se habían devuelto. El pájaro regresó varias veces. Así lo
hizo durante los días siguientes con cierta regularidad.
Sucede que el pájaro metze, ese que llaman murciélago, estaba in-
dicá ndoles un camino de salida. Ellos, viendo aquella señ al, se reu-
nieron y decidieron seguir al pá jaro. Así fue como encontraron una
salida, pero llegaron a una tierra que no conocían y se perdieron.
Esto fue lo que sucedió a los atantocha que quedaron atrapados
en la roca. Por eso cuando se hace baile de desentierro las mujeres
embarazadas no pueden entrar a las rocas donde se dejan los
muertos.
(Gó mez, 998: 22-27)
66
Literatura yukpa
III
Atantoche y el pez
Esta es la historia del pescado. Cerca de un asentamiento
yukpa, creció un manantial. Entre la espuma del manantial se
escuchaba llo- rar un niñ o. Una mujer que había ido en busca de
agua encontró al niñ o envuelto entre la espuma. Ella pensó : «¿De
quién será este niñ o?».
Se acercó y lo sacó del agua. Mientras regresaba a su casa llevando
al niñ o, iba preguntando a todos los que se encontraba por el camino
de quién era ese niñ o. Preguntaba que si se había perdido algú n niñ o,
pero le respondían que no, que todos estaban completos. Así fue
que
la mujer se quedó con él pensando que quizás alguien aparecería a
recogerlo.
Al día siguiente, cuando amaneció , parecía que hubieran pasado
dos meses pues el niñ o estaba más grande. Todos en el asentamiento
decían:
–Vean este niñ o, amaneció más grandecito.
Cada día el niñ o crecía má s y má s. A los tres días caminó solo. A
los ocho días había alcanzado la estatura de un niñ o de cinco añ os.
Todos los días la mujer que lo había recogido le daba chicha y comida.
También le daba maíz cariaco, yuca y carnes de pá jaro, y el niñ o
co- mía. Así pasaron varios días, y el niñ o crecía y crecía. Como ya
estaba má s grande, decía «papá » y «mamá ».
Un día, cuando el niñ o había completado el tamañ o y las habilida-
des de un joven, la mamá le dijo que no tenían carne, yuca, ni maíz.
Entonces él pensó ir a coger pescado allí donde la mujer, a quien
ahora llamaba mamá, lo había encontrado. Para entonces a él ya lo
vestían como yukpa, es decir, con mantas largas como era
68
costumbre.
Cierto día, cuando la mujer se fue al río en busca de agua, el joven
Literatura yukpa
el zorro chucho
Una noche zorro chucho llegó a un asentamiento, pero iba conver-
tido en una persona. El zorro solo aparece de noche. Los hombres no
estaban, se habían ido de cacería a las montañ as.
El zorro se le presentó a una mujer idéntico al marido y con la mis-
ma voz. Traía lo que había cazado y también la flecha, y le entregó
lo que traía a la mujer. Pero todo era apariencia. Esa noche la mujer
dur- mió con el zorro. Después de haber tenido relaciones con él,
murió .
Cuando los hombres volvieron a salir de cacería, luego de lo suce-
dido, prepararon a las mujeres por si regresaba el zorro. Les dijeron
que por la noche se recogieran en lo alto de una troja. También les
dieron una cabuya larga y les advirtieron que si llegaba lo amarraran.
Al llegar la noche, las mujeres se recogieron en la troja. Y llegó el
zorro, nuevamente transformado en uno de los hombres de la comu-
7
nidad, preguntando dó nde estaban. Ellas respondieron que allí donde
las habían dejado, y lo invitaron a subir a la troja. Entonces lo ayudaron
a trepar y una vez estuvo arriba entre todas le amarraron las manos.
5. Historias de animales
El zorro preguntaba por qué lo habían amarrado, mas las muje-
res no respondieron nada y así lo mantuvieron hasta la madrugada.
A medida que pasaban las horas, el que había regresado convertido
en hombre se iba transformando en zorro. Hasta la voz le empezó a
cambiar y tuvo que quedarse callado. Y amaneció convertido en zorro.
Cuando llegaron los hombres, lo primero que le cortaron fue el
sexo, ya que tenían mucha rabia con él por lo que había pasado con la
primera mujer a la que engañ ó . Luego lo mataron.
Antes de que le dieran muerte, el zorro cantaba una canció n,
acompañ ado del carrizo. En esa canció n decía que él podía coger
las cosas sin importar en medio de quién estuviera.
(Gó mez, 998: 52-54).
La araña
Dice la historia que anteriormente la arañ a era gigante, tenía apa-
riencia de yukpa y tejía la telarañ a como una trampa para cazar ani-
72
males.
Una vez un yukpa andaba de cacería por ahí, se enredó en la tela-
rañ a sin darse cuenta y así cayó en la trampa. A medida que caminaba,
Literatura yukpa
5. Historias de animales
acostumbra llamar samaya a la mujer en este momento de su vida.
Dice la historia que una vez a una muchacha que se acababa de
desarrollar la habían encerrado en su nido. Ella tenía [un] tiempo de
estar allá cuando llegó un chupaflor transformado en persona. É l
se puso a conversar con la samaya. El chupaflor, que llamamos
Kush- nash, le propuso a la muchacha hacer el amor. Pero no se
podía, ya que ella estaba en su encierro por aquello del desarrollo.
Dicen que el chupaflor le rogó mucho a la samaya y como esta no le
aceptó , se fue.
Al día siguiente, volvió y se puso a conversar con ella diciéndole:
–Si aceptas hacer el amor conmigo, te voy a hacer un regalo
bien grande.
Y la muchacha, sorprendida, respondió :
–¿Pero cuál regalo bien grande?
Entonces el chupaflor le dijo:
Y él le respondió :
–Durante estos días que voy a estar contigo, es probable que
salgas embarazada, entonces esto es para que prepares mantas
pequeñ as para el niñ o.
Ella se puso a trabajar. Como lo que ella había hablado con el chu-
paflor era secreto, mientras hilaba estaba pendiente asomándose por
los claros de las ramas de la casita para ver si alguien venía.
Cuando veía que alguien se acercaba [o] venía, escondía el trabajo
para que nadie se diera cuenta de lo que ella hacía allí.
Un día ella estaba distraída hilando [y] de repente se apareció la
abuelita en la puerta. Iba a llevarle comida. La abuelita se dio
cuenta [de] que ella estaba hilando algodó n. Y pensó de esta
manera: «Pero,
¿quién será que le trae a ella [el] algodó n que ella está hilando ahí?».
La abuelita pensó muchas cosas hasta que le preguntó qué
hacía.
Y la samaya le respondió :
–Yo siempre saco hebras de mi manta.
Y la abuelita, con malicia, le dijo:
–No, yo vi que hilabas.
Entonces la muchacha le respondió :
–No abuelita, es que yo saco hebras. Usted me vio así, pero yo
no estoy hilando.
Y la abuela le insistía que sí, porque ella la había visto hilando.
La revisó , pero no encontró nada y se fue. De nuevo regresó a
dejarle la comida a la samaya y la vio haciendo una manta
pequeñ a. Como el tejido lo tenía sobre unos palitos en forma de
telar pegados al piso, no pudo desbaratarlo, tampoco pudo
esconderlo, así que cuando la abuela llegó a la puerta se dio cuenta
de que ella sí estaba tejiendo. Y le preguntó :
–¿Quién te está trayendo ese algodó n?
Pero la muchacha no quiso decir nada. Después de que la abuelita
le rogó que le contara, ella dijo:
–Un pajarito, Kushnash, me trajo este algodó n en las paticas. É l
me dijo que yo estaba perdiendo tiempo aquí, que mejor me pusiera a
hilar y me puso este trabajo. 75
Entonces la abuela, intrigada, siguió averiguando con la muchacha
5. Historias de animales
có mo había llegado el chupaflor. Por lo que le preguntó :
–¿Pero de dó nde viene él?
Y la muchacha respondió :
–No sé, él viene y entra
aquí. Y la abuela le
preguntó :
–¿Pero en persona o como chupaflor?
Y la samaya le respondió que como pájaro porque le daba pena
decir la verdad. La abuelita sorprendida con la respuesta que la
mu- chacha le dio exclamó :
–¡Pero có mo!
Entonces se sentó y empezó a averiguar con la muchacha todo
lo que había sucedido en detalle. Luego de estar escuchando todo lo
que le contó la samaya se quedó pensativa un rato. Luego le dijo:
–Entonces, siendo chupaflor ¿có mo te enseñ ó a hilar? Porque con
las patas no puede hilar.
Ya la muchacha le confesó a la abuelita que Kushnash todo lo
había hecho transformado en persona. Entonces la abuela
preguntó :
–¿Como mujer o como hombre?
Y la samaya dijo que como un muchacho. La abuela, que se
había enterado de todo, regresó a casa, pero antes la muchacha le
pidió que no le contara a la mamá, al papá ni a ninguno lo que ella le
había confe- sado. Y la abuela se fue. Llegó a la casa, pero tal como le
había pedido la muchacha, no contó nada a nadie.
Durante el encierro la muchacha hizo bastantes mantas. Después
el chupaflor le trajo semillas y le enseñ ó cómo sembrarlas. Le dijo que
limpiara un pedazo de monte. Luego la llevó allí y mientras él sem-
braba ella miraba, y luego sembraba las semillas repitiendo lo que el
chupaflor hacía.
Cuando terminaron de sembrar el chupaflor le advirtió que no de-
bía volver allí hasta que él le dijera. También le dijo que, pasara lo que
pasara, no debía revelar quién le había hecho ese regalo. Así que
ella obedeció . Cuenta la historia que duró mucho tiempo sin ir al
sembra- do, hasta que un día el chupaflor volvió y le dijo:
–Ahora puedes ir al sembrado. Allá encontrarás, debajo de cada
arbusto, algodó n hilado listo para hacer manta.
76
Entonces ella fue y recogió el algodó n en una canasta y trajo el que
encontraba hilado debajo de cada palito.
Literatura yukpa
Cuando a ella ya la iban a sacar del encierro ella pensó : «¿Qué haré
con esto?».
Pues tenía un montó n de algodó n. Así que decidió esconderlo por
ahí en el monte. Y la abuela le preguntó :
III
5. Historias de animales
(Gó mez, 998: 55-57)
Woümain
Woü main
contemporá neas de las glaciaciones […] en las fases intermedias, las sucesi-
vas transgresiones pudieron haber dejado nuevamente aislado el macizo total
o parcialmente. (Pérez, 990: 55).
Woü main
surgió y se desarrolló en contextos distantes y diferentes, también es
cierto que los escritores wayuu renuevan las prácticas literarias favo-
reciendo la continuidad creadora de un cosmos cultural en donde la
elaboració n de la palabra, escrita y oral, es uno de los ejercicios que
confiere mayor prestigio en esa dimensió n de ser «verdaderamente
wayuu».
En realidad, es por medio de la palabra que el wayuu afianza a dia-
rio su pertenencia al territorio tradicional, concebido como una totali-
dad palabra-ser-estar-hacer. En tal sentido, la actual literatura wayuu
cumple, entre otros roles, con el de sensibilizar y profundizar en la
comprensió n de las relaciones que el wayuu expresa en temas como
su pertenencia a una cultura mú ltiple y fluctuante –cual Pulowi–, o
su forma de interpretar las relaciones con los alijunas, relaciones que
el poeta Miguelángel Ló pez ha denominado «contrabandeo de
sueñ os».
. Una concepció n no muy lejana de la azteca-mexica o la pawnee,
para algunos de cuyos líderes religiosos los seres humanos debíamos
pagar con nuestra sangre el privilegio de la vida, expresado en el
movimiento cíclico de astros como el Sol, la Luna y Venus.
De hecho, Woü main («nuestra tierra»), el territorio ancestral wayuu,
es un espacio vital que se ha venido transformando al cada vez más
veloz ritmo de las dinámicas del comercio, la colonizació n, el
choque y la alianza con los llamados alijunas.
Ahora, el hecho de que en la actualidad Woü main se encuentre
virtualmente repartida entre las administraciones estatales de Colom-
bia y Venezuela, no implica que el wayuu desplace a un segundo plano
su identidad ancestral, aunque sí la impacta. Cierto día, una estudian-
te wayuu me confesó visiblemente afectada que veía que todo lo que
no pudieron hacerles antes, es decir, conquistarlos, estaba pasándo-
les ahora. Y es que aproximadamente a partir de los añ os ochenta,
la
«Dama Guajira», tan olvidada antes, recibió un aumento en su condi-
ció n de fuente de «recursos» que los intereses transnacionales tasan
con signos pesos. Toda la extensió n de símbolos, puertas de entradas,
encuentros furtivos y sueñ os; toda la extensió n que aú n «adeudan» los
84
wayuu a las deidades… casi toda la extensió n es hoy por hoy objeto de
descomunales extracciones de carbó n, gas, petró leo, mariscos; tam-
bién de una desaforada corrupció n política, cuya distorsionada
Península de La Guajira
Woü main
yukpa en el extremo nororiental de la cordillera andina. En Venezue-
la, el á rea de la laguna de Sinamaica es hogar de otro grupo vecino
y más afín, el de los añ ú , a quienes los nativos de Woü main
denominan paraujanos. Algunas teorías apuntan a la posibilidad de
que los wayuu, presionados por grupos carib de las Guayanas,
migraran hacia la pe- nínsula de La Guajira; algunas narraciones
sugieren la posibilidad de que los wayuu migrantes hayan desplazado
a indígenas iku– (arhuacos), o a sus antepasados, hasta las
estribaciones de la Sierra Nevada. Por otro lado, aunque los
indígenas cocinas o kusina son frecuentemente descritos como un tipo
de wayuu cazador, recolector y montañ ero –el típico poblador de la
Serranía de Cocinas–, no son pocos los wayuu que afirman que los
kusina eran otra gente, a quienes frecuentemente se combatió o
capturó , llegando a incorporarlos a modo de sirvientes (piyuna), en
respuesta a su supuesta costumbre de robar alimentos, animales,
niñ os y mujeres.
Wayuunaiki
se llevaba a los niñ os. Cabe incluso la posibilidad, segú n lo plantea Miguel
Á ngel Ramírez, joven filó sofo del clan Ipuana, de que los kusina fueran en
realidad los yukpa, grupos de origen carib con prá cticas afines a los wayuu,
como por ejemplo el segundo entierro y el encierro ritual de la pú ber.
. Considerando el proyecto que actualmente desarrolla la multinacional
Microsoft, es probable que junto con el quechua sur-peruano, el wayuunaiki
sea otra de las lenguas nativas americanas que contará con una versió n
propia del sistema operativo Windows. Situació n que contrasta con
el bajo nivel de acceso, incluso a un computador pú blico, en muchas
En el propó sito de Miguel Á ngel Jusayú de publicar relatos bi-
lingü es a dos columnas, con notas especiales tanto para el lector en
alijunaiki (españ ol) como en wayuunaiki –veá se Achi’kí (Jusayú ,
986)–, subyace la idea de fomentar la lectura entre los wayuu.
Es, pues, un hecho educativamente orientado que limita, por otro
lado, con el proyecto nacional de cultura del libro, tal como en la
actuali- dad se fomenta en muchas de las naciones del hemisferio.
Si bien los relatos se preservan por este medio, paralelamente, por
fortuna, los wayuu continú an prefiriendo la transmisió n oral, tan
vulnerable en muchos casos, dado el actual impacto generacional de
las narraciones audiovisuales, específicamente las que provienen del
ya omnipresen- te televisor. Al consultar desprevenidamente a los
jó venes wayuu que tienen acceso a libros desde la escuela, y en
especial durante su paso por las universidades urbanas, muchos de
ellos coinciden en que el papel de la literatura wayuu escrita es, ante
todo, el de dar a conocer sus valores y pensamientos a manera de
puente. Mas solo en contados casos –al menos entre quienes
87
actualmente estudian en Bogotá– los
escritores wayuu son puntos centrales de referencia. Las principales
fuentes en la mayoría de consultas e investigaciones, provienen aú n de
Wayuunaiki
sus familiares: tías, tíos, primos mayores, padres, y, sobre todo, abue-
los maternos. Los alaülaya, los mayores, continú an ocupando un lu-
gar preferencial entre los jó venes wayuu identificados con su cultura.
En este punto quiero mencionar, antes de presentarlos más adelan-
te, a algunos de los nuevos escritores y escritoras wayuu (y de origen
wayuu), quienes sin ser necesariamente hablantes de su lengua co-
nocen o son sensibles a las categorías del pensamiento tradicional, y
desde allí –frecuentemente en españ ol– generan una conciencia crítica
intercultural que en momentos de excesiva permeabilidad favorece la
autoconciencia colectiva wayuu. Me refiero en poesía a Miguelángel
Ló pez Hernández, má s conocido por el heteró nimo de Vito
Apü sha- na, y en narrativa, a Vicenta María Siosi Pino y a Estercilia
Simanca Pushaina.
En el poema titulado «Culturas», Miguelángel Ló pez deja claro
que si el jayeechimajachi (cantor oral tradicional) canta a los que lo
cuando escri- tores como Ló pez son uno, dos (Vito Apü shana y
Malohe) y muchos; no del todo wayuu ni del todo alijuna.
El nosotros exclusivo busca ampliarse en un nosotros inclusivo
que parece acortar distancias y facilitar la comprensió n de las
diferencias. Es ciertamente un contrabandeo de sueñ os con «alijunas
cercanos» (Ló pez, 992); y alijunas más cercanos de lo pensado, si
reconocemos el anuncio de otro poeta wayuu, Rafael Mercado Epieyú ,
cuando dice:
[…] algo muy importante que está sucediendo en la cultura wayuu, es
que un alijuna deja de ser alijuna cuando respeta y practica las costumbres
wayuu, y el wayuu abandona su ser wayuu cuando deja de respetar y
practicar sus costumbres. Esto solo lo entiende un abuelo, porque los jóvenes
dicen que son wayuu, sin pensar como wayuu. (Rocha Vivas, 2009:
230).
Las einasü kanasü son quienes más se aproximan al rol de las es-
Península de La Guajira
afirma que los wayuu son hijos de la Luna. Sin embargo, el padre y
defensor más comú n es Juyá, quien no puede ser clasificado como
personificació n exclusiva- mente benéfica. Así pues, si Juyá es
manifestació n de las fertilizantes lluvias, en contraposició n del
hambre, la sequía y las enfermedades tipo Pulowi, también debe
considerarse que Juyá puede ser el exceso de llu- via, que produce
torrentes que destruyen los sembrados y arrastran víc- timas. En cambio,
las Pulowi de mar y de tierra, aunque aparentemente avaras como la
mayoría de las dueñ as de los animales, son en el fondo las que velan por
la continuidad de muchas especies de animales salvajes. Las Pulowi
castigan cualquier exceso de los pescadores-cazadores. En tal sentido,
los relatos en que se menciona a las Pulowi son en verdad estrategias
de regulació n en un ecosistema cuyas leyes de origen ayudan a
mantener el frágil equilibrio entre el hombre y el entorno.
25
27
1. Canto de oütsu
29
1. Canto de oütsu
Alta Guajira. Es un sitio sagrado por los misterios que allí existen. En
el pico hay una laguna pequeñ a. Algunos dicen que el agua es la
tapa de un gran hoyo. A veces Pulowi sale a la orilla de la laguna a
lavar bajo la sombra de los á rboles que ahí crecen.
I
Ya acababa la noche
cuando llegaron a la salina,
pero los keeralia las acosaban
y no las dejaban pasar.
2. Narrativas de origen
las encontró cerca del arroyo de pájara,
atravesando la salina hacia la playa.
arco de arena, que salía del agua y se alargaba hacia adentro hasta tocar
con otros lugares.
En ella apenas había árboles y estaba casi pelada de montañ as e
in- habitada de gentes. Ú nicamente se escuchaban los resoplidos de
I
2. Narrativas de origen
–No puedo seguir caminando. Tengo los pies desollados, necesito
descansar.
Los demás le contestaron:
–Quédate entonces aquí, que nosotros continuaremos.
Y Wojoro se quedó abandonado cerca de Maiceo.
No habían avanzado mucho más allá de aquel lugar, cuando
otro de los caminantes, que se llamaba Epits, notó que se le
acababan las fuerzas y se sentó encima de unas piedras para quitarse
las sandalias; pero cuando intentó de nuevo levantarse, le fue
imposible soportar el dolor de sus pies destrozados ni la sed que le
quemaba el cuerpo y, así, tuvo que quedarse quieto y abandonado de
los demá s, lo mismo que Wojoro.
El má s fuerte y á gil era Itojoro, que animaba a los otros dicién-
doles:
–Vamos, que pronto encontraremos tierras mejores que estos
secos arenales.
Pero Wososopo le contestó :
–Me abrasa la sed y no puedo seguir. ¡Ojalá te rinda a ti también la
fatiga y tengas que quedarte con nosotros!
Y se arrojó extenuado sobre la tierra, donde al poco tiempo se mu-
rió de sed.
Los demás continuaron la marcha por aquellas peladas
extensiones de arena, sin hallar rastro de agua, y poco después
Juyouirá empezó a quejarse de hambre, sed y fatiga, y, temiendo que
también lo abando- nasen, gritó :
–¡Deteneos y no me dejéis solo!
Pero Tsitsi le contestó :
–Si no puedes continuar, quédate tú , pero nosotros seguiremos.
Y diciendo esto lo dejaron atrás, sin volverse a mirarlo siquiera,
mientras él se fue consumiendo poco a poco, con el estó mago roído
por el hambre.
Itojoro fue el que mejor soportó la fatiga pero, finalmente, antes de
haber llegado al lugar de Akuwa, cayó rendido como los otros, con los
pies destrozados por la marcha.
224
Los que más avanzaron fueron los monkis, que eran unos herma-
nos que llegaron casi hasta el borde del lago; pero allí sucumbieron, lo
Literatura wayuu
2. Narrativas de origen
de Juyá, y dulce después que llega la primavera, el buen espíritu
plantó una gran cantidad de enea, por lo que la laguna se llamó desde
enton- ces el Gran Eneal.
Cuando ya Maleiwa vio que la tierra estaba preparada para ali-
mentar a las gentes, se fue a la gran caverna que hay en la punta
del cabo Jepirach y dentro de ella creó varios hombres y mujeres,
cuyas huellas quedaron allí marcadas.
El espíritu les dijo:
–Formaréis castas diferentes. Vosotros –advirtió a una de las pa-
rejas– seréis los fundadores de la casta Ipuana, que está consagrada al
halcó n, y la vuestra –añ adió , dirigiéndose a otra pareja– será la Uria-
na, que es la del zamuro.
Y así fue diciendo a cada hombre y mujer:
–¡Casta de Pushainas, consagrada al báquiro; de Epinayú es al ve-
nado; Epiyú es al buitre; Jusayú es a la culebra cascabel; Sapuanas al
alcaravá n; Jayariú s al perro; Huaurís a la perdiz!
Cuando todos supieron el nombre que habían de tener ellos y sus
descendientes, el buen espíritu dio a cada pareja un par de animales
y les ordenó marcarlos con hierro y dejar luego la señ al de las marcas
incrustadas sobre unas rocas que existen en el lugar de Arachi,
para que en los tiempos venideros las castas supieran có mo distinguir
sus ganados por medio de aquellos signos.
Después los hierros que habían servido de molde se guardaron en
la cueva, la cual quedó cerrada por una gran piedra que la marea
del lago empujaba hacia dentro y hacia fuera. Allí también están
ocultas unas tinajas de barro llamadas pachisha, repletas de tesoros,
que nadie puede abrir porque si lo hiciera moriría.
Maleiwa se fue otra vez a Ziruma, el cielo, al que también van
los guajiros cuando mueren, después de cruzar por la cueva Jepirach.
En aquel lugar formado por extensas llanuras, en donde abundan
los ganados y el agua, y en donde la brisa es siempre tibia y refres-
cante, las gentes vivirá n felices y no verán a sus enemigos, porque
Maleiwa los coloca en lugares apartados.
Tampoco sufrirán las enfermedades con que Yor(u)já los ataca en
226
este mundo, y Guandrú no matará a sus animales ni secará los pozos
para atormentarlos con la sed.
(Cora, 972: 235-24)
Literatura wayuu
I
maleiwa
Eeshi chii uchii ajuupajüikai jime,
chii kemenülükai, yalaa palaairuko…
«El gavilán de mar» es el pájaro que nada muy bien
y que se deja caer sobre los peces para atraparlos. 2
Antes era un hombre,
gustaba mucho de pescar
y cada día traía los pescados.
2. Narrativas de origen
su padre la quería mucho.
flecha.
¡Sin embargo, él no salió !
Y continuó hablá ndole.
I
Se equivocó de camino
se perdió en la maleza
no encontraba ya su casa.
El niñ o estaba en su vientre
y no le quería hablar.
Ella dormía sobre la tierra, afuera.
Caminó mucho tiempo, muchísimo
tiempo… Así llegó hasta la casa de la madre
de Jaguar. Jaguar estaba de cacería.
–¡Ai … tachon nee! ¡Aíe, mi hija!
–dijo la madre de Jaguar2 tomándola por el brazo.
Esta la llevó a su casa…
La mujer había caminado durante dos días
tenía mucha hambre.
La madre de Jaguar le dio de comer
después la bañ ó ,
[y] en seguida la escondió debajo de unas viejas mantas.
Su vientre estaba muy crecido.
2. Narrativas de origen
Su vieja madre se levantó ,
vertió agua
en el lugar donde todos los días Jaguar tomaba su bañ o,
luego se fue a preparar la comida.
Jaguar se lavó , se secó y se vistió .
Su madre sirvió la comida.
Aquel comió muy rápido, hasta que se sació
luego se lavó la boca y las manos
después despedazó y saló lo que quedaba de la presa.
La puso a secar.
2. Narrativas de origen
había observado las huellas de sus pasos.
Se escondió en la huerta
y se puso al acecho.
–¡No escaléis la cerca de mi huerto!
¡Napütaala! ¡Residuos de alimentos!
¡Saaliipüna! ¡Escapados de la muerte!
–gritó cuando los vio.
y regresaron a la casa.
2. Narrativas de origen
De nuevo se batieron a flechazos,
flechas siwarai, con punta de metal.
Estaban a la par.
Las flechas no les entraban…
Desde ese día, el «palo brasil» está marcado con profundas estrías…
Maleiwa flechó a un
bú ho, le cortó la cabeza
y se la puso a Cachicamo:
desde entonces el cachicamo tiene el cuerpo desgarrado
y una boca sin dientes.
–¿Qué es lo que ha pasado? –preguntó Maleiwa.
Cachicamo contó lo que había hecho.
–¡Está bien!
¡Jaguar quedará pederasta! –dijo Maleiwa. 235
2. Narrativas de origen
Maleiwa persiguió todavía a Jaguar,
muy lejos,
hasta una montañ a donde aquél se refugió (§).
Maleiwa se escurrió
Literatura wayuu
Maleiwa lo abandonó ,
en una regió n inhabitable donde quedó el jaguar.
En una regió n tan lejana que hoy
los jaguares no llegan má s a la Alta Guajira… (§)
2. Narrativas de origen
Maleiwa puso su mano sobre ella.
¡Hou! ¡Huu!… ¡Huu!…
La mujer era el mar.
Ella se extendió sobre la tierra
y trató de ahogar a Maleiwa.
Este se escapó delante de ella…
Pero el mar continuaba avanzando.
Maleiwa saltó a la cima de la montañ a
Iitujulu… El mar seguía avanzando.
Iba a sumergirlo…
Pero de golpe
la montañ a Iitujulu se alzó .
Se elevó , se elevó …
Maleiwa la escaló hasta la cima.
Se había convertido en una inmensa montañ a.
Maleiwa reflexionó .
No quería quedarse allí.
Traía consigo flechas de madera de caujaro.
Hizo una varilla y un eje.
Girando la varilla entre sus palmas y soplando
Maleiwa hizo fuego.
Recogió leñ a y unas piedras negras, lisas y duras.
Las tiró al fuego.
El mundo reapareció .
El mar se secó .
I
2. Narrativas de origen
Así no morirá n de hambre.
makuira y Barrigoncito2
En la Alta Guajira
vivía un hombre que tenía mucho vientre.
Pescaba y cazaba de todo:
peces, conejos, venados…
Tenía dos hermanos mayores
[que] eran perezosos y nunca mataban nada.
Era él quien traía la caza.3
2. Narrativas de origen
Cuando estuvo agujereado los tres hermanos salieron
pero el menor, el más valiente, el Barrigoncito,
se desolló al pasar.
La india Worunka
En tiempos antiguos las mujeres tenían dientes en la vulva, y por
esto para sacar a los hijos tenían que abrirse el vientre. A la india Wo-
runka le abrieron el vientre, le sacaron el hijo y la cosieron; Mareiwa
observaba y vio que no estaba bien; le tiró una piedra, le rompió los
dientes a la boca de la vulva y dijo que por allí nacerían los hijos; en el
lugar donde Mareiwa hizo esto existe una piedra exactamente
parecida
a la vulva de Worunka. Este lugar queda en el valle entre el Itojoro y el
Kousopa.
Mareiwa cogió al pajarito sangre-toro y lo metió en esta piedra;
debido a esto tiene su color rojo; el pájaro carpintero también alcanzó
a meter el copete y quedó pintado de rojo; al guacamayo también lo
echaron a la piedra y todos los pájaros que son pintados de rojo toca-
ron la piedra de Worunka. Esta mujer vino de la Sierra de Macuira
para bañ arse en el arroyo y allí Mareiwa la convirtió en piedra.
En aquel entonces el hombre no podía hacer el coito con la
mujer porque tenía miedo a que le mordiera el jeruwai (pene) y se lo
cortara. Antes para hacer los hijos hacían el coito por el nocho
(ombligo); pero después de que Mareiwa rompió los dientes de
Worunka ya las rela- ciones son normales.
Worunka estaba muy enferma, se encontraba embarazada y tenía
poquitas costillas; entonces Mareiwa se apiadó de ella, le cortó dos
costillas al hombre y se las puso a Worunka para que diera a luz fácil-
mente y fuera más gorda y más robusta. Fue desde ese entonces
243
que
ya las mujeres guajiras pueden tener hasta hijos mellizos con facilidad
y con menos dolores.
2. Narrativas de origen
En aquel tiempo de Worunka las mujeres eran quienes compraban
a los hombres por marido; eran ellas quienes iban a sus casas a bus-
carlos para acostarse con ellos, pero Mareiwa se dio cuenta de que eso
era muy feo, [eso] de que la mujer busque al hombre, y entonces dijo:
–Debe ser el hombre quien busque a la mujer.
Desde ese entonces se cambiaron los papeles y el hombre compra
a la mujer, la busca en su casa y manda en el hogar. Pero también Ma-
reiwa puso la ley del pago, para que al padre le devuelvan los animales
que dio por la mamá de la hija [que entrega].
Mareiwa comisionó a dos hombres que fueran por un camino lar-
go, lo recorrieran hasta el final y allá encontrarían unas matas de fru-
tas coloradas. Les dijo:
–Vayan hasta allá y traen las semillas y las siembran en la
Sierra de Macuira.
Ellos obedecieron, sembraron las frutas y resultó que eran tumas,
y les dijo que esas piedras tendrían mucho valor en La Guajira.
Fue a Worunka a quien le entregaron todas las semillas para que las
sembrara y pudieran mantenerse; los indios, muy contentos, hicieron
chicha y la dejaron fuertear en una tinaja, y cuando estuvo fuerte la to-
maron y se emborracharon. Mareiwa se puso muy bravo por esto y
dijo:
–Que se sequen las matas de tuma y también las demás plantas, y que
nunca más haya abundancia, que los veranos sean largos y prolongados y
los indios guajiros sufran hambre y sed.
Por eso hoy día las tumas se encuentran enterradas, el verano es
largo y vienen el hambre y la sed. Solo cuando Mareiwa tiene lástima
de los indios trae la lluvia para que no perezcan de hambre.
(Chaves, 978: 298-299)
244
Literatura wayuu
I
3. Historias pulowi
3. Historias pulowi
instante salió Pulowi con el hijo de Juyá en los brazos (ya Pulowi tenía
un hijo de Juyá grande). Cuando estaba allí Pulowi mirando por todas
partes, por todos los horizontes, diciendo ella que ya Juyá se había
ido; Juyá estaba escondido camuflado a una distancia del cerro donde
perfectamente estaba visualizando a Pulowi, inspeccionando dó nde
estaba escondida; este apuntó a Pulowi y la mató y allí se quedó el hijo
intacto, no le pasó nada. Mató nada má s a Pulowi.
(Mejía, 200: 09-0)
3. Historias pulowi
Se le tendió una hamaca
en la cual él podía acostarse.
3. Historias pulowi
y muchos collares, los kakúuna y los kórolo…
Ella los traspasó uno a uno a su red.
Al pájaro Si’a,
Pulowi devolvió el saco que había servido de envoltura.
–¡Tó malo!
La Pulowi de matujai2
Nayal’ala Matujainkasa Püloui eerein,
nantak’aka süma’anamüin…
El hombre la encontró .
Ella tenía la apariencia de una joven
250
olía bien como todas las Pulowi.
Al principio él no
I
3. Historias pulowi
¡He venido solamente a dejar esto!
–¿A dó nde vas tú ? –le preguntaron.
–Vivo muy lejos,
en una tierra que ustedes no conocen.
. Relato contado por Setuuma Pushaina, alias José Tomás Palmar, el de agosto
de 973. Este hombre, de cincuenta añ os aproximadamente, era chamá n. Vivía
en Jawo, al este de Uribia, en la Guajira colombiana. Murió en julio de 975.
Regresó cuando apareció Jolotsü , el planeta Venus,
con hambre, con sed.
3. Historias pulowi
Esto duró tiempo, mucho tiempo.
–¿Qué puedo hacer ahora? –dijo el hombre.
Llegado allá
se escondió en medio de los candelabros
provisto de flechas.
Pronto un gran venado blanco vino hacia él;
tenía inmensos cuernos
en los cuales anidaban dos pájaros seruma.
«¡Helo allí!
¡No importa lo que sea, lo voy a flechar!
Aunque se convierta en serpiente en el suelo
aunque sea wanülü
lo comeré.
Aunque encuentre en su lugar una muchacha extendida,
254 lo comeré
¡ya que para mí es un venado!».
Literatura wayuu
De pronto
el venado penetró por debajo de una piedra;
el hombre se precipitó en su persecució n
el venado se despeñ ó
el hombre cayó detrá s de él…
3. Historias pulowi
había gran cantidad de ellas.
Algunas tenían los cabellos muy cortos
otras má s largos,
otras tenían cabellera muy larga
que descendía hasta las rodillas.
Todas llevaban muchísimos collares…
«¿Dó nde están los corrales de ganado de estas mujeres tan ricas?»
El hombre miró alrededor suyo,
vio los parques, muchos parques
los unos llenos de ovejas
los otros de cabras
otros de vacas.
Los otros reservados a las mulas y a los caballos…
había gran nú mero de ellos…
3. Historias pulowi
–añ adió .
Hablaron mucho tiempo juntos.
Partió en su busca
siguiendo sus huellas,
. Ashiyuu designa al hermano más joven de una mujer, o primo paralelo
nacido después que ella. Alaüla designa al hermano de la madre. Pero, en
un sentido má s amplio, esta palabra califica también a una persona de edad
avanzada, un «viejo», un «anciano». Y aun si se trata de una persona joven,
el término de parentesco alaüla evoca un poco la vejez… Esto explica las
reflexiones de Pulowi. Pero el hecho de establecer de una vez una relació n
de parentesco ficticio con un desconocido no es corriente entre los guajiros,
deja presentir aquí el destino particular del héroe. (Nota del original).
pero no las había sino alrededor de la casa…
más lejos, en la maleza, habían desaparecido.
El hombre lo sacó
cortó un pedazo pequeñ o
y se lo puso en la boca.
Lo masticó
I
le bebió el jugo
sintió que uno de sus brazos se dormía.
«¡Es eso lo que le ocurre a los chamanes!», se dijo.
3. Historias pulowi
te daré zapatos
te daré una cabalgadura
te daré buenas joyas.
He aquí lo que haré por ti…
yo sé que tienes tres niñ os
una muchacha, un joven y un niñ o
pequeñ o. Conozco a tu esposa,
te haré conducir donde ella…
Sin embargo he perdido mucho ganado por tu culpa;
los jó venes, los viejos se perdieron.
Quien te ha traído aquí es uno de mis primos maternos,
helo allí.
Las flechas que le lanzaste no quieren salir.
¡Anda a extraérselas!…
3. Historias pulowi
Sin embargo un día, mucho más
tarde, el hombre desapareció de
nuevo
con su mujer y con sus
hijos. Se escondió bajo la
tierra como la primera
vez.
Se ha convertido en wanülü.
Allá, alrededor de la pulowi de Ouisimalu
se ven hoy día unas vacas.
3. Historias pulowi
–¿No trajiste nada de tu casa?
El contestó que no. Pero en la noche más tarde encontró los
fó sforos que le había puesto la mamá sin darse cuenta, y como él
quería cono- cer la mujer con que vivía llegó y encendió un fó sforo.
Vio una mujer desnuda y llena de pelo, estaba durmiendo; resultó ser
una Pulowi a quien no conocía antes, solo de nombre. Era tanta la
curiosidad que volvió a encender otro fó sforo, pero la Pulowi se
despertó enfurecida… comenzó la tormenta, el mar se embraveció con las
olas fuertes, esto fue por la ira de Pulowi. Y el joven se perdió entre la
tempestad y siguió caminando hasta encontrarse con una palomita y
al verlo le preguntó :
–¿Hacia dó nde vas?
El joven respondió :
–Ando perdido
La paloma dijo de nuevo:
–Toma el camino derecho.
El joven siguió encontrando varias clases de animales, entre ellos
el tigre, el cual le preguntó :
–¿Por qué no matas esa res y lo repartimos entre nosotros?
Y el joven dijo que sí. Cuando estuvo todo siguió su camino. El
ti- gre, arrepentido por no haberle dado nada, le mandó al perro para
que lo alcanzara y le trajera de vuelta, y así lo hizo. El joven, asustado,
llegó donde el tigre con mucho miedo, pensando que el tigre lo iba a
devorar. Pero este le dio un bigote de cada animal (o pluma) para
defenderse y lo despidió . Pero por el camino una culebra le enrolló las
piernas muy fuerte. [É l] encontró las migajas del pan que había
metido la mamá y [se las] dio a la culebra. Se trasformó en una
anciana, diciéndole:
–Nieto, ¿a dó nde vas?
El joven respondió :
–Estoy perdido.
La anciana le
dijo:
–Sigue ese camino –señ alándole–, y pasará s por una casa negra,
una blanca y una beis, pero más adelante verás una roja. Entra, porque
264
allí encontrará s trabajo.
Allí vivía un alijuna, quien al verlo le dio trabajo cortando los
á r- boles en el patio, pero el joven no pudo. Entonces la hija de
Literatura wayuu
La leyenda de Wo’upanalu
Esta era una mujer muy atractiva;
tenía un amante en ausencia de su marido.
Cuando este iba a trabajar
llegaba de repente el amante de su mujer
pero entonces una wayuu vecina lo vio.
Ella le preguntó : «¿Tú sabes sobre tu mujer?
Ella convive con un amante en tu ausencia,
tan pronto te vas
de repente se hace presente el indígena que es su amante».
Este que es su marido pensó : «Puede ser cierto este comentario
acerca de su acto,
si se comenta acerca de ella
es porque debe ser
verdad».
«Madre de mis hijos, me iré, no sé cuándo regresaré 265
regresaré en dos días o má s días,
4. Otras narrativas
apareceré de un momento a otro,
debo ir donde mis parientes maternos».
En verdad estaba disimulando su despedida,
ella se puso muy contenta
le prometió guardarle comida para cuando regresara
se puso contenta, pensaba entre sí: «Qué bueno
que se vaya de mí»,
decía entre su corazó n.
A la noche siguiente
la chamán volvió a cantar:
–El wanülü no está aquí, cerca de ella.
Cuando él la flechó la primera vez
la muerte no vino;
no ha podido llevarse su alma
pero ahora está presto a
comerla.
Lo hará esta noche
u otra noche.
¡Vendrá a buscarla!
–dijo la chamán a los parientes de la enferma.
4. Otras narrativas
–dijo a la joven, la víctima del wanülü.
Ella estaba encerrada en una casa pequeñ a.
Al día siguiente
no vieron ninguna huella,
la casa no había sido dañ ada
estaba como antes.
Kasipoluin
269
Nojolüin kasipolüinkat waneepiaerüsü tüü juyakat eittüin…
4. Otras narrativas
Sin Kasipoluin, el arco iris, llovería sin cesar;
pero Arco Iris vino para decir a Juyá que se detuviera,
aquel llegó para dispersar las lluvias.
El Arco Iris sale al mismo tiempo que
Juyá para aconsejarle que se detenga:
–No lluevas má s, Juyá –le dice.
La deuda de juyá2
Jonu’kaka juya kainalajashi Juya,
asikasü nierüin nümaa Iiiwa,
. Relato de Mateewa Jinnu, contado el 6 de octubre de 969, en Kousharaichon.
2. Relato contado por Ma’insain Uliyuu, alias Manuel Salvador Fernández,
el 29 de febrero de 970. De cuarenta añ os de edad, este criador vivía
cerca de Kasusain, Guajira venezolana. Murió en setiembre de 975.
nu’uta’inchi nainchi…
Las lluvias abundan porque Juyá ha cometido una fechoría:
su mujer fornicaba con Iiwa
y aquél mató al hermano de esta.
4. Otras narrativas
(Perrin, 980: 04-
06)
La sirvienta lo divisó ,
estaba vestido de negro
su mula era negra.
4. Otras narrativas
mi madre se desesperaría…
–No, la encontraríamos por el camino,
y de cualquier manera, vamos a regresar pronto,
–respondió el hombre.
«¡Este hombre no es un guajiro!»,
se decía a sí misma la criada al verlo tan apurado
y fue a avisar a los padres.
Regresaron precipitadamente
pero era difícil correr en medio de la lluvia y el viento.
274
Cuando llegaron
la joven estaba ya muy lejos,
Literatura wayuu
4. Otras narrativas
Todos lo reconocieron como hijo de animal porque tenía la cara extra-
ñ a y diferente de los demás. Allí encontró trabajo y permanecieron
por mucho tiempo. El có ndor, cuando regresó por la noche a la
cueva, se volvió loco buscándolos y no los encontró por ninguna
parte.
Cansado de servir, el hijo dijo un día a la mamá :
–Mañ ana salimos de aquí y vamos a buscar un sitio para sembrar
una roza que sea de nuestra propiedad.
En el camino encontró una mata de mamó n, la arrancó y la
llevó consigo; más adelante una mata de güinul y también la llevó .
Llegaron al sitio donde debía sembrar la roza y plantó el á rbol de
mamó n y la palma de güinul y comenzó el desmonte para la futura
roza. Cuando se encontraba trabajando llegaron dos civilizados,
quienes le dijeron:
–Queremos trabajar contigo, queremos ser tus peones; ¿có mo te
llamas?
É l contestó :
–Me llamo José Juan y me gusta mucho que sean mis peones;
us- ted –dijo dirigiéndose a Jeyú – se quedará cocinando y los dos
iremos a trabajar.
El cocinero se encontraba apurado preparando el almuerzo
cuando se acercó una vieja que dijo llamarse Jujía y pidió de comer.
Jeyú le ofreció un plato, pero la vieja pidió más y como se negara a
darle, Jujía amenazó con echar saliva a toda la comida. Jeyú lo
impidió , desatá n- dose una pelea entre los dos. La vieja le dio un
fuerte golpe en el ojo, se lo hinchó y lo dejó zonzo; mientras tanto
la vieja se comió toda la comida. Regresaron los del trabajo y
preguntaron lo que pasaba, a lo que Jeyú contestó :
–Fui a soplar el fogó n y me voló una chispa al ojo y por esto no he
podido cocinar.
Jeyú y José Juan regresaron al trabajo y dejaron al otro
civilizado de cocinero. El primero decía para sí: «Pobre amigo mío,
¿qué le habrá sucedido con la vieja golosa?».
Cuando se encontraba terminando de arreglar todo, llegó la vieja
y pidió de comer. Pidió más, pero como se negara a darle, se armó
la pelea en la que Jujía le dio un fuerte golpe en la oreja que le dejó
276
casi muerto. Regresaron los trabajadores y al preguntarle por qué no
había cocinado, el respondió :
–Me picó una avispa que me dejó casi muerto.
Literatura wayuu
4. Otras narrativas
las cortó con su machete y las mató , cogió a las dos muchachas civili-
zadas y las trajo para su rancho.
Los trabajadores sintieron envidia de que él tuviera cuatro muje-
res, le propusieron que les cediera dos, pero él no accedió :
–Mejor será que regrese a la cueva y les traiga otras dos
muchachas que vi allá.
Lo amarraron con la soga, pero ya habían decidido no sacarlo y
la cortaron. Cuando estaba en el fondo de la cueva se dio cuenta de
que la soga estaba cortada y no podría salir. Se perdió entre tantos
caminos que encontraba y por ninguna parte aparecía la vieja
Jujía. Después de varios meses de caminar y má s caminar se
encontró con Jujía y le pidió que lo sacara de allá . Ella le mostró
el camino que lo condujo sin demora a su ranchería; llegó a las
cinco de la mañ ana, se acercó a la casa y encontró a sus peones
apropiados de sus mujeres. Lleno de ira sacó su machete, los
hizo picadillo y los mató ; pero pronto le entró el remordimiento,
y empezó a llorar de pesar; se dio cuenta [de] que le hacían falta
para sembrar la roza y muy compadecido sacó una medicina que
le había regalado Jujía y
comenzó a frotar herida por herida hasta que los resucitó ;
entonces les dijo:
–Tomen las mujeres y cásense con ellas. Yo me quedaré solo.
Encontrábase pensativo José Juan cuando se le apareció Jujía, her-
mosa como una majayura, decidida y lista para casarse con él a fin
de que le devolviera su oreja. José Juan untó la medicina y le pegó
la oreja de tal manera que no quedó señ a. Jujía le entregó su amor
y después lo llevó a su cueva donde ella misma trajo varias
majayuras para entregárselas a José Juan, pero él no quiso a ninguna y
solo pre- fería a Jujía.
Entonces la vieja le propuso que para seguir siendo su mujer ten-
dría primero que amansar un caballo que le entregaría. Aquel caballo
era muy bravo; mordía a quien quisiera cogerlo y mataba a quien qui-
siera amansarlo. José Juan tomó un lazo, se subió a un árbol por donde
debía pasar el caballo y allí lo esperó y lo enlazó ; el caballo quería
morderlo, pero José Juan, armado de un garrote, lo dominó . Montó en
278
él y lo llevó a entregarlo a Jujía, ella quedó asombrada y se
convenció de que José Juan tenía más poder que ella. Entonces le
dijo:
Literatura wayuu
4. Otras narrativas
bien vestido lo divisó y dijo a los demá s:
–Voy a ver qué es aquello.
Lo saludó muy afable, lo montó en el anca de su caballo y lo
llevó a la reunió n. Allá lo presentó como su compañ ero y como
miembro familiar; pero todos los demás se burlaron de él y no
creyeron; decían que no sería de la familia de un indio tan chiquito,
pero el joven rico contestó :
–Es mi familia, y dele la caja para que toque.
Se la entregaron y tocó todos los tonos que sabía dejando
encan- tados a todos los oyentes. Tocó los sonidos de La Guajira,
Jopomuy (Maicao), el toque jarareñ o, el toque de Akuwa
(Nazareth). Entonces el jefe indio de la fiesta mandó matar
inmediatamente una res y san- cochar la lengua para que le dieran al
indio recién llegado. Después de esto se regresó a su casa y dijo a
su mamá :
–Allá están en carreras de caballos y mañ ana llevaré el mío para
correrlo también.
La madre alistó el trupillo sancochado, pero él no quiso aceptar. Al
amanecer cogió su caballito, que tenía las patas torcidas, se tropezaba
cada diez pasos, era corvijunto y se marchaba a las carreras. La madre
pensó : «Con ese caballo no puede hacer nada».
En el camino le habló el caballo:
–Si vas a correrme debes procurar que no me vayan a castigar con
bijuas (bejucos); mó ntate encima, agárrate de la crin y no te sueltes,
que te voy a enseñ ar có mo debes correr.
El indio hizo lo que el caballo le mandaba y vio que daba
unos saltos tan largos como de diez metros; después de la prueba
lo llevó suavemente. Llegó al lugar de las carreras y el indio amigo
suyo dijo:
–Allá viene mi primo, voy a recibirlo.
Nuevamente le dieron la caja y tocó todos los tonos que sabía;
tenía su caballo amarrado cerca de él y todos los asistentes lo miraban
con desprecio.«¿De quién es este animal tan feo y tan chiquito? ¿Para
qué tener un animal tan feo?». El caballito estaba con los ojos
cerrados y la cabeza agachada. Pero el amo le tocó el tambor y el
caballo cobró mucho brío. Una carrera de caballos había salido y él
280
dijo:
–Voy a poner la parada en la mitad de la carrera.
Literatura wayuu
4. Otras narrativas
–Tú tienes la culpa de que me quieran matar por haberme traído
a esta carrera; mejor vámonos de aquí y te entregaré a mis demás her-
manos y también a mi madre. Debes hacer un corral para que tengas
todas las bestias; para que permanezcan en él durante el día y salgan
a la sabana durante la noche. Esta será tu riqueza por haberme
con- seguido.
Después de que hizo tal cual le había mandado el caballo, tuvo
las mejores bestias de La Guajira y regaló cuatro de las mejores a
su amigo.
Después que le entregó toda esta riqueza, el caballo salió y se me-
tió por una cueva debajo de la tierra de donde no saldrá nunca más.
(Chaves, 978: 320-323)
el viaje al espacio
Un día un grupo de animales se reunieron a realizar planes, la perra,
la tó rtola, la perdiz, el gato, el cardenal, el turpial, el rató n y el conejo.
4. Otras narrativas
saludó y le preguntó .
–¿Quién eres tú ?
–Yo soy la perra que siempre te acompañ a –le contó toda la reali-
dad y el hombre decidió casarse con ella.
(Chacín, 2003: 3)
I
Para alcanzar el Sol se fue el perro; él tenía montura (caballería).
Cuando iba a llegar donde está el Sol su yegua no pudo dar un paso
más, allá lejos en el centro de la Tierra, y se murió . Como su comida se
había terminado, el perro comió su caballería. Por eso es perro.
–¿Por qué no probar? –dijo el zamuro, y se fue lejos.
II
Sol estaba dando una fiesta; Maleiwa mandó a buscar al alcaraván.
El alcaraván llegó y tocó tambor.
–No vas a dormir –le dijo el dueñ o de la fiesta.
No durmió , continuó tocando y cuando terminó de tocar, cantó .
É l es así: por donde va, nunca se para, siempre sigue, no sabe dormir.
Más tarde el Sol se durmió . El alcaraván robó su sombrero mien-
tras estaba durmiendo, y se lo llevó ; se fue muy lejos, muy lejos.
Sol se despertó ; tenía mucho sueñ o por la borrachera; se fue detrás
de él,
persiguió su huella, caminó lejos y lo alcanzó .
–¿Para dó nde vas?, ¿dó nde está mi sombrero que llevaste? –le
dijo.
El alcaraván estaba corriendo delante de él, llevando el sombrero
de Sol sobre su cabeza. Sol corría detrás de él; lo agarró por la pata; se
la dobló y la torció cuando alcanzó el sombrero. Es por eso por lo que
el alcaravá n tiene la pata torcida.
–Ahora sí me embromaste; ¿era eso lo que querías hacer conmigo?
No robé tu sombrero, lo llevé porque estaba rascado –dijo el alcara-
ván–. Era por eso no más. ¿Era para hacerme esto por lo que me hicis-
te tomar? –dijo el alcaravá n llorando de dolor por su pata.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 224-226)
Yonna kaarai
Has visto, sobrino, que en los playones de arena y conchas
hay pequeñ as plazoletas amarillas:
son lugares para danzar.
Allí se reú nen los alcaravanes
en sus días de fiesta, para hacer la yonna
al compás de los tambores.
Los alcaravanes hembras
los alcaravanes machos 285
se reú nen en círculos
4. Otras narrativas
y luego danzan por parejas;
tal y como los wayuu son los alcaravanes.
(Guerra, 990: 85)
el perro y el caimán2
El perro tomó prestada la lengua del caimán. Antes que llegara el
perro era el caimán, de los dos, el que tenía lengua. El perro se la tomó
prestada y partió sin luego regresá rsela.
Esta vez bebió todo.
–¡Vete ahora para que llegues pronto!
Mapurite continuó . Estaba rascado. Se cayó al lado del camino;
estaba ¡borraaaacho! El conejo se fue atrás para ver. Cuando llegó es-
taba acostado.
286
Literatura wayuu
I
5. Cuento y jayeechi de sergio Cohen epieyú
Quiero acariciarte
como la primera vez 29
que me enamoré de ti.
¡Señ ora!
292
No te pongas triste porque yo vivo,
que muchas mujeres me aprecien y me ofrecen su cariñ o.
Literatura wayuu
el verano1
Los veranos del norte de la península Guajira hacen recordar la
leyenda bíblica del sueñ o de los faraones y la interpretació n de José,
de las siete vacas gordas y las siete flacas, tal parece que al través del
mile- nio de los siglos la fatalidad importuna y ciega, pero infalible, se
ensa- ñ ara en abatir esta infortunada tierra, reflejando en ella aquella
época fatal. Siete añ os de llover sin escampar y siete de horroroso
293
verano
han venido caprichosamente alternando la vida inhó spita de la pampa.
Ya pasaron los añ os de abundancia y ahora vienen los de esca-
6. Escritores wayuu
sez: los graneros están vacíos; agotados por completo los pastos de
la sabana; flacos, macilentos los ganados, yacen tumbados en haci-
namiento lastimoso alrededor de los jagü eyes resecos, y en el contor-
no de las casimbas que ya no manan, dan vueltas día y noche, hasta
caerse desplomados de sed y cruel inanició n. El infeliz indígena,
ba- ñ ada la frente en sudor copioso, calcinada la bronceada espalda
por los quemantes rayos del sol canicular y destilando lágrimas los
ojos cava y cava sin cesar, un hueco aquí, otro allá y otro acullá y
ningu- no corresponde a sus heroicos esfuerzos. Las fuentes
subterráneas de infiltració n que almacenaba el subsuelo de la
restostada pampa se agotaron. Desesperado se dispone a cortar y
rajar pencas de cardó n y con la pulpa mitiga un tanto la sed y el
hambre del ganado vacu- no, cabrío y lanar; pero el caballar y el
asnal se resisten a ingerirlo. Despreciados estos por el estado de
flacura, ú nica moneda con que cuenta para la provisió n de víveres
y vistuario, se declara en mortal insolvencia. Las familias má s
pobres, uno por uno van vendiendo al
6. Escritores wayuu
(Briscol, 956: )
gLiCeRio TomÁs PANA URiANA
el segundo sueño1
Cierto día Chechó n se levantó un poco apesadumbrada, por lo que
Antayash, extrañ ado de eso, le preguntó :
–Vida mía, ¿qué te sucede? Te veo un poco preocupada.
–Anoche tuve un sueñ o que me atormenta demasiado
Entonces, Antayash le repuso:
–Cuéntamelo, pues, para enterarme de tu situació n; aunque yo no
creo en sus alucinaciones mentales.
A esto Chechó n, le dijo:
–Por tu incredulidad no debería referirte nada, pero para que ten-
gas mañ ana en cuenta sus graves consecuencias, te lo voy a contar. Es
el siguiente: tú y yo, como siempre juntos, salimos a hacer una
visita y cuando ya habíamos andado un largo trecho una fugada de
viento te arrebató el sombrero, y tú desesperadamente fuiste detrás
296
de él, en su busca, no obstante que yo te gritaba que lo dejaras, porque
había caído al río y llevaba mucho agua. Pero no me hiciste caso y te
arrojaste a la corriente, y como transcurría el tiempo y tú no volvías,
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
él. Para consolarla, le dijo que no se dejara llevar por su primer sueñ o,
que no fue sino algo por casualidad.
Al cabo de diez días de haber tenido este diálogo, partió Antayash
[a] la Alta Guajira, tierra de embrujo y encanto, donde al llegar,
des- pués de su larga ausencia, no se volvió a acordar de su amada
Che- chó n; fue como si se hubiese sumergido en las profundas
cavidades de las frías aguas del olvido.
(Pana, 2003: 26-28)
RAmÓN PAZ iPUANA
Pooroy
Los sapos
A los sapos les gustaba vivir enhuecados, sin tener preocupació n
por el trabajo ni mucho menos por las cosas del mundo
circundante. Los dominaba una total indiferencia.
Un día el tío de los sapos, viejo rico y cacarañ oso llamado
Ipérui, cayó enfermo y se agravó de muerte. Sabiendo que solo le
quedaban pocos momentos de vida, mandó a llamar a todos los
sobrinos para que estuvieran a su lado a la hora de la muerte.
Así fue. Todos los sapos se congregaron junto a él para verlo
morir. Y cuando empezaron los primeros estertores del moribundo
(pero con bastante juicio todavía) dijo:
–Ya ven ustedes mi situació n. Los he reunido para algo muy im-
portante. Vamos al caso. ¿Cuá l de ustedes, sobrinos míos, querrá
ser el heredero de mis carneros, mi mula y mis caballos?
298
Pero todos callaban, nadie respondía.
Luego volvió a preguntar:
Literatura wayuu
de su desmedido ocio.
Por tercera vez, el moribundo volvió a preguntar:
–¿A quién de ustedes dejaré mi orolojiapi (contra de cacería), para
que sea un gran cazador como lo fui yo?
Pero todos callaban. Estaban sordos como si nada oyeran. Estaban
mudos como si nada les importara.
A la cuarta vez, el viejo volvió a preguntar:
–¿Quién de ustedes aceptará mis trajes, mis collares y mis prendas
de valor?
Pero aquellas palabras del viejo solo les daban ganas de bostezar.
Estaban aburridos. Parecían no tener interés por recibir ninguna he-
6. Escritores wayuu
Uyaaliwa ee atpana
el mapurite y el conejo
Cuentan los ancianos en sus viejas tradiciones que el mapurite
era el curandero más afamado que existía por entonces. Su autoridad
como vidente era irrefutable; sus predicciones eran acertadísimas y
todo el mundo le respetaba y obedecía. Este anciano de catadura des-
cuidada caminaba siempre cabizbajo y nunca miraba de frente. Tenía
unos ojitos tan chiquiticos y pelones que casi no veía con ellos. De
su cuerpo emanaba un olor fuerte y nauseabundo debido a su
constante mascadera de tabaco. Era un viejo desaseado, hediondo a
saliva y a pestilencia de enfermos.
Un día el mapurite resolvió hacer un viaje a Schiima (hoy
Rioha- cha) para curar un enfermo a quien se le había metido el
diablo en los pulmones y le hacía vomitar la sangre.
El autshi (que así se le llama al curandero en nuestro idioma), iba
de oriente a occidente, cuando en su camino se encontró con el conejo
que venía en direcció n contraria.
–Hola, autshi. ¿A dó nde vas tan diligente?
–Voy a Schiima, tengo que asistir a un enfermo. Y tú … ¿hacia
dó nde vas?
–Pues yo voy a donde me lleve el camino. De occidente a
oriente, al Jorottuy, hacia donde brilla el sol naciente.
–¡Ah, sí! –respondió el mapurite con ingenuidad.
–Oye, viejo… ¿no tienes por casualidad un tabaquito que me
des, para hacer una mascadita y así entretenerme en el camino?
–Pues sí tengo, amigo –y metiendo la mano en su bolso le dio
ta- mañ o tabaco para que humara y mascara.
–¡Qué bien! Con esto, me sobra para el resto del camino –dijo el
conejo muy contento.
Dicho esto, reanudaron la marcha. Pero el conejo, empeñ ado en
despojar al pobre mapurite de todos sus tabacos, [solo] simuló
alejarse. Le dio vuelta a una loma y adelante volvió a caer en la
misma vía por donde iba el mapurite.
El conejo, esta vez cambiando la voz, le dijo:
300
–¡Hola, autshi! ¿Qué destino llevas?
–Voy a Schiima, a curar un enfermo.
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
que luego guardó en su bolso para el caso. Ya el conejo se había fu-
mado todos los tabacos y aguardaba el regreso del zoquete curandero.
Cuando mapurite acertó a pasar por el mismo lugar donde había
sido desvalijado por el conejo, este saltó de su escondite y dijo al viejo:
–¡Hola!, amigo mío. Qué casualidad, nos volvimos a encontrar.
¿Có mo te fue en el viaje?
–¡Muy bien! –respondió el mapurite con humildad.
–¿Acaso no tienes un tabaco que me regales? –dijo el conejo.
–¡Sí! Encantado. En Schiima compré bastantes y son muy buenos.
Y sin má s demora le dio dos tabacos al conejo y se fue.
El conejo, muy complacido, se puso a fumar los cigarros obtenidos
por su habilidad. Pero al cabo de un rato de estar fumando sintió
un mareo. Algo desagradable le ocurría; sentía como si le picaran
hormi- gas en el belfo, como si le hicieran cosquillas en la bemba. Pero
como aquello no le importó , siguió chupando y escupiendo el aroma
de su tabaco.
A medida que aspiraba el humo del cigarro se le iba hinchando
el hocico tras un movimiento incontrolable; mas cuando se dio
cuen-
ta [de] que había sido víctima de engañ o, botó el tabaco, se frotó
las narices, estornudó y trató de contenerse el tic que le enfadaba.
Pero ya no había remedio: había sido castigado a mover sus narices
todo el tiempo.
Desde entonces a los conejos les tiembla el hocico con un tic in-
controlable.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 245-248)
Warulapay é atpanaa
el gavilán y el conejo
En épocas remotas, cuando los animales eran wayuu y tenían uso
de razó n, sucedió que el gavilán andando de cacería dio con un cachi-
camo de buena enjalma.
El cachicamo al avistar el rapaz, atesó a correr, y vuelto casi
una pelota se dejó rodar por entre la marañ a del bosque, hasta que
logró encumbrarse y así escapar de las garras de su enemigo.
302
El gavilán comenzó a escarbar con las uñ as y a mirar en la cueva
su fallida presa. Estando en esta operació n se le apareció el conejo,
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
–Es cierto, niñ a, es cierto. Tu padre dijo que no me demorara en
cumplir el acto; que si a las tres veces me llamaba y no respondía, cae-
ría la maldició n sobre ti y sobre mí. De modo que apresú rate, desama-
rra la sirapa, bájate la enagua y échate en el suelo; porque ya el mundo
está pró ximo a oscurecerse.
En ese momento el gavilán llegaba con el instrumento para cavar
el hoyo del cachicamo.
Como no encontró al señ or conejo en el sitio donde lo habla
deja- do, aquel empezó a llamarlo:
–¡Amigooo! ¡Apresú rate, que ya estoy aquí!
–¿Oyes, niñ a? –dijo el cazurro–. Esa es la primera llamada.
Apre- sú rate niñ a en revelarme tus secretos.
La muchacha, un tanto indecisa, vacilaba en aceptar o no
aceptar la insistente proposició n del conejo.
Luego oyó el segundo grito del gavilán:
–¡Amigoo! Apresú rate, que se nos hace tarde.
–¿Oyes, niñ a? –dijo el conejo–. Los apuros de tu padre en que nos
apresuremos a disfrutar de nuestra unió n.
La muchacha esta vez no vaciló . Rápidamente se echó en tierra,
aflojó sus vestiduras y el conejo hizo el resto del trabajo. El gavilán
todo impaciente volvió a gritar:
–¡Amigooo! ¡Vente que te espero!
Pero el conejo, en el paroxismo de su emoció n, no respondía.
Al rato el gavilán se fue a su rancho y entró en el aposento de la
muchacha.
Pero cuál no sería su sorpresa al ver al conejo compartiendo el
deleite de sus pasiones con su hija. Sin perder tiempo se abalanzó so-
bre el conejo para despedazarlo, pero este de un brinco se escurrió
por entre las varillas. Ganó el monte y se fue. El gavilán se dio en
perseguirlo, pero el conejo, más astuto, se escabulló entre las malezas
intrincadas del monte, burlando de esta manera al gavilán.
Desde entonces, los gavilanes persiguen a los conejos para comér-
selos, en venganza de aquel agravio.
(Paz Ipuana, 972: 263-264)
304
6. Escritores wayuu
Por eso os he consultado antes de proceder. Mal haría yo si os tornara
como un caldero viejo que se echa a un lado cuando ya no sirve.
La vieja entonces preguntó :
–¿Creéis acaso que esa muchacha acepte vuestros requerimientos?
–Sí –respondió –. Yo no soy un buey para estar mugiendo en sus
oídos, ni tampoco un muchacho para estar remendando mis palabras
ni perdiendo el tiempo en inú tiles sonadas. Iré dispuesto a proponerle
de inmediato mi tajante resolució n. Ahí está mi caballo Karawasana
y mis joyas que le llevaré a sus padres como garantía de mi palabra.
Dicho esto, llamó a Tü riiajashi y le dijo:
–Andad a mis corrales, traed mi caballo y ensilladlo pronto.
El criado rápidamente fue a los corrales, enlazó a Karawasana y
lo ensilló con sus mejores prendas. Después de esto, ensilló un trotó n
para acompañ ar a su amo.
Cuando ambos estuvieron listos para la partida, Anainmut dijo
a su mujer:
–Vieja, voy a partir. Regresaré al cabo de tres días, si mayores con-
tratiempos no me retienen en camino. Os vuelvo a recomendar que
no vayáis a pensar mal de mí ni mucho menos os vayáis a reír de mis
caprichos. Esa es mi palabra.
Y se fue en busca de la muchacha llevando consigo una mochila de
valiosas joyas como garantía de su palabra.
La joven vivía con sus padres, pero aquel día ellos fueron al monte
en busca de alimentos y la dejaron sola con una criada coquetona.
De pronto la sirvientica gritó :
–¡Wánnnaltsii!… ¡Wánnaltsii!
Allá vienen dos hombres a caballo que solo asoman sus siluetas en
la honda lejanía.
–¡Qué bueno!… ¿Será un joven? ¿Será buen mozo? ¿Será rico?…
Y ambas comenzaron a brincar y a pellizcarse de contentas movi-
das por el afán de ver al hombre deseado. Pero cuál no sería la decep-
ció n de Wánnaltsii al ver que los cabalgantes eran dos mamarrachos
que no calaban a su gusto. Un viejo y un sirviente desarrapado.
Entonces la muchacha rápidamente se hizo cambiar de trajes.
306
La sirvienta se vistió con las ropas de su ama y esta con las de aquella.
Se embadurnó el rostro con una mascarilla de paipai y se hizo la
desen- tendida.
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
Hizo bañ ar a su criado con aguas perfumadas; lo vistió con los mejo-
res trajes, lo adornó con buenas prendas y le ensilló un caballo alazán
(atsaana).
Después de eso, dijo a Tü riiajashi:
–Os he hecho vestir en esta forma para que pidáis en casamiento a
la orgullosa Wánnaltsii. Yo iré con vos en calidad de sirviente. Tomad
estas joyas y en cuanto lleguéis entregadlas a sus padres. Ellos acepta-
rán este presente y no vacilarán en concederos a su hija. Cuando todo
se haya convenido entrad en su aposento y proponedle huida de inme-
diato. Al principio resistirá vuestro halago, paro después se rendirá
sumisa. Y cuando llegue la tarde huid con ella y poseedla varias veces
en todo el trayecto de la noche. En cuanto a mí, haréis que me regrese
anticipadamente trayendo la carne del ovejo que habrán de sacrificar
en vuestro honor.
Recibidas las instrucciones ambos se pusieron en camino.
–Allá en la lejanía se asoman dos jinetes que parece que vienen
hacia acá .
–¿Será el joven tantas veces esperado? –preguntó Wánnaltsii.
–Sí, es él –gritó la sirvienta–. Es riquísimo y viene montado en
un caballo hermoso en compañ ía de su criado.
Las muchachas quedaron deslumbradas al ver el porte de aquel
joven arrogante.
Tan pronto llegó fue recibido por los padres de la muchacha, con-
forme al recibimiento que se tributa a un visitante rico. Al cabo
rato Tü riiajashi, dirigiéndose al padre de la joven, dijo:
–Quiero casarme con vuestra hija. Tomad estas joyas como antici-
po de las formalidades y la dote que daré por ella.
El padre, contentísimo ante aquel donativo tan valioso, dio puerta
franca al pretendiente. Cuando Tü riiajashi entró en la habitació n de la
supuesta novia entablaron diálogos de amor. Entre tanto, los padres y
familiares de Wánnaltsii preparaban comilonas, bebezones y jolgorios
en honor a los prometidos.
Al pretendiente le mataron un carnero para que se lo llevara
entero desollado.
Entonces Tü riiajashi con frases humillantes, dijo al criado:
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–Hijo de perra sucia, andad, llevad esta carne a mi casa y pre-
paradme un caldo para cuando yo regrese… ¡Ligero! Antes que os
Literatura wayuu
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6. Escritores wayuu
RAmiRo LARRe AL
Hermano mestizo1
Pasaron tres lluvias que semejaban más a lloviznas. La sequía de-
vastadora que se alimenta de plantas verdes y magros lomos, temida
por los habitantes, odiada por los jagü eyes y amiga íntima del
palpi- tante sol, hizo su aparició n.
Una tarde, mientras el viejo Anacuay contemplaba con triste vi-
sió n su ya pequeñ o rebañ o, expiró , y sus huesos dieron con la
tierra. Murió de melancolía. Después de la muerte de su nieto nadie se
acor- daba de haber oído salir una sola palabra de su boca.
Encorvado por el peso del sufrir y de los añ os, caminaba a veces
detrá s de las flacas reses. Muchas veces lo vieron reposar debajo
de las matas.
«Puro hueso ese pobre viejo», decían los muchachos que a diario
se bañ aban y hacían guerra con grandes bolas de barro en el jagü ey
30
casi seco.
La propia tierra lo lloró , fue un hijo amado que correteó en su seno
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
Al fin el cansancio vence a la vieja. Después de valiente lucha, aho-
ra sueñ a. El mar penetra sobre la tierra, lo inunda todo y se ahogan las
vacas, las cabras. Miríadas de lagartos nadan por la llanura líquida; de
pronto sale un sol luminoso, un disco nunca visto, como si alguna dei-
dad lo hubiese inflado tornando proporciones descomunales, las
líneas amarillas de fuego abrasador van secando todo, todo se
incendia… ella misma está muerta, pero lo ve y lo siente todo, y
despierta toda sudo- rosa sintiendo todavía la ardorosa sensació n de
una quemada irreal.
Llama a Anachó n y le cuenta su sueñ o. Esta, que no es sino un
alma perdida en los caminos de su propia pasió n, escucha, sin aten-
ció n, abstraída en su mar de ilusiones coronado por brumas azules,
anaranjadas y rosadas. Espera algo lejano, sutil como el nido de los
pájaros, sueñ a con un pó rtico lleno de flores, de vírgenes selvas sem-
bradas de las más variadas especies de los más exó ticos árboles.
En una mañ ana aburrida salió de la nada. Es un hombre de ro-
bustos mú sculos, su piel es negra como unos mostachos que le bailan
mecidos por el viento sobre su labio superior.
–Vengo de lejanas tierras –diría, como presentándose–, donde se
baila al compá s de los tambores.
Tan pronto como llegó , la mujer salió de la rémora de su tristeza,
se notó una sonrisa zalamera, coqueta. La vieja casi no notó la presen-
cia del negro, encerrada en sí misma, pensando de día y de noche en
su extrañ o sueñ o de días pasados y en sus presentimientos casi
infalibles desde su entrada a la ancianidad.
A veces en las tardes tristes llora sola su propia soledad, recuerda
con cariñ o al viejo Anacuay, la fertilidad de las tierras de su
anciano padre, recuerdos de una niñ ez saboreada por muchas lunas, y
aquella madre que le enseñ ó todos los secretos que puede saber una
mujer guajira; ahora llora, lágrimas sobre unas facciones adustas con
cauces de sufrimientos.
Sus lágrimas caen casi secas sobre la tierra amada y esta se so-
brecoge enternecida, testigo de la mala fortuna de sus hijos. La
vieja solamente abrió los ojos cuando se dio cuenta de la realidad, lo
vio en una noche de luna llena. Anachó n ya era la mujer del negro
bigotudo. Calló y siguió con su soledad; ya estaba acostumbrada a
32
sufrir, ya ha- bía perdido las esperanzas de la alegría aunque volviera
a nacer. Y los días pasaron como contemplando un error divino, el sol
se entretenía lanzando sus rayos a la tierra, y estos retozaban
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
unos a otros:
–¿Qué hacemos, qué hacemos?
–Hay que tenderle una trampa y atraparle; después de atrapado lo
quemamos –contestó Caipatsi, rico ganadero, cacique de una legió n
de más de un millar de hombres, cuando la guerra lo requería.
Esa misma tarde, junto con los más importantes personajes de la
época, idearon el plan de combate que terminaría con la captura de
Jamú , el hambre que asolaba y peligraba la existencia de la humani-
dad; hechos los cálculos y suposiciones el terrible hombre rondaría
esa noche la casa de la viuda de Siapana, rico ganadero muerto dos
lunas antes, dejando dos niñ os que se encargaban con los esclavos de
hacer pastar las reses.
Toda acongojada llegó la mañ ana, los pájaros en su mayoría ha-
bían huido temerosos hacia la opaca Luna; con ella sale de su
cueva el personaje buscado ansiosamente por muchos para liquidarlo.
Salta los escarpados riscos perseguido por una sensació n de vacío
en el voluminoso estó mago. Busca los caminos que conducen al
valle cer- cano donde el día anterior había visto a dos niñ os
gorditos.
Lo vieron caminar encorvado, más flaco que nunca, y empezaron
a tirarle flechas y teas encendidas; las flechas rebotaban al contacto de
su áspera piel, que expedía un olor peculiar a zorrillo. Lo persiguieron
por dos días y por dos noches, y las piedras y flechas lo hicieron tam-
balear, llegaron hasta las orillas de un mar que rugía. Y penetró en el
anchuroso mar, se hundió en las profundidades, en el mismo instante
que se hundía se formó un remolino, como si las aguas quisieran tra-
gá rselo má s rá pido.
No había la gente regresado a sus casas después de la trabajosa
persecució n, cuando las nubes cubrieron los cielos azulados y empezó
a llover como nunca; era una lluvia de enormes gotas que aterrorizaba
a los animales a su contacto, era como si vomitara el cielo todo su con-
tenido de su seno infinito.
Las plantas reverdecieron y la inmensa llanura se convirtió en una
superficie semejante a una plantació n de arroz. Y todo fue como antes,
la gente contenta con la gran lluvia, la vida siguió su curso y el sol al
fin apareció después de estar treinta días escondido detrás de las
34
nubes.
Pedrito Montiel al fin ha terminado su relato y ahora se limpia los
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
lo cobija para que nadie lo vea.
–Parece un trozo de carbó n quemado –comenta la colosal muje-
rona.
Antes de morir, el recién nacido defecó dos veces un líquido se-
mejante al vó mito de los perros, tan nauseabundo como los olores que
despiden los peces muertos al secarse las charcas.
La gente, aterrorizada, planeaba quemar a Anachó n viva porque
consideraban que estaba endemoniada. Procreadora de monstruos,
mujer de los demonios, mujer maldita… estos entre otros atroces cali-
ficativos, le atribuían a la desconsolada madre. Enterraron la criatura
sin velorio, sin llanto, pues nadie lo consideraba un ser humano
sino simplemente «un trozo de tronco de cardó n quemado en el seno
de la mujer del demonio».
Para Anachó n fue una incitació n para viajar por las sendas del te-
nebroso mundo del suicidio. Quiso ahorcarse, pero los hombres más
conscientes se lo impidieron, amarrándola en un horcó n de la casa;
más tarde le darían ron para calmarla. El efecto del licor lo que
hizo fue dormirla.
La abuela salió de las penumbras de la soledad, más vieja que nun-
ca, desdentada y arrugada. A medianoche llamaba a su desconsolada
nieta y se encerraban siempre solas. En su casa se oyen cuchicheos,
rumores sin concordancia algun. Al fin le convence de seguir con vida,
sus consejos son muy fuertes, llevan la razó n en su esencia.
La encerraron durante un largo añ o, y durante él, el padre Tiempo
se encargaría de curarle sus pesares. Pasaron doce lunas opacas con la
luz amarillenta como si notara la ausencia de la belleza guajira.
Cada noche, cuando el silencio era total, la bañ aban con plantas
olorosas y mágicas traídas de los picachos altos de las sierras más le-
janas; después de los largos bañ os nocturnos la abuela le contaba her-
mosos pasajes de las más bellas creaciones literarias, producto de la
pasmosa imaginació n de los hijos de la tierra.
Un día, cuando los días aburridos eran su ú nica compañ ía, destri-
pó con sañ a a un pobre alacrán que corría para esconderse entre las
rajaduras de la pared de barro, le quitó la cola y se lo comió . Otro
3 6
día fue una iguana que tomaba el sol en la enramada de troncos de
cardó n; después de botarle las vísceras se la comió cruda. Y se fue
acostum- brando a desayunar con lagartijas, ciempiés, chinches,
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6. Escritores wayuu
El rancho nuestro estaba rodeado de vegetació n, no estaba
ubicado en un lugar despejado. Había alrededor muchos á rboles
tales como matas de cují, matas de dividive, matas de guamacho y
también car- donales y tuneros.
2. Ahora bien, cuando ya yo estaba un poquito grande: «¿Qué será
mejor para el niñ o?», decía el hombre de quien yo era hijo. «Lo mejor
es que yo le dé animales; conviene que yo busque ovejas para que él
las pastoree», decía él. Y así lo hizo, trocó una yegua por unas
borregas; eran unas ovejas de un hombre llamado Ó rrou.
Después trajeron al rancho unas veinte borregas hermosas.
–Sí, aquí tienes unas ovejas para que las pastorees. Tendrás que
ser diligente detrás de ellas; no las vayas a desatender, las tienes que
que- rer. No tienes que estar allí junto al fuego en las topias,
contemplando la olla. Sábete que tener animales es lo mejor; si no
tienes animales tendrás que estar mendigando por ahí la leche de
animales ajenos –me decía mi padre cerca de las ovejas.
6. Escritores wayuu
6. Cuando yo era pequeñ o solían intimidarme o atemorizarme y
me hablaban de unos animales del monte que eran muy malos, tales
como zorro, bú ho, y también el oso hormiguero.
–Eso come muchachos, estate bien alerta con ellos –se me decía–.
Hay una cosa horripilante y es muy mala, que se llama yolu’ já. El
yolu’ já es andariego y recorre los campos y caminos en las noches;
captura a la persona con la que se topa, no la deja tranquila –también
me decían.
Yo me creía lo que me decían. Siempre cuando caminaba por el
monte tenía miedo. Al anochecer me acostaba en mi chinchorro
con miedo. «Que no me encuentre con algo como eso. Que no me
lle- gue a mí en la noche», pensaba yo en mis adentros. No me
atrevía a
. Leche hervida con maíz, millo o bagazo de yuca, es
siempre algo espesa. (Nota del original).
2. El ekírrá o reparto hecho a los que no siendo familiares
van a llorar al muerto. (Nota del original).
3. Las flechas que se emplean sobre todo para cazar palomas, de
noche, tienen la punta en forma de cruz. (Nota del original).
4. Masa cocida de maíz, sin envoltura, y de
forma alargada y chata. (Nota del original).
levantarme en la noche a orinar del miedo. Me aguantaba las ganas
de orinar hasta que amanecía. Algunas veces me orinaba en el mismo
chinchorro.
Después me daban a mí un fuerte regañ o por aquello. Y dígame
cuando escuchaba el ulular del bú ho y el aullido del zorro en la noche
en las cercanías de la casa, quedaba tieso del miedo en el chinchorro.
Brotaba mi orinada sin darme cuenta.
Cada vez que andaba por el camino no sentía tanto miedo. La
presencia de las ovejas me libraba del miedo. Me preocupaba cons-
tantemente de que mi rebañ o estuviese completo, para que no me
mandasen al anochecer a mirar entre los rebañ os de los vecinos en
busca de alguna que faltaba. No caminaba solo de noche o cuando
el sol estaba nublado; temía toparme con un yolu’ já o con un bú ho o si
no con un zorro.
7. Pues bien, ¡qué bien le iba a mi rebañ o! No sufría hambre, las
lluvias caían a su tiempo; se multiplicaba mucho, tenía buenos car-
320 neros, castrados, y además estaban completos, no era frecuente que
se perdiese algú n miembro del rebañ o. No se comía mucha oveja;
se sacrificaba mucho más las cabras. Las sacrificaban para el
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las ovejas.
«¡Qué diligente es el hijo de él!», se decía de mi padre; aunque él
no se enteraba, ni pronunciaban su nombre, había personas que lo
decían. Había unos familiares de mi padre que sumaron ovejas a mi
rebañ o. Habían hablado antes con mi padre; sumaron algunas ovejas
al rebañ o porque veían que yo era muy diligente. Después fui muy
apreciado por el cuidado de sus ovejas. Me regalaban algo así como
un sombreri- to, la camisita, o sino comida. Si en alguna oportunidad
pasabapor sus casas con hambre: «Ahí está ese, denle de comer»,
me decían.
8. Pues bien, habían transcurrido unos cuantos añ os y las
ovejas se habían multiplicado. Yo sufría cada vez que las llevaba al
campo. No podía controlarlas. No me hacían ya caso, se
dispersaban alejá n- dose de mi presencia. Pues bien, yo me esforzaba
corriendo y gritan- do tras ellas; no hacían caso. Yo daba carreras
furioso entre la maleza. Ademá s me encolerizaba contra las ovejas,
les caía a pedradas, les
daba leñ azos y otras veces les daba puntapiés. Yo sufría corriendo de
un lugar para otro: me tropezaba con los palos, me mancaba los pies,
me rasguñ aba con las espinas. A veces lloraba por eso; otras veces
aguantaba.
Pues bien; ya por fin estaba harto de las ovejas. No me sentía
ya como cuando empecé a pastorear. La tristeza poco a poco se iba
apo- derando de mí por encontrarme solo siempre en el campo.
Ú nicamen- te de noche y para dormir me permitían estar en casa, y
también al mediodía un ratico, para comer algo.
Yo estaba lleno de tristeza; me daba mucha rabia porque me man-
daban todas las mañ anas al monte con las ovejas. Mi anhelo era que-
darme en casa. Quería quedarme jugando con mis hermanos
pequeñ os. Y tuvo por fin que llegar un momento en que me sintiese
muy disgus- tado, ya que desgraciadamente había crecido y me había
desarrollado en el campo y además nadie me acompañ aba a
pastorear. ¿Qué era lo que yo podía divertirme andando? ¿Qué era lo
que podía servirme de diversió n en el monte? No había un muchacho
32
con quien conversar; no
había un muchacho con quien bromear mientras estaban pastando las
ovejas. Lo ú nico que veía todos los días eran los cujíes, los
6. Escritores wayuu
dividives, los cardonales, los tuneros y machorros, culebras e iguanas.
Lo ú nico que escuchaba era el canto de las aves por encima de los
árboles y la voz de los animales del rebañ o. Voces a las que ni siquiera
les entendía el significado, como para que me pudiesen alegrar. Si me
encontraba algú n que otro día con muchachos en el monte, si eran
mayores, yo los esquivaba y me ocultaba de ellos. Se metían
conmigo, me daban cos- corrones; me amagaban con las flechas o si
no con un palo. Pero si veía alguno de mi tamañ o sí hablaba y jugaba
un rato con él.
9. Algú n tiempo después, apareció de pronto una peste en las ove-
jas, se hinchaban, echaban espuma, estaban atontadas, no pastaban.
Se iban muriendo una tras otra, de la noche al día. ¡Qué pérdida de
ovejas! No se botaban, se comían; eran desolladas, su carne era aceci-
nada, su carne era normal y estaba buena y sabrosa, ya que no estaban
flacas, sino que se morían gordas.
Lo que estaba muy dañ ado eran sus vísceras: el hígado, el estó ma-
go y las tripas; estaba deshecho, como si estuviese cocido. No era co-
nocida la peste que había matado a los animales. No se sabía de dó nde
provenía, apareció de repente.
Ahora, después de eso quedaron como restantes una pequeñ a
cantidad de ovejas.
–¿Qué será bueno entonces para ellas? Lo mejor es que yo busque
reponer las que se han muerto –dijo entonces mi padre.
Y así lo hizo, hizo que vinieran unas cuantas ovejas adultas. A ellas
les puso los palos en el cuello, y las mancornaba con las de las casa
para que no se escaparan.
–Aquí está esto, cuídalas bien. Si permites que se pierdan te voy a
azotar –me dijo.
–Sí, así lo haré, las cuidaré –le dije a él.
Las ovejas nuevas fueron traídas en época de lluvias. La super-
ficie de la tierra estaba muy verde; la vegetació n estaba muy alta;
abundaba el agua como de aquí para allá .2 Una vez cierto día me
ha- llaba yo por allá en el campo pastoreando las ovejas. Ellas
pastaban bajo un cujizal. Eso era ya en la tarde, y a mí se me
ocurrió ponerme a jugar mientras ellas pastaban. Yo me había
322
sentado en el suelo a fabricar un ranchito. Le ponía por pared
barro, por techo corteza de palo, alrededor tenía todo limpio y
despejado. La casa a mí me pa- recía muy bonita, me resultaba muy
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6. Escritores wayuu
deberán a la rabia, ya que yo no puedo valer lo mismo que una oveja»,
pensaba.
Ahora, después, al día siguiente bien tempranito:
–Intenta y vete a ver si la ves por ahí –me decía mi madre.
Y me fui entonces como de aquí para allá por entre la maleza,
por donde solía andar con las ovejas. Aunque tenía la mirada atenta a
sus huellas, no veía absolutamente nada, lo que había eran
solamente huellas de animales ajenos.
Pues bien, ya se me acercaba y casi se me echaba encima el me-
diodía en eso. Me dirigí después a una sabana que se encontraba
un poco distante como de aquí hacia allá. «Posiblemente esté ella
por allá», conjeturaba yo. Aquella sabana no tenía árboles en su
superficie, solamente había hierbas y por eso era el sitio preferido de
las ovejas. Yo me había dirigido a la superficie de la sabana porque
desde allí se podía extender muy bien la vista por todo aquello. Se
divisaba cual- quier cosa desde allí a lo lejos. Y en realidad había
sido totalmente
6. Escritores wayuu
conocido el camió n anteriormente, en aquella oportunidad vine a co-
nocerlo, por eso sentí mucho pavor ante él.
2. En aquel día se hallaba presente un primo mayor que yo,
quien me explicó después detalladamente lo que era el camió n.
–El camió n no es un yolu’ já, es algo hecho por la mano del alijuna
por allá por tierras lejanas. Es de metal, es de tabla y es de caucho –me
decía el primo.
Pues bien, el primo me explicaba có mo funcionaba el camió n.
–Dentro de él hay una máquina llamada motor, precisamente es
con lo que camina el camió n. Ello tiene fuerza porque lleva dentro
puesta gasolina encendida. Junto al motor se encuentra sentado un
alijuna; es el que lo hace caminar, el que lo hace detener, el que lo
hace desviar, el que lo hace retroceder. Lo llaman «chofer» –me de-
cía el primo–. El chofer se encuentra sentado dentro de aquello que
parece cabeza. El camió n es una cosa muy buena; está destinado a la
6. Escritores wayuu
amarré el burro en un árbol frondoso de olivo. Reuní unas leñ itas y las
coloqué por encima de la enjalma. Después de aquello me fui a la casa
a buscar un tizó n.
–¿Qué vas a hacer con el tizó n? –me dijeron.
–Sí, el tizó n es para quemar un avispero; allí apenas en la orilla
del camino me hace mucho mal, me pican siempre cada vez que paso
cerca de ellas –les dije.
–Es bueno que lo hagas así, hijito mío, porque a las avispas les
gusta picar a la gente –me fue dicho entonces.
Pues bien, ya que ya nada me distraía, recogí cortezas y ramitas
secas, y encendí entonces la candela cerca del burro. Y coloqué la vasi-
ja que contenía la gasolina encima de la esterilla del burro. Me hallaba
parado, retirado de él, le tenía miedo. «¡Que no me arrolle! Ahora con
la gasolina va a tener seguramente gran velocidad», pensaba yo. En
cuanto se encendió la leñ a, cogí un tizó n y se lo lancé a la vasija
que contenía la gasolina. Como eso no tarda, brotó la llamarada.
Las lla- maradas se extendían hacia arriba; por poco me alcanzan las
llamas, llegó la llama hasta muy cerca de mí. Yo me asusté mucho;
creía que
se me venía derrumbado sobre mí el firmamento. Pues bien,
pobre Kuna se retorcía allí en medio de las llamas. Del mismo susto
grité. Pues bien, salieron corriendo de la casa al oír el grito. Me
estremecí lleno de pavor al verlos venir, «ahora me matarán a causa
del burro. Es mejor que yo salga corriendo ahora mismo para evitar
que me azoten», me dije.
Y de una vez cogí un camino que se dirigía lejos, yo no estaba
en mi juicio, corría descalzo y sin ropa.2
4. Pues bien, aunque al instante se echaron tras de mí, yo no fui
alcanzado ni por nada; corría en todo momento por el camino, no vine
a parar hasta ya anochecido. Pues bien, pasé grandes sufrimientos.
Estaba triste, tenía hambre, tenía sed; me hallaba llorando al fondo de
una cañ ada donde pernocté al irme de mi casa.
Me fui al día siguiente, caminé todo el rato constantemente para-
lelo al camino para no ser visto de la gente. Al ver alguna
sementera comía de paso para no morirme de hambre: yuca,
328 patilla; y comía también de paso algú n dato [cactus].
5. Pues bien, después, topé con algunas personas que llevaban
ca- bras; que llevaban cargas de cuero de chivo y gallinas; eran
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6. Escritores wayuu
Relato del niño malcriado
Nüchi’ki wané jíntüi kayûrrai
Segú n dicen, había una vez un niñ o que era muy malcriado; lo era
en sumo grado, la madre no podía ya con él. Siempre cuando
llegaba la comida había que ponérsela a él antes que a los demá s. Y
ademá s, la totuma de él debía estar siempre llena; si por alguna
casualidad no hacía eso la madre, se comportaba con toda
malcriadez: se ponía furioso en seguida, se tiraba por el suelo,
gritaba, lloraba, le echaba arena a la comida de la gente, le daba
patadas a la totuma, botaba la comida.
Se habían hecho muchas cosas con el niñ o a fin de que cogiera
miedo: le intimidaban con cualquier cosa, lo guindaban en
mochilas, lo lanzaba al techo de la casa, le asperjaban los ojos con
tabaco. Y per- manecía igual después de eso; la madre no pudo hacer
nada con él sino que llegó un punto en que estaba fastidiada con
él.
Ahora bien, algú n tiempo más tarde lloriqueaba una noche el niñ o,
no dejaba dormir a la gente, molestaba con sus lloros.
–Este pedazo de niñ o sí que hace bulla con su lloro. Llévenlo
ahí hacia el lado oeste, entre las vacas, para que se lo lleve el oso
como se merece –le dijeron a su madre.
Aquello era una broma, no era aquel «para que se lo lleve» dicho
en serio a la madre. Pues bien, ella se dirigió hacia unas vacas que
estaban reunidas cerca de la casa con el niñ o a cuestas. Y lo dejó en
medio de las vacas y corrió alejándose de él, se acostó de nuevo en
su chincho- rro. Y quizás por pura casualidad se encontraba allí
sentada la osa, y ella lo agarró y se lo llevó . El niñ o se alejaba
llorando llevado por ella. Era época de lluvias cuando sucedió esto;
por eso andaba la osa por allí. Lo que se llama oso es un animal del
monte; de aspecto ho- rripilante, que no suele ser visto
normalmente por la gente. Su lugar habitual son sitios tales como los
cerros. Durante el día duerme donde hay alguna cueva, en medio de
algunas piedras o rocas muy grandes. Y en la noche sale a buscar lo
que va a comer. Segú n la gente que lo ha visto, se parece a una oveja
lanuda, de espalda ancha; por donde anda
330
no se suele ver su huella.
Ahora bien, más tarde se iba alejando el lloro del niñ o.
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6. Escritores wayuu
asada; en otras oportunidades se la daba frita. Si él se enfermaba, lo
curaba, y pronto se ponía bueno, ya que para ella como poderosa
en cosas misteriosas la medicina no tenía secretos.
Ya eran muchos los añ os del niñ o en poder de la osa. Crecía y cre-
cía y experimentaba retraso su desarrollo. Estaba muy bien, se sentía
como si estuviese entre sus familiares. La osa en su madriguera no
estaba con otra, se hallaba sola y eran dos con el niñ o, formaba un
par con el niñ o. Cada vez que salía a cazar lo dejaba (en casa). Y
cier- tamente parece que algunas veces se lo llevaba consigo. Y él,
por su parte, se había amañ ado; no se apartaba de ella. Ella era para él
como una persona. É l conocía el lenguaje de ella, conocía todas sus
costum- bres y modo de proceder. Apenas llegó él al desarrollo, ella
lo tomó por marido. Mucho antes lo había acostumbrado ya a ella; ella
le tenía mucho cariñ o, lo consentía y no le hacía nada.
Se encontraba por allá la vivienda del wanü’lü cerca de la de la
osa. Se llevaba siempre muy bien con ella. Conversaba con ella y
con ella solía compartir su comida. El que llaman wanü’lü es un ser
mis- terioso. Seguramente es familia del yolu’ já. No tiene carne ni
hueso.
Siempre ha sido gran matador de gente. Suele caminar buscando a
quién matar.
Camina preferentemente por las cañ adas en el momento de mayor
silencio y soledad. Se la pasa silbando allí por donde anda. A veces
es visto, sin que él lo advierta, por la gente que camina de noche. El
wanü’lü es como un blanco (alijuna) montado a caballo. Va
vestido, lleva sombrero, suele ir calzado. Le brillaba todo el cuerpo
y hay un resplandor por delante de él. Y por otra parte aquello con lo
que silba es como una flauta de carrizo (mási) larga. Ahora bien,
cuando él se encuentra con una persona desaparece de sú bito. El
que lo ha visto ha sentido escalofríos en su cuerno, como si se le
pararan los pelos; después de eso cae enfermo; le da la fiebre, vomita
de pronto sangre y se muere. Eso es lo que el guajiro llama
kerráuá.
El wanü’lü es un gran cazador; no hay nadie como él. No falla el
tiro; no hay un día en el que vuelva sin presa. Traía sobre sus espaldas
332
con cierto balanceo venados. Traía alguna venado jovencita, alguna
primípara, y algú n macho. Tenía costumbre el wanülü de llevarle a
la osa carne de sus presas para la comida. A veces le llevaba costillas;
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otras veces le llevaba media presa. Y aquello no era nada flaco, estaba
bien provisto de grasa. Aquello le parecía al hombre por la cintura
y las patas [un] venado; pero la cara le parecía rara, era como la de
una persona. «¿Por qué será que a mí me parece raro?», pensaba ante
I
aquello.
–Ven, toma pues tú lo que vas a comer conmigo –le decía entonces
la osa al hombre.
–No quiero comer eso; có metelo tú sola –le decía a ella.
Cada vez que llegaba el wanü’lü de la cacería, el hombre estaba
pendiente de él; miraba la cabeza de sus presas. «¿Qué será ? Estoy
seguro de que eso no es venado», pensaba para sus adentros. Se ha-
llaba mirando como desde por allá; cada día se ponía más triste al ver
algo como aquello. No había día en que faltase la carne en la casa
del wanü’lü; a donde el wanü’lü colgaban las cecinas.
Ahora bien, ya finalmente el hombre vio asombrado fisonomías de
gente que habían vivido con él. Se acordaba de eso, ya que el hecho
6. Escritores wayuu
encontraron haciendo cecina. Al momento le sirvió la mujer del
wanü’lü a la osa costilla asada.
–Aquí tienes para que comas conmigo –le dijo ella al hombre.
–No, no voy a comer, todavía estoy lleno –le dijo a ella.
Pues bien, el hombre contemplaba la presa del wanü’lü. «¿Qué
puedo yo desconocer de este? Este es uno de mis hermanos que está
siendo convertido en cecina», se decía a sí mismo en su interior el
hombre. El wanü’lü no estaba en guardia, creía que habían venido
ú nicamente a pasear. Y regresaron los paseantes. Entonces la osa allá
en su casa le preguntó al hombre:
–¿Qué hubo?, ¿ya lo has reconocido? ¿Es verdad que aquel al
que está acecinando el wanü’lü es uno de tus hermanos? –le dijo ella.
–Aquél es –le dijo él a ella.
–Mantente callado, pues; sé valiente, no te pongas triste; yo
haré lo que pueda por ti. Te he llevado conmigo a donde él para saber
con certeza que son familiares tuyos lo que él está matando. Tus
lágrimas se pagarán, tus hermanos serán vengados pronto. Yo me iré
pronto a buscar con lo que se van a pagar –le dijo la osa a él.
Pues bien, la osa se va como hacia allá, a un sitio en medio de
montañ as, donde ella podía dar con abundantes contras. Donde abun-
dan las flechas del wanü’lü y las del yolu’ já, con las que siempre ma-
tan a la gente. Después ella regresó con las flechas y no se demoró .
De una vez le trajo al hombre el contra para el brazo, con el fin de
que él no tuviese mala puntería.
–Mira, ahora aquí te entrego estas flechas junto con este contra.
Sé valiente, cuidado con fallar la puntería; porque tú has estado
muy afligido y porque tú has llorado a causa de tus hermanos. Yo voy
a lle- varte a donde tus familiares. Les pedirás a ellos una res grande y
gorda. Cuando te hayan dado la res te la llevarás allá donde se
encuentran en- terrados tus hermanos muertos. La matarás, harás
cecina de ella y col- garás los pedazos de carne. No la vayan a comer, y
además la cuidarán de los animales. Cavarás un hueco hondo cerca de
la cecina; te meterás dentro de él con tus flechas. Permanecerás allí al
acecho del wanü’lü. Lo tapará s con hojarasca para que él no te vea.
334
En cuanto lo hayas matado, le romperás la cabeza, le extraerás los
sesos; y luego quemarás la cabeza, si no haces eso, resucitará contra ti
–decía la osa al hombre.
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6. Escritores wayuu
–¿Qué hubo? ¿Has logrado acabar con el valiente? –le dijo.
–Sí, lo logré –le dijo entonces él.
–¡Bien hecho con él; así tenías que conducirte con él! Tus lágrimas
está n pagadas –le dijo la osa al hombre.
Ella lo llevó luego a su vivienda (de la osa). Por su parte las cecinas
hubo que cuidarlas de que no se las comiesen los animales.
Pues bien, el wanü’lü no regresaba a su casa. Su mujer ya lo estaba
echando de menos, estaba todo el rato de pie impaciente.
–¿Qué le estará pasando allí donde está él, que su tiempo de llegar
ya se ha pasado? –decía esto mirando hacia allá, hacia donde siempre
solía aparecer de vuelta de la cacería. Pues bien, más tarde se llegó
a preguntarle a la osa:
–Caramba, ¿por casualidad no has visto a mi marido? Ya se le ha
pasado el tiempo; él no suele ser así –le dijo a ella.
–No sé, como yo no salgo como para poder verlo a él, o para tener
noticias de él, sino que permanezco quieta aquí en mi casa… –la
osa le dijo a ella.
–¿Qué le habrá pasado? Voy a ir a buscarlo al anochecer. Rastrearé
sus huellas por sus habituales lugares de caza; por donde él suele cazar
–dijo la mujer del wanü’lü. Por allí estaba ella sin poder ya comer car-
ne al estar él ausente.
El hombre, por su parte, se encontraba por allá roncando; dormía
profundamente para estar despierto durante la noche.
Pues bien, apenas anocheció la osa se preparó para ir a llevar al
marido. Lo iba a llevar a donde había matado al wanü’lü. Le dijo
mu- chas cosas. Le golpeaba con el contra para el brazo.
–Tú ya te aprestas. ¡Cuidado con actuar como un tonto! –le decía
ella a él.
Ahora bien, a eso de muy de la medianoche como en el
momento en que había llegado la otra vez el wanü’lü, pudo
escuchar entonces el hombre el silbido de la mujer del wanü’lü, el
sonido venía hacia él como desde allá. Su silbido no tenía nada de
suave, era muy hiriente.
–Tiene que ser ella la que viene –dijo acomodando su flecha
336
puesto al acecho de ella.
Se paró de pronto debajo del rancho donde habían sido enterrados
los hermanos del hombre. La wanü’lü miraba a todas partes como
Literatura wayuu
hacia allá, sospechaba. «¿Qué podrá haber aquí?», se decía. Pues bien,
ella también se pegó a la cecina, porque los wanü’lü son realmente
muy carnívoros. Pues bien, el hombre calculó el tiempo en que to-
davía ella no se había saciado. Dirigió él la punta de la flecha hacia
I
6. Escritores wayuu
todas partes. Unos le traían chinchorros, otros le traían sombreros,
unos le traían carne para cambiar por carne de tortuga, ya que la
carne de tortuga no es igual que la del animal doméstico.
Se iba siempre de mañ ana a pescar. Ya se iba volviendo viejo en
esa actividad. Y su mujer se encontraba muy bien; sus hijos estaban
gordos, porque ellos se saciaban siempre, ya que no había un día que
faltase la carne de tortuga para sus estó magos.
Hubo un día en que él se había ido tempranito al mar, solo, a ver
su red. Sacó la red, había dentro de ella una tortuga y él pensaba
sacarla afuera. Ya no tenía compañ ero, no dio para arrastrarla del
todo [él solo] hasta la orilla del mar.
Estuvo halándola y no pudo con ella, le pesaba. «¿Qué será bueno
para ella?», pensaba para sus adentros. «Voy a ponerla boca arriba». Era
su intenció n y forcejeó con ella, [pero] era más fuerte que él.
–Caramba, ¿qué será bueno en este momento para él? –dijo enton-
ces la tortuga que era seguramente la má s vieja.
–Es mejor que le escupamos varias veces, que le pedeemos repeti-
das veces en la nariz, que le orinemos encima, que lo golpeemos insis-
tentemente con las patas, ya que no hay otra cosa más apropiada a sus
méritos –les dijo a las otras.
Pues bien, se le orinaron encima, le tiraron pedos en la nariz,
fue escupido, las tortugas le cayeron unas tras otras. Su griterío
durante la acció n era enorme, se reían escupiéndole encima.
–¡Ay, qué hediondo está esto! –decía el hombre afectado por
aquello.
6. Escritores wayuu
gas. Entonces se acercó reptando una de ellas.
–¡Sí! ¡Este! É l es el que siempre nos come y el que está a punto
de acabar con nosotras, me lo traje ayer, ahora en este momento
lo estamos haciendo sufrir, estamos haciendo con él lo que que-
remos, para que él pague su mala acció n de estar comiéndonos
siempre –dijo entonces la tortuga que era seguramente la que lo
había traído.
–Sí, conque este es él. Sí, conque este es el hombre que tiene tanta
barriga para comerse mis animales, que ni siquiera dejaba un día de
comerlas. Se come una que sea grande, se come una joven, uno
que sea castrado,2 una que sea parida; y có mo sufre su hijo llorando en
su ausencia. Son hartas y graves sus fechorías; ¿qué será bueno para
que
6. Escritores wayuu
grandes de la noche al día. En cuanto se hicieron adultos, se dispersa-
ron, no se quedaban con su madre.
Aunque al hombre la pülohui nada malo le hacía, él se sentía siem-
pre triste. La mujer se daba cuenta de que él estaba triste.
–Me parece que estás triste, maridito mío. ¿Te quieres a lo mejor
ir para tu casa? ¿Es que a lo mejor quieres ver a tus familiares? –le dijo
cuando ya él llevaba mucho tiempo con ella.
–Sí, así es como dices, sí, estoy muy triste –le dijo a ella.
–Sí, conviene que yo te mande a tu casa; para que des una vuelta y
veas a todos tus familiares –le dijo ella al marido–.Voy a mandarte a tu
casa pero no te vas a quedar del todo por allá. Aunque vayas a donde
vayas, yo te iré a buscar y te traeré de nuevo por acá. Y tú no vayas
a contar nada. «Yo he estado ahí donde una pülohui», cuida conque se
te vaya a ocurrir decir. Mira que te daré tu merecido. Cuando estés
allá en tu casa, me mandarás un poco de chica dentro de una
torumita. E
. La chica es una pasta de las hojas de un lindo arbusto que tiene una elaboració n
especial. Esa pasta da nombre a la ciudad de Barquisimeto. (Nota del original).
irás a depositarla a la orilla del mar –le dijo al hombre la pülohui antes
de partir.
Después fue llevado el hombre hasta la orilla del mar. Pues
bien, estaba muy alegre; había corrido inmediatamente a su casa. En
cuanto llegó buscó la chica y la totumita, y en cuanto las consiguió las
llevó al mar. Aquello no es cosa que se mueva por sí sola, pero se iba
alejando poco a poco flotando sobre la superficie del mar; era como si
estuviese siendo empujada por un viento.
Pues bien, en cuanto llegó el hombre a su casa fue objeto de satis-
facció n y agrado, fue motivo de alegría para sus familiares. Fue abra-
zado, lloraban de emoció n por él.
–Oh, sí, conque mi hijo ha llegado –decía la madre.
–Conque ha llegado el padre de mis hijos –decía la esposa.
–Conque ha regresado nuestro hermanito –decían sus hermanos.
Pues bien, y empezaron a asediarlo a preguntas al cazador de tor-
tugas.
342
–¿De dó nde, en, realidad, vienes tú ? ¿Dó nde has estado tanto
tiempo? Creíamos que te habías muerto –le decían.
–Bien, no, yo solamente he estado por un lugar muy lejano –les
Literatura wayuu
dijo él.
Se celebró la llegada. Sus familiares celebraron un baile. El tam-
bor sonaba, al baile llegó mucha gente. Durante el baile se repartió
aguardiente y carne de res. En el baile se emborracharon mucho las
I
6. Escritores wayuu
Se- gú n dicen, le echó encima un líquido de olor agradable, por ello
poco a poco se fue recuperando.
Después se recuperó totalmente, estaba tan vivo como antes. La
mujer lo reprendió muchísimo por haber hablado de ella cuando esta-
ba en su casa.
–Te he dado tu merecido. Ahora ya, so muérgano, no te mandaré a
tu casa, te quedará s conmigo para siempre –le decía ella.
Pues bien. Segú n dicen, llegó la gente al cementerio a
encenderle la candela al hombre muerto2 al poco rato de la pülohui. Se
asustaron mucho al llegar; se encontraron con que el muerto no
estaba, lo ú nico que había era el hueco, que estaba vacío.
–¿Qué cosa será la que lo ha hecho así?3 –dijeron algunas de las
personas. Huyeron llenos de espanto de nuevo a la casa.
6. Escritores wayuu
Vivían gracias a lo que rebuscaban por el monte; lo que cazaban
eran ani- males del monte. La superficie de la tierra estaba sin
pasto. Se sufría mucha sed, la gente se sentía completamente
impotente. Y díganme los animales domésticos, [que] se fueron
muriendo poco a poco del hambre, nada se pudo hacer por ellos. El
día en que caía la lluvia la gente intentaba sembrar, [pero] aquello se
acababa: lo escarbaban los pájaros, se lo comían los gusanos o
simplemente se secaba.
¡Có mo se perdía la semilla guardada para la lluvia! ¡Algo tan
apreciado y que tanto se estimaba! ¡Y se había ayunado para preser-
varlas! Las habían estado guardando hasta entonces como una joya
preciosa. Pues bien, ya en lo ú ltimo la gente ya no hacía nada; perma-
necían quietos en sus casas. No tenían voluntad para nada a causa del
6. Escritores wayuu
–¡Qué lástima siento por ti que te la pasas trabajando! Sábete que
no llueve nada. Has de saber que la lluvia que has aprovechado no
es sino la orina del sol –le dijo el jinete–. Sí, aquí llego a donde ti,
pues a ti es a quien busco. Vamos, vente conmigo. Tú eres hijo mío; yo
soy tu auténtico padre. Yo soy el que la gente llama Juyá . Para que
lo sepas ahora, yo soy siempre el que hace llover. Te voy a llevar
conmigo a mi tierra Mü li’alú li, Juyántü rre, donde tengo abundante
cosecha. Por allá no te faltará nada. Lo ú nico que harás es estar
sentado al borde de los cultivos; comerás tranquilo. Aunque por
allá tengo muchos gatos machírroulu2 ellos no te hará n nada, yo te
ocultaré de ellos –le dijo entonces el jinete al deshierbador.
–Sí, de modo que yo soy de hecho tu hijo. ¿Y por qué entonces
no te he solido ver nunca con mi madre durante mi niñ ez? –le dijo
entonces al rico.
6. Escritores wayuu
tes culebras, se volvían patillas, melones, auyamas, pepinos, fríjoles. Y
las muchachas, no eran sino maíz jojoto. El padre encendió la candela,
le entregó una olla para cocinar y se fue para su casa.
Pues bien, al principio el hombre estaba triste por hallarse en una
tierra desconocida para él, y además por estar solo en el monte. Pero
después se amañ ó . Pues bien, apenas anocheció , llegó el padre y lo
llevó a la casa, y lo escondió dentro de algo como para no ser visto de
la mujer ni de los animales domésticos de Juyá. Y después bien
tem- pranito lo llevó de nuevo al monte. Juyá tenía a su disposició n
muchos animales horripilantes, comedores de hombres. Con el olor
del hijo rugían alborotados. Aquellos eran los que había dicho antes
«allí tengo mis animales machírroulu» y eran tigres.
La casa de Juyá era una gran piedra dentro de la cual se halla-
ba la mujer. También tenía su enramada, debajo de la cual había
una tinaja para ishi’rrúna’. El Juyá es borrachó n, le gusta mucho la
ishi’rrúna’. Tenía a sus ó rdenes muchos jó venes, que tenían como
cabalgaduras unos jamelgos con malas sillas; pero él en cambio
montaba un bonito caballo. Ademá s no había otra silla igual que la
suya. Pero, segú n dicen, lo que utilizaba como cabalgadura no era
ningú n caballo, no era sino un nubarró n negro. Y las cabalgaduras
de los criados eran las nubes blancas, las blancuzcas o cenicientas
y las rojizas. Era muy andariego el Juyá ; se iba por distintos
lugares. Cada vez que llegaba (a casa) estaba borracho. Disparaba
por sobre la casa, cuando venía hacia ella. La mujer se enojaba
mucho con aquello. Lanzaba ella un zumbido ¡juh!,2 que emitía
al encuentro de él cuando llegaba.
Pues bien, el hombre con todo ello se hallaba bien. Su padre lo
amaba; estaba gordo, comía lo que le apetecía. Lo ú nico que tenía era
que llevaba el cabello largo, las uñ as largas; andaba desnudo, se le ha-
bía deteriorado la ropa que trajo al venir. A lo mejor Juyá no tenía tela
para vestirlo. Pues bien, un día le aconteció de pronto algo al hombre
en ausencia del padre.
«Caramba, ¿qué tipo tendrá la mujer de mi padre? Debe ser una
persona. ¿Se mostrará amable conmigo si la visito?», pensaba. Pues
bien, luego después se fue a donde ella. Se detuvo a la entrada de la
350
casa de ella, y en aquel momento la vio sentada en el interior de la
casa. Era muy bella, tenía el cabello largo. Pues bien, apenas lo vio
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
pernoctaron sino que de una vez llegaron al mismo sitio de donde
salieron. El Juyá no llevó al hombre a la casa de este, sino que lo
hizo llegar a donde lo había encontrado antes.
–Hijo mío, aquí te traigo de nuevo a tu tierra. Yo te quiero. Te
vendré siempre a visitar. Cuidado con decir «yo he estado allí donde
Juyá , mi padre».
Ahora bien, cuando el hombre se halló solo, no estaba montado en
una mula; sino que se hallaba sentado sobre una piedra alargada. Y la
comida que traía se convertía en culebras. Reptaban alejándose de él.
–¡Caramba! ¡Qué lá stima que mi suerte haya sido así! –dijo, y fi-
nalmente resignado se fue a su casa.
Pues bien, cuando él llegó la madre se encontraba hilando con
el huso debajo de la enramadita sentada en el chinchorro. Se llevó
un gran susto; le tuvo miedo al verlo llegar a donde ella.
–¿Qué será este que me llega aquí? ¿Quizás sea algú n loco? –pen-
saba ella.
Le echó los perros, corrió después a meterse dentro de la casa
huyendo de él.
–Cuidado conmigo, madrecita. No te vayas a asustar conmigo; soy
yo el que llega, tu hijo –le dijo pronunciando su propio nombre (de él)
a ella.
Pues bien, la madre del hombre corrió a su encuentro. Se abrazó a
él y lloró sobre él.
–¡Conque este es mi hijo! ¡Ay, qué desgracia la tuya, que creía que
estabas muerto! –le dijo a él.
Pues bien, como la gente no puede contentarse con ver las
cosas, empezaron después a hacerle preguntas al hijo de Juyá. Pero a
pesar de todo no les respondió nada importante a los que le habían
preguntado.
–A mí en verdad no me ha pasado nada; sino que antes me
había extraviado, estaba totalmente desorientado. Y por eso anduve
perdido por el monte. He vivido gracias a los frutos silvestres. Pero
ú ltima- mente he acertado a reconocer el terreno, por lo cual estoy
regresando de nuevo para acá –se limitaba a responderles.
Aját’ta müsü’ jaa jia’ (Y se acabó esto).
352
( Jusayú , 986: 95-207)
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
Pues bien, en cuanto las muchachas se vieron con el joven, se mos-
traron muy tratables con él. No se mostraron nada retraídas con él, es-
taban como si ellas lo hubiesen ya conocido. Se pusieron de pie
delante de su cabalgadura y ambas tomaron las riendas de la
cabalgadura. Se dirigían sonrientes a hablarle:
–Hola, hermanito, ¡qué bien que hayas tropezado con nosotras!
Hace tiempo que no te hemos visto; has de saber que teníamos
muchas ganas de verte. Queremos hablar contigo. Hemos tenido
buena suerte en este día, porque por fin hemos dado contigo –ellas le
decían a él.
–No me llamen «hermanito nuestro»; no tengo hermanas, soy el
ú nico hijo de mi madre. Suéltenme la rienda de la cabalgadura.
Quíten- se de delante de mí, que ando apurado –les dijo el joven a las
mujeres, puso a galopar su cabalgadura alejándose de ellas [y] las dejó
mirando.
Después de eso, al anochecer de vuelta a casa, después de
arrear el ganado, el joven le contó a la madre que se habían tropezado
antes ellos con unas muchachas allá por el monte.
–Mamá, ¿sabe lo que nos ha pasado? Cuando estábamos arrean-
do nos hemos encontrado con unas muchachas. No sabíamos quiénes
eran. No tenían cabalgaduras, andaban a pie. Tenían la cara
extrañ a, no se parecían a la nuestra. A mí me parecía que eran
demasiado tra- tables; aunque las vi muy deseosas de hablar conmigo
yo sin embargo no les hice caso a ellas –le contó a la madre.
–Y, ¿de dó nde serán ellas? ¿De quién serán hijas? ¿De quién serán
sobrinas? Aquí no hay nadie que no conozcamos. Cuídate hijo mío.
Mantente apartado de algo así, no vaya a ser que sea algo extrañ o –de-
cía la madre.
–Así lo haré –le respondió el hijo.
Pues bien, ocurrió otro día que se encontraron las muchachas con
ellos.
–Hola, hermanito nuestro, ¡qué bien que hayamos tropezado con-
tigo! ¿Está s bien? –le dijeron ellas al joven.
–No pretendemos nada de ti, tan solo que queremos
preguntarte por un borriquito que se nos ha extraviado. «A lo mejor
por casualidad él lo ha visto», estábamos diciéndonos a propó sito de
354
ti,2 porque te vemos siempre caminando. El burrito es de color
marró n, barrigó n, de patas arqueadas hacia adentro –le dijeron
entonces las muchachas.
Literatura wayuu
. Deberían tener familiares de alguna importancia como ellos. (Nota del original).
2. Algunos creen que es una indirecta y que en realidad lo
está n describiendo a é l. (Nota del original).
va acompañ ada de bollitos de maíz tierno y de otros bollos –decían las
muchachas al joven.
–No quiero comer ese avío vuestro. Dénselo a alguien que sufra
hambre por ahí, o si no bó tenlo. Antes de partir mi madre me dio
de comer. Y si tuviera sed, aquí llevo como avío sabrosa chicha.
Quítense de delante que estoy apurado –les dijo entonces y galoparon
alejándose de ellas.
Después de eso, se encontraron muchas veces las muchachas con
ellos cuando andaban buscando el ganado. Ellas solían traer comida
y también algunas cosas para obsequiá rselas al joven casto. Lo que
le traían eran esas cosas que pueden ser regalo de una joven a un jo-
ven, por ejemplo: cinturó n tejido con dibujos, o si no sortijas, o si
no bolsitas, o si no pañ uelitos. Nada de esto les recibía él. Por otra
parte, el esclavo se encontraba lleno de ganas junto a él. Ante el
avío de las muchachas estaba con ganas de comer, tenía muchos
deseos de que le diesen la comida, por lo que habló después con su
amo.
–Sepa que me apetece mucho la comida que suelen traer las 355
mu-
chachas; a mí me parece que está muy sabrosa –le dijo al amo.
–Si realmente te apetece la comida que suelen traer aquellas
6. Escritores wayuu
muchachas, yo la cogeré y te la pasaré a ti –le dijo a él el amo. Y
el joven así lo hizo; tomaba la comida y los regalos y se los pasaba
al esclavo.
Pues bien, otro día más tarde andaba el joven casto por la orilla de
la mar con el esclavo y se encontraron a las jó venes bañ ándose en un
cañ o. Las hallaron desnudas dentro del agua. Corrieron desde dentro
del agua desnudas al encuentro de ellos.
–Hermanito nuestro, estamos muy contentas de que hayas venido
a donde nosotras. Bájate de una vez para que te bañ es con nosotras –
le dijeron las muchachas al joven.
–No, quietas conmigo. Limítense a mirarme; no voy a perder el
tiempo por culpa vuestra; limítense a buscar por ahí a algú n tonto
para que se bañ en con él –les dijo.
–Pero, mira, ven a bañ arte con nosotras aunque sea solo un ratico.
¿Qué es lo que te pasa que eres tan poco amable con nosotras?
¿Qué es lo que te pasa que te muestras tan displicente con nosotras?
Sábete que nos resultas muy atrayente a nuestra vista, eres joven y
hermoso. Nos resultas atractivo porque somos jó venes, queremos
ú nicamente
hablar contigo. No pensamos en otra cosa contigo. Nuestra intenció n
no es la de hacerte dañ o. Y el hecho de que te hayamos llamado «her-
manito», no es sino porque te tenemos cariñ o; ya que nosotras no
hemos salido contigo del vientre de tu madre –optaron por decirle
ya en lo ú ltimo.
Pues bien, el joven permanecía callado, no les respondía a las mu-
chachas, las palabras de ellas habían caído dentro de su corazó n. El
tiempo había hecho su labor en él, porque ellas habían ya tratado
de persuadirlo muchas veces. Era ya hora de que sus palabras le
ablanda- sen el corazó n. Pues bien, después el joven «¡caramba!, ¿qué
pasaría si ahora mismo me pusiera a bañ arme con ellas?», pensó de
repente en su corazó n.
–Yo me bañ aría con ustedes; pero es que no sé nadar. No vaya
a ser que yo me hunda hasta el fondo del agua –les dijo a las
muchachas.
–Aunque tú no sepas nadar te irá bien. Nosotras nadamos. Te sos-
356
tendremos para que no te hundas –le dijeron ellas entonces.
–Pues que así sea –dijo el joven entonces, bajándose de su
cabal- gadura. Se desató el cinturó n, se quitó también de una vez la
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
«¡Qué desgracia la mía, que he sido engañ ado por algo así como esto! Y
pensar que jamás volveré a donde mi madre; pues me encuentro así.
Sin duda que las que me han traído aquí no son personas, quizás sea lo
que llaman pülohui. Y quizás me han engañ ado para comerme», decía
él a solas.
Pues bien, otro día, cuando el joven ya se había puesto gordo y se
le había quitado el miedo, le mandaron las muchachas a acarrear agua
a un pozo que estaba distante de la casa; el cual era el abrevadero de
las muchachas.
–Ahora al anochecer habrá aquí en nuestra casa una fiesta. Llega-
rán aquí a bailar nuestros familiares. Aquí en casa abundará la comida.
Y tú ahora tienes que acarrear agua; tienes que llenar estas tinajas –le
dijeron ellas a él. Pues bien, el joven casto no tuvo má s remedio
que empezar a acarrear agua; trajinaba de aquí para allá y de allá para
acá. Hizo varios viajes acarreando el agua.
Ahora bien, cuando el sol estaba menguando, estando todavía el
joven en el trajín del agua, le llegó de repente un sapo grandísimo.
–¡Qué pobrecito, nieto mío! ¡Qué lá stima de ti que está s así!
Sábete que hoy al comenzar la noche te matará n las jó venes que te
tienen en su poder. Te van a comer; te van a cocer; el agua que te es-
tán haciendo acarrear va a ser el caldo en que te van a preparar. ¡Qué
desgracia la tuya, nieto, de encontrarte así! Sábete que por allá con
tanto llorar se está empeorando poco a poco tu madre. Está
siempre enferma; a lo mejor muere dentro de pocos días. Ademá s
está muy flaca y reducida a los huesos. La razó n que me ha
impulsado a venir ha sido el buscarte. Tengo que llevarte ahora
mismo de aquí. Mó ntate de una vez en mi hombro para que te lleve
hasta allá a la orilla del mar; a allá donde fuiste engañ ado por las
mujeres –este fue el relato que le hizo.
El joven se había asustado mucho con las palabras del sapo. «¿Qué
significa esto ahora así? ¿Será posible que haya un sapo que hable?
¿Conocerá de verdad a mi madre? Es mejor que yo cumpla con lo que
me ha ordenado, ya que no voy a poder salir con vida; de todas mane-
ras estoy perdido», pensó . Pues bien, se montó en el hombro del sapo.
Partió el sapo, y fue ascendiendo, ascendiendo con él. Se iba
358
después alejando, nadando con el hombre por la superficie del mar.
Y lo llevó hasta la orilla y regresó inmediatamente de nuevo al
pozo.
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
Y así se acaba el relato del joven casto.
( Jusayú , 986: 23-34)
6. Escritores wayuu
–Prima, en resumidas cuentas, ¿de dó nde vienes tú ? ¿A dó nde
te diriges? ¿De quién eres familia? –le preguntó a ella.
–Sí, vengo de lejos. Me encamino hacia un poco más allá . Yo soy
una persona corriente, no conoces a qué familia pertenezco –le dijo
ella a él.
–Pero ¿por qué viajas tan tarde? ¿Acaso no tienes miedo? –le dijo
a ella.
–Yo había salido bien temprano de allá de donde vengo. Es la ca-
balgadura la que anda despacio –le respondió a él.
Pues bien, el hombre sentía mucho miedo. Estaba asustado por
cuanto ya le estaba anocheciendo en el pozo. Sospechaba que la mujer
no era persona, hablaba con ella por no dejarlo. No exteriorizó delante
de ella el miedo que sentía.
–Sí, será mejor que cojamos caminos divergentes, prima; ya que
hemos conversado bastante y además ya estamos en medio de la
noche (de ocho a nueve) –dijo entonces él.
–Pero, un momentico. ¿Por qué tienes tanta prisa? ¿Qué es lo
que te pasa, que no quieres quedarte a conversar conmigo un buen
rato?
Sábete que me caes simpático porque veo que eres joven. Y yo por mi
parte soy una muchacha soltera –le dijo ella a él.
Pues bien, después de eso, cuando ya había avanzado un poco
la noche, ella se montó en la cabalgadura. Y se le ocurrió invitar al
hom- bre para que la acompañ ase un poco más allá. Y él se fue con
ella sin ganas, como para que no lo tomase por un tonto. Pues bien,
caminaron un rato por un sendero a través de unas colinas. Llegaron
más tarde a la superficie de un terreno bueno donde ellos entonces se
detuvieron.
–Entonces, voy a regresar desde aquí, prima. Ahora puedes cami-
nar bien, sola; ya que no hay nada que te vaya a comer –le dijo el
joven.
–¿Qué tienes por allá que andas tan apurado? Quédate aquí
conmigo, para que me hagas compañ ía. Voy a pernoctar aquí, estoy
muy cansada, y ademá s tengo sueñ o –le dijo la joven. Se quedó
muy preocupado y afligido con aquello. Tenía ganas de echarse a
362
correr hu- yendo de la presencia de la mujer, pero estaba sumido en
varios pensa- mientos. «¡Caramba! ¿Qué será de mí después de esto?
¡Qué desgracia la mía que estoy aquí a causa de algo así!», se decía.
Literatura wayuu
dio la carne; y tam- bién le dio de una vez chicha para beber.
Pues bien, cuando ya la noche estaba bastante avanzada (las once),
se tendió en el chinchorro junto a él. É l no la tomaba en cuenta, se
quedaba quieto prescindien-
do de ella.
–¿Qué es lo que te pasa a ti, que estás así? ¿Por qué permaneces así
dejá ndome a un lado? ¿Eres macho o no? –le dijo a él.
–Soy varó n, prima. Lo que pasa es que me inspiras respeto y mie-
do a las consecuencias –le dijo a ella. Pues bien, por fin él tuvo que
obrar con ella porque lo estaba apremiando mucho e insistentemente.
El joven actuó a fondo. Segú n dicen la encontró virgen, por lo que
él se alegró mucho. Ya no se acordaba de que era de noche y estaba
en el monte. No sentía ningú n miedo. Pues bien, después de todo
eso se durmió ; ya que él no era otra cosa como para tener fuerzas y
resistir todo aquello.
Pues bien, mientras tanto, por allá lo echaban de menos a él,
im- pacientes, sus familiares.
–¿Por qué él no llega? ¿Para dó nde se habrá ido? ¿Qué le habrá
pasado a él? É l no suele ir a ninguna parte –decían.
Pues bien, después de todo eso, el hombre se despertó casi amane-
ciendo. Se encontró que no estaba acostado al lado de la mujer. Estaba
tendido solo en el suelo. Pues bien, se sentó , se sacudió la arena del
cuerpo, tenía mucha arena adherida. No se sentía bien, tenía náuseas.
Tenía la boca sucia por dentro. Para él tenía la boca un sabor raro.
–Caramba, ¿qué será lo que me ha puesto así? ¿Será la pedazo de
burra sarnosa la que me ha hecho su víctima? –dijo luego después.
Pues bien, le amaneció entonces al hombre. Tenía la mirada pen-
diente de las huellas de la mujer. Y él no las veía, lo ú nico que
había eran las huellas de su cabalgadura (de ella). De todo aquello
resultó , segú n dicen, que la que se le presentó como persona era la
burra. La carne que ella le daba de comer, era su excremento. Y lo
que para él era chicha era la orina. Pero así tenía que ser todo
aquello, para que pareciese ante sus ojos como una joven, y su
excremento como carne sancochada y la orina como chicha.
363
Pues bien, el hombre se levantó furioso del suelo. Salió a buscar
la burra por allí. Por eso, segú n dicen, la halló después cuando el
6. Escritores wayuu
sol estaba levantado (como de ocho a nueve). La encontró paciendo
al pie de una colina. Ya que él rondaba buscando otra cosa sino a
ella; se le acercó con sigilo; la mató después; le rompió la cabeza con
unas piedras. Y después se fue para su casa. Andaba muy mal y
caminaba tambaleá ndose por el camino.
Pues bien, en cuanto llegó a casa contó todo lo que le había pasado
antes en el monte. Los familiares se afligieron por aquello.
–¡Qué lástima contigo, que algo te ha perjudicado, ya que por eso
ya nada te irá bien! –le fue dicho. Pues bien, le colgaron un chinchorro
a él debajo de su enramada y se puso a dormir.
Luego después durante el sueñ o, vio asomarse hacia él la
mucha- cha encima de la burra, la que había visto por allá por el
pozo. Llegó ella hasta donde él, detuvo su cabalgadura bajo el alero de
la enramada de él. Ella se puso a regañ ar y le dijo muchas
palabras.
–Conque ya está s aquí después de haberme matado. Lo que has
hecho está muy mal; tu maldad es muy crecida. ¡Qué rabia me da
que me hayas matado! La verdad es que yo no te había hecho nada
ni había dado motivo. Yo me la pasaba parada alrededor de tu
pozo
sedienta, con el deseo de que me regalases tan siquiera un poquito de
agua. Tú no te mostraste nada llano o asequible, me rechazabas. Yo
era el blanco de tu ira; me dabas palos, otras veces me mediomatabas.
«Allá voy, si será verdad que es malo», pensé, y por eso decidí
darte de comer mi excremento y darte de beber mi orina a causa
de tu maldad. Antes no había tenido ninguna mala intenció n para
contigo. Pero ahora tendrá s que morir lo mismo que yo –le dijo al
joven en el sueñ o. Y ella se apartó de su lado y se fue por donde
antes la había visto salir.
Pues bien, en cuanto se despertó el hombre, contó en seguida
su sueñ o a su madre, a la esposa y a los hermanos. Y ellos nada
pudieron hacer por él, sino que lloraban de la tristeza.
Pues bien, después de eso, se agravó el hombre, tenía fiebre, vomi-
taba sangre; y se murió . Fue llorado y finalmente sepultado.
Aját’ta müsü’ jaa kuéntakalü (Y así acaba el cuento).
( Jusayú , 986: 59-67)
364
Relato del sueño de un venado yama y de la adivinanza de maja’lóusérrai
Nülapûnchiki wané irra´ma yama´ óulaka nûimou maja´lóusérrai
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
Pues bien, un tiempo después soñ ó casi amaneciendo. Tenía
pe- sadillas, durante el sueñ o era víctima de un ventarró n. ¡Có mo
sufría! Rodaba, se le caía el penacho. Se puso triste cuando se
despertó . Dejó de comer, estaba muy asustado con la expectativa
de que algo podía sucederle. «¿Qué significará ahora este sueñ o
mío? ¿Será que yo voy a ser víctima de alguien?», pensaba. Pues
bien, inmediata- mente mandó un recado con la mujer a
Maja’ló usérrai: «que venga a donde mí mi amigo, para que me
adivine un sueñ o que he tenido», le avisó . Y ya que a Maja’ló usérrai
tampoco le faltaban las ganas, respondió :
–Que espere quieto en su casa, mi amigo, que yo a la noche iré
por allá .2
Pues bien, como no hay nada que no se sepa, se enteraron
inmedia- tamente los animales del monte de que Maja’ló usérrai iba a
adivinar.
. El sueñ o que se sueñ a al amanecer está pró ximo a cumplirse,
indica inminencia del suceso. (Nota del original).
2. El narrador hace una señ al como si estuviera alrededor, frente
a él, en semicírculo y no en hilera. (Nota del original).
Por eso fueron llegando salteados en grupas a donde el venado
cuando anochecía. Quizá s ellos se habían pasado el aviso antes.
–Dicen que Maja’ló usérrai va a adivinar por encargo del venado
yama. Quizás vienen malas cosas sobre la tierra. Vamos a escucharle
su adivinanza –dijeron algunos de los animales, aquellos que suelen
ser cazados, como el venado delgado, el matacán, el conejo, el
zorro, el oso hormiguero, el mapurite, la iguana y el tigrillo
(cunaguaro). Los ú nicos a los que no se les oyó hablar fueron aquellos
animales que no suelen ser comidos, como culebras, escolopendras,
zamuros, caricare (chiriguare) y mochuelo de hoyo.
Pues bien, Maja’ló usérrai llegó a donde su amigo cuando la noche
ya estaba un poco cerrada (de nueve a diez). Estaba reunido un grupo
de animales esperándolo, estaban reunidos como por allá .
–Bien, aquí me tienes, ya he llegado, amigo mío. ¿Có mo es exacta-
mente el sueñ o que has tenido, amigo mío? Cuéntamelo de una vez –le
dijo al venado cuerno de pringamoza. Y él se lo contó inmediatamente
todo.
366
–Quisiera que me interpretaras ahora mismo el significado de mi
sueñ o. Tengo mucho deseo de desentrañ ar su sentido –le dijo de una
Literatura wayuu
vez.
Pues bien, Maja’ló usérrai procedió a adivinar. Para ello utilizó una
rama verde. Por su parte los otros animales estaban allí quietos y ca-
llados.
I
. La adivinanza por medio del tizó n de ciertos á rboles (el jashírrü, por
ejemplo). El tizó n es del grueso de un palo de escoba, no echa humo ni
llama, solo tiene la brasa brillante en un extremo. (Nota del original).
serio, pero que se nos echa encima. No es para un tiempo más
tarde. No es ninguna broma; probablemente vamos a morir todos.
Sábete que hacia nosotros vienen muchos cazadores. Tú vas a ser
asesinado junto con tu mujer. Es necesario que se escondan ahora
mismo; o si no que se vayan lejos; puede ser que ustedes se salven.
Háganme caso, no es mentira lo que les estoy diciendo, lo ha visto mi
adivinació n –decía Maja’lá usérrai.
Pues bien, el yama no hallaba qué hacer, sino ponerse
cabizbajo.
Lloraba, se entristeció con todo aquello:
–Claro, por supuesto que sí es verdad lo que has dicho tú ,
amigo mío. Yo ya había soñ ado mucho antes que iba a ser
asesinado. ¿Qué posibilidad tengo ahora de salvarme? El hecho de
que haya mandado a adivinar era ú nicamente para confirmar la
verdad. No importaría que yo muriese; me sentiría contento si
sobreviviese mi mujer para el bien de mi hijo. Que de esa manera él
sería el que crecería en mi pastadero; pero si la asesinan junto
conmigo no existiremos ya más en todo el ám- bito de nuestra tierra, 367
ya que no habrá nadie que nos sustituya –decía el venado yama en
6. Escritores wayuu
medio de su lloro.
–¡Ja ja ja ja! Aquí habrá algú n tonto a quien encontrarán. Aquí
habrá alguno que será alcanzado. Aquí habrá alguno que será muerto,
en cambio nosotros nos libraremos de los perseguidores metiéndonos
en la espesura de los tuneros –decían la perdiz y el conejo.
–Yo por mi parte me meteré debajo de las piedras para
esquivarlos
–decía el oso hormiguero.
–Yo también me voy a esconder en algú n hueco –decía el
mapurite.
–¡Y dígame yo!... voy a correr inmediatamente delante de los
ca- zadores por entre el aritival; para que se caigan y se enreden
detrás de mí –fue el tigrillo el que lo dijo.
–A nosotros, por nuestra parte, nada va a pasarnos a causa de
ellos. Ni aunque nos persiguiesen a caballo; el pedazo de caballo no
podrá con nosotros, lo dejaremos atrás –decían el venado liviano y el
mata- cá n. Pues bien, las voces de los animales formaban un
guirigay:
–Yo haré esto, yo haré esto –decían unos por aquí, otros por allá.
–Ni aunque los perros nos persiguiesen nos alcanzarían –había
quien decía.
–Yo esquivaré a los cazadores subiéndome a las puntas de los
cardones –dijo también la iguana por su lado.
Por su parte Maja’ló usérrai, como nada podía afectarle, estaría
bien lejos escondido. Pues bien, después de todo eso salieron y se
dispersaron los animales. Inmediatamente Maja’ló usérrai salió tro-
tando quién sabe a dó nde. Por otro lado se fue el venado yama con
su mujer a otras tierras.
Pues bien, como lo que había dicho Maja’ló usérrai no era
ningu- na mentira, después de haber hecho él su adivinació n en la
noche, al amanecer del día siguiente llegaban unos cazadores. Ya
que aquella gente no buscaban otra cosa, se dispersaron en distintas
direcciones siguiendo los rastros de los animales. Lo que vieron por
todas partes no era otra cosa que las huellas de los animales que
segú n ellos iban a esconderse. Se escuchaban gritos y latidos de
perros.
La gente que quería comer carne de su presa no era poca; corrían
por todo el contorno. Algunos iban a caballo, algunos a pie. Algunos
llevaban armas de fuego, algunos llevaban flechas. Y otros no llevaban
368
sino rolos. Pues bien, los animales estaban como desesperados.
Algunos eran ojeados desde el matorral. A algunos los empujaban del
cerro hacia abajo. A algunos los sacaban los perros de los huecos. A
Literatura wayuu
otros los baja- ban de los árboles a pedradas. Pues bien, ¡có mo les
hacían sufrir a los animales! Aquellos que antes habían hablado con
tanta euforia se veían ahora impotentes y sin saber qué hacer. Les
echaban los caballos encima para que los pisoteasen. Los acribillaban a
I
balazos; los flechaban; los apaleaban, algunos eran capturados por los
perros, algunos se alejaban escapándose; otros corrían heridos. Pues
bien, ¡qué contentos estaban los cazadores por haber tenido tan buena
suerte aquel día! Algunos lle- vaban colgado a un lado de la cintura
conejos e iguanas. Algunos lleva- ban en las ancas matacán. Y algunos
cargaban oso hormiguero.
Pues bien, los cazadores ya se disponían a dirigirse en fila a sus
casas, pero sorpresivamente fueron vistas las huellas de los venados
yama.
–¡Caramba! Ahí va la huella reciente aú n de un venado. Segura-
mente que el de la huella está todavía cerca, vamos tras él –dijeron
decididos los de las cabalgaduras.
Pues bien, los venados caminaban sin cesar, pero desgraciadamen-
te se le agotaron las fuerzas a la hembra. Por lo cual ellos caminaban
. Con un trotecillo como de lado propio de perros y de zorros. (Nota del original).
lentamente, además se detenían a cada rato a descansar. Pues bien,
como los caballos no son nada lentos, fueron alcanzados prontamente.
–Mira, creo que nos han alcanzado. Tengamos cuidado con nues-
tra vida; vamos a correr para allá –había dicho el yama apenas oyó el
grito hacia allá. Aunque la hembra corrió con él un ratico, sin embargo
de pronto se cayó y no pudo incorporarse; por lo cual él irremediable-
mente no pudo hacer sino quedarse parado junto a ella a la
expectativa. Pues bien, los venados fueron tratados
despiadadamente cuando llegaron a donde ellos. Los hicieron
pisotear por los caballos, los acri- billaron a balazos y además los
mordían los perros. Ahora bien, ¡qué
contentos estaban los cazadores!
–¡Qué bien que hayamos tenido tan buena suerte! Ahora sí nos
hartaremos con la carne de nuestra presa –había quien decía.
Pues bien, después de aquello no tardaron con los venados yama.
Fueron desollados, les abrieron los vientres, les arrancaron los cuer-
nos. Dividieron sus carnes; repartieron a los otros cazadores. Las vís-
ceras o tripero se lo dieron a los perros junto con el venadito. 369
Dicen que segú n la historia así fue el venado de cuerno de chirita,
con el cual se murió también la hembra. Eso de que él era víctima de
6. Escritores wayuu
un ventarró n en su sueñ o, se debía a que iba a ser pisoteado por los
caballos; y en cuanto a que antes se le caía el penacho, era que iban
a arrancarle los cuernos.
Aját’ta müsü’ jaa jia’ (Y se termina esto).
(Jusayú , 986: 69-76)
Katá-Ouu
Vida
Por la fuerza de estar vivo,
siguen los frutos del cactus
alimentando la paz de los pájaros;
siguen mis ojos encontrando
a Iwa y Juyou…
Siguen los sueñ os conciliándonos
con nuestros muertos.
(Apü shana, 2000: 57)
Wayuu
Yo nací en una tierra luminosa
370
Yo vivo entre luces, aun en las noches
Yo soy la luz de un sueñ o antepasado
Busco en el brillo de las aguas, mi sed
Literatura wayuu
A Mmá, la Tierra
Mmá, la Tierra, guarda su bien
para los pasos suaves…
arrojarás en ella las semillas
propias y nacerán compañ ías
generosas.
Woumain
Nuestra tierra
Cuando vengas a nuestra tierra
descansarás bajo la sombra de nuestro
respeto; cuando vengas a nuestra tierra
escucharás nuestra voz, también,
en los sonidos del anciano monte. 37
Si llegas a nuestra tierra
6. Escritores wayuu
con tu vida desnuda
seremos un poco más
felices… y buscaremos agua
para esta sed de vida, interminable.
(Apü shana, 2000:
58)
Erra
Visión
De nuevo la fiebre en la ranchería
Namatiria –la piache–
masca yüi oscuro y
susurra… Es ciega y ve.
Jouktai –el viento del este–
observa tranquilo.
Namatiria masca yúi oscuro y
susurra… está viva y es también el (Apü shana, 2000:
sueñ o: nosotros, la gente, somos
ligeros,
y para no abusar del mundo está
pulowi –el misterio–, la decoració n.
Pulowi no es mala… pulowi es tu miedo…
es tu vergü enza…
es la flor que se hace visible en la noche.
marara
El anciano Marara,
de los Uriana de
Taroa, nos visitó de
paso
y habló de las traviesas escondidas
de Ka’i –el Sol–
372
en Palaa –la Mar–.
Nos contó de cien adivinanzas de Pulowi,
Literatura wayuu
una decía:
«Es reflejo de lo que no tiene rostro».
Culturas
Tarash, el jayechimajachi de Wanulumana, ha llegado
para cantar a los que lo conocen…
su lengua nos festeja nuestra propia historia,
su lengua sostiene nuestra manera de ver la vida.
Yo, en cambio, escribo nuestras voces
para aquellos que no nos conocen,
para visitantes que buscan nuestro respeto…
Contrabandeo sueñ os con alíjunas cercanos.
6. Escritores wayuu
Lapu-trama
sueño-venado
Busco en el espejo del agua
el rostro del irama
que fui en el sueñ o de anoche…
Hay un chinchorro entre el sueñ o del wayuu
y el sueñ o propio de Mmá –la Tierra–.
Aleker
Araña
Escucho al anciano
y así veo que en mis ojos
están los ojos de wonkulunserrü –el bú ho–,
y descubro que bajo una piedra
se oculta un grito o un silbido
de aire oloroso o amarillo.
Y siento que mata mis brazos;
son también brazos de la arañ a
y la he escuchado: Sheeeseen… sheeeseen…
como el sonido de la persona
que pasa a nuestro lado.
(Apü shana, 2000: 55)
Jierru
mujer
La vida está aquí, plena, entre
mujeres… Mi hermana, la mañ ana
Mi mujer, la tarde
Mi madre, la noche
374
Mi abuela, el sueñ o.
Su festejo, como las casimbas,
Literatura wayuu
es breve y profundo.
(Apü shana, 2000: 55)
I
Rhumá
Esta tarde estuve
en el cerro de Rhumá
y vi pasar al anciano Ankei del clan
Jusayú … y vi pasar a la familia
de mi amigo «el caminante» Gouriyú .
Y vi la sobrevivencia del lagarto
y vi nidos ocultos de paraulata
y vi a Pulowi vestida de espacio…
y vi a Jurachen –el palabrero–
caminar hacia nuevos conflictos…
y vi a kashiwana –la culebra– cazar
a un cabrito perdido,
al ave cardenal salir de un cardó n hueco…
y vi el rojo del ú ltimo sol del día…
y, ya a punto de irme, vi a un grupo de alijuna
venidos de lejos,
felices
como si estuvieran en un museo vivo.
(Apü shana, 2000: 56)
Kaitunali
…en la entrada de Kaitunali
se levanta un cactus de brazos abiertos e inclinados
como gritando: ¡Abrazos aquí! ¡abrazos aquí!
6. Escritores wayuu
Los espantos huyen del hombre tranquilo, me dice.
Palaa
mar
Keenasü Palaakaa te’iralu’u… notpa’alu’u na katakana o’u.
Müin aka tia te’raja akuwalü tü toushi tamaajatkaa
apütüitpakaa shiipüshe peje sünain tü süshikalüirua palaa.
Vivir-morir
Kataa ou-Outa
Crecemos, como árboles, en el interior
de la huella de nuestros antepasados.
Vivimos, como arañ as, en el tejido
del rincó n materno.
Al guaimpiray guajirer
Guaimpiray conversador, vigilante de mi salada curiara eres,
y también sois del tó tem milenario de los bardos Uriana y su lira,
por eso del pensil de la tribu solariega sus lindas mujeres
en la aurora que arrebola y cuando el sol de los venados expira
ó sculo esotérico te envían mirando ritualmente al Jepira.
6. Escritores wayuu
y hoy cuando la prisa del tiempo tala a mi alma en la espera
creo verte orondo cantando en la alataya de aquella palmera.
(Ferrer y Rodríguez, 998: 6-
62)
Bochinche bochinche
Los nuevos Judas
en el Sanedrín de los alijunas,
van a vender cara la pobre sangre del guayú ;
los desaforados con burdas caretas servunas
miran a la manada servil con ojos de ñ andú .
378
Literatura wayuu
I
ATALA URiANA
Tu wanee ataakalu
otra piel
Tu wanee atoutaakalu
koo’ oyootaasu taya sunainjee
ojuítusu sutalu’ujee wanee jieru
waraita miuu sumaa talaataa
watta saalia ka’i
eepunaa wopu wuitashiipunaa.
Ayaawajataasu anneeruirua
makalaka shiliwalaírua
iiwoulujutu,
atunkataasu suirun
lapukajatu
jee asusu mapa
alu, ujuushí cha iipunaajee 379
notuma wayu
6. Escritores wayuu
anakana anuiki.
(Ferrer y Rodríguez, 998: 67-
68)
otra piel
Tu wanee ataakalu
Hoy he salido envuelto
en la piel de una mujer que hace muchos soles
caminaba airosa por caminos
orillados de verdor.
380
Tanuiki
Literatura wayuu
La fiesta patronal
José
es wayuu
y marido
de María.
Se enamoraron
en Uyatsira.
Se casaron
en Sirapuwa.
José
parece cojoreñ o
y María jarareñ a.
Una linda noche
al pie
del cerro Aá yajuui
en el rancho de José 38
entre chivos y burros
6. Escritores wayuu
al regazo
de María del
cielo bajó un
niñ o.
Era el hijo de
Ma’leiwa. Nuestro
tata Dios.
Jesú s, María y José vivieron
en Castilletes.
Allí el bebé
gateaba sobre
el espejo de agua
de la laguna de Cocinetas.
También
habitaron
en Winkuwa,
donde Cristo
se irguió
y aprendió
a caminar
sobre
las aguas
del golfo.
José era carpintero
de orillas,
calafateaba botes
desde Chimare
hasta Caimare.
José y María
andaban por
la tierra firme.
Jesú s también
viajaba,
pero caminando
sobre las aguas
del mar.
382
Ahora José
vuelve
a este pueblo
Literatura wayuu
por vuelta
de Maicao.
Paraguaipoa
saluda
I
a José
y a toda
la gente de Dios.
En La Guajira
todas las noches
nacen angelitos
muchachitos igualitos
al Hijo de Dios.
Cuando
madres,
las wayuu
con sus crías
parecen
vírgenes parías.
Toda la sabana
es un
gran pesebre.
Este desierto
será bendito.
En su suelo
debemos sembrar
el amor
para cosechar
la paz.
Jesú s
fue bautizado
cuando grande
metido de pie
hasta las rodillas
en unas aguas
igualitas a Cañ o
Sagua. Jesú s no tuvo 383
padrinos. El viejo
6. Escritores wayuu
Juan Bautista
lo bautizó de pie.
Nadie lo cargó
se bautizó parado,
era grande y sagrado
comía legumbres
como las del mercado
y peces igualitos
a los de Paijana,
Cojoro
g y Kasusain.
A los wayuu
los bautizan chiquitos.
Así también
fui bautizado.
Ahora
cuando grande
y ya jecho,
quiero ser bautizado nuevamente.
No encuentro
a Juan Bautista.
Debe estar
esperándome
sentado
en la playa
mirando al golfo.
Si me bautizan
de nuevo
que sea en Paraguaipoa, como
la vez primera, pueblito
sembrado
de casitas y cocoteros
sobre blancos médanos
que colimado vi
384
muchas veces
entre las orejas
del burro de mi abuela.
Literatura wayuu
Pueblito decorado
en sus fiestas patronales
con lindos gajos claniles
de bellísimas mujeres wayuu
I
montadas en adornadas
y elegantes yeguas,
luciendo vestimentas
multicolores y prendas
de tumas, oro y corales.
Buscaré padrinos
entre los viejos
de este pueblo.
Yo quisiera ser ahijado
de Hilario Maneica,
Cuchon Mingo,
Brioso Meliton Reinoso,
Manuelito Silva,
Carlos Rincó n,
Fernando Arévalo
y Don José Antonio
Semprú n.
Yo quisiera ser
ahijado de
Yawasa’ai,
Aleuta,
Achonushi
y del viejo Ke’imashi.
Yo quisiera ser
ahijado de
Delfina Mapparí,
Olivia,
Zenaida,
Josefina Marín
y de la doctora Carola
Raveil.
Si me bautizan 385
de nuevo
6. Escritores wayuu
quiero que sean testigos
W’a’ lepenta,
Majuncho,
Emelindro,
Chivito,
Callayá ,
Ramonete,
Cochinito,
Panelita,
Gabriel Mendoza,
Chacame Larteal,
y Albino Urdaneta.
Si me bautizan
de nuevo
que me mojen
el cabello
con unas gotas de agua
de un aguacero torrencial.
Que me echen
en la frente
sal de Castilletes
y en el ombligo
agua de Cocinetas.
En mis pies
arena de A’yajuui
y en la boca
agua del tierno coco
de las alegres palmeras
que me vieron al nacer.
Si me bautizan
de nuevo
que sea
metido hasta el cuello
en el cañ o
de Sagua.
386
Si me bautizan
de nuevo
Literatura wayuu
le escribiré
a Piruca,
Jesú s Espina
y Anneeruuta.
I
Si me bautizan
de nuevo
quisiera comer
paledoñ as de Los
Filú os, cojosa
y huevas de pescado fritas
como la vez primera.
Si me bautizan
de nuevo
que me brinden
la dulce
y bendita agua
de los tiernos frutos
de los cocales
de mi abuela.
Si me bautizan
de nuevo
que sea
con un
sol caliente
en un cielo estampado
con nubes sin agua,
igual que medio siglo antes.
Si me bautizan
de nuevo
que sea en una plaza
con calles de arena
sombreadas
por matapalos
y almendrones.
Que me bauticen 387
en aquella iglesia de pueblo
6. Escritores wayuu
olvidado,
al lado
del viejo cuartel
cerquita de la tienda
de María Luisa y Manzanillo.
Si me bautizan de nuevo
llegaré en burro
por los lados de
Ma’liicheein, acompañ ado
de mi madre
vestida con manta
de zaraza nueva.
Esperaré
mi nuevo turno
de bautizo nuevo
comiendo
huevas de ró balo fritas
y bebiendo
la dulce agua
de los tiernos cocos
de las matas
de mi abuela.
Si me bautizan de nuevo
la iglesia tendrá olor
a incienso, aceite de coco, jabó n
«Para mí»,
alcoholado borinqueñ o,
y a pescado frito
igualito
al olor
de los peces de Cesarea el
Jordá n y Galilea.
Ojalá
me bauticen otra vez
para soñ ar
388
que nací de nuevo,
para rescatar mi inocencia, para
Literatura wayuu
de mi madre,
para estrenar
un trajecito nuevo,
y también
para viajar en burro.
(Pushaina en Ferrer y Rodríguez, 998: 73-67)
RAFAeL meRCADo ePieyú
maleiwa
Maleiwa
me hizo tan hermoso
así como la primavera
que embellece a mi tierra
chispeando de magias
la lindeza en sus ojos
bajo el rocío de su amor.
Me hizo tan
temible así como el
desierto
que flamea en su existir
bajo la ardiente mirada del Sol.
6. Escritores wayuu
Pulhowl
que habita
en las profundidades del mar,
así como la estrella fugaz
que solo un instante
(Mercado, 2003:
brilla en el firmamento. 2)
míranos, señor
Mira, Señ or,
mira mi alma
quemada y quebrantada
como montó n de orquídeas
arrojadas en un basurero.
390
Literatura wayuu
I
josé ÁNgeL FeRNÁNDeZ
Canto de la kaaulayawaa
Ahora que he escuchando el canto más completo
el canto de la «imitació n de la cabra»
conozco por fin el verdadero rostro de la Madre Tierra,
disfruto su coro de llegada:
«He llegado nietecitos míos
no permitan que otros se burlen de mi vejez.
He llegado de lugares lejanos donde no se conoce el verano;
mis tinajas contienen agua dulce,
agua para brotar simientes
agua para calmar la sed iracunda».
Ahora que he escuchado el canto más completo
reconozco por fortuna una voz eró tica
decir en su despedida:
«Ahora sí me voy, nietecitos míos,
regresaré el añ o venidero, 39
las parejas que han unido el corazó n en un mismo chinchorro,
6. Escritores wayuu
el varó n ha de labrar finas maderas para la urdimbre de su mujer,
la mujer ha de preparar y añ ejar chicha en totumas,
necesaria para apaciguar el hambre del varó n
cada vez que se dispone a tejer huertos
imitando el paso de las adolescentes».
Ahora que he escuchado el canto más completo
puedo danzar contigo a pleno mediodía
descalzo y con el corazó n en las manos,
sí, danzar contigo anciana kaa’ulayawaa
como un tributo a la Madre Tierra
orquestado de dú o en dú o
y así reconocer el amor
verdadero entre Juyá y Mma.
(Fernández Wuliana, 2007: 4-43)
sueño oro
Oro, sueñ o contigo.
Oro puro, mi arma en sueñ o,
agua cristalina salta de mis manos
reluciendo tu ensarta de cornelinas,
reluciendo las plumas de pavo real
durante la brillantez de la luna,
reluciendo y reluciendo mi diadema
adornada con plumas de gallo fino.
(Ferná ndez Wuliana, 2007: 5)
392
Literatura wayuu
I
LiNDANToNeLLA soLANo meNDoZA
Fugitivo Palaa
Entra un fugitivo
Palaa, brinda su etílico
sabor
a martes de Morfeo
errante y extasiado
por Kashi. (Solano, 2009: 22)
Akuaippa2
Costumbres
Cuidar el aa’inmajaa
es vestirse de talataa.
Criar con awiirra,
es llenar al karalouukta
de amüliala, 393
Por eso es bueno caminar
6. Escritores wayuu
hacia la wanatsii
de la pütshi,
junto con la apüshi,
para emprender el akua
de retorno al vientre
de Mma.
(Solano, 2009:
44)
6. Escritores wayuu
ba un chinchorro, tres mochilas y un collar de coral.
–Comadre, es el pago del jarró n –dijo mamá .
Hablaron más, pero no entendía las palabras. Luego mamá
salió , sin intenció n de llevarme. Corrí por la cocina y atravesé el
patio, me arrastré por el boquete por donde sale el perro y di justo
con el burro en que había llegado mamá . Rápidamente subí al
animal y como un ovillo me metí en el mochiló n de mercar. A los
pocos minutos sentí que el bruto se movía y ya no quise ni
respirar.
Escuché la orina del asno sobre el río. Ya estábamos llegando. Su-
daba por el calor y empecé a moverme en la mochila, mamá descendió
de la bestia extrañ ada, bajó las compras y el mochiló n. Ya en el suelo
salté entusiasmada y corrí en direcció n de la ranchería.
Motsas fue el primero en verme. Mientras tomaba chicha mi papá
hablaba con mis abuelos en la enramada de yotojoro. Miré a Motsas y
sin hablar nos entendimos. Corrimos al río y nos bañ amos hasta que
los ojos enrojecieron por el agua. Motsas llevaba guayuco y unas wai-
rriña raídas por el uso. Su piel curtida brillaba entre las tunas. Le con-
fesé que dormía en una cama de la cual me caía sin falta cada noche.
Por la tarde recogimos los chivos, les quitamos las tunas que
traían prendidas. Trepé en el corral y ordeñ é la chiva parida. Después
volvi- mos a bañ arnos; Motsas hizo piruetas en el agua y salimos
cuando los mosquitos nos acosaron. El cansancio ganó en la noche.
¡Soñ é estar en la ranchería, que sueñ o maravilloso!
Al día siguiente, otra vez sentí el apretó n de mano y los familiares
en la puerta del rancho. Motsas nos seguía, brincando y escondiéndo-
se entre los trupillos, hasta llegar al río.
–Es por tu bien –dijo mamá sin mirarme.
Nuevamente llegué a la casa de las hermanas mandonas, así las
llamaba a escondidas. No entiendo por qué vine aquí si nada me falta-
ba en la ranchería. Allá libremente brincoleaba por la salina inmensa,
robaba los nidos de las tó rtolas en las noches y mi abuela no me decía
nada cuando me bañ aba incontables veces en el arroyo. La veía llenar
sus mú curas con parsimonia y podía hacerlo más aprisa, pero me daba
tiempo para zambullirme má s en la corriente.
El tiempo pasaba. La rutina volvió . Haz esto, mueve aquello,
396
diga a la orden, desee buenas noches, indiecita nuevamente.
Trabajaba y era el hazmerreír de las mandonas, pues como poco
Literatura wayuu
sabía castellano, cada palabra mal pronunciada (y eran todas), las des-
ternillaba de la risa.
Llegó una época llamada Navidad. Ayudé a armar un hermoso
á rbol de pasta y un pesebre. El siete de diciembre no dormimos,
I
397
6. Escritores wayuu
Han pasado ocho navidades y no he visto a mamá. Voy al colegio.
Sé por mis amigas que dibujo bien. Olar siempre alaba mi aseo y
or- den. No volví a quebrar nada. Me tienen confianza y puedo
disponer de todo en la casa. Natividad, Guillermina y Flor son
solteronas. Aho- ra que las quiero deseo que consigan novio, pero el
ú ltimo tren les pitó antes de llegar yo a su hogar.
En esta Navidad pedí permiso para realizar una fiesta y me lo
concedieron. Las mandonas ese día se encerraron temprano para no
escuchar la mú sica. Por la tarde, alguien dijo que me buscaban y
salí a la puerta. Una mujer mayor con una manta floreada, seis
gallinas y un cabrito me esperaban junto a un burro. Era mamá.
Estaba curtida y arrugada por el sol. Me abrazó y sentí su olor a
humo. Me separé rápidamente pensando que podría ensuciarme el
vestido de la fiesta. La metí a la casa por el portó n del patio, para
que no la vieran, pues había invitados en la sala.
–Vengo por ti, es tiempo de volver a los tuyos –dijo mamá.
–No puedo, mi madrina me necesita –contesté.
–Ella tiene a sus hermanas –añ adió mamá.
–Yo les atiendo la casa –repuse.
–Le dije a tu madrina que volvería cuando crecieras.
–No me quiero ir –dije secamente.
Mamá se fue, y no salí hasta cuando supuse que iba lejos. En las
vacaciones de mediados de añ o Flor me obligó a ir a la ranchería, dis-
tante diez kiló metros de la ciudad. Motsas es un hombre ya, sacrifica
chivos y vende la carne en el mercado de Riohacha. Mi abuela está cie-
ga y no da para pararse sola. Cuando llegué todos me miraban
como algo extrañ o. Todos han cambiado, excepto el paisaje
inquebrantable del desierto.
La primera noche no pude dormir por los zancudos y me caí
del chinchorro. Añ oro la luz eléctrica y los programas de televisió n.
Me aburro demasiado y no me gusta bañ arme en el río, veo el agua
dema- siado sucia. Solo duré una semana.
En cada asueto voy unos días y cada vez demoro menos.
Cuando me encuentro con algú n familiar en el mercado me
398
escondo para no saludarlo. Ni yo misma me explico este desafecto a
mi raza. En la ma- ñ ana vi a mamá con unos sacos de carbó n de
madera y no me atreví a llegar donde estaba. No soy feliz en la
Literatura wayuu
La señora iguana
Hacía un añ o que no llovía en Panchomana. Los trupillos
habían perdido sus hojas, las yerbas saladas estaban secas y el suelo
parecía
6. Escritores wayuu
A medida que se acercaba escuchaba el canto feliz de las aves.
En las copas de los árboles había paraulatas, canarios, cardenales
guajiros y hasta conoció el famoso pájaro utta que tiene bigotes y es
de color marró n con un collar blanco en el pescuezo.
Subió por la loma hasta encontrar una choza de barro y techo
de palma. Estaba cercada por á rboles de tamarindo, jovita,
aceituna, marañ ó n y ciruela. Sus ramas largas daban sombra y el
clima era fresco. Junto a la casita había una enramada y un jardín
donde se asomaban coquetas flores de trinitarias, cortejos, corales
y rosas de La Habana.
De pronto apareció la señ ora Josefa, se acercó a un pozo, tiró
de una cuerda y sacó del fondo un balde con agua; llenó dos baldes
que estaban junto al pozo y empezó a regar los árboles uno por uno.
Des- pués mojó el jardín y por ú ltimo rellenó una fuente en el
centro del patio donde docenas de pajaritos se acercaron a beber sin
miedo.
La señ ora Iguana decidió treparse en la palmera má s alta de la
granja. Desde allí pudo ver el desierto extendiéndose plano hasta
tocar el mar.
En la mañ anita los pájaros inundaron con sus trinos el
ambiente, y antes de levantarse el sol en el oriente la señ ora Josefa
salió a bañ ar nuevamente sus palos. Al terminar barrió las hojas que
caían al suelo y las apiló en una zanja alejada un poco de la casa.
Al cocotero donde estaba alojada la señ ora Iguana se acercó una
paloma.
–Buenos días, no la había visto por aquí –dijo el ave.
–Vine ayer del desierto de Panchomana y estoy sorprendida de ver
la felicidad de los animales –explicó la señ ora Iguana.
–Vivimos en paz –expresó la paloma– la señ ora Josefa nos
regala agua, no permite que nadie robe nuestros nidos y prohibió a
sus nietos acosarnos con hondas o escopetas.
–Pero no he visto ningú n niñ o por aquí –añ adió la señ ora Iguana.
–¡Visitan los domingoooos! –gritó la paloma antes de volar por el
cielo azul.
La señ ora Iguana caminó entre las ramas y se acomodó en un acei-
tuno. Tomó dos hojitas y se las comió . Estaban dulces y frescas. Desde
400
allí podía ver a la señ ora Josefa tejiendo un hermoso chinchorro mul-
ticolor bajo la enramada.
Literatura wayuu
«Es bueno tener amigos», pensó la señ ora Iguana, y se puso a con-
versar con las gallinas. Le contó cómo era Panchomana a las guacha-
racas y hasta fue a saludar a cinco cerditos en un corral.
–Aquí puedes vivir tú también porque la señ ora Josefa es muy bue-
I
na –aseguraron todos.
El domingo muy temprano llegaron diecisiete nietos y ocho
hijos de la señ ora Josefa. El bullicio de sus voces alegró la granja.
Ayudaron a regar las plantas, armaron un fogó n y entre todos
prepararon una sopa. Después del almuerzo colgaron chinchorros en
la enramada, al- gunos descansaron, otros se pusieron a jugar estrella
china y los más pequeñ os corrían tras una pelota.
En la tarde, antes de irse, Rebeca, hija de la señ ora Josefa, roció
con petró leo las pilas de hojas secas y las quemó . Se armó tal
llama- rada que los pájaros volaron despavoridos a resguardarse del
humo.
Todos los días después de regar los árboles la señ ora Josefa tejía sus
chinchorros multicolores. La señ ora Iguana le comentó al conejo gris:
–Quiero aprender a tejer chinchorros para ayudar a la señ ora
Jo- sefa.
–Tus manos son muy cortas y no podrás trenzar los hilos –dijo el
conejo.
–Voy a practicar –añ adió la señ ora Iguana.
–Te puede ayudar el pájaro gonzalico, que teje sus nidos como una
gran mochila –informó el conejo.
–Buena idea –concluyó la señ ora Iguana y salió a buscar al gon-
zalico.
Lo encontró acariciando sus pichones y le pidió colaboració n.
–Construyo mi nido con el pico, voy colocando ramita por ramita.
Hago alrededor de cuatro mil viajes, pues a veces se me caen los pali-
tos. Pero no se nada de chinchorros –se excusó el gonzalico.
Al siguiente domingo la señ ora Iguana se encaramó en un á rbol
de acacia. La señ ora Josefa estaba enseñ ando a su nieta Sibil a tejer
chinchorros, y la señ ora Iguana no quería perderse la clase. De
repente un viento del sur empezó a mecer los á rboles, era tan
fuerte que las ramas se agachaban casi tocando el suelo. La señ ora
Iguana, nerviosa, se agarraba con sus patas delanteras al tronco.
40
Otra arremetida del viento del sur hizo que la señ ora Iguana cayera
al suelo haciendo un ruido al golpe de su cuerpo con la tierra. Su piel
6. Escritores wayuu
verde contrastaba con la arena amarilla. La señ ora Josefa la vio y lanzó
un grito.
–¡Mátenla o acaba mi jardín!
Al instante los muchachos se armaron de piedras y palos. La señ o-
ra Iguana corrió llena de pavor, sentía su corazó n latir
apresuradamen- te. Las piedras le pasaban cerca de la cabeza y un
palo alcanzó a herir su cola, pero no se detenía. Angustiada y sin
fuerzas se ocultó entre unos cardones. Cuando los niñ os se
devolvieron, muy triste la señ ora Iguana se puso a llorar.
Decidió marcharse de la granja. Una ardilla que comía coco la lla-
mó .
–Venga usted hoy a almorzar conmigo.
–No puedo; abandono la granja para siempre –respondió la señ ora
Iguana y le narró lo sucedido.
–Habla con la señ ora Josefa y cuéntale que tú no dañ as su jardín.
–Es imposible. Tan pronto me vea querrá matarme.
–Entonces escríbele una carta.
–No sé escribir –dijo la señ ora Iguana.
–Aprende –le animó la ardilla.
Después de darle las gracias por el consejo, la señ ora Iguana se
encaminó a la escuela Santa Rita.
Con dificultad trepó por la pared, se agarró de los calados y se
acomodó en la ventana. La maestra Nicolasa enseñ aba las vocales a los
niñ os. Con un mes de clases aprenderé a escribir de corrido –pensó la
señ ora Iguana–. De repente un alumno la vio y empezó a gritar.
–Una iguana, una iguana.
Se formó tal alboroto que los niñ os corrían despavoridos. Los más
grandes empezaron a lanzarle peñ ascos. Temblando de miedo, la se-
ñ ora Iguana subió al techo y se escondió en una gá rgola. Como los
estudiantes no pudieron trepar a la azotea volvieron a su saló n.
Solo cuando aparecieron las estrellas en el cielo la señ ora Iguana
bajó del techo y se perdió en los matorrales.
Triste y sola la señ ora Iguana lloraba en un cacto. De pronto
apa- reció en el camino una joven. Asustada intentó huir, pero la chica
can- taba alegre mientras tomaba unas fotografías.
402
Le tomó fotos al cielo lleno de nubes blancas, a un rebañ o de
ca- bras y de pronto la vio, y también le tomó una foto.
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
es TeRCiLiA simANCA PUsHAiNA
sus manos sobre su cabeza para sentir esa sensació n de estar tocando
un retoñ o de tuna con espinas tiernas. «Parezco un erizo», pensaba.
«Antes de mi encierro tenía mis cabellos por la cintura. Siempre desee
cortarlos, como las profesoras alijunas que llegan a Uribia a dar clases
I
6. Escritores wayuu
con azú car ni sal en este encierro, es por eso que estoy tan pálida y
flaca!
–terminaba llorando la pequeñ a doncella que aú n no comprendía por
qué la habían encerrado.
«Durante todo este tiempo he visto por las rendijas de la puerta
como mis tíos han construido un telar en la enramada del rancho don-
de me encuentro, y como han colocado sábanas alrededor de la enra-
mada para ocultarme de las miradas de la gente. Antes de que hicieran
el telar, las viejas Yotchó n y Jierrantá me enseñ aban a tejer mochilas,
pero debo confesar que mis manos no son como las de la doncella
desconocida de la leyenda de waleket, la leyenda de la arañ a, de donde
dicen los viejos que los wayuu aprendimos a tejer. Aú n no aprendo
lo má s sencillo y las puntadas se me enredan. Si de mi progreso en
el tejido dependiera mi salida de este encierro, creo que me quedaría
encerrada de por vida.
»Hace días escuche la voz de mi tata. Quise salir a su
encuentro, pero me lo impidió la vieja Yotchó n agarrándome
bruscamente por la cintura y arrojándome al piso de tierra del rancho.
En esos momentos lo que sentí fueron unas ganas intensas de agarrar
la vara de wararat
que había en uno de los rincones y pegarle una limpia para desqui-
tarme de sus burlas por mis grandes orejas y por ser tan bruta para
aprender a tejer –como ella siempre me decía cuando me equivocaba
en una puntada–; pero no pude. Yotchó n era hermana de mi mamá
Pitoria, mi abuela. Y así toda esa rabia se tradujo en un
incontenible llanto que comenzó esa mañ ana y terminó al medio día
con sollozos.
»Después supe que mi tata había traído más hilo para tejer y un
saco de maíz para que prepararan la chicha. Pero esta vez me tocaba
moler el maíz, picar la leñ a y prender el fogó n. ¿Por qué me tocaba
hacer esto, si siempre hemos tenido sirvientes que lo hagan? Recordé
a Karrawa, nuestra sirvienta, y pedí a mamá que mandaran por
ella, pero se negó . “Tú tienes que aprender”, fue lo ú nico que me
dijo. A mamá parecía no importarle que mis brazos estuvieran
cansados de tanto darle vueltas a la manivela del molino. Yo nunca
había preparado la chicha, solo la endulzaba a mi gusto y me la
406
tomaba. Nunca había picado leñ a; a veces iba al monte a acompañ ar a
Karrawa cuando ella la buscaba y nunca había prendido el fogó n
porque siempre me fastidió el fogaje en la preparació n de los
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
quilla altanera, pero el caminar poco y mantenerse acostada la
estaban volviendo en una ermitañ a. Se negaba a seguir con las clases
de tejido y a conversar con las viejas Yotchó n y Jierrantá de cosas
de mujeres. Pasaba horas en el chinchorro que habían dispuesto para
ella desde el encierro y se mecía con fuerza hasta hacer crujir la
madera del rancho. Ketchó n, su madre, la obligaba a bajarse tomando
la vara de wararat pegá ndole por debajo del chinchorro.
Una noche, mientras miraba la luna por un hueco que había en
el techo del rancho, pensó en Jimaai y recordó su aventura por
Maiko’u y el collar que él le había regalado y que su madre le quitó al
momen- to del encierro «Me pregunto si me recordará. Si habrá
pasado por nuestra ranchería ¿Por qué no lo escucho cantar, ni lo
siento cuando viene de regreso de pastorear? ¿Habrá preguntado por
mí? ¿Sabrá de mi encierro? Y… si lo sabe, ¿quién se lo dijo? ¿Por qué
no ha intentado acercarse? ¿O es que ya no extrañ aría mi presencia en
vacaciones? ¿Ni se extrañ aría al ver a Jayarra irse sola al
internado?
»Otra luna –siguió pensando–. Ya con esta son ciento cincuenta
lunas, y aú n no termina este encierro. Có mo quisiera verme en el
espejo, saber có mo he quedado después de que mi mamá me cortara
el cabello. Apenas puedo ver mi sombra durante el día, y sí: me ha
crecido un poco, pero no lo suficiente para cubrir mis orejas».
En la madrugada Iiwa soñ ó con una arañ a que al descender de un
hermoso árbol se convertía en una doncella. La doncella desconocida
halaba hilos de colores de su boca, y hacía hermosos tejidos. Iiwa,
en el sueñ o, se le acercó y vio có mo la doncella hacía con sus
delicadas manos tejidos que las viejas Yotchó n y Jierrantá jamás
habían hecho. Figuras desconocidas para Iiwa, pero se asemejan a
las figuras que tejía una artesana de Nazareth, que Iiwa había visto
algunas veces en Uribia. Iiwa pidió a la doncella desconocida que le
enseñ ara; esta sacó más hilo de su boca y le enseñ ó a Iiwa las
puntadas que no aprendía con las viejas Yotchó n y Jierrantá. Al
llamarla su madre para el bañ o, Iiwa despertó pensando en el sueñ o
y se preguntó si todavía recordaría lo que había aprendido en él.
Cuando terminaron de bañ arla se vistió rápidamente, buscó los
408
hilos que su tata Valencia le había traído. Se sentó debajo de la
enra- mada y empezó el tejido que la doncella desconocida le había
ense- ñ ado. Iiwa sonreía al ver có mo al combinar los hilos iban
Literatura wayuu
revelaba con sus manos y sin pronunciar una sola palabra, más y más
secretos del tejido wayuu. Iiwa nunca le revelaría a sus institutrices
y a su madre sobre sus clases secretas de tejido. En el ú ltimo sueñ o
con la doncella desco- nocida, porque nunca los volvió a tener, Iiwa
recordó en él la leyenda de waleket y descubrió que aquella doncella
era la misma que se había convertido en arañ a al ser descubierta por
su protector, el cazador que la salvó al encontrarla sola y
desamparada en el monte. Este la adoptó y la llevó a su ranchería y en
agradecimiento, todas las noches, cuando nadie la veía la doncella
desconocida halaba hilos de su boca y reali- zaba hermosos tejidos
para el cazador. Una noche fue vista por él y al ser sorprendida se
convirtió en arañ a y huyó hacia un árbol. Desde entonces quedó
convertida en waleket, en arañ a.
Así fue transcurriendo el tiempo y el encierro de Iiwa era cada vez
más satisfactorio para su madre y sus institutrices, las viejas Yotchó n
y Jierrantá, quienes se disputaban las virtudes artesanales de Iiwa di-
ciendo cada una que la pequeñ a doncella había aprendido gracias a la
rigurosidad que cada una imprimía a sus clases.
Su piel era cada vez más tersa y menos cobriza, sus cabellos
negros y vírgenes habían crecido logrando ocultar sus orejas. Su
nueva figura delgada había dejado atrás a la niñ a gordita de cara de
luna, para darle paso a la majayut, la señ orita que había despertado
en el encierro.
Iiwa escuchaba atenta a las indicaciones dadas por su madre y por
sus viejas institutrices. Tomaba los brebajes preparados por la vieja
Jierrantá sin chistar. La vieja Yotchó n, al ver el nuevo comportamiento
de Iiwa dejó de llamarla juche’e puliikü –oreja de burro– y empezó
a tratarla con respeto y más cariñ o. Su madre, en tiempos de luna
nueva cortaba las puntas del cabello de Iiwa para que le creciera más
rápido. A inicios del segundo añ o de su encierro, la doncella se enteró
que Jimaai se había ido de su ranchería, pero esta vez no fue a
Maiko’u. Su destino era más allá de la frontera. Se había ido con sus
409
hermanos mayores desde que se enteró que Iiwa había sido
encerrada. Desde
entonces ya no se habían visto en las vacaciones, que tanto esperaba
Jimaai para ver a Iiwa que venía del internado de Uribia. Se
6. Escritores wayuu
entriste- cía al imaginarla en el encierro y teniendo como compañ ía
a la vieja Yotchó n, que a todos les tenía sobrenombre, a él, por
ejemplo, le decía Mo’usaichon –que quiere decir «el que no tiene
ojos»– por los ojos pequeñ os y rasgados de Jimaai. Intentó en tres
ocasiones acercarse al encierro de Iiwa, pero fue sorprendido por la
vieja Yotchó n, quien en las tres oportunidades lo persiguió con una
vara de wararat y en la ú ltima fue hasta Ichichon, su ranchería y
habló con Karouna, la madre de Jimaai por intentar ver a una
princesa en su encierro. Desde ese momento, y para evitar
problemas, Jimmai fue enviado con sus hermanos mayores a las
serranías de Perijá .
Al enterarse Iiwa de los hechos ocurridos con Jimaai, las
pregun- tas que se hacía en sus noches de encierro ya tenían
respuesta. El joven Jimaai sí la extrañ aba. Al principio se
preguntaba: «¿Por qué Iiwa ya no recoge pichiguelos?, ¿por qué la
han encerrado y la han apartado de nosotros?, ¿por qué tiene puesto
la tía Ketchó n el collar que le regalé a Iiwa, si prometió nunca
quitárselo?, ¿por qué no dejan que yo la vea?». Su abuela, Marakariita,
quien parecía escuchar sus pensamientos y preguntas sin
respuesta, le dijo:
–Cuando Iiwa salga de su encierro ya no será la misma. La niñ a
con la que jugabas a tumbar cotorritas de sus nidos y a la que le re-
galabas tortolitas se ha ido. Ahora será una doncella cuya belleza solo
se podrá comparar con la luna de primavera. Su encierro terminará
como el de todas las princesas, con una fiesta en una noche de prima-
vera y será ella quién en esa noche bailará la yonna. ¡Me imagino
las mantas de seda que lucirá Iiwa! –seguía diciéndole Marakariita
a su nieto Jimaai–. Los collares de oro y tu’uma que heredará de su
madre y los nuevos que sus tíos le regalará n.
Después de escuchar a su abuela, Jimaai fue a su chinchorro, se
acostó , cerró sus ojos y trató de imaginar a la nueva Iiwa, pero su
men- te solo lograba traer la imagen de la niñ a gordita de cara de luna.
Por ú ltimo, agotado de tratar de imaginar la nueva imagen de Iiwa,
pidió al creador de sus sueñ os soñ ar con ella, pero en sus sueñ os solo
vio a un anciano aproximarse a él y decirle:
–Traigo la palabra del creador de los sueñ os de Iiwa, quien te man-
4 0
da a decir que la princesa tiene un espíritu protector que impide
que hasta en sus sueñ os puedan violar su encierro.
Al día siguiente Jimaai se marchó con sus hermanos mayores a las
Literatura wayuu
4
6. Escritores wayuu
¿Por qué «manifiesta no saber firmar»?
Desde pequeñ a siempre me llamó la atenció n el que la mayoría de
los miembros de mi familia materna manifestaran en sus documentos
de identidad «no saber firmar» y que además, todos hayan nacido un
3 de diciembre, por lo que un tiempo creí que todos los Pushainas
nacían en esa fecha, les prometí a todos que cuando yo creciera ha-
ría una fiesta de cumpleañ os a todos los Pushainas que habían en
la península de La Guajira, porque todos habían nacido un 3 de
diciembre. Pero celebrar el cumpleañ os a un grupo considerable de
Pushainas, (teniendo en cuenta que es uno de los clanes má s
nume- rosos de la península) sería relativamente realizable, mas
enseñ arlos a firmar, eso sí que sería difícil, por lo que empecé con
mi abuelo Va- lencia Pushaina (Colenshi) de la regió n de Paradero
(Media Guajira). Tenía mi abuelo setenta añ os de edad
aproximadamente, y yo siete añ os, cuando armados de papel y
lápiz le di sus primeras lecciones. Mis pequeñ as manos trataban de
llevar las manos grandes, callosas y arrugadas de mi abuelo por el
sendero de las letras cursivas, pero al ver lo tenaz que sería mi
empresa, decidí mejor enseñ arle a firmar
en letra de «palito». Mi abuelo se dejaba llevar, pero al poco tiempo se
dormía. Fue por aquella época cuando llegaron unos cachacos a
lle- varle un diploma que lo acreditaba como un campesino
colombiano, en el día nacional del campesino. Escuché que mi abuelo
debía firmar un recibo que constatara que él había recibido dicho
diploma. Me puse en primera fila, estábamos todos en la enramada de
la casa de mi tío Ramó n (Paraíso, Resguardo Caicemapa, Baja
Guajira). De todos yo era la ú nica que esperaba que mi abuelo
firmara. Por fin todos se darían cuenta que mi abuelo ya sabía
escribir su nombre, pero no le entregaron un lapicero, le tomaron la
mano derecha y humedecieron su dedo índice en un huellero y
estamparon su huella digital en el re- cibo. Todos aplaudieron, menos
yo, que el viejo Vale hubiese recibido un diploma. Mi abuelo miraba el
diploma y hacía como si lo estuviera leyendo, pero no sabía que lo
tenía al revés. Como era muy niñ a el suceso se me olvidó al poco
tiempo. Dejé de darle clases a mi abuelo y me fui a jugar con mis
42
primas. Transcurrió mucho tiempo cuando le pregunté a mi abuelo
por qué no había firmado el papel que le dieron los cachacos y me
dijo que él ya estaba muy viejo para hablar con el papel (escribir) y
Literatura wayuu
• • •
I
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que lle-
garon ellos a nuestra ranchería, llegaron con la mañ anita y con las
ú ltimas lluvias. Mis primas y yo buscábamos y recogíamos leñ a
para quemarla y hacer con ellas el carbó n que después iríamos a
vender. Los sentimos llegar en caravanas de carros. Así como cuando
nosotros vamos a comprar maíz al mercado de Uribia o cuando vamos
a cobrar una ofensa. La diferencia es que ellos llegaron en unos carros
que pa- recían de cristal, todos nuevos y lujosos, a los que les llaman
burbujas; y nosotros vamos en el camió n viejo de mí tío, en la parte de
atrás, de pie y apiñ ados como las vacas, moviéndonos de un lado
para el otro, porque el camino está dañ ado y el puente que hicieron
el añ o pasado
solo sirvió por dos meses. Ahora nos toca bajarnos para que el camió n
pueda pasar sin peso el arroyo y así evitar que se quede atollado; pero
cuando llega el invierno el camió n se queda en el Paraíso, nuestra ran-
chería, porque el arroyo crece y se lo puede llevar.
Dejamos nuestros oficios de buscar y recoger la leñ a y, presurosas,
nos acercamos a la enramada a donde ellos llegaron. Preguntaron por
mí tío Tanko, pero él en un principio no los quiso atender, dijo que
no han cumplido lo que prometieron. El puente que hicieron, hace
ya un verano y un invierno, ¡se cayó y no lo han levantado! Solo
bas- tó que lloviera para que el arroyo creciera y se lo llevara;
tampoco han traído el molino para sacar agua y preparar nuestros
alimentos. Aú n seguimos tomando agua de las cacimbas y, cuando
estas se secan nos toca tomar de la misma agua donde toman los
animales, gracias a Juyá, la lluvia que llena nuestro jagüey. «Y la
escuela, la escuelita que prometieron para la comunidad y para que
nuestros niñ os estudiaran, tampoco la han hecho», decía molesto mí
tío. Ahora entiendo porque nunca aprendí a leer y a escribir; ahora
entiendo el sentido de las pro- mesas no cumplidas. 43
Han traído, para mi abuela y mi abuelo, café –el que trae una
6. Escritores wayuu
muñ equita pintada sobre una hoja–, sacos de maíz, juguetes para no-
sotros y ¡cuatro llantas para el camió n de mí tío! Ellos parecían no
escuchar las quejas de mí tío. Se le acercaban y decían que esta vez las
cosas eran diferentes porque el que estaba de candidato no era el
papá sino el hijo.
«Y ese sí es buena gente, hasta le mandó estas llantas nuevas para
su camió n», le dijeron. Mi tío las miró y le pidió a mi hermano Saú l
que las tomara. Aceptó la visita de los recién llegados y mandó a
col- gar unos chinchorros para ellos, les sirvieron chicha agria y
comieron chivo asado. ¡Se comieron nuestro desayuno! No sé por
qué tratan a esta gente como si fueran caciques. No se dará cuenta
mí tío de que siempre lo engañ an con las mismas palabras y los
mismos regalos.
Todos estaban reunidos en la enramada más grande, la de las vi-
sitas. Sentados unos y otros acostados en nuestros chinchorros, to-
maban la chicha agria y hacían como si les gustara, pero al menor
descuido de mi tío había gestos de desagrado en sus caras; otros la
derramaban a propó sito y fingían un accidente. ¿Acaso no saben ellos
que la chicha agria es la que le brindamos a quienes vienen a nues-
tra tierra, como muestra de nuestro respeto? Se reían de los cuentos
largos y aburridos de mi tío y a él parecía agradarle las carcajadas de
esa gente. Veía en la cara mi tío satisfacció n cuando los recién
llega- dos le decían «mi tío». ¿Con qué derecho, si no lo tienen?
Otros solo vienen con esos ojos que parecieran mirar debajo de las
mantas que cubren nuestros cuerpos. Y sus mujeres, sus mujeres
vienen buscando niñ os para convertirlos en sus ahijados y así, segú n
ellas, tener el deber cristiano de cuidarlos y educarlos. ¿Educarlos?
A qué le llaman ellas educació n si lo que hacen con nuestros niñ os es
tenerles de sirvientes en sus casas de cemento; decirles que la
comida no se toma con la mano, sino con la cuchara; que uno no debe
andar por ahí con los pies descalzos como los indios, como si no lo
fuéramos; que no es ay que es «yuca», que no es wat-tachón que es
«mañ ana», que no es arika que es «tarde», que no es aipá que es
«noche»… que tú no te llamas Tarra Pushaina sino «Sara
Ramírez»…
–¿Ramírez? ¿Por qué?
44
–Porque eres mi ahijada.
–¿Y mi clan?
Literatura wayuu
II
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que llega-
ron ellos a nuestra ranchería. Nosotros seguíamos en nuestros oficios
de buscar y recoger la leñ a, mamá y mis tías tejiendo chinchorros para
vender, papá estaba de visita en su ranchería, mis tíos arreglando el
matrimonio de mi hermana mayor Yotchó n con un sobrino del vie-
jo Mapua, y mis primos pastoreando los chivos y las ovejas. Esa
vez llevaron unos papeles grandotes que tenían la imagen de ese
hombre que se llamaba «Candidato». Ellos tienen nombres extrañ os,
por lo que nada de raro tendría que ese señ or se llamara así.
También llegó el Candidato, abrazando a todo el mundo y dando
besitos a las mujeres, hasta aquellas que ya tenían marido. ¿No
saben ellos que está prohi- bido tocar a las mujeres comprometidas
y aun a las doncellas que no lo está n? Se sabía el nombre de mi tío
Tanko, el de mis primos, el de Toushi y Tatuushi, era como si nos
conociera desde hace tiempo. Pero cuando Toushi fue llevada
hasta el hospital de Uribia y de ahí a Riohacha, mi primo Alfonso
Ló pez, aprovechando que está bamos en Riohacha, fue hasta su
casa a pedir ayuda porque la enfermedad de Toushi era costosa. El
señ or Candidato ya no se acordaba de él y estaba rodeado de
hombres que no dejaban que nadie se le acercara. Creo que el señ or
Candidato tenía problemas, porque los hombres que lo
45
acompañ aban estaban armados hasta los dientes.
La casa del señ or Candidato también tiene nombre, se llama «Go-
bernació n». Pero creo que no es de él, porque cuando pasaron tres
6. Escritores wayuu
veranos ya no vivía ahí. Después vivía otro que se llamaba igual, pero
cambian de nombre cuando llegan a vivir a esa casa, porque la
mayoría termina llamándose «Señ or Gobernador». Hay otra casa que
se llama
«Alcaldía» y el que vive ahí se llama «Alcalde», pero al principio tam-
bién se llamó igual que el otro... Candidato. ¿No saben ellos que tantos
nombres pueden causar confusió n? Pero prefiero a Candidato porque
es bueno. É l regala comida y cuando nos lleva al hospital nos atienden;
caso contrario cuando se cambian el nombre por el de Gobernador,
Alcalde o Senador, ya no nos conocen. Siento que no solo cambian
el nombre, sino también el alma.
Mi primo Matto, que sí sabe leer porque estuvo en el internado
de los capuchinos, en Nazareth, y al igual que muchos terminó
esca- pándose de ahí, me dijo que en esos papeles grandes decía
«primero la comunidad», «el amigo del pueblo», «concertació n y
trabajo», «la mejor opció n», «por un mejor departamento»... en fin,
muchas cosas que aú n no entiendo lo que quieren decir. Y en esos
mismos papeles la cara del señ or Candidato sonreía; los brazos
extendidos como si fuera un gallito de pelea; pero sus ojos tenían el
brillo de la traició n, sus ojos
decían qué clase de persona era; pero al traer tantos regalos nos hacía
creer que era buena persona. En realidad ellos son gente buena mien-
tras se llaman Candidato, la maldad la aprenden apenas entran en esa
casa grande. Lo digo porque ese señ or Candidato, el mismo que me
dijo «princesita» mientras me daba un beso cerca de la boca y que
pro- metió casarse conmigo cuando yo creciera, fue el mismo que se
negó a ayudarnos cuando Toushi enfermó y el mismo que dijo cuando
nos alejá bamos de él: «¡Esos indios si joden!».
Recuerdo que ese beso me robó el sueñ o por muchas lunas. Ese
momento se repetía en mí mente una y otra vez mientras trataba de
dormir en mi chinchorro. Quería que el señ or Candidato regresara
y me besara nuevamente, pero no lo hizo. Ni siquiera me miró
cuando fuimos a su casa grande.
III
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que lle-
4 6 garon ellos a nuestra ranchería. Regresaban en sus carros de cristal.
Esa vez llegaron má s temprano, el sol aú n no salía. Toda mi familia
estaba preparada para ir a Uribia. Ese día ellos lo llamaban el «día de
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
a donde ni siquiera van sus ahijados a estudiar?
IV
En varias oportunidades me encontré con mis primitos, los
mis- mos que aquellas mujeres se llevaron a sus casas de cemento.
Los en- contrábamos en Uribia y por las calles de Puerto Ló pez,
ellos sabían que iríamos a comprar maíz en el mercado y se
escapaban para verse con uno. Las niñ as llevaban puestos vestiditos
de florecitas y en sus pies sandalitas. Me recordaban a sus hijas, que
cuando iban a nuestra ranchería le preguntaban a sus padres si
nosotros éramos los indios de los cuentos que ellos le contaban en las
noches antes de ir a dormir, y ellos le contestaban:
–Sí... esa es Pocahontas.
Y sus niñ os nos rodeaban y nos empezaban a decir: ¡Pocahontas!,
¡Pocahontas!
Sabrá Maleiwa, Dios, quién es Pocahontas. ¿No saben acaso que no
nos gustan que nos comparen? Y los niñ os, los niñ os llevaban puestos
unos pantalones cortos con camisitas de cuadritos abotonadas hasta
el
cuello; sus cabellos llenos de aceite y en sus pies zapatos negros con
mediecitas blancas. ¿Dó nde estaban las guaireñ itas que les hacía mí
tío Julio? Yo les hablaba en wayuunaiki, lo que hablamos nosotros. Y
ellos me contestaban en alijunaiki, o sea castellano. Y cuando los lleva-
ban a nuestra ranchería, para el tiempo en que comenzaban las
lluvias, cargaban carritos de madera y balones de fú tbol. Nuestros
niñ os olvi- daron sus arcos y sus flechas. Y las niñ as cargaban
muñ equitas catiras que hablaban en alijunaiki... «Cámbiame el vestido,
llévame al parque, có mprame un helado»; nuestras niñ as olvidaron
sus wayunkeras. Los mosquitos los picaban, el agua del jagüey les
brota la piel y el agua del molino les parece salada. ¿Qué les hicieron a
nuestros niñ os que cuan- do llegan a nuestra ranchería se
enferman?
V
Yo nunca me había tomado una fotografía y sentarme en frente de
un aparatejo de esos mientras el fotó grafo me observaba me daba risa.
4 8 Cada vez que salía una luz fuerte como el Kaí, el Sol, cerraba mis ojos
y me levantaba atemorizada, luego soltaba una carcajada que molesta-
ba al fotó grafo. Mi hermana Ketchó n también se reía. Ella era
Literatura wayuu
muchí- simo menor que yo, pero el que me llevó a sacar la cédula la
metió en la fila de la Registraduría y dijo que tenía dieciocho añ os.
A todos los que estábamos en la fila nos puso dieciocho añ os. Ese día
también nos acompañ ó nuestro primo Alú wanuí Pushaina. É l
I
6. Escritores wayuu
que cuando nadie me ve, yo la miro y la miro y siento que tu
imagen, que tú , lo haces también, le sonrío y hasta me da pena
encontrar tus ojos con los míos; pero no, para qué hacerlo, lo haría así
como mamá ha arrancado tu imagen y la imagen de otros candidatos,
si quitando tu imagen de la puerta, también la estuviera arrancando
de mi corazó n.
(Simanca, 2006: 35-47)
•••
t ER CE R A PAR t E
G O LfO d EL d AR I ÉN
Kuna tule
INtROdUCCIóN
Abya-Yala
Abya-Yala
rez». Por supuesto, se trata de una idea con la que se busca
compen- sar el término colonialista de «Nuevo Mundo», el cual
presupone que antes había poco o nada, y que lo de antes era
inmaduro, primitivo, salvaje.
Los tule –o dule, que significa literalmente «en el medio», sobre
el puente de tierra que conecta Centro y Suramérica– son el grupo
indígena con mayor població n en Panamá; un país en donde son más
conocidos como cunas o kunas, etnó nimo que parece estar relaciona-
do con el cerro Tacarcuna, que es un referente central para su pensa-
miento tradicional. Rubén Pérez Kantule, quien vivió por seis
meses en Suecia como informante del etnó grafo Erland Nordenskiö ld,
expli- ca que antes ellos vivían en grandes llanuras, y por eso se
llaman cuna,
«nos llamamos llanura».
Hasta el siglo XIX, antes de la separació n de Colombia y Panamá
en 903, la mayoría de kuna tule vivían del lado de la actual
Colombia, pero debido a la presió n de los colonos y al conflicto con
otros grupos étnicos, entre otros factores, muchos migraron hacia el
archipiélago de San Blas, parte del autodenominado Dulenega o Kuna
Yala (territorio
kuna) en Panamá. A finales de los añ os ochenta del siglo XX, los kuna
tule ya ocupaban al menos treinta y tres de las más de trescientas islas
de San Blas. Rubén Pérez Kantule es nativo de Ustupo, una de las por-
ciones de tierra más famosas junto con Ailigandi, Achutupu y Narganá.
Ademá s de las comunidades isleñ as, en el Darién panameñ o exis-
ten comunidades en tierra firme como Pú caro y Paya. En Colombia
se las conoce como tule, habitan en la zona del Darién-Urabá y sus
asentamientos principales son Arquía y Caimán Nuevo. La comunica-
ció n entre las comunidades de ambos países es permanente, pero cada
conjunto goza de especial autonomía. En su declaració n conjunta de
septiembre de 2009, se autodefinieron de este modo:
[…] somos la nació n Kuna Tule, conformados por las comarcas Kuna
Yala, Madungandi y Wargandi, el pueblo de Takarkunyala situados en la
Repú blica de Panamá y los resguardos de Ipkikuntiwala (Caimán Nuevo)
y Makilakuntiwala (Arquía) situados en la Repú blica de Colombia.
(Nació n Kuna Tule, 2009: s/p).
424
Tule significa «gente». En el pasado también se los conoció como
cuna-cuna, tacarcuna y cerracuna. Todo indica que siglos atrás los
Golfo del Darién
Los kuna tule son un ejemplo clásico de que los pueblos indígenas
no son ágrafos. Al contrario, poseen varias formas o modalidades de
escritura que se combinan con la transmisió n oral generacional, pues
sus dinámicas culturales así lo requieren y propician: es el caso de sus
reuniones comunitarias y de las ceremonias de partos, curació n y pu-
bertad. La preeminencia de la oralidad, en apoyo con formas propias
de escritura, se ve favorecida por el hecho de ser comunidades asocia-
das con mú ltiples centros.
Entre los kuna tule es evidente que la elaboració n oral se acom-
pañ a de diversas modalidades de escritura pictográfica e ideográfica.
En sus escrituras tradicionales abundan los caracteres mnemotécni-
cos, terapéuticos y ampliamente expresivos de una creatividad que
frecuentemente se basa en patrones colectivos de representació n. De
hecho, un hombre de Caimán Nuevo manifestó que los indios de am-
bas comunidades se quejan del interés de los misioneros para que
aprendan a leer y escribir; «el motivo de tal resistencia es que
segú n la tradició n, los conocimientos deben acumularse “en
memoria y no en papel”» (Morales, 987: 276). La idea de un tipo
de escritura que prevalece sobre la oralidad y sobre la transmisió n
generacional es algo que incomoda y horroriza a muchos sabedores
indígenas, entre ellos a los kuna tule. Un verdadero saila o jefe
político tradicional, debe po- seer entre sus cualidades un amplio
conocimiento de la tradició n oral
–y muchos de los relatos kuna tule seleccionados para esta antología
fueron narrados por prestigiosos sailas–. Los kantule, líderes céle-
bres, también son conocidos por sus conocimientos mítico-literarios:
[Nele Kantule] conoció las tradiciones cunas
mejor que cualquier otro nele de San Blas
hay que recibir lo bueno de la civilizació n decía
sin olvidar las tradiciones cunas
Fue un «conocedor del mundo de los sueñ os», 427
dictó a sus secretarios la historia de los Cunas
430
A propó sito de un canto curativo, el Serkan-Ikala, Nils Holmer y
Henry Wassén llaman pictógrafos a los caracteres con que Guillermo
Golfo del Darién
Hayans acompañ ó cada línea alfabética del texto. Los dos etnó logos
suecos no dudan en denominar escritura al trabajo de su informante
de Ustupo. Jorge Morales agrega que el chamán también elabora pic-
tografías o ideogramas en madera, donde se cuentan hechos míticos.
Son los famosos «picture writtings» que pueden ser «leídos» y corres-
ponden a cantos enteros sobre la curació n de, por ejemplo, una enfer-
medad (Brotherston, 997 [992]: 275).
Tras conjurar y resolver una mortal sequía, y como colofó n de su
ceremonia chamánica, nele Kuani reunió a la comunidad, se sentó en
la hamaca ritual y les contó su ceremonia:
–Masaragban me llevó a los lugares secretos. Yo bajé a varias capas y
llegué a la cuarta capa. Me encontré con nana Olokuadule. Ella es la custodia
de grandes depó sitos de agua, de grandes barriles de agua. Y yo entablé una
. Debe aclararse que «[Se] conciben tres tipos de chamanes: los nele,
los inatuledi y los absogedi. Los nele son los de mayor jerarquía.
[…] [Ellos] se someten a aprendizaje durante muchos añ os, sobre
las técnicas y las concepciones de las enfermedades, la mitología
y demás tradiciones orales del grupo» (Morales, 987: 274).
conversació n con ella. Le dije que sus hijos lloraban por falta de agua, que sus
hijos estaban llorando sobre la tierra, secas las gargantas. «En Nabguana nega
se nos agotó el agua», dije. Y Olokuadule se quejó así: «Hijo mío, ¿y quién
ha causado la sequía? ¿Acaso fui yo? Como ustedes han sido los causantes de
sus mismos sufrimientos, no estoy dispuesta a dar el agua».
«Nana grande, ¿acaso no eres una madre y estás para escuchar los quejidos
de los hijos que sufren?», le dije a Olokuadule. «Sí, hijo mío, me dijo
Olokuadule, pero yo no les sequé el agua, han sido ustedes mismos». Y ella no
quería aceptar la inna (bebida ceremonial). Entonces el gran Masaragban me
vino a ayudar. É l le dijo a nana Olokuadule: «Le trajimos la inna, y bien
sabemos que le gusta, porque todos los custodios del universo toman y les
gusta la inna». Entonces, nana Olokuadule accedió a recibir la inna de las
manos de Kuani. Olokuadule compartió la inna con sus hijos, guardianes de
los grandes depó sitos de agua. (Asociació n de Cabildos Indígenas de
Antioquia, 996: 87-99).
lanarmakkale. Allí halló «todos los árboles, sus tallos, sus hojas pin-
tadas y diseñ adas con figuras diversas, con formas que nos ofrece
nuestra Madre Tierra». El narrador agrega:
[Sappimolanarmakkale] fue visitado varias veces por Olonakekiryai.
Cada vez que llegaba, subía y bajaba por ese kalu, ella aprendía nuevos dise-
ñ os, nuevas formas de á rboles, nuevas maneras de elaborar. Ella vio primero
á rboles pintados y diseñ ados, luego llegó a la pintura y el diseñ o en el cuerpo
de las jó venes mujeres, un poco más tarde se le presentaron los peñ ones pin-
tados. Ella intentaba traer los diseñ os a nuestro pueblo […]. (Asociació n
de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 4).
En una versió n del siglo XX, Pad Tummat, «Papa» de los kuna tule,
hijo a su vez de Pala Kint (ballena roja), se enfrenta a los nia –que ac-
tualmente poseen un significado de espíritus maléficos– en una de sus
actividades ordenadoras del mundo, «y después va a arreglar todo en
el cielo; todas sus acciones estaban centradas en el río Olopurgan
Tiwar» (Vargas, 993: 47). Otra referencia indica que en el Nia-
Icala consta que Pad Tummat fue fecundada por medio de un pie,
creando así un hombre y una mujer –aspecto que evoca las historias
embera-wounán sobre el «Hijo de la pierna» (o del pie)–. De otro
lado, si el Karagabí embera rompe con su padre (Tatzitze), el héroe
cultural kuna tule por excelencia, Ibelele (a veces Tad Ibe) es un
mensajero e incluso una prolongació n de Pad Tuumat (pues los
narradores kuna tule siempre está n evocando a Papa).
Abadio Green o Manipiniktikiya, escritor y líder kuna tule,
reco- gió la siguiente narració n que presentamos más adelante:
Los relatos, aun con todos los elementos bíblicos, dejan notar algo
ú nico: el correcto comportamiento humano y el equilibrio de la na-
turaleza son uno mismo y están estrechamente ligados. Para los kuna
tule no es que Papa castigue con cataclismos; es que ellos mismos
se castigan con su mal comportamiento. Dicho de otra manera:
aceleran con su comportamiento incorrecto el inevitable fin y
recomienzo del mundo. Los kuna tule se sienten responsables por el
equilibrio de su entorno natural, y los ceremoniales regulan la
naturaleza. Si falla el cumplimiento del hombre, también la
naturaleza deja de cumplir. La
ola inmensa que cayó en la playa con violencia. La gente pensó : «El mar está
llorando. ¿Qué será de nosotros?». Y así pasaron muchas cosas extrañ as en el
tiempo de Aiban. (Chapin, 989).
. «[…] cuando los hombres iban a sus fincas y hundían sus machetes
esta serie de revelaciones (o rebelaciones). Los hombres comienzan a
volver a su condició n animal y esa animalidad también ironiza contra
la conciencia de una humanidad que, habiendo estado en equilibrio,
decae en su contrario:
[…] un día un hombre fue al monte y dijo a su esposa que le llevara
comida al medio día. Ella se le acercó a la hora designada, todavía escondida
de su vista, se paró y se transformó en una venada. Cortó varias hojas de
uruwa (como platanillo), defecó sobre las hojas, y envolvió el excremento en
un paquete. Cuando llegó a donde su esposo se había convertido nuevamente
en mujer. Le dijo:
–Te he traído un bulto de guineos maduros para hacerte chucula.
Y el esposo le dijo que la preparara porque tenía mucha sed. Ella la mez-
cló y le dio una taza grande, y él la tragó . Ella se despidió y cuando llegó al
borde de la roza su esposo echó una mirada hacia donde estaba y vio una
venada desapareciendo por entre las malezas. (Chapin, 989).
446
El motivo del matrimonio sobrenatural, recurrente en las oralite-
raturas de los embera y los wounán, es para los tule síntoma de
una regresió n preliminar al caos, como en la historia del hombre que
Golfo del Darién
en realidad están incluidos en el texto, más amplio, del Tatkan ikala, que
abarca desde el inicio del mundo hasta la invasió n europea. (Brotherston,
997 [992]: 79).
vivir en ellas, porque así lo quería dios. Les mostraba a los hombres có mo
hacer todos los oficios que les correspondían: les enseñ aba a hacer canastas,
abanicos de fibra, sillas, bancas y mesas; a tocar una variedad de flautas: supe,
koke, kuli, kam buruwi, suara, kam suet, sulup gala, weagi gala, ted nono, achu
nono; a pescar, a cazar y a sembrar y a cuidar las fincas. Magiryai enseñ aba a
las mujeres a hacer hamacas, a preparar hilos, telas, algodó n, a coser, a cuidar
a los niñ os, a hacer ollas y tinajas y a preparar la comida y la bebida.
Olotwaligipileler decía a la gente que tenían que dormir dentro de las ca-
sas. Pero un hombre llamado Oloailigiñ a insistía en pasar las noches en pan-
tanos. Otro hombre llamado Olowelibler tampoco quería dejar su cama de
tierra que estaba afuera, y Olotukurgiñ aliler seguía durmiendo en árboles.
Ellos prestaban poca atenció n a Olotwaligipileler y seguían viviendo como
salvajes y haciendo lo que les daba la gana. (Chapin, 989).
460
Paluwala
Golfo del Darién
Otro narrador afirma que «en la copa de este árbol hay tierra con
cultivos, agua dulce y salada, peces y animales de toda clase, aves y
plantas» (Wassén, 934). Y, en fin, comienza la tala del bellísimo
á rbol. Lo que cortaban de día no era suficiente para hacer caer el
árbol, pues en ese tiempo los días eran cortos. Al día siguiente el árbol
amanecía intacto. El primer narrador nos cuenta lo que el poderoso
Tad Ibe no sabía qué pasaba durante la noche:
[…] los espíritus malos comenzaron a llegar en la base del gran árbol de
sal. Primero llegó un diablo de oro, después una culebra de oro. Le
seguían un gusano gigante dorado y un sapo dorado. Tomaron sus
posiciones al pie del árbol y el sapo lamió la cortada en el tronco y se sanó. El
gusano dorado era tan grande como un árbol de gwiba (cuipo). Sus ojos
brillaban como estrellas de oro y llevaba una correa ancha de puro oro.
(Chapin, 989).
Paluwala
y dificultades–. El mismo Pugasui se enferma gravemente. Otro na-
rrador cuenta que Ibelele mismo mata a la rana guardián, y que la
«condena» a servir de alimento de las serpientes.
Despejado el entorno, en un abierto y desigual combate por la pre-
dominancia humana,
[…] los hombres-animales, dirigidos por los hombres yannu [chanchos
de tropa], tomaron nuevamente sus hachas de piedra y regresaron a derribar
el Paluwala. Dieron hachazos al tronco y las astillas cayeron en los
remoli- nos, algunas volando hasta los ríos, y se convirtieron en langostas
espinosas, langostas «zapatilla», camarones, cangrejos verrugosos, cangrejos
bizcos, cambombias lapas, hulgaos, caracoles de mar y pedazos de coral
seco. Las astillas cayeron en el remolino hacia la montañ a, que estaba dando
vueltas violentamente y tirando espuma por todos lados. Se convirtieron en
cama- rones, cangrejos, piedras y arena de todos los colores: azul, amarillo,
blanco, anaranjado, rojo y dorado. (Chapin, 989).
463
Paluwala
i Literatura kuna tule
465
El bejuco sube ondeando por los tallos de los grandes á rboles –decía
Nakekiryai– y desde las alturas empieza a llorar, a gemir nanapipiye, nanapi-
piye, y la madre, la gran Madre Tierra le grita desde abajo, essarey (ven a mis
brazos hijo mío), y el bejuco cae confiado y silencioso sobre la Madre Tierra.
La Madre Tierra da confianza a todo, es la serenidad de lo creado por Papa.
Por eso, cuando el bejuco cae a tierra se vuelve duro, resistente porque ya la
Madre le ha dado el beso, la consistencia entre sus brazos. Así venimos todos
nosotros, así nos movemos todos –cantaba Nakekiryai–, todos venimos de
Sappipeneka, desde allá arriba empezamos a llorar, a gritar mupipiye, mupi-
piye, nanapipiye; buscamos seguridad, buscamos confianza. Y nuestra gran
Madre Napkuana nos ha gritado essarye, «ven hija, ven hijo a mis brazos».
Nuestra gran Madre Tierra nos ofreció sus pechos, nos respondió essarye.
Cada vez que lloramos allá el Sappipeneka, ella nos dispuso a bajar, dá ndo-
nos confianza, y así llegamos a su seno… Lloramos cuando somos niñ os, y
nuestra Madre nos irá conociendo de acuerdo a nuestros lloros.
PALABR AS ATR IBUIDAS
A LA GR AN NELE O LO NA KEKIR YAI
1. Antecedentes míticos
1. Antecedentes míticos
españ oles no tienen por pecado alguno, antes bien por obra buena, y
acció n heroica. En diciendoles que todo quanto hai en el mundo y cielo
crio Dios, y todo que tenemos viene de Dios, o sea maíz, platanos, yu-
cas, puercos, gallinas, peces, etc., o sea ropa, o herramientas siempre
riyendose responden, que ellos estan rozando, sembrando, montean-
do, pescando y trabajado, para tener dichos frutos, y criando puercos
y gallinas para comprar ropa, y herramienta. Dios no les roza, siembra,
etc. ni les limpia sus platanales, ni les da ropa, ni herramienta, sino
ellos mismos a fuerza de su trabajo la han de ganar.
No obstante es mui comú n entre ellos, que los españ oles tienen
su Dios aparte, quien tiene mucho mas afecto a los suios, que el
suio a ellos; por que les da ropa, herramientas, oro, y plata, y les
enseñ a/ leer, y escribir, oficios, etc. Ofrece a veces, dicen en el cielo
pelea, o riñ a entre estos dos Dioses, y las mas veces vence el de los
españ oles a el de los yndios, y aquel por vengarse embia entre los
yndios pestes de viruelas, alfombrilla, u otras enfermedades.
Qualquiera desgracia, que les sucede, atribuyen al Dios de los
españ oles, por estar a veces muy bravo contra los Yndios. Si se les
pierde un perro, puerco, gallina,
etc., luego dicen que el Nia (criados del Dios de los españ oles) se le
havia llevado para su amo. Tienen estos errores clavados en su imagi-
nació n de suerte, que parece, solo Dios por milagro puede quitarselos:
aunque por todos lados quedan vencidos, con todo eso no es
posible reducirlos. La causa de esta su secta, y pretinencia en ella,
son los Leres, a quienes dan tanta estimació n y crédito, como los
christianos a los prelados de la yglesia; pues son sus sacerdotes,
medicos, y jueces, y lo que enseñ an, o dicen, está tan autorizado,
como cosa infalible.
(Walburger, 2006 [748]: 67-69)
2. Historias de origen
–¡En la inmensa nave encontrará s todo lo que puedes necesitar!
Hijo, todo lo tengo previsto y nada te va a faltar. Te prepararé todos
los alimentos. Mira al borde de la nave, son multitudes de peces
sor- biendo el limo. ¡Cuida de ellos y sírvete también de ellos!
¡Pero… hijo mío –Paba Dummad hablaba–, no pierdas la línea que te
trazo! Ten a mi tierra niñ a, a mi hermosa nave con la proa hacia donde
nace el sol. Hijo, no te vayas contra los vientos, porque tú llevas
mucho tesoro y saltarían los huracanes, los ciclones y destrozarías así
a mi nave niñ a, a mi tierra recién nacida –paba aconsejó largo a su
primer hijo.
El hijo se subió al gran cayuco, al cayuco có smico. El hijo se aferró
al remo-timó n. El hijo apuntó su mirada hacia donde sube el sol y
la Madre Tierra empezó a moverse lentamente. El hijo tomó el
asiento que gira, el asiento que rueda, el asiento que retrocede.
Pasaron algu- nas lunas, unas lluviosas, otras secas, pero solo pocas, y
Olotinaginele puso a prueba las normas de Paba Grande. El hijo
viró la punta de la
cataclismos. Por ocho días llovió de muerte. Por ocho días el sol
quemó los árboles. Pero Paba siguió llamando a sus hijos. Paba no
se cansó con todo esto. Paba entregó el timó n a su tercer hijo:
Oloagnubipiler. Este hijo siguió a sus hermanos. Este hijo también
falló . La tierra volvió a san-
I
2. Historias de origen
koke, kuli, kam buruwi, suara, kam suet, sulup gala, weagi gala, ted
nono, achu nono; a pescar, a cazar y a sembrar y a cuidar las fincas.
Magiryai enseñ aba a las mujeres a hacer hamacas, a preparar hilos,
telas, algodó n, a coser, a cuidar a los niñ os, a hacer ollas y tinajas y
a preparar la comida y la bebida.
Olotwaligipileler decía a la gente que tenían que dormir dentro de
las casas. Pero un hombre llamado Oloailigiñ a insistía en pasar las no-
ches en pantanos. Otro hombre llamado Olowelibler tampoco quería
dejar su cama de tierra que estaba afuera, y Olotukurgiñ aliler seguía
durmiendo en árboles. Ellos prestaban poca atenció n a Olotwaligipile-
ler y seguían viviendo como salvajes y haciendo lo que les daba la
gana.
Dios había dicho que cada mañ ana todo el mundo tenía que
bañ arse en el río. El río está vivo y nos da vida y energía, haciéndonos
fuertes. Pero había algunos hombres que no querían bañ arse.
Olotwaligipileler
2. Historias de origen
pueden distinguir cuando traza su curso nocturno a través de los
cielos.
Al término de casi nueve meses, Magiryai llegó al río
Olokoskun Tiwar y trató de entrar a un bosque de pringamoza (dake)
multicolor, pero encontró el paso cerrado. Una vieja mujer sapa
llamada Mu Kwe- lopunayai la vio y la llevó a su casa, la cual
quedaba a la orilla del río. Mu la invitó a quedarse, pero le advirtió
que sus nietos, un conjunto feroz de hombres-iguana, hombres-
saíno, hombres-tapir y hombres- pez, seguramente la comerían si la
encontraban cuando regresaran en la tarde. Mu era experta en la
fabricació n de ollas y tinajas de barro y escondió a Magiryai en una
[de estas] en un rincó n de la casa.
Los nietos llegaron a la hora fija, entrando a la casa ruidosamente,
y de una vez comenzaron a gruñ ir diciendo que sentían el olor de piñ a.
Cuando preguntaron a Mu sobre eso ella contestó que no había
piñ a por ningú n lado.
–Ustedes son todos tan perezosos qua no han sembrado nada por
aquí –les dijo. Los nietos corrieron por todos los rincones de la casa en
busca del lugar de donde venía el olor pero dejaron de buscarlo
cuando se puso el sol. Temprano, al día siguiente, se levantaron y
salieron para
el campo, y tan pronto como habían salido Mu llamó a Magiryai y
la escondió en las vigas del techo.
Los nietos llegaron nuevamente por la tarde y sintieron el mismo
olor dulce.
–¿De dó nde viene ese olor de piñ a? –gritaron, y se pusieron a bus-
carlo.
Pero una vez más su bú squeda fue inú til, y cuando cayó la
noche se durmieron. Cuando habían partido para el campo al día
siguiente, Mu llamó a Magiryai otra vez y la escondió nuevamente
detrás de una viga envuelta en trapos como un aku (palito en forma de
canalete que se usa para hacer hamacas). Cuando los nietos llegaron
sintieron el sa- broso olor de piñ a y se pusieron a romper la casa
buscando la fruta. De repente uno de ellos vio el pie de Magiryai
sobresaliendo detrás de la viga y [se] lo dijo a sus hermanos. De una
vez todos subieron al techo y la agarraron. Se la llevaron al río donde
comenzaron a devorarla. Mu estaba en la cresta de una loma sentada
y cuando vio lo que estaban haciendo les gritó que dejaran los
476
intestinos para ella.
Mu Kwelopunayai cogió los intestinos y los colocó en una tinaja de
Literatura kuna tule
2. Historias de origen
divisar los pájaros pero no pudieron, y finalmente regresaron a casa.
Cuando contaron a su madre, la sapa, lo que las aves habían cantado,
esta se llenó de temor de pensar que su engañ o sería descubierto y les
obligó a que regresaran lo antes posible a aquel lugar para que
mataran a las mentirosas aves.
Sin embargo, la duda ya había crecido en la mente de los
herma- nos, ya que muchas veces habían visto el reflejo de sus
imá genes en las claras aguas de los ríos. ¿Có mo era posible, se
preguntaban, que siendo ellos tan hermosos fuese su madre tan fea,
cubierta de verru- gas, mal formada, y con una joroba como la de un
paralítico? ¡Ni tan siquiera tiene nariz!, se decían.
Pero a pesar de tales pensamientos, a la mañ ana siguiente volvie-
ron obedientemente al árbol de las aves y oyeron al sigli repitiendo el
mismo canto: Inaidikilele be nana gala dosa sekuli, uuummm. Todo lo
que pudieron ver del sigli era su pico, que sobresalía por entre el
follaje tupido, y no tuvieron éxito en matarlo. Finalmente llamaron a
Pugasui y él logró darle un flechazo en el pico y el pájaro cayó al suelo.
Era un pájaro lindo de plumas rojas, amarillas y verdes, y tenía una
cresta
azul. Cuando lo enseñ aron a Mu les explicó que cantaba así porque
ella, su madre, se moriría dentro de poco tiempo. Ella había tratado de
ponerse una nariz postiza de barro, pero Ibelele no se engañ ó y se
la arrancó . Entonces soltaron al sigli y este se fue volando.
Los hermanos fueron al río y se pararon en un barranco. Entonces
llamaron al agua:
–¿Mamá, tu está s allí?
Cuando su madre contestó Uummm, uummm –no pudo decir más
porque estaba atrapada en la barriga de un pez–, ellos resolvieron ir a
Sapibe-nega, en el cuarto nivel, y buscar medicinas para poder encon-
trarla y revivirla. Subieron a sus platillos de oro y cogieron rumbo
al cuarto nivel. Primero llegaron al pueblo de los árboles de Igwa,
donde el jefe se llamaba Igwadilikaliler. En este pueblo había muchas
casas bonitas con banderas de oro y plata meciéndose en la suave
brisa y multitud de flores perfumadas.
Después llegaron al pueblo del á rbol de Naki, donde el jefe se
478
lla- maba Nakidilikaliler. Había mucha gente, que eran á rboles de
Naki, paseando por las calles vestidos con ropas de oro y sombreros
de oro. Había relojes y campanas de oro. Los hermanos visitaron
Literatura kuna tule
2. Historias de origen
Mu Wagarpuilibe. La ú ltima en llegar, Mu Wagarpuilibe, era muy
bonita. Ella nos hace pensar en Dios.
Comenzaron a bailar. Se movían como gallinazos, con mucha agi-
lidad, brincando de un lado a otro, dando vueltas, levantando las pier-
nas y pateando el suelo fuertemente, golpeando sus pechos, saltando
suavemente para allá y para acá. Bailaron ocho veces, imitando a los
animales: usu, arra, mula, suisupi, otros. Ibelele pensó : «Voy a enseñ ar
estos bailes a la gente en la tierra».
Al terminar los bailes los hermanos continuaron su viaje. Una
de las nietas de Mu les acompañ ó . Ella se llamaba Puna
Olosibortili. Al poco rato llegaron a la casa de Tada Olotilakiler,
que era un hom- bre malo: siempre andaba de mal humor.
También se llamaba Ncic Akebaduleler, y sabía mucho de las
medicinas. Tenía una casa bonita que estaba llena de toda clase de
medicinas valiosas: uila sapi, na sapi, kana sapi, inasolepinalct,
molipingtuba, bisep arrati, bisep ginnit, bisep sipugwat, koke, nobar,
nunap, achuryala y muchas otras. También tenía medicinas que se
usan para limpiar la casa. Ibelele quería robar todas estas medicinas.
Olosibortili comenzó a bailar para que el viejo quedara encantado
por su agilidad. Comenzó a brincar en el aire, a correr en círculos, a
dar vueltas y a moverse de un lado a otro. Los otros habitantes de
la regió n llegaron para ver a la muchacha. Eran todos feroces
kingitule- gan (hombres de armas) que andaban con arcos, flechas y
machetes. Pero cuando la vieron bailando así con tanta gracia se
pusieron a reír a carcajadas y no podían hacer nada. Tad Olotilakiler
salió de su casa para ver lo que estaba pasando y se puso bravo con
ellos.
–¿Por qué no la matan de una vez? –gritó . Ellos alzaron sus arcos
para tirar pero estaban riéndose tanto que no podían alcanzarle. Tad
Olotilakiler gruñ ó con disgusto y volvió a su casa.
Olosibortili continuó bailando, moviéndose más rápido ahora, ti-
rando sus piernas al aire, brincando más alto y golpeando su pecho.
Comenzó a orinar y a tirar pedos. Pugasui tenía una piedra grande de
oro lista en la mano y estaba esperando que Tad Olotilakiler
480
apareciera de nuevo. Cuando el viejo salió de la casa vio a la muchacha
y no pudo contener la risa. Se puso a reír y en el momento propicio
Pugasui tiró la piedra y le dio en el centro de la frente. Se cayó al
Literatura kuna tule
2. Historias de origen
Es por eso que los curanderos y los neles hablan en secreto: para que
la gente no entienda lo que están haciendo y así no echen todo a
perder. Ibelele cantó de nuevo y la madre cobró vida, pero esta vez
había ocurrido una transformació n extrañ a: sus facciones eran casi
como las de un animal. Nuevamente salieron de la choza, y cuando
regresaron su madre era otra vez un esqueleto. Cuando Ibelele cantó
por tercera vez la madre parecía aú n más animal y le crecían pelos en
la cara. Sa- lieron en busca de la paloma blanca y en eso otra persona
interrumpió la ceremonia, causando que nana Magiryai se convirtiera
nuevamente en huesos. A la cuarta vez tomó la forma de un jaguar;
la volvieron a dejar sola y llegó un hombre que quiso entrar y se
convirtió en huesos. Después de esto, viendo que a pesar de todos los
esfuerzos que habían hecho por devolverle la vida eran inú tiles,
tomaron los restos y los
enterraron en la tierra.
(Chapin, 989: 32-42)
Tonanergwa y olobagindili
Cuando el mundo era nuevo no había ceremonias de matrimonio
propiamente dichas. Los hombres simplemente vivían con las mujeres
que les gustaban, y a menudo las dejaban para encontrar otra. Má s
tarde, Tad Ibe enseñ ó a la gente có mo casarse, pero antes de su época
no había reglas ni ritos. En esta forma Tonanergwa vivía con la hija
de Topeka, y más tarde la dejó por Olobagindili, la hija de Kuchuka.
De esta unió n nació un hijo, llamado Inadoyagabaler, y poco
tiempo después Tonanergwa dejó a Olobagindili y continuó
vagabundeando de una mujer a otra.
Como era costumbre entre los grandes hombres de esos tiempos,
Tonanergwa viajaba bastante a través de los varios niveles de la
tierra. É l y otros siempre estaban viajando para arriba y para abajo, y
había lugares donde podían descansar a lo largo de las orillas de los
ríos en el mundo de abajo. Cada uno tenía su propio banco en estos
lugares.
482
Olobagindili no quería que Tonanergwa continuara yendo de una
mujer a la pró xima, y preparó una medicina con la cual él desearía
quedarse con ella solamente y la puso debajo de su banco en la super-
Literatura kuna tule
2. Historias de origen
tabaco había crecido a una altura considerable el hijo de Tonanergwa
notó que alguien había venido a molestar las plantas: algunas estaban
cortadas y carcomidas. Un día oyó que alguien venía caminando por
entre el agua del río y al poco rato apareció un viejo que andaba cojo.
Hablaron un rato y después fueron a la casa de Kilu Kwetule, el
jefe de los malos espíritus, quién vivía en el cuarto nivel. Había en
la casa toda clase de ajíes picantes. Kilu Kwetule dio a
Inadoyagabaler una calabaza de jugo de ají y este la tomó sin
ningú n trabajo. Kilu Kwetule le dio cuatro calabazas de ají, y el
muchacho pudo resistirlo porque tenía la sangre de su abuelo, quien
era el «Jefe de kaubi» (ají machucado). Luego Inadoyagabaler tomó
cuatro hojas de tabaco de su bolsillo, las estrujó , las puso en una
calabaza y se las dio de beber al viejo. Kilu bebió la mitad y dio la
otra mitad a su mujer. Ambos
sufrieron un terrible mareo y no pudieron tomar más.
Inadoyagabaler entonces fue a casa de Tad Ibe y le contó lo que
había pasado cuando dio el tabaco a Kilu Kwetule. Así Tad Ibe descu-
brió otra medicina para combatir los malos espíritus de la tierra.
(Chapin, 989: 43-45)
3. Relatos sobre el gran árbol
La corta de Palu-ˇu–ala
Descendido a esta tierra, Ibelele2 venció a todos los hombres y
man- dó a sus enemigos por debajo de la tierra. Y vio venir a una mujer
vestida de azul, la cual venía cantando así: Pālu-ŭāla kŭkŭliŭāla kōbeti,
Pālu- ŭāla kŭkŭliŭāla kōbeti. Estaba borracha. Llevaba un pez
consigo y no cesaba de repetir su canció n. Su nombre era
Pūnaŭagaōlokukurdilisop, pero ahora la llamamos Achamomōr,
«mariposa».3
Ibeléle bajó a averiguar de dó nde venía la mujer. Para esto
construyó se una surba.4 Al día siguiente dijo así a sus hombres:
igual- mente dio muerte. Habiendo matado a todos los animales que
venían al árbol, se dieron los hombres a cortar de nuevo. Pero los
trozos que caían en la pirya se convertían en peces de los que no
sirven para co- mer. A pesar de todo, el Pālu-ŭāla no caía, porque las
nubecillas no le dejaban caer. Olōŭaipipilēle les dijo entonces a sus
servidores que su- bieran a la copa del árbol para cortar las nubecillas.
Empezaron a tre- par pero no llegaron más que hasta la mitad del
tronco. Entonces dijo a Nikirgua (ardilla pequeñ a), el cual también
se llama Olōkŭipipilēle, que le cortara las nubecillas.
La corta de Palu-ˇu–
ala
[fragmento]
Una vez dijo Ibelēle: 49
–Vamos a cortar el Palu-Ŭāla que en él hay muchas plantas, co-
mestibles.
Iskar y Achu
Borriguero y jaguar
Tad Ibe habló con Iskar, quién podía correr a través de la superfi-
cie del agua, y lo mandó a la casa de Achu, que estaba situada al
otro lado del río. Achu era la ú nica persona en ese tiempo que poseía
fuego. Iskar se tiró a través del río, que estaba muy crecido, y descansó
sobre un pedacito de espuma que flotaba por la mitad antes de
seguir su viaje. Cuando llegó , Achu estaba descansando en su
hamaca con car- bones encendidos en una ollita de barro debajo para
mantener el calor. Estaba lloviendo fuerte y Achu tenía mucho frío.
Iskar entró y le dijo a Achu que mantendría los carbones encendidos
soplándolos con un abanico de paja. Achu dijo que era una buena idea
y se puso a dormir. Tan pronto como Achu comenzó a roncar, Iskar se
puso a orinar en los carbones. Al oír un ruidito, sssssttttt… se despertó
492 y miró para abajo, y vio a Iskar soplando el fuego con diligencia. Al
notar que los carbones estaban parcialmente apagados Achu
gritó :
Literatura kuna tule
(ti- digua). Llegaron los tucanes, los caimanes, los tapires, los
canarios, los zopilotes, los saínos, los colibríes, los jaguares. Los
animales de la selva, los bichos de los pantanos, los pericos
charlatanes, todos empe- zaron a discutir su organizació n.
–¿Quién podría ser nuestro jefe, nuestro saila? –se preguntaban
I
los animales, unos arañ ando el suelo, otros enrollados a los arbustos,
o dando golpes con el rabo a los vecinos.
Olobagtiginia, el mono negro, caminó hacia el centro de la
asam- blea. Se paró sobre sus pies flojos con su barriga redonda. Se
rascó el bajo vientre con una mano y pescó piojos con la otra;
parloteó :
–¿Qué dicen ustedes de Oloaliginia, el tapir? Me parece un gran
animal y lleno de buenas ideas.
Y el tapir sabía ya de antemano que el simio le llamaría y que él
debía hacerse el indiferente.
roces, los animales alados, los animales lerdos, los animales ágiles. Y
el mono veía que iba llegando su turno. Antes vio que bajo la
sombra de un arbusto quedaba un animal. Este no hablaba mucho,
tampoco se movía tanto. El mono Olobagtiginia, haciéndose ver
como el má s abierto a todas las opiniones, dijo:
I
Dada Tomorcua y
497
icalobandule
2
En un lugar llamado Coscun vivía Dada Tomorcua con Icalo-
bandule.3 Este Icalobandule tenía un vestido de oro. En este tiempo
les dijo:
–Arriba en la montañ a no hay más que malezas y á rboles. Si no
llevamos comida moriremos de hambre.
Y juntaron la comida que había y partieron hacia Tingwa Yala con
sus canastas llenas.
Llegó el diluvio y todo fue destruido: se limpió el mundo de
todo su mal. Aiban y sus seguidores se salvaron en Tingwa Yala,
que era tan alta que las aguas de Mu no les alcanzaron. Se
quedaron allá por cuatro días y cuando las aguas bajaron regresaron
a la regió n que ha- bían habitado anteriormente. El mundo era como si
se hubiera afeita- do: no había plantas, animales ni gente.
(Chapin, 989: 02-09)
Lo que le pasó a Aiban cuando bajó de la montaña
Nueva gente había llegado a poblar la tierra después del diluvio y
Aiban la encontró cuando bajó de la montañ a. Ellos le preguntaron
a Aiban:
–¿De dó nde vienes, viejo?
Aiban contestó que no sabía de dó nde venía, que se había
encon- trado en la tierra. Pero los nuevos estaban sospechosos y le
dijeron:
–Tú no eres nuevo. Eres muy viejo y parece que has vivido aquí
anteriormente. Está s lleno de gusanos.
Le dijeron a Aiban que se acostara en el suelo boca abajo. Entonces
la gente le saltó encima y comenzó a brincar y darle patadas
fuertes. De su cuerpo salieron cantidades de gusanos: tantos gusanos
que fi- nalmente el cuerpo de Aiban desapareció completamente.
(Chapin, 989: 0)
olonadili
Antes de la venida de Ibeorgun nuestros padres vivían en la regió n
de un río llamado Sogub Tiwar. Todos sus habitantes eran muy traba-
jadores. Se bañ aban con medicinas que daban fuerza a sus cuerpos, y
eran muy fuertes. Pasaban mucho tiempo cazando saínos, puercos de
monte, monos, pavones, perdices y otros animales en el monte, y nun-
ca les hacía falta comida. Las orillas de los ríos eran excelentes
para la siembra y la gente tenía extensas plantaciones de guineos,
plátanos, yuca, otoe, ñ ame, camote y otros cultivos.
506 Había cuatro hermanos que vivían con sus padres, y estos a menu-
do los bañ aban en medicinas para desarrollar su fuerza, lo cual hacía
de ellos hombres muy trabajadores. A medida que crecían ayudaban
Literatura kuna tule
donde hay muchas flores olorosas Y jugarás entre esas flores. Creo
que va a ser así».
«Nunca más pensarás en mí. Al final de un río hay un platillo de
oro. Creo que este platillo te llevará al Reino de Dios. Tú estabas
aquí en la Tierra. Nunca peleaste con tus amiguitas y nunca tocaste
I
el tigre y el fuego
Vivía el tigre a la orilla del río. É l solo tenía fuego. Los demá s no
lo tenían; comían la carne cruda. Una vez los demás quisieron buscar
fuego.
Pidieron al tigre que se lo prestara pero él se negó a dá rselo. Y
como él ha sido siempre el hombre de más poder, le temían.
Sabían que en el tiempo de la lluvia el tigre ponía fuego debajo de la
hamaca para calentarse. Para robarle el fuego llamaron a la lagartija
(especie de iguana de menor tamañ o) diciéndole que se fuera a
donde estaba la casa del tigre. Cayeron muchas lluvias por la noche y
le ordenaron que atravesase el río. Lo atravesó en medio de la
lluvia y se fue a la casa del tigre.
Al encontrarle le preguntó el tigre a qué venía, y la lagartija
contestó que venía a hacerle el favor de ayudarle a cuidar el fuego
mientras él dormía. Como caía mucha lluvia todos los fuegos que
5
se encontraban dentro de la casa del tigre se habían apagado y solo
quedaba el que se encontraba bajo la hamaca. La lagartija se puso a
5. Historias de animales
ayudarle. Viendo que el tigre estaba ya dormido, se dio a apagar el
fuego con su orina, pero el tigre se despertó y le preguntó por qué
estaba apagando el fuego. La lagartija contestó que lo estaba cuidando
bien, pero que por el frío el fuego se estaba apagando. El tigre volvió a
dormirse. La lagartija comenzó otra vez a apagar el fuego con su orina
pero antes cogió para sí una chispa de fuego, la metió en su cresta
y huyó atravesando otra vez el río.
Despertó el tigre y divisó su fuego al otro lado del río, mas
como él no sabía nadar y el río había crecido mucho con la lluvia,
no podía ir a buscarlo. Así, pues, amaneció sin fuego. La lagartija llegó
a donde estaba su tío, y así tuvo fuego la gente mientras que el tigre
dejó de tenerlo, por lo cual le tocó comer la carne cruda como antes
les había tocado a los otros.
(Wassén, 934: 8-9)
Us kwento
el cuento del agutí
Primer episodio2
Bien, escucha, Armando;
así escuchemos un poco de la historia ahora.
Una historia,
ella es la historia del agutí.
Así que y Agutí [y] Jaguar ellos dos iban a competir entre sí.
Y Jaguar Agutí, ellos dos, Agutí Agutí es un burlador,
ah. Jaguar es un cazador.
Llegó ahí y lo vio.
Así que Agutí es-tá-sen-ta-do-
derecho. El tío lo vio, Jaguar lo hizo.
É l empezó a cazarlo.
Cuando empezó a cazarlo
52 por allá dicen, es verdad, se dice.
Así que Agutí está sentado comiendo.
Así que «estoy sentado comiendo la fruta ikwa», dice él,
Literatura kuna tule
5. Historias de animales
Este Agutí lo engañ ó por gusto.
Este de aquí, él golpeó contra la piedra la piedra, él no lo hizo sobre sus
cojones.
Pero Jaguar va a colocarla justo sobre sus cojones.
Entonces lo hiiizo TAK.
Así que él se golpeó sobre la banana [referencia a un evento humorístico
que había ocurrido en el poblado].
(El auditorio ríe clamorosamente).
(Armando interviene con algo ininteligible).
Es verdad, se dice.
(Armando interviene con algo ininteligible).
Bien así que él lo hiiizo, él acabó con sus cojones, se dice.
Ese gran muchacho Agutí lo noqueó el-de-se-gu-ro-lo-hi-zo-sal-tar-
u- na-voltereta (la ú ltima palabra es más alta en tono).
Ah.
Pobre Jaguar.
É l desapareció él se desvaneció (las ú ltimas palabras en tono más alto).
Y Agutí se fue de nuevo comenzó a correr otra vez.
Correr correr correr correr (pronunciadas rá pidamente en modo
repetitivo) riéndose a lo largo y bajando por el sendero, ah.
Tercer episodio
É l prosiguió .
Así que llego ahí y lo vio sentado en el banco del río, sentado comiendo
Agutí estaba.
Es verdad se dice.
Entonces él le dice «tú vas a comer», dice él «pan mira» se dice,
«sabe bien.
El pan sabe bien, mira», se dice.
«¿Dó nde lo conseguiste?», dice él.
Así que la luna estaba llena, ah.
Tú ves, se dice la luna brilla como pan, al reflejarse debajo del agua,
ah.
Era una luna llena.
5 4 «Realmente lo conseguí», él le dice, «debajo del agua».
«Realmente sabe bien» dice él.
«Verás», dice él, ah.
Literatura kuna tule
reunido).
Bien entonces él [Jaguar] bajó también.
Así que no puede entrar, ah.
Jaguar no pudo entrar.
«Bien, ataré una piedra alrededor de tu cuello», él le dice.
«Muy bien, listo», él ató la piedra alrededor de su cuello, entonces bajó ,
bajó -entonces (toda la línea pronunciada rápidamente, hasta la
ú ltima frase que es alargada y estacatto).
(Armando interviene: «Lo pongo en un saco de arroz», digo. Muristo
responde: «Qué pena». Carcajadas).
Es verdad, se dice.
É l llegó ahí y se sentó el amigo estaba manoteando salvajemente
debajo del agua e-l-a-m-i-g-o lo hiiiizo en verdad, la cuerda se
rompió y salió de nuevo.
No podía durar más (carcajada) él –ca-yó -des-maya-do (stacatto) sobre
el suelo.
Y Agutí prosiguió .
Quinto episodio
Entonces el (Jaguar) empezó a perseguirlo (Agutí) de nuevo,
caaaminando en todas direcciones.
Así que él va por el borde de un campo nuevo.
Amigo, Agutí él ya está yendo por ahí de nuevo.
«Ahora vas a ver», él (Jaguar) grita, «vas a tener lo tuyo», ah.
El (Agutí) va de nuevo por ahí mismo.
Es un nuevo campo un-gran-campo-nuevo-se-dice, ah.
(Agutí) está rodeá ndolo.
Entonces cuando él (Jaguar) se encontró con él ahí, él le dijo: «ten por
fijo que ahora no te me escaparás de nuevo», él le dijo, ah (toda la
línea dicha con mucha rapidez). 55
«Ahora tu cabeza va a ser comida realmente» (toda la línea dicha con
5. Historias de animales
mucha rapidez).
«Te tengo liquidado ves», él le dice.
«¿Oíste muchacho?»
(Gran risotada).
Es verdad, se dice.
Después de un momento entonces él continuó .
Pero él (Agutí) prosiguió también.
5. Historias de animales
É L-LO-HIIIZO, é l salió .
É l se desvaneció él completamente perdió la conciencia, Jaguar lo
hizo.
É l se desvaneció .
Es cierto, Ahiii quedó .
É -ls-er-e-c-o-b-r-ó , su cuello estaba QUEMADO QUEMADO,
quemado quemado (comienza en voz alta y luego disminuye a
suave).
Y Agutí estaba lejos de él fuera del campo riéndose de él (esta línea
dicha rá pidamente).
Es verdad se dice.
De esta manera Jaguar tuvo su piel toda manchada (carcajadas).
¡Oíste!
A causa de estas quemaduras él es como se lo ve, se dice.
(Armando interviene: «Sus labios están blancos, cenicientos, blancos
cenizos»).
Sus labios ESTÁ N cenizos blancos cenizos, se dice por todas partes,
aquí y allá él tuvo manchas por todo su cuerpo.
Este amigo Agutí realmente se burló de tío, ves, se dice. (toda la línea
dicha muy lentamente).
Es verdad, se dice.
Séptimo episodio
Yendo yendo yendo yendo yendo yendo yendo de nuevo, se dice,
así que él entró dentro de un poste, se dice.
¿Oíste? …sintiendo su camino así que entraba dentro de él se dice que
entró en un hueco estrecho, se dice.
Adentro cuando entró aquí él (jaguar) comenzó a tocar aquí, ah.
Con sus garras, ese Jaguar comenzó a tocar lo que tocaba.
Las garras no tu trasero, ves.
(Armando ríe).
Es cierto, se dice.
5 8 Bien, con sus garras, aquí él se tocaba su detrás aquí, él agarró su cuerpo
justo aquí su nalga, ah, él agarró su nalga aquí, él la sintió .
Mok.
Literatura kuna tule
(Muchas risotadas).
Aquí mismo este dedo este dedo meñ ique mío, ¿quién lo está tocando?,
dijo él.
El (Jaguar) palpa, aquí palpa, «que-e-nor-me-co-sa-es-te-de-de-do– su-
cuer-po-de-be-ser-e-nor-me», se asustó .
(Carcajadas).
Mmm se fue corriendo.
Pero no era realmente eso (un dedo) tu realmente agarraste al tipo por
su cuerpo. (Comentarios del auditorio).
Bi-en, en verdad así es como el amigo Agutí y Jaguar ellos dos
iban por ahí engañ á ndose el uno al otro.
Hasta aquí llego, podría contarle más que usted ha oído mi amigo.
(Sherzer, 990: 373-39)
Usu y Achu
Ñeque y jaguar
En un lugar llamado Achubirria vivía un viejo que tenía una
extensa plantació n de batila (cierto tipo de calabaza). Todas las
mañ anas sus cuatro hijas salían y cosechaban cuatro canastas llenas
de fruta. Cuando terminaban su trabajo iban al río a bañ arse, y luego
regresaban a la casa para abrir la batila y prepararla. Mas, por varios
meses, el viejo había encontrado la fruta llena de excremento y no
tenía la menor idea de quién estaba cometiendo este mierdacidio.
Finalmente se le acabó la paciencia y concibió un plan para atrapar
al responsable.
Talló una estatua de sí mismo, de tamañ o normal, en madera
de balsa, la pintó con una capa espesa de caucho pegajoso y la colocó a
un lado de su finca atrás de un árbol. En la noche llegó Usu para robar
la batila y vio al viejo parado a un lado entre las malezas. Esperó por
un momento, con la esperanza de que el viejo se fuera, pero
cuando vio que no hacía ni un movimiento, se arrastró tras de él
59
cautelosamente.
Cuando estuvo cerca le dio un derechazo golpeándole la cara y la
mano se quedó pegada. Dio otro golpe con la izquierda y también
5. Historias de animales
se quedó pegada. Furioso, Usu dio una patada al viejo con el pie
derecho y luego el izquierdo y desesperadamente se quedó totalmente
pegado del caucho pegajoso.
A la mañ ana siguiente apareció el viejo y vio al pobre Usu, dándose
cuenta finalmente de quién era el trampista. Lo amarró fuertemente
con bejucos, lo acostó sobre las yerbas, y regresó a su casa a buscar un
chuzo candente para meterlo por el fondillo del desafortunado Usu.
En su ausencia Usu comenzó a pedir socorro dando gritos y en
poco tiempo Achu apareció extraviado del monte.
–¿Qué te ha pasado? –preguntó Achu.
Usu le respondió que el viejo estaba tratando de casarlo con su
hija, pero que él no quería.
–¿Por qué diablos no quieres casarte con la hija del viejo? –
preguntó Achu–. Yo daría cualquier cosa por estar en tu lugar –y
Achu desató a Usu y cambiaron de lugar.
Usu salió huyendo riéndose a carcajadas, y cuando el viejo regresó
Una noche, con la luna llena, Achu caminaba por entre el monte
y llegó a la orilla de un río, donde vio a Usu comiéndose una fruta
amarilla. Usu lo llamó para que él probara un pedazo de la
deliciosa fruta. Achu tomó el ú ltimo pedacito y al comerlo
descubrió que en verdad era muy buena. Usu le mostró el reflejo
de la luna en la superficie del agua y dijo:
–Si quieres comer más la tendrás que buscar tú mismo. Está en el
fondo del río, allí.
Achu saltó al agua, con gula, pero no pudo llegar al fondo. Se
quedó flotando en la superficie.
520
–Eso fue lo que me pasó a mí –le informó Usu–. Para poder llegar
al fondo me amarré una piedra grande a la pierna y llegué directamente
abajo donde estaba la fruta.
Literatura kuna tule
logró soltarse del bejuco y llegar hasta la orilla medio muerto y lleno
de agua. Usu volteó el rabo y huyó al monte dando gritos de contento.
Un día Achu llegó a un sendero y vio a Usu endomingado con
plumas. Como no lo reconoció , preguntó :
–¿Quién eres tú ? Si fueras Usu te
comería. Usu respondió :
–No soy Usu, soy un animal plumífero (ib absar tule). Además, mi
carne es venenosa y si tú me comes morirá s.
Y Achu continuó su camino.
Un día Usu vio a Achu venir por un sendero y, no teniendo
tiempo para esconderse, se metió debajo de un pedregón inclinado
sobre el camino y pretendió que lo estaba aguantando. Cuando llegó
Achu donde estaba él, le preguntó qué hacía.
–Este pedregó n se va a caer –resolló Usu–. Fue una suerte que yo
llegara a tiempo para aguantarlo. Si se cae el mundo será destruido y
todos moriremos.
Achu inmediatamente se dio cuenta de lo serio de la situació n y
se metió debajo del pedregó n para ayudarle. Se puso a empujar
con toda su fuerza contra la roca y en poco tiempo estaba jadeante
por el esfuerzo y sudando como un caballo. Entonces Usu le dijo
que los dos no podrían sostenerla por siempre, y que él iría a buscar
un palo grueso que podrían dejar como un soporte permanente.
Usu dejó a Achu pensando que este era el ú nico camino de salvació n,
escapándose de la vista gritando:
–¡Te he engañ ado, te he engañ ado!
Al poco rato Achu disminuyó la presió n un poco, y finalmente
se dio cuenta [de] que el pedregó n estaba bien clavado en la tierra y
no se caería.
Achu llegó a una roza y oyó a Usu en el segundo piso de su casa
cantando que Dios estaba molesto y castigaría a la gente con un
52
tremendo castigo. «Habrá truenos», cantaba. «Relámpagos, terremotos.
Todos vamos a morir violentamente». Usu comenzó a patear el piso y
5. Historias de animales
a tirar pedos explosivos para que Achu pensara que una gran
tormenta se avecinaba. Usu tiró tablas y palos al suelo y continuó
armando un barullo del diablo. Achu cogió miedo y salió huyendo
hacia el monte buscando protecció n. Usu saltó al suelo y riéndose
salió como una pepita de guaba en otro rumbo.
Un día en que Achu estaba acosando a Usu, llegó a una casa
grande donde la gente estaba reunida en un congreso. Usu estaba en
el centro del saló n, sentado en una hamaca, cantando que venían las
tormentas, los ciclones, los terremotos, los diluvios y las tinieblas.
«Era un castigo de Dios», cantaba, «porque la gente se había estado
comportando inmoralmente». Dijo luego que todos se deberían
amarrar de los postes en el saló n del congreso de manera que no
serían arrastrados por el viento. Todo el mundo comenzó a amarrarse
los unos a los otros con bejucos. Usu le dijo a Achu que él le amarraría,
y salió a buscar un bejuco fuerte. Regresó y amarró a Achu
firmemente a un poste. É l no se dio cuenta de que los otros se
habían amarrado con bejucos ordinarios y débiles.
El viento comenzó a soplar violentamente y la gente se soltó las
amarras y salió huyendo. Achu se dio cuenta de que le habían
hecho una jugarreta y se puso furioso, tirando de las amarras y
gritando:
–¡Suéltenme, suéltenme! ¡Voy a comerme la cabeza del hombre
que me suelte!
Astuben llegó y Achu le llamó , pero no le prestó atenció n.
Aspan entonces se presentó y pensando de que Achu sería muy
agradecido, lo soltó . En su ira Achu saltó encima del pobre Aspan y
se le comió la cabeza. Los demá s, incluyendo a Usu, huyeron al
monte.
Una tarde Achu llegó al sendero y encontró a Usu sentado en el
tronco de un á rbol con la cara muy triste.
–¿Por qué estás tan triste? –preguntó Achu.
–Me ha atacado una terrible enfermedad –respondió Usu–.
¿Crees tú que me podrías llevar a casa, ya que estoy muy débil
para caminar solo?
Achu asintió y Usu subió a sus espaldas, y salieron rumbo a su
522
casa. Usu se sentó en la espalda de Achu con sus pies en el aire y la
cabeza hacia el suelo. Le dijo a Achu que corriera rápido porque creía
Literatura kuna tule
el tigre y el machango
[fragmento]
Está el tigre descansando en su hamaca haciendo como si
estuviera muerto. Viene el machango, y le dicen que puede acercarse a
la hamaca
el perro y el machango
Una vez el perro encontró al machango comiendo una nuez
debajo de un á rbol. El perro le pidió la nuez al machango y este se
la dio. Pero el perro no pudo abrir la nuez y preguntó a su amigo
có mo la había abierto. El machango contestó que con la boca no se
abría la nuez, sino que para abrirla había que buscar una piedra, y
entre ella y la bola debiera poner la nuez. Y le ayudaría él a
523
quebrarla.
El perro aceptó lo que dijo el machango y se pusieron a dar golpes
a la nuez con la piedra. El machango golpeó tan duro que el perro
5. Historias de animales
quedó sin conocimiento por el golpe que dio su bola contra la
nuez. El machango huyó lejos y [se] subió a un árbol de aguacate.
Cuando recuperó el conocimiento se puso el perro a perseguir al
machango y le encontró sentado en una rama del aguacate
comiendo frutas. El perro no pudo subir al á rbol, y el machango
le dijo:
–Amigo, ¿quieres la fruta?
El perro contestó que sí.
–Aguarda un momento que voy a coger una de las frutas má s
dulces que tengo –dijo el machango.
Cogió la fruta y dijo al perro que se sentara boca abierta mientras
caía la fruta. Así hizo el perro y la fruta le quedó apretada en la
garganta. El perro se puso a brincar para sacarse la fruta, mientras
el machango se fue corriendo hacia su cueva. El perro después de
haberse sacado la fruta se puso a buscar de nuevo al machango, pero
le encontró metido en una cueva estrecha en la cual él no podía entrar.
524
Literatura kuna tule
I
6. Historias de neles
olonakekiryai
Nuestros padres vivieron detrás de esos cerros que vemos desde
nuestras pequeñ as islas. Allá, por donde nace el sol, corren muchos y
grandes ríos, y en sus aguas se bañ aron nuestros padres por muchos
y muchos añ os.
Esos ríos están clavados en Abya-Yala. Y esos ríos se
comunican mutuamente y llegan hasta el Kalu Tirkun. 525
Les voy a hablar de un sitio y de un río donde nuestras ancianas y
6. Historias de neles
nuestros ancianos aprendieron muchas cosas y nos las comunicaron.
La aldea es Ukkupneka. Y en Ukkupneka enseñ ó Olonakekiryai a
las ancianas y a los ancianos, a todo el pueblo kuna.
Olonakekiryai fue una gran mujer kuna. Ella conoció y recorrió
muchos kalús. Ella aprendió el comportamiento misterioso de
akkualele. Ella enseñ aba a nuestros ancianos en las maneras de
recoger el akkualele.
–Primero deben bañ arse muy de madrugada, luego pasen a la
orilla del río, y den un beso a akkualele; hacia las horas del mediodía
hagan lo mismo, así cuatro días. Lo sahú man muy bien y lo
recogen
–decían Olonakekir2 a los ancianos de Ukkupnega.
6. Historias de neles
Más tarde, nana Olonakekiryai emprendió otro mayor conocimien-
to. Esta vez llegó hasta el sitio de Sappimolanarmakkale.
Olonakekiryai encontró ahí todos los árboles, sus tallos, sus hojas
pintadas y diseñ adas con figuras diversas, con formas que nos ofrece
nuestra Madre Tierra. Ese kalu fue visitado varias veces por
Olonakekiryai. Cada vez que llegaba, subía y bajaba por ese kalu,
ella aprendía nuevos diseñ os, nuevas formas de á rboles, nuevas
maneras de elaborar. Ella vio primero árboles pintados y diseñ ados,
luego llegó a la pintura y el diseñ o en el cuerpo de las jó venes mujeres,
un poco más tarde se le presentaron los peñ ones pintados. Ella
intentaba traer los diseñ os a nuestro pueblo, pero en esta etapa
también encontró muchos celos por tarde de los nelekan. Y ella,
puesta en medio de la gente, sin miedo, hablaba así:
–Ustedes, grandes nelekan, me impiden traer el arte a nuestra
gente; ustedes se sienten hombres y prohíben a la mujer que haga el
bien a la comunidad. Pero no solo ustedes son grandes, y hay aquí
entre nosotros ancianos que me defendieron: Tat Ulinia, Tat Yermoka,
Tat Siss Mu Inar, Mu Aktikkili, Mu Okir. Ellos me dieron la
fuerza, la confianza para seguir conociendo de cerca todos los
diseñ os, todas las figuras. Llegué a Kalu Dugbis.
[Y agregaba:]
–En este kalu han quedado todos los diseñ os, todo lo curioso y lo
bonito que elaboraron nuestros abuelos, nuestras abuelas antes de esta
generació n. Hermanas y hermanos, nuestra tierra ha sido bañ ada y
limpiada cuatro veces: pasó la oscuridad que acabó con todos
nuestros padres y era entonces Karban el hombre que guiaba al
pueblo; vino luego un gran cicló n que terminó con la segunda
generació n de nuestra gente, y era Kalib entonces la autoridad; pasó
también el fuego y al final llegó Aipan y en esa época Papa limpió a
la Madre Tierra con el diluvio, con el maremoto y todos nuestros
abuelos pasaron, y desapareció su memoria. Luego vino Ipeorkun, y
estamos viviendo en su tiempo. Todo el arte, todos los diseñ os,
todo lo hermoso que elaboraron nuestros abuelos, nuestras abuelas
de esas generaciones que han desaparecido, ha quedado en Kalu
Tukpis. Todos ellos son la riqueza de nuestro pueblo kuna, nuestra
riqueza, nuestras cosas.
Nana Olonakekiryai no aprendió inmediatamente todos los
528
diseñ os, sino a medida que fue bajando a las capas diversas de la
Madre Tierra. Kalu Tukpis es el ú ltimo, donde realmente vio las
Literatura kuna tule
sacar de ahí figuras para adornar las piernas. Diversas molas para
protegerse y adornarse como mujer. Ya nuestras ancianas, nuestros
ancianos sabían los nombres de los tinajones, de los braseros, porque
ya Ipeorkum los había enseñ ado y nombrado junto con la otra gran
madre Kikkatiryai.
Olonakekiryai vino a perfeccionar, a diseñ ar, a refinar el arte, y
enseñ ó a nuestros padres en Ukkupneka. Así Olonakekiryai llamó a
todas las ancianas del pueblo y empezó a instruirlas. Se sentaba en la
mitad de la hamaca, se peinaba suavemente y hablaba fuerte. Empezaba
a cantar sobre nuestro origen, sobre la Madre Tierra, sobre lo que
realmente acontece entre el hombre, la planta y la Madre Tierra.
Tomaba el caso del bejuco.
–El bejuco sube ondeando por los tallos de los grandes árboles
–decía Nakekiryai– y desde las alturas empieza a llorar, a gemir nana-
pipiye, nanapipiye, y la Madre, la gran Madre Tierra le grita desde
abajo, essarey (ven a mis brazos hijo mío), y el bejuco cae confiado
y silencioso sobre la Madre Tierra. La Madre Tierra da confianza a
todo, es la serenidad de lo creado por Papa. Por eso cuando el bejuco
cae a tierra se vuelve duro, resistente, porque ya la madre le ha dado
el beso, la consistencia entre sus brazos. Así venimos todos nosotros,
así nos movemos todos –cantaba Nakekiryai–, todos venimos de
Sappipeneka, desde allá arriba empezamos a llorar, a gritar: Mupipiye,
mupipiye, nanapipiye; buscamos seguridad, buscamos confianza. Y
nuestra gran madre Napkuana nos ha gritado essarye, ven hija, ven
hijo a mis brazos. Nuestra gran Madre Tierra nos ofreció sus pechos,
nos respondió essarye. Cada vez que lloramos allá el Sappipeneka, ella
nos dispuso a bajar, dándonos confianza, y así llegamos a su seno…
Lloramos cuando somos niñ os, y nuestra Madre nos irá conociendo de
acuerdo a nuestros lloros.
Nana Olonakekiryai no solo enseñ ó y perfeccionó los diseñ os de
la mola o de la wini, ella enseñ ó todas las maneras de llevar el hogar,
529
el sentimiento de los hijos con relació n a sus padres; có mo callar ante
los grandes nelekan cuando ellos necesitan correcció n. Y habló y cantó
6. Historias de neles
en onmaket neka, los ancianos le escucharon, la temían. Ella hablaba
fuerte y decidida. No callaba cuando veía que sus guías no iban por
el camino de Papa. Nakekiryai fue una gran kuna que perfeccionó las
obras de Kikkatiryai.
(Asociació n de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 39-43)
kalus.
Es importante conocer un poco a los grandes nelegan antes de
hablar de Ogebib; algunos de ellos bajaron en Kudua’diaur, que es un
brazo de Takarkun-wala. Diegun bajó en Kudua y Kubiler en Kabdi.
Pailibe bajó en Abyogandi.
Nele Uagibler vino a uno de los brazos de Takarkundiuar.
Nele Pailibe, papá de Ogebib, fue el nele de los espíritus de los
huesos. Conoció el kalu de los huesos de los muertos. Ogebib era hijo
legítimo y no de la oscuridad, como su hermano Kuani.
Ogebib cuando llegó a la plenitud de su visió n, dijo a su padre:
–Veo a grandes abuelos, ancianas y a grandes nelegan.
Ogebib empezó a sahumarse con las semillas del algodó n,
convirtió pues las semillas de algodó n en su cacao para penetrar
mejor los secretos de la naturaleza.
Las ancianas de Sapibe-nega dijeron a Ogebib en su visió n:
–Tus nelegan se han corrompido, ya no dan buen ejemplo a los
pequeñ os, han abandonado el camino de Papa, han arrastrado a los
niñ os a la corrupció n. Papa está por cambiar la ropa a su hijo Sol. Papa
va a poner dab’lisamola a su hijo el Sol, y le va a colocar dab’lisakurgin.
Va a caer una terrible tristeza sobre el pueblo, tiempo de lágrimas. El
Sol se va a poner til’lakurgin, se va a vestir de nisalimola.
Ogebib habló al pueblo, despertó a los pequeñ os del pueblo.
Los grandes nelegan se enteraron de la visió n de Ogebib, de
sus palabras, se sintieron lastimados por sus palabras y se
defendieron:
–Qué nos va a decir ese chiquillo que nada sabe de los grandes
kalus. Nosotros sí podemos prever los grandes acontecimientos;
podemos ver el más allá, atajar las epidemias, pero este pequeñ o nele
no puede nada, no sabe nada, no es nadie.
Los grandes nelegan estaban seguros [de] que sabían có mo
recorrer el camino del Sol, có mo medir el nivel de las aguas de los
inmensos depó sitos que Papa había dejado al cuidado de las grandes 53
madres. Se burlaban, irritados, de Ogebib.
6. Historias de neles
Nele Pailibe estaba de acuerdo con su hijo.
Los nelegan para burlarse de Ogebib empezaron a exponer lo
que sabían, reunían a la gente y exhibían su destreza ante el
pueblo, contradecían así sus mismas palabras. Orientaban a la
comunidad diciendo que no debían acercarse a las madres, a las
abuelas; [que] se debía guardar cierta distancia de respeto, que los
sailas y nelegan debían respetar a sus esposas, que no debían estar
siempre cerca. Enseñ aban con la boca y no con el ejemplo ni con
la vida.
Los mismos nelegan habían enseñ ado al pueblo a respetarse, a
guardar distancia en el matrimonio, entre los primos, hermanos, tíos.
Y ellos mismos sabían de castigos que vendrían como consecuencia
del incumplimiento de los preceptos que predicaban. [Pero] cuando
uno de ellos cometía alguna falta grave comenzaban a dudar de las
mismas cosas que hablaban; decían que no era para tanto, que sí
estaban permitidas algunas cosas para los nelegan y no para la gente
del pueblo; así se corrompía el pueblo y nuestras abuelas sufrían,
nuestros niñ os confundían los caminos, nacía el caos.
Nadie obedecía, todos se mostraban contra las normas de Papa.
Así, [sobre] nele Diogun, que tuvo ocho mujeres y se rodeó de tantos
mensajeros que nadie podía hablar contra él, sabemos có mo acabó ,
có mo se vengó nuestro pueblo; otro caso es Palipiler, que puso a los
grandes reinos de cucarachas en contra del pueblo y despertó el reino
de alacranes en contra de la gente.
Los nelegan se jactaban de saber más que otros haciendo sufrir a
los más pequeñ os, los más pobres, a los niñ os. Cuando surgía un nele
menor o uno que defendía a los pobres, lo denigraban, le expulsaban
de la aldea y decían al pueblo que ese pequeñ o nele no sabía nada, que
les engañ aba, que ellos eran los ú nicos; así sufrió nele Kuani, que
le llamaron «nele Kayadodo».
Los grandes nelegan decían a las autoridades de las aldeas:
–Solamente nosotros estamos capacitados para dirigir al pueblo,
somos los ú nicos que podemos guiar a la comunidad.
Los ancianos habían aprendido muchas cosas de Ibeorgun y
sabían có mo conducir al pueblo, pero los nelegan querían arrebatarles
la autoridad.
De toda persona que llegaba a hablar de los dolores del pueblo
532
ellos decían que no venía de Papa, que tenía una visió n muy tonta, que
no sabía nada, que no le hicieran caso y lo excluían de la comunidad.
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
anunció a nuestros padres que todo andaba mal, que debían
corregirse, que Papa les castigaría por su mal comportamiento. Los
nelegan, sabiendo que aparecían signos de grandes acontecimientos,
insistían al pueblo que no se alarmara, que no era nada extrañ o,
que esto ocurría todos los añ os, que estaban viviendo los mejores
momentos de la historia, que Papa estaba contento con ellos
–Nosotros seremos los primeros en saber el enfado de Papa [por]
el sufrimiento de la Madre Tierra –afirmaban–. Este pequeñ o nele
que no ha bajado en olobate como nosotros, que solo se sahú ma
con las pepitas de algodó n, no puede conocer nada de la naturaleza.
Solamente a nosotros ustedes deben seguir –reclamaban los nelegan–.
Este pequeñ o nele está provocando la ira de Papa, sembrando la
confusió n, está contra Papa –gritaban los nelegan. Hablaban mal de
Pailibe porque este seguía las orientaciones de su hijo.
Pailibe, siendo un gran nele, por seguir a su hijo lo marginaron, lo
desconocieron. Esto ocurría antes de la gran oscuridad. El pequeñ o
nele no se cansaba, seguía hablando a la gente, dirigiendo a los que
sufrían.
Tomaban la chicha para las niñ as; los nelegan entraban en
kabir’nega seguidos por una enorme boa, un tigre rodeado de avispas
peligrosas, entraban así para asustar a la gente pobre (eigana), para
que les tuviesen por grandes hombres y les obedecieran. Nelegan
contra nelegan inventaban muchas técnicas de miedo; trataban de
hacer caer y poner en ridículo unos a otros. Todos los nelegan eran
kandur. Algunos de ellos hacían desatar temblores de tierra, hacían
llorar a la comunidad.
Se permitían hasta las cosas más deshonestas a los ojos del pueblo.
Pero Papa ha ido enviando a su tiempo a los pequeñ os nelegan que
estaban cerquita de su pueblo que sufre. Papa ha enviado a Kuani,
Ogebib, Salubir, Ner Yadipiler, Ner Niue, Ner Dii, Ner Oruidule.
Nele Ogebib clamaba:
–Nana Olojuadule ha puesto a su hijo Sol el sombrero de dab’lisa y
lo ha vestido de dab’lisamola. Dentro de cuatro días va a golpear duro,
va a venir el castigo.
Los nelegan se reían, se burlaban de Ogebib y decían:
534
–Có mo va a venir semejante cosa, si nosotros no hemos visto
ningú n signo. Nada puede suceder sin que sepamos nosotros.
Literatura kuna tule
seguidores.
Amaneció otro nuevo día, el sol ardía má s fuerte, los nelegan
salieron a sus trabajos, no oían las recomendaciones de Ogebib.
Mucha gente salía al monte desconfiada.
Pailibe se mantenía fuerte, confiado en su hijo y no dejaba que sus
allegados ni sus seguidores fueran al monte.
El sol volvió a salir muy redondo y no daba señ al de un eclipse. Al
otro día, el sol nació mucho más fuerte. El sol quemaba, repartía su luz
espléndida. Los grandes nelegan volvieron a sus tareas. El sol subió
con su corona de achiote, con su corona de til’la, con su corona de
dab’lisa. La gente salió al monte, un poco más tarde cuando el sol
había subido a la mitad de su recorrido, una inmensa sombra lo siguió
por el espacio y le cerró completamente la luz. Vino una terrible
oscuridad.
Los fogones se apagaron como si se hubiera roto sobre ellos una
gran vasija llena de agua. La oscuridad era tan densa que igualaba a
cuatro veces cerrados los ojos. Se oyeron ruidos fuertes por el espacio,
aullidos de perros por el espacio oscuro. Aquellos que habían salido al
monte a sus faenas se extraviaron por el camino, muchos se perdieron
por la selva.
Los nelegan que se habían burlado de Ogebib corrían chillando
por la oscuridad, perseguidos por los tapires, jaguares, serpientes.
Mucha gente murió , muchos se perdieron. Y la gente que se había
quedado en casa se reunió en la gran choza de Onmaked-nega.
En el seno de la gran oscuridad se sentía el ruido de golpes de
muerte, sacudidas terribles. Lloraban nuestras abuelas, nuestros
abuelos en la oscuridad intensa; el abuelo Ulinía, el abuelo Yermoga,
hablaban fuerte en la oscuridad. Las ancianas que habían seguido a los
nelegan corrían al centro de la choza para refugiarse mejor huyendo
de los alaridos, los ancianos las arrastraban hacia la puerta para que
sufrieran por sus errores. A los niñ os, a las ancianas que no habían
535
seguido los ejemplos de los nelegan, los ponían en el centro de la
choza.
6. Historias de neles
El pueblo empezó a fumar para suavizar la oscuridad, para atraer
la luz. Los nelegan entraron en Surba, los grandes nelegan fueron los
primeros, no podían hacer nada, salían llorando de Surba-nega, uno
detrá s de otro.
Las maracas sagradas se enmudecían sin efecto. Los nelegan
lloraban impotentes ante la oscuridad.
Ahí vivían también unas ancianas muy buenas que habían
aprendido muchas cosas del mismo Ibeorgun: Muu Mar, Muu
Abdikili, ellas fueron enviadas a Ogebib para convencerle que ayudara
al pueblo que moría en la oscuridad.
Las ancianas convencieron a Ogebib, pero este dijo a las abuelas:
–Qué se hicieron los grandes nelegan capaces de todo, de someter
las avispas venenosas, de caminar acompañ ados de tigres y animales
feroces. Todos ellos no han podido hacer nada.
Ogebib entonces se encaminó a la choza grande y trajo consigo
a sus mejores seguidores, a sus mejores inatuledis, a sus mejores
atizadores de braseros. Empezó a cantar. No tardó mucho cuando
se escuchó el ruido suave de las maracas, se escuchó un canto suave
como el arrullo de una niñ a con la maraca, y cantaba: ¡Ogebib, Ogebib!
Por todo el recinto se escuchaba el ruido de la presencia de seres que
no se veían.
Ogebib hacía descender a Muu Aleyai, a Muu Alesob. La fuerza de
Ogebib era vigorosa, capaz de remover todo el recinto donde lloraba
la gente. El espíritu guía de Ogebib no callaba, seguía llamando a
Ogebib y se escuchaba su voz fuerte y temible.
Ya iban cuatro días de oscuridad y Ogebib cantaba fuerte. Su
espíritu guía habló y acusó a los grandes nelegan:
–Nele Ogebib, los grandes nelegan Kubiler, Uagibler, Masar
Tummi, Olokanakunkiler… han hablado mal de ti, han dicho que tú
no eras nele, han dicho que tú no tienes ningú n poder.
Y todos los nelegan escuchaban apenados la voz del espíritu
guía de Ogebib. Toda la choza temblaba, humeaba olor a cacao. Los
grandes nelegan gemían en la oscuridad. Lloraban avergonzados de
sus palabras.
Cuatro días sufrió nuestra gente bajo la oscuridad, lloraron.
536
Cuatro días [se] quedaron en casa con [la] densa oscuridad que cubrió
toda la comarca. Al canto de Ogebib poco a poco la luz fue
Literatura kuna tule
llegando. El primer día el sol nació rojo, til’la kurgin-si. Las nubes
aparecieron rojas, todo lo que tocaba el sol se volvía rojo. Al
segundo día el sol se puso el maguebkurgin y aú n era rojizo. Las
nubes eran rojizas. La naturaleza se vistió rojiza como el sol.
Al tercer día el sol se untó de achiote. Ya no era tan rojizo sino más
I
de color de llama. Todas las cosas se vistieron igual; los ríos con
sus aguas corrían color de llama, las aves, los insectos revoloteaban
rojos y amarillos de fuego. Poco a poco el sol fue clarificándose, fue
dorando todo lo que tocaba.
[Durante] ocho días el sol se cambió de ropa, [por] ocho días
los insectos, las moscas, las chicharras, las aves chillaron
saludando al sol rojo, al sol rojizo, al sol amarillo intenso, al sol
dorado. Ogebib abrió la luz del sol, dejó descubierto al sol de nuevo.
Nuestros abuelos volvieron a alegrarse y los nelegan callaron.
Ogebib se llamó Ogebibi porque encendió de nuevo al Sol, Tad
Ogasadi.
(Asociació n de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 77-84)
Nele Kuani
El gran saila era Pailipe, y Kupiler el gran nele. Entonces
nuestra tierra estaba herida. Nuestros abuelos herían a la Madre
Tierra con distintos golpes: tomaban la chicha y enseñ aban cosas
bajas a los niñ os, a las mujeres, a los inocentes.
Encendían braseros de arcilla y altercaban con los tratados
sagrados que sabían. Nuestros abuelos se casaban con dos, tres, hasta
con cuatro mujeres.
Y así desafiaban al mismo Papa.
Los neles corrompían a las mujeres, a los jó venes. Ellos hacían
sufrir a los niñ os, y les hacían pasar hambre. Los grandes neles
también estaban rodeados de jó venes con mucho amor a la tierra, y
eran los pequeñ os neles, que aprendían del pueblo y criticaban a los
grandes neles.
Los jó venes neles observaban y criticaban fuerte el comporta-
miento de los grandes nelegan. Los grandes, las autoridades seguían
corrompiendo al pueblo. Entonces, los nelegan jó venes trataban de
537
frenar a los grandes; pero los nelegan decían que ellos tenían el poder,
la autoridad, la ciencia, los tratados má s sagrados de los tule. Por lo
6. Historias de neles
tanto, también tenían la verdad y les tenían que respetar.
Entre los jó venes neles vivían también nele Kuani. Kuani
observaba todo. Y Kuani empezó a hablar a nuestros viejos, a nuestro
pueblo:
–Hermanos, nuestras autoridades, nuestros grandes neles nos van
a llevar a grandes sufrimientos, vamos a llorar por la corrupció n de
ellos.
–Hermanos, viene una gran sequía, el sol va arder mucho.
–Olouaibipiler (el Sol) se va a cambiar el sombrero, se va a poner
el sombrero rojo de guerra, el sombrero de fuego, y todo va a
arder. Papa ya tiene la ortiga en sus manos.
Los grandes neles se enteraron de lo de Kuani hablaba al pueblo.
Las grandes nelegan se reían de él y decían:
–¿Qué sabe ese pequeñ o, flaco y falso nele? Ese pequeñ o nele
se sahú ma con las semillas de algodó n, con granos de maíz, y no
conoce
6. Historias de neles
movimientos. Ella vio que las mujeres cocinaban, que sacaban el otoe
de debajo de la tierra, que escarbaban un poco más para sacar la yuca
de la tierra. Ella vio que en la casa de Kuani la tierra era removida,
y debajo estaba el almacén de comida que Kuani había reservado
antes de la sequía.
Ella veía que en los rincones de la choza de Kuani había un montó n
de tinajones llenos de agua, enterrados hasta el cuello, de donde
las mujeres sacaban el agua. Entonces ella empezó a hacer muchas
preguntas a las trabajadoras para enterarse mejor de la situació n de
privilegio de la choza de Kuani.
El sol nacía y se escondía por las tardes y los tinajones de la choza
de Kuani seguían llenos, los tinajones de la choza de Kuani
parecían volver a llenarse.
Kuani llegó a su casa mientras la anciana estaba contemplándole
todo. Kuani dijo a la mujer:
–Qué bueno que usted me haya hecho la visita.
–Sí –dijo la señ ora–. Pensé venir a verte, hermano mío.
La mujer dijo a Kuani que el pueblo estaba sufriendo mucho por
falta de agua, por la sequía de muerte que caía sobre la comunidad.
Kuani dijo a la mujer:
–¿Có mo les están tratando los grandes neles? ¿Qué hacen ellos por
el pueblo, por la comunidad?
–Nuestros grandes neles cantan a Papa, claman por el pueblo a Papa
y no hacen nada más, contestó la mujer a Kuani. Nuestros grandes neles
ya no saben a quién ni có mo acudir a otras. Hay una gran confusió n.
–¿Los grandes neles acuden en su invocació n a los grandes
depó sitos de agua (diibari sailagan)? –preguntó Kuani a la mujer.
–No, no llegan hasta allá , decía la mujer a Kuani.
–Cuando llegues a casa, trata de transmitir muy bien este mensaje
a los grandes nelegan –dijo entonces Kuani a la mujer que le visitaba
antes de este tiempo–: Ustedes nos hacían reunir para invocar a
Papa y fumar por las grandes epidemias, por la invasió n de ocas, por
la invasió n de serpientes, por el castigo que recibíamos de Papa, y
¿ahora por qué no?
–Sí, les llevaré esta tu noticia a los grandes neles –dijo la mujer.
540
La mujer se despidió de Kuani y volvió a la aldea donde los
grandes neles seguían cantando a Papa, seguían invocando a Papa
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
sufrimiento de nuestro pueblo, para que sea él quien cante e invoque
sobre nosotros a Papa.
Nele Kubiler dijo que estaba bien, que llamaría a Kuani, como
decía la mujer. Entonces, Kubiler buscó la manera de acercarse a nele
Kuani. Kubiler y los grandes nelegan no podían acercarse así sin más
a nele Kuani porque habían hablado muy mal de él.
Kubiler preguntó a las ancianas quién de ellas había sido
comadrona cuando Kuani había venido a la luz, cuando Kuani
había nacido. La comadrona, la anciana que había sido colaboradora
en el nacimiento de Kuani, fue escogida y bien aconsejada para hablar
con nele Kuani. La comadrona dijo a Kuani:
–Vengo a verle y conversar con usted sobre las lágrimas de
nuestro pueblo. Vengo a hablarle porque todos nos sentimos
incapaces, impotentes ante el castigo de Papa. Nuestros grandes
nelegan han entrado en los recintos sagrados, invocaron a Papa,
quisieron aplacarlo con la fumadera y no han podido hacer nada. El
sol arde más, calienta má s y má s. Nele Kuani, vengo por usted para
que nos ayude a salir de todo esto.
Entonces Kuani contestó :
–Yo no me voy a mover de aquí. Yo soy un chiquillo para los
grandes nelegan, no soy nadie para ellos. Si ellos no han podido hacer
nada, será inú til que yo vaya, no podré hacer nada.
La anciana replicó de nuevo:
–Nele Kuani, fui yo quien le dio la mano cuando era usted
totalmente débil, entonces usted no respondía; todo su cuerpo pedía
cariñ o, pedía protecció n y yo se lo di, ahora yo le pido que escuche
y nos dé su apoyo.
Entonces Kuani accedió a la llamada de la anciana partera. Kuani
le dio su palabra. Kuani se preparó para enfrentarse a los grandes
nelegan y dar al pueblo el remedio a sus sufrimientos. Nele Kuani
se encaminó hacia el pueblo, se encaminó hacia donde estaban los
grandes nelegan ya roncos, con voces quebradas y resecas por el sol y
el fracaso ante el pueblo.
Kuani empezó a ordenar los preparativos para su intervenció n.
Kuani mandó a los grandes nelegan a buscar los medicamentos
542
variados y de ocho tipos cada medicamento, cada gajo de árbol, cada
hierbabuena. Kuani les dio cuatro días de plazo para que los grandes
Literatura kuna tule
neles pudieran prepararse, y les dijo que él volvía en cuatro días para
empezar la ceremonia.
Pasaron cuatro días y todo estuvo preparado. La anciana volvió a
avisar a nele Kuani para que empezara la ceremonia. Kuani habló así
a la anciana:
I
6. Historias de neles
–Entonces déjame ponerme en una esquina para cuidar de las
tinajas de la ceremonia –le siguió diciendo Kubiler a Kuani.
Kuani le respondió de nuevo diciendo que todo lo tenía
previsto anticipadamente. Nele Kubiler insistía:
–Seré el que conteste a sus cantos.
Y Kuani le decía que todo lo tenía preparado. Y Kubiler era un
gran saila, era un gran nele, y era quien dirigía a la comunidad en este
tiempo.
Kuani empezó a cantar, empezó a invocar a Papa, empezó a recitar
los versos rituales.
Kuani cantó entusiasmado; Kuani elevó los espíritus de las
maracas rituales y todos le escuchaban, todos los grandes nelegan le
escuchaban. Se oyó el ruido de maracas a lo lejos y fue
acercándose. Todos escuchaban atentos. Se escuchó una voz, la voz
de tarba:
–Usted es nele Kuani. Los grandes nelegan le han marginado,
se han burlado de usted, han hablado bajezas, pero su nombre es
Kuani, usted es un gran nele –decía la voz entre el humo de cacao
que subía en el recinto sagrado–. Los grandes nelegan dijeron de
usted que era
un nele que se sahú ma con las semillas de algodó n, que su visió n era
de basuras que tiran las mujeres en el fango, que era usted un nele
falso y ridículo –siguió hablando el tarba. Todos los grandes neles
escuchaban.
Más tarde Kuani habló a los ancianos:
–Solo en nombre de Papa estamos reunidos y en nombre de él
lograremos la lluvia, lograremos que se apacigü e el dolor de nuestros
corazones. Solamente el gran Papa de nuestros padres nos dará la
mano. Si Papa nos da su fuerza y su espíritu, dentro de cuatro días
comenzarán ustedes a observar las pequeñ as llamitas de los rayos en
el horizonte y al anochecer podrán ver pequeñ os rayos junto a las
montañ as y oirán el suave rumor de truenos que echarán su quejido
a lo lejos.
Ustedes observarán las nubecillas levantarse por allá lejos. Si así
ocurre vendrá la lluvia, vendrá el verdor de nuevo.
Pasaron los cuatro días y nuestros ancianos miraban el horizonte,
trataban de otear fijamente la naturaleza. Y empezaron a escuchar el
544
ruido lejano y muy suave del trueno y allá por donde se oculta el
sol, los ancianos empezaron a ver las nubecillas rojizas y rayadas que
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
toman y les gusta la inna». Entonces, nana Olokuadule accedió a
recibir la inna de las manos de Kuani. Olokuadule compartió la
inna con sus hijos, guardianes de los grandes depó sitos de agua.
Kuani habló largo, informando al pueblo de su visió n. Kuani
cambió el tema y aconsejó al pueblo de esta manera:
–Papa ha dejado las verdes colinas, las oscuras llanuras [y] largas
hileras de montañ as, y entre sus arbustos trazó un hermoso camino.
Y por ese camino ha puesto a los dirigentes para que pueda su
pueblo marchar mejor, sin riesgos de caer en los pantanos y de ser
molestados por los animales. Los dirigentes deben amar a los pobres
en su caminar, a las mujeres en su agotamiento, a todos por igual. Este
es el camino recto bajo los arbustos de la colina, de las montañ as. Los
dirigentes son quienes van a orientar al pueblo y a guiarlo por la tierra
plana, aunque ellos tendrán que ser molestados por las espinas del
camino y tendrán que gritar cuando algú n animal les asalte.
Papa dijo que tenemos que cuidar bien los cacaoteros. Esos
cacaoteros están llenos de malezas, están llenos de enredaderas, y
los dirigentes van llevando al pueblo por caminos llenos de espinas
y barrancos mientras ellos se quedan quietos y riendo. Papa nos dejó
el Onmaket-nega, y en este Onmaket-nega es donde nuestro pueblo
nos va juzgando diariamente. Y los dirigentes son de Papa o no son de
Papa; de acuerdo có mo guían por el camino al pueblo, si prefieren su
placer o la tranquilidad del pueblo.
Kuani cantó ante el pueblo, ante el nele Kubiler. Y cuando [él]
terminó de cantar, se levantó Kubiler y dijo:
–Papa me había puesto en la hamaca para dirigir a mi pueblo por
el camino recto entre las colinas. He preferido empujar a mi
comunidad por el barranco y no por la tierra plana. Yo me bajaré de la
hamaca, me quedaré sentado en el tronco duro. Y ya no seguiré
haciendo sufrir a este pueblo.
Kuani siguió diciendo:
–Todo esto no es mi mensaje, sino de Papa. Y Papa ha dejado
dicho que si alguien no quiere escuchar su palabra tampoco debía
vivir en su tierra.
Kupiler pidió perdó n a la comunidad. Se sintió reclamado por
546
Papa. Los grandes voceros, los grandes sapindummagan hablaron de
cambiar la autoridad.
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
–Como me has llamado, eres un buen nele.
Finalmente llegó una enorme culebra negra que se arrastraba por
el suelo de la surba y se paró entre las piernas de nele Pailiber y dijo:
–Como me has llamado, eres un buen nele.
De repente sonaron muchas flautas de hueso y se presentaron dos
hombres. Gritaron: ¡Eeeeeeeeeee! Entraron y ofrecieron las manos a
Pailiber. Le preguntaron si estaba bien. Abajo en el cementerio los
espíritus estaban recogiendo sus huesos y reviviendo. Uno de los
hombres era el padre que había muerto hacía diez añ os y el otro era
un muchacho que había muerto hacía dos añ os. Le preguntaron a
Pailiber por qué los había llamado.
El muchacho dijo entonces a los presentes:
–Ahora quiero decirles algunas palabras a ustedes. Cuando
yo vivía en la tierra tuve una enfermedad. Dios ha dejado las
enfermedades en la tierra para que nosotros podamos morir. Si no
hubiesen enfermedades no moriríamos y no veríamos nunca el Reino
de Dios. De manera que para que vayamos a donde Dios él ha dejado
las enfermedades en la tierra. En todo caso, yo me enfermé y morí.
Llegué al cementerio, que es un bello lugar. En poco tiempo partí y
viajé lejos hasta llegar a una gran muralla de oro que rodeaba el Reino
de Dios. Allá me dijeron que regresara al cementerio y permaneciera
por un añ o. Esto era un castigo por mis pecados en la tierra. Me quedé
por un añ o y finalmente regresé al Reino de Dios, donde había estado
por un añ o cuando me llamaron aquí. Esto es todo lo que voy a contar
por el momento.
Entonces comenzó a hablar el padre. Todos en el congreso le
escuchaban: su hijo, su hija, su mujer y todos los hombres grandes de
la regió n. Todos los neles grandes estaban presentes. El padre dijo:
–Cuando yo bajé a la tierra vine enfermo. Cuando comencé a
crecer me di cuenta de que tenía muchas enfermedades que me
estaban comiendo. Me mejoré y estuve bien por unos añ os, pero luego
las enfermedades me atacaron nuevamente. Me comencé a tratar con
medicinas, mi salud mejoró y comencé a trabajar limpiando monte y
sembrando mangos, cocos, aguacates, guabas, guabas peludas. Pero
de nuevo me enfermé. Tuve hijos. Me recuperé un poco, pero poco
548
después renovaron las enfermedades y atacaron mi cuerpo débil y
fui donde un curandero. Me bañ é en un cayuco lleno de yerbas y
palos, y tomé medicina de una calabaza que tenía colocada debajo de
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
juntar todas las cosas necesarias para el entierro mandaron a buscar a
dos hombres para cavar mi tumba. Yo vi todo esto.
Me llevaron al cementerio. A medida que remá bamos río arriba
vi muchos pueblos con banderas que se mecían al viento a lo largo
de ambas orillas. En uno de estos pueblos había banderas blancas en
todas las casas. El sáhila se llamaba Olomaidigiñ a y las gentes de él
eran buenos pescadores. Era el pueblo de las garzas.
A medida que continuábamos río arriba vi que todo era de
puro oro. Los árboles eran de oro, lo mismo que las plantas que
crecían en las orillas. Había muchos peces de oro en el río y toda la
arena y las piedras eran doradas y brillaban a la luz del sol.
Finalmente llegamos al cementerio y amarraron el cayuco a un
palo de oro enterrado en la arena. Todo lo que yo vi era de oro y plata.
Me trepé en una muralla de oro y vi un pueblo con muchas banderas
de oro que se mecían con la suave brisa. Había muchos jardines
con flores de oro y plata que echaban perfumes deliciosos. Había
mucha gente caminando entre las flores. Yo vi todo esto.
Toda esta gente estaba muerta y ellos eran espíritus. También
vi unos hombres-gusanos que comen los cadáveres de los muertos.
Había hombres-tábanos que llevaban vestidos brillantes de un verde
luminoso. Ellos chupan la sangre de los muertos. Había otros también:
hombres-murciélagos. Todo esto vi en el cementerio.
Se me acercó un hombre y con él comencé a descender en el
cementerio. Cuando llegamos al primer nivel vi Kalu Turuwa y al
jefe Oloturuwakwa y a la madre, que lo cuidaban. Ellos gobiernan
el pueblo de basura y sucio que se acumula en las casas. En este
lugar Dios da vida a estas cosas y ellos viven como seres humanos.
Dios ha creado un bello lugar para ellos –todo de puro oro–. El guía
me dijo: «Toda esta gente que tú ves son basura y sucio: cenizas,
cáscaras de plá tano, todo lo que se bota en la tierra. Las mujeres en
la tierra siempre deben mantener sus casas limpias porque los
desperdicios se convierten en gente y contará n a Dios de su falta de
barrer la cocina todas las mañ anas».
Fuimos después al segundo nivel y llegamos a otro pueblo. Dios
550
había creado este pueblo y lo había poblado con espíritus malos como
Soa Soa Achusimutibalet, Frío Intenso, Oscuridad y Nubes, que
cuidaban el camino, de manera que nadie excepto los espíritus de los
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
Durante ciertos meses del añ o el mar se encrespa en el cuarto
nivel y sale para la tierra. Cuando vemos que el mar está bravo y sucio
con fuertes corrientes pensamos que Dios está molesto con nosotros,
pero no es así: Dios nos está mandando peces para reabastecer los
mares. Cuando el mar se calma de nuevo podemos ver que hay peces
en abundancia.
Me paré sobre una alta muralla de puro oro y observé el panorama
que se extendía hasta los límites de la vista. Vi una campana
grande cuyo sonido llega hasta la casa de Dios en el octavo nivel.
Su sonido alcanza el lugar del trueno, el lugar de los á rboles
(Sapibe-nega), el lugar de las lluvias. Alcanza a Kalu Ibaki y a
Tagarkun Yala. En la casa de Dios hay otra campana y su tintineo
se puede oír en todas partes, aú n en el cementerio.
Vi muchos pueblos que tenían campanas de oro. Había mucha
gente manejando carros en las calles, y todos los hombres llevaban a
sus mujeres del brazo. Había una profusió n de flores de oro y plata,
aves de oro y plata. Todo era de oro y plata: las campanas, los relojes,
las banderas. Yo vi todo esto desde la muralla de oro en el cuarto
nivel.
Pero no piensen que esto es el Reino de Dios. Esto está muy
lejos…
Entonces el espíritu del padre muerto se volvió hacia los que
estaban presentes en el congreso y dijo:
–Miren el cementerio. ¿Creen ustedes que es hermoso? ¡No! Está
muy sucio porque ustedes nunca lo limpian ni cortan las malas yerbas.
El guía me dijo que tenía que regresar al cementerio a buscar otros
espíritus y me dejó . Un platillo de oro bajó y el capitá n me llamó :
«Ven conmigo», me dijo: «He venido a llevarte al Reino de Dios».
Subí al platillo y fuimos al nacimiento del río Oloubikun Tiwar, que
también se llama Olobelen Tiwar. Había un pueblo grande rodeado
de una muralla de oro. Este es el lugar donde están estacionados todos
los platillos de oro que recogen los espíritus de los niñ os y de la gente
buena para llevarlos al Reino de Dios. El guía me dijo: «¡Te voy a
dejar aquí!», y se me alejó .
Llegó un cayuco y subí en él. Comenzó a moverse rápidamente
552
encima del agua y todas sus banderas flameaban al viento. Pasamos
un pueblo que tenía muchas banderas clavadas en los techos de las
casas, campanas de oro y flores abundantes. Continuamos y llegamos
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
En ese momento se me acercó un cayuco de oro. El capitán me
dijo: «Aquí termina tu viaje. No puedes seguir más adelante. Dios me
dijo que te dijera que regresaras al cementerio porque no te portaste
bien en la vida». Comencé a llorar. El capitán me dio una carta que
decía que debía regresar al cementerio y quedarme allá por diez añ os.
Regresé al cementerio, pero la vida allá no es tan mala porque hay
suficiente comida y muchas flores fragantes. Había allí mucha gente:
hombres viejos que habían estado allí por diez, veinte, treinta añ os.
Otros no hacía mucho habían partido para el Reino de Dios; otros
habían salido hacía pocos meses. Toda la gente buena había partido
hacia el Reino de Dios tan pronto como habían llegado, sin pasar
ningú n tiempo en el cementerio.
Estuve allí por diez añ os. Hay una pantalla grande en la cual
se muestra la vida de uno como en el cine: si uno ha robado o ha
maltratado a su mujer o engañ ado a una mujer ajena, aparece en la
pantalla. Cuando todo el mundo está mirando puede venir un hombre
por entre el monte cargando un racimo de guineos robados y uno
pensará: «¿Quién será ese hombre que viene por entre el follaje?» ¡Y
será uno mismo! Dios está viendo todo lo que hacemos aquí en la
tierra. É l está mirando todo lo que hacemos en casa, en el río, en el
monte. Es por eso que siempre debemos ser buenos.
En el cementerio había una casa grande con una mesa de oro
en la cual había cartas mandadas por Dios. Iba allí a menudo, y un
día, por fin, había una carta para mí. Decía: «Bien, hijo mío, ahora
puedes venir a donde mí. Has estado en el cementerio por diez
añ os y todos tus males han sido purgados. Estás limpio y sano. Ven
a mi reino».
Llegó el guía y comenzamos a descender, y pronto alcanzamos
el cuarto nivel. Nuevamente llegamos a la casa de Welibdor. Todo
era de oro: mesas, platos, botellas, las hamacas. É l me dijo: «Vamos a
comer». El oficio de este diablo es dar de comer a los espíritus de los
muertos que pasan por allí. La comida era deliciosa: pavo de
monte, puerco de monte, mono todo frito. También me dio
plátano, otoe, yuca y guineo; y también me ofreció café, cacao y
chú cula de guineo maduro. Comí con gusto y pronto estuve lleno.
554
Welibdor me dijo que él no podía comer nada. Me dijo: «Dios hizo
que yo me quedase aquí porque yo era muy egoísta y todo lo
quería para mí. Cuando vivía yo en la tierra nunca ofrecí comida ni
Literatura kuna tule
bebida a aquellos que me visitaban. Por esa razó n ahora tengo que
brindar comida a los espíritus. Pero yo no puedo comer nada. Este
es el castigo de Dios». De repente llegó un muchacho con varios
platos llenos de comida y los puso frente a Welibdor. «Mira esto»,
dijo el diablo. Comenzó a oler la comida: Usi, usi, usi… y con el olor
I
6. Historias de neles
otra vez.
Seguidamente llegué a una inmensa oscuridad que tenía que
entrar porque yo había llevado una vida mala en la tierra. Dentro
había murciélagos inmensos del tamañ o de pelícanos. Cuando entré
me morí. Cuando me desperté estaba afuera a campo abierto, pero
los murciélagos se habían comido mis orejas. Continué andando
y encontré a mi suegra. La saludé y ella me dijo que la tocara en
la espalda. Al hacer esto se convirtió en candela y me quemé,
volviéndome cenizas. Cuando yo vivía en la tierra una vez la había
engañ ado mientras ella hacía chú cula de guineo maduro.
Cuando me desperté continué a lo largo del camino. Aunque había
permanecido en el cementerio por diez añ os aú n no todos mis
pecados habían sido borrados. Me encontré con mi cuñ ada y la
saludé. Me dijo que le tocara en la espalda y cuando lo hice se me
trabó la mano. Ella se convirtió en un á rbol y yo estaba subido en
sus ramas. Perdí el balance y fui a caer en unas rocas afiladas. Me
pasó esto porque también la había engañ ado un día. Volví en sí y
continué mi viaje.
Después llegué a un lago lleno de sangre. El guía me dijo: «Tienes
que cruzar este lago». Comencé a cruzar por el puente a través del
centro del lago y me caí. Al caer perdí el conocimiento. Cuando me
desperté estaba en la orilla opuesta. El guía me dijo que había recibido
este castigo porque había maltratado a mi mujer y esa era su sangre.
Todas estas cosas me estaban pasando porque había cometido faltas
en la tierra. Después llegué a un lago pequeñ o de sangre que traté de
cruzar pero caí en el puente y me ahogué. Cuando volví en sí el guía
me dijo que esa era la sangre de mi hijo: yo le había dado golpes a él
también. No es bueno golpear a los miembros de la familia en la tierra.
Apuré el paso y entré en un viento fuerte. Había una soga tendida
en el paso. Era la soga de los kantules. Cuando se le castiga a
alguien aquí es porque ha peleado con los kantules. Pero a mí no me
castigaron porque en la tierra había tratado siempre a los kantules con
respeto. Entonces llegué a un lugar donde muchas á guilas y perros
de Kamu estaban reunidos. Las águilas cantaban mientras daban
vueltas en el aire. Este lugar también es de los kantules. Tampoco
fui castigado aquí.
556
Seguidamente llegué a un trapiche grande que se abría y se
cerraba con mucho ruido. Yo lo podía oír a medida que llegaba al
Literatura kuna tule
camino. Esto es para los hombres que han engañ ado a las mujeres
mientras muelen la cañ a. Más adelante oí el ruido de unas tijeras
gigantes que se abrían y se cerraban. Estas tijeras pertenecían a las
iets, las mujeres que cortan el pelo de las adolescentes durante las
ceremonias de la pubertad. Si no las tratan con respeto serán
I
6. Historias de neles
a buscarme. Me subí y partimos. Fuimos por un camino que tenía
ocho brazas de ancho. Había monedas de a diez centavos de puro
oro tiradas por todas partes. El camino brillaba como un espejo, pero
era de puro oro. Había muchos hombres paseando con sus mujeres
del brazo y por todas partes había muchos carros llenos de gente y
muchas flores. Había cientos de caminos que conducían a la casa
de Dios. Toda la gente le iba a visitar. Mucha de la gente tocaba
flautas y guitarras. Vi muchas mujeres que se mecían en la suave
brisa. Pero cuando me les acerqué eran flores de diferentes
clases.
Continué a lo largo del camino y vi otros caminos con calles
adyacentes que tenían ocho brazas de ancho. Las había por todas
partes. Había un camino que brillaba con chispas de luz, como
relámpagos; lo llaman Olotagarkun Igala. Vi mucha gente caminando
en este camino, pero cuando me acerqué vi que no era gente sino oro.
La pró xima calle que vi parecía que saltaba. Pero cuando me acerqué
vi que era el oro que brillaba. Se llama Olokakwabak Igala.
Llegué a otra calle que estaba llena de tapires. Cuando me acerqué
vi que no eran tapires sino puro oro; se llama Olomolikun Igala. Yo vi
muchas calles allá: Oloyannukun Igala («calle del puerco de monte»),
Olowedarkun Igala («calle del saíno»), Olosulukun Igala («calle del
mono»), Olosiglikun Igala («calle del pavó n de monte»),
Olokwamakun Igala («calle del pavito de monte»), Olopaarukun
Igala («calle del canario»), Olosuisupikun Igala («calle del
pechiamarillo»). Yo pensé que todas estas calles estaban llenas de
animales, pero cuando me acerqué vi que no eran animales sino
puro oro.
Todos veremos algú n día estos lugares, ya que moriremos algú n
día. No estamos aquí para vivir para siempre. Todos ustedes morirán
y verá n las cosas que yo he visto.
Finalmente llegué a la casa de Dios. El camino por el cual llegué
a la casa estaba bordeado con árboles de oro y plata. Había pájaros de
todas clases sentados en las ramas cantando. En el parque que
rodeaba la casa había muchas bancas y mesas de oro. El guía me
dijo: «Toda la gente que has visto tocando flautas y guitarras
vendrán a la casa de Dios para la fiesta». Había muchas flores de
558
diferentes clases, y se sentía una suave fragancia en el aire. El guía me
dijo: «Dios vendrá el domingo».
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
Me dijo: «Ahora tú has venido a mí porque has recibido tus
castigos y ahora está s limpio».
Entonces abrieron el ataú d. Dentro había puro oro. Jesú s me
metió en él. Al principio yo pensé que no iba a caber porque era muy
alto y el ataú d era muy corto, pero lo hice. Se cerró la tapa y perdí
el conocimiento. Estuve allí por una hora hasta despertarme. Mi
cuerpo entero me picaba y vi que me había convertido en oro.
Después de dos horas abrieron nuevamente el ataú d y vi que todas
mis ropas eran de oro. Al principio no me podía levantar porque
estaba muy pesado. Finalmente logré hacerlo y noté que era más
pequeñ o que antes: todos en el reino de Dios tienen el mismo
tamañ o. Entonces Jesú s me dio un saco, un sombrero y zapatos de
oro, y en cada bolsillo me puso B/50, B/300 en total. El me dijo:
«Con toda esta plata tu podrá s pasear por las calles. También todo el
dinero que ahorraste en la tierra se te devuelve aquí».
Salí a la calle y en la primera esquina me quitaron B/50. Lo mismo
pasó en la esquina siguiente. Después de pasar seis esquinas me
quedé sin plata y me puse a llorar. Había perdido mi dinero porque
no me
había portado bien en la tierra. Yo me sentía feliz en el reino de
Dios pero en ese momento me sentí triste porque había perdido mi
dinero. Regresé a la casa de Dios y allá me dieron má s plata.
Alrededor de la casa de Dios había muchos carros llenos de gente
que había venido a visitarle. Sentí mú sica. Los suaribedis llegaron a
saludar a Dios. Después llegaron los argars y finalmente los sáhilas.
Entonces llegaron los otros hombres grandes. Había una gran mesa
con muchas flores alrededor. Dios y la Madre llegaron y se detuvieron
al lado de la mesa. Toda la gente les vino a saludar, y tocaron
mú sica de flautas: supe, kuli, kam buruwi. Todos los hombres y las
mujeres bailaban y tenían puestos vestidos lucidos. Todo el mundo se
estaba divirtiendo mucho.
Dios me dio un telescopio (kamu) y comencé a mirar todo lo
que había en el reino de Dios. Todos los edificios y sus
campanarios brillaban intensamente. Pero aú n con el telescopio no
podía verlo todo: es muy extenso. Después volví el telescopio hacia
los Estados Unidos. Observé todos los grandes edificios, torres,
560
banderas que ondeaban al viento y muchos carros en las calles.
También vi grandes muelles con barcos muy grandes. Pero no es de
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
larga.
Cuando hay una chicha todo el mundo va. Pero hay gente que
se queda afuera porque no sabe tomar chicha fuerte. [A] otros, que
han peleado con los kantules, les es prohibido entrar, así mismo con
los kantules que han peleado durante las chichas. Todos los que han
cooperado durante las ceremonias están contentos y pueden entrar.
La historia del espíritu se terminó aquí. É l dijo:
–Hasta aquí yo había llegado en el reino de Dios antes de que
ustedes me llamaran.
Nele Pailiber le había llamado para que él hablara a la gente, y
cuando hubo terminado desapareció . El espíritu había sido como
un radio: había hablado pero no había estado nunca allí de cuerpo
presente. Cuando terminó de hablar había dejado de existir.
(Chapin, 989: 33-5)
7. escritores kuna tule
igUANigiNAPe KUNgiLeR
Abuela
Abuela, tú no has
muerto, vives conmigo,
me sigues enseñ ando diariamente
en medio de esta ciudad sin memoria.
564 Tinaja
Cuentan mis abuelos
Literatura kuna tule
Tinaja e Ipelele
son de la misma sangre;
I
ipelele
Nána Kayapai,
desde el fondo del río
Tuiliwala, sonrío con
satisfacció n
al mirar a sus hijos nacer
desde la tinaja de oro de plata.
El gran río se estremeció ,
las nubes se acoplaron para dialogar del gran nacimiento,
las distintas capas de la Madre Tierra
se acomodaron,
se fortalecieron
y profanaron profecías.
El fuego se levantó
con su sombrero brillante
para la lucha,
para señ alar el camino de esperanza.
El viento volvió a danzar
como la primera vez
cuando Papa y Nana estaban formando a la Madre
Tierra.
El fuego
el viento
el agua
las plantas
y los ocho hermanos
volvieron la memoria
de mi Pueblo Tule.
(Green, s/f: s/p)
ARysTeiDes TURPANA
Archipiélago
Aquí isla de Kuepti
mariposeando el frío se desangra,
muerde horas clavadas en la pared.
Mi abuelo desenvaina sueñ os.
Mi abuelaó garra salvaje y mandibulaó
abanica la palabra
soledad. La borrasca trae
flores entre sombras.
El mar dispara
delfines
mirándose al sol.
Cerro Ipeton
emite nieblas misteriosas
a mi alrededor.
566
Nada nada nada.
Literatura kuna tule
Awá-pit y chocó
3). Las relaciones entre los sindaguas y los awá son las que resultan
más evidentes, y cabe la posibilidad de que los awá sean
descendientes o remanentes de los sindaguas.
Los awá han recibido un gran impacto negativo sobre sus saberes
propios, hasta el punto de que es muy poco lo que se conserva o cono-
ce de sus relatos tradicionales; con todo, tanto ellos como los embera
y los wounán continú an hablando sus lenguas originarias; lenguas en
las que siguen contando y cantando algunas de las literaturas más hú -
medas del mundo.
Awá-pit y chocó
Awá-pit y chocó
las expediciones de Belálcazar procedentes de Quito» (Ceró n, 992:
4). Siguiendo a Ceró n debe decirse que las encomiendas españ olas
se generalizaron a lo largo del río Mayasquer, que es conocido oficial-
mente con el nombre de río San Juan. Los reductos de la població n
indígena quedaron a cargo de los padres Mercedarios, provenientes
de Ecuador. En 850, abolida la esclavitud, los afrodescendientes li-
bres se dispersaron buscando tierras y tal presió n implicó que mu-
chos nativos se aislaran parcialmente y replegaran en las montañ as
de selva. Notoriamente más impactados que sus vecinos originarios
del norte, los inkal awá hoy por hoy se distinguen en tres grupos con
diferentes niveles de aculturació n. Como hizo notar Ceró n (992), si
los awá de fines del siglo XIX vestían tejidos de corteza de damajagua y
vivían parcialmente desnudos, tal situació n cambió cuando los misio-
neros de corrientes renovadas les impusieron un tipo de uniforme que
aú n lucen muchos de los hombres mayores. No es casual, por
tanto, que hasta hace poco se creyera que los awá no poseían siquiera
una mitología propia, tan aculturados como parecían; pero la
mantenían calladamente oculta; una estrategia que les ha
permitido conservar
algunas de sus expresiones culturales hasta el presente. Profundizar
sus relaciones interculturales a través del conocimiento médico con
indígenas del vecino Putumayo, en Colombia, con los pastos de Na-
riñ o, y con los afines tsachilas (colorados) y cayapas de Ecuador, es
otro de los retos que plantea este periodo de resurgimiento y trueno
de los inkal awá .
Sobre las culturas embera y wouná n no se puede hablar en los
mismos términos de ocultamiento cultural que definieron hasta hace
poco a los awá. Aunque más aisladas, ellas han sido más visitadas por
investigadores cuyos registros permiten conocer su devenir histó ri-
co. Las memorias fotográ ficas que incluye una reciente exposició n
del Museo del Oro, permiten mencionar a Erland Nordenskiö ld (en
927), Henry Wassén (en 934 y 955), Alicia y Gerardo
Reichel- Dolmatoff (en 960 y 96), Luis Guillermo Vasco (a
finales de los sesenta), Fernando Urbina (en 973) y Mauricio Pardo
(entre 980 y
574
983). Sobre Nordenskiö ld, etnó grafo sueco, es de notar que trabajó
con Sélimo Huacorismo, y que conoció a Floresmiro Dogiramá ,
tam- bién jaibaná y célebre narrador embera de río.
Pacífico
. Ulloa señ ala que «la pintura corporal y facial es muy importante en la
celebració n de la curació n y del canto; permite la comunicació n con
los /jai/ pues se utiliza pintura representativa del animal o de las hojas
que se invoquen. Las ayudantes, los participantes y el jaibaná van
pintados, y en algunas ocasiones también los enfermos» (992: 69).
les», así como barrer, condensar y, finalmente, chupar las esencias de
las enfermedades. Lo que se pinta es la esencia, que también puede
ser expresada por la palabra; pero no cualquier tipo de palabra:
palabras elaboradas, transmitidas y eficaces. Palabras fuertes y
mayores como las expresadas en las tradiciones mítico-
literarias.
La elaboració n oral se acompañ a y apoya en la elaboració n gráfica.
Una actitud semejante define a otras tantas literaturas u oraliteraturas
indígenas. Un ejemplo clásico y antiguo es el del quipucamayoc inca
contando con el apoyo de su quipu, o instrumento textil de nudos,
posiciones y colores. Otro ejemplo es el de la tejedora que canta a
propó sito de lo que está tejiendo. Un ejemplo embera lo otorga Ulloa
al describir la ceremonia del canto de /jai/:
[…] cuando el jaibaná canta no lleva pintura en la quijada; cuando invoca
poder tampoco, porque él ahí está en contacto verbal con los /jai/; pero
cuando debe curar y tiene que hablar en el canto por el enfermo,
entonces para su comunicació n personal sí utiliza los diseñ os de la quijada.
578
Se podría creer que este diseñ o de la quijada es la continuación de la
palabra. (992: 30).
Pacífico
aunque casi extinta entre los embera katío, suele ser de confecció n
femenina, así como la cestería; mientras que las tallas en madera les
corresponden a los hombres.
Los célebres cántaros chocó se distinguen por su forma antropo-
morfa con «barriguita». Vasco ha sostenido que los cántaros represen-
tan a los seres esenciales; es precisamente en su interior en donde se
fermenta la chicha para las fiestas comunitarias, y segú n explica, la
chicha de maíz es generadora del ser embera. Este antropó logo cuenta
que durante el rito de paso de niñ a a mujer, ella es aislada en un recin-
to en donde pasa al menos un par de días adornando su chocó, cántaro
que la acompañ ará durante toda su vida.
El autor de Semejantes a los dioses (987) señ ala así mismo que
los embera de montañ a conservan el arte de la cerámica, aunque
adap- tada a las necesidades y pedidos de sus vecinos colonos. Las
mujeres mayores suelen usar paruma (tela tradicional enrollada a la
cintura) debajo de ropas occidentales. Los hombres realizan tejidos
con hilos. En cuanto a los tejidos de los embera de río, Wassén
(988) cita a Severino de Santa Teresa y a Nordenskiö ld, en
referencias directas a cabuyas con nudos comparables en lo
nemotécnico a los quipus de
los Andes centrales. Ahora bien, si hoy en día los embera de montañ a
se asemejan más a sus contemporáneos andinos que a los selváticos,
es muy probable que cualquier tipo de relaciones con los nú cleos ci-
vilizadores centroandinos se establecieran en el pasado a través del
corredor marítimo del Pacífico.
. Hasta el momento solo he escuchado a una embera que en cierta ocasió n leyó
en Bogotá unos poemas que había escrito; los llamados «poemas» eran ante todo
unos escritos de contenido reivindicativo, y no poseían motivos tradicionales.
embera, Karagabí dice haber surgido de la saliva, sí, pero de la saliva
del mundo, que es el agua primordial. En cambio Tutruiká, aunque
se creó a sí mismo, aparece en el viento.
Karagabí, que venía de un mundo más arriba, y Tutruiká, que ve-
nía de un mundo más abajo, se encuentran en este mundo y se ponen
a crear gente con piedra y con barro, respectivamente; así es como
combinan sus cualidades –en el clásico tema del intercambio de pen-
samiento y materiales entre el supramundo y el inframundo en la con-
figuració n del planeta Tierra, un tema central en los cantos estacio-
nales uwa del área oriental andina–. La creació n de los seres humanos
a partir de muñ ecos modelados por hombres-deidades primordiales
aparece en otras literaturas indígenas de Colombia. Kemoko, hombre
primordial yukpa, fabrica cuatro muñ ecos de tierra, dos hombres y
dos mujeres. Una narradora wounán no se refiere a Ewandamá como
el modelador de los muñ ecos, sino a Jesucristo, quien los dispuso
en una playa vacía, encontrándolos vivos tras el paso de la noche
584
(duran- te el amanecer). Un narrador katío cuenta que el Sol se
hizo labrar unos palitos de chonta, y que a cada uno lo marcó con
un apellido; luego los puso sobre una playa grande en el Chocó , se
Pacífico
puso a tocar su tambor y los hizo levantar por montones. Eran tantos
que la playa se llenó y tuvieron que migrar hacia las cabeceras de los
ríos. Vélez (990 [982]) integra en su versió n los relatos recogidos
por los misioneros Severino de Santa Teresa y María de Betania, así
como el que escu- chó a Justiniano Domicó ; en la versió n integrada
los muñ ecos del ser de arriba son inferiores a los del ser de abajo.
Karagabí logra crear un hombre a partir de un pedacito de barro
donado por el avaro Tu- truiká; diez añ os más tarde Karagabí crea
una mujer (su compañ era), la forma con otro pedacito de tierra y un
pedacito de costilla. Este es el tipo de relato tradicional en que el
narrador integra elementos bí- blicos, un rasgo muy comú n en la
oraliteraturas de ingas y camëntsá. En numerosas ocasiones,
dependiendo de la persona que relata y también de a quién le
relate, los narradores sienten la necesidad de adecuar las versiones,
quizá para agradar al oyente si este es misionero o antropó logo, o
incluso para acoplar su tradició n a la del mundo de los extranjeros
que preguntan. Es lo que Pineda y Gutiérrez (999) llaman una
respuesta forzada. Sin embargo, no siempre es así, ni ne-
cesariamente implica que los indígenas hayan olvidado sus historias
de creació n, pues en muchas otras tradiciones del área, incluyendo las
vecinas de los Andes, no es prevalente la idea de creación: el mundo
ya estaba creado y los primeros hombres, frecuentemente mensajeros
de una deidad también preexistente, cumplen el papel de lo que en
quechua cusqueñ o se denomina camac, es decir «animar».
De hecho, Karagabí moldea y luego sopla sobre la frente y las
ex- tremidades del muñ eco. Soplar equivale a animar, a darle vida al
mu- ñ eco. Sin embargo, «tiempo después, Caragabí hizo de un salivazo
un nuevo personaje a quien llamó su hijo» (Vélez, 990: 7-20); y en
otra versió n, «Caragabí produjo de la nada una gota de agua, la cubrió
con una totuma nueva, y al día siguiente al descubrirla la halló
convertida en un indio catío» (990: 6). Luego hizo lo mismo
para hacer una mujer. A continuació n les enseñ ó có mo producir las
gotas. Surgió así una nueva pareja. La mujer, sintiendo la humedad
de la gota aú n en sus dedos, los sacude, y de esas «menudísimas
gotas» salen los cunas o tules, unos vecinos que segú n el relato
terminan siendo menos que los embera, lo cual se explica en parte
585
por sus antiguas pugnas territoria-
les. Parte de la clave está en reconocer el modo como el relato anterior
reproduce el esquema de luchas entre seres primordiales diferentes,
hace y Antomiá llora en el agua, lo que evoca los árboles awá que
lloran mientras caen. No es casual que hoy en día muchos narradores
se refie- ran al espíritu del río como «monstruo», demonio y diablo. El
opuesto complementario fue demonizado por presió n de la
dialéctica judeo- cristiana –algo ya visto en otro relato awá–; así es
como se reinterpretó el hecho de que la deidad celestial favoreciera la
naturaleza doméstica, mientras que la deidad terrenal favorece la
naturaleza salvaje. Karagabí es símbolo de la inteligencia humana que
se impone sobre el medio, y de allí sus enfrentamientos a muerte
con su padre y hermanos. Los animales le hacen caso, él los ha
domesticado como el jaibaná a sus jais. En las oraliteraturas de los
embera y los wouná n se insiste en la figura de un civilizador
heroico solo en términos humanos: pues nos configuró y sopló como
hace el jaibaná o benkuna con sus bastones y tallas. Pero es
interesante que –a diferencia de otras tradiciones míti- co-literarias,
la awá, por no ir más lejos– ese tipo de conciencia huma- na,
exceptuando algunos relatos, no llegue a prevalecer y al contrario
tenga que pactar, definir sus limitaciones y reconocer el espacio pro-
pio de otras fuerzas, encarnadas por ejemplo en Tutruiká, el antomiá,
la pakore (Madre de los animales), o en infinidad de poderosos jais o
esencias. Los awá, de quienes se dice que se sienten vigilados por los
seres sobrenaturales, tienen que vérselas con los gigantes de la selva,
los espíritus del agua, el duende y el cueche (arco iris).
Como Karagabí o el Hijo de la pierna, un jaibaná realiza una espe-
cie de «domesticació n» de esas fuerzas hostiles de la naturaleza salvaje.
El Hijo de la pierna mata serpientes, tigres, monstruos del agua, pero
siempre deja una pareja para que no se acaben. Es, por un lado, la idea
de que el hombre regula y toma control del territorio; pero, por otro,
los embera y wounán –principalmente sus jaibaná, benkuna y tachin-
ave– saben que el equilibrio es más bien un constante pacto con esas
esencias indó mitas pero necesarias. No es que el jaibaná tenga poder
sobre todo, pues ni el mismo Karagabí lo tuvo –y ya sabemos que
el Hijo de la pierna cayó del cielo cuando trató soberbiamente de
tumbar la Luna–. El jaibaná, el benkuna, la tachinave, todos saben que
tienen poder; la gente les reconoce sus poderes y los temen, pero a
veces terminan por aburrirse de ellos, como le pasó a Jinú Potó .
Jaibaná , benkuna y tachinave también saben que sus poderes
60
dependen de una
correcta comunicació n con las esencias: ellos no dominan a sus jais;
en realidad, tratan continuamente de agradarlos, les hacen fiestas, los
jepá
Jepá
talidad de nuestro tiempo la tala del árbol primigenio, caracterizado
por su verticalidad de antigua. En los episodios sobre la Jepá
queda en entredicho el gran poder y control de los jaibanás, y má s
bien se les critica su falta de cuidado, su soberbia y ambició n de
poder que generan nefastas consecuencias –tipo Hijo de la
pierna–.
Ahora bien, el hecho de que la boa devore a la joven casadera
se conecta con el motivo del matrimonio sobrenatural. Mú ltiples
relatos de la literatura wounán presentan la figura de una joven recién
desa- rrollada que sostenía relaciones de placer sexual con un sábalo
que le pasaba por entre las piernas dentro del río. A ese episodio se
suma el de la mujer que tenía relaciones con una serpiente que
cobraba forma de hombre. Por lo general, los padres se dan cuenta
y el padre mata al yerno animal. En otro relato, el nutria, que había
tomado forma de hombre para casarse con una wounán, es advertido
por su mujer cuando está a punto de ser atrapado y huye; y como
consecuencia también desaparece la abundancia de peces que el
héroe nutria traía consigo.
Los cuñ ados envidiosos que espían a la nutria, descubren su
identidad y la hacen emprender la fuga, son el tema de un relato
embera contado por Dogiramá (Dogiramá y Pardo, 984). Se tra-
ta del clá sico alejamiento del héroe benefactor, cuya identidad u
origen es sobrenatural y quien es frecuentemente incomprendido,
envidiado y rechazado. En otra variante, un padre cuestionado en-
trega a su hija al Amparrá Zeze, «Dueñ o de los peces», a cambio de
obtener una continua y abundante pesca. El dueñ o se le ha
apareci- do sentado sobre una roca en mitad el río. Basándose en
los dibujos embera del medio Atrato, Ulloa ( 992) señ ala que las
piedras de los ríos funcionan como límites en donde se presentan
seres extraordi- narios y recurrentemente antropó fagos.
Otro relato wounán se desarrolla en torno a un pescador que es
engañ ado por las ranas, a las que ve como gente, hasta el punto de
llegar a tomar una esposa entre estas. En la oraliteratura de los
embera de río son especialmente abundantes los relatos sobre
matrimonios o uniones sobrenaturales con mujeres gallinazos o ranas,
604 y hombres lombrices o serpientes. Un hombre sobrevivió al
exterminio que cau- só un jaibaná; quedó solitario, y tomó la
costumbre de dejar un puerco muerto a los gallinazos. Un día
Pacífico
recibió la visita de las aves y terminó por juntarse con una mujer
gallinazo, a la que escondió su «camisa de plumas» por consejo del
hermano ave. La idea era que ella quedara convertida solo en
mujer… así podían vivir juntos. Es el reiterado y extendido tema
del rapto de la esposa sobrenatural.
Numerosos relatos, comunes entre los vecinos kuna tule del
Da- rién y San Blas, cumplen con la funció n de detallar la geografía
mor- tuoria. En el contexto de los cantos de jai,
[…] una vez inhumado el difunto, el jaibaná canta para que el espíritu
del muerto encuentre su camino y deje tranquilos a los vivos. Por otro lado, la
viuda o viudo y sus familiares expresan la tristeza por medio de cantos, en los
cuales se narran las cualidades de la persona ausente, y del uso de la pintura
facial y corporal. (Ulloa, 992: 3).
El tema del viaje al cielo, tan comú n en las literaturas arcaicas del
mundo, aparece entre los chamí bajo el esquema de una enorme ave
blanca que se compadece del dolor de dos muchachas que se quieren
morir a causa de la pena por la muerte de una de sus hermanas.
An- castor, el ave, las lleva al Bajía (el cielo) y allí ellas reconocen no
solo
a su hermana, sino a un hermano que había muerto antes. Hacen caso
de no abrazarlos, como les había indicado el ave guía, pero rompen
la prohibició n de no tomar nada de allí. Una de ellas guarda en la
boca un grano de maíz y la otra una fruta de chontaduro (Vélez, 990
[982]: 88). Es el motivo del robo mágico: las hermanas devienen en
heroínas civilizadoras; donan las semillas y además tranquilizan a la
gente con su historia sobre el destino de los que mueren. En otro
relato chamí, fragmento aparte del Hijo de la pierna, un niñ o cazador
viaja al supramundo convertido en ave, solo para comprobar lo que
le habían dicho: que su abuelita al morir se había ido para el cielo,
convirtiéndose en el Sol.
Tal como le contó el jaibaná Selimo a Erland Nordenskiö ld,
etnó grafo sueco, durante la noche al otro lado del mundo el sol
también brilla; allí la gente chiperá , hecha de madera, «no muere»
(Wassén, 988: 99). Para los chamí, del cielo no solo baja la lluvia,
también los espíritus de los familiares que vienen a acompañ ar a
al- guien en su tránsito mortal; descienden por la antigua escalera
605
hasta
el patio de una abuelita que casi se muere del susto. Las hermanas
que en su regreso del Bajía traen el maíz y el chontaduro evocan la
Jepá
imagen del niñ o que en un descuido de su madre arranca una flor de
los bejucos que adornaban una escalera semejante al cristal, escalera
có smica que por esa transgresió n se rompe. El arriba y el abajo que-
dan aislados. En este punto podemos reconocer varios elementos: )
la escalera original era el árbol que fue talado por los hombres o el
héroe cultural, con la ayuda de animales auxiliares; 2) la escalera que
bajaba hasta Lloró , al igual que el gran á rbol, está envuelta en
beju- cos; 3) el pequeñ o niñ o que arranca la flor es equivalente al
pequeñ o roedor, o al pá jaro que termina de trozar el bejuco que
impide la caída del árbol (lo pequeñ o prevalece); 4) la comunicació n
se rompe (motivo del castigo que sigue a la ruptura de una
prohibició n, de tipo pecaminoso por referencia a la historia de
Adán y Eva); 5) en la historia que parece más arcaica, que es
recurrente en todo el Pacífico colombiano y también en áreas como
la amazó nica, la ruptura de niveles se produce tras la tala del gran
á rbol originario. En el con- texto awá la tala del gran árbol
corresponde a un atentado contra el Padre-madre (pues los awá
surgieron de los á rboles), mientras que en el pensamiento mítico
embera corresponde al hecho trágico de
que el Hijo de la pierna no puede, o no quiere comprender que su
nacimiento representa la muerte de su madre.
En los cuentos sobre animales, los wounán y embera katío tam-
bién privilegian, como en otras oraliteraturas de Colombia, la figura
de los pequeñ os y astutos animales. No es raro el caso de las pacientes
astucias de la tortuga. El conejo y el ñ eque burlan y vencen al tigre. El
guatín wounán se hace pasar por el hojarascal del mundo para ame-
drentar al atemorizante tigre. Ahora bien, los relatos sobre conejos pí-
caros podrían ser una influencia de los afrodescendientes, entre quie-
nes también se relata este motivo; unos y otros tratan de «tío» a per-
sonajes como el conejo, a quien deben un solapado respeto. En otros
relatos sobre animales se narran las ya mencionadas historias sobre el
nutria que se hace pasar por humano para casarse con una mujer, y el
enfrentamiento entre un oso negro real y un oso hormiguero grande,
encuentro que puede inscribirse en el motivo de la competencia má-
gica. Como Karagabí y Tutruiká, uno de los oponentes hace un
poco más de dañ o, pero al final cada uno se retira a su propio ámbito.
606
Si nos remitimos al kipará,
[…] entre los diseñ os masculinos está n los de animales, como el aribada,
Pacífico
el oso, la culebra, la boa mítica. Entre los objetos están los círculos,
medios círculos concéntricos, rombos y combinació n de los dos. Algunos de
los dise- ñ os usados por el jaibaná son los de tigre, boa mítica, maíz y círculos
o cadena. (Ulloa, 992: 220).
. Patricia Vargas, quien estudio las relaciones interculturales entre los embera,
wounán y kuna tule, propone una interesante interpretació n para el episodio
mitoló gico de la tala del á rbol «puede ser entendido como el momento que marca
el acceso de los embera al valle principal, oportunidad en la cual los hombres
con los que se ha compartido en un inicio empiezan a formar parte de otro
mundo y son figurados como animales. La gente se resguarda de la inundació n
originada por el derrumbe del Jenené en los cerros Torrá (alto río San Juan) y
en el Mujarrá (alto río Atrato)» (993). Esta reflexió n nos permite comprender
la separació n histó rica entre comunidades originalmente má s afines. En el nivel
mitoló gico se trata una vez má s del motivo de la lucha mágica entre hermanos.
se presenta a los hombres en forma de zaíno, perdiz, pez, etc.,
«pero es una mujer madura que vive en tú neles invisibles» (citado
por Ulloa,
992: 67). Ya hemos visto que una figura algo similar es la Betata de
los chamí, pues ella es una heroína civilizadora al tiempo que posee
los poderes nocturnos para hacer trabajar a los animales y multiplicar
las cosechas de maíz. Dabeiba es una figura asociada con la tradició n
de los embera katío, y sobre ella se dice que legó algunos de los
elementos más característicos de la cultura embera: arquitectura,
cuidado de los animales domésticos, agricultura, cestería, cerámica y,
como si fuera poco, el kipará: la escritura corporal embera. Al final,
Dabeiba se re- tira al cielo como Karagabí-Untré y, a diferencia de
Betata, adquiere características de deidad reguladora del clima y los
movimientos sís- micos. En suma, se transforma en una diosa de
quien dependen las cosechas. En la historia sobre Dabeiba parecen
conjugarse diferentes versiones y seres primordiales al modo de una
leyenda popular, no de una narrativa tradicional.
607
Mencionamos al inicio que hasta hace poco los estudiosos de la
cultura awá desconocían siquiera que estos tuvieran una mitología.
Un buen ejemplo de ella, en la breve y fragmentaria tradició n mítico-
Jepá
literaria publicada, es el de Ippa, un niñ o que era capaz de convertirse
en relá mpago-rayo-trueno.
Ippa trata de ser suplantado ante el comisario awá por los
mayores de la comunidad, quienes reunidos para resolver la escasez
de chiro, una especie de plá tano, decían tener la facultad de
adivinar con el poder fulminante del rayo. En el motivo de lo
pequeñ o prevalece, el comisario descubre que la persona que posee
el poder es un niñ o que está junto al fogó n. A él le entrega una
cadena de oro y un anillo de oro; pero ambos objetos le quedan
grandes. Irritable como todos los personajes hijos del trueno, Ippa
se disgusta con su familia a causa de una comida que no le ha
gustado y su rabieta eléctrica los deja privados. Similar a lo que le
pasaba al Hijo de la pierna, los peligrosos poderes de Ippa asustan a
su propia familia; por eso lo echan de la casa. El comisario lo
acompañ a al monte, en donde se encuentran al Astaró n, «el gigante de
la selva», un dueñ o de los animales que reta en competencia mágica al
joven. Haug explica que los awá se suelen sen- tir vigilados por seres
superiores como el Astaró n o el «Indio bravo», quienes «tienen figura
indígena, pero son gigantes y deambulan por la
selva curando a los animales heridos que dejó un cazador ineficiente y
castigándolo por esa acció n» (citado por Ceró n, 992: 46).
El poderoso Ippa hace caer tantos rayos que todos los árboles en
derredor se parten en pedazos. Así como sucedía con el tigre burlado
por el guatín (wounán), o con el yoluja-sombra puesto a suplicar por
el conejo (wayuu), el Astaró n es atemorizado por el joven Ippa; él
es pamba o abuelo de los awá, un ser que como el Karagabí
embera se impone por fuerza y astucia sobre los dueñ os y
guardianes de la naturaleza.
Un ú ltimo relato, de origen chamí, deja claro que no siempre se
trató de la presunció n de un héroe civilizador humano. Andokuma
era un animal que «se devoraba a todos los que entraban al monte»
(Zuluaga, 997: 07-09). Era un dueñ o de los animales y las plan-
tas excesivamente prevenido y agresivo con los hombres, y por poco
acaba con los embera del pueblo de Zaragoza. Un niñ o cuyo padre
había sido engullido por el Andokuma, que cuando crece prepara sus
armas, le dice a su mamá que le prepare comida, y castiga a golpes
608
a todos los animales del monte hasta dar por fin con la cueva donde
vive el feroz dueñ o del monte… y se encuentra en realidad con un
Pacífico
609
1. Narrativas de origen
6
Karagabí y Tutruicá crean el mundo
Les voy a contar una historia muy importante, la de Karagabí; así
sabemos có mo se creó el mundo y có mo fue el comienzo del
pueblo embera. Resulta que Karagabí se encontró con otra persona, la
saludó amigablemente para conocerla, y le preguntó :
–¿De dó nde viene usted?
–De la tierra de abajo –le contestó el otro.
–¿Cuántos territorios hay hacia abajo?
–Cuatro.
–¿Y có mo se llama usted?
–Yo me llamo Tutruicá.
–¿Y có mo se llaman su papá y su mamá ?
–Yo no tengo papá ni mamá, porque yo aparecí en el viento. ¿Y
usted có mo se llama?
–Yo me llamo Karagabí y tampoco tengo mamá ni papá , yo he
salido de la saliva, del agua.
–Yo quiero acompañ arlo a usted.
Karagabí trabajaba en sueñ o, él soñ aba y analizaba todas las cosas.
66
Las luchas de Caragabí y Tutruicá
Sobre nuestro mundo hay cuatro mundos, y debajo de él otros
cuatro, el primero de los cuales es el mundo de Tutruicá . Otro
Literatura embera katío
el diluvio en el Darién
En el Darién hubo un diluvio. Para salvarse de las aguas, los
indí- genas catíos y los chiricanos de Panamá construyeron un barco
grande y entraron a él con todos los animales que pudieron
622 recoger.
Los chiricanos, pensando en el desembarco, llevaron muchos la-
zos, pero los otros indígenas no llevaban nada.
Literatura embera katío
. Casi textualmente hemos tomado esta tradició n de la obra del padre Pinto
quien dice haberla escuchado de un indígena de apellido Carupia, de la
regió n de Juan José (Departamento de Có rdoba). Al decir del autor, su
informante era un hombre instruido, de cerca de cuarenta añ os de edad
e interesado por las tradiciones de su grupo. (Nota del original).
3. más historias sobre los orígenes
el agua
Carabí no tenía plá tano, ni candela, ni agua.
Entonces el pájaro cuéndola tenía su tallo de plátano, pero no daba
la semilla. Carabí mandaba a su gente y la cuéndola le mandaba un
poquito de plátano.
El zorro tenía la cañ a y no daba la semilla. Carabí mandaba a la
gente:
–Vayan traigan un atadito de cañ a.
Entonces el zorro le mandaba un poquito.
Un lagarto eslabonero tenía su eslabó n y no le faltaba la candela.
Carabí mandaba a su gente a que le pidieran candela al eslabonero.
É l le mandaba un tizó n pero todas las mañ anas llegaban y entonces el
eslabonero los regañ aba:
–¿Có mo yo no dejo apagar mi fogó n? Lo que pasa es que
ustedes dejan apagar la candela.
624
La hormiga conga tenía el agua y nunca le faltaba. Carabí mandaba
a su gente para que le trajeran agua y la conga le mandaba un poquito.
Literatura embera katío
625
Carabí mando a una gente a que espiara al zorro a ver dó nde tenía
Karagabí.
Karagabí dijo a su hijo el mono:
–Tenemos que fabricar un hacha y una llave, porque la llave de la
Conga es muy grande y está muy berraco abrir esa peñ a. Yo me voy a
convertir en piojo y voy a medir esa llave, mientras ella se bañ a, para
que fabriquemos una igual.
I
Todos se bañ aban en el agua, pero era la nutria, que algunos llaman
«chucha de agua», la que traía el pescado.
Entonces Karagabí pensó :
–¿Qué hago con esta gente? Esta gente tiene que cambiar. Al
que grita bastante lo voy a llamar «mono», lo voy a convertir en mono.
Al que vive pescando cada ratico lo voy a llamar «nutria»; al que vive
I
el pájaro luna
Carabí hizo su casa, él vivía ahí. Hizo a un hermano y luego hizo
una mujer para que lo acompañ aran. Más arriba había otra gente en
un tambo.2 Entonces él se enfermó y cogió una buba y también le salió
un cocó que le estaba trozando los dedos; también le pegó lazarino y
le pego tiñ a.3 Y le salió lepra; estaba lleno de granos y ya hedía.
Entonces la mujer ya no lo quería porque estaba feo.
É l estaba criando una muchachita y ya no había quien hiciera el
plátano. La mujer se lo pasaba bebiendo en las fiestas y ya se estaba
acostando con el hermano. La niñ ita metía a asar plátano negro. É l se
634
lo mandaba a asar con cáscara y en un momentico estaba. Ahí llegaba
la mujer de la chupata4 con la barriga toda arañ ada y él no le decía
nada.
Literatura embera katío
–¿Có mo le fue?
–Bien. Yo estaba chupando5 no más.
–¿Estaba buena la bebida?
–Sí.
Un día ella le dijo:
–Voy para la chupata.
I
635
La hermana de Carabi
. Los pretendientes se arañ an el vientre como parte del cortejo. (Nota del original).
2. Amburá: faja de chaquiras que se ponían los hombres en las caderas.
Cruzadilla: tiras de chaquiras cruzadas sobre el pecho. Bajapelo:
diadema de plata. Manillas: pulseras de plata. (Nota del original).
–Porqué no, yo la cojo, yo lo publico.
–Bueno, está bien.
Entonces ya quedaron viviendo; bueno, así estuvo siempre, todas
las noches iba él allá, a veces no iba, en otras noches se iba.
Y así había estado, hasta que la mujer cogió barriga. Entonces
ya sintió que tenía un hijo adentro, y ya dijo la mujer:
–Usted… bueno, ¿por qué no sale pues por el día para que nos
casemos?
–No, más tarde.
Siempre decía él así. Así que ella una noche, cuando ya venía la no-
che dizque cogió una fruta de jagua y ahí rayó y la puso, porque esa fruta
se negrea. Bueno entonces la guardó ahí junto de ella. Entonces,
cuando ya de noche, cuando él llegó siempre como llegaba él, lo dejó
llegar. Pero entonces luego se puso a comer él a la mujer y cuando
estaba en eso… y… cogió la jagua despacito y ahí mismo le untó la cara
con el agua de esa jagua, y se fue al rato. Cuando ya salió se fue, no
636
volvió má s.
Bueno, al otro día amaneció . No amaneció el hermano en su cama
y ahí fue que conoció ella que era su hermano. Entonces ya estaba con
Literatura embera katío
barriga ya para dar a luz. Y entonces como él no estaba ahí, «Se fue,
se huyó », pensó la mujer. «Yo ahora, ¿qué hago? Yo ya perdí con él,
tengo que casarme con él. Voy hasta donde está él».
Entonces arregló su canasto y se fue detrás, cogió su machetico y
se fue. A andar, a caminar por el camino. Y así caminaba, caminaba:
donde le cogió la noche ahí se quedaba, dormía en el camino por ahí y
I
así se fue siguiendo. Y a los dos días le hablaron los niñ os de la barri-
ga, del vientre de ella, porque eran gemelos.
–Mamá, por aquí fue él, mi papá.
–Bueno, bien. ¿Ustedes saben muy bien?
–Sí, por aquí se fue él.
Entonces cuando encontraban por ahí unas flores decían:
–Cojámoslas, mamá, esas flores.
Y así dizque las cogía y las echaba en su motete (canasto). Y así
iba caminando, y se iba caminando, cuando al otro día dizque dijeron:
–Hoy vamos a encontrar un tipo bien parecido a mi papá. ¡Cuidado!
dijeron:
–Bueno, mamá. ¿Usted se comió nuestro maíz?
–¿Por qué no nos guardó siquiera un bollo? ¿Un envuelto por ahí?
–¿Qué? No, hijos. Yo no he ido para allá .
–Bueno, ¿quién fue el que [se] lo comió ? ¡Usted fue!
–No fui yo… yo no fui.
I
el cielo de Caragabí
tas cometidas por los catíos, Caragabí les echó agua de coco en sus
cabezas para que envejecieran y pasó con sus manos una especie de
velo sobre los ojos de los hombres, como sobándoselos para que no
pudieran ver el cielo o lo vieran má s alto.
Además, hay quienes dicen que al cielo se subía por una escalera
construida por un indio de la aristocracia de los Domicó , pero
I
jinu Poto
Este es un cuento que a mi entender lo saben todos los cholos. Lo
contaba mi papá. Nosotros, que éramos muy pocos, nos sentábamos
. Dentro de los relatos etioló gicos sobre las plantas, son relativamente
abundantes entre los catíos los referentes al ñ ame. Aquí hemos agrupado
casi idénticamente dos de ellos, tomados en su orden, de la madre María
de Betania y del padre Pinto quien recibió el suyo del señ or Benigno
Arce, antiguo Inspector de policía en el Alto Andágueda. (Nota del
original).
le pareció bonita y sacó semilla para seguirla cultivando. De allí viene
todo el ñ ame que ahora se cultiva.
(Vélez, 990 [982]: 89)
les daba a comer cascajo, fingiendo que era maíz tostado. Los niñ os
llora- ban ante la idea de comerse aquello y entonces la antomiá se iba
a los bohíos indígenas y robaba de las ollas comida para ellos.
Los bohíos que escogía para robar eran aquellos en que vivía una
persona que habría de morir después de tres o cuatro meses.
Desde entonces los indígenas saben cuándo morirá alguno de
I
. Dice la madre María de Betania que jaiba-ni significa doctor, médico, y que
la palabra deriva de jai, enfermedad y baná que es a su turno derivació n de
capani que significa manada, o de paná, que sería conjunto. El padre Severino
dice que jaibaná se deriva de jai, achaque, dañ o, reunió n o conjunto y que
podría traducirse por conjunto o reunió n de achaques o enfermedades.
La doctora Reina Torres de Arauz identifica jaibanismo con chamanismo
y dice que la palabra deriva de iris que significa espíritus, y jaibaná sería
quien puede entrar en convicto con los espíritus. El padre Pinto hace
algunas precisiones que bá sicamente concuerdan con lo que hemos podido
constatar entre los catíos de distintas regiones. (Nota del original).
La antomiá llevaba a los niñ os a lo más alto de las peñ as y desfila-
deros y los arrojaba desde lo alto, recibiéndoles con sus brazos en el
aire, a fin de hacerles perder toda clase de miedo.
Durante todo este tiempo les soplaba con frecuencia por la cabeza
y las extremidades, para irles infundiendo los poderes propios de los
jaibanás. Una vez les dijo la diabla que ese día vendría su marido, que
se escondieran porque seguramente que él no los querría. Los niñ os
se escondieron. Al rato vino antomiá a estar con su mujer y por el olor
notó que habla indígenas en las cercanías y ordenó a la diabla que se
deshiciera de ellos. Cuando se fue el diablo, la antomiá pensó
matar a los niñ os, pero el jovencito ya era jaibaná, por obra y
gracia de los soplos y de las enseñ anzas de la diabla.
El nuevo jaibaná soñ ó que la diabla los enviaría a cortar leñ a todo
el día para, cuando llegaran cansados al regreso, cocerlos en agua y
comérselos. Fue advertido además de que cuando ellos volvieran con
la leñ a, la antomiá tendría tres ollas enormes en el fuego y que cuando
estuviesen hirviendo les ordenaría que se asomasen a los bordes para
653
ver si efectivamente ya hervían, y entonces los empujaría para que
cayeran en las ollas. Igualmente en el sueñ o se le advirtió que dijese
recibido, pero ella no tuvo quién la resucitara. Tal vez por eso es por
lo que pocas mujeres son jaibaná s.
El primer jaibaná y su perro Toma no han muerto todavía y
aú n siguen andando de monte en monte, pero hay quienes dicen
que ese no fue el primer jaibaná, sino que lo fue un indio de apellido
Domicó , a quien Caragabí enseñ ó el jaibanismo infundiéndole un
I
Los bibidigomia
Les voy a contar una historia que se relaciona mucho con la parte
del mito y la creencia. Me gustaría contar un cuento nada más y de ahí
usted relaciona có mo eran los que existían antes de Cristó bal Coló n.
Se trata de la pelea de embera-catío con Bibidigomia, que me la contó
Sinforoso en Togoridó , en Dabeiba.
Los indígenas vivían en su casa, con su familia, y se empezaron
a desaparecer los niñ os. Cuando dejaban a los niñ os en la casa ya no
los encontraban cuando regresaban, pues comenzaron a perderse y
desaparecieron varios niñ os en ese momento. Ni los adultos podían
salir solos, ya se perdían también, salían a pasear y no volvían. En ese
momento llega un jaibaná . Un señ or salió y dijo:
–¿Usted có mo salió solito?
–Yo me vine y no me pasó nada, no encontré nada en el camino.
¿Qué está pasando por aquí?
655
–Está pasando que se desaparece mucho la familia de nosotros.
–Mañ ana les voy a decir qué está pasando –dijo el jaibaná.
4. Otras narrativas
Y comenzó a dormirse, y al otro día dijo:
–Para poder saludar al tipo que los está haciendo desaparecer ten-
go que bañ arme con caca de nosotros. Ese tipo es una fiera que se
llama Bibidigomia y para poderlo acabar y vencer yo tengo que hacer
eso, y usted me colabora.
É l se fue a cazar… Empezó a buscar un pájaro con la cerbatana,
y la fiera volvió otra vez hablando:
–¿Có mo está, primito?
–Estoy cazando.
–Qué bien, ¿sabe que yo tengo mucha hambre? ¿Por qué no me
mata el pá jaro má s grandecito que encuentre?
–Sí –dijo el jaibaná , y comenzó a perseguir y mató un pajarito
grande y se lo dio, y la fiera lo desplumó y se lo comió así, crudo.
Después el jaibaná preguntó :
–¿Dó nde vives tú ?
–Yo vivo detrás de esta cordillera, si quiere vamos a pasear por
allá.
–Listo, vamos.
Se fueron, llegaron donde había unos árboles grandes, y había una
puertecita ahí y entraron. Le dieron vueltas, vueltas, y má s arribita
había un tigre, má s arribita había un oso, má s arribita había un oso
caballo, y en el cuarto piso vivía él con toda su familia; eran bastantes,
como diez personas. Allá había mucho cadáver de indígena. Entonces
el jaibaná preguntó :
–¿Usted dó nde consigue esta carne? ¿Dó nde caza?
–Una persona cualquiera es carne para mí, pero a usted lo he res-
petado como a un hermano porque lo vi bañ ado en caca, como noso-
tros.
Entonces el jaibaná regresó y contó todo a su familia:
–El tipo vive así, en un árbol grande, pero para nosotros vencerlo
tenemos que corretearlo y atacarlo, pero con ají.
Entonces consiguieron mucho ají y dijeron:
–Vamos a hacer como un fogoncito en su puerta y lo
prendemos para que él vaya bajando.
656
Y verdad: prendieron ese fogó n y empezaron a caer los pichonci-
tos de Bibidigomia como loquitos, y los mataban. Y mataron ocho y
cogieron dos vivos. El papá vino de ú ltimo, borracho con ese olor
Literatura embera katío
4. Otras narrativas
que esos animales ya quedaron mansitos.
Al otro día se fue y ahí sí mató má s. Los tiró en la playa y al otro
día ya estaban ahí, ya estaban mansos. Hacia el medio día pasaron
para el lado de la playa grande y él se subió al tambo. Cuando al rato
venía subiendo un hombre joven, un emberá ; subió a la casa y
entonces saludó .
–Ay, hombre. A nosotros nos da lá stima verlo a usted ahí solito,
tanta comida que usted nos da. Nosotros somos gente. Esas
plumas que tenemos son camisa. Ese pico es como navaja para
cortar carne.
Ahí estuvieron charlando. El cholo era bonito, blanco, ojizarco.
–Así como usted nos da de comer a nosotros, le vamos a entregar
un arma, si usted quiere, pero hoy ya no porque ya se terminó la
co- mida, a la otra vuelta.
Y se fue. A lo que se fueron cogió su lanza y ahí sí mató un
pocote de puercos y a todos los cargó para no dejarlos perder. Al
otro día
4. Otras narrativas
Entonces él se la puso y ya quedó gallinazo.
–Pruebe a ver si puede volar.
Ahí se arrancó , pum, pum, pum, levantó . Estaba balsudito (liviano).
–¡Sí puede! ¡Sí puede volar!
Cuando acabaron de comer, él se encapachó su carnecita asada. Y
se fueron y el hombre sí pudo volar. Le decían:
–Cuando vayamos por el aire no mire para abajo, mire para arriba.
Y la mujer le dijo:
–Cuando vaya volando, vuele juntico a mí. Si se cae yo le echo
mano. Fueron volando hasta un á rbol grandísimo, un malambo,2
ahí se sentaron en las ramas. Luego de ahí se elevaron y ahí fueron
subiendo
dando vueltas, y ella le dijo:
–Por aquí es una corriente, mucho cuidado, no vaya a mirar para
abajo.
. Montear, andar por el monte, ir al monte son sinó nimos de cazar. En emberá
cazar se dice mea uai, «ir al monte»: mea (monte), uai (ir). (Nota del original).
2. El árbol más alto de la selva chocoana. (Nota del original).
Bueno, pasaron esa corriente y ya estaba como manso cuando lle-
garon a una playa. Ahí se quitaron las camisas. Llevaban una bolsita,
puros gusanos de esos que comen podrido.
–Ese es un arrocito para mi mamá.
Esa era una chola con una sola teta; ella guardaba su arrocito.
Ellos le mostraban:
–Ahí en ese mundo es en donde está su familia. Si quiere nosotros
lo llevamos, pero si lo llevamos usted no vuelve. Su papá, su mamá,
sus hermanos, su tío, todos están ahí.
Estuvo con los gallinazos pero no se amañ ó por la comida. Ya
es- taba comenzando a comer podrido. Ellos decían:
–Coma, que así está bien asado –agregaban.
–Vaya usted adelante, con eso mata animal para nosotros comer.
Y se fue adelante con la mujer y al otro día se fue para el monte
a matar puerco; mató seis, cogió uno para él y los otros los dejó .
Volvió y le escondió la camisa a la mujer para que no se fuera más.
660
Cuando se fueron los compañ eros ella estaba buscando la camisa
y no la encontraba. Ella echó a quemar la del hombre pero seguía
buscando la de ella.
Literatura embera katío
4. Otras narrativas
el hombre regresó del trabajo, se la quitó y la escondió otra vez. Un
día ella volvió a encontrar la camisa y se voló . Como ya llevaban tanto
tiempo viviendo juntos, el hombre la quería mucho y se quedó lloran-
do. El cuñ ado gallinazo le dijo:
–¿Qué le pasó a usted? Como no me obedeció , no puedo hacer
nada má s, pero si quiere yo lo llevo al cielo.
El tipo aceptó la propuesta y cuando llegó al cielo vio que allí
no vivía ningú n gallinazo, todos eran personas. Su mujer estaba allí,
pero no lo miró . Había también un gallo que miraba mucho hacia
arriba. Después de comer se fue a bañ ar al río, y el gallo se acercó
para pre- guntarle:
–¿Usted por qué no me dio comidita si yo tenía mucha hambre?
–¿Y yo có mo iba a saber que usted tenía hambre?
–Yo por eso miraba para arriba. Pero, ¿sabe qué? Su papá y su
mamá viven aquí, cerquitica. Si me da desayuno lo llevo mañ ana.
Los papás del tipo se habían muerto hacía mucho tiempo y él que-
ría verlos, por eso aceptó .
–Y ademá s le voy a mostrar la casa de Dios –agregó el gallo.
Desayunaron y por ahí a las nueve el gallo lo llevó a un sitio bo-
nito, donde había una torre grande, como un tambo indígena
donde estaban viviendo su papá y su mamá . El papá le dijo:
–Usted está muy sanito, pero no demora en venir aquí.
Y fue así, porque ocho días después de bajar a la tierra el hombre
se murió .
(Domicó et ál., 2002: 287-289)
joseantoniocarbonellblanco
2010-08-25 21:43:03
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La india embijada itálica a et al
Una indígena, viuda desde hacía mucho tiempo, vivía con su
hijo ú nico. El muchacho era muy trabajador y no les faltaba nada.
Un día estaba el joven pescando en el río cuando vio acercarse un
puerco de agua y al mismo tiempo empezó a oír una voz de mujer que
decía:
–¡Corre! ¡Corre!
El muchacho, muerto de miedo, salió corriendo y se metió en su casa.
662
Cuando oyó a la mujer cogió un palo y empezó a cavar la tierra
por el sitio por donde le pareció que había salido la voz. Al
Literatura embera katío
4. Otras narrativas
mera esposa y la echó diciéndole que ya tenía otra mujer.
La suegra, que se había encariñ ado con su nuera, trató de
defen- derla y ella la invitó a conocer a su gente. Se fueron
juntas y a la orilla del río la joven le mostró a la suegra los
tambos. La mujer se sorprendió mucho porque ella conocía muy
bien el río y nunca había visto esas casas. Entonces para poder volver
hizo una señ al en el suelo. Cuando regresó a su casa el hijo le
preguntó que dó nde habla es-
tado, y ella le dijo:
–En casa de mi nuera.
El hombre le rogó que le dijera dó nde quedaba, porque quería
ir a traerla otra vez. Decía que la amaba y que no podía vivir sin
ella.
Entonces se fueron a buscar a la mujer embijada, pero por má s
que anduvieron y dieron vueltas no encontraron nada. Solo encontra-
ron la señ al que había hecho la madre en el suelo. Ella se la mostró
a su hijo diciéndole:
–Aquí estaba la casa.
Al día siguiente el joven volvió al lugar en que su madre había
hecho la señ al, pero tampoco encontró nada. Se sentó en una
piedra
y rompió a llorar amargamente. Entonces escuchó la voz de su mujer
que le decía que se fuera, que no la esperara, porque su familia estaba
muy brava y no le perdonaba que la hubiera echado.
(Vélez, 990 [982]: 38-39)
La hormiga arriera
Ahora hay mucha hormiga arriera, acabaron con la yuca, con la
fruta del borojó , con la papaya, y se están comiendo las matas de plá-
tano. En la selva hay bastantes hormigas, pero no hacen dañ o; por-
que ellas se suben a la copa de los árboles más grandes y se demoran
mucho tiempo comiéndose las hojas, hasta un añ o pueden pasar allí,
por eso no van más lejos. Pero desde que los madereros tumbaron los
árboles de chajeradó las hormigas no encuentran comida en la selva y
andan metidas en los cultivos sin que podamos controlarlas. La arrie-
ra también tiene su historia.
Mi tío Eugenio, hermano de mi papá, me contó que un muchacho
664
escuchaba a un pájaro que cantaba muy bonito cuando estaba rozando
en la montañ a. Un día decidió cazarlo con una cerbatana. Lo buscó
Literatura embera katío
4. Otras narrativas
metros de profundidad una señ ora gritó :
–¡Yerno, no me dañ e el caballete!
É l siguió cavando, pero no la pudo encontrar. La mujer se
quedó en el hormiguero y él se quedó con la niñ a. Por eso hay una
etnia embera que es mona, de la raza de la hormiga: hasta en mi
familia, en Urrao, hay unos que son monos, monos.
(Domicó et ál., 2002: 284-286).
La culebra birrí
Cuando Dios hizo el mundo, los indios tenían pueblos y sabían
mucho, pero una india joven fue engañ ada por una culebra birrí y se
Menebé cuento
I
. Forma como los emberá se enamoran de una joven. (Nota del original).
2. Fibra utilizada en la cestería. (Nota del original).
desnudó y se sentó , luego se puso a tejer tranquila; después de un
largo rato medio se levantó . El joven vio que de la vagina de ella
colgaba un menebé. Ella se puso a ver quién la observaba y se sentó
nuevamente. Así estuvo él viendo hasta que se cansó y, como ya era
muy tarde, se vino para la casa. É l le contó a todos sus compañ eros lo
que había visto, entonces los otros iban y confirmaban lo que habían
escuchado. Como se dieron cuenta [de] que vivía haciendo el amor
con un menebé, todos los jó venes le cogieron odio y no la voltearon
a ver má s.
Un día de esos ella se fue a una fiesta y los muchachos vieron que
le estaba comenzando el embarazo, por eso entre ellos murmuraron
que estaba embarazada de ese menebé.
Como la vieron así no le hicieron caso, porque los viejos antiguos
eran jodidos. Como la mujer estaba en embarazo se le fue notando el
estó mago y estuvo así hasta que dio a luz a una niñ a. La niñ a era muy
linda, de color blanco y de ojos zarcos. Ella comenzó a crecer hasta
que entró a la edad de la pubertad. La mamá desde pequeñ a no la de-
667
jaba hacer nada ni comer nada caliente. De esto vivían pendientes los
familiares, pero como la mamá no la mandaba ellos tampoco podían
decirle algo. Cuando la niñ a era una joven madura se pusieron a hacer
4. Otras narrativas
chicha. Ese día la mamá de la joven se descuidó y se fue para el río;
como no había quién revolviera la chicha, la tía le dijo:
–Usted que está sentada ahí, ¿por qué no revuelve la chicha,
que se va a quemar?
Ella se levantó y se puso a revolver, y al rato gritó :
–¡Ay!
Cuando voltearon a ver se le cayó al suelo el dedo más
pequeñ o. Gritó nuevamente y así se fueron cayendo todos los dedos.
La mamá, que venía subiendo para la casa, le gritó :
–¿Qué estás haciendo?
Se vino corriendo para la casa y la haló de la manos, pero como
ella había recibido mucho calor, se le fueron cayendo todas las partes
del cuerpo. Así murió la joven, era por eso que la mamá nunca la
mandaba a hacer nada.
(Moya, 998: -2)
4. Otras narrativas
muy poblado de emberá. La mayor parte del tiempo lo dedicaban a
la pesca. Se iban por la mañ ana y al regreso, en la hora de la tarde,
solo traían de cuatro a cinco pescados los que estaban de buenas. Los
pescados eran muy pequeñ os, por eso para que alcanzaran para toda
la familia preparaban ca.
En la comunidad había un emberá con su mujer y una hija aú n
niñ a. Estando así, la mujer murió . El hombre quedó solo, pero este te-
nía mamá, papá, hermanos. Como antiguamente toda la familia vivía
en una sola casa, el emberá se incorporó de nuevo a su familia.
Un día el emberá, muy por la madrugada, cogió su anzuelo y
se fue a pescar para arriba. Estuvo pescando y como no mató nada
se regresó para la casa en la hora de la tarde. A su regreso, cuando
ya estaba pró ximo a llegar, vio en el charco del lado de arriba a un
[señ or] emberá sentado en una roca que se encontraba en la mitad
del río. Entonces entre sí dijo: «¿Quién será el que está sentado?». Se
4. Otras narrativas
canoa estaba llena de sábalos grandes. La niñ a, que estaba en la coci-
na, se levantó cantando y se fue para el río; el perro también se fue,
pero la niñ a llegó primero al lugar. Luego fueron llegando los otros
familiares. Después de dividirse el trabajo para preparar los pescados
y de comer, la gente le preguntó :
–¿Dó nde mató tanto sábalo, sabiendo que este río no tiene pes-
cado?
El emberá contestó :
–Esta mañ ana me fui a la cabecera de este río, donde encontré
un charco grande y hondo. Allí me puse a pescar. Cada que tiraba
el anzuelo al agua antes de que cayera engarzaba los sábalos.
Los que estaban en la casa creyeron lo que decía. Como era mucha
cantidad de sábalos los ahumaron. Al día siguiente nuevamente las
gentes comenzaron a preguntarle:
–¿Dó nde cogió tantos pescados?
Y siguió :
–¿Hace mucho rato que llegó ?
–No, apenas estoy recién llegado.
Luego arrimó la canoa al seco. La niñ a se quedó en la canoa. Ellos
se fueron al rincó n de la playa y comenzaron a hablar. Al rato la niñ a
dijo:
I
4. Otras narrativas
me vivía engañ ando diciéndome que mataba pescados en la cabecera
de este río. ¡Papá , no me deje! ¡Lléveme! Papá , ¿usted es que no me
quiere, que me está regalando a una persona que no conoce?
Pero el emberá no le hizo caso y siguió para abajo. Cuando estaba
al lado de arriba fingió que estaba llorando:
–¡Ay hija! Cuando yo te llevé esta mañ ana estabas alentada. ¡Si me
hubiera dado cuenta [de] que iba a suceder esto no te habría llevado!
¡Tu cara está patente todavía! ¿Cuándo te voy a volver a ver? ¡Ay hija,
yo no te olvidaré nunca!
En la casa oyeron los lamentos y se preguntaron entre ellos:
–¿Quién será el que viene llorando?
Cuando miraron para el río vieron al emberá que venía solo llo-
rando, llorando. Las gentes se pusieron pensativas. La abuela, que
estaba pendiente, se fue corriendo para el río y le preguntó :
–¿Qué le pasó ?
–¡Ay, mamá! Yo estaba pescando y la niñ a, que estaba detrá s de
mí, desapareció misteriosamente. Creo que se la llevó algú n animal.
La vieja y el resto de familiares se pusieron a llorar. É l se vino a
la casa y, como fingía que estaba llorando, se quedó tranquilo. Luego
cogieron los sábalos y le sacaron las tripas, hicieron de comer y se
acostaron a dormir.
Mientras todo esto sucedía, el Amparrá zeze, a como el emberá
volteó la calle, cogió a la niñ a y se tiró al charco. Fueron a salir al
Mundo de Abajo, donde él tenía casa.
El emberá estuvo así, así, y cuando ya se iba acabando el
sábalo, muy por la mañ ana, se arregló y se fue para arriba. Cuando
miró des- de abajo vio al Amparrá zeze sentado en la misma parte de
la roca. Al llegar cerca lo primero que hizo fue preguntarle por la
hija:
–¿Por qué no vino?
Y él contestó :
–Yo me cansé de decirle. Ella lo que hizo fue enojarse conmigo,
después me dijo: «Mi papá me regaló porque no me quería ver más,
¿ahora qué voy a hacer allá? Para qué me va a pensar, sabiendo que yo
me puse a gritar y no fue capaz de ayudarme. Yo a mi papá no lo
674
quiero ver má s».
El viejo pensó en su hija y luego comenzaron a echar cuentos.
Literatura embera katío
. Es uno de los tres mundos. Allí habitan los chaabera, los onamuneara
y los mamá s [sic] de los piló; de donde se trajeron todas las variedades
de albahaca, chontaduro, jagua y el quidabe. (Nota del original).
El Amparrá zeze contestó :
–Usted la regaló porque no la quería, por eso ella solo quería que
usted la viera desde lejos.
Luego se pusieron a charlar y cuando llegó la hora de la tarde
le mató pescado y el emberá se regresó para la casa.
Días después el emberá nuevamente fue. En esa oportunidad la
hija se dejó ver: estaba embarazada. El papá, muy contento, la saludó
y comenzaron a hablar, cuando ya llegó la hora de la tarde ella le dijo:
–Papá, con esta vista usted no me volverá a ver más nunca. Cuan-
do yo era niñ a yo lo quería mucho, ahora no porque usted me regaló a
este animal; porque ese no es gente sino animal.
El Amparrá zeze estaba escuchando toda la conversació n de la hija
con el papá . La hija continuó :
–Con esta venida ya no regreso más. Cuando llegue a la casa le da
muchas saludes a mi abuela y a mis familiares y les dice la verdad: que
usted me regaló a un animal a cambio de sá balos. No les oculte
más la verdad.
675
Al llegar la tarde, Amparrá zeze le mató una cantidad de peces y el
viejo se despidió de la hija y se regresó para la casa. Cuando él
4. Otras narrativas
venía dando la vuelta, ellos se tiraron al agua y se fueron para donde
vivían. El emberá llegó a la casa y no le contó nada a los familiares.
Después de esa ocasió n ya no lo veía como antes. Cuando subía
no lo encontraba y solo salía después de insistirle. Ese día le mataba
pescado y el emberá se regresaba para la casa. Amparrá zeze estuvo
así hasta que no regresó má s.
(Moya, 998: 36-45)
La nutria
Dizque salió un cholo de cabecera, adonde estaba un cholo que
tenía hijos e hijas. Venía él a pasear; y de ahí se iba, entonces buscaba
a las muchachas. Como era cholo entonces él buscó una muchacha.
Bueno, él llegaba a su cama, estuvieron ahí, o sea que vivía pues
con ella. Ya entonces publicó él a la mujer.
Ahí que él se iba para arriba a pescar. Se iba embarcado. Cuando
Yoeyoe cuento
En la cabecera de un río vivía un emberá con su mujer. Un día,
muy por la mañ ana, el emberá se fue a cazar. Como no encontró nada
para cazar, se regresó en las horas de la tarde. A su regreso encontró
al borde del río, en un lugar limpio, un huevo de pavona.4 Al
emberá se le hizo extrañ o, por eso comenzó a mirar para arriba y
luego dijo:
4. Otras narrativas
Yoeyoe-saque. Cuando querían darle de comer cogían una concha de
balso y comenzaban a gritar: Orré, orré, orré.
Y Yoeyoe-saque, después de un buen rato, venía a salir cerca de
ellos. Como era una culebra se subía para la casa, entonces ellos pre-
paraban el po en forma de bolas y se lo tiraban a la boca. Después
de comer se iba nuevamente para su sitio. Así lo tuvieron por
mucho tiempo.
Esa misma familia tenía un karé (loro) criado, el cual hablaba per-
fectamente el idioma emberá y sabía los nombres de todos los que
vivían en la casa y el lugar. Cuando dejaban la casa sola y alguien
llegaba, este le contaba a los dueñ os todo lo que había visto.
En uno de esos días la hija menor estaba en un toldillo porque es-
taba jovenciando, [y] los viejos se fueron a coger maíz. Antes de salir,
los viejos les dijeron a sus hijos:
–Cuidado van a llamar al Yoeyoe-saque si no le van a dar nada.
–A nuestra hija.
El karé le explicó lo sucedido. Los padres se dieron vuelta, de-
jaron el maíz y se vinieron para la casa. Cuando llegaron vieron
que era verdad lo que les había contado el karé. Como los niñ os no
se encontraban en la casa comenzaron a llamarlos. Ellos, que estaban
escondidos en el monte, salieron.
I
el ñeque y el tigre
El ñ eque andaba por el monte y el tigre lo vio. Entonces le dijo:
–Si usted quiere, sobrino ñ eque, cuide mis hijos; nosotros esta-
mos montiando con mi mujer; si usted cuida traemos comidita por
la tarde.
–Tranquilo, tío tigre. Ay, yo soy bueno. Yo los cuido.
Pero el tigre se iba era a tirar con la mujer al monte y no traía car-
ne. Entonces el ñ eque pensó : «Yo no voy a cuidar má s».
Otra vez, otro día así mismo pasó : el ñ eque se quedó cuidando los
hijos del tigre y cuando llegaron por la tarde no trajeron comida. El
tigre le decía:
–Sobrino ñ eque, de noche cuando lloren los muchachos los
lleva a mamar donde la mamá .
Cuando se volvieron a ir el ñ eque mató a uno de los hijos del tigre
e hizo una mazamorra. Cuando volvió el tigre, el ñ eque le dijo:
679
–Ay, tío, hoy [tenemos] suerte. Encontramos un ñ eque en el río,
aquí está la comida.
5. Cuento de animales
Por la noche, cuando lloraron, el ñ eque llevó solo tres adonde
la mamá .
–¿Dó nde está el otro muchacho?
–Es que le acabo de dar comida y está lleno.
Al otro día otra vez los tigres se volvieron a ir dizque a trabajar. El
ñ eque mató a otro de los muchachos y lo cocinó . Cuando los tigres vol-
vieron el ñ eque les dijo que había matado otro ñ eque y que ahí estaba
la comida. Cuando le preguntaron por los dos tigres que faltaban dijo:
–Ahora mismo les acabo de dar mazamorra y se quedaron dormi-
dos porque ya están llenos. Cuando amaneció , los tigres dijeron que
se iban a trabajar.
–Sobrino ñ eque, cuide mis hijos que nosotros vamos a buscar
la comida.
Como el ñ eque sabía que los tigres se iban era a tirar y no
traían comida, mató otro hijo, y cuando volvieron los tigres del
monte ahí les tenía la comida.
–Espere, tío tigre. Pruebe primero estos táparos tan sabrosos que
estoy comiendo.
–El tigre probó y le gustó mucho.
–¿Có mo hace para conseguir esta comida tan sabrosa, sobrino ñ e-
que?
–Yo hago así, tío tigre: con una piedra yo machuco duro mis
hue- vas y ahí es que sale el táparo… Usted como las tiene más
grandes ahí si va a sacar bastante.
Entonces el tigre se sentó y se machucó las huevas y del puro
dolor quedó privado de una vez. Ahí mismo el ñ eque salió corriendo.
El tigre seguía buscando al ñ eque todos los días. Una vez encontró
el rastro y el ñ eque estaba sentado comiendo queso a la orilla del río.
Cuando el tigre ya se lo iba a comer, el ñ eque le dijo:
–Antes de matarme, tío tigre, usted tiene que probar este queso
tan rico.
El tigre comió un pedacito.
–Sobrino ñ eque, qué cosa más sabrosa, ¿usted de dó nde la saca?
–¿No ve ahí en el fondo del agua, tío tigre? Todo eso que se ve allá
blanqueando, todo eso es queso.
–¿Y có mo hace para sacarlo?
–Yo cuando quiero queso me amarro un poco de piedras y así
llegó al fondo fá cil.
–Yo sí no creo que pueda hundirme a traer de ese queso.
–Tranquilo, tío tigre, que si usted quiere yo le amarro las piedras
en la espalda para que pueda traer su queso.
–Ya que así es como hay que hacer, sobrino ñ eque, amárreme esas
piedras en la espalda para poder ir bien a pique.
–Cuando usted llegue ahí donde blanquea arranque el queso y
suba bastante, todo eso es puro queso. Ahora sí tírese, tío tigre.
Ahí fue cuando el tigre se empezó a asustar, entonces el ñ eque
lo 68
empujó . Cuando el tigre llegó al fondo escarbaba por todas partes,
pero solo había barro y piedras, no topaba queso por ninguna parte.
5. Cuento de animales
El tigre se estaba quedando sin resuello y se puso a romper el bejuco
que amarraba las piedras hasta que se reventó y ahí salió a la playa
medio ahogado y ya sin fuerza en el cuerpo. Entonces el ñ eque se fue
tranquilo.
Después, otro día, andando por el monte encontró el tigre al
ñ e- que y le dijo:
–Hoy sí te voy a comer. Ya no se puede escapar por ninguna parte.
–No hable tan duro, tío tigre, que estoy aquí esperando una danta.
–¿Una danta?
–Tío tigre, yo ya sé cuá l es [el] camino de ella. Si usted me mata
no se va a llenar bien, pero si espera va a poder comer de esa danta.
–Bueno, sobrino ñ eque, vamos a comer ese animal.
–Usted espere aquí, tío tigre, para que no se espante. Yo lo hago
bajar por esta loma y usted lo agarra aquí abajo, pero cuando yo le
grite cierre los ojos… tiene que agarrar la danta con los ojos cerrados
porque si no se asusta y se va.
El ñ eque se subió y al rato gritó :
–¡Allá va, tío tigre! Cierre los ojos y agá rrela.
El tigre cerró los ojos y lo que agarró fue una piedra
grandísima que había rodado el ñ eque y casi lo mata del totazo.
Entonces el ñ eque se fue riendo.
(Dogiramá y Pardo, 984: 253-260)
682
Literatura embera katío
I
6. escritores embera
6. Escritores embera
todo un balance, se delibera pensando en la presencia
incondicional.
y los ratos vividos han sido de prisa, que no nos permite volver
atrá s.
Se trata entonces de ondear que el día, la mañ ana y la noche
canten sin cesar a lo intrínseco de la historia y con la sonrisa
de la sierva, a flor de piel rebusquen la vida como atributo pedernal.
¡Y esa es la historia!
I
6. Escritores embera
do.
No sé si son las nubes que veo en sus ojos, estoy pérdida buscando
el nido de la verdad.
¡Acérquense un poco más al lecho del amor! ¡No tengan miedo!
Que la vida continú a y a ella hay que contribuirle hasta el ú ltimo
suspiro,
¡y hasta cuando el sol se oculte!
(Obispo, 200: s/p)
ii Literatura embera chamí
687
1. Historias sobre el fríjol y el maíz
Betata [t.C.]
Betata es figura de una muchacha que llegaba en la noche.
Man- daba [a] todos los animales –ardilla, gurre, guagua, todos–
que tra- bajaran haciendo rocería; es decir, regando el maíz al
voleo y luego tumbando el monte encima.
Trabajaban toda la noche. Al otro día la gente se levantaba y
veía esas rocerías tan inmensas.
Por la noche, terminada la rocería, los animales en figura como
de gente venían y hacían fiesta y tomaban chicha de maíz fuertiada
en los chokó.
Por la noche Betata venía a la casa y trabajaba. Las mujeres no te-
nían que trabajar, solamente tenían que dormir con el marido. Betata
hacía todo el trabajo del maíz. Hacía canastos y cantaritos. Tostaba y
molía el maíz en la piedra. Al otro día amanecían los jabaras llenos de
harina para toda la familia.
689
Una vez llegó un muchacho (un indio dice que es Carabí, la Luna)
y le ofreció muchas cosas buenas. Le dijo que tenía buena finca, le dio
el maíz y el chontaduro
Murió una indígena y su familia quedó muy triste y lloraba mu-
cho.
Dos de sus hermanas subieron a una montañ a y mirando al sol
querían morir ellas también. De pronto se les apareció Ancastor, una
enorme ave blanca que se volvió hombre, y les preguntó que por qué
lloraban tanto. Ellas le respondieron que por la muerte de su herma-
na. Ancastor les dijo que no lloraran, que ella estaba en el cielo, en
el bajía. Las mujeres exclamaron que querían ir a verla y Ancastor
les ofreció llevarlas. Ellas, incrédulas preguntaron:
–Pero, ¿có mo?
690
Ancastor les ordenó cerrar los ojos y abrió las alas y las hizo mon-
tar, una a cada lado. Y advirtiéndoles que no abrieran los ojos, las
llevó por el aire hasta que llegaron al bajía.
Literatura embera chamí
. Milcíades Chaves (citado por el padre Constancio Pinto), recogió este relato
entre los indígenas del Chamí y de él lo tomamos casi textualmente ante la
imposibilidad de confrontarlo con otras versiones. (Nota del original).
cuando la gente se muere se encuentra en el bajía. También les mos-
traron las semillas, la del maíz y la del chontaduro y luego las sem-
braron.
Cuando estuvo la cosecha, sacaron nuevas semillas y comieron el
resto. A todos les parecieron muy buenos los frutos y siguieron sem-
brando y cosechando.
(Vélez, 990 [982]: 88)
69
jinopotabar
Antiguamente la Luna brillaba mucho y no dejaba dormir. Alum-
braba como si estuviera de día y la gente se aburría mucho.
Jinopotabar era un indio joven que había nacido de la pierna de
una mujer. É l aborrecía la Luna porque brillaba como el Sol y no
dejaba dormir a la gente. Un día amenazó a la Luna diciéndole que si
no dejaba de brillar tanto la tumbaba, pero ella no le hizo caso y siguió
brillando.
Entonces Jinopotabar cortó una guadua y la puso en una olla.
Se subió a la guadua y le ordenó :
–¡Sú base hasta el cielo, sú base!
Y la guadua creció mucho. Creció hasta el cielo. Llegó a la Luna
y el indio, en la punta de la guadua, se puso a pelear con la Luna. La
cogió y le dijo que la iba a tirar a la tierra para que no brillara tanto.
692
La Luna era como una mujer gruesa, casi tan grande como la Tie-
rra y no se dejó tumbar, aunque lucharon mucho.
Al fin, el hombre, viendo que no podía tumbarla, le cogió la cara
Literatura embera chamí
con las uñ as de las manos y le dañ ó los ojos. Por eso ya no brilla tanto
como antes.
Entonces la gente de la Tierra tuvo envidia de Jinopotabar porque
había subido a la Luna y propusieron tumbar la guadua para que
no pudiera volver a bajar. É l, sin comprender las intenciones de los
de abajo, les gritó que esperaran, que cuando él bajara se encargaría
II
La cacería
A un niñ o le gustaba mucho la cacería, y un día se dio cuenta
[de] que la mamita (abuela) se había muerto. Algunos le decían
que se había ido para el cielo en cuerpo y alma y se había formado el
Sol. Un día el niñ o le dijo a la mamá que preparara el fiambre,
que moliera maíz, preparara boya y carne de monte, que se iba a
madrugar
a las cinco de la mañ ana.
Antes de partir para el monte, el niñ o le dijo a la mamá que le
tuviera preparada una bebida de achiote para [él] tomársela cuando
regresara, porque eso le iba a servir para que le salieran plumas en los
brazos y en todo el cuerpo, para poder volar; ya que le había dicho
700
que la abuela se había convertido en Sol y él quería comprobar si era
verdad o no.
Literatura embera chamí
70
La población de Zaragoza
Zaragoza era un pueblo de indígenas; ahora le pertenece a los li-
el hombre violador
702
Había un señ or casado que tenía su familia pero se enamoraba de
todas las jovencitas que veía. Tan pronto enamoraba a las mujeres,
por las noches llegaba hasta la casa de ellas y las violaba. El señ or
Literatura embera chamí
utilizaba una «contra» para hacer dormir a todas las personas que se
encontraban en el tambo de la jovencita que iba a violar, para poder
dormir con ella sin que nadie se diera cuenta.
En una ocasió n le prepararon una trampa cuando se dieron cuen-
ta [de] que esa noche iba a violar a una jovencita. La que preparó la
trampa fue una anciana, y para evitar que hiciera efecto la contra del
II
703
cosa?
Y la señ ora le dijo:
–Usté es un bobo, en sueñ o pasa tanta cosa, ¿qué va a mirar entre
rastrojo, hombre?
É l dijo:
–Sí, mijita, que vamos a encontrar hoy, ¡ah! Vamos encontrar
II
3. Otras narraciones
lleno de agua y el gusano má s grande. Y el jaibaná dijo:
–Esto no va a ser otra cosa: va a crecer Jepá , creo que es Jepá.
En tres días ensayó . Echó un poquito de agua y por la mañ ana
se llenó , todo se derramó . La señ ora dijo:
–¿Qué va a pasar con ese animal? ¿Por qué no lo mata?
Y él dijo:
–Qué matarlo; vamos a ver có mo pasa este ensayo. [Lo] voy a lle-
var a aquel planito que tiene un charquito, poner en ese hoyo a ver
–era en llanito como una batea que hay en Jeguadas; usté conoce, ¿no?
Lo echó en ese charquito; echó el animalito, sin ver nada ai.
A los tres días se fue a verle allá; lleno de agua se creció . Lleno, se
llenó de agua.
Echaba comida para poder cuidarlo. Llevaba litrico de harina mo-
lida, echaba ai pa’que pueda comer animalito; le daba plátano, maíz,
cualquier cosita.
A los seis meses tenía como una vara de largo y el agua subía mu-
cho. Se creció , se creció , se creció . Movía la cola como un pescado;
con ese movimiento la tierra de la orilla se fue comiendo. Voliando así
la cola quitó toda la tierra; el charco se creció .
En cuatro añ os creció mucho y había un charco grande en ese
llano.
Creció muchos añ os. A los diez añ os, cuentan ellos, creció como
quince metros; más largo quedó . Y un charco grande quedó ; esa batea
todavía está en Jeguadas, ai.
El viejo hizo un tamborcito de cuero de guatín; cada que lo iba
a cuidar tocaba el tamborcito: Tam, tam, tam. Entonces venía a la
orilla, sacaba la cabeza y él le daba la comida. Entonces él lo cuidaba:
echaba piedras, troncos de palo echaba ai, todo harinas, todo plátanos
cortaba y echaba ai. Así lo cuidaba.
Al viejo le dio ya pereza ir al llanito a cuidarlo y dijo:
–Más bien vamos a llamarlo con tambor pa’que venga al patio.
Apenas tocaba el tamborcito cuando lo iba a cuidar, se levantaba
el animal con el agua, venía hasta la casa y abría la boca. Entonces
el jaibaná echaba troncos de palo, carga, todo echando ai, ollas,
706
cántaros. Cuando se llenaba ese animal se iba al charco, entonces el
agua bajaba, se mermaba, se emparejaba todo. El animal quedaba allá,
Literatura embera chamí
3. Otras narraciones
matar ese animal yo? Qué tan bueno [sería] yo coger el cuchillo y me
lo tragara yo también y le tumbara el corazó n de ese animal». Iba y se
metía en el charco y decía:
–Jepá, que coma yo también.
Pero el animal estaba resabiao, como dormido, no se movía…
Cada rato decía:
–Jepá, que coma yo también.
Tampoco, ni abría la boca, siempre como
dormido. A lo ú ltimo dijo:
–¿Có mo hiciera yo?
Se fue a la casa y cogió el tambor. Tocó así: Tam, tam, tam.
Nada.
Otro toque: Tam, tam, tam. ¡Qué va! Otro toque: Tam, tam, tam.
Ahora sí llegó con agua. Y dizque el jaibaná le dijo:
–Abrase su boca, ábrase, ábrase boca.
Y poquito la abría. A lo que abría un poquito un muchachito venía
así, por entre el animal, y se asomaba. É l bregaba por cogerle la mano
y ai mismo se lo tragaba otra vez y no lo dejaba salir. Entonces, ¿có mo
[los] iba a sacar?
Como a los diez días el viejo pensó así: «¿Có mo voy a dejar yo ese
animal tan peligroso que he criao? No pude sacar mi familia. Aun
cuando pierda mi familia yo voy a trabajar, voy a echarlo al mar más
bien. Si se queda aquí nos traga a todos. Mejor más bien le voy a
cantar».
Dicen que era gente sabia, que era un doctor de indios muy gran-
de, era de antigua… parece, uno no sabe, yo no sé có mo pasaba eso,
cuentan mucho así.
Compró una olla de aguardiente y le puso banco de noche y le
cantó . Cogió sus tragos, chichas fuertes, hecho en banquete y tomó ;
quedó borracho cantando.
Y lo llamó . Cantando como a las doce en punto de la noche. Lla-
mó … yo no sé, que… que… que llamó a todos; que a Antumiá ,
pa- rece (que anteriormente decían), llamó al diablo, a Antumiá. Y
habló con él:
–Que echen más bien a ese animal que me tragó mi familia.
Entonces llegaron como diez hombres silbando, que no eran como
708
el cuerpo de uno, sino como de animal. Yo no sé có mo eran esas cosas.
Como silbando llegaron a ese charco.
Literatura embera chamí
el punto Co- nondó , en el punto en que llega otro río al San Juan,
en Dos Conotos. Allí el viejo dizque puso una tijera en el río. En
atigua contaban así, parece. Así la puso, un cangrejo grande que [se]
lo come a uno; yo
no sé qué tan cierto será. Y puso una tijera más abajo. Y otra.
Reunió todos esos Jepá. Porque mucho jepá había, mucho animal
de ese, también aquí. Otro jepá allí en Jebanía había, otro abajo en
el San Juan… montones de jepá había. Y cuando los echó dijo:
–Que se va a ir pa’l mar, abajo.
Y él mismo nombró , dice… yo no sé có mo pasa esa cosa, dijo la
palabra:
–Quedar Jeguada, Jeguada, Chata, Chata, Jebanía, Jebanía, Uma-
ca, Umaca.
Se marchó , todo nombre pronunció .
Y abajo estaba la tijera. Unos jepá que no tenían culpa, pasaban y
pasaban. Y el ú ltimo, el jepá que tenía deuda pasó detrá s, la tijera
lo despedazó . De ú ltimo llegó , pasó por encima, se traspasó , se cortó
en la mitad. Y ai mismo murió Jepá . Y se perdieron también todos
los muchachos ai.
Llegaron hasta el mar. En el mar, tan grande, qué va a aparecer
algo: ai se perdieron todos.
Así es la historia de ese Jepá . Hasta ai acaba. Y así pasó .
(Vasco, 2002: 47-423)
3. Otras narraciones
desnú o cayó el viejo ai. Tenían dos hijos. Y no tapó bien, pobre viejito
estaba caído, se burlaron por papá. Y de la mañ ana le contó
mucha- cho:
–Vea papá, usté me respetó , este se burló mucho vusté.
–¿Usté también burló ?
–No, papá, yo junto siempre por vusté, apena yo tapé.
Este no se burló . Y después ai mismo dio rabia; le
dijo:
–Maldita, usté no era hijo mío, ¿por qué tú no respetó nada?, ¿por
qué quedó así? Entonces usté tienen que no… no van a quedar
aquí, vá yasen otra parte, tienen que en vivir por allá.
Y después se tuvieron… ai mismo se fueron para allá. Por que…
tú no sabe nosotro por qué tenemos tan pobre, porque el papá por
de… de maldició n como de Noé era, era papá, pues, ¿no?, entonces
por esa raza que estamos tan pobre nosotro vive en este mundo.
Porque ahora también el papá propio puede hablar maldició n al
hijo propio; decir: «Maldito, vusté no era hijo mío; ¿por qué
quedas-
había una hija que había muerto pero tenía forma de persona. La hija
le dijo a la mamá :
–Yo vengo a visitarla y vengo por usted.
Enseguida la hija principió a invitar a las otras personas, que eran
espíritus, para que entraran a la casa. La abuelita estaba cerca del fo-
gó n tostando maíz y las personas se fueron acercando y la fueron sa-
ludando, y cada uno fue dando el nombre y diciéndole si se acordaba
que ellos ya habían muerto.
La abuelita al ver esa multitud de gente se había echo en un rincó n
muerta de miedo, al ver tanta cantidad de espíritus.
7
3. Otras narraciones
iii Literatura wounán
73
1. Historias de origen
1. Historias de origen
indígenas, negros y blancos2
Ewandama, el Sol, se casó con la Luna y tuvieron muchos hijos.
más que su esposa, los hombres se deben adornar mucho más que las
mujeres.
(Vélez, 990 [982]: 69)
1. Historias de origen
rían esperarlo. Pero la gente estaba trabajando en sus tambos y no se
dieron cuenta de que él estaba allí y continuaron trabajando.
Aproximadamente dos meses después, Dios regresó en un barco
muy grande. Cuando este se pudo divisar, el hijo gritó :
–Ahí viene mi padre.
Pero la gente contestó :
–No. Son los cuna, que vienen a matarnos.
El barco se acercó , y ellos se acercaron para recibirlo y comenza-
ron a dispararle a Dios, a quien mataron con sus flechas. Una vez que
lo habían matado, dejaron el barco en la orilla del río. El hijo les
dijo entonces:
–Entierren decentemente a mi padre bajo la casa.
Así lo hicieron, pero a los tres añ os lo desenterraron, lo lavaron
muy bien, [y] lo colocaron en una gran caja para que se secara al
sol. Cuando se secaron los huesos de Dios, el hijo llamó a la gente
para que viniera a ver. La gente se aglomeró en cuatro hileras.
Sacaron el esqueleto, y cada uno cogió para sí un pedazo de hueso
y comenzó a soplarlo. Aú n no había pá jaros, no había nada en el
mar, el mundo
estaba vacío. Pero si a media noche se escucha un pájaro produciendo
una mú sica dulce, es uno de los que sopló por los huesos de Dios,
ya que toda esa gente se convirtió en pájaros. Dios partió hacia el cielo
y nunca má s regresará .
(Wassén, 988: 92-93)
el diluvio
Cuéntase que el mundo cambió una vez. Había un gran río cuya
cabecera estaba en el mar, y la boca arriba en la costa. Para cambiar
esto Dios hizo caer una lluvia torrencial y el mundo empezó a hun-
dirse con la creciente. Un hombre se fue hacia donde estaba Dios
para avisarle que con la creciente el mundo se estaba yendo a pique,
y entonces él dijo a los chocó s que se salvaran en balsas de madera.
El hombre que había ido donde estaba dios, arregló su casa y dijo
a los demás que pusieran balsas de madera debajo de sus chozas para
7 8 que pudieran así flotar sobre el agua. Los demás no le creyeron. Para
no tener hambre, el tal hombre cortó sus plátanos, su cañ a, y los puso
en su casa. Los demás dijeron que era mentira lo que decía el hombre
Literatura wounán
79
1. Historias de origen
2. Cuento sobre los Hijos de la pierna
725
Rana
Un viejo vivía con sus dos jó venes hijos, un día los muchachos
dijeron al papá :
–Papá nosotros nos vamos del caserío, vamos a buscar carne de
monte, aves y pescado, nos vamos con todo y cama.
Se fueron los dos muchachos y llegaron al sitio donde querían
llegar. Pasados tres días estando ellos los dos solitos, uno de ellos dice
a su hermano:
–Ahora que estamos solos los dos, en caso que llegue a aparecer
una mujer donde no hay gente, yo si la perdono.
Y el hermanito le contestó al mayor:
728
–No hable así, hermano, que es malo decir eso en una cabecera
de río, porque mi papá dice que por aquí en el monte hay animales
malos.
Literatura wounán
La mujer y el sábalo
Un indígena con su mujer tenían una jovencita que por mucho
andar el tiempo le cogió la madurez. Le gustaba mucho el trabajo y se
El papá le dijo:
–Venga que ya tenemos comida, es pescado.
Ella dijo que no tenía hambre y pensaba si su pescadito no estaba
ahí cerca.
Al otro día hizo otra vez, y nada. A las tres veces dijo:
–Me mataron el pez.
Lo quería mucho, y ella se dio cuenta cuando estaba hirviendo
la olla que le habían matado a su esposo. Y le dijo al papá :
–Ese era mi novio que más tarde íbamos a tener un pescadito con
él. Si no lo hubiera matado hubiéramos tenido muchos sábalos.
(Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, 998: s/p)
5. Un cuento de animales
5. Un cuento de animales
el hilo se reventó , el sapo cayó al suelo y se aplastó . Desde
entonces todos los sapos son aplastados.
(Wassén, 988: 99)
el jaguar y el conejo
El jaguar estaba paseando por un caminito en la selva y se encon-
tró con una tortuga. Inmediatamente agarró la tortuga con el fin de
devorarla, pero la tortuga le dijo:
–No tío, no puedes comerme de esta manera. Te voy a mostrar có mo
debes hacerlo. Debes conseguir un palo y me golpeas en la espalda.
El jaguar procedió a hacerlo, pero tuvo que soltar la tortuga mien-
tras cortaba un palo. Inmediatamente la tortuga se deslizó en el agua
y se salvó .
Después de eso el jaguar se encontró con un conejo en la selva. El
conejo estaba mordiendo un queso.
–¿Que estás comiendo? –preguntó el jaguar–. ¿Está bueno?
–Sí, prueba un poco.
El jaguar probó y, cuando se dio cuenta [de] que sí estaba
bueno, le preguntó dó nde se conseguía.
734
–En un pozo cerca del río. Me até un bejuco alrededor del cuerpo,
salté, y pesqué uno –contestó el conejo.
Literatura wounán
lista para caer. Cuando el conejo corrió por debajo de ella el hacha
cayó y le cortó un pedazo de su parte trasera. Este es el motivo por el
cual hoy día el conejo tiene la cola mocha. De hecho, desde
entonces se con- virtió en conejo.
(Wassén, 988: 96-98)
740
Literatura wounán
III
iV Literatura inkal awá
74
1. Historias de origen
1. Historias de origen
Y luego Dios le preguntó a la mujer si quería vivir con él, y ella
respondió que sí, al igual que el hombre respondió que sí. Así queda-
ron viviendo ellos dos juntos.
Al tiempo llegaron a tener un hijo que les acompañ aba, y este,
cuando iba creciendo, sus padres le iban enseñ ando todos los trabajos
que ellos hacían.
Luego en una noche oscura nació una niñ a. Los dos hijos hicieron
procrear la tierra y la poblaron.
El mundo de Dios
El mundo de los
muertos El mundo del
awá
El mundo de abajo
Los ancianos awa cuentan que antiguamente los árboles y los pá-
jaros salían a conversar entre los de su especie; y también tanto los
á rboles como los pá jaros conversaban con las personas.
Cuando una mujer se encontraba embarazada y se aproximaba el
744
en un principio no existía nada [t.C.]
Literatura inkal awá
1. Historias de origen
amarilla. Este fue el indígena. Por ú ltimo entró el otro y no alcanzó
a bañ arse más que las palmas de las manos y las plantas de los pies.
Este fue el negro.
Después hizo dios los animales y las plantas; el diablo hizo toda lo
contrario: dios hizo el venado, el diablo el gusano; dios hizo la
vaca, el diablo la monchira.
(Silva, s/f. Xexus Ventana Cultural)
2. Narraciones sobre el gran árbol
747
Un árbol de donde salía y caía el alimento [t.C.]
Que había un árbol de donde salía y caía el alimento, después a la
748
Literatura inkal awá
IV
3. Historias bravas
3. Historias bravas
Los indios bravos tenían mucho poder má gico, se comunicaban
con toda clase de espíritus del bien y del mal. Hacían toda clase de
pactos con ellos para obtener beneficios. Por ser seres mágicos, tenían
mucha capacidad de andar la inmensidad del territorio, por las selvas
más espesas, sin importar el estado del tiempo, ni las difíciles con-
diciones de acceso: sean peñ as, ríos, lagos, lagunas, pantanos. Ellos
avanzaban grandes distancias en tan solo un día, a diferencia de los
actuales awá, que lo hacen en varios días o semanas.
(Silva, s/f. Xexus Ventana Cultural)
ippa2
En un tiempo de escasez de chiro (clase de plá tano), la gente se
reunió para conversar sobre el porqué sucedía esto. En este tiem-
po la comunidad tenía un comisario que dirigía la reunió n y sabía
. Los inkal-awá tienen un concepto integral del fenó meno «relá mpago-rayo-
trueno»; escribimos aquí «rayo» para referirnos a él. (Nota del original).
familia informó al comisario de lo sucedido. Este le aconsejó al joven:
–Mejor vete a donde tú vas a estar para siempre.
Al instante, el joven preguntó :
–¿A dó nde voy?
–Vete a esa loma –le respondió el comisario y le señ aló una direc-
ció n. Pero el joven le respondió :
–No conozco el camino.
A lo cual el comisario contestó :
–Yo sí lo conozco, vámonos.
Se fueron caminando, y cuando ya iban llegando al filo de la loma
se encontraron con un hombre que tenía una piedra en la mano. Este
hombre era el Astaró n quien le preguntó al joven:
–¿Para qué vienes aquí?
Este le respondió :
–Yo voy convertido para asustar a toda la gente.
Entonces el Astaró n pidió que se hiciera para mirar:
–¿Có mo es?
Inmediatamente cayeron rayos y el Astaró n dijo: 75
–Así no es, mejor es así.
3. Historias bravas
La piedra dio sobre el tronco de un á rbol partiéndose en dos.
En seguida el Astaró n provocó al joven:
–Vuelva a hacer otra vez.
Diciendo esto cayeron má s rayos. Al rededor había árboles de
chonta que se partieron en pedazos. El Astaró n se asustó tanto que se
quedó parado y quieto. Después de un rato replicó :
–No más, usted me hizo asustar mucho.
Había dos caminos de los cuales el Astaró n cogió el que se
dirige hacia el norte. El Ippa tomo el camino hacia el oriente, pero
antes de partir advirtió al comisario que no lo llamaran Ippa porque
se enoja- ba, sino que solo le digan Pamba (abuelo).
(Haug, 994: 228-229)
. El término astarón parece ser españ ol; en awapit: Inkal anpat (gigante de
la selva), sin embargo, no llegué a saber con seguridad si con estos dos
términos se refieren al mismo personaje mítico. (Nota del original).
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