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MiNisTeRiO De CULTURA BIBLIOTECA BÁSICA DE LOS


puEBLOS INDÍGENAS DE COLOMBIA
2

Beca Nacional de Investigación en Literatura


Programa Nacional de Estímulos 2008
Ministerio de Cultura
Miguel Rocha Vivas
Selección, introducción y notas

El Sol babea jugo de piña


Antología de las literaturas indígenas del Atlántico,
el Pacífico y la Serranía del Perijá
M iniste R io De cu L tu R a
Paula Marcela Moreno Zapata Ministra de Cultura

María Claudia Ló pez Sorzano Viceministra de Cultura


Enzo Rafael Ariza Ayala Secretario general
Germá n Mejía Pavony Asesor del Despacho para el Bicentenario

Clarisa Ruiz Correal Directora de Artes

Melba Escobar de Nogales Coordinadora del Área de Literatura

Viviana Gamboa Rodríguez Coordinadora de la Biblioteca básica de los


pueblos indígenas de Colombia

apoyan Direcció n de Poblaciones


Biblioteca Nacional de Colombia
BiBLiOTeCA BÁsiCA De LOs
PUeBLOs iNDÍGeNAs De COLOMBiA
NA CI ÓN DESD E LAS RA ÍCE S

Comité editorial
Enrique Sá nchez
Fredy Chikangana [Wiñ ay Mallky]
Hugo Jamioy Juagibioy
Vito Apü shana
Miguel Rocha Vivas
El Sol babea jugo de piña. Antología de las literaturas indígenas del
Atlántico, el Pacífico y la Serranía del Perijá. / compilado por Miguel
Rocha Vivas. Bogotá : Ministerio de Cultura, 2010.
768 p. – (Biblioteca básica de los pueblos indígenas de Colombia;
Tomo 3) ISBN Colección 978-958-753-014-8
ISBN Volumen 978-958-753-020-9

1. LITERATURA COLOMBIANA – SIGLO XX. 2. LITERATURA


INDÍGENA. 3. INDÍGENAS – LITERATURA. 4. INDÍGENAS – POESÍA. 5.
POESÍA INDÍGENA. 6. ATLÁNTICO (COLOMBIA) – LITERATURA. 7.

CDD

Primera edició n: Bogotá, agosto de 2010


© 2010 Ministerio de Cultura
© 2010 Miguel Rocha Vivas

I SB n 978 - 958 - 753 - 014 - 8 Colecció n


IS B n 978- 958- 753- 02 o-9

Ministerio de Cultura
Carrera 8ª 8-09 Bogotá
✆ 571-3424100
Línea gratuita 01 8000 913079
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José Antonio Carbonell Blanco dirección editorial


María Villa Largacha edición
Emperatriz Arango Blanquiceth gestión y comunicación
Juan Andrés Jamioy ilustración de portada
Camila C. Costa + C. Umañ a diseño
Guillermo Zea Ferná ndez asesoría jurídica
Fundació n Tridha administración

Impreso en Colombia por Nomos


Impresores

Reservados todos los derechos. Prohibida su reproducció n total


o parcial por cualquier medio, o tecnología, sin autorizació n
previa y expresa del editor o titular
Contenido

o
PUe RTA De PAL A B RAs
27 Una piñ a de corazó n del Sol
35 Para abrir esta piñ a


P R im eR A PARTe
L L ANU RAs DeL C AR i Be y s eR RANí A DeL PeRijÁ
43 Ette, Barí y Yukpa. Introducción 7
43 Ni chimilas, ni motilones
46 Chibcha y carib
49 Traguemos oro, hagamos nuestro pensamiento grande
56 El Sol babea jugo de piñ a
64 El árbol que aú n sangra entre los yukpa

75 i LiTeRATURA eTTe
1. Historias de origen
79 El mundo
8 La creació n
82 Sol y Luna
82 El poblamiento
83 El fin del mundo
86 La reunió n
87 Los primeros ette
88 El origen de los animales
89 El diluvio
9 Có mo los chimila consiguieron el fuego
92 Có mo los chimila consiguieron el agua
93 Có mo los chimila consiguieron el maíz
93 El pensamiento de Waacha
2. Historias de sol y Luna
95 Sol y Luna
96 Sol y la joven
3. Otras narrativas
06 Rey gallinazo y el joven
2 Los brujos
3 Los animales hablan
4. Narraciones e imágenes oníricas
4 El hombre que soñ ó con una mujer
5 El hombre que soñ ó con caimá n
8 7 He hablado con Yaau
7 Desde ese día mi pensamiento es grande
8 La puntada en sueñ os
8 Del lado de Yaau el viento es como una falda
9 Era el fin del mundo

23 ii LiTeRATURA BARÍ


1. Historias de origen
25 Los barí vivían antes, arriba, allá en el cielo
25 La Luna y la Tierra eran dos hermanas
que vivían cogidas de la mano
26 El dios del orden
27 La Creació n
27 En el principio
29 Así salieron las razas
29 La creació n de los animales
2. Relato sobre el gran árbol
3 La caída del árbol gigantesco
3. Otras narraciones de antigua
33 Antiguamente no existía agua
33 En tiempos de la Luna, la Tierra era diferente
35 La historia del monito Pwácari
37 Antiguamente en la Tierra no había sino montañ as
4. Historia del más allá
40 Caminar liviano

43 iii LiTeRATURA yUKPA


1. Historias de origen
45 Al principio Kemoko estaba solo
45 Amorétoncha y la primera gente 9
46 La creació n de los primeros seres humanos
47 Así fue la primera gente
48 Kemoko y Kurumacho
48 Amorétoncha eran dos hermanos
49 Có mo salió maíz primero y auyama después
49 Kemoko vivía con los yukpa
50 Osemma y los cultivos de los yukpa
50 El origen del maíz cariaco
53 Có mo Purihma engañ ó a los yukpa
53 Kemoko envía un diluvio a la tierra
2. Historias de sol y Luna
55 El día y la noche
55 Sol (Vicho) y Luna (Kunu)
56 El hombre que fue al mundo del Sol y de Luna
3. Historias mortuorias
6 Có mo los yukpa quisieron acabar con Karavu
6 Có mo Kemoko se fue al cielo
63 Por qué ahora mueren los yukpa
63 Así es la vida de los muertos
64 Atantocha, el sepulcro y la roca
4. Historias de señores de la naturaleza
67 El origen del fuego
67 Atantoche y el pez
5. Historias de animales
7 El zorro chucho
72 Yamore, el engañ ador
72 La arañ a
73 La samaya y el chupaflor
77 La historia del fríjol y el oso

••
segU ND A PARTe
Pe Ní Ns UL A De LA g UA jiRA
0 8 Wayuu. Introducción
8 Woü main
86 Wayuunaiki
89 Memoria, resolució n, ideació n y curació n
97 La Guajira, una dama ancestral con dientes en la vagina
204 Encierros prolongados, picardías de atpanaa
20 Escribiendo para «desalijunizarse»

27 i LiTeRATURA w AyUU


1. Canto de oütsu
29 Yo estaba encerrada
2. Narrativas de origen
220 Los hijos de la lluvia
Nuchonni huja
220 Las tortugas de pájara
222 Origen de los guajiros
226 Juyá es nuestro padre, Luna es nuestro padre
227 Maleiwa
240 Makuira y Barrigoncito
242 La india Worunka

3. Historias pulowi
245 Sobre Pulowi y Juyá
245 Pulowi de mar y Pulowi de tierra
250 La Pulowi de Matujai
252 Pulowi de mar y Pulowi de tierra
262 Historia de un niñ o wayuu y la Pulowi
(mujer misteriosa)

4. Otras narrativas
265 La leyenda de Wo’upanalu
266 Una joven flechada por wanülü es
curada por una chamá n
269 Kasipoluin

270 El arco iris y el caimá n
270 La deuda de Juyá
27 Una muchacha reclusa raptada por Juyá
274 El hijo del có ndor
278 El pequeñ o indio kosina
28 La abeja en busca de casa
282 El viaje al espacio
283 De có mo le robaron el sombrero al Sol
285 Yonna kaarai
285 El perro y el caimán
5. Cuento y jayeechi de sergio Cohen epieyú
287 Atpanaa pone a suplicar al yolüja
29 Enamorado de su mujer como el primer día
6. escritores wayuu
293 ANToNio LÓPeZ [BRisCoL]
293 El verano
294 Una resolució n suprema
295 El pago de un servicio mercenario
296 gLiCeRio TomÁs PANA URiANA
296 El segundo sueñ o
298 RAmÓN PAZ iPUANA
298 Pooroy
Los sapos
299 Uyaaliwa ee atpana
El mapurite y el conejo
302 Warulapay é atpanaa
El gavilán y el conejo
304 El precio del desprecio
30 RAmiRo LARReAL
30 Hermano mestizo
37 migUeL ÁNgeL jUsAyú
37 Ni era vaca ni era caballo
Nno’jotsü páain jia’yaasa nno’jotsü amáin jia’yaasa
329 Relato del niñ o malcriado
2 Nüchi’ki wané jíntüi kayûrrai
337 Relato de un cazador de tortugas
Nüchi’ki wané waiú olo’jüi sa’wáinrrü
344 Relato de un hijo de Juyá
Nüchi’ki wané waiú nüchón Juya´
352 Relato de un guajiro casto
Nüchi´ki wané waiú püla´ áinchi
359 Relato de un joven y una burra
Nüchi´ki wané waiú jimáai óulaka müsû´ya wané pülíku
364 Relato del sueñ o de un venado yama
y de la adivinanza de Maja’ló usérrai
Nülapûnchiki wané irra´ma yama´
óulaka nûimou maja´lóusérrai
370 migUeLÁNgeL LÓPeZ [ViTo APüshANA-mALohe]
370 Katá-Ouu
Vida
370 Wayuu
370 A Mmá, la Tierra
37 Juyapu
Tiempo de lluvias abundantes
37 Woumain
Nuestra tierra
37 Erra
Visió n
372 Marara
372 Culturas
373 Ipa
Piedra
373 Lapu-trama
Sueñ o-venado
373 Aleker
Arañ a
374 Jierru
Mujer
374 Rhumá
375 Kaitunali
3
375 Palaa
Mar
376 Mar
Palaa
376 Vivir-morir
Kataa ou-Outa
377 ANToNio URiANA
377 Al guaimpiray guajirer
377 Bochinche bochinche
379 ATALA URiANA
379 Tu wanee ataakalu
379 Otra piel
380 Tanuiki
380 Tanuiki
38 jUAN PUsHAiNA
38 La fiesta patronal
389 RAFAeL meRCADo ePieyú
389 Maleiwa
389 Míranos, Señ or
39 josé ÁNgeL FeRNÁNDeZ
39 Canto de la Kaaulayawaa
392 Sueñ o oro
393 LiNDANToNeLLA soLANo meNDoZA
393 Fugitivo Palaa
393 Akuaippa
Costumbres
394 ViCeNTA mARíA siosi PiNo
394 Esa horrible costumbre de alejarme de ti
398 La señ ora iguana
404 esTeRCiLiA simANCA PUsHAiNA
404 El encierro de una pequeñ a doncella
4 Manifiesta no saber firmar, nacido: 31 de diciembre

•••
4 TeR C eRA PARTe
goLFo DeL DA R i éN
423 Kuna tule
423 Abya-Yala
425 Gente que habla y se entiende como gente
432 Molas: ventanas afuera y adentro de los kuna tule
440 El mundo a pique vuelve a florecer
448 Platillos voladores de oro
454 Ibe, humanizació n y deshumanizació n
460 Paluwala

465 i LiTeRATURA KUNA TULe


1. Antecedentes míticos
469 Dios sobre asiento de oro, vestido de oro
470 El sol, enojado, le quitó el privilegio de
sustentarse por el olfato

2. Historias de origen
47 La Tierra Madre y los cuidados de Paba
472 Olotwaligipileler y Magiryai. La llegada de
Tad Ibe y sus hermanos
482 Tonanergwa y Olobagindili
3. Relatos sobre el gran árbol
484 Paluwala, el gran árbol de sal
-
489 La corta de Palu-uˇ a la
-
49 La corta de Palu-uˇ a la

4. Más historias sobre los orígenes


492 Iskar y Achu
Borriguero y Jaguar
493 Usu Acu ebo
494 El mono que quería ser grande
497 Dada Tomorcua y Icalobandule
498 Tad Aiban y el diluvio (mu osis)
505 Lo que le pasó a Aiban cuando bajó de la montañ a 5
505 De có mo aprendieron los cunas a llorar la
muerte de los suyos
506 Olonadili
5. Historias de animales
5 El tigre y el fuego
52 Us kwento
El cuento del agutí
59 Usu y Achu
Ñ eque y Jaguar
522 El tigre y el machango
523 El perro y el machango
6. Historias de neles
525 Oració n de nele Kantule
525 Olonakekiryai
529 Ogebib, nele que atrajo la luz del sol
537 Nele Kuani
546 Nele Pailiber y el espíritu del muerto
7. escritores kuna tule
igUANigiNAPe KUNgiLeR
562 La amiga tortuguita terrestre y el amigo mono
564 mANiPiNiKTiKiyA [ABADio gReeN sToCeL]
564 Abuela
564 Tinaja
564 Ipelele
566 ARysTeiDes TURPANA
566 Archipiélago

••••
C UARTA PARTe
PA C íFi Co
569 Embera Katío, Embera Chamí, Wounán, Awá.
Introducción
57 Awá-pit y chocó
6
574 Escribiendo esencias sobre el cuerpo
58 Dos gotas de saliva en playas
blancas de gente recién nacida
586 El hijo de la pierna brota con sangre
598 Tala del gran árbol, primer horizonte humano
602 Jepá

609 i LiTeRATURA eMBeRA KATÍO


1. Narrativas de origen
6 Levántense muchachos
Pidapota warrana
6 Karagabí y Tutruicá crean el mundo
66 Las luchas de Caragabí y Tutruicá
62 Origen de los catíos y los cunas
622 El diluvio en el Darién
2. Historia de sol y Luna
623 Las fases de la Luna
3. Más historias sobre los orígenes
624 El agua
627 La conquista del agua y otras creaciones
629 El origen del agua
632 El origen del plátano
634 El pájaro luna
635 La hermana de Carabi
643 Dabeiba
645 El cielo de Caragabí
646 Jinu Poto
65 El origen del ñ ame
652 El origen del jaibanismo

4. Otras narrativas
655 Los bibidigomia 7
657 El rey gallinazo
660 El hombre que se casó con una mujer gallinazo
662 La india embijada
664 La hormiga arriera
665 La culebra birrí
666 Menebé cuento
668 Baubá cuento
669 Amparrá zeze cuento
675 La nutria
676 Yoeyoe cuento
5. Cuento de animales
679 El ñ eque y el tigre
6. escritores embera
HigiNio oBisPo goNZÁLeZ
683 Todo al ritmo y al paso del abuelo Sol
684 Mi madre siempre erudita

*
687 ii LiTeRATURA eMBeRA CHAMÍ
1. Historias sobre el fríjol y el maíz
689 Betata
689 Gallinazo se voló
690 El maíz y el chontaduro

2. el Hijo de la pierna y relatos afines


692 Jinopotabar
696 Los embera-chamí en guerra contra los cangrejos
700 La cacería
700 El cazador que cayó a otra tierra
70 La població n de Zaragoza
702 El hombre violador
3. Otras narraciones
704 Historia de la culebra Jepá
709 Historia de por qué los indios son pobres
8 70 Bajada de los espíritus a la tierra

73 iii LiTeRATURA wOUNÁN


1. Historias de origen
75 El Ewandama creó el mundo
75 Indígenas, negros y blancos
76 Un mito sobre la creació n
78 El diluvio
2. Cuento sobre los Hijos de la pierna
720 El hombre que visitó Armía, el Infierno
3. Relato sobre la serpiente
724 El Sierpe, la serpiente gigante que se tragó una niñ a
4. Historias de matrimonios sobrenaturales
726 Cuento de la culebra (nemkhor)
728 Rana
73 Nutria
732 La mujer y el sábalo
5. Un cuento de animales
733 El sapo y la arañ a en una fiesta
6. Cuentos del conejo
734 El jaguar y el conejo
736 El conejo, la guagua y el tigre
738 Otro cuento del conejo engañ ador

74 iV LiTeRATURA iNKAL Aw Á


1. Historias de origen
743 En la antigü edad no existía gente
744 En un principio no existía nada
2. Narra

ciones sobre el gran árbol 9


746 Historia del á rbol grande Katsa ti
747 Un á rbol de donde salía y caía el alimento
3. Historias bravas
749 Cuentos sobre los indios bravos
749 Ippa

753 Bibliografía
Dedicado a
los presentes y futuros escritores y
escritoras indígenas en Colombia

AG R A D E C I M I E N T O s E s P E C I A L E s

María Paula Rueda


Á lvaro Rocha
María del Carmen Vivas
Miguel Á ngel Ramírez Ipuana
Fernando Urbina

Ministerio de Cultura
Programa Nacional de Estímulos
Rieguen las semillas en el arado,
sean cautos:
la historia mía no será la de ustedes,
a lo mejor será el resultado de la bú squeda heroica
adquirido en el tiempo
y aun má s obtenido como tesoro preciado.
Aú n me falta anclar algunas palabras en vuestro ser, estoy soñ ando.

HIGINIO OBISPO, POETA EMBERA


0
Pu ER t A d E P A L A B R A S
Una piña de corazón del sol

Un motivo recurrente en las oraliteraturas o literaturas indígenas del


Atlántico, el Pacífico y la Serranía del Perijá (exceptuando la literatura
wayuu) es el de la tala del gran árbol. Cuando el gran árbol cae el mun-
do cambia; las comunicaciones entre los seres vivos se transforman.
De hecho, la humanidad se diferencia a partir de la tala del gran árbol.
Cuentan los barí que Sasaseba cortó piñ as y de su interior brotaron el
primer hombre y la primera mujer… «esta primera gente ayudó a Sa-
saseba en su trabajo de arreglar y ordenar el mundo». Del jugo de esas
piñ as dulces, imagen preciosa, surge la vida y la inteligencia humana.
De acuerdo con algunas de estas tradiciones mítico-literarias, el
27
mundo actual no es resultado de una caída, sino de un corte, de una
diferenciació n con respecto a la raíz original. Segú n los wayuu la gente

Una piñ a de corazó n del Sol


es hija de la Tierra (Mmá) y el Lluvia (Juyá). Pero Juyá tuvo antes otra
esposa: Pulowi. En las narrativas wayuu es evidente que los hijos
de la tierra y el agua personifican una conciencia diferente, que no
pocas veces entra en conflicto con la expresada por las pulowi y otros
seres sobrenaturales como los wanülü, sobre quienes abundan
historias de raptos y enfermedades que transmiten a los humanos.
Así es como gradualmente llega a prevalecer un tipo de conciencia
colectiva di- ferenciada y típicamente humana. Somos, como los
wayuu, los hijos de un segundo matrimonio, y nuestra materia es
básicamente: agua y tierra.
La era de conciencia primordial finaliza por un lado con la tala del
gran árbol y el corte de las piñ as y, por otro, a partir del afianzamiento
de las relaciones con la Tierra como madre y esposa. La bú squeda de
los padres, la competencia mágica entre distintas fuerzas, los matri-
monios sobrenaturales y los pasos al intramundo son solo algunos de
los grandes motivos desarrollados por los narradores y cantores de
las comunidades ette, barí, yukpa, wayuu, kuna tule, embera katío,
embera chamí, wouná n y awá .
• •

Sol y luna, día y noche, cielo y tierra, hombre y mujer, derecha e


izquierda, arriba y abajo, todas son expresiones de un principio de
dualidad complementaria que el pensamiento indígena interpreta de
diversas maneras. Los narradores y narradoras tradicionales disfru-
tan de un riquísimo acervo de imágenes, motivos y temas que se han
transmitido de generació n en generació n; pero a la vez es un hecho
que muchas de sus narraciones han sido incorporadas a la memoria
colectiva en tiempos más recientes a propó sito del contacto con otras
culturas. Las tradiciones mítico-literarias, lejos de ser sistemas estric-
tamente cerrados, recrean las memorias arcaicas, readecú an las in-
fluencias externas y actualizan las experiencias del día a día; así pues,
ellas suelen ser ancestrales y contemporá neas a la vez.
El Sol babea jugo de piña es pareja de Antes el amanecer. Concebi-
da en periodos diferentes, cada antología tiene sus particularidades y
posee cierta independencia; con todo, «suenan mejor juntas». En con-
28
junto, abarcan tres áreas claves de la geografía colombiana –los Andes,
el Pacífico y el Atlántico o Caribe– y facilitan una mirada panorámica
Puerta de palabras

e introductoria a algunas tradiciones mítico-literarias de comunidades


indígenas cuyas lenguas pertenecen a familias lingü ísticas de trascen-
dencia continental y regional.
Las familias lingü ísticas continentales presentes originalmente en
la mayoría de los textos seleccionados son la chibcha (hablada por los
kuna tule, kogui, wiwa, iku–, ette, barí, uwa y muiscas), la carib o
caribe (de los yukpa y pijao –cuya lengua desapareció –), la arawak (de
los wayuu) y la quechua (de los inga). Las familias lingü ísticas
regionales que ambas obras incluyen son la chocó (embera y wounán) y la
barbacoa (misak-guambiano y awá). Por otra parte, están las lenguas
de los nasa y los camëntsá, que se consideran como independientes o
aisladas. Los pastos y los yanaconas (yanakunas) son actualmente
hispanohablantes, pues sus lenguas fueron llevadas a la «extinció n»,
aunque perviven de cierta forma en palabras que nombran el
territorio y en expresiones de uso cotidiano. Hoy día algunos
miembros de estos grupos usan aú n el quechua (quichua) como
lengua de revitalizació n cultural.
Esta puerta de palabras continú a y amplía la introducció n que
abre y presenta Antes el amanecer, antología de las literaturas indígenas
de los
Andes y la Sierra Nevada de Santa Marta. Aquí como allá los textos
seleccionados y estudiados provienen de investigaciones publicadas en
españ ol, aunque buena parte de las narraciones y canciones fueron ori-
ginalmente elaboradas y transmitidas –en algunos casos edició n– en
las lenguas originarias en menció n. Las limitaciones de espacio para
conformar un panorama introductorio, la gran cantidad de textos, la
inmensa complejidad y diversidad de lenguas –algunas de las cuales
no poseen un alfabeto unificado–, influyeron en la decisió n de optar
por una lengua comú n para su publicació n. La publicació n en españ ol
no es decisió n nuestra, ya que es en realidad reflejo de las investiga-
ciones y obras de las que provienen los textos, pues muchos investiga-
dores, e incluso los escritores indígenas, optaron a menudo por el uso
del castellano y alternaron a veces con versiones en las lenguas nativas.
Estamos pues ante conjuntos mítico-literarios de «tradiciones en
traducció n». Ahora bien, la gran mayoría de narraciones y cantos se-
leccionados pertenecen estilística y cronoló gicamente a lo que deno-
mino etnoliteratura y periodo etnoliterario. Esto significa que los textos
29
en gran parte son transvasados del arte verbal oral a la escritura alfa-
bética; y, en ese contexto, la mayoría de investigadores se concentran

Una piñ a de corazó n del Sol


en la producció n de etnotextos dejando de lado los contextos en que
fueron narrados, los probables aportes de quienes acompañ aban en
ese momento, las reacciones, giros, interrupciones, silencios, excla-
maciones y, sobre todo, sus propias preguntas e intervenciones, que
frecuentemente motivaron las narraciones y canciones. Numerosas
tradiciones se tradujeron en el momento mismo en que fueron can-
tadas y contadas, con la ayuda de los narradores y cantores, quienes
no pocas veces optaron por expresarse directamente en españ ol. Sin
embargo, la edició n de los textos etnoliterarios ha sido
frecuentemente un fenó meno del «día después»: un proceso en que
etnó grafos, etno- lingü istas y folcloristas se ocuparon de «sus
materiales» con la ayuda de cuadernos de notas, grabaciones,
etcétera. Así pues, en este tipo de trabajos los propó sitos de los
transcriptores casi nunca fueron literarios; en general recogieron
sus materiales de campo con fines científicos y como parte de
investigaciones de carácter antropoló gico. La escritura del periodo
etnoliterario es una escritura en perspectiva etnográ fica y
etnolingü ística, y aunque hoy en día siga en uso –pues forma parte
de disciplinas científicas específicas–, alcanzó su apogeo
en el siglo XX, lo cual puede constatarse, al menos en el caso de Co-
lombia, en la inabarcable cantidad de etnotextos que fueron recogidos
y producidos durante ese siglo.
La etnoliteratura es la «literatura étnica» –principalmente indíge-
na, pero también afro– que fue alfabéticamente fijada ante todo por
in- vestigadores extranjeros con el apoyo de narradores(as),
cantores(as) y hablantes nativos. Durante el periodo etnoliterario
dichos investiga- dores a menudo eran etnó grafos, etnolingü istas y
folcloristas, y por lo general se referían a sus fuentes como
«informantes». Los miembros originarios de las comunidades
excepcionalmente accedían a la tecno- logía de la palabra escrita con
caracteres latinos –aunque en algunos casos fueron sus usuarios más
inmediatos, por ejemplo, en las cartillas etnoeducativas bilingü es y,
más recientemente, en los «planes de vida» de las comunidades–. Así
que mucho de ese inabarcable material etno- literario que se recogió ,
tradujo, transcribió y publicó durante el apo- geo antropoló gico del
siglo XX –que cuenta con trabajos antecedentes,
del siglo XIX, y ha continuado en la actualidad–, es básicamente el
30
resultado de la cooperació n entre «investigadores extranjeros» e «infor-
mantes nativos»; todo un «avance» si pensamos en el periodo colonial
Puerta de palabras

«cró nico» en Colombia, y en parte un «retroceso» con respecto al ex-


tenso periodo precolombino.
Del periodo precolombino o «gran periodo» –dada su enorme ex-
tensió n en el tiempo–, existen continuidades y transformaciones más
que muestras. El estudio conjunto de las actuales tradiciones mítico-
literarias y las formas de escritura precolombina revelan en muchos
casos ambos procesos. A excepció n de comprobados ejemplos de es-
critura ideofonética prehispánica como la maya, los pueblos origina-
rios del continente desarrollaron formas alternativas de escritura, y
en esas dinámicas sociales lo oral y lo escrito eran (y son) expresiones
claves del principio de dualidad complementaria. De hecho, una ca-
racterística del paso de lo precolombino a lo colonial es justamente
la forzada ruptura de los principios internos de complementariedad
comunitaria, pues las cosmovisiones, lenguas y redes indígenas fueron
reprimidas, absorbidas y en no pocos casos borradas y marginadas.
Claro está que todo esto implicó el desarrollo de estrategias de su-
pervivencia, así como ocultamientos y readecuaciones culturales. Las
mú ltiples incorporaciones indígenas de la escritura alfabética, que se
dio inicialmente a través de cartas legales y títulos de tierras, es una
de esas readecuaciones estratégicas. Entre tanto, numerosas piezas de
orfebrería, cerámica, escultura y textilería fueron «literariamente en-
terradas», es decir, simbó licamente silenciadas; con frecuencia queda-
ron como vestigios de relaciones suspendidas u ocultas entre lo oral y
lo escrito: su complementariedad cayó en un desuso forzado.
En Colombia continú an vigentes tradiciones mítico-literarias que
nos hablan de los tiempos anteriores a la llegada de los europeos y
los africanos; tradiciones cuyas manifestaciones suelen ser ancestra-
les y contemporáneas a la vez y que, por tanto, no son
formalmente precolombinas, aunque poseen sus orígenes en ese
gran periodo, o más bien, su «gran origen». Antes el amanecer y El
Sol babea jugo de piña no compendian propiamente letras
precolombinas; aspecto que las diferencia de lo que proponen,
segú n sus propias posibilidades culturales, algunos investigadores
de las literaturas del México y el Perú antiguos.
Aquí no hubo una figura colonial, extranjera o local, cuya obra mí-
3
tico-literaria de raigambre indígena trascendiera hasta la actualidad,
como la de un Fray Bernardino de Sahagú n o un Guamá n Poma de

Una piñ a de corazó n del Sol


Ayala –el propio Quintín Lame, de corte más teo-filosó fico y
político, fue seriamente obstaculizado en pleno siglo XX–. Los
cronistas dan noticias de las fábulas y supersticiones de «los infieles»
en una pers- pectiva enteramente reduccionista, algo muy típico en
la psicología de la contrarreforma. Por eso, en lo que respecta a las
tradiciones mí- tico-literarias, en la actual Colombia la Colonia y sus
cró nicas fueron la expresió n de un periodo «cró nico», un periodo de
fragmentos, de tergiversaciones, de noticias para el Imperio
españ ol… La impresio- nante extensió n de Elegías de varones ilustres
de Indias (poema-cró nica escrito en españ ol por Juan de Castellanos)
contrasta con el gran silen- cio en que parecieran haberse sumido los
narradores-cantores de las comunidades durante los siglos siguientes.
El paso del periodo cró nico al etnoliterario, mediado por los relatos de
los viajeros nacionales y extranjeros ––quienes recogieron algunas
expresiones de la palabra indígena–, posee entre sus mú ltiples
características el entonces nuevo propó sito de rescate y recuperació n
de las tradiciones orales indíge- nas. Así pues, vale la pena
preguntarse: ¿rescate y recuperació n para qué y para quién?
En pleno periodo etnoliterario los fines de la recolecció n fueron
principalmente científico-sociales. No obstante, muchos de los textos
transvasados y «formateados» se han venido usando desde entonces
con fines etnoeducativos y políticos. Para los investigadores, los mate-
riales étnicos favorecían la comprensió n del pensamiento, las lenguas
y las formas de vida de las comunidades que estudiaban. El hecho de
ser comunidades preeminentemente orales y con formas de escritura
sin énfasis fonético parecía para muchos un serio indicio de su
supues- to primitivismo ágrafo y oral. La escritura alfabética, como
tecnología de poder que era, poseía un transfondo de supuesta
superioridad ét- nica de quienes «rescataban» esas «oralidades». Los
narradores kogui eran plenamente conscientes de esta problemática y
le aseguraron a Gerardo Reichel-Dolmatoff, antropó logo austro-
colombiano, que ellos habían tenido la escritura antes, pero que «no
les lucía», así que se la habían dejado a los hermanitos menores. Era
otra forma de decir que, en realidad, no la habían necesitado.
Si bien es cierto que aquí y en otras regiones del continente hubo
32
casos de investigadores que se creyeron culturalmente superiores por
el hecho de detentar «la escritura» –su propia forma de escritura–,
Puerta de palabras

también debe considerarse que no fueron ni son pocos los que han
estimulado respetuosamente la comunicació n intercultural, recono-
ciendo los modos y ritmos de las comunidades, y preparando –algunas
veces sin saberlo– el actual fenó meno continental de resurgimiento de
la palabra indígena. Este es un renacimiento que, sin embargo, parece
sentirse más hacia afuera de las comunidades –exceptuando algunas
escuelas bilingü es que se nutren o comienzan a beneficiarse de este
caudal de textos creativos–, en la medida en que las nuevas genera-
ciones de escritores indígenas se ocupan recurrentemente del diálogo
intercultural.
Incontables escritores y escritoras indígenas promueven hoy en
día sus lenguas de origen, usan con creatividad las lenguas que inicial-
mente les fueron impuestas (españ ol, portugués, inglés), publican sus
propios libros frecuentemente bilingü es, en suma: abren el diálogo en-
tre culturas a dimensiones insospechadas; por ejemplo, la que implica
su intercambio con miembros de otras comunidades indígenas en sus
respectivos países. Los encuentros de escritores indígenas se han ex-
tendido continentalmente, lo cual ha suscitado un mayor y necesario
intercambio con escritores, artistas y pensadores que no son de origen
indígena. En tal sentido resulta muy interesante que, sin cerrarse al
aporte externo, los escritores y sus comunidades de origen continú en
retomando las riendas de sus propios procesos.
Los periodos en menció n (precolombino, cró nico, etnoliterario,
oraliterario) poseen bases histó ricas pero se definen mejor estilísti-
camente hablando –de hecho, lo etnoliterario y lo oraliterario no son
etapas cronoló gicas que se sigan sucesivamente, y hoy en día se dan
en diferentes niveles a la vez–, pues los periodos se han delimitado
básicamente por referencia a actitudes. En esa medida, lo que viene
cambiando de un periodo a otro es la inicial actitud colonialista de
considerar a los indígenas como informantes que proveen unos mate-
riales folcló rico-etnoló gicos.
La figura del informante pasivo ha ido tornándose en la del
escritor activo, pues entre los mú ltiples roles que desempeñ an, la
mayoría de los escritores indígenas se caracterizan por sus esfuerzos
para mediar
críticamente entre sus comunidades y «las sociedades mayoritarias».
33
De otro lado, un punto clave en la actitud oraliteraria es el contacto
familiar, el sentido de pertenencia territorial-comunitaria y la comú n

Una piñ a de corazó n del Sol


referencia a los mayores como las palabras vivas de las colectividades;
de hecho, los escritores suelen reconocer a sus mayores (principal-
mente a sus padres, tíos y abuelos) como sus más importantes fuentes
de inspiració n.
La oraliteratura, a diferencia de la etnoliteratura, es una literatura
indígena en todo el sentido de la expresió n y del proceso, pasando
por la recolecció n, recreació n, traducció n, y la edició n, y a veces
has- ta su misma recepció n es literaria. Uno de sus principales
rasgos es que posee fines literarios interculturales: la elaboració n de
la palabra oral continú a, se amplía o se transforma en los textos
escritos alfabé- ticamente, y a veces se «re-oraliza» mediante su
asimilació n o vuelta a la memoria oral –lo cual puede suceder a
partir de los talleres de oralitura, las lecturas pú blicas, la exhibició n
de los textos en espacios colectivos, etcétera–.
El periodo oraliterario es inicialmente el de los escritores indíge-
nas que recogen, traducen y escriben literariamente las tradiciones
de sus comunidades (es el caso de Miguel Á ngel Jusayú y Alberto
Juajibioy Chindoy), pero también se define por un tipo de obras en
que
se busca expresar una visió n propia sobre la actualidad de la comuni-
dad, visió n que combina la mirada externa con las voces de reflexió n
colectiva (como sucede con Briscol y Ramiro Larreal). En la
actuali- dad el periodo oraliterario se relaciona cada vez más con la
creació n inspirada en las problemáticas (Estercilia Simanca Pushaina)
y valores ancestrales de las comunidades (Hugo Jamioy,
Miguelángel Ló pez y Fredy Chikangana). Las posibilidades son
numerosas, y los escritores cumplen diversos roles.
Desde la perspectiva inicial, Jusayú fue sobre todo un etnolingü is-
ta y etnoliterato wayuu, pues recogió infinidad de narrativas orales,
las adaptó y las publicó en libros bilingü es. Su trabajo oraliterario
le permitió ampliar el conocimiento formal del wayuunaiki. Desde
una perspectiva más reciente, específicamente en «Ni era vaca ni era
caba- llo» Jusayú aparece como un precursor entre los actuales
narradores wayuu. Se trata de un cuento bisagra, pues en sus páginas
Jusayú no se limita a recoger lo wayuu, sino que lo recrea en
términos personales,
actuales y autobiográficos. Estos son rasgos que caracterizan también
34
los cuentos «cerreros o rebeldes» de Estercilia Simanca Pushaina, cu-
yos trabajos literarios estimulan una autoconciencia crítica wayuu, a
Puerta de palabras

la vez que promueven uno de los roles centrales en la literatura


indígena contemporánea: el diálogo intercultural. El diálogo se genera
desde las nuevas posibilidades que tenemos de comprendernos y
sensibilizar- nos a partir de entornos, historias, imágenes y
reflexiones que operan como espejos entre culturas.
Berichá, por su parte, combina el ejercicio del transvase de narra-
tivas míticas con la presentació n de su propia visió n sobre las
tradicio- nes de los uwa; todo esto sucede en el gran marco de una
autobiografía imprescindible: Tengo los pies en la cabeza –he incluido
algunas na- rraciones en Antes el amanecer–. Hugo Jamioy, Fredy
Chikangana y Miguelángel Ló pez, aunque premiados y reconocidos
como poetas, también se ocupan de la recuperació n de otras formas
de la palabra entre los mayores de sus comunidades, cuyas
expresiones perviven en los textos que escriben. Los tres son
investigadores de sus propias tradiciones, así como de las
comunidades de las áreas culturales en las cuales se encuentran
inmersos (el Caribe en Miguelá ngel, el sur de Colombia en Fredy, el
Valle de Sibundoy y Colombia indígena en Hugo).
El Sol babea jugo de piña contiene textos recogidos en perspec-
tiva etnoliteraria. Aú n así, en capítulos como el wayuu es notoria la
presencia oraliteraria debido al creciente nú mero de escritores origi-
narios (Briscol, Pana Uriana, Paz Ipuana, Jusayú , Cohen Epieyú , Ló -
pez-Herná ndez, Ferná ndez, Pushaina, Uriana, Siosi Pino, Simanca
Pushaina y Solano). Los kuna tule, que afirman tener una literatura
propia, cuentan actualmente con varios escritores del lado panameñ o:
Arysteides Turpana y Aiban Wagua, ambos poetas, e Iguaniginape
Kungiler, quien ha recogido y publicado narrativas con sus
respecti- vas interpretaciones tradicionales. Abadio Green
(Manipiniktikiya) se destaca en investigació n, y aunque nació del lado
panameñ o, es reco- nocido por su liderazgo entre las comunidades
indígenas en Colombia. Los textos del Pacífico fueron generalmente
recogidos en perspectiva etnográfica, y de ese conjunto se destacan
los trabajos de colaboració n entre Mauricio Pardo y Floresmiro
Dogiramá, así como las recientes investigaciones de Jaime Miguel
Silva, etnoeducador awá. Entre los
ette, barí y yukpa, quizás por su nivel de aislamiento, el llamado ocul-
35
tamiento cultural, no fue posible identificar un escritor originario, y
lo que hoy en día sabemos de sus tradiciones proviene de los trabajos

Para abrir esta piñ a


etnoliterarios.

Para abrir esta piña

Las oraliteraturas o literaturas indígenas aquí presentadas configuran


un panorama introductorio. La comprensió n profunda de aspectos
centrales, como sus dinámicas internas y complejidades lingü ísticas,
requiere aú n de futuros trabajos especializados. La extensió n de los
ca- pítulos y la selecció n de las comunidades reflejan la actual
disponibili- dad de las fuentes bibliográficas. Este panorama cambiará
en la medida en que se publiquen nuevos trabajos o se den a conocer
los que ya han sido realizados. Las fuentes son muy diversas: libros de
antropología, historia, lingü ística y folclore; cartillas de etnoeducació n
y planes de vida; antologías, revistas y obras literarias propiamente
dichas. Los mokaná y los zenú , comunidades que forman parte de las
áreas cultu- rales en estudio, no han sido incluidos debido a la escasez
de materiales
publicados. En los criterios de selecció n de los escritores indígenas,
por otra parte, primó la relació n de sus textos con los valores
culturales de sus comunidades, así como su calidad literaria.
El Sol babea jugo de piña es, como Antes el amanecer, una antología
que se detiene en el estudio de los simbolismos presentes en los
textos. Ambas obras se inscriben en el campo de la mitología y la
literatura comparada. El estudio de motivos y temas y la relació n
entre las tradi- ciones mítico-literarias han sido algunos de los
principales propó sitos de compilació n y análisis; por lo demás, las
antologías están diseñ a- das para servir como base para la lectura,
disfrute y compresió n de la literatura indígena contemporánea, un
fenó meno continental antes que nacional. Los dos tomos permiten
conocer los diferentes tipos de trabajos que preceden la obra de los
actuales escritores indígenas, la forma en que fueron y son
transvasadas las tradiciones mítico-litera- rias de sus comunidades, y
parte de su gran acervo mítico y simbó lico. Todo ello en direcció n a
ampliar nuestra comprensió n del lugar que
ocupan los escritores y las lenguas indígenas en Colombia, América y
36
el mundo.
En Antes el amanecer, cada texto va acompañ ado de un comen-
Puerta de palabras

tario o nota crítica. En El Sol babea jugo de piña se han ampliado


los textos introductorios, dedicando secciones especiales al estudio
de los simbolismos de cada conjunto mítico-literario. Hemos
respeta- do la ortografía original, excepto en los casos en que eran
notorios errores ortográficos de las transcripciones originales.
Además se han preservado las diferentes maneras en que los
investigadores o autores se refieren a una misma comunidad; es el
caso de los tule en Colom- bia, más conocidos como cuna o kuna en
Panamá, por lo cual se hará referencia a ellos en general como kuna
tule; por su parte, los guam- bianos tienden a autodenominarse
recientemente como misak-misak, de modo que figuran como misak-
guambianos; los yanaconas, en su

. La presente edició n procura respetar ampliamente los giros del castellano oral y
los estilos tanto regionales como personales de los autores y narradores o
cantores de los textos compilados. En consideració n a la fluidez en la lectura de
los textos y a su comprensió n, se ha intervenido mínimamente sobre la sintaxis
y la ortografía, y se han aplicado có digos del texto literario como los guiones
de diá logo, y el uso de mayú sculas y comillas. Así mismo, eventualmente se
enmiendan omisiones o se insertan palabras faltantes entre corchetes. (N. d. E.).
actual proceso de reivindicació n, se presentan como yanakunas o ya-
nakunas mitmakunas; los wayuu son los mismos guajiros de algunas
narraciones, así como los chimilas son los ette, los noanamás son los
wounán, los motilones son los barí –a veces los yukpa–, y los cuaiquer
o kwaiker son los awá .
Ahora bien, por tratarse de una antología crítica de literaturas in-
dígenas en Colombia, se ha privilegiado la selecció n de textos
publi- cados por escritores indígenas colombianos. Aú n así, es un
hecho que la nacionalidad indígena de los escritores antecede a su
actual nacio- nalidad civil; de ahí la importancia de incluir autores de
ambos lados de las fronteras en algunos casos. Este aspecto es
especialmente noto- rio en la literatura wayuu, cuyos escritores son
colombo-venezolanos; algo semejante ocurre con los kuna tule, cuyo
territorio está «partido» entre Colombia y Panamá ; y con los
embera, los awá , los barí y los yukpa. Las fronteras nacionales son
para estos pueblos líneas imagi- narias muy recientes.
Dado que muchos de los textos se publicaron originalmente sin
37
fines literarios, algunos carecen de títulos. Cuando es necesario se han
incluido títulos para facilitar su lectura, estudio y disfrute. Los títulos

Para abrir esta piñ a


sugeridos generalmente provienen de una frase o tema principal del
texto en cuestió n, y se diferencian de los demás por venir seguidos de
la sigla [t.C.], que indica titulació n del compilador.
Los textos están agrupados por grandes temas cuya organizació n
facilita la consulta de la antología, sin que esta disposició n tenga el in-
terés de proponer una clasificació n temática. Hay textos que parecen
haber sido incorporados por las comunidades y los narradores a par-
tir del acervo literario de otras comunidades y sociedades; textos cuya
circulació n y readecuació n en la memoria colectiva local es válida, en
muchos casos, como parte de esa oraliteratura o literatura indígena en
particular.
Las tradiciones mítico-literarias que presentamos tras su trans-
vase o recreació n por parte de los actuales escritores indígenas, sue-
len poseer vida propia en el arte verbal oral (elaborado en las lenguas
originarias de las comunidades). Vale aclarar, como se especifica en
las introducciones de los capítulos, que muchas de estas oraliteraturas
también se escriben, tejen, pintan y plasman de acuerdo con los
mo- dos tradicionales, esto es, desde la cooperació n entre la
oralidad y la
escritura. Los diseñ os pictoideográficos de los tejidos, los sistemas de
pintura facial y corporal, las tallas en madera y los trabajos en ceste-
ría, escultura y cerámica son algunos de los medios tradicionales que
cooperan en la transmisió n y revitalizació n de las palabras mayores.
En las comunidades se canta y se cuenta de acuerdo con las situa-
ciones, momentos y contextos, así que las narrativas suelen ser con-
versacionales. Los cantos, especialmente si son chamánicos, poseen
una eficacia simbó lica que en muchos casos apunta a la curació n. El
interés de la mayoría de las comunidades indígenas en Colombia –y
específicamente en el Pacífico y el Atlántico, dos á reas culturales de
transició n– no ha sido la fijació n fonética de sus ideas y lenguas.
Los escritores indígenas, escritores en términos de la escritura
fonética de textos, representan pues generaciones muy recientes.
En permanente evocació n y relació n con sus territorios tradiciona-
les y los seres que los habitan, los antiguos privilegiaron la
elaboració n oral de la palabra y el desarrollo de sistemas gráficos en
cuyos símbolos
se condensa parte de sus saberes desde tiempos inmemoriales.
38
El uso de la escritura alfabética de revitalizació n potencia por for-
tuna las escrituras alfabéticas bilingü es, y las inventivas cuyas páginas
Puerta de palabras

se inspiran en vivencias actuales y en antiguas imágenes, motivos y


temas arquetípicos, así como en los estilos propios de la oralidad –en
esto insisten los oralitores–. De ahí la importancia de reconocer
que, si bien hay procesos específicos de producció n alfabética de
textos in- dígenas, sus fuentes son recurrentemente orales, tal como lo
reclaman numerosos escritores andinos desde la Araucanía hasta el
Putumayo y el Cauca. Sin embargo, el término oralitura no siempre es
compartido ni usado por los escritores indígenas del norte del país,
como los kuna tule y los wayuu. Ellos suelen referirse a su trabajo,
en cambio, como literatura indígena. Así pues, el término literatura
oral, tan cuestio- nado –entre otros por Walter Ong (987)–, resurge
desde las cenizas para señ alar una realidad que no es tan evidente en
Occidente, aunque la Ilíada, la Odisea y la Biblia fueron
originalmente orales.
Los investigadores se preguntan, y con toda razó n, có mo dos
di- mensiones tan diversas como la oralidad y la escritura pueden
com- binarse más allá de la transcripció n de la oralidad en
escritura, y de la conversió n oral de lo escrito. ¿No es un
contrasentido que lo lite- rario, que implica la elaboració n por
escrito de la palabra, se designe
como oral? ¿Có mo puede lo escrito ser a la vez oral? Considero que
las reflexiones al respecto se han centrado demasiado en las diferen-
cias entre la oralidad y la escritura, desconociendo por momentos que
la clave de lo que llamamos literatura es básicamente la palabra. Por
demá s, lo que ha prevalecido en los juicios sobre la legitimidad de
las literaturas indígenas, e incluso en su pasada invisibilidad, son los
prejuicios sobre lo que entendemos culturalmente como «literatura»,
impensable, segú n muchos, en ausencia de la escritura alfabética en
lenguas habladas por millones de personas, la circulació n en libros
–así sean virtuales–, las nociones definidas de escritor, géneros, cultu-
ras nacionales y, por supuesto, la millonaria industria editorial.
Cada vez es más claro que parte de la discusió n sobre el carácter
literario de las composiciones verbales indígenas –dado que no sue-
len estar alfabéticamente escritas– es resultado del apego a un tipo de
fijació n fonética: la escritura alfabética, una tecnología muy ligada al
paradigma racional dominante con el que se ha concebido el adelanto
o atraso de los pueblos de acuerdo con su nivel de supuesta civilizació n
39
o barbarie. La escritura fonética ha terminado por convertirse en uno
de los pará metros para medir el llamado «progreso social» y la refina-

Para abrir esta piñ a


ció n artística y filosó fica. La invenció n mú ltiple de la escritura fonética
implicó la fijació n abstracta de numerosas lenguas, ideas y memorias,
y, por tanto, generó nuevas dinámicas sociales que no pueden ser to-
madas como un modelo necesariamente más desarrollado. El
prejuicio se resume en considerar primitivo y marginal todo lo que
está fuera del paradigma Ilustrado, alfabético y pretendidamente
civilizado.
El principio de dualidad complementaria, que incluye lo oral y
lo escrito, responde a una concepció n diferente sobre las
manifestaciones de la elaboració n y transmisió n de la palabra. Y ella
nos llega en buen momento, justo cuando el paradigma letrado del
mundo globalizado tiende a mutar en el paradigma virtual de los
computadores, las re- des virtuales y la era digital. Las miradas
están actualmente puestas en la industria editorial; las personas
quieren saber qué pasará con el fenó meno de los libros
electró nicos y el acceso general a eso que conocíamos como
literatura. Es ahora, justo en el momento en que necesitamos
cuestionar nuestras maneras virtuales de ver el mundo, cuando las
oraliteraturas tienden a cobrar fuerza. Y es que vemos el mundo, lo
nombramos con palabras. Literatura oral son dos palabras
con un espacio en el centro pero sin un hilo que las una; oralitera-
tura, en cambio, es una relació n unificada de sentido, expresió n del
principio de dualidad complementaria. Así, aunque muchos textos se
produzcan lejos de las comunidades originarias, en computador o so-
bre papel, la memoria colectiva, la voz y la elaboració n oral tienden a
prevalecer en buena parte de las obras de los escritores y escritoras
indígenas. Lo literario, alfabéticamente escrito y elaborado, irrumpe y
se origina aquí desde lo oral, y a veces procura volver a lo oral sin que
se trate necesariamente esa misma oralidad original. Lo oral precede
y se conjuga con lo escrito; la oralidad abraza la escritura; tal es el
estilo preeminentemente indígena. No es la contradicció n aparente de
una literatura a la que le sigue lo oral, o que es simultáneamente oral;
tampoco es una impostura o una suplantació n de la oralidad, aunque
puedan imitarse algunos de sus términos, dinámicas y contextos.
Las elaboraciones orales y escritas lejos de contraponerse tienden
a complementarse en las oraliteraturas; nos recuerdan el origen íntimo
y a la vez colectivo de las palabras y las cosas. Así pues, uno de los
40
grandes aportes de estas oraliteraturas o literaturas indígenas es que
nos devuelven la atenció n, no solo a sus mundos –ajenos para tantas
Puerta de palabras

personas–, sino a la fuerza oral y grá fica de la palabra. Y esta


visió n nos llega justo ahora que las sociedades virtuales y sus
individuos ci- frados parecen no saber qué hacer con tantas palabras
enredadas den- tro de las infinitas redes virtuales.
La oralidad tiende hacia el rojo, implica necesariamente contacto,
mientras que lo virtual tiende al azul, pues no suprime el contacto,
aunque implica más distancia. Distancia global y de gran alcance pero
al fin y al cabo distancia: tele-visió n, visió n desde lejos.
De los wayuu a los awá, de los ette a los kuna tule, los textos se-
leccionados son piñ as dulces del gran árbol. De su jugo madurado por
el sol brota una nueva humanidad de posibilidades. El á rbol cae y
se renueva cíclicamente. Las comunicaciones se transforman. Estos
son algunos de los temas que han motivado la celebració n del
presente li- bro, cuyas hojas han sido elaboradas, una por una, por
tantos hombres y mujeres testigos de este acontecimiento
indescifrable.

PR IMER A PAR t E
L L ANUR A S d E L C AR IB
E y SE RR A N ÍA d EL PER I
Á
Ette, Barí y yukpa
INtRodUCCIóN

Ni chimilas, ni motilones

Al extremo nororiental de Colombia la cordillera andina se vuelve


más flaca, hú meda y selvática, hasta sumergirse como el sol en el océa-
no Atlántico. A lo lejos se levanta con imponencia un gigante ataviado
con mú ltiples sombreros de nieve. La Sierra Nevada de Santa
Marta se descalza en sus faldas meridionales las llanuras del río
Ariaguaní, las sabanas de San Á ngel. Allí aú n viven los ette, o ette
ennaka, reple- gados por siglos tras los tenaces exterminios
perpetrados en el valle del antiguo cacique Upar.
En el departamento de Norte de Santander, los barí habitan una
43
regió n de bosque hú medo tropical en la hoya del río Catatumbo que
fluye hacia el lago de Maracaibo en Venezuela; la regió n está confor-

Ni chimilas, ni motilones
mada por las tierras bajas que descienden desde la cresta principal de
la cordillera Oriental (Jaramillo, 987: 63). Los yukpa, vecinos
carib del norte, con asentamientos en ambos lados de la frontera
interna- cional, viven del lado colombiano en cuatro parcialidades
territoriales llamadas Iroka, Menkue, el Koso y Sokorpa, que están
distribuidas entre los municipios de Robles, Agustín Codazzi y
Becerril, en el de- partamento del Cesar (Gó mez, 998: 6). Los
yukpa, replegados hoy, antes se extendían desde el área lacustre de
Maracaibo, en Venezuela, hasta el valle del río Cesar en Colombia.
Es probable que las conquistas militares comandadas por Am-
brosio Alfinger hayan sido tan sanguinarias que incluso hoy su figura
conserva un halo de terror. Al parecer, sus campañ as implicaron que
muchos grupos indígenas, como los antepasados de los yukpa y los
barí, se vieran obligados a esconderse en las selváticas montañ as del
Perijá –al igual que tuvieron que hacerlo en la Sierra Nevada los ante-
pasados de los actuales kogui, iku–, wiwa y kankuamo–. Alfinger
fundó Maracaibo, segunda ciudad en importancia de Venezuela,
hacia 530, y se sabe que atravesó con sus ejércitos por el norte de la
serranía de
Perijá, y que luego tomó «el valle de Upar hasta cruzar por el valle de
Pamplonita donde fue flechado en el sitio de Chiná cota en el añ o
de
532» (Jaramillo, 993: 357).
La resistencia armada ette se extendió hasta fines del siglo
XVIII, momento en que segú n Niñ o Vargas (2007) gran parte de la
població n de las llanuras fue forzada militar y econó micamente a
concentrarse en pueblos, mientras que otros grupos se escondieron
en selvas en las que no solo era difícil el acceso, también la
supervivencia. A un lado la lucha armada, los ette tuvieron que
enfrentar otros embates como su incorporació n a los latifundios, en
los que entraron a servir como terrajeros, entregando una mano de
obra que de brindarles supuestos beneficios pasó a implicar contraer
deudas generacionales. Al trabajar como peones y asalariados
disminuidos, apenas si se distinguían del grueso de colonos y
campesinos pobres.
[…] Durante el siglo xix, y aun hasta bien avanzado el XX, las pocas
personas que se interesaron por su suerte los retrataron como grupos poco
numerosos y aislados, cuya continuidad en cuanto sociedad diferenciada era
44 bastante dudosa. Sin duda, las campañ as de sometimiento que ejecutó la
administració n colonial en el siglo XVIII tuvieron profundas repercusiones
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

sobre su vida social y su cultura. (Niñ o, 2007: 50).

Hasta el siglo XX se conoció a los ette como chimilas y también


(aunque menos) como paretares, y hasta se les consideró un grupo al
borde de la extinció n, incluso extinto. Su exterminació n y absorció n
definitiva fue un proyecto que durante la Colonia estuvo sobre la mesa
de gobernadores y «pacificadores»; pero los indios «bravos», «fleche-
ros», «insultadores», «rebeldes» y «bárbaros» –palabras que rescata Niñ o
Vargas (2007)–, terminaron por asumir estrategias de ocultamiento
que les permitieron sobrevivir a pesar de la avalancha que se les venía
encima. A la luz de los hechos su actual resurgimiento es toda una
proeza de supervivencia.
Hoy en día ette buteriya, el pensamiento ette, es nueva esperanza,
issa oristuna. Por eso prefieren llamarse ette takke, «gente nueva»,
«los que acabaron de bajar»; en contraposició n a los antiguos, ette
chorin- da, los chimila bravíos. Los actuales ette también son ette
ennaka, «la verdadera gente».
Los tupé son considerados antepasados posibles de los actuales
yuko (Jaramillo, 993: 303). Yuko se les llamó hasta hace poco a
los yukpa, que junto con los barí fueron conocidos como «motilones»,
una denominació n tan general como la de «pieles rojas» para los
indígenas de las praderas norteamericanas, y que se toma de los
evangelizadores del siglo XVIII, quienes fijándose en su corte cabello
los denominaron así. A los yukpa se los conocía como «motilones
mansos» o chakes, y a los barí se los denominaba «motilones
bravos».
Los yukpa, debido en parte a su pasada extensió n territorial, pro-
pia de la expansió n carib, probablemente fueron diferentes grupos afi-
nes, relativamente independientes, hasta el punto de chocar entre
ellos en repetidas ocasiones.
Los grupos yukpa rechazaron la presencia inicial de religiosos ca-
puchinos, y solo hasta 93 se reiniciaron los contactos en el área del
Cesar. Entonces los misioneros reingresaron a la zona. Como aclara
Orlando Jaramillo, desde siglos atrá s la zona yukpa-barí
[…] estuvo caracterizada por los permanentes contactos culturales dada
la convergencia de las áreas andina, cuenca del Orinoco, del mar Caribe y del
45
valle del río Magdalena, permitiendo la «circulació n cultural» de técnicas de
subsistencia, de lenguas, de artes y de razas. (Jaramillo, 993: 355).

Ni chimilas, ni motilones
Los yukpa nombraban kunaguasaya (gente de agua) a sus veci-
nos barí, cuyo territorio es especialmente hú medo, cálido, cenagoso y
boscoso. Segú n Jaramillo, Alfred Jahn escribía chaque para referirse a
los barí, mientras que Reichel-Dolmatoff los subdividía en dobokubi y
mape. Los barí son un grupo chibcha que presenta una gran influencia
arawak, por ejemplo, en técnicas claves como las de la preparació n de
la yuca brava. Jaramillo también propuso una cronología sobre la his-
toria de los contactos con los barí a partir del siglo XVIII. Una primera
etapa (72-88) de pacificació n, es decir, guerras para desplazarlos
y someterlos; una segunda (88-93), en que se da el regreso a la
selva y la primera explotació n petrolera; una tercera (93-960),
correspon- diente a las primeras explotaciones petroleras y a la
segunda pacifica- ció n; y una cuarta (a partir del 22 de julio de 960)
en que tiene lugar

. Los sabriles mantuvieron una constante pugna con todos los


grupos, en especial con los coyamos y estos ú ltimos con los
antiguos oratomos; otras pugnas se conocieron entre los irapas, los
pashekakaos, los mocoas y los maracas. (Jaramillo, 993: 298).
una entrada pacífica con regalos, al estilo de los misioneros. El con-
tacto se da inicialmente del lado venezolano, y desde entonces existe
una permanente «comunicació n» entre ambos lados de la frontera.
Los activos religiosos del contacto fueron capuchinos, como el
padre De Villamañ án, de quien presento algunos de los relatos
recogidos en el lado venezolano. En Colombia las relaciones también
se establecieron por vía religiosa: mencionemos a Olson Bruce,
misionero protestante noruego, y al padre Rafael García Herreros
junto con las hermanas de la madre Laura, quienes fundaron una
misió n en territorio barí.
En concepto de Orlando Jaramillo, la ú ltima «pacificació n» de
los barí, a partir de 960, ha favorecido la penetració n de colonos y
la ex- pansió n de tierras por parte de los hacendados. A fines de los
ochenta del siglo XX, Jaramillo ya anunciaba que los barí estaban en
proceso de «abandonar su estilo de vida seminó mada y
plurirresidencial para adoptar un patró n de residencia fijo y ú nico,
con el fin, entre otros mo- tivos, de defender el limitado territorio que
aú n poseen» (993: 365).
Precediendo a la precisa visió n de grupos relativamente unificados
46
en un territorio particular, los mapas de las provincias coloniales señ a-
lan una diversidad de grupos que, aunque desaparecieron, también es
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

probable que se hayan fusionado en el moderno concepto de


indígenas yukpa, barí y ette. Siguiendo a Niñ o Vargas, en lo que
respecta a estos ú ltimos, «un testimonio de 742 […] sostiene que en
el área en cues- tió n eran casi infinitas las parcialidades, segú n las
señ ales y pinturas» (2007: 4).

Chibcha y carib

La lengua barí actualmente está clasificada como parte de la fa-


milia lingü ística chibcha, mientras que el yukpa ywonki, la lengua
yukpa, pertenece a la familia lingü ística carib. Segú n Walter Kric-
keberg (974) esta frontera entre familias lingü ísticas continentales
respondería al choque entre las expansiones chibcha y carib. Algunas
disputas entre los yukpa y los barí se prolongaron hasta el siglo pasa-
do. Un narrador yukpa contó que los watiya (los que no son
indígenas)
«salieron de la costilla de Amorétoncha y sus mujeres del barro. Los
barí (moteru) y los guajiro eran antes como los yukpa, pero después
se pelearon y se separaron» (De Villamañ án, 982: 8-9).
En lo que respecta a la lengua que aú n hablan los ette, el ette taara,
algunos investigadores, siguiendo a Gustaf Bolinder, consideran que el
nú mero de rasgos que comparten con las lenguas chibchas de Panamá
y Costa Rica puede ser mayor que el que tiene con las lenguas
chibchas de las comunidades vecinas de la Sierra Nevada de Santa
Marta y la Serranía del Perijá (Niñ o, 2007: 8). De hecho, durante
mucho tiempo se dudó si la ette taara estaba realmente afiliada a la
familia lingü ística chibcha; hoy parece no haber ya dudas al respecto. En
todo caso se trata de una lengua que permaneció oculta por varios
siglos, y «observadores de las décadas de 960 y 970 notaron que a los
indios “con frecuencia se les encontraba escondidos” y que “nunca
utilizan su idioma frente a visitantes o personas de la regió n”»
(Niñ o, 2007: 56).
Siguiendo las explicaciones de este ú ltimo, entre los ette los líderes
del grupo son los kraanti, junto con el consejo de ancianos; los takwaj-
tuggua se ocupan de la recitació n de historias, la interpretació n de los
47
sueñ os y las curaciones segú n los conceptos y prácticas de su medicina
tradicional (pueden ser hombres o mujeres); los kraawisaka solo diri-

Chibcha y carib
gen las prácticas ceremoniales y no son médicos tradicionales. Ahora
bien, para considerar el estado actual de la oraliteratura tradicional
ette hay que tener en cuenta que hasta el siglo pasado «las
ceremonias, la narració n de mitos, la iniciació n de los especialistas
religiosos y en general todo el ejercicio de la vida tradicional se
realizaba en la clan- destinidad (Niñ o, 2007: 56).
Entre los barí, por su parte, mientras que el tuano cura con plantas
medicinales, y está asociado con un caimán en la tradició n oral, el
tomaira, otro tipo de líder chamánico, posee como funció n principal
«organizar las ceremonias y conocer e idear el mayor nú mero de
cánti- cos posibles» (Jaramillo, 993: 325). «El tipo de iacucaynas o
recitacio- nes varía segú n la inspiració n individual; los viejos conocen
el mayor nú mero y se encargan de enseñ ar a los jó venes» (Jaramillo,
987: 7).
Para los barí más tradicionales, acostumbrados a las palabras
cere- moniales cantadas, y a la transmisió n oral generacional, el
concepto de escritura alfabética parecía extrañ o y sorprendente
hasta hace poco, lo cual se deduce de la siguiente anécdota
protagonizada por Bruce Olson, el misionero noruego:
[…] un día un motiló n fue en bú squeda de Olson, quien era el ú nico blan-
co que allí estaba conviviendo con ellos, y que tenía acogida porque hablaba
su idioma y por eso inspiraba confianza. Tal vez Olson sabría decir algo
acerca del plátano. É l comprendió algunas cosas a partir de los ademanes de
los mo- tilones, pero no entendía qué tenía que ver una cepa de plá tano con
todos los problemas del motiló n […] Después Olson mismo tradujo el texto
al motiló n y los indígenas se dieron cuenta de que dice lo mismo hoy que
hace dos meses, es decir que lo que está escrito no cambia. (Neglia y Olson,
974: 87-88).

Las misiones religiosas han sido muy singulares tratándose de los


barí, teniendo en cuenta que «Castillo (98: 300) caracteriza a la
cul- tura barí de “aniconismo” pues en ella “no se encuentran
ídolos”, ni templos, ni ritos, ni sacrificios, ni ofrendas. La relació n
con Sasaseba es acultual» (Jaramillo, 993: 40).
Entre los hombres y mujeres yukpa, caracterizados por sus pipas a
rebosar con tapash (hoja de tabaco verde), Vilma Gó mez cuenta que se
narra durante la noche en yukpa ywonki y en castellano. Narran tanto
48
las mujeres como los hombres. Los yukpa o yuko acuden especial-
mente a las palabras e historias del Ywatpo, «sabedor de claves para la
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

vida» (Gó mez, 998: 8). Y las claves para la vida no son pocas; en
974 Johannes Wilbert publicó un tomo entero dedicado a los que
llamaba cuentos folclóricos yukpa, una obra que ha sido
fragmentariamente tra- ducida del inglés al castellano.
Gerardo Reichel-Dolmatoff recogió narrativas ette en la década
del cuarenta. El investigador austro-colombiano instroduce los «cuen-
tos chimilas», que comentó uno por uno, con las siguientes aclaracio-
nes reveladoras:
[…] todos los cuentos aquí presentados me fueron relatados por el ca-
cique chimila Tangrutaya Mutsu, anciano septuagenario, el ú ltimo buen
narrador de cuentos y tradiciones de la tribu que queda hoy en día.

Recostado en su hamaca por las noches el cacique narraba sus


cuentos en un castellano a veces confuso, en voz baja y en forma lenta.
Aunque varios de los cuentos eran familiares a las mujeres, el cacique
insistía en contarlos solo en presencia de los hombres; interrumpía
sus relatos cuantas veces una mujer entraba a la casa. Y estos cuentos
no se relatan a los niñ os en ningú n caso.
El anciano me manifestó ademá s en repetidas ocasiones su fe
absoluta en la veracidad de los acontecimientos relatados, diciéndo-
me: «Mis cuentos parecen mentira a mucha gente. La gente no
sabe. Pero los que saben có mo ronca el tigre en el monte, los que
saben có mo canta el mono por las mañ anas, los que conocen al indio,
van a decir: el Capitá n Mutsu dijo la verdad y ¡así es!» (Reichel-
Dolmatoff,
945).

Traguemos oro, hagamos nuestro pensamiento grande

Niñ o Vargas considera que la concepció n cosmoló gica ette presen-


ta rasgos ú nicos dentro del contexto del nordeste indígena colombia-
no (2007: 68). El cosmos ette se destruye y renueva perió dicamente,
al mejor estilo de las cosmogonías mesoamericanas y amazó nicas; la
diferencia es que los ette pueden hacer mucho por detener o demorar
49
ese inevitable proceso. Parte de sus tradiciones y ceremonias tienen
ese fin.

Traguemos oro, hagamos nuestro pensamiento grande


La destrucció n de la tercera tierra y el descenso de la cuarta
ha- brían sido negociadas entre dos yaau (padres espirituales); tierras
que fueron arrasadas por agua, fuego y barro. La cuarta es nuestra
pre- sente tierra, y aú n queda por bajar una quinta tierra. Todo
esto nos hace pensar en las cinco eras-tierras representadas en la
piedra de sol azteca-mexica: como los padres-madres kogui y mayas,
Yaau dispuso el mundo con su pensamiento, lo hizo él solo, cuando
estaba en un pozo de agua cristalina en cuyo centro había una gran
ceiba.
Yunari Kraari, la Madre, es lo primero, pues ella está en el princi-
pio, está antes que Sol y Luna. Ella es la abuela de Yaau y
Numirinta, los primeros padres. Así como la madre kogui, la madre
ette existía antes del amanecer, y hoy por hoy «en su espalda y su
pecho están los ette» –una imagen que nos recuerda a Kaká, Madre
Tierra uwa–. Los actuales ette son la gente que recién bajó a comer
y a pensar.
Segú n las investigaciones de Niñ o Vargas, hay tres itti o tierras.
El inframundo está en tinieblas, en una especie de rezago de la tierra
oscura original. Allí hay gente de baja estatura, marimondas negras y
morrocoyos; todos ellos seres preliminares, antecedentes del hombre
debido a sus rasgos físicos y tipos de comportamiento arcaico. En
el inframundo también vive el Wiisawi, ser con cuernos y piel
pegajosa, una especie de demonio o prefiguració n del toro españ ol
que atormen- ta a hombres y mujeres, segú n las pesadillas
narradas por ellos. El supramundo es similar a este solo que está al
revés: cuando aquí es de día, allá es de noche. La gente de allá arriba
es de piel gruesa, y de vez en cuando mira hacia abajo esperando el
turno para que su tierra baje. Los takwajtuggua (especialistas médicos
y religiosos, segú n Niñ o Var- gas) suben allá por la vía láctea: usan el
bejuco arquetípico o escalan la gran ceiba que está en el centro (axis
mundi). En los cuatro extremos están ubicados los cuatro hombres-
pilares que sostienen el mundo so- bre sus hombros. El que el
mundo, o los mundos, se sostengan sobre hombres o deidades
pilares, es un importante tema coincidente con los chibchas de las
sierras nevadas de Santa Marta y el Cocuy, los anti- guos muiscas
del altiplano cundiboyacense, e inclusive algunos grupos mayas de
Mesoamérica.
En el mundo del medio están los ette, la gente, sobre una tierra que
50
es en sí Yunari Kraari, la Madre. La sucesió n de eras es comparable
a la cosmovisió n expresada por los aztecas: un narrador ette dice que
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

«hubo dos soles antes», soles que ya se murieron (pues los aztecas o
mexicas no hablaban de eras sino de soles). Segú n los indígenas de la
Sierra Nevada de Santa Marta, los mamas o sacerdotes son hombres-
pilares que sostienen la Tierra y propician al Sol para que siga salien-
do. Los ette, por su parte, afirman que los takwajtuggua y los kraanti
sostienen la Tierra con sus conocimientos y ceremonias. Un narrador
contó sobre un takwajtuggua que se transformó en mama, pasó na-
dando el río, y convertido en sapo se tragó una bocanada de fuego.
Es el tradicional relato del robo má gico del fuego. Hasta entonces
el fuego era acaparado por otra comunidad, quizás los vecinos iku–,
si se considera la referencia sobre la conversió n en mama.
Un ette le contó así mismo a Reichel-Dolmatoff que Papá
grande moldeó greda e hizo la tierra; que hizo primero un tigre,
luego a los

. Los ette dicen que los cuatro o dos postes de madera está n «entre las
desembocaduras y cabeceras» del río Magdalena y el río Cesar. Se trata de
una forma de conservar en la memoria colectiva los antiguos límites de su
territorio tradicional. Los ette y otros grupos chibchas como los uwa y kuna
tule consideran que cuerpo, casa y territorio se corresponden simbó licamente.
iku–, los wayuu y los barí. Solo al final creó a una pareja ette. Como
el ette vivía en el cielo, comodito, Papá grande lo empujó para que
cayera en la tierra. El motivo del paso al intramundo es aquí
descenso y ori- gen celestial. Yaau, «dueñ o del agua y el fuego
regenerador», también es quien distribuye las lluvias, que caen como
el primer hombre empu- jadas desde el cielo; así es que Yauu fecunda
esta tierra, Nakarajmanta. Los ette son sembrados como semillas.
Tras encontrar la ceiba primordial, y al ver que en su copa conte-
nía la semilla del maíz, los ette dijeron: «¡Vamos a cortar el árbol para
coger la semilla y sembrarla!». En un giro típico, el á rbol a punto
de caer aparece sano a la mañ ana siguiente. En realidad «crecía
más y más». Un hombre propuso que trabajaran también durante la
noche. Así fue como lograron tumbarlo, obtuvieron la semilla del
maíz y la pusieron bajo tierra.
Se trata de una versió n de la tala y caída del á rbol del mundo.
Aparentemente la versió n no es tan compleja como otras incluidas
en esta antología, las kuna tule por ejemplo, cuyos narradores cuen-
5
tan que para tumbar el á rbol los antiguos tuvieron que matar a los
animales guardianes del á rbol. En las versiones ette la posibilidad

Traguemos oro, hagamos nuestro pensamiento grande


de que el á rbol de origen sea el propio Yaau genera inquietantes
re- flexiones; de ser así, el mundo se iniciaría sacrificando al padre. En
la versió n de Niñ o Vargas, del á rbol bajaron má s Yaau y a partir de
allí se repartieron el mundo. «Ese pozo es el lugar donde bajaron
ellos. Allí hicieron fiesta, canto y baile. Cada uno dijo en dó nde
quería vivir. […] Entonces construyeron sus casas sobre todas las
sabanas» (Niñ o, 2007: 300).
La idea de una gran madre que se sacrifica para dar origen a
los alimentos está muy presente en la mentalidad andina; aquí se
trataría en cambio de un padre, Yaau, que nace solo, sin tener pa-
dre ni madre, y que tiene dos hijos él solo, «en pensamiento»
(2007: 300). Cuando la tierra bajó , sus dos hijos cohabitaron y
formaron una familia. «Los hijos de esa familia se volvieron a casar
hasta que se pobló el mundo».
Primero iban por las cabeceras del Ariguaní
de arriba hacia abajo.
Iban con la corriente siguiendo el curso del agua
de la cabecera a donde desembocaba;
cuando se casaban una familia se quedaba por ahí
la otra seguía río abajo.
Yaau los iba guiando en sueñ os.
(Niñ o, 2007: 300).

La expansió n de la gente por los ríos evoca los ciclos mítico-litera-


rios del Vaupés, específicamente los tukano oriental. En otra versió n
los ette «vivían como dentro de un cascaró n», y cuando bajan salen
de él porque Yaau los manda a hacerlo. El tema de surgir en un
hue- vo aparece en la oraliteratura de los vecinos kogui del norte; los
ette salen de un hueco, en La Guajira, cerca del actual Fonseca. La
idea del cascaró n responde más a la semilla que al huevo. Los ette
también bajan del supramundo a través de un sendero de flechas con
que Papá grande los orienta hacia la tierra. Al final del mundo
anterior, los ette que Yaau quiso salvar de la violencia y la
descomposició n social se esconden con él en un hueco en donde
hay agua y comida.
La época actual se explica en que Yaau y Jesucristo se repartieron
52
la gente. Dicen los ette que Yaau pensaba al derecho y su hermano
pensaba al revés. El Sol y la Luna se consideran hermanos. El Sol,
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

Penari Torosu, es un hombre rico que con sus caballos «va de un lado
al otro del cielo». Yaau en cambio «resulta ser el gran dueñ o de la
ti- naja de los truenos» (Niñ o, 2007: 7), cuyos rayos deja caer con
lluvias sobre Narakajmanta, la Madre Tierra, en un concepto
similar al de Juyá -lluvia que fecunda a Maa-tierra, segú n los
wayuu.
En otro ciclo de relatos y símbolos, unas marimondas negras, pri-
mates asociados con el inframundo, asaltan una casa en donde hay
solo mujeres, se comen toda la comida y violan y matan a la hermana
mayor; la hermana menor, aú n niñ a, se esconde. Una marimonda an-
ciana la salva de sus hermanos marimonda y se la lleva para su casa
en los árboles; ella crece escondida allí, en ese mundo al revés, bajo
la prohibició n de no acercarse a los machos. Sin embargo, en una
de sus excursiones la niñ a muerde el brazo del asesino hermano de
la anciana, un giro magnífico que se explica en el siguiente hecho
del motivo de inversió n: la niñ a veía a los marimondas ahumados,
pues en el inframundo se mira a la inversa. El agua que la niñ a
veía, a la marimonda anciana le parecían orines de Yaau. Y el agua
que veía la anciana era miel a los ojos de la niñ a. Finalmente, y
ante el peligro
de ser asesinada como su hermana, la niñ a, ahora mujer, emprende
el camino de regreso a su propio mundo. En un momento se pierde
y llega a la casa de cuatro mujeres que recogen yuca. La esconden
en una tinaja –en el recurrente episodio del tigre devorador que olía
maíz tostado, es decir, que quería comérsela– entonces aparece el Sol
en un caballo y se lleva a la joven en un largo viaje de regreso a casa,
durante el cual ella queda embarazada. El Sol la ha fecundado en
pensamiento
–recordemos el pensamiento creador de Yaau–. Al fin llega a casa
de sus padres, y allí da a luz a su hijo, un gran kraanti, quien reza y
sabe curar enfermedades. Pero como es comú n en tantos relatos,
especial- mente en los wayuu, a ella le está prohibido contar lo que ha
pasado, y ante la insistencia para que cuente ella cede, cuenta, y se
muere.
La anterior es una de esas narrativas en que parecen conjugarse
elementos del folclore europeo y rasgos y estructuras nativas. La
joven salvada por el príncipe Sol, al estilo Cenicienta, podría ser
uno de los elementos fusionados con la imagen de un sol Yaau que
engendra a
un gran chamá n o kraanti. El tema del hijo del Sol o del Trueno está
53
bien presente en América indígena. A veces se trata de un huérfano
rescatado y criado por un rey ave, animal asociado con el supramundo

Traguemos oro, hagamos nuestro pensamiento grande


(el ave personifica al chamán maestro):
Se metía a la tinaja para hablar y enseñ arle cosas,
le enseñ aba sobre el mundo y los animales
también sobre las plantas y las piedras
le hablaba sobre las montañ as y los nacederos.
Por la noche se volvía a ir y el niñ o quedaba solo
Así pasaron muchos meses y muchos días […]
(Niñ o, 2007).

El niñ o criado como ave prá cticamente se vuelve un gallinazo,


pero no se olvida del todo de su origen. Regresa abajo, baja por un
bejuco, se casa. A su esposa no le dice nada, no puede contar dó nde
ha estado ni quién lo ha criado. Aburrido de tanta pregunta, cuenta
y se muere. Este tipo de personajes no pueden contar sobre sus pasos
en el intramundo. En cambio, los soñ adores ette buscan intérpretes
para sus sueñ os, que de por sí son pasos al intramundo. Un narrador
le relata a Niñ o Vargas:
[…] Todo lo que se sabe viene de Yaau
Todo lo dice en sueñ os
Todo se hace en sueñ os
Solo él enseñ a
Así me enseñ ó a mí.

Le habla a uno de joven


Lo toma del brazo y habla
Nos regala palabras
Nos regala conocimientos
A veces le da semillas al joven.

A veces le da oro
Y le dice que se los trague
A veces me sigile dando a mí.

Cuando uno se las toma no siente nada


No incomodan la garganta
54 Lo hace para asegurarnos
Para que no nos vaya a pasar nada
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

Para que seamos más sabios […]


(2007: 336-337).

Niñ o Vargas transcribió narraciones de sueñ os. En las seleccio-


nadas para la presente antología pueden notarse algunas constantes
temáticas: hablar con Yaau, de quien se recibe protecció n; Yaau en-
cuentra y devuelve too (principio similar al alma); tragar oro es prote-
gerse, volver el pensamiento grande; visitar la casa de Yaau, en donde
se encuentra rodeado de gente antigua; del otro lado hay dos mujeres
antiguas que bailan, las madres espirituales; canastos repletos de se-
millas, el soñ ador toma las semillas en la casa de Yaau; aprender a
tejer durante el sueñ o (como los wayuu); la madre Numirinta que
quiere que le hablen, ella es brisa fresca; el caimán que se come al
hombre que se come su huevo durante un sueñ o.
Los relatos de sueñ os, todo un género entre los ette y entre los
wayuu, advierten sobre la necesidad de hacer caso a las advertencias
oníricas. Los sueñ os son breves narrativas de actualizació n y recrea-
ció n mítica, por ejemplo: una antigua cacica ette hizo cavar unos
pozos
para que saliera agua. Dormía y no salía. Dormía y no salía. Entonces
caminó despierta hacia los pozos, echó en su interior saliva y volvió a
dormir. Cuando despertó había agua, había mucha agua para tomar.
Donde hay creació n hay destrucció n. Las anticipaciones del
cícli- co e inminente fin del mundo se presentan al soñ ante ette en
imágenes de oscuridad, terremoto, relá mpago, fuego, viento…
[…] Pero pasaban cosas
Yaau nos hablaba
Le hablábamos y él nos hablaba
Le hablaba a un anciano una noche
Y después le hablaba otro
Y después todos hablábamos
Y así […].

… A mí me dijo que estuviera tranquilo


Que el ú nico que sabía el fin de la Tierra era él
Que los waacha no sabían de eso
55
Y que por ahora él no quería acabar la Tierra

Traguemos oro, hagamos nuestro pensamiento grande


Pero para eso había que rezar
Había que limpiar a Narakajmanta
Había que hablar mucho con él
Había que celebrar ceremonia […]
(Niñ o, 2007: 346-347).

Los ette, ante «la responsabilidad» de contener el inminente fin


del mundo, reciben una respuesta personal de Yauu, quien los
tranquiliza al tiempo que les pide hacer ceremonia, que significa
saber hablar con
«él-ella». Acaso la oraliteratura ette es en lo esencial un extenso
diálogo con Yaau; diálogos y pensamientos comparables a los largos
libros y epopeyas de Israel e India; libros y epopeyas que en un
tiempo remoto también fueron palabras y sueñ os.
el sol babea jugo de piña

Al más clásico estilo de las tradiciones mítico-literarias chibchas,


los barí cuentan que «antes la tierra era oscura, sin orden. Todo era un
caos y nada tenía una forma precisa». No había amanecido, pero ya
existían la Luna y la Tierra, «dos hermanas que vivían cogidas de la
mano, es decir, las enlazaba un bejuco manteniéndolas muy juntas».
Sí. Los barí vivían en el cielo, más precisamente en la Luna, y
descendían y ascendían a ella por medio de un bejuco. En una de sus
excursiones, unos cazadores se encontraron con la «Dueñ a de los
animales», quien decidió darles permiso para cazar a cambio de que le
hicieran el amor. Las relaciones sexuales entre cazadores (o
chamanes) y dueñ as (o due- ñ os) de los animales, también son
narradas por los kogui de la Sierra Nevada y por los desana del
Vaupés; en la mencionada narració n barí los cazadores conocen a las
hijas del có ndor, y se casan con ellas –un matrimonio sobrenatural–, y
la reacció n de la dueñ a de los animales es
implacable y definitiva: rechaza a los hombres y corta el bejuco. Así es
56
como la Luna se distancia de la Tierra. Otro narrador afirma que fue
el gallinazo o zamuro quien cortó la cuerda, y que los barí que habían
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

bajado a curiosear desde «entonces han estado vagando por el mundo


y toda su ilusió n y su mayor inspiració n ha sido buscar la forma de as-
cender nuevamente al sitio de donde imprudentemente bajaron y
para ello quieren encontrar el camino del cielo» (De Alcácer citado por
De Villamañ án, 982: 89).
En otras versiones sobre el origen de los barí, Sabaseba (Sasaseba),
quien llegó con su familia «de la regió n por donde ahora se oculta
el sol», pareciera haber venido para crear y orientar a los barí; pero si
él y los suyos fueran gente venida de arriba, como se dice en los
relatos anteriores, cabe la posibilidad de que él mismo estuviera
perdido, casi que «caído», aunque finalmente regrese a su lugar de
origen. Sasaseba moldea la Tierra, literalmente la aplana, pues
«antiguamente en la tie- rra no había sino montañ as». Entonces tiene
hambre y corta piñ as y de las piñ as salen un hombre y dos o tres
mujeres –los detalles varían de

. En adelante, las citas corresponden a los textos completos incluidos


en la presente selecció n, por lo cual no se indicará puntualmente
su fuente original en referencias bibliográ ficas. (N. d. C.).
acuerdo con el narrador– que le ayudan a ordenar la tierra. Sasaseba
encuentra su familia en los primeros barí.
El mundo no solo era oscuro, tampoco había agua y los motilones
se morían de sed. Solo tomaban agua de bejucos. Hasta que un
sabio anciano descubre un á rbol que gorgotea y avisa a los demá s.
Varias lunas se tardaron trabajando juntos en tumbar ese á rbol. El día en
que se partió su tronco en dos el agua comenzó a manar a borbotones inun-
dando todas las tierras bajas: primero se llenaron las cuencas de los mares, y
luego comenzó a fluir el agua susurrando y azotando piedras por los cauces
de los ríos. El tronco del á rbol caído engendró al primer caimán y cada
pequeñ o trozo de madera se convirtió en un pez. Así se establecieron en
este mundo las aguas y los peces, para que el barí nunca más tuviera
hambre o sed. (De Villamañ á n, 982: 96).

En otra versió n el árbol es descubierto por un muchacho. Los barí


tardan todo un verano en cortar el árbol y cuando finalmente cae hun-
de la tierra. De las ramas del á rbol se forman los ríos, originando el
57
agua dulce que se almacena en tinajas de barro. Una imagen extraor-
dinaria es la siguiente:

El Sol babea jugo de piñ a


[…] como todavía no existía el Sol, en la Tierra los barí realizaban sus
ocupaciones palpando sombras y adivinando el aspecto de las cosas. La peor
dificultad era la de hallar alimentos: los cazadores solo lograban atrapar tu-
canes que, debido al colorido de sus plumas, se dejaban divisar al resplandor
de la luna llena.

Así queda claro que ese «antes del amanecer» se relaciona con la
ausencia de sol, es decir: el tiempo de la luna. Por otra parte, en
una narració n cosmogó nica –muy similar a la de Nanahuatzin y
Tecuciz- tecatl, mito teotihuacano del México antiguo–,
Sabaserbara realiza una competencia en la que el cazador que gane
se convertirá en el Sol. Y quien gana es el menos pensado, pues
además de no tener «ninguna habilidad para cazar», es el menos bello:
un vidente de piel dañ ada, el hombre con menos plumas, por lo
demás desteñ idas… típico motivo de lo pequeñ o prevalece. De
esta forma,
[…] en cuanto el favorito de los chigbarí colocó su collar sobre la cabeza
se hizo luz y comenzó a amanecer. Como el collar era mitad amarillo y la
otra parte negro, nacieron el día y la noche. Con el collar puesto, el barí
seleccionado como señ or Sol despedía rayos dorados deslumbrantes; nadie
podía mirarlo ya de frente sin sufrir lesiones de la vista. Por esto Sabaserbara
le ordenó : «Debes colocarte lejos, tan distante como para poder iluminar, no
solo a los barí, sino a todos los seres vivos de la Tierra».

El tema del distanciamiento del Sol también es clave entre narra-


dores kogui y nasa.
Al clásico motivo del corte del árbol se suma el típico tema chibcha
del surgimiento de la luz del sol, tal vez en razó n a que el relato de
la tala del árbol pueda ser un influjo externo, aunque en realidad el
corte de las piñ as es su equivalente simbó lico. Sobre la escena del
corte de piñ as, un narrador cuenta que Dios estaba cortando en el
bosque con
«machete», y la humanizació n comenzó con los hombres que salieron
del jugo de las piñ as a ordenar el mundo. La transició n se da entre
el tiempo de luna al tiempo de sol, y pocas frutas tan solares, por
amari- llas y radiantes, como las piñ as.
El Sol babea jugo de piñ a. Dos ideas trascendentales: las frutas
58
son cortadas del árbol primordial y la inteligencia humana surge del
Sol, como el jugo de una piñ a, al corte de la divinidad. Es el amanecer
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

consciente de los colores, los sabores, la vida en su diversidad. El corte


de las frutas –motivo de la tala del árbol primordial–, el amanecer
solar –esencia contenida en las piñ as– y el aplanamiento de la Tie-
rra, todos son rasgos distintivos del surgimiento de la humanidad y la
cultura barí; pero, como en otras cosmovisiones chibchas, el mundo
es recreado tras una creació n preliminar, asociada aquí con la
Luna. Segú n los narradores tradicionales, los antepasados de los barí
son la gente original y gente que luego se dispersó dando origen a
otras gen- tes. Ellos son «auxiliares» de Sasaseba en la reconstrucció n
del mundo y en la instrucció n de los barí en diversas actividades, pues
les enseñ an las artes y los oficios: pescar, cazar, construir un bohío,
tejer las cestas, hacer los chinchorros y los vestidos (Jaramillo, 993:
407).
Los primeros hombres y mujeres creados hicieron el trabajo más
particular, el de las artes y oficios, mientras que Sabaseba legó los
principios generales y colectivos, las leyes de origen para la vida en
comunidad. Sí, Sabaseba «es sencillamente el conocedor y ordenador,
un ser similar al barí. Viene con el viento desde el poniente donde
vivía con su familia» (Jaramillo, 993: 407).
Un narrador aclara:
[…] en el principio solamente existían dos razas: la del chigbarí y el barí.
Los chigbarí son espíritus eternos al servicio del Espíritu Ara, ellos siempre
han sido y serán. En cambio la raza barí tuvo comienzo: Samaydodjira pobló
estos territorios partiendo piñ as y del jugo de las piñ as brotaron los barí. Sin
embargo, esos seres primitivos no eran iguales a nosotros, ellos no tenían
sexo. Se reproducían con la ayuda de un chigbarí, que se transformaba en
tigre y les lamía la barriga dejá ndolos preñ ados. Un día el espíritu del
tigre no volvió más.

Entonces aumenta la importancia del llamado Samaydodjira, al


que «apodaban» Sabaserbara, «el que vive solo». Antes que un
creador, él era un tipo de chamá n primordial. Era bastante
creativo:
É l les dijo: «hagamos así», tomó una colmena de abejas silvestres con
forma de pene y se la colocó al cacique en la parte baja del estó mago.
Luego explicó a los barí: «[…] deben moldear una hendidura con barro y
ponérsela
a uno de los hombres, para hacer de él una mujer». Pero algo no funcionó bien
59
y los hijos de la primera pareja nacieron mal: dice la tradició n que «salieron
muy flacos y con las patas torcidas».

El Sol babea jugo de piñ a


A continuació n se cuenta que Samaydodjira y Sabaserbara eran
diferentes. El segundo le encargó el trabajito al primero, una
constante en los relatos barí. Cuando vino Sabaserbara a mirar có mo
iba el tra- bajo, cuentan que se puso furioso y de castigo creó a las
moscas, que desde entonces tienen de tarea chuparnos la sangre.
Después de varios intentos nuestros antepasados por fin lograron
hacer una mujer que sirviera. En adelante los barí pudieron tener
hijos, y se organizaron por parejas que aprendieron rápidamente a
«lamerse la barriga», con el sistema agradable que ellos mismos
inventaron.
En tiempo más reciente algo similar ocurrió cuando
[…] el cacique Abrincadura pidió a un chigbarí muy poderoso llamado
Mucshura que les aplanara las montañ as. Mucshura accedió , con la condi-
ció n de que trabajaran juntos, porque apreciaba la compañ ía de su nuevo
amigo. Mientras Abrincadura removía la tierra con sus manos y con gran
trabajo lograba allanar un pedacito, Mucshura de un solo golpe despachu-
rraba cordilleras y en vez de ellas surgían valles amplios y hermosos, con
verdes praderas y árboles frondosos. Pero como tenía cosas que hacer más
esenciales que darle gusto a los humanos, Mucshura delegó en Abrincadura,
explicá ndole al detalle có mo podía proceder con el trabajo.

Pero el cacique ve superadas sus fuerzas. Acepta entonces la


ayuda de unos personajes que terminan haciendo enfurecer al
chigbarí. Muc- shura bloquea las capacidades mentales de los
ayudantes perezosos, como hicieron las deidades maya k’iché con una
generació n de huma- nos que habían creado, segú n se cuenta en el
Popol vuh. Por ú ltimo, Mucshura convierte en cerdos a los ayudantes
de Abrincadura (motivo del castigo de conversió n en animal), y ellos
se olvidan quiénes eran (motivo del olvido mágico). Los puercos, al
decir de un narrador, se- rían pues barí degenerados. Como es usual
entre los héroes civilizado- res, tan irascibles y severos, «Mucshura
no quiso volver más».
En otra versió n, dado que se necesitaba mejorar la tierra para cul-
tivarla,
[…] Muchú tomó su machete y empezó a tumbar monte invitando a los
motilones a trabajar, inclusive de noche. Pero los motilones no podían ver para
60 trabajar de noche. Llamaron entonces a la guatinaja y al puerco de monte para
que ayudaran. Esto disgustó a Muchú , pues la guatinaja y el puerco en vez
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

de trabajar se pusieron a comer pepitas y a bañ arse en el río. Por tal motivo,
sintiéndose engañ ado, el Muchú desapareció por el aire, y se fue a vivir a las
montañ as dejando algunas vegas terraplenadas como la de Ildakarora, que
fue la primera. Por eso el motiló n de hoy dice que no es justo que los
colonos lo hayan despojado de las vegas siendo estas fruto del trabajo de sus
antepasados.

Estos dos relatos permiten sugerir cierto rechazo (o fracaso) al


paso a formas de subsistencia basadas en la agricultura. No es casual
que los barí hayan conservado su tendencia al nomadismo estacional
y multihabitacional, una característica más afín a la mentalidad de ca-
zadores y recolectores. Por otro lado, los barí creen que ellos fueron
creados antes que los animales, es más: creen que de ellos vienen los
animales. «El motiló n dio origen a la mayor parte de las especies ani-
males y luego les enseñ ó a hacer sus caminos en la selva. Después de
eso Saymaydó djira los convirtió a todos de nuevo en motilones» (De
Villamañ á n, 982: 82). La idea de fondo es que todos los
indígenas provienen de los antepasados de los barí, quienes se
habrían extendido y diferenciado.
Un tema impactante es el de la anciana que devora a la niñ a de una
pareja barí. La anciana era ciega, dice un narrador; la anciana no se
moría, cuenta otro; pero en ambas versiones la anciana es quemada en
castigo y de sus cenizas negras, blancas y rojas –o amarillas– salen las
otras razas. Y como solo eran hombres y no tenían mujeres, raptan
a muchas barí. Algunos animales habrían salido de las cenizas, pero la
idea de fondo es que todos provenimos de los barí. La actitud de
su- perioridad étnica, el sentirse los primeros y mayores de los
hermanos, es compartida por los barí con otros grupos chibchas
como los de la Sierra Nevada de Santa Marta.
El siguiente relato pareciera más de origen carib que propiamente
chibcha, y de hecho lo cuentan casi igual los so’to o makiritare, un
grupo carib cuyas tradiciones mítico-literarias se han transcrito en
parte en una obra clá sica, el Watunna.
Cuando andaba entre la gente Porunamínari –creador de la tierra, del
agua y de todas las cosas, padres de la jinnátati (mujeres) y de los jéinari
(hombres)– un mono se casó con una india llamada Foméyaba, quien siem-
6
pre olía muy bien, a las mejores flores […]. Foméyaba salió embarazada y
desde ese momento los otros monos y los rabipelados le tuvieron rabia.

El Sol babea jugo de piñ a


El rabipelado, típico opositor, confunde y viola a la mujer,
dejá n- dole un mal olor. Otros de los envidiosos monos acaban
después con ella: la descuartizan sin compasió n. El feto,
simplemente un resto de carne, es criado por la arañ a de río y luego
por la raya; crece y se con- vierte en el monito pwácari. Va en
bú squeda de su abuelo, quien prue- ba su destreza con las flechas y
lo envía a vengar a su madre muerta. Hace subir a los glotones
monos a un á rbol, crea alrededor del á rbol una laguna llena de
caribes (pirañ as) y babas (cocodrilos pequeñ os); entonces los flecha,
los hace caer, los hace recibir el mismo castigo: el de ser devorados.
Aparece de nuevo el opositor. Lanza unas flechas. Crea así el
sendero de la flecha, un tipo de camino celeste equivalente al bejuco,
la escalera o inclusive los platos voladores de las narrativas kuna tule.
Algunos monos huyen por el sendero de la flecha, pero la mayoría
caen ajusticiados por el más chiquito de los monos, el pwácari. Lo
pequeñ o prevalece una vez má s.
Para los embera y wounán del Pacífico, este tipo de relatos son centra-
les, pues implican la venganza de un héroe –o dos héroes gemelos– con
doble origen, animal y humano, en contra de los animales que
supuesta- mente se tragaron a su mamá .
Un ú ltimo relato comentado desarrolla el motivo del paso al intra-
mundo. Trata sobre un muchacho que es guiado y empoderado por un
chigbarí del que se hace amigo en el monte. El «espíritu» le propone
llevarlo a «conocer otras dimensiones, impenetrables normalmente a
los humanos»…
[Pero] como el joven todavía no sabía «caminar liviano», el chigbarí lo
tomó de la mano y le transmitió el poder. Al contacto de su piel con la del
chigbarí sucedieron cambios inmediatos en su cuerpo material: el corazó n y
todos los ó rganos se sentían distintos. Pero lo que má s asombró al joven fue
có mo, repentinamente, la oscuridad de la noche se hizo luz y pudo ver a
su alrededor con claridad.

El relato, claramente chamánico, alcanza su clímax –aquí podría-


mos decir su éxtasis– al describir el «reino de la muerte», adonde lle-
gaban muchos barí, todos desnudos, «los hombres traían en la mano
62
un pedazo de cañ a brava para hacer sus propias flechas y las mujeres
portaban su canasto». El chigbarí guía le explica la visió n:
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

[…] si se trata de un guerrero, al darle la bienvenida Taigda Chigbana (el


que los recibía) le entrega un arco, porque antes de seguir adelante hacia las
estrellas, el barí tendrá oportunidad de matar a un yácura. Si falla con sus
flechas, ese monstruo gigantesco seguirá su camino y llevará a las comuni-
dades de ustedes muchas enfermedades y desgracias. Cuando el yá cura logra
introducirse al plano donde vive el hombre la tierra tiembla. ¡Explica a tu
gente que ese es el origen de los terremotos!

El simbolismo de las flechas es claro, solo que aquí no se trata


de vengarse de los monos, sino de la oportunidad de que cada
hombre barí ayude a su comunidad evitándole el impacto del
monstruo de las enfermedades. Estamos pues en el plano de relatos
sobre geografía mortuoria. El guía explica al muchacho sobre
diversos aspectos del mundo de los muertos. El relato es una
especie de pequeñ a Divina comedia. Al final, no falta –casi nunca
sucede– el motivo del robo má gico:
[…] de repente el joven barí alcanzó a ver un sembrado de yuca y pensó
en su madre y su hermana. Disimuladamente arrancó unas para llevarlas de
regalo. No bien hubo terminado sonó un ruido ensordecedor. É l comprendió
que había cometido una falta grave, porque su guía le había advertido clara-
mente que no tocara nada.

El joven vuelve. Trae la yuca, pero muere pronto. Y «muere» quizá


a su antigua forma de ver el mundo: los relatos chamánicos reiteran
la idea de que el chamán cambia de ojos, aprende a mirar, mira en un
rango extenso como las aves de alto vuelo, y se desliza tan á gil
como una serpiente entre la hierba.
Envuelto en su hamaca, el muerto es transportado a la selva para
ser consumido por los zamuros, aves que vienen a hacer su tarea
desde el barun ashua, uno de los mundos superiores. Se trata de una
ceremo- nia funeraria muy parecida a la que aú n se practica en zonas
remotas del otro país de las nieves, el Tíbet. Como los tibetanos, los
barí creen que esta es solo una tierra entre tierras: para los barí ésta
es Itta, tierra en la mitad de un inframundo de agua y seis
supramundos.
Abajo está Baira biascha barun, «grandes extensiones de agua de-
63
bajo de la tierra», en donde hay cuevas y seres pequeñ itos como los
scumbrabra. Encima está Saba (debajo de las nubes), que es la regió n

El Sol babea jugo de piñ a


del viento suave habitada por seres protectores de las tempestades
como los Nodaridou, los Sirogdobari y por pájaros amarillos que
los defienden de los ataques de Daviddu. Luego viene la zona de
viento fuerte o Kokda sada, donde se forman las tormentas y las
lluvias, y que es el lugar del encuentro de los muertos
(basunchimba) con sus familiares. Por encima de las nubes está el
cielo (Barun) que semeja un teló n muy grande pintado de azul por
Sasaseba, sostenido en la tierra, en el cual habitan los saimadoyi, las
estrellas y los basunchimba. Más allá está el firmamento o Barun
aschua poblado por los zamuros, los truenos, los relámpagos, la luna y
el arco iris. Encima está el Sagoada bibaru, donde habitan las personas
convertidas en aves (tarigbimomo) o en monos (scharaba) y las
golondrinas. Y por ú ltimo el cielo má s alto, lugar de Ñ anbobikorai,
Ñ andou (el sol) y Sasaseba y su familia (Jaramillo, 993: 409).
Sí, Sasaseba parece haber vuelto arriba, y los barí se preocupan
por regresar a casa. Las piñ as jugosas así lo prometen…
el árbol que aún sangra entre los yukpa

Los yukpa creen que antes había dos soles que se alternaban. Ko-
pecha trató de seducir a uno de los soles. Lo que ella deseaba era
ha- cerlo caer en un pozo de carbones encendidos. El Sol cayó . No le
pasó gran cosa, y convirtió a la mujer en sapo, pero cuando regresó al
cielo había perdido parte de su brillo. Se convirtió en la Luna, que a
dife- rencia del astro más radiante, se muestra benevolente con el
hombre. Un cazador que perseguía a un zaino incursionó al lugar
en donde el Sol cazaba guacamayos y fue capturado como si fuera
una presa. El Sol, que cazaba con flechas que eran serpientes, lo veía
como si fuera un venado; en cambio la Luna y sus hijos, que sí lo
veían en forma de hombre, lo ocultaron en su casa dentro de unas
tinajas. El Sol llegó bravo, a buscarlo; antes de que lo encontrara,
gracias a su olfato de cazador, el Luna hizo romper las tinajas y
culpó a su hermano astral de haberlas roto. Se encendieron a
machete. La cosa no pasó a más. El
Sol montó guardia. El cazador yukpa se quedó viviendo en la casa del
64
Luna y fue deseado por sus hijas jó venes, quienes se metieron con él
en la tinaja. El hombre finalmente regresó y dejó embarazada a una de
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

las hijas del Luna –matrimonio sobrenatural–. En términos generales,


el motivo del paso al intramundo es central en las oraliteraturas de los
yukpa y los barí.
Para los yukpa, por otra parte, las plantas y los animales estaban
antes que el hombre, pero en el principio hombres y animales
inter- cambiaban apariencias. Aú n más, Sol (Vicho) y Luna (Kunu)
«eran dos hombres yukpa que vivían con sus mujeres», pero
«peleaban mucho y se comían la gente». Sol quería comerse a
Mushú tunshi, el cazador ex- traviado, y lo tienta a casarse con una de
sus hijas, que supuestamente tenía escondida «en el monte debajo de
una paila», aunque lo que que- ría era comérselo. Una vez más Luna
y sus hijos salvan al hombre.
En otra narració n tradicional, un cazador cae en la trampa de una
arañ a. Esta vez es el hijo de la arañ a quien lo suelta. La arañ a lo
per- sigue valiéndose de su gran olfato para cazar; y entonces sucede
algo sorprendente, en el ya de por sí sorprendente mundo de las
literaturas indígenas: el cazador cazado se encuentra al ñ ame, un
tubérculo. El ñ ame se cocina a sí mismo y se da de comer al hombre.
Luego lo ayu- dan el maíz y la cañ a. Más adelante, la arañ a está a
punto de encontrar
al hombre, quien se ha escondido en un cultivo de maíz, y maíz y cañ a
defienden al hombre golpeando y partiendo por la mitad a la arañ a
de- voradora. Queda así sentado un nuevo precedente, se va
imponiendo un nuevo mundo en el que los hombres, con la ayuda de
seres amisto- sos, llegan a regular el entorno, y pasan de devorados a
devoradores.
El «Señ or del fuego» es otro de esos aliados en el nuevo mundo de
los hombres: a un yukpa que se interna en el bosque le enseñ a
có mo usar dos piedras para producir candela. Pero los aliados no
siempre fueron bien recibidos. Unano, un extranjero sucio, con
cabellos y bar- bas largas, es rechazado en varios asentamientos…
lo que evoca la figura de héroes civilizadores extranjeros que fueron
inicialmente re- chazados: el Nuestro Señ or camëntsá, el Tunupa
quechua-aimara, e incluso el Padre wounán, asociado con
Ewandamá, quien fue flechado y enterrado en presencia del hijo –
una figura wounán de Jesú s–.
El Unano es rechazado porque aceptarlo implicaba el paso de la
re- colecció n a la agricultura, todo un cambio de mentalidad; pero
Unano,
a diferencia de otros héroes agrícolas, no traía el maíz: él mismo es el
65
maíz cariaco. El maíz se entrega, semejante al ñ ame que se cocinó y se
brindó al hombre: «se esculcaba los cabellos y de ahí iba sacando los

El árbol que aú n sangra entre los yukpa


granitos de maíz para dárselos a la gente. A medida que iba repartien-
do los granos perdía estatura». Donde orinaba iba dejando sembrado
«maíz, fríjol gandul, ahuyama y totumo. Allí donde él salía y regaba
la tierra, nacían estas plantas». Lo acompañ aba una mujer:
Kurekch, la ardita, lo que implicaría que el relato ha sido fusionado
con el de Kemoko, héroe progenitor, o que Unano es una de las
manifestaciones posteriores del mismo Kemoko, al modo de los
clásicos mensajeros que se desprenden de la gran deidad o héroe
primordial. Sobre otro personaje –el tipo de héroe extranjero– se
cuenta que era bajito, con- trahecho y que tocaba flauta. Se narra
ademá s que al traer el maíz, la ahuyama y la batata, él enseñ ó a
preparar la chicha y a bailar. Y es así como introduce dos prá cticas
básicas de la vida comunitaria y la espiritualidad yukpa.
En la versió n sobre Kemoko, además de todos los dones recibidos,
los yukpa aprenden a cantar. Y aquí otra característica: se trate de
Una- no, Osemma o Kemoko, los héroes se marchan de los
asentamientos, lo cual probablemente se deba a su carácter de
deidades cíclicas agríco- las, asociadas con astros benéficos. También
son deidades telú ricas que
producen movimientos sísmicos. La idea de fondo es que así como se
abre la tierra durante los terremotos, los yukpa deben sembrar en la tie-
rra las semillas que les fueron legadas. Y la ruptura también se da con
respecto a la mentalidad arcaica de recolectores –hay un evidente
paso a la fijació n de ciclos agrarios–; una tensió n puede sentirse
incluso en el plano de mentalidad de recolectores, por ejemplo,
cuando Kemoko les enseñ a el plátano comestible (aunque a causa del
opositor Purihma los yukpa terminan quedándose con el plátano no
comestible). Segú n el narrador, ese hecho hará menos inteligentes a
los yukpa, así como a los barí y a los wayuu, a diferencia de los que sí
se habrían quedado con el plá tano comestible: los watiya o blanco-
mestizos.
Se cuenta que al puro comienzo Kemoko acaparaba el maíz.
Esa actitud lo diferencia de Karagabí, héroe embera katío, quien
por el contrario se ocupa de raptar el agua y la comida a los animales
acapa- radores. Los ette y los kuna tule se caracterizan por haber
tumbado el grandioso á rbol de los alimentos y el agua, el á rbol que
al caer da
origen a su tiempo humanizado.
66
Sobre Kemoko se cuenta que es «el padre de todos los yukpa».
Como se verá, un narrador aclara que recibe el nombre de Amoré-
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

toncha entre los yukpa de Makoa y de Atapshi; y que «los de Irapa


le llaman también Maihpore. En Maraka y Sokorpa le conocen
como Aponto». Al principio Kemoko vivía solo en el aire. Quiso
descansar e hizo una tierrita que luego se expandió hasta su
estado actual. Ke- moko creó los árboles y los animales, de quienes
toma esposas como la ardita y el kurumacho hembra (el gallinazo). En
una narració n se hace énfasis en que Kemoko creó cuatro muñ ecos
de tierra:
[…] dos hombres y dos mujeres. De ellos salieron los primeros que vivían
en las sabanas de Manastara: los Atancha y los Atumsha. Con ellos vivió
Kemoko mucho tiempo, pero se hicieron malos y Kemoko se marchó a
otro sitio. Kemoko andaba solo por el monte y el pájaro carpintero picaba
todos los palos. Cuando picó unos palos salió sangre. Entonces Kemoko
los cortó e hizo con ellos un hombre y una mujer, doblá ndoles los brazos y
las piernas para que pudieran caminar. De aquí salieron los yukpa. (De
Villamañ á n,
982: 6-7).

La creació n de la gente de antes a partir de muñ ecos, es un


tema muy presente en las oraliteraturas indígenas del Pacífico
colombiano.
Los uwa y los maya k’iché cuentan sobre actos antropogó nicos
similares. El tema del alejamiento del héroe, tras crear y legar, es com-
partido por los yukpa (Kemoko es un ejemplo claro), los barí (caso de
Sabaseba), los ette (relatos sobre Yaau), los embera katío (Karagabí),
los wounán (Ewandamá) y los awá (Ippa). La ardita, la kurumacho y el
sakurare (pájaro carpintero) expresan cualidades de ese ser
primordial que es Kemoko. El sakurare anticipa a Atpatocha, el
primer yukpa. Y aquí, en semejanza a otras tradiciones mítico-
literarias, la tala del árbol (o los árboles) es el sacrificio fundante de
la actual conciencia humana, pues los árboles estaban vivos, eran
personas –en esto coin- ciden los narradores awá–. Kemoko hace
salir a los hombres de los árboles, e incluso de un bejuco; pero lo
hace con la ayuda del pájaro carpintero, y en una versió n posterior
con un hacha. El á rbol sangra. El á rbol se llamaba manéracha o
sangrito.
En otra de las narraciones seleccionadas se cuenta:
Dios derribó este árbol y de su madera labró dos figuras de dos niñ os. En
seguida derribó un segundo árbol, de cuyo tronco fabricó una caja y dentro
67
colocó las dos figuras. Luego llamó un pájaro, el pájaro carpintero, al que
ordenó sentarse sobre las figuras. Luego cerró la caja con una tapa y la dejó

El árbol que aú n sangra entre los yukpa


en el bosque.

Días más tarde, la compañ era de Dios fue al bosque y se


sorpren- dió enormemente de escuchar voces, y siguiendo la
direcció n de los sonidos descubrió la caja. Con muchísimo cuidado
levantó su tapa. Cuá l no sería su sorpresa al encontrar dentro dos
niñ os y un pájaro. Ella se llevó los niñ os a casa y los crió hasta que
fueron grandes y pu- dieron convertirse en marido y mujer. Muchos
niñ os nacieron de esta joven pareja y, eventualmente, se casaron
unos con otros. Al trans- currir unos pocos añ os, hubo gran nú mero
de gente sobre la Tierra.
La transformació n de los muñ ecos de madera dentro de la caja es
una variante del tema de transformació n dentro de una olla, tinaja o
caldero, como en el mito del cazador yukpa metido en una tinaja
con las hijas del Luna. Una de las hijas del Luna queda embarazada,
y los héroes kuna tule se transforman dentro de un caldero, olla o
tinaja de oro.
El sakurare queda como acompañ ante, en verdad como imagen de
los propios yukpa, quienes como los barí tienen que vérselas con
un
territorio de montañ as selváticas. Kemoko, o su equivalente, antes de
irse del todo a un arriba poco definido deja claras las pautas de com-
portamiento correctas: prohíbe el incesto, brinda la chicha, enseñ a los
bailes y transmite los cantos. Insta a los yukpa para que se reú nan.
Recién creados, les aconseja: «No se vayan lejos donde no hay casa;
tienen que vivir cerquita».
Los yukpa (yuko) también cuentan que Kemoko capturó a su
es- posa celestial, una zamuro o gallinazo, y que le quitó las plumas
de- jándola convertida en mujer. Tuvieron cuatro hijos: los
antepasados de los españ oles y los watiya, sobre quienes se dice que
saben más. El narrador dice que «los negros» salieron del murciélago.
En otra versió n el narrador deja notar la manera negativa en que se
ve a los watiya, vengan de donde vengan, pues se cuenta que los
blancos son hijos de «una mujer yukpa que se masturbaba con un
pene de piedra». Los hombres destruyen el objeto contrario a su
masculinidad, y la mujer en cuestió n deja una niñ a amargada que se
dedicará a crear armas y
máquinas para matar gente.
68
En el clá sico tema de los gemelos primordiales, otro narrador
afirma que Amorétoncha es originalmente dos hermanos: «Uno se
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

murió . Quedó Amorétoncha, uno solo». Se casa con kurumacho


hembra, ave de rapiñ a, la lleva a su rancho y luego tienen tres
hijos: negros, americanos y españ oles… Comparar a los colonos
con aves carroñ eras, y a su actitud «civilizante» con rasgos de
rapiñ a es algo que, aunque suene duro, coincide con una visió n
de Carl Gustav Jung. La reflexió n se generó tras un diá logo del
psicó logo suizo con un cacique del pueblo de Tao: «Lo que
describimos como coloni- zació n, misiones, difusió n de la
civilizació n, etc., presenta también otro rostro, un rostro de ave de
rapiñ a que acecha con cruel avidez el lejano botín, un rostro digno
de una ralea de piratas y salteadores» (Jung, 2002 [96]: 292-293).
En otro de los relatos seleccionados, una pareja de hermanitos jue-
ga a columpiarse en un bejuco; el bejuco se revienta y al caer quedan
encerrados bajo tierra. A su regreso los padres se dan cuenta de la
pér- dida, aunque habían dejado a los niñ os bajo el cuidado de la
segunda esposa del padre. Los niñ os cantan bajo tierra una canció n
que delata a
«la tía» como egoísta, pues no les daba de comer cuando los estaba
cui- dando; «el niñ o siempre le cantaba al papá y la niñ a siempre le
cantaba
a la mamá». Se trata de una narració n sobre geografía mortuoria, un
tipo de relatos muy importantes porque permiten «saber» lo que pasa
tras la muerte. De esta suerte, «aunque siempre intentaban encon-
trarlos escarbando la tierra, los niñ os quedaron atrapados y cantaban
mientras corrían debajo haciendo tú neles y escondiéndose» (Gó mez,
998: 2). El paso al intramundo tras la ruptura de un puente,
á rbol, escalera o bejuco, es un motivo muy recurrente en las
literaturas indí- genas en Colombia.
El murciélago no posee una carga tan negativa como podría pen-
sarse cuando un narrador tradicional dice que «los negros» son sus hi-
jos. Cuentan que tras un baile de segundo entierro –los wayuu
también practican un segundo entierro–, algunos yukpa fueron a
depositar un muerto en unas peñ as. Entonces se rompió una probable
restricció n, pues apareció una mujer embarazada (lo contrario al
entierro), lo que desencadenó la caída de piedras que cerraron la
salida, y mucha gente se quedó enterrada viva con los muertos. Es
una angustiosa variante
de los motivos de paso al intramundo y la desgracia que sigue a la rup-
69
tura de un precepto o prohibició n. Lo angustioso es que las personas
no podían salir de allí, aunque les llevaban comida para que sobrevi-

El árbol que aú n sangra entre los yukpa


vieran –algo similar le pasa a Maleiwa, héroe wayuu–. En la narra-
ció n yukpa la gente se salva siguiendo a «un pájaro» que va y viene. El
pájaro es metze, el murciélago, su salvador. Recordemos también que
los primeros hombres salieron de una cueva –el motivo de surgir de
la tierra–; así que poner a los muertos en cuevas es encaminarlos de
regreso al lugar de donde vinieron: el vientre de la Tierra.
En otro relato de paso al intramundo, un yukpa muerto regresa
trayendo «una totuma grande de agua del otro mundo». Quería hacer
inmortales a sus hermanos, salvarlos de la muerte; lo habría logrado
si se hubieran bañ ado con el agua, «pero la gente no le hizo caso».
En cambio, la culebra, el grillo y el cangrejo se bañ an con el agua
de la inmortalidad, y por eso rejuvenecen «cambiando de piel», pues
las mudas de piel están asociadas con la inmortalidad. Sucede
entonces lo previsible: el héroe se va y no vuelve más. Segú n
numerosos grupos indígenas y afrodescendientes, los muertos
comunes suelen volver; pero lo que parece volver entre los yukpa
son sus principios vitales, como el okatu –akatu entre los makiritare
de Venezuela–, aunque los yukpa y los wayuu coinciden en que los
«buenos muertos» visitan a
sus familiares para defenderlos contra los malos y atenderles en sus
enfermedades.
Reaparece aquí el tema de los hermanos. El mayor tiene dos muje-
res y el menor ninguna. Una de las mujeres se enamora del
hermano menor, así que por obra del mayor
[…] le cayeron encima y le mataron. La mujer que estaba con él se escon-
dió . Cuando envolvieron el cadá ver en hojas de bijao, la mujer estaba mirando
desde el monte. Ellos se fueron. El okatu del muerto se acercó tocando la
flauta. La mujer lo oyó y se quedó esperando. El okatu se le acercó y le
dijo:
–¿Estás aquí? Ella le contestó :
–Sí, estoy aquí.

Es el clásico tema del reencuentro con el amado muerto, un tó pico


tan comú n en la Grecia de Orfeo y en la India de Savitri (obra de Sri
Aurobindo) –que también es el tema de un relato, célebre en La
Gua- jira, en que un wayuu sigue a su esposa hasta Jepira, el lugar a
don-
de van los muertos–. De vuelta al relato yukpa, la mujer y su amado
70
muerto caminaban lejos de la casa. El amado muerto ve una tortuga
y le parece un enemigo. Se equivoca. En numerosos relatos la
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

muer- te significa una mirada diferente o radicalmente opuesta; para


estas comunidades la muerte es frecuentemente una inversió n de
roles, un cambio de mirada, un paso al intramundo, opuesto pero
complemen- tario. El hermano muerto, llamado probablemente
Kepshi, afirma:
«Nosotros no necesitamos dormir porque nunca nos cansamos. Así es
la vida de los muertos» (De Villamañ án, 982: 22-23).
La perturbadora idea del amado-hermano muerto en extrañ as
circunstancias se conecta con esa vaga y omitida presencia del otro
hermano de Kemoko-Amorétoncha, el «que vivía lejos y se murió ».
Impacta que los hijos de Kemoko junto con su madre quieran comer-
se al muerto; y es que la esposa de Kemoko es un ave de rapiñ a. Otro
narrador cuenta que Kemoko se enfrenta con kurumacho viejo. La
idea de fondo, aunque no siempre se explicite, es que Kemoko se
en- frenta o mata a su oponente masculino por la supremacía del
medio. Quiere quedarse con las hembras. Kemoko reprende
fuertemente a su esposa, hasta el punto de hacer que muera, por lo
que debe resuci- tarla. «Esa carne no se come porque es familia. Ya no
te regañ o más», le dice Kemoko a kurumacho hembra. Tras esto, la
madre «escapa»
al supramundo con sus hijos, un movimiento algo recurrente en las
esposas-aves y en los héroes que cometen actos sombríos (incesto,
por ejemplo). Finalmente son los hijos quienes se apiadan del
padre, vuelven por él y le enseñ an a volar. Kemoko «no vuelve má s
a la tie- rra».
Cierto tipo de pájaros se originan tras las luchas entre tribus
ve- cinas. Los barí, por ejemplo, creen haber dado origen a los
animales; y la continuidad simbó lica muerte-ave es recurrente entre
los barí al punto en que los cadáveres se dejan devorar por las aves de
rapiñ a, que habrían sido enviadas para tal propó sito desde uno de los
cielos o su- pramundos. Un héroe ette es rescatado de entre los
muertos por el rey de los gallinazos, quien lo entrena y lo lleva al cielo
a ver a sus padres que han sido asesinados. Los yukpa cantan y
bailan a sus muertos. Ténecha (para otros, Karavu) canta en el
monte anunciando que el mundo se viene abajo y que los yukpa se
irán muriendo. La matan porque anuncia la realidad de la muerte;
ella es la primera enterrada.
La idea del diluvio parece prestada a los yukpa, a diferencia de
7
los grupos chibchas, en cuyas cosmovisiones el desbordamiento de las
aguas suele ser una barrida y recomienzo de ciclo. Un narrador cuenta

El árbol que aú n sangra entre los yukpa


que Kemoko
[…] para castigar a los malos abrió unos depó sitos grandes que hay en el
cielo, y toda la tierra se inundó . Solo se pudieron salvar los que se refugiaron
en Tetare, arriba por el río Atapshi por Manastara, muy arriba. Cuando se
repusieron levantaron una montañ a grande de barro para salvarse; pero Ke-
moko abrió otra vez los estanques y la montañ a de barro se deshizo. Entonces
se dispersaron todos y volvieron a pelear. (De Villamañ án, 982: 5).

El motivo de surgir en el agua está presente en la historia de la


mujer que rescata a un niñ o de un manantial; este crece rápido y es un
buen pescador… en realidad, es el «Señ or de los peces» y un hijo
del agua. Es como un ywatpo, alguien que pide y propicia los
alimentos con sus ceremonias (los peces abundan). En el contexto
de este tipo de relatos sobre héroes sobrenaturales benefactores, los
narradores enfatizan que otros miembros de la comunidad y otras
comunidades sienten envidia de sus poderes.
Durante un baile con gente de otro asentamiento tratan de matar
al Señ or de los peces. É l se va y la gente del lugar queda en la escasez.
En cambio el héroe favorece a quienes lo trataron bien; beneficio
nu- tricional que nos recuerda a Unano y a Osemma, también
rechaza- dos, y que benefician a quien los trate bien. Así pues, al
decir de los narradores, algunas de las luchas y separaciones entre
los nú cleos yukpa se comprenden en parte por actos como envidias
y conflictos. Otros ejemplos son los de los llamados antihéroes. Se
cuenta que mu- chas guerras entre los grupos fueron causadas
como consecuencia del rapto de mujeres. Una vez un zorro fue
atrapado por suplantar al esposo de una mujer, «antes de que le
dieran muerte […] cantaba una canció n, acompañ ado del carrizo.
En esa canció n decía que él podía coger las cosas sin importar en
medio de quién estuviera» (De Villamañ án, 982: 52-55).
Atátocha, un yukpa, es amigo del oso. Son tan amigos que el oso le
dona fríjoles para que se alimente mejor. Un día el hombre y su esposa
dejan a su bebé al cuidado del oso. El bebé comienza a llorar a gritos,
pues extrañ a a sus padres; el oso, famoso por lo irascible, lo bota
en
agua caliente. El narrador no lo dice, pero por el tipo de acció n es muy
72
probable que haya ocurrido lo peor y más natural en su caso: que el
oso se coma al bebé. A su regreso los padres encuentran muerto al
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá

niñ o. El oso se percata de lo que hace solo después de haberlo hecho;


es algo muy instintivo. La amistad se rompe y el oso huye. Desde
en- tonces los yukpa cazan al oso.
Finalmente, quiero hacer menció n de un héroe bien típico: el
que quita y da, el que se aprovecha y llena de dádivas. La samaya,
como la mahayüt wayuu, es una jovencita que pasa por un encierro
ritual para convertirse en mujer, y aprender a hacer lo que saben
hacer las muje- res yukpa; por eso solo puede ver a las mujeres que le
sirven de maes- tras –en el relato, su abuela–. Kushnash, el
chupaflor transformado en persona, está loco por hacer el amor con
la samaya; quiere romper las restricciones del encierro –como
también desea hacerlo Atpanaa, el pícaro conejo wayuu–. Kushnash,
a cambio del acto sexual, le dice a la samaya que le regalará un buen
algodó n. La samaya termina por ceder… aunque el narrador no es
explícito.
La samaya aprende a hilar y a hacer manta. En realidad, está
ha- ciendo mantas para el niñ o que ha concebido con el chupaflor de
pico fá lico. La abuela se da cuenta, y la samaya solo le confiesa una
parte, pues existe la prohibició n de no contarle a nadie. Kushnash
también
le trae semillas a la doncella –es todo un héroe civilizador–. Entonces
aparece el tradicional oponente que echa a perder el don para toda la
humanidad, Miscursa, que insiste ante toda la comunidad (y lleva a
que la amenacen) para que ella cuente de dó nde ha sacado el algodó n:
[…] Les dijo que el chupaflor le había traído el algodó n y le había en-
señ ado a hilarlo. También les indicó donde se conseguía y les contó como
era y có mo encontraba hilado el algodó n debajo de cada mata. Miscursa,
que era muy envidioso, dijo que «no le gustaba eso de encontrar algodó n ya
hilado» y botando el algodó n que la Samaya tenía hilado, dijo que «mejor
ella se encargara de enseñ ar a las demá s mujeres a hilar». Y eso fue lo que la
muchacha hizo.
Un día luego de haberse descubierto en el asentamiento todo, la Samaya
se fue a la roza, sola, y estando en el sembrado se le apareció de nuevo el
chupaflor y le dijo:
–Como ese pá jaro botó lo que te regalé, el algodó n que ibas a encontrar
hilado, ahora ya no va a ser igual sino que vas a ir y vas a coger algodó n
de
cada mata, lo vas a llevar en la canasta y lo vas a trabajar como te enseñ é.
Tampoco será n tuyos ni el hijo ni las mantas que tejiste para él. 73

El árbol que aú n sangra entre los yukpa


La atracció n se cambia por rechazo pero, si no fuera por el oposi-
tor (un ayudante desde otro punto de vista) probablemente la samaya
habría guardado para ella el secreto –un tipo de acaparamiento
similar al de los alimentos y el agua en otras narraciones indígenas–; y
como consecuencia el héroe benefactor se hubiera convertido en un
antihé- roe: «Voló rápidamente con sus alitas, y no se lo volvió a ver
enamo- rando a las pú beres».
i Literatura ette

75
Quiere que le hablemos
Quiere que las mujeres le hablen
Y que los hombres también lo hagan
Así hay que hacer
Ella es nuestra madre […].
GERARDO GRANADOS
1. Historias de origen

el mundo
Yunari Kraari es nuestra madre
Ella está en el principio
Está antes que Sol y Luna
Ella es la abuela de Yaau y Numirinta.

Como es una anciana le decimos Yunari


Como es extensa le decimos Kraari
Es tan ancha como la misma Tierra
Yunari es la misma Tierra
Los arroyos son sus venas y las aguas son su sangre
En su espalda y en su pecho está n los ette
Sobre Yunari los ette viven.

Yunari está en la Tierra del Medio


79
Ella es la Tierra del Medio
Arriba hay cielo y abajo hay agua

1. Historias de origen
En ambos lados vive gente
Por eso decimos que los ette viven en el medio.

Ahora la espalda de Yunari está limpia


Antes estaba sucia y llena de sangre
Yaau la limpió con agua y con fuego
La dejó sin manchas, nueva, joven.

Los ette de ahora son gente nueva


Son una nueva generació n
Acabaron de bajar
Son los ette takke.

Cinco Tierras tenían que bajar


Quedó faltando una

. Lugar: Narakajmanta. Narrador: Carlos Sánchez Purusu


Takiassu Yaau. Fecha: septiembre de 2003.
Estamos en la cuarta Tierra
Las otras tres ya vinieron y se acabaron
Eran las tierras de los antiguos, de los dueñ os de los huesos y las
mú curas
nadie sabe có mo eran porque nadie las ha visto
Nadie las ha visto porque ya pasaron
Yaau las barrió con agua, con fuego y con barro.

La quinta Tierra está en el cielo, está esperando venir


Desde aquí se ven estrellas, pero allá vive gente
Allá hay montañ as y ríos y hay waacha y ette
Hay casas y ciudades y hay otros yaau.

Cuando aquí es de día allá es de noche


Cuando aquí es de noche allá es de día
Es al revés
Cada vez que vemos una estrella fugaz, allá arriba hay una culebra
80 Lo mismo cuando se oyen animales en la noche
Los ruidos son porque arriba están cazando ñ eque.
Literatura ette

A veces se abren unas puertas en el cielo y la gente se asoma


«Queremos bajar, ya es nuestro turno», dicen
I

Cuando ellos bajen el mundo de ahora se acabará


No volverá a haber violencia y muerte
Esa es la quinta y ú ltima Tierra.

Abajo está la Tierra de Abajo


Allí también hay montañ as, casas y personas
Pero todo es diferente
Es un mundo oscuro y de agua
Hay muchas fieras que a veces se asoman por los nacederos de
agua
No queda en el fondo del mar sino debajo del mar
Después de ella no hay nada.

La Tierra de Abajo sostiene a la del


Medio La del Medio sostiene a la de
Arriba
La Tierra de Abajo nos ve a nosotros como nosotros vemos a la
Tierra de Arriba.

Donde se acaba la Tierra hay cuatro horcones


Están má s allá del Magdalena y del Ariguaní.

Ellos sostienen el cielo


Como cuando los horcones de una casa sostienen el techo
Nuestra tierra es como una casa pero más grande
Parecen horcones pero en verdad son hombres, son ette.

Los ette sostienen la Tierra


Los ette hacen esto con su pensamiento
Cuando el ú ltimo de los ette haya muerto, ese día todo se acabará
Cuando los ette se acaben la Tierra de Arriba bajará .
(Niñ o, 2007: 293-295)
8

La creación

1. Historias de origen
«Papá grande» tomó un pedazo de greda y lo amasó así como uno
va moldeando greda para hacer loza. Lo formó y lo encontró muy pe-
queñ o.
Así [que] tomó otro pedazo, lo añ adió y así siguió hasta que
tuvo un gran pedazo. Así hizo la Tierra.
Entonces no había árboles, ni maíz, ni yuca. Cuando Papá
grande vio que no había nada en la Tierra, hizo un tigre grande y lo
soltó . Así hizo al tigre y todavía hay tigre de este mismo.
Entonces Papá grande hizo a los hombres y todos eran aruacos,
guajiros y motilones. Así hubo muchos hombres en la Tierra.
Enton- ces Papá grande vio que los hombres no podían vivir solo de
guerra y de palabras y así hizo una mujer para cada uno. Hizo mujeres
aruacas, guajiras y motilonas. Así hubo muchos indios en la Tierra.
Entonces, mucho más tarde, Papá grande hizo al primer indio chi-
mila a su mujer y les dio como nombre Huhun Krukroring Merana
y Soving Kranyaring Ovokeya. Entonces Papá grande dijo al indio:
–¡Véte a la tierra!
El indio miraba la tierra desde el cielo y como no le gustó nada, no
quiso bajarse. Entonces Papá grande lo empujó y así el hombre cayó
a la tierra; cayó por allá, cerca de San Á ngel. Pronto hubo muchos
indios chimila en la tierra y entonces no se llamaban «chimila» como
hoy sino «paretare».
Así fue como Papá grande hizo la tierra y los indios.
(Reichel-Dolmatoff, 945)

sol y Luna
Sol y Luna son hermanos. El hermano Luna es mucho má s viejo
que la hermana Sol, que ya es la tercera hermana y que hace poco que
nació . Los dos soles que hubo antes ya no sirvieron cuando eran viejos
y se murieron cuando se acabó su familia.
Antes el primer Sol salió por allá donde ahora se acaba el día, y
entonces los días duraban cuatro añ os. Así los indios podían trabajar
todo el tiempo con día.
Entonces, má s tarde, Papá grande hizo salir al segundo Sol por
82
allá, detrá s de la Sierra Nevada. Entonces los días duraban un añ o.
Por fin cambió este y desde entonces el Sol sale por donde lo
Literatura ette

vemos salir hoy.


Allá por el norte el Sol no sirve, porque por allá se acaba la Tierra;
pero por el sur hay tierra y tierra y mucho monte y mucho indio.
De noche el Sol duerme porque es mujer. A veces también está
I

enferma y no quiere salir, y entonces los indios tienen mucho miedo.


Así dijeron y así es.
(Reichel-Dolmatoff, 945)

el poblamiento
Cuando los primeros chimila bajaron del cielo no sabían a
dó nde ir. Hubo mucha agua entonces en todas partes y mucho
monte sin comida ni buenas aguas.
Entonces Papá grande tomó el Arco Iris y cogió sus tres flechas,
todas hechas de la cañ a maná. Disparó sus flechas sobre la tierra para
mostrar a los chimila el camino por donde debían seguir.
La primera flecha cayó allá en San Á ngel y todavía hay mucho
indio allá. La segunda cayó allá en el río César y así parte de los
chimilas se
fueron por allá. La tercera flecha cayó allá lejos, donde está hoy el gran
pueblo que llaman Cartagena y para allá se fueron los otros chimilas.
Así los chimilas encontraron el camino y quedaron en toda esta
tierra.
Desde entones la cañ a maná sirve para flechas porque es de la fa-
milia del Sol. Cuando uno se chuza con la cañ a maná en el monte
de noche, puede ver al Sol.
(Reichel-Dolmatoff, 945)

el fin del mundo


Versión A
El mundo en que vivimos es nuevo, está limpio
La tierra en donde caminamos es joven
El suelo anterior estaba sucio, lleno de sangre y carroñ a
Los waacha peleaban con ellos mismos y contra los ette
Los ette peleaban entre ellos mismos y contra los waacha.
83
En la Tierra había mucha sangre y guerra

1. Historias de origen
Yunari Kraari estaba muy triste porque su espalda estaba manchada
Entonces la Tierra se tenía que acabar
Se iba a acabar con fuego, con agua y con viento.

Yaau mandó fuego, agua y viento, uno detrá s de otro


Prendió fuego y más fuego hasta que todo quedó quemado
Después vertió agua y más agua hasta que todo quedó inundado
Más tarde sopló viento y má s viento hasta que todo quedó tumbado
Cuando hizo esto volvió a prender fuego, verter agua y soplar viento.

Y así otra vez


Todos los á rboles, los ríos y las montañ as se cayeron
Todos los animales y las plantas quedaron enterrados
Todos los ette y los waacha se acabaron.
Unos pocos ette lograron salvarse

. Lugar: Narakajmanta. Narrador: Carlos Sánchez Purusu


Takiassu Yaau. Fecha: septiembre del 2003.
Ellos eran la gente de un kraanti muy sabio
É l casi era como Yaau
Por eso sabían que la tierra se iba a acabar
Y que el fuego, el agua y el viento iban a destruir todo.

É l llamó a su gente
Mandó cavar un profundo hueco en donde pudieran dormir todos
Un hueco como una casa
Allí mandó meter agua para beber y comida para comer
Metieron toda clase de plantas, semillas y cogollos
Guandul, yuca, maíz, fríjol, totumo, batata, ñ ame, ají
También metió muchas cantabritas con chicha de yuca y miel.

Cada rato el kraanti se asomaba por la boca del hueco


Miraba có mo estaba la tierra y veía si el fuego y el agua ya habían
pasado
Dejaba pasar unos días
84
Después volvía a mirar para avisarle a su gente si ya podían salir
Decía: «Todavía hay fuego, no podemos salir»
Literatura ette

«Todavía hay agua, tenemos que esperar».

Un día se asomó y solo vio agua y cielo


I

Entonces supo que todavía no podían salir


Otro día se asomó y solo vio fuego y humo
Supo que aú n faltaba mucho para poder salir.

Adentro del hueco se escuchaba el sonido del agua destruyendo todo


También se escuchaban los relámpagos y el fuego crujiendo
Mientras tanto la gente comía bollos y se emborrachaba
Hacía fiesta con chicha y rezos.

Así pasaron días y añ os


Hasta que el kraanti se dio cuenta que ya podían salir
Ya no había má s fuego y agua
Solo había selva, monte y tierra negra
Era una tierra nueva, estaba joven y limpia
El mundo era nuevo
También lo eran las montañ as, los cañ os, las piedras.

El kraanti bajó a donde estaban los demás


Les contó las cosas que había visto para que salieran
Había pasado mucho tiempo
Los niñ os se habían convertido en hombres y las niñ as en mujeres.

La tierra que esos nuevos ette pisaban no era la misma


No era la misma que habían pisado los de antes
Por eso los ette estaban felices, porque ellos eran gente nueva
Se pusieron a rezar y a hacer roza.

El hueco por donde salieron los ette aú n se puede ver


Está en La Guajira, muy cerca de Fonseca
Por allá también era tierra ette.
(Niñ o, 2007: 295-297)
85
Versión C
Antes de que bajara el mundo, Yaau salvó a una pareja de cada grupo

1. Historias de origen
Salvó unos ette, salvó guajiros, salvó kogi, salvó arsarios
Yauu los salvó en pensamiento
Como cuando alguien salva para la pró xima siembra.

É l actuó así porque quería a sus hijos


Quería que se salvaran de tanta violencia.

Cuando ya estaban seguros mandó el fuego y el agua


Todo quedó enterrado
Entonces cogió esas semillas y las fue esparciendo por el mundo
Puso la de los guajiros arriba
La de los arhuacos la sembró en la Sierra
La de los ette en las sabanas
Por eso ahora los indios viven ahí.
(Niñ o, 2007: 297-298)

. Lugar: Ette Butteriya. Narradora: Luisa Ranados


Diiñ ato. Fecha: octubre del 2003.
La reunión
Yauu creó la tierra cuando estaba en un pozo cerca de Sabanas
No lo creó con cosas
É l lo creó solo, con su solo pensamiento
É l había escogido este lugar
La tierra anterior se había empezado a destruir desde ahí
Desde ahí mismo tendría que volver a nacer.

El agua del pozo era cristalina


En su centro había una gran ceiba
Ese árbol no era en verdad un árbol sino el mismo Yaau
También había muchos pá jaros de muchos colores
Pero en realidad no eran pájaros sino los hijos de Yaau
Otros yaau, la familia de Yaau
Yaau
Del otro lado eran los hijos de Yaau.
86
Desde ahí Yaau creó el cielo y la tierra
Las montañ as y las llanuras
Literatura ette

También la Sierra y las sabanas


El río Magdalena y el Ariguaní
Todo lo creó solo
Todo lo creó en pensamiento.
I

A ese lugar bajaron más yaau


Allí se repartieron el mundo
Ese pozo es el lugar donde bajaron ellos
Allí hicieron fiesta, canto y baile
Cada uno dijo en dó nde quería vivir
«Yo quiero vivir en esa loma»
«Yo en ese arroyo»
«Yo en esa selva», decían
Entonces construyeron sus casas sobre todas las sabanas.

Con el tiempo Waacha llegó a Sabanas


Espantó a todos los pá jaros
El mismo Yaau no quiso vivir más allí
No le gustaba el olor del sudor de Waacha
Recogió sus cosas y recogió a los animales
Los escondió en los cerros para que Waacha no los cazara.

El pozo aú n está allá


Pero ningú n yaau vive en él
Todos se escondieron
Algunos debajo del agua, otros lejos, en las montañ as.
(Niñ o, 2007: 298-299)

Los primeros ette


Versión B
Yaau es el padre de los ette
É l nació solo
No tuvo madre ni padre
87
Al principio tuvo dos hijos.
Los tuvo solo, en pensamiento

1. Historias de origen
Cuando por fin la tierra pudo bajar a Yunari esos dos hijos
cohabitaron
Formaron la primera familia
Los hijos de esa familia se volvieron a casar hasta que se pobló el
mundo.

Primero iban por las cabeceras del Ariguaní


De arriba hacia abajo
Iban con la corriente, siguiendo el curso del agua
De la cabecera a donde desembocaba
Cuando se casaban una familia se quedaba por ahí
La otra seguía río abajo
Yaau los iba guiando en sueñ os.
(Niñ o, 2007: 300)

. Lugar: Issa Oristunna. Narrador: Luciano Mora


Juurananta. Fecha: noviembre del 2003.
Versión d
Cuando la tierra de los ette bajó , entonces comenzaron a vivir
Ellos vivían como dentro de un cascaró n
Cuando bajaron salieron de ahí porque Yaau los mandó
Lo hicieron así porque Yaau les dijo
Esos fueron los primeros ette.
(Niñ o, 2007: 30)

el origen de los animales


El fuego, el agua y el viento habían destruido todo lo que antes
existía
El mundo de antes estaba lleno de guerra y Yaau destruyó todo
Destruyó montañ as, ríos, cañ os, piedras, casas, pueblos, animales.

Los nuevos ette habían guardado unas semillas


Cultivaban sus rozas con mucha yuca, maíz y plá tano
88 Pero no tenían nada de carne de monte
Los animales no existían, se habían acabado
Literatura ette

Yaau quería que sus hijos tuvieran carne para comer


Por eso creó a los animales.
I

Cogió a algunos ette y les echó mascada de tabaco


En ese tiempo no eran animales, eran personas
Hacían todo lo que hacen las personas
Tenían rozas, cultivaban, dormían en hamaca
Pero Yaau los transformó en animales.
A los ette los transformó en los animales de la selva
Los transformó en la carne de monte
Transformó a Ñ eque, a Guartinaja, a Zaino, a Morrocoyo
Ñ eque era una anciana que pateaba y por eso ñ eque patea hoy
Morrocoyo era un hombre que dormía debajo de los árboles
Por eso cuando uno busca morrocoyo, busca cerca de las raíces.

. Lugar: Ette Butteriya. Narrador: Rafael Mendinueta


Diitu. Fecha: octubre del 2003.
Después cogió a algunos waacha y les echó mascada de tabaco
Los convirtió en los animales de waacha
Por eso hay vaca, cerdo, chivo, gallina y perro
Los waacha eran má s
Por eso hay muchos animales de waacha ahora.

Entonces ya los animales no eran personas sino á nima


Yaau mandó hacer una gran comida para toda la gente
Todos cocinaron, deshuesaron y comieron carne de monte hasta que
se hartaron
Al final, Yaau reunió los huesitos que sobraron de la fiesta
Los cogió y los arrojó por todos los lados de la selva.

Cada hueso se convirtió en animal


De los huesos de Morrocoyo salieron varios morrocoyos
De los de Ñ eque salieron varios ñ eques
De los de Guartinaja salieron má s guartinajas
89
Así hubo animales por toda la selva
Así hubo carne de monte.

1. Historias de origen
(Niñ o, 2007: 30-302)

el diluvio
Una vez empezó a llover y llovió y llovió , más y más, día y noche.
El Sol y la Luna se ahogaron.
Entonces todo el monte se inundó y ya no hubo ríos ni cañ adas.
El agua creció y creció y por fin ya cubrió toda esta tierra. No hubo
sembrados entonces y no hubo comida y así fue que todos los
indios se murieron.
Una sola familia quedó viva. El hombre hizo una gran casa de pie-
dra bajo la tierra, así como una casa redonda de nosotros pero con
muchos cuartos, uno encima de otro. Así el hombre con la familia
estaba sentado allá en el cuarto arriba y afuera llovió mucho pero no
entró nada de agua.
Entonces un día dijo una mujer:
–Hace añ os ya que no veo el sol y estoy ya muy cansada. Quiero
ver un poco de luz.
Así dijo y se subió y abrió un hueco en el techo. Pero como el techo
no era de hoja de palma, sino también de piedra, tuvo que sacar
una piedra grande. Entonces un chorro de agua entró en la casa y
todos casi se ahogaron.
Entonces dijo el hombre:
–¡Maldita mujer! ¡Así uno se muere por tu culpa! Ahora, cuando
termine de llover, ¡vete afuera y vuélvete lechuza!
Así fue, y cuando terminó la lluvia la mujer se volvió lechuza.
Desde entonces la lechuza canta de noche y quiere ver al sol, pero no
puede verlo nunca.
Entonces el hombre y las otras mujeres bajaron al otro cuarto y
esperaron allí el fin de la lluvia. Esperaron muchos añ os y por fin
sa- lieron.
Entonces dijo el hombre:
–Ahora sí se murieron todos los animales. ¿Qué vamos a hacer sin
animales?
Pero no fue así. En una loma muy alta había un á rbol de totumo
90
y este creció mucho cuando empezó a llover. A este árbol se subieron
el pájaro karau y el rabipelado nuti. El pá jaro tenía mucho miedo y
Literatura ette

desde entonces grita en el monte: ¡Karau karau!, cada vez cuando


va a llover. Al rabipelado también le daba mucho miedo y se le
cansaban las patas. Así [que] se enganchó con la cola, pero como
estuvo colgado así por muchos añ os, se le peló la cola. Así es que el
I

rabipelado tiene la cola así pelada.


Cuando terminó la lluvia los dos bajaron del totumo, y de estos dos
vienen todos los animales.
Así pasó la gran lluvia pero en muchas partes la tierra no se secó .
Entonces dijeron los hombres:
–¡Vamos a secar la tierra!
Hicieron candela en el monte, pero como hubo mucho viento el
monte se quemó y todos los sembrados y todas las casas.
Así fue como casi se murieron otra vez los indios.
Por fin se apagó la candela y todos se fueron a sembrar y a
hacer casas nuevas.
Todo eso fue así y no es embuste.
(Reichel-Dolmatoff, 945)
Cómo los chimila consiguieron el fuego
Antes los chimila no conocían el fuego. No había candela en el
fogó n, ni en el monte, no hubo humo tampoco.
Entonces comían todo crudo. A medio día, las mujeres ponían
la comida sobre una gran piedra y el sol la tostaba un poco. Entonces
le daban una vuelta y se tostaba un poco por el otro lado. Así fue que
los chimila sufrieron mucho y eran muy flacos.
Al otro lado del Gran Río había otros indios que sí tenían fuego.
Comían carne asada y pescado frito y cocinaban bollos. Pero ellos eran
enemigos de los chimila.
Una noche los chimila iban por la ribera del Gran Río y veían al
otro lado a los indios comiendo pescado. Estaban allá sentados alrede-
dor de la candela y comían muy sabroso.
Entonces dijeron los chimilas:
–¿Qué vamos a hacer para conseguir candela? Si uno de nosotros
va al otro lado lo matarán los enemigos, y además se apagará la
candela
en el agua si vuelve nadando.
9
Entonces dijo el brujo Huhum:
–Yo voy a conseguir candela. Y aunque me cueste la vida, ¡voy a

1. Historias de origen
traerla!
Entonces el brujo se cambió en el sapo Mamu y saltó al agua. Nadó
a través del Gran Río y cuando vino a la playa saltó entre los indios
que estaban allá sentados comiendo pescado. Cuando vieron al gran
sapo se asustaron, gritaron y corrieron.
Entonces el sapo se tragó una braza y saltó al río y nado al otro
lado. No se quemó ni se apagó la candela. Cuando vino a la playa el
sapo escupió la candela y dijo:
–Mis hijos, ¡aquí está la candela! ¡Ahora hay que guardarla bien
para que no se apague nunca!
Pero el brujo se quedó sapo. Desde entonces los sapos son gente
como nosotros y no se deben matar. Los sapos son buenos.
A veces, de noche, el sapo canta en la selva y entonces las mujeres
se levantan a poner más leñ a al fogó n para que no se apague.
Así fue como los chimilas consiguieron el fuego.
(Reichel-Dolmatoff, 945).
Cómo los chimila consiguieron el agua
Cuando los chimilas llegaron a esta tierra montañ osa, no encon-
traron agua para tomar. Buscaron y buscaron, pero entonces no había
río ni cañ ada. Sufrieron mucho.
Entonces la Gran Cacica mandó cavar un pozo hondo y más allá
otro pozo y más allá otro. Cuando los pozos ya estaban bien hondos, la
Gran Cacica se puso a dormir. Cuando se despertó preguntó :
–¿Ya hay agua?
Los hombres dijeron:
–No, ¡todavía no hay agua!
Entonces la Gran Cacica durmió otra vez. Cuando se despertó
preguntó :
–¿Ya hay agua?
–No –dijeron los hombres–, ¡todavía no hay!
Entonces, por la noche, la Gran Cacica se fue sola a un pozo.
Allá estaba ella y miraba hacia el fondo. Entonces dijo:
–¡Venga, agua! –y dejó caer un poco de saliva en el pozo. Así lo
92
hizo con todos los pozos, y entonces regresó y se puso a dormir.
Por la mañ ana, los hombres fueron a los pozos y los encontraron
Literatura ette

llenos de agua buena y dulce.


–¡Aquí está el agua! –dijo la Gran Cacica.
Así es que los chimila tienen buen agua.
I

(Reichel-Dolmatoff, 945)

Cómo los chimila consiguieron el maíz


Antes los chimila no tenían maíz. Los aruacos sí tenían mucho y
eran gordos, pero los chimilas comían solo yuca y hierbas y animales
del monte.
Pero arriba, en lo más alto del á rbol ceiba, allá había como una
tusa y allá estaba guardada la semilla del maíz. Entonces los chimilas
dijeron:
–¡Vamos a cortar el árbol para coger la semilla y sembrarla!
Así fue y los hombres se fueron al monte para tumbar la ceiba.
Como no pudieron tumbarla el mismo día, regresaron a sus casas y
volvieron por la mañ ana; pero allá estaba el árbol bueno y sano, como
si nunca le hubieran cortado.
Trabajaron otro día pero tampoco pudieron tumbar el árbol y así
regresaron la pró xima mañ ana. Otra vez el árbol estaba allá bien com-
puesto y no hubo muestra del trabajo del día anterior. Así siguieron
los hombres mucho tiempo. De día cortaron y cortaron, pero nunca
alcanzaron a tumbarlo del todo; de noche el árbol se compuso otra vez
y crecía má s y má s.
Entonces dijo un hombre:
–¿Por qué no vamos también a trabajar de noche?
Así fue. Los hombres trabajaron todo el día y cuando cayó la
no- che no regresaron a sus casas sino que siguieron trabajando. A
media noche tumbaron la ceiba.
Entonces cortaron la tusa y cogieron la semilla y la sembraron.
Así fue como los chimila encontraron el maíz.
(Reichel-Dolmatoff, 945)
93

el pensamiento de Waacha

1. Historias de origen
Versión A
Antes, Yaau y Jesucristo aú n no se habían repartido la gente
En ese tiempo las personas eran diferentes
En la espalda tenían el pecho y el pecho lo tenían en la espalda
Eran personas al revés.
Yaau era diferente a Jesucristo
É l pensaba mucho
Pensaba las cosas que estaban bien y las cosas que estaban mal
Pensaba las cosas que servían y las cosas que no servían.

Yaau se dio cuenta [de] que la gente nueva estaba al revés


Vio que estaban mirando por la espalda
Estaban volteados.

Yaau esperó a que él y su hermano se repartieran la gente

. Lugar: Narakajmanta. Narrador: Carlos Sánchez (Purusu


Takiassu Yaau). Fecha: septiembre del 2003.
Entonces enderezó a sus hijos
Yaau hizo que el cuerpo de los ette diera la vuelta
Hizo que la espalda quedara atrá s
Los ette quedaron bien, en su lugar
Por eso los ette pueden pensar bien, de la manera que sirve.

Jesucristo se la pasaba pensando en dinero


Por eso no pudo darse cuenta [de] que su gente estaba al revés
Nunca les dio la vuelta
Por eso waacha piensa mal
No tienen pensamiento
Está como loco
Todo lo que piensa lo piensa al revés.

Los ette sostienen al mundo con su pensamiento


Ellos son los ú nicos que piensan
Cuando muera el ú ltimo ette ya no habrá quien sostenga el mundo.
94 (Niñ o, 2007: 302-303)
Literatura ette
I
2. Historias de sol y Luna

sol y Luna
El Sol es un hombre y la Luna es una
mujer Ambos son hermanos y son muy
viejos
Sol es mayor que Luna.

A Sol se le dice Penari


Torosu Es un señ or de mucho
respeto
É l es un hombre rico que usa un collar de oro muy brillante
Con sus caballos va de un lado a otro del cielo.

Empieza a caminar por el oriente


Allá es su casa
Sale con sus caballos por un camino de arena
Cuando llega al medio, almuerza
95
Descansa un rato en la casa de su hermana
Después continú a a occidente

2. Historias de Sol y Luna


Al final entra por una puerta que sale al mundo de arriba

En el mundo de arriba hace el mismo recorrido, pero al revés


De occidente a oriente
Sol nunca descansa, por eso necesita caballos.

El nombre de Luna es Mamasu


Ella es una mujer menor que
Sol
Es muy bonita, blanquita y narizoncita
Tiene un collar pero es menos brillante que el de su hermano.

Ella no tiene caballos sino un burro


A veces también anda a pie
Por eso es más lenta que Sol
Dura mucho más tiempo recorriendo el camino de arena

. Lugar: Ette Butteriya. Narradora: Luisa Granados


Diiñ ato. Fecha: octubre del 2003.
Cuando le llega la menstruació n se esconde en el cielo de arriba
Le da mucha pena que la vean.
(Niñ o, 2007: 304-305)

sol y la joven

I
Antes, antes de nuestros abuelos, una pareja tenía dos hijas
Una mayor y otra menor
La mayor la cuidaba siempre que sus padres salían a montear
«Cuídala mucho», decían antes de irse.

Entonces la hija mayor se ponía a cocinar chicha y bollos de maíz


Siempre estaba pendiente de la niñ a
Le daba de comer y no dejaba que empezara a llorar
Todo el tiempo la cuidaba
96
Era como si fuera su propia hija.
Literatura ette

Una tarde el olor de esa comida atrajo a la casa a las marimondas


Las marimondas negras son fieras bravas
Siempre se metían a las casas a robar y a desordenar.
I

Las niñ as se dieron cuentan [de] que habían llegado


Empezaron a gritar desesperadas
Estaban asustadas
La menor pudo esconderse entre unas hojas de palma que estaban
en el piso
La mayor fue violada por cada una de las marimondas
Por fin le sacaron el corazó n por el cuello.

A la niñ a pequeñ a la descubrió una marimonda hembra


Ella no dejó que ninguno de sus hermanos la tocara
Así se salvó esa niñ a.

Las otras marimondas destruyeron toda la casa


Se comieron toda la comida
También dejaron todas las cosas regadas por la selva
Pero a la niñ a nadie la tocó
La marimonda anciana la cuidó y se la llevó para su casa en los á r-
boles.

II
Las marimondas negras eran como personas
Vivían en casas como personas y cocinaban como personas
También se emborrachaban y hacían fiesta.

En ese lugar la niñ a oía gente trabajando en las rozas y cortando leñ a
Pero solo veía marimondas maromeando
La niñ a no entendía y se asombraba
Se preguntaba por qué pasaba eso.

Ahí se crío.
La anciana la cuidaba, la bañ aba, le daba de comer y le guindaba una
97
hamaca
Ella siempre le advertía las cosas malas y las cosas buenas

2. Historias de Sol y Luna


Le decía: «Cuídate de mi hermano cuando esté borracho»
«No vayas a su casa ni te acerques a los hombres cuando haya fiesta».

Una noche la niñ a sintió un olor a carne ahumada y le dio hambre


Todos los hombres estaban bien borrachos
La niñ a se fue a buscar la carne a la casa del hermano de la anciana
Miró por todas partes: en la troja, en el techo, en las ollas
No encontró nada
Vio a las marimondas dormir
Estaban borrachas
Ellas dormían en mochilas, pues para ellos eran como hamacas
Dormían enroscados y parecía como si estuvieran ahumados.

Cuando se acercó más, vio que un brazo y una pierna colgaban de


una mochila
Le dieron ganas de agarrarlos porque olían a carne ahumada
Pensó que una pierna era muy difícil de arrancar
Entonces cogió el brazo y lo sacudió por un rato.
«Ay, ay», gritó Marimonda
Lo que la niñ a había mordido era el brazo del hermano de la anciana
«Ay, mi brazo», no dejaba de gritar
«Yo pensé que estabas muerto», dijo la niñ a
«Yo no estoy muerto, estaba durmiendo aquí en mi hamaca», dijo
Marimonda
La niñ a veía una mochila, pero Marimonda decía que era una ha-
maca.

El ruido despertó a todo el mundo


La anciana supo lo que la niñ a había hecho
Su hermano le decía: «Mira lo que ha hecho esa niñ a»
«¡Casi me arranca el brazo, me haló de aquí para allá!»
«¡Ay! ¡Llévate a esa niñ a lejos, dile que no se meta por acá!».

La anciana también regañ ó a la niñ a:


«¿No te he dicho que no te vayas donde los hombres?»
98
«¿Por qué estabas allá?»
«¿No sabes que mi hermano te puede comer?»
Literatura ette

Y la niñ a le respondió :
«¡Pero es que yo los veo como si estuvieran ahumados!».
I

Más tarde hubo otra fiesta, y después hubo otras má s


Pero la niñ a no volvió a salir de la casa.

III
Una mañ ana la niñ a y la mujer salieron a caminar
En su camino se encontraron con un manantial cristalino
La niñ a se puso muy feliz y salió corriendo a beber agua.

Marimonda la regañ ó :
«¡Pero qué es lo que vas a hacer!
¿Acaso no ves que son orines? Son los orines de Yaau
¿Có mo te vas a tomar los orines de Yaau?
¡A veces tú eres muy sucia!».

Lo ú nico que veía la niñ a era agua


Pero Marimonda decía que eran orines de Yaau
La niñ a le dijo que no a Marimonda:
«Pero yo veo agua, agua cristalina», decía.

Y Marimonda le dijo otra vez:


«No, no es agua, son orines de Yaau
¡Tienes que aprender niñ a!».

Entonces Marimonda le pasó a la niñ a una cantabrita llena de miel


Y le dijo: «Si tienes sed toma agua»
Pero la niñ a le dijo que eso no era agua
«¡Esto es miel, no agua!», decía
Marimonda cogió la cantabrita y probó
Entonces dijo:«¡No es miel!
¡Se ve como agua, huele como agua y sabe a agua!
¡Es agua!».
99
La niñ a sabía que era miel pero no dijo nada
Muy juiciosa se tomó lo que había en la cantabrita

2. Historias de Sol y Luna


IV
Pasó un largo tiempo
La niñ a se hizo
mujer
Marimonda estaba muy preocupada
Ahora sus hermanos iban a querer estar con ella
Por eso le daba muchos consejos.

Le decía: «Ahora sí es verdad


De ahora en adelante no te puedes meter donde mi hermano
É l quiere estar contigo, quiere convertirte en esposa».

Todo el día la anciana acompañ aba a la joven


En cualquier momento su hermano podía robarla
A los hombres esto no les gustaba
Les daba rabia que una mujer tan grande andara siempre acá
«Esa joven ya es grande y puede estar sola», decían
«¡Ya es hora que camine por su cuenta!».
Por eso la anciana decidió que la joven debía irse
Le ordenó que se fuera cuando los hombres estuvieran trabajando:
«Vete antes del almuerzo, antes de que mi hermano llegue
Coge por ese camino hasta que se divida en dos
El camino que va hacia arriba te llevará a la casa de tus padres
No vayas a coger el que va para abajo, por ahí te perderá s»
Entonces la cogió y la tiró al camino.

V
La joven se encontró con Gallinazo
Se puso a hablar con él hasta que llegó a la enramada
Allí se sintió confundida
Le pidió a Gallinazo que decidiera por ella
Gallinazo dijo que él cogería por el camino de abajo
Así lo hizo la joven.

Camino una, y dos, y tres


00
horas No veía nada conocido
Por ningú n lado estaba la casa de sus padres.
Literatura ette

Por fin vio una casa en medio de un cultivo muy verde


Allí fue recibida por cuatro mujeres que estaban recogiendo yuca
Entonces se puso a llorar y habló con ellas:
I

«¡Cogí el camino equivocado!


¿A dó nde habré llegado?
¡Nunca voy a llegar donde mis padres!».

La joven habló con las cuatro mujeres


Cuando la oyeron también se pusieron a llorar
La invitaron a conocer a su padre.

Primero la bañ aron con plantas aromáticas para que oliera bien
A su padre no le gustaban las personas sucias y ella olía a
marimonda
Luego le dieron ropa nueva y agua limpia para beber
Después la invitaron a seguir a su casa.
Le contó todo al padre y él oyó
todo También le ofreció chicha y
comida
Y la invitó a pasar la noche en una casita que tenían muy cerca a la
suya.

La casita estaba llena de tinajas


Había muchas tinajas, solo había tinajas
El padre le dijo a la joven que se metiera en una
Después la tapó , la aseguró bien y la dejó sola.

En la noche, ya bien oscuro, se empezaron a oír ruidos y voces


Eran ruidos que daban miedo
Eran los ruidos que hacía un hombre malo, casi como una fiera
Le encantaba comer personas
Era casi como un tigre.

«Huele a comida», decía.


0
«Huele a maíz tostado sabroso mmm… mmm… ya me dio hambre»
Lo que olía era a la joven, pero él pensaba que era maíz tostado

2. Historias de Sol y Luna


«Ahora sí estoy contento porque por fin voy a comer», seguía
diciendo
Olía todas las tinajas.

La joven estaba muy asustada, pero no decía nada


Sentía la respiració n del hombre
Oía có mo empezaba a destapar cada una de las tinajas
Se oía: chu chu chu chu chu chu chu
Pero nunca pudo encontrar a la joven.

Amaneció
El padre y sus hijas sacaron a la joven del escondite
Le preguntaron có mo había dormido
Ella les contó todo llorando
Le dijeron que no se preocupara porque pronto iba a regresar a su
casa.
VI
Un hombre pasó por la casa en su caballo y se fijó en la joven
La joven debió ser muy bonita, porque aquel hombre era muy
importante
É l era Penari Torosu, Sol
Estaba con su caballo y sus cadenas de oro.

«¿Quién es esa mujer?», preguntó Sol


«¡Todos los días paso por acá, pero es la primera vez que la veo!»
Entonces el padre le explicó :
«Llegó ayer a mi casa
Estaba buscando la casa de sus padres, pero se perdió y llegó acá».

Sol le dijo al padre que él sabía dó nde estaba la casa:


«Yo conozco la casa de sus padres
Todos los días paso por allá y puedo llevarla con ellos
¡Déjame llevarla!».
02

El padre hizo que Sol y la joven se conocieran


Literatura ette

Le explicó que él podría llevarla hasta la casa de sus padres:


«Este señ or conoce la casa de tus padres
É l puede llevarte allá », le dijo.
I

Entonces, le dio un totumo con


chicha El totumo nunca se iba a
desocupar La joven siempre tendría
chicha Nunca iba a sentir hambre
Ella podía tomar y tomar chicha y el totumo nunca se desocupaba
Como si no tuviera fondo.

VI I
Sol y la muchacha partieron
É l en su caballo y la joven a pie.

A mediodía Sol siempre paraba


Paraba para almorzar en la casa de su hermana Luna
Durante ese tiempo, la joven descansaba
Ella buscaba algo qué comer y bebía chicha de su totumo
Luego, ambos volvían a caminar hasta el atardecer.

Por la noche la joven se despedía de Sol


Se quedaba dormida en cualquier lado
Sol le decía a esa hora: «¡Quédate ahí niñ a, nada te pasará !
Mañ ana al amanecer nos volveremos a encontrar»
Siempre le buscaba lugares seguros, sin culebras ni puyas
É l daba la vuelta de occidente a oriente por la noche mientras la
joven dormía
Así la volvía a encontrar en la mañ ana.

Así pasaron muchos días y muchos meses


La joven dormía sola en donde le cogiera la noche
Podía ser en la selva o en un cerro
Sol se iba por la tarde y regresaba al alba
É l solamente descansaba un poco al mediodía.
03
A veces la caminata se hacía muy larga y dura

2. Historias de Sol y Luna


A la mujer le costaba mucho trabajo andar por el camino de arena de
Sol
Ella no tenía caballos y le costaba mucho trabajo
Andaba y se enterraba profundo
Cuando se sentía cansada tomaba chicha de su totumito.

VI I I
Durante el viaje la mujer resultó embarazada
Sol y ella nunca se tocaron ni estuvieron juntos
Pero el hijo que la muchacha iba a tener era de él
Sol la había embarazado en pensamiento
Con el solo pensamiento, sin tocarla.

Solo faltaba un día para que la joven por fin llegara a la casa de sus
padres
Entonces Sol le dijo muchas cosas:
«Mañ ana llegarás a tu casa y verás a tus padres de nuevo
El hijo que vas a tener será un gran kraanti
É l sabrá curar las enfermedades
Con sus rezos no dejará que el mundo se vuelva a acabar
Por eso, si quieres alumbrar sin dolor no le dirá s a nadie quién es su
padre
Si quieres que tú y tu hijo vivan no dirás có mo hiciste para tenerlo».

La joven prometió que iba a obedecer todo


Nadie debía saber que Sol era el padre del niñ o.

IX
La joven llegó a su casa
Sus padres se alegraron mucho
La abrazaban y le preguntaban por qué había tardado tanto
«Estás muy grande, eras una niñ a y ahora eres mujer
¿Dó nde habías estado hija?
¿Có mo has vivido todo este tiempo?
04
¿Qué has comido?».

Ella no quiso contar nada


Literatura ette

Nunca dijo nada por más que le preguntaron


«No puedo contarles, hice una promesa y no puedo contarles
Por favor, no me pregunten más», decía la joven
I

Por eso alumbró fácil y sin dolor


Su hijo nació sanó , era un niñ o hermoso con el pelo negro, liso y
largo.

Pero sus padres no se cansaban de preguntar:


«¡Cuenta, cuenta! ¿Quién es el padre de ese niñ o?
¿Có mo lo conociste? ¿Dó nde está?
¿Qué se hizo? ¡Cuenta, cuenta!»
Y todos los días eran así y no la dejaban descansar:
«¡Cuenta, niñ a! Somos tus padres
Tú tienes que contarnos de quién es ese niñ o
¡Queremos saber quién es el padre de ese niñ o!».

Una mañ ana ella se aburrió y contó todo:


«¡Pues ahora sí les voy a contar la verdad!
Ese hijo es de Sol, él es el padre de mi hijo
É l me trajo hasta acá y me hizo prometer que no le iba a contar a
nadie
Pero ustedes me tienen harta de preguntas
Por eso ahora él y yo nos vamos a morir».

Y así fue
Al poco tiempo el niñ o amaneció muerto por fiebre y calentura
Dos días más tarde, la madre se murió de la tristeza.
(Niñ o, 2007: 305-33)

05

2. Historias de Sol y Luna


3. otras narrativas

Rey gallinazo y el joven

I
Hace tiempo hubo mucha guerra entre los ette
Eran muy violentas y había mucha muerte
Eran contra los guajiros o contra los españ oles
Todos peleaban contra todos.

En una de esas guerras mataron a una familia entera


Nadie se salvó
Solo sobrevivió un pequeñ o niñ o que corrió
Se escondió en la selva
Tuvo que aguantar muchos puyones por las espinas y las plantas
También aguantó hambre, pero sobrevivió .
06
Cuando ya todo el mundo se había ido, el niñ o salió
Buscó a sus padres y los encontró muertos
Literatura ette

Solo había sangre y muerte, nadie estaba vivo


Muy triste se quedó viéndolos
Cuidó sus cuerpos de los gallinazos
Estuvo tanto tiempo que se quedó dormido.
I

De pronto sintió un picotazo


«¡Ay, este está vivo!», dijo un gallinazo
Entonces el niñ o se asustó
É l no sabía que los gallinazos podían hablar
Otro gallinazo le habló :
«Déjame arreglar esta carne de monte antes de que se dañ e
¿Pero es que no ves que es carne de monte?
¡Déjame arreglarla antes de que se pudra!»
Y empezó a dar picotazos.

. Lugar: Issa Oristunna. Narrador: Luciano Mora


Juurananta. Fecha: noviembre del 2003.
El niñ o se asustó
«Pero eso no es carne de monte, es mi padre», replicó
Y trató de espantar al pá jaro
Por más que intentaba no podía contra tantos pá jaros
Eran muchos y todos atacaban al mismo tiempo
Daban picotazos y desgarraban la carne.

Entonces llegó un hombre con un vestido blanco y negro


Se veía grande e importante y su vestido relucía
Era Rey Gallinazo
Al ver al niñ o sintió mucho pesar
Le dieron ganas de ver otra vez a sus padres.

«¿Qué haces molestando a este niñ o?», le preguntó al gallinazo


«¡No lo estoy molestando!
Lo que pasa es que no me deja arreglar esta carne de monte»
Rey Gallinazo dijo: «Ah»
Y después le volvió a hablar al gallinazo: 07
«Oye, gallinazo, y tú que todo lo puedes y eres tan fuerte

3. Otras narrativas
¿Por qué no llevas al niñ o hasta la punta de ese árbol?
Tú eres fuerte, tú puedes llevarlo. ¡Anda y llévalo!».

«Bueno», dijo gallinazo


Cogió al niñ o, se lo puso en su espalda y trató de volar
Pero solo pudo dar saltos
Saltaba, volvía a caer y no volaba nada
Intentó por segunda vez y se quebró el espinazo
Por eso es que los gallinazos andan encorvados.

Rey Gallinazo se burló del gallinazo


«Yo sí te voy a mostrar có mo subir a ese niñ o a lo alto de aquel árbol»,
dijo rey Gallinazo
Tomó al niñ o
Lo puso debajo de sus patas y lo cagó
El niñ o quedó todo blanco
Luego lo cogió con sus garras
Lo subió hasta la punta del árbol
Desde ahí le dijo que se sacudiera.

«Sacú dete, sacú dete todo lo que te he cagado»


Así lo hizo el niñ o
Entonces empezó a ver có mo su cuerpo se llenaba de plumas.

«¡Aletea, aletea!», le ordenaba ahora


El niñ o pudo volar junto a Rey
Gallinazo Tenía todo el cuerpo lleno de
plumas Volaron en círculos hacia el
cielo
Volaron en la misma forma que la concha de un caracol.

II
Rey le había prometido que arriba podría reencontrarse con sus
padres
Entraron al cielo por una puerta muy pequeñ a que Rey Gallinazo
08
abrió
El cielo estaba lleno de gallinazos
Literatura ette

Ellos eran como gente


Tenían rozas y casas, bailaban y se emborrachaban
También vivían en casas.
I

Rey gallinazo le mostró todo al niñ o


Le decía allí queda tal cosa, allí queda tal otra
Después lo llevó a donde sus padres.

Ellos vivían allá arriba


Cuando lo vieron lo saludaron y le preguntaron có mo había estado
También le preguntaron có mo había logrado sobrevivir
É l les dijo que había aguantado muchos puyones escondido en la selva
Que se había sentido muy triste porque no pudo hacer nada.

«Debes tener hambre; toma chicha, hijo», le dijeron


«¡Yo no veo chicha, yo veo sangre!», respondió el niñ o
«No, hijo. Es chicha y está buena», dijeron los padres y Rey Gallinazo
«Yo no voy a tomar eso, porque yo solo veo sangre», contestó el niñ o.
Entonces le pasaron un plato
«Bueno, toma un poco de carne», dijeron los padres
Y otra vez pasó lo mismo
«¡Pero eso no es carne, es carroñ a!
¡Yo no voy a comer nada de eso!», decía el niñ o.

Como el niñ o no quiso comer nada, Rey lo invitó a caminar


«Te voy a mostrar las rozas de acá», decía Rey
«Mira esta roza de yuca que bonita está, mira esa otra casa con
maíz»
Pero el niñ o solo veía termiteros y más termiteros.

É l pasó mucha hambre allá


Cada vez que le ofrecían chicha él veía sangre
Cada vez que le ofrecían carne él veía carroñ a
Cada vez que le ofrecían yuca o maíz él veía termiteros y termitas
Nada le gustaba y todo lo veía feo.
09
III

3. Otras narrativas
Por la noche, Rey le ordenó al niñ o que se bañ ara
Lo lavaron con agua y con plantas para que se le quitara el olor a la
persona
Después lo llevó a una casa cercana a la suya para que durmiera ahí
La casa estaba llena de tinajas para esconderlo.

«¡Métete en una tinaja niñ o!


¡No vayas a hacer ningú n ruido!
Yo mañ ana te traigo comida», le dijo Rey
El niñ o hizo todo lo que Rey le dijo.

Por la noche sintió que llegaba alguien y empezaba a hablar


A buscar entre todas las tinajas
«Mmm, qué rico huele, huele a maíz tostado, mmm…
Ya me dio hambre con ese olor tan sabroso, mmm», decía el hombre
É l era una persona mala
Era una fiera, casi como un tigre.
El niñ o se quedó callado y no le pasó nada
Todas las noches pasaba lo mismo
Pero el hombre nunca pudo saber en cuál tinaja se encontraba el
niñ o.

Por las mañ anas Rey Gallinazo siempre le llevaba comida al niñ o
Se metía a la tinaja para hablar y enseñ arle cosas
Le enseñ aba sobre el mundo y los animales
También sobre las plantas y las piedras
Le hablaba sobre las montañ as y los nacederos
Por la noche se volvía a ir y el niñ o quedaba solo
Así pasaron muchos meses y muchos días.

El niñ o se convirtió en hombre


Dentro de la tinaja empezó a dormir muy incó modo
La tinaja le empezó a quedar pequeñ a
Rey Gallinazo sabía esto y por eso lo sacó y le hizo un regalo
Le dio un vestido de plumas blanco con negro
0
Era muy parecido al que él utilizaba.
Literatura ette

El joven se lo puso
Desde ese día lo que antes le parecía sangre ahora lo veía como
chicha
Lo que antes le parecía carroñ a ahora lo veía como carne
I

Lo que antes veía como termiteros ahora lo veía como yuca y maíz
Desde ese día pudo comer feliz y tranquilo y todo le parecía sabroso
Sus padres se pusieron muy alegres
É l podía ver como ven los gallinazos.

IV
El joven ya había vivido mucho tiempo en el cielo y se aburrió
«Quiero regresar abajo
Quiero tener roza y mujer abajo», le decía a sus padres
«Bueno hijo, ya eres un hombre y puedes regresar», le decían ellos.

El padre le pidió que hiciera algo:


«Pero antes necesito que hagas algo», le dijo
«Ve a nuestra casa, coge mi macana y ve a visitar a mi antigua mujer
Cuando te salude dale un golpe bien duro
Dáselo en la cabeza, justo en el centro»
Cuando vivía abajo, el padre tenía dos mujeres
Ahora estaba necesitando a la otra porque tenía mucho trabajo.

«Bueno», dijo el hijo


El joven se despidió de sus padres
Bajó por un bejuco a su antigua casa
Al principio le dio mucho miedo porque era muy alto y todo
temblaba
Mientras bajaba se encontró con las abejas y con otros gallinazos
Las abejas lo persiguieron, pero él pudo escaparse
Cuando por fin llegó , amarró el traje a la cuerda que Rey le había
dado
El vestido regresó al cielo de un solo salto.

Entonces se fue a la casa de su padre



Cogió su antigua macana y le dio un golpe en la cabeza a la antigua
esposa

3. Otras narrativas
Se fue despacito, silencioso y concentrado
Cuando ya estaba cerca cogió la macana y la lanzó con todas sus
fuerzas
Ella cayó al suelo muerta.

V
Pasó el tiempo y el joven consiguió mujer y abrió roza
Su mujer siempre le preguntaba dó nde había estado y quién lo había
criado
É l no decía nada, porque [así] se lo había prometido a Rey Gallinazo
É l nunca debía contar có mo era el cielo
Le habían dicho que si lo hacía moriría.

Pero su mujer preguntaba mucho


Todo el día le reclamaba:
«¡Soy tu mujer, cuéntame a mí, quiero saber dó nde estuviste»
Y así todo el día.
Una tarde el joven se hartó de la preguntadera y contó todo
«¡Ya estoy harto de tu preguntadera!
¡Ahora sí te voy a contar todo para que no me molestes más! Cuando
niñ o me fui con Rey Gallinazo al cielo
allá él me crió y me enseñ ó muchas cosas».

«É l me hizo prometer que no contaría nada porque moriría


Pero tú ya me hartaste y lo que pase va a ser tu culpa
Si te quedas sola va a ser culpa tuya».

A los pocos días el hombre amaneció muerto por calentura.


(Niñ o, 2007: 33-38)

Los brujos
Hay buenos brujos y hay malos. Así dice la gente y así es. Los
2 buenos curan y llaman la lluvia cuando hay sequía, y cuando se mue-
ren son como nosotros cuando nos morimos. Pero los malos brujos
no son así. Ellos no se van cuando mueren; [sino que] vuelven para
Literatura ette

hacer dañ o, y como no se pueden volver como hombre porque uno los
reconoce, se vuelven como tigre. Así uno va [andando] en el monte
y encuentra tigre y uno no sabe [si] es tigre o es brujo.
Un día unos hombres iban por el monte y cuando caía la noche
I

encontraron una gran casa redonda.


–¡Vamos a dormir aquí! –dijo uno de ellos.
–Aquí no se puede dormir –dijeron los otros–, en esta casa hay un
muerto enterrado.
Pero el hombre se entró en la casa y se puso a dormir. Los otros se
quedaron afuera.
Entonces por la noche vino un gran tigre y mató al hombre que
dormía en la casa.
–El que está enterrado aquí era un brujo malo –dijeron los otros.
Y se fueron corriendo por el monte.
(Reichel-Dolmatoff, 945).
Los animales hablan
Todos los animales saben hablar. La danta, cuando encuentra co-
mida en el monte, dice:
«¡Sí, sí, aquí hay comida, sí, sí!», y entonces vienen todas las otras
dantas y comen.
Los monos cantan por la mañ ana: «Ho ho, ¡qué buen día!».
Y entonces dice los otros: «¡Así es! ¡Es un buen día!».
El tigre habla también, y la tortuga y el venado y el pá jaro.
Ardita habla poco y casi no lo entienden los otros.
Dicen otros que los animales del monte no saben hablar. ¿Que
no saben? ¡Embuste! ¡Como son gente como nosotros!
(Reichel-Dolmatoff, 945).

3

3. Otras narrativas
4. Narraciones e imágenes oníricas

el hombre que soñó con una mujer


Había un hombre que era muy bueno en su cultivo y en la caza
Nunca le faltaba maíz
Nunca le faltaba carne de monte.

Todas las mujeres lo admiraban


Querían que sus hijas se fueran a vivir con él
Pero al hombre no le importaba eso
É l nunca miraba mujeres, él no pensaba en casarse.

Un día conoció a una joven muy linda y se enamoró


Todo el día pensaba en ella
Por la mañ ana, por la tarde, por la noche
Cuando trabajaba, cuando cazaba
También se acordó de ella antes de dormirse
4
Entonces se la encontró cuando soñ ó .
Literatura ette

Al día siguiente se fue a su cultivo en la mitad de la selva


En el camino oyó la voz de la mujer
Pensó que había venido a buscarlo
Como seguía caminando y la mujer no aparecía, se le olvidó eso.
I

Cuando llegó a su roza se puso a trabajar


Otra vez oyó la misma voz
Empezó a mirar para todos los lados
Por fin una mujer, igual a la mujer en que pensaba, salió del monte
No era su mujer sino una fiera, un tigre convertido en mujer.

Ese día se la pasaron juntos


Cocinaron juntos, comieron juntos, caminaron juntos
Hicieron muchas cosas, pero nunca hablaron
É l creía que la mujer no hablaba porque le daba pena.

. Lugar: Ette Butteriya. Narradora: Luisa Granados


Diiñ ato. Fecha: octubre del 2003.
Antes del atardecer la mujer se convirtió en tigre
Le mordió el cuello al hombre
Los ancianos lo encontraron en la mañ ana
Ellos ya habían visto en sueñ os lo que iba a suceder.
(Niñ o, 2007: 33-322)

el hombre que soñó con caimán


Un día, por la mañ ana, dijo un hombre:
–¡Me soñ é con caimá n!
–¿Có mo te soñ aste con caimán? –dijeron los otros.
–Me soñ é que yo andaba en la playa y me encontré un huevo gran-
de de caimán. Me lo comí. Ahora tengo miedo [de] que el caimá n
me va a comer a mí!
–Tu eres muy bobo! –dijo su hermano–. ¡El caimán es gente como
nosotros y no te va a comer! 5
Por la tarde dijo el hermano:

4. Narraciones e imágenes oníricas


–¿Vamos a pescar?
Entonces dijo el otro:
–¡No voy al río porque tengo miedo del caimán!
–Vámonos –dijo el hermano.
Así, los dos se fueron al río y se pusieron a pescar en la playa.
En- tonces salió un caimán grande y cogió al hombre que había
soñ ado así, y se lo tragó . Pero como el hombre tenía su arco y flecha, el
caimán se los tragó también.
Así, cuando el hombre estaba dentro del caimán, dijo:
–Tengo mucha hambre y no hay comida, tengo sed y no hay bebi-
da, quiero ver la luz y aquí estoy en la oscuridad.
Entonces oyó có mo afuera cantaba un mono.
–¡Será de día si cantan los monos! –dijo el hombre. Entonces cogió
su flecha y chuzó al caimá n en la barriga por dentro.
Entonces el caimán salió de su cueva y dijo:
–¿Quién me está chuzando?
El hombre le chuzó otra vez, y más y más, hasta que el caimán iba
casi loco por arriba y por abajo en el río.
Entonces al caimán le dio mucha tos y así abrió la boca. El hombre
le puso la flecha trancándole la jeta para que no la pudiera cerrar y
salió corriendo. Saltó y cayó en la playa como muerto.
Por la noche se despertó y se fue a su casa. Cuando llegó la
gente estaba tomando chicha, y su hermano se levantó y le saludó .
Entonces dijo el hombre:
–Así es cuando uno se sueñ a con caimá n. Pero, ¡tú no quisiste
creerlo!
El hombre se sentía muy enfermo y así dijo:
–Estoy enfermo y no quiero quedarme con mi familia. Iré al monte
y cuando esté mejor volveré.
Así fue y después de algú n tiempo el hombre volvió y estuvo
otra vez gordo.
Un día se fue al monte para cazar y cuando volvía, por la noche,
trajo en su mochila mono y tatabro y guatinaja.
–Eres un buen cazador –dijeron los otros.
Al día siguiente el hombre se fue a cazar y trajo por la noche danta.
6
Al día siguiente trajo zaino.
Entonces los hombres dijeron:
Literatura ette

–¿Có mo hace él para conseguir tanta comida? Vamos a seguirlo


mañ ana y a escondernos para ver si consigue comida.
Así fue, y al día siguiente los hombres se escondieron en el monte
para ver có mo conseguía tanta presa.
I

Entonces vino el hombre y silbó y vino mono; el hombre lo


mató y lo puso en la mochila. Entonces el hombre silbó y vino
tatabro; el hombre lo mató y lo puso en la mochila. Entonces el
hombre silbó y vino zaino; el hombre lo mató y lo puso en la
mochila. Entonces re- gresó a su casa.
Por la noche los hombres preguntaron:
–¿Có mo haces para conseguir tanta comida?
–¡Lo aprendí del caimá n! –dijo el hombre, y así fue.
(Reichel-Dolmatoff, t945).
He hablado con yaau [t.C.]
[…] He hablado con Yaau
Me tomó del brazo y me
habló Era un anciano
Toda la noche estuvimos hablando
Me dio palabras.

Antes de despertarme me hizo un regalo


Me dio dos semillas
Una era blanca y la otra roja
Pequeñ as
Brillantes
Me dijo que las tragara
Y así lo hice.

Ahora puedo caminar tranquilo


Los peligros no vendrá n
Hace mucho se las estaba pidiendo y por fin me las regaló 7
Me sentí bien […].

4. Narraciones e imágenes oníricas


(Niñ o, 2003: 328-329)

Desde ese día mi pensamiento es grande [t.C.]


[…] Una noche soñ é con mi hermano
Era mi hermano pero también era Yaau
Se acercó y me habló
Me dijo muchas cosas.

Cuando terminó me dio oro


Me lo puso en las manos y me dijo que lo tragara
Era grande pero no me dio miedo.

Lo cogí
Lo tragué

. Lugar: Narakajmanta. Narrador: Carlos Sánchez (Purusu


Takiassu Yaau). Fecha: diciembre de 2003.
No sentí nada
No me incomodó la garganta
Pasó como pasa el agua
Desde ese día mi pensamiento es grande
[…].
(Niñ o, 2003: 330)

La puntada en sueños [t.C.]


[…] Eso me lo mostraron en sueñ os
No sabía có mo hacerle un vestido a Yaaututusu
Era muy pequeñ o y no sabía có mo hacer
Y entonces me mostraron la puntada en sueñ os
Una mujer tomaba algodó n entre sus manos
Empezaba a tejer
Y hacía todo lo que yo no había podido hacer
Todo se veía claro
Cuando me desperté entonces lo hice
8
Mi hombre se alegró
É l me había pedido que lo hiciera
Literatura ette

Quedó bien
Era un buen sueñ o […].
(Niñ o, 2003: 342)
I

Del lado de yaau el viento es como una falda [t.C.]2


[…] Hace un tiempo soñ é
esto Del otro lado caminaba
Me encontré con dos mujeres
Eran dos ancianas
Eran de los antiguos
Numirinta.

. Lugar: Ette Butteriya. Narradora: Rosa Pedroza


Siiñ orosu. Fecha: octubre de 2003.
2. Fecha de narració n: diciembre del 2003.
Venían de lados diferentes y se cruzaban
Después daban vueltas
Estaban bailando
Sus faldas se movían de lado a lado
Faldas largas de algodó n.

Una de ellas me tomó por el brazo


Me dijo que no me preocupara por la brisa
Y la falda no paraba de moverse
Se movía y se movía con baile
Bailaba con la otra.

De ese lado vi a una mujer con falda


De este lado es el viento y la brisa fresca del atardecer
Del lado de Yaau el viento es como una falda
Soplaba y soplaba la falda
Así es en el tiempo de Numirinta.
9
Cuando sentí brisa por mi espalda en la noche no me asusté

4. Narraciones e imágenes oníricas


Sabía que era aire fresco
Era brisa suave y fresca
No era caliente ni traía enfermedad […].
(Niñ o, 2003: 332)

era el fin del mundo [t.C.]


[…] Soñ é que el mundo quería acabarse
Me mostraron que el mundo quería acabarse
Había sangre y estaba oscuro
Había mucha gente corriendo.

La tierra se caía y me tocaba correr


El suelo se movía y se venía para abajo
Me perseguía

. Lugar: Ette Butteriya. Narrador: Pablo Masías (Yaau


De Kraanti). Fecha: octubre del 2003.
Y ruido por todos lados
La tierra crujía y tronaban relámpagos.

No fue la primera vez que soñ é eso


Noches antes había candela del otro lado
Todo se quemaba y tocaba correr
Esconderse donde pudiera.

Daba mucho miedo


Me sentía triste y miserable
El fuego acababa todo
El viento acababa todo.

Todo estaba destruido


Las casas, la roza, el maíz, los animales, la tierra
A uno le tocaba correr con la familia para no quemarse
Mucho trueno y mucho relá mpago.
20

Era el fin del mundo


Literatura ette

Yaau quería acabar el mundo


Mucha violencia por esta tierra
Mucha sangre manchando a Narakajmanta.
I

Había que hacer ceremonia porque el mundo se iba a acabar


Los ette kooronda estaban apurando para bajar
Eso iba a pasar
Tocaba rezar y hacer ceremonia…

Pero pasaban cosas


Yaau nos hablaba
Le hablábamos y él nos hablaba
Le hablaba a un anciano una noche
Y después le hablaba otro
Y después todos hablábamos
Y así…
… A mí me dijo que estuviera tranquilo
Que el ú nico que sabía el fin de la Tierra era él
Que los waacha no sabían de eso
Y que por ahora él no quería acabar la Tierra.

Pero para eso había que rezar


Había que limpiar a Narakajmanta
Había que hablar mucho con él
Había que celebrar ceremonia
[…].
(Niñ o, 2003: 346-347)

2

4. Narraciones e imágenes oníricas


ii Literatura barí

23
1. Historias de origen

Los barí vivían antes, arriba, allá en el cielo [t.C.]


Los barí vivían antes, hace mucho tiempo, arriba, allá en el
cielo, en una especie de selva amena o paraíso, no muy tupido pero
sí muy agradable. Mirando por entre el follaje hacia la tierra
descubrieron que esta también tenía ríos y bosques, en los que
fácilmente podrían cazar y pescar. Entonces planearon descender.
Hicieron un enorme y resistente bejuco y comenzaron a bajar uno tras
otro. Cuando ya todos habían tocado el suelo, pasó un gallinazo o
zamuro y cortó la cuerda vegetal. Los indios que desde la tierra
contemplaron el suceso se per- cataron de que quedaban aislados en
definitiva de su patria. A partir de entonces han estado vagando
por el mundo, y toda su ilusió n y su mayor inspiració n ha sido
buscar la forma de ascender nuevamente al sitio de donde
imprudentemente bajaron, y para ello quieren encon- trar el
camino del cielo.
(De Alcácer citado en Neglia y Olson, 974: 89)
25

1. Historias de origen
La Luna y la Tierra eran dos hermanas que vivían cogidas de la mano [t.C.]
En épocas remotas la Luna y la Tierra eran dos hermanas que
vivían cogidas de la mano, es decir, las enlazaba un bejuco mante-
niéndolas muy juntas. Como todavía no existía el Sol, en la Tierra
los barí realizaban sus ocupaciones palpando sombras y adivinando el
aspecto de las cosas. La peor dificultad era la de hallar alimentos: los
cazadores solo lograban atrapar tucanes que, debido al colorido de
sus plumas, se dejaban divisar al resplandor de la luna llena.
Cansado de la escasez, un grupo de guerreros decidió aventurar
investigando lo desconocido: treparon por el bejuco y al otro lado en-
contraron a una mujer solitaria, que era la patrona de la Luna. Ella les
otorgó permiso para cazar con la condició n de que cada uno de ellos le
hiciera el amor antes de proveerse en sus dominios. Preciosa era la
na- turaleza y variadas las especies de animales en los campos de la
señ ora de la Luna, además, allá sí había luz y los animales eran
mansos. Por mucho tiempo los barí contemplaron con deleite tanta
belleza; aparte de eso, después de sus visitas se deslizaban a casa
por el bejuco, con los brazos cargados de pavos y toda clase de
delicias gastronó micas.
A pesar de la abundancia que ahora procuraban a sus familiares,
los guerreros de la comunidad barí no estaban satisfechos. Tanto ha-
cerle el amor a la patrona de la Luna los estaba dejando agotados y
enfermos, porque el contacto con ella generaba mucho frío. Un día,
un atrevido grupo de jó venes decidió traspasar los linderos
permitidos sin cumplir con el requisito acordado por sus padres.
Ellos, además de buscar presas para sus flechas, se dedicaron
también a explorar la Luna hallando allí a otros seres vivos
parecidos al humano: existían dos familias, la del có ndor y la del
buitre. Después de conocer a las hijas del có ndor, ya los jó venes barí
no deseaban aparearse con nadie más. Ese sentimiento los había
inclinado a ignorar peligrosamente la condició n impuesta por la
señ ora de la Luna.
Un día ella descubrió el engañ o y, en medio de un irracional im-
pulso de ira, cortó el bejuco que unía a la Luna con la Tierra. Una
vez zafada esa conexió n la Luna se fue alejando poco a poco
26
inexorable- mente. Los jó venes barí no tuvieron tiempo de bajar y
quedaron con- denados a permanecer allá, para siempre unidos a las
hijas del có ndor. Desde la lejanía sus descendientes con nostalgia a
veces nos observan, cuando a las nubes no se les da por extender
Literatura barí

sus faldas en el cielo y ocultarnos de su vista.


(Galvis, 995: 92-95)
II

el dios del orden


Cuentan que antes la tierra era oscura, sin orden. Todo era un caos
y nada tenía una forma precisa. Entonces de la regió n por donde ahora
se oculta el sol llegó Sabaseba con su familia. Allá vivían.
Sabaseba, con mucha curia y paciencia, trabajó modelando la tie-
rra hasta darle orden. Así la tierra obtuvo su forma actual: llana y con
un sentido para que corran las aguas y la puedan habitar y disfrutar
los animales, la gente, los bosques.
Cuando Sabaseba ordenó la tierra comenzó la vida: caía la lluvia
y las nubes viajaban por los cielos, y el trueno retumbaba; ya se
veía al arco iris llenar el aire de color. Y se hizo de día con el sol y
con la noche vino la luna.
Este dios Sabaseba trabajó mucho, como lo haría un barí, y cuan-
do tuvo hambre cortó piñ as. De la primera piñ a que partió salió un
barí hombre, de la segunda una mujer: Barira y de la tercera un niñ o:
Basurita. Todos ellos alegres. Esta primera gente ayudó a Sabaseba en
su trabajo de arreglar y ordenar el mundo.
Ellos, además, enseñ aron a los barí las artes y los oficios: pescar,
cazar, construir un bohío, tejer las cestas, hacer los chinchorros y los
vestidos.
Los animales, la otra gente que no es barí y muchos otros seres
que no son gente ni animal, son dioses y espíritus buenos y malos,
salieron todos de las cenizas de una vieja que mató a su nieto, lo asó y
se lo co- mió . Entonces los padres del niñ o la mataron y la
quemaron, y luego esparcieron esas cenizas. De ellas nacieron los
blancos, los negros, los yuko-yukpa, los guajiros y muchos
espíritus.
Por ú ltimo, Sabaseba les dio a los barí reglas de respeto entre ellos
y normas de comportamiento.
(Triana y Mendoza, 997: 65-67)

27
La Creación
La leyenda dice que Dios tenía un machete y cortó una piñ a de

1. Historias de origen
la cual salió un hombre motiló n. Luego cortó otra piñ a y de esta
salió una mujer. Entonces Dios se dijo a sí mismo: «Voy a cortar
una piñ a más grande a ver qué sale…». Cogió el machete y cortó dos
piñ as gran- des, y de ellas salieron un motiló n, su mujer y dos
niñ os. Así salieron má s motilones.
Entonces los motilones vivieron en esta zona y se multiplicaron
mucho. Pero luego, por engañ os y por discusiones se separaron, y
se fueron unos para La Guajira, otros para la tierra de los yukos, otros
al norte, otros al sur, hasta que se pobló la tierra por motilones.
(Neglia y Olson, 974: 8-
82)

en el principio

I
En el principio solamente existían dos razas: la del chigbarí y el
barí. Los chigbarí son espíritus eternos al servicio del Espíritu Ara,
ellos siempre han sido y serán. En cambio la raza barí tuvo comienzo:
Samaydodjira pobló estos territorios partiendo piñ as, y del jugo de las
piñ as brotaron los barí. Sin embargo, esos seres primitivos no eran
iguales a nosotros, ellos no tenían sexo. Se reproducían con la
ayuda de un chigbarí, que se transformaba en tigre y les lamía la
barriga dejá ndolos preñ ados. Un día el espíritu del tigre no volvió
más, se marchitó una generació n barí esperá ndolo ¡sin resultados!
Nuestros antepasados estaban desesperados porque no podían te-
ner más descendencia, entonces decidieron pedir ayuda a un barí que
podía canalizar el poder de Dios. Se llamaba Samaydodjira, pero lo
apodaban Sabaserbara, que quiere decir «el que vive solo». É l les dijo:
–Hagamos así –tomó una colmena de abejas silvestres con forma
de pene y se la colocó al cacique en la parte baja del estó mago. Luego
explicó a los barí–: Deben moldear una hendidura con barro y ponér-
sela a uno de los hombres, para hacer de él una mujer.
Pero algo no funcionó bien y los hijos de la primera pareja
nacieron mal: dice la tradició n que salieron muy flacos y con las patas
28
torcidas. Cuando vino Sabaserbara a mirar có mo iba el trabajo,
cuentan que se puso furioso y de castigo creó a las moscas, que desde
entonces tienen de tarea chuparnos la sangre. Después de varios
Literatura barí

intentos, nuestros an- tepasados por fin lograron hacer una mujer que
sirviera. En adelante los barí pudieron tener hijos y se organizaron
por parejas que apren- dieron rápidamente a «lamerse la barriga»,
con el sistema agradable que ellos mismos inventaron.
II

II
Varias generaciones más tarde existió un matrimonio barí que re-
cientemente había dado a luz una bebita. Para poder salir de pesca,
en- comendaron la niñ a a una anciana de la comunidad quien, aú n
cuando era cegatona, todavía tenía activa la voluntad de servicio. El
tiempo transcurrió y la abuela sintió hambre. Tanteando en tinieblas,
porque la falta de luz se sumaba a su ceguera, la anciana confundió la
niñ a con sus provisiones. Tomó el cuerpo de la bebita, lo despresó ,
cocinó y se lo comió . Cuando llegaron los padres alcanzaron a ver
có mo la anciana devoraba los ú ltimos mordiscos de una pierna.
Loco de dolor, el guerrero apaleó a la antropó faga hasta matarla.
Luego reunió leñ a, encendió una gran hoguera y puso a incinerar
su cuerpo para que no quedara ni el recuerdo de la vieja. La fogata
ardió
por varios días; cuando todo el remanente eran cenizas, la pareja se
tomó el trabajo de llevarlas hasta la cú spide de una montañ a, que se
empinaba obstinada en alcanzar las nubes. Allí las esparcieron al do-
minio y libre albedrío de los vientos.
Donde cayeron cenizas negras brotaron hombres negros. Si eran
rojas las cenizas, nacieron hombres rojos. Y los seres humanos
blancos tuvieron su origen en cenizas completamente calcinadas que
se torna- ron pálidas. Ese día se crearon muchos hombres de distintos
colores, todos con el pelo rizado y muy inteligentes; pero de la
transforma- ció n de las cenizas no surgieron mujeres. Para obtener
sus hembras los hombres de las nuevas razas tuvieron que apelar al
rapto de las esposas de los barí. Hoy conocemos a los descendientes
de esas muje- res deshonradas porque hay individuos de otros
pueblos que resultan con el pelo liso.
(Galvis, 995: 34-36)

29
Así salieron las razas [t.C.]
Cuenta un motiló n que hubo una mujer muy anciana que no se

1. Historias de origen
moría, la cual era tan mala que una vez cogió una niñ a muy bonita, la
cocinó y se la comió . Ante esto, todos gritaban asustados y el padre
de la niñ a tomó un palo y de un golpe mató [a] la anciana.
Entonces todos los motilones cubrieron el cadáver de la anciana con
mucha leñ a, le prendieron fuego y la quemaron durante un verano. Al
cabo de ese tiempo cogieron las cenizas y las botaron al aire. El
viento esparció esas cenizas: una cayó acá y nació una persona de
raza negra, otra ceniza amarilla cayó allí y nació una persona
amarilla, luego otra blan- ca… Así salieron las razas.
(Galvis, 995: 82)

La creación de los animales


Agdjibadara era un motiló n que se convirtió en hormiga. Por
eso los hormigueros tienen el mismo plano de un bohío. Otro
motiló n salía de noche y se convirtió en una guatinaja. Otro tomó
su arco y lo puso al final de la columna vertebral de manera que
parecía que tuvie- ra rabo, y tomando algodó n se lo puso en la frente
para convertirse en
un mico. Así llegaron a existir los micos. De esta manera el motiló n
dio origen a la mayor parte de las especies animales y luego les
enseñ ó a hacer sus caminos en la selva. Después de eso
Saymaydó djira los convirtió a todos de nuevo en motilones.
(Galvis, 995: 82)

30
Literatura barí
II
2. Relato sobre el gran árbol

La caída del árbol gigantesco [t.C.]

I
Había un árbol muy grueso y muy alto que fue descubierto por un
muchacho, quien invitó a todos los motilones a cortarlo y tumbarlo.
Todos contribuyeron en esta tarea durante un verano hasta que por
fin el árbol cayó . Al caer, el golpe fue tan fuerte que hundió la tierra
para convertirse con sus ramas en los ríos.
A partir del golpe y de la hendidura de la montañ a salieron el Iqui-
boqui o «río de Oro», el Catatumbo y los afluentes. Desde este mo-
mento toda la població n, muy contenta, bebió agua y la almacenaba
en jarras de barro.

II
Todo el mundo era montañ oso; no había agua y los motilones
3
se
morían de sed. Fue el momento en que aparecieron los ríos, por la
caída del árbol gigantesco… y entonces un profeta les enseñ ó a utilizar

2. Relato sobre el gran árbol


los calabazos como totumas, lo cual resultó mucho más prá ctico
que las ollas de barro para almacenar el agua.
En ese mundo montañ oso no se daba qué comer, ni siquiera la
yuca, que era la comida dada por Dios al motiló n para evitar la dia-
rrea. El motiló n estaba pensando qué hacer cuando vino una persona
que se llamaba Muchú , quien se comunicó con el motiló n. El
motiló n aprecia mucho a Muchú porque no tiene que andar por la
tierra sino que camina por aire.
En el comienzo el motiló n desconfió de Muchú porque el primero
que vino había desaparecido. Otros muchú s vinieron después
andando por el aire, porque la tierra era muy quebrada.
Estas gentes dijeron a los motilones:
–¿Por qué no trabajamos entre todos para convertir las montañ as
en vegas?
–No es mala la idea, pero ¿quién hace ese trabajo?
Muchú tomó su machete y empezó a tumbar monte invitando

. Se han unido dos fragmentos que estaban separados por asteriscos.


a los motilones a trabajar, inclusive de noche. Pero los motilones no
podían ver para trabajar de noche. Llamaron entonces a la guatinaja y
al puerco de monte para que ayudaran. Esto disgustó a Muchú ,
pues la guatinaja y el puerco en vez de trabajar se pusieron a comer
pepitas y a bañ arse en el río. Por tal motivo, sintiéndose engañ ado,
el Muchú desapareció por el aire, y se fue a vivir a las montañ as
dejando algunas vegas terraplenadas como la de Ildakarora, que fue la
primera. Por eso el motiló n de hoy dice que no es justo que los
colonos lo hayan des- pojado de las vegas siendo estas fruto del
trabajo de sus antepasados.
Como Muchú se fue disgustado y los motilones no tenían ninguna
esperanza de que vinieran otros muchú s, arrojaron al puerco y lo con-
denaron a comer su propio excremento por cuanto los había
engañ ado en el trabajo con Muchú . (Por eso tales animales son
considerados) motilones degenerados.
(Galvis, 995: 83 y 86-87)

32
Literatura barí
II
3. otras narraciones de antigua

Antiguamente no existía agua


Antiguamente no existía agua sobre la superficie de la Tierra:
los barí sobrevivían bebiendo el líquido cristalino y dulce que brota al
ha- cer un corte a los bejucos de agua. Pero, con el consumo
permanente, añ os después la provisió n de estos comenzó a escasear;
ya las mujeres casi no encontraban con qué calmar la sed de sus
familias.
En la comunidad había un anciano sabio que había aprendido a
conocer cada rincón, animal y planta de la selva. Sondeando tinieblas
él había descubierto un árbol inmenso muy particular: cuando se po-
nía el oído en el tronco podía escucharse un gorgoteo de agua,
como cayendo en cascada. Toda la comunidad fue a escuchar ese
sonido y a comprobar la veracidad de las observaciones del abuelo.
Cuando se convencieron, enviaron mensajeros para expandir la
noticia del ha- llazgo y reunir a los guerreros más fuertes de todas
33
las comunidades. Varias lunas se tardaron trabajando juntos en
tumbar ese á rbol.
El día en que se partió su tronco en dos, el agua comenzó a manar a
borbotones inundando todas las tierras bajas: primero se llenaron las

3. Otras narraciones de antigua


cuencas de los mares, y luego comenzó a fluir el agua susurrando y
azotando piedras por los cauces de los ríos. El tronco del á rbol
caído engendró al primer caimán y cada pequeñ o trozo de madera se
convir- tió en un pez. Así se establecieron en este mundo las aguas y
los peces, para que el barí nunca má s tuviera hambre o sed.
(Galvis, 995: 96)

en tiempos de la Luna, la Tierra era diferente


En tiempos de la Luna, la Tierra era diferente. Los barí se
queja- ban porque tenían que alumbrarse con antorchas debido a la
oscuri- dad. Sabaserbara les explicó :
–Sepan que para un hombre es posible transformarse en luz e
iluminar a sus paisanos. Uno de ustedes será escogido para que
res- plandezca; si desean cooperar deben recoger las plumas
amarillas y negras del cuello del tucán, amarrarlas a un bejuco y luego
colocárselo alrededor del cuello.
Obedeciendo el mandato, los guerreros afanosamente recogieron
todas las plumas que pudieron y armaron sus collares de acuerdo a lo
especificado.
En la misma casa comunal vivía también un hombre cuya piel es-
taba llena de marcas. No tenía ese barí ninguna habilidad para cazar,
pero la naturaleza le había otorgado un don más grande: era vidente
y podía percibir la presencia de los chigbarí. É l no tuvo habilidad para
matar tucanes, y al hacer su collar tuvo que conformarse solo con dos
plumas que otro compañ ero había desdeñ ado por estar algo maltre-
chas pero, conforme a lo exigido, una era amarilla y otra negra.
Se organizaron tres rondas para medirse el collar y observar quién
estaba listo para resplandecer. Todos tomaron su turno, cada uno es-
perando ser el elegido; solo se ignoró al vidente porque poseía un co-
llar muy pobre. Pero Sabaserbara, a quien nada escapaba, pidió :
–¡Deben dejar que el hermano de las dos plumas desteñ idas tam-
bién participe!
En cuanto el favorito de los chigbarí colocó su collar sobre la
34
ca- beza, se hizo luz y comenzó a amanecer. Como el collar era
mitad amarillo y la otra parte negro, nacieron el día y la noche. Con el
collar puesto, el barí seleccionado como señ or Sol despedía rayos
Literatura barí

dorados deslumbrantes; nadie podía mirarlo ya de frente sin sufrir


lesiones de la vista. Por esto Sabaserbara le ordenó :
–Debes colocarte lejos, tan distante como para poder iluminar, no
solo a los barí sino a todos los seres vivos de la Tierra.
II

El señ or Sol tomó a su pequeñ o hijo de la mano y se marchó ca-


minando hacia el oriente. Desde ese día los barí trabajamos mientras
hay luz, que es cuando el paisano observa nuestras actividades y brilla
para facilitarnos las labores; en el momento en que él voltea la espalda
y desaparece río abajo, nos dedicamos a soñ ar tranquilamente. El niñ o
que lo acompañ ó se transformó en un ave, que ha hecho desde enton-
ces el oficio de mensajera entre el Sol y los barí que permanecieron
en las comunidades. Así el contacto con el vidente de la piel dañ ada
nunca se ha perdido y todavía continuamos animándolo para que siga
enviá ndonos su resplandor.
(Galvis, 995: 97-98)
La historia del monito Pwácari 
Cuando andaba entre la gente Porunamínari –creador de la Tierra,
del agua y de todas las cosas, padres de la jinnátati (mujeres) y de los
jéinari (hombres)– un mono se casó con una india llamada Foméyaba
quien siempre olía muy bien, a las mejores flores… Foméyaba salió
embarazada y desde ese momento los otros monos y los rabipelados
le tuvieron rabia.
Un día el marido le dijo:
–Vaya a casa de mi madre a rallar yuca para hacer casabe. Pero al
llegar a la montañ a ponga cuidado, porque hay dos caminos. En
uno va a encontrarse un pedazo de cola de rabipelado y en el otro un
rabo de waca (pájaro de la regió n). El primero conduce a casa del
rabipela- do, el segundo a la choza de mi madre.
Pero el rabipelado había escuchado la conversació n y salió
corrien- do a cambiar las señ ales. De manera que Foméyaba se
equivocó y fue a dar donde la madre del rabipelado. Por el mal olor
conoció el lugar; mas cuando quiso regresar ya era tarde, porque el
35
animal le cerró el
paso y la agarró . Forcejearon un rato. Después de que el rabipelado
abusó de ella, la dejó ir.

3. Otras narraciones de antigua


El marido usó flores, hierbas y bastante agua para quitarle el mal
olor a su mujer. No obstante, siempre le quedó un poquito.
Los otros monos querían matarla para que no diera a luz. Hicieron
un largo viaje hasta donde ella estaba. En un descuido de su esposo la
descuartizaron. Sin embargo, la criatura de sus entrañ as logró sobre-
vivir, aunque apenas tenía forma. Una arañ a del río la terminó de for-
mar. Como era varó n lo llamó Pwá cari. Era muy pequeñ ito y olía
un poco a rabipelado. Aprendió a hablar como la corriente del río
cuando cae por las chorreras.
Cum cum, dice el agua.
Cum cum, dice el Pwácari.
Estando más grandecito lo crió la raya.
Equivocadamente, la raya guardaba una cesta llena de camarones
rojos y creía que eran ajíes. Un día Pwá cari se los comió .
–Ay, ay. ¿Quién me comería mis ajíes?
–Eran camarones, los ajíes son diferentes –le dijo Pwácari.

. Tomado de: Cuentos indígenas venezolanos. (Nota del original).


Al rato le trajo un poco de ajíes. La raya al comerlos se picó y para
calmarse se tiró al río. Pwá cari le tiró un flechazo y se lo pegó en el
rabo. Ese es el origen de la espina que llevan las rayas debajo de la
cola. En aquella época los animales se transformaban en otros, y
así Pwácari se transformó en culebra para llegar donde su abuelo,
porque su padre había muerto de tristeza. El abuelo la cogió y le cayó
a correa-
zos, pero de inmediato Pwácari se descubrió como su nieto.
El abuelo y el nieto vivieron un tiempo juntos. Una vez el
abuelo le dijo:
–En esta choza siempre se me mete un mato (lagarto) muy grande
y gordo. Yo lo quisiera tomar. Como estoy viejo no me es fá cil. Tú sí
lo puedes hacer. Cuando lo veas aparecer fléchalo.
El abuelo salió . Al rato entró el mato. Pwá cari se encaramó en
el techo y desde allí lo flechó por la cabeza. El lagarto se revolvió
de un lado para otro, partió la flecha y huyó con la punta encajada.
Al rato el viejo regresó . Pwá cari le notó una puntilla metida por
36
detrá s de la cabeza. Se parecía a la de su flecha.
–Yo me convertí en mato para probar tu valor y puntería. Ahora sí
Literatura barí

debes ir a vengar a tu madre, a matar a los monos.


Pasó el tiempo. A los monos había llegado la fama de Pwácari, pero
no lo conocían. Se lo imaginaban muy grande.
Un día los monos elaboraban una curiara en la playa del río. La
II

aldea estaba sola con su cacique. A él se presentó Pwá cari.


–Déjeme ayudarlo con la chícura a sembrar mientras sus monos
hacen la curiara.
El cacique accedió y Pwácari con la misma chícura lo mató . Luego,
en la tarde, fue donde los zamuros y les pidió una cesta de temaris.2 Se
la llevó a los monos, quienes quedaron con ganas de comer más. Pwá-
cari les señ aló dó nde había un árbol cargadito. Allí se fueron. Pwácari
aprovechó para transformar la curiara en caribes y babas.3 Como
había muchos temaris la noche sorprendió a los monos encaramados.
Pwá- cari hizo una laguna alrededor del á rbol y les lanzó los
caribes y las babas. Comprendieron el engañ o, el cual no podía ser
sino de su ú nico

. Instrumento largo, punzante, para introducir las


semillas en la tierra. (Nota del original).
2. Frutos de un á rbol de la regió n. (Nota del original).
3. Reptil parecido al cocodrilo, pero mucho má s pequeñ o. (Nota del original).
enemigo, Pwácari, cuando a uno de ellos se le cayó un fruto sobre
el agua y por el ruido entendieron el peligro.
Pwá cari se disponía a flecharlos cuando en eso llegó corú-corú
–Déjame que yo te los flecho –le dijo.
Mas la primera flecha solo sirvió de puente y un grupo de
monos se escapó . Pwácari, lleno de enojo, le dio un duro golpe en la
cabeza al corú-corú, tan duro que se le pegó contra el pecho… Por
eso el corú- corú tiene la cabeza gacha (agachada).
Pwácari flechaba a los monos y [a] estos, al caer, se los repartían
los caribes y las babas. Lo mismo sucedía a quienes desesperados se
lanzaban para escapar de la venganza.
Cuando a Pwácari se le acabaron las flechas se fue. A pesar de ello
no acabaron las calamidades para los monos. A uno que guindaba de
una rama muy cerca del agua una baba le arrancó el rabo y las
nalgas… De ese se engendraron las perezas.2 Otro mono le dijo a una
baba:
–Llévame hasta la orilla.
La baba aceptó con la intenció n de comérselo apenas tuviera 37
lugar.
El mono no era tonto y sospechaba las ganas de la baba. Al rato, como
tenía mucho calor, se lo expresó .

3. Otras narraciones de antigua


Apenas pasaron cerca de una rama cuando el mono saltó [y] la
baba escasamente pudo arrancarle el rabo… De él se formaron los que
llaman monos chocotes porque no tienen cola.
Esta es la razó n por la cual todos los monos respetan al mono pwá-
cari, pese a ser el má s pequeñ o de todos ellos.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 30-304)

Antiguamente en la Tierra no había sino montañas [t.C.]


Antiguamente en la Tierra no había sino montañ as. Como los barí
tenían dificultades para cultivar la tierra en los terrenos empinados, a
nombre de todos el cacique Abrincadura pidió a un chigbarí muy po-
deroso, llamado Mucshura, que les aplanara las montañ as. Mucshura
accedió con la condició n de que trabajaran juntos, porque apreciaba
la compañ ía de su nuevo amigo. Mientras Abrincadura removía la

. Ave pequeñ a de la zona. (Nota del original).


2. Perezosa, mamífero propio de la América tropical. (Nota del original).
tierra con sus manos y con gran trabajo lograba allanar un pedaci-
to, Mucshura de un solo golpe despachurraba cordilleras y en vez
de ellas surgían valles amplios y hermosos, con verdes praderas y
árboles frondosos. Pero como tenía cosas que hacer (más esenciales
que darle gusto a los humanos) Mucshura delegó en Abrincadura,
explicándole al detalle có mo podía proceder con el trabajo.
Abrincadura laboró muy bien esa noche y al siguiente día, pero
el humano no tiene la resistencia del chigbarí, que nunca duerme.
El cacique necesitaba siquiera de una siesta para reponer sus fuerzas.
Cuando llegó Mucshura a revisar el trabajo lo encontró dormido, y
todavía no había terminado de aplanar todas las montañ as. Inmenso
fue el disgusto del chigbarí, con lo que él calificó de grave falta por
desidia y pereza. Sin embargo, Abrincadura prometió involucrar en la
obra a los hermanos cerdos, que en esa época tenían tanta inteligencia
y esmero como cualquier humano. Convinieron en que los
marranos harían el turno de la noche y los guerreros barí, liderados
38
por Abrin- cadura, trabajarían de día. Así aplastarían cerros en
jornada continua, hasta que ya no existieran sino llanos.
¡Pero los cerdos no cumplieron! Ellos habían prometido trabajar
Literatura barí

para allanar la tierra y en vez de acatar el compromiso se dedicaron


fue a marranear hora tras hora. Estando en esa juerga se presentó
Muc- shura y al verlos se puso tan furioso como un huracá n con
truenos y relá mpagos.
II

–Despreciables haraganes –rugió su voz–. ¡No saben lo que es


trabajar con juicio! Si prefieren la molicie y ver pasar los días con
el cerebro perdido en la estupidez, entonces… ¡Que así sea! –y con
un solo movimiento de la mano les bloqueó las capacidades de la
mente– Para que paguen sus faltas de engañ o y mentira: ¡de ahora en
adelante vivirán para revolcarse en sus propios excrementos y se
alimentarán con porquería!
Dichas estas palabras el chigbarí desapareció en un remolino furi-
bundo de polvo y vientos encontrados. Desde ese momento todos los
chanchos hozan y gruñ en desaforadamente buscando algo, ¡pero no
logran recordar qué es aquello que han perdido!
Los barí llegaron dispuestos a asumir el turno de reemplazo y en-
contraron a sus amigos convertidos en una caricatura de lo que ha-
bían sido. La tarea se quedó a medio hacer porque Mucshura no quiso
volver más y, [ya] solos, los barí perdieron la esperanza de ver algú n día
terminado ese trabajo tan pesado. Entonces tuvieron que adaptarse a
vivir en un mundo mitad contratiempos y montes elevados, donde los
valles y el sosiego siguen siendo sumamente apetecidos.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 39-4)

39

3. Otras narraciones de antigua


4. Historia del más allá

Caminar liviano [t.C.]


Hace muchos añ os existió un muchacho inteligente y bueno que
todavía no había tenido mujer. Coincidió un día su camino
acostum- brado con la ruta que un chigbarí recorría habitualmente
(cada barí tiene su camino propio en la selva y cada chigbarí el suyo
flotando por el aire). Al verlo, el chigbarí lo agarró del pelo y le ordenó
que se detu- viera. En esa ocasió n se inició una relació n amistosa que
se fortalecería con varios encuentros má s.
Un día el chigbarí propuso al muchacho que se fuera con él; lo
llevaría a conocer otras dimensiones impenetrables normalmente a
los humanos. Como el joven todavía no sabía «caminar liviano», el
chigbarí lo tomó de la mano y le transmitió el poder. Al contacto de su
piel con la del chigbarí sucedieron cambios inmediatos en su cuerpo
material: el corazó n y todos los ó rganos se sentían distintos. Pero lo
40
que más asombró al joven fue có mo, repentinamente, la oscuridad de
la noche se hizo luz y pudo ver a su alrededor con claridad.
El chigbarí lo condujo primero a las dimensiones más bajas: allí
Literatura barí

encontró a las «gentes del árbol», quienes confesaron al joven que


des- de su niñ ez ellos le seguían los pasos. El barí quiso
manifestarse con palabras corteses, pero su guía le advirtió :
–No debes hablar con ninguno de los seres que veas, ¡solo te está
II

permitido observar!
Luego estuvieron en otras comunidades, donde viven distintas
familias de chigbarí: hay chigbarí rayados como el arco iris, otros se
parecen al tigre. Visitaron también los pueblos donde viven los de pelo
rizado, que son los chigbarí más fuertes. Estos ú ltimos le ofrecieron
to- pocho, el alimento que ellos comen para mantenerse vivos. El
chigbarí guía le explicó :
–Si comes lo que te ofrecen ¡tendrá s que quedarte acá !, porque
tu cuerpo se hará livianito como una hoja y ya no podrá s volver a
tu comunidad.
Pasearon, primero por donde nace el sol y más tarde por donde se
oculta. En oriente tuvo el joven barí una tentació n muy fuerte: en esa
tribu encontró a dos muchachas preciosas, que estaban disponibles
para él. Nuevamente tuvo que desprenderse, por consejo de su guía y
seguir adelante sin dejarse involucrar. Hasta el dominio del sol habían
llegado ya otros «mensajeros» de los barí, pero el chigbarí que lo tenía
agarrado de la mano se proponía llevarlo al más allá… del más allá.
Se dirigieron entonces al reino de la muerte, penetraron
territorios de lo desconocido hasta encontrar la estació n de llegada, a
donde todos los barí que mueren tienen que acudir. El joven
visitante vio llegar a mucha gente de su raza: todos estaban
desnudos, los hombres traían en la mano un pedazo de cañ abrava
para hacer sus propias flechas y las mujeres portaban su canasto.
En el puesto de recepció n había un grupo de gente chigbarí, entre
ellos estaba Taigda Chigbana, el chigbarí encargado de recibir a los
barí en el otro mundo. Ante esa visió n su guía le explicó :
–Si se trata de un guerrero, al darle la bienvenida Taigda Chigbana
le entrega un arco, porque antes de seguir adelante hacia las estrellas
el barí tendrá oportunidad de matar a un yácura. Si falla con sus
flechas ese monstruo gigantesco seguirá su camino y llevará a las
comunida- des de ustedes muchas enfermedades y desgracias.
4
Cuando el yácura
logra introducirse al plano donde vive el hombre, la tierra tiembla.
¡Explica a tu gente que ese es el origen de los terremotos!

4. Historia del más allá


El joven vio en el punto de encuentro a muchas almas
desencajadas que tenían cuerpos parecidos a los de los humanos, solo
que más eté- reos y sutiles. Observó que muchos de los allí reunidos se
encontraban llorando. Ante la mirada inquisitiva del muchacho, el
chigbarí guía explicó :
–A veces se les permite visitar los cuerpos que dejaron, ya rígidos
y pálidos; o ver a sus familiares en la tierra, aú n cuando ya la comuni-
cació n con los humanos no sea posible por más tiempo. Ocurre que el
alma del difunto habla, pero el mortal no puede oír. –Y añ adió –: Pero
entre espíritus que ya han pasado el límite de lo terreno sí puede
haber completa comprensió n con el lenguaje.
De repente el joven barí alcanzó a ver un sembrado de yuca y pen-
só en su madre y su hermana. Disimuladamente arrancó unas para
llevarlas de regalo. No bien hubo terminado sonó un ruido ensordece-
dor. É l comprendió que había cometido una falta grave porque su guía
le había advertido claramente que no tocara nada.
El chigbarí fue bondadoso: le permitió volver al bohío para que
narrara su aventura en el más allá. Tal vez el espíritu guía pensó
que esa informació n debía trascender al saber de solo un «mensaje-
ro»; realmente era importante que todos los barí conocieran lo que
les espera en el reino de la muerte. Así el joven pudo compartir esa
experiencia extraordinaria con los suyos. Al terminar su relato se sin-
tió cansado, quiso irse a dormir, pero al tenderse en el chinchorro
su cuerpo comenzó a elevarse. Suspendido en el aire se quedó
dormido y… ¡nunca má s despertó !
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 29-3)

42
Literatura barí
II
iii Literatura yukpa

43
1. Historias de origen

Al principio Kemoko estaba solo


Kemoko es como el padre de todos los yukpa. Se le llama también
«Amorétoncha» entre los yukpa de Makoa y de Atapshi. Los de
Irapa le llaman también «Maihpore». En Maraka y Sokorpa le conocen
como
«Aponto».
Al principio vivía él solito en el aire. Para descansar un poco hizo
una tierra pequeñ ita como de una cuadra. La tierra fue creciendo y se
hizo muy grande. Kemoko fue haciendo los árboles y los animales, que
al principio eran como personas. Escogió a la ardita para que fuera como
su criada, para que le preparara la comida. De la cabeza de Kemoko
sacaba granos de maíz, los preparaba y se los daba a comer a Kemoko.
Cuando la tierra se hizo muy grande Kemoko fabricó como
unos muñ ecos de tierra. Hizo cuatro: dos hombres y dos mujeres. De
ellos salieron los primeros que vivían en las sabanas de Manastara:
los Atancha y los Atumsha. Con ellos vivió Kemoko mucho tiempo, 45
pero se hicieron malos y Kemoko se marchó a otro sitio.

1. Historias de origen
Kemoko andaba solo por el monte y el pájaro carpintero picaba to-
dos los palos. Cuando picó unos palos salió sangre. Entonces Kemoko
los cortó e hizo con ellos un hombre y una mujer, doblá ndoles los brazos
y las piernas para que pudieran caminar. De aquí salieron los yukpa.
(De Villamañ á n, 982: 6-7)

Amorétoncha y la primera gente


–Vamos a ver dó nde hay palo o bejuco que tenga sangre –así
dijo Amorétoncha al pá jaro carpintero (sakurare).
Y se fueron al monte. El pájaro picó en un sangrito (manéracha) y
salió sangre.
–Este es bueno para hacer yukpa.
Cortó uno más grande y otro más chiquito. Dobló las ramas por
varios sitios y formó los brazos y las piernas. Salieron hombre y
mujer. Amorétoncha les dijo:
–Ahora pídanme la bendició n y no les de pena, porque están des-
nudos, porque no se van a ver.
No tenían chócoro, solo un huequito para orinar. Los viejos
no sabían có mo pudieran tener hijos, Amorétoncha les construyó un
ran- cho. A la tarde les preparó la comida, les dio de todo y les dijo:
–No se vayan lejos donde no hay casa; tienen que vivir cerquita.
Así los yukpa salieron del sangrito. Los watiya salieron de la
cos-
tilla de Amorétoncha y sus mujeres del barro. Los barí (moteru) y
los guajiro eran antes como los yukpa, pero después se pelearon y se
separaron.
(De Villamañ á n, 982: 8-9)

La creación de los primeros seres humanos


Un día Dios se dirigió al bosque, donde anduvo de un sitio a
otro; mientras lo hacía golpeaba á rboles diferentes con su hacha.
Así pasó de uno a otro hasta encontrar uno que dejó salir sangre
desde el mo- mento en que el hacha cayó sobre él. Dios derribó este
46 á rbol y de su madera labró dos figuras de dos niñ os; en seguida
derribó un se- gundo á rbol, de cuyo tronco fabricó una caja y
dentro colocó las dos figuras. Luego llamó un pá jaro, el pájaro
Literatura yukpa

carpintero, al que ordenó sentarse sobre las figuras. Luego cerró la


caja con una tapa y la dejó en el bosque.
Días más tarde, la compañ era de Dios fue al bosque y se
sorpren- dió enormemente de escuchar voces repentinamente.
III

Siguiendo la direcció n de los sonidos descubrió la caja. Con


muchísimo cuidado levantó su tapa. Cuál no sería su sorpresa al
encontrar dentro dos ni- ñ os y un pájaro. Ella (la compañ era de
Dios) se llevó los niñ os a casa y los crió hasta que fueron grandes y
pudieron convertirse en marido y mujer. Muchos niñ os nacieron de
esta joven pareja, y eventualmente se casaron unos con otros. Al
transcurrir unos pocos añ os hubo gran nú mero de gente sobre la
tierra.
Un día Dios bajó entre los hombres y los reunió frente a él. Les
contó có mo habían surgido ellos de las figuras de madera y que,
por tanto, todos eran descendientes de una pareja original de seres
nacidos de unos mismos padres y al mismo tiempo. Les advirtió
que, puesto

. Se trata de un zulianismo para señ alar las partes genitales. (Nota


del original). Es una versió n recogida del lado venezolano.
que ahora había gente suficiente sobre la tierra, de allí en adelante
ningú n hombre podía tomar como esposa a su hermana.
La gente convino en aquello y prometió guardar esta ley. Entonces
Dios presentó a los yupa el pájaro carpintero como su ayudante en el
trabajo y le dio forma humana.
El ú ltimo día de la permanencia de Dios entre los yupa,
organizó una fiesta y les enseñ ó el arte de preparar la chicha;
finalmente, antes de irse, les prometió que después de esta vida
llamaría a los yupa a unírsele allá en su tierra.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 324-325)

Así fue la primera gente [t.C.]


Antes, al principio, salieron muchos zamuros, pavas y sapos.
To- dos salieron volando. Así fue la primera gente. Amorétoncha vivía
con Kurumacho. Uno de los zamuros se llamaba Avu y otro Vayi.
Ke- moko se puso a pelear con Kurumacho viejo para ver quién era el
47
jefe.
Después salieron de una cueva los atancha kushpa. Kemoko estaba
casado primero con picure. Tuvo hijos; todos se fueron con picure.

1. Historias de origen
Después se casó con danta y tuvo hijos; todos se fueron con danta.
Eran grandes como vacas. Salieron de la cueva otros atancha kushpa,
pero Kemoko se quedó solo. El rey de los zamuros salió de la danta
y de Kemoko. Después salieron de la cueva los manapsha kushpa.
Es la gente de Iroka, los guajiro, los watiya (los blancos). De uno de
los atancha kushpa y de la pereza salió el pájaro carpintero, que
picaba to- dos los árboles. Los atancha apagaron la luz de la luna
(kunu), que an- tes estaba muy cerquita, tirándole cera con las flechas.
Se quedó todo oscuro y se fueron todos. Kemoko puso otra vez
brillante a la luna. Se quedó solo con el pájaro carpintero y con la
pereza. El pájaro carpinte- ro picó en un á rbol, que estaba vivo, y
salió sangre. El á rbol lloró y se lo fue a decir a Kemoko. Se fueron los
dos a donde estaban los árboles vivos. Kemoko fue caminando y el
pájaro carpintero se fue volando.
–Aquí está –le dijo el pájaro a Kemoko.
Este cortó con un hacha los árboles vivos. Salieron dos hombres y
dos mujeres. Se casaron y de ellos salieron los yukpa.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 8)
Kemoko y Kurumacho
Kemoko hizo de la tierra a Kurumacho (los zamuros), para que
volasen al cielo. Allí viven como personas. Cuando Kemoko se
quedó solo por el monte le entraron ganas de tener una mujer.
Caminaba solo por el río Atapshi y pescaba para comer. Un día pescó
muchas sardinas y las dejó podrir. Se untó con ellas todo el cuerpo
y se puso hedion- do. Bajaron los zamuros para comérselo. É l se
quedó como dormido. Cuando se le acercó Kurumacho hembra la
agarró , le quitó las plumas, la estiró para acomodarla a su estatura, le
hizo cosquillas, se rió y la tomó por mujer. Pronto tuvo hijos. Se
llamaron Okoshpe, Wamo, Ka- tutu y Pishíaka. Otro se murió . De esta
gente nacieron los españ oles y la otra gente watiya (los blancos).
Kemoko les enseñ ó muchas cosas. Por eso saben más que los yukpa.
Los negros salieron del murciélago.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 7)

Amorétoncha eran dos hermanos [t.C.]


48
Amorétoncha eran dos hermanos. Uno se murió . Quedó Amoré-
toncha, uno solo. Se casó con Kurumacho hembra. La llevó a su
Literatura yukpa

ran- cho de Nonose y le preguntó :


–¿Sabes cocinar?
Respondió Kurumacho:
–Sí, sé cocinar. Arriba somos como personas. Para bajar nos
III

po- nemos otro vestido.


–Vamos a cocinar –le dijo Amorétoncha, que es el mismo Kemoko.
Cocinaron mucha yuca y comieron la mitad.
–¿Te gusta [el] pescado hediondo?
–Sí, me gusta mucho.
Los dos comieron pescado hediondo. Cerca de allí estaba embojo-
tado el cadáver de su hermano muerto. Parece que se llamaba Kepshi.
–Hoy [nos] vamos a quedar descansando.
Durmieron juntos. Parió Kurumacho un muchacho que creció
ligerito. Le llamó Okoshpe. Parió otra vez y al muchacho le llamó Pis-
hírapa. Tuvo otro y le llamó Kapote. Tres varones tuvo: uno negro,
otro medio blanco y otro blanco. De estos salieron después todos los
watiya: negros, americanos, españ oles.
(De Villamañ á n, 982: 9)
Cómo salió maíz primero y auyama después
Estaban por allí Kemoko, pereza (vayi), codorniz (shurivi) y pájaro
carpintero (sakurare) con ardita (kiriko). Pájaro carpintero cantó y
pe- reza se fue al monte. Kemoko se quedó solo con ardita.
Kurumacho le dijo a Kemoko:
–Péinate.
É l se puso a peinarse y se arrancó todos los pelos. Se le puso la
cabeza hedionda y se llenó de maíz. Ardita andaba por allí y era su
cocinera. Le sacaba maíz de la cabeza. Comía primero él y también
comía la ardita. No daban nada a otros yukpa. Solo decía a ardita:
–Mira, ardita, coge una totumita.
Echaba unos granitos; los sacaba de la cabeza y comían los dos. Le
decía también:
–Muele un poquito de maíz.
Y hacía chicha (tuka). Ardita lo calentaba un poquito para que
bebiera Kemoko. Llegaron entonces unos yukpa y preguntaron:
–¿Qué están comiendo?
Contestaron: 49
–No, nada.

1. Historias de origen
Lo comían solos. Después cuando Kemoko orinaba, ahí mismo
salía auyama. Otra vez orinaba y salía maíz, taparuco (calabacita) y
todo lo que cagaba él. Ardita quemó un terrenito para sembrar
maíz, pero entonces no salió nada. Más tarde Kemoko enseñ ó a los
yukpa a comer maíz y a beber chicha.
(De Villamañ á n, 982: 9-0)

Kemoko vivía con los yukpa


Kemoko se quedó a vivir con los yukpa y les enseñ aba de todo. Se
hizo un pito que siempre tocaba cuando se acercaba a los yukpa.
Les enseñ ó a cultivar el maíz y a hacer fiesta con bollitos y carne para
que nunca se les acabe el maíz. También les enseñ ó a beber la
chicha del maíz y les mandó no andar con mujeres mientras
fermentaba, porque de lo contrario no se pondría fuerte. Kemoko
también bailaba con los yukpa y les enseñ ó a cantar. Tenía muchas
casitas entre los yukpa. Una noche les mandó callar a todos y a
medianoche hizo crecer batata, cambures, yuca, ñ ame, caraotas,
quinchoncho, mucha comida. Les
enseñ ó a quemar el monte para sembrar, y para que salgan muchas
nubes que rieguen la semilla. Les dijo:
–Si ustedes son como Atancha y Atumsha y se hacen malos, me
marcharé de aquí también, como lo hice en Manastara.
Vivió como un añ o con ellos, se hicieron malos y se marchó
tam- bién de allí.
(De Villamañ á n, 982: )

osemma y los cultivos de los yukpa


Después vino Osemma. Era chiquito y contrahecho. Vino tocan-
do una flauta y trajo mucha comida. Antes había poca comida:
maíz, yuca, cañ a de azú car, plátanos. No quiso casarse con los yukpa.
Se fue. Volvió otra vez, tocando la flauta y les dijo:
–No peleen conmigo.
50
Los yukpa le hicieron una casita. Les enseñ ó muchas cosas. Les
trajo mucha comida: maíz, auyama, batata, de todo. Les dijo:
Literatura yukpa

–Cuiden bien el maíz. Yo les voy a hacer bollitos.


Hizo muchos bollitos de maíz para todos. Comieron los
mayores, comieron los chiquitos, comieron todos. Les enseñ ó a
hacer chicha fuerte y a bailar, y les dijo:
III

–Tomen chicha para ponerse fuertes y para que se curen los enfer-
mos. Después Osemma les dijo:
–Me voy.
Se fue y no volvió más. Ahora solo se nota que pasa cuando hay
terremoto; pero cuida siempre de los cultivos de los yukpa.
(De Villamañ á n, 982: 0)

el origen del maíz cariaco


En cierto lugar había dos asentamientos cercanos. Un día un hom-
bre desconocido llegó a uno de ellos. Su aspecto era sucio y
descuidado.

. Lugar: asentamiento Sokomba, resguardo Sokorpa. Narrador:


Enrique Martínez. Traducció n: Miguel Á ngel Bernal.
Tenía cabellos y barbas largas. Iba acompañ ado por una mujer. En esa
época la gente no cultivaba sino que se alimentaba de las plantas y
fru- tas silvestres que encontraban en el monte.
Cuando vieron al hombre nadie quiso recibirlo, así que él y la mu-
jer que lo acompañ aba buscaron donde pasar la noche a las afueras
del asentamiento. Al día siguiente, la mujer preparó chicha para
desayu- nar. Cuando estaban desayunando un niñ o del otro
asentamiento que venía se asomó donde estaban ellos. Al verlo, el
hombre y la mujer le dieron de probar la chicha que habían
preparado. El niñ o tomó , regre- só a su asentamiento y allí contó lo
que le había sucedido. Mientras tanto, el hombre le dijo a [su]
compañ era:
–Ya que aquí no nos quieren, vámonos para el otro asentamiento.
Y así lo hicieron. Luego del desayuno empezaron a caminar. La
gente de la comunidad que no quiso recibirlo se pasó el día hablando
sobre ese hombre, comentando lo sucio y feo que se veía y preguntán-
dose de dó nde venía.
Dicen que este hombre era el Unano, el maíz cariaco y la mujer 5
que lo acompañ aba era Kurekch, la ardita. É l había llegado para dejar-
le a los yukpa la semilla de maíz cariaco. También se dice que donde

1. Historias de origen
él se paraba a orinar, nacía maíz, fríjol gandul, ahuyama y totumo. Allí
donde él salía y regaba la tierra nacían estas plantas.
Como a aquellos del asentamiento donde había llegado el Unano
no acostumbraban comer más que comida silvestre, cuando encontra-
ban las matas que nacían por efecto de la orina del hombre, las arran-
caban y botaban las maticas. Por eso cuando este partió los condenó a
pasar hambre, ya que se había dado cuenta de lo que sucedía.
Cuando la comunidad donde había regresado el niñ o se enteró de
la presencia del Unano, fueron a su encuentro y lo invitaron a que-
darse con ellos. É l al comienzo rehusó la invitació n, pues pensaba que
podía repetirse lo sucedido en el otro asentamiento. Después de que
varias personas le pidieron que se quedara, él aceptó . Entonces la co-
munidad se puso de acuerdo para no tratarlo como lo habían hecho
los del otro asentamiento. Una mujer que sabía bastante, intuyendo
que algo bueno traía el hombre, advirtió a los demás sobre el trato que
debían darles tanto al visitante como a su compañ era.
Así fue como lo invitaron a descansar en una de las casas. Le
ten- dieron una estera nueva y le ofrecieron comida. Mas la gente
de este
asentamiento, al igual que la del anterior, comían frutos silvestres,
algunas veces crudos y otras cocidos. Así que de estos frutos le
ofre- cieron al Unano.
É l ya sabía lo que comían ellos, por eso les pidió que dejaran
esa comida, que no cocinaran más de esos frutales, que los botaran, ya
que a cambio les iba a dar algo mejor. Agregó que confiaran en él y les
pidió seguir las instrucciones que les diera. Todos hicieron caso, pese
a que los niñ os empezaron a sentir hambre.
Les dijo que trajeran canasticos para darles aquello que había
anunciado, que eran granitos de maíz cariaco. Les advirtió que a cada
uno le daría dos granos, pero que al cocinarlos lo hicieran en una olla
grande, pues de lo contrario le daría a él dolor de cabeza. Algunos
creyeron y otros no. Aquellos que no creyeron lo que el hombre
estaba diciendo pensaron que dos granos de maíz era muy poco para
dar de comer a toda la familia, pero se acercaron a recibirlos.
El hombre se esculcaba los cabellos y de ahí iba sacando los
52
gra- nitos de maíz para dárselos a la gente. A medida que iba
repartiendo los granos perdía estatura. Todos en el asentamiento,
muy conten- tos, cocinaron los granos de maíz como el hombre les
Literatura yukpa

había indica- do. Aquellas mujeres que no creyeron y cocinaron en


ollas pequeñ as, consiguieron que estas se llenaran y el maíz se regara
sobre la ceniza, razó n por la cual al hombre le dio dolor de
cabeza.
III

Al día siguiente, el hombre de la semilla de maíz invitó a todo el


mundo para que bailaran en círculo y se puso muy contento.
Enton- ces les fue contando todo lo que debían hacer para cultivar
maíz. Les enseñ ó có mo se debía coger la mazorca cuando está biche, y
como se debía cocinar. Y así fue. Al ver bailar a todo el mundo se
veía como el maíz que sembramos, moviéndose junto con las plantas
en la roza, la ahuyama, el gandul y toda clase de sembrado.
Después del baile él les dijo:
–Mañ ana se va a hacer chicha dulce.
Era para repartir entre todos. Y en efecto al día siguiente hicieron
la chicha dulce hasta que amanecieron y bailaron otra vez. Eso sí,
hi- cieron la chicha en una canoa grande para que alcanzara. Después
de la chicha dulce, hicieron la chicha fuerte para que ellos
aprendieran. Luego bebieron y bailaron de nuevo. Al día siguiente
el hombre del maíz les dijo:
–Ya que ustedes saben todo lo que se debe hacer para sembrar
maíz, me voy.
Y les advirtió que cuando él cogiera el camino, volvieran a organi-
zarse como si fueran a bailar ya que iban a sentir un temblor de tierra.
Les dijo que cuando esto sucediera se iba a abrir la tierra y que en me-
dio de las grietas sembraran dos granitos de maíz. Para entonces él se
había reducido de tamañ o y había quedado bien pequeñ ito. Y tal como
lo advirtió , todo sucedió cuando él salió del asentamiento.
Así fue como se sembró la semilla del maíz cariaco. La ardita se
quedó . Por eso es que cuando hay cosecha de cariaco ella siempre
es la primera en probar las mazorcas, pues así lo dejó dicho el
Unano cuando vino a traer la primera semilla. Esa es también la razó n
por la que los yukpa celebran la fiesta del maíz cariaco, para agradecer
una buena cosecha que traerá otra mucho mejor.
(Gó mez, 998: 7-77)

53
Cómo Purihma engañó a los yukpa
Cuando Kemoko sacó a los yukpa del sangrito (manéracha), les

1. Historias de origen
hizo una casa grande donde cada uno vivía con su mujer. Kemoko
les buscaba comida. Cuando Kemoko estaba fuera buscando plátano
(kurántana) para los yukpa, Purihma les trajo plátano no comestible
(kinía). Purihma engañ ó a algunos diciéndoles que él era Kemoko,
y les ofreció plátano no comestible. Los que lo comieron se
quedaron para siempre en el monte como los yukpa, los barí y los
guajiro. Los que comieron de los plátanos que trajo Kemoko se
hicieron blancos, má s inteligentes, y aprendieron a hacer muchas
cosas.
(De Villamañ án, 982:
2)

Kemoko envía un diluvio a la tierra


Los yukpa y toda la gente estaban siempre peleando y robando
mujeres. Kemoko siempre les aconsejaba que vivieran en paz, pero
no hacían caso. En las fiestas de los chicheos se peleaban duro y se
mataban por las mujeres. Kemoko desde el cielo lo veía. Para castigar
a los malos abrió unos depó sitos grandes que hay en el cielo, y toda
la tierra se inundó . Solo se pudieron salvar los que se refugiaron en
Tetare, arriba por el río Atapshi, por Manastara muy arriba.
Cuando se repusieron levantaron una montañ a grande de barro para
salvarse; pero Kemoko abrió otra vez los estanques y la montañ a de
barro se deshizo. Entonces se dispersaron todos y volvieron a
pelear. Los ba- chacos (kayavu) les cambiaron las lenguas y no se
entendían, porque hablaban como animales. Antes todos hablaban
como los yukpa. La gente todavía continú a así, hablando de forma
distinta y peleándose como los animales.
(De Villamañ á n, 982: 5)

54
Literatura yukpa
III
2. Historias de sol y Luna

el día y la noche
En el comienzo del tiempo, había dos soles, uno de los cuales salía
cuando el otro se ocultaba.
Un día Kopecho (femenino) invitó a uno de los soles a un festival.
El Sol asistió ; sin embargo, no intentaba bailar.
Kopecho había preparado una gran fogata y se puso a bailar ante
el Sol en una forma tentadora. É l se sintió muy atraído por la
danza- rina. Se levantó y fue hacia ella. Pero él no había visto que
detrás de la fogata había un abismo en forma de pozo profundo, lleno
de carbones ardientes. Allí cayó el Sol antes de alcanzar a
Kopecho.
Estando el Sol muy acostumbrado al calor, no se quemó . Trepó
y salió fuera del abismo. Sujetó a Kopecho por las caderas y la arrojó
al agua. Kopecho se transformó en un sapo y desde aquel día ha
vivido dentro del agua. El cuerpo del Sol, no obstante, se tornó
55
blanco y sus ojos se convirtieron en carbones ardientes. Este sol
regresó al firma-
mento y allí se convirtió en Luna. Así fue como comenzó la noche y
el día.

2. Historias de Sol y Luna


El Sol y la Luna son hermanos (celestiales), pero no se llevan muy
bien. A las estrellas, que pertenecen a la gente del Sol, no les gusta
la Luna, porque una vez la Luna rehusó darle una estrella a una de
sus muchas hijas. Cada vez que ellas caen sobre la Luna, es para
golpearla. La Luna se inclina o desciende rápidamente y entonces
se hace muy pequeñ a.
El hijo de la Luna es también una estrella, pero no se le puede ver.
Tampoco pueden verse las muchas hijas de la Luna, ni a su esposa,
porque permanecen en casa. La Vía Lá ctea es el camino (senda,
hue- lla) del Sol y de la Luna.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 325-326)

sol (Vicho) y Luna (Kunu)


Sol y Luna eran dos hombres yukpa que vivían con sus mujeres.
Peleaban mucho y se comían [a la] gente. Kemoko les puso como un
sello en las nalgas para que brillasen. Una vez se perdió un yukpa y
llegó donde vivía Sol. Este tenía una mujer señ orita. Estaba escondida
en el monte, segú n la costumbre de los yukpa. Sol tenía ganas de
co- merse al yukpa perdido, y le dijo que tenía una hija señ orita
escondida en el monte debajo de una paila; le invitó a casarse con ella
para matarle después y comérselo.
Al rato llegaron los hijos de Luna y le vieron y fueron a decírselo a
su padre. Al yukpa le llamaban Mushú tunshi y así también él llamaba
a los demás. Luna quería salvar al yukpa y mandó a sus hijos que fue-
ran a llamarle para que viniese donde estaba él. Cuando Sol vio a
los hijos de Luna y supo lo que querían, les dijo:
–Pueden llevarse a Mushú tunshi, pero me lo traen aquí otra vez.
Los hijos de Luna se lo llevaron a su padre, pero este le
advirtió :
–No vuelvas, porque Sol quiere comerte.
Entonces Luna le guió por el monte hasta que encontró otra
vez el camino de su casa entre los yukpa. Cuando Luna tiene halo
es que está en casa con su mujer. No se le puede mirar, puede caer
como una chispa y matar al que está mirando.
56
(De Villamañ á n, 982: 5-6)
Literatura yukpa

el hombre que fue al mundo del sol y de Luna


III

Una vez un hombre salió de cacería y se encontró un zaino. É l


se fue detrás de ese animal porque quería flecharlo. Si el zaino subía
una loma, el hombre seguía detrás. Al flecharlo cuando llegaron a la
cima, los demás animales que estaban por ahí salieron corriendo y el
hombre no los pudo alcanzar.
Cuando este iba a regresar, no encontró las huellas ni la trocha
por donde había subido. Se quedó ahí parado pensando y buscando
por donde era que él había subido y como había hecho para llegar allí.
Andaba de un lado para otro, iba y venía buscando la trocha pero
no la pudo encontrar.
De pronto oyó que alguien estaba cazando guacamayos. Pensó que
por ahí estaba otro hombre y fue en busca de él y llegó donde estaba el
Sol. Como este estaba cazando al guacamayo, el cazador lo
encontró subido en lo alto de un á rbol. Al verlo, el Sol le pidió que
mirara para arriba. Entonces el hombre preguntó :
–¿Quién eres tú ?
Y el Sol le respondió que lo esperara allí mientras se bajaba. Y
antes de responder la pregunta, el Sol dijo:
–¿Tú eres un venado?
El hombre, un tanto confundido, respondió :
–¿Có mo se le ocurre decirme eso?
Pero el Sol, confundiéndolo con un venado, le preguntó de
dó nde venía y el cazador insistía que él no era un venado. El Sol,
sin inmu- tarse, le pidió que le recogiera una flecha que se le había
caído por ahí, en el suelo, y al hombre no le quedo más remedio que
hacer lo que el Sol le pidió .
Cuando encontró la flecha, se dio cuenta que era una culebra y
le dijo al Sol que no podía cogerla, puesto que eso no era una flecha
sino una culebra. Pero el Sol respondió , un poco irritado, que sí era
una flecha puesto que él había flechado con ella un guacamayo.
Entonces él mismo recogió su flecha y se comió el guacamayo que
había cazado. Luego el Sol lo invito a su casa, pero el hombre
57
respondió que él
se encontraba allí de cacería y deseaba regresar a su asentamiento.
El Sol le explicó que ya no podía regresar a su casa porque ahora se

2. Historias de Sol y Luna


encontraba en otro mundo. Entonces el cazador empezó a sospechar
que nada bueno le esperaba, puesto que el Sol insistía en que él era un
venado y le decía:
–Venado, vámonos a la casa.
Y el hombre insistía:
–Yo no soy venado, yo soy una persona.
Al fin el hombre se fue con el Sol. Antes de llegar, el Sol le pidió
que lo esperara un momento allí en el camino, y se adelantó para avi-
sarles a los hijos que traía un venado, un animal grande, una presa
buena. Así que los hijos se fueron a buscarlo, pero en lugar de encon-
trar un venado encontraron al cazador.
Los hijos del Sol lo condujeron hasta su casa. Cuando llegó lo invi-
taron a entrar, obedeciendo al papá. Una vez dentro de la casa, le invi-
taron a sentarse sobre una estera que le tendieron para que descansara.
Mas este rehusó a sentarse sobre aquello extendido en el suelo ya que
era una culebra y no una estera.
Y aunque le insistieron en que se sentara a descansar, él no
quiso y les dijo que no podía sentarse sobre una culebra viva. Pero
todos
le respondieron que allí no había ninguna culebra y que aquella era
una estera. Entonces el cazador decidió salirse al patio y se sentó allí.
Mientras tanto, el Sol había empezado a afilar un machete.
El hermano del Sol era Luna. El Sol lo mandó buscar con uno de
sus hijos para que fuera a ver el venado que había llevado a casa, ya
que quería compartirle su carne. Cuando el muchacho llegó a casa de
su tío Luna le dio la razó n de su papá, pero le comentó que él
pensaba que aquel no era un venado sino una persona. Luna
preguntó al sobrino que dó nde había encontrado su hermano ese
venado, y el muchacho respondió que por allá abajo cuando el Sol
había ido de cacería. Mien- tras conversaban caminaron rumbo a
la casa del Sol.
Al llegar Luna, el Sol le contó con orgullo que había llevado un
venado, un animal grande, una presa buena. Se sentaron a conversar y
en medio de la charla, Luna dijo:
–Por qué no me prestas el venado para llevarlo, que las hijas mías
lo quieren ver.
58
El Sol respondió :
–Bueno, llévelo pero tráigalo enseguida que lo quiero matar para
Literatura yukpa

hacer un sancocho.
Entonces la Luna llamó al cazador diciéndole:
–Vamos, que las hijas mías lo quieren ver.
Apenas salieron, Luna le preguntó :
III

–¿Por qué llegaste por ahí si no eres un venado, sino una persona
que vives en otro mundo debajo de este mundo?
Y el hombre le explicó có mo era que había ido a dar a casa del Sol,
mientras Luna le reiteraba que el hermano lo quería matar. É l se ale-
gró de que Luna lo ayudara.
Al llegar a la casa de Luna, este lo presentó a sus hijas como un
hombre que vivía en un mundo que se encontraba debajo de ese otro.
Y las hijas preguntaron:
–¿El tío qué va a hacer con este hombre?
Y Luna explicó que lo iba a matar porque el Sol creía que era un
venado, pero que él era una persona. Al tiempo que fue hablando
pi- dió que lo escondieran dentro de las ollas grandes que tenían. Así
fue como metieron al hombre en la mitad de una de las ollas más
grandes. Mientras tanto, el Sol estaba esperando en su casa con el
machete listo y afilado. Como su hermano tardaba en regresar con
el cazador,
mandó uno de sus hijos a buscarlo a casa de Luna, pues hacía rato que
se lo habían llevado. Le dijo que trajera el venado para matarlo.
Cuando el muchacho llegó donde Luna preguntando por el
vena- do que había cazado el Sol, Luna le dijo que eso no era un
venado sino una persona y que ya se había ido. Y agregó que ese
hombre casi lo había matado porque llevaba una flecha.
El muchacho regresó a su casa y le narró al Sol lo que su tío le
había dicho. El Sol se enojó con su hermano, pensando que a lo mejor
Luna no había dejado escapar el venado sino que lo tenía escondido
por ahí. Así que decidió enviar a otro de sus hijos a recuperar su presa.
Pero al igual que el primero que había ido a buscar al hombre, este
regresó con la misma noticia.
El Sol estaba muy bravo y aseguraba que el hombre se encontraba
en casa de su hermano Luna. Decidió él mismo ir a buscarlo
porque estaba oliendo a carne, pensando que a lo mejor Luna había
escondido al hombre en alguna parte dentro de su casa.
Cuando llegó reclamó furioso que le devolvieran el venado,
pues 59
él sabía que se encontraba escondido porque olía a carne. Entonces
Luna le dijo:

2. Historias de Sol y Luna


–Si está oliendo, bú squelo. Vaya busque. É l no está , ya se fue.
El Sol empezó a buscarlo justo por donde estaban las ollas. Busco
una por una, y cuando llego a la mitad donde estaba el hombre metido,
Luna dijo:
–¡Que se rompan las ollas!
Y las ollas se reventaron y se rompieron.
Luna preguntó al Sol por qué buscaba allí y por qué actuaba así.
Le reclamó por haber roto las ollas que eran de su mujer. Y lo retó
a pelear. El Sol aceptó y pelearon hasta enojarse tanto que parecía
se fueran a matar, pues siguieron peleando hasta que cogieron el
ma- chete.
La esposa de Luna les dijo que no pelearan con machete
porque de pronto se mataban y había más problemas. Se metió en
el medio, los apartó y los hizo a un lado. Y el Sol siguió discutiendo
hasta que Luna le dijo:
–Váyase y no se acerque otra vez por aquí.
Pero el Sol, fingiendo que regresaba a su casa, se quedó rondando
la casa de su hermano. Luego se subió a un árbol desde donde veía la
casa de Luna y allí se quedó . Y Luna, que lo conocía, advirtió a las
hijas que no sacaran al hombre porque de pronto su hermano venía
otra vez con intenció n de matarlo.
Las hijas de Luna preparaban comida y le daban de comer al hom-
bre. Pero la comida era diferente, era siempre fría. Como las hijas
de Luna eran solteras, decían:
–Casémonos con ese hombre ya que no tenemos marido. Así
que le avisaron al papá que querían vivir con el hombre.
Luna les dijo que si ellas querían vivieran con él, pero que debían
recordar que él no era ni del Sol ni de la Luna, sino que era musutus,
de los que viven en otro mundo debajo de ese mundo. De todas
maneras ellas decidieron casarse con el hombre. Entraron en la olla
donde se encontraba y se quedaron una noche las dos allí con él. Al
poco tiempo quedaron embarazadas.
Después el hombre se fue a escondidas del Sol. Salió de su
escon- dite y Luna le enseñ o el camino por donde podía regresar a
60
su casa. Cogió el camino y recordó de donde había venido; pero
había dejado una familia, pues las hijas de Luna quedaron
embarazadas.
Literatura yukpa

(Gó mez, 998: 37-48)


III

. Lugar: resguardo Iroka. Narradora: María Franco.


Traductores: Luis Alfonso Wepa y Federico Mejía.
3. Historias mortuorias

Cómo los yukpa quisieron acabar con Karavu


Una vez los yukpa encontraron una mujer sola. Se llamaba
Téne- cha. Los yukpa dijeron que era Karavu. Andaba cantando
sola, lejos en el monte. Los yukpa se acercaron. Ténecha estaba
cantando y decía que el mundo se iba acabando y que los yukpa se
iban muriendo. Los yukpa lo oyeron bien y dijeron:
–Vamos a matar a esa mujer.
Al otro día le tiraron cuatro flechas y cayó muerta. Se fueron, pero
al otro día la encontraron viva otra vez. Estaba cantando lo mismo. A
los diez días estuvieron soñ ando y volvieron a matar a la mujer.
Volvie- ron a verla viva y cantando lo mismo. Pasaron otros diez días.
Soñ aron otra vez. Fueron y la mataron. La partieron en pedacitos y
botaron la carne por todas partes, pero al otro día amaneció cantando.
Pasados otros diez días la volvieron a matar, la descuartizaron y la
botaron por un barranco. Soñ aron otros diez días. La mujer estaba
6
cantando
otra vez. Se fueron, la mataron otra vez. Amontonaron mucha leñ a y
la quemaron. Todo se volvió cenizas, pero encontraron una piedrita

3. Historias mortuorias
redondita, muy bonita. Se dijeron:
–Esta es la mujer.
Botaron la piedrita lejos, pero amaneció en el mismo sitio. La
bo- taron muchas veces, pero amanecía siempre en el lugar donde la
que- maron. Entonces dijeron:
–Vamos a enterrarla bien abajo.
Hicieron el hoyo, la enterraron y allí se quedó .
(De Villamañ á n, 982: 2-3)

Cómo Kemoko se fue al cielo


Kemoko-Amorétoncha tenía otro hermano que vivía lejos y se mu-
rió . Los hijos de Kemoko junto con su madre querían comer[se] al
muerto. Eran ocho. Kurumacho mandó a sus hijos que fueran a buscar
la carne de su tío. Se fueron. Hurgaron el cadá ver y salió un líquido
hediondo. En una totuma se lo llevaron a su mamá. Lo bebió y les dijo:
–Vayan a buscar más.
Se fueron y volvieron con una totuma muy llena y se lo bebieron
todo. Por la tarde Kemoko llegó muy cansado. Su mujer le ofreció
chicha (tuka) en la totuma. Se lo tomó ligero. Pidió más y lo bebió más
despacito. Kemoko dijo a Kurumacho, su mujer:
–¿Por qué está hedionda esta totuma? ¿No habrán ido los mucha-
chos a buscar al muerto? Voy a ver allá .
Se fue y encontró a los muchachos hurgando y volteando el muer-
to. Volvió y regañ ó muy duro a su mujer. Kurumacho se cayó como
muerta. Los muchachos se pusieron a llorar y decían:
–Mamaíta se murió .
Kemoko le dijo a Kurumacho:
–Tú no estás muerta. Párate.
Ella se levantó y dijo:
–Tú me regañ aste mucho.
Kemoko le dijo:
–Esa carne no se come porque es familia. Ya no te regañ o más.
Al otro día Kemoko se fue a pescar al río Atapshi (río Negro).
Los muchachos con su mamá se prepararon los chamarros para volar.
62
Okoshpe lo hizo primero. A los dos días habían volado todos los ocho
con su mamá. Kemoko volvió del río con el pescado y encontró la casa
Literatura yukpa

vacía. Se decía: «¿Por qué se habrá n ido esos muchachos?».


A los ocho días los muchachos estaban tristes y dijeron:
–Vámonos a buscar a papá, que se ha quedado solito.
Bajaron y le estuvieron buscando. Cuando lo encontraron, Oko-
III

shpe le dijo:
–Ven para arriba, papá. Allá está muy bonito.
Le prepararon un chamarro de plumas como el que tienen los
zamuros. Ellos lo iban sosteniendo por debajo hasta que aprendió a
volar solito. Subieron, subieron muy alto hasta que llegaron al cielo.
Encontraron un huequito y cayeron dentro. Kemoko no se dio cuenta
cuando cayó allá. Había muchas casas muy bonitas y muchos zamuros
(kurumacho), pero allí son todos como personas. Son muy
inteligentes. Kemoko con su mujer Kurumacho y sus hijos tenían sus
casitas apar- te, como formando un pueblito muy bonito.
Se les acercaron un día otros zamuros para pelear con ellos, pero
los hijos de Kemoko tenían allí muchos amigos y les trajeron
mache- tes. Así pasaron varios días, queriendo pelear; pero Kemoko
les dijo:
–No vamos a pelear, dejémonos de esas cosas. Vamos a vivir en paz.
Se quedaron todos muy contentos y Kemoko no volvió má s a la
tierra. Por eso a Kemoko-Amorétoncha se le llama también «Maih-
pore».
(De Villamañ á n, 982: 3-4)

Por qué ahora mueren los yukpa


Una vez se murió un yukpa que quería salvar a sus hermanos de la
muerte. Traía una totuma grande de agua del otro mundo.
Llamaba a su mujer para que retirara su cuerpo muerto, pues le
daba mucho miedo; pero llamaba desde lejos y su mujer no le hizo
caso.
Se le acercó una culebra. É l dijo a la culebra que má s bien
estaba llamando a la gente para que se bañ ara con el agua que
traía, pero la gente no le hizo caso. El bañ o era para dar la
inmortalidad. Junto con la culebra se acercó también el grillo. Se
bañ aron y por eso se rejuve- necieron cambiando la piel. Lo mismo
63
hizo el cangrejo. La gente hu- biera disfrutado de la inmortalidad si
hubiera hecho caso. Viendo que
la gente no venía, se fue diciendo que no volvería nunca más. Por eso
la muerte viene sin remedio para todos los que no quisieron bañ arse

3. Historias mortuorias
con el agua que les traía el muerto.
(De Villamañ á n, 982: 9)

Así es la vida de los muertos


Los muertos (okatu o hereptu) buenos pueden visitar a sus fami-
liares, defenderles contra los malos y atenderles en sus enfermedades.
Había una vez dos hermanos. El mayor tenía dos mujeres. Una de
las mujeres se enamoró del hermano menor y este se la llevó . El
mayor se puso muy bravo y preparó un chicheo para matarlo. Al
llegar el hermano menor, todos le cayeron encima y le mataron. La
mujer, que estaba con él, se escondió . Cuando envolvieron el cadáver
en hojas de bijao, la mujer estaba mirando desde el monte. Ellos se
fueron. El oka- tu del muerto se acercó tocando la flauta. La mujer lo
oyó y se quedó esperando. El okatu se le acercó y le dijo:
–¿Está s aquí?
Ella le contestó :
–Sí, estoy aquí.
É l le dijo:
–No me mires el cuerpo, mírame solo los pies.
Venía envuelto en hojas pegadas a todo su cuerpo. La mujer fue
caminando con el muerto. Lo iba siguiendo, pero a veces se le
perdía de vista porque se lo llevaba el viento. Entonces le dijo el
okatu:
–Sígueme por donde te dejo la señ al.
Así fueron caminando y se encontraron con un palo negro. El oka-
tu decía que era un animal, un cochino de monte. Más adelante se
encontraron con una tortuga y le dijo el okatu:
–Cuidado que viene el
enemigo. La mujer decía:
–No es un enemigo, es una tortuga.
La mujer le fue siguiendo tres días de camino. Ella se quedaba
en el monte sola por la noche para descansar. El okatu continuaba
cami- nando por el monte. La mujer le decía:
–¿Por qué no duermes y descansas?
64
Pero el okatu le dijo:
–Nosotros no necesitamos dormir porque nunca nos cansamos.
Así es la vida de los muertos.
Literatura yukpa

(De Villamañ á n, 982: 22-23)

Atantocha, el sepulcro y la roca


III

Cuenta María que los yukpa acostumbran enterrar dos veces a los
que se mueren, y que para hacer el segundo entierro se hace una fiesta
en luna llena.
Hace tiempo, algunos atantocha se reunieron para hacer la
fiesta del desentierro. Primero prepararon chicha fuerte. Luego
llamaron a toda la comunidad y durante toda la noche celebra-
ron la fiesta. A las seis de la mañ ana se fueron, sacaron al muerto,
volvieron a sus casas y reiniciaron el baile que duró un rato, y otro
y otro más. Después regresaron al lugar del desentierro, bailaron
un rato, y algunos ya cansados de trasnochar dijeron que llevaran
rápido el muerto a las peñ as donde descansan los antepasados que
han llevado antes.
Cuando llegaron a las peñ as, había muchos atantocha. Algunos lle-
garon con la mujer, otros con los hijos y otros solos, dejando a la
mujer
y a los hijos. Allí había unas rocas inmensas. En esas rocas se entierran
definitivamente los muertos.
En esta ocasió n cuando llegaron al cementerio, a las rocas grandes,
un grupo entró y con ellos una señ ora que estaba embarazada. Enton-
ces la roca se derrumbó , y los atantocha quedaron dentro, encerrados
con todos los muertos que habían llevado allá .
Cuando sucedió esto los que estaban afuera se preguntaban cuál
era la causa por la que los otros se habían quedado allí. Algunos ya
sabían que una señ ora había entrado estando embarazada. Y es que
así no se puede entrar al cementerio porque está prohibido. Una
mujer embarazada no puede entrar a las rocas donde se entierran los
muer- tos.
Como ahí se quedaron encerrados algunos de los que habían par-
ticipado en el baile, los que estaban afuera miraban a través de unos
huequitos sin poder explicarse có mo era que se habían quedado ence-
rrados entre esas piedras. Aquellos que se encontraban dentro dijeron
que no podían salir y que se sentían como si estuvieran castigados en 65
una cá rcel.
Los que quedaron afuera intentaron sacarlos, pero no pudieron.

3. Historias mortuorias
Al día siguiente, los que quedaron atrapados pidieron que les llevaran
comida ya que pensaban que no podrían volver a salir. Cuando regre-
saron a sus casas aquellos que habían quedado afuera contaron todo
lo sucedido.
Después de explicar có mo se habían quedado atrapados los
demás, pidieron comida, para que se pudieran mantener con vida
dentro de la peñ a.
Y regresaron a las rocas llevando comida. Había maíz, malanga,
ahuyama, yuca y hasta una olla de barro y candela para que los atanto-
cha encerrados cocinaran. Todo cuanto llevaron lo entregaron a
través de los huequitos. Como los muertos se encontraban alrededor,
los que se quedaron encerrados los acomodaron amontonándolos a
un lado.
Todos estaban tristes por la muchacha que estaba en embarazo. La
familia fue a verla, la mamá, el hijo y el abuelo. Pero la mamá de la mu-
chacha estaba muy triste y lloraba al ver que su hija se había quedado
atrapada dentro de la roca.
Así duraron muchos días. Y los que no quedaron encerrados les
seguían llevando comida, pero ellos ya estaban aburridos ahí dentro.
Un día se apareció un pájaro llamado metze, y ellos se preguntaron
cómo y por dó nde había llegado allí. Entonces un grupo de atantocha
se fue a averiguar.
Caminaron atravesando huecos. Anduvieron y cuando regresaron
les dijeron a los demás que habían caminado por un hueco como tres
días y se habían devuelto. El pájaro regresó varias veces. Así lo
hizo durante los días siguientes con cierta regularidad.
Sucede que el pájaro metze, ese que llaman murciélago, estaba in-
dicá ndoles un camino de salida. Ellos, viendo aquella señ al, se reu-
nieron y decidieron seguir al pá jaro. Así fue como encontraron una
salida, pero llegaron a una tierra que no conocían y se perdieron.
Esto fue lo que sucedió a los atantocha que quedaron atrapados
en la roca. Por eso cuando se hace baile de desentierro las mujeres
embarazadas no pueden entrar a las rocas donde se dejan los
muertos.
(Gó mez, 998: 22-27)

66
Literatura yukpa
III

. Lugar: resguardo Iroka. Narradora: María Franco. Traductor: Á ngel García.


4. Historias de señores de la naturaleza

el origen del fuego


En el principio los yupa no tenían fuego. Un día un hombre se
internó en el bosque y tropezó con dos piedras y se cayó cerca de
un arbusto de algodó n. Inclinándose y tomándolas en su mano, las
estu- dió por un rato. Luego las tiró alegremente a un lado, para
continuar su camino. Repentinamente vio a un hombre extrañ o de
pie, junto a él. El extrañ o se presentó como el dueñ o de las piedras
y preguntó al yupa la razó n por la que no se había llevado consigo las
piedras; era la primera vez que él había visto tal cosa.
El yupa replicó que no había tenido la menor idea de qué hacer
con ellas. El extrañ o rió ante esto.
–No son piedras ordinarias –explicó –. Estas son piedras de fuego-
wehra-tami (pedernal-cuarzo-piedra de chispa).
Con esto, él golpeó las piedras una con otra y mostró al hombre
ató nito có mo se puede atrapar a la chispa saltante en el algodó n.
67
Luego
le dio las piedras al yupa y mandó [que] se las llevara a casa (porque en
las montañ as había más de ellas). Le advirtió , sin embargo, que debe-

4. Historias de señores de la naturaleza


ría tener extremo cuidado para no dejar caer las piedras en las manos
de mujeres que estuvieran en su período de menstruació n, ni dejarlas
que manejaran el fuego que surgía de las piedras, no fuera que todas
cayeran enfermas. Con esto, el extrañ o desapareció .
Era el «Señ or del fuego». De aquel día en adelante los yupas pose-
yeron el fuego.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 326-327)

Atantoche y el pez
Esta es la historia del pescado. Cerca de un asentamiento
yukpa, creció un manantial. Entre la espuma del manantial se
escuchaba llo- rar un niñ o. Una mujer que había ido en busca de
agua encontró al niñ o envuelto entre la espuma. Ella pensó : «¿De
quién será este niñ o?».
Se acercó y lo sacó del agua. Mientras regresaba a su casa llevando
al niñ o, iba preguntando a todos los que se encontraba por el camino
de quién era ese niñ o. Preguntaba que si se había perdido algú n niñ o,
pero le respondían que no, que todos estaban completos. Así fue
que
la mujer se quedó con él pensando que quizás alguien aparecería a
recogerlo.
Al día siguiente, cuando amaneció , parecía que hubieran pasado
dos meses pues el niñ o estaba más grande. Todos en el asentamiento
decían:
–Vean este niñ o, amaneció más grandecito.
Cada día el niñ o crecía má s y má s. A los tres días caminó solo. A
los ocho días había alcanzado la estatura de un niñ o de cinco añ os.
Todos los días la mujer que lo había recogido le daba chicha y comida.
También le daba maíz cariaco, yuca y carnes de pá jaro, y el niñ o
co- mía. Así pasaron varios días, y el niñ o crecía y crecía. Como ya
estaba má s grande, decía «papá » y «mamá ».
Un día, cuando el niñ o había completado el tamañ o y las habilida-
des de un joven, la mamá le dijo que no tenían carne, yuca, ni maíz.
Entonces él pensó ir a coger pescado allí donde la mujer, a quien
ahora llamaba mamá, lo había encontrado. Para entonces a él ya lo
vestían como yukpa, es decir, con mantas largas como era
68
costumbre.
Cierto día, cuando la mujer se fue al río en busca de agua, el joven
Literatura yukpa

la acompañ ó . Cuando llegaron a la orilla, el muchacho se zambulló . La


segunda vez que se sumergió , salió y le dijo a la mama:
–Aquí hay peces, hay sardinas.
La mujer, extrañ ada, le respondió que en ese río no había peces ni
III

sardinas. Pero él insistía diciéndole:


–Aquí hay peces y yo quiero sacar algunos para que ustedes co-
man.
La yukpa le dijo que tuviera cuidado al zambullirse, ya que a
ella le daba temor que al botarse al agua se fuera a perder en el río. É l,
para tranquilizarla, le respondió :
–No se preocupe, mamá. Yo sé dó nde están las sardinas y los peces.
Al rato de estar zambulléndose, el muchacho salió y le entregó
a la mamá algunas sardinas que había cogido. Una vez regresaron a
la casa, la mujer le contó a su marido que el muchacho había
sacado sardinas donde cogían el agua. Ellos empezaron a sospechar
que ese muchacho no era como los yukpa, sino que era parecido al
río. De repente se les dio en pensar que quizás ese muchacho era el
Ywatpo de los Peces, es decir, el «Señ or de los peces».
Al principio, cuando el muchacho sacó sardinas solo las comieron
los de la casa. Luego ellos cocinaron bastantes sardinas y las
repartieron entre todas las casas del asentamiento; por ello todos
preguntaron de dó nde habían salido esas sardinas, si era sabido que
por ahí no había pescado. La pareja que había cuidado al joven explicó
a los demás que él era quien había sacado las sardinas del río. A todos
les pareció muy bueno. Agradecieron el regalo, al tiempo que
pensaban que aquel mu- chacho era un sabio.
Otro día, el joven sacó un pez grande parecido a un bocachico.
Cuando lo llevaron al asentamiento lo repartieron crudo. La gente co-
mentaba que ese muchacho cada vez sacaba los peces más grandes.
Pero seguían preguntá ndose dó nde habría nacido ese joven. Y así,
cada vez que él iba al río traía pescado a casa.
Hasta que un día el papá pensó que lo mejor era pedirle a toda
la comunidad que lo acompañ aran a pescar, para que ellos mismos
ayu- daran a llevar el pescado que el muchacho sacaba. Entonces el
yukpa comentó con el muchacho, que ya era como su hijo, lo que
había pen- sado y a este le pareció buena la idea y sugirió que cada
uno llevara un kataure vacío hasta la orilla del río. 69
Así fue. Cada uno llevó su kataure y se fueron al río. Cuando

4. Historias de señores de la naturaleza


llegaron el muchacho, que ya estaba zambulléndose para buscar
los peces, pedía a la gente que le pasaran el kataure y lo sacaba
llenito de pescado. Llegaron muchas personas, mujeres y
hombres, y el muchacho sacaba los pescados vivos. Eran bastantes
y de varias cla- ses. Todos comieron y estaban muy contentos. Y
prepararon chicha.
Al muchacho empezaron a rondarlo las muchachas, tanto las de
su asentamiento como las de otros más lejanos. Pero siempre que una
mujer iba con su hija para ofrecérsela, él rechazaba a la muchacha ar-
gumentando que era muy difícil vivir con él.
Así sucedió en varias ocasiones, despertando la envidia de aque-
llos que vivían alrededor. Pero una muchacha del asentamiento, que
se había enamorado del joven, insistía en vivir con él, hasta que él
le confesó que no podía casarse porque él no era yukpa, como los
demás, sino un pez.
Así, la gente de los alrededores prohibió que alguna mujer fuera a
vivir con él, pues pensaban podría dejar una semilla extrañ a por allí.
No querían coger raza de él, porque decían que era como un
animal. Aú n así, la envidia había crecido mucho en los demá s.
Un día, en otro asentamiento prepararon chicha fuerte para hacer
baile. Invitaron al Señ or de los peces y a los papás de este, pero
sola- mente para hacerle maldad, pues habían decidido destruirlo ya
que no podían casar a ninguna mujer con él; además nunca habían
sabido de dó nde había venido.
Cuando la chicha estuvo lista todos fueron al baile. Pero la
inten- ció n de los demá s era matar a ese hombre. Los yukpa, que lo
habían cuidado desde niñ o, lo querían como a un hijo, por ello lo
cuidaban bastante. Ya en el baile todos bebieron y se emborracharon,
hasta los papás del hombre. Bailaron, bebieron y se emborracharon,
todos. Pero él no bebió nada. Y estando en ese baile, todos, menos
los papás, de- mostraron que no estaban de acuerdo con la
presencia de él.
Se armó la discusió n y luego la pelea. Con un arco le pegaron al
Señ or de los peces en la cabeza. Mientras sangraba y los padres lo
limpiaban, él les dijo que estuvieran tranquilos pues sabía có mo de-
fenderse y por tanto se iba a desquitar. Dijo también que eso para
70
él no era nada.
Cuando amaneció , aquellos que le habían hecho la maldad se des-
Literatura yukpa

pertaron en otro lugar. Todo estaba lleno de pasto, de montañ a y


no había con qué mantenerse. Los yukpa que lo habían cuidado
también se despertaron en otro sitio distinto al de su asentamiento,
pero a dife- rencia de los demás, ellos tenían con qué sobrevivir. Y el
III

Señ or de los peces se fue sin regresar nunca.


Dicen los yukpa, que desde entonces los peces tienen la cabe-
za como rajada, por el golpe que le dieron con un arco de cacería al
«Ywatpo de los pescados» en ese baile.
(Gó mez, 998: 28-36)

. Lugar: resguardo Iroka. Narradora: María Franco. Traductor: Á ngel García.


5. Historias de animales

el zorro chucho
Una noche zorro chucho llegó a un asentamiento, pero iba conver-
tido en una persona. El zorro solo aparece de noche. Los hombres no
estaban, se habían ido de cacería a las montañ as.
El zorro se le presentó a una mujer idéntico al marido y con la mis-
ma voz. Traía lo que había cazado y también la flecha, y le entregó
lo que traía a la mujer. Pero todo era apariencia. Esa noche la mujer
dur- mió con el zorro. Después de haber tenido relaciones con él,
murió .
Cuando los hombres volvieron a salir de cacería, luego de lo suce-
dido, prepararon a las mujeres por si regresaba el zorro. Les dijeron
que por la noche se recogieran en lo alto de una troja. También les
dieron una cabuya larga y les advirtieron que si llegaba lo amarraran.
Al llegar la noche, las mujeres se recogieron en la troja. Y llegó el
zorro, nuevamente transformado en uno de los hombres de la comu-
7
nidad, preguntando dó nde estaban. Ellas respondieron que allí donde
las habían dejado, y lo invitaron a subir a la troja. Entonces lo ayudaron
a trepar y una vez estuvo arriba entre todas le amarraron las manos.

5. Historias de animales
El zorro preguntaba por qué lo habían amarrado, mas las muje-
res no respondieron nada y así lo mantuvieron hasta la madrugada.
A medida que pasaban las horas, el que había regresado convertido
en hombre se iba transformando en zorro. Hasta la voz le empezó a
cambiar y tuvo que quedarse callado. Y amaneció convertido en zorro.
Cuando llegaron los hombres, lo primero que le cortaron fue el
sexo, ya que tenían mucha rabia con él por lo que había pasado con la
primera mujer a la que engañ ó . Luego lo mataron.
Antes de que le dieran muerte, el zorro cantaba una canció n,
acompañ ado del carrizo. En esa canció n decía que él podía coger
las cosas sin importar en medio de quién estuviera.
(Gó mez, 998: 52-54).

. Lugar: Cañ o Padilla El Koso. Narradora: Carmen


Rosa Chiriamo. Traductor: Julio Rafael Vence.
yamore, el engañador
Un día los yupa invitaron a la gente de una tribu vecina a una fies-
ta. Cuando los huéspedes llegaron, Yamore, el jefe de la tribu yupa,
fue a saludarlos. É l los dejó acercársele y entonces comenzó a agarrar-
los por las piernas y los lanzó por los aires, uno tras otro. Aterroriza-
dos, todos lloraron.
Antes que estos gritos pudieran llegar a oídos de sus amigos, todos
ya habían sido transformados en pá jaros.
Desde aquel día ha habido pájaros y cada tipo diferente de pájaro
tiene su propia canció n.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 328).

La araña
Dice la historia que anteriormente la arañ a era gigante, tenía apa-
riencia de yukpa y tejía la telarañ a como una trampa para cazar ani-
72
males.
Una vez un yukpa andaba de cacería por ahí, se enredó en la tela-
rañ a sin darse cuenta y así cayó en la trampa. A medida que caminaba,
Literatura yukpa

cuando ya iba saliendo del monte, la arañ a jalaba y el hombre volvía a


aparecer en el mismo sitio donde se había enredado. Entonces se pre-
guntaba qué era lo que sucedía. Y pensaba de esta manera: «Me voy y
aparezco en el mismo lugar. ¿Qué es esto?».
III

La arañ a, sintiendo que su tela se movía, mandó al hijo para ver


qué era lo que había caído. El hijo se fue y se encontró al yukpa. Al
verlo le preguntó qué hacía por allí, y él le dijo que había caído en la
trampa. El hijo de la arañ a lo ayudó a desenredarse y le dijo que se
fuera rápido porque la arañ a lo mataría si lo veía. El hombre salió
corriendo.
Al volver el hijo de la arañ a, esta le preguntó qué había
sucedido. El hijo contó que casi lo había matado un hombre que se
encontraba armado y que se había ido corriendo por ahí. La arañ a
decidió ir tras del hombre. Lo perseguía rastreá ndolo por el
olfato.
En su carrera el hombre se encontró má s adelante con el ñ ame.
Este al ver al hombre se cocinó , y dio de comer al hombre advirtiéndo-
le que se diera prisa porque algo venía tras él y se lo quería comer. Le
recomendó que se escondiera en un cultivo de maíz que estaba cerca.
Y el hombre se escondió .
Cuando la arañ a llegó donde el ñ ame dijo:
–Por aquí huele a carne humana.
Pero el ñ ame negó que por allí hubiera cruzado el hombre. Y ella le
aseguró que por allí había pasado el hombre, puesto que le olía a
carne humana. El ñ ame le dijo a la arañ a que debía ser por ahí, y le
señ aló por otro lado.
La arañ a se metió al mismo cultivo de maíz, pero por un
camino distinto al del hombre. El maíz y la cañ a empezaron a moverse
y a ra- jarse hasta que mataron a la arañ a y la partieron por la mitad.
Por eso es que la arañ a es así, partida por la mitad.
(Gó mez, 998: 49-5)

La samaya y el chupaflor joseantoniocarbonellblanco


2010-08-25
Lo que cuenta Carmelo es có mo llegó el algodó 21:33:52
n a las manos de
--------------------------------------------
los yukpa. La costumbre entre los yukpa es que cuando a una
joven le viene la primera menstruació n hay cursiva
que llevarla al monte,
73
lejos del
asentamiento, construirle una casita con ramas, como un nido grande,
y encerrarla donde nadie la pueda ver, salvo la abuela o la mamá . Se

5. Historias de animales
acostumbra llamar samaya a la mujer en este momento de su vida.
Dice la historia que una vez a una muchacha que se acababa de
desarrollar la habían encerrado en su nido. Ella tenía [un] tiempo de
estar allá cuando llegó un chupaflor transformado en persona. É l
se puso a conversar con la samaya. El chupaflor, que llamamos
Kush- nash, le propuso a la muchacha hacer el amor. Pero no se
podía, ya que ella estaba en su encierro por aquello del desarrollo.
Dicen que el chupaflor le rogó mucho a la samaya y como esta no le
aceptó , se fue.
Al día siguiente, volvió y se puso a conversar con ella diciéndole:
–Si aceptas hacer el amor conmigo, te voy a hacer un regalo
bien grande.
Y la muchacha, sorprendida, respondió :
–¿Pero cuál regalo bien grande?
Entonces el chupaflor le dijo:

. Lugar: Cañ o Padilla El Koso. Narradora: Carmen


Rosa Chiriamo. Traductor: Julio Rafael Vence.
–Ustedes tienen un algodó n pero no es muy fino, ya que se
pudre muy rápido; por eso te voy a regalar uno que dura mucho.
Mira, una manta tejida con ese algodó n puede durar dos o tres añ os
sin dañ arse. El pájaro se fue y la samaya se quedó pensativa. Al rato
Kushnash,
el chupaflor, volvió y le repitió lo que le había pedido, y le advirtió que
si no aceptaba su propuesta de amor no le iba a regalar el algodó n
fino. Y la muchacha dizque dijo:
–¿Pero có mo hago si yo estoy en el desarrollo?
Por lo que el chupaflor respondió :
–No importa.
Y así fue que los dos hicieron el amor y el chupaflor le trajo
algo- dó n, en parte sin hilar y en parte hilado. Luego la muchacha
preguntó :
–¿Qué hago yo con esto?
Y él le dijo:
–Yo te enseñ o a hacer la manta, có mo se hila, có mo se teje.
74
Y, en efecto, el chupaflor se puso a enseñ arle a la samaya a hilar y
a hacer manta. Le enseñ ó todo y ella aprendió . Mientras le
Literatura yukpa

enseñ aba le preguntó :


–¿Sabes por qué te estoy enseñ ando todo esto?
Y ella le preguntó :
–¿Por qué?
III

Y él le respondió :
–Durante estos días que voy a estar contigo, es probable que
salgas embarazada, entonces esto es para que prepares mantas
pequeñ as para el niñ o.
Ella se puso a trabajar. Como lo que ella había hablado con el chu-
paflor era secreto, mientras hilaba estaba pendiente asomándose por
los claros de las ramas de la casita para ver si alguien venía.
Cuando veía que alguien se acercaba [o] venía, escondía el trabajo
para que nadie se diera cuenta de lo que ella hacía allí.
Un día ella estaba distraída hilando [y] de repente se apareció la
abuelita en la puerta. Iba a llevarle comida. La abuelita se dio
cuenta [de] que ella estaba hilando algodó n. Y pensó de esta
manera: «Pero,
¿quién será que le trae a ella [el] algodó n que ella está hilando ahí?».
La abuelita pensó muchas cosas hasta que le preguntó qué
hacía.
Y la samaya le respondió :
–Yo siempre saco hebras de mi manta.
Y la abuelita, con malicia, le dijo:
–No, yo vi que hilabas.
Entonces la muchacha le respondió :
–No abuelita, es que yo saco hebras. Usted me vio así, pero yo
no estoy hilando.
Y la abuela le insistía que sí, porque ella la había visto hilando.
La revisó , pero no encontró nada y se fue. De nuevo regresó a
dejarle la comida a la samaya y la vio haciendo una manta
pequeñ a. Como el tejido lo tenía sobre unos palitos en forma de
telar pegados al piso, no pudo desbaratarlo, tampoco pudo
esconderlo, así que cuando la abuela llegó a la puerta se dio cuenta
de que ella sí estaba tejiendo. Y le preguntó :
–¿Quién te está trayendo ese algodó n?
Pero la muchacha no quiso decir nada. Después de que la abuelita
le rogó que le contara, ella dijo:
–Un pajarito, Kushnash, me trajo este algodó n en las paticas. É l
me dijo que yo estaba perdiendo tiempo aquí, que mejor me pusiera a
hilar y me puso este trabajo. 75
Entonces la abuela, intrigada, siguió averiguando con la muchacha

5. Historias de animales
có mo había llegado el chupaflor. Por lo que le preguntó :
–¿Pero de dó nde viene él?
Y la muchacha respondió :
–No sé, él viene y entra
aquí. Y la abuela le
preguntó :
–¿Pero en persona o como chupaflor?
Y la samaya le respondió que como pájaro porque le daba pena
decir la verdad. La abuelita sorprendida con la respuesta que la
mu- chacha le dio exclamó :
–¡Pero có mo!
Entonces se sentó y empezó a averiguar con la muchacha todo
lo que había sucedido en detalle. Luego de estar escuchando todo lo
que le contó la samaya se quedó pensativa un rato. Luego le dijo:
–Entonces, siendo chupaflor ¿có mo te enseñ ó a hilar? Porque con
las patas no puede hilar.
Ya la muchacha le confesó a la abuelita que Kushnash todo lo
había hecho transformado en persona. Entonces la abuela
preguntó :
–¿Como mujer o como hombre?
Y la samaya dijo que como un muchacho. La abuela, que se
había enterado de todo, regresó a casa, pero antes la muchacha le
pidió que no le contara a la mamá, al papá ni a ninguno lo que ella le
había confe- sado. Y la abuela se fue. Llegó a la casa, pero tal como le
había pedido la muchacha, no contó nada a nadie.
Durante el encierro la muchacha hizo bastantes mantas. Después
el chupaflor le trajo semillas y le enseñ ó cómo sembrarlas. Le dijo que
limpiara un pedazo de monte. Luego la llevó allí y mientras él sem-
braba ella miraba, y luego sembraba las semillas repitiendo lo que el
chupaflor hacía.
Cuando terminaron de sembrar el chupaflor le advirtió que no de-
bía volver allí hasta que él le dijera. También le dijo que, pasara lo que
pasara, no debía revelar quién le había hecho ese regalo. Así que
ella obedeció . Cuenta la historia que duró mucho tiempo sin ir al
sembra- do, hasta que un día el chupaflor volvió y le dijo:
–Ahora puedes ir al sembrado. Allá encontrarás, debajo de cada
arbusto, algodó n hilado listo para hacer manta.
76
Entonces ella fue y recogió el algodó n en una canasta y trajo el que
encontraba hilado debajo de cada palito.
Literatura yukpa

Cuando a ella ya la iban a sacar del encierro ella pensó : «¿Qué haré
con esto?».
Pues tenía un montó n de algodó n. Así que decidió esconderlo por
ahí en el monte. Y la abuela le preguntó :
III

–¿Qué vas a hacer con esas mantas?


La muchacha dijo:
–También las voy a dejar escondidas por acá.
Y la sacaron del encierro y ella volvió a su casa. Pero, mientras
tanto, un pájaro llamado Miscursa también se había dado cuenta de lo
sucedido durante el encierro de la samaya.
Cuando la samaya llegó al asentamiento, Miscursa estaba allí
transformado en persona. Y delante de todo mundo le preguntó
que quién le traía algodó n. Cuando los demás escucharon aquello
empe- zaron a preguntarle que có mo era la mata de ese algodó n, que
qué era aquello. Pero ella, recordando la advertencia del chupaflor,
no quiso decir nada.
Todos la molestaron mucho y, enojados porque ella no quería
decir nada, la amenazaron. Por eso ella contó todo. Les dijo que el
chupaflor
le había traído el algodó n y le había enseñ ado a hilarlo. También les
indicó donde se conseguía y les contó có mo era y có mo encontraba
hilado el algodó n debajo de cada mata.
Miscursa, que era muy envidioso, dijo que no le gustaba eso de
encontrar algodó n ya hilado y, botando el algodó n que la samaya tenía
hilado, dijo que mejor ella se encargara de enseñ ar a las demás
mujeres a hilar. Y eso fue lo que la muchacha hizo.
Un día luego de haberse descubierto en el asentamiento todo, la
samaya se fue a la roza sola, y estando en el sembrado se le apareció
de nuevo el chupaflor y le dijo:
–Como ese pájaro botó lo que te regalé, el algodó n que ibas a
en- contrar hilado, ahora ya no va a ser igual sino que vas a ir y vas a
coger algodó n de cada mata, lo vas a llevar en la canasta y lo vas a
trabajar como te enseñ é. Tampoco serán tuyos ni el hijo ni las
mantas que tejiste para él.
Y así fue. Por eso hoy en día no encontramos algodó n hilado en los
palos. Pero tampoco encontramos del otro algodó n, ya que los cultivos
77
se fueron acabando y hoy día solo quedan unas cuantas maticas por
ahí.

5. Historias de animales
(Gó mez, 998: 55-57)

La historia del fríjol y el oso


Segú n los yukpa que viven en la Sierra de Perijá , en el puro
prin- cipio del mundo, el primer yukpa, que se llamaba Atá tocha,
era muy buen amigo del oso andino, también llamado oso de
anteojos.
Dizque en el principio del mundo el yukpa tenía diversas comidas,
pero todavía no conocía [el] fríjol, que ahora es una de sus comidas
predilectas.
Un día el oso andino, llamado por ellos mashérhamu, vino a visitar
a su amigo el yukpa.
–A mí no me gusta comer yuca –le dijo el yukpa–, ni me gusta
el maíz tampoco. De toda la comida que tengo, la yuca, el maíz y el
plá tano, todo me fastidia.

. Lugar: asentamiento Sikakao, resguardo Sokorpa. Narrador:


Carmelo Gonzá lez. Traductora: Martha Gonzá lez.
–¿Por qué no te doy unos fríjoles que tengo en mi casa? –le dice
el oso.
–¿Fríjoles? ¿Qué son esos? Yo no los tengo.
–Pues yo te traigo algunos, los tengo en cantidades.
–¡Uy, sí! Vete en seguida.
Y se fue el oso para traerlos y volver al poco rato.
–Aquí los tienes, amigo. Siémbralos de una vez.
–Hoy y mañ ana los sembraré –le contestó el yukpa.
Y Atátocha los sembró . ¡En solo tres días creció mucho fríjol! Y así
es que el yukpa recibió el fríjol.
El niñ ito del yukpa era pequeñ o.
Un día el yukpa dijo:
–Voy a buscar maíz y yuca.
–Deja conmigo al niñ ito –le ofreció su amigo el oso–. Yo lo cuido.
–Bueno, pero por favor no le pegues.
–Listo– le contestó el oso, y se fue el yukpa con su esposa.
78 Ahí al lado había una olla llena de agua hirviendo. El bebé empezó
a llorar, y el oso se fastidió ; así que para callar al niñ o lo botó en la olla
de agua caliente.
Literatura yukpa

Entonces el oso pensó en las consecuencias de su acció n, y [se]


dijo: «Creo que mejor me voy. ¡Acabo de matar al niñ o! Cuando vuelva
el papá me matará con flechas. Mejor me alejo de acá». Entonces se fue
y se quedó en la selva.
III

Al rato regresó la pareja yukpa.


–¿Huy, dó nde está el niñ o? –dijo la mamá–. Me duelen los senos y
necesito amamantarlo. ¿Y dó nde está ese oso? ¿Por qué no está aquí?
Muy pronto encontraron al niñ o, muerto, en la olla de agua ca-
liente.
–¿Y por qué se lo diste al oso para que lo cuide? –le dijo a su espo-
so–. ¡Mira lo que le ha hecho!
–Uy, ese oso es tan malo –le contestó el hombre–. Vamos en busca
de él.
Y es por eso que los yukpa cazan al oso. Todavía se encuentra
en su sierra, y dicen que la carne es muy sabrosa. Se esconde en los
árbo- les, pero los yukpa lo bajan con sus flechas.
(ILV, 994: 4)
••
S E G UNd A PAR t E
P E N Í N S U L A dE L A G U A I R A
Wayuu
INtRodUCCIóN

Woümain

Los wayuu, «la gente», están profundamente ligados a la tierra


de sus ancestros; sus antiguos muertos, que también son lluvias que
fertilizan las semidesérticas sabanas y estepas de La Guajira, la pe-
nínsula más septentrional del subcontinente suramericano. Woümain
wayuukanainüa wapushuwa’aya, la tierra perteneciente a todos los
wayuu, está ubicada entre el actual extremo norte de Colombia y el
noroeste de Venezuela. Estudios paleogeográ ficos indican que
[…] durante el Terciario y posiblemente hasta finales de la orogenia an-
dina el macizo guajiro fue una isla. Luego, durante el cuaternario, el macizo
8
estuvo perió dicamente unido al continente durante las regresiones marinas

Woü main
contemporá neas de las glaciaciones […] en las fases intermedias, las sucesi-
vas transgresiones pudieron haber dejado nuevamente aislado el macizo total
o parcialmente. (Pérez, 990: 55).

En una bellísima versió n mítica, incluida en la presente antología,


Maleiwa, «el buen espíritu», distribuye los territorios entre sus
hijas, pero olvida otorgarle tierra a una de ellas. Para remediarlo hace
brotar La Guajira de las aguas de un lago «casi tan grande como el
mar». En esa extensió n inhó spita, barrida por el viento y salpicada de
arbustos, habitaba el Tiempo, Mensh, cuya mirada, a veces fija
sobre las ondas del lago, lo transformaba todo: «unas veces el mar
devoraba un trozo de tierra; otras se secaba una laguna y aparecía en
diferente lugar». Entonces la ú ltima hija de Maleiwa en recibir
tierra se paseó por el

. Segú n Miguel Á ngel Jusayú , en wayuunaiki la llamada «l» es intermedia entre


la l y la r castellanas. En este ejemplo, podría escribirse «Maleiwa» o «Mareiwa»,
aunque su pronunciació n se acerca más a la segunda palabra. Sin embargo,
a la hora de escribir respeto la preferencia por la l, que conservan la mayoría
de autores, incluyendo el reciente diccionario Pütchimaajatü. En los textos
compilados se mantiene la l o r, segú n la empleen los diferentes escritores.
borde del lago, anduvo por las desoladas tierras en donde solo soplaba
el viento y ondeaba el agua, y finalmente tomó la iniciativa de
unirse al Tiempo, con quien tuvo varias hijas. Una de ellas se unió a
Para, el espíritu del agua. De allí nacerían Juyá, el lluvia invernal, e
Iwa, la pri- mavera. Jepirach, el «Viento del Norte», tomó por esposa a
Iwa (Liwa) y de esa unió n surgieron los primeros pobladores de La
Guajira.
Las estimaciones paleo-geográficas y las narraciones mítico-lite-
rarias coinciden en la imagen de una Guajira fluctuante, sometida a
grandes fuerzas de la naturaleza, siempre vinculadas con un océano
que la parte, la muerde, la reunifica y la hace brotar al ritmo de la
atmó sfera y sus cambios climáticos. Los wayuu, quienes se reconocen
originarios de Woü main, saben mejor que nadie que sus territorios
siempre han sido difíciles y cambiantes.
Un grupo de hermanos wayuu son enviados por Maleiwa a poblar
la península. En el camino, poco a poco se van muriendo de sed y
82
de cansancio. En su intento por alcanzar el anhelado extremo norte,
al que finalmente ninguno llega, los hermanos terminan por
convertirse en las serranías bajas de Woü main. Los hermanos wayuu
Península de La Guajira

personifican una esforzada itinerancia, insolada y peninsular. Ese


tomar posesió n en la medida en que los muertos van marcando el
territorio, esa férrea voluntad de vida siempre al borde de la escasez
de agua dulce… todas son imágenes muy precisas de la fluctuació n
humana sobre una tierra Pulowi, tierra fascinante y devoradora –
como tan plásticamente lo ex- presan los wayuu–. Too’toria
Aapü shina, una oütsu (piache o chamán), ha expresado un aspecto
fundamental de la condició n de ser wayuu:
A nosotros, los guajiro, Maleiwa nos ha considerado
Maleiwa ha sido considerado con la tierra en donde vivimos…
Tenemos una deuda con él
A causa de esta deuda morimos por los wanülüü
Por ellos somos como cabras
Y los wanülüü nos buscan por todas partes […].

(Perrin, 993 [980]: 226).

Los wanülü son, entre otras manifestaciones, una suerte de es-


píritus de los muertos que vagan por la península flechando a
todos aquellos que osan transitar por territorios Pulowi, a quienes
caminan
por lugares solitarios durante la noche o infringen algú n aspecto
de la ley tradicional. Los wanülü, asociados con el dolor y la
muerte, también suelen identificarse con los extranjeros o alijunas,
aunque en esencia parecieran ser los cobradores de esa deuda
original que para los wayuu representa vivir en un territorio
celosamente cus- todiado por mú ltiples tipos de seres
sobrenaturales, sus pobladores originarios.
Para Rafael Segundo Mercado Epieyú , poeta y lingü ista wayuu,
[…] ser wayuu es pensar como wayuu; pensar como wayuu es seguir
respetando todos los valores culturales, es seguir respetando a los mayores,
es sentarse en una madrugada y escuchar a los abuelos; es seguir respetando
la palabra y haciéndola cumplir, porque todo lo que se dice, se tiene que
hacer. Pero también un wayu deja de ser wayuu cuando este está perdiendo
todos estos valores; lo que le permite ser wayuu. (Mercado citado en Rocha
Vivas, 2009: 229).

Es precisamente esa relació n profunda y respetuosa con la palabra


83
la que enriquece cualquier concepció n o aproximació n a lo que deno-
minamos literatura, pues si bien es cierto que el concepto de literatura

Woü main
surgió y se desarrolló en contextos distantes y diferentes, también es
cierto que los escritores wayuu renuevan las prácticas literarias favo-
reciendo la continuidad creadora de un cosmos cultural en donde la
elaboració n de la palabra, escrita y oral, es uno de los ejercicios que
confiere mayor prestigio en esa dimensió n de ser «verdaderamente
wayuu».
En realidad, es por medio de la palabra que el wayuu afianza a dia-
rio su pertenencia al territorio tradicional, concebido como una totali-
dad palabra-ser-estar-hacer. En tal sentido, la actual literatura wayuu
cumple, entre otros roles, con el de sensibilizar y profundizar en la
comprensió n de las relaciones que el wayuu expresa en temas como
su pertenencia a una cultura mú ltiple y fluctuante –cual Pulowi–, o
su forma de interpretar las relaciones con los alijunas, relaciones que
el poeta Miguelángel Ló pez ha denominado «contrabandeo de
sueñ os».
. Una concepció n no muy lejana de la azteca-mexica o la pawnee,
para algunos de cuyos líderes religiosos los seres humanos debíamos
pagar con nuestra sangre el privilegio de la vida, expresado en el
movimiento cíclico de astros como el Sol, la Luna y Venus.
De hecho, Woü main («nuestra tierra»), el territorio ancestral wayuu,
es un espacio vital que se ha venido transformando al cada vez más
veloz ritmo de las dinámicas del comercio, la colonizació n, el
choque y la alianza con los llamados alijunas.
Ahora, el hecho de que en la actualidad Woü main se encuentre
virtualmente repartida entre las administraciones estatales de Colom-
bia y Venezuela, no implica que el wayuu desplace a un segundo plano
su identidad ancestral, aunque sí la impacta. Cierto día, una estudian-
te wayuu me confesó visiblemente afectada que veía que todo lo que
no pudieron hacerles antes, es decir, conquistarlos, estaba pasándo-
les ahora. Y es que aproximadamente a partir de los añ os ochenta,
la
«Dama Guajira», tan olvidada antes, recibió un aumento en su condi-
ció n de fuente de «recursos» que los intereses transnacionales tasan
con signos pesos. Toda la extensió n de símbolos, puertas de entradas,
encuentros furtivos y sueñ os; toda la extensió n que aú n «adeudan» los
84
wayuu a las deidades… casi toda la extensió n es hoy por hoy objeto de
descomunales extracciones de carbó n, gas, petró leo, mariscos; tam-
bién de una desaforada corrupció n política, cuya distorsionada
Península de La Guajira

imagen apenas comienza a verse reflejada por medio de una nueva


conciencia crítica, expresada en relatos como «Manifiesta no saber
firmar» (Si- manca, 2006) y «El dulce corazó n de los piel cobriza»
(Siosi, 2002).
Bien es sabido que del lado de Venezuela, y debido al auge comer-
cial y petrolero, una gran cantidad de wayuu se concentraron tempo-
ral y permanentemente como trabajadores de clase media-baja en el
área urbana de Maracaibo. En el lado colombiano pueden identificarse
dos y hasta tres subá reas en la península: la Alta, y la Media y Baja
Guajira, en donde el contacto con los alijunas es constante, tanto en la
capital administrativa, Riohacha, y la capital indígena, Uribia, como
en Maicao, pueblo-mercado, y en Manaure, el pueblo de la extracció n
de sal. A partir del Cabo de la Vela y hacia el extremo norte de
Woü - main, el territorio cambia de «sabana xeró fila» a «estepa
semiárida», y se hace más difícilmente accesible, sobre todo durante la
temporada de lluvias. Puerto Estrella, Puerto Bolívar y Bahía Portete
son tres de los puntos de contacto e intercambio comercial
marítimo en la Alta Guajira. Por su ubicació n, tales puertos ocupan
aú n hoy una posició n estratégica en el comercio con el Caribe y las
Antillas, islas coloniza- das desde siglos atrás por franceses,
alemanes, ingleses y holandeses,
de quienes se cuenta que durante la carrera colonialista abastecieron
de armas y pó lvora a los wayuu, interesados como estaban en deses-
tabilizar el expansionismo del Imperio españ ol. Pero la Alta Guajira
es más que un centro de resistencia y contrabando; es ante todo lugar
de origen. Los orígenes de los wayuu están expresados en sus playas
de caracoles, los cementerios sobre los que el viento sopla la sal de la
memoria profunda, las serranías bajas como la famosa Serranía de la
Macuira, un ecosistema-oasis que se levanta hú medo en medio de es-
tepas semidesérticas y dunas de arena fina barridas por vientos
cálidos y abrazadores.
En una de las tantas versiones mítico-literarias, la Macuira
(Makuira), poblada de á rboles frutales, pastos y agua dulce, evoca a
la primera mujer wayuu, Wolunka. Los alaülaya (mayores) cuentan
que Wolunka se bañ aba en una de las lagunas de la Macuira,
cuando le fueron flechados y destruidos los dientes que protegían su
vagina, lo que posteriormente propició el inicio de las relaciones
sexuales y por tanto, la multiplicació n de la gente.
85
En la actualidad, los territorios wayuu colindan con los de los wiwa
y kogui en la Sierra Nevada de Santa Marta (Citurna), y con los de los

Woü main
yukpa en el extremo nororiental de la cordillera andina. En Venezue-
la, el á rea de la laguna de Sinamaica es hogar de otro grupo vecino
y más afín, el de los añ ú , a quienes los nativos de Woü main
denominan paraujanos. Algunas teorías apuntan a la posibilidad de
que los wayuu, presionados por grupos carib de las Guayanas,
migraran hacia la pe- nínsula de La Guajira; algunas narraciones
sugieren la posibilidad de que los wayuu migrantes hayan desplazado
a indígenas iku– (arhuacos), o a sus antepasados, hasta las
estribaciones de la Sierra Nevada. Por otro lado, aunque los
indígenas cocinas o kusina son frecuentemente descritos como un tipo
de wayuu cazador, recolector y montañ ero –el típico poblador de la
Serranía de Cocinas–, no son pocos los wayuu que afirman que los
kusina eran otra gente, a quienes frecuentemente se combatió o
capturó , llegando a incorporarlos a modo de sirvientes (piyuna), en
respuesta a su supuesta costumbre de robar alimentos, animales,
niñ os y mujeres.

. Al preguntar sobre los kusina, una wayuu me respondió contá ndome la


historia de Chamaa, una mujer de senos descubiertos de quien decían que
Hoy en día los wayuu son el grupo indígena más numeroso
tanto en Colombia como en Venezuela, aproximándose al medio
milló n de personas. Hasta el siglo pasado se les conoció como
«guajiros». En el presente, guajiros son los mestizos costeñ os
oriundos de La Guajira, mientras que el wayuu se identifica
principalmente por su relació n con los ancestros-cementerios-
territorio, el habla del wayuunaiki, el respeto por la palabra y su
filiació n especial a uno de los clanes (o e’irükuu) que se hereda
por vía materna.

Wayuunaiki

El wayuunaiki, la lengua de los wayuu, pertenece a la familia


lin- gü ística arawak, que se extendió desde las Antillas, frente a la
Florida, hasta el límite de Argentina y Paraguay y desde las
86 montañ as de los Andes hasta el océano Atlántico. En su obra de
982, Villegas y Rive- ra señ alaban aproximadamente cuarenta
grupos de filiació n arawak, algunos de ellos en peligro de extinció n
Península de La Guajira

en Colombia, Brasil, Gua- yana francesa, Perú , Surinam y


Venezuela. En el caso colombiano, y abiertos a la posibilidad de que
surjan nuevas conclusiones, se cree que otros grupos cuyas lenguas
poseen raíces arawak son los achagua, baniva, curripaco, piapoco,
tariano, kabiyarí y yukuna.
La tarea de construir un alfabeto unificado de esta lengua es un
campo en el que se destacan, entre otros, los esfuerzos en gramática y
escritura de Miguel Á ngel Jusayú , escritor invidente fallecido en 2009,
y de José Á lvarez, investigador alijuna relacionado con los importan-
tes aportes, en lo que respecta a los estudios wayuu, de la Universidad
del Zulia en Maracaibo, Venezuela.

se llevaba a los niñ os. Cabe incluso la posibilidad, segú n lo plantea Miguel
Á ngel Ramírez, joven filó sofo del clan Ipuana, de que los kusina fueran en
realidad los yukpa, grupos de origen carib con prá cticas afines a los wayuu,
como por ejemplo el segundo entierro y el encierro ritual de la pú ber.
. Considerando el proyecto que actualmente desarrolla la multinacional
Microsoft, es probable que junto con el quechua sur-peruano, el wayuunaiki
sea otra de las lenguas nativas americanas que contará con una versió n
propia del sistema operativo Windows. Situació n que contrasta con
el bajo nivel de acceso, incluso a un computador pú blico, en muchas
En el propó sito de Miguel Á ngel Jusayú de publicar relatos bi-
lingü es a dos columnas, con notas especiales tanto para el lector en
alijunaiki (españ ol) como en wayuunaiki –veá se Achi’kí (Jusayú ,
986)–, subyace la idea de fomentar la lectura entre los wayuu.
Es, pues, un hecho educativamente orientado que limita, por otro
lado, con el proyecto nacional de cultura del libro, tal como en la
actuali- dad se fomenta en muchas de las naciones del hemisferio.
Si bien los relatos se preservan por este medio, paralelamente, por
fortuna, los wayuu continú an prefiriendo la transmisió n oral, tan
vulnerable en muchos casos, dado el actual impacto generacional de
las narraciones audiovisuales, específicamente las que provienen del
ya omnipresen- te televisor. Al consultar desprevenidamente a los
jó venes wayuu que tienen acceso a libros desde la escuela, y en
especial durante su paso por las universidades urbanas, muchos de
ellos coinciden en que el papel de la literatura wayuu escrita es, ante
todo, el de dar a conocer sus valores y pensamientos a manera de
puente. Mas solo en contados casos –al menos entre quienes
87
actualmente estudian en Bogotá– los
escritores wayuu son puntos centrales de referencia. Las principales
fuentes en la mayoría de consultas e investigaciones, provienen aú n de

Wayuunaiki
sus familiares: tías, tíos, primos mayores, padres, y, sobre todo, abue-
los maternos. Los alaülaya, los mayores, continú an ocupando un lu-
gar preferencial entre los jó venes wayuu identificados con su cultura.
En este punto quiero mencionar, antes de presentarlos más adelan-
te, a algunos de los nuevos escritores y escritoras wayuu (y de origen
wayuu), quienes sin ser necesariamente hablantes de su lengua co-
nocen o son sensibles a las categorías del pensamiento tradicional, y
desde allí –frecuentemente en españ ol– generan una conciencia crítica
intercultural que en momentos de excesiva permeabilidad favorece la
autoconciencia colectiva wayuu. Me refiero en poesía a Miguelángel
Ló pez Hernández, má s conocido por el heteró nimo de Vito
Apü sha- na, y en narrativa, a Vicenta María Siosi Pino y a Estercilia
Simanca Pushaina.
En el poema titulado «Culturas», Miguelángel Ló pez deja claro
que si el jayeechimajachi (cantor oral tradicional) canta a los que lo

regiones de La Guajira. De hecho, uno de los problemas de base para


su realizació n es la falta de consenso a propó sito de un alfabeto
unificado.
conocen, en tanto que «su lengua nos festeja nuestra propia historia»
y «sostiene nuestra manera de ver la vida», él, en cambio, escribe las
voces del colectivo «para aquellos que no nos conocen / para
visitantes que buscan nuestro respeto […]». El acto de compartir esa
voz colecti- va que adquiere un tono individual en la escritura en
españ ol, y que al mutar al formato de libro se torna en objeto de
miradas que trascien- den el entorno nativo, López lo denomina
«contrabandeo de sueñ os». Y claro, ese contrabandear, tan
característico de los hombres wayuu, es y ha sido una de las
herramientas más eficaces contra muchos in- tentos de controlar-
anexar sus territorios, primero por interés de los españ oles y luego
por la obsesió n nacionalista de las administraciones controladas por
criollos y, más adelante, por mestizos.
Concebir la literatura, especialmente la poesía, como un ejercicio
de contrabando es reconocer por un lado su valor vanguardista para
los propios wayuu –acostumbrados a que el wayuunaiki y la palabra
88
se hablan y cumplen en un nosotros exclusivo–, y, por otro, potenciar
des- de «lo poético» el papel de la palabra como estrategia de
pervivencia, ejercicio de resistencia y puente entre culturas. Más aú n
Península de La Guajira

cuando escri- tores como Ló pez son uno, dos (Vito Apü shana y
Malohe) y muchos; no del todo wayuu ni del todo alijuna.
El nosotros exclusivo busca ampliarse en un nosotros inclusivo
que parece acortar distancias y facilitar la comprensió n de las
diferencias. Es ciertamente un contrabandeo de sueñ os con «alijunas
cercanos» (Ló pez, 992); y alijunas más cercanos de lo pensado, si
reconocemos el anuncio de otro poeta wayuu, Rafael Mercado Epieyú ,
cuando dice:
[…] algo muy importante que está sucediendo en la cultura wayuu, es
que un alijuna deja de ser alijuna cuando respeta y practica las costumbres
wayuu, y el wayuu abandona su ser wayuu cuando deja de respetar y
practicar sus costumbres. Esto solo lo entiende un abuelo, porque los jóvenes
dicen que son wayuu, sin pensar como wayuu. (Rocha Vivas, 2009:
230).

Wakuipa wayakana wayuukana (nuestro modo de ser como wayuu),


es un concepto que abarca el territorio, las personas y sus costumbres
ancestrales. La cultura wayuu tradicional posee su esencia en el respe-
to, conocimiento y cumplimiento de las palabras que vienen caminan-
do desde incontables generaciones atrá s.
Así pues, no basta con que los jó venes sean hablantes de sus propias
lenguas, si esa condició n de ser hablante nativo no brota a partir de
sen- tidos interiores –las llamadas raíces– en cuya exteriorizació n y
puesta en práctica es irremplazable la orientació n de los mayores. El
wayuu posee la fortuna de contar hoy por hoy con diversos espacios y
pro- puestas para renovar y mantener vivos los sentidos de mundo
inmersos en su lengua, el wayuunaiki. Pero, al igual que en otras
comunidades contemporáneas, en tanto se reconozcan como
aborígenes, sus lenguas y oraliteraturas parten y se proyectan desde
unos comunes aunque di- versos orígenes ancestrales. Y de aquí que
me atreva a sugerir que la relevancia de la actual literatura wayuu no
depende tanto de su reco- nocimiento nacional y mundial, como del
impulso al reconocimiento interno que pueda generar en las nuevas
generaciones wayuu. Si bien es importante que se destaque lo
alfabéticamente escrito, es esencial que se fomente aú n más la
transmisió n oral, las formas gráficas propias, el contacto directo, la
palabra de compañ ía con los alaülaya, quienes se balancean en sus
chinchorros entre el aquí y el allá, entre el antes y el después que
penden de los postes de las enramadas. 89

Memoria, resolució n, ideació n y curació n


memoria, resolución, ideación y curación

Hasta el presente, los wayuu se precian de no haber sido


conquista- dos. De hecho, sus relaciones con los españ oles fueron
inicialmente de intercambio comercial, y la fundació n de Nuestra
Señ ora de las Nieves
–más adelante Santa María de los Remedios– en el Cabo de la Vela, así
como de Sü chimma –más conocida como Riohacha–, respondieron en
parte al interés por monopolizar la fiebre extractora de las perlas. Los
mismos wayuu se las proveían primero a los españ oles y luego a los
de- más comerciantes y colonos europeos, quienes a cambio les
entregaron cabras, chivos, gallinas, caballos, burros, armas de fuego, y
al parecer esclavos secuestrados en Á frica. Así, aunque las
campañ as militares de «pacificació n» se intensificaron en varios
periodos entre los siglos XVI y XVIII, y la població n y estructura social
de los aguerridos habi- tantes del desierto se vieron afectadas,
lograron mantener a raya a los españ oles, gracias a su movilidad y
dispersió n en un territorio de por sí inhó spito. Replegados,
discriminados, y en un estado de constante
lucha de guerrillas, los wayuu supieron adaptarse a los nuevos
tiempos, convirtiéndose muchos de ellos en pastores de grandes
rebañ os y en hábiles y temidos jinetes. Algunas investigaciones como
la de Johannes Wilbert (970), permiten pensar que el oficio del
pastoreo, y parte de lo que generó en las líneas de descendencia y
estratificació n social, fue en cierta medida un aporte y una
reinterpretació n de prácticas traídas por africanos (asimilados o en
contacto con los wayuu) que antes de ser esclavizados habrían sido
pastores en sus comunidades de origen.
Como acertadamente lo señ aló Michel Perrin (980), el
etnó grafo francés, el conjunto mayoritario de los relatos, sobre todo
los que él mismo recogió , por su énfasis en historias de cazadores
dan la im- presió n al lector de que los wayuu aú n se encuentran en
una fase de cazadores-pescadores. Si bien esta fase persiste en los
wayuu de la costa, es entre ellos «menos prestigiosa» comparada con
las actividades de los pastores del desierto. Segú n lo reconocen los
90 mismos wayuu, existe una tensa dualidad entre quienes son de
mar, los pescadores o apalanchii, y quienes son de desierto o
sabana, los arulejushii. Sin embargo, la forma en que el wayuu anasü
Península de La Guajira

(rico) mira al wayuu mujusu (pobre) es aú n más abismal cuando se


refiere al llamado kusina, de quien los personajes de los relatos
suelen hablar como poca cosa. El kusina luce como alguien que se
alimenta de cardó n sancochado y de animales de monte, a diferencia
del agricultor y pastor, que no vacila en considerarse de mayor
estatus. De allí lo sorprendente de un relato recogido por Milcíades
Chaves, en cuya trama un kusina, tenido por menos, sobresale con
su pequeñ o caballo que se hace grande y veloz hasta superar en
competencia a los arrogantes jinetes wayuu.
Un acercamiento detallado a los escritores, narradores y canto-
res wayuu debe considerar el e’irükuu, o clan que se hereda por la

. Si la estratificació n social ya era un hecho entre los antiguos wayuu, lo es aú n


más hoy en día debido al aumento de la població n urbana, y al enriquecimiento
de una clase política aliada con las administraciones locales y departamentales,
entre otros factores de primer orden. Por ejemplo, «autoridades» wayuu que
engañ an y roban a su misma gente –a propó sito de los recursos de transferencia
girados por el Estado–, y mujeres wayuu que ya «no conciben» a sus hijas casadas
con wayuu –al menos los wayuu que no tienen recursos econó micos como los
alijunas–. Estos son rasgos preocupantes, que sumados al alcoholismo, el suicidio
y el alistamiento en grupos armados ilegales, dejan al descubierto abismos sobre
los que es necesario tender puentes. La literatura wayuu es uno de estos.
carne, es decir, por la madre; por supuesto, teniendo en cuenta que
«estos pueden definirse como categorías de personas que comparten
una condició n social y un antepasado mítico comú n pero que jamá s
actú an como colectividad» (Guerra, 998: 5). Las también
llamadas castas son motivo de algunos relatos en los que Maleiwa –
y preferi- blemente un mensajero suyo, como el pájaro Utta– asigna
un animal distintivo, especie de tó tem, a cada uno de los subgrupos.
Así, además del animal o animales representativos (pues puede ser
más de uno) a cada clan se le suele identificar con un signo cuya forma
está inscrita en una piedra de la Alta Guajira. Le escuché decir a un
académico que visitó la piedra, que los signos fueron hechos con
herraduras de caba- llo y que eran de origen europeo, hipó tesis que
disminuyó el interés de los investigadores por hallar una codificació n
simbó lica ancestral en los actuales signos de clanes.
En realidad, la escritura wayuu se encuentra al margen de un sis-
tema convencional tipo alfabeto, en los kannas (kannasü), diseñ os pic-
tó ricos que suelen plasmarse en los tejidos tradicionales, como susu
9
(mochila de colores vivos), kapatera (mochila grande para viajes), süi
(chinchorro) y siira (faja del hombre). Se trata de diseñ os que repiten

Memoria, resolució n, ideació n y curació n


formas de la naturaleza (animales, plantas, ó rganos, estrellas, pisadas,
rastros, etcétera) o que recrean formas abstractas con base en combi-
naciones de colores. «Un inventario riguroso de los diseñ os wayuu, se-
ría un inventario de la biodiversidad y de los recursos naturales de su
ecosistema, además de dar testimonio de la vocació n narrativa wayú »
(Vásquez y Correa, 992: 266).
No hay consenso sobre el nú mero pasado y presente de clanes,
pero se calcula que hoy son más de veinte. Para mencionar algunos de
ellos relacionados con los escritores wayuu: los Jusayú se relacionan
con la serpiente cascabel, los Pushaina con el cochino y la hormiga, los
Aapü shana con el zamuro, los Epiayú con el venado, los Jayariyú
con el perro, los Ipuana con el caricare o halcó n guajiro, los Girnú
con el zorro y los Uriana con el tigre y el conejo (atpanna).
En lo que respecta a la elaboració n de la palabra, práctica central
en la caracterizació n de toda literatura, pueden destacarse los siguien-
tes roles en la cultura wayuu. El eirajüi (o eirasü, cantor/a tradicional),
quien canta para acompañ ar una actividad o expresar un sentimiento.
El canto no es necesariamente verbalizado: puede ser solo meló dico;
si
es verbalizado en españ ol, hoy en día predomina la canció n ranchera
entre los mayores y la canció n vallenata entre los jó venes. Ahora bien,
el canto tradicional o jayeechi solo es practicado en wayuunaiki, con
fines diversos que fluctú an desde lo mítico-histó rico hasta lo lírico-
narrativo. Sin embargo, Ramó n Paz Ipuana afirma, en su introducció n
a Mitos, leyendas y cuentos guajiros, que la tradició n ha venido «cabal-
gando sobre el lomo de los jayeechis (cantos guajiros), trayendo en sus
alforjas multitud de historias y leyendas» (972).
En esta antología incluyo un ejemplo lírico-narrativo, cantado
por Sergio Cohen Epieyú en el desarrollo del Encuentro con los
Ma- yores Wayuu, organizado por el Programa de Interacciones
Multi- culturales de la Universidad Externado de Colombia. Sergio,
quien es invidente al igual que otro grande de la palabra wayuu –el
falleci- do Miguel Á ngel Jusayú –, contó una historia íntima en la
que com- parte diálogos amorosos con su primera esposa, a la que
enamora al tiempo que la convence de su necesidad de salir a
compartir su amor con otras mujeres, al estilo de la poligamia
92
tradicional, que permite que el hombre, comenzando por su
modelo mítico, Juyá («Aquel que llueve»), vaya de ranchería en
Península de La Guajira

ranchería visitando a «sus diferentes mujeres».


El jayeechi es un género ú nico, cuya caracterizació n trasciende
esta introducció n. Por lo pronto solo puede decirse claramente que es
una especializació n en la elaboració n de la palabra cantada; y también,
que no cualquier hombre o mujer puede cantar jayeechi. Los mejores
jayeechimajachis son reconocidos por la gente tras largos añ os de
prác- tica e innovació n bajo patrones vocales fijos; y sus funciones
pueden ser comprendidas a la luz de su rol esencial en la
transmisió n de la memoria histó rica, así como de la historia íntima,
siempre cargada de enseñ anzas, experiencias y ambigü edades. Sin
embargo, el jayeechi es un arte verbal oral que el vallenato tiende a
desplazar y absorber; y como ha hecho notar Ramírez Ipuana,
muchos jayeechis poseen hoy una fuerte influencia del vallenato.
Isabel Aretz, citando a Lizardo Domínguez a propó sito de los
textos de los jayeechi, escribe que estos incluyen temas de economía,
control social, de amor, descripció n del medio ambiente, «disputas en-
tre clanes, personajes famosos, competencias entre individuos, e im-
provisaciones sobre cualquier aspecto del presente de una coyuntura
determinada, etc.» (99: 28). Y allí mismo cita a Reis García,
quien a su vez observa:
Los jayeechi utilizados durante el pastoreo contienen temas general-
mente alusivos a la descripció n de la vida, críticas sociales, casos de amor,
descripciones de sueñ os, y en menor grado sobre temas de animales. Por lo
general, varios de estos jayeechi son improvisados y otros tantos son tradicio-
nales entre los wayú u. (Reis citado en Aretz, 99: 29).

Cameron, citado a su vez por Reis García, afirma en lo que se


re- fiere a los textos literarios de los jayeechi:
«parecen sufrir una falta de acció n y resolució n, es decir, el cantante
empieza haciendo un pequeñ o relato cantado de una determinada situació n,
pero en el transcurso del jayeechi no le da un cierre, no lo termina». (Cameron
y Reis citados en Aretz, 99: 29).

No es casual que refiriéndose a Tarash, jayeechimajachi de Wanu-


lumana, el poeta Miguelángel Ló pez escriba que su lengua «sostie-
93
ne nuestra manera de ver la vida». Pero si es aventurado considerar
al jayeechimajachi como historiador, al menos en nuestros términos,

Memoria, resolució n, ideació n y curació n


también es ligero afirmar que se trate de un poeta o incluso de un filó-
sofo. Posee, claro, características afines a todos esos roles, pero confío
en que investigaciones como las que realiza Miguel Á ngel Ramírez
Ipuana, filó sofo wayuu, nos otorguen futuras luces para hablar sobre
el jayeechimajachi a partir de sus propias características. El descono-
cimiento del wayuunaiki y la escasez de grabaciones y traducciones
son algunas de las fronteras en donde nos quedamos pernoctando los
interesados.
Sergio Cohen, ademá s de cantor tradicional, es pütshipü´’u
(pala- brero). El pütshipü´’u posee una relació n especial con la
palabra, pues se ocupa de la correcta resolució n de los conflictos que
se presentan entre los wayuu. Muchos pütshipü´’u también son
célebres por sus na- rraciones y destreza en la interpretació n de
instrumentos musicales; la mú sica y la literatura tradicional les sirven
para contextualizar, sen- sibilizar y a veces expresar la tristeza y la
alegría que acompañ a los incesantes conflictos entre clanes, familias y
personas. Para Weildler Guerra, quien se ha detenido a estudiar el
tema de la resolució n de los conflictos entre los wayuu: «segú n las
narraciones indígenas, los
palabreros tienen su origen en la figura de pájaros prudentes y sabios
que cuando cantan presagian la ocurrencia de un suceso» (Guerra,
998: 7).
No es casual que en homenaje a uno de los grandes novelistas del
caribe colombiano, Gabriel García Má rquez, algunos wayuu le ha-
yan otorgado un bastó n de palabrero. Hoy por hoy, toda aproxima-
ció n profunda a Cien años de soledad debe reconocer en las tradiciones
mítico-literarias del área indígena circundante una de sus fuentes ora-
les y colectivas. Durante una lectura pú blica en la feria del libro de
Santiago de Chile, me correspondió leer un fragmento de dicha
obra que sorprende por algunas resonancias del entorno cultural
indíge- na. Trata sobre la bisabuela de Ú rsula Iguará n –prototipo
de la gran abuela narradora, y una alaülayu en términos wayuu–. En
algú n mo- mento del siglo XVI, asustada por el estrepitoso asalto de los
piratas a Riohacha, la bisabuela de Ú rsula «se sentó en un fogó n
encendido», y
94
«las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inú til para toda
la vida». Visiblemente traumatizada, y perturbada por tormentosos
sueñ os,
Península de La Guajira

[…] su marido, un comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se


gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de
aliviar sus terrores. Por ú ltimo, liquidó el negocio y llevó a la familia a
vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las
estribacio- nes de la Sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio
sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus
pesadillas. (García Má rquez, 2007: 29).

En este fragmento de Gabo se puede sugerir cierta resonancia de


la antigua y contemporánea costumbre wayuu del encierro tras un ac-
cidente. La forma en que los sueñ os impactan la realidad, el
cambio

. Luz Mary Giraldo, en sus dos tomos de Cuentos y relatos de la literatura


colombiana, abre la selecció n con mitos que denomina «relatos de tradició n
arcaica», y entonces recuerda que «en la obra de García Márquez se da una
hibridació n cultural en la que “respira” la cultura wayuu» (2005: 8). Los
siguientes son algunos rasgos que destaca: presencias femeninas, en gran parte
matriarcales, la convicció n del regreso de los muertos, y el caso vaticinador del
guajiro Cataure, «quien de manera visionaria anticipa el fin de José Arcadio
Buendía» (2005: 8). Tratá ndose de un tema tan interesante, investigaciones
que permiten profundizar son la de Víctor Bravo Mendoza, La Guajira en la
de habitació n y cierre de las ventanas, el paso al territorio indígena y
la calma que sucede a la perturbació n onírica, todos son elementos en
los cuales las genealogías entrelazan lo que en inglés se distingue
como
«history» y «story».
José Á ngel Fernández, soció logo y poeta wayuu venezolano, es-
cribió unos versos sugerentes: «Ya viene de regreso el conquistador
mayor/ del siglo XV/ montado sobre el lomo de los libros». En su
po- nencia Sukuwa’ipa tü putchi anachonkoo aküjia sütuma wayuu (El
uni- verso poético wayuu), José Á ngel plantea que «los jayeechi –
cantos–, junto con los sukuwa kasa sümaleeiwa’a m’ain –mitos–,
aküjüüshi –re- latos–, constituyen el fundamento de la literatura oral,
hoy devenida en algunos casos en literatura escrita». Y agrega:
[…] los jayeechimaajana –cantores–, outajülii –piache–, han transmiti-
do de generació n en generació n relatos cantados durante las ceremonias de
anaaje’eraa jiipü süka sukuwa’ipa wayuu –segundo velorio-entierro, al modo
de los wayuu–, y durante el ee’irajawaa –conjuro chamánico–.
(Fernández Wuliana, 200: s/p). 95

Memoria, resolució n, ideació n y curació n


Así es como finalmente llegamos a los narradores y narradoras
wayuu, innumerables, a pesar de no ser conocidos(as) como especia-
listas tipo jayeechimajachis. En efecto, los narradores más nombrados,
citados y evocados, son precisamente los abuelos y abuelas, y en gene-
ral los mayores de gran autoridad (laülayukanainua), quienes suelen
estar más cerca de los menores que sus propios padres. Se los descri-
be contando historias en las madrugadas o en las tardes, y narrando
mientras descansan y se ventilan en sus chinchorros ondulantes como
el mar; Remedios Uriana, por ejemplo, me contó que al enterrarse
el sol se reunían detrás de la casa con su abuelita para sacarle las ca-
nas mientras ella les aconsejaba por medio de historias. Pero no todas
las narraciones se escuchan de los alaülaya, las personas mayores y
con autoridad. Como en otras literaturas indígenas, el arte de narrar
acompañ a otras diversas ocasiones; por ejemplo, durante los velorios
los hombres cuentan historias afines a la vida del muerto; y también

obra de Gabriel García Má rquez (990), y especialmente la de Juan Moreno


Blanco: La cepa de las palabras, ensayo sobre la relación entre el universo
imaginario wayuu y la obra literaria de Gabriel García Márquez (2002).
se lo hace en las reuniones en que se baila la yonna, en el contacto
de las mayores con la pú ber ritualmente aislada, o en el contexto de
una curació n tradicional. En fin, se narra en ocasiones especiales del
ciclo vital y en la cotidianidad, por ejemplo, cuando las tejedoras se
acompañ an en su oficio; entonces cuentan, hacen chistes, si es el caso
cantan jayeechis.
La einasü kanasü es la diseñ adora y tejedora, y para practicar su
arte tradicional debe conocer profundamente los kanasü o kannas.
Ejemplos de estos son:
[…] marulunaya (como el grabado que se le hace al totumo usado en el
ordeñ o), pasatalawaya (como las tripas de la vaca), kulaichenaya (como
el tejido formado por las varas del techo), pulikerüüya (como la vulva de
una burra), iwouya (como las estrellas que anuncian la llegada de las
lluvias), siwottouya (como la huella que deja sobre la arena un cabello
maneado) y molokonoutaya (como el caparazó n del morrocoy).
(Villegas y Rivera,
982: 40-4).
96

Las einasü kanasü son quienes más se aproximan al rol de las es-
Península de La Guajira

critoras, pero a diferencia de quienes se sirven de letras abstractas para


formar frases, ellas escriben sus imágenes de acuerdo con el espacio y
el material de los tejidos. Ocupadas en el color, las einasü kanasü dise-
ñ an las ideas y las formas sin preocuparse por la fijació n de la lengua.
Sin embargo, son ellas quienes transmiten los motivos pictó ricos de
una generació n a otra. Los kannas (kanasü), diseñ os de tejidos tradi-
cionales, aun sin pertenecer a un sistema estrictamente cerrado, gene-
ran y actualizan alusiones, evocaciones, historias e incluso símbolos
de memoria colectiva. Es lo que Villegas y Rivera denominan la
esencia que los wayuu extraen de los seres y las cosas. Ahora bien, los
diseñ os- dibujos-esencias no se reducen al plano de los tejidos;
también pueden hallarse –casi de manera emblemática– en los
sombreros tejidos con mawisa, donde los diseñ os incluyen sucesiones
irregulares de rombos, triángulos o «figuras de torres con cruces y
ocasionalmente letras. Todos estos diseñ os resaltan por el color,
generalmente negro, de la paja teñ ida» (Villegas y Rivera, 982:
48). También pueden hallarse diseñ os-esencias en la cerámica
utilitaria y en cierto tipo de pintura facial que, aunque hoy por hoy
parece muy simplificada, es aú n lucida en ocasiones especiales. Los
diseñ os varían segú n se trate de hombres
o mujeres, hasta el punto de que la oütsu (chamán) es quien, segú n
Perrin (988), suele decidir el tipo de diseñ o facial que es
necesario usar en eventos vinculados con sueñ os (lapü) y
curaciones.
La oütsu, y el menos comú n outshi, poseen sus propios tipos de
cantos chamánicos, ininteligibles incluso a los oídos del wayuu, puesto
que su lenguaje es en realidad un medio de comunicació n con sus ase-
yu, o espíritus auxiliares, así como con los wanülü, o espíritus que cau-
san la enfermedad y la pérdida del alma del paciente. Los cantos de la
oütsu generalmente van acompañ ados de una maraca y de la mastica-
ció n ritual del tabaco. Una vez finalizado el periodo de comunicació n
extraordinaria, la oütsu puede traducir en relatos sus experiencias, y
las frecuentes demandas de los espíritus.
Finalmente, debe decirse que si los jayeechimajachi, y sobre todo
los putshipü’u, las einasü kanasü y las oütsu, no poseen como fin la
producció n literaria, es su énfasis en la elaboració n de la palabra, cual
sentimiento, arreglo, materializació n y compensació n, lo que nos per-
mite aproximarnos a algunas de sus expresiones en términos de tradi- 97
ciones mítico-literarias. Memoria, resolució n, ideació n y curació n son
las prácticas y valores de una gran literatura tradicional y sapiencial…

La Guajira, una dama ancestral con dientes en la vagina


una oraliteratura en todo el sentido de la palabra.

La guajira, una dama ancestral con dientes en la vagina

Segú n Michel Perrin, investigador francés, con el término pülaiwa


«se puede expresar a la vez la idea de un mundo unitario, activo, en
formació n»; término que un narrador bilingü e tradujo como «antes,
cuando todo se mezclaba sobre la tierra, cuando todo era intercambia-
ble» (Perrin, 993: 47). Para el autor de El camino de los indios
muertos, existe «un conjunto de seres, de cosas y de actos calificados
de pülasü». En tal sentido, lo que denomina «el otro mundo (le
monde autre) o mundo pülasü, [es] una clase de cara oculta y
poderosa, complemen- taria y esencial para el mundo de aquí, que
nunca equivale a lo imagi- nario, por cuanto su rango real es
incuestionable» (Perrin, en Ferrer y Rodríguez, 998: 27). Perrin
explica que pülaa es un verbo que segú n el contexto puede ser
traducido por «tener poderes sobrenaturales»,
«ser peligroso», «ser malévolo», «ser prohibido», «ser tabú » o «ser sabio»
(Perrin, 993: 46).
En perspectiva simbó lica, pülaiwa es entonces comparable a esa
dimensió n pre-consciente, realidad-oculta-paralela, fuente de origen
que en el primer tomo llamé antes el amanecer, un «tiempo antiguo»
que sucedió y que también es factible que devenga en este instante; un
tiempo en el que lo sucedido marcó la faz de la tierra, a sus
diversos seres y, sobre todo, a la mente humana. En suma: un espacio-
tiempo modélico, frecuentemente caó tico, pues el mundo apenas se
estaba conformando; en definitiva, una dimensió n del pensamiento
mitoló - gico cuyos hechos arcaicos se actualizan en la memoria cual
nú cleo de referencias y expresió n de las bases del comportamiento
humano en comunidad. El amanecer, lo mismo que la tala del gran
á rbol (el mo- tivo más impactante entre numerosas comunidades
originarias de las selvas colombianas), simbolizan el inicio de cierta
diferenciació n con respecto al entorno, especialmente a los
98 animales.
Ahora bien, si para numerosas comunidades de filiació n lingü ística
chibcha (sierras nevadas, Serranía del Perijá, altiplano cundiboyacen-
Península de La Guajira

se) el mundo como lo conocemos parte de esa definició n-aclaració n-


diferenciació n que representa el amanecer, para los wayuu, de origen
arawak, el énfasis parece estar puesto en la unió n, o matrimonio
sobre- natural, entre una serie de manifestaciones de la naturaleza
que están ahí desde un «antes» inmemorial.
En algunas narraciones wayuu es claro el motivo del surgimiento
en el agua –la península de La Guajira que surge de un lago,
palaa–; pero, más que del agua, los wayuu surgen por el agua, o
por la lluvia, más precisamente. La Tierra, Mma, que ya existía, es
fecundada por Juyá, el Lluvia, dando origen a sus primeros hijos:
las plantas. Más adelante nacerán los wayuu, la gente. La unió n
entre Lluvia y Tierra
–y las generaciones que surgen de su encuentro–, es de por sí una
transgresió n que simboliza, entre otros aspectos, el paso del caos so-
brenatural al tenso orden natural –recordemos que Juyá fue primero
esposo de Pulowi, o má s exactamente de las pulowi–. En el aná lisis
de Perrin, Pulowi es el principio de lo mú ltiple y lo fijo, y también
es expresió n mistérica de las fuerzas indó mitas de la naturaleza,
aquella feminidad deinós (fascinante y horrible) que obstaculiza la
conciencia humanizante; en tanto lo humano detenta una carga de
superioridad
que ella no solo rechaza, sino que persigue, castiga y limita. Lo que
Perrin denomina principio pulowi es en lo psicoló gico esa extensa e
irreductible frontera entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo
cultural y lo natural, entre lo doméstico y lo salvaje –e incluso,
entre lo manso y lo bravo, en términos de los indígenas del sur
andino co- lombiano–.
En la literatura tradicional wayuu, uno de los temas más recurren-
tes es el de las tensas relaciones con un entorno de umbrales y límites
densamente poblados por pulowis y por seres peligrosos relaciona-
dos con ellas, principalmente los wanülüs, «muertos vivos» armados
de flechas-enfermedades con las que atacan a los seres humanos para
cobrar lo que una oütsu –especialista en el trato con lo sobrenatural–
denominaba: «la deuda que tenemos que pagar por vivir en esta Tie-
rra»; tierra Pulowi, es decir, tierra de quien fue la primera esposa de
Juyá. Posteriormente, Juyá enamora y toma como esposa a Maa, y así
es como hereda la tierra a sus otros hijos o sobrinos: las plantas, los
hombres, y los hombres que se transformaron en animales, sobre todo
domésticos. 99
La literatura wayuu presenta con frecuencia conflictos derivados

La Guajira, una dama ancestral con dientes en la vagina


del motivo de la lucha entre dioses, el combate má gico. En el trans-
fondo de muchas de las peleas entre Pulowi y Juyá subyace la idea de
que las personas y los animales domesticados son una especie de hijos
bastardos, o hijos que arrebatan la primogenitura. En cruel compen-
sació n las pulowis-pulowi, esposas-esposa, sus familiares –wanülüs,
keeralias, epeyüis– e hijos «legítimos» –animales salvajes: corzos, tor-
tugas, reptiles–, realizan sus «cobros de sangre» raptando,
enfermando y devorando.
Juyá es en lo simbó lico el Padre fecundante. Juyá, rayo y poder,
quien fertiliza la tierra por medio de las lluvias que son él mismo,
propicia la agricultura, el brote de pastos y, por tanto, el pastoreo –es
una especie de «Señ or de los báculos», serie de personajes
recurrentes en contextos iconográficos y míticos de los andes
centrales y septen- trionales–. Juyá se constituye en el modelo del
wayuu aguerrido, ma- cho, poligá mico; personifica la identidad
ú nica de naturaleza mó vil, el hombre que visita esporádicamente a
sus esposas, como bien lo ha sabido analizar el autor de El camino de los
indios muertos (Perrin, 993 [980]). En tanto principio fecundante
de una tierra semidesértica, él
es padre por igual de plantas, hombres y animales. En otras versiones,
su hermana Iwa, la primavera, se une con Jepirach, el viento del norte,
para procrear a la gente… entonces se dice sobre Juyá «que es nuestro
tío».
Juyá suele ayudar con sú bitos chubascos y torrenciales aguaceros
a los agricultores que se esmeran, a pesar de las sequías más adversas,
causadas por las hostiles Pulowi. A veces lo impulsa la fuerte atracció n
que siente por una kulamia o pülaamia, la joven virgen que pretende
prolongar su encierro o rito de paso, rechazando con soberbia a todos
sus pretendientes. Juyá, principio fecundante-transformador, la pre-
tende y la acecha, y es el primero que la quiere tomar cuando ella sale
de su encierro. La mahayüt sale del encierro con la piel «blanquita».
Ella brota hermosa y atractiva como la luna que anuncia la llegada de
las lluvias. Baila la yonna con pies ligeros al ritmo de la kasha, tam-
bor de trueno que provoca su atenció n, y, por lo tanto, las anheladas
lluvias.
200
En El hijo de Juyá, el-Lluvia invita a su casa al hijo wayuu hasta
entonces olvidado, un agricultor esmerado a quien transporta en su
caballo, vaca o animal doméstico, hacia una regió n superior en don-
Península de La Guajira

de posee grandes huertas rebosantes de maíz, ahuyama, fríjol, yuca,


millo, patilla, meló n. Allí, el padre manda a cosechar al hijo, quien
regresa sin traer los anhelados alimentos, pues los ve como si fue-
ran personas-animales. Pero Juyá insiste en que regrese y los fleche,
cazándolos-cosechándolos en una dimensió n en que nada parece lo
que es, pues se trata del mundo Pü lasü , la cara invertida de la
reali- dad: el intramundo. Ahora bien, el que la cosecha sea cazada
revela en la experiencia del intramundo esa identidad original
fluctuante,
«no amanecida», que compartimos los hijos de Mma segú n los wayuu.
Los chamanes wixaritari, más conocidos como huicholes, penetran el
desierto de Wirikuta (México) para cazar el peyote, que en otro nivel
de significació n es el corazó n del venado, que encarna el ideal del au-
tosacrificio.
La cultura wayuu tradicional es básicamente pastoril y agrícola
–como puede notarse en el conjunto mítico-literario seleccionado–,
aunque en su base posee una mentalidad má s arcaica: la de los ca-
zadores, pescadores, recolectores nó madas, cuyos conocimientos,
relegados hoy en día a un segundo plano en la estratificació n social,
seguramente fueron los que favorecieron los primeros asentamientos
estacionales en un territorio tan hostil como el de La Guajira. Curioso
y paradó jico, no puede negarse que la llegada de los europeos y los
afrodescendientes incentivó , por la incorporació n del ganado equino
y caprino, la repotenciació n de la cultura wayuu, y su paulatina tran-
sició n hacia formas de vida cada vez más sedentarias. Los cambios
también generaron delicados quiebres en las estructuras y prácticas
ancestrales wayuu. Al parecer se agudizaron las guerras interclanes, la
estratificació n social, e incluso la servidumbre forzada de individuos
asociados con esa dimensió n supuestamente inferior de cazadores-
recolectores –sensació n patente en las narraciones en que aparecen o
se mencionan los kusina–.
En un relato transcrito por Elder Pérez, Juyá envía a sus hijas ma-
jayüt (señ oritas) a traer pescado del que sacan del mar sus nietos, los
hermanos Aruleeshi y Jepirachii. Cuando llegan a la playa, las majayüt
se encuentran con Aruleeshi, quien pesca bagres cerca de la costa,
una clase de pescado que no les satisface. Por eso preguntan por el
20
otro hermano, que pesca mar adentro, a lo que Aruleeshi responde
que no lo esperen, pues suele demorarse mucho. Pero las hijas de Juyá

La Guajira, una dama ancestral con dientes en la vagina


lo esperan, y al llegar precedido de las brisas frías del norte, Jepira-
chii les entrega los más variados y gordos de sus pescados; que ellas
prefieren en vez de los de Aruleeshi. A cambio las hermanas les dejan
leche, queso y carne. Desde entonces, se cuenta que Juyá toma má s
aprecio por su nieto Jepirachii, quien representa a los wayuu pescado-
res (apalaanshi). Mientras que Aruleeshi, representante de los wayuu
pastores (arulejushii), comienza a juzgar inferiores a sus hermanos de
la costa. Un motivo de inversió n que en la cotidianidad se traduce
en un conflicto discriminatorio. Algunos wayuu del desierto
denominan wayuu mujusu («de baja categoría»), y hasta «descastados», a
los wayuu de mar o playeros.
En un narració n de José Agustín Rosado, que recuerda en lo
for- mal una pará bola del Nuevo Testamento,
[…] el Dios Supremo, Maleiwa, tenía unos dominios: por Uribia, el
Cabo de la Vela y Nazareth. Le dio a cada uno un jefe para que gobernara.
El del Cabo de la Vela se puso a parrandear, a sirvengü encear y también
el de Uribia, mientras que el de Nazareth fue un tipo que progresó .
Cuando Dios vino a pedirles cuenta de lo que habían hecho, ellos no
tenían nada y
los castigó ; es por eso que en estas zonas las tierras son diferentes; entonces
los puso a cargar carbó n a los de Uribia, y a los del Cabo de la Vela a vivir de
la pesca; en cambio, a los de Nazareth les dio buenas tierras porque este
sí progresó . (Mejía, 200: 8).

En los relatos en los cuales Juyá –a veces el Sol– lleva a su casa


o permite el ingreso a uno de sus hijos o hijas wayuu, es notorio el
recurrente motivo del castigo que sigue a la ruptura de un precepto o
prohibició n por curiosidad. Lo que ocurre es que Juyá ha advertido
a su huésped que no se acerque ni mire a su esposa Pulowi. Pero ella o
él hacen caso omiso, y entonces son asesinados por la furibunda
mujer. Cuando están por ser devorados, Juyá suele impedirlo
peleando fuerte- mente con su esposa; acto seguido Juyá resucita a su
hijo o hija, que al revivir tiene que abandonar el lugar.
En la versió n que presentamos de los vecinos yukpa, el Sol está a
punto de comerse a un cazador considerado como su presa, pues lo
202 veía en forma de venado; y se lo habría devorado si no fuera por la
interven- ció n, ayuda y final liberació n del Luna, quien termina
peleando con su hermano, el Sol. En otra versió n mítica, el narrador
Península de La Guajira

afirma que los wayuu son hijos de la Luna. Sin embargo, el padre y
defensor más comú n es Juyá, quien no puede ser clasificado como
personificació n exclusiva- mente benéfica. Así pues, si Juyá es
manifestació n de las fertilizantes lluvias, en contraposició n del
hambre, la sequía y las enfermedades tipo Pulowi, también debe
considerarse que Juyá puede ser el exceso de llu- via, que produce
torrentes que destruyen los sembrados y arrastran víc- timas. En cambio,
las Pulowi de mar y de tierra, aunque aparentemente avaras como la
mayoría de las dueñ as de los animales, son en el fondo las que velan por
la continuidad de muchas especies de animales salvajes. Las Pulowi
castigan cualquier exceso de los pescadores-cazadores. En tal sentido,
los relatos en que se menciona a las Pulowi son en verdad estrategias
de regulació n en un ecosistema cuyas leyes de origen ayudan a
mantener el frágil equilibrio entre el hombre y el entorno.

. En un cuento de Miguel Á ngel Jusayú , debido a un problema de comunicació n,


Juyá devuelve a unos esclavos al amo que los azotaba, mientras que en un
cuento de Ramó n Paz Ipuana se muestra finalmente dispuesto a entregar
a su protegido en manos de Maleiwa, quien lo habría devorado si no fuera
por una mujer que le advierte a la presa potencial sobre el peligro.
Ahora bien, la poca importancia que los wayuu dan a Maleiwa,
el llamado «buen espíritu» o Creador, responde a varios factores. )
Los misioneros cató licos y los narradores que conocieron historias
bíblicas, habrían insistido en su figura como equivalente del Dios
de los evangelios. 2) Durante la transició n de tribus de cazadores-
re- colectores a pastores-agricultores, también se habrían
transformado las historias de origen, dando preeminencia a
versiones como la de Maleiwa como espíritu creador, e incluso
repartidor de bienes alijuna como armas de fuego, palas y hasta los
signos de los clanes, sobre los que se cuenta que fueron marcas
hechas con hierros. Marcar con hierros para nombrar a los clanes es
un elemento mítico característico de una comunidad en la que se
optó por el pastoreo como principal forma de subsistencia. En otra
versió n, que no puede afirmarse que sea anterior, pero sí que está
más ligada con un tipo de mentalidad má s arcaica, es el sabio
pájaro Utta quien distribuye los nombres y los animales que
caracterizarán a cada clan. En un cuento de Paz Ipuana, Utta,
anciano sabio, pone a desfilar a las parejas animales de dos en dos. 203
En un ciclo de relatos que Perrin asocia con Maleiwa, este es el

La Guajira, una dama ancestral con dientes en la vagina


menor entre los tres hijos de un pescador-cazador de la Alta Guajira.
Maleiwa era barrigó n como su padre, y por eso el narrador se refiere
a él como «barrigoncito»; a lo que habría que añ adir que en un cuento
de Paz Ipuana se lo describe «bajito y feíto». En fin, Maleiwa opera
como un diestro cazador que le arroja una flecha a la vagina de
Wo- lunka, partiéndole todos los obstaculizantes dientes. Semejante
proeza causa la furia de Makuira, el poderoso padre de Wolunka,
quien atrae y encierra en una casa de piedra a los tres hermanos.
Para salir del aprieto, Maleiwa atrae a los pájaros que saben hacer
agujeros con su pico, incluyendo a yaliruasü, el carpintero. Así, una
vez está lista la estrecha abertura, pasan primero los hermanos
mayores… pero al pa- sar Maleiwa, se desuella. Entonces recoge su
sangre y manda a bañ ar en esta a pájaros como el cardenal y el
guacamayo, que por ese acto quedan con plumas rojas. Más
adelante Maleiwa se transforma y se pone a pescar con sus
hermanos; después de la venganza (en realidad un cobro) se
encamina hacia el mar, y dicen que se queda en la Alta Guajira.
Versiones como la anterior nos permiten pensar en la posibi- lidad de
que la figura de Maleiwa haya sido reinterpretada en la forma
de deidad creadora, comparable al Dios bíblico, y también como héroe
civilizador ganadero, quien marcó a los wayuu como un pastor marca
sus rebañ os. Sin embargo, tanto Maleiwa como Juyá , antes que
pas- tores o agricultores lucen como cazadores y portan arcos y
flechas. Se dice que las flechas de Juyá son los rayos.
Sí. Debajo de este mundo wayuu contemporá neo, tan pastoril,
agrícola, mercantil y crecientemente urbanizado, se ocultan uno y va-
rios mundos, en suma, el mundo Pü lasü , que si bien es como
Pulowi, peligroso e indomesticable, también es como Juyá y
Maleiwa, pene- trante, inteligente, al acecho, al mejor estilo de los
cazadores nó madas que hace siglos habrían penetrado en La Guajira,
una dama ancestral con dientes en la vagina.

encierros prolongados, picardías de atpanaa


204
Aparte de la fascinació n que producen las historias de origen, los
mitos propiamente dichos, hay una infinidad de narraciones que se di-
Península de La Guajira

ferencian de estos en el tipo de personajes y, sobre todo, en sus


tramas, que se desarrollan en planos menos cosmogó nicos y más
cotidianos, situació n que estimula su popularidad aun entre los
narradores menos hábiles. Un amigo wayuu me contó que las historias
que más le narra- ba su abuelita, y las que má s disfrutaban él y sus
primos, eran las de atpanaa, el astuto y chistosísimo conejo presente
en un extenso ciclo de cuentos.
Sergio Cohen, un pütshipü´’u y jayeechimajachi de Taroa, en la
Alta Guajira, nos contó en Uribia un cuento en el que atpanna, retado
por yoluja –la sombra, generalmente un muerto, y en su narració n
el diablo–, lo engañ a y vence con sus astucias, hasta que cansado
con tantas pruebas, el conejo amenaza con lanzar la flecha al
mismísimo Dios. Pero así se acabaría el mundo y se morirían todos, de
modo que el yoluja entra en pánico y no solo acepta la superioridad
del pequeñ o roedor guajiro, sino que termina suplicándole para que
no acabe el mundo.
En la literatura wayuu y en buena parte de las oraliteraturas
afroindígenas en Colombia, el conejo es el principal actor del
motivo
de lo pequeñ o prevalece. La forma en que engañ a, ridiculiza y
vence a sus oponentes, por lo comú n depredadores en la cima de la
cadena alimenticia, también es símbolo de lo que las comunidades
andinas llaman pachakuti: voltear la tierra, cambiar la realidad,
renovar el tiempo… El pachakuti es un motivo cosmogó nico de
inversió n y como tal posee entre sus características el
reempoderamiento de «los venci- dos», inclusive de los muertos, en
contra de sus «vencedores», verdugos y sociedades «dominantes».
Un rasgo bien interesante en los cuentos de atpanna, es que
fre- cuentemente sirven para que los wayuu se rían de sí mismos,
des- cargando la tensió n propia de una espiritualidad
estrictamente chamánica, mistérica, prohibitiva, y no pocas veces
angustiosa. Es para morirse de la risa la manera en que atpanaa
engañ a y atemoriza a las de por sí atemorizantes yolujaa
(manteniéndolas encerradas bajo el pretexto de una tormentosa e
interminable noche) mientras él sacude cueros simulando truenos y
las difuntas se deprimen entre sus orines y excrementos. Es muy
205
có mica la imagen del conejo en el paroxismo
del éxtasis mientras copula con una atemorizada majayüt o señ orita,
quien pasa por los rigores del encierro hasta que atpanaa le hace

Encierros prolongados, picardías de atpanaa


creer que si no tienen relaciones sexuales de inmediato, como
supuestamen- te lo había mandado su padre el gavilá n, ella se
quedará sin probar las delicias del sexo, que a esas alturas y ante la
inminencia de una gran catástrofe prueban todas las mujeres del
mundo. Es más, atpanaa también llega a burlarse de un zorro piache,
médico tradicional a quien sistemáticamente se le reaparece en el
camino, como si en cada ocasió n fuera un atpanaa diferente. Así es
como despoja de todo su tabaco as- tuto zorro, causándole una
profunda molestia, pues en las ceremonias de curació n del piache o
outshi no puede faltar el tabaco. De tal suerte, depredadores, seres
sobrenaturales y hasta chamanes reconocidos por su pericia, todos
son engañ ados por el pequeñ o conejo y terminan por jalarle las
orejas, por lo que quedará tan orejó n.
En los cuentos el zorro cumple un papel similar, pero usualmente
más macabro. Por ejemplo, cuando se hace pasar por un esposo
que regresa, copula con la mujer, y después la mata; o cuando
toma la apariencia de un pretendiente que ha adelantado parte de
la dote y queda en regresar por la novia, aunque es el zorro quien
efectiva- mente regresa, se la lleva, y primero tiene relaciones
sexuales con
ella. Y, finalmente, cuando encarna la figura del hijo atenido, quien
se aprovecha de la confianza de su madre o esposa, haciéndole creer
que trabaja en su huerta, cuando en realidad se la pasa comiendo y
durmiendo todo el día… hasta que lo descubren y lo golpean con la
pala con la cual supuestamente iba a trabajar. Desde entonces la pala
le queda pegada al cuerpo a manera de rabo.
Otros personajes con formas animales son las grandes aves ra-
paces que intentan alcanzar el sol: zamuros, gavilanes y alcaravanes.
Un narrador le contó a Weildler Guerra (990), antropó logo
wayuu, que los alcaravanes bailan en la playa, en círculos, por
parejas, «tal y como los wayuu». En otro relato célebre, el Sol da
una fiesta en el cielo durante la cual el alcaraván toca el tambor,
advertido de que no debe dormirse. El Sol se duerme primero y
entonces el ave tambore- ra le roba el sombrero al Sol. Acto de
proporciones có smicas apenas comparable con las picardías de
Seeperia, quien, llamado a tocar el tambor en las fiestas que solían
206 dar el caricare (halcó n guajiro) y el gavilán, termina por enamorar
y raptar a tres de las muchachas má s hermosas. Seeperia solía
esconderse bajo su capa de dibujos amari- llos, con el propó sito de
Península de La Guajira

que el caricare lo llevara sin darse cuenta has- ta su casa. Seeperia


decía tener que irse presurosamente a trabajar: antes del
amanecer.
El caricare, montado a caballo, carga tres veces a Sepeeria… Al
final, tras el robo de las mujeres, durante la persecució n final,
hallan la pesada capa de Seeperia, capa que el gavilán se echa al
hombro pen- sando cambiarla por ganado a manera de pago por la
ofensa. Pero la capa está muy pesada. Agotados, halcó n y gavilán
abren la capa, y ¡oh sorpresa!: descubren a Seeperia acurrucado en
su interior. Entonces lo levantan en el aire y lo lanzan contra unas
piedras –a la manera real en que las grandes aves se ocupan de un
animal de caparazó n cuando tratan de comérselo–. Por ú ltimo,
cuando Seeperia se arrastra heri- do, la capa se le queda pegada al
cuerpo y se vuelve morrocoy; es un castigo similar al del zorro
perezoso cuya cola es la pala con la que no trabajaba.
Las ú ltimas narraciones permiten concluir que, si bien es cierto
que los pequeñ os prevalecen por su astucia, frecuentemente padecen
un castigo que consiste en su conversió n en animal, o má s bien, en
su definitiva identificació n como animal, ya que su identidad original
es fluctuante. Los pequeñ os pero astutos animales juegan un rol
importantísimo en la mentalidad wayuu, pues muchas de sus accio-
nes, aunque aparentemente negativas, suelen definir su carácter y a la
postre lo benefician. Si bien no se ve con buenos ojos raptar,
mentir y asumir una identidad que no es la propia, por otro lado se
celebra su astucia y su poder de transformació n. Es en este sentido
que los cuentos wayuu de animales no pueden ser tomados como
fábulas que concluyen con moralejas. Un ejemplo nítido es el de
Junuunay, un astuto cazador wayuu que fue capaz de engañ ar al
propio Maleiwa para robarle dos brasas de su fogata: dona el fuego a
un cigarró n, que lo deposita en muchas clases de madera, hasta que
un niñ o descubre el secreto. Acto seguido, Junuunay es
transformado en cocuyo y el niñ o en un pajarito cuyo canto es la
palabra fuego: skii, skii, skii.
Un motivo especialmente recurrente en la oraliteratura wayuu es
del matrimonio sobrenatural. Mujeres que se unen con el Tiempo,
el «Espíritu del agua» y el Viento. Juyá , quien fecunda a las
207
kulamias (majayüt) que se resisten al cortejo de los hombres,
prolongando sus
encierros (akacheenüsu, majayütsu). Pulowi, quien cría a un niñ o al
que más tarde hará su esposo. Hermanas pulowi que seducen, raptan y

Encierros prolongados, picardías de atpanaa


ponen a su servicio a un guajiro que hasta entonces era casto. La burra
que seduce al amo que la golpeaba para tener relaciones sexuales con
él y luego hacerlo caer en ridículo. El zorro, conejo o animal que rapta
o viola a una joven (o esposa) suplantado a su pretendiente (o
esposo). La prolífica recolectora de pülá, a la que favorecía una
hormiga macho, quien estuvo enamorada de ella hasta que se casó
con un hombre. El niñ o malcriado que es raptado por una osa que
lo hace su esposo, le enseñ a sus artes chamánicas y le ayuda a matar
a una pareja de terri- bles wanülüs, quienes devoraban a personas
entre las que se encontra- ban algunos de sus familiares. La majayüt
raptada por un có ndor, con quien tiene un hijo que finalmente la
libera; el mismo tema del célebre cuento de Juanito, el hijo del oso. Y,
finalmente, el viudo cuya esposa muerta –a quien Perrin llama la
«Eurídice guajira»– lo conduce hasta Jepira, el paraíso de los muertos
vivos, en donde él se une sexualmente con ella para terminar
expulsado o finalmente muerto. En todos los casos, la sexualidad es
concebida como un vaso comunicante entre seres de diferentes
niveles. Algunas oütsu, frecuentemente mujeres solas o con
restricciones en lo sexual, dicen que sus aseyu (espíritus)
se pondrían celosos si se ocuparan con esposos terrenales. De hecho,
en la literatura tradicional wayuu, cualquier tipo de abstenció n sexual
representa una transgresió n del ciclo natural, lo cual es castigado por
seres sobrenaturales que no pueden resistir la atracció n que les gene-
ran personajes como el excepcional joven casto, o la mística kulamia
o pülaamia.
Olga Mejía, quien estudió los conceptos de la sexualidad wayuu,
cita un relato recogido por Perrin: «Juyá tenía una mujer en la Alta
Guajira/ Era una india pülainrü/ una persona pretenciosa que des-
preciaba a los hombres/ Ella se mantenía siempre recluida», y a con-
tinuació n comenta:
[…] antiguamente quien era pülainrü se sometía a un encierro perpetuo,
sin tener contacto con nadie; solo se dedicaba a tejer sus chinchorros. Ella era
pura y todo el mundo lo sabía. En la actualidad el concepto de pülainrü ha
cambiado, ya no se somete al encierro perpetuo, pero asume unas conductas
muy particulares: no saluda, no se relaciona, se encierra en sí misma; es al-
tanera, orgullosa, vanidosa, autosuficiente; posiblemente es de buena familia
208
o ella se lo cree. Cuando decide por el matrimonio se permite escoger al
hombre de su gusto. (Mejía, 200: 72).
Península de La Guajira

En la palabra literaria wayuu, especialmente en los jayeechi amo-


rosos, o incluso en un poema como «Mujeres» de Miguelángel Ló pez,
los hombres celebran su hipermasculinidad y exaltan la poligamia,
aun cuando cada vez son menos los que en realidad pueden man-
tener más de una esposa. La homosexualidad es interpretada como
un rasgo de animalidad. Cuando el jaguar persigue a Maleiwa, este
ú ltimo lo detiene tratándolo de quemar. Sediento, el jaguar pide agua
al caracol julera y luego al cachicamo, y ambos se aprovechan de
él… dejándolo pederasta, segú n el narrador. Mejía cuenta que en
algunos jayeechis los hombres se lamentan de no haber encontrado
vírgenes a sus mujeres lo cual implica, en el contexto tradicional,
devolver a la mujer y recuperar la dote –tema que nos recuerda la
novela de García Márquez: Crónica de una muerte anunciada
(98)–. En actitud de hipermasculinidad, machismo desde otro
punto de vista, un jayee- chimajachi canta:
¡Señ ora!
No te pongas triste porque yo vivo,
que muchas mujeres me aprecien y me ofrecen su cariñ o.
Yo les prestó mi corazó n, ¡nada má s por un ratico!
¡No tengo la culpa que ellas me quieren me aprecian!

¡Mi señ ora!


Quiero verte cada vez que yo llego, en tu
casa, quiero verte alegre, sonriente.
Que me recibas con esa sonrisa en tus labios,
si te pones brava,
¡yo me regreso otra vez a la calle a parrandear!
(Cohen citado en Rocha Vivas, 2009: 2).

En cambio, en las descripciones de Jepirra, el mundo de los muer-


tos, existe la tendencia a que las condiciones de lo sexual se inviertan.
Allá son las mujeres las que tienen varios hombres, como en una
de las versiones del hombre que sigue a su esposa muerta, a la que
fi- nalmente abandona, visiblemente repudiado pues ella tiene
209
relaciones
con varios hombres a la vez. Por lo demás, en Jepirra (Jepira) parecen
perpetuarse el resto de condiciones en las que vive un wayuu en la

Encierros prolongados, picardías de atpanaa


tierra, excepto por lo sexual y lo alimenticio, pues allí parece abundar
la comida –tal vez se necesite menos alimento–.
Con todo, la terrible contradicció n que le genera al wayuu la
po- sibilidad de que la mujer le sea infiel, se ve reflejada en una
historia de amor que podría haber sido leída en un perió dico
amarillista de cualquier ciudad de Colombia o Venezuela, pero que
aquí cobra ca- rácter mítico cuando un narrador advierte que el
cerro Wo’upanalu tiene forma de vagina en su cima, puesto que un
wayuu que encontró a su mujer siéndole infiel, se la cortó , y se la puso
a ella en la boca. La mujer se convirtió en el cerro, en el tradicional
motivo de conversió n por castigo. El impactante castigo parece
responder aquí a una doble transgresió n: la infidelidad femenina –
castigada usualmente con des- tierro– y el haber negado el hecho de
palabra, circunstancia doble- mente grave para el wayuu, quien se
reconoce como tal en el ejercicio de respetar su palabra. Otro ejemplo
es el de los descomunales celos de Juyá, acostumbrado a hacer de las
suyas, pero capaz de disparar rayos y centellas contra Pulowi, quien
se había escondido debajo del cerro de la Teta tras tener relaciones
con Liwa, la primavera. Sobre
las Pulowi se dice que aunque prefieren raptar hombres, también han
raptado mujeres…

escribiendo para «desalijunizarse»

Uno de los aspectos más relevantes en la nueva generació n de es-


critoras wayuu es la conciencia crítica que están generando con sus
textos. En una primera etapa clave de la literatura wayuu contem-
poránea, cuando comienza a trascender la etnoliteratura –literatura
transcrita desde una perspectiva etnográ fica o etnolingü ística–, el
novelista Antonio Ló pez (Briscol) presenta una visió n desde adentro
sobre el cambiante y violento mundo de los wayuu: Los dolores de
una raza (956). A esta novela se suma la de Ramiro Larreal:
Her- mano mestizo (983). En una segunda etapa, no cronoló gica
20 sino te- mática, los cuentistas tradicionales Miguel Á ngel Jusayú y
Ramó n Paz Ipuana procuran ser fieles a un sinnú mero de tradiciones
orales, fusionando los roles de recopiladores y narradores. Con
Península de La Guajira

todo, Paz Ipuana imprime en los cuentos un tono literario a veces


excesiva- mente elaborado, usando palabras más propias del
diccionario que de la oralidad, lo cual aleja parte de su obra de lo
que uno realmente escucha de un narrador tradicional, excepto
porque conserva la at- mó sfera temática. É l se propuso que las
metáforas respondieran a la necesidad de traducciones literarias
sobre expresiones complejas sin equivalentes literales, y defendió el
hecho de que fueran ellos (y no los alijuna) los que escribieran los
cuentos y tradiciones wayuu. Sin embargo, tipificó a los narradores
como informantes, lo cual es com- prensible en la atmó sfera
antropoló gica que nutrió su gran proyecto. En su introducció n a
Mitos, leyendas y cuentos guajiros se dejan ver los fundamentos de
un proyecto «re dignificante» antes que edifican- te. Allí mismo
confiesa:
[…] este deseo de recopilar todo, de integrar todo en varios volú menes,
de no dejar escapar el menor detalle de cuanto el wayuu ha creado a lo largo
de su historia, ha sido con el propó sito de acabar con ese criterio superficial,
peyorativo y paternalista que se tiene del guajiro; al presentarlo y
recono- cerlo como individuo inferior, o elemento pintoresco que solo sirve
para ser
exhibido en momentos espectaculares, o cuando la conveniencia del gran
pú blico así lo requiera. (972).

Ahora, uno de los puntos más interesantes en la propuesta de Paz


Ipuana se expresa en ese llamado que hace a los indígenas para que
no crean en ninguna tesis socioló gica o antropoló gica negativa sobre
indigenismo, «sino empeñ arnos en seguir una corriente intercultura-
lista, cuya posició n sea eminentemente positiva para nuestros valores,
optimista para nuestras necesidades, activa y creadora para nuestra
in- tegració n» (972). En este sentido anticipa el marcado rol
intercultural que obra en la literatura wayuu má s reciente.
Pues bien, si es evidente la densidad casi barroca en algunos re-
latos reelaborados literariamente por el escritor wayuu venezolano,
también debe reconocerse que no llegó a escribir un relato tan denso
lingü ísticamente como Chechón, la soñadora, de Glicerio Pana (2003),
quien sirvió de informante al antropó logo Milciades Chaves.
Estilís- ticamente hablando, el lenguaje de Ramó n Paz Ipuana está
2
más cerca
del de Alberto Juajibioy, escritor camëntsá, quien se ocupó de recoger
narraciones que reelaboraría en un lenguaje literario con giros y notas

Escribiendo para «desalijunizarse»


antropoló gicas. En lo formal, la extensió n de sus cuentos y libros los
distancian pues, a diferencia de los cuentos breves en diferentes pu-
blicaciones que hizo Juajibioy, Paz Ipuana escribió ese gran volumen
de Mitos, leyendas y cuentos guajiros como un intento de Popol vuh
wayuu.
La cuentística de Miguel Á ngel Jusayú alcanza en varias piezas ese
delicado equilibrio entre el propó sito de transmitir un relato oral y la
voluntad de reelaborarlo literariamente. Un lector wayuu de A’chikí,
relatos guajiros (986) me confesó que no le gustaba la forma en que
algunos cuentos estaban escritos en wayuunaiki, que incluso los en-
contraba algo difíciles de leer. Al mismo tiempo, es probable que
ese ejercicio de escribir a dos columnas sea el que le haya favorecido a
Ju- sayú en su esfuerzo por conciliar lo verbal y lo gráfico; además, no
es un secreto que Jusayú fue un especialista en wayuunaiki, lengua
sobre la cual realizó numerosos estudios lingü ísticos y
gramatoló gicos.
De la extensa obra de Jusayú (el niñ o Shua), uno de los má s
des- tacados escritores indígenas del continente, quiero resaltar un
cuento que instaura temáticamente esa autoconciencia crítica tan
frecuente
en la nueva generació n de escritoras y escritores wayuu. Me refiero a
«Ni era vaca ni era caballo» (2004), un cuento que incluye
elementos autobiográ ficos –Jusayú fue pastor de niñ o–, y notable,
entre otros aspectos, por su final sobre el incierto panorama de los
wayuu mi- grantes. Recordemos que el niñ o pastor ha huido de su
ranchería lue- go de quemar vivo al burro de su abuela, pues creía que
la gasolina lo haría ir tan rápido como al camió n de los alijuna. Tras
vagar descalzo varios días, el niñ o se une a un grupo de wayuu que
se encaminan con sus animales a negociar en una ciudad alijuna.
No sabemos qué pasa entonces; sú bitamente reaparece la voz del
niñ o convertido en sirviente de los alijuna. Y aunque se queja de sus
miserias, y reconoce extrañ ar a su familia y su ranchería, confiesa
estar acostumbrándose a la nueva vida… Durante una de sus
andanzas de pastoreo él había confundido un camió n con una
especie de terrible wanülü, pero ahora no solo había perdido el miedo
al «ente alijuna», sino que confiesa que ya ni siquiera se baja del
22 camió n. La manera en que el niñ o pastor se queja de su aburrida
infancia cuidando las ovejas de su padre, quien llegó a amenazarlo
con matarlo tras perder una de estas, es compara- ble con toda la
Península de La Guajira

primera etapa en que la pequeñ a Iiwa Kashí sufre y se queja de su


encierro ritual en un cuento de Estercilia Simanca.
Ahora bien, tanto la narradora como la protagonista de «El en-
cierro de una pequeñ a doncella» (2006) coinciden al final en el poder
transformador y en la importancia vital de ese largo rito de paso. Pero
si tras tres largos añ os la pequeñ a doncella sale de nuevo al mundo
exterior, el niñ o pastor parece quedar encerrado en el camió n, como
si hubiera sido devorado por el wanülü de los alijuna. Lo que
parece tan curioso, y de nuevo sú bito, en el final del cuento de
Estercilia, es que tan estricta preparació n tradicional no le depara un
destino esen- cialmente diferente. Pues convertida en mujer, Iiwa
Kashí («Luna de primavera») se vuelve una exitosa mujer alijunizada:
alcaldesa en dos oportunidades de un municipio guajiro, y wayuu
urbana en la moder- na ciudad de Maracaibo, en donde una de sus
hijas ya no es tejedora, al modo tradicional, sino diseñ adora textil,
al estilo moderno.
Si en «El dulce corazó n de los piel cobriza» (2002), cuento de Vi-
centa María Siosi, el protagonista inicialmente discriminado termina
por efectuar un regreso casi heroico a lo wayuu, son los alijunas ami-
gos quienes, aunque encantados con ese mundo más arcaico, terminan
por ser arrancados y «rescatados» por una sociedad alijuna que tiende a
confundir lo diferente con lo terrorífico. Abortada la esperanza en re-
laciones de doble vía, resurge «la unívoca opció n» de ir hacia el
mundo supuestamente más civilizado… entonces la abducció n sucede
como sin querer queriendo. Es el caso de la protagonista de «Esa horrible
costum- bre de alejarme de ti» (Siosi, 2002), título muy sugerente por
demás, pues de niñ a fue obligada por su madre a dejar la ranchería
para vivir medio de sirvienta, medio de estudiante, en una casa
alijuna. Tras un par de desesperados intentos por regresar (en los que
reaparece el tema del pequeñ o morrocoy que vuelve a casa escondido
en la carga de un caballo, en este caso la niñ a escondida en el
mochiló n de su mamá a lomo del asno) ella, la «indiecita», se va
convirtiendo en mujer «hecha y derecha», se va acostumbrando a ese
mundo que inicialmente rechazaba, en síntesis: se va alijunizando.
Tiempo después, cuando la mamá vuelve por ella, se excusa para no
volver a la ranchería. Y cuando va, obligada nuevamente, siente que la
miran extrañ o, y termina por aburrirse y has- ta repudiar su lugar de
23
origen. «Solo duré una semana», dice.
El extrañ amiento deviene en enajenamiento: «Creo mía esta casa
ajena», confiesa la protagonista wayuu refiriéndose a su hogar aliju-

Escribiendo para «desalijunizarse»


na. Visiblemente perturbada, sin lograr siquiera conciliar el sueñ o, el
mensaje final le llega desde un afuera agresivo que la encierra, como
el camió n al pastor de Jusayú . Afectada por la cagada de un perro,
antiguo guía en el desierto, una vecina –es decir, el otro que está a mi
lado– le grita: «¡India desnaturalizá y desgraciá!». Así pues, ni wayuu
ni alijuna… india a secas, con toda la carga de racismo que
contiene esa palabra, y ya perdida su gracia y naturaleza tanto
interior como exterior. Más que un encierro, Siosi deja ver en el
wayuu alijunizado una contradictoria condena.
La condena, por ejemplo, de no saber firmar, y de los abusos
que esto implica, como lo plasma Estercilia Simanca Pushaina en su
genial
«Manifiesta no saber firmar, nacido: 3 de diciembre» (2006). Coleima
Pushaina, la protagonista narradora, rechaza la hipocresía del Señ or
Candidato, pero no puede dejar de sentirse atraída por lo que él re-
presenta, así como le pasó a su madre y como le pasa a sus primas,
quienes se transforman con los alijunas. Es ese contrabandeo, son esas
relaciones ilícitas con los alijuna, que a la vez rechazan y atraen, las
que antes no habían sido suficientemente elaboradas por los
escritores
wayuu. La excepció n es, por supuesto, Briscol con «Los dolores de
una raza» (956), una novela clave pero desconocida para la gran
ma- yoría de lectores.
En los cuentos de Jusayú y Paz Ipuana, en los relatos recogidos
por Perrin, en todos prevalece la imagen de un alijuna equiparable al
hambre, la muerte y la seducció n. Algunos narradores comparan las
lujosas casas de los alijunas con las de las pulowis. En fin, los procesos
de autoconciencia intercultural, no del todo nuevos a la luz de ciertos
visos en los relatos tradicionales, sí son específicamente renovadores
en el ejercicio de las fronteras literarias, umbrales tan peligrosos
como atractivos aú n después de cinco siglos en el encuentro y
desencuentro con los alijunas.
Por ú ltimo, no puedo dejar de destacar que uno de los temas,
valores e intereses comunes, tanto en los narradores tradicionales,
como en los escritores mayores y jó venes, poetas, novelistas o cuen-
tistas, es el de los sueñ os. «Chechó n la soñ adora» de Glicerio
24
Tomá s Pana (2003), «Lapü » (Sueñ o) de Miguelángel Ló pez (Vito
Apü shana) (992), y otros tantos textos, revelan la gran
importancia y atracció n de lo onírico para los wayuu. Eliana Palacio
Península de La Guajira

Paz del clan Pushaina me contaba que la wayuu es una cultura de


sueñ os. El sueñ o, lapü, no es obsesió n literaria ni estrategia formal,
al estilo romá ntico. Lapü es, entre otras manifestaciones,
comunicació n entre el mundo Pü lasü – el mundo de los muertos
que acompañ an, predicen, señ alan– y este mundo en el que
poseemos una psique, un canal interior –entre otros rasgos–. Aquí
también se vive bajo la presió n del afuera, de lo alijuna dolor y lo
alijuna placer, inconsistencia y cuadratura.
El sueñ o es revolució n continua ante el tiempo del afuera, acelera-
do tiempo en el que prevalecen las dominantes televisuales en franco
contraste con las dinámicas contacto-visuales: tejido, canto, cuento…
Considerando los valiosísimos aportes de compiladores de la tradició n
oral como Perrin, Chaves, De Armellada y Bentivenga, De Cora y el
mismo Weildler Guerra, y esperando que los trabajos conjuntos nos
enriquezcan mutuamente, coincido en lo esencial con la siguiente afir-
mació n inédita de Estercilia Simanca: «Ya es tiempo que sean las mis-
mas comunidades indígenas las que den a conocer su literatura a todo
el país, y es en este sentido que los mismos autores debemos luchar
por un espacio». El proyecto no es nuevo.
Si reconocemos que ninguna posició n radical es compatible, y
observamos que nuestros lazos ya no están para ser cortados sino
perfeccionados, consideraremos con el fallecido Ramó n Paz Ipuana,
quien ya lo anunció de cierta forma en los setenta, que la literatura
wayuu es también la apuesta por una interculturalidad bien vivida, y,
sobre todo, bien contada.

25

Escribiendo para «desalijunizarse»


i Literatura wayuu

27
1. Canto de oütsu

yo estaba encerrada [t.C.]


Yo estaba encerrada
Cogí la maraca, luego me puse a cantar
Mis espíritus se pusieron a hablar…
(Perrin, 988: 65)

29

1. Canto de oütsu

. Narradora: Rosaalia Jayaliyuu. 973.


2. Narrativas de origen

Los hijos de la lluvia


Nuchonni huja

Hace añ os, milenios, solo existía el viento, la oscuridad, el frío,


la Tierra –Mma–, el Lluvia –Juyá –, y su mujer –Pulowi–. Juyá en
sus andanzas conoció a Mma, la Tierra, y se enamoró de ella y
entonces también la hizo su mujer. La fecundó y así nacieron los
primeros hijos de la Tierra, que son todas las plantas que hoy
existen, grandes, me- dianas, pequeñ as.
Juyá volvió a fecundar a Mma y dejó a un lado a Pulowi. Cada
vez que nacía un nuevo hijo se escuchaba una voz del interior de la
tierra. La voz decía:
–Tú serás Uriana, tú serás Epiayu, tú serás Pushaina.
O sea, nombraba todos los grupos familiares, clanes que hoy exis-
220
ten. Así aparecieron las personas. Luego algunas sufrieron una trans-
formació n: se convirtieron en animales.
Pulowi se quedó en los picos de la serranía de la Macuira, en la
Literatura wayuu

Alta Guajira. Es un sitio sagrado por los misterios que allí existen. En
el pico hay una laguna pequeñ a. Algunos dicen que el agua es la
tapa de un gran hoyo. A veces Pulowi sale a la orilla de la laguna a
lavar bajo la sombra de los á rboles que ahí crecen.
I

(Unicef, s/f: s/p)

Las tortugas de pájara


Cuando aú n no existían los hombres
Iwa, la primavera,
se casó con Jepilech,
el viento que viene del Cabo de la
Vela. De esta unió n nacerían los
guajiros.

Juyá, el invierno, hermano de


Iwa, invitó a los animales
marinos

. Narrador: Glicerio Pana. Clan: Uriana.


a los animales de tierra
a los animales del aire,
todos fueron a los cerritos de Mar.

A las fiestas que fueron en la noche


no muy lejos de Carrizal.

Al finalizar la fiesta las tortugas de Pulowi,


lentas como son,
partieron hacia el mar.

Ya acababa la noche
cuando llegaron a la salina,
pero los keeralia las acosaban
y no las dejaban pasar.

Las tortugas esperaron hasta que los keeralia


se marcharon al amanecer. 22
Cuando llegó el día

2. Narrativas de origen
las encontró cerca del arroyo de pájara,
atravesando la salina hacia la playa.

Allí quedaron convertidas


en rocas blancas
bajo la luz del sol.

Cuando el sol cae fuerte al medio


día, la salina tiene como brillos de
agua;
a lo lejos se ven las tortugas de pájara
que luchan y forcejean por llegar al mar.
(Guerra, 990: 87-
88)

. Xiomara Uriana le contó a Weilder Guerra lo siguiente: «[el keeralia


es como un fuego/ que habita la salina./ Tiene forma de
lagarto/ y ojos de candela […]/ El keeralia acosa a las mujeres».
origen de los guajiros
Allá en lo alto, por encima de las nubes, está Ziruma, el cielo, don-
de vive Maleiwa, el buen espíritu que ha creado el agua, la tierra y
todas las cosas que existen.
También hizo Maleiwa a sus propias hijas, ya crecidas y muy her-
mosas, y dio a cada una de ellas una larga extensió n de tierra, para
que tuviesen por separado frutos que comer y montañ as y ríos donde
hallar sombra y agua.
Pero cuando pensaba el buen espíritu que las cosas estaban en or-
den, una de sus hijas se le acercó y le dijo:
–Padre, ¿qué tierra tendré yo? Porque a mí nada me has dado.
Entonces Maleiwa vio que se había olvidado de aquella hija y
que va no podía ofrecerle nada porque todo estaba repartido.
Mirando a su alrededor se fijó en un lago que era casi tan
222
grande como el mar, en el cual vivía Pará , el espíritu del agua, y
determinó sacar de allí una tierra para su hija.
Y de las aguas del lago brotó La Guajira, curvada como un gran
Literatura wayuu

arco de arena, que salía del agua y se alargaba hacia adentro hasta tocar
con otros lugares.
En ella apenas había árboles y estaba casi pelada de montañ as e
in- habitada de gentes. Ú nicamente se escuchaban los resoplidos de
I

Jepi- rach, el viento del norte, moviendo el agua de las casimbas o


pequeñ as lagunas que se formaban entre la arena.
Mensh, el Tiempo, «el que siempre existe», era el ú nico
habitante de La Guajira. Detenido sobre las casimbas y las rocas,
contemplaba el ir y venir de las ondas del lago, que avanzaban y
retrocedían empu- jadas por la fuerza de Jepirach.
Y aunque parecía que todas las cosas estaban quietas, la mirada
del Tiempo las transformaba: unas veces el mar devoraba un trozo de
tierra; otras se secaba una laguna y aparecía en diferente lugar.
La hija de Maleiwa se paseó por el borde del lago, asomá ndose
a mirar su fondo desde las rocas de la orilla, y la brisa le trajo a los
oídos las voces de Pará , el espíritu del agua.
Después que recorrió aquellos lugares sin haber hallado hombre
alguno, pensó : «Mensh, el Tiempo, me engendrará los hijos que
han de continuarme y que poblará n esta tierra mía».
Y se unió a Mensh, teniendo de él varias hijas, una de las cuales se
enamoró más tarde del espíritu Pará y se hizo su mujer.
De esta unió n nacieron Juyá, el invierno, e Igua, la primavera. Y
Jepirach, el viento del norte, el que formaba dunas con las arenas, de-
seó a Igua y la tomó por mujer.
Ellos fueron los padres de los primeros hombres que poblaron
aquella tierra, los cuales se hicieron muchos y se sucedieron unos a
otros, generació n tras generació n.
Un día, el buen espíritu Maleiwa dijo a las gentes:
–Quiero que salgáis de ahí y que vayáis a poblar otros lugares.
Algunos de los hombres que vivían en aquella tierra empezaron
entonces a caminar, saliendo del poblado de Uchi Juroteka. El sol
les abrasaba la cabeza y la arena les quemaba los pies y les secaba la
gar- ganta, levantando cerros de polvo caliente.
Cuando aú n no llevaban mucho tiempo andando, uno de los hom-
223
bres, llamado Wojoro, que era el más flojo de todos, se fue quedando
atrá s y dijo:

2. Narrativas de origen
–No puedo seguir caminando. Tengo los pies desollados, necesito
descansar.
Los demás le contestaron:
–Quédate entonces aquí, que nosotros continuaremos.
Y Wojoro se quedó abandonado cerca de Maiceo.
No habían avanzado mucho más allá de aquel lugar, cuando
otro de los caminantes, que se llamaba Epits, notó que se le
acababan las fuerzas y se sentó encima de unas piedras para quitarse
las sandalias; pero cuando intentó de nuevo levantarse, le fue
imposible soportar el dolor de sus pies destrozados ni la sed que le
quemaba el cuerpo y, así, tuvo que quedarse quieto y abandonado de
los demá s, lo mismo que Wojoro.
El má s fuerte y á gil era Itojoro, que animaba a los otros dicién-
doles:
–Vamos, que pronto encontraremos tierras mejores que estos
secos arenales.
Pero Wososopo le contestó :
–Me abrasa la sed y no puedo seguir. ¡Ojalá te rinda a ti también la
fatiga y tengas que quedarte con nosotros!
Y se arrojó extenuado sobre la tierra, donde al poco tiempo se mu-
rió de sed.
Los demás continuaron la marcha por aquellas peladas
extensiones de arena, sin hallar rastro de agua, y poco después
Juyouirá empezó a quejarse de hambre, sed y fatiga, y, temiendo que
también lo abando- nasen, gritó :
–¡Deteneos y no me dejéis solo!
Pero Tsitsi le contestó :
–Si no puedes continuar, quédate tú , pero nosotros seguiremos.
Y diciendo esto lo dejaron atrás, sin volverse a mirarlo siquiera,
mientras él se fue consumiendo poco a poco, con el estó mago roído
por el hambre.
Itojoro fue el que mejor soportó la fatiga pero, finalmente, antes de
haber llegado al lugar de Akuwa, cayó rendido como los otros, con los
pies destrozados por la marcha.
224
Los que más avanzaron fueron los monkis, que eran unos herma-
nos que llegaron casi hasta el borde del lago; pero allí sucumbieron, lo
Literatura wayuu

mismo que Guarapú , que se quedó dormido cerca ya del agua.


Viendo Maleiwa que ninguno de los que había enviado a correr
tierras había podido llegar a su destino, les dijo:
–Todos quedaréis convertidos en cerros y seréis llamados con
I

vuestros mismos nombres. Así, tú serás el cerro Wojoro –dijo el espí-


ritu mirando hacia aquél–. Tú , Epits, y tú , Wososopo, el que murió
de sed. Sobre ti, Juyouirá –añ adió –, siempre tronará y lloverá ; y tú ,
Ito- joro, serás así llamado por la mata de totumo que te nacerá en la
cima. Se cumplió la predicció n de Maleiwa y los cuerpos de los
hombres tumbados a lo largo del camino se fueron convirtiendo en
cerros y se
quedaron esparcidos por la llanura.
Después, el buen espíritu subió al Tsitsi y vio que toda la tierra
había sido cubierta por el agua. Entonces cogió su honda y arrojó con
fuerza una piedra al aire, la cual fue a caer sobre Kasuto, la roca blan-
ca. En seguida, el mar empezó a retirarse lentamente y dejó al descu-
bierto La Guajira, salpicada en algunos lugares de pequeñ os pozos
salados como ojos del agua que mirasen al cielo.
Maleiwa contempló aquella extensió n árida y seca, y pensó : «¡Po-
bres mis hijos y pobres mis nietos! ¿Qué les daré para que puedan
vivir sobre la tierra?».
Y envió una bandada de pavas o wampiray y otra de uruí o turpia-
les. Y después envió a la guacharaca, al paují y a todos los demás pája-
ros, que sembraron desde el aire cardó n, inaschurá, iguayará, sangre
de toro y sojoo, con el estiércol que arrojaban.
Luego, Maleiwa plantó las morvas, que son esos arbustos de frutas
negras que tanto gustan a las aves y que comen también las gentes, e
hizo aparecer sobre las charcas a la yaguasa picicí colorada y al
buchó n alcaraván, a la chó cora y al pato cucharó n, a la garza blanca y
al cuervo negro.
Nacieron después para habitar la tierra seca el puercoespín y el
matacá n, el marchangle y la iguana. Y entre las aguas del Coreairo,
del cañ o Sokoró y del Aipiapá empezaron a nadar el bagre paletó n, la
corita, el cotí y las agujetas.
Luego brotaron de entre las matas sabrosos frutos, como el zorro
cloco, el guá imaro y el tamaro, la tapara y el cují, el chiporo y el ka-
rigua. 225
Y sobre la laguna que tiene el agua salada cuando le sopla el viento

2. Narrativas de origen
de Juyá, y dulce después que llega la primavera, el buen espíritu
plantó una gran cantidad de enea, por lo que la laguna se llamó desde
enton- ces el Gran Eneal.
Cuando ya Maleiwa vio que la tierra estaba preparada para ali-
mentar a las gentes, se fue a la gran caverna que hay en la punta
del cabo Jepirach y dentro de ella creó varios hombres y mujeres,
cuyas huellas quedaron allí marcadas.
El espíritu les dijo:
–Formaréis castas diferentes. Vosotros –advirtió a una de las pa-
rejas– seréis los fundadores de la casta Ipuana, que está consagrada al
halcó n, y la vuestra –añ adió , dirigiéndose a otra pareja– será la Uria-
na, que es la del zamuro.
Y así fue diciendo a cada hombre y mujer:
–¡Casta de Pushainas, consagrada al báquiro; de Epinayú es al ve-
nado; Epiyú es al buitre; Jusayú es a la culebra cascabel; Sapuanas al
alcaravá n; Jayariú s al perro; Huaurís a la perdiz!
Cuando todos supieron el nombre que habían de tener ellos y sus
descendientes, el buen espíritu dio a cada pareja un par de animales
y les ordenó marcarlos con hierro y dejar luego la señ al de las marcas
incrustadas sobre unas rocas que existen en el lugar de Arachi,
para que en los tiempos venideros las castas supieran có mo distinguir
sus ganados por medio de aquellos signos.
Después los hierros que habían servido de molde se guardaron en
la cueva, la cual quedó cerrada por una gran piedra que la marea
del lago empujaba hacia dentro y hacia fuera. Allí también están
ocultas unas tinajas de barro llamadas pachisha, repletas de tesoros,
que nadie puede abrir porque si lo hiciera moriría.
Maleiwa se fue otra vez a Ziruma, el cielo, al que también van
los guajiros cuando mueren, después de cruzar por la cueva Jepirach.
En aquel lugar formado por extensas llanuras, en donde abundan
los ganados y el agua, y en donde la brisa es siempre tibia y refres-
cante, las gentes vivirá n felices y no verán a sus enemigos, porque
Maleiwa los coloca en lugares apartados.
Tampoco sufrirán las enfermedades con que Yor(u)já los ataca en
226
este mundo, y Guandrú no matará a sus animales ni secará los pozos
para atormentarlos con la sed.
(Cora, 972: 235-24)
Literatura wayuu
I

juyá es nuestro padre, Luna es nuestro padre [t.C.]


[…] Juyá es nuestro padre
Luna es nuestro padre…
Pero hay guajiros que dicen también:
«Juyá es hijo de Maleiwa,
nüchon nia Maleiwa tia Juyakai, sümünaka».

Maleiwa es el que nos hizo


Maleiwa nos repartió y nos dio los clanes
É l nos dio ganado, nos dio los ú tiles.

Maleiwa es el abuelo de todos los guajiros


Maleiwa, nacido de una mujer devorada por Jaguar…
Escucha esta ú ltima historia que cuentan los viejos, alijuna,
la historia de Maleiwa,
una historia que pasó hace tiempo, hace mucho tiempo
cuando todas las cosas se mezclaban sobre la tierra:
sümaiwa pülaiwa mmakat […].
(Perrin, 980: 07-0)

maleiwa
Eeshi chii uchii ajuupajüikai jime,
chii kemenülükai, yalaa palaairuko…
«El gavilán de mar» es el pájaro que nada muy bien
y que se deja caer sobre los peces para atraparlos. 2
Antes era un hombre,
gustaba mucho de pescar
y cada día traía los pescados.

Su esposa le dio una niñ a; 227


la niñ a creció ,

2. Narrativas de origen
su padre la quería mucho.

Cuando tuvo sus primeras reglas


entró en reclusió n.
Se la encerró en una casa pequeñ a.
Cuando salió , era ya una joven.3

. Narradores, siguiendo el orden: Petroniila Uliana (de unos treinta añ os) y su


padre, Ramansiita Uliyuu. Lugar: Makalaitpao, Guajira colombiana. Fecha:
7 de febrero de 970 y 7 y 8 de julio de 973. Narrador: Iisho Jayalivuu,
alias Felipe Fernández. Fecha: 9 de junio de 969. Shaatü i Uliyuu, alias José
del Carmen. Lugar: Kasusain (Venezuela). Fecha: 2 de septiembre de 969.
2. El narrador no pudo recordar el nombre de este pájaro. Pero segú n la
descripció n que ha dado se trata ciertamente de una especie de fragata (pá jaro
del orden de los Pelicaniformes). Nadie ha podido darnos, por lo tanto, otras
precisiones sobre el abuelo materno de Maleiwa. (Nota del original).
3. Segú n ciertos guajiros, esta joven, futura madre de Maleiwa habría sido
Si’ichi, nombre de la planta (Pereskia guamacho) cuyos frutos, mezclados
con los de la planta manna (Tribulus cistoides), sirven para hacer una
“chicha”. Para otros se trataría de manna. (Nota del original).
Aquella descubrió entonces que estaba encinta.
Nadie sabía quién la había fecundado.
Cuando su padre se dio cuenta
su vientre estaba ya muy crecido.
–¿Quién te ha hecho eso, hija? –le preguntó .
–¡Yo no sé!
Ningú n hombre ha venido a verme nunca,
él se ha formado solo dentro de mi vientre.
Cuando estuvo muy gorda
el niñ o se puso a hablar:
–¡Fabrícame flechas, quiero ir a cazar!
–dijo cuando ella pasaba delante de un caujaro.
«¿Qué podría hacer con una flecha
y có mo podría ir a cazar,
ya que está todavía dentro de mi vientre?»,
se preguntaba la madre.
228
Pero el niñ o insistía.
Ella talló una
Literatura wayuu

flecha.
¡Sin embargo, él no salió !
Y continuó hablá ndole.
I

Entonces, cansada de escuchar y de responderle,


se golpeó el vientre.
Esto disgustó al niñ o, y no habló más.
–¡Sal, ya que eres cazador! –le gritó ella,
pero él se quedó callado.

Un día que ella había ido a cortar leñ a


una astilla le cayó en el ojo y se lo reventó .
En seguida el otro ojo dejó de ver.

La mujer estaba ciega,


no veía más la tierra, caminaba al azar…

Se equivocó de camino
se perdió en la maleza
no encontraba ya su casa.
El niñ o estaba en su vientre
y no le quería hablar.
Ella dormía sobre la tierra, afuera.
Caminó mucho tiempo, muchísimo
tiempo… Así llegó hasta la casa de la madre
de Jaguar. Jaguar estaba de cacería.
–¡Ai … tachon nee! ¡Aíe, mi hija!
–dijo la madre de Jaguar2 tomándola por el brazo.
Esta la llevó a su casa…
La mujer había caminado durante dos días
tenía mucha hambre.
La madre de Jaguar le dio de comer
después la bañ ó ,
[y] en seguida la escondió debajo de unas viejas mantas.
Su vientre estaba muy crecido.

Al regreso de la cacería 229


Jaguar dejó su presa habitual.

2. Narrativas de origen
Su vieja madre se levantó ,
vertió agua
en el lugar donde todos los días Jaguar tomaba su bañ o,
luego se fue a preparar la comida.
Jaguar se lavó , se secó y se vistió .
Su madre sirvió la comida.
Aquel comió muy rápido, hasta que se sació
luego se lavó la boca y las manos
después despedazó y saló lo que quedaba de la presa.
La puso a secar.

. Epeyüi es el nombre dado frecuentemente por los guajiros a todo


jaguar sobrenatural, es decir susceptible de tomar apariencia humana.
Por otra parte, Kulirapata es el nombre generalmente atribuido
al hombre-jaguar primordial al que deberá enfrentarse Maleiwa.
En el relato presentado aquí es indiferentemente designado por
kalaira (jaguar), epeyüi o kulirapata. (Nota del original).
2. Nii kalairakai, literalmente: «su madre-el jaguar». (Nota del original).
En fin, se levantó
y fue a caminar delante de la casa.
Jaguar sintió un olor agradable, un olor a meló n.
–¿Qué hay aquí que huele a meló n?
–preguntó a su madre.
–¡No hay nada! –respondió ella.
Pero jaguar encontró a la mujer
y la mató .

Después de haberla comido


Jaguar escupió los restos del alimento,
los residuos que quedaban entre sus dientes.
En seguida estos se menearon.
¡Kuin! ¡Kuin! Cayeron a tierra y lloraron…

Su vieja madre los recogió


230 los puso en algodó n
les dio de comer.
Literatura wayuu

Ellos eran tres muchachos.2


La madre de Jaguar los
crió , crecieron
rápidamente.
I

Tuvieron pronto sus flechecillas


comenzaron a matar lagartos.
Una vez que estuvieron bastante grandes
Jaguar les fabricó flechas metá licas,
les enseñ ó a cazar, a disparar el arco.
Cuando los muchachos iban con él
debían abatir los venados y los corzos
gritando ¡Koo! ¡koo! ¡koo!…
lanzá ndoles piedras.

. Se trata aquí de una descripció n fiel de las costumbres del


cazador o del pescador guajiro. (Nota del original).
2. Segú n ciertos narradores los muchachos se llamaban Maleiwa, Ulapayüi (o
Ulap) y Tümajüle. Segú n otros Ulap sería el nombre antiguo de Maleiwa. Este
es a veces llamado «barrigó n» (ülio’u ale’echi ). Finalmente hay quienes afirman
que Tümajüle no era el hermano de Maleiwa, sino su abuela. (Nota del original).
Llevaban las presas a la casa
donde las cortaban y salaban
antes de hacerlas secar.
Jaguar los quería mucho.

Más tarde Maleiwa


(el má s joven de los tres hermanos
el ú nico que recibió poderes sobrenaturales)
él mismo mataba las piezas,
se las daba a la madre de Jaguar
y los jó venes se alimentaban con ello.

Es entonces que se acostumbraron


a robar melones a la paloma vieja.
Cada día iban a sacarlos a escondidas
aun cuando no cazaran cerca de allí.
23
La vieja se dio cuenta,

2. Narrativas de origen
había observado las huellas de sus pasos.
Se escondió en la huerta
y se puso al acecho.
–¡No escaléis la cerca de mi huerto!
¡Napütaala! ¡Residuos de alimentos!
¡Saaliipüna! ¡Escapados de la muerte!
–gritó cuando los vio.

Al día siguiente los hermanos regresaron.


De nuevo la vieja los insultó .
¡Epa, ahí están los ladrones de mi cosecha!
¡Aquéllos cuya madre ha sido comida por Jaguar!
–¡Repítelo una vez más, te voy a matar! –dijo
Maleiwa.
–¡Escapados de la muerte! ¡Restos de alimentos!

. Niakai matsayülin a’in chii emüliakai pülashikai, literalmente:


«aquél todavía sin fuerza, aquél que era el menor –el pülashi (el
poseedor de poderes sobrenaturales)–». (Nota del original).
¡He ahí lo que tú eres!
¡Lo que te digo es lo que tú eras antes!
Estabas dentro de los dientes de Kulirapata.
¡Tu madre fue comida por Jaguar!
No soy yo quien la ha comido,
¡no me vas a robar toda mi cosecha!
–¿Es cierto lo que dices? –preguntó Maleiwa.
–Es verdad: Jaguar se comió a tu madre.

Cuando Paloma contó lo que había pasado


Maleiwa le quemó las pestañ as con un algodó n.
Los ojos de Paloma no tienen hoy pestañ as.
–¡To’uta tee! ¡To’uta tee! ¡Ay, mis pestañ as!
–canta ella desde ese tiempo.

Maleiwa decidió entonces matar a la madre de Jaguar.


232
Durante una cacería
los muchachos cesaron bruscamente de abatir los venados
Literatura wayuu

y regresaron a la casa.

Cuando llegaron, Maleiwa flechó a la vieja mujer.


Los muchachos la cortaron en pedazos
I

escondieron su cabeza y el resto lo cocinaron.


Maleiwa tomó los rasgos de la madre de jaguar
(él estaba todavía pequeñ o,
pero tenía ya poderes sobrenaturales).
Tenía los cabellos blancos,
hilaba el algodó n enrollándolo en su pierna.

Jaguar volvió de la cacería.


–¿Por qué no han venido a recoger mi presa?
–le preguntó a su madre.
–Han venido directamente con lo que mataron.
¡Come! ¡Come!
¡El que tiene hambre no debe inquietarse!
–era Maleiwa, quien hablaba en lugar de la madre,
con los cabellos blancos e hilando el algodó n…

Jaguar hambreado se precipitó sobre el alimento.


Después de tres bocados, sus dientes rechinaron.
–¡Push! ¡Push!… ¡Shia pii! ¡Shia pii!…
¡Push! ¡Push! ¡Es tu madre! ¡Es tu madre!
–decían los dientes.
En seguida Jaguar escupió la carne.
¡Se había dado cuenta!
Se abalanzó sobre uno de los jó venes.

Inmediatamente Maleiwa se convirtió en muchacho.


Trató de flechar a Jaguar,
pero en vano.
El otro también lanzaba flechas
pero ni uno ni otro acertaban a darse.
Cerca de sí, Jaguar hizo una cerca de piedra, 233
Maleiwa quería cazarlo, pero Jaguar se le escapaba.

2. Narrativas de origen
De nuevo se batieron a flechazos,
flechas siwarai, con punta de metal.
Estaban a la par.
Las flechas no les entraban…

Pero Jaguar estaba hostigado


y pronto debió dejar Jorolamatu,
allí donde se encontraba la casa de su madre.
Maleiwa partió en su persecució n
lanzaba flechas a la montañ a Iitujulu
y en las colinas cercanas…
Jaguar huía aterrorizado.
Maleiwa no lo dejaba dormir,
estaban muy lejos
y seguían corriendo.

Maleiwa hizo fuego, delante y detrá s de jaguar


pero este se salvó .
Llegó entonces donde el caracol Julera.
–¡Socó rreme, abuelo!
Dame de beber, me muero de sed.

Jaguar estaba quemado en todas partes…


aú n hoy
se ven las manchas negras del fuego sobre su piel.
Pero el hombre había escondido su agua.
Fue Maleiwa quien le había ordenado que así lo hiciera.
–Te daré de beber si me das tu ano.
–¿No soy un hombre? –respondió Jaguar.
–¡Si eres un hombre, vete! –dijo
Julera. Jaguar le ofreció sus flechas.
¡A Julera no le sirven para nada!
Le ofreció una flecha envenenada.
Julera la rechazó .
234 Maleiwa iba a llegar…
–¡Haz lo que quieras de mí! –dijo Jaguar.
Por el ano, lo penetró , lo penetró …
Literatura wayuu

en seguida, después, se escondió en el «palo brasil»2


sin darle agua a Jaguar.
Este, furioso, desgarró la corteza del árbol
pero no encontró a Julera…
I

Desde ese día, el «palo brasil» está marcado con profundas estrías…

Jaguar de nuevo se puso a correr.


Pronto encontró a Cachicamo y le pidió agua.
Maleiwa había pedido a Cachicamo hacer lo mismo que Julera.

–Te daré agua, si me das tu ano.3

. O kulira: concha (de la categoría warutta) que en el momento de las lluvias


emite un sonido parecido al de las ranas. Se dice que «contiene siempre
agua» y que los guajiros la succionan cuando no tienen qué beber. Má s
a menudo este animal vive fijado a los á rboles. (Nota del original).
2. Jata, árbol (Haematoxylon spp.) cuya corteza está marcada de profundas
estrías. De su madera se extrae un tinte rojo. (Nota del original).
3. La homosexualidad es para los guajiros señ al de afeminamiento, pero
también de animalidad. Recibir el apelativo de asinashi (pederasta) es
–¡Tó malo! –dijo Jaguar, quien tenía mucha
sed. Cachicamo lo ensartó , lo ensartó , lo
ensartó …
Pero casi en seguida quiso volver a entrar en su casa
negá ndole el agua a Jaguar,
entonces Jaguar le desgarró el cuerpo
y le cortó la cabeza.
Cuando Maleiwa llegó
encontró a Cachicamo tendido al sol, muerto.

Maleiwa flechó a un
bú ho, le cortó la cabeza
y se la puso a Cachicamo:
desde entonces el cachicamo tiene el cuerpo desgarrado
y una boca sin dientes.
–¿Qué es lo que ha pasado? –preguntó Maleiwa.
Cachicamo contó lo que había hecho.
–¡Está bien!
¡Jaguar quedará pederasta! –dijo Maleiwa. 235

2. Narrativas de origen
Maleiwa persiguió todavía a Jaguar,
muy lejos,
hasta una montañ a donde aquél se refugió (§).

Allá Jaguar tenía su casa,


en un lugar donde abundaban los árboles palemasü.2
«¿Qué puedo hacer contra él?», se preguntó Maleiwa.

Maleiwa tomó los rasgos de una mujer.


el peor insulto que puede sufrir un guajiro. (Nota del original).
. Esta epopeya no ha sido contada por un solo narrador con tantos detalles en
cada uno de sus episodios. Cada versió n grabada desarrolla algunos detalles,
pero hace breves alusiones a los otros o bien los ignora completamente.
Como lo sometimos a muy poco aná lisis hemos preferido dar de este mito
hoy poco conocido, la versió n má s rica de cada uno de sus episodios, aunque
tenga el inconveniente de introducir sensibles «cortes». En todos los casos
hemos indicado el cambio de narrador por el signo §. (Nota del original).
2. «Guaimaro» (¿Byrsonima coriacea?), á rbol de las zonas
altas de La Guajira. (Nota del original).
Partió donde Jaguar
para pedirle frutos de palemasü.
La mujer llevaba en sus espaldas un saco tejido.

–Vengo a buscar frutos de palemasü –dijo.


–Ay, no están todavía maduras.
Pero quédate, te voy a contar una historia –contestó Jaguar.
–¡No! Mi hijo me espera en casa.

La mujer quería regresar a su casa…


Jaguar hizo caer una lluvia muy violenta,
la mujer tuvo que entrar en una casa
una casa que en seguida se convirtió en piedra:
Maleiwa estaba encerrado en una piedra.
Llamó entonces a todas las hormigas.
Estas se pusieron a cavar.
–¡Helo allí, hemos hecho nuestro pequeñ o camino! –dijo Hormiga.
236

Maleiwa se escurrió
Literatura wayuu

pero en el paso se despellejó .


Su sangre corría en abundancia…

Entonces llamó a los pájaros.


I

–¡Bá ñ ense en esta sangre!


–dijo al ara, al cardenal, al turpial,
y a todos los pájaros que en su plumaje llevan el color rojo.

–¿Qué hago? –se dijo entonces Maleiwa.


Tomó la forma de una mujer que acababa de parir.
Se podía ver su seno de donde salía leche.
–¡Quiero frutos de palemasü!
–¡Todavía están verdes!
Maleiwa los miró y maduraron en seguida…
–¡Espera! te voy a contar una historia –dijo Jaguar.
–No, mi hijo me espera, debe estar llorando.
Jaguar se subió al árbol para coger los frutos.
Cuando estaba muy alto Maleiwa puso sus ojos sobre él.
Bajo el efecto de su mirada
el árbol de palemasü se elevaba, se elevaba, se elevaba…
Entonces Maleiwa golpeó el á rbol.
Sus frutos se esparcieron por toda la maleza.
Y Jaguar fue a caer muy lejos, en Baja
Guajira.

Maleiwa lo abandonó ,
en una regió n inhabitable donde quedó el jaguar.
En una regió n tan lejana que hoy
los jaguares no llegan má s a la Alta Guajira… (§)

En seguida, Maleiwa se dirigió hacia el


mar. Se encontró a una mujer que hilaba
algodó n. Le quiso tocar,
y acariciarla…
Pero la mujer protestó .
Ella lo amenazó .
É l habría querido copular con ella… 237
–¡Quédate tranquilo, si no te golpearé!

2. Narrativas de origen
Maleiwa puso su mano sobre ella.
¡Hou! ¡Huu!… ¡Huu!…
La mujer era el mar.
Ella se extendió sobre la tierra
y trató de ahogar a Maleiwa.
Este se escapó delante de ella…
Pero el mar continuaba avanzando.
Maleiwa saltó a la cima de la montañ a
Iitujulu… El mar seguía avanzando.
Iba a sumergirlo…

Pero de golpe
la montañ a Iitujulu se alzó .
Se elevó , se elevó …
Maleiwa la escaló hasta la cima.
Se había convertido en una inmensa montañ a.

La mar se detuvo finalmente, extenuada.


Pero llegó a recubrir toda la tierra.

Maleiwa reflexionó .
No quería quedarse allí.
Traía consigo flechas de madera de caujaro.
Hizo una varilla y un eje.
Girando la varilla entre sus palmas y soplando
Maleiwa hizo fuego.
Recogió leñ a y unas piedras negras, lisas y duras.
Las tiró al fuego.

Cuando las piedras estuvieron calientes


empujó una con el pie
en direcció n de la Alta Guajira, que estaba al lado.
Tomó una honda y lanzó las otras muy lejos:
una al norte
una al sur
238
una al oeste
¡Kaoo! ¡Kaoo!…
Literatura wayuu

clamaba el mar al irse.

El mundo reapareció .
El mar se secó .
I

Se detuvo allí donde existe ahora la ribera…


–cerca de la cima de la montañ a Iitujulu
se puede todavía ver su rastro–. (§)

–¿Qué podría hacer ahora? –dijo Maleiwa.


Regresó sobre sus pasos,
fue a Chimita, a la orilla del
mar, hacia la tierra arcillosa,
allí donde las rocas están cubiertas de huellas
allí donde los guajiros ahora hacen cerámica.
Aquel vio huellas de vacas, de caballos, de perros…
vio huellas de guajiros…
Tomó entonces la arcilla,
y se puso a crear a los seres vivientes.
Amasaba la tierra
hacía de ella una especie de cuerdas
y les daba forma y las pulía con sus finas manos.
Con un movimiento seco de los dedos
hizo a los pá jaros.
Con la ayuda de Lluvia, Maleiwa fabricó a los hombres.
–Serán ellos los que hablarán –dijo.
Hizo también hierros para marcar,
para distinguir cada clan,
después dio forma a las figurillas que se parecían al ganado.

Entre los clanes repartió la gente, las bestias y las cosas.


A los ricos, Maleiwa distribuyó el queso y el ganado.
–Estos animales serán los vuestros –les dijo.
Pero a los pobres no les dio sino una larga vara
y les hizo tomar otro camino. 239
–Con la vara ustedes podrán comer tunas.

2. Narrativas de origen
Así no morirá n de hambre.

Maleiwa también puso las armas en manos de los hombres,


los arcos, las flechas, los fusiles, los machetes.
–Esto será para matar a las gentes.
Esto será para cortar y para preparar vuestros alimentos.
–Y les dio una pala–.
Con ella trabajaréis para vuestra mujer,
para vuestra madre y para vuestra suegra. (§)

Pero la vulva de la mujer presentaba un grave defecto.


Ella tenía dientes.
¡Kürülü! ¡Kürülü! ¡Kürülü!…
decía la vulva cuando los hombres se acercaban.

Maleiwa pensó que no podría tener nietos.


Los hombres tenían miedo de copular.
Las mujeres morían poco a poco.
«¿Qué se podría hacer?», se preguntaba.

Maleiwa fue a Wotkasainru,


allá había una joven llamada Tonkolu.
Aquella nadaba en agua fría y profunda.
Maleiwa fue a bañ arse con ella.
Veía muy bien los grandes dientes de su vulva.
Los escuchaba rechinar.
Con él llevaba su arco y sus flechas.
Se acercó a la joven.
¡Too!... ¡pots!
Golpeó la vulva con una flecha;
en seguida los dientes se transformaron en piedras.
La joven salió del agua
ensangrentada,
se sentó sobre una piedra.
240 A esta piedra se la ve todavía en Wotkasainru,
está roja de esa sangre,
rodeada de piedras rojas más pequeñ as. (§)
Literatura wayuu

(Perrin, 980: -24)


I

makuira y Barrigoncito2
En la Alta Guajira
vivía un hombre que tenía mucho vientre.
Pescaba y cazaba de todo:
peces, conejos, venados…
Tenía dos hermanos mayores
[que] eran perezosos y nunca mataban nada.
Era él quien traía la caza.3

. Algunos dicen que Tonkolu es hija de Kulirapata,


el Jaguar-Epeyüi (Nota del original).
2. Narrador: Listo Jayaliyuu, alias Felipe Fernández. Fecha: 9
de junio de 969. Lugar: Ayajui (Guajira venezolana).
3. Sin duda, se trata de Maleiwa. (Nota del original).
Un día fueron los tres a bañ arse en un jagü ey.
Una muchacha se encontraba ya allá .
Barrigoncito le arrojó una flecha
la hirió y se puso a sangrar.
–¡El que ha herido a mi hija me las va a pagar!
–exclamó el viejo Makuira,
un hombre que tenía poderes mágicos.
Atrajo a su casa a Barrigoncito y sus hermanos,
los hizo dormir aparte,
entonces se convirtió en piedra la casa donde estaban.
Se quedaron prisioneros los tres dentro…

–¿Qué podemos hacer? –se preguntaron.


Barrigoncito hizo venir a todos los pájaros.
Todos se pusieron a excavar la piedra.
Excavaban carpintero, yaliruasü… y todos los otros
los que hacen agujeros a picotazos 24
Tuk, tuk, tuk…

2. Narrativas de origen
Cuando estuvo agujereado los tres hermanos salieron
pero el menor, el más valiente, el Barrigoncito,
se desolló al pasar.

–Bú squenme una taza para echar esta sangre –[dijo.]


Barrigoncito la llenó de su sangre.
–¡Ahora, báñ ense!
–dijo al cardenal, al guacamayo…
y a todas las aves que tienen ahora plumas rojas.
El ú ltimo era el «José Cristo», el cantor pequeñ o:2
no se mojó sino la parte alta de la cabeza,
como quedaba muy poca sangre…

«¿Qué haremos para vengarnos de Makuira?», se preguntaron.

. Es el nombre de una sierra grande, situada al noreste de la


Península, en La Guajira colombiana. (Nota del original).
2. Pájaro no identificado que tiene la parte alta de la cabeza roja. (Nota del original).
Los tres hermanos se fueron a pescar.
Barrigoncito llevó unos peces a Makuira
por eso cambió de apariencia.
Barrigoncito tenía poderes mágicos:
no era otro que Ulapü , o sea Maleiwa.
–¡Abuelo, dame unos frutos de guaimaro a cambio!
–dijo a Makuira.
–¡Allá están! Ve a buscarlos –contestó el viejo.
Barrigoncito se subió al á rbol,
en seguida se bajó , haciendo como si ceyera.
Entonces subió el viejo Makuira.
Barrigoncito levantó los ojos hacia la cima del árbol
[y] por efecto de su mirada, el guaimaro creció
creció , creció … y llegó muy arriba.
Barrigoncito golpeó el á rbol con el pie.
242
Sus ramas y sus frutos se desparramaron por el monte,
por el monte lejano, inaccesible.
Literatura wayuu

Makuira se fue muy lejos.


Como tenía poderes sobrenaturales
allá se transformó en jaguar para siempre.
I

Barrigoncito se dirigió hacia el mar,


quedándose en la Alta Guajira.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 265-267)

La india Worunka
En tiempos antiguos las mujeres tenían dientes en la vulva, y por
esto para sacar a los hijos tenían que abrirse el vientre. A la india Wo-
runka le abrieron el vientre, le sacaron el hijo y la cosieron; Mareiwa
observaba y vio que no estaba bien; le tiró una piedra, le rompió los
dientes a la boca de la vulva y dijo que por allí nacerían los hijos; en el
lugar donde Mareiwa hizo esto existe una piedra exactamente
parecida
a la vulva de Worunka. Este lugar queda en el valle entre el Itojoro y el
Kousopa.
Mareiwa cogió al pajarito sangre-toro y lo metió en esta piedra;
debido a esto tiene su color rojo; el pájaro carpintero también alcanzó
a meter el copete y quedó pintado de rojo; al guacamayo también lo
echaron a la piedra y todos los pájaros que son pintados de rojo toca-
ron la piedra de Worunka. Esta mujer vino de la Sierra de Macuira
para bañ arse en el arroyo y allí Mareiwa la convirtió en piedra.
En aquel entonces el hombre no podía hacer el coito con la
mujer porque tenía miedo a que le mordiera el jeruwai (pene) y se lo
cortara. Antes para hacer los hijos hacían el coito por el nocho
(ombligo); pero después de que Mareiwa rompió los dientes de
Worunka ya las rela- ciones son normales.
Worunka estaba muy enferma, se encontraba embarazada y tenía
poquitas costillas; entonces Mareiwa se apiadó de ella, le cortó dos
costillas al hombre y se las puso a Worunka para que diera a luz fácil-
mente y fuera más gorda y más robusta. Fue desde ese entonces
243
que
ya las mujeres guajiras pueden tener hasta hijos mellizos con facilidad
y con menos dolores.

2. Narrativas de origen
En aquel tiempo de Worunka las mujeres eran quienes compraban
a los hombres por marido; eran ellas quienes iban a sus casas a bus-
carlos para acostarse con ellos, pero Mareiwa se dio cuenta de que eso
era muy feo, [eso] de que la mujer busque al hombre, y entonces dijo:
–Debe ser el hombre quien busque a la mujer.
Desde ese entonces se cambiaron los papeles y el hombre compra
a la mujer, la busca en su casa y manda en el hogar. Pero también Ma-
reiwa puso la ley del pago, para que al padre le devuelvan los animales
que dio por la mamá de la hija [que entrega].
Mareiwa comisionó a dos hombres que fueran por un camino lar-
go, lo recorrieran hasta el final y allá encontrarían unas matas de fru-
tas coloradas. Les dijo:
–Vayan hasta allá y traen las semillas y las siembran en la
Sierra de Macuira.
Ellos obedecieron, sembraron las frutas y resultó que eran tumas,
y les dijo que esas piedras tendrían mucho valor en La Guajira.
Fue a Worunka a quien le entregaron todas las semillas para que las
sembrara y pudieran mantenerse; los indios, muy contentos, hicieron
chicha y la dejaron fuertear en una tinaja, y cuando estuvo fuerte la to-
maron y se emborracharon. Mareiwa se puso muy bravo por esto y
dijo:
–Que se sequen las matas de tuma y también las demás plantas, y que
nunca más haya abundancia, que los veranos sean largos y prolongados y
los indios guajiros sufran hambre y sed.
Por eso hoy día las tumas se encuentran enterradas, el verano es
largo y vienen el hambre y la sed. Solo cuando Mareiwa tiene lástima
de los indios trae la lluvia para que no perezcan de hambre.
(Chaves, 978: 298-299)

244
Literatura wayuu
I
3. Historias pulowi

sobre Pulowi y juyá


Yo he escuchado un cuento sobre Pulowi. Dicen que llegó el
ele- fante y convidó a Pulowi para que le hiciera el favor de
ayudarle a sacar la ballena que estaba atorada en el mar, y llegó el
conejo y le dijo a Pulowi que tenía atollado al toro en alta mar y que le
hiciera el favor de jalarlo veinte metros. Las lagunas son las huellas
que fue dejando Pulowi porque el elefante logró sacar a Pulowi del
mar; Pulowi vino exactamente del mar. Estando ella afuera se fueron
formando charcos, lagunas, y allí el origen de las lagunas.
Pulowi era la mujer de Juyá en el cerro de la Teta. Un día que
vino Juyá empezó a buscar a Pulowi y no la encontró porque se había
escondido, él supo que ella le había sido infiel con Iiwa (primavera) y
empezó a disparar al cerro de la Teta con relámpagos, centellas y ra-
yos; llovió por aquí, llovió por allá, por todos los lados de la península,
pero no encontró a Pulowi. Resulta que ella estaba donde sospechaba
245
Juyá, bien escondida, muy debajo de la tierra del cerro de la Teta. É l
quiso desaparecer las nubes y se detuvo [la] claridad; entonces, en ese

3. Historias pulowi
instante salió Pulowi con el hijo de Juyá en los brazos (ya Pulowi tenía
un hijo de Juyá grande). Cuando estaba allí Pulowi mirando por todas
partes, por todos los horizontes, diciendo ella que ya Juyá se había
ido; Juyá estaba escondido camuflado a una distancia del cerro donde
perfectamente estaba visualizando a Pulowi, inspeccionando dó nde
estaba escondida; este apuntó a Pulowi y la mató y allí se quedó el hijo
intacto, no le pasó nada. Mató nada má s a Pulowi.
(Mejía, 200: 09-0)

Pulowi de mar y Pulowi de tierra2


Tüü Piilouikat anoitpajakat, kaja tüü palaairakakat
nierüinja Juya’aya…

. Lugar: Limoncito, Maicao. Narrador: Abraham Epieyú . Edad:


sesenta añ os. Traductor: Rudecindo Ramírez. 996.
2. Relato contado por Shaatiii Uliyuu, alias José del Carmen, el 8 de enero
de 970 y el 3 de julio de 973. Este hombre, de unos setenta añ os, era
criador en Kasusain, en la Guajira venezolana. Murió en enero de 975.
La Pulowi del fondo del mar
y la Pulowi que vive en la tierra
son las esposas de Juyá .

La Pulowi del fondo del mar es la má s


rica. Como «ganado»
ella tiene las tortugas, los pescados
y todos los otros alimentos del mar.
Posee gran cantidad de tu’uma
y joyas de todas las clases.

La Pulowi de tierra es pobre.


Como «ganado»
no tiene sino los venados, los corzos, los zorros,
y algunos otros animales.

246 Un día, ella decidió quitarle un saco de tu’uma


a la Pulowi de mar.
Literatura wayuu

–¿Por qué no me envías?


–dijo el pá jaro Si’a, el turpial.
–¿Pülashi pia? ¿Tienes poderes sobrenaturales
para pretender traerme sus joyas?
I

–Sí. Como él yo soy pülashi


–respondió el pequeñ o pájaro si’a a la Pulowi de tierra.
–¡Entonces ve!
¡Y vuelve con las mejores joyas!
Diré que tú eres pülashi
solamente cuando hayas traído de Pulowi de mar, mi esposa,
el mejor saco de joyas.

El pájaro Si’a se fue muy


lejos, hasta la orilla.
Luego llegó donde la Pulowi que habita el mar
en una casa muy grande
donde viven también sus hijos
[y] unas muchachas hijas de Juyá.
–¡Antshi pia wayuu! ¡Epa, guajiro!
¡No te he visto nunca! ¿De dó nde vienes?
¿Có mo has venido hasta aquí?
¿Qué buscas,
indio que viene de fuera, lejos de aquí?
–le preguntó la Pulowi.
–Me gusta explorar el
mundo, y quiero conocerte.

–Entonces, ¿vienes a quedarte aquí?


¡Cuelguen una hamaca para este guajiro!
–dijo Pulowi a sus muchachas, hijas de Juyá.

La Pulowi del mar era muy rica,


su casa era muy grande, muy alta,
tenía gran cantidad de ganado
tortugas, peces y toda clase de pájaros marinos.
247
Si’a se quedó con ella.

3. Historias pulowi
Se le tendió una hamaca
en la cual él podía acostarse.

El tercer día, al alba,


mientras que todo el mundo dormía,
aquél iba a revolotear por encima de los sacos de
joyas suspendidos muy alto, bajo el techo de la casa.
Aquel las examinaba.

Había uno de pequeñ o tamañ o,


pero contenía las joyas más bellas.
«He aquí el que me llevaré»,
se dijo a sí mismo.

Luego que descendió


retomó la forma de un guajiro
y se extendió en su hamaca.
La noche siguiente
fue el ú nico en no acostarse tarde.
Por fin todo el mundo se durmió ,
los viejos dormían y roncaban,
Pulowi dormía.

Si’a observaba los susu


(los bolsos tejidos que contenían las joyas).
«¿Dó nde está la atadura de este?
¿Está amarrado con aquel?»,
se preguntaba.
Fue a desatar el saco pequeñ o,
el saco que estaba fijado en dos esquinas,
lo puso sobre su espalda
y huyó.

248 Fue a entregárselo a la Pulowi de tierra


también mujer de Juyá .
Literatura wayuu

Cuando la Pulowi de mar se despertó


fijó la mirada en su saco de joyas.
¡Los sacos ya no estaban!
Habían sido traídos a tierra.
I

El más pequeñ o, el más precioso había desaparecido.

Pulowi no veía más al guajiro.


Fue a tentar su hamaca.
Estaba vacía.
–¡Ah, ayú denme! –gritó ella–.
¡Aquel hombre ha partido con mi pequeñ o saco tejido!

Las hijas de Pulowi se despertaron.


–¿No estabas tú con él?
–le preguntaron ellas.
–Sí, pero parecía dormir.
No me he dado cuenta de nada…
¿Qué vamos a hacer? –dijo Pulowi.
–El saco está ya muy lejos
–respondieron las hijas.

Pulowi lanzó el mar en persecució n del guajiro:


¡Ou! ¡Ouuuuuuuu! ¡Ou! ¡Oóuuuuuu!
Ella hace siempre eso cuando la roban.
Pulowi espumaba, corría tras de él,
pero este estaba ya lejos.
El mar no podía ya alcanzarlo.

Ya Si’a estaba cerca de la Pulowi de tierra.


–Entonces, ¿me las has traído? –preguntó a aquel desde su llegada.
–¡Toma este saquito!
¡Encontrarás lo mejor que tenía!
–respondió el pájaro Si’a.
–¡Déjame ver! –dijo Pulowi.
249
Del saquito con joyas, sacó los tu’uma

3. Historias pulowi
y muchos collares, los kakúuna y los kórolo…
Ella los traspasó uno a uno a su red.

Al pájaro Si’a,
Pulowi devolvió el saco que había servido de envoltura.
–¡Tó malo!

–Haz tu hamaca de este saco de tierras lejanas


–le dijo.
Desde ese tiempo
el pájaro Si’a posee una muy buena hamaca de paja tejida.

¿Conoces tú el nido de ese pájaro, alijuna?


¿Has visto la casa del pá jaro Si’a?
Suspendido, parece un saco tejido
cuyo fondo habría sido desamarrado.
Nosotros lo llamamos chirana.
Este le fue donado por Pulowi.
(Perrin, 980: 58-62)

La Pulowi de matujai2
Nayal’ala Matujainkasa Püloui eerein,
nantak’aka süma’anamüin…

Un hombre había llegado cerca de Matujai


para buscar su ganado, y llevarlo cerca de su casa.
Pero allá vivía una Pulowi
una esposa de Juyá .

El hombre la encontró .
Ella tenía la apariencia de una joven
250
olía bien como todas las Pulowi.

Ella lo arrastró a su casa de


Literatura wayuu

piedra… allá separó las piernas,


quería unirse con él.

Al principio él no
I

quería, luego se echó


sobre ella
y la hizo su mujer.
Las esposas de Juyá son todas así…

El hombre [se] quedó allá muchos días


una luna y má s,
copulándose con ella.

. El nido en forma de bolsillo del turpial puede llegar a cerca de un metro


de altura. Es tan finamente construido que se le podría creer tejido. Está
generalmente suspendido en un á rbol, y así, puede evocar los sacos llamados susu
que los guajiros frecuentemente atan a la armazó n de su casa. (Nota del original).
2. Historia contada por Ramansiita Uliyuu el 8 de julio de 973. Este hombre, de
alrededor de sesenta añ os, es criador en Makalaitpao, en la Guajira colombiana.
É l tenía todo lo que quería,
le daba[n] toda clase de alimentos.
–¿Cuántos son ustedes en casa?
–le preguntó un día Pulowi.
–Tengo muchos parientes, muchos sobrinos…
–respondió el hombre.
–¡Tú les llevará s todo esto! –le dijo ella.
Aquella le dio una cantidad enorme de tu’uma,
piedras del mar
de las cuales dicen las mujeres son las joyas de Juyá.
Ella no había tenido sino que recogerlas.

Entonces Pulowi lo dejó partir.

Pero cuando aquél fue a su casa


no tenía nada más que decir a su esposa
ni a sus parientes;
solamente les dio sus joyas. 25
–¡Ahora, yo me voy!

3. Historias pulowi
¡He venido solamente a dejar esto!
–¿A dó nde vas tú ? –le preguntaron.
–Vivo muy lejos,
en una tierra que ustedes no conocen.

El hombre partió de nuevo.

Por segunda vez


Pulowi lo tragó .
No regresó nunca má s.
(Perrin, 980: 65-
66)
Pulowi de mar y Pulowi de tierra
Eeshi wanee wayuu kusina, olojui irama washiru,
kepiashi Ouitpanajachi…

Había un indio kusina


rico y gran cazador de venados,
vivía cerca de la montañ a Ouitpana,
tenía tres niñ os.

Aquél cazaba venados


pero también corzos, zorros, osos hormigueros, iguanas,
traía miel.
En su casa comía los frutos silvestres;
su mujer les quitaba la piel
luego los raspaba y los ponía a secar.
Del venado y de otros animales
ella hacía guisados y cecina.
252

Esos guajiros no conocían el hambre.


Literatura wayuu

Sus taparrabos estaban hechos de piel de venado,


el suyo, de correas tejidas,
el de su esposa, de piel cosida, muy delicada.
I

El hombre partía a cazar muy temprano en la mañ ana,


a veces traía dos venados, a veces tres.
Todos los días, todos los días
mataba gran cantidad de venados;
le gustaba mucho cazar.

Pero una mañ ana no halló nada.


Los venados se habían escondido
los corzos se habían escondido
las iguanas, los lagartos se habían escondido.

. Relato contado por Setuuma Pushaina, alias José Tomás Palmar, el  de agosto
de 973. Este hombre, de cincuenta añ os aproximadamente, era chamá n. Vivía
en Jawo, al este de Uribia, en la Guajira colombiana. Murió en julio de 975.
Regresó cuando apareció Jolotsü , el planeta Venus,
con hambre, con sed.

Todos los animales se habían retirado.


Pulowi los había llevado con ella.

Esto duró muchos días.


Sus niñ os morían de hambre,
la mujer cocinaba la grasa que le quedaba
hacía cocer las pieles de venado,
luego las masticaba
y les daba de comer a sus hijos.

El hombre iba al monte con su hacha


en busca de miel.
Pero no había nada de miel ya,
aquel no veía nada, nada de nada.
Todo había desaparecido. 253

3. Historias pulowi
Esto duró tiempo, mucho tiempo.
–¿Qué puedo hacer ahora? –dijo el hombre.

Buscaba los cáctus-candelabros cargados de brevas.


Se iba para pasar la noche;
si los venados se aproximaban para comer las frutas
los flecharía.

–¡Voy a ir a dormir allá!


No volveré hasta no haber cazado.
¡Cuenta los días que me ausentaré!
Si no cazo nada
no volveré nunca más.
No quiero ver más a mis hijos con hambre
–dijo el hombre a su esposa antes de irse.

Fue a Oulekimana, cerca de Ouisimalu,


hacia una tierra Pulowi;
la luna estaba alta
la noche estaba en calma.

Llegado allá
se escondió en medio de los candelabros
provisto de flechas.
Pronto un gran venado blanco vino hacia él;
tenía inmensos cuernos
en los cuales anidaban dos pájaros seruma.

«¡Helo allí!
¡No importa lo que sea, lo voy a flechar!
Aunque se convierta en serpiente en el suelo
aunque sea wanülü
lo comeré.
Aunque encuentre en su lugar una muchacha extendida,
254 lo comeré
¡ya que para mí es un venado!».
Literatura wayuu

El venado se puso a comer los frutos del cardó n,


el hombre preparó sus flechas
le lanzó una.
El venado dio un brinco y huyó .
I

Fue a caer muy lejos


con la flecha bien hundida en la espalda.

El hombre tiró de nuevo


le alcanzó a la pata.
El venado se desplomó
el hombre se precipitó
pero antes de tener tiempo de alcanzarlo
el venado partió de nuevo
con las dos flechas.

Fue a caer má s allá,


el cuello replegado por encima del cuerpo.
«¡Esta vez va a morir!».
El hombre tomó un palo para rematarlo
pero una vez má s
el venado se incorporó antes que el hombre llegara hasta él.
Se puso a correr en zig zag.
Habiendo partido de nuevo en su persecució n,
el hombre lo seguía de cerca.

De pronto
el venado penetró por debajo de una piedra;
el hombre se precipitó en su persecució n
el venado se despeñ ó
el hombre cayó detrá s de él…

Ahora el venado reposaba bajo un tejadillo,


tenía forma humana.

El hombre estaba de pie cerca de allí.


De todas partes salían muchachas 255
y mujeres;

3. Historias pulowi
había gran cantidad de ellas.
Algunas tenían los cabellos muy cortos
otras má s largos,
otras tenían cabellera muy larga
que descendía hasta las rodillas.
Todas llevaban muchísimos collares…

«¿Es este mi hermano? ¿Es mi primo materno?


¿Es este mi padre o mi tío paterno?
¡É l me lo dirá cuando me cuente su historia!
Cuando la sombra esté má s larga,
iré a hablar con él».
–¡Por el momento ve y tráele una hamaca!
–dijo Pulowi a las que la rodeaban.

Alrededor de ella estaban reunidas muchas mujeres.


Ellas trajeron una hamaca de maguey
para el guajiro que acababa de llegar.
Dos de ellas la colgaron…
–¡Acuestate!
Ellas desplegaron la hamaca.
El hombre se extendió ,
guardó sus flechas de metal
colocó el arco en medio de sus piernas.

Tenía mucha hambre.


Se le trajo fríjoles en un plato grande.
Aquél se negó a comer.
Se le ofreció una
patilla, no quiso
probar.
Se le trajo maíz
tierno, lo rechazó .
Se trató de probar con el maíz molido y con queso.
¡Nada que hacer!
256

–¿Qué quieres comer tú ?


Literatura wayuu

Ahora estás con nosotras, ¡no sufras más!


Ya que no tienes mujer aquí
será s nuestro marido
–dijeron las jó venes al guajiro.
I

–¡No he venido a buscar mujeres!


He venido a ver si puedo ser salvado.
¡Eso es lo que quiero! –respondió .

Las muchachas que veían al hombre


eran las corzas.
Lo que tomó por mujeres
eran los venados, los conejos, los zorros…

«¿Dó nde están los corrales de ganado de estas mujeres tan ricas?»
El hombre miró alrededor suyo,
vio los parques, muchos parques
los unos llenos de ovejas
los otros de cabras
otros de vacas.
Los otros reservados a las mulas y a los caballos…
había gran nú mero de ellos…

Al atardecer Pulowi salió .


El guajiro vio llegar a una mujer rica, inmensamente rica.
Llevaba joyas en los tobillos,
y cadenas de oro en las muñ ecas.

«¡He allí a Pulowi! ¡Es ella!


¿Qué me va a ocurrir?
¡Tanto peor, haría cualquier cosa,
no quiero ver sufrir a mis hijos!».

–¡Sí, yo soy Pulowi! ¿Qué quieres tú de mí?


Sin haberlo escuchado,
ella sabía lo que el guajiro había dicho.
–¡Voy a llamarte «hermano menor»!
Parecerías muy viejo, muy feo, 257
si te llamara «hermano de mi madre»

3. Historias pulowi
–añ adió .
Hablaron mucho tiempo juntos.

Dos días pasaron así.


La esposa del guajiro lloraba.
–¿No será que le ha ocurrido algo?
¿No será que se ha perdido?
–se preguntaba.

Partió en su busca
siguiendo sus huellas,
. Ashiyuu designa al hermano más joven de una mujer, o primo paralelo
nacido después que ella. Alaüla designa al hermano de la madre. Pero, en
un sentido má s amplio, esta palabra califica también a una persona de edad
avanzada, un «viejo», un «anciano». Y aun si se trata de una persona joven,
el término de parentesco alaüla evoca un poco la vejez… Esto explica las
reflexiones de Pulowi. Pero el hecho de establecer de una vez una relació n
de parentesco ficticio con un desconocido no es corriente entre los guajiros,
deja presentir aquí el destino particular del héroe. (Nota del original).
pero no las había sino alrededor de la casa…
más lejos, en la maleza, habían desaparecido.

Allá el hombre no sabía qué hacer.


Tenía mucha hambre
pero si hubiese comido la patilla
se habría convertido en conejo.
Si hubiese comido los fríjoles, el maíz
se habría convertido en venado.
Habría sido el marido de las ciervas.

A causa del hambre


su corazó n no tenía más fuerza.

Con él había llevado tabaco,


tabaco yüi makuira,
del tabaco que utilizan los chamanes.
258
Estaba en un estuche
colocado en el saco tejido que llevaba en el brazo.
Literatura wayuu

El hombre lo sacó
cortó un pedazo pequeñ o
y se lo puso en la boca.
Lo masticó
I

le bebió el jugo
sintió que uno de sus brazos se dormía.
«¡Es eso lo que le ocurre a los chamanes!», se dijo.

Mascó otro pedazo.


Retuvo el jugo en la
boca.
¡Sulum! ¡Sulum! ¡Sulum!…
Lo escupía en el aire.

En seguida los venados se pusieron a correr,


por aquí, por allá, en todas las direcciones.
Aquellos que antes habían sido mujeres
se volvieron de pronto conejos, venados…
solamente por el olor del tabaco yüi makuira.
–¿Qué es lo que huele tan mal? –preguntó Pulowi.
El olor había llegado hasta ella.
–¡Lo que huele mal es tu hermano menor!
–dijo una venadita.

Pulowi envió en busca del guajiro.


Tenía miedo de él,
porque el olor del tabaco yüi está prohibido a las Pulowi,
les es muy nefasto
tiene contra ellas poderes sobrenaturales.

–¿Qué tienes en la boca, hermano menor?


–Pulowi hablaba desde un tejadillo,
tenía miedo, no se acercaba a él–.

Para que cese de hacerme mal


te voy a volver a llevar
pero en bella forma. 259
Te daré un traje y un buen cinturó n

3. Historias pulowi
te daré zapatos
te daré una cabalgadura
te daré buenas joyas.
He aquí lo que haré por ti…
yo sé que tienes tres niñ os
una muchacha, un joven y un niñ o
pequeñ o. Conozco a tu esposa,
te haré conducir donde ella…
Sin embargo he perdido mucho ganado por tu culpa;
los jó venes, los viejos se perdieron.
Quien te ha traído aquí es uno de mis primos maternos,
helo allí.
Las flechas que le lanzaste no quieren salir.
¡Anda a extraérselas!…

Pero ya el olor del tabaco makuira incomodaba a Pulowi.


–¡Parte inmediatamente! –le dijo–.
¡Pero cuidado!
Ni digas:
«Vengo de donde Pulowi».
No cuentes lo que has visto aquí
si quieres seguir siendo lo que eres,
guarda el secreto por el tiempo de un añ o.
Si dices lo que te ha ocurrido,
ya no te ayudaré.
De otra manera, cuando tengas necesidad
te enviaré animales que podrás comer.

Pulowi dejó partir al guajiro.

Aquel emergió al lado de los cardones columnares,


cerca de donde había desaparecido.
A sus pies dos venados se acoplaban
entonces los flechó y llevó consigo.
260
Ya el corazó n del hombre latía con más fuerza.
Literatura wayuu

Cargado de presas llegó a su casa,


era ya tarde.
Cuando su esposa lo vio venir se puso a llorar.
I

–No llores mi regreso.


Solamente me he quedado dormido
porque no encontraba nada.
¡No llores más, y prepara el fuego!

La mujer encendió fuego.


El hombre despedazaba los venados
sus hijos dormían en el mero suelo, sin hamacas,
tristes y hambreados.

Al día siguiente, antes del alba,


el hombre partió a cazar;
trajo un venado.
A mediodía volvió a irse,
regresó con un corzo…

Esto lo hacía todos los días.


Iba a sentarse allá,
cerca del lugar donde habitaba la Pulowi.
Aquel no la veía,
pero para él los animales se callaban,
los animales que se encuentran en las tierras pulowi.

Todos los días el hombre venía con la presa,


pero él era el ú nico en encontrarla,
sus parientes no cazaban nada ya.
Este alimentaba a toda su familia,
a unos les daba una espalda, a otros una pata…
pero ellos no encontraban jamás nada.
Solo él encontraba la miel
los conejos, los zorros 26
y todos los animales que comen los guajiros.

3. Historias pulowi
Sin embargo un día, mucho más
tarde, el hombre desapareció de
nuevo
con su mujer y con sus
hijos. Se escondió bajo la
tierra como la primera
vez.

Se dice que sale a veces


bajo la forma de un venado blanco.
Se le llama Kato’ule, «El que tiene mucho
cuero».
Por sus largas huellas
se sabe que se trata de él.

Puede tomar apariencia humana,


flecha a los perros
amenaza a los hombres.

Se ha convertido en wanülü.
Allá, alrededor de la pulowi de Ouisimalu
se ven hoy día unas vacas.

Estas son de piedra


pero son animales de Pulowi.
Se ven los toros acostados
con sus cuernos que son de piedra.
Ellos están encercados los unos contra los otros
en el suelo duro como la piedra.
Hay monturas de caballos, hierros para marcar el ganado
hoy hechos todos en piedra,
porque Pulowi es muy rica.
Su casa parece la habitació n de un alijuna rico
está hecha de varias construcciones juntas
todas en piedra.
Como todas las casas, tiene una puerta,
es un agujero entre las piedras.
262
Pulowi habita debajo…
Literatura wayuu

Allá, en ese lugar crecen muchos árboles juluwa


y viven innumerables iguanas
colibríes en gran cantidad
y toda clase de animales salvajes.
I

(Perrin, 980: 68-78)

Historia de un niño wayuu y la Pulowi (mujer misteriosa)


En cierto tiempo había un señ or que era muy pobre, que vivía
con su mujer y su hijo; además de esto, tenía un chivo, un conejo,
un cerdo, un burrito y otros. Su profesió n era pescador y a veces
no encontraba ni el pescado para comer. Una vez [que estaba]
pescando, le salió una mujer en forma de sirena, para no hacer
saber que era Pulowi, y le dijo:
–¿Quieres ser rico? Si quieres serlo no te faltará nada si a cambio
me traes una cosa que tienes –[y] diciendo esto se desapareció .
El señ or fue a la casa y llevó a su ú nico perrito, pero la Pulowi
no lo quiso; entonces se decidió buscar el cerdo, tampoco lo quiso
y así
sucesivamente, hasta que habló con su mujer para presentar el
niñ o y le dijo:
–Tenemos que entregar al niñ o, ya que no tenemos nada para co-
mer ni los animales encuentran el pasto.
Entonces el pescador llevó a su hijo a la Pulowi y esta cumplió con
su promesa haciéndolo rico a cambio de su promesa.
El niñ o fue a vivir con la Pulowi, pero en la oscuridad, en un mon-
te, no en el mar; porque [ella] ya tenía lo que quería. Se fue para el
monte, alimentaba al niñ o con frutas silvestres, pero él nunca la veía,
sino que solo escuchaba sus palabras.
Un día se acordó de su querida madre y le pidió permiso a Pulowi
[para verla]. É sta le concedió el permiso, pero con la condició n de
no recibir nada de su madre. Pasó tanto tiempo que la madre al
llegar no lo reconocía, pero al darse cuenta [de] que era su hijo no
hallaba qué darle de regalo de bienvenida. Pasó unos días con su
mamá, pero llegado el día de regreso la mamá le ofreció pan,
fó sforo para la os- curidad… pero él no quería recibir nada. Pero la
263
mamá le puso en el
bolsillo sin darse cuenta. Y se fue. Cuando llegó donde Pulowi, [esta]
le preguntó :

3. Historias pulowi
–¿No trajiste nada de tu casa?
El contestó que no. Pero en la noche más tarde encontró los
fó sforos que le había puesto la mamá sin darse cuenta, y como él
quería cono- cer la mujer con que vivía llegó y encendió un fó sforo.
Vio una mujer desnuda y llena de pelo, estaba durmiendo; resultó ser
una Pulowi a quien no conocía antes, solo de nombre. Era tanta la
curiosidad que volvió a encender otro fó sforo, pero la Pulowi se
despertó enfurecida… comenzó la tormenta, el mar se embraveció con las
olas fuertes, esto fue por la ira de Pulowi. Y el joven se perdió entre la
tempestad y siguió caminando hasta encontrarse con una palomita y
al verlo le preguntó :
–¿Hacia dó nde vas?
El joven respondió :
–Ando perdido
La paloma dijo de nuevo:
–Toma el camino derecho.
El joven siguió encontrando varias clases de animales, entre ellos
el tigre, el cual le preguntó :
–¿Por qué no matas esa res y lo repartimos entre nosotros?
Y el joven dijo que sí. Cuando estuvo todo siguió su camino. El
ti- gre, arrepentido por no haberle dado nada, le mandó al perro para
que lo alcanzara y le trajera de vuelta, y así lo hizo. El joven, asustado,
llegó donde el tigre con mucho miedo, pensando que el tigre lo iba a
devorar. Pero este le dio un bigote de cada animal (o pluma) para
defenderse y lo despidió . Pero por el camino una culebra le enrolló las
piernas muy fuerte. [É l] encontró las migajas del pan que había
metido la mamá y [se las] dio a la culebra. Se trasformó en una
anciana, diciéndole:
–Nieto, ¿a dó nde vas?
El joven respondió :
–Estoy perdido.
La anciana le
dijo:
–Sigue ese camino –señ alándole–, y pasará s por una casa negra,
una blanca y una beis, pero más adelante verás una roja. Entra, porque
264
allí encontrará s trabajo.
Allí vivía un alijuna, quien al verlo le dio trabajo cortando los
á r- boles en el patio, pero el joven no pudo. Entonces la hija de
Literatura wayuu

alijuna se le acercó con comida, diciéndole que no estaba


cumpliendo con lo ordenado y que el padre de ella se iba a enojar.
Diciendo esto tomó el hacha y cortó los árboles y le dijo que se
presentará donde el papá; el joven lo hizo, y el alijuna creído que el
I

trabajo era del joven, lo felicitó . Al día siguiente el alijuna lo mandó a


sembrar arroz, pero la siem- bra no rendía; se presentó nuevamente
la muchacha y lo terminó de sembrar. Contento el alijuna por el
trabajo, le ordenó llevar las reses a un arroyo a darles de beber y
[dijo que] allí encontraría una culebra
que come reses. El alijuna le dijo:
–Si me falta una res te doy un castigo.
El joven le comentó a la hija del alijuna y ella le dijo:
–Si te vas de todas formas mueren tú y las reses, porque esa cu-
lebra es el espíritu de mi papá. Si quieres vivir tienes que matar la
culebra, le abres el vientre y de allí sale un venado; con el venado vas a
hacer lo mismo y te va a salir una paloma, tienes que matarla.
Y así hizo el joven, siguiendo lo que la hija del alijuna le indicó ,
y murió el alijuna al instante. El joven se llevó a la muchacha y fue
en busca de sus padres y los encontró muy ancianitos pero viviendo
felices.
(Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, s/f: s/p)
4. otras narrativas

La leyenda de Wo’upanalu
Esta era una mujer muy atractiva;
tenía un amante en ausencia de su marido.
Cuando este iba a trabajar
llegaba de repente el amante de su mujer
pero entonces una wayuu vecina lo vio.
Ella le preguntó : «¿Tú sabes sobre tu mujer?
Ella convive con un amante en tu ausencia,
tan pronto te vas
de repente se hace presente el indígena que es su amante».
Este que es su marido pensó : «Puede ser cierto este comentario
acerca de su acto,
si se comenta acerca de ella
es porque debe ser
verdad».
«Madre de mis hijos, me iré, no sé cuándo regresaré 265
regresaré en dos días o má s días,

4. Otras narrativas
apareceré de un momento a otro,
debo ir donde mis parientes maternos».
En verdad estaba disimulando su despedida,
ella se puso muy contenta
le prometió guardarle comida para cuando regresara
se puso contenta, pensaba entre sí: «Qué bueno
que se vaya de mí»,
decía entre su corazó n.

É l se marchó ; [y] calculando la distancia prudencial


se puso a observar.
De pronto miró al amante de su mujer al salir del monte.
É l se metió rápidamente
y de inmediato cerró la puerta.
El marido llegó y se entró con un cuchillo afilado
llegó de repente: «Así, ¡está s aquí!,

. Narrador: Rudecindo Ramírez: etnolingü ista y profesor de


la Universidad de La Guajira. Clan: Epieyú . 996.
pensé que eran mentira los comentarios acerca de ti».
El amante alcanzó a escaparse y huyó ,
él cortó entonces la vulva de ella y la colocó en su boca,
por eso el cerro tiene en la parte de la cima
la forma de la vagina, la que fue puesta en su boca.

A ese cerro se le conoce con el nombre de Wo’upanalu.


(Mejía, 200: )

Una joven flechada por wanülü es curada por una chamán


Nantaka wanülüü sünain wanee wayuu majayülü…

Un wanülü llegó ante una joven guajira


una tarde, al crepú sculo.
Ella se paseaba
266 como si hubiera querido ir a su encuentro
y él la flechó .
Literatura wayuu

A la mañ ana siguiente


ella estaba muy enferma.
Permaneció acostada todo el día, pero no murió .
Wanülü no la había comido todavía,
I

no había hecho sino herirla.


Cerca de allí vivía una mujer que era chamán,
se la llevó a la enferma
anochecía.

La chamán se puso a cantar


y a agitar su maraca.
¡Pshuuu!… ¡Pshuuu!…
hacía al soplar el jugo del tabaco mascado.
–¡Lo he visto, es un wanülü!
–dijo al dejar a la enferma.

. Historia contada por Saalachon Aapü shana, el 8 de setiembre de 969.


¡Tée!… ¡Teée!…
La joven gemía.
estaba muy mal.

A la noche siguiente
la chamán volvió a cantar:
–El wanülü no está aquí, cerca de ella.
Cuando él la flechó la primera vez
la muerte no vino;
no ha podido llevarse su alma
pero ahora está presto a
comerla.
Lo hará esta noche
u otra noche.
¡Vendrá a buscarla!
–dijo la chamán a los parientes de la enferma.

–La noche avanza. 267


¡Tienes que prepararte para hacerle frente!

4. Otras narrativas
–dijo a la joven, la víctima del wanülü.
Ella estaba encerrada en una casa pequeñ a.

La chamán de nuevo se puso a cantar


y a tocar la maraca.
–De allá, de aquel montó n de
barro, saldrá un alijuna, un
extranjero.
Va a venir a buscar a la joven,
ella lo reconocerá cuando se levante…
–le dijeron sus espíritus.
–¡É l quiere matarte!
¡Métete allá, detrás de ese gran tejido!
–dijo la chamán a la enferma.
Esta estaba acostada en una hamaca
escondida entre dos piezas de tejido fijadas en la techumbre.
La chamá n estaba del otro lado,
en el lado opuesto hizo a un hombre pararse con disimulo,
armado con su arco y con sus flechas.
Temprano en la noche
el wanülü llegó
parecido a un alijuna.
Venía a buscar a aquella a quien había herido,
venía a despedazarla.

La casa era pequeñ a y estaba completamente cerrada.


El wanülü se subió a lo alto del muro.
El cazador lo esperaba,
estaba bien colocado.
¡Schok!, hizo el siwarai, la flecha de metal.

Hubo una chispa


como cuando un fuego se enciende.
Para el wanülü la casa no era dura
y la atravesó cerca de la viga principal.
La sangre cayó sobre el guajiro que estaba abajo,
268
el alijuna había sido bien flechado
debajo del brazo,
ya que la flecha era muy larga
Literatura wayuu

fue a estrellarse allá lejos,


le salieron chispas.
Era su sangre que se veía así.
El cuerpo del cazador estaba pintado de sangre.
I

Aquellos no fueron a recoger las flechas


era de noche
y tenían miedo.

Al día siguiente
no vieron ninguna huella,
la casa no había sido dañ ada
estaba como antes.

La flecha había caído en medio de los árboles juluwa,


fueron a buscarla
encontraron una inmensa serpiente kasiwanau.
Estaba extendida, muerta
con la flecha hundida en medio de ella.
–¿Qué vamos a hacer?
–¡Es mejor dejarla! –dijeron.
Nadie quiso extraerle la flecha
y la abandonaron.

La joven estaba viva.


Le fue mejor cuando el wanülü murió ,
si no lo hubiesen flechado
ella no viviría ya.

Pero los wanülü también saben morir…


(Perrin, 980: 89-92)

Kasipoluin
269
Nojolüin kasipolüinkat waneepiaerüsü tüü juyakat eittüin…

4. Otras narrativas
Sin Kasipoluin, el arco iris, llovería sin cesar;
pero Arco Iris vino para decir a Juyá que se detuviera,
aquel llegó para dispersar las lluvias.
El Arco Iris sale al mismo tiempo que
Juyá para aconsejarle que se detenga:
–No lluevas má s, Juyá –le dice.

Se dice que el arco iris es la lengua de una serpiente


que vive en el interior de la tierra, como una raíz.
Lo que sale de su boca, que se parece al humo, es triple:
wüittüsü, mal’ukatsü, ishosü
verde o azul, amarillo y rojo.
Pero la serpiente misma es ú nica,
tiene el color de sus emanaciones.

Conozco a un niñ o que, corriendo,

. Relato de Shaatü i Uliyuu, contado el 29 de enero de 970, en Pararu.


había llegado al lugar de donde salía un arco iris.
Vio una serpiente enrollada,
atemorizado, en seguida se fue.
No trató más de acercarse
pero vio claramente a un arco iris salir de una serpiente.

Por otra parte, dicen los guajiros,


las serpientes son enemigas de Juyá.

Y Juyá es enemigo de las serpientes.


Las golpea con su relámpago cuando las ve.
Es por su causa que las más grandes han muerto.
(Perrin, 980: 02-03)

el arco iris y el caimán


270
Una violenta tempestad se había desatado.
Un cazador se había puesto al abrigo de la lluvia
detrá s de un peñ asco.
Literatura wayuu

Muy cerca de sí vio salir al arco iris;


este se dirigía hacia él en cuatro patas.
Pronto vio un caimán malüwa
de su gran boca abierta salía el arco iris.
I

Desde que salió , la lluvia cesó .


El cazador no osaba a acercarse más
porque nunca lo había visto.
Partió corriendo.
(Perrin, 980: 03)

La deuda de juyá2
Jonu’kaka juya kainalajashi Juya,
asikasü nierüin nümaa Iiiwa,
. Relato de Mateewa Jinnu, contado el 6 de octubre de 969, en Kousharaichon.
2. Relato contado por Ma’insain Uliyuu, alias Manuel Salvador Fernández,
el 29 de febrero de 970. De cuarenta añ os de edad, este criador vivía
cerca de Kasusain, Guajira venezolana. Murió en setiembre de 975.
nu’uta’inchi nainchi…
Las lluvias abundan porque Juyá ha cometido una fechoría:
su mujer fornicaba con Iiwa
y aquél mató al hermano de esta.

Ahora, para pagar esta muerte,


Juyá debe reunir gentes y animales:
nunuakaka Juyá, nükochakaka, nüwalajüinjachi.
Por ello hay muchas enfermedades,
por ello los hombres y los animales mueren.
El precio de las lluvias y de los pastizales
es la muerte de los guajiros y de todos los animales:
los hombres dan los muertos,
a cambio de ello Juyá da la lluvia a las familias de los muertos.

Antes el hambre hacía más estragos


pero no había que pagar esa deuda,
esa deuda que hoy se paga con los muertos. 27

4. Otras narrativas
(Perrin, 980: 04-
06)

Una muchacha reclusa raptada por juyá


Eesü wanee wayuu majayülü paüsü, pülainrü…
Es la historia de una joven reclusa que era pülainrü.
Desde que era pequeñ a le gustaba estar encerrada.
Un día una lluvia fina caía
su padre y su madre se fueron a sembrar en su huerta
la sirvienta quedó sola con ella.

De pronto grandes nubes se acumularon


nubes muy grandes, entre las cuales un hombre apareció .

. Relato contado por Mikaela Jinnu, alias Micaela Suá rez, el 2


de noviembre de 969. De una edad aproximada de cincuenta
añ os, esta mujer vive en Pararu, Guajira venezolana.
Montado sobre una buena mula
avanzaba junto con la tormenta.

La sirvienta lo divisó ,
estaba vestido de negro
su mula era negra.

Avanzó hasta la enramada.


–Un hombre que no conozco acaba de llegar
–dijo la sirvienta a la muchacha.
–¡Cuelga una hamaca bajo el tejadillo y recíbelo!
–respondió aquella.
–¡La lluvia que te precedió era muy violenta!
–dijo la sirvienta al hombre.
–¡No fue tanto!
Los hombres viriles llegan siempre con la lluvia.
272
–¡Porque soy un hombre he venido con ella!
¿Dó nde está mi hermana menor?
Literatura wayuu

–¡Está ahí dentro!


–¡Llá mala! Dile que venga,
porque mi olor es desagradable;
hace calor
I

y estoy todo impregnado del olor de mi mula.


Ella no debe tenerme miedo: soy su hermano.
Me perdí cuando era pequeñ o.

La sirviente tenía miedo,


le parecía que el hombre no era un guajiro.
Entró en la casa,
y repitió lo que acababa de escuchar.
–¡No tengo hermano que se haya perdido!
¿Cuándo habrá desaparecido?
Pero si es mi hermano, que entre…
¡yo no quiero salir! –dijo la joven.
–¿Dó nde está mi padre, dó nde está mi madre?
–preguntó el hombre a la criada cuando esta estuvo de regreso.
–¡Están sembrando!
–¿Có mo? ¡Siembran con esta miserable lluvia!

«¡Voy a ver si es cierto que es mi hermano!».


La muchacha de pronto decidió salir.

–¡Tashunuu, hermana menor, no tengas miedo:


soy tu hermano!
Eres tú a quien yo buscaba.
–Antes de llevarme,
debes hablar con mi padre y mi madre,
–dijo la joven.

–¿Por qué? ¡No necesitamos de ellos!


¡Debemos partir inmediatamente!
–No puedo irme antes de que vengan. 273
Ellos no sabrían dó nde buscarme,

4. Otras narrativas
mi madre se desesperaría…
–No, la encontraríamos por el camino,
y de cualquier manera, vamos a regresar pronto,
–respondió el hombre.
«¡Este hombre no es un guajiro!»,
se decía a sí misma la criada al verlo tan apurado
y fue a avisar a los padres.

–¡Partamos! –dijo bruscamente la joven,


poco después de haber salido la criada.
En seguida, el hombre la montó en la
grupa. La mula se puso lentamente en
movimiento,
una lluvia acompañ ada de viento empezó a caer.
Aquellos se cubrieron con la montura.

. En guajiro: siituma shiira jokooche’e. Literalmente: «Con esos orines


de lagarto oscuro». Este es el nombre dado iró nicamente a una
pequeñ a y fina lluvia de corta duració n. (Nota del original).
Esta se elevaba hacia las nubes,
pronto estuvieron muy alto.

La criada había llegado donde los padres de la joven.


–Vuestro hijo, que desapareció cuando era joven, ha regresado.
Quiere llevarse a su hermana,
¡venid inmediatamente!

–En efecto, uno de nuestros hijos se perdió .


¡Debe ser él!
Nosotros lo creíamos muerto
no creíamos que todavía pudiera vivir
–dijeron el padre y la madre.

Regresaron precipitadamente
pero era difícil correr en medio de la lluvia y el viento.
274
Cuando llegaron
la joven estaba ya muy lejos,
Literatura wayuu

estaba arriba, muy alto…


El hombre que había venido a buscarla era Juyá …
(Perrin, 980: 29-32)
I

el hijo del cóndor


Una niñ a, cuando le llegó el tiempo del encierro, permaneció en
su rancho durante mucho tiempo sin salir. Pero sucedió que un día
sintió mucho calor, abrió la puerta y se asomó afuera. Por los
alrede- dores existía el ave Juramía (có ndor). El Juramía sabía que la
majayura existía, porque la Tierra le había contado; voló desde la
montañ a hasta la casa, y apenas la majayura salió la agarró por el pelo
y la llevó a su serranía, a su casa de piedra, y en su cueva la encerró .
La majayura tuvo que vivir como mujer del Juramía.
El ave salía todos los días a las cinco de la mañ ana en busca de
cacería, pero antes dejaba bien cerrada la puerta de la casa para que
su mujer no saliera y se fuera. Por lo general cogía danta, conejo,
venado para llevar a su mujer, [a la] que encontraba elegante y
bonita, llevan-
do vestido de zaraza de lindos colores y guayuco bien dibujado. Pero
con el tiempo la manta se le rompió y quedó solo con el guayuco, pero
también el guayuco se rompió y ella tenía que remendarlo sirviéndose
de espinas, para no permanecer desnuda.
Quedó embarazada del Juramía y tuvo un hijo que creció más
rá - pidamente que los demás muchachos. En poco tiempo fue un
hombre
[y] propuso a la madre que huyeran para la tierra de donde era ella y
dejaran a su padre, el có ndor. Comenzó por examinar minuciosamen-
te la puerta sin conseguir abrirla, pero tanto trabajó que al fin
encontró el secreto con el cual la puerta se abría y se cerraba.
Ese día la cerró tal cual la había dejado su padre, para que no lo
notara; como a su madre se le había terminado el guayuco, el hijo
descascaró un árbol de trupillo y le dio la corteza para que se
cubriera. Como todos los días el có ndor Juramía salía por las mañ anas
y regre- saba al anochecer, el hijo propuso que tan pronto como el
padre saliera ellos también emprenderían la marcha.
Así lo hicieron; caminaron mucho y encontraron una lavandera 275
con mucha ropa; a ella le robaron vestidos para cubrirse, y continua-
ron su camino; al atardecer llegaron a una ranchería de civilizados.

4. Otras narrativas
Todos lo reconocieron como hijo de animal porque tenía la cara extra-
ñ a y diferente de los demás. Allí encontró trabajo y permanecieron
por mucho tiempo. El có ndor, cuando regresó por la noche a la
cueva, se volvió loco buscándolos y no los encontró por ninguna
parte.
Cansado de servir, el hijo dijo un día a la mamá :
–Mañ ana salimos de aquí y vamos a buscar un sitio para sembrar
una roza que sea de nuestra propiedad.
En el camino encontró una mata de mamó n, la arrancó y la
llevó consigo; más adelante una mata de güinul y también la llevó .
Llegaron al sitio donde debía sembrar la roza y plantó el á rbol de
mamó n y la palma de güinul y comenzó el desmonte para la futura
roza. Cuando se encontraba trabajando llegaron dos civilizados,
quienes le dijeron:
–Queremos trabajar contigo, queremos ser tus peones; ¿có mo te
llamas?
É l contestó :
–Me llamo José Juan y me gusta mucho que sean mis peones;
us- ted –dijo dirigiéndose a Jeyú – se quedará cocinando y los dos
iremos a trabajar.
El cocinero se encontraba apurado preparando el almuerzo
cuando se acercó una vieja que dijo llamarse Jujía y pidió de comer.
Jeyú le ofreció un plato, pero la vieja pidió más y como se negara a
darle, Jujía amenazó con echar saliva a toda la comida. Jeyú lo
impidió , desatá n- dose una pelea entre los dos. La vieja le dio un
fuerte golpe en el ojo, se lo hinchó y lo dejó zonzo; mientras tanto
la vieja se comió toda la comida. Regresaron los del trabajo y
preguntaron lo que pasaba, a lo que Jeyú contestó :
–Fui a soplar el fogó n y me voló una chispa al ojo y por esto no he
podido cocinar.
Jeyú y José Juan regresaron al trabajo y dejaron al otro
civilizado de cocinero. El primero decía para sí: «Pobre amigo mío,
¿qué le habrá sucedido con la vieja golosa?».
Cuando se encontraba terminando de arreglar todo, llegó la vieja
y pidió de comer. Pidió más, pero como se negara a darle, se armó
la pelea en la que Jujía le dio un fuerte golpe en la oreja que le dejó
276
casi muerto. Regresaron los trabajadores y al preguntarle por qué no
había cocinado, el respondió :
–Me picó una avispa que me dejó casi muerto.
Literatura wayuu

Y ambos decidieron no contar la verdad, y ambos exigieron que


José Juan se quedara cocinando mientras ellos iban a continuar el tra-
bajo.
José Juan preparó la comida, y cuando estaba lista llegó la vieja
I

Jujía, a la que amablemente invitó José Juan:


–Siéntese allí, viejita.
Pero ella contestó displicente:
–Sí, ya me voy a sentar, animal.
–No me diga así que yo no soy animal –dijo José
Juan. A lo que la vieja respondió :
–No eres animal, pero sí eres hijo de animal.
José Juan le obsequió un plato y la vieja siguió pidiendo má s; se
armó la pelea, riñ eron un buen rato y José Juan llevaba la ventaja.
Entonces la vieja huyó , José Juan la persiguió con su machete y le
alcanzó a dar cuatro planazos. La vieja se iba a meter por una
cueva, pero le alcanzó a dar un machetazo y le cortó la oreja. La vieja
regresó hermosa, elegante y bien vestida a la casa de José Juan, a
solicitar le devolviera la oreja; pero él le contestó :
–Solo te la devolveré cuando tú permitas ser mi mujer.
–Yo ya estoy vieja –contestó Jujía–, pero tengo una hija muy bonita
y te la entregaré.
En ese momento regresaban los trabajadores y José Juan dijo que
iba a atenderlos y regresaría a traer la muchacha. La vieja se compro-
metió a esperarlo en la cueva y luego bajarlo a su casa.
José Juan contó lo que le había pasado y les manifestó que bajaría
con la vieja a la cueva, pero llevaría una soga cuyo extremo lo tendrían
ellos para que en el momento en que él la halara lo sacaran. En efecto,
bajó con la vieja y allá le entregó dos lindas muchachas; haló la soga y
los trabajadores lo sacaron.
Regresó a la casa y la vieja exigió que le devolviera su oreja,
pero nuevamente José Juan le manifestó que no se la devolvería si
ella no permitía ser su mujer. Jujía le ofreció dos lindas muchachas
civilizadas a fin de que se la devolviera, regresó con ella, bajó a la
cueva, y sor- prendido miró dos lindas arijunas a quienes cuidaban
dos culebras; oyó también que Jujía les decía a las serpientes:
–Píquenlo apenas se acerque. 277
É l se armó de su machete. Las serpientes saltaron, pero en el aire

4. Otras narrativas
las cortó con su machete y las mató , cogió a las dos muchachas civili-
zadas y las trajo para su rancho.
Los trabajadores sintieron envidia de que él tuviera cuatro muje-
res, le propusieron que les cediera dos, pero él no accedió :
–Mejor será que regrese a la cueva y les traiga otras dos
muchachas que vi allá.
Lo amarraron con la soga, pero ya habían decidido no sacarlo y
la cortaron. Cuando estaba en el fondo de la cueva se dio cuenta de
que la soga estaba cortada y no podría salir. Se perdió entre tantos
caminos que encontraba y por ninguna parte aparecía la vieja
Jujía. Después de varios meses de caminar y má s caminar se
encontró con Jujía y le pidió que lo sacara de allá . Ella le mostró
el camino que lo condujo sin demora a su ranchería; llegó a las
cinco de la mañ ana, se acercó a la casa y encontró a sus peones
apropiados de sus mujeres. Lleno de ira sacó su machete, los
hizo picadillo y los mató ; pero pronto le entró el remordimiento,
y empezó a llorar de pesar; se dio cuenta [de] que le hacían falta
para sembrar la roza y muy compadecido sacó una medicina que
le había regalado Jujía y
comenzó a frotar herida por herida hasta que los resucitó ;
entonces les dijo:
–Tomen las mujeres y cásense con ellas. Yo me quedaré solo.
Encontrábase pensativo José Juan cuando se le apareció Jujía, her-
mosa como una majayura, decidida y lista para casarse con él a fin
de que le devolviera su oreja. José Juan untó la medicina y le pegó
la oreja de tal manera que no quedó señ a. Jujía le entregó su amor
y después lo llevó a su cueva donde ella misma trajo varias
majayuras para entregárselas a José Juan, pero él no quiso a ninguna y
solo pre- fería a Jujía.
Entonces la vieja le propuso que para seguir siendo su mujer ten-
dría primero que amansar un caballo que le entregaría. Aquel caballo
era muy bravo; mordía a quien quisiera cogerlo y mataba a quien qui-
siera amansarlo. José Juan tomó un lazo, se subió a un árbol por donde
debía pasar el caballo y allí lo esperó y lo enlazó ; el caballo quería
morderlo, pero José Juan, armado de un garrote, lo dominó . Montó en
278
él y lo llevó a entregarlo a Jujía, ella quedó asombrada y se
convenció de que José Juan tenía más poder que ella. Entonces le
dijo:
Literatura wayuu

–Vámonos para mi casa, ahora sí voy a vivir contigo y seré tu mu-


jer; he visto que eres más fuerte que yo y puedes matarme.
Bajaron al subterráneo y vivieron felices por muchos añ os.
(Chaves, 978: 324-328)
I

el pequeño indio kosina


El pequeñ o indio kosina le dijo a su mamá:
–Voy a salir de caza –y cogiendo su arco y flecha salió en busca de
lagartijas (machorros).
Al atardecer regresó con varios de ellos y los entregó a la
mamá ; ella le tenía su comida preparada, que no era más que trupillo
sanco- chado, lo que guardó para salir de caza al siguiente día. Al
mediodía se encontró con varios indios muy ricos que le dieron carne
de res, arroz y panela, y el trupillo sancochado que llevaba lo echaron
de comida a los burros.

. Narrador: José Jusayú . Edad: sesenta añ os. Traductor: Roberto


Iguarín. Edad: cuarenta y seis añ os (mestizo).
Este indio tenía una roza donde había auyama, patillas, y
fríjoles. Un día vio la huella de un caballo que se había entrado a la
roza y la estaba terminando; comunicó a la mamá lo que acontecía
y le anun- ció que iba a poner una emboscada al animal.
Permaneció en vela la mayor parte de la noche, pero al amanecer
se quedó dormido y mientras tanto el caballo entró a la roza,
destrozó la sementera y salió caminando de su casa. El indio
persiguió las huellas, pero no pudo darle alcance.
A la noche siguiente nuevamente fue a cuidar la roza, pero se dur-
mió otra vez. El caballo repitió lo de la noche anterior y entonces,
al despertarse, siguió las huellas, caminó todo el día, hasta que por
fin observó que la huella se hacía cada vez más pequeñ a. Divisó un
caballo grande, pero apenas miró al indio se volvió pequeñ o como
un potro recién nacido. Inmediatamente sacó su faja y lo cogió por el
pescuezo, lo tiró y lo llevó donde la madre a presentarlo. Yendo por el
camino oyó el sonido de un tambor y tuvo deseos de acercarse a
ver lo que pasaba; maneó el caballo, lo amarró y se dirigió donde
279
tocaban,
encontrando una fiesta de carreras de caballos donde muchos indios
ricos se divertían alegremente. Allí un indio rico, joven, elegante y

4. Otras narrativas
bien vestido lo divisó y dijo a los demá s:
–Voy a ver qué es aquello.
Lo saludó muy afable, lo montó en el anca de su caballo y lo
llevó a la reunió n. Allá lo presentó como su compañ ero y como
miembro familiar; pero todos los demás se burlaron de él y no
creyeron; decían que no sería de la familia de un indio tan chiquito,
pero el joven rico contestó :
–Es mi familia, y dele la caja para que toque.
Se la entregaron y tocó todos los tonos que sabía dejando
encan- tados a todos los oyentes. Tocó los sonidos de La Guajira,
Jopomuy (Maicao), el toque jarareñ o, el toque de Akuwa
(Nazareth). Entonces el jefe indio de la fiesta mandó matar
inmediatamente una res y san- cochar la lengua para que le dieran al
indio recién llegado. Después de esto se regresó a su casa y dijo a
su mamá :
–Allá están en carreras de caballos y mañ ana llevaré el mío para
correrlo también.
La madre alistó el trupillo sancochado, pero él no quiso aceptar. Al
amanecer cogió su caballito, que tenía las patas torcidas, se tropezaba
cada diez pasos, era corvijunto y se marchaba a las carreras. La madre
pensó : «Con ese caballo no puede hacer nada».
En el camino le habló el caballo:
–Si vas a correrme debes procurar que no me vayan a castigar con
bijuas (bejucos); mó ntate encima, agárrate de la crin y no te sueltes,
que te voy a enseñ ar có mo debes correr.
El indio hizo lo que el caballo le mandaba y vio que daba
unos saltos tan largos como de diez metros; después de la prueba
lo llevó suavemente. Llegó al lugar de las carreras y el indio amigo
suyo dijo:
–Allá viene mi primo, voy a recibirlo.
Nuevamente le dieron la caja y tocó todos los tonos que sabía;
tenía su caballo amarrado cerca de él y todos los asistentes lo miraban
con desprecio.«¿De quién es este animal tan feo y tan chiquito? ¿Para
qué tener un animal tan feo?». El caballito estaba con los ojos
cerrados y la cabeza agachada. Pero el amo le tocó el tambor y el
caballo cobró mucho brío. Una carrera de caballos había salido y él
280
dijo:
–Voy a poner la parada en la mitad de la carrera.
Literatura wayuu

Y aunque se opusieron los dueñ os de los demá s caballos, [él] los


esperó y comenzó a correr; el caballo se volvió bonito y dejó a
todos los demás por unas veinte varas. Cuando llegó al final estaba un
poco mejor y había crecido unos centímetros. Nuevamente el indio
I

kosina cogió el tambor y tocó otros tonos.


Todos quedaron asombrados de la carrera de aquel caballo; lo mi-
raron mal y tuvo que defenderlo el indio rico, amigo de su dueñ o;
estaban tan bravos todos los demás que hasta querían matarlo.
El joven rico le propuso que le vendiera el caballo y que en cambio
le daría cuatro bestias de las mejores, pero el caballo dijo al kosina:
–No me vayas a vender por ningú n motivo, pues si lo haces, él me
maltratará y tú no podrá s ganar nada.
Entonces él dijo:
–Yo no lo vendo, pero podemos correrlo y lo que ganemos bebér-
noslo en trago.
Los demás indios buscaron el mejor caballo para apostar la carre-
ra. El caballo le dijo:
–No vayas a ponerme silla, siempre có rreme en pelo.
Salieron los de a caballo con cuatro de los mejores que había en
las carreras; a algunos les dio gabela y a todos los dejó atrás. Todos se
pusieron bravos con el indio rico, quejándose de que sus caballas ya
no tenían renombre y que él era el culpable de que el indio kosina les
hubiese ganado.
El caballo le dijo al amo:
–Mejor es que nos vamos; yo tengo un hermano menor allá donde
tú me conseguiste y te lo entregaré para que lo regales a tu amigo, por
todo lo que ha hecho por ti. Cuando lleguemos al lugar donde está mi
hermano, relincharé para que mi hermano salga, y tú debes cogerlo
de la crin.
Sucedió tal cual le dijo el caballo, y aunque al principio
forcejeó , después siguió muy dó cil. Tenía buen paso, andaba largo y
trochaba maravillosamente. Le dijo al indio rico:
–Aquí te traigo un buen regalo, un caballo maravilloso para que
cada vez que des una fiesta montes en él.
Lo invitó a la fiesta y allá nuevamente se puso a tocar el
tambor. Todos los indios le tenían rabia y decidieron matar el
28
caballo de ca-
rrera, pero el caballito se puso a relinchar y entonces el amo fue a ver
qué pasaba.

4. Otras narrativas
–Tú tienes la culpa de que me quieran matar por haberme traído
a esta carrera; mejor vámonos de aquí y te entregaré a mis demás her-
manos y también a mi madre. Debes hacer un corral para que tengas
todas las bestias; para que permanezcan en él durante el día y salgan
a la sabana durante la noche. Esta será tu riqueza por haberme
con- seguido.
Después de que hizo tal cual le había mandado el caballo, tuvo
las mejores bestias de La Guajira y regaló cuatro de las mejores a
su amigo.
Después que le entregó toda esta riqueza, el caballo salió y se me-
tió por una cueva debajo de la tierra de donde no saldrá nunca más.
(Chaves, 978: 320-323)

La abeja en busca de casa


Una abeja se dio cuenta de que iba a ser madre y se fue al bosque

. Narradora: Delia María Baéz. Recopilador: Fray Cesá reo de Armellada.


en busca de casa para sus hijos. Con el zumbido, que es su palabra, se
fue de á rbol en á rbol saludá ndolos.
El día entero se lo pasó zumbando en torno a los á rboles; pero
ninguno le abrió la puerta ni le contestó con el acostumbrado
«¿Has venido?».
Cuando ya se iba haciendo tarde, la abeja muy malhumorada dijo:
–¿Qué os pasa? ¿Por qué estáis así? ¿Acaso yo soy mala persona?
¿Acaso vengo a haceros dañ o?
Entonces uno de los árboles, no pudiendo contenerse, se rajó ,
abrió su boca y dijo:
–No. Tú no eres mala persona, tú no nos haces dañ o. Al contrario,
tú nos pones dulzura en el corazó n y mú sica en nuestros oídos. Pero lo
malo es lo que viene detrá s de ti.
–¿Qué es lo que viene detrás de mí? –preguntó la abeja.
El á rbol aquel abrió aú n má s su boca y le respondió :
–Esto es lo que viene detrá s de ti: que el indio oye el zumbido o
282
arrullo de tus hijos, afila su hacha y viene y nos raja el vientre o
nos corta por el pie para arrancarnos la miel del corazó n.
En esta conversació n el árbol se fue rajando tanto que la abeja se
Literatura wayuu

le metió dentro. Allí pasó la noche y al otro día comenzó ya a fabricar


la casa para sus hijos.
El árbol estaba contento y se olvidó de lo que había dicho. Y se ale-
graba más que todos los otros árboles por lo dulce que tenía su
I

corazó n y los arrullos de las abejitas.


Pero, poco tiempo después, un indio que vio la colmena se fue a
su casa, afiló el hacha y vino y mató el árbol, cortándolo por su pie. Lo
cual quiere decir que no siempre, ni a todos, se les puede dar hospeda-
je, aunque sean buenas personas; y que es mejor callar que responder
a los reproches.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 237-238)

el viaje al espacio
Un día un grupo de animales se reunieron a realizar planes, la perra,
la tó rtola, la perdiz, el gato, el cardenal, el turpial, el rató n y el conejo.

. Narrador: Nectario García.


Ellos querían conocer el espacio y alcanzar la Luna sin ingerir
alimentos. Cuando se ocultaba el sol todos dormían, ya sea en el
monte o en un lugar desconocido. La perra era la más astuta, apro-
vechaba que los demás animales durmieran para levantarse a media
noche a recorrer varios sitios en donde encontraba huesos, desperdi-
cios de comidas en las rancherías que mitigaran su hambre.
Los demás animales fenecieron del hambre, la ú nica sobreviviente
del viaje fue la perra, que regresó sana y salva, adquiriendo cualidades
enigmá ticas.
Un día el señ or de la casa, que era viudo, vivía solo en
compañ ía del animal (la perra, que se quedaba en casa y el señ or
salía a pasto- rear). Cuando regresaba encontraba alimentos
preparados como chi- cha, sopa, granos, y el señ or se preguntaba:
–¿Quién será la mujer que me hace tantos favores todos los días?
Me gustaría conocerla.
Un día soltó los animales del corral y se quedó cerca de la casa,
escondido detrás de unos bejucos, a observar detenidamente a la per-
283
sona que le hacía tantos favores, y vio una mujer de hermosa cabellera,
quien estaba de espalda moliendo maíz y fue acercá ndosele a ella, la

4. Otras narrativas
saludó y le preguntó .
–¿Quién eres tú ?
–Yo soy la perra que siempre te acompañ a –le contó toda la reali-
dad y el hombre decidió casarse con ella.
(Chacín, 2003: 3)

De cómo le robaron el sombrero al sol

I
Para alcanzar el Sol se fue el perro; él tenía montura (caballería).
Cuando iba a llegar donde está el Sol su yegua no pudo dar un paso
más, allá lejos en el centro de la Tierra, y se murió . Como su comida se
había terminado, el perro comió su caballería. Por eso es perro.
–¿Por qué no probar? –dijo el zamuro, y se fue lejos.

. Narradores: i: Alcira Gonzá lez Uraliyu, ii: Felipe


Fernández Jayariyu. Recopilador: Michel Perrin.
El zamuro llevaba mucha comida; comió cuando llegó donde se
mete el sol, allá arriiiiba… Partió de nuevo, lejos, lejos, lejos.
Cuando el sol se metió , se acabó su comida.
–¿Qué es lo que voy a comer ahora? –dijo. Mató su montura (caba-
llería) y la comió . No regresó . No volvió más. Se quedó zamuro.
Ahora partió el gavilán. Se fue, se fue lejos. Llevaba mucha co-
mida. Fue lejos y se acabó su comida; se estaba muriendo de hambre.
«¿Ahora qué es lo que puedo hacer?», pensó . Mató su montura (caba-
llería) y la comió . Es por eso por lo que fue gavilán; él escogió serlo.
Después se fue [el] rey de los zamuros.
–Yo voy a alcanzarlo, voy a buscar tu sombrero hasta allí –dijo al
Sol.
Se fue. Su comida se terminó ; había comido todo. Ya estaba lejos,
muy lejos de la tierra, y no encontró nada de lo que le era familiar.
Comió su montura (caballería), no alcanzó al Sol. Regresó ; se
quedó rey de los zamuros.
Mejor que yo vaya a buscarlo, dijo ahora el alcaraván. El alcaraván
284
llegó hasta donde se encuentra el Sol. El sombrero del Sol era muy
grande; alcaravá n lo cogió .
Literatura wayuu

–¡Ve có mo lo hice! –dijo.


Antes que el alcaraván buscara el sombrero del Sol, la tierra era
oscurísima.
I

II
Sol estaba dando una fiesta; Maleiwa mandó a buscar al alcaraván.
El alcaraván llegó y tocó tambor.
–No vas a dormir –le dijo el dueñ o de la fiesta.
No durmió , continuó tocando y cuando terminó de tocar, cantó .
É l es así: por donde va, nunca se para, siempre sigue, no sabe dormir.
Más tarde el Sol se durmió . El alcaraván robó su sombrero mien-
tras estaba durmiendo, y se lo llevó ; se fue muy lejos, muy lejos.
Sol se despertó ; tenía mucho sueñ o por la borrachera; se fue detrás
de él,
persiguió su huella, caminó lejos y lo alcanzó .
–¿Para dó nde vas?, ¿dó nde está mi sombrero que llevaste? –le
dijo.
El alcaraván estaba corriendo delante de él, llevando el sombrero
de Sol sobre su cabeza. Sol corría detrás de él; lo agarró por la pata; se
la dobló y la torció cuando alcanzó el sombrero. Es por eso por lo que
el alcaravá n tiene la pata torcida.
–Ahora sí me embromaste; ¿era eso lo que querías hacer conmigo?
No robé tu sombrero, lo llevé porque estaba rascado –dijo el alcara-
ván–. Era por eso no más. ¿Era para hacerme esto por lo que me hicis-
te tomar? –dijo el alcaravá n llorando de dolor por su pata.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 224-226)

Yonna kaarai
Has visto, sobrino, que en los playones de arena y conchas
hay pequeñ as plazoletas amarillas:
son lugares para danzar.
Allí se reú nen los alcaravanes
en sus días de fiesta, para hacer la yonna
al compás de los tambores.
Los alcaravanes hembras
los alcaravanes machos 285
se reú nen en círculos

4. Otras narrativas
y luego danzan por parejas;
tal y como los wayuu son los alcaravanes.
(Guerra, 990: 85)

el perro y el caimán2
El perro tomó prestada la lengua del caimán. Antes que llegara el
perro era el caimán, de los dos, el que tenía lengua. El perro se la tomó
prestada y partió sin luego regresá rsela.
Esta vez bebió todo.
–¡Vete ahora para que llegues pronto!
Mapurite continuó . Estaba rascado. Se cayó al lado del camino;
estaba ¡borraaaacho! El conejo se fue atrás para ver. Cuando llegó es-
taba acostado.

. Narradora: Petra Prince. Lugar: Carrizal. Clan: Uriana.


2. Narrador: Francisco Fernández Jayariyu. Edad:
setenta añ os. Recopilador: Michel Perrin.
Sin importarle lo que hacía, el conejo lo registró . Robó su maraca,
robó su tabaco, pero no pudo sacar el resto que tenía en la boca, y
por eso quedó hediondo a tabaco. Escondió la maraca, que se perdió .
Regresó . Mapurite se despertó . No encontró nada; la chácara no
es- taba. Ahora no pudo más, quedó idiota. No teniendo có mo
hacer de piache, se fue de allá. No podía más trabajar. Mapurite estaba
abatido, desanimado.
–Ahora no iré por donde iba, estoy perdido –dijo.
Buscó un hueco para meterse; lo encontró dentro de un árbol don-
de se escondió . Allí se quedó , allí se perdió , allí desapareció .
Así fue. Antes, el mapurite era piache. Ahora no hay mundo
para él: [quedó ] por siempre dando vueltas.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 233)

286
Literatura wayuu
I
5. Cuento y jayeechi de sergio Cohen epieyú

Atpanaa pone a suplicar al yolüja [t.C.]


Llegó a oídos del yolüja que el señ or conejo (atpanaa) era muy há-
bil. ¡Era un ser muy hábil! Entonces el yolüja sintió mucha curiosidad,
y mucha envidia de que atpanaa fuera tan há bil y dijo:
–Yo tengo que saber qué tan hábil es atpanaa, o si es mas hábil
que yo… Yo tengo que demostrarle que soy más hábil que él, más
fuerte.
Entonces lo buscó hasta que lo encontró . Cuando lo encontró ,
atpanaa estaba jugando en el monte. Le llamó , le dijo:
–Amigo.
Y el conejo seguía jugando y no le prestaba atenció n… lo llamó de
nuevo y le dijo:
–Amigo… –y nada, seguía jugando, se hacía el que no le escu-
chaba.
Nuevamente el yolüja lo llamó , y el conejo dijo:
287
–¿Qué pasó ?
Y se hizo como si no lo hubiera escuchado. El yolüja le dijo que
estaba buscando a atpanaa, pues le había dicho que era muy há bil.

5. Cuento y jayeechi de Sergio Cohen Epieyú


Entonces él dijo que sí, que él era atpanaa. El yolüja replicó que quería
saber qué tan há bil era él. Entonces atpanaa respondió :
–Aquí estoy yo.
Entonces el yolüja le dijo que es que si se iban a dar golpes, se iban
a hacer, a ver quién era más hábil, más fuerte… Atpanaa sugirió :
–No… vamos a medir nuestras capacidades de otra manera.
Había dos trupillos (árboles) muy parecidos y juntos. Y atpanaa
le dijo al yolüja:
–Vamos a derrumbar esos trupillos de un solo golpe.
Yolüja respondió que sí.
–¿Entonces lo vamos a hacer de una vez? –preguntó , ansioso, el
yolüja.
–No, no lo vamos a hacer de una vez. Hagámoslo mañ ana temprano
–volvió a sugerir atpanaa.

. Narrador: Sergio Cohen. Traductora: Eliana Palacio. Recopilació n


que realicé con estudiantes wayuu en el añ o 2006. Lugar: Uribia,
Festival de la Cultura Wayuu. Sobre el origen del relato Sergio
Cohen aclaró : «Mi abuelo me lo enseñ ó , él se llamaba Reinaldo».
–Ah listo –aceptó yolüja.
En eso quedaron. Yolüja se fue a esperar el encuentro del día
si- guiente. Atpanaa estaba preocupado y pensaba có mo iba a tumbar
el trupillo de un solo golpe. No lo podía hacer y se preguntó : «¿Qué
voy a hacer?».
Entonces atpanaa fue donde el pájaro carpintero, pensando: «Voy
a ir donde mi amigo el pájaro carpintero a pedirle el favor de que
me ayude». Y fue donde el amigo pájaro carpintero. Le dijo que él
necesi- taba un tambor, que le ayudara a construir un tambor de un
trupillo, que él quería que quedara lo más fino posible para que su
sonido fuera el mejor.
Y así hizo el amigo pájaro carpintero, engañ ado por el señ or co-
nejo.
Lo manipuló , pulió el palo hasta que lo dejó totalmente hueco,
finito por dentro, pero aparentemente el palo estaba bien.
Al día siguiente llegó el señ or diablo a su competencia con
atpa- naa, y le preguntó si estaba listo. Y él le dijo:
288
–¡Claro, yo estoy listo!
Entonces el yolüja dijo:
Literatura wayuu

–Déle usted primero.


Y el conejo
respondió :
–No, déle usted primero.
I

Así fue que el yolüja accedió y golpeó fuertemente el palo, y el palo


se destruyó , se partió , porque el golpe fue muy fuerte. Pero aunque
el trupillo se destruyó no se le salieron las raíces; las raíces quedaron
enterradas.
Entonces atpanaa le decía al yolüja:
–¿Y eso es todo?
Y el yolüja le decía a atpanaa:
–¡Sí! Déle usted a ver…
Entonces atpanaa le dio un golpe fuerte al palo, y lo saco con todo
y raíz, y el yolüja se sorprendió mientras afirmaba:
–¡Qué hombre tan fuerte! ¡Que ser tan fuerte! Destruyó ese árbol
de un solo golpe.
Atpanaa se limitó a decir:
–Bueno… ahí está … ¿entonces qué hacemos
ahora? El yolüja dijo:
–Tenemos que hacer otra cosa para que me quede claro que tú
eres má s há bil, fuerte y poderoso que yo.
El yolüja le dijo que lanzaran piedra, a ver quién lanzaba más lejos
la piedra.
Atpanaa preguntó :
–¿Lo vamos a hacer ahora?
Y él mismo se respondió diciendo:
–No. Hagámoslo mañ ana temprano.
Pasó lo mismo. El yolüja se fue a descansar para el día siguiente. Y
el conejo se quedó pensando qué iba a hacer para demostrarle al
yolüja que él era má s fuerte… Y se acordó del amigo perdiz, el
pájaro, y se fue donde su amigo perdiz, el pájaro. Y le dijo que
necesitaba que al día siguiente volara lo más lejos que él pudiera,
que no volviera. En- tonces el perdiz accedió a hacerle el favor a
atpanaa.
Y así fue. Al día siguiente llegó el señ or yolüja y le dijo que
empe- zara atpanaa primero. Y atpanaa contestó :
289
–No señ or, empiece usted primero.
Entonces el yolüja accedió , y lanzó muy fuerte la piedra, y cayó
muy lejos. Pero se alcanzó a ver donde cayó . Y atpanaa preguntó iró -

5. Cuento y jayeechi de Sergio Cohen Epieyú


nicamente:
–¿Y eso es todo?
Y el yolüja lo miró y le dijo:
–Bueno, ¡entonces supéralo!
El astuto atpanaa indicó al yolüja que no podía mirar cuando él
lanzara, sino que fuera a mirar a donde cae la piedra:
–No vas a mirar cuando yo lance, sino donde cae la piedra.
De hecho, atpanaa previamente se había guardado el perdiz deba-
jo del brazo. Ahí lo tenía bien escondido de manera que el yolüja no lo
pudiese ver. Cuando él soltó el pájaro, efectivamente el yolüja no pudo
ver, porque estaba mirando dó nde iba a caer la piedra.
Así que el pájaro voló , voló y voló . Y el yolüja esperó y esperó , y no
sonaba la piedra. Pero no era el zumbido de la piedra, sino el volar del
pá jaro… y voló y nunca cayó .
Y el yolüja inconforme le dijo:
–¡Pero no puede ser que tú seas más fuerte y más hábil que yo!
El conejo contestó sin vacilar:
–Bueno… ¡ya lo demostré!
El yolüja dijo que tenían que hacer otra prueba, así que practicaran
el tiro de la flecha…. Y quedaron para el día siguiente nuevamente.
Y así fue, al día siguiente llegó el señ or conejo con una flecha. El
yolüja hizo la flecha de un árbol muy fuerte. Bueno, al día siguiente
fue y se encontró con el señ or conejo y le instó a que lanzara. Y
atpanaa le dijo al yolüja que lanzara primero. Así que el yolüja
lanzó en direcció n recta hacia el horizonte, y la flecha cayó en las
montañ as. Y cuando le tocó el turno a atpanaa, atpanaa apuntó
hacia el cielo…
Atpanaa no hallaba qué hacer. Atpanaa no tenía una estrategia.
Entonces él consiguió una: que iba a lanzar para arriba. El yolüja le
dijo al conejo que tenía que lanzar en la direcció n en la que él
había lanzado la flecha. Y atpanaa, astuto como siempre, respondió
que iba a lanzar adonde Dios:
–Porque si lanzó para donde Dios… ¡se acaba la tierra, se acaba el
mundo y te mueres tú y me muero yo!
Y el yolüja se asustó y preguntó suplicando:
290
–Pero, ¿có mo vas a hacer eso, cómo nos vas a matar a todos?
Atpanaa afirmó con cruel seguridad:
Literatura wayuu

–Nos vamos a morir todos, ¡porque tú no me vas a ganar, tú no


eres má s há bil que yo! Y así nos acabamos todos y nadie va a saber
quién es el má s há bil.
Y el yolüja suplicaba:
I

–No. ¡Por favor, no lo hagas!


Y atpanaa decía que sí, que
sí.
Entonces el yolüja no se quería morir. Y se rindió dándose por
vencido. Le reconoció a atpanaa:
–Tú eres más hábil que yo, ¡pero no mates a Dios ni nos mates a
todos!
Y así fue como el atpanaa le ganó al yolüja. Y sí: ¡el conejo es
má s fuerte y há bil que el diablo!
enamorado de su mujer como el primer día [t.C.]
¡Ven, ven mi señ ora!
Vengo borracho…

Tú bien sabes, có mo te quiero;


có mo te quise y te querré siempre.

¡Mi señ ora ven!

Yo recuerdo mucho aquellos momentos felices


que pasé a tu lado, cuando estaba enamorado de ti
Yo viví siempre enamorado de ti
Hoy, mañ ana y siempre.

¡Ven mi señ ora!

Quiero acariciarte
como la primera vez 29
que me enamoré de ti.

5. Cuento y jayeechi de Sergio Cohen Epieyú


¡Quiero verte
siempre joven
como si fuera el primer día
cuando me enamoré de ti!

Eras joven, así quiero verte todos los días,


vivir enamorado de ti siempre.

¡Ven amor, ven!

Quiero acariciarte a cada hora


y a cada momento, como el primer día.

. Jayeechimajachi: Sergio Cohen. Lugar: Planetario Distrital de


Bogotá. Jayeechi cantado en wayuunaiki y españ ol durante el
Encuentro con los Mayores Wayuu. Fecha: 3 de mayo de 2007.
No te pongas triste cuando yo salgo a la calle.
Tú bien sabes que yo soy un parrandero;
muchas personas quieren beber conmigo,
donde quiera que vaya
no te vayas a preocupar.

Como también hay muchas mujeres


que me ofrecen su cariñ o; también las complazco.
Si no llego por la noche, llego siempre por la mañ ana…

¡No me reproches nunca!

Amor mío, ¡tú sabes cuánto te quiero!


que tú eres la primera
¡y serás: ni la primera ni la ú ltima!

¡Señ ora!
292
No te pongas triste porque yo vivo,
que muchas mujeres me aprecien y me ofrecen su cariñ o.
Literatura wayuu

Yo les prestó mi corazó n, ¡nada más por un ratico!


¡No tengo la culpa que ellas me quieren, me aprecian!

¡Mi señ ora!


I

Quiero verte cada vez que yo llego, en tu casa,


quiero verte alegre, sonriente,
que me recibas con esa sonrisa en tus labios.
Si te pones brava,
¡yo me regreso otra vez a la calle a parrandear!

Quiero verte, conservarte siempre jovencita,


como hoy, ayer y siempre.
Vivir enamorado de ti.

Tú no sabes ¡cuánto te quiero amor mío!


¡Ven! ¡ven amor mío!
Para acariciarte, besarte,
entregarte todo mi corazó n, como el primer día.
6. escritores wayuu

ANToNio LÓPe Z [BRisCoL]

el verano1
Los veranos del norte de la península Guajira hacen recordar la
leyenda bíblica del sueñ o de los faraones y la interpretació n de José,
de las siete vacas gordas y las siete flacas, tal parece que al través del
mile- nio de los siglos la fatalidad importuna y ciega, pero infalible, se
ensa- ñ ara en abatir esta infortunada tierra, reflejando en ella aquella
época fatal. Siete añ os de llover sin escampar y siete de horroroso
293
verano
han venido caprichosamente alternando la vida inhó spita de la pampa.
Ya pasaron los añ os de abundancia y ahora vienen los de esca-

6. Escritores wayuu
sez: los graneros están vacíos; agotados por completo los pastos de
la sabana; flacos, macilentos los ganados, yacen tumbados en haci-
namiento lastimoso alrededor de los jagü eyes resecos, y en el contor-
no de las casimbas que ya no manan, dan vueltas día y noche, hasta
caerse desplomados de sed y cruel inanició n. El infeliz indígena,
ba- ñ ada la frente en sudor copioso, calcinada la bronceada espalda
por los quemantes rayos del sol canicular y destilando lágrimas los
ojos cava y cava sin cesar, un hueco aquí, otro allá y otro acullá y
ningu- no corresponde a sus heroicos esfuerzos. Las fuentes
subterráneas de infiltració n que almacenaba el subsuelo de la
restostada pampa se agotaron. Desesperado se dispone a cortar y
rajar pencas de cardó n y con la pulpa mitiga un tanto la sed y el
hambre del ganado vacu- no, cabrío y lanar; pero el caballar y el
asnal se resisten a ingerirlo. Despreciados estos por el estado de
flacura, ú nica moneda con que cuenta para la provisió n de víveres
y vistuario, se declara en mortal insolvencia. Las familias má s
pobres, uno por uno van vendiendo al

. Fragmentos de la novela Los dolores de una raza.


traficante los esqueléticos hijos, hasta agotarlos, no por que dejen de
amarlos, sino por evitarles una angustiosa muerte; en tanto que otras
emigran para el país vecino dejando desiertos los hogares. Y las
de- más madres hambrientas, impotentes ya para prodigar al tierno
hijo el néctar vital del pezó n empobrecido, también se dedican a
cortar cardó n y comérselos asado en el afán de prolongar unos
días más el martirio de su vida; otras con los harapos reguindados
arriba de la ro- dilla, lánguidas, resecas, que más parecen espectros de
otros mundos que seres humanos, se arriman a las puertas del
orfanato de Nazaret a implorar un rasgo de conmiseració n; no
quieren pan, ni ropa, sino ú nicamente que se les admitan los
raquíticos niñ os en el internado antes que ponerlos en subasta
pú blica. Los reverendos misioneros le dicen que no hay dineros con
que mantenerlos, que la mísera suma destinada por el Gobierno
para el instituto apenas alcanza para los niñ os que ya está n
internados.
¡No hay remedio! ¡El veredicto fatal del infortunio para la des-
294
amparada raza es inexorable! ¡Todo ha de sucumbir bajo el peso
del dolor!
(Briscol, 956: 8-82)
Literatura wayuu

Una resolución suprema


El sol moribundo comenzaba a fundir sus violáceos rayos tras los
I

enhiestos picos de la nevada cordillera; el céfiro nocturno con su ca-


ricia apacible empezaba a refrescar la calcinada atmó sfera pampera
difundiendo en el ambiente el suave perfume de las flores; el manso
Ranchería en ondulaciones dilatadas estampaba su ó sculo amoroso en
la tersa superficie de la arena ribereñ a. El diá fano azul del límpido
cielo de la pampa sonreía dulcemente con lisonja de mujer enamorada
a la ubérrima floresta de la hoya hidrográfica; la desapacible algarabía
de las guacharacas turbaba de vez en cuando la quietud profunda de
la selva virgen; el bronco ahullido de los macacos y los monos que
haciendo coro con el tierno acento de las aves formaban la sugesti-
va filarmó nica salvaje de la inmensidad bravía. Los vaqueros, curtida
la epidermis por los quemantes rayos del sol, con el fusil terciado al
hombro, transidos por el penoso trajinar en todo el día, regresan con-
duciendo sus rebañ os a los corrales; el toro-padre saluda el aprisco
con su atronador mugido y la vaca con maternal ternura se precipita
desesperada sobre el hambriento becerro a lamerle y prodigarle el
con- fortante licor de su fecunda ubre.
(Briscol, 956: 05)

el pago de un servicio mercenario


Bajo la atmó sfera caldeada de un sol abrazador dibujábanse las si-
luetas de diez jinetes que de la serranía de Cosina se dirijían hacia las
sabanas de Jurulaj. Enfilados unos tras de otros, a un tardo y
penoso andar obstaculizado por la tupida marañ a, se les pintaba en
los tos- tados rostros la melancolía y la pereza del pesado ambiente;
enrolla- das las mantas en la cintura por el calor irresistible,
relumbraban las bronceadas espaldas insensibles a los quemantes
rayos del astro rey que señ orea la pampa; mudos, meditabundos
avanzaban temerosos de perturbar el majestuoso silencio de la hora
angustiosa; los indó mitos corceles, hechos a la rudeza de la comarca
295
bravía, jadeantes destilaban
sudor copioso sin perder el brío, apenas manifestaban su desdén con
fuertes y repetidos resoplidos.

6. Escritores wayuu
(Briscol, 956: )
gLiCeRio TomÁs PANA URiANA

el segundo sueño1
Cierto día Chechó n se levantó un poco apesadumbrada, por lo que
Antayash, extrañ ado de eso, le preguntó :
–Vida mía, ¿qué te sucede? Te veo un poco preocupada.
–Anoche tuve un sueñ o que me atormenta demasiado
Entonces, Antayash le repuso:
–Cuéntamelo, pues, para enterarme de tu situació n; aunque yo no
creo en sus alucinaciones mentales.
A esto Chechó n, le dijo:
–Por tu incredulidad no debería referirte nada, pero para que ten-
gas mañ ana en cuenta sus graves consecuencias, te lo voy a contar. Es
el siguiente: tú y yo, como siempre juntos, salimos a hacer una
visita y cuando ya habíamos andado un largo trecho una fugada de
viento te arrebató el sombrero, y tú desesperadamente fuiste detrás
296
de él, en su busca, no obstante que yo te gritaba que lo dejaras, porque
había caído al río y llevaba mucho agua. Pero no me hiciste caso y te
arrojaste a la corriente, y como transcurría el tiempo y tú no volvías,
Literatura wayuu

empecé a gri- tar y a llorar, pensando que tú podías haberte ahogado,


arrastrado por esas aguas turbulentas; además tu perro aullaba,
yendo y viniendo, hasta que al fin se arrojó detrás de ti. Rato
después sobre la rama de un árbol apareció un pájaro cantando hacia
I

la parte donde apareciste, casi desnudo, con el sombrero en las


manos, maltrecho y acongojado.
¡Ay de mí! … ¡Ay de mí!
A todo esto Antayash le repuso:
–Pero, ¿qué significado les das tú a esas vagas ficciones de tu ima-
ginació n, para tanto mortificarte?
Y Chechó n al instante le respondió :
–Hablemos sin más ambages: que tú te vas de mi lado y no vol-
verás más y, si llegares a volver algú n día será tardíamente, abatido y
avergonzado de tu ingratitud. Y nada más te digo, porque eso será
la realidad.
A estas palabras, Antayash le contestó :

. Tomado del cuento Chechón la soñadora.


–Así que tú les das más crédito a esas vaguedades, repito, que
al inmenso amor que yo te profeso.
Y Chechó n, le replicó así:
–Mis sueñ os son infalibles, clarividentes y comprobados fehacien-
temente, como el que tuve para obtenerte como mi marido; y ahora
este para perderte.
Después de estas frases de Chechó n, Antayash dijo:
–Por lo que estoy viendo, creo que tú estás sufriendo una obceca-
ció n terrible, que me causa ya mucha preocupació n.
Entonces, Chechó n le repuso:
–Es bueno, pues, que no sigamos más en esta cuestió n y pongamos
al tiempo como testigo para lo que haya de sobrevenir.
Dos días después de este incidente, salió Antayash a una cacería
por lados de Urú , encontrándose con unos parientes y vecinos de
su ranchería de Jachituma, informándole que sus animales estaban
des- perdigados, en su mayoría; porque quienes los pastoreaban, unos
ha- bían muerto y los otros estaban viviendo en distintos lugares,
297
por lo
que le era necesario ir a cuidar de sus intereses. Antayash, a su regreso
de la caza, le contó todo a su mujer, quien suspirando empezó a llorar y

6. Escritores wayuu
él. Para consolarla, le dijo que no se dejara llevar por su primer sueñ o,
que no fue sino algo por casualidad.
Al cabo de diez días de haber tenido este diálogo, partió Antayash
[a] la Alta Guajira, tierra de embrujo y encanto, donde al llegar,
des- pués de su larga ausencia, no se volvió a acordar de su amada
Che- chó n; fue como si se hubiese sumergido en las profundas
cavidades de las frías aguas del olvido.
(Pana, 2003: 26-28)
RAmÓN PAZ iPUANA

Pooroy
Los sapos
A los sapos les gustaba vivir enhuecados, sin tener preocupació n
por el trabajo ni mucho menos por las cosas del mundo
circundante. Los dominaba una total indiferencia.
Un día el tío de los sapos, viejo rico y cacarañ oso llamado
Ipérui, cayó enfermo y se agravó de muerte. Sabiendo que solo le
quedaban pocos momentos de vida, mandó a llamar a todos los
sobrinos para que estuvieran a su lado a la hora de la muerte.
Así fue. Todos los sapos se congregaron junto a él para verlo
morir. Y cuando empezaron los primeros estertores del moribundo
(pero con bastante juicio todavía) dijo:
–Ya ven ustedes mi situació n. Los he reunido para algo muy im-
portante. Vamos al caso. ¿Cuá l de ustedes, sobrinos míos, querrá
ser el heredero de mis carneros, mi mula y mis caballos?
298
Pero todos callaban, nadie respondía.
Luego volvió a preguntar:
Literatura wayuu

–¿A quién de mis sobrinos le agradará tener mi fusil, mi garniel y


mi arco de guerrero invencible?
Pero los sapos estaban mudos, como temerosos de tener que acep-
tar una responsabilidad que se verían obligados a cumplir en medio
I

de su desmedido ocio.
Por tercera vez, el moribundo volvió a preguntar:
–¿A quién de ustedes dejaré mi orolojiapi (contra de cacería), para
que sea un gran cazador como lo fui yo?
Pero todos callaban. Estaban sordos como si nada oyeran. Estaban
mudos como si nada les importara.
A la cuarta vez, el viejo volvió a preguntar:
–¿Quién de ustedes aceptará mis trajes, mis collares y mis prendas
de valor?
Pero aquellas palabras del viejo solo les daban ganas de bostezar.
Estaban aburridos. Parecían no tener interés por recibir ninguna he-

. Narrador: Cornelio González. Clan: Aapushana.


Lugar: Los Filú os, Guajira venezolana.
rencia. En una palabra, no querían contraer obligaciones. Pero el
viejo Ipérui tenía una mujer señ orita y muy bella, que le había cos-
tado unos cuantos carneros capados y no pocos sartales de piedras
finas.
Entonces preguntó el sapo:
–Después de mi muerte, ¿quién de ustedes se querrá acostar
con mi mujer y disfrutar de ella?
Entonces todos los sapos respondieron al mismo tiempo:
–¡Tayakay! ¡tayakay! ¡tayakay! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!
No fue más excelente la proposició n, para aclamarla. Pero en esos
instantes el viejo se estiró , viró los ojos y murió sin antes arreglar
el asunto.
Desde entonces todos los sapos se quedaron disputando la mujer
de su tío; y diciendo:
–¡Pooroy! ¡pooroy! ¡pooroy! –es decir–: ¡Yo soy! ¡Yo soy! ¡Yo soy!
Nombre que les quedó definitivamente, en alusió n a la monó tona
algarabía que siempre forman los sapos y las ranas cuando llueve.
299
(Paz Ipuana, 972: 25-252)

6. Escritores wayuu
Uyaaliwa ee atpana
el mapurite y el conejo
Cuentan los ancianos en sus viejas tradiciones que el mapurite
era el curandero más afamado que existía por entonces. Su autoridad
como vidente era irrefutable; sus predicciones eran acertadísimas y
todo el mundo le respetaba y obedecía. Este anciano de catadura des-
cuidada caminaba siempre cabizbajo y nunca miraba de frente. Tenía
unos ojitos tan chiquiticos y pelones que casi no veía con ellos. De
su cuerpo emanaba un olor fuerte y nauseabundo debido a su
constante mascadera de tabaco. Era un viejo desaseado, hediondo a
saliva y a pestilencia de enfermos.
Un día el mapurite resolvió hacer un viaje a Schiima (hoy
Rioha- cha) para curar un enfermo a quien se le había metido el
diablo en los pulmones y le hacía vomitar la sangre.
El autshi (que así se le llama al curandero en nuestro idioma), iba
de oriente a occidente, cuando en su camino se encontró con el conejo
que venía en direcció n contraria.
–Hola, autshi. ¿A dó nde vas tan diligente?
–Voy a Schiima, tengo que asistir a un enfermo. Y tú … ¿hacia
dó nde vas?
–Pues yo voy a donde me lleve el camino. De occidente a
oriente, al Jorottuy, hacia donde brilla el sol naciente.
–¡Ah, sí! –respondió el mapurite con ingenuidad.
–Oye, viejo… ¿no tienes por casualidad un tabaquito que me
des, para hacer una mascadita y así entretenerme en el camino?
–Pues sí tengo, amigo –y metiendo la mano en su bolso le dio
ta- mañ o tabaco para que humara y mascara.
–¡Qué bien! Con esto, me sobra para el resto del camino –dijo el
conejo muy contento.
Dicho esto, reanudaron la marcha. Pero el conejo, empeñ ado en
despojar al pobre mapurite de todos sus tabacos, [solo] simuló
alejarse. Le dio vuelta a una loma y adelante volvió a caer en la
misma vía por donde iba el mapurite.
El conejo, esta vez cambiando la voz, le dijo:
300
–¡Hola, autshi! ¿Qué destino llevas?
–Voy a Schiima, a curar un enfermo.
Literatura wayuu

–¿Qué se dice por el camino que has recorrido, viejo?


–Pues nada, solamente un hombre que va por el mismo camino
que tú sigues. No andará muy lejos, porque hace ratito me
encontré con él.
I

–Lo alcanzaré para que me sirva de compañ ero –dijo el


conejo–. Pero antes, ¿no tienes por casualidad un tabaco que me
regales?… Si- quiera así me entretengo fumando y no se me hace tan
pesado el viaje.
Y echando mano a su bolso le regaló un tabaco.
–¡Adió s!
–Adió s, amigo.
Y volvieron a proseguir la marcha.
Má s adelante el conejo, con toda su sobrada picardía, de unos
cuantos saltos le echó corte al viejo, y se le volvió a presentar. Esta vez
remedó la voz temblorosa de un anciano, y dijo:
–¡Cla! Residuo de los tiempos idos, me complace verte. Sabrá s
que soy el achacoso que desea recordar la aurora de sus primeros
días. El mapurite al oír estas frases se sintió contento y quiso
conver-
sar de las andanzas de su juventud. Mas él no podía distinguir a su
interlocutor porque sus ojitos parecían dos pulguitas que dificultaban
su mirar.
Después de hacerse los cumplidos, dijo el conejo:
–¿No tienes un tabaco que me des, uno?
–Sí. Me complace –dijo el mapurite, y le volvió a dar otro.
–¡Bueno, amigazo!... adió s.
–¡Adió s!
Ya el conejo tenía buen lote de tabacos después de tener al mapu-
rite, todo el día en un solo jaque.
Mas cuando llegó el autshi a su destino se dio cuenta [de] que
no le había quedado ni un solo tabaco para dar masajes a su enfermo;
el conejo se los había quitado uno a uno en el camino.
Cuando se percató del caso, dijo indignado el mapurite:
–¡Ajá!, con que fue jurakusa (nombre antiguo del conejo),
pues… le voy a dar su merecido a ese bribó n. Ya verá lo que le va a
pasar.
El mapurite hizo entonces un menjurje bastante raro.
30
En un mortero echó un poco de sus orines, le añ adió ají picante
molido, resina de pringamoza y zumo de tabaco. Batió aquella mezcla
y, cuando estuvo a punto, manipuló con ella una especie de cigarro

6. Escritores wayuu
que luego guardó en su bolso para el caso. Ya el conejo se había fu-
mado todos los tabacos y aguardaba el regreso del zoquete curandero.
Cuando mapurite acertó a pasar por el mismo lugar donde había
sido desvalijado por el conejo, este saltó de su escondite y dijo al viejo:
–¡Hola!, amigo mío. Qué casualidad, nos volvimos a encontrar.
¿Có mo te fue en el viaje?
–¡Muy bien! –respondió el mapurite con humildad.
–¿Acaso no tienes un tabaco que me regales? –dijo el conejo.
–¡Sí! Encantado. En Schiima compré bastantes y son muy buenos.
Y sin má s demora le dio dos tabacos al conejo y se fue.
El conejo, muy complacido, se puso a fumar los cigarros obtenidos
por su habilidad. Pero al cabo de un rato de estar fumando sintió
un mareo. Algo desagradable le ocurría; sentía como si le picaran
hormi- gas en el belfo, como si le hicieran cosquillas en la bemba. Pero
como aquello no le importó , siguió chupando y escupiendo el aroma
de su tabaco.
A medida que aspiraba el humo del cigarro se le iba hinchando
el hocico tras un movimiento incontrolable; mas cuando se dio
cuen-
ta [de] que había sido víctima de engañ o, botó el tabaco, se frotó
las narices, estornudó y trató de contenerse el tic que le enfadaba.
Pero ya no había remedio: había sido castigado a mover sus narices
todo el tiempo.
Desde entonces a los conejos les tiembla el hocico con un tic in-
controlable.
(De Armellada y Bentivenga, 99 [974]: 245-248)

Warulapay é atpanaa
el gavilán y el conejo
En épocas remotas, cuando los animales eran wayuu y tenían uso
de razó n, sucedió que el gavilán andando de cacería dio con un cachi-
camo de buena enjalma.
El cachicamo al avistar el rapaz, atesó a correr, y vuelto casi
una pelota se dejó rodar por entre la marañ a del bosque, hasta que
logró encumbrarse y así escapar de las garras de su enemigo.
302
El gavilán comenzó a escarbar con las uñ as y a mirar en la cueva
su fallida presa. Estando en esta operació n se le apareció el conejo,
Literatura wayuu

quien tenía fama de astuto y embustero.


–¡Hola amigo!… ¿Qué busca usted con tanto empeñ o en eso
hue- co? –preguntó el intruso.
–Un cachicamo que se acabo de meter aquí –respondió el otro.
I

–¡Vaya una presa! –dijo el conejo sorprendido–. En estos días


de intensa hambre cualquier cosa es buena y más si se trata de un
cachi- camo.
–Pues bien, ayú deme usted, amigo –repuso el gavilán.
–¡Claro! Aunque sea un muslito o una costillita me habrá de tocar
en esta partida, ¿verdad?
–¡Có mo no! Su tajada le corresponde. Ahora cuídamelo aquí
mientras busco un uyeechi (instrumento puntiagudo) para escarbarlo.
–Muy bien –dijo el conejo en tono socarró n.
Pero el gavilán tenía en su rancho una hija señ orita, que aú n no
había salido del encierro. Se trataba de una linda muchacha, como

. Narrador: Witsiana, natural de Kululuma’ana, Baja


Guajira. Edad: cuarenta y cinco añ os.
capullito recién abierto. A cualquier viejo oxidado le hubiera entibiado
la cama con solo ver aquel pimpollito de pecho punta-brava.
Lo cierto fue que el señ or conejo aprovechó aquella ocasió n. Miró
por una hendija, se agazapó por debajo del envarillado del rancho y
entró en el aposento de la muchacha. Mas cuando esta lo vio, se asustó
y quiso gritar; pero el conejo tras un ademán oportuno la serenó , y le
dijo:
–¡Silencio niñ a!… Que el «Jefe de los malos espíritus» está en gue-
rra y yo he venido a salvarte. Acabo de ver a tu padre y de inmediato
lo he comisionado para que avise a la gente sobre el gran
acontecimiento que habrá de sobrevenir. El mundo se acabará
mañ ana, y todas las señ oritas de la Tierra tienen que entregarse hoy
a los hombres, para que duerman con ellos, las disfruten y no
sientan los efectos de la gran catástrofe. De modo que en estos
momentos todas las hembras se están entregando, y tu padre me ha
mandado aquí para que te eches a mis brazos y me reveles tus
secretos, tal como todas las mujeres lo han hecho.
303
–¡Mentiras! –dijo la muchacha indignada–. Esos cuentos son para
perjudicarme… ¡Insolente!

6. Escritores wayuu
–Es cierto, niñ a, es cierto. Tu padre dijo que no me demorara en
cumplir el acto; que si a las tres veces me llamaba y no respondía, cae-
ría la maldició n sobre ti y sobre mí. De modo que apresú rate, desama-
rra la sirapa, bájate la enagua y échate en el suelo; porque ya el mundo
está pró ximo a oscurecerse.
En ese momento el gavilán llegaba con el instrumento para cavar
el hoyo del cachicamo.
Como no encontró al señ or conejo en el sitio donde lo habla
deja- do, aquel empezó a llamarlo:
–¡Amigooo! ¡Apresú rate, que ya estoy aquí!
–¿Oyes, niñ a? –dijo el cazurro–. Esa es la primera llamada.
Apre- sú rate niñ a en revelarme tus secretos.
La muchacha, un tanto indecisa, vacilaba en aceptar o no
aceptar la insistente proposició n del conejo.
Luego oyó el segundo grito del gavilán:
–¡Amigoo! Apresú rate, que se nos hace tarde.
–¿Oyes, niñ a? –dijo el conejo–. Los apuros de tu padre en que nos
apresuremos a disfrutar de nuestra unió n.
La muchacha esta vez no vaciló . Rápidamente se echó en tierra,
aflojó sus vestiduras y el conejo hizo el resto del trabajo. El gavilán
todo impaciente volvió a gritar:
–¡Amigooo! ¡Vente que te espero!
Pero el conejo, en el paroxismo de su emoció n, no respondía.
Al rato el gavilán se fue a su rancho y entró en el aposento de la
muchacha.
Pero cuál no sería su sorpresa al ver al conejo compartiendo el
deleite de sus pasiones con su hija. Sin perder tiempo se abalanzó so-
bre el conejo para despedazarlo, pero este de un brinco se escurrió
por entre las varillas. Ganó el monte y se fue. El gavilán se dio en
perseguirlo, pero el conejo, más astuto, se escabulló entre las malezas
intrincadas del monte, burlando de esta manera al gavilán.
Desde entonces, los gavilanes persiguen a los conejos para comér-
selos, en venganza de aquel agravio.
(Paz Ipuana, 972: 263-264)

304

el precio del desprecio


Literatura wayuu

Existió una vez un anciano riquísimo llamado Anainmut. Descen-


día de la tribu Jusayuu y poseía extensos rebañ os de carneros, burros
y cabras.
Vivía solamente en compañ ía de su mujer y un criado llamado
I

Tü riiajashi, quien no comía ni dormía en el mismo rancho de los


vie- jos sino que vivía aparte, junto al redil de los carneros. Tü riiajashi
era un joven fuerte y bobalicó n cuyo oficio era cuidar los rebañ os
de su amo. Su alimento preferido era leche cuajada y maíz tostado,
reforzada con un poco de wayamul (filete de cardó n tierno). La
vida de Tü riia- jashi era frugal conforme a su condició n de
sirviente miserable.
Un día el viejo Anainmut comenzó a inquietarse por la idea de una
jovencita que vivía lejos del lugar y que aú n permanecía recluida en el
encierro.
El viejo se había enamorado de aquella muchacha que imaginaba
hermosa, tierna y fácil de conseguir; pero nunca pensó que el amor
que se anidó en su pecho fuera por una joven extremadamente
orgullosa.

. Narrador: J. A. Gonzá lez. Clan: Ipuana. Edad: sesenta añ os.


Una vez, obsesionado y querencioso dijo a su mujer:
–Cada día me siento más enamorado de aquella muchacha que
ma- dura en su aposento aprendiendo los oficios del hogar. No la
conozco, pero la llamaré mi hermana porque es del retoñ o de mi tribu.
Está in- tacta conforme la parió su madre. No puedo pensar en
aprovecharme del fruto caído en vez arrancarlo sazonado desde el
árbol que lo cuaja. No importa que sea viejo, mis riquezas me
rejuvenecerán porque en ella está todo el vigor que se desea. Mujer,
no quiero con esto provocar vuestro celo, ya que juntos hemos
capeado los tormentos de la vida sin que hayamos querellado alguna
vez. ¿No queréis acaso que pretenda esa muchacha que os puede
aliviar en las tareas de la casa y sea para mí el confidente de mis
noches?
La mujer de Anaiinmut cuando oyó tales proposiciones acató la
voluntad de su marido y entonces respondió :
–Habéis acertado en vuestra idea, proceded conforme a vuestro
juicio. De mi parte no hay reparo, al contrario, cuidaré de ella, y
305
será para mí como una hija y vos como un hermano.
–Veo que me comprendéis –repuso el viejo. No olvidaré nunca que
sois la afectuosa madre mis hijos por quien tantos desvelos he sufrido.

6. Escritores wayuu
Por eso os he consultado antes de proceder. Mal haría yo si os tornara
como un caldero viejo que se echa a un lado cuando ya no sirve.
La vieja entonces preguntó :
–¿Creéis acaso que esa muchacha acepte vuestros requerimientos?
–Sí –respondió –. Yo no soy un buey para estar mugiendo en sus
oídos, ni tampoco un muchacho para estar remendando mis palabras
ni perdiendo el tiempo en inú tiles sonadas. Iré dispuesto a proponerle
de inmediato mi tajante resolució n. Ahí está mi caballo Karawasana
y mis joyas que le llevaré a sus padres como garantía de mi palabra.
Dicho esto, llamó a Tü riiajashi y le dijo:
–Andad a mis corrales, traed mi caballo y ensilladlo pronto.
El criado rápidamente fue a los corrales, enlazó a Karawasana y
lo ensilló con sus mejores prendas. Después de esto, ensilló un trotó n
para acompañ ar a su amo.
Cuando ambos estuvieron listos para la partida, Anainmut dijo
a su mujer:
–Vieja, voy a partir. Regresaré al cabo de tres días, si mayores con-
tratiempos no me retienen en camino. Os vuelvo a recomendar que
no vayáis a pensar mal de mí ni mucho menos os vayáis a reír de mis
caprichos. Esa es mi palabra.
Y se fue en busca de la muchacha llevando consigo una mochila de
valiosas joyas como garantía de su palabra.
La joven vivía con sus padres, pero aquel día ellos fueron al monte
en busca de alimentos y la dejaron sola con una criada coquetona.
De pronto la sirvientica gritó :
–¡Wánnnaltsii!… ¡Wánnaltsii!
Allá vienen dos hombres a caballo que solo asoman sus siluetas en
la honda lejanía.
–¡Qué bueno!… ¿Será un joven? ¿Será buen mozo? ¿Será rico?…
Y ambas comenzaron a brincar y a pellizcarse de contentas movi-
das por el afán de ver al hombre deseado. Pero cuál no sería la decep-
ció n de Wánnaltsii al ver que los cabalgantes eran dos mamarrachos
que no calaban a su gusto. Un viejo y un sirviente desarrapado.
Entonces la muchacha rápidamente se hizo cambiar de trajes.
306
La sirvienta se vistió con las ropas de su ama y esta con las de aquella.
Se embadurnó el rostro con una mascarilla de paipai y se hizo la
desen- tendida.
Literatura wayuu

Todo esto lo hizo Wánnaltsii para confundir al viejo. Pero este


cuando entró en la choza y las vio encogidas, se dirigió a la muchacha
y dijo:
–Bastante repugnancia ha causado mi presencia cuando no os dig-
I

náis en saludarme. Habéis hecho vestir a vuestra gata para despistar-


me y después burlaros de mí. ¿Por qué lo habéis hecho? ¿Acaso no
merezco que os tome por mujer aun cuando seáis rica de bienes y de
orgullo? Sabed que estoy aquí porque mi corazó n ordena que
debéis ser mía. Os daré todos mis bienes a cambio de vuestro
amor. Mis jo- yas, mis rebañ os y sobre todo mi renombre. Tened en
cuenta que no saboreo el amor solo por el gusto de picar como hacen
los pájaros que picotean los frutos para dejarlos y que otros lo
aprovechen fácilmente. Ahí está mi caballo karawasana y está bolsa de
prendas como garantía de mis buenas intenciones.
Wánnaltsii, indignada ante aquellas proposiciones ofensivas para
ella, contestó :

. Wánnaltsii: flor de pringamoza. (Nota del original).


–¿A qué viene tanto descaro, viejo chocho? Yo no quiero
preten- dientes como vos, que tranquilos deberían pasar las
postrimerías de su vida sin estar corriendo tras ilusiones
descabelladas. Un bagazo exprimido por el tiempo, sin potencias y
sin fuerzas en el cuerpo, me propone casamiento… ¡Vaya! Qué
divertido es el capricho de este vie- jo que ha llegado al colmo de su
locura. Sabed que no quiero estar agarrada de los taparrabos de un
vejete soportando sus achaques, solo por el deseo de tener cuatro
carneros a mi lado. De modo que dejad toda esperanza, porque yo
aspiro a un joven rico que me dé la talla y no a un viejacho como
vos.
–Está bien, no insisto má s –respondió Anaiinmut–. Los añ os me
han enseñ ado que debo resignarme a lo imposible, renunciando bue-
namente lo antes amado. Si no me queréis porque soy un viejo, enton-
ces diré a mi sobrino que os pretenda; él es muy hermoso, valiente,
valeroso, gallardo y rico.
Dicho esto, Anainmut salió de la habitació n descorazonado por el
307
desprecio. Montó a caballo y se regresó de nuevo a su vivienda.
Cuando el viejo llegó , se apoderó de él un profundo abatimiento.
Sintió vergü enza de sí mismo. Pero de pronto… se le ocurrió una idea.

6. Escritores wayuu
Hizo bañ ar a su criado con aguas perfumadas; lo vistió con los mejo-
res trajes, lo adornó con buenas prendas y le ensilló un caballo alazán
(atsaana).
Después de eso, dijo a Tü riiajashi:
–Os he hecho vestir en esta forma para que pidáis en casamiento a
la orgullosa Wánnaltsii. Yo iré con vos en calidad de sirviente. Tomad
estas joyas y en cuanto lleguéis entregadlas a sus padres. Ellos acepta-
rán este presente y no vacilarán en concederos a su hija. Cuando todo
se haya convenido entrad en su aposento y proponedle huida de inme-
diato. Al principio resistirá vuestro halago, paro después se rendirá
sumisa. Y cuando llegue la tarde huid con ella y poseedla varias veces
en todo el trayecto de la noche. En cuanto a mí, haréis que me regrese
anticipadamente trayendo la carne del ovejo que habrán de sacrificar
en vuestro honor.
Recibidas las instrucciones ambos se pusieron en camino.
–Allá en la lejanía se asoman dos jinetes que parece que vienen
hacia acá .
–¿Será el joven tantas veces esperado? –preguntó Wánnaltsii.
–Sí, es él –gritó la sirvienta–. Es riquísimo y viene montado en
un caballo hermoso en compañ ía de su criado.
Las muchachas quedaron deslumbradas al ver el porte de aquel
joven arrogante.
Tan pronto llegó fue recibido por los padres de la muchacha, con-
forme al recibimiento que se tributa a un visitante rico. Al cabo
rato Tü riiajashi, dirigiéndose al padre de la joven, dijo:
–Quiero casarme con vuestra hija. Tomad estas joyas como antici-
po de las formalidades y la dote que daré por ella.
El padre, contentísimo ante aquel donativo tan valioso, dio puerta
franca al pretendiente. Cuando Tü riiajashi entró en la habitació n de la
supuesta novia entablaron diálogos de amor. Entre tanto, los padres y
familiares de Wánnaltsii preparaban comilonas, bebezones y jolgorios
en honor a los prometidos.
Al pretendiente le mataron un carnero para que se lo llevara
entero desollado.
Entonces Tü riiajashi con frases humillantes, dijo al criado:
308
–Hijo de perra sucia, andad, llevad esta carne a mi casa y pre-
paradme un caldo para cuando yo regrese… ¡Ligero! Antes que os
Literatura wayuu

arranque los pelos de la cara.


Los concurrentes reían a carcajadas mientras el viejo, acatando las
ó rdenes del encubierto amo, montó a caballo y se llevó la carne.
Cuando llegó la tarde Tü riiajashi tomó el camino de la fuga lleván-
I

dose a Wánnaltsii en el anca de su caballo.


La víctima de aquella huida fue una virgen desflorada entre la no-
che oscura. Un sirviente sucio y miserable se había solazado con la
má s orgullosa mujer de aquellos tiempos.
Cuando llegó la mañ ana, arrogante aú n, Tü riiajashi ordenó al vie-
jo Anainmut que sirviera su comida. Mas él, indignado ante la ofensa
agarró al sirviente por el cuello y lo violentó a patadas contra el suelo.
–Impostor, devolved mi cobija, donde os habéis revolcado con
vues- tra perra; desensillad mi caballo y devolvedme las prendas y la
ropa. Largáos de mi presencia antes que os perfore la cabeza de un
flechazo.
Tü riiajashi, después de ser despojado de toda la indumentaria,
volvió a su estado miserable y harapiento, al sitio donde siempre
vivía.
Con gran asombro la infeliz muchacha, al ver el engañ o en que
había caído rompió a llorar con amargura.
Luego Anainmut, dirigiéndose a ella, le dijo:
–He ahí vuestra suerte. Compartid vuestra vida con el joven de
vuestra talla, disfrutad de las cagarrutas que le sirven de riquezas y no
lloréis porque no son ilusiones descabelladas.
De esta manera, el orgullo de Wánnaltsii quedó castigado al
des- posarse con un sirviente idiota y miserable.
(Paz Ipuana, 972: 245-249)

309

6. Escritores wayuu
RAmiRo LARRe AL

Hermano mestizo1
Pasaron tres lluvias que semejaban más a lloviznas. La sequía de-
vastadora que se alimenta de plantas verdes y magros lomos, temida
por los habitantes, odiada por los jagü eyes y amiga íntima del
palpi- tante sol, hizo su aparició n.
Una tarde, mientras el viejo Anacuay contemplaba con triste vi-
sió n su ya pequeñ o rebañ o, expiró , y sus huesos dieron con la
tierra. Murió de melancolía. Después de la muerte de su nieto nadie se
acor- daba de haber oído salir una sola palabra de su boca.
Encorvado por el peso del sufrir y de los añ os, caminaba a veces
detrá s de las flacas reses. Muchas veces lo vieron reposar debajo
de las matas.
«Puro hueso ese pobre viejo», decían los muchachos que a diario
se bañ aban y hacían guerra con grandes bolas de barro en el jagü ey
30
casi seco.
La propia tierra lo lloró , fue un hijo amado que correteó en su seno
Literatura wayuu

maternal; hijo de aquellos grandes guerreros que vivían y subsistían


de la guerra, aquellos que no mezclaron su sangre con otras razas.
A su velorio llegó gente de todos los rincones de La Guajira, de
las escarpadas sierras de las regiones altas, de las fértiles serranías de
I

Guana, de la poblada Maicao, de las saladas tierras de Riohacha y


Manaure y de los cercanos caseríos.
También se hizo presente el mejor tamborero que se llegó a cono-
cer en La Guajira, el que pulsaba con maestría la fabulosa tuliraya,
el que le arrancaba sones mágicos al prodigioso masi. También
dueñ o de un variado repertorio de chistes, él era centro de atracció n
de las multitudes reunidas en el velorio, sabía imitar el canto
madrugador de los gallos y las melodías más románticas de los
pájaros; rebuznaba con la precisió n de los burros más destacados en
este arte, mugía como los toros cuando pelean, balaba como las ovejas
que han perdido su frágil cría en la ventisca de una tormentosa
tarde.
Hombres, mujeres y niñ os se congregaban a su alrededor para de-
leitarse de sus chistes y payasadas, su nombre: Pedrito Montiel, nom-

. Fragmento de la novela Hermano mestizo.


bre legado por un misionero capuchino perdido una vez en
Guarero, perseguido por los paraujanos. Era bajo, robusto,
renegrido por mil soles que acariciaron su faz en sus distintas
excursiones de artista consumado.
Todo pasó como una fugaz brisa perseguida por las airadas hordas
de un viento descomunal. Dentro de su soledad una anciana pasa los
ardores de la vida acostada en un chinchorro de cabullas, mira a las
sombras de las noches desiertas; con las manos entrelazadas debajo
de la nuca, piensa, cavila… con melancolía se autosugestiona y cree
ver monstruosas acciones en un teatro de inmensas soledades,
despiadadas venganzas en las noches calenturientas, cuando el
pensamiento remonta alturas prodigiosas. Con profundo pesar ve en
la lejanía de su imagi- nació n enferma el fin no solo de ella, sino la
consumació n de todos los personajes de la obra de Maleigua (Dios). El
teatro se abre en mil peda- zos y las luces se apagan semejando una
noche sin luna, la ú ltima noche. Mientras, la mujer bella solamente es
un pensamiento vago escon- dido y olvidado en la memoria de un
místico asceta, mirando cada día 3
en el horizonte, callada, como esperando a un mago.

6. Escritores wayuu
Al fin el cansancio vence a la vieja. Después de valiente lucha, aho-
ra sueñ a. El mar penetra sobre la tierra, lo inunda todo y se ahogan las
vacas, las cabras. Miríadas de lagartos nadan por la llanura líquida; de
pronto sale un sol luminoso, un disco nunca visto, como si alguna dei-
dad lo hubiese inflado tornando proporciones descomunales, las
líneas amarillas de fuego abrasador van secando todo, todo se
incendia… ella misma está muerta, pero lo ve y lo siente todo, y
despierta toda sudo- rosa sintiendo todavía la ardorosa sensació n de
una quemada irreal.
Llama a Anachó n y le cuenta su sueñ o. Esta, que no es sino un
alma perdida en los caminos de su propia pasió n, escucha, sin aten-
ció n, abstraída en su mar de ilusiones coronado por brumas azules,
anaranjadas y rosadas. Espera algo lejano, sutil como el nido de los
pájaros, sueñ a con un pó rtico lleno de flores, de vírgenes selvas sem-
bradas de las más variadas especies de los más exó ticos árboles.
En una mañ ana aburrida salió de la nada. Es un hombre de ro-
bustos mú sculos, su piel es negra como unos mostachos que le bailan
mecidos por el viento sobre su labio superior.
–Vengo de lejanas tierras –diría, como presentándose–, donde se
baila al compá s de los tambores.
Tan pronto como llegó , la mujer salió de la rémora de su tristeza,
se notó una sonrisa zalamera, coqueta. La vieja casi no notó la presen-
cia del negro, encerrada en sí misma, pensando de día y de noche en
su extrañ o sueñ o de días pasados y en sus presentimientos casi
infalibles desde su entrada a la ancianidad.
A veces en las tardes tristes llora sola su propia soledad, recuerda
con cariñ o al viejo Anacuay, la fertilidad de las tierras de su
anciano padre, recuerdos de una niñ ez saboreada por muchas lunas, y
aquella madre que le enseñ ó todos los secretos que puede saber una
mujer guajira; ahora llora, lágrimas sobre unas facciones adustas con
cauces de sufrimientos.
Sus lágrimas caen casi secas sobre la tierra amada y esta se so-
brecoge enternecida, testigo de la mala fortuna de sus hijos. La
vieja solamente abrió los ojos cuando se dio cuenta de la realidad, lo
vio en una noche de luna llena. Anachó n ya era la mujer del negro
bigotudo. Calló y siguió con su soledad; ya estaba acostumbrada a
32
sufrir, ya ha- bía perdido las esperanzas de la alegría aunque volviera
a nacer. Y los días pasaron como contemplando un error divino, el sol
se entretenía lanzando sus rayos a la tierra, y estos retozaban
Literatura wayuu

hirviendo las aguas de las charcas, secando plantas y


endureciendo la tierra.
Es [entonces] cuando la distracció n de Anachó n es perturbada por
un descubrimiento. Fue en una mañ ana cuando se bañ aba, notó sus
I

senos duros y algo como el tamañ o de un baló n enterrado en su


barriga.
–Estoy esperando –le dijo al negro.
–¿Esperando qué? –preguntó este con una sonrisa idiota, tan idio-
ta como él.
Ella se calló y le dio la espalda yéndose a terminar un bonito chin-
chorro que pensaba regalarle al negro.
Surgido de la negrura de la noche hace su aparició n, viene de
todos los contornos conocidos. Es Pedrito Montiel, ídolo de la mu-
chedumbre. Está más renegrido y se confunde con la oscuridad de
la noche, su edad es casi mítica en un rostro lleno de arrugas de
tanto sonreír. Durmió en la intemperie aquella noche hasta la hora
en que los chivos balan impacientes en los rú sticos corrales. Pedrito
toma café cerca de un fuego que chisporrea alegremente saludando a
su amo el Sol. Es cuando empieza una de sus célebres leyendas,
invenciones de su loca imaginació n.
–Fue cuando la Tierra –empieza peinándose sus escasos cabellos
con la yema de sus grandes manos– era nueva, joven y rebosante de
salud, y la Luna estaba tan cerca de ella que en las noches oscuras
se acurrucaba como para no sentirse tan sola, a veces los pájaros de
alto vuelo se posaban sobre ella y miraban có mo se empequeñ ecían
las cosas sobre la tierra.
La gente era buena, cosechaba dos veces al añ o y tenían
numerosos animales de todas las especies creadas por Maleigua para
ser domes- ticadas. No se conocía lo que hoy llamamos hambre
(Jamú). Pero un día llegó sin presentarse.
Con unas piernas esqueléticas, alto, huesudo, una barriga fofa y
grande como un baló n viejo, su faz cenicienta y unos ojos enrojeci-
dos como si nunca hubiese dormido. Empezó devorando las verdes
plantaciones; los animales más gordos se hospedaron más tarde en su
descomunal panza, después, como si compitiera con los rayos del sol
absorbió el agua de los jagü eyes para más tarde volcarse en el lodazal.
Y cuando todo terminó , empezó a comerse los niñ os que solitarios
33
andaban por los valles detrás de los numerosos animales: cada día se
comía dos o tres niñ os. La gente estaba atemorizada, y se preguntaban

6. Escritores wayuu
unos a otros:
–¿Qué hacemos, qué hacemos?
–Hay que tenderle una trampa y atraparle; después de atrapado lo
quemamos –contestó Caipatsi, rico ganadero, cacique de una legió n
de más de un millar de hombres, cuando la guerra lo requería.
Esa misma tarde, junto con los más importantes personajes de la
época, idearon el plan de combate que terminaría con la captura de
Jamú , el hambre que asolaba y peligraba la existencia de la humani-
dad; hechos los cálculos y suposiciones el terrible hombre rondaría
esa noche la casa de la viuda de Siapana, rico ganadero muerto dos
lunas antes, dejando dos niñ os que se encargaban con los esclavos de
hacer pastar las reses.
Toda acongojada llegó la mañ ana, los pájaros en su mayoría ha-
bían huido temerosos hacia la opaca Luna; con ella sale de su
cueva el personaje buscado ansiosamente por muchos para liquidarlo.
Salta los escarpados riscos perseguido por una sensació n de vacío
en el voluminoso estó mago. Busca los caminos que conducen al
valle cer- cano donde el día anterior había visto a dos niñ os
gorditos.
Lo vieron caminar encorvado, más flaco que nunca, y empezaron
a tirarle flechas y teas encendidas; las flechas rebotaban al contacto de
su áspera piel, que expedía un olor peculiar a zorrillo. Lo persiguieron
por dos días y por dos noches, y las piedras y flechas lo hicieron tam-
balear, llegaron hasta las orillas de un mar que rugía. Y penetró en el
anchuroso mar, se hundió en las profundidades, en el mismo instante
que se hundía se formó un remolino, como si las aguas quisieran tra-
gá rselo má s rá pido.
No había la gente regresado a sus casas después de la trabajosa
persecució n, cuando las nubes cubrieron los cielos azulados y empezó
a llover como nunca; era una lluvia de enormes gotas que aterrorizaba
a los animales a su contacto, era como si vomitara el cielo todo su con-
tenido de su seno infinito.
Las plantas reverdecieron y la inmensa llanura se convirtió en una
superficie semejante a una plantació n de arroz. Y todo fue como antes,
la gente contenta con la gran lluvia, la vida siguió su curso y el sol al
fin apareció después de estar treinta días escondido detrás de las
34
nubes.
Pedrito Montiel al fin ha terminado su relato y ahora se limpia los
Literatura wayuu

mocos con el dorso de la mano; todo es silencio a su alrededor, aú n no


han salido de la emoció n del fabuloso relato del hambre.
Anachó n es la primera en pararse y luego trae la sabrosa chicha,
deleite de los presentes. Un sol de cara traviesa, joven como si se mo-
I

fara del relato de Pedrito.


Ahora paladean la delicia de la espesa bebida, que refresca la sed
de una mañ ana clara, y sus ánimos se alegran. Al terminar la
chicha, Pedrito se despide y allá va, para seguir el destino de vida
errante por la estepa, a alegrar velorios, a bailar con las mujeres
má s bellas del vasto territorio.
Un día cualquiera, como muchos que pasan sin dejar constancia de
su presencia, el negro desapareció como por arte de magia, no está su
ropa ni su vetusta maleta de cuero, tampoco su chinchorro nuevo,
rega- lo de su mujer. Lo más raro fue que nadie lo vio, ni el viejo
Jipuquishi que acostumbra madrugar en el jagü ey cercano con un rebañ o
de ovejas blancas, semejantes a fantasmas en la semioscuridad de la
madrugada.
Anachó n no lloró su partida, lo sabía desde hacía semanas por su
raro comportamiento; solo se sorprendió de la manera como
desapare- ció . Jamás se sabría qué camino había tomado para
fugarse.
La vieja, en su longevidad decrépita, como siempre, no dijo
nada. Tenía tiempo sin hablar y su conciencia le decía que
simplemente no dijera nada. Y como si una mano poderosa lo
empujara, el tiempo pasó raudo, llevándose en su deshilachada
mochila recuerdos, alegrías, sin- sabores, la juventud de los mozos y
muchas tonterías má s.
Era un día monó tono cuando llegó el segundo parto de
Anachó n. Empezaron los primeros dolores, eran unos dolores
terribles y la mu- jer se mordía los labios para no gritar, sentía como si
la golpearan mil demonios por todas partes. Es cuando llaman a
Teresa, una de las renombradas parteras procedente de la vecina
població n de Guarero. Llegó con su inmensa panza, le sobó la
barriga y volteó al niñ o para cambiarle de posició n varias veces; le
dio de beber a Anachó n un elixir de raíces para que se le aliviaran los
dolores. Este proceso duró unos días con sus noches. Y al fin la
criatura salió del seno materno, era negro como un tronco quemado,
sin forma concreta como la gelatina, sin boca, con los ojos de un azul
35
de los mares y sus pelos puntiagudos parecidos a las cerdas de un
jabalí furioso.
Teresa, la partera, más asustada que un pajarito azotado por un
huracán, toma en sus brazos la criatura que nació ya moribunda y

6. Escritores wayuu
lo cobija para que nadie lo vea.
–Parece un trozo de carbó n quemado –comenta la colosal muje-
rona.
Antes de morir, el recién nacido defecó dos veces un líquido se-
mejante al vó mito de los perros, tan nauseabundo como los olores que
despiden los peces muertos al secarse las charcas.
La gente, aterrorizada, planeaba quemar a Anachó n viva porque
consideraban que estaba endemoniada. Procreadora de monstruos,
mujer de los demonios, mujer maldita… estos entre otros atroces cali-
ficativos, le atribuían a la desconsolada madre. Enterraron la criatura
sin velorio, sin llanto, pues nadie lo consideraba un ser humano
sino simplemente «un trozo de tronco de cardó n quemado en el seno
de la mujer del demonio».
Para Anachó n fue una incitació n para viajar por las sendas del te-
nebroso mundo del suicidio. Quiso ahorcarse, pero los hombres más
conscientes se lo impidieron, amarrándola en un horcó n de la casa;
más tarde le darían ron para calmarla. El efecto del licor lo que
hizo fue dormirla.
La abuela salió de las penumbras de la soledad, más vieja que nun-
ca, desdentada y arrugada. A medianoche llamaba a su desconsolada
nieta y se encerraban siempre solas. En su casa se oyen cuchicheos,
rumores sin concordancia algun. Al fin le convence de seguir con vida,
sus consejos son muy fuertes, llevan la razó n en su esencia.
La encerraron durante un largo añ o, y durante él, el padre Tiempo
se encargaría de curarle sus pesares. Pasaron doce lunas opacas con la
luz amarillenta como si notara la ausencia de la belleza guajira.
Cada noche, cuando el silencio era total, la bañ aban con plantas
olorosas y mágicas traídas de los picachos altos de las sierras más le-
janas; después de los largos bañ os nocturnos la abuela le contaba her-
mosos pasajes de las más bellas creaciones literarias, producto de la
pasmosa imaginació n de los hijos de la tierra.
Un día, cuando los días aburridos eran su ú nica compañ ía, destri-
pó con sañ a a un pobre alacrán que corría para esconderse entre las
rajaduras de la pared de barro, le quitó la cola y se lo comió . Otro
3 6
día fue una iguana que tomaba el sol en la enramada de troncos de
cardó n; después de botarle las vísceras se la comió cruda. Y se fue
acostum- brando a desayunar con lagartijas, ciempiés, chinches,
Literatura wayuu

también sabo- reó la fofa carne de los ratones.


En las vísperas de su salida del largo encierro, la purgaron con
unas plantas raras y desconocidas, se pasó el día defecando una sus-
tancia oscura como la misma cara del «hambre». En la mañ ana
I

siguien- te saldría para continuar con sus quehaceres domésticos.


Empezó a alimentarse con balanceadas comidas, engordó y cogió
color, y la be- lleza apareció de nuevo en su rostro con rasgos más
marcados. Pero ya sería sagrada para los hombres que le temían y
decían:
–Es la mujer de Yoluja (el diablo).
Y quedó olvidada como un trasto inservible en un rincó n de la
desértica llanura.
(Larreal, 983: 22-30)
migUeL ÁNgeL jUsAyú

Ni era vaca ni era caballo1


Nno’jotsü páain jia’yaasa nno’jotsü amáin jia’yaasa
. En aquel día yo era pequeñ o. Era yo el ú nico que estaba,
no había en la casa otro muchacho conmigo. Mis familiares me
querían mucho: mis abuelos y mis abuelas. Ellos no me tocaban ni
me hacían nada, me acariciaban. «Nene, nene», me decían ellos.
¡Quién sabe qué edad tenía yo en aquellos días! Pues no había nadie
que llevase la cuen- ta de la edad.
Nosotros estábamos viviendo en lo alto de una colina; no me
acuer- do dó nde fue eso. El mar estaba situado al este, cerca de
nosotros. Ha- bía unos cerros situados al oeste y al sur de nosotros;
tenían los cerros muy buen aspecto y los veíamos azules desde casa.
Al lado norte, en lo alto de una loma, había un cementerio llamado
Wü lísimou. Había un arroyo al lado oeste de nuestro rancho, llamado
Kule’matamáana.2 Por el lado sur vivían unas personas; como hacia el
sureste había unas grandes sementeras que eran nuestras, 37
llamadas Chalítpia.

6. Escritores wayuu
El rancho nuestro estaba rodeado de vegetació n, no estaba
ubicado en un lugar despejado. Había alrededor muchos á rboles
tales como matas de cují, matas de dividive, matas de guamacho y
también car- donales y tuneros.
2. Ahora bien, cuando ya yo estaba un poquito grande: «¿Qué será
mejor para el niñ o?», decía el hombre de quien yo era hijo. «Lo mejor
es que yo le dé animales; conviene que yo busque ovejas para que él
las pastoree», decía él. Y así lo hizo, trocó una yegua por unas
borregas; eran unas ovejas de un hombre llamado Ó rrou.
Después trajeron al rancho unas veinte borregas hermosas.
–Sí, aquí tienes unas ovejas para que las pastorees. Tendrás que
ser diligente detrás de ellas; no las vayas a desatender, las tienes que
que- rer. No tienes que estar allí junto al fuego en las topias,
contemplando la olla. Sábete que tener animales es lo mejor; si no
tienes animales tendrás que estar mendigando por ahí la leche de
animales ajenos –me decía mi padre cerca de las ovejas.

. Textos tomados del libro Achi’kí, relatos guajiros.


2. Kule’matamaana: lugar de las sonrisas.
É l me encarecía las ovejas; ellas son traviesas cuando uno las tiene
como animales de cría, no son como las cabras. Si se las descuida
un poco se echan a perder, se extravían de pronto. Algunas veces
vuel- ven a la casa; otras veces duermen fuera, en el campo; otras
veces se dispersan, otras veces se ligan o mezclan con ovejas ajenas
y de ahí se las comen. Pero las cabras cuando se las cría no
necesitan tantos cuidados. El ú nico trabajo que dan las cabras es
abrirles tempranito el corral después del ordeñ o, y recogerlas en el
corral cuando ya se está poniendo el sol y ya están de regreso del
campo.
3. Pues bien, las ovejas me fueron entregadas cierta tarde. Las co-
locaron cerca del rancho, debajo de un cují. Yo estaba muy alegre con
ellas, estaba pasmado de admiració n. No quería apartarme de ellas, a
la hora de comer me llevaba junto a ellas la comida. Por aquellos días
no habíamos tenido ovejas, lo que habíamos tenido en abundancia
eran las cabras.
3 8 Ahora, después cuando empecé a pastorear las ovejas tenía yo por
costumbre ir todas las mañ anas al monte. Siempre me hacían
levantar tempranito y en seguida me mandaban con el rebañ o que
Literatura wayuu

pastoreaba. Cuando era pequeñ o no solía andar por el monte sino


que siempre permanecía en la casa. Antes no había conocido los
lugares o parajes retirados de la casa; lo ú nico que conocía eran los
alrededores cercanos de ir a buscar la leñ a e ir a buscar el burro.
I

4. Pues bien, muy a los comienzos temía perderme en el monte


juntamente con las ovejas; por eso les hacía dar vueltas cerca por los
alrededores de la casa. Más tarde ya las conducía a sitios más aparta-
dos, las llevaba a donde había pasto.
Estaba siempre en el campo con las ovejas. Solía hacerlas llegar a
la casa al mediodía; yo las agrupaba debajo de unas matas de dividive
donde ellas rumiaban. Me daban de comer a mí en cuanto llegaba.
Descansaba un rato para ir de nuevo al monte con las ovejas. Después
de eso las volvía a traer cuando ya el sol estaba para ponerse y de una
vez las metía en el corral.
Nosotros en nuestra casa había veces que hacíamos una sola
comida Y en otras ocasiones comíamos hasta tres veces al día. A veces

. No era callejero, porque no había calles y no me


alejaba nunca de casa. (Nota del original).
se pasaba hambre en casa, y otras veces había comida abundante.
Solíamos beber leche de cabra hervida a la mañ anita y al
anochecer. A veces tomábamos mazamorra de leche, hecha unas
veces de maíz, otras de millo, de bagazo de yuca, de aceituna
salcochada; solía hacer- se así siempre.
5. Nosotros comíamos de nuestra cosecha; solíamos comer la car-
ne de los animales que criábamos. Había comida, fruto de los lloros en
los velorios;2 otras veces comíamos con el pago dado por las mucha-
chas; otras veces de lo que pedíamos, otras veces comíamos comida
cambiada por otras cosas. A veces iba mi padre al montea cazar. Si a él
le iba bien, lograba piezas de caza tales como conejo, venado, iguana,
o si no machorro.
A veces iba de cacería nocturna.3 Si le iba bien traía como
piezas de caza muchas aves, tales como palomas torcaces, palomas de
patas rojas, palomas nocturnas, tortolitas, zancalargos o paraulatas,
cotorras o sino también iguanas. Eso lo comíamos sancochado, otras
veces asa- do. Era muy sabroso, lo preparaban bien; le ponían de
acompañ amien- to cosas como yuca, batata, auyama o sino 39
bollitos.4

6. Escritores wayuu
6. Cuando yo era pequeñ o solían intimidarme o atemorizarme y
me hablaban de unos animales del monte que eran muy malos, tales
como zorro, bú ho, y también el oso hormiguero.
–Eso come muchachos, estate bien alerta con ellos –se me decía–.
Hay una cosa horripilante y es muy mala, que se llama yolu’ já. El
yolu’ já es andariego y recorre los campos y caminos en las noches;
captura a la persona con la que se topa, no la deja tranquila –también
me decían.
Yo me creía lo que me decían. Siempre cuando caminaba por el
monte tenía miedo. Al anochecer me acostaba en mi chinchorro
con miedo. «Que no me encuentre con algo como eso. Que no me
lle- gue a mí en la noche», pensaba yo en mis adentros. No me
atrevía a
. Leche hervida con maíz, millo o bagazo de yuca, es
siempre algo espesa. (Nota del original).
2. El ekírrá o reparto hecho a los que no siendo familiares
van a llorar al muerto. (Nota del original).
3. Las flechas que se emplean sobre todo para cazar palomas, de
noche, tienen la punta en forma de cruz. (Nota del original).
4. Masa cocida de maíz, sin envoltura, y de
forma alargada y chata. (Nota del original).
levantarme en la noche a orinar del miedo. Me aguantaba las ganas
de orinar hasta que amanecía. Algunas veces me orinaba en el mismo
chinchorro.
Después me daban a mí un fuerte regañ o por aquello. Y dígame
cuando escuchaba el ulular del bú ho y el aullido del zorro en la noche
en las cercanías de la casa, quedaba tieso del miedo en el chinchorro.
Brotaba mi orinada sin darme cuenta.
Cada vez que andaba por el camino no sentía tanto miedo. La
presencia de las ovejas me libraba del miedo. Me preocupaba cons-
tantemente de que mi rebañ o estuviese completo, para que no me
mandasen al anochecer a mirar entre los rebañ os de los vecinos en
busca de alguna que faltaba. No caminaba solo de noche o cuando
el sol estaba nublado; temía toparme con un yolu’ já o con un bú ho o si
no con un zorro.
7. Pues bien, ¡qué bien le iba a mi rebañ o! No sufría hambre, las
lluvias caían a su tiempo; se multiplicaba mucho, tenía buenos car-
320 neros, castrados, y además estaban completos, no era frecuente que
se perdiese algú n miembro del rebañ o. No se comía mucha oveja;
se sacrificaba mucho más las cabras. Las sacrificaban para el
Literatura wayuu

consumo de la casa, se las daban como regalo a algú n visitante, se


vendían, y finalmente eran un aporte cuando se hacía alguna
colecta.
Yo era siempre muy alabado por la gente que me veía pastoreando
I

las ovejas.
«¡Qué diligente es el hijo de él!», se decía de mi padre; aunque él
no se enteraba, ni pronunciaban su nombre, había personas que lo
decían. Había unos familiares de mi padre que sumaron ovejas a mi
rebañ o. Habían hablado antes con mi padre; sumaron algunas ovejas
al rebañ o porque veían que yo era muy diligente. Después fui muy
apreciado por el cuidado de sus ovejas. Me regalaban algo así como
un sombreri- to, la camisita, o sino comida. Si en alguna oportunidad
pasabapor sus casas con hambre: «Ahí está ese, denle de comer»,
me decían.
8. Pues bien, habían transcurrido unos cuantos añ os y las
ovejas se habían multiplicado. Yo sufría cada vez que las llevaba al
campo. No podía controlarlas. No me hacían ya caso, se
dispersaban alejá n- dose de mi presencia. Pues bien, yo me esforzaba
corriendo y gritan- do tras ellas; no hacían caso. Yo daba carreras
furioso entre la maleza. Ademá s me encolerizaba contra las ovejas,
les caía a pedradas, les
daba leñ azos y otras veces les daba puntapiés. Yo sufría corriendo de
un lugar para otro: me tropezaba con los palos, me mancaba los pies,
me rasguñ aba con las espinas. A veces lloraba por eso; otras veces
aguantaba.
Pues bien; ya por fin estaba harto de las ovejas. No me sentía
ya como cuando empecé a pastorear. La tristeza poco a poco se iba
apo- derando de mí por encontrarme solo siempre en el campo.
Ú nicamen- te de noche y para dormir me permitían estar en casa, y
también al mediodía un ratico, para comer algo.
Yo estaba lleno de tristeza; me daba mucha rabia porque me man-
daban todas las mañ anas al monte con las ovejas. Mi anhelo era que-
darme en casa. Quería quedarme jugando con mis hermanos
pequeñ os. Y tuvo por fin que llegar un momento en que me sintiese
muy disgus- tado, ya que desgraciadamente había crecido y me había
desarrollado en el campo y además nadie me acompañ aba a
pastorear. ¿Qué era lo que yo podía divertirme andando? ¿Qué era lo
que podía servirme de diversió n en el monte? No había un muchacho
32
con quien conversar; no
había un muchacho con quien bromear mientras estaban pastando las
ovejas. Lo ú nico que veía todos los días eran los cujíes, los

6. Escritores wayuu
dividives, los cardonales, los tuneros y machorros, culebras e iguanas.
Lo ú nico que escuchaba era el canto de las aves por encima de los
árboles y la voz de los animales del rebañ o. Voces a las que ni siquiera
les entendía el significado, como para que me pudiesen alegrar. Si me
encontraba algú n que otro día con muchachos en el monte, si eran
mayores, yo los esquivaba y me ocultaba de ellos. Se metían
conmigo, me daban cos- corrones; me amagaban con las flechas o si
no con un palo. Pero si veía alguno de mi tamañ o sí hablaba y jugaba
un rato con él.
9. Algú n tiempo después, apareció de pronto una peste en las ove-
jas, se hinchaban, echaban espuma, estaban atontadas, no pastaban.
Se iban muriendo una tras otra, de la noche al día. ¡Qué pérdida de
ovejas! No se botaban, se comían; eran desolladas, su carne era aceci-
nada, su carne era normal y estaba buena y sabrosa, ya que no estaban
flacas, sino que se morían gordas.
Lo que estaba muy dañ ado eran sus vísceras: el hígado, el estó ma-
go y las tripas; estaba deshecho, como si estuviese cocido. No era co-
nocida la peste que había matado a los animales. No se sabía de dó nde
provenía, apareció de repente.
Ahora, después de eso quedaron como restantes una pequeñ a
cantidad de ovejas.
–¿Qué será bueno entonces para ellas? Lo mejor es que yo busque
reponer las que se han muerto –dijo entonces mi padre.
Y así lo hizo, hizo que vinieran unas cuantas ovejas adultas. A ellas
les puso los palos en el cuello, y las mancornaba con las de las casa
para que no se escaparan.
–Aquí está esto, cuídalas bien. Si permites que se pierdan te voy a
azotar –me dijo.
–Sí, así lo haré, las cuidaré –le dije a él.
Las ovejas nuevas fueron traídas en época de lluvias. La super-
ficie de la tierra estaba muy verde; la vegetació n estaba muy alta;
abundaba el agua como de aquí para allá .2 Una vez cierto día me
ha- llaba yo por allá en el campo pastoreando las ovejas. Ellas
pastaban bajo un cujizal. Eso era ya en la tarde, y a mí se me
ocurrió ponerme a jugar mientras ellas pastaban. Yo me había
322
sentado en el suelo a fabricar un ranchito. Le ponía por pared
barro, por techo corteza de palo, alrededor tenía todo limpio y
despejado. La casa a mí me pa- recía muy bonita, me resultaba muy
Literatura wayuu

atractiva su misma hermosura; parecía una casita de verdad. No


me había olvidado de las ovejas, de todas maneras yo a cada rato las
miraba, estaban por allí agrupadas cerca de mí. Pues bien,
seguramente se escapó de repente una de las ovejas nuevas sin que
I

yo lo advirtiese. Yo me hallaba jugando debajo de un cují; yo estaba


tan tranquilo jugando con mi casita. Pues bien, seguramente
apareció por allá viniendo hacia mí mi padre, había estado
trabajando3 como por allá. No me di cuenta para nada de que
llegaba; me asustó cuando me golpeó con su pala, caí seguidamen-
te al suelo perdiendo momentáneamente el conocimiento. Me
había golpeado con la misma pala que había utilizado antes en el
trabajo. Veía mi sangre chorreando. ¡Quién sabe de dó nde me salía la
sangre! No acababa de explicá rmelo. A mí me parecía que mi
carne no me

. Un palo un poco má s grueso que el de la escoba, que llevan arrastrando


colgado del cuello y así queda la huella en la arena. (Nota del original).
2. El narrador señ ala algo presente, y ahí sitú a la acció n
de la narració n. (Nota del original).
3. El narrador ha señ alado con la mano o la cabeza hacia allá , aunque en este caso el
hombre se acerca hacia acá , hacia el narrador y los oyentes. (Nota del original).
dolía, seguramente porque todavía era muy muchacho. É l me dijo un
montó n de cosas; amagaba con darme.
–¡Conque tú eres así! ¡Conque no estás tú pendiente de las ovejas
como yo creía! ¡Conque te la pasas jugando prescindiendo de ellas! –
me decía–. ¿Dó nde está la oveja nueva? –me preguntó .
–Ahí está –le dije con mucho miedo.
En realidad ella se había ido hacía mucho tiempo, se había separa-
do mucho antes de las demá s. Después yo me dirigí a la casa. En
me- dio de lloros conduje las ovejas a la casa; e inmediatamente en
cuanto llegué las metí en el corral.
0. Al día siguiente se levantó mi padre de madrugada para
em- prender la bú squeda de la oveja y preguntar por ella en otros
lugares como por allá . Ensillé un burro como cabalgadura.
–Si no aparece la oveja, te mataré después a ti cuando yo
vuelva
–me amenazó antes de partir.
Tenía miedo, me afligí mucho con lo que me había dicho mi padre.
«¡Caramba! ¡Dígame si es verdad lo que me dice! La verdad es que 323
yo no tengo ganas de morir», pensaba yo para mis adentros. Pero yo
tenía muchos pensamientos y pareceres, «seguramente sus palabras se

6. Escritores wayuu
deberán a la rabia, ya que yo no puedo valer lo mismo que una oveja»,
pensaba.
Ahora, después, al día siguiente bien tempranito:
–Intenta y vete a ver si la ves por ahí –me decía mi madre.
Y me fui entonces como de aquí para allá por entre la maleza,
por donde solía andar con las ovejas. Aunque tenía la mirada atenta a
sus huellas, no veía absolutamente nada, lo que había eran
solamente huellas de animales ajenos.
Pues bien, ya se me acercaba y casi se me echaba encima el me-
diodía en eso. Me dirigí después a una sabana que se encontraba
un poco distante como de aquí hacia allá. «Posiblemente esté ella
por allá», conjeturaba yo. Aquella sabana no tenía árboles en su
superficie, solamente había hierbas y por eso era el sitio preferido de
las ovejas. Yo me había dirigido a la superficie de la sabana porque
desde allí se podía extender muy bien la vista por todo aquello. Se
divisaba cual- quier cosa desde allí a lo lejos. Y en realidad había
sido totalmente

. La huella del palo colgado al cuello. (Nota del original).


inú til el haber andado por allí, no hubo forma de que encontrase a
la que buscaba.
. Después, cuando todavía andaba caminando por la
superficie de la sabana, escuché de repente el ronquido de quién
sabe qué cosa.
«Aquel ronquido que viene hacia acá ¿de qué será?», pensaba para mis
adentros. Me sobresalté; me llené de pavor. «Seguro que eso es
lo que se llama yolu’ já», quedé pensando. Levanté la cabeza, miré
hacia el lugar donde había escuchado el ronquido de la cosa aquella.
«¡Qué lástima de mí, que me he tropezado con un fantasma tras las
huellas de aquella pedazo de oveja!», dije dentro de mi cabeza. Pues
bien, vi de repente salir una cosa de gran tamañ o y además caminaba
muy rápido, parecía marchar como un caballo que corriese mucho.
Sentí un gran pavor ante ella, «ahora sí es verdad que voy a morir»,
decía yo. Iba a gritar del miedo pero no me salía el grito, me sentía
como si tuviese tapada la garganta. Temblé, me caí al suelo del
324
miedo que tenía.
«¿Qué cosa será ?», dije. Ciertamente no es vaca, ni tampoco
caballo; no es burro, no es viento, ni tampoco es cabra, de hecho
Literatura wayuu

era algo totalmente desconocido para mí. Pues bien, cuando ya me


en- contraba tendido en el suelo vi aquella cosa. No había conocido
algo semejante: no tenía piernas, su cabeza era grandísima y de color
ver- de. Era gruesa y corta; se destacaban unas cosas negras por
I

debajo, había unos abultamientos en la frente, quizás aquellos eran


sus ojos; se notaban unos agujeros anchos a ambos lados de la
cabeza, quizá s aquellos agujeros eran sus oídos. Estaba
desprovisto de carne, se le notaban los huesos, tenía el dorso como
si estuviese abierto y hueco. Corría sin tener piernas. Se deslizaba,
parecía como si la estuviesen arrastrando. «El yolu’ já sí es hábil, que
corre sin tener patas», pen- saba yo para mí.
Y pasó entonces la cosa; se alejaba hacia por allá levantando una
gran polvareda. Su olor era raro, olía a quemado, no era como el
olor del mma’rrüla.2 «¡De buena me he escapado! ¡Menos mal que no
me ha olido!», dije y me sentía muy contento. Estuve tendido un rato
encima de la hierba, esperaba a que se alejase la cosa.

. Interjecció n en guajiro. (Nota del original).


2. El mma’rrüla es el mismo yolu’ já que se hace presente por su olor muy
característico, parecido a la orina del mapurite. (Nota del original).
Después de aquello, me levanté del suelo y me eché a correr hacia
la casa. Corría mucho, estaba como si hubiera escapado de la boca del
yolu’ já. Ni se me ocurrió mirar hacia atrás, yo sentía un cosquilleo y
escalofríos, me parecía que la cosa me seguía. Corriendo se me reven-
taron las cuerdas de la cotiza  y yo me alejaba descalzo a todo correr.
Yo saltaba por encima de huecos y tunas; se me clavaban espinas en el
pie, y no sentía el dolor del miedo que tenía.
Pues bien, yo corría muchísimo. Estaba como si no tuviese cabeza.
Ya no tenía fuerzas para correr cuando llegué a la casa; en ese
momen- to me caí tendido en el suelo. Hacia mí corrieron las
personas que en ese momento se encontraban en la casa.
–Caramba, ¿qué te pasa? –me dijeron. Por nada me salían las pala-
bras; me hallaba rendido en el suelo con la boca abierta.
–¿Qué será lo que le habrá venido acosando desde el bosque? –
dijeron las personas. Fui levantado entre varios, me colocaron en
un chinchorro. Inmediatamente conté lo que había visto antes por
allá por el monte, pero más bien yo fui objeto de risa para todos.
325
–¡Pero qué niñ o tan tonto que se pone a llamar fantasma al ca-
mió n! Mira: lo que has visto es un camió n –me dijeron. No había

6. Escritores wayuu
conocido el camió n anteriormente, en aquella oportunidad vine a co-
nocerlo, por eso sentí mucho pavor ante él.
2. En aquel día se hallaba presente un primo mayor que yo,
quien me explicó después detalladamente lo que era el camió n.
–El camió n no es un yolu’ já, es algo hecho por la mano del alijuna
por allá por tierras lejanas. Es de metal, es de tabla y es de caucho –me
decía el primo.
Pues bien, el primo me explicaba có mo funcionaba el camió n.
–Dentro de él hay una máquina llamada motor, precisamente es
con lo que camina el camió n. Ello tiene fuerza porque lleva dentro
puesta gasolina encendida. Junto al motor se encuentra sentado un
alijuna; es el que lo hace caminar, el que lo hace detener, el que lo
hace desviar, el que lo hace retroceder. Lo llaman «chofer» –me de-
cía el primo–. El chofer se encuentra sentado dentro de aquello que
parece cabeza. El camió n es una cosa muy buena; está destinado a la

. Cotiza rajadedos, de tres huecos en la suela, que está n


unidos por tres cuerdas. (Nota del original).
carga, tiene fuerza, aunque le pongan la carga que sea. Es veloz, no se
cansa. No come, no bebe agua como un animal doméstico –me
decía el primo.
–¡Qué bueno es el camió n! –le dije a él.
3. Después de aquello, sentía muchas ganas de ver el camió n.
«Ojalá topase nuevamente conmigo», pensaba en mi interior. Se me
ocurrió preguntarle al primo.
–¿El camió n es bueno? ¿no se come a la gente? –le dije.
–Caramba, chico, y ¿por qué se va a comer a la gente? Es hierro
y es tabla, no te acuerdas que te lo he dicho. Corre si tiene gasolina
encendida dentro de su motor. No camina, permanece quieto si no hay
gasolina –me respondió él.
–Caramba, la gasolina sí que es misteriosa, que hace correr una
cosa cuando se quema dentro de ella –pensé por lo que me habían
dicho.
Después estando yo dentro de mi chinchorro, o estando por el ca-
326
mino tenía vivos en el recuerdo el camió n y la gasolina. «¡El alijuna sí
es inteligente que fabrica semejante cosa!», me decía interiormente.
En aquellas circunstancias teníamos un burro castrado, viejito, de
Literatura wayuu

color moro o desteñ ido y de caminar muy lento, al que yo llamaba


Kuna. A pesar de que él no caminaba nada, prestaba utilidad: con él se
buscaba la leñ a, con él se buscaba el agua, era utilizado como
cabalgadura para moverse a cualquier parte. Aquel burro era de mi
I

abuela; aunque ella tenía burros en abundancia eran cerreros, se


encontraban en el monte y nadie los arreaba; Kuna era el ú nico
manso.
Pues bien, de repente entró en mi cabeza un deseo de hacer algo.
«¿Qué le pasaría a Kuna si le prendiese gasolina encima de él? ¿Corre-
ría muchísimo? ¿Sería su marcha como la del camió n?», pensaba en mi
interior.
Pues bien, después me fui a una casa en la que vendían
gasolina, me llevé un recipiente de totuma de tamañ o grande para la
gasolina.
–Aquí estoy yo, vengo mandado de casa; y vengo a pedir gasolina
a crédito, y que se pagará después –le dije al que vendía.
–¿Para qué es la gasolina? –se le ocurrió decirme.

. El shoolo’kí es una totuma de boca estrecha como el jarro, a diferencia de la


totuma ordinaria, que es de boca ancha como la escudilla. (Nota del original).
–No sé, solamente vengo mandado; no sé para qué la van a
emplear
–me limité a decirle.
Entonces me virtió gasolina casi hasta arriba de la vasija. Me
fui con ella; la dejé después de paso cerca de la casa. La escondí de
paso en un hueco y la dejé bien cubierta.
Llegué a la casa al mediodía. El Kuna se hallaba amarrado en su
sitio habitual.
–Ya va quedando poca leñ a, conviene que yo vaya a buscar má s
–le dije a la gente que se encontraba en aquel momento. Me
miraron todos:
–¿Por qué en este día está tan voluntarioso? –me fue dicho.
–Si no me pasa nada, sino que tengo voluntad… quiero este día
ir a buscar leñ a –le dije a la gente.
–Bien, vete pues y enjalma a Kuna –me dijeron por
fin. Pues bien, me fui con Kuna hacia allá .
Yo a la verdad tenía miedo; yo sentía tristeza por lo que iba a hacer.
«¿Qué haría yo si se me llegara a escapar Kuna de mi mano? Porque 327
ahora seguramente será muy veloz a causa de la gasolina, y tendrá una
velocidad como la del camió n», me decía en mi interior. Pues bien,

6. Escritores wayuu
amarré el burro en un árbol frondoso de olivo. Reuní unas leñ itas y las
coloqué por encima de la enjalma. Después de aquello me fui a la casa
a buscar un tizó n.
–¿Qué vas a hacer con el tizó n? –me dijeron.
–Sí, el tizó n es para quemar un avispero; allí apenas en la orilla
del camino me hace mucho mal, me pican siempre cada vez que paso
cerca de ellas –les dije.
–Es bueno que lo hagas así, hijito mío, porque a las avispas les
gusta picar a la gente –me fue dicho entonces.
Pues bien, ya que ya nada me distraía, recogí cortezas y ramitas
secas, y encendí entonces la candela cerca del burro. Y coloqué la vasi-
ja que contenía la gasolina encima de la esterilla del burro. Me hallaba
parado, retirado de él, le tenía miedo. «¡Que no me arrolle! Ahora con
la gasolina va a tener seguramente gran velocidad», pensaba yo. En
cuanto se encendió la leñ a, cogí un tizó n y se lo lancé a la vasija
que contenía la gasolina. Como eso no tarda, brotó la llamarada.
Las lla- maradas se extendían hacia arriba; por poco me alcanzan las
llamas, llegó la llama hasta muy cerca de mí. Yo me asusté mucho;
creía que
se me venía derrumbado sobre mí el firmamento. Pues bien,
pobre Kuna se retorcía allí en medio de las llamas. Del mismo susto
grité. Pues bien, salieron corriendo de la casa al oír el grito. Me
estremecí lleno de pavor al verlos venir, «ahora me matarán a causa
del burro. Es mejor que yo salga corriendo ahora mismo para evitar
que me azoten», me dije.
Y de una vez cogí un camino que se dirigía lejos, yo no estaba
en mi juicio, corría descalzo y sin ropa.2
4. Pues bien, aunque al instante se echaron tras de mí, yo no fui
alcanzado ni por nada; corría en todo momento por el camino, no vine
a parar hasta ya anochecido. Pues bien, pasé grandes sufrimientos.
Estaba triste, tenía hambre, tenía sed; me hallaba llorando al fondo de
una cañ ada donde pernocté al irme de mi casa.
Me fui al día siguiente, caminé todo el rato constantemente para-
lelo al camino para no ser visto de la gente. Al ver alguna
sementera comía de paso para no morirme de hambre: yuca,
328 patilla; y comía también de paso algú n dato [cactus].
5. Pues bien, después, topé con algunas personas que llevaban
ca- bras; que llevaban cargas de cuero de chivo y gallinas; eran
Literatura wayuu

personas que iban a vender a donde los alijunas.


–Niñ o, ¿para dó nde vas? ¿De quién eres hijo? –me dijeron ellos.
–Vengo solamente de ahí hacia acá, soy una persona extraviada.
No sé para dó nde voy a ir –les dije a ellos.
I

–¡Qué desdichado eres! Toma, come de nuestro avío, ¿tendrá s


hambre? –me dijeron entonces–. Has de saber que nosotros vamos a
vender nuestros animales a donde los alijunas; vamos, vente mejor
con nosotros –me dijeron las personas.
–¿Y por qué no? –les dije. Y yo me fui y yo también participé en
arrear las cabras.
Pues bien, al otro día tenía los pies llenos de ampollas, yo no daba
para caminar; porque como se sabe yo andaba descalzo.
–Mó ntate aquí –me dijeron, y me subieron a un burro.
Pues bien, llegamos después a un pueblo grande de alijunas, donde

. Para el guajiro el azul del cielo es un techo só lido sostenido


por alguien o algo. (Nota del original).
2. Sin camisa pero con guayuco. (Nota del original).
fueron luego vendidos los animales. Las personas regresaron, yo fui el
que se quedó de una vez con los alijunas.
6. Al principio pasé grandes sufrimientos errante entre los
ali- junas; no hubo nadie que viniese a averiguar por mí. Yo no
sabía la lengua de los alijunas como para pedir auxilio o explicar
mi caso.
Pues bien, cuando yo ya era un poco mayorcito, era sirviente de
los alijunas. A mí me hacían trabajar a cambio de lo que comía; lavaba
las ollas, platos, cubiertos, etc. Barría toda la casa, daba de comer a los
perros y gallinas. Me daban algú n vestido de vez en cuando.
Hoy en día yo ya me he hecho mayor entre los alijunas, y
ademá s yo ya sé el idioma de los alijunas. Aunque siento tristeza por
mi tierra y aunque tengo ganas de ir a casa, es inmensamente
grande la ver- gü enza que he pasado por haber quemado el
burrito.
Así me sucedió allá por donde yo soy. Ahora me encuentro aquí
acostumbrado a vivir entre los alijunas; ahora ya no quiero separarme
de ellos. Y ahora yo no soy capaz de bajarme por nada del camió n 329
al que antes le tuve miedo.
Y se acabó esto.
( Jusayú , 986: 55-74)

6. Escritores wayuu
Relato del niño malcriado
Nüchi’ki wané jíntüi kayûrrai
Segú n dicen, había una vez un niñ o que era muy malcriado; lo era
en sumo grado, la madre no podía ya con él. Siempre cuando
llegaba la comida había que ponérsela a él antes que a los demá s. Y
ademá s, la totuma de él debía estar siempre llena; si por alguna
casualidad no hacía eso la madre, se comportaba con toda
malcriadez: se ponía furioso en seguida, se tiraba por el suelo,
gritaba, lloraba, le echaba arena a la comida de la gente, le daba
patadas a la totuma, botaba la comida.
Se habían hecho muchas cosas con el niñ o a fin de que cogiera
miedo: le intimidaban con cualquier cosa, lo guindaban en
mochilas, lo lanzaba al techo de la casa, le asperjaban los ojos con
tabaco. Y per- manecía igual después de eso; la madre no pudo hacer
nada con él sino que llegó un punto en que estaba fastidiada con
él.
Ahora bien, algú n tiempo más tarde lloriqueaba una noche el niñ o,
no dejaba dormir a la gente, molestaba con sus lloros.
–Este pedazo de niñ o sí que hace bulla con su lloro. Llévenlo
ahí hacia el lado oeste, entre las vacas, para que se lo lleve el oso
como se merece –le dijeron a su madre.
Aquello era una broma, no era aquel «para que se lo lleve» dicho
en serio a la madre. Pues bien, ella se dirigió hacia unas vacas que
estaban reunidas cerca de la casa con el niñ o a cuestas. Y lo dejó en
medio de las vacas y corrió alejándose de él, se acostó de nuevo en
su chincho- rro. Y quizás por pura casualidad se encontraba allí
sentada la osa, y ella lo agarró y se lo llevó . El niñ o se alejaba
llorando llevado por ella. Era época de lluvias cuando sucedió esto;
por eso andaba la osa por allí. Lo que se llama oso es un animal del
monte; de aspecto ho- rripilante, que no suele ser visto
normalmente por la gente. Su lugar habitual son sitios tales como los
cerros. Durante el día duerme donde hay alguna cueva, en medio de
algunas piedras o rocas muy grandes. Y en la noche sale a buscar lo
que va a comer. Segú n la gente que lo ha visto, se parece a una oveja
lanuda, de espalda ancha; por donde anda
330
no se suele ver su huella.
Ahora bien, más tarde se iba alejando el lloro del niñ o.
Literatura wayuu

«Pero ¿a dó nde lo fuiste a llevar? Parece que su lloro se va alejan-


do», le fue dicho a la madre. Pues bien, se bajó la gente del chinchorro
a ver al niñ o. Nada pudieron hacer por él; su lloro se distanciaba y
se perdía entre los matorrales. La gente no pudo hacer nada;
I

anduvieron alumbrando con tizones tras él, a ver si lo conseguían.


Algunos alum- braron el suelo buscando sus huellas. Pero ella no era
nada lenta como para que la alcanzasen; y ni siquiera era persona
para estar diciendo
«aquí estoy».
Ahora bien, al día siguiente la gente emprendió la bú squeda del
niñ o. Se rastrearon sus huellas; se dispersó la gente por aquí y por
allá. Fue interrogada mucha gente; no se obtuvo noticia de él, era
como si se lo hubiese tragado la tierra. Lo ú nico que se pudo ver
fue la huella de él en el momento en que fue llevado por su
madre.
Nada se pudo hacer por el niñ o. Al principio fue muy buscado.
Los primeros tiempos la madre se los pasaba llorando. Se desistió de

. El guajiro está orientado siempre por los puntos cardinales.


Y distingue los puntos cardinales cercanos o lejanos. En este
caso se trata del oeste cercano. (Nota del original).
la bú squeda cuando pasaron muchos días. Se aquietaron los busca-
dores.
«Que se pierda, pues, ya que nada podemos hacer por él. Iríamos a
buscarlo si de alguna forma pudiéramos saber dó nde se halla», decían
sus parientes.
Entre tanto el niñ o se alejaba llevado por la osa al lugar donde
ésta habitaba. Ella lo llevó a un gran cerro; se metió con él por
entre un hueco que se extendía por debajo de una piedra
grandísima. Má s adelante se dilataba su cubil. Era su interior ancho y
muy oscuro; den- tro del cubil habitaban animales bien feos. Era un
sitio que infundía terror, pero para los que lo habitaban era
bellísimo. Estaba situado entre un espeso matorral; había animales
horribles en su cercanía: al- guna lechuza, bú hos, gavilanes, zorros,
osos hormigueros, mapurites y culebras de todas clases. Además
ninguna persona había hollado los alrededores.
Pues bien, la determinació n que tomó la osa fue la de no matar al
muchacho; no se lo comió sino que le tuvo aprecio. Lo tenía como
33
si
fuera su hijo; le daba de comer; él, gracias a ella, se hartaba; ella cazaba
venados para que él comiese de aquella carne. A veces se la daba

6. Escritores wayuu
asada; en otras oportunidades se la daba frita. Si él se enfermaba, lo
curaba, y pronto se ponía bueno, ya que para ella como poderosa
en cosas misteriosas la medicina no tenía secretos.
Ya eran muchos los añ os del niñ o en poder de la osa. Crecía y cre-
cía y experimentaba retraso su desarrollo. Estaba muy bien, se sentía
como si estuviese entre sus familiares. La osa en su madriguera no
estaba con otra, se hallaba sola y eran dos con el niñ o, formaba un
par con el niñ o. Cada vez que salía a cazar lo dejaba (en casa). Y
cier- tamente parece que algunas veces se lo llevaba consigo. Y él,
por su parte, se había amañ ado; no se apartaba de ella. Ella era para él
como una persona. É l conocía el lenguaje de ella, conocía todas sus
costum- bres y modo de proceder. Apenas llegó él al desarrollo, ella
lo tomó por marido. Mucho antes lo había acostumbrado ya a ella; ella
le tenía mucho cariñ o, lo consentía y no le hacía nada.
Se encontraba por allá la vivienda del wanü’lü cerca de la de la
osa. Se llevaba siempre muy bien con ella. Conversaba con ella y
con ella solía compartir su comida. El que llaman wanü’lü es un ser
mis- terioso. Seguramente es familia del yolu’ já. No tiene carne ni
hueso.
Siempre ha sido gran matador de gente. Suele caminar buscando a
quién matar.
Camina preferentemente por las cañ adas en el momento de mayor
silencio y soledad. Se la pasa silbando allí por donde anda. A veces
es visto, sin que él lo advierta, por la gente que camina de noche. El
wanü’lü es como un blanco (alijuna) montado a caballo. Va
vestido, lleva sombrero, suele ir calzado. Le brillaba todo el cuerpo
y hay un resplandor por delante de él. Y por otra parte aquello con lo
que silba es como una flauta de carrizo (mási) larga. Ahora bien,
cuando él se encuentra con una persona desaparece de sú bito. El
que lo ha visto ha sentido escalofríos en su cuerno, como si se le
pararan los pelos; después de eso cae enfermo; le da la fiebre, vomita
de pronto sangre y se muere. Eso es lo que el guajiro llama
kerráuá.
El wanü’lü es un gran cazador; no hay nadie como él. No falla el
tiro; no hay un día en el que vuelva sin presa. Traía sobre sus espaldas
332
con cierto balanceo venados. Traía alguna venado jovencita, alguna
primípara, y algú n macho. Tenía costumbre el wanülü de llevarle a
la osa carne de sus presas para la comida. A veces le llevaba costillas;
Literatura wayuu

otras veces le llevaba media presa. Y aquello no era nada flaco, estaba
bien provisto de grasa. Aquello le parecía al hombre por la cintura
y las patas [un] venado; pero la cara le parecía rara, era como la de
una persona. «¿Por qué será que a mí me parece raro?», pensaba ante
I

aquello.
–Ven, toma pues tú lo que vas a comer conmigo –le decía entonces
la osa al hombre.
–No quiero comer eso; có metelo tú sola –le decía a ella.
Cada vez que llegaba el wanü’lü de la cacería, el hombre estaba
pendiente de él; miraba la cabeza de sus presas. «¿Qué será ? Estoy
seguro de que eso no es venado», pensaba para sus adentros. Se ha-
llaba mirando como desde por allá; cada día se ponía más triste al ver
algo como aquello. No había día en que faltase la carne en la casa
del wanü’lü; a donde el wanü’lü colgaban las cecinas.
Ahora bien, ya finalmente el hombre vio asombrado fisonomías de
gente que habían vivido con él. Se acordaba de eso, ya que el hecho

. Suprema ironía: el guajiro ve en la forma del diablo


al hombre blanco. (Nota del original).
de que antes fuese muy lloró n no se debía a que fuese muy
pequeñ o; lo hacía solo por su malcriadez. Pues bien, después llegó
otro día [en que] pudo ver una cara que se parecía a la de sus
hermanos. Veía que la traía el wanü’lü balanceándose en sus hombros;
después hizo cecina de aquello delante de él.
Pues bien, transcurrió otro día, el hombre pudo ver la cara de otro
de sus hermanos. En aquel momento se encontraba él sentado por allí
acongojado. «¡Caramba! ¿Qué será bueno para esto?», pensaba el hom-
bre en su interior. Pues bien, más tarde a la osa se le ocurrió pregun-
tarle al hombre:
–¿Qué te pasa que estás como triste? –le dijo a él.
–En verdad, estoy triste porque son bastantes las veces en que
el wanü’lü ha traído unas caras que son como las de mis hermanos;
por cierto que allá está una que él está convirtiendo en cecina –le
dijo a ella.
–¿Es eso así? Vamos a pasear fingiendo por allí donde él para que
veas bien de cerca las que tú dices caras parecidas a las de tus herma-
nos –dijo la osa al hombre. 333
Pues bien, ellos se fueron a donde el wanü’lü al que

6. Escritores wayuu
encontraron haciendo cecina. Al momento le sirvió la mujer del
wanü’lü a la osa costilla asada.
–Aquí tienes para que comas conmigo –le dijo ella al hombre.
–No, no voy a comer, todavía estoy lleno –le dijo a ella.
Pues bien, el hombre contemplaba la presa del wanü’lü. «¿Qué
puedo yo desconocer de este? Este es uno de mis hermanos que está
siendo convertido en cecina», se decía a sí mismo en su interior el
hombre. El wanü’lü no estaba en guardia, creía que habían venido
ú nicamente a pasear. Y regresaron los paseantes. Entonces la osa allá
en su casa le preguntó al hombre:
–¿Qué hubo?, ¿ya lo has reconocido? ¿Es verdad que aquel al
que está acecinando el wanü’lü es uno de tus hermanos? –le dijo ella.
–Aquél es –le dijo él a ella.
–Mantente callado, pues; sé valiente, no te pongas triste; yo
haré lo que pueda por ti. Te he llevado conmigo a donde él para saber
con certeza que son familiares tuyos lo que él está matando. Tus
lágrimas se pagarán, tus hermanos serán vengados pronto. Yo me iré
pronto a buscar con lo que se van a pagar –le dijo la osa a él.
Pues bien, la osa se va como hacia allá, a un sitio en medio de
montañ as, donde ella podía dar con abundantes contras. Donde abun-
dan las flechas del wanü’lü y las del yolu’ já, con las que siempre ma-
tan a la gente. Después ella regresó con las flechas y no se demoró .
De una vez le trajo al hombre el contra para el brazo, con el fin de
que él no tuviese mala puntería.
–Mira, ahora aquí te entrego estas flechas junto con este contra.
Sé valiente, cuidado con fallar la puntería; porque tú has estado
muy afligido y porque tú has llorado a causa de tus hermanos. Yo voy
a lle- varte a donde tus familiares. Les pedirás a ellos una res grande y
gorda. Cuando te hayan dado la res te la llevarás allá donde se
encuentran en- terrados tus hermanos muertos. La matarás, harás
cecina de ella y col- garás los pedazos de carne. No la vayan a comer, y
además la cuidarán de los animales. Cavarás un hueco hondo cerca de
la cecina; te meterás dentro de él con tus flechas. Permanecerás allí al
acecho del wanü’lü. Lo tapará s con hojarasca para que él no te vea.
334
En cuanto lo hayas matado, le romperás la cabeza, le extraerás los
sesos; y luego quemarás la cabeza, si no haces eso, resucitará contra ti
–decía la osa al hombre.
Literatura wayuu

Y ella lo llevó entonces por allá por donde lo había encontrado


antiguamente.
Y efectivamente así lo puso en ejecució n el hombre. Hizo todo
lo que la osa le había dicho previamente. Pidió la res a sus familiares y
I

le entregaron una muy grande, y aunque le preguntaron:


–¿Para qué la quieres?
É l se limitó a decir:
–Sí, hay algo que voy a hacer con ella; algú n día se lo contaré.
Pues bien, se hallaban colgando los pedazos de carne debajo de
una casucha sin paredes. Salieron dos cecinas de la res. El hombre
estaba dentro del pozo al acecho del wanü’lü.
Pues bien, como a eso de muy de la medianoche, brotó el
silbido del wanü’lü que el hombre ya lo oía como de allá hacia acá .
¡Wih!, chiflaba. Nuevamente hizo ¡wih! Pues bien, cada vez se
iba acercando más el silbido. «¡Caramba! ¿Có mo me irá con él?»,
pensaba el hombre al tiempo que preparaba sus flechas.

. Flechas no humanas sino invisibles. El yolu’ já o espíritu de algú n


difunto es menos maléfico que el wanü’lû. (Nota del original).
Pues bien, llegó por fin el wanü’lü debajo de la casucha; se detuvo
donde estaban colgadas las cecinas. Miró a todas partes; a lo mejor
él se maliciaba algo de aquel sitio. Pues bien, se dispuso a comer de
aquella carne gorda. Y él no era nada lento comiendo. Pellizcaba y
pellizcaba. Pues bien, por su parte el hombre se acomodó sin que
él se diese cuenta. ¡Chíj! dio en él, se la clavó por la garganta; la
flecha lo traspasó de lado a lado. Pues bien, el wanü’lü ya herido hacía
¡chih! como hacia lo alto. ¡Tsoj!, sonó después un poco má s allá .
Pues bien, corrió inmediatamente por donde había sonado tsoj, y
se encontró una culebra enorme tendida en el suelo, vio en
seguida la herida de la culebra.
–En verdad debe ser este –dijo cortándole la cabeza.
Pues bien, en el momento de partirle la cabeza volaron de ella dos
palomas.
–¡Caramba! ¡Qué misteriosa es! –se limitó a decir y luego la
que- mó .
Pues bien, después de eso, habiendo transcurrido un buen rato
335
desde que se había muerto el wanü’lü, llegó de pronto la osa a donde
el hombre.

6. Escritores wayuu
–¿Qué hubo? ¿Has logrado acabar con el valiente? –le dijo.
–Sí, lo logré –le dijo entonces él.
–¡Bien hecho con él; así tenías que conducirte con él! Tus lágrimas
está n pagadas –le dijo la osa al hombre.
Ella lo llevó luego a su vivienda (de la osa). Por su parte las cecinas
hubo que cuidarlas de que no se las comiesen los animales.
Pues bien, el wanü’lü no regresaba a su casa. Su mujer ya lo estaba
echando de menos, estaba todo el rato de pie impaciente.
–¿Qué le estará pasando allí donde está él, que su tiempo de llegar
ya se ha pasado? –decía esto mirando hacia allá, hacia donde siempre
solía aparecer de vuelta de la cacería. Pues bien, más tarde se llegó
a preguntarle a la osa:
–Caramba, ¿por casualidad no has visto a mi marido? Ya se le ha
pasado el tiempo; él no suele ser así –le dijo a ella.
–No sé, como yo no salgo como para poder verlo a él, o para tener
noticias de él, sino que permanezco quieta aquí en mi casa… –la
osa le dijo a ella.
–¿Qué le habrá pasado? Voy a ir a buscarlo al anochecer. Rastrearé
sus huellas por sus habituales lugares de caza; por donde él suele cazar
–dijo la mujer del wanü’lü. Por allí estaba ella sin poder ya comer car-
ne al estar él ausente.
El hombre, por su parte, se encontraba por allá roncando; dormía
profundamente para estar despierto durante la noche.
Pues bien, apenas anocheció la osa se preparó para ir a llevar al
marido. Lo iba a llevar a donde había matado al wanü’lü. Le dijo
mu- chas cosas. Le golpeaba con el contra para el brazo.
–Tú ya te aprestas. ¡Cuidado con actuar como un tonto! –le decía
ella a él.
Ahora bien, a eso de muy de la medianoche como en el
momento en que había llegado la otra vez el wanü’lü, pudo
escuchar entonces el hombre el silbido de la mujer del wanü’lü, el
sonido venía hacia él como desde allá. Su silbido no tenía nada de
suave, era muy hiriente.
–Tiene que ser ella la que viene –dijo acomodando su flecha
336
puesto al acecho de ella.
Se paró de pronto debajo del rancho donde habían sido enterrados
los hermanos del hombre. La wanü’lü miraba a todas partes como
Literatura wayuu

hacia allá, sospechaba. «¿Qué podrá haber aquí?», se decía. Pues bien,
ella también se pegó a la cecina, porque los wanü’lü son realmente
muy carnívoros. Pues bien, el hombre calculó el tiempo en que to-
davía ella no se había saciado. Dirigió él la punta de la flecha hacia
I

debajo del esternó n, ¡chij! le acertó y dio. Pegó un chillido… ¡Chih!,


y saltó para arriba. Sonó un poco más allá un ruido, ¡tsoj! Pues
bien, el hombre había corrido inmediatamente a donde ella; se
encontró al llegar una culebra grandísima tirada en el suelo. Le cortó
rápidamente la cabeza y la rompió luego. Consiguió dentro de ella dos
palomas; las mató y luego las quemó .
Pues bien, después de aquello, cuando había pasado un rato
des- de que había muerto la wanü’lü, llegó la osa. Preguntó en
seguida al hombre:
–¿Qué hubo?, ¿lo conseguiste? –le dijo a él.
–Si, ahí está ya muerta, y también le acabo de sacar los sesos –
le dijo a ella.

. Mientras está absorta en la comida; cuando se harte puede


prestar atenció n a otras cosas. (Nota del original).
–Sí, eso es lo que se debía hacer, ya están vengados tus hermanos
y tíos muertos por el wanü’lü –le dijo la osa al hombre.
Pues bien, después de aquello se fueron a su vivienda. Mientras
tanto los hijos de los wanü’lü lloraban de hambre en ausencia de
los padres.
Segú n dicen, así es el relato de un niñ o que fue muy malcriado.
Y por aquí se acaba el relato.
( Jusayú , 986: 03-4)

Relato de un cazador de tortugas


Nüchi’ki wané waiú olo’jüi sa’wáinrrü
Segú n dicen había un hombre gran cazador de tortugas.
¡Quién sabe có mo se llama la tierra donde ocurrió ! ¡Quién puede
saberlo!
Eso era lo ú nico que hacía siempre: cazar tortugas.
Seguramente las encontraba con facilidad. Algunas veces traía solo
una, otras traía dos, otras traía varias, no había un día que no
consiguiese alguna pre- sa. 337
A causa de eso estaba muy bien, le llegaba mucha gente de

6. Escritores wayuu
todas partes. Unos le traían chinchorros, otros le traían sombreros,
unos le traían carne para cambiar por carne de tortuga, ya que la
carne de tortuga no es igual que la del animal doméstico.
Se iba siempre de mañ ana a pescar. Ya se iba volviendo viejo en
esa actividad. Y su mujer se encontraba muy bien; sus hijos estaban
gordos, porque ellos se saciaban siempre, ya que no había un día que
faltase la carne de tortuga para sus estó magos.
Hubo un día en que él se había ido tempranito al mar, solo, a ver
su red. Sacó la red, había dentro de ella una tortuga y él pensaba
sacarla afuera. Ya no tenía compañ ero, no dio para arrastrarla del
todo [él solo] hasta la orilla del mar.
Estuvo halándola y no pudo con ella, le pesaba. «¿Qué será bueno
para ella?», pensaba para sus adentros. «Voy a ponerla boca arriba». Era
su intenció n y forcejeó con ella, [pero] era más fuerte que él.

. Sá wáinrrü, como la palabra en el castellano de Venezuela, se


refiere solo a las marinas o a las del Orinoco. No se llama tortuga
a los morrocoyes, hicoteas ni galá pagos, de ahí que en castellano
vacilemos entre cazador y pescador. (Nota del original).
La tortuga se deslizaba, sin poder evitarlo él, hacia las aguas del
mar.
–¡Que no se me vaya a escapar! –decía el hombre, se lamentaba de
que se le escapase, no la soltaba, se aferraba a ella.
Pues bien, ella lo arrastró hacia mar adentro. No la soltaba, temió
que se iba a hundir y por eso se aferraba al dorso de la tortuga.
Se alejó el hombre cargado por la tortuga, ella iba ondulando
sobre la superficie del mar. ¡Pobre del hombre cazador de tortugas!
Se afe- rraba a ella. «Si la suelto, moriré», decía para sí.
No se zambullía con él, y se hubiera muerto si ella se hubiese zam-
bullido. Estuvo nadando largo rato. Después ella lo hizo llegar a
una isla2 cuando el sol estaba para ponerse; sobre la isla había muchas
pie- dras.
¡No era pequeñ o el nú mero de tortugas entre las que ella vino a
traer al hombre! Se encontraban amontonadas, había unas grandotas,
había otras medianas, había otras pequeñ as, levantaron la cabeza
338 hacia el hombre. Se movían, estaban alborotadas de las ganas que le
tenían al hombre.
–¡Conque este es el que nos maltrata! ¿Qué le vendrá bien? –de-
Literatura wayuu

cían sus palabras.


–¿Qué estará bien para que sufra? Ya son bastantes los días en los
que se ha estado comiendo a nuestros familiares. Sin duda que este
debe ser el peor –dijeron todas las tortugas.
I

–Caramba, ¿qué será bueno en este momento para él? –dijo enton-
ces la tortuga que era seguramente la má s vieja.
–Es mejor que le escupamos varias veces, que le pedeemos repeti-
das veces en la nariz, que le orinemos encima, que lo golpeemos insis-
tentemente con las patas, ya que no hay otra cosa más apropiada a sus
méritos –les dijo a las otras.
Pues bien, se le orinaron encima, le tiraron pedos en la nariz,
fue escupido, las tortugas le cayeron unas tras otras. Su griterío
durante la acció n era enorme, se reían escupiéndole encima.
–¡Ay, qué hediondo está esto! –decía el hombre afectado por
aquello.

. Alejá ndose de la orilla. (Nota del original).


2. En guajiro la isla se ve como una colina o cerrito. (Nota del original).
–Trá gatelo, que si no te vamos a arrojar al mar –le dijeron las
tortugas.
Estuvo por un rato sentado el hombre, [que] al fin ya se vio
tendido en el suelo. El ojo se le cambió de color por la saliva y la orina;
su piel tenía color blanco apagado o pá lido.
Luego, después, al otro día de pronto se asomó en el horizonte una
mujer como viniendo de allá para acá, caminaba entre las aguas del
mar. Se trataba de una mujer muy bonita, alta, de cabellos largos. Ca-
minaba ligera por la superficie del mar, como si ella estuviese
andando por la superficie de la tierra. Llegó ella en medio de las
tortugas. Mi- raron ellas a la mujer y se retiraron una detrás de otra
de la presencia del hombre.
–¿Qué significa este que está ahora aquí? ¿Qué va a hacer este aho-
ra aquí? ¿Qué ha venido a buscar aquí? ¿Con quién ha venido? –
dijo la mujer.
–¿Quién te ha traído hasta aquí, dímelo ahora mismo? –le fue
di- cho al hombre. A pesar de que él ya no podía ni hablar.
–Yo fui traído aquí –dijo él. 339
–¿Quién lo ha traído para acá? –la mujer les preguntó a las tortu-

6. Escritores wayuu
gas. Entonces se acercó reptando una de ellas.
–¡Sí! ¡Este! É l es el que siempre nos come y el que está a punto
de acabar con nosotras, me lo traje ayer, ahora en este momento
lo estamos haciendo sufrir, estamos haciendo con él lo que que-
remos, para que él pague su mala acció n de estar comiéndonos
siempre –dijo entonces la tortuga que era seguramente la que lo
había traído.
–Sí, conque este es él. Sí, conque este es el hombre que tiene tanta
barriga para comerse mis animales, que ni siquiera dejaba un día de
comerlas. Se come una que sea grande, se come una joven, uno
que sea castrado,2 una que sea parida; y có mo sufre su hijo llorando en
su ausencia. Son hartas y graves sus fechorías; ¿qué será bueno para
que

. No pelaba un día, como se dice en el lenguaje popular


de Venezuela. (Nota del original).
2. El narrador ve las tortugas con ojos de pastor y las clasifica como se
clasifica un rebañ o. Antes ha dicho que las crías de las tortugas lloraban por
semejanza con cabritos, corderos y terneros. Newíyú no viene del castellano
novillo, sino que es una palabra típicamente aruaca. (Nota del original).
él sufra como se merece? Lo mejor es que me lo lleve ahora para
mi casa para hacer con él lo que quiera –dijo la mujer.
–Vamos conmigo para mi casa, comedor de animales ajenos –le
dijo ella.
El hombre estaba asustado, no se movía por nada; estaba tieso,
tenía los ojos desorbitados. La mujer le agarró por el brazo, lo arrastró
hacia las aguas del mar. Ella se metió en el agua delante de él y él
se encaminaba tras ella. Se fueron, caminaba por la superficie del
mar, andaban como si caminasen por la superficie de la tierra.
Ahora bien, cuando ellos tenían un rato de estar caminando, des-
cendieron al fondo del mar. Al hombre no le pasaba nada, se encontra-
ba como si no estuviese metido dentro de las aguas del mar.
La mujer condujo al hombre a una gran casa. Era muy bella por
dentro, como las casas de los ricos. A él, con todo, nada malo le pasaba
y ella más bien lo estimaba, lo cuidaba en todo momento, le colgaba el
chinchorro junto a sí. Habitaba sola en la casa; era lo que se llama una
pülohui. Es la verdadera dueñ a de las tortugas.
340
El cazador de tortugas estaba muy asustado, y además estaba tris-
te. «¡Ay de mí que me encuentro así! Ni siquiera se trata de
Literatura wayuu

tortugas que yo me haya robado. Son bienes a disposició n de


cualquiera perso- na, eso es lo que yo tenía entendido, por eso las
pescaba. Que coma mi mujer, que coman mis hijos, esa era mi
intenció n. Tienen su dueñ o, es algo que no se me había ocurrido, las
I

he cazado sin preocuparme para nada», decía el hombre para sus


adentros.
«¡Ay de mí!, y pensar que no estaré nunca para ver el semblante
de los míos. Para siempre me quedaré sin ver la cara de mi madre y de
mis hermanos y tampoco veré la de mi mujer y las de mis hijos. Ahora
me quedaré aquí para siempre en poder de esta que me ha traído a su
casa», hablaba el hombre a solas.
Pues bien, después el hombre poco a poco se fue acostumbrando;
la pülohui lo mandaba a barrer la casa, a lavar algunas cosas y también
lo mandaba a lavar los vestidos de ella. Andando el tiempo,
finalmente,

. Pülouhi, literalmente «lugar misterioso»; personaje en forma de


mujer hermosa, dueñ a de las tortugas. El guajiro divide los animales
en salvajes y domésticos. Las tortugas aparecen aquí como animal
doméstico de la pülouhi. En el cuento subyace una concepció n
ecoló gica, que pone coto a las demasías. (Nota del original).
cuando quizá s ya a ella le cayó bien, lo tomó por su marido. Segú n
dicen era muy diferente su forma de ser en el acto sexual, duraba mu-
chísimo.
La pülohui no dejaba que el hombre fuera visto por nadie; lo
es- condía dentro de algo si tenía visita y lo sacaba después que ya se
hu- biese ido la visita. Por cierto que, segú n el hombre, en cierta
ocasió n llegaron unas mujeres muy hermosas; seguramente eran
unas herma- nas de la pülohui, la estaban visitando casualmente y se
tardaron un largo rato conversando con ella y se quedaron de paso
a comer.
–¿Qué será lo que hay aquí en la casa? Sentimos un cosquilleo y
hay también aquí en la casa un olor muy agradable –se lo dijeron
las hermanas a la pülohui.
–¡Caramba, estas jó venes sí que son veleidosas y embusteras! ¿Y
qué puede haber en mi casa? No se preocupen que no hay nada
por aquí, ustedes sienten cosquilleo porque son muchachas –les
dijo en- tonces a ellas.
Pues bien, después la pülohui quedó embarazada del hombre. 34
Cuando parió salieron de un parto varios hijos. Los hijos eran vellu-
dos y de largas uñ as. Crecían muy rápidamente, y se hacían más y más

6. Escritores wayuu
grandes de la noche al día. En cuanto se hicieron adultos, se dispersa-
ron, no se quedaban con su madre.
Aunque al hombre la pülohui nada malo le hacía, él se sentía siem-
pre triste. La mujer se daba cuenta de que él estaba triste.
–Me parece que estás triste, maridito mío. ¿Te quieres a lo mejor
ir para tu casa? ¿Es que a lo mejor quieres ver a tus familiares? –le dijo
cuando ya él llevaba mucho tiempo con ella.
–Sí, así es como dices, sí, estoy muy triste –le dijo a ella.
–Sí, conviene que yo te mande a tu casa; para que des una vuelta y
veas a todos tus familiares –le dijo ella al marido–.Voy a mandarte a tu
casa pero no te vas a quedar del todo por allá. Aunque vayas a donde
vayas, yo te iré a buscar y te traeré de nuevo por acá. Y tú no vayas
a contar nada. «Yo he estado ahí donde una pülohui», cuida conque se
te vaya a ocurrir decir. Mira que te daré tu merecido. Cuando estés
allá en tu casa, me mandarás un poco de chica dentro de una
torumita. E

. La chica es una pasta de las hojas de un lindo arbusto que tiene una elaboració n
especial. Esa pasta da nombre a la ciudad de Barquisimeto. (Nota del original).
irás a depositarla a la orilla del mar –le dijo al hombre la pülohui antes
de partir.
Después fue llevado el hombre hasta la orilla del mar. Pues
bien, estaba muy alegre; había corrido inmediatamente a su casa. En
cuanto llegó buscó la chica y la totumita, y en cuanto las consiguió las
llevó al mar. Aquello no es cosa que se mueva por sí sola, pero se iba
alejando poco a poco flotando sobre la superficie del mar; era como si
estuviese siendo empujada por un viento.
Pues bien, en cuanto llegó el hombre a su casa fue objeto de satis-
facció n y agrado, fue motivo de alegría para sus familiares. Fue abra-
zado, lloraban de emoció n por él.
–Oh, sí, conque mi hijo ha llegado –decía la madre.
–Conque ha llegado el padre de mis hijos –decía la esposa.
–Conque ha regresado nuestro hermanito –decían sus hermanos.
Pues bien, y empezaron a asediarlo a preguntas al cazador de tor-
tugas.
342
–¿De dó nde, en, realidad, vienes tú ? ¿Dó nde has estado tanto
tiempo? Creíamos que te habías muerto –le decían.
–Bien, no, yo solamente he estado por un lugar muy lejano –les
Literatura wayuu

dijo él.
Se celebró la llegada. Sus familiares celebraron un baile. El tam-
bor sonaba, al baile llegó mucha gente. Durante el baile se repartió
aguardiente y carne de res. En el baile se emborracharon mucho las
I

personas. Pues bien:


–Aquí tienes tu trago, es bueno que bebas con nosotros, primo –le
fue dicho al hombre procedente del mar.
Al principio había rehusado:
–No me den de beber, no estoy en condiciones como para beber
–dijo.
Pues bien:
–Aquí está tu trago –le fue dicho varias veces.
Lo acosaban, hasta que ya al fin acabó por tomarlo. En cuanto
se puso borracho, empezó a hablar en voz alta, les hablaba con voz
fuerte a los otros:

. Quizá s los familiares aparecen má s efusivos de lo que es


costumbre entre guajiros. (Nota del original).
–Hermanos míos, no hay ningú n hombre que sea como yo:
yo tengo por mujer a una pülohui allá en el fondo del mar, precisa-
mente de ahí es de donde yo vengo ahora –decía bajo la borrachera.
Pues bien, en cuanto habló de la pülohui se desplomó en el suelo,
murió rápidamente.
–Caramba, ¿qué le ha pasado? –decía la gente.
–É chenle agua encima; échenle aguardiente en la boca –decían
algunos.
Nada pudieron hacer por él, se había muerto en el acto al caer
desplomado al suelo.
Lo que primero había sido baile fue después velorio. Fue velado en
la casa de su madre. Se repartió por él, fue enterrado después en
el cementerio de los familiares.
Pues bien. Ahora después, en el mismo día en que fue
enterrado llegó la pülohui al cementerio a buscarlo, cuando ya el
sol se estaba poniendo. Escarbó y escarbó en la arena que recubría
la tumba del hombre; miraba a todas partes. Lo sacó enseguida, y
caminó hacia el mar con él a cuestas. 343
Bañ ó después la pülohui con agua de mar al hombre muerto.

6. Escritores wayuu
Se- gú n dicen, le echó encima un líquido de olor agradable, por ello
poco a poco se fue recuperando.
Después se recuperó totalmente, estaba tan vivo como antes. La
mujer lo reprendió muchísimo por haber hablado de ella cuando esta-
ba en su casa.
–Te he dado tu merecido. Ahora ya, so muérgano, no te mandaré a
tu casa, te quedará s conmigo para siempre –le decía ella.
Pues bien. Segú n dicen, llegó la gente al cementerio a
encenderle la candela al hombre muerto2 al poco rato de la pülohui. Se
asustaron mucho al llegar; se encontraron con que el muerto no
estaba, lo ú nico que había era el hueco, que estaba vacío.
–¿Qué cosa será la que lo ha hecho así?3 –dijeron algunas de las
personas. Huyeron llenos de espanto de nuevo a la casa.

. El ekirrá que consistió en aguardiente y carne de res. (Nota del original).


2. En los primeros días se enciende una hoguera cerca de la
rumba del recién enterrado. (Nota del original).
3. ¿Qué o quién lo ha sacado? No saben si es persona o
algo misterioso o extrañ o. (Nota del original).
Las personas se quedaron quietas en la casa. Ni siquiera fue busca-
do el muerto; no tardaron en sospechar de la pülohui en lo tocante a
él.
–Bueno, ya, que se pierda; ya que si nos ponemos a buscarlo de
todas formas no lo vamos a encontrar –se limitaron a decir.
Ahora, después de aquello, la pülohui no permitió más que fuese a
visitar a sus familiares, y segú n dicen, todavía está en el fondo del mar.
Y se acabó el relato del pescador de tortugas.
( Jusayú , 986: 43-53)

Relato de un hijo de juyá


Nüchi’ki wané waiú nüchón Juya´
Segú n dicen, la lluvia antiguamente caía abundante por todos
los lugares. Nunca dejaba de llover en las tierras de los hombres,
caía la lluvia siempre. Antes toda la gente estaba bien; no les faltaba
nada. Disponían de abundantes cultivos, estaban ricos, nunca solían
ser po- cos los animales que poseían. En todo tiempo había hartura,
344 además no se pasaba sed. Antes la gente se emborrachaba con
ishi’rrúna; antes jugaban el juego de la cabrita.
Segú n dicen, hubo una vez una mujer a la que le cayó un rayo,
Literatura wayuu

pero no se murió del todo, sino que se quedó enferma. Inmediata-


mente fue auxiliada, fue bañ ada con agua de lluvia. A consecuencia de
eso enfermó ; permaneció largo tiempo acostada en su chinchorro. Fue
mandada a tratar por una piache, con la que ella sanó .
I

–Si a esta no le pasa nada especial, sino que Juyá la ha hecho su


mujer. Así como está ella la ha empreñ ado –dijo la piache que la trató .
Sus familiares no lo creyeron y ella también decía:
–Soy ú nicamente la víctima de una broma.
–Mira, ¿es verdad que tú estás en estado? ¿Quién es exactamente
el hombre que te ha hecho concebir un hijo? Confiesa de una vez, para
que mandemos a exigir el pago por ti –fue el padre el que se lo dijo.
–Papá, solamente se trata de una broma conmigo. Hasta ahora no
he tenido que ver nada con ningú n hombre –le dijo ella al padre.
Este se puso furioso con ella. Sentía mucha rabia con ella
porque no confesaba quién era el que la había empreñ ado.
–Me has hecho pasar una gran vergü enza. ¡Conque no voy a re-
cibir nada en pago por ti! De ahora en adelante es mejor que yo no te
vea. Vete, pues, a donde quieras –le dijo el padre.
Pues bien, la mujer estaba muy afligida; sentía mucho temor ante
su padre. Aunque ella tenía ganas de ahorcarse decidió sin embargo
más tarde, en medio de lloros, irse a donde la familia de su madre.
Pues bien, apenas se cumplieron los meses dio a luz. Fue atendida
y ayudada en el parto; su primogénito fue varó n. Ella estaba muy
resen- tida y avergonzada.
–¡Qué desgracia la mía! Yo que siempre he sido casta, que me vea
ahora así. ¿Qué será lo que me ha hecho concebir? –dijo.
Había pensado matar al niñ o pero muchos le dieron buenos
con- sejos, por lo que ella le fue cogiendo cariñ o. Lo criaba y lo
cuidaba constantemente; no quería que nada le afectase. Segú n
dicen, al niñ o le fue todo bien. No sufrió mal de ojo, creció sin sufrir
ninguna en- fermedad ni contratiempo; cuando se hizo adulto fue de
utilidad para su madre.
Pues bien, cuando ya había pasado algú n tiempo, la lluvia se puso
mal, escaseó . Si caía abundante, era una sola vez. Otras veces caía
un aguacerito y otras una llovizna. Esa era la situació n, no parecía
345
que
estuviesen en tiempo de lluvia. El sol calentaba, soplaba con fuerza el
viento, las nubes se deslizaban. La gente no tenía nada a mano.

6. Escritores wayuu
Vivían gracias a lo que rebuscaban por el monte; lo que cazaban
eran ani- males del monte. La superficie de la tierra estaba sin
pasto. Se sufría mucha sed, la gente se sentía completamente
impotente. Y díganme los animales domésticos, [que] se fueron
muriendo poco a poco del hambre, nada se pudo hacer por ellos. El
día en que caía la lluvia la gente intentaba sembrar, [pero] aquello se
acababa: lo escarbaban los pájaros, se lo comían los gusanos o
simplemente se secaba.
¡Có mo se perdía la semilla guardada para la lluvia! ¡Algo tan
apreciado y que tanto se estimaba! ¡Y se había ayunado para preser-
varlas! Las habían estado guardando hasta entonces como una joya
preciosa. Pues bien, ya en lo ú ltimo la gente ya no hacía nada; perma-
necían quietos en sus casas. No tenían voluntad para nada a causa del

. En La Guajira los fuertes vientos alisios relativamente frescos


procedentes del nordeste impiden la lluvia, empujan las nubes hacia
el occidente. La lluvia cae sobre todo en octubre, cuando pierden
fuerza los vientos alisios. Hay lluvias ocasionales presididas por las
Pléyades (íwa) en mayo, y presididas por (irru’wala), espiga de la
constelació n de Virgo, en julio y agosto. (Nota del original).
hambre; había algunos que estaban enfermos. Aunque veían caer la
lluvia, nadie sembraba con ella.
«Como no va a ser abundante como para que nosotros nos pon-
gamos a sembrar y aprovecharla…», decían. Y además la semilla
des- tinada a la siembra escaseaba, se estaba agotando por los
intentos de siembra anteriores; de modo que ya no quedaba nada
para sembrar.
En aquel tiempo había un hombre gran labrador. Tenía una
gran huerta que había levantado cuando la comida era abundante. El
hom- bre era trabajador. Era voluntarioso; sembraba en el tiempo de
las llu- vias que resultaron malas [y] perdía el trabajo, no podía
comer de lo que cultivaba. La gente que pasaba por cerca de su
huerta lo veía, y algunos de los que andaban de caza. Y hablaban a
sus espaldas.
–Ese sí que se las da de diligente, que se pone a raspar el suelo
a pleno sol. Un hombre así comerá y no nosotros –se decía de él
con sorna.
346
–¡Á nimo con eso! Dale duro a las hierbas y maleza –a veces le
decían.
Literatura wayuu

–Sí, hombre –contestaba de mala gana.


Pues bien, cierto día algú n tiempo después, cayó de pronto un
aguacero torrencial que fue muy grande. El hombre se puso muy con-
tento con la lluvia, no se demoró y de una vez se puso a sembrar.
I

De una vez llenó su terreno, que como no tenía nada de hierba,


estaba totalmente limpio. Sembró en él cosas tales como millo,
fríjoles, maíz, yuca y auyama. Sufría mucho al cultivar. Todos los días
trabajaba con hambre, nadie le prestaba ayuda, no disponía de
nada, como para mandar a otros que le hiciesen el trabajo. Pues bien,
la lluvia cayó una sola vez, no volvió a llover más. Le brotaron las
plantas al hombre, pero las plantas se marchitaban. Las hojas caían
lánguidas encima de los bordes de los hoyos.
–¡Qué lástima con mi sembrado! –dijo, y las deshierbaba todas las
mañ anas.
Pues bien, un día el hombre se encontraba sentado al pie de un
árbol en medio de su conuco; descansaba después de la faena.
Tenía la vista fija a todo lo ancho del cultivo, y al mismo tiempo
estaba

. No había ni rastro de hierba. Por eso vemos que le dicen má s


adelante con ironía: «¡Duro con la hierba!». (Nota del original).
con ganas de llorar. «¡Qué gran desgracia la mía, que la lluvia me
ha abandonado! Y pensar que la extensió n de mi sembradío es
muy grande. Habría abundancia de comida si cayese de nuevo la
lluvia.
¿Qué comeré? ¿A dó nde me escaparé huyendo del hambre? A lo
me- jor me entierran luego aquí mismo dentro de la huerta»,
pensaba.
De pronto vio salir a un hombre como de allá para acá. A él le
pareció una persona real. El tal hombre era una persona rica, montaba
a caballo y portaba arma larga. Galopaba por la huerta. El caballo que
cabalgaba era de buen paso, de buena estampa, alto, color negro y
muy gordo. Pues bien, el agricultor se puso inmediatamente de pie;
tenía fija la vista en el jinete.
–¿Qué será ahora lo que anda buscando ese hombre donde mí?
Y he aquí que ahora está haciendo pisotear mis cultivos, y no está n
precisamente fuera (de la cerca) –dijo.
Pues bien, el jinete detuvo de pronto su caballo cerca de él. La
347
cabalgadura estaba muy sudorosa; el sudor le chorreaba.
–Sí, conque estás deshierbando, hijo mío –le dijo al llegar.
–Sí, aquí me encuentro deshierbando mis sembradíos. Yo me ima-
gino que crecerá n –le dijo el agricultor.

6. Escritores wayuu
–¡Qué lástima siento por ti que te la pasas trabajando! Sábete que
no llueve nada. Has de saber que la lluvia que has aprovechado no
es sino la orina del sol –le dijo el jinete–. Sí, aquí llego a donde ti,
pues a ti es a quien busco. Vamos, vente conmigo. Tú eres hijo mío; yo
soy tu auténtico padre. Yo soy el que la gente llama Juyá . Para que
lo sepas ahora, yo soy siempre el que hace llover. Te voy a llevar
conmigo a mi tierra Mü li’alú li, Juyántü rre, donde tengo abundante
cosecha. Por allá no te faltará nada. Lo ú nico que harás es estar
sentado al borde de los cultivos; comerás tranquilo. Aunque por
allá tengo muchos gatos machírroulu2 ellos no te hará n nada, yo te
ocultaré de ellos –le dijo entonces el jinete al deshierbador.
–Sí, de modo que yo soy de hecho tu hijo. ¿Y por qué entonces
no te he solido ver nunca con mi madre durante mi niñ ez? –le dijo
entonces al rico.

. En guajiro Juyá es: a) el fenó meno meteoroló gico lluvia; b) el añ o; c) el


personaje mitoló gico dueñ o de la lluvia y patrocinador de las cosechas.
2. Son unos tigres. Este nombre quizá esté relacionado
con alguna característica de los ojos del tigre.
–Yo era el que te veía sin que tú lo advirtieses, pero no me ponía
en relació n para nada contigo. Ahora sí que va en serio, te voy a llevar
conmigo de una vez por todas. Puesto que has sufrido durante tanto
tiempo deshierbando con los orines del sol –le dijo el rico al
campesino.
–Bueno, lo malo es mi labor aquí: quiero terminarla. Si quieres
llevarme contigo es necesario que esperes a que yo la termine –le dijo
por fin accediendo el campesino.
–Sí, eso es lo mejor. Yo vendré a buscarte –le dijo. Y galopó aleján-
dose de donde él hacia por allá .
El hombre se fue después a la casa; nada dijo de lo que había visto
en la huerta, se lo guardó dentro. Le venía a menudo el recuerdo
de la cara del hombre a caballo y de lo que le había dicho.
«Caramba,
¿será o no será persona? ¿Será verdad que él es mi padre? ¿Y por qué
entonces mi madre no me ha dicho nunca “tu padre es así y así”?
348
¿Qué hará él ahora? ¿Será verdad que él me va a llevar a su
tierra?», pensaba.
Pues bien, después, cuando había pasado tiempo de aquello, llegó
Literatura wayuu

de pronto Juyá a donde el hijo. Este se encontraba deshierbando en la


huerta. El hombre no sintió nada especial al verlo aparecer como por
allá. No sintió miedo sino que dijo:
–É l es aquel que viene –le saludó simplemente cuando llegó .
I

–Aquí me tienes que estoy llegando, hijo mío. A ti es a quien vengo


a buscar; ya que de momento no tienes nada que hacer. Tu labor está
concluida –le había dicho inmediatamente.
–Sí, que así sea; voy a ir entonces contigo por allá a donde quieras
llevarme –dijo el campesino clavando la pala en el suelo; y se
montó de una vez en las ancas de la cabalgadura del hombre rico.
Pues bien, apenas se montó en la grupa del caballo, perdió el
conocimiento. No pudo saber por dónde anduvieron. Se sentía como
si hubiera volado arrebatado por un viento fortísimo.
Pues bien, al ausentarse el hombre cayó en seguida una lluvia.
Cayó solamente donde su huerta, no hubo má s por allá . Pronto se
notó su ausencia. Se preguntó por él; le rastrearon las huellas; no
hubo nadie que supiese qué es lo que le había pasado. Lo ú nico
que se halló fue su pala en la huerta. Pues bien, no se pudo
hacer nada por él, finalmente lo dejaron. La que era su madre
se la pa- saba llorando. Sin embargo, a los que les fue bien de
verdad en su
ausencia fue a los cultivos: maduraron y hubo abundante comida
para la gente.
Pues bien, entre tanto el hombre se hallaba por allá en la tierra de
su padre. Lo llevó al centro de unos inmensos cultivos; poseía de todo.
–Aquí están mis sembrados, hijo mío. Come aquí, pues, lo
que quieras comer. No te vayas a afligir. Aquí tienes que estar
quieteci- to siempre, no vas a estar yendo para ninguna parte.
Estará s bien aquí durante el día. Sábete que mi mujer no puede
ver a ninguna persona. Mis animales son malos, si te ven te
comerán. Vendré a buscarte al anochecer, para que duermas
conmigo en la casa –le dijo su padre.
Pues bien, el hombre veía unas culebras con los vientres pegados
al suelo por entre los cultivos. Y unas muchachas de largas cabelleras
de pie. Les cogió miedo a las culebras, y además sintió vergü enza ante
las muchachas.
–No temas, agarra esa culebra; agarra a esas muchachas por el
cuello –le dijo.
349
Y él así lo hizo, capturó las culebras, agarró a las muchachas por el
cuello. Pero de repente en su mano se transformaban. Lo que eran an-

6. Escritores wayuu
tes culebras, se volvían patillas, melones, auyamas, pepinos, fríjoles. Y
las muchachas, no eran sino maíz jojoto. El padre encendió la candela,
le entregó una olla para cocinar y se fue para su casa.
Pues bien, al principio el hombre estaba triste por hallarse en una
tierra desconocida para él, y además por estar solo en el monte. Pero
después se amañ ó . Pues bien, apenas anocheció , llegó el padre y lo
llevó a la casa, y lo escondió dentro de algo como para no ser visto de
la mujer ni de los animales domésticos de Juyá. Y después bien
tem- pranito lo llevó de nuevo al monte. Juyá tenía a su disposició n
muchos animales horripilantes, comedores de hombres. Con el olor
del hijo rugían alborotados. Aquellos eran los que había dicho antes
«allí tengo mis animales machírroulu» y eran tigres.
La casa de Juyá era una gran piedra dentro de la cual se halla-
ba la mujer. También tenía su enramada, debajo de la cual había
una tinaja para ishi’rrúna’. El Juyá es borrachó n, le gusta mucho la
ishi’rrúna’. Tenía a sus ó rdenes muchos jó venes, que tenían como
cabalgaduras unos jamelgos con malas sillas; pero él en cambio
montaba un bonito caballo. Ademá s no había otra silla igual que la
suya. Pero, segú n dicen, lo que utilizaba como cabalgadura no era
ningú n caballo, no era sino un nubarró n negro. Y las cabalgaduras
de los criados eran las nubes blancas, las blancuzcas o cenicientas
y las rojizas. Era muy andariego el Juyá ; se iba por distintos
lugares. Cada vez que llegaba (a casa) estaba borracho. Disparaba
por sobre la casa, cuando venía hacia ella. La mujer se enojaba
mucho con aquello. Lanzaba ella un zumbido ¡juh!,2 que emitía
al encuentro de él cuando llegaba.
Pues bien, el hombre con todo ello se hallaba bien. Su padre lo
amaba; estaba gordo, comía lo que le apetecía. Lo ú nico que tenía era
que llevaba el cabello largo, las uñ as largas; andaba desnudo, se le ha-
bía deteriorado la ropa que trajo al venir. A lo mejor Juyá no tenía tela
para vestirlo. Pues bien, un día le aconteció de pronto algo al hombre
en ausencia del padre.
«Caramba, ¿qué tipo tendrá la mujer de mi padre? Debe ser una
persona. ¿Se mostrará amable conmigo si la visito?», pensaba. Pues
bien, luego después se fue a donde ella. Se detuvo a la entrada de la
350
casa de ella, y en aquel momento la vio sentada en el interior de la
casa. Era muy bella, tenía el cabello largo. Pues bien, apenas lo vio
Literatura wayuu

se le echó encima en forma de viento, lo levantó en vuelo, lo lanzó


bien lejos; y él se murió a causa del golpe recibido contra el suelo. El
padre no apareció hasta el anochecer, de paso fue muy pronto a
verlo y no lo encontró .
I

–¿Dó nde está mi hijo? –decía. Lo buscaba por allí. Lo encontró


más tarde, lo halló tirado en medio de un matorral–. ¿Qué pasa con
mi hijo? ¿De qué habrá sido víctima? –decía.
Y lo levantó del suelo, lo sopló en seguida, y lo hizo revivir otra
vez.
–¿Qué es lo que te pasa a ti que estás así? ¿No te he aconsejado que
no anduvieses por ningú n lado? –le dijo.
La mujer de Juyá estaba furiosa contra él a causa del hombre.
–Tú que has tenido la mala ocurrencia de traerme a mí semejante
cosa –le dijo a él.

. El hombre guajiro es gran andarín. La mujer es casera. (Nota del original).


2. Juh, onomatopeya del eco del trueno en el mar o en la
montañ a. Se parece al ruido lejano de los aviones modernos.
La esposa de Juyá era una pülouhi. (Nota del original).
–Deja eso, no te enfades conmigo. Deja quieto a mi hijo; no te
metas con él; no lo rechaces, él no te ha hecho nada –le dijo a ella.
Pues bien, después que pasó algú n tiempo, habló entonces Juyá
con el hijo en medio de los cultivos. Y empezó a preguntarle:
–Hijo mío, ¿te encuentras bien aquí o no? ¿O hay algo que no te va
bien? ¿Estás alegre o no? ¿O más bien estás triste? ¿Quieres estar aquí
conmigo siempre o prefieres ir para tu tierra? –le decía.
–Sí, sí estoy bien. Sí, estando aquí estoy bien; pero empiezo a sen-
tir tristeza por mi madre y quiero verla. Sería conveniente que tú me
permitieras que fuese a visitar a mi tierra tan siquiera por un día –
le dijo el hombre a su padre.
–Sí, alístate pues para llevarte para tu tierra. Ahora mismo acomo-
da mucha comida para llevarla a tu madre, sábete que allá hay mucha
hambre –le dijo el Juyá a él.
Pues bien, siguiendo la recomendació n de él se alistó inmediata-
mente. Le entregó una mula como cabalgadura. El hombre cierta-
mente acomodó mucha comida. Entre él y su padre pusieron la carga
35
encima de la mula… y el papá lo puso a él en medio de la carga. Pues
bien, después de eso se fue. No duró muchas jornadas el viaje, no

6. Escritores wayuu
pernoctaron sino que de una vez llegaron al mismo sitio de donde
salieron. El Juyá no llevó al hombre a la casa de este, sino que lo
hizo llegar a donde lo había encontrado antes.
–Hijo mío, aquí te traigo de nuevo a tu tierra. Yo te quiero. Te
vendré siempre a visitar. Cuidado con decir «yo he estado allí donde
Juyá , mi padre».
Ahora bien, cuando el hombre se halló solo, no estaba montado en
una mula; sino que se hallaba sentado sobre una piedra alargada. Y la
comida que traía se convertía en culebras. Reptaban alejándose de él.
–¡Caramba! ¡Qué lá stima que mi suerte haya sido así! –dijo, y fi-
nalmente resignado se fue a su casa.
Pues bien, cuando él llegó la madre se encontraba hilando con
el huso debajo de la enramadita sentada en el chinchorro. Se llevó
un gran susto; le tuvo miedo al verlo llegar a donde ella.
–¿Qué será este que me llega aquí? ¿Quizás sea algú n loco? –pen-
saba ella.
Le echó los perros, corrió después a meterse dentro de la casa
huyendo de él.
–Cuidado conmigo, madrecita. No te vayas a asustar conmigo; soy
yo el que llega, tu hijo –le dijo pronunciando su propio nombre (de él)
a ella.
Pues bien, la madre del hombre corrió a su encuentro. Se abrazó a
él y lloró sobre él.
–¡Conque este es mi hijo! ¡Ay, qué desgracia la tuya, que creía que
estabas muerto! –le dijo a él.
Pues bien, como la gente no puede contentarse con ver las
cosas, empezaron después a hacerle preguntas al hijo de Juyá. Pero a
pesar de todo no les respondió nada importante a los que le habían
preguntado.
–A mí en verdad no me ha pasado nada; sino que antes me
había extraviado, estaba totalmente desorientado. Y por eso anduve
perdido por el monte. He vivido gracias a los frutos silvestres. Pero
ú ltima- mente he acertado a reconocer el terreno, por lo cual estoy
regresando de nuevo para acá –se limitaba a responderles.
Aját’ta müsü’ jaa jia’ (Y se acabó esto).
352
( Jusayú , 986: 95-207)
Literatura wayuu

Relato de un guajiro casto


Nüchi´ki wané waiú püla´ áinchi
Segú n cuentan los guajiros viejos que vivieron hace mucho
tiem- po, existió en un tiempo remoto un joven casto. Vivía junto
I

con su padre y con su madre. Vivían en una tierra muy extensa. No


tenía hermanos y era para su madre el hijo ú nico. El joven poseía
muchos animales, tales como caballos, mulas, burros, cabras y ovejas.
Siempre se iba a arrear sus animales. Había un joven que era criado
suyo, quien siempre era su compañ ero.
Se iban siempre bien temprano en ayunas; iban siempre a caballo
y por eso, aunque los animales se fuesen lejos delante de ellos los
al- canzaban pronto. Y al joven lo llamaban «casto» porque a los ojos
de la gente se portaba bien. No se acercaba a las mujeres y las
esquivaba. Era persona que no se emborrachaba y además no era
pendenciero. Por otra parte, segú n cuentan, era un joven de buena
presencia. Eran muchas las mujeres que sentían simpatía por él;
pero a ninguna la tomaba en cuenta.
«¡Ojalá me quisiera! ¡Ojalá fuese él mi marido!», había quienes de-
cían a sus espaldas. «¡Ojalá me tratase! ¡Ojalá él hablase conmigo!»,
había otra que decía. Algunas se iban a esperarlo al abrevadero. Había
quien lo andaba buscando por cualquier camino.
Conocía a las mujeres que estaban prendadas de él. Eran hijas
de sus tíos maternos, hijas de sus amigos y eran también hijas de los
que eran simplemente conocidos suyos.
Los muchachos y muchachas hablaban del joven casto a espaldas
de este y se preguntaban:
«¿Qué le pasará a este joven? ¿Por qué no le atraen a él las
mujeres?
¿Habrá otra persona que sea como él?», decían.
Se difundió lejos la noticia del joven; la gente la oía por todas par-
tes. «¿De qué porte será el que llaman guajiro casto? Tenemos ganas
de conocerlo»… era mucha la gente que lo decía sin saberlo él.
Pues bien, en cierta oportunidad llegaron dos muchachas atraídas
por la fama del joven. Eran personas desconocidas, que a lo mejor
procedían de tierras lejanas. Segú n cuentan, eran hermosas: altas, de
cabellos largos, de piel blanca, con buenos vestidos y adornos, y
por otra parte andaban sin cabalgadura. Aunque ellas venían atraídas 353
por
el hombre no llegaron hasta su casa, sino que lo esperaron en el monte
por donde él solía caminar.

6. Escritores wayuu
Pues bien, en cuanto las muchachas se vieron con el joven, se mos-
traron muy tratables con él. No se mostraron nada retraídas con él, es-
taban como si ellas lo hubiesen ya conocido. Se pusieron de pie
delante de su cabalgadura y ambas tomaron las riendas de la
cabalgadura. Se dirigían sonrientes a hablarle:
–Hola, hermanito, ¡qué bien que hayas tropezado con nosotras!
Hace tiempo que no te hemos visto; has de saber que teníamos
muchas ganas de verte. Queremos hablar contigo. Hemos tenido
buena suerte en este día, porque por fin hemos dado contigo –ellas le
decían a él.
–No me llamen «hermanito nuestro»; no tengo hermanas, soy el
ú nico hijo de mi madre. Suéltenme la rienda de la cabalgadura.
Quíten- se de delante de mí, que ando apurado –les dijo el joven a las
mujeres, puso a galopar su cabalgadura alejándose de ellas [y] las dejó
mirando.
Después de eso, al anochecer de vuelta a casa, después de
arrear el ganado, el joven le contó a la madre que se habían tropezado
antes ellos con unas muchachas allá por el monte.
–Mamá, ¿sabe lo que nos ha pasado? Cuando estábamos arrean-
do nos hemos encontrado con unas muchachas. No sabíamos quiénes
eran. No tenían cabalgaduras, andaban a pie. Tenían la cara
extrañ a, no se parecían a la nuestra. A mí me parecía que eran
demasiado tra- tables; aunque las vi muy deseosas de hablar conmigo
yo sin embargo no les hice caso a ellas –le contó a la madre.
–Y, ¿de dó nde serán ellas? ¿De quién serán hijas? ¿De quién serán
sobrinas? Aquí no hay nadie que no conozcamos. Cuídate hijo mío.
Mantente apartado de algo así, no vaya a ser que sea algo extrañ o –de-
cía la madre.
–Así lo haré –le respondió el hijo.
Pues bien, ocurrió otro día que se encontraron las muchachas con
ellos.
–Hola, hermanito nuestro, ¡qué bien que hayamos tropezado con-
tigo! ¿Está s bien? –le dijeron ellas al joven.
–No pretendemos nada de ti, tan solo que queremos
preguntarte por un borriquito que se nos ha extraviado. «A lo mejor
por casualidad él lo ha visto», estábamos diciéndonos a propó sito de
354
ti,2 porque te vemos siempre caminando. El burrito es de color
marró n, barrigó n, de patas arqueadas hacia adentro –le dijeron
entonces las muchachas.
Literatura wayuu

–Yo no he visto un burro que sea como ese. Y aunque lo viese, yo


no soy cuidador de burros ajenos; son animales míos aquellos tras los
que yo ando –les dijo el joven a las muchachas. Y galopó alejándose de
ellas, que se quedaron mirando tras él.
I

Pues bien, de nuevo se tropezaron otro día las muchachas con


ellos. Saludaron al joven como la vez anterior.
–Hola, hermanito nuestro, ¡qué bien que hayas tropezado con no-
sotras! ¿Está s bien? –le dijeron ellas.
–Sí, estoy bien –respondió el joven de mala gana.
–Aunque tú no quieras tratar con nosotras, nos hemos acordado
de ti continuamente. «Seguro que nos encontraremos con nuestro her-
manito», decíamos. Tenemos nuestro avío y hemos pensado también
en ti. Aquí está la carne sancochada para que comas si tienes hambre.
Aquí hay chicha para que bebas si tienes sed. Y si prefieres comer
alguna otra cosa, aquí hay; traemos carne de res, carne de cabra, que

. Deberían tener familiares de alguna importancia como ellos. (Nota del original).
2. Algunos creen que es una indirecta y que en realidad lo
está n describiendo a é l. (Nota del original).
va acompañ ada de bollitos de maíz tierno y de otros bollos –decían las
muchachas al joven.
–No quiero comer ese avío vuestro. Dénselo a alguien que sufra
hambre por ahí, o si no bó tenlo. Antes de partir mi madre me dio
de comer. Y si tuviera sed, aquí llevo como avío sabrosa chicha.
Quítense de delante que estoy apurado –les dijo entonces y galoparon
alejándose de ellas.
Después de eso, se encontraron muchas veces las muchachas con
ellos cuando andaban buscando el ganado. Ellas solían traer comida
y también algunas cosas para obsequiá rselas al joven casto. Lo que
le traían eran esas cosas que pueden ser regalo de una joven a un jo-
ven, por ejemplo: cinturó n tejido con dibujos, o si no sortijas, o si
no bolsitas, o si no pañ uelitos. Nada de esto les recibía él. Por otra
parte, el esclavo se encontraba lleno de ganas junto a él. Ante el
avío de las muchachas estaba con ganas de comer, tenía muchos
deseos de que le diesen la comida, por lo que habló después con su
amo.
–Sepa que me apetece mucho la comida que suelen traer las 355
mu-
chachas; a mí me parece que está muy sabrosa –le dijo al amo.
–Si realmente te apetece la comida que suelen traer aquellas

6. Escritores wayuu
muchachas, yo la cogeré y te la pasaré a ti –le dijo a él el amo. Y
el joven así lo hizo; tomaba la comida y los regalos y se los pasaba
al esclavo.
Pues bien, otro día más tarde andaba el joven casto por la orilla de
la mar con el esclavo y se encontraron a las jó venes bañ ándose en un
cañ o. Las hallaron desnudas dentro del agua. Corrieron desde dentro
del agua desnudas al encuentro de ellos.
–Hermanito nuestro, estamos muy contentas de que hayas venido
a donde nosotras. Bájate de una vez para que te bañ es con nosotras –
le dijeron las muchachas al joven.
–No, quietas conmigo. Limítense a mirarme; no voy a perder el
tiempo por culpa vuestra; limítense a buscar por ahí a algú n tonto
para que se bañ en con él –les dijo.
–Pero, mira, ven a bañ arte con nosotras aunque sea solo un ratico.
¿Qué es lo que te pasa que eres tan poco amable con nosotras?
¿Qué es lo que te pasa que te muestras tan displicente con nosotras?
Sábete que nos resultas muy atrayente a nuestra vista, eres joven y
hermoso. Nos resultas atractivo porque somos jó venes, queremos
ú nicamente
hablar contigo. No pensamos en otra cosa contigo. Nuestra intenció n
no es la de hacerte dañ o. Y el hecho de que te hayamos llamado «her-
manito», no es sino porque te tenemos cariñ o; ya que nosotras no
hemos salido contigo del vientre de tu madre –optaron por decirle
ya en lo ú ltimo.
Pues bien, el joven permanecía callado, no les respondía a las mu-
chachas, las palabras de ellas habían caído dentro de su corazó n. El
tiempo había hecho su labor en él, porque ellas habían ya tratado
de persuadirlo muchas veces. Era ya hora de que sus palabras le
ablanda- sen el corazó n. Pues bien, después el joven «¡caramba!, ¿qué
pasaría si ahora mismo me pusiera a bañ arme con ellas?», pensó de
repente en su corazó n.
–Yo me bañ aría con ustedes; pero es que no sé nadar. No vaya
a ser que yo me hunda hasta el fondo del agua –les dijo a las
muchachas.
–Aunque tú no sepas nadar te irá bien. Nosotras nadamos. Te sos-
356
tendremos para que no te hundas –le dijeron ellas entonces.
–Pues que así sea –dijo el joven entonces, bajándose de su
cabal- gadura. Se desató el cinturó n, se quitó también de una vez la
Literatura wayuu

manta. Pues bien, dejó a su sirviente con la cabalgadura en la orilla


del agua.
–Quédate aquí esperándome –le dijo. Y corrió a meterse en el
agua.
I

Cada muchacha lo sostenía de un brazo en el agua; lo llevaron a


donde era más hondo. Y el esclavo era el que estaba parado junto a las
cabalgaduras contemplando a los bañ istas. Pues bien, al principio él
los veía flotando sobre el agua; pero de repente, cuando ya tenían un
rato de estar bañ á ndose, desaparecieron.
–¿Para dó nde se habrá n ido? –se decía el criado. Pues bien, no
sabía qué hacerse; nada pudo hacer por su amo. Miraba en todas
di- recciones por allá y no pudo ver nada.
Pues bien, el esclavo no hizo sino ir llorando a la casa a avisar a la
madre del joven casto. Apenas le contaron a la madre lo acontecido a
su hijo, se echó a llorar fuertemente, se desmayó en medio del llanto.
–Es eso lo que yo le había dicho a mi hijo, «cuídate, mantente apar-
tado de algo así», le había insistido yo a mi hijo –decía entre lloros.
Pues bien, se juntaron después en seguida los parientes del joven.
–¡Qué desgracia la suya! ¿Qué será de él después de esto? ¿Dó nde
podremos localizarlo? –decían.
Pues bien, se dispersaron en la bú squeda del perdido. Todo fue en
vano para ellos, no dieron con él.
Y al joven se lo habían llevado inmediatamente las muchachas le-
jos, a su casa en el fondo del mar. El hecho de que al principio el
es- clavo lo hubiese perdido de vista de repente era debido a que lo
habían conducido por el fondo del agua, de aquella agua en la que se
estaban bañ ando. Segú n dicen la vivienda de las muchachas a la
que habían llevado al joven era muy buena. Era como casa de
alijuna; era grande y toda de piedra. Había muchas cosas dentro.
Pues bien, el joven estaba muy afligido en la casa de las
muchachas. Aunque ellas no le hacían nada malo, les tenía miedo y
estaba siempre temblando al lado de ellas. Lo vigilaban
constantemente. Cuando lle- gaba la hora de dormir en la noche,
ellas le tendían el chinchorro y lo ponían entre las dos. Si se
movía, lo observaban.
Pues bien, el joven ya tenía tiempo en la casa marina. Estaba afligi-
do en todo momento por habérsele echado a perder su destino. Estaba
357
triste pensando en su madre y en sus animales. Además él no era sino
un esclavo de las muchachas. Le hacían barrer la casa, le hacían lavar la
ropa y además le hacían fregar las ollas. É l lo hacía de mala gana.

6. Escritores wayuu
«¡Qué desgracia la mía, que he sido engañ ado por algo así como esto! Y
pensar que jamás volveré a donde mi madre; pues me encuentro así.
Sin duda que las que me han traído aquí no son personas, quizás sea lo
que llaman pülohui. Y quizás me han engañ ado para comerme», decía
él a solas.
Pues bien, otro día, cuando el joven ya se había puesto gordo y se
le había quitado el miedo, le mandaron las muchachas a acarrear agua
a un pozo que estaba distante de la casa; el cual era el abrevadero de
las muchachas.
–Ahora al anochecer habrá aquí en nuestra casa una fiesta. Llega-
rán aquí a bailar nuestros familiares. Aquí en casa abundará la comida.
Y tú ahora tienes que acarrear agua; tienes que llenar estas tinajas –le
dijeron ellas a él. Pues bien, el joven casto no tuvo má s remedio
que empezar a acarrear agua; trajinaba de aquí para allá y de allá para
acá. Hizo varios viajes acarreando el agua.
Ahora bien, cuando el sol estaba menguando, estando todavía el
joven en el trajín del agua, le llegó de repente un sapo grandísimo.
–¡Qué pobrecito, nieto mío! ¡Qué lá stima de ti que está s así!
Sábete que hoy al comenzar la noche te matará n las jó venes que te
tienen en su poder. Te van a comer; te van a cocer; el agua que te es-
tán haciendo acarrear va a ser el caldo en que te van a preparar. ¡Qué
desgracia la tuya, nieto, de encontrarte así! Sábete que por allá con
tanto llorar se está empeorando poco a poco tu madre. Está
siempre enferma; a lo mejor muere dentro de pocos días. Ademá s
está muy flaca y reducida a los huesos. La razó n que me ha
impulsado a venir ha sido el buscarte. Tengo que llevarte ahora
mismo de aquí. Mó ntate de una vez en mi hombro para que te lleve
hasta allá a la orilla del mar; a allá donde fuiste engañ ado por las
mujeres –este fue el relato que le hizo.
El joven se había asustado mucho con las palabras del sapo. «¿Qué
significa esto ahora así? ¿Será posible que haya un sapo que hable?
¿Conocerá de verdad a mi madre? Es mejor que yo cumpla con lo que
me ha ordenado, ya que no voy a poder salir con vida; de todas mane-
ras estoy perdido», pensó . Pues bien, se montó en el hombro del sapo.
Partió el sapo, y fue ascendiendo, ascendiendo con él. Se iba
358
después alejando, nadando con el hombre por la superficie del mar.
Y lo llevó hasta la orilla y regresó inmediatamente de nuevo al
pozo.
Literatura wayuu

Pues bien, apenas llegó el joven a la casa se asustó la madre, tem-


blaba y se quedó sin palabra. Creía ella que lo que había llegado a don-
de ella era el espíritu del hijo, no se le ocurrió : «A lo mejor está vivo».
Ella creía que se había muerto.
I

–Mamá, aquí me tienes de vuelta. Conviene que sepas que


vengo del fondo del mar; fui llevado por unas pülohui hasta allá. Pero
he sido ayudado y socorrido por un sapo, por lo que me he librado de
ellas –le dijo a la madre.
Pues bien, después de eso, se organizó un baile en honor de él;
para celebrar el regreso de su alma. 2 Sonaba el tambor para la gente
que allí bailaba. La madre estaba muy contenta con su vuelta, ya
que era su ú nico hijo.
Pues bien, por allá en el fondo del mar las muchachas se dieron
cuenta de que faltaba el joven.
–Caramba, ¿por qué se ha tardado el gordo? ¿Qué estará haciendo?

. El sapo en guajiro es femenino, un extrañ o y desconocido. (Nota del original).


2. Como cuando regresa un preso, se hace un sacrificio o un baile
para que no vuelva a caer preso. (Nota del original).
Vamos a buscarlo –dijo una de ellas. Y se fueron a donde el pozo y no
lo encontraron.
–¿Dó nde estará él? –decían.
Después al que preguntaron fue al sapo, que en aquel momento se
encontraba junto al borde del pozo:
–¿Para dó nde has visto que ha cogido el hombre que estaba hace
un rato acarreando agua? –le dijeron.
–No sé, no le he visto. Acabo de llegar –les dijo el sapo. Ellas
sos- pecharon muchísimo del sapo, por eso ellas le dijeron
después:
–Tú sabes dó nde está el hombre. Muéstranoslo por las buenas.
–Ciertamente que no lo he visto. Si yo lo hubiese visto, ¿qué iba
a hacer yo con él para estar ahora negándolo? –tuvo que decir el sapo
aterrorizado.
–Tú lo has escondido. Tú sabes muy bien dó nde está él. Tú , ahora,
vas a pagar tu atrevimiento –le dijeron las muchachas al sapo. E inme-
diatamente lo cogieron las mujeres, lo apalearon, lo golpearon con el
pie y [só lo] lo dejaron cuando ya estaba sin sentido. Ahora bien, antes 359
de retirarse ellas, lo pisotearon, lo aplastaron contra el suelo. Segú n
dicen, a eso se debe que el sapo tenga la forma aplastada.

6. Escritores wayuu
Y así se acaba el relato del joven casto.
( Jusayú , 986: 23-34)

Relato de un joven y una burra


Nüchi´ki wané waiú jimáai óulaka müsû´ya wané pülíku
Segú n dicen, había una vez un joven en el lugar llamado Jatú ü lü wa
por allá por Jalála. El hombre tenía la costumbre de abrevar en tiempo
de verano en un pozo. É l estaba siempre en el pozo. Llegaba
siempre en la mañ anita y regresaba a casa cuando ya el sol se iba a
ocultar. Si veía que el pozo se iba cegando al llenarse de arena lo
limpiaba; además cuidaba el pozo en todo momento para que los
animales no cegasen la abertura. El hecho de que estuviese siempre en
el pozo se debía a que allí esperaba a sus animales para ir echándoles
agua cuan- do llegaban salteados con sed. Cada vez que se iba para la
casa dejaba lleno el cayuco del pozo; y al amanecer lo encontraba
con frecuencia vacío. «¿Qué será lo que se bebe el agua?»,
pensaba.
Bien, un día vio llegar al pozo una burra sarnosa. Avanzaba ligera
hacia el cayuco.
–¡Epa, cuidado! –dijo, corriendo rá pidamente a espantarla–.
¡Fuera! ¿De quién será ahora este pedazo de burra que aparece
aquí ahora? –dijo.
Al hombre le inspiraba mucho asco la burra. Se afligió y
molestó mucho de que hubiese llegado a su abrevadero.
–¡Caramba! ¿De dó nde vendrá? ¿Qué será bueno contra ella? Va a
trasmitir su enfermedad a los animales de aquí –dijo furioso.
Pues bien, después de eso la burra llegó varias veces al pozo. Y
el hombre no la quería ver por nada; la espantaba a cada rato le tiraba
pe- dradas. A veces la medio mataba, por eso después ella le cogió
mucho miedo; echaba a correr ante él cuando lo veía salir como de
por allá.
Pues bien, transcurrieron muchos días. Y la burra sarnosa no lle-
gaba al abrevadero. Pero, nada, el hombre estaba pendiente de su apa-
rició n. «¿Qué le habrá pasado? ¿Para dó nde se habrá ido? ¿Se habrá
muerto de la sed, o quizás se habrá muerto a causa de las palizas que
yo le he dado?», pensaba. Se alegró mucho en vista de que la burra no
360
llegaba al abrevadero.
Pues bien, cuando ya había transcurrido algú n tiempo de lo an-
Literatura wayuu

terior, a la tarde (después de las cuatro) se encontraba el hombre en-


caramado encima de la cerca del pozo. Miraba casualmente hacia un
camino; y por eso vio aparecer a una mujer montada en un burro.
«¿Quién será aquella mujer que viene hacia acá ?», pensó . Pues
I

bien, apenas llegó a donde él se puso a observarla detenidamente, y


ella era una muchacha de cara muy bonita: de pelo largo, gorda,
risueñ a, y por el aspecto, rica, de buenas prendas, de buena enjalma,
con vestido de buena calidad. É l no conocía a la mujer, era aquella la
primera vez que la veía. Estaba admirado con ella, «¿de quién será
hija?», pensaba.
–¡Conque sí, conque estás aquí, muchacho! –le dijo a él, lo
saludó ella al llegar.
–Sí, aquí estoy, prima –le dijo entonces a ella. Pues bien, se bajó
ella rá pidamente de su cabalgadura.
–Mi cabalgadura tiene sed, sea amable conmigo y échele agua para
que beba –le dijo ella entonces al hombre del abrevadero.
–Si, eso me parece bien –dijo.
É l no tardó nada, bajó en seguida al fondo del pozo a sacar el agua,
gracias a él la burra sació en seguida su sed. Y entre tanto la
mucha- cha estaba desamarrando su avío de las ancas de su
cabalgadura. Había
traído carne sancochada y chicha dentro de una mú cura. Ella le había
separado a él un pedazo grande de carne sancochada, ella sacó chicha
para él. Estaba muy sabrosa la carne, estaba gorda. La chicha estaba
comenzando a fermentarse, había sido licuada con la boca. Se alegró
mucho con todo aquello, ya que él no se solía hartar por estar siempre
en el pozo.
–Mira que yo tengo muchas ganas de bañ arme, échame agua, que
algú n día yo también te seré ú til –dijo la mujer.
–Yo estoy a la orden, prima, para servirte –le dijo a ella.
Apenas le llenó el cayuco, se desnudó en presencia de él. No pare-
cía que ella sintiese vergü enza delante de él. Entonces la contemplaba
bañ ándose y ella le sonreía de vez en cuando. «¡Caramba, yo no había
visto una persona, que fuese tan amable como esta, que fuese tan ama-
ble y tan bromista!», pensaba el joven. Pues bien, se puso el vestido y
conversaba con él; por lo que le sorprendió la noche a ella en el abre-
vadero mientras bromeaba.
Pues bien, ella lo acosaba con sus bromas, pero él no le hacía nada,
36
la dejaba tranquila, se limitaba a reírse con ella. Si ella hubiera sido
una conocida de él, no la hubiera despreciado.

6. Escritores wayuu
–Prima, en resumidas cuentas, ¿de dó nde vienes tú ? ¿A dó nde
te diriges? ¿De quién eres familia? –le preguntó a ella.
–Sí, vengo de lejos. Me encamino hacia un poco más allá . Yo soy
una persona corriente, no conoces a qué familia pertenezco –le dijo
ella a él.
–Pero ¿por qué viajas tan tarde? ¿Acaso no tienes miedo? –le dijo
a ella.
–Yo había salido bien temprano de allá de donde vengo. Es la ca-
balgadura la que anda despacio –le respondió a él.
Pues bien, el hombre sentía mucho miedo. Estaba asustado por
cuanto ya le estaba anocheciendo en el pozo. Sospechaba que la mujer
no era persona, hablaba con ella por no dejarlo. No exteriorizó delante
de ella el miedo que sentía.
–Sí, será mejor que cojamos caminos divergentes, prima; ya que
hemos conversado bastante y además ya estamos en medio de la
noche (de ocho a nueve) –dijo entonces él.
–Pero, un momentico. ¿Por qué tienes tanta prisa? ¿Qué es lo
que te pasa, que no quieres quedarte a conversar conmigo un buen
rato?
Sábete que me caes simpático porque veo que eres joven. Y yo por mi
parte soy una muchacha soltera –le dijo ella a él.
Pues bien, después de eso, cuando ya había avanzado un poco
la noche, ella se montó en la cabalgadura. Y se le ocurrió invitar al
hom- bre para que la acompañ ase un poco más allá. Y él se fue con
ella sin ganas, como para que no lo tomase por un tonto. Pues bien,
caminaron un rato por un sendero a través de unas colinas. Llegaron
más tarde a la superficie de un terreno bueno donde ellos entonces se
detuvieron.
–Entonces, voy a regresar desde aquí, prima. Ahora puedes cami-
nar bien, sola; ya que no hay nada que te vaya a comer –le dijo el
joven.
–¿Qué tienes por allá que andas tan apurado? Quédate aquí
conmigo, para que me hagas compañ ía. Voy a pernoctar aquí, estoy
muy cansada, y ademá s tengo sueñ o –le dijo la joven. Se quedó
muy preocupado y afligido con aquello. Tenía ganas de echarse a
362
correr hu- yendo de la presencia de la mujer, pero estaba sumido en
varios pensa- mientos. «¡Caramba! ¿Qué será de mí después de esto?
¡Qué desgracia la mía que estoy aquí a causa de algo así!», se decía.
Literatura wayuu

Y se quedó ; se apartaron luego a un lado del camino donde [había]


unos árboles. La burra fue amarrada, se bajó la carga y se le quitó de
una vez la enjalma. Pues bien, la mujer colgó un chinchorro para
el joven, que en aquel momento llevaba dentro de una bolsa. Le
I

dio la carne; y tam- bién le dio de una vez chicha para beber.
Pues bien, cuando ya la noche estaba bastante avanzada (las once),
se tendió en el chinchorro junto a él. É l no la tomaba en cuenta, se
quedaba quieto prescindien-
do de ella.
–¿Qué es lo que te pasa a ti, que estás así? ¿Por qué permaneces así
dejá ndome a un lado? ¿Eres macho o no? –le dijo a él.
–Soy varó n, prima. Lo que pasa es que me inspiras respeto y mie-
do a las consecuencias –le dijo a ella. Pues bien, por fin él tuvo que
obrar con ella porque lo estaba apremiando mucho e insistentemente.
El joven actuó a fondo. Segú n dicen la encontró virgen, por lo que
él se alegró mucho. Ya no se acordaba de que era de noche y estaba
en el monte. No sentía ningú n miedo. Pues bien, después de todo
eso se durmió ; ya que él no era otra cosa como para tener fuerzas y
resistir todo aquello.
Pues bien, mientras tanto, por allá lo echaban de menos a él,
im- pacientes, sus familiares.
–¿Por qué él no llega? ¿Para dó nde se habrá ido? ¿Qué le habrá
pasado a él? É l no suele ir a ninguna parte –decían.
Pues bien, después de todo eso, el hombre se despertó casi amane-
ciendo. Se encontró que no estaba acostado al lado de la mujer. Estaba
tendido solo en el suelo. Pues bien, se sentó , se sacudió la arena del
cuerpo, tenía mucha arena adherida. No se sentía bien, tenía náuseas.
Tenía la boca sucia por dentro. Para él tenía la boca un sabor raro.
–Caramba, ¿qué será lo que me ha puesto así? ¿Será la pedazo de
burra sarnosa la que me ha hecho su víctima? –dijo luego después.
Pues bien, le amaneció entonces al hombre. Tenía la mirada pen-
diente de las huellas de la mujer. Y él no las veía, lo ú nico que
había eran las huellas de su cabalgadura (de ella). De todo aquello
resultó , segú n dicen, que la que se le presentó como persona era la
burra. La carne que ella le daba de comer, era su excremento. Y lo
que para él era chicha era la orina. Pero así tenía que ser todo
aquello, para que pareciese ante sus ojos como una joven, y su
excremento como carne sancochada y la orina como chicha.
363
Pues bien, el hombre se levantó furioso del suelo. Salió a buscar
la burra por allí. Por eso, segú n dicen, la halló después cuando el

6. Escritores wayuu
sol estaba levantado (como de ocho a nueve). La encontró paciendo
al pie de una colina. Ya que él rondaba buscando otra cosa sino a
ella; se le acercó con sigilo; la mató después; le rompió la cabeza con
unas piedras. Y después se fue para su casa. Andaba muy mal y
caminaba tambaleá ndose por el camino.
Pues bien, en cuanto llegó a casa contó todo lo que le había pasado
antes en el monte. Los familiares se afligieron por aquello.
–¡Qué lástima contigo, que algo te ha perjudicado, ya que por eso
ya nada te irá bien! –le fue dicho. Pues bien, le colgaron un chinchorro
a él debajo de su enramada y se puso a dormir.
Luego después durante el sueñ o, vio asomarse hacia él la
mucha- cha encima de la burra, la que había visto por allá por el
pozo. Llegó ella hasta donde él, detuvo su cabalgadura bajo el alero de
la enramada de él. Ella se puso a regañ ar y le dijo muchas
palabras.
–Conque ya está s aquí después de haberme matado. Lo que has
hecho está muy mal; tu maldad es muy crecida. ¡Qué rabia me da
que me hayas matado! La verdad es que yo no te había hecho nada
ni había dado motivo. Yo me la pasaba parada alrededor de tu
pozo
sedienta, con el deseo de que me regalases tan siquiera un poquito de
agua. Tú no te mostraste nada llano o asequible, me rechazabas. Yo
era el blanco de tu ira; me dabas palos, otras veces me mediomatabas.
«Allá voy, si será verdad que es malo», pensé, y por eso decidí
darte de comer mi excremento y darte de beber mi orina a causa
de tu maldad. Antes no había tenido ninguna mala intenció n para
contigo. Pero ahora tendrá s que morir lo mismo que yo –le dijo al
joven en el sueñ o. Y ella se apartó de su lado y se fue por donde
antes la había visto salir.
Pues bien, en cuanto se despertó el hombre, contó en seguida
su sueñ o a su madre, a la esposa y a los hermanos. Y ellos nada
pudieron hacer por él, sino que lloraban de la tristeza.
Pues bien, después de eso, se agravó el hombre, tenía fiebre, vomi-
taba sangre; y se murió . Fue llorado y finalmente sepultado.
Aját’ta müsü’ jaa kuéntakalü (Y así acaba el cuento).
( Jusayú , 986: 59-67)

364
Relato del sueño de un venado yama y de la adivinanza de maja’lóusérrai
Nülapûnchiki wané irra´ma yama´ óulaka nûimou maja´lóusérrai
Literatura wayuu

Bien, había una vez un venado llamado yama, llamado


«cuerno de pringamoza» y llamado también «cuerno de chirita» .2
Aquél era el mejor de los venados. Era de gran tamañ o, alto y grueso.
De paso lento y andar espacioso. No cambiaba su paradero o medio
I

habitual; rumia- ba allí donde solía estar siempre. Era demasiado


manso, no era nada arisco ni brioso. La chirita hacía su nido entre
sus cuernos, por eso lo llamaban serru’máuwai. Y además su cuerno
tenía vello como una pringamoza y por eso lo llamaban yawóuwai,
«cuerno de pringamoza». Y el Maja’ló usérrai, por su parte, era un
zorro muy astuto. Misterioso, adivino, era amigo del yama.
El venado de este relato formaba pareja con su esposa, que esta-
ba entonces preñ ada. Vivían en una tierra buena, apartada de la
po- blació n, en sus contornos no había casas. Era dilatada y tenía
buenos

. En La Guajira se ha extinguido el venado de ese nombre. El


nombre no parece tener relació n ninguna con las llamas andinas.
En varias lenguas del Orinoco citadas por el padre Felipe Salvador
Gilij se le llama al venado yama. (Nota del original).
2. Cierto pajarito del Zulia de pico negro. Polioptila plumbea. (Nota del original).
pastos la tierra. Había en diversos puntos espesa maleza dentro de su
superficie. Había cañ adas, y cerros plantados como por allá.
Los venados eran originarios de aquella tierra, no eran transeú n-
tes. Siempre estaban allí, nada los molestaba. Pastaban y dormían
bue- namente.
Pues bien, cuando habían transcurrido muchos días, el venado so-
ñ aba con frecuencia. Ya que nada permanece inmutable, a veces el
contenido de su sueñ o era extrañ o. Otras veces era de contenido
ho- rrible. Soñ aba a cada rato con su tierra y que pastaba en ella.
Otras veces soñ aba con su mujer y que andaba con él. «¿Qué
contenido o significado tendrá mi sueñ o? Así como estoy, ¿me irá
bien en el futu- ro?», pensaba. Pues bien, después fue a donde su
amigo. Le hizo que adivinara para él, le contó el sueñ o.
–¡Qué lástima de ti, que sueñ es así, amigo mío! Sábete que tendrás
un mal destino. Sábete que no vas a ver tu tierra. Pero a ti no te
pasaría nada si ahora mismo te mudases de acá –le dijo
Maja’ló usérrai.
–¡Caramba! ¿Có mo irá a ser mi destino algú n día? –dijo el cuerno 365
de pringamoza. Aunque se quedó afligido por aquello, no se mudó ,
sino que se quedó quieto en su pastadero.

6. Escritores wayuu
Pues bien, un tiempo después soñ ó casi amaneciendo. Tenía
pe- sadillas, durante el sueñ o era víctima de un ventarró n. ¡Có mo
sufría! Rodaba, se le caía el penacho. Se puso triste cuando se
despertó . Dejó de comer, estaba muy asustado con la expectativa
de que algo podía sucederle. «¿Qué significará ahora este sueñ o
mío? ¿Será que yo voy a ser víctima de alguien?», pensaba. Pues
bien, inmediata- mente mandó un recado con la mujer a
Maja’ló usérrai: «que venga a donde mí mi amigo, para que me
adivine un sueñ o que he tenido», le avisó . Y ya que a Maja’ló usérrai
tampoco le faltaban las ganas, respondió :
–Que espere quieto en su casa, mi amigo, que yo a la noche iré
por allá .2
Pues bien, como no hay nada que no se sepa, se enteraron
inmedia- tamente los animales del monte de que Maja’ló usérrai iba a
adivinar.
. El sueñ o que se sueñ a al amanecer está pró ximo a cumplirse,
indica inminencia del suceso. (Nota del original).
2. El narrador hace una señ al como si estuviera alrededor, frente
a él, en semicírculo y no en hilera. (Nota del original).
Por eso fueron llegando salteados en grupas a donde el venado
cuando anochecía. Quizá s ellos se habían pasado el aviso antes.
–Dicen que Maja’ló usérrai va a adivinar por encargo del venado
yama. Quizás vienen malas cosas sobre la tierra. Vamos a escucharle
su adivinanza –dijeron algunos de los animales, aquellos que suelen
ser cazados, como el venado delgado, el matacán, el conejo, el
zorro, el oso hormiguero, el mapurite, la iguana y el tigrillo
(cunaguaro). Los ú nicos a los que no se les oyó hablar fueron aquellos
animales que no suelen ser comidos, como culebras, escolopendras,
zamuros, caricare (chiriguare) y mochuelo de hoyo.
Pues bien, Maja’ló usérrai llegó a donde su amigo cuando la noche
ya estaba un poco cerrada (de nueve a diez). Estaba reunido un grupo
de animales esperándolo, estaban reunidos como por allá .
–Bien, aquí me tienes, ya he llegado, amigo mío. ¿Có mo es exacta-
mente el sueñ o que has tenido, amigo mío? Cuéntamelo de una vez –le
dijo al venado cuerno de pringamoza. Y él se lo contó inmediatamente
todo.
366
–Quisiera que me interpretaras ahora mismo el significado de mi
sueñ o. Tengo mucho deseo de desentrañ ar su sentido –le dijo de una
Literatura wayuu

vez.
Pues bien, Maja’ló usérrai procedió a adivinar. Para ello utilizó una
rama verde. Por su parte los otros animales estaban allí quietos y ca-
llados.
I

«¿Qué novedad revelará él? ¿Có mo será exactamente lo que ya va


a adivinar Maja’ló usérrai?», decían algunos mientras él observaba el
tizó n. De hecho, los pronó sticos de Maja’ló usérrai eran muy
certeros. Tenía clarividencia para adivinar; nunca solía decir
mentiras; por eso él resultaba simpá tico y caía bien a los
animales.
Pues bien, la adivinació n estaba lista, Maja’ló usérrai había tardado
un rato adivinando. Inmediatamente se puso a hablar, empezó a decla-
rar lo que le había indicado su adivinació n:
–¡Qué lá stima de nosotros, que estamos así, amigo mío! Sá bete
que estamos pró ximos a un percance y que tenemos cerca un
problema

. La adivinanza por medio del tizó n de ciertos á rboles (el jashírrü, por
ejemplo). El tizó n es del grueso de un palo de escoba, no echa humo ni
llama, solo tiene la brasa brillante en un extremo. (Nota del original).
serio, pero que se nos echa encima. No es para un tiempo más
tarde. No es ninguna broma; probablemente vamos a morir todos.
Sábete que hacia nosotros vienen muchos cazadores. Tú vas a ser
asesinado junto con tu mujer. Es necesario que se escondan ahora
mismo; o si no que se vayan lejos; puede ser que ustedes se salven.
Háganme caso, no es mentira lo que les estoy diciendo, lo ha visto mi
adivinació n –decía Maja’lá usérrai.
Pues bien, el yama no hallaba qué hacer, sino ponerse
cabizbajo.
Lloraba, se entristeció con todo aquello:
–Claro, por supuesto que sí es verdad lo que has dicho tú ,
amigo mío. Yo ya había soñ ado mucho antes que iba a ser
asesinado. ¿Qué posibilidad tengo ahora de salvarme? El hecho de
que haya mandado a adivinar era ú nicamente para confirmar la
verdad. No importaría que yo muriese; me sentiría contento si
sobreviviese mi mujer para el bien de mi hijo. Que de esa manera él
sería el que crecería en mi pastadero; pero si la asesinan junto
conmigo no existiremos ya más en todo el ám- bito de nuestra tierra, 367
ya que no habrá nadie que nos sustituya –decía el venado yama en

6. Escritores wayuu
medio de su lloro.
–¡Ja ja ja ja! Aquí habrá algú n tonto a quien encontrarán. Aquí
habrá alguno que será alcanzado. Aquí habrá alguno que será muerto,
en cambio nosotros nos libraremos de los perseguidores metiéndonos
en la espesura de los tuneros –decían la perdiz y el conejo.
–Yo por mi parte me meteré debajo de las piedras para
esquivarlos
–decía el oso hormiguero.
–Yo también me voy a esconder en algú n hueco –decía el
mapurite.
–¡Y dígame yo!... voy a correr inmediatamente delante de los
ca- zadores por entre el aritival; para que se caigan y se enreden
detrás de mí –fue el tigrillo el que lo dijo.
–A nosotros, por nuestra parte, nada va a pasarnos a causa de
ellos. Ni aunque nos persiguiesen a caballo; el pedazo de caballo no
podrá con nosotros, lo dejaremos atrás –decían el venado liviano y el
mata- cá n. Pues bien, las voces de los animales formaban un
guirigay:
–Yo haré esto, yo haré esto –decían unos por aquí, otros por allá.
–Ni aunque los perros nos persiguiesen nos alcanzarían –había
quien decía.
–Yo esquivaré a los cazadores subiéndome a las puntas de los
cardones –dijo también la iguana por su lado.
Por su parte Maja’ló usérrai, como nada podía afectarle, estaría
bien lejos escondido. Pues bien, después de todo eso salieron y se
dispersaron los animales. Inmediatamente Maja’ló usérrai salió tro-
tando quién sabe a dó nde. Por otro lado se fue el venado yama con
su mujer a otras tierras.
Pues bien, como lo que había dicho Maja’ló usérrai no era
ningu- na mentira, después de haber hecho él su adivinació n en la
noche, al amanecer del día siguiente llegaban unos cazadores. Ya
que aquella gente no buscaban otra cosa, se dispersaron en distintas
direcciones siguiendo los rastros de los animales. Lo que vieron por
todas partes no era otra cosa que las huellas de los animales que
segú n ellos iban a esconderse. Se escuchaban gritos y latidos de
perros.
La gente que quería comer carne de su presa no era poca; corrían
por todo el contorno. Algunos iban a caballo, algunos a pie. Algunos
llevaban armas de fuego, algunos llevaban flechas. Y otros no llevaban
368
sino rolos. Pues bien, los animales estaban como desesperados.
Algunos eran ojeados desde el matorral. A algunos los empujaban del
cerro hacia abajo. A algunos los sacaban los perros de los huecos. A
Literatura wayuu

otros los baja- ban de los árboles a pedradas. Pues bien, ¡có mo les
hacían sufrir a los animales! Aquellos que antes habían hablado con
tanta euforia se veían ahora impotentes y sin saber qué hacer. Les
echaban los caballos encima para que los pisoteasen. Los acribillaban a
I

balazos; los flechaban; los apaleaban, algunos eran capturados por los
perros, algunos se alejaban escapándose; otros corrían heridos. Pues
bien, ¡qué contentos estaban los cazadores por haber tenido tan buena
suerte aquel día! Algunos lle- vaban colgado a un lado de la cintura
conejos e iguanas. Algunos lleva- ban en las ancas matacán. Y algunos
cargaban oso hormiguero.
Pues bien, los cazadores ya se disponían a dirigirse en fila a sus
casas, pero sorpresivamente fueron vistas las huellas de los venados
yama.
–¡Caramba! Ahí va la huella reciente aú n de un venado. Segura-
mente que el de la huella está todavía cerca, vamos tras él –dijeron
decididos los de las cabalgaduras.
Pues bien, los venados caminaban sin cesar, pero desgraciadamen-
te se le agotaron las fuerzas a la hembra. Por lo cual ellos caminaban

. Con un trotecillo como de lado propio de perros y de zorros. (Nota del original).
lentamente, además se detenían a cada rato a descansar. Pues bien,
como los caballos no son nada lentos, fueron alcanzados prontamente.
–Mira, creo que nos han alcanzado. Tengamos cuidado con nues-
tra vida; vamos a correr para allá –había dicho el yama apenas oyó el
grito hacia allá. Aunque la hembra corrió con él un ratico, sin embargo
de pronto se cayó y no pudo incorporarse; por lo cual él irremediable-
mente no pudo hacer sino quedarse parado junto a ella a la
expectativa. Pues bien, los venados fueron tratados
despiadadamente cuando llegaron a donde ellos. Los hicieron
pisotear por los caballos, los acri- billaron a balazos y además los
mordían los perros. Ahora bien, ¡qué
contentos estaban los cazadores!
–¡Qué bien que hayamos tenido tan buena suerte! Ahora sí nos
hartaremos con la carne de nuestra presa –había quien decía.
Pues bien, después de aquello no tardaron con los venados yama.
Fueron desollados, les abrieron los vientres, les arrancaron los cuer-
nos. Dividieron sus carnes; repartieron a los otros cazadores. Las vís-
ceras o tripero se lo dieron a los perros junto con el venadito. 369
Dicen que segú n la historia así fue el venado de cuerno de chirita,
con el cual se murió también la hembra. Eso de que él era víctima de

6. Escritores wayuu
un ventarró n en su sueñ o, se debía a que iba a ser pisoteado por los
caballos; y en cuanto a que antes se le caía el penacho, era que iban
a arrancarle los cuernos.
Aját’ta müsü’ jaa jia’ (Y se termina esto).
(Jusayú , 986: 69-76)

. En general a los venados los desuellan y les arrancan el cuero en la casa.


En el lugar de la caza solo les quitan las tripas. (Nota del original).
migUeLÁNgeL LÓPe Z [ ViTo APüsHANA-mALoHe]

Katá-Ouu
Vida
Por la fuerza de estar vivo,
siguen los frutos del cactus
alimentando la paz de los pájaros;
siguen mis ojos encontrando
a Iwa y Juyou…
Siguen los sueñ os conciliándonos
con nuestros muertos.
(Apü shana, 2000: 57)

Wayuu
Yo nací en una tierra luminosa
370
Yo vivo entre luces, aun en las noches
Yo soy la luz de un sueñ o antepasado
Busco en el brillo de las aguas, mi sed
Literatura wayuu

Yo soy la vida, hoy


Yo soy la calma de mi abuelo Anapure,
que murió sonriente…
(Apü shana, 2000: 5)
I

A Mmá, la Tierra
Mmá, la Tierra, guarda su bien
para los pasos suaves…
arrojarás en ella las semillas
propias y nacerán compañ ías
generosas.

Mmá, la Tierra, sueñ a


con la humedad de tus pasos…
arrojarás, en ella, las gotas rojas de la

(Apü shana, 2000:


resistencia
y aumentarás la calma del conocer.
Juyapu
Tiempo de lluvias abundantes
Soy el tiempo de lluvia de mi
madre Soy un silencio en los
trupillos
Soy la risa en mis hermanos
Soy la resistencia del andar de mis mayores
Somos una vida simple…
buscamos el agua del corazó n de la tierra.
(Apü shana, 2000: 58)

Woumain
Nuestra tierra
Cuando vengas a nuestra tierra
descansarás bajo la sombra de nuestro
respeto; cuando vengas a nuestra tierra
escucharás nuestra voz, también,
en los sonidos del anciano monte. 37
Si llegas a nuestra tierra

6. Escritores wayuu
con tu vida desnuda
seremos un poco más
felices… y buscaremos agua
para esta sed de vida, interminable.
(Apü shana, 2000:
58)

Erra
Visión
De nuevo la fiebre en la ranchería
Namatiria –la piache–
masca yüi oscuro y
susurra… Es ciega y ve.
Jouktai –el viento del este–
observa tranquilo.
Namatiria masca yúi oscuro y
susurra… está viva y es también el (Apü shana, 2000:
sueñ o: nosotros, la gente, somos
ligeros,
y para no abusar del mundo está
pulowi –el misterio–, la decoració n.
Pulowi no es mala… pulowi es tu miedo…
es tu vergü enza…
es la flor que se hace visible en la noche.

Jouktai sonríe en los trupillos.


(Apü shana, 2000: 49)

marara
El anciano Marara,
de los Uriana de
Taroa, nos visitó de
paso
y habló de las traviesas escondidas
de Ka’i –el Sol–
372
en Palaa –la Mar–.
Nos contó de cien adivinanzas de Pulowi,
Literatura wayuu

una decía:
«Es reflejo de lo que no tiene rostro».

Me dijo: «Te espero un día antes de mi muerte».


I

Desde entonces no he querido ir;


pero ellos saben que solo soy un muchacho. (Apü shana, 2000: 54)

Culturas
Tarash, el jayechimajachi de Wanulumana, ha llegado
para cantar a los que lo conocen…
su lengua nos festeja nuestra propia historia,
su lengua sostiene nuestra manera de ver la vida.
Yo, en cambio, escribo nuestras voces
para aquellos que no nos conocen,
para visitantes que buscan nuestro respeto…
Contrabandeo sueñ os con alíjunas cercanos.

(Apü shana, 2000:


Ipa
Piedra
Allí la piedra de siempre
la de los ancestros:
que guarda miradas
que guarda lagartos.
Es la piedra de tantos muertos,
de tantas lluvias:
que guarda gritos
que guarda plantas.
Es la piedra de tantos vivos,
de tantos silencios:
que guarda corazones
que guarda serpientes.
Allí volverán a cantar los pajaritos
para sacar los sueñ os.
(Apü shana, 2000: 373
49)

6. Escritores wayuu
Lapu-trama
sueño-venado
Busco en el espejo del agua
el rostro del irama
que fui en el sueñ o de anoche…
Hay un chinchorro entre el sueñ o del wayuu
y el sueñ o propio de Mmá –la Tierra–.

Las mujeres continú an


entretejiendo la vida.
(Apü shana, 2000: 52)

Aleker
Araña
Escucho al anciano
y así veo que en mis ojos
están los ojos de wonkulunserrü –el bú ho–,
y descubro que bajo una piedra
se oculta un grito o un silbido
de aire oloroso o amarillo.
Y siento que mata mis brazos;
son también brazos de la arañ a
y la he escuchado: Sheeeseen… sheeeseen…
como el sonido de la persona
que pasa a nuestro lado.
(Apü shana, 2000: 55)

Jierru
mujer
La vida está aquí, plena, entre
mujeres… Mi hermana, la mañ ana
Mi mujer, la tarde
Mi madre, la noche
374
Mi abuela, el sueñ o.
Su festejo, como las casimbas,
Literatura wayuu

es breve y profundo.
(Apü shana, 2000: 55)
I

Rhumá
Esta tarde estuve
en el cerro de Rhumá
y vi pasar al anciano Ankei del clan
Jusayú … y vi pasar a la familia
de mi amigo «el caminante» Gouriyú .
Y vi la sobrevivencia del lagarto
y vi nidos ocultos de paraulata
y vi a Pulowi vestida de espacio…
y vi a Jurachen –el palabrero–
caminar hacia nuevos conflictos…
y vi a kashiwana –la culebra– cazar
a un cabrito perdido,
al ave cardenal salir de un cardó n hueco…
y vi el rojo del ú ltimo sol del día…
y, ya a punto de irme, vi a un grupo de alijuna
venidos de lejos,
felices
como si estuvieran en un museo vivo.
(Apü shana, 2000: 56)

Kaitunali
…en la entrada de Kaitunali
se levanta un cactus de brazos abiertos e inclinados
como gritando: ¡Abrazos aquí! ¡abrazos aquí!

Alieetshi me cuenta que ese cactus es la derrota


de un wanülu en manos de un anciano ciego.

Se llamaba Tuupa y se enfrentó al espíritu del miedo


con extensos soplos ensalivados, 375
como imitando al viento del este: ¡Suuu p! ¡Suuu p!

6. Escritores wayuu
Los espantos huyen del hombre tranquilo, me dice.

Reemprendimos el viaje y poio después miré hacia atrás:


alguien se abrazaba a los largos brazos del cactus.
(Malohe, 2004: s/p)

Palaa
mar
Keenasü Palaakaa te’iralu’u… notpa’alu’u na katakana o’u.
Müin aka tia te’raja akuwalü tü toushi tamaajatkaa
apütüitpakaa shiipüshe peje sünain tü süshikalüirua palaa.

Joolu’u yapashi taya süpüla tantiraainjachin sümaa lapulu’u.


(Apü shana, 200: 57)
mar
Palaa
Palaa se derrama en mi llanto... en la orilla de los vivos,
así despido a mi abuela acompañ ante
que ha dejado sus huesos cerca de las olas.
Ahora me preparo para recibirla en los sueñ os.
(Apü shana, 200: 56)

Vivir-morir
Kataa ou-Outa
Crecemos, como árboles, en el interior
de la huella de nuestros antepasados.
Vivimos, como arañ as, en el tejido
del rincó n materno.

Amamos siempre a orillas de la sed.


376
Soñ amos allá , entre Kashii y Ka’i (el Luna y el Sol),
en los predios de los espíritus.
Literatura wayuu

Morimos como si siguiéramos vivos.


(Apü shana, 200: 64)
I
ANToNio URiANA

Al guaimpiray guajirer
Guaimpiray conversador, vigilante de mi salada curiara eres,
y también sois del tó tem milenario de los bardos Uriana y su lira,
por eso del pensil de la tribu solariega sus lindas mujeres
en la aurora que arrebola y cuando el sol de los venados expira
ó sculo esotérico te envían mirando ritualmente al Jepira.

Trovador insomne que en la cú pula airosa de un soberbio cardó n


o en la enmarañ ada azotea de un lánguido cují añ oso,
angustioso grita al viandante aconsejando precaució n,
porque allá al poniente, vereda abajo, un cró talo moroso
se apresta enardecido a inocular su elixir venenoso.

¡Có mo has estado en mi memoria tío Guaimpiray conversador!,


una tarde me dijiste: «Á mala, esa será tu fiel compañ era, 377
y el sol se abrirá sobre la frente de tu prole cual lírica flor»;

6. Escritores wayuu
y hoy cuando la prisa del tiempo tala a mi alma en la espera
creo verte orondo cantando en la alataya de aquella palmera.
(Ferrer y Rodríguez, 998: 6-
62)

Bochinche bochinche
Los nuevos Judas
en el Sanedrín de los alijunas,
van a vender cara la pobre sangre del guayú ;
los desaforados con burdas caretas servunas
miran a la manada servil con ojos de ñ andú .

El subastador cual rábula de mediocre ralea,


obcecado por su egolatría inicia la sesió n;
los Barrabás están de más en la oscura platea,
no hacen falta; ya el pago ruin está en el calzó n.
El liderzuelo mestizo en el almainar de su alegría
menea su tosco panamá imitando la cola de viejo can,
entre la presencia procaz de su amo émulo de Satán.

Consumatun est gualé ¡Tu aureola está muy lejos todavía!


Pero te juramos hermano guajiro, que esa afrenta
con que herran tu alma noble de silencioso titá n,
en otro proscenio será sanada con aguas del Jordán
para que la milenaria raza nuevamente ría contenta.
(Ferrer y Rodríguez, 998: 62)

378
Literatura wayuu
I
ATALA URiANA

Tu wanee ataakalu
otra piel
Tu wanee atoutaakalu
koo’ oyootaasu taya sunainjee
ojuítusu sutalu’ujee wanee jieru
waraita miuu sumaa talaataa
watta saalia ka’i
eepunaa wopu wuitashiipunaa.

Ayaawajataasu anneeruirua
makalaka shiliwalaírua
iiwoulujutu,
atunkataasu suirun
lapukajatu
jee asusu mapa
alu, ujuushí cha iipunaajee 379
notuma wayu

6. Escritores wayuu
anakana anuiki.
(Ferrer y Rodríguez, 998: 67-
68)

otra piel
Tu wanee ataakalu
Hoy he salido envuelto
en la piel de una mujer que hace muchos soles
caminaba airosa por caminos
orillados de verdor.

Ella contaba ovejas


como estrellas en primavera,
dormía en chinchorro, tejido de sueñ os,
y bebía las mieles traídas desde las
alturas por los hombres de palabra viva.
(Ferrer y Rodríguez, 998: 67-68)
Tanuiki
Tanuiki atukuluja’aleesia
sutoutajee tu sumaiwajatukaa
makatusun nuluu chi wopu
kakalirakai, chi mapusaichikai
sunainjee tia.

Amulooikai mulialu’uin no’ulu ’u tatuushi,


chi a’yalajakai sunainje isaa achiki, aka
maimnashaanin tura alijuna keemakaluirua.
Tanuiki amoulooisu numaa jayeechi
kamu l iainshikai
Jee ashe’eja’ataaka matsamuin
sunain juluja’a aa’in tu shipiuuinkaa
tu wayuu alijuneekaa aa’in.
(Ferrer y Rodríguez, 998: 70-7)

380

Tanuiki
Literatura wayuu

Mi palabra se quedó prendida


en la piel del pasado,
se quedó en el polvoriento camino
que ya está cansado de serlo.
I

Se perdió en los ojos tristes


de mi abuelo
que lloró impotente
ante la diabó lica numerosidad
del extrañ o.
Tanuiki se perdió en el canto melancó lico
y se quedó golpeando
el momento de la oscura reflexió n
del híbrido ser.
(Ferrer y Rodríguez, 998: 70-7)
jUAN PUsHAiNA

La fiesta patronal
José
es wayuu
y marido
de María.
Se enamoraron
en Uyatsira.
Se casaron
en Sirapuwa.
José
parece cojoreñ o
y María jarareñ a.
Una linda noche
al pie
del cerro Aá yajuui
en el rancho de José 38
entre chivos y burros

6. Escritores wayuu
al regazo
de María del
cielo bajó un
niñ o.
Era el hijo de
Ma’leiwa. Nuestro
tata Dios.
Jesú s, María y José vivieron
en Castilletes.
Allí el bebé
gateaba sobre
el espejo de agua
de la laguna de Cocinetas.
También
habitaron
en Winkuwa,
donde Cristo
se irguió
y aprendió
a caminar
sobre
las aguas
del golfo.
José era carpintero
de orillas,
calafateaba botes
desde Chimare
hasta Caimare.
José y María
andaban por
la tierra firme.
Jesú s también
viajaba,
pero caminando
sobre las aguas
del mar.
382
Ahora José
vuelve
a este pueblo
Literatura wayuu

por vuelta
de Maicao.
Paraguaipoa
saluda
I

a José
y a toda
la gente de Dios.
En La Guajira
todas las noches
nacen angelitos
muchachitos igualitos
al Hijo de Dios.
Cuando
madres,
las wayuu
con sus crías
parecen
vírgenes parías.
Toda la sabana
es un
gran pesebre.
Este desierto
será bendito.
En su suelo
debemos sembrar
el amor
para cosechar
la paz.
Jesú s
fue bautizado
cuando grande
metido de pie
hasta las rodillas
en unas aguas
igualitas a Cañ o
Sagua. Jesú s no tuvo 383
padrinos. El viejo

6. Escritores wayuu
Juan Bautista
lo bautizó de pie.
Nadie lo cargó
se bautizó parado,
era grande y sagrado
comía legumbres
como las del mercado
y peces igualitos
a los de Paijana,
Cojoro
g y Kasusain.
A los wayuu
los bautizan chiquitos.
Así también
fui bautizado.
Ahora
cuando grande
y ya jecho,
quiero ser bautizado nuevamente.
No encuentro
a Juan Bautista.
Debe estar
esperándome
sentado
en la playa
mirando al golfo.
Si me bautizan
de nuevo
que sea en Paraguaipoa, como
la vez primera, pueblito
sembrado
de casitas y cocoteros
sobre blancos médanos
que colimado vi
384
muchas veces
entre las orejas
del burro de mi abuela.
Literatura wayuu

Pueblito decorado
en sus fiestas patronales
con lindos gajos claniles
de bellísimas mujeres wayuu
I

montadas en adornadas
y elegantes yeguas,
luciendo vestimentas
multicolores y prendas
de tumas, oro y corales.
Buscaré padrinos
entre los viejos
de este pueblo.
Yo quisiera ser ahijado
de Hilario Maneica,
Cuchon Mingo,
Brioso Meliton Reinoso,
Manuelito Silva,
Carlos Rincó n,
Fernando Arévalo
y Don José Antonio
Semprú n.
Yo quisiera ser
ahijado de
Yawasa’ai,
Aleuta,
Achonushi
y del viejo Ke’imashi.
Yo quisiera ser
ahijado de
Delfina Mapparí,
Olivia,
Zenaida,
Josefina Marín
y de la doctora Carola
Raveil.
Si me bautizan 385
de nuevo

6. Escritores wayuu
quiero que sean testigos
W’a’ lepenta,
Majuncho,
Emelindro,
Chivito,
Callayá ,
Ramonete,
Cochinito,
Panelita,
Gabriel Mendoza,
Chacame Larteal,
y Albino Urdaneta.
Si me bautizan
de nuevo
que me mojen
el cabello
con unas gotas de agua
de un aguacero torrencial.
Que me echen
en la frente
sal de Castilletes
y en el ombligo
agua de Cocinetas.
En mis pies
arena de A’yajuui
y en la boca
agua del tierno coco
de las alegres palmeras
que me vieron al nacer.
Si me bautizan
de nuevo
que sea
metido hasta el cuello
en el cañ o
de Sagua.
386
Si me bautizan
de nuevo
Literatura wayuu

le escribiré
a Piruca,
Jesú s Espina
y Anneeruuta.
I

Si me bautizan
de nuevo
quisiera comer
paledoñ as de Los
Filú os, cojosa
y huevas de pescado fritas
como la vez primera.
Si me bautizan
de nuevo
que me brinden
la dulce
y bendita agua
de los tiernos frutos
de los cocales
de mi abuela.
Si me bautizan
de nuevo
que sea
con un
sol caliente
en un cielo estampado
con nubes sin agua,
igual que medio siglo antes.
Si me bautizan
de nuevo
que sea en una plaza
con calles de arena
sombreadas
por matapalos
y almendrones.
Que me bauticen 387
en aquella iglesia de pueblo

6. Escritores wayuu
olvidado,
al lado
del viejo cuartel
cerquita de la tienda
de María Luisa y Manzanillo.
Si me bautizan de nuevo
llegaré en burro
por los lados de
Ma’liicheein, acompañ ado
de mi madre
vestida con manta
de zaraza nueva.
Esperaré
mi nuevo turno
de bautizo nuevo
comiendo
huevas de ró balo fritas
y bebiendo
la dulce agua
de los tiernos cocos
de las matas
de mi abuela.
Si me bautizan de nuevo
la iglesia tendrá olor
a incienso, aceite de coco, jabó n
«Para mí»,
alcoholado borinqueñ o,
y a pescado frito
igualito
al olor
de los peces de Cesarea el
Jordá n y Galilea.
Ojalá
me bauticen otra vez
para soñ ar
388
que nací de nuevo,
para rescatar mi inocencia, para
Literatura wayuu

pactar con Dios,


para reír y llorar con ganas,
para exprimir
los senos
I

de mi madre,
para estrenar
un trajecito nuevo,
y también
para viajar en burro.
(Pushaina en Ferrer y Rodríguez, 998: 73-67)
RAFAeL meRCADo ePieyú

maleiwa
Maleiwa
me hizo tan hermoso
así como la primavera
que embellece a mi tierra
chispeando de magias
la lindeza en sus ojos
bajo el rocío de su amor.

Me hizo tan
temible así como el
desierto
que flamea en su existir
bajo la ardiente mirada del Sol.

Me hizo lleno de 389


misterio así como

6. Escritores wayuu
Pulhowl
que habita
en las profundidades del mar,
así como la estrella fugaz
que solo un instante
(Mercado, 2003:
brilla en el firmamento. 2)

míranos, señor
Mira, Señ or,
mira mi alma
quemada y quebrantada
como montó n de orquídeas
arrojadas en un basurero.

Mira a tus hijos


descompuestos bajo arbustos
y cubiertos de moscas.
Mira nuestra tristeza,
mira, Señ or,
nuestra desgracia
en la sombra de este bosque fiero.

Míranos, Señ or,


apiádate de nosotros.
(Mercado, 2003: 69)

390
Literatura wayuu
I
josé ÁNgeL FeRNÁNDeZ

Canto de la kaaulayawaa
Ahora que he escuchando el canto más completo
el canto de la «imitació n de la cabra»
conozco por fin el verdadero rostro de la Madre Tierra,
disfruto su coro de llegada:
«He llegado nietecitos míos
no permitan que otros se burlen de mi vejez.
He llegado de lugares lejanos donde no se conoce el verano;
mis tinajas contienen agua dulce,
agua para brotar simientes
agua para calmar la sed iracunda».
Ahora que he escuchado el canto más completo
reconozco por fortuna una voz eró tica
decir en su despedida:
«Ahora sí me voy, nietecitos míos,
regresaré el añ o venidero, 39
las parejas que han unido el corazó n en un mismo chinchorro,

6. Escritores wayuu
el varó n ha de labrar finas maderas para la urdimbre de su mujer,
la mujer ha de preparar y añ ejar chicha en totumas,
necesaria para apaciguar el hambre del varó n
cada vez que se dispone a tejer huertos
imitando el paso de las adolescentes».
Ahora que he escuchado el canto más completo
puedo danzar contigo a pleno mediodía
descalzo y con el corazó n en las manos,
sí, danzar contigo anciana kaa’ulayawaa
como un tributo a la Madre Tierra
orquestado de dú o en dú o
y así reconocer el amor
verdadero entre Juyá y Mma.
(Fernández Wuliana, 2007: 4-43)
sueño oro
Oro, sueñ o contigo.
Oro puro, mi arma en sueñ o,
agua cristalina salta de mis manos
reluciendo tu ensarta de cornelinas,
reluciendo las plumas de pavo real
durante la brillantez de la luna,
reluciendo y reluciendo mi diadema
adornada con plumas de gallo fino.
(Ferná ndez Wuliana, 2007: 5)

392
Literatura wayuu
I
LiNDANToNeLLA soLANo meNDoZA

Fugitivo Palaa
Entra un fugitivo
Palaa, brinda su etílico
sabor
a martes de Morfeo
errante y extasiado
por Kashi. (Solano, 2009: 22)

Akuaippa2
Costumbres
Cuidar el aa’inmajaa
es vestirse de talataa.
Criar con awiirra,
es llenar al karalouukta
de amüliala, 393
Por eso es bueno caminar

6. Escritores wayuu
hacia la wanatsii
de la pütshi,
junto con la apüshi,
para emprender el akua
de retorno al vientre
de Mma.
(Solano, 2009:
44)

. Palaa: Mar; Kashi: Luna. (Glosario del original).


2. Aa’inmajaa (cuidar), talataa (alegría), awiirra (lá grimas), karalouukta (papel),
amüliala (dolor), pütshi (palabra), apüshi (familia), akua (andar), Mma (Tierra).
ViCeNTA mARíA siosi PiNo

esa horrible costumbre de alejarme de ti1


Mamá me colocó la manta y las wairriña nuevas, adornó mi cuello
con los collares de la abuela y amarró sobre mi cabeza su pañ oló n de
mil colores. «Me llevan a conocer Riohacha –pensé– solo una oca-
sió n tan especial puede motivar vestirme así». Me agarró fuerte de
la mano y mis dedos empalidecieron por falta de sangre. Salimos
del rancho, el sol me cegó con su luz, mamá casi me arrastraba.
Volví la cara y vi a mis familiares bajo la enramada, mirando atentos
có mo nos alejábamos. Motsas se protegía del sol con su mano
izquierda. Yo no comprendía nada, solo tenía siete añ os.
La casa donde llegué era grande, con sillas altas; sentada en el sofá,
mis pies no alcanzaban a tocar el suelo. Sentí un mareo cuando
miré el mar por la ventana. Desde ese día lo tuve siempre frente a
mí. Los días aquí no me gustan. Ya no llevo la manta, la señ ora me
394
dio otra ropa y guardó los collares en el jarró n blanco que está sobre
la vitrina de la cocina. Aú n espero a mamá ; cuando me dejó dijo
que volvería pronto y que no llorara. Me engañ ó , volvieron las
Literatura wayuu

lluvias y no viene a buscarme. «Indiecita», me llaman, sin saber que


soy princesa y mi papá el cacique de la ranchería.
Ya conozco todas las habitaciones de la casa. Tengo que asearlas
tempranito. Odio levantarme de madrugada a lavar los platos; el agua
I

fría me estremece y se lo he dicho a Olar, la empleada, y me ha son-


reído.
Le traeré a Olar iguarayaa; a ella le cuento lo que hago en la
ran- chería. A veces, cuando tengo sueñ o, me arropa sobre la silla
de la cocina y me dice:
–Duerme un ratito.
Creo que me quiere. No tengo tiempo para descansar. Có geme
esto, alza aquello, diga señ ora, a la orden, gracias, despídase, lava la
ropa, plá nchala… se pasan el día mandá ndome.
Olar me regaló dos calzones de bolitas y me llevó por la tarde al
mar, recogí varias conchitas y las guardé, para que no me las
quiten, en la caja de mi ropa. «Como podré pagarle a Olar esta
alegría… pue-

. Tomados de su libro El dulce corazón de los piel cobriza.


de ser con los collares, pero están tan altos, en el jarró n blanco sobre
la vitrina de la cocina. Solo arrimando un taburete y subiéndome al
lavaplatos los alcanzo», pensé. En la noche lo hice. Caminé despacio
cuando todos dormían, arrimé la silla y me así al mesó n de
má rmol, como a un matorral de bejucos, pero la vitrina estaba muy
alta, apenas rozaba con la punta de los dedos el jarró n. Intenté
moverlo brincando, le di un manotó n y no se meció ; probé
nuevamente, la vasija se ladeó y pasó cerca de mi cabeza. Se
destrozó en el suelo vomitando mis di- vinos collares. La señ ora
Flor, sus hermanas Guillermina y Natividad y Olar se levantaron
azoradas. Esa noche por primera vez en mi vida recibí una paliza.
No lloré, ¿por qué hacerlo? Había recuperado mis collares, nada
importaba aunque durmiera boca abajo por el dolor en las nalgas.
Mamá llegó a los dos días del accidente. Fui feliz. Corrí y me abra-
cé a sus piernas.
–Me quiero ir contigo –dije.
Ella no me contestó nada y también me abrazó . La señ ora
ordenó 395
que me retirara, y nunca un mandato de la mujer me dolió tanto como
ese. Me quedé cerca, detrá s de una matera. Vi como mamá le entrega-

6. Escritores wayuu
ba un chinchorro, tres mochilas y un collar de coral.
–Comadre, es el pago del jarró n –dijo mamá .
Hablaron más, pero no entendía las palabras. Luego mamá
salió , sin intenció n de llevarme. Corrí por la cocina y atravesé el
patio, me arrastré por el boquete por donde sale el perro y di justo
con el burro en que había llegado mamá . Rápidamente subí al
animal y como un ovillo me metí en el mochiló n de mercar. A los
pocos minutos sentí que el bruto se movía y ya no quise ni
respirar.
Escuché la orina del asno sobre el río. Ya estábamos llegando. Su-
daba por el calor y empecé a moverme en la mochila, mamá descendió
de la bestia extrañ ada, bajó las compras y el mochiló n. Ya en el suelo
salté entusiasmada y corrí en direcció n de la ranchería.
Motsas fue el primero en verme. Mientras tomaba chicha mi papá
hablaba con mis abuelos en la enramada de yotojoro. Miré a Motsas y
sin hablar nos entendimos. Corrimos al río y nos bañ amos hasta que
los ojos enrojecieron por el agua. Motsas llevaba guayuco y unas wai-
rriña raídas por el uso. Su piel curtida brillaba entre las tunas. Le con-
fesé que dormía en una cama de la cual me caía sin falta cada noche.
Por la tarde recogimos los chivos, les quitamos las tunas que
traían prendidas. Trepé en el corral y ordeñ é la chiva parida. Después
volvi- mos a bañ arnos; Motsas hizo piruetas en el agua y salimos
cuando los mosquitos nos acosaron. El cansancio ganó en la noche.
¡Soñ é estar en la ranchería, que sueñ o maravilloso!
Al día siguiente, otra vez sentí el apretó n de mano y los familiares
en la puerta del rancho. Motsas nos seguía, brincando y escondiéndo-
se entre los trupillos, hasta llegar al río.
–Es por tu bien –dijo mamá sin mirarme.
Nuevamente llegué a la casa de las hermanas mandonas, así las
llamaba a escondidas. No entiendo por qué vine aquí si nada me falta-
ba en la ranchería. Allá libremente brincoleaba por la salina inmensa,
robaba los nidos de las tó rtolas en las noches y mi abuela no me decía
nada cuando me bañ aba incontables veces en el arroyo. La veía llenar
sus mú curas con parsimonia y podía hacerlo más aprisa, pero me daba
tiempo para zambullirme má s en la corriente.
El tiempo pasaba. La rutina volvió . Haz esto, mueve aquello,
396
diga a la orden, desee buenas noches, indiecita nuevamente.
Trabajaba y era el hazmerreír de las mandonas, pues como poco
Literatura wayuu

sabía castellano, cada palabra mal pronunciada (y eran todas), las des-
ternillaba de la risa.
Llegó una época llamada Navidad. Ayudé a armar un hermoso
á rbol de pasta y un pesebre. El siete de diciembre no dormimos,
I

es- peramos el amanecer en la puerta cuidando unas velitas. Los


vecinos hacían lo mismo. Esa noche habían sacado una vajilla especial
para la cena.
–La compró mi finada madre a los contrabandistas de Aruba –dijo
Flor, orgullosa–. Es auténtica porcelana china.
A las seis, antes de acostarnos, Guillermina, empecinada, me
mandó a lavar la vajilla. Nunca había trasnochado y los ojos me ardían.
Más por culpa del agotamiento y no del descuido, la porcelana
china completa cayó al suelo y se deshizo íntegra. En varios días no
pude sentarme, mis nalgas encarnadas lo impedían. Mamá vino y esta
vez pagó con dinero la porcelana. También trajo como regalo para
Flor, mi madrina, seis gallinas y un cabrito. A mí me obsequió una
cántara de chicha, pero no la probé por estar castigada. Cuando mamá
se iba salí por el patio, como la primera vez, pero no me escondí en el
mochiló n.
Esperé e hizo lo que pensé: revisó la carga cerciorándose que no
estaba en ningú n bojote.
Miré bien por donde caminaba y la seguí. Era difícil alcanzarla
porque montada en el asno ganada distancias, pero pronto apareció el
camino conocido. Antes de cruzar el río la llamé a gritos; enojada,
se apeó del animal y me zarandeó .
–Si te llevo a casa de mi comadre es por tu bienestar. Te educarán
y podrás ser otra persona, con buenas costumbres. Agradecida le esta-
ré toda la vida. Te voy a llevar y si te devuelves será la primera vez
que te peguen. No quiero una queja tuya.
«Mamá no sabe –pensé– de las azotainas de mi madrina». Sin cru-
zar el río nos devolvimos. Hice el viaje en el anca del burro. Los
car- dones tristes decían adió s con sus brazos de espinas y aquella
indiecita Epieyu lloró . Su madre la india Machonsa no pudo detener
su dolor y justo cuando un karikari atravesó el cielo, abrazó a su hija,
pero apretó la já quima y el animal apuró el paso.

 397

6. Escritores wayuu
Han pasado ocho navidades y no he visto a mamá. Voy al colegio.
Sé por mis amigas que dibujo bien. Olar siempre alaba mi aseo y
or- den. No volví a quebrar nada. Me tienen confianza y puedo
disponer de todo en la casa. Natividad, Guillermina y Flor son
solteronas. Aho- ra que las quiero deseo que consigan novio, pero el
ú ltimo tren les pitó antes de llegar yo a su hogar.
En esta Navidad pedí permiso para realizar una fiesta y me lo
concedieron. Las mandonas ese día se encerraron temprano para no
escuchar la mú sica. Por la tarde, alguien dijo que me buscaban y
salí a la puerta. Una mujer mayor con una manta floreada, seis
gallinas y un cabrito me esperaban junto a un burro. Era mamá.
Estaba curtida y arrugada por el sol. Me abrazó y sentí su olor a
humo. Me separé rápidamente pensando que podría ensuciarme el
vestido de la fiesta. La metí a la casa por el portó n del patio, para
que no la vieran, pues había invitados en la sala.
–Vengo por ti, es tiempo de volver a los tuyos –dijo mamá.
–No puedo, mi madrina me necesita –contesté.
–Ella tiene a sus hermanas –añ adió mamá.
–Yo les atiendo la casa –repuse.
–Le dije a tu madrina que volvería cuando crecieras.
–No me quiero ir –dije secamente.
Mamá se fue, y no salí hasta cuando supuse que iba lejos. En las
vacaciones de mediados de añ o Flor me obligó a ir a la ranchería, dis-
tante diez kiló metros de la ciudad. Motsas es un hombre ya, sacrifica
chivos y vende la carne en el mercado de Riohacha. Mi abuela está cie-
ga y no da para pararse sola. Cuando llegué todos me miraban
como algo extrañ o. Todos han cambiado, excepto el paisaje
inquebrantable del desierto.
La primera noche no pude dormir por los zancudos y me caí
del chinchorro. Añ oro la luz eléctrica y los programas de televisió n.
Me aburro demasiado y no me gusta bañ arme en el río, veo el agua
dema- siado sucia. Solo duré una semana.
En cada asueto voy unos días y cada vez demoro menos.
Cuando me encuentro con algú n familiar en el mercado me
398
escondo para no saludarlo. Ni yo misma me explico este desafecto a
mi raza. En la ma- ñ ana vi a mamá con unos sacos de carbó n de
madera y no me atreví a llegar donde estaba. No soy feliz en la
Literatura wayuu

ranchería, mucho me he acos- tumbrado a la ciudad, pero tampoco


ella me acepta. Los rasgos de la tribu me delatan. En cualquier fiesta
soy la indiecita. Tengo confusió n de sentimientos. Creo mía esta casa
ajena y de mi Guajira indomable ni recuerdos tengo ya.
I

Tardo mucho en conciliar el sueñ o. Intento darle sentido a esta


pensadera y no encuentro respuesta. Hoy una vecina, porque el perro
ensució su terraza, me ha gritado las palabras que por añ os buscaba y
no hallaba:
–¡India desnaturalizá y desgraciá!
(Siosi, 2002: 49-6)

La señora iguana
Hacía un añ o que no llovía en Panchomana. Los trupillos
habían perdido sus hojas, las yerbas saladas estaban secas y el suelo
parecía

. Cuento ganador del Concurso Nacional de Cuento


Infantil, Comfamiliar del Atlá ntico, 2000.
arrugado. La señ ora Iguana estaba cansada de buscar alimento y se
detuvo a reposar sobre un cacto candelabro. Pasaron sobre su cabeza,
volando al occidente, cuatro tó rtolas, ocho perdices y una bandada de
cotorras cara-sucia. También apareció un osito hormiguero. La señ ora
Iguana le preguntó :
–¿A dó nde van tan de prisa?
–A la granja de la señ ora Josefa, allá hay agua y buena comida –
res- pondió el animalito.
–¿Y có mo se llega a ese lugar? –preguntó entusiasmada la señ ora
Iguana.
–Después del cementerio Apshana, pasas por la escuela Santa
Rita, atraviesas el río Calancala, y como a un kiló metro encontrarás
una loma amarilla, esa es la granja de la señ ora Josefa, ella es muy
buena –explicó el osito hormiguero.
La señ ora Iguana dio las gracias y emprendió el camino. Vio las
bó vedas blancas del camposanto Apshana brillando bajo el sol, la es-
cuela Santa Rita pintada de dos colores y el Calancala completamente
399
seco por el verano. Siguió andando y rodeada de nubes divisó la loma
de arena amarilla.

6. Escritores wayuu
A medida que se acercaba escuchaba el canto feliz de las aves.
En las copas de los árboles había paraulatas, canarios, cardenales
guajiros y hasta conoció el famoso pájaro utta que tiene bigotes y es
de color marró n con un collar blanco en el pescuezo.
Subió por la loma hasta encontrar una choza de barro y techo
de palma. Estaba cercada por á rboles de tamarindo, jovita,
aceituna, marañ ó n y ciruela. Sus ramas largas daban sombra y el
clima era fresco. Junto a la casita había una enramada y un jardín
donde se asomaban coquetas flores de trinitarias, cortejos, corales
y rosas de La Habana.
De pronto apareció la señ ora Josefa, se acercó a un pozo, tiró
de una cuerda y sacó del fondo un balde con agua; llenó dos baldes
que estaban junto al pozo y empezó a regar los árboles uno por uno.
Des- pués mojó el jardín y por ú ltimo rellenó una fuente en el
centro del patio donde docenas de pajaritos se acercaron a beber sin
miedo.
La señ ora Iguana decidió treparse en la palmera má s alta de la
granja. Desde allí pudo ver el desierto extendiéndose plano hasta
tocar el mar.
En la mañ anita los pájaros inundaron con sus trinos el
ambiente, y antes de levantarse el sol en el oriente la señ ora Josefa
salió a bañ ar nuevamente sus palos. Al terminar barrió las hojas que
caían al suelo y las apiló en una zanja alejada un poco de la casa.
Al cocotero donde estaba alojada la señ ora Iguana se acercó una
paloma.
–Buenos días, no la había visto por aquí –dijo el ave.
–Vine ayer del desierto de Panchomana y estoy sorprendida de ver
la felicidad de los animales –explicó la señ ora Iguana.
–Vivimos en paz –expresó la paloma– la señ ora Josefa nos
regala agua, no permite que nadie robe nuestros nidos y prohibió a
sus nietos acosarnos con hondas o escopetas.
–Pero no he visto ningú n niñ o por aquí –añ adió la señ ora Iguana.
–¡Visitan los domingoooos! –gritó la paloma antes de volar por el
cielo azul.
La señ ora Iguana caminó entre las ramas y se acomodó en un acei-
tuno. Tomó dos hojitas y se las comió . Estaban dulces y frescas. Desde
400
allí podía ver a la señ ora Josefa tejiendo un hermoso chinchorro mul-
ticolor bajo la enramada.
Literatura wayuu

«Es bueno tener amigos», pensó la señ ora Iguana, y se puso a con-
versar con las gallinas. Le contó cómo era Panchomana a las guacha-
racas y hasta fue a saludar a cinco cerditos en un corral.
–Aquí puedes vivir tú también porque la señ ora Josefa es muy bue-
I

na –aseguraron todos.
El domingo muy temprano llegaron diecisiete nietos y ocho
hijos de la señ ora Josefa. El bullicio de sus voces alegró la granja.
Ayudaron a regar las plantas, armaron un fogó n y entre todos
prepararon una sopa. Después del almuerzo colgaron chinchorros en
la enramada, al- gunos descansaron, otros se pusieron a jugar estrella
china y los más pequeñ os corrían tras una pelota.
En la tarde, antes de irse, Rebeca, hija de la señ ora Josefa, roció
con petró leo las pilas de hojas secas y las quemó . Se armó tal
llama- rada que los pájaros volaron despavoridos a resguardarse del
humo.
Todos los días después de regar los árboles la señ ora Josefa tejía sus
chinchorros multicolores. La señ ora Iguana le comentó al conejo gris:
–Quiero aprender a tejer chinchorros para ayudar a la señ ora
Jo- sefa.
–Tus manos son muy cortas y no podrás trenzar los hilos –dijo el
conejo.
–Voy a practicar –añ adió la señ ora Iguana.
–Te puede ayudar el pájaro gonzalico, que teje sus nidos como una
gran mochila –informó el conejo.
–Buena idea –concluyó la señ ora Iguana y salió a buscar al gon-
zalico.
Lo encontró acariciando sus pichones y le pidió colaboració n.
–Construyo mi nido con el pico, voy colocando ramita por ramita.
Hago alrededor de cuatro mil viajes, pues a veces se me caen los pali-
tos. Pero no se nada de chinchorros –se excusó el gonzalico.
Al siguiente domingo la señ ora Iguana se encaramó en un á rbol
de acacia. La señ ora Josefa estaba enseñ ando a su nieta Sibil a tejer
chinchorros, y la señ ora Iguana no quería perderse la clase. De
repente un viento del sur empezó a mecer los á rboles, era tan
fuerte que las ramas se agachaban casi tocando el suelo. La señ ora
Iguana, nerviosa, se agarraba con sus patas delanteras al tronco.
40
Otra arremetida del viento del sur hizo que la señ ora Iguana cayera
al suelo haciendo un ruido al golpe de su cuerpo con la tierra. Su piel

6. Escritores wayuu
verde contrastaba con la arena amarilla. La señ ora Josefa la vio y lanzó
un grito.
–¡Mátenla o acaba mi jardín!
Al instante los muchachos se armaron de piedras y palos. La señ o-
ra Iguana corrió llena de pavor, sentía su corazó n latir
apresuradamen- te. Las piedras le pasaban cerca de la cabeza y un
palo alcanzó a herir su cola, pero no se detenía. Angustiada y sin
fuerzas se ocultó entre unos cardones. Cuando los niñ os se
devolvieron, muy triste la señ ora Iguana se puso a llorar.
Decidió marcharse de la granja. Una ardilla que comía coco la lla-
mó .
–Venga usted hoy a almorzar conmigo.
–No puedo; abandono la granja para siempre –respondió la señ ora
Iguana y le narró lo sucedido.
–Habla con la señ ora Josefa y cuéntale que tú no dañ as su jardín.
–Es imposible. Tan pronto me vea querrá matarme.
–Entonces escríbele una carta.
–No sé escribir –dijo la señ ora Iguana.
–Aprende –le animó la ardilla.
Después de darle las gracias por el consejo, la señ ora Iguana se
encaminó a la escuela Santa Rita.
Con dificultad trepó por la pared, se agarró de los calados y se
acomodó en la ventana. La maestra Nicolasa enseñ aba las vocales a los
niñ os. Con un mes de clases aprenderé a escribir de corrido –pensó la
señ ora Iguana–. De repente un alumno la vio y empezó a gritar.
–Una iguana, una iguana.
Se formó tal alboroto que los niñ os corrían despavoridos. Los más
grandes empezaron a lanzarle peñ ascos. Temblando de miedo, la se-
ñ ora Iguana subió al techo y se escondió en una gá rgola. Como los
estudiantes no pudieron trepar a la azotea volvieron a su saló n.
Solo cuando aparecieron las estrellas en el cielo la señ ora Iguana
bajó del techo y se perdió en los matorrales.
Triste y sola la señ ora Iguana lloraba en un cacto. De pronto
apa- reció en el camino una joven. Asustada intentó huir, pero la chica
can- taba alegre mientras tomaba unas fotografías.
402
Le tomó fotos al cielo lleno de nubes blancas, a un rebañ o de
ca- bras y de pronto la vio, y también le tomó una foto.
Literatura wayuu

–Que linda iguanita –expresó la joven.


La señ ora Iguana se alegró de que alguien no quisiera matarla y se
atrevió a hablarle.
–Niñ a, pish, pish. ¡Niñ a! –la llamó .
I

–Oh, puede hablar –dijo admirada la chica.


–Sí, puedo, y deseo pedirle el favor de escribirme una carta.
La señ ora Iguana contó su historia. La joven dijo que conocía a
la señ ora Josefa y se comprometió a traer la respuesta al otro día. Sacó
de su morral papel y lá piz, y escribió la siguiente carta.
Señ ora Josefa:
Por favor no me mate. Yo amo la vida. Me maravilla cuando los á rboles de
cañ aguate se visten de flores amarillas que se divisan en la distancia.
Como me dijeron que usted es muy buena voy a su jardín y tomo unas ho-
jitas, pocas, porque mi estó mago es pequeñ o, incluso son más las que caen a
tierra y usted debe barrerlas y apilarlas, y he visto a su hija Rebeca
quemarlas.
Un día estaba observándola tejer sus chinchorros multicolores con deseo
de ayudarla, cuando un viento del sur me tiró al suelo. Usted me vio y dijo
a sus nietos «mátenla» y ellos me acosaron con piedras. Si hubiese sentido
có mo
latía mi corazó n seguramente hubiese detenido a esos muchachos. Gracias a
Dios no me alcanzaron.
Quiero tener hijos para asolearlos y pasearlos por las lagunas aspirando
el aroma de las cerezas después de las lluvias mientras escuchamos la mú sica
de los pá jaros. Por favor no me mate.
Atentamente,
La señora Iguana

La señ ora Iguana esa noche casi no pudo dormir.


–¿Qué contestaría la señ ora Josefa? Le preguntaba a la Luna, pero
la Luna solo se sonreía con su cara redonda.
Al mediodía llegó la muchacha.
–La señ ora Josefa te pide perdó n por causarte tanto dolor y te
in- vita para que vivas en su patio.
La señ ora Iguana se puso contenta y emprendió el camino a la
granja. Cuando llegó a la entrada encontró un aviso grandote que de-
cía: «Prohibido matar iguanas».
(Siosi, 2002: 8- 403
94)

6. Escritores wayuu
es TeRCiLiA simANCA PUsHAiNA

el encierro de una pequeña doncella


«Llevo treinta lunas tratando de aprender lo que mamá y las viejas
Yotchó n y Jierrantá me enseñ an. Mi piel cobriza se ha tornado pálida
y mi cabeza envuelta en un pañ oló n que esconde lo que le han hecho a
mis cabellos se pregunta: “¿Cuánto durará este encierro que me hace
sangrar?”», pensaba Iiwa-Kashí, mientras la bañ aba su madre.
Era de madrugada, las estrellas decían que podían ser las cinco.
Estaba sentada en una gran piedra y el agua tibia del cocimiento de
hojas y bruscos del monte apacigua el frío de la madrugada que le
penetraba hasta los huesos. Su madre la bañ aba de la cabeza a los
pies. La restregaba con hojas y le sacaba los residuos que le queda-
ban después del frote con el agua verde del cocimiento. Su madre
no dejaba de echarle agua con la totuma hasta no acabar la ú ltima
gota:
404
–Ya está –decía Ketchó n al terminar de bañ ar a su hija.
Iiwa era conducida por su madre al interior del rancho envuelta
en una sábana. Sentada en una butaca ella misma se secaba, pasaba
Literatura wayuu

sus manos sobre su cabeza para sentir esa sensació n de estar tocando
un retoñ o de tuna con espinas tiernas. «Parezco un erizo», pensaba.
«Antes de mi encierro tenía mis cabellos por la cintura. Siempre desee
cortarlos, como las profesoras alijunas que llegan a Uribia a dar clases
I

en el internado donde yo estudiaba, con sus caritas rosaditas y sus


cintitas de colores en la cabeza; pero nunca dejármelo tan corto, como
me lo dejó mamá .
»La culpa de todo la tuvo la vieja Yotchó n, quien decía que me
lo cortaran hasta el pegue del cuero “Moocholokalü ekii (bien
cortico)”, decía cada vez que mamá cortaba un mechó n de mis
cabellos. Yo sen-

. Yonna: baile de la cultura wayuu. Tu’uma: piedra semipreciosa, de gran


valor para los wayuu. Wararat: árbol que crece en la península de La
Guajira, de característica recta y flexible. «Mandar la palabra»: cobrar
una ofensa. Iiwa-Kashí: nombre compuesto, significa «Luna de
primavera». Jimaai: se utiliza como nombre propio, significa «joven
(doce-catorce añ os)». Marakariita: Margarita. Pitoria: Victoria. Jagüey:
lugar donde toman agua los animales (cabras, chivos). Ipapüle: ranchería
ubicada en la frontera con Venezuela, en el Municipio de Maicao; su
nombre traduce
«Lugar de piedras». Ichichon: ranchería indígena wayuu, traduce salecita».
tía el sonido de la tijera haciendo desastres en mi cabeza y hasta tuve
miedo de que mamá me volara una oreja. Era como si estuviera
cor- tándole la lana a un ovejo, para que mamá Pitoria, mi abuela,
hiciera con ella una mochila. Luego era un frío en mi cuello y mi
cabeza la sentía liviana. Solo hasta ese día pude ver, o má s bien
recordar, lo grandes que tengo las orejas. En el internado nunca me
quise recoger el cabello porque no me gustaba que me las vieran y
por mucho que me gustaran las cintitas de colores que usaban las
profesoras, nunca las usé porque así también se notarían mis grandes
orejas. Ahora están a la vista de mamá y de las viejas Yotchó n y
Jierrantá. Es por eso que uso este pañ oló n: no tanto para ocultar lo
que le han hecho a mis ca- bellos, sino para ocultar mis enormes
orejas. La vieja Yotchó n no hace otra cosa que decirme juche’e
puliikü, oreja de burro».
La vieja Jierrantá llegaba siempre con la mañ ana. Traía chicha
tibia y cerrera para Iiwa. Era lo ú nico que consumía durante cierta
etapa de su encierro. Iiwa ya se había acostumbrado a tomar la chicha
405
simple, sin azú car ni panela. Al principio protestaba, pero Ketchó n su
madre, y las viejas Yotchó n y Jierrantá parecían no escucharle.
–¡Irasü taya! Estoy simple, estoy simple. ¡No he comido nada

6. Escritores wayuu
con azú car ni sal en este encierro, es por eso que estoy tan pálida y
flaca!
–terminaba llorando la pequeñ a doncella que aú n no comprendía por
qué la habían encerrado.
«Durante todo este tiempo he visto por las rendijas de la puerta
como mis tíos han construido un telar en la enramada del rancho don-
de me encuentro, y como han colocado sábanas alrededor de la enra-
mada para ocultarme de las miradas de la gente. Antes de que hicieran
el telar, las viejas Yotchó n y Jierrantá me enseñ aban a tejer mochilas,
pero debo confesar que mis manos no son como las de la doncella
desconocida de la leyenda de waleket, la leyenda de la arañ a, de donde
dicen los viejos que los wayuu aprendimos a tejer. Aú n no aprendo
lo má s sencillo y las puntadas se me enredan. Si de mi progreso en
el tejido dependiera mi salida de este encierro, creo que me quedaría
encerrada de por vida.
»Hace días escuche la voz de mi tata. Quise salir a su
encuentro, pero me lo impidió la vieja Yotchó n agarrándome
bruscamente por la cintura y arrojándome al piso de tierra del rancho.
En esos momentos lo que sentí fueron unas ganas intensas de agarrar
la vara de wararat
que había en uno de los rincones y pegarle una limpia para desqui-
tarme de sus burlas por mis grandes orejas y por ser tan bruta para
aprender a tejer –como ella siempre me decía cuando me equivocaba
en una puntada–; pero no pude. Yotchó n era hermana de mi mamá
Pitoria, mi abuela. Y así toda esa rabia se tradujo en un
incontenible llanto que comenzó esa mañ ana y terminó al medio día
con sollozos.
»Después supe que mi tata había traído más hilo para tejer y un
saco de maíz para que prepararan la chicha. Pero esta vez me tocaba
moler el maíz, picar la leñ a y prender el fogó n. ¿Por qué me tocaba
hacer esto, si siempre hemos tenido sirvientes que lo hagan? Recordé
a Karrawa, nuestra sirvienta, y pedí a mamá que mandaran por
ella, pero se negó . “Tú tienes que aprender”, fue lo ú nico que me
dijo. A mamá parecía no importarle que mis brazos estuvieran
cansados de tanto darle vueltas a la manivela del molino. Yo nunca
había preparado la chicha, solo la endulzaba a mi gusto y me la
406
tomaba. Nunca había picado leñ a; a veces iba al monte a acompañ ar a
Karrawa cuando ella la buscaba y nunca había prendido el fogó n
porque siempre me fastidió el fogaje en la preparació n de los
Literatura wayuu

alimentos cuando Karrawa o mamá lo hacían. Nunca quise tomar


chicha mascá porque me daba asco. Es que eso de mascar uno la
chicha y escupirla en una totuma para que otro se la tome nunca
pareció agradarme, y ahora resulta que tengo que mascar chicha
I

para unos invitados de mi tío Shankarit.


»Para ese tiempo aú n no conozco los motivos que me llevaron a este
encierro, lo ú nico que me da vueltas en la cabeza, como el sonido de la
campana en el internado, es si volveré a estudiar. Ya casi se acaban las
vacaciones y no he escuchado a mamá hablar de los preparativos para
partir a Uribia. En esta época del añ o siempre viajamos a Maiko’u a
comprar todo lo necesario para nuestra estancia en el internado. Re-
cuerdo que mamá nos compraba a Jayarra (mi hermana menor) y a mí
jabó n chino, porque ese duraba más que los otros, champú de romero
para nuestros cabellos negros y telas de algodó n para nuestras
mantas. Nuestro baú l de madera se llenaba con las nuevas cosas y
se hacía necesario arrastrarlo por su peso. Al abrirlo desprendía una
fragancia de sándalo y romero que nos caracterizaba a la mayoría de
las internas. Jayarra, mi hermana, era la encargada de llevar las
llaves del baú l en la cadenita que siempre portaba en el cuello,
porque yo era muy ol- vidadiza. Hasta que en una madrugada,
cuando venía de regreso del
bañ o fue asaltada por otras internas que le arrancaron de un zarpazo
la cadenita con la llave de nuestro baú l y fue retenida en el bañ o mien-
tras las otras lo saqueaban. Jayarra, por la oscuridad, no pudo saber
quiénes eran; en realidad nunca lo supimos, todas las internas usaban
jabó n chino y champú de romero, todas olían a sándalo y a romero. De
aquí en adelante yo llevaría las llaves amarradas a la cadera, junto con
la aseguranza de piedra coralina. A nosotras nunca nos volvieron a sa-
quear el baú l, pero a otras internas sí. Ahí no se sabía quiénes eran las
que tomaban las cosas, lo que se sabía era que había muchos niñ os que
eran enviados a los internados porque en sus rancherías no había nada
que comer, y solo llegaban al internado con lo que tenían puesto. Se
que en Nazareth también hay otro internado indígena al cual llegan las
madres y le ruegan a los misioneros capuchinos que se queden con sus
niñ os “Porque en la ranchería no hay comida, no hay agua en el jagüey,
y las cabras no dan leche y allá solo se morirían de hambre”, les dicen».
La vieja Jierrantá, la menos rígida con Iiwa durante la etapa de su
encierro, le daba brebajes a la doncella wayuu para purificar su espíri-
407
tu y preservar su belleza india. Iiwa los tomaba a empellones, cada día
era má s rebelde, la monotonía la llevaba a comportarse como una chi-

6. Escritores wayuu
quilla altanera, pero el caminar poco y mantenerse acostada la
estaban volviendo en una ermitañ a. Se negaba a seguir con las clases
de tejido y a conversar con las viejas Yotchó n y Jierrantá de cosas
de mujeres. Pasaba horas en el chinchorro que habían dispuesto para
ella desde el encierro y se mecía con fuerza hasta hacer crujir la
madera del rancho. Ketchó n, su madre, la obligaba a bajarse tomando
la vara de wararat pegá ndole por debajo del chinchorro.
Una noche, mientras miraba la luna por un hueco que había en
el techo del rancho, pensó en Jimaai y recordó su aventura por
Maiko’u y el collar que él le había regalado y que su madre le quitó al
momen- to del encierro «Me pregunto si me recordará. Si habrá
pasado por nuestra ranchería ¿Por qué no lo escucho cantar, ni lo
siento cuando viene de regreso de pastorear? ¿Habrá preguntado por
mí? ¿Sabrá de mi encierro? Y… si lo sabe, ¿quién se lo dijo? ¿Por qué
no ha intentado acercarse? ¿O es que ya no extrañ aría mi presencia en
vacaciones? ¿Ni se extrañ aría al ver a Jayarra irse sola al
internado?
»Otra luna –siguió pensando–. Ya con esta son ciento cincuenta
lunas, y aú n no termina este encierro. Có mo quisiera verme en el
espejo, saber có mo he quedado después de que mi mamá me cortara
el cabello. Apenas puedo ver mi sombra durante el día, y sí: me ha
crecido un poco, pero no lo suficiente para cubrir mis orejas».
En la madrugada Iiwa soñ ó con una arañ a que al descender de un
hermoso árbol se convertía en una doncella. La doncella desconocida
halaba hilos de colores de su boca, y hacía hermosos tejidos. Iiwa,
en el sueñ o, se le acercó y vio có mo la doncella hacía con sus
delicadas manos tejidos que las viejas Yotchó n y Jierrantá jamás
habían hecho. Figuras desconocidas para Iiwa, pero se asemejan a
las figuras que tejía una artesana de Nazareth, que Iiwa había visto
algunas veces en Uribia. Iiwa pidió a la doncella desconocida que le
enseñ ara; esta sacó más hilo de su boca y le enseñ ó a Iiwa las
puntadas que no aprendía con las viejas Yotchó n y Jierrantá. Al
llamarla su madre para el bañ o, Iiwa despertó pensando en el sueñ o
y se preguntó si todavía recordaría lo que había aprendido en él.
Cuando terminaron de bañ arla se vistió rápidamente, buscó los
408
hilos que su tata Valencia le había traído. Se sentó debajo de la
enra- mada y empezó el tejido que la doncella desconocida le había
ense- ñ ado. Iiwa sonreía al ver có mo al combinar los hilos iban
Literatura wayuu

surgiendo figuras perfectas, que sorprendían a las viejas Yotchó n y


Jierrantá. A partir de ese momento Iiwa sorprendió con una variedad
de tejidos y combinació n de colores que entusiasmaba a toda su
familia. Iiwa, duró un añ o soñ ando con la doncella desconocida que le
I

revelaba con sus manos y sin pronunciar una sola palabra, más y más
secretos del tejido wayuu. Iiwa nunca le revelaría a sus institutrices
y a su madre sobre sus clases secretas de tejido. En el ú ltimo sueñ o
con la doncella desco- nocida, porque nunca los volvió a tener, Iiwa
recordó en él la leyenda de waleket y descubrió que aquella doncella
era la misma que se había convertido en arañ a al ser descubierta por
su protector, el cazador que la salvó al encontrarla sola y
desamparada en el monte. Este la adoptó y la llevó a su ranchería y en
agradecimiento, todas las noches, cuando nadie la veía la doncella
desconocida halaba hilos de su boca y reali- zaba hermosos tejidos
para el cazador. Una noche fue vista por él y al ser sorprendida se
convirtió en arañ a y huyó hacia un árbol. Desde entonces quedó
convertida en waleket, en arañ a.
Así fue transcurriendo el tiempo y el encierro de Iiwa era cada vez
más satisfactorio para su madre y sus institutrices, las viejas Yotchó n
y Jierrantá, quienes se disputaban las virtudes artesanales de Iiwa di-
ciendo cada una que la pequeñ a doncella había aprendido gracias a la
rigurosidad que cada una imprimía a sus clases.
Su piel era cada vez más tersa y menos cobriza, sus cabellos
negros y vírgenes habían crecido logrando ocultar sus orejas. Su
nueva figura delgada había dejado atrás a la niñ a gordita de cara de
luna, para darle paso a la majayut, la señ orita que había despertado
en el encierro.
Iiwa escuchaba atenta a las indicaciones dadas por su madre y por
sus viejas institutrices. Tomaba los brebajes preparados por la vieja
Jierrantá sin chistar. La vieja Yotchó n, al ver el nuevo comportamiento
de Iiwa dejó de llamarla juche’e puliikü –oreja de burro– y empezó
a tratarla con respeto y más cariñ o. Su madre, en tiempos de luna
nueva cortaba las puntas del cabello de Iiwa para que le creciera más
rápido. A inicios del segundo añ o de su encierro, la doncella se enteró
que Jimaai se había ido de su ranchería, pero esta vez no fue a
Maiko’u. Su destino era más allá de la frontera. Se había ido con sus
409
hermanos mayores desde que se enteró que Iiwa había sido
encerrada. Desde
entonces ya no se habían visto en las vacaciones, que tanto esperaba
Jimaai para ver a Iiwa que venía del internado de Uribia. Se

6. Escritores wayuu
entriste- cía al imaginarla en el encierro y teniendo como compañ ía
a la vieja Yotchó n, que a todos les tenía sobrenombre, a él, por
ejemplo, le decía Mo’usaichon –que quiere decir «el que no tiene
ojos»– por los ojos pequeñ os y rasgados de Jimaai. Intentó en tres
ocasiones acercarse al encierro de Iiwa, pero fue sorprendido por la
vieja Yotchó n, quien en las tres oportunidades lo persiguió con una
vara de wararat y en la ú ltima fue hasta Ichichon, su ranchería y
habló con Karouna, la madre de Jimaai por intentar ver a una
princesa en su encierro. Desde ese momento, y para evitar
problemas, Jimmai fue enviado con sus hermanos mayores a las
serranías de Perijá .
Al enterarse Iiwa de los hechos ocurridos con Jimaai, las
pregun- tas que se hacía en sus noches de encierro ya tenían
respuesta. El joven Jimaai sí la extrañ aba. Al principio se
preguntaba: «¿Por qué Iiwa ya no recoge pichiguelos?, ¿por qué la
han encerrado y la han apartado de nosotros?, ¿por qué tiene puesto
la tía Ketchó n el collar que le regalé a Iiwa, si prometió nunca
quitárselo?, ¿por qué no dejan que yo la vea?». Su abuela, Marakariita,
quien parecía escuchar sus pensamientos y preguntas sin
respuesta, le dijo:
–Cuando Iiwa salga de su encierro ya no será la misma. La niñ a
con la que jugabas a tumbar cotorritas de sus nidos y a la que le re-
galabas tortolitas se ha ido. Ahora será una doncella cuya belleza solo
se podrá comparar con la luna de primavera. Su encierro terminará
como el de todas las princesas, con una fiesta en una noche de prima-
vera y será ella quién en esa noche bailará la yonna. ¡Me imagino
las mantas de seda que lucirá Iiwa! –seguía diciéndole Marakariita
a su nieto Jimaai–. Los collares de oro y tu’uma que heredará de su
madre y los nuevos que sus tíos le regalará n.
Después de escuchar a su abuela, Jimaai fue a su chinchorro, se
acostó , cerró sus ojos y trató de imaginar a la nueva Iiwa, pero su
men- te solo lograba traer la imagen de la niñ a gordita de cara de luna.
Por ú ltimo, agotado de tratar de imaginar la nueva imagen de Iiwa,
pidió al creador de sus sueñ os soñ ar con ella, pero en sus sueñ os solo
vio a un anciano aproximarse a él y decirle:
–Traigo la palabra del creador de los sueñ os de Iiwa, quien te man-
4 0
da a decir que la princesa tiene un espíritu protector que impide
que hasta en sus sueñ os puedan violar su encierro.
Al día siguiente Jimaai se marchó con sus hermanos mayores a las
Literatura wayuu

serranías del Perijá . Al tercer añ o de su encierro la familia de Iiwa,


los Juusayuu de la ranchería de Ipapü le, se preparaban para su salida.
Jayarra no pudo estar presente porque se encontraba en el internado
de Uribia.
I

«Mis tíos paternos fueron invitados a la yonna de Iiwa y sé por


ellos que fue maravilloso. Todos me decían que Iiwa había crecido.
Estaba delgada y su piel era blanca. Cuando bailaba la yonna
parecía tener los pies en el aire. Sus mantas eran nuevas y de seda.
Regaló a los invitados especiales mochilas y chinchorros que ella
misma había tejido en sus tres añ os de encierro y entre los invitados
especiales es- taba Memeeya, la artesana de Nazareth que Iiwa
había visto alguna vez en Uribia y cuyos tejidos se asemejaban a los
que ella había visto y aprendido en sus sueñ os con waleket. Ella, al
recibir el obsequio de Iiwa dijo: “A ti como a mí, también te enseñ ó
waleket”».
Iiwa-Kashí o Luna de primavera, regresó al internado de Uribia
tres añ os después, al terminar su encierro. Regresó cuando nosotras
nos preparábamos para el grado de bachilleres normalistas, pero en
ese añ o Jayarra, su hermana menor, no regresó .

Sé que les pudo parecer riguroso el encierro de Iiwa-Kashí, pero a


mí me hubiera gustado pasar por el encierro.
Pese a que mi padre es wayuu, el ser hija de una alijuna –no
wayuu– no me hizo merecedora de tal privilegio. El ser indígena
wayuu a Iiwa-kashí la enorgullece, pero haber pasado por el encierro
la hace especial.
Aú n conservamos una gran amistad, que se inició en Uribia en
944. Actualmente me dedico a la docencia en un colegio de
monjes capuchinos en la ciudad de los Santos Remedios del río de
la Hacha. Iiwa-Kashí ha sido en dos oportunidades alcaldesa de un
importante municipio del departamento de La Guajira. Vive en
Maracaibo (Ve- nezuela) y es madre de cinco hijas; una de ellas,
Aratminat, heredó las virtudes artesanales de Iiwa y es
diseñ adora textil.
(Simanca, 2006: 9-20)

4

manifiesta no saber firmar, nacido: 31 de diciembre

6. Escritores wayuu
¿Por qué «manifiesta no saber firmar»?
Desde pequeñ a siempre me llamó la atenció n el que la mayoría de
los miembros de mi familia materna manifestaran en sus documentos
de identidad «no saber firmar» y que además, todos hayan nacido un
3 de diciembre, por lo que un tiempo creí que todos los Pushainas
nacían en esa fecha, les prometí a todos que cuando yo creciera ha-
ría una fiesta de cumpleañ os a todos los Pushainas que habían en
la península de La Guajira, porque todos habían nacido un 3 de
diciembre. Pero celebrar el cumpleañ os a un grupo considerable de
Pushainas, (teniendo en cuenta que es uno de los clanes má s
nume- rosos de la península) sería relativamente realizable, mas
enseñ arlos a firmar, eso sí que sería difícil, por lo que empecé con
mi abuelo Va- lencia Pushaina (Colenshi) de la regió n de Paradero
(Media Guajira). Tenía mi abuelo setenta añ os de edad
aproximadamente, y yo siete añ os, cuando armados de papel y
lápiz le di sus primeras lecciones. Mis pequeñ as manos trataban de
llevar las manos grandes, callosas y arrugadas de mi abuelo por el
sendero de las letras cursivas, pero al ver lo tenaz que sería mi
empresa, decidí mejor enseñ arle a firmar
en letra de «palito». Mi abuelo se dejaba llevar, pero al poco tiempo se
dormía. Fue por aquella época cuando llegaron unos cachacos a
lle- varle un diploma que lo acreditaba como un campesino
colombiano, en el día nacional del campesino. Escuché que mi abuelo
debía firmar un recibo que constatara que él había recibido dicho
diploma. Me puse en primera fila, estábamos todos en la enramada de
la casa de mi tío Ramó n (Paraíso, Resguardo Caicemapa, Baja
Guajira). De todos yo era la ú nica que esperaba que mi abuelo
firmara. Por fin todos se darían cuenta que mi abuelo ya sabía
escribir su nombre, pero no le entregaron un lapicero, le tomaron la
mano derecha y humedecieron su dedo índice en un huellero y
estamparon su huella digital en el re- cibo. Todos aplaudieron, menos
yo, que el viejo Vale hubiese recibido un diploma. Mi abuelo miraba el
diploma y hacía como si lo estuviera leyendo, pero no sabía que lo
tenía al revés. Como era muy niñ a el suceso se me olvidó al poco
tiempo. Dejé de darle clases a mi abuelo y me fui a jugar con mis
42
primas. Transcurrió mucho tiempo cuando le pregunté a mi abuelo
por qué no había firmado el papel que le dieron los cachacos y me
dijo que él ya estaba muy viejo para hablar con el papel (escribir) y
Literatura wayuu

tampoco el papel quería hablar con él (leer). Hoy que él ya no está


y siento que tengo muchas cosas por hacer, quiero celebrarles el
cumpleañ os a todos los Pushainas y a todos los wayuu nacidos el
3 de diciembre.
I

• • •

I
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que lle-
garon ellos a nuestra ranchería, llegaron con la mañ anita y con las
ú ltimas lluvias. Mis primas y yo buscábamos y recogíamos leñ a
para quemarla y hacer con ellas el carbó n que después iríamos a
vender. Los sentimos llegar en caravanas de carros. Así como cuando
nosotros vamos a comprar maíz al mercado de Uribia o cuando vamos
a cobrar una ofensa. La diferencia es que ellos llegaron en unos carros
que pa- recían de cristal, todos nuevos y lujosos, a los que les llaman
burbujas; y nosotros vamos en el camió n viejo de mí tío, en la parte de
atrás, de pie y apiñ ados como las vacas, moviéndonos de un lado
para el otro, porque el camino está dañ ado y el puente que hicieron
el añ o pasado
solo sirvió por dos meses. Ahora nos toca bajarnos para que el camió n
pueda pasar sin peso el arroyo y así evitar que se quede atollado; pero
cuando llega el invierno el camió n se queda en el Paraíso, nuestra ran-
chería, porque el arroyo crece y se lo puede llevar.
Dejamos nuestros oficios de buscar y recoger la leñ a y, presurosas,
nos acercamos a la enramada a donde ellos llegaron. Preguntaron por
mí tío Tanko, pero él en un principio no los quiso atender, dijo que
no han cumplido lo que prometieron. El puente que hicieron, hace
ya un verano y un invierno, ¡se cayó y no lo han levantado! Solo
bas- tó que lloviera para que el arroyo creciera y se lo llevara;
tampoco han traído el molino para sacar agua y preparar nuestros
alimentos. Aú n seguimos tomando agua de las cacimbas y, cuando
estas se secan nos toca tomar de la misma agua donde toman los
animales, gracias a Juyá, la lluvia que llena nuestro jagüey. «Y la
escuela, la escuelita que prometieron para la comunidad y para que
nuestros niñ os estudiaran, tampoco la han hecho», decía molesto mí
tío. Ahora entiendo porque nunca aprendí a leer y a escribir; ahora
entiendo el sentido de las pro- mesas no cumplidas. 43
Han traído, para mi abuela y mi abuelo, café –el que trae una

6. Escritores wayuu
muñ equita pintada sobre una hoja–, sacos de maíz, juguetes para no-
sotros y ¡cuatro llantas para el camió n de mí tío! Ellos parecían no
escuchar las quejas de mí tío. Se le acercaban y decían que esta vez las
cosas eran diferentes porque el que estaba de candidato no era el
papá sino el hijo.
«Y ese sí es buena gente, hasta le mandó estas llantas nuevas para
su camió n», le dijeron. Mi tío las miró y le pidió a mi hermano Saú l
que las tomara. Aceptó la visita de los recién llegados y mandó a
col- gar unos chinchorros para ellos, les sirvieron chicha agria y
comieron chivo asado. ¡Se comieron nuestro desayuno! No sé por
qué tratan a esta gente como si fueran caciques. No se dará cuenta
mí tío de que siempre lo engañ an con las mismas palabras y los
mismos regalos.
Todos estaban reunidos en la enramada más grande, la de las vi-
sitas. Sentados unos y otros acostados en nuestros chinchorros, to-
maban la chicha agria y hacían como si les gustara, pero al menor
descuido de mi tío había gestos de desagrado en sus caras; otros la
derramaban a propó sito y fingían un accidente. ¿Acaso no saben ellos
que la chicha agria es la que le brindamos a quienes vienen a nues-
tra tierra, como muestra de nuestro respeto? Se reían de los cuentos
largos y aburridos de mi tío y a él parecía agradarle las carcajadas de
esa gente. Veía en la cara mi tío satisfacció n cuando los recién
llega- dos le decían «mi tío». ¿Con qué derecho, si no lo tienen?
Otros solo vienen con esos ojos que parecieran mirar debajo de las
mantas que cubren nuestros cuerpos. Y sus mujeres, sus mujeres
vienen buscando niñ os para convertirlos en sus ahijados y así, segú n
ellas, tener el deber cristiano de cuidarlos y educarlos. ¿Educarlos?
A qué le llaman ellas educació n si lo que hacen con nuestros niñ os es
tenerles de sirvientes en sus casas de cemento; decirles que la
comida no se toma con la mano, sino con la cuchara; que uno no debe
andar por ahí con los pies descalzos como los indios, como si no lo
fuéramos; que no es ay que es «yuca», que no es wat-tachón que es
«mañ ana», que no es arika que es «tarde», que no es aipá que es
«noche»… que tú no te llamas Tarra Pushaina sino «Sara
Ramírez»…
–¿Ramírez? ¿Por qué?
44
–Porque eres mi ahijada.
–¿Y mi clan?
Literatura wayuu

–¡Ay, no niñ a eso solo se usa en el monte!


Y se refieren a nosotros como la chinita o el chinito. Fue por eso
que no quise seguir viviendo con mi madrina en su casa de Puerto
Ló pez.
I

No sé por qué se alegran cuando ellos llegan a nuestra ranchería.


Mis primas salieron como unas locas a cambiarse las mantas viejas
por unas nuevas y a pintarse las caras como las alijunas. Mi primo,
Al- fonso Ló pez, se llama así porque un señ or que estuvo de paso
por La Guajira hizo el favor de bautizarlo, pero mi primo insiste en
que es su tío y que, ademá s, fue Presidente de la Repú blica. Mi
primo, Alfonso Ló pez, les dijo que parecen «perritas en tiempo».
No sé lo que quiso decir en ese momento mi primo Alfonso Ló pez,
pero ahora entiendo por qué mis primas tienen hijos con caras
de alijunas.

II
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que llega-
ron ellos a nuestra ranchería. Nosotros seguíamos en nuestros oficios
de buscar y recoger la leñ a, mamá y mis tías tejiendo chinchorros para
vender, papá estaba de visita en su ranchería, mis tíos arreglando el
matrimonio de mi hermana mayor Yotchó n con un sobrino del vie-
jo Mapua, y mis primos pastoreando los chivos y las ovejas. Esa
vez llevaron unos papeles grandotes que tenían la imagen de ese
hombre que se llamaba «Candidato». Ellos tienen nombres extrañ os,
por lo que nada de raro tendría que ese señ or se llamara así.
También llegó el Candidato, abrazando a todo el mundo y dando
besitos a las mujeres, hasta aquellas que ya tenían marido. ¿No
saben ellos que está prohi- bido tocar a las mujeres comprometidas
y aun a las doncellas que no lo está n? Se sabía el nombre de mi tío
Tanko, el de mis primos, el de Toushi y Tatuushi, era como si nos
conociera desde hace tiempo. Pero cuando Toushi fue llevada
hasta el hospital de Uribia y de ahí a Riohacha, mi primo Alfonso
Ló pez, aprovechando que está bamos en Riohacha, fue hasta su
casa a pedir ayuda porque la enfermedad de Toushi era costosa. El
señ or Candidato ya no se acordaba de él y estaba rodeado de
hombres que no dejaban que nadie se le acercara. Creo que el señ or
Candidato tenía problemas, porque los hombres que lo
45
acompañ aban estaban armados hasta los dientes.
La casa del señ or Candidato también tiene nombre, se llama «Go-
bernació n». Pero creo que no es de él, porque cuando pasaron tres

6. Escritores wayuu
veranos ya no vivía ahí. Después vivía otro que se llamaba igual, pero
cambian de nombre cuando llegan a vivir a esa casa, porque la
mayoría termina llamándose «Señ or Gobernador». Hay otra casa que
se llama
«Alcaldía» y el que vive ahí se llama «Alcalde», pero al principio tam-
bién se llamó igual que el otro... Candidato. ¿No saben ellos que tantos
nombres pueden causar confusió n? Pero prefiero a Candidato porque
es bueno. É l regala comida y cuando nos lleva al hospital nos atienden;
caso contrario cuando se cambian el nombre por el de Gobernador,
Alcalde o Senador, ya no nos conocen. Siento que no solo cambian
el nombre, sino también el alma.
Mi primo Matto, que sí sabe leer porque estuvo en el internado
de los capuchinos, en Nazareth, y al igual que muchos terminó
esca- pándose de ahí, me dijo que en esos papeles grandes decía
«primero la comunidad», «el amigo del pueblo», «concertació n y
trabajo», «la mejor opció n», «por un mejor departamento»... en fin,
muchas cosas que aú n no entiendo lo que quieren decir. Y en esos
mismos papeles la cara del señ or Candidato sonreía; los brazos
extendidos como si fuera un gallito de pelea; pero sus ojos tenían el
brillo de la traició n, sus ojos
decían qué clase de persona era; pero al traer tantos regalos nos hacía
creer que era buena persona. En realidad ellos son gente buena mien-
tras se llaman Candidato, la maldad la aprenden apenas entran en esa
casa grande. Lo digo porque ese señ or Candidato, el mismo que me
dijo «princesita» mientras me daba un beso cerca de la boca y que
pro- metió casarse conmigo cuando yo creciera, fue el mismo que se
negó a ayudarnos cuando Toushi enfermó y el mismo que dijo cuando
nos alejá bamos de él: «¡Esos indios si joden!».
Recuerdo que ese beso me robó el sueñ o por muchas lunas. Ese
momento se repetía en mí mente una y otra vez mientras trataba de
dormir en mi chinchorro. Quería que el señ or Candidato regresara
y me besara nuevamente, pero no lo hizo. Ni siquiera me miró
cuando fuimos a su casa grande.

III
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que lle-
4 6 garon ellos a nuestra ranchería. Regresaban en sus carros de cristal.
Esa vez llegaron má s temprano, el sol aú n no salía. Toda mi familia
estaba preparada para ir a Uribia. Ese día ellos lo llamaban el «día de
Literatura wayuu

las elecciones». Yo también quería ir, por eso me monté en el camió n


de mí tío; mientras que Toushi y Tatuushi lo hicieron en el del
señ or Candidato, se fueron en el carro de cristal. Al llegar a Uribia
escuché que uno de ellos le decía a otro:
I

–Esta catajarria de indios tienen hambre, ¿qué les damos?


Y aquel le contestó :
–Dales gaseosa roja con un pan de cañ a. Al indio le gusta todo
lo que sea de color rojo –y así lo hizo. Desde ese momento ellos me
empezaron a caer mal.
Toda mi familia hizo una larga fila junto con otras gentes que ve-
nían de otras rancherías, para recibir una tarjetita plástica que ellos
llamaban «cédula». Eran las mismas que ellos se habían llevado una
semana antes de las «elecciones». Ese día me enteré que mi tío Tanko
Pushaina se llamaba Tarzán Cotes, que Shankarit se llama Máximo,
que Jutpunachó n se llamaba Priscila, que Yaya se llamaba Clara,
que Castorila se llamaba Cosita Rica, que Kawalashiyú se llamaba
Mar- quesa, que Anuwachó n se llamaba Jhon F. Kennedy, que
Ashaneish se llamaba Cabeza, que Arepuí se llamaba Cazó n, que
Waríchó n se
llamaba Lebranche, que Cauya se llamaba Monrrinson Knudsen, que
Cotiz se llamaba Alka-Selkser, Jierranta se llamaba Hilda, el primo
Rafael Pushaina se llamaba Raspahierro, mi primo Matto se llamaba
Bolsillo, y por un momento temí que conmigo pasaba lo mismo.
Le pregunté a uno de ellos qué debía hacer para tener una cédula y
me dijo que eso era fácil, que buscara mi partida de bautismo y que él
después me llevaría a un lugar que se llama Registraduría Nacional
del Estado Civil, la cual aú n existe. Y así lo hice. Cuando terminaron
las lluvias me dirigí a Uribia y fui a la iglesia donde me habían
bautizado. Por el nombre de mis padrinos y la fecha que me decía
mi madrina dieron con mi partida de bautismo. Recuerdo que el
padre dijo que mi padrino había bautizado cerca de cien chinitos
ese mismo día. Y allí estaba, me bautizaron el 5 de septiembre de
970 y mi fecha de nacimiento 3 de diciembre de 965, que yo no
era hija de Karouna Pushaina ni de Colenshi Jusayú , sino de Maria
Santa Pushaina con Domingo Santo Jusayú , y que yo no me
llamaba Coleima Pushaina, sino Faride Abuchaibe; que todos los
47
chinitos bautizados ese día se
llamaban Faride y Eduardo Abuchaibe. Ahora entiendo por qué todos
me dicen la Turca. ¿Sabe padrino que tiene usted un colegio en Uribia

6. Escritores wayuu
a donde ni siquiera van sus ahijados a estudiar?

IV
En varias oportunidades me encontré con mis primitos, los
mis- mos que aquellas mujeres se llevaron a sus casas de cemento.
Los en- contrábamos en Uribia y por las calles de Puerto Ló pez,
ellos sabían que iríamos a comprar maíz en el mercado y se
escapaban para verse con uno. Las niñ as llevaban puestos vestiditos
de florecitas y en sus pies sandalitas. Me recordaban a sus hijas, que
cuando iban a nuestra ranchería le preguntaban a sus padres si
nosotros éramos los indios de los cuentos que ellos le contaban en las
noches antes de ir a dormir, y ellos le contestaban:
–Sí... esa es Pocahontas.
Y sus niñ os nos rodeaban y nos empezaban a decir: ¡Pocahontas!,
¡Pocahontas!
Sabrá Maleiwa, Dios, quién es Pocahontas. ¿No saben acaso que no
nos gustan que nos comparen? Y los niñ os, los niñ os llevaban puestos
unos pantalones cortos con camisitas de cuadritos abotonadas hasta
el
cuello; sus cabellos llenos de aceite y en sus pies zapatos negros con
mediecitas blancas. ¿Dó nde estaban las guaireñ itas que les hacía mí
tío Julio? Yo les hablaba en wayuunaiki, lo que hablamos nosotros. Y
ellos me contestaban en alijunaiki, o sea castellano. Y cuando los lleva-
ban a nuestra ranchería, para el tiempo en que comenzaban las
lluvias, cargaban carritos de madera y balones de fú tbol. Nuestros
niñ os olvi- daron sus arcos y sus flechas. Y las niñ as cargaban
muñ equitas catiras que hablaban en alijunaiki... «Cámbiame el vestido,
llévame al parque, có mprame un helado»; nuestras niñ as olvidaron
sus wayunkeras. Los mosquitos los picaban, el agua del jagüey les
brota la piel y el agua del molino les parece salada. ¿Qué les hicieron a
nuestros niñ os que cuan- do llegan a nuestra ranchería se
enferman?

V
Yo nunca me había tomado una fotografía y sentarme en frente de
un aparatejo de esos mientras el fotó grafo me observaba me daba risa.
4 8 Cada vez que salía una luz fuerte como el Kaí, el Sol, cerraba mis ojos
y me levantaba atemorizada, luego soltaba una carcajada que molesta-
ba al fotó grafo. Mi hermana Ketchó n también se reía. Ella era
Literatura wayuu

muchí- simo menor que yo, pero el que me llevó a sacar la cédula la
metió en la fila de la Registraduría y dijo que tenía dieciocho añ os.
A todos los que estábamos en la fila nos puso dieciocho añ os. Ese día
también nos acompañ ó nuestro primo Alú wanuí Pushaina. É l
I

mostró su partida de bautismo y los que trabajaban en ese lugar se


reían, no sé por qué. Lo que sí sé es que Alú wanuí no es Alú wanuí
en la cédula, sino «Eme Diecinueve». A él no le molesta que lo
llamen así; solo se ríe.
Recuerdo que la mujer que estaba sentada detrás del escritorio
era la que nos preguntaba có mo nos llamábamos. Me dijo que yo
esta- ba muy bichecita para sacar cédula, pero igual todos los que
fuimos ese día salimos con comprobante en mano. Todos teníamos
dieciocho añ os, y habíamos nacido el 3 de diciembre.
No quise mostrar mi partida de bautismo porque me dio pena. No
quería ser Faride ni llevar el apellido Abuchaibe, quería seguir siendo
Coleima del clan Pushaina, y así respondí cuando me preguntaron:
–¿Nombre?
–Coleima Pushaina.
–¿Trajo partida de bautismo?
–No, se me perdió .
–No importa, ponle ese nombre –gritó alguien de alguna parte de
ese lugar–, y que también nació el 3 de diciembre –agregó .
–¿De qué añ o? –preguntó la mujer.
–Ponle dieciocho añ os, saca la cuenta –le contestó la misma
per- sona, y así fue.
Nombre: Coleima. Apellidos: Pushaina. Nacido: 3 de diciembre
de 965. Estatura: , 60 metros. Señ ales: ninguna. Lugar y fecha
de expedició n: Uribia, 4 de enero de 984.
–¿Sabe firmar? –me preguntó la mujer levantándose de la silla.
–No sé –le contesté.
Y de nuevo la voz que salía de alguna parte dijo:
–No pierdas tanto el tiempo, tó male la huella.
Tomó mi mano derecha y estampó mi dedo índice en el papel.
–Ya eres ciudadana –me dijo–, pero manifiesta no saber firmar.
Hoy, cuando mis hijos, que sí van a la escuela, me preguntan
por qué no sé firmar, yo solo les puedo decir que la escuela
49
quedaba muy
lejos y que tenía que buscar y recoger la leñ a. A ti te puedo decir que
hace días intenté arrancar tu imagen que está detrás de la puerta, la

6. Escritores wayuu
que cuando nadie me ve, yo la miro y la miro y siento que tu
imagen, que tú , lo haces también, le sonrío y hasta me da pena
encontrar tus ojos con los míos; pero no, para qué hacerlo, lo haría así
como mamá ha arrancado tu imagen y la imagen de otros candidatos,
si quitando tu imagen de la puerta, también la estuviera arrancando
de mi corazó n.
(Simanca, 2006: 35-47)
•••
t ER CE R A PAR t E
G O LfO d EL d AR I ÉN
Kuna tule
INtROdUCCIóN

Abya-Yala

A partir del quinto centenario del supuesto descubrimiento de


América, ha aumentado en prestigio y popularidad la idea de rebauti-
zar al continente con una denominació n nativa; y aunque son cientos
los grupos que sobrevivieron al impacto conquistador y colonizador,
el honor de donar la palabra le correspondió a los kuna tule.
Abya-Yala, el nombre que algunos han propuesto para renom-
423
brar el continente entero, tiene hoy mayor significació n que antes,
pero originalmente posee el idílico sentido de «tierra en plena madu-

Abya-Yala
rez». Por supuesto, se trata de una idea con la que se busca
compen- sar el término colonialista de «Nuevo Mundo», el cual
presupone que antes había poco o nada, y que lo de antes era
inmaduro, primitivo, salvaje.
Los tule –o dule, que significa literalmente «en el medio», sobre
el puente de tierra que conecta Centro y Suramérica– son el grupo
indígena con mayor població n en Panamá; un país en donde son más
conocidos como cunas o kunas, etnó nimo que parece estar relaciona-
do con el cerro Tacarcuna, que es un referente central para su pensa-
miento tradicional. Rubén Pérez Kantule, quien vivió por seis
meses en Suecia como informante del etnó grafo Erland Nordenskiö ld,
expli- ca que antes ellos vivían en grandes llanuras, y por eso se
llaman cuna,
«nos llamamos llanura».
Hasta el siglo XIX, antes de la separació n de Colombia y Panamá
en 903, la mayoría de kuna tule vivían del lado de la actual
Colombia, pero debido a la presió n de los colonos y al conflicto con
otros grupos étnicos, entre otros factores, muchos migraron hacia el
archipiélago de San Blas, parte del autodenominado Dulenega o Kuna
Yala (territorio
kuna) en Panamá. A finales de los añ os ochenta del siglo XX, los kuna
tule ya ocupaban al menos treinta y tres de las más de trescientas islas
de San Blas. Rubén Pérez Kantule es nativo de Ustupo, una de las por-
ciones de tierra más famosas junto con Ailigandi, Achutupu y Narganá.
Ademá s de las comunidades isleñ as, en el Darién panameñ o exis-
ten comunidades en tierra firme como Pú caro y Paya. En Colombia
se las conoce como tule, habitan en la zona del Darién-Urabá y sus
asentamientos principales son Arquía y Caimán Nuevo. La comunica-
ció n entre las comunidades de ambos países es permanente, pero cada
conjunto goza de especial autonomía. En su declaració n conjunta de
septiembre de 2009, se autodefinieron de este modo:
[…] somos la nació n Kuna Tule, conformados por las comarcas Kuna
Yala, Madungandi y Wargandi, el pueblo de Takarkunyala situados en la
Repú blica de Panamá y los resguardos de Ipkikuntiwala (Caimán Nuevo)
y Makilakuntiwala (Arquía) situados en la Repú blica de Colombia.
(Nació n Kuna Tule, 2009: s/p).

424
Tule significa «gente». En el pasado también se los conoció como
cuna-cuna, tacarcuna y cerracuna. Todo indica que siglos atrás los
Golfo del Darién

kuna tule (gunasdule) fueron comunidades autó nomas ubicadas a lo


largo del bajo Atrato, muy diferentes a los famosos cacicazgos de Cue-
va (Morales, 992: 66-67). En el siglo XVII migraron hacia el
norte tras enfrentamientos con los embera katío. Segú n Vargas,
Burumia, bibidigomia, jura (o jurá) y carauta, son denominaciones en
idioma embera para aludir a grupos sociales con identidad propia
dentro de la tradició n oral cuna (993: 47). Las primeras tres son
denominaciones que aparecen en las narrativas embera katío para
referirse a indígenas enemigos, raptores de mujeres, e incluso a seres
monstruosos y caní- bales.
Constituidas las repú blicas de Colombia y Panamá, los kuna tule
protagonizaron la célebre revuelta de 925; querían ser la
Repú blica Independiente de Tule. Nele Kantule, uno de sus líderes, y
quien usaba

. En tiempos de la colonia los kuna tule «[…] desempeñ aron un papel


muy importante como comerciantes. Suministraban cacao, raicilla,
corteza de quina y pieles a traficantes ingleses, escoceses y franceses.
Recibían pó lvora, armas de fuego, herramientas, vestidos europeos
usados y adornos de cuentas de vidrio». (Vargas, 993: 67).
corbata en actos pú blicos, recibió un homenaje del poeta nicaragü ense
Ernesto Cardenal. A continuació n, algunos de esos versos:
Rodeado de un agua de sueñ o donde pescan los indios,
está enterrado nele Kantule,
en una islita-cementerio junto a la isla de
Ustupo. Y él está viendo ahora la visió n de
Dios Paradisíaco cementerio esa islita de coral,
agua verde y azul

y en el fondo los corales...


Esqueletos florecidos que crecen bajo el agua.
(Cardenal, 992: 24).

gente que habla y se entiende como


425
gente

Gente que habla y se entiende como gente


La lengua de los kuna tule pertenece a la familia lingü ística
chib- cha, originada probablemente en Centroamérica y
conformada por numerosas lenguas vivas y desaparecidas; por solo
mencionar algunas en Colombia: las lenguas chibchas de las sierras
nevadas del Cocuy y Santa Marta, el altiplano cundiboyacense, el
á rea barí de la Serranía del Perijá y las llanuras del Ariguaní. Segú n
Jorge Morales, los tule usan dos tipos de «variedades dialectales»: la
cotidiana y la ceremonial. La ceremonial es la que nos interesa
revisar en este trabajo mítico- literario, por su tipo de elaboració n
especial. Morales afirma:
[…] surge en los onmaket o congresos comunales o étnicos, en los ritua-
les de curació n, en las ceremonias de pubertad femenina o cuando llega
un visitante a la casa. No se trata de un idioma diferente, sino de un aumento
en la cadencia y la longitud de los sonidos en la conversació n comú n,
asumien- do así un estilo como de cántico. Efectivamente, la entonació n
varía y los sonidos se alargan. Generalmente alguien dirige el discurso y el
interlocutor simplemente afirma con monosílabos; al invertirse los papeles se
completa la conversació n. (992: 65-66).

Semejantes a los huehuehtlahtolli (discursos de los ancianos nahuas)


pueden ser considerados los consejos que ceremonialmente imparten
«un hombre experto en la tradició n oral, que puede ser un chamán, y
el padre de la mujer», quienes se acuestan en hamacas y «recuerdan a cada
conyugue sus deberes» (Morales, 987: 274). Estudios y
transcripciones como los de Joel Sherzer permiten aproximarse y
sensibilizarse con al- gunas dinámicas de la elaborada oralidad kuna
tule (véase por ejemplo
«Us kwento»: «El cuento del Agutí», Sherzer, 990).
Ahora bien, si como explica el poeta Arysteides Turpana, «el saila
canta y después el argar descodifica», Aiban Wagua, otro poeta kuna
tule, agrega:
[…] el saila kuna cuando canta el Pab Igala tiene una meta bien precisa
de «tadgan nagkannar taked: tibagan gi naguar tibe, tiorsailagan negka saar
tibe…» (custodiar las huellas de los abuelos para que estén limpias, para que
las arañ as no pongan su tela, ni los alacranes se aniden…). El Pab Igala o
el Anmar tanikid igala (El camino de Paba y Nana, o el camino por donde
veni- mos) nos ofrece a los kunas un espacio privilegiado para retomar y
426
esclarecer los distintos enfoques de nuestra identidad personal y colectiva. El
Pab Igala no toma el pasado como pasado –por lo tanto no ofrece fechas–
Golfo del Darién

porque se trata de dar continuidad, movimiento y vida a «las huellas de los


abuelos» que después de muertos, siguen integrados formando parte de la
comunidad. Se trata de ubicar los acontecimientos «pasados» en el contexto
de la actualidad, redescubrir el sentido de los hechos para una renovada
identidad en el auto- descubrimiento. (Wagua, 999: s/p).

Los kuna tule son un ejemplo clásico de que los pueblos indígenas
no son ágrafos. Al contrario, poseen varias formas o modalidades de
escritura que se combinan con la transmisió n oral generacional, pues
sus dinámicas culturales así lo requieren y propician: es el caso de sus
reuniones comunitarias y de las ceremonias de partos, curació n y pu-
bertad. La preeminencia de la oralidad, en apoyo con formas propias
de escritura, se ve favorecida por el hecho de ser comunidades asocia-
das con mú ltiples centros.
Entre los kuna tule es evidente que la elaboració n oral se acom-
pañ a de diversas modalidades de escritura pictográfica e ideográfica.
En sus escrituras tradicionales abundan los caracteres mnemotécni-
cos, terapéuticos y ampliamente expresivos de una creatividad que
frecuentemente se basa en patrones colectivos de representació n. De
hecho, un hombre de Caimán Nuevo manifestó que los indios de am-
bas comunidades se quejan del interés de los misioneros para que
aprendan a leer y escribir; «el motivo de tal resistencia es que
segú n la tradició n, los conocimientos deben acumularse “en
memoria y no en papel”» (Morales, 987: 276). La idea de un tipo
de escritura que prevalece sobre la oralidad y sobre la transmisió n
generacional es algo que incomoda y horroriza a muchos sabedores
indígenas, entre ellos a los kuna tule. Un verdadero saila o jefe
político tradicional, debe po- seer entre sus cualidades un amplio
conocimiento de la tradició n oral
–y muchos de los relatos kuna tule seleccionados para esta antología
fueron narrados por prestigiosos sailas–. Los kantule, líderes céle-
bres, también son conocidos por sus conocimientos mítico-literarios:
[Nele Kantule] conoció las tradiciones cunas
mejor que cualquier otro nele de San Blas
hay que recibir lo bueno de la civilizació n decía
sin olvidar las tradiciones cunas
Fue un «conocedor del mundo de los sueñ os», 427
dictó a sus secretarios la historia de los Cunas

Gente que habla y se entiende como gente


hacía que leyeran los libros más interesantes.
(Cardenal, 992: 23).

El proyecto de tomar lo benéfico de la civilizació n de los waga


–los que no son kuna tule– «críticamente», e incluso como mecanis-
mo para proteger la tradició n propia, ha sido esencial para líderes del
pasado como nele Kantule, y del presente, como Abadio Green (o
Manipiniktikiya, que significa «El nacimiento de la plata nueva»).
En tal sentido, el reclamo del tule de Caimán Nuevo va dirigido
contra el tipo de escritura que traían los misioneros, pues así
impuesta no podía ser usada como mecanismo de resistencia, y se
convertía en ins- trumento de aculturació n. Eso era lo que con
frecuencia pasaba en la época en que del Instituto Lingü ístico de
Verano (ILV) tenía un mayor influjo en Colombia. Oficialmente se
validaba el paternalista oficio de alfabetizar a los indígenas, y para no
suscitar dudas se usaban cartillas bilingü es en el ejercicio de una
educació n con la que decían proteger sus usos y costumbres. Con
todo, el estudio y escritura en lenguas indígenas tenía como
principal propó sito el de traducir y enseñ ar su versió n de la Biblia.
Pero la traducció n no era el problema de fondo, lo
más delicado era la actitud vigilante que tendía a imponerse. Muchas
de las cartillas bilingü es servían para consignar prejuicios, o versiones
tergiversadas sobre las autoridades y creencias tradicionales, aunque
algunas, las menos peligrosas, se dejaban permear de un ambiente de
tensa «policulturalidad».
El influjo evangélico aú n se siente cuando al narrar algunos mayo-
res manifiestan estar «dando la palabra de Dios». Buena parte del Pab
Igala, serie de mitos y cuentos recogidos por Marc Chapin, revelan
una amplia influencia bíblica en los relatos y narradores tradicionales.
Un buen ejemplo de tal fusió n es «Tad Aiban y el Diluvio» (989),
texto incluido en la selecció n.
Los kuna tule habitan en una zona por la que pasaron y pasan
innumerables extranjeros. Hoy en día puede mencionarse su relativa
cercanía con el internacional Canal de Panamá. Integrar algunos ele-
mentos externos y prácticas es una necesidad de supervivencia; con
todo, los constantes influjos occidentales en la literatura kuna tule no
428
se leen como resultado de una pasiva penetració n. Existe, en cambio,
una activa receptividad no solo para superponer apariencias foráneas
a lo propio, dinámica tan típica en las comunidades andinas, sino para
Golfo del Darién

redimensionar lo tradicional por medio de lo moderno occidental. To-


memos brevemente el ejemplo de los kalus.
Leonor Herrera y Marianne Cardale definen el kalu como:
[…] lugar mitoló gico invisible para el comú n de las gentes, localizado en
sitio selvático, en el fondo del mar o bajo la superficie de la tierra, en
forma de una gran casa fortificada de varios pisos, amueblada, etc. […]
habitado por espíritus de diferente tipo: benignos, de humanos muertos, de
animales. (Díaz, 992: 84).

Ahora bien, si tenemos la oportunidad de observar los coloridos


dibujos sobre papel hechos por Alfonso Díaz Granados, cacique se-
gundo de Arquía, quien los explicó a Herrera y Cardale, nos encontra-
mos con sorprendentes kalus en forma de grandes edificios de
oficinas, avenidas pavimentadas, luces eléctricas, banderas
flameantes, campa- nas, catedrales, o cables de teléfonos que Dios usa
para llamar a larga distancia. La escritura kuna tule complementa y
estimula la oralidad. Así parece haber sucedido mientras don Alfonso
compartía los dibu- jos e iba contando historias como la
siguiente:
[…] cuando nosotros mueren estamos desnudos y pequeñ itos. En el cielo
hay ropa de oro, aviones de oro, dantas de oro, todo de oro. Aquí tenemos
que trabajar, pero allí podemos descansar porque el alma de cada animal que
matamos aquí, o de cada cosa que está hecha aquí, va al cielo. Cada vez
que un indio mata una danta o otro animal, el alma va al cielo. Cuando uno
sabe construir bote o canoa Dios lo sabe, allí hay fábricas de toda clase, lo
que nosotros hacemos aquí, allá lo fabrica Dios. En el cielo no hay ni
pobres ni enfermedades. Allá no hay Sol, ni Luna, ni estrellas; son para
esta tierra. Es oro, luces como planta eléctrica, porque la madre de nosotros
manda viento hermoso, perfumado que barre y cuando pasa el viento se
hacen las luces. El viento también viene para limpiar el cuerpo. En el cielo
no hay peligro, allá todas las caras son iguales. (Díaz et ál., 992: 70).

Los dibujos de don Alfonso tienen fines mnemotécnicos, apoyan


la memoria que se expresa con énfasis en la elaboració n de la palabra
ceremonial; también son expresió n de aspectos que no fueron verbal-
mente descritos –quizá porque Herrera y Cardale admitían su escaso
conocimiento de la mitología tule–. 429
La idea del cielo como kalu o, más bien, de diferentes cielos como

Gente que habla y se entiende como gente


kalus, está muy presente en un tipo de género literario chamánico, el
ikala, comprensible en uno de sus aspectos como ejercicio
narrativo sobre vías y dimensiones que trascienden este mundo
visible. Claro, es fácil y hasta pertinente hablar de «cielo» cuando
se cuenta sobre estas tradiciones a personas de afuera –es lo que
llamo tradiciones en traducción–, pues la idea de cielo es una
traducció n para quienes no son kuna tule, aunque sea una imagen
afianzada entre los tule que recibieron má s influjo evangelizador.
Aquí, una vez más, lo forá neo es una herramienta para conservar,
en cierta medida, lo propio: el anhelado cielo, semejante a las
grandes ciudades y países occidenta- les, solo puede ser alcanzado
por el kuna tule que en vida se ocupe de las labores y conocimientos
tradicionales. Estamos probablemente ante un recurso para frenar
la desbandada de las nuevas generacio- nes hacia las atrayentes
ciudades de Colombia, Panamá y Estados Unidos. Entre tanto, los
sailas y neles reconocen, antes que un cielo, muchos kalus; y
aunque «Dios puso kalus en todas partes», abundan especialmente
en el cerro Tacarcuna, uno de sus lugares originarios. Así pues, tras
la imagen de un «ú nico cielo» lo que hay es una
síntesis de diferentes kalus. Las narraciones tradicionales frecuente-
mente permiten un repaso pormenorizado sobre diferentes lugares,
capas y mundos, que son los que el nele, o chamá n, va
describiendo mientras los recorre, o al final de sus ceremonias. El
nele «viaja» y cuenta. Sus narraciones poseen sentidos de cohesió n
identitaria, con los cuales la gente puede confirmar y afianzar sus
creencias; el tipo de palabras que usa sirven como pilares para
sostener el mundo. Las palabras cantadas orientan con especial fuerza
durante los ceremo- niales del ciclo vital.
Lévi-Strauss muestra có mo el Mu ikala, una épica terapéutica de los
cuna panameñ os, representa la «vía» (ikala) para enfrentar a las fuerzas os-
curas y peligrosas de Mu durante un parto difícil […]. Sin embargo, Lévi-
Strauss en ningú n lado menciona siquiera la existencia de la escritura cuna,
cuyos caracteres se había[n] creado especialmente para registrar los ikala y
otros tipos de literatura canó nica, cada uno de los cuales corresponde a una
línea o una frase del discurso. (Brotherston, 997 [992]: 69).

430
A propó sito de un canto curativo, el Serkan-Ikala, Nils Holmer y
Henry Wassén llaman pictógrafos a los caracteres con que Guillermo
Golfo del Darién

Hayans acompañ ó cada línea alfabética del texto. Los dos etnó logos
suecos no dudan en denominar escritura al trabajo de su informante
de Ustupo. Jorge Morales agrega que el chamán también elabora pic-
tografías o ideogramas en madera, donde se cuentan hechos míticos.
Son los famosos «picture writtings» que pueden ser «leídos» y corres-
ponden a cantos enteros sobre la curació n de, por ejemplo, una enfer-
medad (Brotherston, 997 [992]: 275).
Tras conjurar y resolver una mortal sequía, y como colofó n de su
ceremonia chamánica, nele Kuani reunió a la comunidad, se sentó en
la hamaca ritual y les contó su ceremonia:
–Masaragban me llevó a los lugares secretos. Yo bajé a varias capas y
llegué a la cuarta capa. Me encontré con nana Olokuadule. Ella es la custodia
de grandes depó sitos de agua, de grandes barriles de agua. Y yo entablé una

. Debe aclararse que «[Se] conciben tres tipos de chamanes: los nele,
los inatuledi y los absogedi. Los nele son los de mayor jerarquía.
[…] [Ellos] se someten a aprendizaje durante muchos añ os, sobre
las técnicas y las concepciones de las enfermedades, la mitología
y demás tradiciones orales del grupo» (Morales, 987: 274).
conversació n con ella. Le dije que sus hijos lloraban por falta de agua, que sus
hijos estaban llorando sobre la tierra, secas las gargantas. «En Nabguana nega
se nos agotó el agua», dije. Y Olokuadule se quejó así: «Hijo mío, ¿y quién
ha causado la sequía? ¿Acaso fui yo? Como ustedes han sido los causantes de
sus mismos sufrimientos, no estoy dispuesta a dar el agua».
«Nana grande, ¿acaso no eres una madre y estás para escuchar los quejidos
de los hijos que sufren?», le dije a Olokuadule. «Sí, hijo mío, me dijo
Olokuadule, pero yo no les sequé el agua, han sido ustedes mismos». Y ella no
quería aceptar la inna (bebida ceremonial). Entonces el gran Masaragban me
vino a ayudar. É l le dijo a nana Olokuadule: «Le trajimos la inna, y bien
sabemos que le gusta, porque todos los custodios del universo toman y les
gusta la inna». Entonces, nana Olokuadule accedió a recibir la inna de las
manos de Kuani. Olokuadule compartió la inna con sus hijos, guardianes de
los grandes depó sitos de agua. (Asociació n de Cabildos Indígenas de
Antioquia, 996: 87-99).

La cadena de relaciones anteriores permite afirmar que el género-


dinámica de la literatura tule, en el cual se cuenta-canta y se
43
escribe
en un lenguaje ceremonial, si bien es una «épica» terapéutica, también
es un tipo de literatura claramente chamánica. Podemos pensar, como

Gente que habla y se entiende como gente


Gordon Brotherston (997), en «géneros» afines como los haatal
de los navajo (o diné) del sudoeste de los Estados Unidos. Los
haatal, ceremoniales cantados que suelen durar varios días, requieren
que el paciente se inscriba-siente en un diagrama có smico, la pintura
seca, también multicolor como los pictó grafos kuna tule. En el
interior de la pintura seca navajo, como en el vientre de la hamaca
en la que el paciente participa de los cantos y escritura del nele, la
enfermedad es diagnosticada e integrada curativamente «en la
historia de las edades del mundo» (Brotherston, 997 [992]: 275).
Nele Kuani visita, convence y pone de acuerdo a Nana, «Madre del
agua». El nele que usa el Mu ikala visita, convence y pone de
acuerdo a Muu, la «Madre de la reproducció n femenina». El parto
saldrá bien. No se impondrán ni los nía, espíritus malignos, ni los
poni, espíritus de la enfermedad. Armonioso por naturaleza, el cuerpo
mismo es con- cebido a imagen del universo –expresió n similar a
otras cosmologías chibchas como la kogui y la uwa–.
El simbolismo de los platos o bandejas de oro ha sido reinterpretado
por los kuna tule a través de una moderna mitología: la de los platillos
voladores que traen a los héroes a la tierra y que se llevan a las personas
a los mundos de los muertos. Más adelante dedico un apartado
especial a las narraciones kuna tule sobre platillos voladores y niveles
có smicos, así como sus relaciones con la imagen de un cuerpo-casa
universal. Por lo pronto, son de mencionar los relatos que tratan sobre
unas mujeres que bajaban en platillos de oro para alimentar a cuatro
hermanos que viven solos en el monte. Cuando regresan encuentran la
casa limpia y la comida hecha y servida. Por iniciativa del hermano
menor, uno por uno se esconden y descubren que quien los cuida son
unas mujeres que ba- jan del cielo. Se precipitan a atraparlas y solo
logran raptar a una, la que había sido «contaminada por el olor» del
menor, semejante a una presa de cacería. Ella se une al hermano
menor, y tienen juntos una niñ a que muere pronto –hecho recurrente
en seres míticos de origen humano y sobrehumano–. La mujer de las
estrellas llora y canta a su niñ a muerta y así es que enseñ a có mo tratar
a los muertos, acto originario que in- cluye el legado de cierto tipo de
432
ikala (vía), aquí un género de relatos y cantos funerarios. Una y otra
vez Papa envía guías que humanizan, que hacen verdaderamente tule,
verdaderamente gente a la gente.
Golfo del Darién

molas: ventanas afuera y adentro de los kuna tule

Paralelamente a la escritura de uso chamánico existen otras moda-


lidades de comunicació n menos convencionales y sistemáticas. Men-
cionemos, aú n en el plano terapéutico, los nuchu (figuritas de madera)
y los bastones tallados con figuras antropozoomorfas –en una tradi-
ció n muy similar a las de los embera y wounán del Pacífico; aunque a
diferencia de estos, los hombres kuna tule son quienes se ocupan del
tejido de cestas con palma de iraca–. En una narració n kuna tule se
hace menció n de un tipo de cerámica ceremonial cuyo uso evoca
las elaboradas por grupos mesoamericanos como los mayas: «[…] ya
nues- tras ancianas, nuestros ancianos sabían los nombres de los
tinajones, de los braseros, porque ya Ipeorkum los había enseñ ado y
nombrado junto con la otra gran madre kikkatiryai» (Asociació n de
Cabildos In- dígenas de Antioquia, 996: 42). Las kuna tule suelen
lucir brazaletes y tobilleras en las que se plasman diseñ os
multicolores. Un viajero
europeo de finales del XVII, Lionel Wafer, observó que en ese entonces
las mujeres usaban pintura corporal, y especialmente diseñ os sobre el
rostro. Hoy en día es comú n que solo un á rea de la cara se pinte
con diseñ os elementales, mientras que pueblos vecinos como los
embera conservan todo un sistema de pintura facial y corporal (el
kipará).
Hacia comienzos del siglo XIX, e influenciados por el creciente
intercambio comercial con europeos y criollos, los kuna tule ya habían
adoptado algunas prendas de algodó n y herramientas como tijeras y
cuchillos. Así pues, en lo formal, las molas (wini), símbolos de la
cul- tura kuna tule, son una elaboració n propia a partir de
herramientas y materiales de procedencia extranjera. Hasta se ha
planteado la hipó - tesis de que sean una «posible derivació n» un tipo
de «blusa europea». Jorge Morales, buen conocedor de la cultura kuna
tule, explica que
«la mujer lleva cotidianamente la mola, blusa multicolor elaborada
con telas comerciales superpuestas y recortadas segú n el diseñ o
433
particular que se quiera y el cual se refiere a sucesos consignados
en la tradi- ció n oral» (992: 73). Dichos sucesos, que en algunas
piezas parecen
fotografías de episodios mítico-literarios, se plasman como coloridos
tejidos-escritos con patrones colectivos de representació n. Los patro-

Molas: ventanas afuera y adentro de los kuna tule


nes visuales de las molas están relacionados con numerosos motivos
de las pictografías chamánicas, pero la dinámica de expresió n
femenina favorece una mayor creatividad en lo que respecta a los
temas y las formas, y esta apertura creativa, parodiada por
industriales waga (no indígenas), tiende a convertir las molas en un
arte popular fuera del contexto kuna tule; toda una curiosidad
artesanal que ya es comú n ver plasmada en carteras, camisetas y
hasta zapatos.
En un libro y exposició n sobre las molas que realizó en los añ os
setenta el Museo Textil de Washington, se presentó una sencilla
clasificació n temá tica a partir de un grupo diverso de piezas. A

. Con todo, afirma Cooke, «whatever the origins of the mola,


they show an astonishing use of common Western materials
and ordinary needlework techniques in creating an art form
of wide vision and surprising sophistication» (973: 7).

«Sean cuales fueren los orígenes de la mola, es asombroso el


empleo que hacen de los materiales usados en Occidente y de las
técnicas clásicas de costura para crear una forma de arte
de gran visió n y de sorprendente sofisticació n».
continuació n comentaré y ampliaré los conjuntos temá ticos. El
primer grupo lo componen piezas sobre temas tradicionales. En
las molas especialmente relacionadas con los cantos y escrituras
chamanísticas de los ikala aparecen, por ejemplo, las islas de San
Blas, las casas donde se reú nen los hombres, los poni o espíritus de
la enfermedad, un eclipse, un nele curando, o un muerto transpor-
tado en su hamaca.
El segundo grupo está compuesto por patrones textiles comercia-
les, en forma de flores, viñ etas, palmas del «paradisíaco caribe». Un
tercer grupo, má s figurativo, deja ver palmas de cocos, una iguana
atacando a un hombre, un pelícano comiéndose a su cría, y
animales que no son muy del gusto del arte occidental, como
serpientes, arañ as, escorpiones y caracoles.
En un cuarto grupo se contemplan escenas de luchas sobrenatu-
rales, a veces con animales monstruosos o peligrosos, como extrañ os
peces y tiburones. Es un tema muy recurrente en los relatos embera,
434
por ejemplo, en las luchas del «Hijo de la pierna» con grandes peces
del río; también en ceramios pictó ricos de los mochicas del Pacífico
prehispánico peruano.
Golfo del Darién

El siguiente grupo es el de la representació n de pasajes bíblicos: la


tentació n de Adán y Eva, los ángeles, la crucifixió n y la resurrecció n de
Jesú s. Y en otro conjunto las molas presentan escenas más
contemporá- neas: refugiados cubanos en el mar, una pelea de boxeo,
un circo, el pre- sidente de los Estados Unidos –en ese entonces,
Kennedy y su esposa–. En el plano del sincretismo mitoló gico que
caracteriza a muchos relatos kuna tule contemporáneos, las
tejedoras recrean la purba o
«alma» de las máquinas: automó viles, dirigibles, helicó pteros, los as-
. Má s que un grupo en sí, un motivo que reaparece en los relatos sobre neles
es el de la rebelión natural, motivo de inversió n có smica que en una de las
molas expuestas es literalmente una rebelió n doméstica, pues con ironía y
humor la tejedora representa a un misionero siendo cocinado por un pez y
una langosta, quienes esperan para comérselo blandiendo sus cubiertos ante
una mesa. Por cierto, este tema de la inversió n de roles, motivo de rebelió n
natural, doméstica o de los objetos, es igualmente notorio en la iconografía
mochica y en el Popol vuh de los maya k’iché, cuyos narradores-escribas
cuentan que antes de uno de los «fines del mundo», las piedras de moler
y los perros se levantaron contra sus amos. De hecho, un motivo de mola
especialmente llamativo, pues permite ampliar el tema aludido, ilustra la
navegació n de Ulises, uno de los héroes de la literatura clásica griega.
tronautas pisando la Luna, una nave espacial y un avió n que
semeja un ave con extremidades que a la vez son paracaídas. Tema
aparte son los diseñ os copiados de marcas de repelentes de insectos,
pó steres, afi- ches políticos, dibujos animados, marcas, revistas, cajas
de productos comerciales… un sin fin de imágenes publicitarias que
reinterpretan las manos de las tejedoras de Cuna Yala y el
Darién.
Las molas por sí mismas no son la escritura pictó rica de los relatos
y canciones de la tradició n oral, pero muchas de ellas representan
esce- nas, personajes y, sobre todo, motivos y temas de la
oraliteratura kuna tule. Como lo ha notado Michel Perrin (980), las
molas participan de un sistema de dualidad-complementariedad muy
presente en la vida y en el pensamiento kuna tule. Así mismo, existe
una relació n de duali- dad-complementariedad entre la escritura
femenina de molas y el arte verbal oral de los hombres. Así pues,
todas las molas poseen dos caras. A menudo un conjunto de molas,
como las alusivas a una ceremo-
435
nia de curació n y el posterior fallecimiento del difunto, forman parte
de un mismo conjunto temático –relacionado por demá s con los ika-
la–. Las molas son parte esencial de la literatura kuna tule, y a la vez
son un sistema de comunicació n marcadamente femenino. La escritu-

Molas: ventanas afuera y adentro de los kuna tule


ra-hechura y la lectura-interpretació n de las molas amplía y
acompañ a las dinámicas de transmisió n y expresió n de la literatura
kuna tule.
Ahora, si bien es cierto que hoy en día hay molas en las que se
escribe con caracteres alfabéticos, no es menos cierto que muchas te-
jedoras usan las letras como caracteres pictó ricos antes que fonéticos.
Es el caso de las letras y palabras que se acomodan al diseñ o general
de la mola más allá de lo nominal, como sucede con otros tantos
ca- racteres de representació n. Una a puede dejar de ser la letra de
sonido
/a/, para convertirse en un diseñ o que apoya la composició n general
de la mola.
Otra característica sumamente interesante es la manera en que las
tejedoras incorporan, en una modalidad de escritura propia, imágenes
provenientes de caricaturas, revistas, afiches, cajas, propagandas… En
fin, las relaciones anteriores nos permiten afirmar que los kuna tule
no solo escriben para plasmar su interioridad y su entorno cultural-
natural. Los kuna tule también escriben para plasmar su visió n del
afuera: có mo ven, sienten y, por momentos, se apropian de lo waga,
con todas sus má quinas, imá genes, palabras y cosas.
Ahora intercambiemos miradas. Si bien es cierto que el desarrollo
de las molas actuales responde a las dinámicas de intercambio y co-
mercio en el área circumcaribe, para los kuna tule su origen se remon-
ta más atrás y más adentro, al menos en lo que respecta a los diseñ os.
Algunos diseñ os tradicionales de las molas se inspiran en el árbol Sap-
pi Karta, cuyas hojas revelan durante la temporada seca intrincados
patrones de líneas concéntricas negras (Cooke, 973: 6).
En un relato de corte tradicional, a pesar de los envidiosos y ma-
chistas neles, que «prohíben a la mujer que haga el bien a la
comuni- dad», la nele Olonakekiryai
[…] vino a perfeccionar, a diseñ ar, a refinar el arte, y enseñ ó a nuestros
padres en Ukkupneka. Así Olonakekiryai llamó a todas las ancianas del pue-
blo y empezó a instruirlas. Se sentaba en la mitad de la hamaca, se
peinaba suavemente y hablaba fuerte. Empezaba a cantar sobre nuestro
origen, sobre la Madre Tierra, sobre lo que realmente acontece entre el
hombre, la planta y la Madre Tierra. (Asociació n de Cabildos Indígenas de
Antioquia, 996: 43).
436

Se cuenta que nana Olonakekiryai viajó hasta el kalu Sappimo-


Golfo del Darién

lanarmakkale. Allí halló «todos los árboles, sus tallos, sus hojas pin-
tadas y diseñ adas con figuras diversas, con formas que nos ofrece
nuestra Madre Tierra». El narrador agrega:
[Sappimolanarmakkale] fue visitado varias veces por Olonakekiryai.
Cada vez que llegaba, subía y bajaba por ese kalu, ella aprendía nuevos dise-
ñ os, nuevas formas de á rboles, nuevas maneras de elaborar. Ella vio primero
á rboles pintados y diseñ ados, luego llegó a la pintura y el diseñ o en el cuerpo
de las jó venes mujeres, un poco más tarde se le presentaron los peñ ones pin-
tados. Ella intentaba traer los diseñ os a nuestro pueblo […]. (Asociació n
de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 4).

La anterior referencia permite redondear la idea antes sugerida:


si bien es cierto que el desarrollo de las molas actuales responde a las
dinámicas de intercambio y comercio en el área circumcaribe, para
los kuna tule su origen se remonta más atrás y más adentro, pues an-
tes de la asimilació n de técnicas y materiales europeos, los diseñ os se
plasmaban sobre el cuerpo, en un sistema de escritura corporal com-
parable al kipará, aú n en uso entre los embera de río. Es cierto que
en muchos casos los embera y los kuna tule parecieran ser «como dos
partes opuestas de un mismo universo» (Vargas, 993: 56), como en la
historia del encuentro de Caragabí y Trutruica, una narració n katío
que evocaría los primeros contactos entre los embera y los kuna (56).
Segú n el relato kuna tule sobre Olonakekiryai, la inspiració n ori-
ginal de las molas provino de las formas de las hojas en los á rboles,
luego pasó a la pintura corporal femenina y tal vez se extendió a las
pinturas rupestres. La menció n sobre diseñ os en los cuerpos de las
mujeres jó venes podría aludir a su uso concreto en los rituales de
iniciació n femenina, durante los cuales se usan tijeras para cortar el
pelo de las jó venes recién menstruantes. Las tijeras son redimensio-
nadas simbó licamente –como lo hicieron notar Wassén y Holmer– y
son una herramienta clave en la confecció n de las molas. La alusió n
a los peñ ones pintados no es suficientemente clara para que podamos
afirmar que diseñ os similares nutrieron las pinturas rupestres; puede
haber sido a la inversa, y en tal caso los diseñ os no necesariamente
serían de origen kuna tule, más aú n en un área de tantos movimientos
poblacionales.
437
Recordemos que los kuna tule se conciben desplegados y reple-
gados desde y hacia cerros como el Tacarcuna. Es en esos cerros, los

Molas: ventanas afuera y adentro de los kuna tule


de la Serranía del Darién, en donde abundan los kalus. Un narrador
contó que cuando se sintieron presionados por «los gringos», guarda-
ron el oro en una laguna del Tacarcuna; en un movimiento inverso, el
despliegue colorido y expresivo de las molas brotó también de un kalu
má s atrá s y má s adentro:
Todo el arte, todos los diseñ os, todo lo hermoso que elaboraron nues-
tros abuelos, nuestras abuelas de esas generaciones que han desaparecido,
han quedado en kalu Tukpis. Todos ellos son la riqueza de nuestro pueblo
kuna, nuestra riqueza, nuestras cosas. (Asociació n de Cabildos Indígenas de
Antioquia, 996: 42).

Los diseñ os de los antiguos quedaron «guardados» en uno y va-


rios kalu, quizá por la presió n de la Conquista, o por una degradació n
anímica de los propios kuna tule –un tema recurrente en los relatos–,
entre otras razones. De esta suerte, los diseñ os plasmados en los
peñ o- nes y en los cuerpos de las mujeres jó venes cayeron en desuso,
aunque luego fueron reavivados gracias a líderes de voz fuerte y largos
cabellos (raíces) como nana Olonakekiryai.
[Pero ella] no aprendió inmediatamente todos los diseñ os, sino a medida
que fue bajando a las capas diversas de la Madre Tierra. Kalu Tukpis es el
ú ltimo, donde realmente vio las figuras, los diseñ os reunidos de nuestros
abuelos, es como la memoria de lo que elaboraron las generaciones pasadas
de nuestros abuelos, de nuestras abuelas. Ahí nació la mola, ahí nació la wini,
tinawini. (Asociació n de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 42).

La mola renació entonces por el poder de la visió n chamánica que


fue capaz de remontarse a lo profundo de los kalus; es una visió n
como la de quienes se remontan para pedir los animales-presas a sus
dueñ os. Las molas son un atributo de belleza y dignidad entre los
kuna tule, pero también son –como los chumbes o fajas de las inga y
camëntsá– un tejido que las protege, pues ellas son el vientre, las que
trasforman la semilla en vida. Las kuna tule recogen pequeñ as
semillas de diver- sos colores y hacen como las antiguas mujeres, de
quienes aprendieron a enlazar y entrelazar las diferentes semillas y
«sacar de ahí figuras para adornar las piernas».
438
En lo que respecta a las escritoras-tejedoras, a su capacidad de
plasmar y contar historias, la elaboració n de molas se constituyó du-
Golfo del Darién

rante el siglo XIX en el primer antecedente claro de una literatura con-


temporánea kuna tule, caracterizada más recientemente por un grupo
de escritores a menudo bilingü es. Con su reapropiació n de la escritu-
ra alfabética estos escritores procuran, entre otros propó sitos, dar un
paso más allá del que dieron en el siglo XX los recopiladores extranje-
ros y nativos que se preocuparon por recoger y entender las canciones
y narraciones tradicionales que conforman la llamada etnoliteratura.
Hoy como ayer, pintadas o tejidas, el arte de las molas es una mo-
dalidad de escritura propia, eminentemente femenina, al tiempo que
la escritura de caracteres terapéuticos aú n prevalece entre los neles.
Ambas modalidades, escrituras de géneros, acompañ an y amplían la
práctica y difusió n de una oraliteratura cuya forma alfabética es solo
su adecuació n má s reciente.
En la perspectiva de las escrituras kuna tule se revelan, a grandes
rasgos, diferentes tipos de literatura: ) Como resultado de necesida-
des estrictamente comunitarias, en el caso de los ikalas, preferente-
mente orales, aunque apoyados en «guías pictó ricas para cantos
épicos y religiosos». 2) Como una modalidad tradicional
desarrollada en
gran parte con materiales adquiridos de los extranjeros –las molas,
por ejemplo–. 3) Como un conjunto de historias de origen, cuentos
sobre animales, canciones rituales, en fin, expresiones vinculadas con
la tradició n oral ceremonial; tradiciones mítico-literarias con tenden-
cia a perpetuarse por medio de una técnica de origen waga –la es-
critura alfabética–, es decir, etnoliteratura compilada recientemente
por miembros de las comunidades, aunque buena parte de su corpus
ha sido recogido y publicado por investigadores extranjeros median-
te una escritura en perspectiva etnográfica y etnolingü ística. 4) La
reciente poesía y oraliteratura kuna tule bilingü e, con autores como
Manipiniktikiya (Abadio Green) y Arysteides Turpana.
El tercer y cuarto tipo de literatura, por ser los más accesibles a un
pú blico general, y estar en lenguas muy difundidas, son los que
tien- den a reconocerse como tal. Sin embargo, sería un error
desconocer las otras modalidades de escritura y elaboració n de la
palabra –aú n en la imposibilidad general de acceder a los contextos
orales más ínti- mos– pues es ahí donde se perpetú a más a fondo la
439
oraliteratura kuna
tule como expresió n de una forma ú nica de pensamiento y visió n del
mundo.
La literatura u oraliteratura tule que conocemos (y que seleccio-

El mundo a pique vuelve a


namos aquí) sirve de puente entre culturas, pues nos sensibiliza, nos
instruye, nos contradice y nos hace reír aun a los que no somos de
la comunidad y por tanto no participamos de los sentidos más
profundos y particulares de sus palabras mayores. Los textos
impresos de vuelta a la comunidad, y al servicio de su educació n
florecer

bilingü e, son una posi- bilidad de repotenciar el arte verbal oral y


tejido-tallado-escrito, pues ya lo habremos notado: lo importante para
los kuna tule no es si está escrito o es hablado. Lo esencial es esa
dualidad complementaria. Lo fundamental es si la palabra elaborada,
cargada por generaciones, es eficaz durante las ceremonias, capaz de
orientar en la vida cotidiana, y trascendente en los mundos que
siguen y a la vez son simultáneos a este pequeñ o mundo, tan pequeñ o
como una de las islas de Cuna Yala vista desde los cielos.
el mundo a pique vuelve a florecer

Los motivos de competencia mágica y lucha entre deidades o her-


manos son recurrentes en las literaturas indígenas del Pacífico co-
lombiano; también en la literatura de los kuna tule, cuya identidad
contemporánea es asociada al Atlántico, aunque en el pasado estuvie-
ron presentes en las selvas del Pacífico, especialmente en el río Atrato.
Jacobo Walburger, jesuita austriaco, en su «breve noticia» del siglo
XVIII, hace notar que los antepasados de los kuna tule creían que su
dios y el dios de los españ oles reñ ían y peleaban en el cielo: «[…]
y las mas veces vence el de los españ oles a el de los yndios, y aquel
por vengarse embia entre los yndios pestes de viruelas, alfombrilla, u
otras
enfermedades». De hecho, agrega Walburger,
[…] qualquiera desgracia, que les sucede, atribuyen al Dios de los es-
pañ oles, por estar a veces muy bravo contra los Yndios. Si se les pierde un
perro, puerco, gallina etc. luego dicen que el Nia (criados del Dios de los
440
españ oles) se le havia llevado para su amo. (Walburger, 2006 [748]: 69).
Golfo del Darién

En una versió n del siglo XX, Pad Tummat, «Papa» de los kuna tule,
hijo a su vez de Pala Kint (ballena roja), se enfrenta a los nia –que ac-
tualmente poseen un significado de espíritus maléficos– en una de sus
actividades ordenadoras del mundo, «y después va a arreglar todo en
el cielo; todas sus acciones estaban centradas en el río Olopurgan
Tiwar» (Vargas, 993: 47). Otra referencia indica que en el Nia-
Icala consta que Pad Tummat fue fecundada por medio de un pie,
creando así un hombre y una mujer –aspecto que evoca las historias
embera-wounán sobre el «Hijo de la pierna» (o del pie)–. De otro
lado, si el Karagabí embera rompe con su padre (Tatzitze), el héroe
cultural kuna tule por excelencia, Ibelele (a veces Tad Ibe) es un
mensajero e incluso una prolongació n de Pad Tuumat (pues los
narradores kuna tule siempre está n evocando a Papa).
Abadio Green o Manipiniktikiya, escritor y líder kuna tule,
reco- gió la siguiente narració n que presentamos más adelante: 

. En lo que sigue, las citas textuales corresponden a fragmentos


de los textos incluidos en la antología, por lo cual no se
especifica la paginació n o fuente original. (N. d. C).
Tata Ipele tuvo la forma, o sea toda la concepció n, o sea toda la infraes-
tructura de ser como Papa Tummat, que es hermafrodita, macho y hembra.
Pero Tata Ipelele no quedó allí, sino que era una masa que no aguantaba
dentro de su estructura, estar tan compactos los dos, macho y hembra.
Entonces ahí se revienta y al reventar entonces se separa Ipelele y Olo
Tiililisopi, que es la parte hembra mujer.

Pad Tuumat, É l-Ella, es para algunos narradores quien creó y


or- ganizó el universo en varias capas o mundos, generalmente
doce, y ocho submundos –aunque en varias versiones se habla de
dieciséis ca- pas: ocho arriba y ocho abajo–. Unos narradores dicen
que el mundo fue concebido como una tinaja, otros cuentan que en
forma de un gran disco, probablemente un gran plato. El mundo
actual es un mundo entre mundos, un mundo intermedio. Así lo
explica Morales resu- miendo varias versiones:
[…] el mundo donde vivimos es Olowitariabili, debajo del cual existen
cuatro capas má s y por ú ltimo el río donde navegan las almas muertas y cuya
44
corriente conduce a la casa de Páptumat. Sobre el mundo donde vivimos
también hay cuatro capas. Al final se ubica la regió n de la luz donde están el
Sol, la Luna, las estrellas, concebidas como embarcaciones con trayectorias

El mundo a pique vuelve a


definidas. (Morales, 987: 273).

La Tierra en sí es concebida como una canoa o cayuco có smico,


para cuya conducció n la Madre envía a tres de sus hijos. Los tres
fra- casan en ello y terminan convertidos en fuerzas que azotan a florecer

manera de oscuros remolinos de vientos y mares.


Sobre Ibelele, Ibelel, Ibeorgun o Tad Ibe –el mismo o similar
hé- roe con varias caras– se cuenta que va en un barco dentro del Sol
vigi- lando las acciones de los kuna tule. Es él quien informa a Pad
Tuumat
–aunque en dibujos como los de don Alfonso, el cacique de Arquía,
Papa dispone de un complejo equipo de oficinistas que desde moder-
nos kalus, y por vía telefó nica, se comunican con él para informarle
lo que está pasando con la gente, los animales, el mundo–. Ibelele
es uno de los doce neles que Pad Tuumat envía sucesivamente para
con- figurar el mundo, aconsejar a la gente y mantener en
equilibrio a la comunidad y su entorno. Al igual que el Karagabí
embera, Ibelele tala o dirige la tala del gran árbol de los alimentos y el
agua, humanizando
a los animales-hombres, diferenciando a esos nuevos hombres y en-
señ ándoles a cazar, sembrar, usar herramientas, vivir en comunidad,
reunirse a escuchar a los sailas y neles. Ibelele literalmente les corta
la cola a los primeros hombres; así es que se transforman en olotule,
verdaderos tule (dule), «gente de oro».
De vuelta a la contemporaneidad, las luchas y competencias en-
tre héroes y animales primordiales se actualizan en los relatos sobre
soberbios neles que combaten mutuamente; neles que por lo comú n
subestiman y obstaculizan a una sabia nele por ser mujer, o a un joven
nele del que se burlan porque se sahú ma con semillas de algodó n.
Ya contamos parte de la historia de Olonakekiryai, quien
perfec- cionó los diseñ os de las molas a pesar de los envidiosos
neles. Los otros dos ejemplos son nele Ogebib y nele Kuani. Del
primero, aun- que seriamente subestimado por los «grandes
hombres», el narrador cuenta que en el más allá de la Madre Tierra,
las grandes madres «di- señ aban, coloreaban, pintaban el sombrero
442
(inteligencia) a Ogebib, le inspiraban, le alentaban a actuar en favor de
su pueblo». Ogebib, hijo de Pailibe, el nele de los espíritus de los
huesos,
Golfo del Darién

[…] cuando llegó a la plenitud de su visió n, dijo a su padre:


–Veo a grandes abuelos, ancianas y a grandes nelegan […] Las ancianas
de Sapibe nega, dijeron a Ogebib en su visió n:
–Tus nelegan se han corrompido, ya no dan buen ejemplo a los pequeñ os,
han abandonado el camino de Papa, han arrastrado a los niñ os a la
corrup- ció n. Papa está por cambiar la ropa a su hijo Sol. Papa va a poner
dab’lisamola a su hijo el Sol, y le va a colocar dab’lisakurgin. Va a caer una
terrible tristeza sobre el pueblo, tiempo de lá grimas. El Sol se va a poner
til’lakurgin, se va a vestir de nisalimola.
Ogebib habló al pueblo, despertó a los pequeñ os del pueblo. (Asociació n
de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 77-84).

. Ibelele no combate con Pad Tummat, como sí combatió el embera Karagabí


contra su padre, quien lo generó a partir de un salivazo. Sin embargo, los
descendientes de Pad Tummat, descarriados en numerosos episodios, luchan
unos con otros para imponer un nuevo orden. Así puede leerse el extenso ciclo
de confrontaciones entre dos enviados posteriores, Tad Ibe (Ibelele) y Piler.
Una de las primeras cosas que Tad Ibe hace tras derrotar a Piler es organizar
una reunió n en la que los animales deben elegir un saila o jefe. Tras una
larga manipulació n del mono —ese «casi-hombre»— los animales terminan
peleándose, y así se perpetú a su dinámica de devorar y ser devorados.
Cuestionados, los nelegan para burlarse de Ogebib empezaron a
exponer lo que sabían, reunían a la gente y exhibían su destreza ante
el pueblo, y «contradecían así sus mismas palabras»; entonces la
natura- leza comienza a rebelarse, a manifestar síntomas de
inversió n.
En una estructura que se repite en numerosos relatos, el mundo
cada día se degrada más y más, y la naturaleza se revela (y se rebela)
más desordenada. Se alteran hasta las ceremonias del ciclo vital:
[…] tomaban la chicha para las niñ as, los nelegan entraban en kabir’nega
seguidos por una enorme boa, un tigre rodeado de avispas peligrosas, entra-
ban así para asustar a la gente pobre (eigana), para que les tuviesen por gran-
des hombres y les obedecieran. Nelegan contra nelegan inventaban muchas
técnicas de miedo; trataban de hacer caer y poner en ridículo unos a otros.

Finalmente, tiene lugar la peor pesadilla para los pueblos de


ori- gen chibcha, como puede constatarse en muchas de sus
tradiciones mítico-literarias: el mundo queda sumido en una
completa oscuri- dad. Se apagan todos los fogones. El mal
443
comportamiento de los seres
humanos precipita al mundo en el caos primigenio, cuando no había
amanecido. La inconsciencia se hace patente, cobra forma y muerde.
Todo chilla, todo atemoriza. La gente queda extraviada en el

El mundo a pique vuelve a


monte. Mayores y menores lloran desconsolados. Las maracas y voces
de los neles quedan silenciadas e inú tiles; el mundo entero cae en un
estupor que pareciera anteceder a la muerte có smica. Lo que
sobreviene no es un castigo sino un terrible suplicio colectivo.
[En cuanto a] los nelegan que se habían burlado de Ogebib, corrían chi-
florecer

llando por la oscuridad, perseguidos por los tapires, jaguares, serpientes.


Mucha gente murió , muchos se perdieron. Y la gente que se había
quedado en casa se reunió en la gran choza de Onmaked-nega.

Esperando ya lo peor, la ú nica salida es que las ancianas


conven- zan a Ogebib para que los ayude, a pesar del pasado
menosprecio. El héroe no puede negarse. «Ogebib se llamó Ogebibi
porque encendió de nuevo al Sol, Tad Ogasadi» (Asociació n de
Cabildos Indígenas de Antioquia, 996).
En la versió n protagonizada por nele Kuani, de quien un narrador
dice que es el hermano oscuro de Ogebib, el temor no es a la oscuridad
sino a la ausencia total de agua, una gran sequía resultado de que
el
Sol, Olouaibipiler, se cambia de sombrero y se pone «el sombrero rojo
de guerra, el sombrero de fuego», tras lo cual todo arde. Kuani es el
ú nico nele que guarda agua y comida –quizá por acoplamiento con el
relato bíblico del previsivo Noé–. Ya en las ú ltimas Kuani accede a
ayudar, pues no se puede negar a la petició n de la anciana que le sirvió
de partera; sin embargo, pone como condició n que durante la ceremo-
nia todos se postren en tierra, incluyendo a los soberbios neles pero
ex- ceptuando a los niñ os y niñ as, a quienes invita a permanecer
sentados. Los braseros para sahumarse con semillas de cacao, el
aspecto guerrero y despiadado del Sol, y, sobre todo, las fases de
creació n y destrucció n mediante cataclismos naturales, son
elementos com- parables a los expuestos en otras literaturas centro
y mesoamerica- nas como la maya y, especialmente, la azteca-
mexica. De hecho, un narrador kuna tule se dirige a su gente
contándole que su tierra «ha sido bañ ada y limpiada cuatro veces»,
por oscuridad, vientos, fuegos y revueltas aguas de maremotos.
444
«Luego, vino Ipeorkun, y estamos viviendo en su tiempo»
(Asociació n de Cabildos Indígenas de Antio-
quia, 996).
Golfo del Darién

Los relatos, aun con todos los elementos bíblicos, dejan notar algo
ú nico: el correcto comportamiento humano y el equilibrio de la na-
turaleza son uno mismo y están estrechamente ligados. Para los kuna
tule no es que Papa castigue con cataclismos; es que ellos mismos
se castigan con su mal comportamiento. Dicho de otra manera:
aceleran con su comportamiento incorrecto el inevitable fin y
recomienzo del mundo. Los kuna tule se sienten responsables por el
equilibrio de su entorno natural, y los ceremoniales regulan la
naturaleza. Si falla el cumplimiento del hombre, también la
naturaleza deja de cumplir. La

. En este punto reconectamos con un motivo muy particular, presente en algunas


molas, aunque con á nimo humorístico. Se trata de la rebelió n doméstica o
rebelió n de los objetos, aspectos del motivo de inversió n có smica. Renovado el
mundo todo marchaba bien; Tad Aibá n dirigía la casa ceremonial y la gente le
escuchaba sus consejos —vale aclarar que no estoy esbozando una cronología
mítica—. Entonces aconteció lo que en tantos relatos: el comportamiento de los
kuna tule perdió brillo. Las siguientes no son imá genes propiamente tule, pero
puede sugerirse que el mundo pasó del oro a la plata, de la plata al cobre, y del
cobre a la piedra de fuego, al barro y a la sangre. El saila advertía a la gente que
cambiara. Nada. No le hacían caso. «Continuaban causando desó rdenes y hasta
echaban pedos en el saló n de congreso mientras Aiban cantaba» (Chapin, 989).
pérdida de respeto entre los hombres incentiva la pérdida de límites
entre estos y la naturaleza. Se acortan las diferencias y, lo que es peor
desde el punto de vista tradicional, se invierten los roles. Así es como
aparece el motivo de rebelió n natural y rebelió n doméstica, que son
uno y el mismo que el de inversió n có smica, pero no porque sean
igua- les sino porque responden el uno al otro.
A menudo se oían los peces del río gritando y llorando. Toda clase de
plantas marinas y aguamalas y gusanos de mar se depositaron en las playas,
y había multitud de insectos brincadores en la arena. Plagas de escarabajos
y otros bichos atacaban los cocales. Nubes espesas de mosquitos del tamañ o
de pájaros descendían sobre la gente y le chupaban la sangre, y muchos se
morían. La població n se reducía rápidamente. De vez en cuando
bandadas enormes de palomas rojas y blancas con picos rojos aparecían
sobre el pueblo. Cuando la gente miraba para arriba y bajaba la cabeza le salía
sangre por la boca y la nariz. (Chapin, 989).

El anterior es un ejemplo de la disminució n de los límites, es decir,


445
de los primeros síntomas de regresió n a un estado prehumano. Todo
esto implica una inquietante pérdida de la conciencia humana:
[…] un día vieron a un hombre vestido de ropa blanca y sombrero blanco

El mundo a pique vuelve a


que venía hacia ellos desde alta mar. Pero cuando estuvo cerca vieron que era
solo un tronco grande con muchos pájaros blancos sentados encima. Má s
tarde notaron un cayuco con una vela blanca caminando hacia la playa. Pero
cuando llegó cerca vieron que era un pelícano. Sintieron gente llorando mar
afuera: cuando los llantos misteriosos se les acercaron se convirtieron en una florecer

ola inmensa que cayó en la playa con violencia. La gente pensó : «El mar está
llorando. ¿Qué será de nosotros?». Y así pasaron muchas cosas extrañ as en el
tiempo de Aiban. (Chapin, 989).

Entonces sobreviene la terrible rebelió n de los objetos, algo que


nuestra mentalidad moderna plasma en incontables có mics y películas
(tipo Terminator) en que las máquinas se levantan contra los hom-
bres. Solo que aquí se trata de algo diferente: las cosas, aparentemente
neutras, cobran vida, revelan angustiosamente ese principio kuna tule
de que todo tiene purba, una especie de alma. Pero aquí no
termina

. «[…] cuando los hombres iban a sus fincas y hundían sus machetes
esta serie de revelaciones (o rebelaciones). Los hombres comienzan a
volver a su condició n animal y esa animalidad también ironiza contra
la conciencia de una humanidad que, habiendo estado en equilibrio,
decae en su contrario:
[…] un día un hombre fue al monte y dijo a su esposa que le llevara
comida al medio día. Ella se le acercó a la hora designada, todavía escondida
de su vista, se paró y se transformó en una venada. Cortó varias hojas de
uruwa (como platanillo), defecó sobre las hojas, y envolvió el excremento en
un paquete. Cuando llegó a donde su esposo se había convertido nuevamente
en mujer. Le dijo:
–Te he traído un bulto de guineos maduros para hacerte chucula.
Y el esposo le dijo que la preparara porque tenía mucha sed. Ella la mez-
cló y le dio una taza grande, y él la tragó . Ella se despidió y cuando llegó al
borde de la roza su esposo echó una mirada hacia donde estaba y vio una
venada desapareciendo por entre las malezas. (Chapin, 989).

446
El motivo del matrimonio sobrenatural, recurrente en las oralite-
raturas de los embera y los wounán, es para los tule síntoma de
una regresió n preliminar al caos, como en la historia del hombre que
Golfo del Darién

se iba al monte por varios días y cuando lo encuentran está acostado


junto a una venada. Pero los malos síntomas, si así puede
llamá rseles, se ex- tienden a todo el conjunto de la naturaleza. «A
veces la gente descubría las frutas creciendo en la base de sus matas
de guineo y los tubérculos de yuca y de otoe entre las hojas. La fruta
del vivá (nalup) crecía en el suelo al lado de las raíces. Todo estaba al
revés» (Chapin, 989), afirma el narrador. A pesar de todo, los
consejos y advertencias de Aibá n cada vez se escuchan menos. Hasta
que aparecen «tres jó venes guapos con el pelo hasta la cintura» –
probablemente los ángeles bíblicos que visitan y advierten a Noé–.
Con todo, la imagen que interesa es la del árbol sin flores. Los
jó venes anuncian su profecía: «[…] cuando el cas- tigo de Dios esté
por llegar este árbol va a florecer. Esto pasa una vez cada cien añ os.
Tendrás que ir allá para verlo» (Chapin, 989).
Analizaremos la imagen del á rbol en la ú ltima secció n de esta

en los troncos de guineo salían gritos de dolor y chorros de sangre.


Lo mismo pasaba cuando iban a cortar leñ a. Cogían miedo y
huían a toda velocidad hacia el pueblo» (Chapin, 989).
introducció n. Por lo pronto basta con decir que ese árbol se relaciona
con el árbol que Ibelele y sus ayudantes animales-hombres talan en el
amanecer de la conciencia humana diferenciada. Así, aunque el narra-
dor insiste en la idea bíblica del diluvio, lo que puede leerse de
fondo no es un castigo bíblico sino una regeneració n de aquel árbol
cuya caída dio origen al estado de cosas actuales, esto es, a la
preeminencia humana. Y es que la gente no solo se portaba algo así
como «amoral- mente»; en realidad se estaban portando como
animales, haciendo sus payasadas que hasta harían sonreír a un
anciano seriamente preocupa- do por el estado del mundo.
A diferencia de la ordenada selecció n y peregrinació n de parejas
que con paciencia lleva a cabo Noé, los animales se desordenan ac-
tuando como si fueran humanos: un caos desde su punto de vista. Otro
de los melenudos mensajeros «llegó al río arriba y habló con Aibán,
preguntándole có mo se sentía. Dijo que iba a la desembocadura del
río para ver el Mar. Cuando partió , Aibán dijo a la gente que el
joven era un taim (lagarto)» (Chapin, 989). Luego llegó otro que
447
en reali-
dad era un yarbi (anguila verde), hasta que finalmente llegó uno que
fue atrapado y se casó con una mujer kuna tule. Y aunque era muy
trabajador –como el nutria esposo de una embera– descubrieron que

El mundo a pique vuelve a


era un sigli (pavó n), y lo mataron de un disparo. Así mismo, otro
que invitaron a comer era tabgala, una garza, de la que se burlaron
echán- dole picante en los ojos.
De esta secuencia se deduce que, a diferencia del relato de Noé, en
el que los castigos se precipitan por faltas entre los hombres y contra
florecer

su creador, aquí los desastres naturales se precipitan por un


desequili- brio generalizado entre los kuna tule, sus autoridades, e
incluso entre otras gentes. Los «jureles, sardinas, tiburones, bufeos,
tortugas, cam- bombias, pulpos y langostas comenzaron a meterse en
el río y el agua estaba revuelta con su movimiento furioso»
(Chapin, 989). Ya que todo tiene surba (alma) hasta las cosas
supuestamente más insensibles se levantan contra los humanos que, a
causa de sus incumplimientos, está n a punto de perder todos sus
privilegios:
[…] para cruzar el río la gente trepaba un tronco grande. Un día cuando
las mujeres estaban caminando sobre el tronco este les habló :
–¡Así está formada tu carne!
Corrieron para el pueblo y le dijeron a Aiban lo que había ocurrido.
Cuando la gente se sentaba, los bancos y las sillas les hablaban. Cuando
las mujeres cocinaban, las ollas gritaban:
–¡Me está s quemando, me está s quemando! (Chapin, 989).

El relato finaliza con un diluvio que se produce tras la huida de


Tad Aibá n y sus seguidores hacia Tingwa Yala. El agua sube y
limpia el mundo; y hasta ahí el conflicto pareciera resolverse en
términos bíblicos, pero en otro fragmento se cuenta que cuando Tad
Aibán baja y se encuentra con la nueva gente ellos lo matan a patadas.
El narrador afirma que de su cuerpo salen gusanos y no tenemos más
referencias al árbol. Lo cierto es que el árbol viejo vuelve a dar flores,
y el anciano Tad Aibá n no desaparece sino que se multiplica en
gusanos. Es un fin similar al del «Hijo de la pierna» embera: cuando
su propia gente propicia su muerte, él se vuelve todos los animales
que chupan sangre: no es su fin, es su renacimiento. No es un desastre,
es una inversió n de roles. No es algo antinatural: es natural, cíclico,
448
aunque acelerado por el comportamiento humano. No es un diluvio,
es el renacimiento del árbol que los héroes y hombres-animales
creyeron haber talado en el comienzo del mundo humanizado.
Golfo del Darién

Platillos voladores de oro

La oraliteratura kuna tule posee sus propios cielos, y en sus cielos


hay platillos voladores de oro. El poeta Ernesto Cardenal llamó Los
ovnis de oro a sus poemas indios, un homenaje poético a las culturas
indígenas de Abya-Yala. Los giros poéticos de Cardenal son, como
aquí, muy inteligentes. Ya pasados los quinientos añ os del supuesto
descubrimiento, no son pocos los que continú an considerando a los
pueblos indígenas como «Objetos Voladores No Identificados».
Simbó licamente los Ovnis son presencias que mucha ha gente
ha visto, pero en las que pocos creen; no han sido identificados
plena- mente, es decir, su identidad no es reconocida por los
gobiernos ni por
«la gente razonable». La metáfora es muy eficaz. No obstante, el
sím- bolo kuna tule no es el de ovnis, sino el de platillos o platos
voladores claramente identificados en su funció n de traer y llevar
personas entre
esta capa y otras capas del universo. Además, los narradores no dudan
en afirmar que los platillos son de oro. Así que no se trata de Ovnis
sino de Ovis: Objetos Voladores Identificados. Es obvio que aquí,
como en otros tó picos analizados (Noé-diluvio, cielo-oficinas), hay un
acoplamiento de imaginarios, incluso podría hablarse de transcultu-
ració n, pues los platillos voladores son reinterpretados en un contexto
cosmoló gico propio, en cuya dinámica entran a formar parte de una
ló gica especial, lo que les permite tener funciones muy precisas. Carl
Gustav Jung, psicó logo suizo, decía que los ovnis constituían una
ex- presió n de la mitología de nuestro tiempo, un tiempo en el que
hemos desplazado a dioses y misterios hacia el cielo.
Entre los kuna tule los platillos voladores permiten la comunica-
ció n entre las regiones có smicas y, por tanto, su simbolismo forma
par- te de una red de objetos y personas «puente», tales como
escaleras al cielo, mujeres venidas de las estrellas, muertos que
regresan y, ante todo, el Paluwala, gran á rbol del origen, de la sal y
de los alimentos; árbol cuyos ciclos de destrucció n y regeneració n
449
determinan las eras
có smicas. Unos mensajeros venidos de otro mundo le anuncian a Tad
Aibán que cierto «antiguo árbol» vuelve a florecer: el fin y recomienzo

Platillos voladores de oro


del mundo es inminente –por cierto: en un relato embera, la escalera
al cielo se rompe cuando un niñ o arranca una de las flores que la ador-
nan, pues Karagabí lo había prohibido–. La descripció n de un narrador
kuna tule, además de mistérica y hermosa, es reveladora al respecto:
[…] cuando el sol alcanzó su cenit venía descendiendo el platillo de oro
frente a la casa: brillaba e iluminaba toda el área con su esplendor. Al borde del
platillo crecían flores doradas. Bajó frente a la casa, la escalera salió como otras
veces, y las cuatro muchachas bajaron y entraron a la casa. (Chapin, 989).

Estamos ante una imagen de readecuació n simbó lica. Los platillos


voladores sirven a la mentalidad tradicional para renovar su concep-
ció n de comunicació n entre niveles. La tecnología que se permiten
acoger (tijeras, telas, bombillos, motores, etcétera) también renueva
las tradiciones mítico-literarias en una constante de transformació n
que conserva lo esencial al tiempo que dinamiza lo formal. Á rboles,
escaleras, platillos voladores, todos permiten que la comunicació n flo-
rezca –recuérdese que los poetas aztecas y chichimecas del siglo XV
decían elevar sus cantos como flores que se abren hacia el cielo–.
Del arriba bajan cuatro muchachas que cuidan a cuatro hombres
cuya madre los ha castrado simbó licamente. Ellas vienen en el platillo
en cuyo borde crecen las flores doradas, y antes que los hombres re-
gresen del monte ellas regresan siempre al cielo; entonces los
hombres se precipitan a capturarlas como presas de caza, y ellas
huyen, excepto una mujer retenida inicialmente por el menor –el
tradicional hermano menor que tiene «más suerte», que es más sabio y
prudente, a propó sito del motivo de lo pequeñ o que prevalece–. El
hermano menor, más sagaz y valiente, es el primero en quedarse
escondido para descubrir qué era lo que pasaba mientras estaban
ausentes. Es el primero en escucharlas bromear y decir «que estaban
acostadas en las hamacas de sus esposos» (Chapin, 989). Se anticipa así
el motivo del matrimonio sobrenatural.
Segú n Mircea Eliade, historiador rumano de las religiones, las es-
posas celestiales son personajes que aparecen en relatos chamánicos
de todo el mundo. Y es que además de traer con ellas
conocimientos y dones, en este caso el arte de hilar algodó n, la
450
hermana que debe quedarse enseñ ando, al mejor estilo de los
neles, có mo tratar a los muertos y con los muertos y, sobre todo,
Golfo del Darién

qué se ve, qué pasa y có mo comportarse en el reino de los


muertos o de Dios.
Punorbipi es el nombre de la hija que la mujer celestial tuvo con el
hermano menor. Cuando la niñ a muere, su madre Olonadili, o
mujer de las estrellas, interpreta unos cantos chamánicos que
cumplen con la funció n de orientar la surba («alma») de la niñ a en el
intramundo. Pri- mero le hace un breve repaso de su vida en la tierra y
luego la induce a tomar conciencia de que ya no pertenece a este
mundo:
[…] cuando las lluvias eran recias, cuando el tiempo estaba malo, tu
padre iba al monte por ti. Tu padre iba al monte por ti. Tu padre iba al monte
a buscar comida para ti, iba a sembrar para ti. Pero se ha acabado todo
eso. Pobre Punorbipi, ahora tú piensas en otras cosas. Tu cara nos va a dejar.
Tu madre es la hija de una estrella y ahora tú irás a reunirte con tus tías.
Tú verás el Reino de Dios, donde hay muchas flores olorosas. Y jugará s
entre esas flores. Creo que va a ser así. (Chapin, 989).

A continuació n la anima a irse; allá estará mejor, pues es a donde


realmente pertenece. La descripció n del Reino de Dios que
presenta este relato coincide con la realizada por muchos narradores
sobre los kalu. Parece que la niñ a se encaminara a un kalu:
[…] nunca má s pensarás en mí. Al final de un río hay un platillo de oro.
Creo que este platillo te llevará al Reino de Dios. Tú estabas aquí en la tierra.
Nunca peleaste con tus amiguitas y nunca tocaste las canastas de retazos de
tela de las mujeres. Siempre te comportaste bien cuando jugabas en la casa.
Creo que no habrán dificultades para ti, llegará s al Reino de Dios sin proble-
ma. Creo que subirá s en un platillo de oro. Te vas al Reino de Dios, donde hay
muchas flores. Tú tienes muchas tías allá . Hay muchos jardines con flores que
son gente. Hay muchas calles bonitas. Verás Manisikirkun Igar,
Olosikirkun Igar, Manitalalakun Igar y Olotalalakun Igar. Jugarás en esas
calles. Dios tiene un río llamado Bisepkun Tiwar (río de la Albahaca). Hay
otros ríos te bañ arás y te refrescarás. Y nunca pensarás en regresar a
donde mí. Yo estoy en la tierra. Cuantas veces tu padre mate un animal en el
monte pensaré en ti. Me has dejado con mucha tristeza en mi corazó n.
(Chapin, 989).

Escuchándola llorar y cantar, hablar y narrar, las kuna tule apren-


den a «cantar». Olonadili les lega nada menos que lo que los chibchas
de la Sierra Nevada de Santa Marta llaman la mortuoria, un arte
45
del
saber pasar (morir) que les fue legado por mamas como Nuhuna.
Por la descripció n de Olonadili se puede afirmar que las flores

Platillos voladores de oro


son atributos celestiales relacionados con escaleras, bejucos, árboles
y platillos voladores de oro. Olonadili, má s que mujer de las estre-
llas es mujer de oro (olo). El preparar la venida de la «gente de
oro» es lo que caracteriza a los hombres-animales que ayudaron a
talar el Paluwala. La concepció n kuna tule del mundo enfatiza que
este es originalmente abundante en oro. A partir de los relatos
pueden proponerse dos interpretaciones. El mundo de oro es
equiparable a una época original de luminosidad, sabiduría y
armonía, que poco a poco se va degradando material y
espiritualmente; la naturaleza se rebela, los mensajeros fracasan.
Entonces el árbol vuelve a florecer y comienza un nuevo mundo. Por
otro lado está la idea, probablemente anterior, de que el mundo de
oro era afectivamente abundante, pero también indiferenciado, sin
leyes, una especie de naturaleza en bruto. El creador parece intervenir
al comienzo y luego manda a sus neles (o mensajeros heroicos) a
configurar el mundo. La humanidad tule co- mienza propiamente
con la tala del gran árbol. Segú n Morales, el oro puede tener una
significació n seminal: «Antes de la llegada del héroe no había
restricciones al incesto, ni exogamia, o sea que el líquido
seminal era libre en su transmisió n y ese semen libre quedó simboli-
zado en el oro que circulaba libremente también» (992: 86).
Desde esta perspectiva, la conciencia humana consiste en técnicas
para extraer, transformar y forjar el oro seminal. Perió dicamente los
héroes descienden para enseñ ar a trabajar y canalizar ese oro; vienen
de lugares en donde todo es organizadamente de oro: ciudades de oro,
ríos de oro… viajan en platillos de oro. Y sus conocimientos son como
el oro, brillan, dan luz.
Hoy en día se ha impuesto la idea de cielo y los cielos. El pensa-
miento kuna tradicional no sabe de cielos sino de capas, y esas capas,
más que estar arriba o abajo, están adentro. Es más pertinente refe-
rirse a intramundos que hablar sobre infra o supramundos: los kalu,
de hecho, están aquí, pero no cualquiera los ve. Olonadili es en la
tradició n en traducción una mujer de las estrellas: ella viaja en
platillos voladores y en su canció n describe una imagen mixta de
kalu y cielo. En otra narració n se dice que en la capa «má s
452 profunda habita una mujer dorada ancestral, rodeada a su vez de
edificios y plazas de oro» (Morales, 992: 84).
Debemos tener en cuenta que muchos de los relatos publicados
Golfo del Darién

fueron narrados fuera de sus contextos tradicionales, y a personas que


no eran kuna tule. Si vamos al nú cleo narrativo tradicional, el Tatkan
ikala, por ejemplo, encontramos lo siguiente:
[…] se inicia con la creació n y las hazañ as de los héroes épicos (neles)
dados a luz en bandejas de oro, como las que se producían en grandes canti-
dades en Panamá y se exportaban hasta la ciudad maya de Chitchen Itzá, en
el norte de Yucatán. (Brotherston, 997 [992]: 34).

Los neles nacen sobre bandejas de oro, descienden en platos de


oro y, por ú ltimo, ascienden y descienden dentro de platillos
voladores de oro. El oro permanece como materia de
transformació n y sabidu- ría, pero los objetos van cambiando, van
siendo readecuados a nuevos contextos y tradiciones-traducciones.
Para ahondar un poco en el sim- bolismo de las bandejas de oro,
citemos una «noticia mítica» recogida a mediados del XVIII por
Jacobo Walburger:
[…] creen que hai Dios en el cielo sentado en una cana o banquillo de
oro, vestido de oro y plata: su cuello/manos y pies adornados de corales y
chaquiras. Su sombrero de plumas, su hamaca, en donde duerme, tejida
de
oro, su casa fabricada de oro y plata, y adornada de espejos: en su servicio
tiene solo yndios del Darien, que de quando en quando le llevan en totumas
de oro comida y chicha: ignora del todo lo que pasa en este mundo, hasta que
muera uno de estos yndios, que en va derecho al cielo, y le informa todo
lo que ha sucedido hasta entonces. (2006).

La idea de un ser superior sentado en lo alto también es comú n


en- tre los uwa (chibchas de la Sierra Nevada del Cocuy); lo que no es
fácil establecer es hasta qué punto se trata de una respuesta forzada
por las preguntas o doctrinas de los misioneros europeos. Lo que sí
puede deducirse es que si bien ese ser superior se sienta en una
banca de oro, y se acuesta en una hamaca tejida con hilos de oro, los
héroes que de él descienden se asocian con otros receptáculos de oro,
como las llama- das bandejas o platos de ese material. Encontramos lo
siguiente en un relato recogido por Nordenskiö ld:
[…] se dice que Dios construyó una casa en ocho capas (que significa el
cuerpo humano) y en medio puso una mesa (que significa la vulva femenina)
453
de diferentes colores con sus patas ramificadas y, sobre esta, una tela blanca
(o sea la piel de la vulva) y encima otra tela blanca más delgada sobre la cual

Platillos voladores de oro


colocó platos (significa que Dios se acostó con su esposa) y allí se sentó nana
Olotililisop. (Díaz et á l., 992: 66).

Más que el significado «Dios se acostó con su esposa», la


colocació n de los platos sobre la mesa significa que tuvo o que iba a
tener hijos, los neles, a los que fue mandando a esta tierra,
desplegando desde un intramundo en cuya base está sentada la
madre, de modo interesante- mente similar a la cosmovisió n kogui,
otro grupo chibcha. Si el cosmos kuna tule está concebido en forma de
casa, cuerpo y vientre, como una gran tinaja antropomorfa, y como
un disco, los platos vendrían a ser imágenes a escala de ese gran
disco, materializaciones de los niveles, de los materiales, fuerzas y
conocimientos de cada nivel. Los platos son los receptáculos de los
neles mensajeros, y anteceden la funció n de comunicació n entre
niveles, segú n se entiende por las imágenes de platillos voladores
tripulados por neles y, más aú n, por la idea de que transportan
muertos que buscan su destino de ultratumba. Por ejem- plo, en el
relato en que nele Pailiber, durante un congreso comunitario pone a
«dar testimonio» a un muerto, este narra en un punto:
[…] el guía me dijo que tenía que regresar al cementerio a buscar otros
espíritus y me dejó . Un platillo de oro bajó y el capitán me llamó : «Ven con-
migo», me dijo: «He venido a llevarte al Reino de Dios». Subí al platillo y
fuimos al nacimiento del río Oloubikun Tiwar, que también se llama Olobe-
len Tiwar. Había un pueblo grande rodeado de una muralla de oro. Este
es el lugar donde están estacionados todos los platillos de oro que recogen los
espíritus de los niñ os y de la gente buena para llevarlos al Reino de Dios.
El guía me dijo: «¡Te voy a dejar aquí!, y se me alejó ». (Chapin, 989).

En el pasaje anterior, el relato tradicional parece haber sido ade-


cuado al discurso testimonial evangélico, y solo deja leer fragmenta-
riamente la estructura de base. Con todo, aun en el Tatkan ikala, el
recuento histó rico no sucede como una presentació n ordenada de he-
chos y realidades, sino como ampliació n de los propios esquemas tra-
dicionales a través del acoplamiento e inclusió n de hechos, realidades
y elementos forá neos.
Como ha demostrado Kramer, el Mu ikala de los cuna representa el
454
primero de tres tipos principales de epopeya, dedicados respectivamente a la
terapia, la iniciació n y el reino de los muertos; esos diferentes tipos de épicas
Golfo del Darién

en realidad están incluidos en el texto, más amplio, del Tatkan ikala, que
abarca desde el inicio del mundo hasta la invasió n europea. (Brotherston,
997 [992]: 79).

Ibe, humanización y deshumanización

Ibe es una de las palabras para nombrar el Sol. Ibelele usaba un


bastó n de oro; y descendió en platillo de oro, «venció a todos los hom-
bres y mandó a sus enemigos por debajo de la tierra» (Wassén, 934).
Bajan los pájaros. Olonitalipipileler y Kabayai descienden a la Tie-
rra. É l cambia su nombre a Olotwaligipileler y ella cambia el suyo a
Magiryai. Durante las noches, Olotwaligipileler tiene relaciones sexua-
les con su hermana, por eso Magiryai le mancha la cara con jagua y él
huye. Ella, embarazada, trata de alcanzarlo, pero en el camino se deja
engañ ar por hombres-animales y, segú n el narrador, es «corrompida».
Cuando finalmente encuentra a su hermano, él sube al cielo y se
con- vierte en Luna. Por eso la Luna tiene manchas en la cara –
hasta aquí llega el difundido relato de las manchas de la Luna–.
Magiryai, por su parte, llega a la casa de Mu Kwelopunayai, anciana
mujer sapa, quien la esconde en una tinaja de barro para evitar que la
encuentren los nietos,
«un conjunto feroz» de hombres-iguana, hombres-saíno, hombres-
tapir y hombres-pez. Ellos sienten un olor a piñ a y al final la
encuentran y la despedazan. La mujer sapa se queda con los
intestinos y los pone a cocinar en una tinaja de barro; pero se rompe
la tinaja, así que pone los intestinos a cocinar en otra, y así varias
veces, de modo que se rompen en total siete tinajas. La ú ltima, que
estaba hecha de oro, sí resiste.
Esta secuencia simboliza el nacimiento de ocho hermanos –a di-
ferencia de los dos gemelos o mellizos que sobreviven a la muerte de
su madre en los relatos embera-wounán–; la tinaja de oro es el
equi- valente del plato o bandeja de oro. Los héroes son cocinados
455
en cal- deros, un motivo y prueba chamánica por la que pasan otros
héroes hermanos, como Nayenezgani y Kobadzischini
(Tobadzischini), los
gemelos apaches, y Hunahpú e Ixbalamqué, los gemelos maya k’iché.
Los hermanos nacen en platos-tinajas que simbolizan a un tiempo su

Ibe, humanizació n y deshumanizació n


origen divino, el cuerpo de la madre y su funció n de mediadores
en- tre niveles có smicos. Las tinajas rotas se relacionan con el
sacrificio y cuerpo despedazado de la madre.
Los ocho niñ os son criados por la mamá de los asesinos de su ver-
dadera madre. Un día ven «un sigli (pavó n) que cantaba una y otra
vez: “Inaidikilele be nana gala dosa sekuli, uuummm. Inaidikilele be
nana gala dosa sekuli, uuummm” (Un pez grande se tragó los huesos
de su madre)» (Chapin, 989: 32-42), y confirman sus sospechas,
pues ya se habían preguntado por qué si ellos eran tan hermosos, su
madre era tan fea. La siguiente secuencia no solo es el castigo de
los asesinos, sino su diferenciació n formal de los animales-
hombres.
Ibelele, el mayor, guía a sus hermanos en la bú squeda de los
huesos de su madre, y viajan al cuarto nivel en platillos de oro. De una
tinaja de oro salen al mundo y en un platillo de oro regresan
temporalmente al intramundo. Querían hallar medicinas que les
permitieran resucitar a su madre. «Ibelele aprendió todos los cantos
relacionados con estas medicinas y sus preparaciones específicas»
(Chapin, 989). También pasan por casas de diferentes jefes y
jefas; en verdad están viajando
por diferentes kalus, y en uno de ellos se encuentran con Mu –no la
avara sapa, sino la madre dadora de fertilidad–.
«Mu dijo a Ibelele: “Voy a llamar a mis nietas para que ustedes las
puedan ver bailar”. Ella colocó ocho banquitas de oro debajo de un
árbol en el patio y los hermanos se sentaron en hilera». «Bailaron
ocho veces, imitando a los animales» (Chapin, 989: 32-42). Los
hermanos solo se llevan a una mujer –como los cuatro hermanos que
solo se que- dan con una de las mujeres que venían a visitarlos en
platillos–, aun- que esta vez son los hombres quienes entran a la casa
de las mujeres. En otra secuencia, Ibelele y sus hermanos roban a Tad
Olotilakiler las medicinas para limpiar la casa. Puesto que hacían
payasadas o trucos, como los hermanos mayas del Popol vuh, Tad
Olotilakiler «se puso a reír y en el momento propicio Pugasui tiró la
piedra y le dio en el cen- tro de la frente. Se cayó al suelo y se murió .
Al morir se convirtió en toda clase de avispa» (Chapin, 989). Algo
muy similar, por los efectos negativos, ocurre tras la muerte del «Hijo
de la pierna» embera, y de Ualri en el Yurupary tariano.
456
Los hermanos recobran los huesos de la madre y los colocan en
una hamaca (recordemos la hamaca de hilos de oro del dios-cacique);
Golfo del Darién

como Ibelele ya tenía conocimientos de nele, los canta por ocho


días (simbolismo generador y regenerador del ocho: ciclo de
gestació n) y Magiryai vuelve a vivir.
El pelo le llegaba hasta las nalgas […] Ella se sentó y les pidió que le
trajeran una paloma blanca (nu sibu), ya que tenía hambre, y todos se fueron
al monte, dejándola sola en la choza. Pero cuando ellos regresaron se entris-
tecieron de ver que su madre se había convertido otra vez en puros huesos.
Un hombre-animal había comenzado a hablar y a decir lo que los hermanos
estaban tratando de hacer. Pero él había confundido la ceremonia por su falta
de conocimientos y la madre se había deshecho. (Chapin, 989).

Ibelele, con la colaboració n de sus siete hermanos, trata cuatro ve-


ces de resucitar a su madre. Cada vez que renace aparece má s y
má s animal; la ú ltima vez, en jaguar. Siempre hay una persona que
impide o dificulta esta ceremonia; en el Watunna de los so’to (yekuana
o ma- kiritare) de Venezuela, por ejemplo, quien impide la resurreció n
de la madre es Odosha, el espíritu del mal.
Los diferentes niveles có smicos son como tinajas, también como
bancos en donde sentarse, son regiones del cuerpo de la madre, que es
como una gran tinaja, como un gran disco. Un aspecto inquietante en
la madre de los ocho hermanos es que ella se va dejando animalizar:
tiene relaciones sexuales con los animales hasta que literalmente la
comen entera. Los héroes kuna tule, semejantes a los embera-wounán,
tratan de superar su animalidad, procuran diferenciarse, pero su ori-
gen siempre sale a relucir.
Las competencias y batallas con los jefes y jefas de los kalus
son, en otras palabras, expresió n de las tensas relaciones con los
dueñ os y dueñ as de los animales y las plantas. El tabaco brota de la
tumba de Tonanergwa, un nele que muere por un error má gico de
su esposa. Inadoyagabaler, su hijo, usa el tabaco para competir y
vencer a Kilu Kwetule, el jefe de los malos espíritus, que vive en el
cuarto nivel. Pero los niveles no solo expresan nociones espaciales;
ante todo expresan ciclos de desarrollo y sucesió n. Poseen giros
narrativos ú nicos, propios de una literatura cantada que cuenta con
fó rmulas de tipo chamánico.
[Tonanergwa] se sentó a descansar, sintió de repente un deseo 457
vehemente
de ver a Olobagindili. Salió inmediatamente y cuando llegó al primer nivel
vio la hamaca de ella, debajo de la cual había semillas de algodó n echando

Ibe, humanizació n y deshumanizació n


raíces. En el segundo nivel encontró plantas que comenzaban a crecer. En
el tercer nivel encontró plantas maduras debajo de la hamaca de ella. En
el cuarto nivel, donde estaba ubicada la casa de Kuchuka, vio que las
plantas estaban llenas de algodó n. (Chapin, 989).

En el paso bioló gico de niñ a a mujer, la joven kuna tule pasa


por dos encierros o ritos de paso. Su desarrollo pareciera ser
expresió n de un trá nsito por niveles. En señ al de que ya es mujer se
le perfora la nariz; entonces puede lucir la nariguera de oro. Como la
octava tinaja, que era de oro, su nariguera la identifica como olotule,
«persona de oro»; ya está formada, ya puede formar, ya puede dar
vida. En ambos encierros su madre la pinta con jagua. A partir de
ahí es conveniente que use molas, pues los diseñ os de las molas la
protegen –de hecho, a las jó venes embera también las protegen
ciertos diseñ os que pintan con jagua y bija sobre su cuerpo–.
Un narrador kuna tule describe la tierra de antes en términos
de una niñ a, una piragua «que necesitaba conductor». Olotinaginele,
Olonugnibipiler y Oloagnubipiler fracasan como conductores de la
piragua có smica, fracasan como esposos, de cierta manera, pues se
vuelven soberbios, imponentes. Entonces la Madre-Padre los «castiga
con ortiga de oro».
Ahora que hemos tocado el momento del ciclo vital en que una
mu- jer kuna tule está lista para dar continuidad a la vida, es de
mencionar que la historia de la relació n incestuosa entre
Olotwaligipileler y Ma- giryai –Padre y Madre de los ocho hermanos–
reitera un tema frecuen- te en la oraliteratura kuna tule: los héroes y
heroínas que se encargan de humanizar no encuentran digno
reproducirse con personas-anima- les como las que descubren en el
mundo. En una de las noticias míticas de Jacobo Walburger, un
cacique e hijo del Sol se casa con una mujer ordinaria, y entonces
pierde su privilegio de «sustentarse por el olfato», y «purgar por el
ombligo». Así mismo, el que Magiryai, la Madre, haya tenido relaciones
sexuales con hombres-animales, la deshumaniza al punto de aparecer
como jaguar en el cuarto intento de resucitarla.
Los padres de Magiryai fueron al fin y al cabo los que legaron
458
buena parte de las leyes y funciones de convivencia social:
Olotwaligipileler les decía que tenían que construir buenas casas para
Golfo del Darién

vivir en ellas, porque así lo quería dios. Les mostraba a los hombres có mo
hacer todos los oficios que les correspondían: les enseñ aba a hacer canastas,
abanicos de fibra, sillas, bancas y mesas; a tocar una variedad de flautas: supe,
koke, kuli, kam buruwi, suara, kam suet, sulup gala, weagi gala, ted nono, achu
nono; a pescar, a cazar y a sembrar y a cuidar las fincas. Magiryai enseñ aba a
las mujeres a hacer hamacas, a preparar hilos, telas, algodó n, a coser, a cuidar
a los niñ os, a hacer ollas y tinajas y a preparar la comida y la bebida.
Olotwaligipileler decía a la gente que tenían que dormir dentro de las ca-
sas. Pero un hombre llamado Oloailigiñ a insistía en pasar las noches en pan-
tanos. Otro hombre llamado Olowelibler tampoco quería dejar su cama de
tierra que estaba afuera, y Olotukurgiñ aliler seguía durmiendo en árboles.
Ellos prestaban poca atenció n a Olotwaligipileler y seguían viviendo como
salvajes y haciendo lo que les daba la gana. (Chapin, 989).

Hemos notado antes que la desobediencia a los héroes civilizado-


res precipita el fin del mundo presente y el comienzo de uno nuevo.
Pero no es solo efecto de la desobediencia a los neles, es también por
la soberbia de estos. Nakekiryai, la misma que perfeccionó los diseñ os
de las molas, se quejó ante la comunidad en Ukkupneka:
[…] los grandes neles aquí presentes, cuando supieron que yo aprendía
en otros kalus, que bajaba y subía diversos estadios como ellos y má s que
ellos, porque llegaba a lugares que estaban prohibidos para hombres y por
ser mujer me admitían, esos grandes nelekan quisieron cerrarme la vía.
Empeza- ron a impedirme entrar a los grandes kalus. Me impidieron traer la
semilla de la yuca a la superficie de la Madre Tierra para extenderla. Mi
intenció n era subir a la superficie de la tierra las cosas buenas, los avances y
la perfecció n de las cosas que yo veía. (Asociació n de Cabildos Indígenas de
Antioquia, 996).

Los celos competitivos y la envidia son, en numerosos relatos, los


tipos de comportamiento que precipitan el mundo al caos, es decir,
a un estado de animalidad arcaica. Tad Ibe manda a que los
animales se reú nan y elijan un saila o jefe. Así, tras varias
manipulaciones del mono –animal que en el relato simboliza a un
jefe ambicioso de po- der–, es rechazado por los animales que no han
sido escogidos debido a sus defectos. Los animales rechazan al
mono cuando trata de pro- clamarse saila:
459
¡No, no y no! ¡Tú mucho menos! Tú eres el má s descarado e irrespetuoso
de todos nosotros los animales. Te metes en todo. Eres el má s sucio de todos.

Ibe, humanizació n y deshumanizació n


Cuando tengas que cantar en los congresos, tú no vas a respetar a nadie,
te estarás tocando el pipí, comiéndote los piojos. (Organizació n Indígena
de Antioquia, 2002).

Incumplir las leyes tradicionales, no asistir a los congresos o por-


tarse irrespetuosamente durante ellos, pensar solo en beneficio
propio, todos estos son rasgos de animalidad, y segú n los narradores
kuna tule, precipitan el mundo en un estado de incesante
«devoració n» y odio.
Hay algunos animales que son tenidos en mayor estima por la la-
bor heroica que cumplieron o cumplen. En una canció n, la tortuga,
aun sabiendo que la van a matar, se entrega a los pescadores kuna en
solidaridad có smica con los niñ os que están esperando que sus padres
regresen con carne. Yarmó ro, la tortuga terrestre, es capaz de robarle
su vestido de oro a Icalobandule; por eso Dada Tomorcua tiene un
vestido tan grande: su caparazó n. La lagartija ayuda a quitarle el fuego
al avaro tigre, por eso
[…] le tocó comer la carne cruda como antes les había tocado a los otros.
Iskar, el borriguero, roba el fuego al tigre mandado por Tad Ibe. Usu, el
ñ eque, le servía de mensajero a Tad Ibe. Acu, el tigre, era el recadero de Piler.
El ñ eque supera en astucia al devorador tigre, y lo hace quedar como un tonto
en repetidas ocasiones; esto sucede simultá neamente a las batallas de Tad Ibe
con Piler. (Wassén, 934: 9).

En el cuento de «Agutí y el tigre», transcrito por Sherzer (990)


–quien asesoró un trabajo de Alberto Juajibioy, escritor camëntsá–,
experimentamos el arte verbal kuna tule por medio de elementos que
se pierden en la mayoría de los relatos escritos: interpelaciones, reac-
ciones… en suma: el contexto de la narració n. En otro relato, el perro,
canino doméstico que como el hombre trata de imponerse sobre otros
animales, es burlado por el machango, un animal parecido al conejo
que casi lo hace ahogar con una fruta. Lo pequeñ o prevalece: Tad Ibe
vence al gran Piler.

460
Paluwala
Golfo del Darién

El Paluwala era un gran á rbol de sal que tenía «ochenta brazas


de diá metro» (Chapin, 989). Tad Ibe y sus hijos se enteraron de
que existía puesto que siguieron hasta Yurup Yala a una mujer vestida
de azul, quien había llegado borracha hasta la casa del primero. La
mujer, en verdad una mariposa, le echa sal a una sopa que le
brindaron, en una época en que la sal era desconocida.
Seguiremos a continuació n dos versiones del mismo relato. En
el éxtasis del asombro, un narrador cuenta:
[…] el árbol brillaba como luciérnagas y la luminescencia por entre
las ramas estaba en continuo movimiento, dando vueltas y chispeando en
las nubes. Había en las ramas extensas sabanas y valles sembrados de
plátanos, yuca, zapallo, otoe, camote, aguacates, cañ a y todas las plantas
comestibles que no se conocían en la tierra entonces. La comida principal de
los hombres- bestias que habitaban el mundo era raíces, hojas y semillas que
recogían o sacaban de la tierra. (Chapin, 989).

Otro narrador afirma que «en la copa de este árbol hay tierra con
cultivos, agua dulce y salada, peces y animales de toda clase, aves y
plantas» (Wassén, 934). Y, en fin, comienza la tala del bellísimo
á rbol. Lo que cortaban de día no era suficiente para hacer caer el
árbol, pues en ese tiempo los días eran cortos. Al día siguiente el árbol
amanecía intacto. El primer narrador nos cuenta lo que el poderoso
Tad Ibe no sabía qué pasaba durante la noche:
[…] los espíritus malos comenzaron a llegar en la base del gran árbol de
sal. Primero llegó un diablo de oro, después una culebra de oro. Le
seguían un gusano gigante dorado y un sapo dorado. Tomaron sus
posiciones al pie del árbol y el sapo lamió la cortada en el tronco y se sanó. El
gusano dorado era tan grande como un árbol de gwiba (cuipo). Sus ojos
brillaban como estrellas de oro y llevaba una correa ancha de puro oro.
(Chapin, 989).

Para el segundo narrador, «eran tigres grandes y el sáyla (cacique


o jefe) de las ranas, quienes habían ido a lamer el Pālu-ŭāla» (Was-
sén, 934). Ahora bien, descubiertos los guardianes del árbol, Tad
Ibe convence a Pugasui, su hermano arquero, para que se esconda
cerca del á rbol y los mate. Así lo hace, y al morir los guardianes
46
«desatan
pestilencias» –un tema que conocemos por el Tariana (Ualri) y otros
personajes cuya muerte representa el surgimiento de enfermedades

Paluwala
y dificultades–. El mismo Pugasui se enferma gravemente. Otro na-
rrador cuenta que Ibelele mismo mata a la rana guardián, y que la
«condena» a servir de alimento de las serpientes.
Despejado el entorno, en un abierto y desigual combate por la pre-
dominancia humana,
[…] los hombres-animales, dirigidos por los hombres yannu [chanchos
de tropa], tomaron nuevamente sus hachas de piedra y regresaron a derribar
el Paluwala. Dieron hachazos al tronco y las astillas cayeron en los
remoli- nos, algunas volando hasta los ríos, y se convirtieron en langostas
espinosas, langostas «zapatilla», camarones, cangrejos verrugosos, cangrejos
bizcos, cambombias lapas, hulgaos, caracoles de mar y pedazos de coral
seco. Las astillas cayeron en el remolino hacia la montañ a, que estaba dando
vueltas violentamente y tirando espuma por todos lados. Se convirtieron en
cama- rones, cangrejos, piedras y arena de todos los colores: azul, amarillo,
blanco, anaranjado, rojo y dorado. (Chapin, 989).

El gran á rbol aú n no cae. Sus lianas quedan como amarradas a


las nubes. Entonces, todos los hombres-animales auxiliares intentan
cortar las lianas. Cuando caen, en el fracaso de cortarlas, quedan con-
vertidos definitivamente en animales.
Solo quedaba un hombre-animal que no había aú n tratado de escalar:
el Paluwala. Este era Olotiwilipipiler –que también se llama Nikingwa– un
hombre-animal parecido a una ardilla pequeñ a […] Le dijeron que todos
habían sido mandados a la tierra por Dios para prepararla para la llegada de
los Olotulegan. Si les ayudaba, le dijeron, su nombre sería histó rico. (Chapin,
989).

Olotiwilipipiler pidió una hermosa mujer; quería probar las deli-


cias del matrimonio antes del posible sacrificio –nó tese que aquí ya
estamos en presencia del pequeñ o y astuto roedor–. El narrador deja
claro que con la tala del árbol se dará inició a un nuevo tiempo; una
era de humanizació n asociada con el paso de cazadores a
horticultores. El sagaz Olotiwilipipiler hace bien su trabajo. El
gigantesco árbol se pre- cipita a tierra. En este punto es esencial citar
462
dos de las narraciones:
Tad Ibe había puesto redes de oro y plata en el suelo para recoger todas
las plantas cuando las ramas dieran contra el suelo, pero cuando venía cayen-
Golfo del Darién

do hacia la tierra el tronco se hizo pedazos y los animales corrieron a robar


la yuca, plátanos, bananas, aguacates, mangos, cañ a, zapallo, otoe, camote y
todas las demás plantas. (Chapin, 989).

El segundo narrador cuenta:


[…] cayó el árbol, y del agua nacieron los grandes océanos. La gente vino
entonces corriendo y recibió cada cual su parte de frutas de diversas clases
como plátanos, yuca, ñ ames, maíz, árboles frutales, etc., lo mismo que peces
como el pargo, [el] sábalo, la corvina, y otros muchos. (Wassén, 934).

La simultaneidad de las narraciones nos permite percibir que la


caída del árbol define claramente los límites entre el
comportamien- to animal y humano. Segú n los narradores, los
animales roban, y la gente recibe. No es casual que el seriesísimo Tad
Ibe no soporte la as- tucia de Olotiwilipipiler, a quien creían má rtir
y muerto. Puesto que había escalado el á rbol con un paquete de
achiote, parece que se ha desangrado, pero no es así; y en la
sorpresa de encontrarlo riéndose con su mujer en una hamaca, Tad
Ibe lo convierte definitivamente en animal. En una actitud diferente,
el segundo narrador afirma que lo
transforma: «[…] por habernos procurado Olōkŭipipilēle todo esto
a nosotros es nuestro gran Nēle» (Wassén, 934: 3-4).
El árbol caído no solo da origen a los alimentos cultivables y a
los peces que se pueden pescar en el río.
Los trozos grandes del Paluwala se descompusieron y se convirtieron en
los mares, cubiertos de espuma y brillando como luciérnagas. Los valles
de la tierra se llenaron de agua, formando las bahías y ensenadas y remolinos
y mandando fuertes corrientes a mar afuera. Tad Ibe entonces tomó
pedazos de tela de distintos colores –azul, rojo, dorado, negro, verde,
blanco, ana- ranjado y amarillo– y los quemó . De las cenizas se formaron
piedras y arena multicolores. De esta manera fueron creados los mares.
(Chapin, 989).

El mundo, tal y como lo conocen los kuna tule, acababa de pro-


yectar sus rostros de rasgos desiguales. Comenzaba así a madurar la
Tierra, la niñ a, la pú ber en procura de su plena madurez.

463

Paluwala
i Literatura kuna tule

465
El bejuco sube ondeando por los tallos de los grandes á rboles –decía
Nakekiryai– y desde las alturas empieza a llorar, a gemir nanapipiye, nanapi-
piye, y la madre, la gran Madre Tierra le grita desde abajo, essarey (ven a mis
brazos hijo mío), y el bejuco cae confiado y silencioso sobre la Madre Tierra.
La Madre Tierra da confianza a todo, es la serenidad de lo creado por Papa.
Por eso, cuando el bejuco cae a tierra se vuelve duro, resistente porque ya la
Madre le ha dado el beso, la consistencia entre sus brazos. Así venimos todos
nosotros, así nos movemos todos –cantaba Nakekiryai–, todos venimos de
Sappipeneka, desde allá arriba empezamos a llorar, a gritar mupipiye, mupi-
piye, nanapipiye; buscamos seguridad, buscamos confianza. Y nuestra gran
Madre Napkuana nos ha gritado essarye, «ven hija, ven hijo a mis brazos».
Nuestra gran Madre Tierra nos ofreció sus pechos, nos respondió essarye.
Cada vez que lloramos allá el Sappipeneka, ella nos dispuso a bajar, dá ndo-
nos confianza, y así llegamos a su seno… Lloramos cuando somos niñ os, y
nuestra Madre nos irá conociendo de acuerdo a nuestros lloros.
PALABR AS ATR IBUIDAS
A LA GR AN NELE O LO NA KEKIR YAI
1. Antecedentes míticos

Dios sobre asiento de oro, vestido de oro [t.C.]


La Religion, que profesan estos yndios, es llena de supersticiones y
blasfemias: aunque todos en comun dicen, y creen que hai Dios en
el cielo sentado en una cana o banquillo de oro, vestido de oro y plata:
su cuello/manos y pies adornados de corales y chaquiras. Su
sombrero de plumas, su hamaca, en donde duerme, tejida de oro, su
casa fabricada de oro y plata, y adornada de espejos: en su servicio
tiene solo yndios del Darien, que de quando en quando le llevan en
totumas de oro co- mida y chicha: ignora del todo lo que pasa en
este mundo, hasta que muera uno de estos yndios, que en va
derecho al cielo, y le informa todo lo que ha sucedido hasta entonces.
Por su regalo le da un vestido, hacha y machetes para que roze, y
trabaje en sus platanares, y demas sementeras. Los mandamientos, o
leyes, a que estan obligados en vida, son tres. El primero: no matar
yndios de sus parciales. El segundo, no robar a alguno de sus
469
naturales sin gravisimas causas, o necesidad. El
tercero y ú ltimo, no hurtar mujer que esta casada a su ley, ni violar
Doncella si no tiene animo de casarse con ella; pero matar y robar a los

1. Antecedentes míticos
españ oles no tienen por pecado alguno, antes bien por obra buena, y
acció n heroica. En diciendoles que todo quanto hai en el mundo y cielo
crio Dios, y todo que tenemos viene de Dios, o sea maíz, platanos, yu-
cas, puercos, gallinas, peces, etc., o sea ropa, o herramientas siempre
riyendose responden, que ellos estan rozando, sembrando, montean-
do, pescando y trabajado, para tener dichos frutos, y criando puercos
y gallinas para comprar ropa, y herramienta. Dios no les roza, siembra,
etc. ni les limpia sus platanales, ni les da ropa, ni herramienta, sino
ellos mismos a fuerza de su trabajo la han de ganar.
No obstante es mui comú n entre ellos, que los españ oles tienen
su Dios aparte, quien tiene mucho mas afecto a los suios, que el
suio a ellos; por que les da ropa, herramientas, oro, y plata, y les
enseñ a/ leer, y escribir, oficios, etc. Ofrece a veces, dicen en el cielo
pelea, o riñ a entre estos dos Dioses, y las mas veces vence el de los
españ oles a el de los yndios, y aquel por vengarse embia entre los
yndios pestes de viruelas, alfombrilla, u otras enfermedades.
Qualquiera desgracia, que les sucede, atribuyen al Dios de los
españ oles, por estar a veces muy bravo contra los Yndios. Si se les
pierde un perro, puerco, gallina,
etc., luego dicen que el Nia (criados del Dios de los españ oles) se le
havia llevado para su amo. Tienen estos errores clavados en su imagi-
nació n de suerte, que parece, solo Dios por milagro puede quitarselos:
aunque por todos lados quedan vencidos, con todo eso no es
posible reducirlos. La causa de esta su secta, y pretinencia en ella,
son los Leres, a quienes dan tanta estimació n y crédito, como los
christianos a los prelados de la yglesia; pues son sus sacerdotes,
medicos, y jueces, y lo que enseñ an, o dicen, está tan autorizado,
como cosa infalible.
(Walburger, 2006 [748]: 67-69)

el sol, enojado, le quitó el privilegio de sustentarse por el olfato [t.C.]


«Su origen dicen ser el más noble de todas las naciones, y que
un mohán siendo muy querido del Sol por sus buenas obras, les
prometió un hijo para cacique y solo esperaba el consentimiento de
ellos», y ha- biéndolo aceptado, llegaron dos hermosos niñ os, que
470 tuvieron todos los cuidados. «Por muchos añ os, los niñ os se
sustentaron con el olfato de los manjares que les ponían, dejándolos
sin jugo, y el vientre lo pur- gaban por el ombligo. Siendo grandes los
Literatura kuna tule

casaron, mas ofreciéndosele ocasiones al niñ o se casó con otras


muchas mujeres, y a la hermana con un indio natural de esta
provincia; por esto el Sol, enojado, le qui- tó el privilegio de
sustentarse por el olfato y le hizo igual a los demás en el comer y
purgar el vientre por la vía ordinaria, lo cual lloran por no haber
I

guardado este cacique, de quien ellos descienden»…


(Vargas, 993: 57)

. Texto original de Fray Adrián de Santo Tomá s,


«misionero entre los cuna en el siglo XVII».
2. Historias de origen

La Tierra madre y los cuidados de Paba


Nuestra Tierra Madre acababa de nacer. Todo era nuevo. El vien-
to era nuevo, los ríos eran nuevos, los á rboles eran nuevos, todo era
nuevo.
Paba sonreía a su tierra niñ a. Ella era como una enorme
piragua toda lista para cruzar el mar, pero alguien la debía
conducir.
Paba llamó a su primer hijo. Paba llamó a Olotinaginele para darle
el remo-timó n de la niñ a tierra. Paba habló así a Olotinaginele:
–¡Hijo mío, te dejo esta nabguana muy niñ a todavía! Y esta na-
bguana es como una inmensa piragua. Mira muy bien donde tiene
la proa esta gran piragua. Mira su punta que marca la salida del
abuelo Sol. No la desvíes, dirige bien a esta tierra niñ a. Ten fuerte
el timó n. Toma este asiento que gira, este asiento que rueda, este
asiento que retrocede.
47
Entonces el hijo Olotinaginele se puso la mejor ropa. Puso
sobre
su cara el achiote más rojo. Paba le colocó los ocho tipos de collares de
oro. Paba le ajustó el salukurkina. Paba le volvió a susurrar:

2. Historias de origen
–¡En la inmensa nave encontrará s todo lo que puedes necesitar!
Hijo, todo lo tengo previsto y nada te va a faltar. Te prepararé todos
los alimentos. Mira al borde de la nave, son multitudes de peces
sor- biendo el limo. ¡Cuida de ellos y sírvete también de ellos!
¡Pero… hijo mío –Paba Dummad hablaba–, no pierdas la línea que te
trazo! Ten a mi tierra niñ a, a mi hermosa nave con la proa hacia donde
nace el sol. Hijo, no te vayas contra los vientos, porque tú llevas
mucho tesoro y saltarían los huracanes, los ciclones y destrozarías así
a mi nave niñ a, a mi tierra recién nacida –paba aconsejó largo a su
primer hijo.
El hijo se subió al gran cayuco, al cayuco có smico. El hijo se aferró
al remo-timó n. El hijo apuntó su mirada hacia donde sube el sol y
la Madre Tierra empezó a moverse lentamente. El hijo tomó el
asiento que gira, el asiento que rueda, el asiento que retrocede.
Pasaron algu- nas lunas, unas lluviosas, otras secas, pero solo pocas, y
Olotinaginele puso a prueba las normas de Paba Grande. El hijo
viró la punta de la

. Narrador: Manuel Smith. Primer saila del


Congreso General de la Cultura Kuna.
nave-tierra y la enredó en los bejucos de la «madre de los vientos».
Los vientos se rebelaron, la tierra se cubrió de ciclones, cayeron los
árbo- les. La Madre Tierra lloró y sangró mucho.
Entonces, Paba se presentó y dijo a Olotinaginele:
–¡Basta así! ¡Tú ya no puedes seguir en el asiento que gira…! Aho-
ra, dejaré el remo en las manos de tu segundo hermano.
Paba llamó a su segundo hijo. Paba llamó a Olonugnibipiler.
Olo- nugnibipiler se sentó a los pies de Paba.
–¡Hijo mío, allá donde las aguas nacen saltando, chispean las cuer-
das rojas de los truenos, no las provoques! ¡Cuida de los jabalíes, cuida
de los ñ eques, cuidad de los armadillos! Yo no te dejo solo. Tú irá s
pisando mi sombra, pisando mis rastros.
Y Nana también le hablaba con mucha ternura:
–¡Hijito mío, te seguiré paso a paso con mis lazos de plata. Con-
taré con mi sonrisa todos los movimientos de la inmensa nave, de
la tierra muy niñ a. Mi mano no fallará ahí donde tu dolor reclame
alivio! Se vistió Olonugnibipiler y Paba le entregó la tierra niñ a. Pero
472
este hijo también fue contra los vientos, contra el reino de las aguas,
contra la madre de las sequías… Por ocho días retumbaron los
Literatura kuna tule

cataclismos. Por ocho días llovió de muerte. Por ocho días el sol
quemó los árboles. Pero Paba siguió llamando a sus hijos. Paba no
se cansó con todo esto. Paba entregó el timó n a su tercer hijo:
Oloagnubipiler. Este hijo siguió a sus hermanos. Este hijo también
falló . La tierra volvió a san-
I

grar, lloró la tierra nueva.


Los tres hijos desviaron la punta de la gran nave-tierra. Los
tres hijos se decían:
–¡Paba nos regaló esta tierra y somos sus dueñ os! ¡Y con lo que es
nuestro hagamos lo que queremos!
Paba bajó de nuevo. Paba tomó la ortiga grande de oro. Paba
cas- tigó a sus hijos. Paba mandó a sus hijos como siervos del caos,
de los abismos, de los oscuros remolinos de vientos y mares.
(Organizació n Indígena de Antioquia, 2002: 29-3)
olotwaligipileler y magiryai. La llegada de Tad ibe y sus hermanos
Bajaron los tres pájaros. Dos de ellos, un niñ o y una niñ a llamados
Olonitalipipileler y Kabayai, respectivamente, eran mellizos, y el
ter- cero, un niñ o, se llamaba Ilamagun. Después que Mago y
Olokwadir- yai partieron hacia el Reino de Dios, Uakwa se acordó de
los consejos de su amigo y crió a los tres huérfanos con mucho
cariñ o. A medida que crecían se hizo evidente que estaban
destinados a ser grandes ne- les. Al llegar a la pubertad
Olonitalipipileler cambió su nombre a Olot- waligipileler y Kabayai
cambió el suyo a Magiryai.
Un día Uakwa llevó a los mellizos al lugar donde había estado
la casa de Mago y contemplaron las ruinas. Se pusieron a
reconstruir- la y pronto hicieron una casa con ocho secciones.
Arreglaron todo e hicieron sillas y mesas de maderas duras.
Cuando terminaron todo pusieron su residencia en la nueva casa
bonita y comenzaron a enseñ ar a los habitantes de la regió n la forma
de vivir. Olotwaligipileler les decía que tenían que construir buenas
473
casas para vivir en ellas, porque así lo quería dios. Les mostraba a
los hombres có mo hacer todos los
oficios que les correspondían: les enseñ aba a hacer canastas, abanicos
de fibra, sillas, bancas y mesas; a tocar una variedad de flautas: supe,

2. Historias de origen
koke, kuli, kam buruwi, suara, kam suet, sulup gala, weagi gala, ted
nono, achu nono; a pescar, a cazar y a sembrar y a cuidar las fincas.
Magiryai enseñ aba a las mujeres a hacer hamacas, a preparar hilos,
telas, algodó n, a coser, a cuidar a los niñ os, a hacer ollas y tinajas y
a preparar la comida y la bebida.
Olotwaligipileler decía a la gente que tenían que dormir dentro de
las casas. Pero un hombre llamado Oloailigiñ a insistía en pasar las no-
ches en pantanos. Otro hombre llamado Olowelibler tampoco quería
dejar su cama de tierra que estaba afuera, y Olotukurgiñ aliler seguía
durmiendo en árboles. Ellos prestaban poca atenció n a Olotwaligipile-
ler y seguían viviendo como salvajes y haciendo lo que les daba la
gana.
Dios había dicho que cada mañ ana todo el mundo tenía que
bañ arse en el río. El río está vivo y nos da vida y energía, haciéndonos
fuertes. Pero había algunos hombres que no querían bañ arse.
Olotwaligipileler

. Narrador: Luis Stó cel. Lugar: Cartí Tupile. Diciembre de 969


(en el original se advierte que algunos detalles han sido agregados
por Horacio Méndez de Ustupo, en febrero de 970).
pensaba: «Hay tanta gente con malas costumbres. Son tan torpes que
no entienden la palabra de Dios. No van a cambiar nunca». Y no in-
sistía en que corrigieran sus hábitos, aunque Olotwaligipileler seguía
dá ndoles consejos.
En poco tiempo Olotwaligipileler comenzó a sentir el natural
deseo sexual por una mujer, pero dado que desdeñ aba la idea de
mezclar su sangre con la de aquellos seres de raza inferior de los
hombres-anima- les que le rodeaban, comenzó a meterse
secretamente en la hamaca de su hermana mientras que esta dormía
profundamente. Cada mañ ana ella se despertaba con la certeza de
haber sido violada, pero no podía imaginar quien podría ser el
misterioso amante. Entonces dijo a una de sus criadas, Ologugiliyai
(piojo), que le despertara cuando llegara el hombre. É l llegó pero
Ologugiliyai no cumplió con su tarea. A la noche siguiente pidió a otra
criada, Oloninirdili (garrapata) que le despertara, pero ella también
fracasó . Olotwaligipileler, siendo un nele muy podero- so, había hecho
474
que se durmieran. Pero Magiryai no se dio por vencida y dijo a
Oloichoryai (wewe, pequeñ o bicho de la arena) que le despertara cuando
apareciera el hombre, y ella también falló . Finalmente tomó a la otra
Literatura kuna tule

criada, Oloardilisop (aegwa, otro bichito de la arena que pica los


pies) y le dio las mismas instrucciones. Cuando apareció el hombre
Oloardilisop picó duro a Magiryai en el pie y la despertó . Alcanzando
por debajo de la hamaca con cuidado, metió los dedos en una calabaza
de sabdur (jagua) y dio una bofetada en la cara del hombre. Este dio
I

un salto y se fue huyendo en la oscuridad antes de que ella lo pudiera


reco- nocer. Entonces Magiryai secó todos los ríos y lagos del mundo
para que el culpable no pudiera lavar las manchas negras de su cara.
A la mañ ana siguiente, como era su costumbre, Magiryai preparó
bebida para toda la gente de la regió n, y al llegar ellos se quedó ob-
servando para averiguar quién tenía la cara manchada de negro, vio
a todo el mundo pero no pudo encontrar al amante secreto. Cuando
habían terminado todos fueron al río a bañ arse. Al regresar a casa des-
cubrió al hermano aú n dormido con una manta cubriéndole la cara.
Le preguntó que por qué no se levantaba y él contestó que tenía fiebre
muy alta y que por eso pensaba quedarse en la hamaca durante el
resto del día. Ella fue a ayudarle y, acercándosele, le quitó la manta y
vio la cara manchada de negro. Lleno de rabia, él recogió todas sus
cosas y se fue corriendo al monte. Magiryai salió tras él diciendo
que no le
importaba, que podrían vivir juntos como marido y mujer, pero en la
confusió n del momento [él] no le oyó , y en poco tiempo desapareció
en la selva. En su aturdimiento ella había dejado algunas de sus
canastas y regresó a buscarlas. Salió nuevamente a buscar a su
hermano pero de repente se dio cuenta [de] que se habían quedado
sus hilos y agujas, así que regresó a buscarlos. Cuando ya tenía
recogidas todas sus cosas él ya estaba lejos y ella no sabía qué
rumbo había tomado.
Llegó donde un grupo de hombres-animales que trabajaban en el
camino y les preguntó si habían visto a su hermano, pero le contes-
taron que no. Siendo una nelegwa poderosa arrancó una hoja de kupu
y la tiró al suelo. La hoja entonces apuntó la direcció n que ella
debía tomar. Continuó su camino y se encontró con muchos
hombres-ani- males que la engañ aron. Así que ella pecó y fue
corrompida muchos añ os antes que nosotros, los cunas, llegáramos a
la tierra. Caminó por meses y meses hasta que una tarde se halló al pie
de una alta montañ a. En la cumbre divisó a su hermano, que portaba
475
una luz brillante que le envolvía, y antes de que ella pudiera abrirse
paso entre la tupida selva
para darle alcance, este fue ascendiendo al cielo. Así Olotwaligipileler
se convirtió en Luna, y las manchas negras de su cara aú n se

2. Historias de origen
pueden distinguir cuando traza su curso nocturno a través de los
cielos.
Al término de casi nueve meses, Magiryai llegó al río
Olokoskun Tiwar y trató de entrar a un bosque de pringamoza (dake)
multicolor, pero encontró el paso cerrado. Una vieja mujer sapa
llamada Mu Kwe- lopunayai la vio y la llevó a su casa, la cual
quedaba a la orilla del río. Mu la invitó a quedarse, pero le advirtió
que sus nietos, un conjunto feroz de hombres-iguana, hombres-
saíno, hombres-tapir y hombres- pez, seguramente la comerían si la
encontraban cuando regresaran en la tarde. Mu era experta en la
fabricació n de ollas y tinajas de barro y escondió a Magiryai en una
[de estas] en un rincó n de la casa.
Los nietos llegaron a la hora fija, entrando a la casa ruidosamente,
y de una vez comenzaron a gruñ ir diciendo que sentían el olor de piñ a.
Cuando preguntaron a Mu sobre eso ella contestó que no había
piñ a por ningú n lado.
–Ustedes son todos tan perezosos qua no han sembrado nada por
aquí –les dijo. Los nietos corrieron por todos los rincones de la casa en
busca del lugar de donde venía el olor pero dejaron de buscarlo
cuando se puso el sol. Temprano, al día siguiente, se levantaron y
salieron para
el campo, y tan pronto como habían salido Mu llamó a Magiryai y
la escondió en las vigas del techo.
Los nietos llegaron nuevamente por la tarde y sintieron el mismo
olor dulce.
–¿De dó nde viene ese olor de piñ a? –gritaron, y se pusieron a bus-
carlo.
Pero una vez más su bú squeda fue inú til, y cuando cayó la
noche se durmieron. Cuando habían partido para el campo al día
siguiente, Mu llamó a Magiryai otra vez y la escondió nuevamente
detrás de una viga envuelta en trapos como un aku (palito en forma de
canalete que se usa para hacer hamacas). Cuando los nietos llegaron
sintieron el sa- broso olor de piñ a y se pusieron a romper la casa
buscando la fruta. De repente uno de ellos vio el pie de Magiryai
sobresaliendo detrás de la viga y [se] lo dijo a sus hermanos. De una
vez todos subieron al techo y la agarraron. Se la llevaron al río donde
comenzaron a devorarla. Mu estaba en la cresta de una loma sentada
y cuando vio lo que estaban haciendo les gritó que dejaran los
476
intestinos para ella.
Mu Kwelopunayai cogió los intestinos y los colocó en una tinaja de
Literatura kuna tule

barro sobre el fuego. Esta se rompió y ella cambió el contenido a otra


olla de barro, que también se rompió . Sucesivamente se rompieron
siete tinajas de distintas clases hasta que finalmente usó una tinaja de
oro (olomete) y esta resistió . De repente apareció un gallo en el borde
y cantó : Ibelele, ibelele. Al poco tiempo se presentó otro pájaro, un Pa-
I

aru, que saltó de la mezcla y parándose en el borde, se puso a cantar:


Olele, olele. Entonces salieron otros pájaros: Suisupi (pechiamarillo),
Malin, Dagir, Olodeengipiler y otros. Ellos eran Ibelele, Olele, Pu
Tule, Kwatkwat Tule, Olowigapipileler, Olosuignibeleler, Pugasui y
Olowai-ili. Sin perder tiempo Mu Kwelopunayai los recogió y los
lle- vó a unas hamacas y los trató bien, porque se dio cuenta que
estaban destinados a ser sabios y poderosos.
Tan pronto como nacieron se pusieron a llorar, así que Mu hizo
unos arcos y flechas pequeñ os para que pudieran distraerse jugando.
Ella alzó uno de sus cabellos para que ellos apuntaran a Ibelele. El
primero en disparar erró una y otra vez. Llegó el turno a Pugasui y
disparando la flecha partió en dos el cabello de Kwelopunayai al
pri- mer intento. Este fue el primer indicio de que Pugasui algú n día
sería el arquero má s famoso del mundo.
Pasaron los meses y los ocho hermanos crecieron rápidamente y
se hicieron jó venes apuestos y fuertes. Mu Kwelopunayai les había
dicho desde el comienzo que ella era su madre y habiendo llegado a
quererles tanto tomó las precauciones para que no lo dudaran.
Un día Ibelele fue con sus hermanos a un río que quedaba muy
lejos a cazar animales y pájaros. Llegaron a un árbol de Ingwa (guabi-
ta) donde siempre había animales en abundancia comiendo las frutas.
Arriba en las ramas había muchos monos. Ibelele les dijo que les tira-
ran unas frutas para que él y sus hermanos también pudieran probar-
las. Los monos se burlaron de él y le tiraron nada más que cá scaras
vacías. Ibelele se puso bravo y dijo a su hermano Pugasui que quitara
la punta de una de sus flechas y las tirara a los monos traviesos. Cuan-
do pegó a uno de los monos gritó : Suurrrrrr. Entonces Ibelele dijo que
en adelante el mono se llamara Sulu.
Los hermanos vieron un Sargak (pico feo grande) que cantaba:
Siato pe, siato pe, to li. Siato pe, siato pe, to li. Después vieron un
sigli (pavó n) que cantaba una y otra vez: Inaidikilele be nana gala
477
dosa se-
kuli, uuummm. Inaidikilele be nana gala dosa sekuli, uuummm («Un pez
grande se tragó los huesos de su madre»). Los hermanos trataron de

2. Historias de origen
divisar los pájaros pero no pudieron, y finalmente regresaron a casa.
Cuando contaron a su madre, la sapa, lo que las aves habían cantado,
esta se llenó de temor de pensar que su engañ o sería descubierto y les
obligó a que regresaran lo antes posible a aquel lugar para que
mataran a las mentirosas aves.
Sin embargo, la duda ya había crecido en la mente de los
herma- nos, ya que muchas veces habían visto el reflejo de sus
imá genes en las claras aguas de los ríos. ¿Có mo era posible, se
preguntaban, que siendo ellos tan hermosos fuese su madre tan fea,
cubierta de verru- gas, mal formada, y con una joroba como la de un
paralítico? ¡Ni tan siquiera tiene nariz!, se decían.
Pero a pesar de tales pensamientos, a la mañ ana siguiente volvie-
ron obedientemente al árbol de las aves y oyeron al sigli repitiendo el
mismo canto: Inaidikilele be nana gala dosa sekuli, uuummm. Todo lo
que pudieron ver del sigli era su pico, que sobresalía por entre el
follaje tupido, y no tuvieron éxito en matarlo. Finalmente llamaron a
Pugasui y él logró darle un flechazo en el pico y el pájaro cayó al suelo.
Era un pájaro lindo de plumas rojas, amarillas y verdes, y tenía una
cresta
azul. Cuando lo enseñ aron a Mu les explicó que cantaba así porque
ella, su madre, se moriría dentro de poco tiempo. Ella había tratado de
ponerse una nariz postiza de barro, pero Ibelele no se engañ ó y se
la arrancó . Entonces soltaron al sigli y este se fue volando.
Los hermanos fueron al río y se pararon en un barranco. Entonces
llamaron al agua:
–¿Mamá, tu está s allí?
Cuando su madre contestó Uummm, uummm –no pudo decir más
porque estaba atrapada en la barriga de un pez–, ellos resolvieron ir a
Sapibe-nega, en el cuarto nivel, y buscar medicinas para poder encon-
trarla y revivirla. Subieron a sus platillos de oro y cogieron rumbo
al cuarto nivel. Primero llegaron al pueblo de los árboles de Igwa,
donde el jefe se llamaba Igwadilikaliler. En este pueblo había muchas
casas bonitas con banderas de oro y plata meciéndose en la suave
brisa y multitud de flores perfumadas.
Después llegaron al pueblo del á rbol de Naki, donde el jefe se
478
lla- maba Nakidilikaliler. Había mucha gente, que eran á rboles de
Naki, paseando por las calles vestidos con ropas de oro y sombreros
de oro. Había relojes y campanas de oro. Los hermanos visitaron
Literatura kuna tule

muchos pueblos a lo largo del camino y vieron a sus jefes:


Pailadilikaliler, So- sodilikaliler, Oloirsugunapiler, Nabadilikaliler.
Ibelele dijo a sus her- manos que tenían que recoger todas las
medicinas que pudieran de todos estos lugares y llevarlas a la tierra
para que los Olotulegan las pudieran usar má s tarde.
I

–Cada planta será utilizada para algo –les dijo–. La calabaza


será usada como medicina para la inteligencia. Tenemos que trabajar
mu- cho en la tierra para prepararla para los Olotulegan. Hay muchos
es- píritus malos que tenemos que vencer. Tenemos que acabar con
todas las enfermedades que viven en la tierra. Si nos falta una sola
medicina no tendremos éxito. Así que es necesario que recojamos
todas las me- dicinas que hay aquí en Sapibe-nega.
Llegaron al pueblo de Ukurwala (balsa) y vieron a su jefe, que
se llamaba Olokunipipiler. Este hombre era uno de los más poderosos
del lugar: tenía ocho kurgins y ocho vigas. A pesar de ser una madera
muy blanda, es la más sabia y fuerte de todas. Ibelele dijo a sus
hermanos:
–Más tarde, cuando los grandes neles bajen a la tierra, les daremos
Ukurwala.
Y así recogieron todas las medicinas que encontraron. El palo ibe
sería utilizado para desarrollar la inteligencia, y sigu (palma negra)
sería usada para hacer flechas y chuzos y también para dar fuerza a la
gente. Ibelele aprendió todos los cantos relacionados con estas
medici- nas y sus preparaciones específicas.
Finalmente llegaron a la casa del saila de todo Sapibe-nega. Se
llamaba Olobenkikiler, y su mujer se llamaba Olokekebyai. Ellos
dan vida a los árboles y los cuidan. Cada añ o, nana Olokekebyai
cambia la ropa de los á rboles y les da fruta. Ella también da fuerza
a todos los ríos, así que sus nacimientos quedan en Sapibe-nega.
Todos los ríos, á rboles y frutas que están en la tierra vienen de
Sapibe-nega.
Ibelele y sus hermanos siguieron su camino y llegaron a la casa de una
Mu que tenía muchas nietas. Ella y sus nietas dan vida a los niñ os que
bajan a la tierra; les dan kurgin y refrescan sus mentes. Mu dijo a Ibelele:
–Voy a llamar a mis nietas para que ustedes las puedan ver bailar.
Ella colocó ocho banquitas de oro debajo de un árbol en el patio y
los hermanos se sentaron en hilera. Mu entró en una surba grande 479
y
mandó a sus nietas para fuera. Sus nombres eran: Mu Sobia, Mu Sob-
tule, Mu Sobgwa, Mu Sichina, Mu Koloba, Mu Parba, Mu Ibebayai,

2. Historias de origen
Mu Wagarpuilibe. La ú ltima en llegar, Mu Wagarpuilibe, era muy
bonita. Ella nos hace pensar en Dios.
Comenzaron a bailar. Se movían como gallinazos, con mucha agi-
lidad, brincando de un lado a otro, dando vueltas, levantando las pier-
nas y pateando el suelo fuertemente, golpeando sus pechos, saltando
suavemente para allá y para acá. Bailaron ocho veces, imitando a los
animales: usu, arra, mula, suisupi, otros. Ibelele pensó : «Voy a enseñ ar
estos bailes a la gente en la tierra».
Al terminar los bailes los hermanos continuaron su viaje. Una
de las nietas de Mu les acompañ ó . Ella se llamaba Puna
Olosibortili. Al poco rato llegaron a la casa de Tada Olotilakiler,
que era un hom- bre malo: siempre andaba de mal humor.
También se llamaba Ncic Akebaduleler, y sabía mucho de las
medicinas. Tenía una casa bonita que estaba llena de toda clase de
medicinas valiosas: uila sapi, na sapi, kana sapi, inasolepinalct,
molipingtuba, bisep arrati, bisep ginnit, bisep sipugwat, koke, nobar,
nunap, achuryala y muchas otras. También tenía medicinas que se
usan para limpiar la casa. Ibelele quería robar todas estas medicinas.
Olosibortili comenzó a bailar para que el viejo quedara encantado
por su agilidad. Comenzó a brincar en el aire, a correr en círculos, a
dar vueltas y a moverse de un lado a otro. Los otros habitantes de
la regió n llegaron para ver a la muchacha. Eran todos feroces
kingitule- gan (hombres de armas) que andaban con arcos, flechas y
machetes. Pero cuando la vieron bailando así con tanta gracia se
pusieron a reír a carcajadas y no podían hacer nada. Tad Olotilakiler
salió de su casa para ver lo que estaba pasando y se puso bravo con
ellos.
–¿Por qué no la matan de una vez? –gritó . Ellos alzaron sus arcos
para tirar pero estaban riéndose tanto que no podían alcanzarle. Tad
Olotilakiler gruñ ó con disgusto y volvió a su casa.
Olosibortili continuó bailando, moviéndose más rápido ahora, ti-
rando sus piernas al aire, brincando más alto y golpeando su pecho.
Comenzó a orinar y a tirar pedos. Pugasui tenía una piedra grande de
oro lista en la mano y estaba esperando que Tad Olotilakiler
480
apareciera de nuevo. Cuando el viejo salió de la casa vio a la muchacha
y no pudo contener la risa. Se puso a reír y en el momento propicio
Pugasui tiró la piedra y le dio en el centro de la frente. Se cayó al
Literatura kuna tule

suelo y se murió . Al morir se convirtió en toda clase de avispa:


molibur, segabur, tilabur, kingisahilabur, sichirbur, simbur y burbala.
Se hizo el jefe de las avis- pas, y de una vez se regaron por todas partes
del mundo. Ibelele y sus hermanos entraron a su casa, recogieron
todas las medicinas que había adentro y continuaron su camino.
I

Cuando llegaron nuevamente a la tierra sembraron todas las me-


dicinas que habían recolectado en Sapibe-nega alrededor de su casa.
Al crecer y secarse las plantas Ibelele mandó a los hombres-animales
como Olotikinyai a cosecharlas y a prepararlas. Buscaron una planta
especial y la machucaron. Después la echaron en el agua del río
para matar todos los peces. Pugasui se puso en mitad del río con
una red para que ninguno pudiera escapar. Había un pez que se
quedaba con vida y daba vueltas en el agua.
Ibelele dijo a Mu Kwelopunayai que se metiera en el río para coger
el pez. Pero cuando ella se tiró al agua Pugasui se paró . É l había
sido como una muralla que aguantaba la corriente con su red, y de
repente se soltó y corrió con fuerza, arrastrando a Mu. Ibelele le
gritó que se agarrara de una raíz que sobresalía de la orilla. Después
[de] que ella la había agarrado Ibelele bajó y dijo a Mu que agarrara
su bastó n de oro.
Al agarrarlo Ibelele cogió su machete de oro y le cortó todos los dedos,
que se cayeron al agua y se convirtieron en varias clases de sapitos y
ranitas. Mu Kwelopunayai se fue con la corriente e Ibelele le dijo:
–Así vivirás tú en el río de ahora en adelante. Cada vez que
llueva mucho y los ríos salgan de madre, tú y tus descendientes se
oirán croar en toda la tierra –y de esta manera Mu Kwelopunayai
fue convertido en una capa.
Olowai-ili hizo una hamaca (oloardua cachi: «ardua»-moverse) y
los habitantes de la regió n buscaron pencas para construir una surba
grande. Sacaron los huesos de la barriga del pez y los acomodaron en
la hamaca. Ibelele cantó por ocho días y la carne volvió a los
huesos y pudieron ver cuán hermosa era su madre que recobraba
la vida. El pelo le llegaba hasta las nalgas. Ella se sentó y les pidió que
le trajeran una paloma blanca (nu sibu), ya que tenía hambre, y todos
se fueron al monte dejándola sola en la choza. Pero cuando ellos
regresaron se en- tristecieron de ver que su madre se había
convertido otra vez en puros huesos. Un hombre-animal había
48
comenzado a hablar y a decir lo que
los hermanos estaban tratando de hacer. Pero él había confundido la
ceremonia por su falta de conocimientos y la madre se había deshecho.

2. Historias de origen
Es por eso que los curanderos y los neles hablan en secreto: para que
la gente no entienda lo que están haciendo y así no echen todo a
perder. Ibelele cantó de nuevo y la madre cobró vida, pero esta vez
había ocurrido una transformació n extrañ a: sus facciones eran casi
como las de un animal. Nuevamente salieron de la choza, y cuando
regresaron su madre era otra vez un esqueleto. Cuando Ibelele cantó
por tercera vez la madre parecía aú n más animal y le crecían pelos en
la cara. Sa- lieron en busca de la paloma blanca y en eso otra persona
interrumpió la ceremonia, causando que nana Magiryai se convirtiera
nuevamente en huesos. A la cuarta vez tomó la forma de un jaguar;
la volvieron a dejar sola y llegó un hombre que quiso entrar y se
convirtió en huesos. Después de esto, viendo que a pesar de todos los
esfuerzos que habían hecho por devolverle la vida eran inú tiles,
tomaron los restos y los
enterraron en la tierra.
(Chapin, 989: 32-42)
Tonanergwa y olobagindili
Cuando el mundo era nuevo no había ceremonias de matrimonio
propiamente dichas. Los hombres simplemente vivían con las mujeres
que les gustaban, y a menudo las dejaban para encontrar otra. Má s
tarde, Tad Ibe enseñ ó a la gente có mo casarse, pero antes de su época
no había reglas ni ritos. En esta forma Tonanergwa vivía con la hija
de Topeka, y más tarde la dejó por Olobagindili, la hija de Kuchuka.
De esta unió n nació un hijo, llamado Inadoyagabaler, y poco
tiempo después Tonanergwa dejó a Olobagindili y continuó
vagabundeando de una mujer a otra.
Como era costumbre entre los grandes hombres de esos tiempos,
Tonanergwa viajaba bastante a través de los varios niveles de la
tierra. É l y otros siempre estaban viajando para arriba y para abajo, y
había lugares donde podían descansar a lo largo de las orillas de los
ríos en el mundo de abajo. Cada uno tenía su propio banco en estos
lugares.
482
Olobagindili no quería que Tonanergwa continuara yendo de una
mujer a la pró xima, y preparó una medicina con la cual él desearía
quedarse con ella solamente y la puso debajo de su banco en la super-
Literatura kuna tule

ficie de la tierra. Cuando Tonanergwa se sentó a descansar sintió de


repente un deseo vehemente de ver a Olobagindili. Salió inmediata-
mente y cuando llegó al primer nivel vio la hamaca de ella, debajo
de la cual había semillas de algodó n echando raíces. En el segundo
nivel encontró plantas que comenzaban a crecer. En el tercer nivel
I

encontró plantas maduras debajo de la hamaca de ella. En el cuarto


nivel, donde estaba ubicada la casa de Kuchuka, vio que las plantas
estaban llenas de algodó n.
Inadoyagabaler vio a su padre a lo lejos de Kaubi Tiwar, que corría
al lado de la casa, y volvió a decírselo a su madre. Ella le dijo que
ad- virtiera a Tonanergwa que no viniera, que ella se cambiaría las
ropas y le iría a encontrar al otro lado del río. Pero cuando su hijo
le dijo a Tonanergwa que esperara, no le prestó atenció n, ya que
estaba tan lleno de deseo que no podía contenerse. Inadoyagabaler
regresó donde estaba su madre y nuevamente ella lo mandó para
que dijera a Tona- nergwa que no viniera, pero él no quiso escuchar.
Cuando ella estuvo

. Narrador: Luis Stó cel. Lugar: Cartí Tupile. Narrador: Leonidas


Valdez. Lugar: Cartí Suitupo. Diciembre de 969.
lista para salir y encontrarle, él ya había llegado a la puerta de la casa.
Tonanergwa atravesó la puerta y miró hacia el cieloraso. Había
toda clase de enfermedades colgando de las vigas. Algunas parecían
botellas llenas de humo, otras como arco iris. Había poni ginnit, tusi
(reumatismo), tolotolo (enfermedad que causa el enflaquecimiento del
cuerpo), kalanuke (enfermedad que se come los huesos), ponikortikit
y otras. Tonanergwa las echó un vistazo, luego bajó la cabeza y vomitó
sangre. Se le salió la lengua y cayó de un colapso en el suelo.
Olobagindili estaba llorando cuando llegó su padre.
–¿Qué pasó ? –preguntó el viejo.
Ella le explicó que Tonanergwa había llegado y que había sido ata-
cado por las enfermedades de la casa. Kuchuka le dijo que si ella le
hubiera avisado él habría controlado todas las enfermedades y estas
no le habrían causado ningú n mal.
Inadoyagabaler llevó el cuerpo de su padre al cementerio. El
mu- chacho iba todos los días a limpiar la tumba de malezas y a
quemar se- millas de cacao para alejar los malos espíritus. Al octavo
483
día una capa
resbalosa de musgo crecía en la tumba y luego comenzaron a crecer
yerbas. Eran el tabaco, al cual se le llama inadoyagabaler. Cuando el

2. Historias de origen
tabaco había crecido a una altura considerable el hijo de Tonanergwa
notó que alguien había venido a molestar las plantas: algunas estaban
cortadas y carcomidas. Un día oyó que alguien venía caminando por
entre el agua del río y al poco rato apareció un viejo que andaba cojo.
Hablaron un rato y después fueron a la casa de Kilu Kwetule, el
jefe de los malos espíritus, quién vivía en el cuarto nivel. Había en
la casa toda clase de ajíes picantes. Kilu Kwetule dio a
Inadoyagabaler una calabaza de jugo de ají y este la tomó sin
ningú n trabajo. Kilu Kwetule le dio cuatro calabazas de ají, y el
muchacho pudo resistirlo porque tenía la sangre de su abuelo, quien
era el «Jefe de kaubi» (ají machucado). Luego Inadoyagabaler tomó
cuatro hojas de tabaco de su bolsillo, las estrujó , las puso en una
calabaza y se las dio de beber al viejo. Kilu bebió la mitad y dio la
otra mitad a su mujer. Ambos
sufrieron un terrible mareo y no pudieron tomar más.
Inadoyagabaler entonces fue a casa de Tad Ibe y le contó lo que
había pasado cuando dio el tabaco a Kilu Kwetule. Así Tad Ibe descu-
brió otra medicina para combatir los malos espíritus de la tierra.
(Chapin, 989: 43-45)
3. Relatos sobre el gran árbol

Paluwala, el gran árbol de sal


Hace muchos añ os, Tad Ibe vivía en la regió n de un río llamado
Olowailili Tiwar, donde administraba una comunidad con la ayuda de
sus seis hermanos y su hermana. Tenía muchas sirvientas que traba-
jaban para él.
Un día, una mujer vestida de azul brillante llamada Puna
Oloku- kurtilisobi llegó de muy lejos. Estaba cantando: Me siento
borracha. La chicha me tiene vencida.
La invitaron a entrar y nana Olowai-ili, la hermana de Tad Ibe,
le sirvió un plato de sopa. Puna Olokukurtilisobi sacó de su correa
un paquete de hojas y mezcló el contenido con la sopa. Después de
tomar cuatro bocados se fue y Olowai-ili fue a probar lo que habría
dejado. Viendo que era muy sabroso llamó a sus hermanos para que
ellos tam- bién probaran. La mujer borracha había puesto sal en la
484
sopa: antes de esto la sal no se conocía en el mundo. Todos
comenzaron a preguntar- se de dó nde había sacado ese condimento
tan sabroso.
Literatura kuna tule

Algunos días después construyeron una surba y entraron allí para


hacer magia y averiguar el origen de la sal. Ellos adivinaron que muy
lejos, en un lugar llamado Yurup Yala, que se encontraba al final de la
tierra, había un gran árbol de sal que tenía ochenta brazas de
diámetro. Sería muy difícil tumbarlo, se imaginaron, porque tenía
I

muchas raíces gruesas de una braza de diámetro que sobresalían de la


base del tronco y se clavaban en el suelo. El árbol brillaba como
luciérnagas y la lumi- nescencia por entre las ramas estaba en
continuo movimiento, dando vueltas y chispeando en las nubes. Había
en las ramas extensas sabanas y valles sembrados de plátanos, yuca,
zapallo, otoe, camote, aguacates, cañ a y todas las plantas comestibles
que no se conocían en la tierra entonces. La comida principal de los
hombres-bestias que habitaban el mundo era raíces, hojas y semillas
que recogían o sacaban de la tierra.
Poco después, Puna Olokukurtilisobi regresó a la casa de Tad Ibe
y pidió comida. Los hermanos esperaron a que terminara, y
cuando se fue la siguieron cuando se metió en el monte. Caminó un
trecho largo y finalmente llegó al Paluwala, el cual era tan alto que
sus ra-

. Narrador: William Archibó l. Lugar: Ogop Sukun. Septiembre de 969.


mas altas penetraban las nubes. A medida que la mujer se acercaba
al á rbol se convirtió en una mariposa azul y voló hasta las ramas.
Había cuatro remolinos grandes al pie del tronco. La corteza del árbol
era verrugosa y cubierta de lianas y malezas. Tad Ibe ordenó a los
hombres-arrieras (iglitulegan) que limpiaran las malezas de
alrededor del pie del tronco, y cuando habían completado su
trabajo cogió su hacha de piedra y comenzó a cortar el tronco. La
madera era suave, de consistencia pulposa como la mata de guineo y
rápidamente cedió a sus fuertes golpes.
En aquella época el sol trazaba una trayectoria muy cerca de la
tierra y los días eran muy cortos. Los hombres-animales ayudaron a
los hermanos a cortar el tronco del árbol de sal, y cuando cayó la
noche tenían hasta la mitad cortada. Todos se fueron a casa con el
ú ltimo rayo de luz y cuando regresaron a la mañ ana siguiente a
continuar su trabajo se encontraron con que el tronco había vuelto
a crecer. Con persistencia comenzaron a cortar el tronco que había
sanado de nuevo, y cuando el sol se escondió en el horizonte
485
nuevamente habían cortado
hasta la mitad. Tad Ibe decidió esperar para ver qué ocurría con el
árbol cuando apareciera la oscuridad.

3. Relatos sobre el gran árbol


Al poco rato los espíritus malos comenzaron a llegar en la base del
gran árbol de sal. Primero llegó un diablo de oro, después una culebra
de oro, [a la] que le seguían un gusano gigante dorado y un sapo dora-
do. Tomaron sus posiciones al pie del árbol y el sapo lamió la cortada
en el tronco y se sanó . El gusano dorado era tan grande como un árbol
de gwiba (cuipo); sus ojos brillaban como estrellas de oro y llevaba
una correa ancha de puro oro.
Tad Ibe habló con su hermano Pugasui y le preguntó si se atre-
vía a pasar la noche allí y matar a los espíritus malignos. Siendo él
el más diestro arquero de la familia era ló gico que fuera escogido para
esta tarea. Al día siguiente, Tad Ibe hizo que los hombres-animales
construyeran una plataforma alrededor de la base del tronco para que
se pudiera derribar con más facilidad. Tan pronto como anocheció
Pugasui se escondió , y no pasó mucho tiempo antes de que aparecie-
ran el diablo, la culebra, el gusano y el sapo. Pugasui tomó todas
las precauciones y los mató con su arco y sus flechas. Cuando
terminó regresó a donde sus hermanos.
Habían traído un cayuco dorado de medicina donde bañ arían a
Pugasui para que los espíritus malos, con quienes había peleado, no
lo infestaran con su maldad. También trajeron barriles de medicina.
Esta medicina sería usada después por las futuras generaciones de la
humanidad, los olotulegan, para pelear con los espíritus malignos y las
enfermedades.
Pugasui llegó a la puerta de la surba diciendo:
–He sido tocado por los malos espíritus –y comenzó a temblar vio-
lentamente.
Sus hermanos le dijeron que no hablara en esa forma, porque
temían que habiendo matado los espíritus malos se habría desatado
muchas pestilencias por el mundo. Cuando entró a la surba los malos
espíritus le atacaron. Cayó al suelo sin conocimiento y sus hermanos
le quitaron las ropas y le pusieron en el cayuco dorado, donde su
cuerpo comenzó a temblar. Estuvo en el cayuco por algú n tiempo y
luego comenzó a moverse y a gritar. Lo pasaron a un cayuco de plata y
con- tinuaron bañ ándole con medicinas. Finalmente él gritó que se
486
estaba recuperando, pero sentía que se le quemaba la cabeza y tenía
un fuer- te dolor que corría por todo su cuerpo. Trajeron má s
medicinas y el cayuco comenzó a moverse: esta medicina sería usada
Literatura kuna tule

por las futuras generaciones para combatir la fiebre. Sacaron a


Pugasui de la surba porque él no era capaz de caminar por sí solo, y lo
llevaron a la casa de Olowai-ili. Allí estuvo hasta que se recuperó .
Como el camino estaba abierto ahora con la muerte de los malos
espíritus los hombres-animales, dirigidos por los hombres yannu,
I

tomaron nuevamente sus hachas de piedra y regresaron a derribar el


Paluwala. Dieron hachazos al tronco y las astillas cayeron en los re-
molinos, algunas volando hasta los ríos, y se convirtieron en langostas
espinosas, langostas «zapatilla», camarones, cangrejos verrugosos, can-
grejos bizcos, cambombias lapas, hulgaos, caracoles de mar y pedazos
de coral seco. Las astillas que cayeron en el remolino hacia la
montañ a, que estaba dando vueltas violentamente y tirando espuma
por todos la- dos, se convirtieron en camarones, cangrejos, piedras y
arena de todos los colores: azul, amarilla, blanca, anaranjada, roja y
dorada.
Finalmente cortaron el tronco y el Paluwala comenzó a cru-
jir y a rajarse a medida que se inclinaba hacia el suelo. El viento del
sur comenzó a soplar fuertemente y las ramas del gran árbol de sal
vibraron como relámpagos luminiscentes, como luciérnagas agitadas.
De repente se paró su descenso y se vio que las lianas enredadas en el
follaje habían quedado prendidas en las nubes.
Todos los hombres-animales se reunieron para ver có mo podían
terminar el trabajo. Los hermanos de Tad Ibe –Pugasui, Olele, Wika-
liler, Pu Tule, Kwatkwat, Tule y Suignibeleler– comenzaron a
trazar un plan mientras Olowai-ili preparaba la comida.
Se decidió que alguien tendría que subir al árbol y cortar las
lianas. El primer voluntario fue el hombre-yannu, que había visto las
plantas comestibles que crecían en los valles arriba y fue motivado
por su co- dicia. Trató de trepar sobre la corteza verrugosa pero sus
pezuñ as no agarraban bien y cayó nuevamente a tierra.
Cuando cayó inmediatamente comenzó a caminar en cuatro patas,
y desde entonces fue un animal sentenciado a la selva. El resto de los
hombres-animales trataron y uno tras otro cayeron al suelo, y fueron
convertidos en animales después de caer a tierra. El hombre-mono
negro llegó hasta las ramas pero se mareó por la altura y perdió el
balance, cayéndose en el remolino en la base del árbol. La espuma de
487
la superficie del agua se pegó en su cara y desde entonces fue llamado
Maku Bebe («frente de espuma», surwega). El hombre-ulur, un mono

3. Relatos sobre el gran árbol


gritador, hizo el intento y en la mitad del tronco se paró , no pudiendo
avanzar ni regresar. Comenzó a llorar fuertemente porque estaba solo
sin su mujer, y allí se quedó transformado en un animal. Usualmente
se ve este mono rodeado de monas y se usa el corazó n como medicina
para atraer a las mujeres.
Solo quedaba un hombre-animal que no había aú n tratado de
es- calar: el Paluwala. Este era Olotiwilipipiler –que también se llama
Ni- kingwa– un hombre-animal parecido a una ardilla pequeñ a que
era conocido por su agilidad y rapidez. Concluyendo que él era el
ú nico que podría llevar a cabo lo que necesitaban y regresar al suelo
antes que el tronco cayera, Tad Ibe mandó a sus hermanos
Wikaliler y Pu Tule a buscarle. Cuando llegaron a su casa, que
estaba situada en lo más adentro de la montañ a, le saludaron
preguntándole có mo andaba su salud, y finalmente le hicieron la
propuesta. Le dijeron que todos habían sido mandados a la tierra
por Dios para prepararla para la lle- gada de los Olotulegan. Si les
ayudaba, le dijeron, su nombre sería histó rico. Nikingwa les
respondió que estaba dispuesto a ayudar, pero que sería una tarea
muy peligrosa y que quería que le hicieran un favor
antes de emprenderla. Dijo que aú n era soltero y que no le gustaba
la idea de morir solo sin haber probado los frutos del matrimonio.
¿Po- drían conseguirle una mujer antes de comenzar?
Wikaliler y Pu Tule regresaron a donde Tad Ibe y le dijeron lo que
había pedido Nikingwa. Tad Ibe respondió que lo que había pedido
era justo y que él le daría la mujer que él quisiera.
Nikingwa quería a la hija de Ologinwipipileler, el «Jefe de
masar» (cañ a blanca), y [entonces] Wikaliler y Pu Tule fueron al río,
entraron en un hueco en la orilla y viajaron hasta la casa de
Ologinwipipileler. Luego de saludarle le dijeron el motivo de su
visita y le explicaron la necesidad de trabajar en beneficio del
futuro de los Olotulegan, y él accedió a entregar a su hija por una
causa tan meritoria.
A los dos días, los hermanos regresaron con Nikingwa a la casa de
la muchacha. Tiraron a la pareja en una hamaca poniendo carbones
encendidos debajo y aconsejaron a Nikingwa que sembrara plantas
488
para ella y que cumpliera con sus obligaciones de esposo. Se le dijo
a la mujer que le asara bien el plátano, le preparara sopas sabrosas y
que mantuviera la casa siempre limpia. Les mecieron en la hamaca
Literatura kuna tule

cuatro veces y entonces Nikingwa saltó y regresó a casa. É l visitó a la


mucha- cha por cuatro días, quedándose más tiempo cada día, y al
cuarto día se quedó la noche. A la mañ ana siguiente se fue al monte,
cortó cien tucos de leñ a y se los llevó a ella. Este fue el primer
trabajo que hizo por su mujer, y de allí en adelante vivirían juntos.
I

Tad Ibe entonces habló a Nikingwa y le preguntó si llevaría a cabo


tan pronto como fuera posible la misió n que se le había propuesto.
Nikingwa respondió que era muy pronto, y pidió que le dejaran
quedarse por cuatro días con su mujer y gozar de su unió n, porque
estos muy bien pudieran ser los ú ltimos días que le quedaban por
vivir.
Al pasar este tiempo Nikingwa subió al tronco del gran árbol de sal
con un hacha al hombro. Los animales estaban todos reunidos en
un claro del bosque y muy pronto oyeron los ecos del hacha que
golpeaba las lianas. El árbol se puso a moverse en la base y
comenzó a caerse. Tad Ibe había puesto redes de oro y plata en el
suelo para recoger to- das las plantas cuando las ramas dieran contra
el suelo, pero cuando venía cayendo hacia la tierra el tronco se hizo
pedazos, y los animales corrieron a robar la yuca, plátanos, bananas,
aguacates, mangos, cañ a, zapallo, otoe, camote y todas las demá s
plantas.
En la confusió n nadie había visto bajar del árbol a Nikingwa y
comenzaron a buscar entre los pedazos algú n trazo de él. Encontraron
señ ales de sangre en la madera y concluyeron que había muerto en la
caída. Mandaron una comisió n a su casa a darle a su mujer la triste
noticia y le encontraron a Nikingwa en la hamaca riéndose y hablando
con ella. Le preguntaron que có mo había llegado y él les dijo:
–¿Qué? ¿No me vieron? Pasé por entre ustedes mientras que
mi- raban caer el á rbol.
Nikingwa había llevado consigo un pequeñ o paquete de achiote
envuelto en algodó n y el sudor había hecho que se corriera y
manchara la corteza del árbol del color de la sangre. Tad Ibe se
disgustó por esta trampa y le convirtió en un animal.
Los trozos grandes del Paluwala se descompusieron y se convirtie-
ron en los mares, cubiertos de espuma y brillando como luciérnagas.
Los valles de la tierra se llenaron de agua, formando las bahías y
en- senadas y remolinos y mandando fuertes corrientes a mar afuera.
Tad Ibe entonces tomó pedazos de tela de distintos colores –azul,
489
rojo,
dorado, negro, verde, blanco, anaranjado y amarillo– y los quemó . De
las cenizas se formaron piedras y arena multicolores. De esta manera

3. Relatos sobre el gran árbol


fueron creados los mares.
(Chapin, 989: 64-70)

La corta de Palu-ˇu–ala
Descendido a esta tierra, Ibelele2 venció a todos los hombres y
man- dó a sus enemigos por debajo de la tierra. Y vio venir a una mujer
vestida de azul, la cual venía cantando así: Pālu-ŭāla kŭkŭliŭāla kōbeti,
Pālu- ŭāla kŭkŭliŭāla kōbeti. Estaba borracha. Llevaba un pez
consigo y no cesaba de repetir su canció n. Su nombre era
Pūnaŭagaōlokukurdilisop, pero ahora la llamamos Achamomōr,
«mariposa».3
Ibeléle bajó a averiguar de dó nde venía la mujer. Para esto
construyó se una surba.4 Al día siguiente dijo así a sus hombres:

. Narrador: Rubén Pérez Kantule.


2. Ibe, uno de los nombres que dan al Sol. Ibelēle
descendió a la tierra sobre plato de oro. (Nota del
original).
3. Esta mujer se llama también Suchu. (Nota del original).
4. Surba, una divisió n especial de la choza, en la fiesta de la
–La mujer que vino ayer me mostró el á rbol de Pālu-ŭāla. En la
copa de este árbol hay tierra con cultivos, agua dulce y salada, peces y
animales de toda clase, aves y plantas.
Y Olōŭaipipilēle dijo a sus sobrinos Yánu (chancho de
tropa), Uēdal, Astūpin, etcétera:
–Junto al pie del Pālu-ŭāla hay ōlōpirya.2
Y se fueron luego los «nietos» de Ol ōŭaipipilēle al pie del árbol y se
pusieron a cortarlo. Pero el primer día no lograron cortar más de
un palmo, matar, de hondo.
Al día siguiente, al llegar otra vez al á rbol para seguir cortando,
vieron que la tajadura se había vuelto a cerrar. Entonces Ol ōŭaipipilēle
dijo a sus hombres:
–Hay animales que vienen a este árbol.
Y se fue otra vez a la surba. Una vez que supo cuá les eran los
ani- males que iban al árbol dijo a sus hombres que eran tigres
grandes y el «Sáyla (cacique o jefe) de las ranas», quienes habían
ido a lamer el Pālu-ŭāla. Por esto no había caído este. Luego
490
Olōŭaipipilēle llamó a Ēkú akiñ yalilēle3 diciéndole:
–Véte al árbol para custodiarlo para que estos animales no vengan
Literatura kuna tule

a lamer la parte cortada.


Pú sose en guardia Ēkú akiñ yalilēle; aguardó y vio acercarse al
árbol a los grandes animales. Llegó primero el tigre grande, y le mató .
Lue- go vino otro animal. Era la culebra grande, y también a ella la
mató Ēkú akiñ yalilēle. Por ú ltimo, llegó la rana grande, animal al que
I

igual- mente dio muerte. Habiendo matado a todos los animales que
venían al árbol, se dieron los hombres a cortar de nuevo. Pero los
trozos que caían en la pirya se convertían en peces de los que no
sirven para co- mer. A pesar de todo, el Pālu-ŭāla no caía, porque las
nubecillas no le dejaban caer. Olōŭaipipilēle les dijo entonces a sus
servidores que su- bieran a la copa del árbol para cortar las nubecillas.
Empezaron a tre- par pero no llegaron más que hasta la mitad del
tronco. Entonces dijo a Nikirgua (ardilla pequeñ a), el cual también
se llama Olōkŭipipilēle, que le cortara las nubecillas.

chicha para niñ as desarrolladas. (Nota del original).


. Otro nombre de Ibelēle. (Nota del original).
2. Remolino de oro. Piryas: lugares donde hay animales feroces. (Nota del original).
3. Un hermano de Olōŭaipipilēle. (Nota del original).
Subió este entonces al á rbol como un relámpago. Traía consigo
un hacha de piedra. Llegado a la copa comenzó a cortar y el árbol
principió a inclinarse. Pero antes de que cayese por tierra, extendió se
una red de oro (ōlōsaki) y otra de plata (mānisaki) para recoger todo
lo que había en la copa del á rbol. Cayó el á rbol y del agua nacieron
los grandes océanos. La gente vino entonces corriendo y recibió cada
cual su parte de frutas de diversas clases como plátanos, yuca, ñ ames,
maíz, árboles frutales, etcétera, lo mismo que peces como el pargo, [el]
sá balo, la corvina, y otros muchos.
Y por habernos procurado Olōkŭipipilēle todo esto a nosotros
es nuestro gran nēle.
(Wassén, 934: 3-4)

La corta de Palu-ˇu–
ala
[fragmento]
Una vez dijo Ibelēle: 49
–Vamos a cortar el Palu-Ŭāla que en él hay muchas plantas, co-
mestibles.

3. Relatos sobre el gran árbol


Entonces mandó cortar el árbol a varias personas. Cortaron solo
un jeme y volvieron a la casa. La mañ ana siguiente fueron de nuevo a
cortar el árbol, pero vieron que tenía ya sanada la parte cortada y se
pusieron a cortar de nuevo. Al caer el sol regresaron a su casa y conta-
ron a Ibelēle que el árbol había vuelto a sanar después de irse ellos. Y
la mañ ana siguiente volvieron de nuevo y vieron el árbol sanado otra
vez. Ibelēle quiso averiguar cuál era el animal que curaba al árbol; vio
entonces en sueñ os una enorme rana que iba cada día al árbol
después que se habían ido de allí los hombres. Deseó entonces matar
a la rana y mandó a su hermano a que lo hiciera. El hermano se
escondió cerca del á rbol y de repente vio venir saltando por el
bosque a una rana enorme, [que] llegada al pie del árbol se puso a
lamer la parte cortada. Entonces cogió él su flecha y mató a la rana.
Y la echó donde está la culebra y dijo:
–Serás en adelante alimento de las culebras.
(Wassén, 934: 4-5)

. Narrador: Rubén Pérez Kantule.


4. más historias sobre los orígenes

Iskar y Achu
Borriguero y jaguar
Tad Ibe habló con Iskar, quién podía correr a través de la superfi-
cie del agua, y lo mandó a la casa de Achu, que estaba situada al
otro lado del río. Achu era la ú nica persona en ese tiempo que poseía
fuego. Iskar se tiró a través del río, que estaba muy crecido, y descansó
sobre un pedacito de espuma que flotaba por la mitad antes de
seguir su viaje. Cuando llegó , Achu estaba descansando en su
hamaca con car- bones encendidos en una ollita de barro debajo para
mantener el calor. Estaba lloviendo fuerte y Achu tenía mucho frío.
Iskar entró y le dijo a Achu que mantendría los carbones encendidos
soplándolos con un abanico de paja. Achu dijo que era una buena idea
y se puso a dormir. Tan pronto como Achu comenzó a roncar, Iskar se
puso a orinar en los carbones. Al oír un ruidito, sssssttttt… se despertó
492 y miró para abajo, y vio a Iskar soplando el fuego con diligencia. Al
notar que los carbones estaban parcialmente apagados Achu
gritó :
Literatura kuna tule

–¿Qué ha pasado con el fuego?


Iskar respondió que la lluvia que entraba por un hueco del
techo había caído encima, pero que estaba haciendo todo lo que podía
para que no se extinguiera.
Achu nuevamente se puso a dormir. Iskar cogió un pedacito de
I

carbó n encendido y lo escondió en la cresta detrás del pescuezo, orinó


en el fuego hasta que se apagó y salió corriendo de la casa. Achu se
despertó al sentir frío nuevamente y al ver que el fuego se había extin-
guido y que Iskar había desaparecido se puso furioso. Salió corriendo
fuera de la casa, pero no pudo alcanzar al ladró n Iskar a través de
la fuerte corriente del río crecido. Iskar regresó a donde Tad Ibe
con el carbó n y así fue como la gente obtuvo el fuego.
(Chapin, 989: 93-94)

. Narrador: William Smith. Lugar: Ustupo. Septiembre de 969.


Usu Acu ebo
Tad Ibe guerreaba mucho. Piler, el enemigo, sabía muchas manio-
bras de guerra, pero Tad Ibe era mejor. Acu el tigre era uno [de
los] recaderos de Piler. Tad Ibe se servía de Usu, el ñeque. Piler
enviaba a su recadero, el tigre, a Ailagundiuar. Tad Ibe a su vez
también enviaba allí al pequeñ o Usu.
Un día Usu vio a su rival Acu convenciendo a la gente. Acu el tigre
era conocido y tenía sus seguidores. Entonces Usu se asomó a la puer-
ta de la choza donde hablaba Acu. Usu fingió [estar] muy preocupado
y triste; respirando con dificultad, dijo a Acu:
–¿Tú , aquí tranquilo, hablando a tu gente?
–¿Qué nuevas nos traes tú , tan sofocado? –le dijo Acu, inquieto
por conocer las nuevas de Usu.
–¡Estamos a punto de desaparecernos todos! ¡Se está rompiendo
un cicló n que va a arrasar con todo, todos volaremos! –sentenció Usu
con intentos de llorar–. Me mandan a anunciar que el ú nico modo de
seguir viviendo en la tamañ a desgracia es amarrarnos. Amarrarnos a los
493
postes
más resistentes de la choza mientras pasa el cataclismo –continuó Usu
temblando ante el terrible Acu que lo escuchaba muy fijo–. He sido yo

4. Más historias sobre los orígenes


el enviado para asegurar a los postes a aquellos que quieran salvarse,
porque no es una broma lo que se nos está cayendo encima.
–No. –dijo Achu meneando la cabeza–. ¡Si es así de grave la cosa
yo mismo me ataré donde me parezca mejor!
–¡Amigo mío –observó Usu–, yo no quisiera que te llevara el ci-
cló n! Si tú te amarras solito, tus nudos no van a estar suficientemente
estirados, y lo más seguro es que con un soplo de aire ¡te sales dispa-
rado!
El temible Acu agachó su cabeza y se dejó llevar al palo más grue-
so y resistente. Usu encontró los bejucos má s largos y fuertes de la
regió n. Usu pasó varias veces el cuerpo de Acu, hizo los nudos más
duros de su vida. Usu dejó a Acu pegado al poste de la choza.
–¡Sí, mi buen amigo, ahora déjame ver los primeros rayos! Creo
que lo má s grave ya está cerca de este caserío.

. Narrador: Inatugspileer (Rafael Harris). Comunidad:


Soledad Miria. Lugar y fecha de nacimiento del narrador:
Uarsadubkua, 9 de enero de 935. Rol tradicional: argar.
El astuto Usu salió corriendo… jah, jah, kih, kih. Usu ya no volvió .
Pasó la noche. Acu la pasó entumecido, amarrado al poste.
–¡Donde lo vea, lo desnudo! –gruñ ó Acu al verse burlado.
Usu carcajeaba a lo largo del viejo caminito de los abuelos.
(Organizació n Indígena de Antioquia, 2002: 38-40)

el mono que quería ser grande


Piler había sido derrotado. Tad Ibe había peleado muy valiente.
Tad Ibe había vencido a Piler. Tad Ibe no podía dejar nada
desorga- nizado. Tad Ibe vio que los animales vivían dispersos, a
su antojo, y así no estaba bien. Hacía falta una cabeza exigente para
los animales, un gran saila.
–¡En esta tierra necesitamos orden! Ustedes no pueden vivir
así, sin alguien que les dirija –dijo Tab Ibe a los animales.
Entonces, Tad Ibe encargó su plan al mono negro. A Olobagtiginia
el mono negro.
494
El mono convocó a todos los animales de Abya-Yala. Vino el
gran Olosuaginialiler (sur uega), Olokunkualiler (ulur), Olotiginialiler
Literatura kuna tule

(ti- digua). Llegaron los tucanes, los caimanes, los tapires, los
canarios, los zopilotes, los saínos, los colibríes, los jaguares. Los
animales de la selva, los bichos de los pantanos, los pericos
charlatanes, todos empe- zaron a discutir su organizació n.
–¿Quién podría ser nuestro jefe, nuestro saila? –se preguntaban
I

los animales, unos arañ ando el suelo, otros enrollados a los arbustos,
o dando golpes con el rabo a los vecinos.
Olobagtiginia, el mono negro, caminó hacia el centro de la
asam- blea. Se paró sobre sus pies flojos con su barriga redonda. Se
rascó el bajo vientre con una mano y pescó piojos con la otra;
parloteó :
–¿Qué dicen ustedes de Oloaliginia, el tapir? Me parece un gran
animal y lleno de buenas ideas.
Y el tapir sabía ya de antemano que el simio le llamaría y que él
debía hacerse el indiferente.

. Narrador: Olonagdiginia (Gilberto Arias). Comunidad:


Soledad Mandinga. Lugar y fecha de nacimiento del narrador:
Cartí,  de septiembre de 93. Rol tradicional: argar.
–¡Uy, uy, uy! –aullaron los monos–. ¡Este, no, este, no! Este es
muy grande, tiene patas enormes. Pega horribles saltos cuando se en-
fada. Este nos va a dominar, nos va a pisar. Demasiado grande para ser
saila, seríamos sometidos fá cilmente.
El tapir no pudo ser elegido. El tapir calló airado.
–¡Ya veremos cuando llegue el momento de los demás! –murmuró
hurañ o.
El amigo Olobagtiginia, mono negro, sabía bien có mo embobar
a la gente animal, có mo despertar oposiciones, có mo dividir a la masa,
có mo confundir a los bichos.
–¡Compañ eros de la selva –prosiguió el mono en medio de un
in- soportable barullo de bestias–, todos ustedes pueden ser jefe, pero
va- mos a buscar el mejor! ¿Qué les parece Olouelipler, el jabalí?
Pero el astuto mono negro había azuzado al grupo de los macacos
para que se fijaran en todos los defectos del jabalí.
–¡Kih, kih, kih! –se rieron los titíes, las cotorras, los pulgones.
–¡No, no puede ser! Este es muy, pero muy peligroso. Este tiene
495
muchos hijos, muchos parientes y siempre andan juntitos. Siendo saila
este nos va a matar de hambre, este va a pensar solo en sus parientes,

4. Más historias sobre los orígenes


en su gente. ¡No lo queremos!
Tanto los monos blancos como los guacamayos y los ñ eques y los
zopilotes gritaron que el jabalí sería mal dirigente.
El mono Olobagtiginia sonreía ante los gritos. Parecía que le diver-
tía todo. Pegaba sus saltitos y se olía el pipí.
–¡Veo que ustedes son muy exigentes, así debe ser, así, así debe ser!
¡Ih, ih, ih! –aprobaba el astuto mono.
–¡Ahora tenemos ante nosotros al muy ágil Olomoikaliler, el saíno!
Para mí es un buen candidato, pero queda en sus manos y pezuñ as
– levantaba la voz el mono después de haber dividido a la masa
animal. De nuevo se oyó el aullido de rechazo en la tupida selva de
Abya-
Yala. El puerco montés también tenía mucha gente, muchos hijos y
hedía demasiado las axilas.
–¡Imposible, imposible! –gruñ eron los electores bestias. Los
mo- nos chillaron, los tapires se empujaron, los gallinazos aletearon
desa- probando la candidatura de Olomoikaliler el saíno. El amigo
saíno se retiró borracho de rabia.
El amigo saíno empezó a formar también su banda de los «no a todo».
El mono Olobagtiginia sabía que iba llegando su tiempo. El
mono esperaba inquieto que uno de los animales, aunque fuera el
zancudo, gritara su nombre, pero no llegaba.
El mono Olobagtiginia levantó su mano negra indicando a
Olotu- biginia el gato montés. Los tapires se unieron a los saínos, los
jabalíes a los gusanos.
–¡Este jamás, este jamás! ¡No queremos a este como saila! –retum-
baron las voces de gente bestia por los remansos, por los matorrales
de Abya-Yala.
El mico Olobagtiginia continuó con otros candidatos.
–¡Aquí, tenemos también al renombrado de la comunidad de bes-
tias, Igarobandur el tigre! ¿Qué les parece? –masculló el mico
negro, los jabalíes con los saínos, los tapires con los gatos monteses
patalea- ron, abuchearon.
–¡Este siempre está bravo, osco y muy enfadado! Este nos va a co-
mer a todos. Viviremos sometidos a sus garras y a sus colmillos.
¡No y no! –resonaron los ecos de los habitantes de los bosques por
496
todos los hierbajos.
Así fueron pasando todos los animales. Pasaron los animales fe-
Literatura kuna tule

roces, los animales alados, los animales lerdos, los animales ágiles. Y
el mono veía que iba llegando su turno. Antes vio que bajo la
sombra de un arbusto quedaba un animal. Este no hablaba mucho,
tampoco se movía tanto. El mono Olobagtiginia, haciéndose ver
como el má s abierto a todas las opiniones, dijo:
I

–¡Bueno, amigos animales, aquí queda nuestro posible dirigente,


Tada Tomorgua la tortuga de monte!
Los parientes monos, sus partidarios, viendo que su candidato era
el má s seguro, se opusieron a Tad Tomorgua.
–¡A ustedes tampoco les eligieron y no pueden permitir que
este lo sea! –incitaron los partidarios del mono negro a los animales
recha- zados, queriendo obtener el sí para Olobagtiginia.
–¡Este es medio bobo, siempre está callado, es muy inú til, es muy
lento para correr! ¡No puede ser nuestro dirigente! Cuando tengamos
que pelear este Tomorgua nos va a alelar a todos.
«¡Ahora sí!» pensó Olobagtiginia, [y dijo]:
–¡Nosotros necesitamos un buen dirigente, y… ¿có mo me ven a
mí?
Los simios se unieron. El tití se unió al cariblanco, el cariblanco al
aullador, el aullador al mono blanco.
–¡Tú sí, tú sí! –apoyaron los macacos a Olobagtiginia.
Entonces los animales que no habían sido elegidos por los defectos
se amotinaron. El tapir dio un empujó n a los jabalíes, los jabalíes a los
saínos, los saínos a las tortugas de monte y estas a los jaguares. Ellos
armaron un ruido aterrador.
–¡No, no y no! ¡Tú mucho menos! Tú eres el más descarado e irres-
petuoso de todos nosotros los animales. Te metes en todo. Eres el más
sucio de todos. Cuando tengas que cantar en los congresos tú no vas a
respetar a nadie, te estarás tocando el pipí, comiéndote los piojos.
Así, los animales del bosque nunca pudieron encontrar a su
diri- gente. Se dividieron más. Se odiaron má s. Muchos murieron.
(Organizació n Indígena de Antioquia, 2002: 34-38)

Dada Tomorcua y
497
icalobandule
2
En un lugar llamado Coscun vivía Dada Tomorcua con Icalo-
bandule.3 Este Icalobandule tenía un vestido de oro. En este tiempo

4. Más historias sobre los orígenes


también vivía Dada Iblel.
Dada Tomorcua fue a visitar a Dada Iblel quien le dijo que tratase
de quitarle el vestido a Icalobandule. Dada Tomorcua dijo:
–¿Có mo podré quitárselo?
Iblel le dijo entonces que se fuera al lugar donde se bañ aba
Dada Icalobandule y que allí lo esperase, ya que el Dada Icalobandule
solía, cuando se bañ aba, dejar su vestido tendido sobre la hierba, a
orillas del río.
Dada Tomorcua fue al lugar indicado esperando que Icalobandule
viniera a bañ arse. Poco después vino en efecto Dada Icalobandule a
bañ arse y dejó su vestido a orillas del río.
. Recopilador: Guillermo Haya(ns).
2. Antiguo nombre de yarmoro, tortuga terrestre. Dada es
voz que significa «padre». (Nota del original).
3. Dice Pérez: Igaro˘ba˘ñdŭr, palabra que traduce por «tigre». En el original de
Guillermo Haya pone este Icalobandule, con Achu entre paréntesis, y esta voz
la traduce Pérez por «perro». Segú n Nordenskiöld las palabras que expresan la
idea de perro y de jaguar (tigre) son idénticas en varios dialectos de los indios
sudamericanos, especialmente en las lenguas tupí-guaraní. (Nota del original).
Cuando Dada Icalobandule entró en el agua Dada Tonaorcua
co- gió el vestido y se lo puso. Luego se presentó a Dada
Icalobandule, quien al verlo le dijo:
–Tienes un vestido igual al mío.
Tomorcua dijo que así era y se fue a casa de Dada Iblel. El vestido
de Icalobandule le quedaba muy grande. Dada Iblel le preguntó de
dó nde había conseguido tal traje. Tomorcua le contestó que de ningu-
na parte, sino que el vestido era suyo. Entonces Dada Ibelele lo tiró
a un lado y le dijo que siempre anduviera con vestido demasiado
grande para su cuerpo.
(Wassén, 934: 5)

Tad Aiban y el diluvio (mu osis)


Tad Aiban llegó a la tierra a un lugar llamado Aluka Tiwar, que era
muy bonito. Llegó a la regió n de Olokiki Tiwar, que también se llama-
498 ba Suigna Tiwar y Abya-Yala. En este lugar ocurrió toda la historia de
la gente: sucesivamente Kalib, Karban, Aiban –y también los otros que
vinieron antes de ellos como Piler, Dekendeba, Mago–
Literatura kuna tule

descendieron en este sitio. Ha cambiado de nombre muchas veces, de


acuerdo con el estado del lugar en que se encontraba. Cuando llegó
Aiban el mundo había sido destruido cuatro veces, y después de cada
castigo manda- do por Dios los cerros y las montañ as quedaron
completamente sin vida, sin árboles ni yerbas. Después de uno de
I

los castigos crecieron plantas de kwala (escobilla) sobre la tierra


desierta, y el área cogió el nombre Kwalakun Yala. El río que lo
atravesaba se llamaba Kwalakun Tiwar. Más tarde se llamaba
Tingwakun Yala y Tingwakun Tiwar por la abundancia de tingwa
(un árbol). Después crecieron tagar (un platanillo grande) y el lugar
se denominaba Tagarkun Yala y Tagarkun Tiwar. Así, Aluka Tiwar,
Suigna Tiwar, Abia Tiwar, Kwalakun Tiwar, Tingwakun Tiwar,
Olokikikun Tiwar y Tagarkun Tiwar son nombres diferentes del
mismo lugar, siendo diferentes solamente segú n la épo- ca y las
características físicas del paisaje. Es aquí donde Dios ha man- dado
todos los grandes castigos a la tierra, y aquí la gente ha sufrido
mucho a través de los siglos.

. Narrador: Niga Kantule. Lugar: Cartí Suitupo. Diciembre de 969.


Aiban era un hombre grande que tenía seis kurgins. Al
principio de su reinado todo era un paraíso. El suelo era excelente, de
todos los colores: rojo, negro, chocolate, amarillo, anaranjado y
blanco, y cre- cían cultivos en abundancia a lo largo de las orillas del
río. Las plantas producían fruto siete días después de ser
sembradas, y el clima era templado y agradable. Llovía con
moderació n, el sol brillaba tranqui- lamente, el mar siempre estaba en
calma y los vientos nunca se ponían violentos. Era un paraíso.
Aiban construyó un saló n grande de congreso y toda la gente de la
comunidad iba regularmente a escucharle cantar de Dios y darles con-
sejos sobre có mo vivir. La gente llenaba el saló n y se sentaba tranqui-
lamente tejiendo abanicos, canastas, cosiendo molas y cuidando a los
niñ os. Aiban decía a la gente que habían sido mandados para
cuidar todo lo que les había dado Dios, y que tenían que portarse
moralmente y llevar una vida buena.
En aquel tiempo la gente no tenía nombres específicos: tomaban
los nombres de ríos, animales, montañ as y valles. Las mujeres
lleva- ban cabellos largos que llegaban hasta los hombros. 499
Y así los añ os pasaban tranquilamente. Aiban cantaba de Dios

4. Más historias sobre los orígenes


en el saló n del congreso, la gente se portaba bien y trabajaba en
conjunto, y había comida suficiente para todo el mundo.
Un día una mujer no apareció en el congreso. Al día siguiente faltó
otra persona, y en poco tiempo otros comenzaron a no asistir a los
congresos. A menudo uno de los hombres grandes de la comunidad
no iba al congreso y Aiban comenzó a preocuparse. Dijo a la gente
que era su deber asistir a los congresos y que si se corrompían
Dios mandaría otro castigo, cubriría la tierra con la oscuridad o
mandaría ciclones que les llevarían hasta los cielos, pero la gente dijo
que se es- taba volviendo loco. La moral se vino abajo. Cuando llegaba
una visita no ofrecían comida al visitante, diciendo que no tenían nada
más que basura y comida mala. Ofrecían sustitutos en vez de comida,
guardan- do para sí lo bueno.
Un día un hombre del pueblo regresó del monte y dijo a la gente
que había visto cuatro hombres vestidos de ropa blanca y sombreros
blancos que portaban rifles en los hombros. Aiban le dijo que no eran
seres hu- manos sino hijos de Mu, la Mar. La gente de la regió n cogió
miedo y esa noche todo el mundo fue al congreso para escuchar a
Aiban.
Entonces la gente comenzó a oír ruidos raros en las montañ as.
A veces oían gritos que salían de los arbustos: el eco de un machete
dan- do contra la madera llegaba a sus oídos, pero no podían
localizar la procedencia del ruido. Al día siguiente iban a sus fincas y
encontraban todas sus plantas sin fruta. Dieron el nombre [de]
«Angwabaler» al fantasma que aterrorizaba misteriosamente por la
selva. A veces las mujeres oían silbidos monte adentro, y regresaban
corriendo al pueblo temblando de miedo. De vez en cuando iban a
sus fincas y encontra- ban que habían arrancado toda la yuca.
Aiban no se cansaba nunca de aconsejar a la gente, cantando
por largas horas, dándoles buenos consejos, pero el pueblo seguía
corrom- piéndose. Peleaban sobre las bancas y las sillas en el saló n del
congre- so, y se ponían a discutir entre sí mientras que Aiban
cantaba.
Un día llegó un viento fuerte que tumbó todos los guineos y
plá - tanos. Los dueñ os fueron y recogieron las frutas caídas, pero
500
después de comer estas, quedaron sin nada de comer.
Las mujeres iban al monte para orinar junto a los palos. Orina-
ban con tanta frecuencia que hicieron huecos en el suelo. Un hombre
Literatura kuna tule

las seguía y desde un escondite las observaba mientras que orinaban.


Un día lo descubrieron y lo llevaron al congreso, donde le pusieron
el nombre de «Mamartalegwa». De esta manera ponían nombres que
concordaban con la perversió n que angustiaba a la gente. Una
noche un hombre apagó todas las luces y asustó a las mujeres en la
I

oscuri- dad. Lo buscaron y cuando se cayó de una viga (nagubir) de la


casa lo cogieron y lo llamaron «Olonagubir».
Tad Aiban decía a la gente que iba a sufrir mucho si no cambiaban
su comportamiento.
Algunos hombres vieron a cuatro mujeres borrachas
deambulando en la selva. Cuando se lo dijeron a Aiban contestó que
no eran mujeres sino hijas de Mu. Dijo:
–Un día vendrá un viento fuerte y nosotros caminaremos sobre la
tierra como esas mujeres, como borrachos.
Cuando otros regresaron y le dijeron que habían oído gritos y llan-
tos en las montañ as, Aiban les dijo:
–Así mismo gritaremos nosotros y lloraremos cuando nos llegue
el castigo de Dios.
Pero no le prestaban mucha atenció n. Continuaban causando
desó rdenes y hasta echaban pedos en el saló n de congreso mientras
Aiban cantaba.
A menudo se oía los peces del río gritando y llorando. Toda
clase de plantas marinas y aguamalas y gusanos de mar se
depositaron en las playas, y había multitud de insectos brincadores
en la arena. Pla- gas de escarabajos y otros bichos atacaban los
cocales. Nubes espesas de mosquitos del tamañ o de pájaros
descendían sobre la gente y le chupaban la sangre, y muchos se
morían. La població n se reducía rá - pidamente. De vez en cuando
bandadas enormes de palomas rojas y blancas con picos rojos
aparecían sobre el pueblo. Cuando la gente mi- raba para arriba y
bajaba la cabeza le salía sangre por la boca y la nariz. Un día vieron a
un hombre vestido de ropa blanca y sombrero blanco que venía
hacia ellos desde alta mar, pero cuando estuvo cer- ca vieron que
era solo un tronco grande con muchos pájaros blancos sentados
encima. Más tarde notaron un cayuco con una vela blanca
caminando hacia la playa; pero cuando llegó cerca vieron que era un
50
pelícano. Sintieron gente llorando mar afuera: cuando los llantos mis-
teriosos se les acercaron se convirtieron en una ola inmensa que cayó
en la playa con violencia. La gente pensó : «El mar está llorando. ¿Qué

4. Más historias sobre los orígenes


será de nosotros?». Y así pasaron muchas cosas extrañ as en el tiempo
de Aiban.
Cuando los hombres iban a sus fincas y hundían sus machetes
en los troncos de guineo salían gritos de dolor y chorros de sangre.
Lo mismo pasaba cuando iban a cortar leñ a. Cogían miedo y huían a
toda velocidad hacia el pueblo.
Un día un hombre fue al monte y dijo a su esposa que le llevara
comida al medio día. Ella se le acercó a la hora designada, todavía
escondida de su vista, se paró y se transformó en una venada.
Cortó varias hojas de uruwa (como platanillo), defecó sobre las hojas
y envol- vió el excremento en un paquete. Cuando llegó a donde su
esposo se había convertido nuevamente en mujer. Le dijo:
–Te he traído un bulto de guineos maduros para hacerte chucula.
Y el esposo le dijo que la preparara porque tenía mucha sed. Ella la
mezcló y le dio una taza grande, y él la tragó . Ella se despidió y cuando
llegó al borde de la roza su esposo echó una mirada hacia donde
estaba y vio una venada desapareciendo por entre las malezas.
Había un hombre que iba al monte y a menudo se quedaba dos o
tres días sin volver al pueblo. Algunos hombres se preguntaron para
dó nde iba el hombre y decidieron seguirle. Lo perdieron de vista
en corto tiempo entre la tupida selva y llegaron a un río grande
donde había mucha gente reunida en la orilla. Preguntaron a los
forasteros si habían visto al hombre y les dijeron que no. Los hombres
siguieron su camino y no mucho después oyeron los gruñ idos de
un tapir. Se acercaron al ruido y llegaron a un lugar abierto en el
bosque, donde vieron dos tapires acostados juntos en el suelo.
Cuando se acercaron a los animales vieron que era el hombre que
habían perseguido, acosta- do con una venada (wasa), que era su
esposa. Y así vivía la gente en el tiempo de Aiban.
A veces la gente descubría las frutas creciendo en la base de sus
matas de guineo y los tubérculos de yuca y de otoe entre las hojas.
La fruta del vivá (nalup) crecía en el suelo al lado de las raíces.
Todo estaba al revés.
Aiban continuaba aconsejando a la gente. Les dijo un día que solo
502
quedaban diez añ os para que llegara el diluvio, pero le prestaron poca
atenció n. A veces solo cuatro personas iban al saló n de congreso para
escucharle.
Literatura kuna tule

Un día aparecieron tres jó venes guapos con el pelo hasta la cintura


y le dijeron a Aiban que estaba por llegar un desastre terrible. Dijeron:
–En Abya-Yala hay un árbol que no tiene flores. Cuando el castigo
de Dios esté por llegar este árbol va a florecer. Esto pasa una vez cada
cien añ os. Tendrá s que ir allá para verlo.
I

Entonces desaparecieron en el monte. La gente trató de averiguar


quiénes eran estos jó venes y buscaron de cabo a rabo en el pueblo,
registrando todas las casas, pero Aiban les dijo que no eran de esa
regió n, eran del cielo. Y agregó :
–Me dijeron que cuando llegue el diluvio tendremos que ir a
Tin- gwa Yala para salvarnos.
Aiban cantó toda la noche diciéndole a la gente có mo debían por-
tarse.
Pero no se podía acabar con la corrupció n de la gente. Seguían con
sus perversiones, tirándose los bancos en el congreso los unos a los
otros, guindándose de las sogas de las hamacas y jugando «esconder la
piedra» como niñ os. Había un viejo argar (vocero) que estaba triste al
ver que la gente se portaba de esta manera. Era un hombre serio y no
le
gustaba lo que veía, y estaba seguro de que Dios mandaría un castigo
fuerte. Era uno de los pocos hombres morales en el pueblo. A veces se
sonreía cuando los hombres y las mujeres hacían sus payasadas, pero
nunca llegaba a reírse.
Jureles, sardinas, tiburones, bufeos, tortugas, cambombias, pulpos
y langostas comenzaron a meterse en el río y el agua estaba revuelta
con su movimiento furioso.
Un joven con pelo hasta la cintura llegó al río arriba y habló
con Aiban, preguntándole có mo se sentía. Dijo que iba a la
desembocadu- ra del río para ver el mar. Cuando partió , Aiban dijo
a la gente que el joven era un taim (lagarto).
Vino de río arriba otro joven vestido de ropa verde y con el
pelo verde hasta la cintura, habló con Aiban y siguió su camino
hasta la boca del río. Aiban dijo a la gente que era un yarbi (anguila
verde).
Luego vino de río arriba otro joven guapo con pelo largo y ropa
negra y se detuvo para hablar con Aiban. La gente lo agarró y se quedó
503
en el pueblo, casándose con una muchacha de allí. Era muy trabajador
y tenía la fuerza de diez hombres. Un día la gente lo siguió al monte
para ver có mo hacía tanto trabajo, y cuando se le acercaron vieron un

4. Más historias sobre los orígenes


sigli (pavó n) que estaba cortando las malezas con el pico. Uno de ellos
alzó un rifle y lo mató . Lo llevaron al pueblo y dijeron a su esposa:
–Hemos matado a tu esposo.
Y ella comenzó a llorar.
Otro joven vestido de ropa blanca vino de río arriba y se paró
en el pueblo para hablar con Aiban. La gente quiso que él también
se quedara y se casó con una muchacha del pueblo. En aquel tiempo
todo el mundo comía en grupo. Un día lo invitaron a comer con
ellos, y notaron que siempre comía los ojos de los pescados antes de
cualquier otra cosa. Para burlarse de él echaron picante en los ojos y
cuando se los comió sintió el picante y se puso a gritar y a batir los
brazos como un tabgala (garza) y se fue huyendo del pueblo.
Toda clase de cosas raras sucedieron en el tiempo de Aiban. A
veces la gente iba al monte y no regresaba.
Para cruzar el río la gente trepaba un tronco grande. Un día cuan-
do las mujeres estaban caminando sobre el tronco este les habló : «¡Así
está formada tu carne!».
Corrieron para el pueblo y le dijeron a Aiban lo que había ocurrido.
Cuando la gente se sentaba, los bancos y las sillas les hablaban.
Cuando las mujeres cocinaban, las ollas gritaban: «¡Me estás
quemando, me está s quemando!».
Un forastero cargando un tronco en el hombro vino de río
arriba gritando:
–Vamos todos a Tingwa Yala. ¡Viene Mu!
Este era seguido por otro hombre que cargaba una piedra grande
en el hombro gritando:
–Vamos todos a Tingwa Yala. ¡Viene Mu!
Entonces llegó otro hombre con una enorme piedra azul gritando:
–Vamos todos a Tingwa Yala. ¡Viene Mu!
A media noche una bandada de grandes pájaros negros llamados
urgakor apareció en el cielo y voló hacia el nacimiento del río. Muchos
peces y animales estaban viajando frenéticamente para arriba y para
abajo a lo largo del río, y había confusió n por todos lados. Los ú ltimos
cultivos se secaron y se murieron. Aiban estaba triste al ver todos
estos acontecimientos: cien añ os finalizarían en poco tiempo.
504
Algunos jó venes llegaron y preguntaron a Aiban si tenía provisio-
nes listas.
Literatura kuna tule

–El mundo será destruido –dijeron–. Tiene que buscar aquí


toda la comida porque en Tingwa Yala no hay nada. Tiene que
recoger a toda la gente buena y llevarlos a ellos solamente. La gente
inmoral no tiene salvació n. El árbol ya floreció y nosotros vamos para
la montañ a. Después de que habían salido Aiban se volvió a su gente y
I

les dijo:
–Arriba en la montañ a no hay más que malezas y á rboles. Si no
llevamos comida moriremos de hambre.
Y juntaron la comida que había y partieron hacia Tingwa Yala con
sus canastas llenas.
Llegó el diluvio y todo fue destruido: se limpió el mundo de
todo su mal. Aiban y sus seguidores se salvaron en Tingwa Yala,
que era tan alta que las aguas de Mu no les alcanzaron. Se
quedaron allá por cuatro días y cuando las aguas bajaron regresaron
a la regió n que ha- bían habitado anteriormente. El mundo era como si
se hubiera afeita- do: no había plantas, animales ni gente.
(Chapin, 989: 02-09)
Lo que le pasó a Aiban cuando bajó de la montaña
Nueva gente había llegado a poblar la tierra después del diluvio y
Aiban la encontró cuando bajó de la montañ a. Ellos le preguntaron
a Aiban:
–¿De dó nde vienes, viejo?
Aiban contestó que no sabía de dó nde venía, que se había
encon- trado en la tierra. Pero los nuevos estaban sospechosos y le
dijeron:
–Tú no eres nuevo. Eres muy viejo y parece que has vivido aquí
anteriormente. Está s lleno de gusanos.
Le dijeron a Aiban que se acostara en el suelo boca abajo. Entonces
la gente le saltó encima y comenzó a brincar y darle patadas
fuertes. De su cuerpo salieron cantidades de gusanos: tantos gusanos
que fi- nalmente el cuerpo de Aiban desapareció completamente.
(Chapin, 989: 0)

De cómo aprendieron los cunas a llorar la muerte de los


505
suyos
Se fueron una vez al monte, para vivir allí solos, dos hombres que
habían sido castrados y nada querían saber de mujeres.

4. Más historias sobre los orígenes


De vuelta de la caza se encontraron un día con que todo había
sido arreglado dentro de la casa y que estaba puesta la comida, y
no se lo explicaron. Al día siguiente a volver del monte fue lo
mismo. Se escondió pues uno de los hombres no lejos de la casa para
espiar y vio descender del cielo, en un plato de oro, a cuatro bellísimas
mujeres que después de arreglado todo se alejaron del mismo modo
en que habían llegado y por el mismo camino.
Así que [cuando] hubo vuelto su compañ ero le contó cuanto había
visto. Al día siguiente escondiéronse los dos, y otra vez llegaron las
cuatro mujeres en el plato de oro. Apresaron entonces los hombres a
dos de las mujeres, y ellas les dijeron que accedían a vivir con
ellos. Las otras dos huyeron.
Los hombres se llevaron luego a las mujeres a su pueblo y tuvieron
allí hijos con ellas. A los niñ os les cantaban las madres cantos de la
vida de sus padres y también cuentos. Habiendo muerto uno de los
hijos pú sose a llorar la madre y a tiempo que lloraba comenzó a
contar

. Narrador: Horacio Méndez. Lugar: Ustupo. Febrero de 970.


la vida de este su hijo y su amor a él. Y de este modo aprendieron a
llorar los cunas cuando se moría uno entre ellos.
Aquellas mujeres habían sido antes mujeres de las estrellas.
(Wassén, 934: 7)

olonadili
Antes de la venida de Ibeorgun nuestros padres vivían en la regió n
de un río llamado Sogub Tiwar. Todos sus habitantes eran muy traba-
jadores. Se bañ aban con medicinas que daban fuerza a sus cuerpos, y
eran muy fuertes. Pasaban mucho tiempo cazando saínos, puercos de
monte, monos, pavones, perdices y otros animales en el monte, y nun-
ca les hacía falta comida. Las orillas de los ríos eran excelentes
para la siembra y la gente tenía extensas plantaciones de guineos,
plátanos, yuca, otoe, ñ ame, camote y otros cultivos.
506 Había cuatro hermanos que vivían con sus padres, y estos a menu-
do los bañ aban en medicinas para desarrollar su fuerza, lo cual hacía
de ellos hombres muy trabajadores. A medida que crecían ayudaban
Literatura kuna tule

a sus padres en el trabajo y la madre comenzó a temer por el día [en]


que se fueran de casa, ya que los hombres al casarse pasan a las casas
de sus señ oras. Ella pensó : «He criado a mis hijos de manera que sean
ayuda para mí y no para otras personas. Quiero que se queden en casa
conmigo para siempre». Así que salió y buscó una medicina especial
I

y les bañ ó usando una calabaza de medicina. Los hijos no sabían de


qué clase de medicina se trataba, pero suponían que debía ser algo
para desarrollar su fuerza y sus habilidades de cazadores. En realidad
se trataba de una preparació n que les hacía pensar que las mujeres no
eran deseables. Y así vivían.
Un día los hermanos decidieron que ellos no querían seguir vi-
viendo con su hermana y su madre. No podían comer o beber nada
que se les preparaba. La comida, las bebidas y las mujeres les
daban asco: ellas hedían. Los hermanos recogieron todas sus cosas y
salieron de la casa, caminando por cuatro días hasta llegar a un lugar
propicio a la orilla de un río distante, y allí construyeron su casa. Los
meses pa-

. Narrador: Leonidas Valdez. Lugar: Cartí Suitupo. Diciembre de 969.


saron y trabajaron fuertemente en desmontar y sembrar, y a menudo
iban a cazar en las montañ as.
Una tarde, al regresar a casa inmediatamente notaron que alguien
había estado en la casa. Había comida preparada que estaba servida
en la mesa. Uno de ellos dijo:
–Estoy seguro [de] que ha sido nuestra madre, pues se siente
un terrible olor en la casa. Ya que nos ha encontrado, debemos
mudarnos a otro lugar.
De una vez juntaron todas sus cosas y viajaron por dos días
más adentro de la montañ a, finalmente llegando a un río lejano
donde construyeron otra casa. La madre, incapaz de poder dar con
ellos en su nuevo escondite, regresó a casa y lloró la pérdida de sus
hijos. To- dos en la familia sufrían mucho.
Los hermanos pasaron muchos meses trabajando duramente en la
montañ a. Una tarde cuando regresaron a casa del campo encontraron
comida y bebida en la mesa, todas sus ropas limpias y la casa barrida.
Sintieron un olor fragante en el aire, y cuando probaron la comida
507
vieron que era muy sabrosa. En el piso encontraron dispersas muchas
semillas de algodó n. Decidieron dejar al má s joven en casa al día

4. Más historias sobre los orígenes


si- guiente, para ver quién estaba visitando la casa mientras ellos
estaban ausentes.
Temprano, a la mañ ana siguiente, tres [de los] hermanos salieron
para el monte y el más joven se escondió detrás de un palo grande en
el patio. En corto tiempo sintió un ruido extrañ o. «¿De dó nde viene
ese ruido?», se preguntó . «¿Viene de arriba o de abajo?». Vio entonces
descender un platillo de oro desde el cielo que aterrizó frente a la
casa. Salió una escalera de uno de los costados del platillo y
bajaron cuatro lindas muchachas. Entraron a la casa y cada una se
dedicó a hacer un oficio especial: una barrió el piso, una cocinó , otra
fue al río a limpiar la carne y la otra preparó las bebidas. Cuando
terminaron desenrollaron las hamacas de los cuatro hermanos y
se pusieron a descansar. El hermano desde su escondite les oía
chistear las unas con las otras y decir que estaban acostadas en las
hamacas de sus esposos. Habían traído con ellas bolas de algodó n
crudo con un apa- rato de hacer hilo, y se pusieron a separar las
semillas del algodó n y a hilar. Estuvieron algú n rato absortas en su
trabajo cuando una de ellas dijo:
–Creo que mejor nos vamos porque los hombres regresarán
pronto. Amarraron las hamacas de nuevo, entraron al platillo de
oro y su-
bieron al cielo.
Cuando llegaron los hermanos de sus fincas preguntaron al her-
mano menor lo que había visto. Este dijo:
–Primero comamos, y después les contaré la historia completa.
Después de haberles relatado el extrañ o incidente del día, ellos no
querían creerle, y para verificar la historia por sí mismos cada uno
[se] quedó en casa, uno cada día, en los tres días siguientes. Cuando
todos informaron haber visto la misma cosa decidieron quedarse
escondi- dos atrás de la casa y agarrar a las muchachas cuando
aparecieran [a] la mañ ana siguiente. Se pusieron de acuerdo de silbar
como perdices para dar la señ al de atacar.
Cuando el sol alcanzó su cenit venía descendiendo el platillo de
oro frente a la casa: brillaba e iluminaba toda el área con su esplendor.
508
Al borde del platillo crecían flores doradas. Bajó frente a la casa, la
esca- lera salió como otras veces, y las cuatro muchachas bajaron y
entraron a la casa. Cuando habían terminado sus oficios y estaban
Literatura kuna tule

descansando en las hamacas los cuatro hermanos silbaron


simultáneamente. Con la rapidez de un rayo entraron en la casa y
cada uno agarró a una mu- chacha. Los hermanos eran fuertes, pero
las muchachas, que habían venido de otro mundo, también eran
muy fuertes. Uno de los herma- nos resbaló y se cayó y la muchacha
I

que tenía se escapó . Tres de ellas lograron zafarse de los hermanos


pero el más joven todavía luchaba con la muchacha que había
capturado. Los demás inmediatamente co- rrieron a su ayuda y los
cuatro juntos pudieron vencerla. Cuando ella se vio aprisionada sin
poder escapar les dijo:
–Ya pueden soltarme. No trataré de escaparme. Me quedaré aquí
con ustedes. Mi piel ha sido manchada con vuestro olor. (Cuando
un hombre agarra un sainito, digamos, en la selva, mete el hocico
en su sobaco para que esté «manchado» con su olor. Así el puerquito
asociará el nuevo olor del hombre con su casa y no se le irá ).
Ella siguió :
–Ustedes se han adelantado. Estaba dispuesto que mañ ana noso-
tras cuatro nos quedaríamos con ustedes para siempre.
Les dijo entonces que se llamaba Olonadili, y que sus hermanas se
llamaban Maninadili, Igwanadili e Inanadili.
Los hermanos se reunieron y decidieron entregar su presa al her-
mano mayor porque era el jefe de la casa. Pero cuando le propusieron
a Olonadili sus intenciones ella dijo:
–No. Me quedaré al lado de él, que me agarró primero –y así, se
casó con el hermano menor.
Ella trabajaba como un hombre. Limpiaba la casa quitando toda
la suciedad de todos los rincones; sembraba flores bellas en el jardín
del patio. Cuando los hermanos salían para el monte ella se
quedaba para preparar la comida para su regreso. Sembraba árboles
frutales y verduras alrededor de la casa, y en un añ o había ají, frutas y
plantas de toda clase en abundancia.
Al pasar un añ o descendió un pá jaro pequeñ ito. Creció rápida-
mente y se hizo una niñ a muy linda, y todos en la casa le querían
mucho y le daban todo el cariñ o que podían. Cuando los hermanos
regresaban a casa del monte siempre le traían flores y frutas
deliciosas. Olonadili siempre le cantaba para que no llorara:
«Tú has venido al mundo y me has hecho muy feliz», solía cantar.
509
«¿Por qué lloras? Tu padre está lejos en el monte trabajando para ti;
tu padre está lejos en el monte sembrando para ti; tu padre está lejos

4. Más historias sobre los orígenes


en el monte recogiendo frutas para ti. Punorbipi, ¿por qué lloras?
Tu madre te está cantando y tocando la maraca. Punorbipi, estás
llorando. No seas así».
La gente que vivía cerca no sabía cantar de esta manera. Nadie
sabía cantar. Olonadili fue la primera mujer que habían oído cantar
en esta forma.
Pasaron los añ os felices hasta que un día Punorbipi cayó enferma
con fiebre. Le dieron todas las medicinas disponibles, pero su
condició n empeoró hasta que finalmente se murió . Vinieron muchas
mujeres a la casa a ver la pobre niñ ita muerta pero ninguna de ellas
sabía cantar. Cuando trataron de cantar, todo lo que les salía de la
boca era: butu kukude («la perdiz se vuela»), madun ga ule («las hojas
de guineo están pegadas»), mete dargale» («lajoseantoniocarbonellblanco
olla se quiebra»), inna
2011-05-04 12:24:01
guatir mete («la nata de la chicha se bota») y nalup ga sirmete («las
--------------------------------------------
hojas de vivá se van»). eliminar comillón después de dargale
Al morir su hija, Olonadili comenzó a cantar llorando al mismo
tiempo. La casa estaba llena de mujeres que habían venido a
escucharla. «Tú viniste a este mundo en mi nombre y yo te quería
mucho», cantaba. «Yo te cuidaba y te sostenía en mis brazos, te mecía
en la hamaca. Ahora ya nunca má s te volveré a ver. Me has dejado
muy triste. Tú viniste a este mundo. Pensé que me ibas a ayudar.
También pensé que ayudarías a tu padre. Pensé que me ibas a ayudar
a cocinar, a preparar la carne...»
Las mujeres escuchaban atentamente, y también se pusieron
tristes.
«Cuando tu padre iba al monte traía algo para ti. Sembró muchos
árboles frutales: guaba, aguacate, mamey, cacao, todos para ti. Tenía
la esperanza de que algú n día probarías estas frutas. Pero ahora te has
marchado, te has ido de nosotros, y nunca las verás. Me has dejado
con un dolor fuerte en el corazó n».
Las mujeres en la casa se entristecieron de escuchar a Olonadili, y
comenzaron a llorar con ella.
«Cuando las lluvias eran recias, cuando el tiempo estaba malo, tu
padre iba al monte por ti. Tu padre iba al monte por ti. Tu padre
iba al monte a buscar comida para ti, iba a sembrar para ti. Pero se
5 0
ha acabado todo eso. Pobre Punorbipi, ahora tú piensas en otras
cosas. Tu cara nos va a dejar. Tu madre es la hija de una estrella y
ahora tú irás a reunirte con tus tías. Tú verá s el Reino de Dios,
Literatura kuna tule

donde hay muchas flores olorosas Y jugarás entre esas flores. Creo
que va a ser así».
«Nunca más pensarás en mí. Al final de un río hay un platillo de
oro. Creo que este platillo te llevará al Reino de Dios. Tú estabas
aquí en la Tierra. Nunca peleaste con tus amiguitas y nunca tocaste
I

las canastas de retazos de tela de las mujeres. Siempre te comportaste


bien cuando jugabas en la casa. Creo que no habrán dificultades para
ti, llegará s al Reino de Dios sin problema. Creo que subirás en un
platillo de oro. Te vas al Reino de Dios, donde hay muchas flores.
Tú tienes muchas tías allá. Hay muchos jardines con flores que son
gente. Hay muchas calles bonitas. Verás Manisikirkun Igar,
Olosikirkun Igar, Manitalalakun Igar y Olotalalakun Igar. Jugará s
en esas calles. Dios tiene un río llamado Bisepkun Tiwar («río de la
Albahaca»). Hay otros ríos [donde] te bañ arás y te refrescarás. Y
nunca pensarás en regresar a donde mí. Yo estoy en la Tierra.
Cuantas veces tu padre mate un animal en el monte pensaré en ti.
Me has dejado con mucha tristeza en mi corazó n».
Y así Olonadili enseñ ó a las mujeres de la Tierra a cantar.
(Chapin, 989: -6)
5. Historias de animales

el tigre y el fuego
Vivía el tigre a la orilla del río. É l solo tenía fuego. Los demá s no
lo tenían; comían la carne cruda. Una vez los demás quisieron buscar
fuego.
Pidieron al tigre que se lo prestara pero él se negó a dá rselo. Y
como él ha sido siempre el hombre de más poder, le temían.
Sabían que en el tiempo de la lluvia el tigre ponía fuego debajo de la
hamaca para calentarse. Para robarle el fuego llamaron a la lagartija
(especie de iguana de menor tamañ o) diciéndole que se fuera a
donde estaba la casa del tigre. Cayeron muchas lluvias por la noche y
le ordenaron que atravesase el río. Lo atravesó en medio de la
lluvia y se fue a la casa del tigre.
Al encontrarle le preguntó el tigre a qué venía, y la lagartija
contestó que venía a hacerle el favor de ayudarle a cuidar el fuego
mientras él dormía. Como caía mucha lluvia todos los fuegos que
5
se encontraban dentro de la casa del tigre se habían apagado y solo
quedaba el que se encontraba bajo la hamaca. La lagartija se puso a

5. Historias de animales
ayudarle. Viendo que el tigre estaba ya dormido, se dio a apagar el
fuego con su orina, pero el tigre se despertó y le preguntó por qué
estaba apagando el fuego. La lagartija contestó que lo estaba cuidando
bien, pero que por el frío el fuego se estaba apagando. El tigre volvió a
dormirse. La lagartija comenzó otra vez a apagar el fuego con su orina
pero antes cogió para sí una chispa de fuego, la metió en su cresta
y huyó atravesando otra vez el río.
Despertó el tigre y divisó su fuego al otro lado del río, mas
como él no sabía nadar y el río había crecido mucho con la lluvia,
no podía ir a buscarlo. Así, pues, amaneció sin fuego. La lagartija llegó
a donde estaba su tío, y así tuvo fuego la gente mientras que el tigre
dejó de tenerlo, por lo cual le tocó comer la carne cruda como antes
les había tocado a los otros.
(Wassén, 934: 8-9)
Us kwento 
el cuento del agutí

Primer episodio2
Bien, escucha, Armando;
así escuchemos un poco de la historia ahora.
Una historia,
ella es la historia del agutí.
Así que y Agutí [y] Jaguar ellos dos iban a competir entre sí.
Y Jaguar Agutí, ellos dos, Agutí Agutí es un burlador,
ah. Jaguar es un cazador.
Llegó ahí y lo vio.
Así que Agutí es-tá-sen-ta-do-
derecho. El tío lo vio, Jaguar lo hizo.
É l empezó a cazarlo.
Cuando empezó a cazarlo
52 por allá dicen, es verdad, se dice.
Así que Agutí está sentado comiendo.
Así que «estoy sentado comiendo la fruta ikwa», dice él,
Literatura kuna tule

en la cima de una colina sentado.


Sentado en la cima de una colina, sentado comiendo, ahí a tío Agutí
dice a tío:
«Ahora tú vas a comer también» él dice, se dice (la porció n citada es
un poco má s rá pida y un poco má s alta en tono).
I

«É l va a continuar cazándolo ah, él va a comer», dice él, «él va a comer su


cabeza» (ligeramente más rápido y más alto en tono).
(Armando interviene: «es verdad tu cabeza va a ser capturada, creo»).
«Como un hecho», dice él, «lo que estás sentado comiendo es verdad, voy
a comer algo también», dice él (la porció n citada es ligeramente má s
rá pida, ligeramente má s alta en tono).
Es verdad, se dice.
«¿Có mo fue que la abriste, ah?», dijo él (ligeramente más alto en tono).
«¿Có mo pudiste abrirla?» (ligeramente más alta en tono).

. Lugar: Mulatuppu. Narrador: Muristo Pérez. Fecha: 2 de abril de 970.


2. Se reproduce segú n la propuesta de J. Sherzer sobre un nuevo tipo de
transcripció n (silencios con espacios, acentuaciones, cambios de letras,
mayú sculas, etc.).
En efecto, dice él: «La rompí con mis cojones», ve, se dice (la porció n
citada es ligeramente má s alta en tono).
«Con mis cojones las partí», ves, oíste (ligeramente má s alta en tono).
«Tú observa» dice él, ah (la porció n citada es ligeramente más alta en
tono).
É l tomó una roca una roca una roca él tomó .
Agutí mooostró sus cojones sus cojones él, ah; él colocó sus cojones
contra la ladera de la colina (las ú ltimas tres palabras pronunciadas
muy rá pidamente).
Tak la fruta ikwa TAK AK.
(Armando interviene «¡Uau, qué pena!»).
«Tú ves», se dice, ah.
«Es verdad», se dice.
Ah, Jaguar está ató nito, ah.
«Aquí vas a hacerlo de igual modo», le dijo (la porció n citada más rápida,
en tono ligeramente má s alto).
Bien, él tomó una roca para él también.
53
Pero el otro colocó la fruta ikwa justo encima de sus cojones, ah.
¿Oíste?

5. Historias de animales
Este Agutí lo engañ ó por gusto.
Este de aquí, él golpeó contra la piedra la piedra, él no lo hizo sobre sus
cojones.
Pero Jaguar va a colocarla justo sobre sus cojones.
Entonces lo hiiizo TAK.
Así que él se golpeó sobre la banana [referencia a un evento humorístico
que había ocurrido en el poblado].
(El auditorio ríe clamorosamente).
(Armando interviene con algo ininteligible).
Es verdad, se dice.
(Armando interviene con algo ininteligible).
Bien así que él lo hiiizo, él acabó con sus cojones, se dice.
Ese gran muchacho Agutí lo noqueó el-de-se-gu-ro-lo-hi-zo-sal-tar-
u- na-voltereta (la ú ltima palabra es más alta en tono).
Ah.
Pobre Jaguar.
É l desapareció él se desvaneció (las ú ltimas palabras en tono más alto).
Y Agutí se fue de nuevo comenzó a correr otra vez.
Correr correr correr correr (pronunciadas rá pidamente en modo
repetitivo) riéndose a lo largo y bajando por el sendero, ah.

Tercer episodio
É l prosiguió .
Así que llego ahí y lo vio sentado en el banco del río, sentado comiendo
Agutí estaba.
Es verdad se dice.
Entonces él le dice «tú vas a comer», dice él «pan mira» se dice,
«sabe bien.
El pan sabe bien, mira», se dice.
«¿Dó nde lo conseguiste?», dice él.
Así que la luna estaba llena, ah.
Tú ves, se dice la luna brilla como pan, al reflejarse debajo del agua,
ah.
Era una luna llena.
5 4 «Realmente lo conseguí», él le dice, «debajo del agua».
«Realmente sabe bien» dice él.
«Verás», dice él, ah.
Literatura kuna tule

Entonces el Agutí se metió debajo del agua, suis.


Así que lo subió .
Este de aquí realmente subió lo que ya tenía.
Habiéndolo conseguido ya, habiéndose sumergido por él ya, ¿có mo vas
tú realmente a alcanzar la luna reflejante? (carcajadas el auditorio
I

reunido).
Bien entonces él [Jaguar] bajó también.
Así que no puede entrar, ah.
Jaguar no pudo entrar.
«Bien, ataré una piedra alrededor de tu cuello», él le dice.
«Muy bien, listo», él ató la piedra alrededor de su cuello, entonces bajó ,
bajó -entonces (toda la línea pronunciada rápidamente, hasta la
ú ltima frase que es alargada y estacatto).
(Armando interviene: «Lo pongo en un saco de arroz», digo. Muristo
responde: «Qué pena». Carcajadas).
Es verdad, se dice.
É l llegó ahí y se sentó el amigo estaba manoteando salvajemente
debajo del agua e-l-a-m-i-g-o lo hiiiizo en verdad, la cuerda se
rompió y salió de nuevo.
No podía durar más (carcajada) él –ca-yó -des-maya-do (stacatto) sobre
el suelo.
Y Agutí prosiguió .

Quinto episodio
Entonces el (Jaguar) empezó a perseguirlo (Agutí) de nuevo,
caaaminando en todas direcciones.
Así que él va por el borde de un campo nuevo.
Amigo, Agutí él ya está yendo por ahí de nuevo.
«Ahora vas a ver», él (Jaguar) grita, «vas a tener lo tuyo», ah.
El (Agutí) va de nuevo por ahí mismo.
Es un nuevo campo un-gran-campo-nuevo-se-dice, ah.
(Agutí) está rodeá ndolo.
Entonces cuando él (Jaguar) se encontró con él ahí, él le dijo: «ten por
fijo que ahora no te me escaparás de nuevo», él le dijo, ah (toda la
línea dicha con mucha rapidez). 55
«Ahora tu cabeza va a ser comida realmente» (toda la línea dicha con

5. Historias de animales
mucha rapidez).
«Te tengo liquidado ves», él le dice.
«¿Oíste muchacho?»
(Gran risotada).
Es verdad, se dice.
Después de un momento entonces él continuó .
Pero él (Agutí) prosiguió también.

Luego, luego él comenzó a hablar, ah.


En el-centro del campo ahí se acostó , ahí en el mismo centro del nuevo
campo grande.
Agutí le dice a Jaguar.
«Enseguida vas a comerme, solo-que-no-es-posi-ble», dice.
«Bien, si tú tomases una pequeñ a siesta antes», él dijo.
«Durmamos primero».
«Después [de] que hayas dormido estarás-hambriento.
Hará s toda una comida conmigo».
«Sabrá bien», él dijo, ah.
«Por ahora tu estás todavía un poco demasiado lleno, ves, ah».
Por lo tanto d-e-b-e-m-o-sp-r-i-m-e-r-ot-o-m-a-ru-n-as-i-e-s-t-i-t-a.
Tío dice «ACEPTADO », dice él.
«Es verdad lo que tú me dices», dijo él.
El uno junto al otro yacen sobre el suelo (dicho lentamente).
(Armando dice: «Es verdad»).
Juntos.
(Armando ríe fuerte).
Bien, ellos yacen
juntos.
Así que tío Jaguar siempre cae dormido enseguida, ves (las palabras
después de la pausa pronunciadas rá pidamente).
Cuando él-cae-dor-mido, ah.
Este tipo Agutí pensó a sí mismo porque él (Jaguar) yacía a su lado,
có mo podría uno dormir.
(Armando interviene: «Se hizo el dormido»).
Como si estuviera acostado dormido.
5 6
E-l-y-a-c-ea-h-ír-o-n-c-an-d-o.
Enseguida tío hizo lo mismo, se dice.
Literatura kuna tule

Cuidadosamente él (Agutí) está verdaderamente muy cerca mirando


cuidadosamente.
Así que él cayó en sueñ o profundo.
(Armando dice algo ininteligible
Muristo responde «sip»).
I

Luego él lo está tocando, ah.


Toca, también– dormido está, aaah, «está listo», dice él.
Entonces él se-cre-ta-men-te se levantó , ah.
SE- CRE-TA-MEN-TE.
Entonces todo alrededor prendió fuego.
El fuego avanza alrededor avanza alrededor avanza alrededor avanza
alrededor avanza alrededor avanza alrededor avanza alrededor
avanza alrededor avanza alrededor (las repeticiones se hacen más
suaves)… el fuego invadió todo.
É l te envolvió , tú yacías justo al medio, ah.
Entonces desde afuera él gritó este Agutí lo hizo.
«TUUUU».
«E-s-t-a-m-o-se--np-e-l-i-g-r-o», dice él.
Pero él ya está parado lejos y afuera. «To-das-las-co-sas-es-tán-en-
lla-mas-en-un-gran-fue-go-es-in-creí-ble-ble», dice él, «por donde
puedes tú salir».
«Realmente tú no puedes salirte de nuevo».
(Risotada).
(Breve conversació n en broma con un trabajador del campo).
Bien entonces es verdad, se dice, ah.
Medio dormido te levantaste ves todo cerrado en frente tuyo, aaah,
te-hizo-saltar.
¿Dó nde irás de nuevo?
El gran fuego avanza hacia ti, no hay espacios espacios libres por donde
tú tú puedas salir de nuevo.
(Carcajadas).
¿Oíste?
Aaah.
¿A dó nde vas a ir de nuevo?
Es verdad, se dice.
Después de un momento.
¿ QUÉ HACER, donde hay una pequeñ a abertura para salir ah. 57
Por allá É L-LO-HIIIZO.

5. Historias de animales
É L-LO-HIIIZO, é l salió .
É l se desvaneció él completamente perdió la conciencia, Jaguar lo
hizo.
É l se desvaneció .
Es cierto, Ahiii quedó .
É -ls-er-e-c-o-b-r-ó , su cuello estaba QUEMADO QUEMADO,
quemado quemado (comienza en voz alta y luego disminuye a
suave).
Y Agutí estaba lejos de él fuera del campo riéndose de él (esta línea
dicha rá pidamente).
Es verdad se dice.
De esta manera Jaguar tuvo su piel toda manchada (carcajadas).
¡Oíste!
A causa de estas quemaduras él es como se lo ve, se dice.
(Armando interviene: «Sus labios están blancos, cenicientos, blancos
cenizos»).
Sus labios ESTÁ N cenizos blancos cenizos, se dice por todas partes,
aquí y allá él tuvo manchas por todo su cuerpo.
Este amigo Agutí realmente se burló de tío, ves, se dice. (toda la línea
dicha muy lentamente).
Es verdad, se dice.

Interludio: Jaguar en su hogar con su esposa (como antes).

Séptimo episodio
Yendo yendo yendo yendo yendo yendo yendo de nuevo, se dice,
así que él entró dentro de un poste, se dice.
¿Oíste? …sintiendo su camino así que entraba dentro de él se dice que
entró en un hueco estrecho, se dice.
Adentro cuando entró aquí él (jaguar) comenzó a tocar aquí, ah.
Con sus garras, ese Jaguar comenzó a tocar lo que tocaba.
Las garras no tu trasero, ves.
(Armando ríe).
Es cierto, se dice.
5 8 Bien, con sus garras, aquí él se tocaba su detrás aquí, él agarró su cuerpo
justo aquí su nalga, ah, él agarró su nalga aquí, él la sintió .
Mok.
Literatura kuna tule

Agutí retumbó : HHH.


«Quién está tocando mi dedo meñ ique», dijo él.
(Carcajadas).
Y tío se asustó .
«Este dedo meñ ique tiene bastante carne grande».
I

(Muchas risotadas).
Aquí mismo este dedo este dedo meñ ique mío, ¿quién lo está tocando?,
dijo él.
El (Jaguar) palpa, aquí palpa, «que-e-nor-me-co-sa-es-te-de-de-do– su-
cuer-po-de-be-ser-e-nor-me», se asustó .
(Carcajadas).
Mmm se fue corriendo.
Pero no era realmente eso (un dedo) tu realmente agarraste al tipo por
su cuerpo. (Comentarios del auditorio).
Bi-en, en verdad así es como el amigo Agutí y Jaguar ellos dos
iban por ahí engañ á ndose el uno al otro.
Hasta aquí llego, podría contarle más que usted ha oído mi amigo.
(Sherzer, 990: 373-39)
Usu y Achu
Ñeque y jaguar
En un lugar llamado Achubirria vivía un viejo que tenía una
extensa plantació n de batila (cierto tipo de calabaza). Todas las
mañ anas sus cuatro hijas salían y cosechaban cuatro canastas llenas
de fruta. Cuando terminaban su trabajo iban al río a bañ arse, y luego
regresaban a la casa para abrir la batila y prepararla. Mas, por varios
meses, el viejo había encontrado la fruta llena de excremento y no
tenía la menor idea de quién estaba cometiendo este mierdacidio.
Finalmente se le acabó la paciencia y concibió un plan para atrapar
al responsable.
Talló una estatua de sí mismo, de tamañ o normal, en madera
de balsa, la pintó con una capa espesa de caucho pegajoso y la colocó a
un lado de su finca atrás de un árbol. En la noche llegó Usu para robar
la batila y vio al viejo parado a un lado entre las malezas. Esperó por
un momento, con la esperanza de que el viejo se fuera, pero
cuando vio que no hacía ni un movimiento, se arrastró tras de él
59
cautelosamente.
Cuando estuvo cerca le dio un derechazo golpeándole la cara y la
mano se quedó pegada. Dio otro golpe con la izquierda y también

5. Historias de animales
se quedó pegada. Furioso, Usu dio una patada al viejo con el pie
derecho y luego el izquierdo y desesperadamente se quedó totalmente
pegado del caucho pegajoso.
A la mañ ana siguiente apareció el viejo y vio al pobre Usu, dándose
cuenta finalmente de quién era el trampista. Lo amarró fuertemente
con bejucos, lo acostó sobre las yerbas, y regresó a su casa a buscar un
chuzo candente para meterlo por el fondillo del desafortunado Usu.
En su ausencia Usu comenzó a pedir socorro dando gritos y en
poco tiempo Achu apareció extraviado del monte.
–¿Qué te ha pasado? –preguntó Achu.
Usu le respondió que el viejo estaba tratando de casarlo con su
hija, pero que él no quería.
–¿Por qué diablos no quieres casarte con la hija del viejo? –
preguntó Achu–. Yo daría cualquier cosa por estar en tu lugar –y
Achu desató a Usu y cambiaron de lugar.
Usu salió huyendo riéndose a carcajadas, y cuando el viejo regresó

. Narrador: William Archibó l. Lugar: Ogop Sukun. Añ o: septiembre de 969.


inmediatamente agarró a Achu y le metió el chuzo candente por el
trasero. Quedó gravemente herido, casi a morir, pero después de un
mes se recuperó .

Una noche, con la luna llena, Achu caminaba por entre el monte
y llegó a la orilla de un río, donde vio a Usu comiéndose una fruta
amarilla. Usu lo llamó para que él probara un pedazo de la
deliciosa fruta. Achu tomó el ú ltimo pedacito y al comerlo
descubrió que en verdad era muy buena. Usu le mostró el reflejo
de la luna en la superficie del agua y dijo:
–Si quieres comer más la tendrás que buscar tú mismo. Está en el
fondo del río, allí.
Achu saltó al agua, con gula, pero no pudo llegar al fondo. Se
quedó flotando en la superficie.
520
–Eso fue lo que me pasó a mí –le informó Usu–. Para poder llegar
al fondo me amarré una piedra grande a la pierna y llegué directamente
abajo donde estaba la fruta.
Literatura kuna tule

Así, Usu encontró una piedra grande y la amarró al cuello de Achu


con un bejuco bien fuerte. Achu saltó al agua y Usu tiró la piedra tras
él mientras caía. El peso de la piedra llevó a Achu directamente al
fondo; y desde la orilla Usu vio a Achu pateando como un luná tico
y luchando para respirar. Después de un tremendo esfuerzo Achu
I

logró soltarse del bejuco y llegar hasta la orilla medio muerto y lleno
de agua. Usu volteó el rabo y huyó al monte dando gritos de contento.
Un día Achu llegó a un sendero y vio a Usu endomingado con
plumas. Como no lo reconoció , preguntó :
–¿Quién eres tú ? Si fueras Usu te
comería. Usu respondió :
–No soy Usu, soy un animal plumífero (ib absar tule). Además, mi
carne es venenosa y si tú me comes morirá s.
Y Achu continuó su camino.
Un día Usu vio a Achu venir por un sendero y, no teniendo
tiempo para esconderse, se metió debajo de un pedregón inclinado
sobre el camino y pretendió que lo estaba aguantando. Cuando llegó
Achu donde estaba él, le preguntó qué hacía.
–Este pedregó n se va a caer –resolló Usu–. Fue una suerte que yo
llegara a tiempo para aguantarlo. Si se cae el mundo será destruido y
todos moriremos.
Achu inmediatamente se dio cuenta de lo serio de la situació n y
se metió debajo del pedregó n para ayudarle. Se puso a empujar
con toda su fuerza contra la roca y en poco tiempo estaba jadeante
por el esfuerzo y sudando como un caballo. Entonces Usu le dijo
que los dos no podrían sostenerla por siempre, y que él iría a buscar
un palo grueso que podrían dejar como un soporte permanente.
Usu dejó a Achu pensando que este era el ú nico camino de salvació n,
escapándose de la vista gritando:
–¡Te he engañ ado, te he engañ ado!
Al poco rato Achu disminuyó la presió n un poco, y finalmente
se dio cuenta [de] que el pedregó n estaba bien clavado en la tierra y
no se caería.
Achu llegó a una roza y oyó a Usu en el segundo piso de su casa
cantando que Dios estaba molesto y castigaría a la gente con un
52
tremendo castigo. «Habrá truenos», cantaba. «Relámpagos, terremotos.
Todos vamos a morir violentamente». Usu comenzó a patear el piso y

5. Historias de animales
a tirar pedos explosivos para que Achu pensara que una gran
tormenta se avecinaba. Usu tiró tablas y palos al suelo y continuó
armando un barullo del diablo. Achu cogió miedo y salió huyendo
hacia el monte buscando protecció n. Usu saltó al suelo y riéndose
salió como una pepita de guaba en otro rumbo.
Un día en que Achu estaba acosando a Usu, llegó a una casa
grande donde la gente estaba reunida en un congreso. Usu estaba en
el centro del saló n, sentado en una hamaca, cantando que venían las
tormentas, los ciclones, los terremotos, los diluvios y las tinieblas.
«Era un castigo de Dios», cantaba, «porque la gente se había estado
comportando inmoralmente». Dijo luego que todos se deberían
amarrar de los postes en el saló n del congreso de manera que no
serían arrastrados por el viento. Todo el mundo comenzó a amarrarse
los unos a los otros con bejucos. Usu le dijo a Achu que él le amarraría,
y salió a buscar un bejuco fuerte. Regresó y amarró a Achu
firmemente a un poste. É l no se dio cuenta de que los otros se
habían amarrado con bejucos ordinarios y débiles.
El viento comenzó a soplar violentamente y la gente se soltó las
amarras y salió huyendo. Achu se dio cuenta de que le habían
hecho una jugarreta y se puso furioso, tirando de las amarras y
gritando:
–¡Suéltenme, suéltenme! ¡Voy a comerme la cabeza del hombre
que me suelte!
Astuben llegó y Achu le llamó , pero no le prestó atenció n.
Aspan entonces se presentó y pensando de que Achu sería muy
agradecido, lo soltó . En su ira Achu saltó encima del pobre Aspan y
se le comió la cabeza. Los demá s, incluyendo a Usu, huyeron al
monte.
Una tarde Achu llegó al sendero y encontró a Usu sentado en el
tronco de un á rbol con la cara muy triste.
–¿Por qué estás tan triste? –preguntó Achu.
–Me ha atacado una terrible enfermedad –respondió Usu–.
¿Crees tú que me podrías llevar a casa, ya que estoy muy débil
para caminar solo?
Achu asintió y Usu subió a sus espaldas, y salieron rumbo a su
522
casa. Usu se sentó en la espalda de Achu con sus pies en el aire y la
cabeza hacia el suelo. Le dijo a Achu que corriera rápido porque creía
Literatura kuna tule

que no le quedaba mucho tiempo.


Cuando Achu corría a toda carrera por el sendero, Usu sacó un
cuchillo que estaba bien afilado y lo pinchó en el ano. «¡Ooooo!» gruñ ó
Achu. «Me ha picado un insecto». Y apuró el paso. Usu lo pinchó
nuevamente y Achu aceleró , corriendo como un cohete por en medio
I

de la selva. No podía espantar al insecto que lo estaba molestando


porque tenía las manos ocupadas con Usu.
Usu se reía a todo meter de sentirse como un hombre porque
estaba haciéndole trampas a Achu. Finalmente llegaron a casa de Usu
y Achu le dijo a su esposa que estaba gravemente enfermo y que lo
debían de cuidar. Luego se despidió y se fue al monte.
(Chapin, 989: 84-88)

el tigre y el machango
[fragmento]
Está el tigre descansando en su hamaca haciendo como si
estuviera muerto. Viene el machango, y le dicen que puede acercarse a
la hamaca

. Narrador: Rubén Pérez Kantule.


y que ya no le debe tener más miedo al tigre, ya que este está muerto.
Dice el machango:
–No creo que esté muerto, porque por lo visto no se ha ensuciado
como lo hacen todos los que mueren.
Oyendo esto el tigre desde su hamaca dejó escapar un pedo. Pero
dijo entonces el machango que no pudiendo hacer semejante cosa un
muerto, muerto no [lo] podía estar el tigre, y se marchó .
(Wassén, 934: 6-7)

el perro y el machango
Una vez el perro encontró al machango comiendo una nuez
debajo de un á rbol. El perro le pidió la nuez al machango y este se
la dio. Pero el perro no pudo abrir la nuez y preguntó a su amigo
có mo la había abierto. El machango contestó que con la boca no se
abría la nuez, sino que para abrirla había que buscar una piedra, y
entre ella y la bola debiera poner la nuez. Y le ayudaría él a
523
quebrarla.
El perro aceptó lo que dijo el machango y se pusieron a dar golpes
a la nuez con la piedra. El machango golpeó tan duro que el perro

5. Historias de animales
quedó sin conocimiento por el golpe que dio su bola contra la
nuez. El machango huyó lejos y [se] subió a un árbol de aguacate.
Cuando recuperó el conocimiento se puso el perro a perseguir al
machango y le encontró sentado en una rama del aguacate
comiendo frutas. El perro no pudo subir al á rbol, y el machango
le dijo:
–Amigo, ¿quieres la fruta?
El perro contestó que sí.
–Aguarda un momento que voy a coger una de las frutas má s
dulces que tengo –dijo el machango.
Cogió la fruta y dijo al perro que se sentara boca abierta mientras
caía la fruta. Así hizo el perro y la fruta le quedó apretada en la
garganta. El perro se puso a brincar para sacarse la fruta, mientras
el machango se fue corriendo hacia su cueva. El perro después de
haberse sacado la fruta se puso a buscar de nuevo al machango, pero
le encontró metido en una cueva estrecha en la cual él no podía entrar.

. El machango (Dasyprocta aguti) es un animal


parecido al conejo. (Nota del original).
Miró adentro y el machango le tiró las cenizas del fuego en los ojos.
Llenáronsele estos de ceniza y así no pudo el perro ver cuando el
machango salió de su cueva. Cegado, el perro no volvió a encontrar
má s al machango.
(Wassén, 934: 7-8)

524
Literatura kuna tule
I
6. Historias de neles

oración de nele Kantule


Padre, ya me quiero dormir.
Padre, baja la red de oro y de perlas
entre las enfermedades y yo.
Padre, baja el mosquitero de plata y de perlas
entre las enfermedades y yo.
(Cardenal, 992: 23)

olonakekiryai
Nuestros padres vivieron detrás de esos cerros que vemos desde
nuestras pequeñ as islas. Allá, por donde nace el sol, corren muchos y
grandes ríos, y en sus aguas se bañ aron nuestros padres por muchos
y muchos añ os.
Esos ríos están clavados en Abya-Yala. Y esos ríos se
comunican mutuamente y llegan hasta el Kalu Tirkun. 525
Les voy a hablar de un sitio y de un río donde nuestras ancianas y

6. Historias de neles
nuestros ancianos aprendieron muchas cosas y nos las comunicaron.
La aldea es Ukkupneka. Y en Ukkupneka enseñ ó Olonakekiryai a
las ancianas y a los ancianos, a todo el pueblo kuna.
Olonakekiryai fue una gran mujer kuna. Ella conoció y recorrió
muchos kalús. Ella aprendió el comportamiento misterioso de
akkualele. Ella enseñ aba a nuestros ancianos en las maneras de
recoger el akkualele.
–Primero deben bañ arse muy de madrugada, luego pasen a la
orilla del río, y den un beso a akkualele; hacia las horas del mediodía
hagan lo mismo, así cuatro días. Lo sahú man muy bien y lo
recogen
–decían Olonakekir2 a los ancianos de Ukkupnega.

. Narrador: Horacio Méndez. Rol tradicional: saila. Traducció n


y resumen: Aipan Wakua (Aiban Wagua).
2. Olonakekiryai, Olonakekir y Nakekiryai son nombres para un
mismo personaje. Este tipo de transformaciones en los nombres
se deben a menudo al cambio de los atributos, pero también a la
intervenció n de varios narradores en el relato. (N. d. C.).
Ella podía enseñ ar todo esto porque había aprendido en los
grandes kalus y era amiga de los mismos akkualelekan.
Olonakekiryai dio a conocer todos los tipos de akkualele y las
formas diversas de recogerlo. Nuestros inatulek las siguen
practicando y nuestros nelekan lo siguen usando.
Olonakekiryai, como una gran nele, recorrió los siguientes kalus,
estadios o capas de la Madre Tierra:
Ella bajó a Tetipekun Kalu. Y ahí conoció a la gente de estatura
má s baja que la de nosotros, que llevan al cuello el crá neo de tete
(especie de armadillo). Gente muy buena, que reza, que piensa en
Papa. Gente que cuida un gran río y extensos platanales. Sus fincas
están limpias, con sembrados muy protegidos.
Olonakekiryai también bajo a Olotetorkalu. Y ahí conoció a un
pueblo cultivador de la tierra. Dueñ o de otoe, de yuca, de plátano.
Conocedor de trabajos del campo muy organizados. Y Olonakekiryai
dice que ahí casi no sopla el viento. Y ella pensaba traer los
métodos de siembra, de organizació n sobre la Madre Tierra, sobre
526
nuestra Napkuana.
Olonakekiryai bajó también hasta donde la tierra da la curva
Literatura kuna tule

parecida a la base de la tinaja: Kalumettesorkit.


Ahí vio a la gran multitud de personas blancas y limpias como
el mismo algodó n. Gente de pelo liso y largo como hilos de
algodó n. Un pueblo de anchas, rectas y largas calles. Por sus calles
ondean largos flecos de tela de algodó n. Y esos flecos –dice
I

Olonakekiryai– simbolizan y son signos de las veces que una


comunidad manda a sus sailas a hablar y cantar sobre Papa. Cada vez
que se entrecruzan los mensajes de Papa, se alza la tela larga de
algodó n en la comunidad de Kalumettesorkit. La gente de
Kalumettesorkit son cultivadores de algodó n. Hombres y mujeres
trabajan en las plantaciones de algodó n. Ellos conocen diversas clases
de algodó n y las llaman segú n sus formas: yartuaupsan, kokoupsan,
naruniupsan, tirruniupsan, welakiupsan, kiptuleupsan. Esas matas de
algodó n florecen de un tamañ o parecido al de un sombrero. La gran
mujer kuna, Olonakekiryai, también conoció otros tipos de algodó n:
yarmorroupsan, sukkunukaupsan, nusuupsan. Esos tipos de algodó n
no son como los que tenemos aquí. El algodó n que conoció
Nakekiryai no necesita sacudirse para hacer caer las semillas;
cuando se madura la semilla cae sola y se van cayendo al
suelo una pegada a la otra, hasta formar un montó n de fibras blancas
a la altura de la rodilla.
Olonakekiryai no solamente decía lo bonito que veía en los kalus.
Nuestros padres también escuchaban de esta gran mujer los males y
los errores que cometían los que vivían en esos kalus. Olonakekiryai
quería traer la semilla de diversos algodones que había visto, pero
nacieron los celos en los nelekan varones de la aldea. Ella pudo entrar
en ese kalu porque era mujer.
–Padres míos, ancianas mías –decía Nakekiryai en Ukkupneka–,
es entonces cuando surgió la envidia, los celos. Los grandes neles aquí
presentes, cuando supieron que yo aprendía en otros kalus, que
bajaba y subía diversos estadios como ellos y más que ellos, porque
llegaba a lugares que estaban prohibidos para hombres y por ser
mujer me admitían, esos grandes nelekan quisieron cerrarme la vía.
Empezaron a impedirme entrar a los grandes kalus. Me impidieron
traer la semilla de la yuca a la superficie de la Madre Tierra para
extenderla. Mi intenció n era subir a la superficie de la tierra las
cosas buenas, los avances y la perfecció n de las cosas que yo 527
veía.

6. Historias de neles
Más tarde, nana Olonakekiryai emprendió otro mayor conocimien-
to. Esta vez llegó hasta el sitio de Sappimolanarmakkale.
Olonakekiryai encontró ahí todos los árboles, sus tallos, sus hojas
pintadas y diseñ adas con figuras diversas, con formas que nos ofrece
nuestra Madre Tierra. Ese kalu fue visitado varias veces por
Olonakekiryai. Cada vez que llegaba, subía y bajaba por ese kalu,
ella aprendía nuevos diseñ os, nuevas formas de á rboles, nuevas
maneras de elaborar. Ella vio primero árboles pintados y diseñ ados,
luego llegó a la pintura y el diseñ o en el cuerpo de las jó venes mujeres,
un poco más tarde se le presentaron los peñ ones pintados. Ella
intentaba traer los diseñ os a nuestro pueblo, pero en esta etapa
también encontró muchos celos por tarde de los nelekan. Y ella,
puesta en medio de la gente, sin miedo, hablaba así:
–Ustedes, grandes nelekan, me impiden traer el arte a nuestra
gente; ustedes se sienten hombres y prohíben a la mujer que haga el
bien a la comunidad. Pero no solo ustedes son grandes, y hay aquí
entre nosotros ancianos que me defendieron: Tat Ulinia, Tat Yermoka,
Tat Siss Mu Inar, Mu Aktikkili, Mu Okir. Ellos me dieron la
fuerza, la confianza para seguir conociendo de cerca todos los
diseñ os, todas las figuras. Llegué a Kalu Dugbis.
[Y agregaba:]
–En este kalu han quedado todos los diseñ os, todo lo curioso y lo
bonito que elaboraron nuestros abuelos, nuestras abuelas antes de esta
generació n. Hermanas y hermanos, nuestra tierra ha sido bañ ada y
limpiada cuatro veces: pasó la oscuridad que acabó con todos
nuestros padres y era entonces Karban el hombre que guiaba al
pueblo; vino luego un gran cicló n que terminó con la segunda
generació n de nuestra gente, y era Kalib entonces la autoridad; pasó
también el fuego y al final llegó Aipan y en esa época Papa limpió a
la Madre Tierra con el diluvio, con el maremoto y todos nuestros
abuelos pasaron, y desapareció su memoria. Luego vino Ipeorkun, y
estamos viviendo en su tiempo. Todo el arte, todos los diseñ os,
todo lo hermoso que elaboraron nuestros abuelos, nuestras abuelas
de esas generaciones que han desaparecido, ha quedado en Kalu
Tukpis. Todos ellos son la riqueza de nuestro pueblo kuna, nuestra
riqueza, nuestras cosas.
Nana Olonakekiryai no aprendió inmediatamente todos los
528
diseñ os, sino a medida que fue bajando a las capas diversas de la
Madre Tierra. Kalu Tukpis es el ú ltimo, donde realmente vio las
Literatura kuna tule

figuras, los diseñ os reunidos de nuestros abuelos; es como la memoria


de lo que elaboraron las generaciones pasadas de nuestros abuelos, de
nuestras abuelas. Ahí nació la mola, ahí nació la wini, tinawini.
Se recogieron pequeñ as semillas de diversos colores, y nuestras
abuelas aprendieron a enlazar y entrelazar las diferentes semillas y
I

sacar de ahí figuras para adornar las piernas. Diversas molas para
protegerse y adornarse como mujer. Ya nuestras ancianas, nuestros
ancianos sabían los nombres de los tinajones, de los braseros, porque
ya Ipeorkum los había enseñ ado y nombrado junto con la otra gran
madre Kikkatiryai.
Olonakekiryai vino a perfeccionar, a diseñ ar, a refinar el arte, y
enseñ ó a nuestros padres en Ukkupneka. Así Olonakekiryai llamó a
todas las ancianas del pueblo y empezó a instruirlas. Se sentaba en la
mitad de la hamaca, se peinaba suavemente y hablaba fuerte. Empezaba
a cantar sobre nuestro origen, sobre la Madre Tierra, sobre lo que
realmente acontece entre el hombre, la planta y la Madre Tierra.
Tomaba el caso del bejuco.
–El bejuco sube ondeando por los tallos de los grandes árboles
–decía Nakekiryai– y desde las alturas empieza a llorar, a gemir nana-
pipiye, nanapipiye, y la Madre, la gran Madre Tierra le grita desde
abajo, essarey (ven a mis brazos hijo mío), y el bejuco cae confiado
y silencioso sobre la Madre Tierra. La Madre Tierra da confianza a
todo, es la serenidad de lo creado por Papa. Por eso cuando el bejuco
cae a tierra se vuelve duro, resistente, porque ya la madre le ha dado
el beso, la consistencia entre sus brazos. Así venimos todos nosotros,
así nos movemos todos –cantaba Nakekiryai–, todos venimos de
Sappipeneka, desde allá arriba empezamos a llorar, a gritar: Mupipiye,
mupipiye, nanapipiye; buscamos seguridad, buscamos confianza. Y
nuestra gran madre Napkuana nos ha gritado essarye, ven hija, ven
hijo a mis brazos. Nuestra gran Madre Tierra nos ofreció sus pechos,
nos respondió essarye. Cada vez que lloramos allá el Sappipeneka, ella
nos dispuso a bajar, dándonos confianza, y así llegamos a su seno…
Lloramos cuando somos niñ os, y nuestra Madre nos irá conociendo de
acuerdo a nuestros lloros.
Nana Olonakekiryai no solo enseñ ó y perfeccionó los diseñ os de
la mola o de la wini, ella enseñ ó todas las maneras de llevar el hogar,
529
el sentimiento de los hijos con relació n a sus padres; có mo callar ante
los grandes nelekan cuando ellos necesitan correcció n. Y habló y cantó

6. Historias de neles
en onmaket neka, los ancianos le escucharon, la temían. Ella hablaba
fuerte y decidida. No callaba cuando veía que sus guías no iban por
el camino de Papa. Nakekiryai fue una gran kuna que perfeccionó las
obras de Kikkatiryai.
(Asociació n de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 39-43)

ogebib, nele que atrajo la luz del sol


Allá, detrás de esas montañ as y cerros que vemos, corre un río
muy hermoso, grande, caudaloso, de muchos brazos. Nuestros
abuelos llamaron al río Tuile-wala. El río nace en Abya-Yala y la
riega, es nuestra tierra, nuestra Madre Tierra. Los brazos del gran
río llegan hasta Kalu Digun, Dinana-Kalu. Cerca de los brazos del
río vivieron los grandes nelegan, nuestros abuelos, nuestras madres,
y venimos de ahí. Los nelegan vivieron en Ukup-nega y ahí vivió
nele Pailibe.

. Narrador: Horacio Méndez. Rol tradicional: saila. Traducció n


y resumen: Aipan Wakua (Aiban Wagua).
Pailibe, nele muy reconocido por las aldeas kunas, tuvo una mujer
y de este matrimonio nació Ogebib. Ogebib es pues hijo de Pailibe.
Ogebib era nele, nació nele. Desde que era bebé le empezaron a
dar bañ os medicinales, le ayudaron a prepararse en la visió n
profunda. A medida que fue creciendo se le fue cambiando la
medicina, hasta el achakammu de ocho tipos.
Cerca de Ukup’nega había un cerro alto; Ogebib lo eligió para
observar el sol, para acercarse má s a la Madre Tierra. Desde el
cerro estudió los movimientos del sol, las manchas del sol, los giros,
su color y su ardor. Veía el reflejo del sol a través de su achakammu;
seguía el camino por donde camina el sol hasta esconderse. Y estuvo
ocho días. En tiempos de Ogebib vivían grandes abuelos: Make, Duke,
Mepa, Yala, Ikuajunapiler, Olosurkaliler, Olonakikunapiler,
Pailakunapiler, Ule, Ursichiler, Masar, Kalup, Oloaknai. Eran
abuelos que habían acogido a los grandes nelekan, que
aprendieron muchos tratados de la boca del mismo Ibeorgun.
Ulinía, Yermoka, Karpan eran abuelos que sabían vivir nuestra
530
cultura. Nuestras abuelas Agdikili, Ogir, Inar vivían también; ellas
eran las que habían recibido a nele Ogebib. Las grandes mujeres
Literatura kuna tule

nelegan cuidaban de la Tierra Madre: Olonigdilili, Olonagegiryai,


Punanelekuanelekua, Puna Nelekua, y el río era Basurdiwala. Ellas
eran grandes autoridades, conocían muy bien los movimientos de
la naturaleza, el curso de nuestra Madre Tierra, el secreto de la
redondez de la Tierra, bajaban y subían por muchos
I

kalus.
Es importante conocer un poco a los grandes nelegan antes de
hablar de Ogebib; algunos de ellos bajaron en Kudua’diaur, que es un
brazo de Takarkun-wala. Diegun bajó en Kudua y Kubiler en Kabdi.
Pailibe bajó en Abyogandi.
Nele Uagibler vino a uno de los brazos de Takarkundiuar.
Nele Pailibe, papá de Ogebib, fue el nele de los espíritus de los
huesos. Conoció el kalu de los huesos de los muertos. Ogebib era hijo
legítimo y no de la oscuridad, como su hermano Kuani.
Ogebib cuando llegó a la plenitud de su visió n, dijo a su padre:
–Veo a grandes abuelos, ancianas y a grandes nelegan.
Ogebib empezó a sahumarse con las semillas del algodó n,
convirtió pues las semillas de algodó n en su cacao para penetrar
mejor los secretos de la naturaleza.
Las ancianas de Sapibe-nega dijeron a Ogebib en su visió n:
–Tus nelegan se han corrompido, ya no dan buen ejemplo a los
pequeñ os, han abandonado el camino de Papa, han arrastrado a los
niñ os a la corrupció n. Papa está por cambiar la ropa a su hijo Sol. Papa
va a poner dab’lisamola a su hijo el Sol, y le va a colocar dab’lisakurgin.
Va a caer una terrible tristeza sobre el pueblo, tiempo de lágrimas. El
Sol se va a poner til’lakurgin, se va a vestir de nisalimola.
Ogebib habló al pueblo, despertó a los pequeñ os del pueblo.
Los grandes nelegan se enteraron de la visió n de Ogebib, de
sus palabras, se sintieron lastimados por sus palabras y se
defendieron:
–Qué nos va a decir ese chiquillo que nada sabe de los grandes
kalus. Nosotros sí podemos prever los grandes acontecimientos;
podemos ver el más allá, atajar las epidemias, pero este pequeñ o nele
no puede nada, no sabe nada, no es nadie.
Los grandes nelegan estaban seguros [de] que sabían có mo
recorrer el camino del Sol, có mo medir el nivel de las aguas de los
inmensos depó sitos que Papa había dejado al cuidado de las grandes 53
madres. Se burlaban, irritados, de Ogebib.

6. Historias de neles
Nele Pailibe estaba de acuerdo con su hijo.
Los nelegan para burlarse de Ogebib empezaron a exponer lo
que sabían, reunían a la gente y exhibían su destreza ante el
pueblo, contradecían así sus mismas palabras. Orientaban a la
comunidad diciendo que no debían acercarse a las madres, a las
abuelas; [que] se debía guardar cierta distancia de respeto, que los
sailas y nelegan debían respetar a sus esposas, que no debían estar
siempre cerca. Enseñ aban con la boca y no con el ejemplo ni con
la vida.
Los mismos nelegan habían enseñ ado al pueblo a respetarse, a
guardar distancia en el matrimonio, entre los primos, hermanos, tíos.
Y ellos mismos sabían de castigos que vendrían como consecuencia
del incumplimiento de los preceptos que predicaban. [Pero] cuando
uno de ellos cometía alguna falta grave comenzaban a dudar de las
mismas cosas que hablaban; decían que no era para tanto, que sí
estaban permitidas algunas cosas para los nelegan y no para la gente
del pueblo; así se corrompía el pueblo y nuestras abuelas sufrían,
nuestros niñ os confundían los caminos, nacía el caos.
Nadie obedecía, todos se mostraban contra las normas de Papa.
Así, [sobre] nele Diogun, que tuvo ocho mujeres y se rodeó de tantos
mensajeros que nadie podía hablar contra él, sabemos có mo acabó ,
có mo se vengó nuestro pueblo; otro caso es Palipiler, que puso a los
grandes reinos de cucarachas en contra del pueblo y despertó el reino
de alacranes en contra de la gente.
Los nelegan se jactaban de saber más que otros haciendo sufrir a
los más pequeñ os, los más pobres, a los niñ os. Cuando surgía un nele
menor o uno que defendía a los pobres, lo denigraban, le expulsaban
de la aldea y decían al pueblo que ese pequeñ o nele no sabía nada, que
les engañ aba, que ellos eran los ú nicos; así sufrió nele Kuani, que
le llamaron «nele Kayadodo».
Los grandes nelegan decían a las autoridades de las aldeas:
–Solamente nosotros estamos capacitados para dirigir al pueblo,
somos los ú nicos que podemos guiar a la comunidad.
Los ancianos habían aprendido muchas cosas de Ibeorgun y
sabían có mo conducir al pueblo, pero los nelegan querían arrebatarles
la autoridad.
De toda persona que llegaba a hablar de los dolores del pueblo
532
ellos decían que no venía de Papa, que tenía una visió n muy tonta, que
no sabía nada, que no le hicieran caso y lo excluían de la comunidad.
Literatura kuna tule

Poco a poco, la naturaleza se rebeló , comenzó a andar en


contra de sus costumbres. Las flores que abrían sus pétalos por la
mañ ana, los abrieron al oscurecer, al caer el sol. Aquellas plantas que
florecían en las altas horas de la noche lo hicieron de día. Las aves que
volaban por la noche, silbaron y revolotearon a pleno sol. Los
I

murciélagos pasaron muy bajito, de día. Los animales que no se


dejaban ver, que se arrastraban sobre sí, se dejaron ver por las calles
de la aldea; nele Ogebib veía todo, sentía el dolor de su
comunidad.
Ogebib bajó a las capas inferiores y subió a las superiores de la
Madre Tierra; llegó al reino de cotorras, loros, payasos. [É l] podía
interpretar sus chillidos que anunciaban los diversos acontecimientos
de la naturaleza, sabía cuándo las aves emitían ruidos especiales para
anunciar la oscuridad, la claridad, la lluvia, los vientos fuertes y
débiles.
Ogebib es el nele que superó la oscuridad, el eclipse de sol.
Sabía leer los signos que anunciaban el castigo de Papa por el mal
comportamiento de sus hijos. En el más allá de la Madre Tierra,
las grandes madres, diseñ aban, coloreaban, pintaban el sombrero
(inteligencia) a Ogebib, le inspiraban, le alentaban a actuar en favor
de su pueblo. Este nele, Ogebib, conoció en su visió n a nana Aleyai,
nana Lesob, Muu Sobía, Muu Sobdule, Muu Olotagikiyai. Ellas
le ayudaron a leer los signos de los tiempos de la naturaleza, de la
amenaza de castigos que Papa enviaría a la tierra.
Entonces las grandes abuelas le empezaron a decir que tratara de
convencer al pueblo, que consiguieran tallos de jagua, tallos fuertes y
fijos para suavizar el enfado de la oscuridad que estaba por caer sobre
los tule, porque habían provocado la ira de la naturaleza. Las abuelas
(nana Aleyai…) orientaron a Ogebib a buscar medicamentos variados
para suspender la oscuridad que estaba por robar la luz. Orientaron
a Ogebib a ayudar a los más pobres, a los que no tenían la culpa de
la oscuridad.
Mientras tanto los grandes nelegan que decían que sabían má s
que Ogebib, hasta tocaban a sus mismas madres. Los má s
pequeñ os fueron tomando los ejemplos de los nelegan porque ellos
les decían que conocían mucho de Pab’igala, que Papa les había
elegido para conocer los secretos má s escondidos. 533
Toda la naturaleza se movió contra las leyes fijadas y con eso

6. Historias de neles
anunció a nuestros padres que todo andaba mal, que debían
corregirse, que Papa les castigaría por su mal comportamiento. Los
nelegan, sabiendo que aparecían signos de grandes acontecimientos,
insistían al pueblo que no se alarmara, que no era nada extrañ o,
que esto ocurría todos los añ os, que estaban viviendo los mejores
momentos de la historia, que Papa estaba contento con ellos
–Nosotros seremos los primeros en saber el enfado de Papa [por]
el sufrimiento de la Madre Tierra –afirmaban–. Este pequeñ o nele
que no ha bajado en olobate como nosotros, que solo se sahú ma
con las pepitas de algodó n, no puede conocer nada de la naturaleza.
Solamente a nosotros ustedes deben seguir –reclamaban los nelegan–.
Este pequeñ o nele está provocando la ira de Papa, sembrando la
confusió n, está contra Papa –gritaban los nelegan. Hablaban mal de
Pailibe porque este seguía las orientaciones de su hijo.
Pailibe, siendo un gran nele, por seguir a su hijo lo marginaron, lo
desconocieron. Esto ocurría antes de la gran oscuridad. El pequeñ o
nele no se cansaba, seguía hablando a la gente, dirigiendo a los que
sufrían.
Tomaban la chicha para las niñ as; los nelegan entraban en
kabir’nega seguidos por una enorme boa, un tigre rodeado de avispas
peligrosas, entraban así para asustar a la gente pobre (eigana), para
que les tuviesen por grandes hombres y les obedecieran. Nelegan
contra nelegan inventaban muchas técnicas de miedo; trataban de
hacer caer y poner en ridículo unos a otros. Todos los nelegan eran
kandur. Algunos de ellos hacían desatar temblores de tierra, hacían
llorar a la comunidad.
Se permitían hasta las cosas más deshonestas a los ojos del pueblo.
Pero Papa ha ido enviando a su tiempo a los pequeñ os nelegan que
estaban cerquita de su pueblo que sufre. Papa ha enviado a Kuani,
Ogebib, Salubir, Ner Yadipiler, Ner Niue, Ner Dii, Ner Oruidule.
Nele Ogebib clamaba:
–Nana Olojuadule ha puesto a su hijo Sol el sombrero de dab’lisa y
lo ha vestido de dab’lisamola. Dentro de cuatro días va a golpear duro,
va a venir el castigo.
Los nelegan se reían, se burlaban de Ogebib y decían:
534
–Có mo va a venir semejante cosa, si nosotros no hemos visto
ningú n signo. Nada puede suceder sin que sepamos nosotros.
Literatura kuna tule

El cielo se hizo muy claro, muy sereno, tomó un ardor muy


especial. Ogebib prevenía al pueblo:
–No salgan al monte, no vayan lejos de la aldea, no vayan solos
sino en grupo, si es que la necesidad es muy grande.
Nele Ogebib hablaba a su papá y este avisaba a sus mejores
I

seguidores.
Amaneció otro nuevo día, el sol ardía má s fuerte, los nelegan
salieron a sus trabajos, no oían las recomendaciones de Ogebib.
Mucha gente salía al monte desconfiada.
Pailibe se mantenía fuerte, confiado en su hijo y no dejaba que sus
allegados ni sus seguidores fueran al monte.
El sol volvió a salir muy redondo y no daba señ al de un eclipse. Al
otro día, el sol nació mucho más fuerte. El sol quemaba, repartía su luz
espléndida. Los grandes nelegan volvieron a sus tareas. El sol subió
con su corona de achiote, con su corona de til’la, con su corona de
dab’lisa. La gente salió al monte, un poco más tarde cuando el sol
había subido a la mitad de su recorrido, una inmensa sombra lo siguió
por el espacio y le cerró completamente la luz. Vino una terrible
oscuridad.
Los fogones se apagaron como si se hubiera roto sobre ellos una
gran vasija llena de agua. La oscuridad era tan densa que igualaba a
cuatro veces cerrados los ojos. Se oyeron ruidos fuertes por el espacio,
aullidos de perros por el espacio oscuro. Aquellos que habían salido al
monte a sus faenas se extraviaron por el camino, muchos se perdieron
por la selva.
Los nelegan que se habían burlado de Ogebib corrían chillando
por la oscuridad, perseguidos por los tapires, jaguares, serpientes.
Mucha gente murió , muchos se perdieron. Y la gente que se había
quedado en casa se reunió en la gran choza de Onmaked-nega.
En el seno de la gran oscuridad se sentía el ruido de golpes de
muerte, sacudidas terribles. Lloraban nuestras abuelas, nuestros
abuelos en la oscuridad intensa; el abuelo Ulinía, el abuelo Yermoga,
hablaban fuerte en la oscuridad. Las ancianas que habían seguido a los
nelegan corrían al centro de la choza para refugiarse mejor huyendo
de los alaridos, los ancianos las arrastraban hacia la puerta para que
sufrieran por sus errores. A los niñ os, a las ancianas que no habían
535
seguido los ejemplos de los nelegan, los ponían en el centro de la
choza.

6. Historias de neles
El pueblo empezó a fumar para suavizar la oscuridad, para atraer
la luz. Los nelegan entraron en Surba, los grandes nelegan fueron los
primeros, no podían hacer nada, salían llorando de Surba-nega, uno
detrá s de otro.
Las maracas sagradas se enmudecían sin efecto. Los nelegan
lloraban impotentes ante la oscuridad.
Ahí vivían también unas ancianas muy buenas que habían
aprendido muchas cosas del mismo Ibeorgun: Muu Mar, Muu
Abdikili, ellas fueron enviadas a Ogebib para convencerle que ayudara
al pueblo que moría en la oscuridad.
Las ancianas convencieron a Ogebib, pero este dijo a las abuelas:
–Qué se hicieron los grandes nelegan capaces de todo, de someter
las avispas venenosas, de caminar acompañ ados de tigres y animales
feroces. Todos ellos no han podido hacer nada.
Ogebib entonces se encaminó a la choza grande y trajo consigo
a sus mejores seguidores, a sus mejores inatuledis, a sus mejores
atizadores de braseros. Empezó a cantar. No tardó mucho cuando
se escuchó el ruido suave de las maracas, se escuchó un canto suave
como el arrullo de una niñ a con la maraca, y cantaba: ¡Ogebib, Ogebib!
Por todo el recinto se escuchaba el ruido de la presencia de seres que
no se veían.
Ogebib hacía descender a Muu Aleyai, a Muu Alesob. La fuerza de
Ogebib era vigorosa, capaz de remover todo el recinto donde lloraba
la gente. El espíritu guía de Ogebib no callaba, seguía llamando a
Ogebib y se escuchaba su voz fuerte y temible.
Ya iban cuatro días de oscuridad y Ogebib cantaba fuerte. Su
espíritu guía habló y acusó a los grandes nelegan:
–Nele Ogebib, los grandes nelegan Kubiler, Uagibler, Masar
Tummi, Olokanakunkiler… han hablado mal de ti, han dicho que tú
no eras nele, han dicho que tú no tienes ningú n poder.
Y todos los nelegan escuchaban apenados la voz del espíritu
guía de Ogebib. Toda la choza temblaba, humeaba olor a cacao. Los
grandes nelegan gemían en la oscuridad. Lloraban avergonzados de
sus palabras.
Cuatro días sufrió nuestra gente bajo la oscuridad, lloraron.
536
Cuatro días [se] quedaron en casa con [la] densa oscuridad que cubrió
toda la comarca. Al canto de Ogebib poco a poco la luz fue
Literatura kuna tule

llegando. El primer día el sol nació rojo, til’la kurgin-si. Las nubes
aparecieron rojas, todo lo que tocaba el sol se volvía rojo. Al
segundo día el sol se puso el maguebkurgin y aú n era rojizo. Las
nubes eran rojizas. La naturaleza se vistió rojiza como el sol.
Al tercer día el sol se untó de achiote. Ya no era tan rojizo sino más
I

de color de llama. Todas las cosas se vistieron igual; los ríos con
sus aguas corrían color de llama, las aves, los insectos revoloteaban
rojos y amarillos de fuego. Poco a poco el sol fue clarificándose, fue
dorando todo lo que tocaba.
[Durante] ocho días el sol se cambió de ropa, [por] ocho días
los insectos, las moscas, las chicharras, las aves chillaron
saludando al sol rojo, al sol rojizo, al sol amarillo intenso, al sol
dorado. Ogebib abrió la luz del sol, dejó descubierto al sol de nuevo.
Nuestros abuelos volvieron a alegrarse y los nelegan callaron.
Ogebib se llamó Ogebibi porque encendió de nuevo al Sol, Tad
Ogasadi.
(Asociació n de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 77-84)
Nele Kuani
El gran saila era Pailipe, y Kupiler el gran nele. Entonces
nuestra tierra estaba herida. Nuestros abuelos herían a la Madre
Tierra con distintos golpes: tomaban la chicha y enseñ aban cosas
bajas a los niñ os, a las mujeres, a los inocentes.
Encendían braseros de arcilla y altercaban con los tratados
sagrados que sabían. Nuestros abuelos se casaban con dos, tres, hasta
con cuatro mujeres.
Y así desafiaban al mismo Papa.
Los neles corrompían a las mujeres, a los jó venes. Ellos hacían
sufrir a los niñ os, y les hacían pasar hambre. Los grandes neles
también estaban rodeados de jó venes con mucho amor a la tierra, y
eran los pequeñ os neles, que aprendían del pueblo y criticaban a los
grandes neles.
Los jó venes neles observaban y criticaban fuerte el comporta-
miento de los grandes nelegan. Los grandes, las autoridades seguían
corrompiendo al pueblo. Entonces, los nelegan jó venes trataban de
537
frenar a los grandes; pero los nelegan decían que ellos tenían el poder,
la autoridad, la ciencia, los tratados má s sagrados de los tule. Por lo

6. Historias de neles
tanto, también tenían la verdad y les tenían que respetar.
Entre los jó venes neles vivían también nele Kuani. Kuani
observaba todo. Y Kuani empezó a hablar a nuestros viejos, a nuestro
pueblo:
–Hermanos, nuestras autoridades, nuestros grandes neles nos van
a llevar a grandes sufrimientos, vamos a llorar por la corrupció n de
ellos.
–Hermanos, viene una gran sequía, el sol va arder mucho.
–Olouaibipiler (el Sol) se va a cambiar el sombrero, se va a poner
el sombrero rojo de guerra, el sombrero de fuego, y todo va a
arder. Papa ya tiene la ortiga en sus manos.
Los grandes neles se enteraron de lo de Kuani hablaba al pueblo.
Las grandes nelegan se reían de él y decían:
–¿Qué sabe ese pequeñ o, flaco y falso nele? Ese pequeñ o nele
se sahú ma con las semillas de algodó n, con granos de maíz, y no
conoce

. Narrador: Fred Green. Rol tradicional: saila. Lugar: Ustupu.


Añ o: 970. Traductor: Aipan Wakua (Aiban Wagua).
nada de los tratados que nosotros conocemos… ¿Qué va a enseñ ar al
pueblo? ¿Có mo va a ser verdad lo que dice? Es pequeñ o, está soñ ando
y le gusta soñ ar despierto. Si nosotros somos los neles, nosotros
somos quienes debemos prevenir al pueblo si vemos algo en nuestras
visiones. Y estamos bajando continuamente a las capas inferiores de la
Tierra, y no hemos visto nada extrañ o. Todo está en orden, todo será
en equilibrio, todo está tranquilo. Este nele Kuani está confundiendo
la basura, el hormiguero de las calles y cree ver el cataclismo. Nele
Kuani se asusta de su misma sombra…No hay nada, todo marcha
normal –decían los grandes neles.
Kuani era hijo de Pailibe. Entonces Kuani dijo a su padre, Pailibe:
–Padre mío, ahora tenemos que trabajar duramente la tierra,
hacerla producir hasta lo má ximo. Tenemos que tener mucho
maíz, mucho otoe, mucha yuca, tubérculos que soporten bien el sol, el
ardor de la tierra.
Kuani atrajo también a varias personas, y se rodeó de amigos que
le comprendían, Kuani y sus amigos trabajaron la tierra. Kuani y
538
sus amigos sembraron el maíz, sembraron la yuca. Mientras tanto,
los grandes neles seguían corrompiendo a la buena gente, pensando
Literatura kuna tule

solo en ellos mismos.


Poco a poco empezó a calentar el sol. Primero se sentía como si el
día se alargara. Desde la aurora ya se sentía el ardor del sol y
seguía durante la noche. Así todos los días. Y todos los días parecía
que el sol tomara nuevo vigor y agrietaba la tierra.
I

Kuani y sus amigos cosechaban los frutos de la tierra,


amontonaban la yuca, el maíz, el ñ ame, el plá tano, iban enterrando
los tubérculos para que soportaran el sol.
El sol calentaba fuerte, la tierra se agrietaba. Los sembrados se
secaron, los pequeñ os ríos se secaron y salieron de ahí arena y piedras
resecas; las hojas de los plátanos se volvieron amarillas y las yemas
má s tiernas del banano fueron cayendo una a una.
Los remolinos de agua todos se secaron. Solamente quedó un
remolino de agua, un pequeñ o pozo. El agua se agotó , no hubo
agua; los pozos quedaron secos, llenos de arena. Solamente las niñ as
más pequeñ as podían arrimarse al ú nico pozo (piria) que quedaba.
Las niñ as eran tan pequeñ as que no podían llevar mucha agua,
mientras estaba todo un pueblo con sed y hambre.
Siendo tan larga y penosa la situació n, y la sed tan terrible, las
ancianas empezaron a hablar mal de las niñ as que no podían cargar
mucha agua. Intentaban ellas mismas acercarse a la boca del pozo.
Así, una familia envió a una señ orita ya un poco grandecita para traer
agua, porque decían que era poca el agua que traían las niñ itas. En el
momento en que la señ orita se inclinó para tomar el agua en su tinaja,
se le arrojó un gran caimán y se la comió viva. Todo el pozo se agitó y
los animales se volvieron agresivos contra todos.
Nuestros ancianos abrían nuevos pozos, esos pozos hacían brotar
un poco de agua y al amanecer quedaba hecho todo arena seca. Así
sufrían nuestros abuelos bajo el sol violento y atroz. Poco a poco el
agua se agotó del todo.
Lloraron nuestros abuelos, nuestras ancianas sufrieron mucho…
nuestra gente lloraba, gritaba sin agua.
Una anciana que vivía en el pueblo se animó un día a ir a visitar
a Kuani.
Kuani tenía su choza un poco alejada de la població n, detrá s
539
de una colina alta. La anciana llegó donde Kuani. La mujer vio
que tenía trabajadores y eran mujeres. La anciana miraba todos los

6. Historias de neles
movimientos. Ella vio que las mujeres cocinaban, que sacaban el otoe
de debajo de la tierra, que escarbaban un poco más para sacar la yuca
de la tierra. Ella vio que en la casa de Kuani la tierra era removida,
y debajo estaba el almacén de comida que Kuani había reservado
antes de la sequía.
Ella veía que en los rincones de la choza de Kuani había un montó n
de tinajones llenos de agua, enterrados hasta el cuello, de donde
las mujeres sacaban el agua. Entonces ella empezó a hacer muchas
preguntas a las trabajadoras para enterarse mejor de la situació n de
privilegio de la choza de Kuani.
El sol nacía y se escondía por las tardes y los tinajones de la choza
de Kuani seguían llenos, los tinajones de la choza de Kuani
parecían volver a llenarse.
Kuani llegó a su casa mientras la anciana estaba contemplándole
todo. Kuani dijo a la mujer:
–Qué bueno que usted me haya hecho la visita.
–Sí –dijo la señ ora–. Pensé venir a verte, hermano mío.
La mujer dijo a Kuani que el pueblo estaba sufriendo mucho por
falta de agua, por la sequía de muerte que caía sobre la comunidad.
Kuani dijo a la mujer:
–¿Có mo les están tratando los grandes neles? ¿Qué hacen ellos por
el pueblo, por la comunidad?
–Nuestros grandes neles cantan a Papa, claman por el pueblo a Papa
y no hacen nada más, contestó la mujer a Kuani. Nuestros grandes neles
ya no saben a quién ni có mo acudir a otras. Hay una gran confusió n.
–¿Los grandes neles acuden en su invocació n a los grandes
depó sitos de agua (diibari sailagan)? –preguntó Kuani a la mujer.
–No, no llegan hasta allá , decía la mujer a Kuani.
–Cuando llegues a casa, trata de transmitir muy bien este mensaje
a los grandes nelegan –dijo entonces Kuani a la mujer que le visitaba
antes de este tiempo–: Ustedes nos hacían reunir para invocar a
Papa y fumar por las grandes epidemias, por la invasió n de ocas, por
la invasió n de serpientes, por el castigo que recibíamos de Papa, y
¿ahora por qué no?
–Sí, les llevaré esta tu noticia a los grandes neles –dijo la mujer.
540
La mujer se despidió de Kuani y volvió a la aldea donde los
grandes neles seguían cantando a Papa, seguían invocando a Papa
Literatura kuna tule

para mejorar la situació n. Volvió donde seguían llorando nuestras


ancianas con sed y hambre, porque el sol seguía encendido
fuertemente, duplicando su fuerza hasta el máximo. Entonces la
anciana dijo a los grandes neles todo lo que había escuchado de
Kuani, todas las instrucciones que le habían sido dadas para
I

empezar a remediar la sequía fuerte.


La anciana reunió a la gente del pueblo y repitió las palabras de
Kuani. Los grandes nelegan escucharon a la anciana que habló fuerte.
La mujer habló así a los grandes nelegan:
–Les he visto responder a las plagas, a los castigos, a las epidemias
con las invocaciones a Papa y nos hacían fumar para responder a
los sufrimientos de nuestro pueblo. ¿Y ahora por qué son ustedes
incapaces? ¿Por qué se les ha apagado la inspiració n? ¿Dó nde ha ido
la fuerza de ustedes?
Entonces nele Kubiler escuchó muy atentamente a la mujer.
Kubiler aprobó todo lo que la mujer había hablado entusiasmado.
Kubiler dijo:
–Haremos como esta hermana nuestra nos ha dicho. Buscaremos
todos juntos todo lo que sea necesario para el canto grande y la
fumada de pipa: raíces más cercanas a los ojos de agua; todo tipo de
hierbabuena.
A pesar de tanta sequía y después de tanta fatiga, encontraron lo
que era necesario para una gran invocació n y fumadera. Cuatro días
duraron los preparativos. Todo estuvo listo para empezar. El gran
nele Kubiler entró en el recinto sagrado, los grandes nelegan entraron
en el recinto sagrado. Los grandes nelegan cantaban y cantaban
mucho, y se quedaban con la voz seca sin poder hablar.
Nele Pailipiler entró al recinto sagrado y cantó ; se le secó la voz
y se volvió ciego, y lloraba. Así, grandes neles fueron pasando unos
detrá s de otros y todos salían con la voz quebrada, rota y algunos
enceguecidos.
Entonces la mujer que estuvo hablando con Kuani volvió a
intervenir en la asamblea del pueblo y dijo:
–Padres míos, nelegan todos respetados; yo veo que todos ustedes
han pasado y desgraciadamente no han podido remediar la situació n.
Pero hay otro nele que ustedes no reconocen, le creen el más pequeñ o
54
de todos, le desprecian, le dicen el falso, el enclenque, el visionario.
Y debemos llamarle a él para que intervenga en el remedio del

6. Historias de neles
sufrimiento de nuestro pueblo, para que sea él quien cante e invoque
sobre nosotros a Papa.
Nele Kubiler dijo que estaba bien, que llamaría a Kuani, como
decía la mujer. Entonces, Kubiler buscó la manera de acercarse a nele
Kuani. Kubiler y los grandes nelegan no podían acercarse así sin más
a nele Kuani porque habían hablado muy mal de él.
Kubiler preguntó a las ancianas quién de ellas había sido
comadrona cuando Kuani había venido a la luz, cuando Kuani
había nacido. La comadrona, la anciana que había sido colaboradora
en el nacimiento de Kuani, fue escogida y bien aconsejada para hablar
con nele Kuani. La comadrona dijo a Kuani:
–Vengo a verle y conversar con usted sobre las lágrimas de
nuestro pueblo. Vengo a hablarle porque todos nos sentimos
incapaces, impotentes ante el castigo de Papa. Nuestros grandes
nelegan han entrado en los recintos sagrados, invocaron a Papa,
quisieron aplacarlo con la fumadera y no han podido hacer nada. El
sol arde más, calienta má s y má s. Nele Kuani, vengo por usted para
que nos ayude a salir de todo esto.
Entonces Kuani contestó :
–Yo no me voy a mover de aquí. Yo soy un chiquillo para los
grandes nelegan, no soy nadie para ellos. Si ellos no han podido hacer
nada, será inú til que yo vaya, no podré hacer nada.
La anciana replicó de nuevo:
–Nele Kuani, fui yo quien le dio la mano cuando era usted
totalmente débil, entonces usted no respondía; todo su cuerpo pedía
cariñ o, pedía protecció n y yo se lo di, ahora yo le pido que escuche
y nos dé su apoyo.
Entonces Kuani accedió a la llamada de la anciana partera. Kuani
le dio su palabra. Kuani se preparó para enfrentarse a los grandes
nelegan y dar al pueblo el remedio a sus sufrimientos. Nele Kuani
se encaminó hacia el pueblo, se encaminó hacia donde estaban los
grandes nelegan ya roncos, con voces quebradas y resecas por el sol y
el fracaso ante el pueblo.
Kuani empezó a ordenar los preparativos para su intervenció n.
Kuani mandó a los grandes nelegan a buscar los medicamentos
542
variados y de ocho tipos cada medicamento, cada gajo de árbol, cada
hierbabuena. Kuani les dio cuatro días de plazo para que los grandes
Literatura kuna tule

neles pudieran prepararse, y les dijo que él volvía en cuatro días para
empezar la ceremonia.
Pasaron cuatro días y todo estuvo preparado. La anciana volvió a
avisar a nele Kuani para que empezara la ceremonia. Kuani habló así
a la anciana:
I

–Diga lo siguiente a los grandes neles de mi comunidad: todos


ustedes deben conseguir las hojas anchas de á rboles y las deben
extender por tierra a lo largo de las calles, de las esquinas del pueblo.
Ustedes deben extenderse boca bajo sobre las hojas, las ancianas de
mi pueblo también deben extenderse rostro en tierra. Allá abajo están
sus padres y los han desobedecido, por lo tanto es justo que lloren
a sus padres postrados en tierra. Las niñ as aú n nú biles no deben
postrarse. Ellas deben esperar sentadas en sus duros asientos. Los
muchachos que aú n no empiezan a esconder su parte pubiana,
también me van a esperar sentados y no postrados.
La anciana dijo que no ocultaría ni una palabra de Kuani, que lo
diría todo a los grandes neles y al pueblo.
Kuani se puso, pues, el mejor collar de huesos, se pintó el rostro
con el achiote nuevo, se puso los mejores vestidos de la ceremonia.
Kuani tomó su bastó n de ceremonias y caminó hacia la comunidad
tocando suavemente el tedegala.
Kuani pasó por las calles de la comunidad y los grandes
nelegan yacían postrados por tierra, las ancianas y las menos
ancianas también yacían postradas. Las niñ as y los jovencitos que
aú n no habían sido maleados, esperaron a Kuani sentados a los
umbrales de las chozas. Kuani pasó tocando su flauta de tedegala.
Primero Kuani bajó al río. Kuani caminó pausada y lentamente
hacia la orilla del río y le acompañ aban sus discípulos, sus allegados.
Kuani volvió al recinto sagrado, Kuani entró a la choza de las
ceremonias. Todo estaba tenso, todo estaba misterioso.
El pueblo esperaba a Kuani llorando y angustiado. La choza de
la ceremonia se llenó de gente que lloraba, de gente que tenía mucha
sed, de gente que había perdido todo en la sequía. Nele Kubiler, el
gran nele, dijo entonces a Kuani:
–Yo seré el avivador del fuego en los braseros, al menos déjame
ayudar en eso. 543
–Todo lo tengo previsto, no se preocupe –le respondió Kuani.

6. Historias de neles
–Entonces déjame ponerme en una esquina para cuidar de las
tinajas de la ceremonia –le siguió diciendo Kubiler a Kuani.
Kuani le respondió de nuevo diciendo que todo lo tenía
previsto anticipadamente. Nele Kubiler insistía:
–Seré el que conteste a sus cantos.
Y Kuani le decía que todo lo tenía preparado. Y Kubiler era un
gran saila, era un gran nele, y era quien dirigía a la comunidad en este
tiempo.
Kuani empezó a cantar, empezó a invocar a Papa, empezó a recitar
los versos rituales.
Kuani cantó entusiasmado; Kuani elevó los espíritus de las
maracas rituales y todos le escuchaban, todos los grandes nelegan le
escuchaban. Se oyó el ruido de maracas a lo lejos y fue
acercándose. Todos escuchaban atentos. Se escuchó una voz, la voz
de tarba:
–Usted es nele Kuani. Los grandes nelegan le han marginado,
se han burlado de usted, han hablado bajezas, pero su nombre es
Kuani, usted es un gran nele –decía la voz entre el humo de cacao
que subía en el recinto sagrado–. Los grandes nelegan dijeron de
usted que era
un nele que se sahú ma con las semillas de algodó n, que su visió n era
de basuras que tiran las mujeres en el fango, que era usted un nele
falso y ridículo –siguió hablando el tarba. Todos los grandes neles
escuchaban.
Más tarde Kuani habló a los ancianos:
–Solo en nombre de Papa estamos reunidos y en nombre de él
lograremos la lluvia, lograremos que se apacigü e el dolor de nuestros
corazones. Solamente el gran Papa de nuestros padres nos dará la
mano. Si Papa nos da su fuerza y su espíritu, dentro de cuatro días
comenzarán ustedes a observar las pequeñ as llamitas de los rayos en
el horizonte y al anochecer podrán ver pequeñ os rayos junto a las
montañ as y oirán el suave rumor de truenos que echarán su quejido
a lo lejos.
Ustedes observarán las nubecillas levantarse por allá lejos. Si así
ocurre vendrá la lluvia, vendrá el verdor de nuevo.
Pasaron los cuatro días y nuestros ancianos miraban el horizonte,
trataban de otear fijamente la naturaleza. Y empezaron a escuchar el
544
ruido lejano y muy suave del trueno y allá por donde se oculta el
sol, los ancianos empezaron a ver las nubecillas rojizas y rayadas que
Literatura kuna tule

salían en torno a las bajas montañ as.


El pueblo seguía emocionado el canto de nele Kuani. Poco a
poco las nubes, los rayos y el quejido de los truenos se hicieron
má s persistentes. Y lentamente el ambiente fue cambiando y se desató
la lluvia. Explotó una gran lluvia, una lluvia de grandes gotas cayó
I

sobre el pueblo sediento. Nuestras ancianas tomaban sus totumitas


para tomar el agua, como si al día siguiente no volviera a llover
má s.
Llovió y llovió mucho hasta que los ríos salieron de sus cauces,
salieron de sus madres. Todos los días llovía, todos los días el río salía
de su cauce, los riachuelos se llenaron de agua y salieron de su madre.
Los pequeñ os islotes que dejaban los ríos fueron arrasados. Los viejos
y nuevos troncos fueron arrastrados a lo largo de los ríos y echados al
mar, que se hizo rojizo por la tierra mojada y arcillosa.
Los grandes y fuertes árboles se salían de cuajo por la fuerza de las
corrientes de los ríos y la lluvia que arreciaba. Así pasaron varios días,
y poco a poco el agua de los ríos se fue apaciguando, se fue calmando
hasta dejar a los ríos dentro de su lecho, dentro de sus cauces.
Después de la calma de las aguas, el pueblo se reunió en torno a
Kuani. La comunidad, que había seguido toda la ceremonia, pedía
a Kuani que hablara. Kuani reunió a la comunidad, Kuani habló al
pueblo. Kuani se sentó a mitad de la hamaca ritual, y contó así al
pueblo su ceremonia:
–Masaragban me llevó a los lugares secretos. Yo bajé a varias
capas y llegué a la cuarta capa. Me encontré con nana Olokuadule.
Ella es la custodia de grandes depó sitos de agua, de grandes barriles
de agua. Y yo entablé una conversació n con ella. Le dije que sus hijos
lloraban por falta de agua, que sus hijos estaban llorando sobre la
tierra, secas las gargantas. «En Nabguana-nega se nos agotó el agua»,
dije. Y Olokuadule se quejó así: «Hijo mío, ¿y quién ha causado la
sequía? ¿Acaso fui yo? Como ustedes han sido los causantes de sus
mismos sufrimientos, no estoy dispuesta a dar el agua».
«Nana grande, acaso no eres una madre y estás para escuchar los
quejidos de los hijos que sufren?», le dije a Olokuadule. «Sí, hijo mío»,
me dijo Olokuadule, «pero yo no les sequé el agua, han sido
ustedes mismos». Y ella no quería aceptar la inna. Entonces el gran
545
Masaragban
me vino a ayudar. É l le dijo a nana Olokuadule: «Le trajimos la inna,
y bien sabemos que le gusta, porque todos los custodios del universo

6. Historias de neles
toman y les gusta la inna». Entonces, nana Olokuadule accedió a
recibir la inna de las manos de Kuani. Olokuadule compartió la
inna con sus hijos, guardianes de los grandes depó sitos de agua.
Kuani habló largo, informando al pueblo de su visió n. Kuani
cambió el tema y aconsejó al pueblo de esta manera:
–Papa ha dejado las verdes colinas, las oscuras llanuras [y] largas
hileras de montañ as, y entre sus arbustos trazó un hermoso camino.
Y por ese camino ha puesto a los dirigentes para que pueda su
pueblo marchar mejor, sin riesgos de caer en los pantanos y de ser
molestados por los animales. Los dirigentes deben amar a los pobres
en su caminar, a las mujeres en su agotamiento, a todos por igual. Este
es el camino recto bajo los arbustos de la colina, de las montañ as. Los
dirigentes son quienes van a orientar al pueblo y a guiarlo por la tierra
plana, aunque ellos tendrán que ser molestados por las espinas del
camino y tendrán que gritar cuando algú n animal les asalte.
Papa dijo que tenemos que cuidar bien los cacaoteros. Esos
cacaoteros están llenos de malezas, están llenos de enredaderas, y
los dirigentes van llevando al pueblo por caminos llenos de espinas
y barrancos mientras ellos se quedan quietos y riendo. Papa nos dejó
el Onmaket-nega, y en este Onmaket-nega es donde nuestro pueblo
nos va juzgando diariamente. Y los dirigentes son de Papa o no son de
Papa; de acuerdo có mo guían por el camino al pueblo, si prefieren su
placer o la tranquilidad del pueblo.
Kuani cantó ante el pueblo, ante el nele Kubiler. Y cuando [él]
terminó de cantar, se levantó Kubiler y dijo:
–Papa me había puesto en la hamaca para dirigir a mi pueblo por
el camino recto entre las colinas. He preferido empujar a mi
comunidad por el barranco y no por la tierra plana. Yo me bajaré de la
hamaca, me quedaré sentado en el tronco duro. Y ya no seguiré
haciendo sufrir a este pueblo.
Kuani siguió diciendo:
–Todo esto no es mi mensaje, sino de Papa. Y Papa ha dejado
dicho que si alguien no quiere escuchar su palabra tampoco debía
vivir en su tierra.
Kupiler pidió perdó n a la comunidad. Se sintió reclamado por
546
Papa. Los grandes voceros, los grandes sapindummagan hablaron de
cambiar la autoridad.
Literatura kuna tule

(Asociació n de Cabildos Indígenas de Antioquia, 996: 87-99)

Nele Pailiber y el espíritu del muerto


Nele Pailiber era el nele de los espíritus de los muertos. Tenía
I

el poder de revivir aquellos que habían muerto y habían hecho el viaje


por los mundos debajo de la tierra. Una vez, nele Pailiber estando
en el congreso, las mujeres le pidieron que reviviera el espíritu de
un hombre que había muerto hacía diez añ os. Ellas querían hablarle
y escuchar sus palabras. Querían saber si sus pensamientos habían
cambiado en los ú ltimos diez añ os. Pailiber les dijo:
–Está bien. Primero vamos a preparar la chicha.
Hicieron todas las preparaciones y durante cuatro días todos
fumaron tabaco (warsuit). Repartieron la chicha. Pailiber entró en
la surba y su Absogedi se sentó en una hamaca cerca de la surba.
Pailiber comenzó a cantar: Nele Ukurwala le inna ba ungu mai de no di

. Narrador: Niga Kantule. Lugar: Cartí Suitupo. Añ o: diciembre de 969.


naka ye… (Los nuchus de balsa se despiertan, comienzan a moverse,
agachados, por el efecto del tabaco).
El Absogedi cantó lo mismo: Nele Ukurwala le inna... Las maracas
se elevaron en el aire. Pailiber comenzó a cantar otra vez. Cantó
cuatro veces. Las maracas se elevaron en el aire nuevamente y
flotaron encima de las paredes de la surba. Las maracas se movían
de un lado a otro haciendo ruido.
Entonces llegó un espíritu y cantó : El nele es un buen nele, es un
buen nele de los espíritus, de los espíritus de los muertos. La Madre llegó
también y cantó : El nele es un buen nele, él revive los espíritus de los
muertos.
La gente que estaba reunida vio venir un hombre. Era un
diablo que cargaba candela. Entró en la surba y dijo:
–He venido a llorar y a regar candela por todas partes.
Se paró frente a Pailiber y dijo:
–Como me has llamado, eres un buen nele.
Entonces apareció un jaguar del tamañ o de un tapir. Entró en
la 547
surba y se paró frente a Pailiber y dijo:

6. Historias de neles
–Como me has llamado, eres un buen nele.
Finalmente llegó una enorme culebra negra que se arrastraba por
el suelo de la surba y se paró entre las piernas de nele Pailiber y dijo:
–Como me has llamado, eres un buen nele.
De repente sonaron muchas flautas de hueso y se presentaron dos
hombres. Gritaron: ¡Eeeeeeeeeee! Entraron y ofrecieron las manos a
Pailiber. Le preguntaron si estaba bien. Abajo en el cementerio los
espíritus estaban recogiendo sus huesos y reviviendo. Uno de los
hombres era el padre que había muerto hacía diez añ os y el otro era
un muchacho que había muerto hacía dos añ os. Le preguntaron a
Pailiber por qué los había llamado.
El muchacho dijo entonces a los presentes:
–Ahora quiero decirles algunas palabras a ustedes. Cuando
yo vivía en la tierra tuve una enfermedad. Dios ha dejado las
enfermedades en la tierra para que nosotros podamos morir. Si no
hubiesen enfermedades no moriríamos y no veríamos nunca el Reino
de Dios. De manera que para que vayamos a donde Dios él ha dejado
las enfermedades en la tierra. En todo caso, yo me enfermé y morí.
Llegué al cementerio, que es un bello lugar. En poco tiempo partí y
viajé lejos hasta llegar a una gran muralla de oro que rodeaba el Reino
de Dios. Allá me dijeron que regresara al cementerio y permaneciera
por un añ o. Esto era un castigo por mis pecados en la tierra. Me quedé
por un añ o y finalmente regresé al Reino de Dios, donde había estado
por un añ o cuando me llamaron aquí. Esto es todo lo que voy a contar
por el momento.
Entonces comenzó a hablar el padre. Todos en el congreso le
escuchaban: su hijo, su hija, su mujer y todos los hombres grandes de
la regió n. Todos los neles grandes estaban presentes. El padre dijo:
–Cuando yo bajé a la tierra vine enfermo. Cuando comencé a
crecer me di cuenta de que tenía muchas enfermedades que me
estaban comiendo. Me mejoré y estuve bien por unos añ os, pero luego
las enfermedades me atacaron nuevamente. Me comencé a tratar con
medicinas, mi salud mejoró y comencé a trabajar limpiando monte y
sembrando mangos, cocos, aguacates, guabas, guabas peludas. Pero
de nuevo me enfermé. Tuve hijos. Me recuperé un poco, pero poco
548
después renovaron las enfermedades y atacaron mi cuerpo débil y
fui donde un curandero. Me bañ é en un cayuco lleno de yerbas y
palos, y tomé medicina de una calabaza que tenía colocada debajo de
Literatura kuna tule

la hamaca. Mi condició n empeoró y mandé a buscar otro


curandero. Ahora yo tenía dos cayucos de yerbas y palos y dos
calabazas debajo de mi hamaca. Todo fue en vano, las enfermedades
estaban comiéndose fuertemente mi cuerpo. Encontré otro
curandero, y ahora yo tenía tres cayucos y tres calabazas de
I

medicina. Pero las enfermedades no me dejaban en paz. Tenía fuertes


dolores de barriga y no podía comer. Cuando trataba de comer mis
entrañ as me dolían agudamente y no podía tomar nada. ¡Cuá nto
sufrí! Me puse demacrado.
Yo lloraba frecuentemente pensando en mi familia y en todo lo
que había sembrado para ellos. No quería dejarlos solos. Era difícil
respirar para mí. Cuando dejaba la hamaca para irme a bañ ar a los
cayucos frecuentemente me desmayaba de la debilidad. Mi mujer
tenía que cargarme a la hamaca. No podía ya tomar las medicinas. En
este estado me fui poniendo muy delgado y no tenía fuerza para hacer
nada. Comencé a pensar en el Reino de Dios: mi padre estaba allá, y lo
mismo mi madre, muchos parientes y muchos amigos. Yo había oído
de la belleza del Reino de Dios y quería verlo. Ya no pensaba en
mis hijos, mi mujer, mis fincas o mis medicinas.
Un día llamé a mi mujer a la hamaca y le dije que me iba. «Me voy
al Reino de Dios», le dije. «¿Có mo te tratará n nuestros hijos cuando
me haya ido?». Entonces llamé a mi hija y le dije: «Lo ú nico en que
yo pienso es en irme al Reino de Dios. He sembrado muchos cocos,
cacao, mango, café y guaba. Todos son para ti. Tu hermano no te
los puede quitar. Tú eres mujer y no tienes un cayuco o un
machete. Tu hermano es hombre y él puede defenderse. É l puede
trabajar por lo que necesite». Llamé a mi hijo y le dije: «Hijo, yo me
estoy muriendo. Todo lo que he sembrado es para tu hermana. No
le quites sus cosechas. Tú eres hombre y podrás desmontar tu propio
monte». Le dije todo esto a mi familia. Entonces llamé a mis
parientes y amigos para decirles adió s.
De repente tuve mucho sueñ o y perdí el conocimiento. No sentí
nada. Después de no sé cuanto tiempo me desperté y sentí la gente
llorando encima de mí. Estaba debajo de la hamaca en el suelo y mi
mujer y mis hijos lloraban fuertemente. Era como si ellos quisieran
devolverme la vida. Las mujeres viejas me bañ aron con plantas
549
olorosas y me vistieron con mis ropas nuevas. Me cortaron el pelo,
me pintaron con achiote y me pusieron en la hamaca. Después de

6. Historias de neles
juntar todas las cosas necesarias para el entierro mandaron a buscar a
dos hombres para cavar mi tumba. Yo vi todo esto.
Me llevaron al cementerio. A medida que remá bamos río arriba
vi muchos pueblos con banderas que se mecían al viento a lo largo
de ambas orillas. En uno de estos pueblos había banderas blancas en
todas las casas. El sáhila se llamaba Olomaidigiñ a y las gentes de él
eran buenos pescadores. Era el pueblo de las garzas.
A medida que continuábamos río arriba vi que todo era de
puro oro. Los árboles eran de oro, lo mismo que las plantas que
crecían en las orillas. Había muchos peces de oro en el río y toda la
arena y las piedras eran doradas y brillaban a la luz del sol.
Finalmente llegamos al cementerio y amarraron el cayuco a un
palo de oro enterrado en la arena. Todo lo que yo vi era de oro y plata.
Me trepé en una muralla de oro y vi un pueblo con muchas banderas
de oro que se mecían con la suave brisa. Había muchos jardines
con flores de oro y plata que echaban perfumes deliciosos. Había
mucha gente caminando entre las flores. Yo vi todo esto.
Toda esta gente estaba muerta y ellos eran espíritus. También
vi unos hombres-gusanos que comen los cadáveres de los muertos.
Había hombres-tábanos que llevaban vestidos brillantes de un verde
luminoso. Ellos chupan la sangre de los muertos. Había otros también:
hombres-murciélagos. Todo esto vi en el cementerio.
Se me acercó un hombre y con él comencé a descender en el
cementerio. Cuando llegamos al primer nivel vi Kalu Turuwa y al
jefe Oloturuwakwa y a la madre, que lo cuidaban. Ellos gobiernan
el pueblo de basura y sucio que se acumula en las casas. En este
lugar Dios da vida a estas cosas y ellos viven como seres humanos.
Dios ha creado un bello lugar para ellos –todo de puro oro–. El guía
me dijo: «Toda esta gente que tú ves son basura y sucio: cenizas,
cáscaras de plá tano, todo lo que se bota en la tierra. Las mujeres en
la tierra siempre deben mantener sus casas limpias porque los
desperdicios se convierten en gente y contará n a Dios de su falta de
barrer la cocina todas las mañ anas».
Fuimos después al segundo nivel y llegamos a otro pueblo. Dios
550
había creado este pueblo y lo había poblado con espíritus malos como
Soa Soa Achusimutibalet, Frío Intenso, Oscuridad y Nubes, que
cuidaban el camino, de manera que nadie excepto los espíritus de los
Literatura kuna tule

muertos puedan alcanzar el Reino de Dios. Dios creó este lugar y


regresó a su casa diciendo: «Nadie me podrá encontrar. Nadie podrá
llegar al lugar donde reside la Madre». Entonces Dios dijo que los
espíritus de los muertos tendrían que seguir este camino para llegar
hasta su reino.
I

Llegamos a Kalu Paibili, donde había un pueblo de hombres-


hormigas. El sáhila Olopilipaibili y la Madre cuidaban este lugar.
Dios les había puesto aquí para que gobernaran a las hormigas. Toda
hormiga que muera en la tierra vendrá aquí y se le dará forma
humana. Ellos viven felices entre flores olorosas y su casas son de
puro oro. Hay muchas calles limpias con carros de oro
paseando.
Llegamos después al tercer nivel y vi Kalu Nubili, que es el pueblo
de las palomas. Este es también un lugar muy lindo. Había
enormes montañ as de oro, y el pueblo está lleno de jardines con
flores de oro y plata. La «Madre de las palomas» se mecía en una
hamaca de oro. El guía me dijo: «Cuando una paloma muere en la
tierra no se debe tirar su cuerpo al mar. Se le debe vestir en un
vestido blanco, ponerle en una hamaca pequeñ ita y enterrarle en el
suelo como un ser humano.
La madre de ellas quiere que uno haga esto. Si se tira su cuerpo al mar
se recibirá un castigo cuando llegue a este lugar».
Continuamos nuestro viaje y llegamos al cuarto nivel, que se
parece mucho a la tierra pero es más impresionante. El cielo es ancho
y de un color azul claro. Hay mucho espacio allá. Todo está abierto
y se puede ver por millas y millas. Hay montañ as grandes de puro
oro. El mar se extiende hasta donde se pierde de la vista. Hay un
ancho río y casi no se pueden ver las montañ as al otro lado de la orilla.
Hay muchos ríos: Oloubikun Tiwar, Maniubikuo Tiwar, Kunaskun
Tiwar, Oloabinkun Tiwar, Kulikun Tiwar. Hay un diablo que cuida
este lugar. Vive en una casa de oro donde todo es de oro. Su
nombre es Welibdor, y también se llama Dekendeba. Cuando él
llegó a este lugar hace muchos añ os, había muchos espíritus malos
que vivían en la regió n. É l se casó con una de las hijas de un espíritu
malo y Dios se puso bravo con él. Como castigo hizo que Welibdor
se quedara para siempre aquí para cuidar la tierra y para recibir a
todos los espíritus de los muertos que pasen por allí. Otro diablo
55
que vive aquí se llama
Uakwa. Su oficio es pescar para los espíritus toda clase de peces:
sábalos, jureles, sardinas.

6. Historias de neles
Durante ciertos meses del añ o el mar se encrespa en el cuarto
nivel y sale para la tierra. Cuando vemos que el mar está bravo y sucio
con fuertes corrientes pensamos que Dios está molesto con nosotros,
pero no es así: Dios nos está mandando peces para reabastecer los
mares. Cuando el mar se calma de nuevo podemos ver que hay peces
en abundancia.
Me paré sobre una alta muralla de puro oro y observé el panorama
que se extendía hasta los límites de la vista. Vi una campana
grande cuyo sonido llega hasta la casa de Dios en el octavo nivel.
Su sonido alcanza el lugar del trueno, el lugar de los á rboles
(Sapibe-nega), el lugar de las lluvias. Alcanza a Kalu Ibaki y a
Tagarkun Yala. En la casa de Dios hay otra campana y su tintineo
se puede oír en todas partes, aú n en el cementerio.
Vi muchos pueblos que tenían campanas de oro. Había mucha
gente manejando carros en las calles, y todos los hombres llevaban a
sus mujeres del brazo. Había una profusió n de flores de oro y plata,
aves de oro y plata. Todo era de oro y plata: las campanas, los relojes,
las banderas. Yo vi todo esto desde la muralla de oro en el cuarto
nivel.
Pero no piensen que esto es el Reino de Dios. Esto está muy
lejos…
Entonces el espíritu del padre muerto se volvió hacia los que
estaban presentes en el congreso y dijo:
–Miren el cementerio. ¿Creen ustedes que es hermoso? ¡No! Está
muy sucio porque ustedes nunca lo limpian ni cortan las malas yerbas.
El guía me dijo que tenía que regresar al cementerio a buscar otros
espíritus y me dejó . Un platillo de oro bajó y el capitá n me llamó :
«Ven conmigo», me dijo: «He venido a llevarte al Reino de Dios».
Subí al platillo y fuimos al nacimiento del río Oloubikun Tiwar, que
también se llama Olobelen Tiwar. Había un pueblo grande rodeado
de una muralla de oro. Este es el lugar donde están estacionados todos
los platillos de oro que recogen los espíritus de los niñ os y de la gente
buena para llevarlos al Reino de Dios. El guía me dijo: «¡Te voy a
dejar aquí!», y se me alejó .
Llegó un cayuco y subí en él. Comenzó a moverse rápidamente
552
encima del agua y todas sus banderas flameaban al viento. Pasamos
un pueblo que tenía muchas banderas clavadas en los techos de las
casas, campanas de oro y flores abundantes. Continuamos y llegamos
Literatura kuna tule

al pueblo de las cucarachas. Llegamos a la montañ a Olopaarukun Yala


y vimos Kalu Paaru, que es el pueblo de los canarios (paaru). Pasamos
por muchos pueblos de insectos y pájaros, todos caminando como
seres humanos. Cruzamos las montañ as muy rápido; y al mirar hacia
atrás vi que se extendían en la distancia. Alcanzamos Olosuisupikun
I

Yala, donde viven los pechiamarillos (suisupi), y Oloyannukun Yala,


el dominio de los puercos de monte (yannu).
En corto tiempo vimos el pueblo del trueno y vimos al sáhila
que se llama Olobakukulele. Era un gigante, fá cilmente se podía
pasar por entre sus piernas. Las piernas hasta las rodillas eran de
piedra; sus muslos de carne, la cintura de piedra, su tronco de carne;
sus brazos de piedra y su cara de carne. Tenía dientes de piedra.
Llevaba un rifle una vez al añ o. Cuando pasé se volvió y me dijo:
«No dispararé mi rifle ahora porque tú eres un espíritu». Y
continuamos nuestro camino.
Apuramos el paso y llegamos a Bisepkun Tiwar (río de la
albahaca), que tiene aguas de dulce fragancia. Había otros ríos:
Kokekun Tiwar, Nobarkun Tiwar, Nunapkun Tiwar,
Achuaryalakun Tiwar,
Sugarkun Tiwar, y el agua en estos ríos también estaba perfumada.
Dios había hecho todo esto. En este lugar Dios se bañ ó y cambió la
ropa. Aquí es donde los espíritus de los muertos botan sus ropas
viejas y después de bañ arse se ponen ropa limpia para continuar
hasta llegar al Reino de Dios. Todo el que pasa por este lugar se
pone fragancias y se hace presentable para entrar al Reino de
Dios.
«Pero no hay ropa limpia para mí», pensé. «¿Có mo voy a llegar al
Reino de Dios sin ropa?». Después [de] que me bañ é comenzamos
nuevamente y llegamos a una pared de oro de ocho brazas de altura
que rodeaba el Reino de Dios. Al lado había una pared más
pequeñ a de plata. La pared de oro era el macho y la pared de plata
la hembra. Había una campana de oro. Todo estaba muy brillante y
era muy hermoso. Me paré al lado de la pared donde estaba la
campana y el guía me dijo: «Puedes tocar la campana, pero no la
hagas sonar». La soga de campana parecía pelo de oro. Había muchas
flores a nuestro alrededor: flores de oro a un lado y flores de plata
al otro lado. Vi mucha gente caminando, las mujeres del brazo de 553
los hombres. La gente que se acercaba se convertía en flores.

6. Historias de neles
En ese momento se me acercó un cayuco de oro. El capitán me
dijo: «Aquí termina tu viaje. No puedes seguir más adelante. Dios me
dijo que te dijera que regresaras al cementerio porque no te portaste
bien en la vida». Comencé a llorar. El capitán me dio una carta que
decía que debía regresar al cementerio y quedarme allá por diez añ os.
Regresé al cementerio, pero la vida allá no es tan mala porque hay
suficiente comida y muchas flores fragantes. Había allí mucha gente:
hombres viejos que habían estado allí por diez, veinte, treinta añ os.
Otros no hacía mucho habían partido para el Reino de Dios; otros
habían salido hacía pocos meses. Toda la gente buena había partido
hacia el Reino de Dios tan pronto como habían llegado, sin pasar
ningú n tiempo en el cementerio.
Estuve allí por diez añ os. Hay una pantalla grande en la cual
se muestra la vida de uno como en el cine: si uno ha robado o ha
maltratado a su mujer o engañ ado a una mujer ajena, aparece en la
pantalla. Cuando todo el mundo está mirando puede venir un hombre
por entre el monte cargando un racimo de guineos robados y uno
pensará: «¿Quién será ese hombre que viene por entre el follaje?» ¡Y
será uno mismo! Dios está viendo todo lo que hacemos aquí en la
tierra. É l está mirando todo lo que hacemos en casa, en el río, en el
monte. Es por eso que siempre debemos ser buenos.
En el cementerio había una casa grande con una mesa de oro
en la cual había cartas mandadas por Dios. Iba allí a menudo, y un
día, por fin, había una carta para mí. Decía: «Bien, hijo mío, ahora
puedes venir a donde mí. Has estado en el cementerio por diez
añ os y todos tus males han sido purgados. Estás limpio y sano. Ven
a mi reino».
Llegó el guía y comenzamos a descender, y pronto alcanzamos
el cuarto nivel. Nuevamente llegamos a la casa de Welibdor. Todo
era de oro: mesas, platos, botellas, las hamacas. É l me dijo: «Vamos a
comer». El oficio de este diablo es dar de comer a los espíritus de los
muertos que pasan por allí. La comida era deliciosa: pavo de
monte, puerco de monte, mono todo frito. También me dio
plátano, otoe, yuca y guineo; y también me ofreció café, cacao y
chú cula de guineo maduro. Comí con gusto y pronto estuve lleno.
554
Welibdor me dijo que él no podía comer nada. Me dijo: «Dios hizo
que yo me quedase aquí porque yo era muy egoísta y todo lo
quería para mí. Cuando vivía yo en la tierra nunca ofrecí comida ni
Literatura kuna tule

bebida a aquellos que me visitaban. Por esa razó n ahora tengo que
brindar comida a los espíritus. Pero yo no puedo comer nada. Este
es el castigo de Dios». De repente llegó un muchacho con varios
platos llenos de comida y los puso frente a Welibdor. «Mira esto»,
dijo el diablo. Comenzó a oler la comida: Usi, usi, usi… y con el olor
I

de la comida se llenó . Entonces el muchacho recogió la comida y la


botó , porque Welibdor no podía comer nada. Welibdor me dijo:
«¿Tú ves? Este es el castigo que Dios me ha dado». Había muchas
piraguas de diferentes tipos amarradas a la orilla del río. Había
piraguas para kantules, absogedis, argars, sáhilasa, etcétera. Me
embarqué en una y remamos río arriba. El río era inmenso. El
cielo estaba abierto y claro, y había gran multitud de peces nadando
en el río. A la primera punta llegamos a un remolino (piria) lleno
de tiburones. El sáhila de los tiburones se llama Olonaidigiñ a, y él
manda en este lugar. También había muchos peces serrucho, delfines
y ballenas. Pasamos este lugar y llegamos a otra punta que era el
dominio de los tapires. El jefe se llama Oloailigiñ a. Había mucha
gente paseando en las calles. Los tapires se dedican a sembrar.
Continuamos y llegamos a otra punta donde vimos el pueblo de los
venados. Aquí llaman al sáhila Olobeakiler. Pasamos muchos pueblos
a la orilla de este río: el pueblo de los puercos de monte, cuyo jefe
es Olowelibler; el pueblo de los saínos, cuyo jefe es Olomurgipiler;
el pueblo de las iguanas, cuyo sáhila es Olotobabalilele; el pueblo de
las garzas: Tabgala, Siwali, Nugarwala. Todos estos lugares tenían
casas bonitas con torres y campanas y relojes y banderas que
flameaban en el viento. Finalmente llegamos a la cabecera del río.
Allí vimos Kalu Ibesahila rodeado de una muralla de oro. Al lado
vimos Kalu Ibaki y Tagarkun Yala. Después llegamos a una
campana grande.
La primera vez que había llegado hasta esta campana no había
sonado, porque yo no estaba limpio y no podía entrar al Reino de
Dios. Pero [ahora] todos mis pecados habían sido borrados por mi
estadía en el cementerio por diez añ os. La campana tenía una soga
que descendía de la casa de Dios hasta el cuarto nivel. Toqué la
soga y la campana sonó porque ahora yo estaba limpio.
Atravesé la pared y llegué a un camino llamado Eriko Igar, que
es el camino de las espinas. Es un camino muy largo que tiene ocho
555
brazas de ancho. Solo la gente buena puede caminar por este camino
porque está cubierto con muchas espinas de oro. Cuando caminé por
entre estas se aplastaron, y cuando miré hacia atrás estaban levantadas

6. Historias de neles
otra vez.
Seguidamente llegué a una inmensa oscuridad que tenía que
entrar porque yo había llevado una vida mala en la tierra. Dentro
había murciélagos inmensos del tamañ o de pelícanos. Cuando entré
me morí. Cuando me desperté estaba afuera a campo abierto, pero
los murciélagos se habían comido mis orejas. Continué andando
y encontré a mi suegra. La saludé y ella me dijo que la tocara en
la espalda. Al hacer esto se convirtió en candela y me quemé,
volviéndome cenizas. Cuando yo vivía en la tierra una vez la había
engañ ado mientras ella hacía chú cula de guineo maduro.
Cuando me desperté continué a lo largo del camino. Aunque había
permanecido en el cementerio por diez añ os aú n no todos mis
pecados habían sido borrados. Me encontré con mi cuñ ada y la
saludé. Me dijo que le tocara en la espalda y cuando lo hice se me
trabó la mano. Ella se convirtió en un á rbol y yo estaba subido en
sus ramas. Perdí el balance y fui a caer en unas rocas afiladas. Me
pasó esto porque también la había engañ ado un día. Volví en sí y
continué mi viaje.
Después llegué a un lago lleno de sangre. El guía me dijo: «Tienes
que cruzar este lago». Comencé a cruzar por el puente a través del
centro del lago y me caí. Al caer perdí el conocimiento. Cuando me
desperté estaba en la orilla opuesta. El guía me dijo que había recibido
este castigo porque había maltratado a mi mujer y esa era su sangre.
Todas estas cosas me estaban pasando porque había cometido faltas
en la tierra. Después llegué a un lago pequeñ o de sangre que traté de
cruzar pero caí en el puente y me ahogué. Cuando volví en sí el guía
me dijo que esa era la sangre de mi hijo: yo le había dado golpes a él
también. No es bueno golpear a los miembros de la familia en la tierra.
Apuré el paso y entré en un viento fuerte. Había una soga tendida
en el paso. Era la soga de los kantules. Cuando se le castiga a
alguien aquí es porque ha peleado con los kantules. Pero a mí no me
castigaron porque en la tierra había tratado siempre a los kantules con
respeto. Entonces llegué a un lugar donde muchas á guilas y perros
de Kamu estaban reunidos. Las águilas cantaban mientras daban
vueltas en el aire. Este lugar también es de los kantules. Tampoco
fui castigado aquí.
556
Seguidamente llegué a un trapiche grande que se abría y se
cerraba con mucho ruido. Yo lo podía oír a medida que llegaba al
Literatura kuna tule

camino. Esto es para los hombres que han engañ ado a las mujeres
mientras muelen la cañ a. Más adelante oí el ruido de unas tijeras
gigantes que se abrían y se cerraban. Estas tijeras pertenecían a las
iets, las mujeres que cortan el pelo de las adolescentes durante las
ceremonias de la pubertad. Si no las tratan con respeto serán
I

cortados por las tijeras aquí. Pero yo no recibí ningú n castigo y


continué mi camino. También hay un castigo para las muchachas
que no se les ha cortado el pelo en la ceremonia de la pubertad. Se
les mete un puñ ado de cabello en la boca y se sofocan.
Continué caminando y llegué a una gran colina cubierta con toda
clase de hormigas: wanditis, kurgwa, sichir, sega, igli. Algunas de estas
hormigas tenían un pie de largo. Las mujeres que no han mantenido la
casa limpia son enterradas hasta el cuello en esta colina y las
hormigas se las comen vivas.
Si bien es cierto que el camino del Reino de Dios es hermoso,
no fue así para mí. Recibí muchos castigos. Pero si uno se ha
portado bien en la tierra irá derecho al Reino de Dios en un platillo
de oro sin recibir castigos. Yo creía que yo iba a ir directamente
después
de haber pasado diez añ os en el cementerio, pero estaba equivocado.
Antes de llegar al Reino de Dios tuve que sufrir mucho.
Finalmente llegué a una muralla de oro que tenía ocho brazas
de alto. Al lado de ella había una muralla pequeñ a de plata. Las dos
rodeaban el Reino de Dios, que se extendía ante mí hasta donde se
perdía de la vista. Vi muchas islas. Me paré a observar y mis ojos
podían ver cuatro veces más lejos de lo que podían ver en la tierra
(era como si yo pudiera ver desde Suitupo hasta Ailigandi). Pero a
pesar del mejoramiento de mi vista no podía verlo todo: era un
lugar muy amplio. Había muchas torres de oro con campanas de oro y
plata. Todo el mundo estaba feliz. Las campanas allá suenan
constantemente; la gente hace mucho ruido en su trabajo, algunos
hacían hamacas; había mucha gente tocando flautas y guitarras. En
el Reino de Dios uno puede oír cuatro veces más que en la tierra.
Uno puede oír todo lo que se dice y se hace en las casas. Las flores
cantan. La gente camina cuatro veces más rápido que en la tierra;
nadie camina despacio en el Reino de Dios.
557
Entonces un carro con muchas banderas meciéndose en el aire se
me acercó . Traía mucha gente. El chofer me dijo que había venido

6. Historias de neles
a buscarme. Me subí y partimos. Fuimos por un camino que tenía
ocho brazas de ancho. Había monedas de a diez centavos de puro
oro tiradas por todas partes. El camino brillaba como un espejo, pero
era de puro oro. Había muchos hombres paseando con sus mujeres
del brazo y por todas partes había muchos carros llenos de gente y
muchas flores. Había cientos de caminos que conducían a la casa
de Dios. Toda la gente le iba a visitar. Mucha de la gente tocaba
flautas y guitarras. Vi muchas mujeres que se mecían en la suave
brisa. Pero cuando me les acerqué eran flores de diferentes
clases.
Continué a lo largo del camino y vi otros caminos con calles
adyacentes que tenían ocho brazas de ancho. Las había por todas
partes. Había un camino que brillaba con chispas de luz, como
relámpagos; lo llaman Olotagarkun Igala. Vi mucha gente caminando
en este camino, pero cuando me acerqué vi que no era gente sino oro.
La pró xima calle que vi parecía que saltaba. Pero cuando me acerqué
vi que era el oro que brillaba. Se llama Olokakwabak Igala.
Llegué a otra calle que estaba llena de tapires. Cuando me acerqué
vi que no eran tapires sino puro oro; se llama Olomolikun Igala. Yo vi
muchas calles allá: Oloyannukun Igala («calle del puerco de monte»),
Olowedarkun Igala («calle del saíno»), Olosulukun Igala («calle del
mono»), Olosiglikun Igala («calle del pavó n de monte»),
Olokwamakun Igala («calle del pavito de monte»), Olopaarukun
Igala («calle del canario»), Olosuisupikun Igala («calle del
pechiamarillo»). Yo pensé que todas estas calles estaban llenas de
animales, pero cuando me acerqué vi que no eran animales sino
puro oro.
Todos veremos algú n día estos lugares, ya que moriremos algú n
día. No estamos aquí para vivir para siempre. Todos ustedes morirán
y verá n las cosas que yo he visto.
Finalmente llegué a la casa de Dios. El camino por el cual llegué
a la casa estaba bordeado con árboles de oro y plata. Había pájaros de
todas clases sentados en las ramas cantando. En el parque que
rodeaba la casa había muchas bancas y mesas de oro. El guía me
dijo: «Toda la gente que has visto tocando flautas y guitarras
vendrán a la casa de Dios para la fiesta». Había muchas flores de
558
diferentes clases, y se sentía una suave fragancia en el aire. El guía me
dijo: «Dios vendrá el domingo».
Literatura kuna tule

Vi toda la gente vieja que había muerto allí en el parque. Todos


estaban muy felices y se reían. Todos se sentaban en sillas que giraban
sobre ruedas y para moverse de un lado a otro no era necesario
levantarse de las sillas.
Ustedes será n muy felices en el Reino de Dios. Es como los
I

Estados Unidos (Mergi-nega). Los Estados Unidos no tienen calles


de oro pero aú n es muy bello para nosotros. En el Reino de Dios todo
es fragante, hay muchos carros y la gente toca los pitos haciendo ruido
constantemente.
Me senté por un rato. Entonces vi al portero, que era un policía.
Llevaba dos pistolas (kingi pintor) y una carabina. Llevaba botas de
oro que subían hasta las rodillas y una espada de oro en su correa.
Marchaba de un lado a otro cuidando la entrada. El guía me dijo: «Los
panameñ os están imitando al portero porque ellos saben que también
hay policías en el reino de Dios. Ellos han estudiado lo que hay arriba
y saben que deben ser como los vigilantes de Dios».
Me dieron una carta de Dios. Le di la carta al portero y tan pronto
como la leyó me abrió la puerta. La puerta hizo mucho ruido al
abrirse. El portero me entregó otra carta al entrar. Adentro todo era
de puro oro. Llegué a otra puerta y encontré a otro portero. Así
pasé por ocho puertas hasta llegar a una escalera automática que me
llevó hasta arriba. No pude ver todo lo que había porque la escalera
subía rá pidamente. Vi otro portero, le entregué la carta y me dejó
entrar. Ante mi vi un saló n lleno de gente sentada en escritorios con
muchos papeles. Había miles y miles de ellos. Estos eran los
secretarios de Dios. Subí al segundo piso que era lo mismo.
Finalmente llegué al séptimo piso. Cada piso estaba lleno de gente
que dedicaba su trabajo a Dios: todos eran secretarios. El guía se
volvió hacia mí y me dijo:
«Dios vive en el octavo piso. Su hijo, Jesú s Cristo, bajará a comer en el
séptimo piso. Tú no puedes subir al octavo piso. Nadie puede ir allá».
En poco tiempo sentí mú sica y me dijeron que Jesú s venía bajando
a conocerme. Llegó con la Madre. Al lado de la mesa de oro había
un ataú d. Jesú s se paró al lado de la mesa. La madre me dijo:
«Llama a Jesú s». Le llamé y él miró hacia el otro lado. Le llamé
nuevamente y nuevamente miró hacia otro lado. Esto pasó varias
559
veces. Le llamé de nuevo y miró hacia el sur. Luego se sentó en la
mesa. Le llamé una
vez má s y volvió su silla hacia mí. Me trató como si yo no fuese un
hombre viejo sino un niñ o. Me abrazó y me meció entre sus brazos.

6. Historias de neles
Me dijo: «Ahora tú has venido a mí porque has recibido tus
castigos y ahora está s limpio».
Entonces abrieron el ataú d. Dentro había puro oro. Jesú s me
metió en él. Al principio yo pensé que no iba a caber porque era muy
alto y el ataú d era muy corto, pero lo hice. Se cerró la tapa y perdí
el conocimiento. Estuve allí por una hora hasta despertarme. Mi
cuerpo entero me picaba y vi que me había convertido en oro.
Después de dos horas abrieron nuevamente el ataú d y vi que todas
mis ropas eran de oro. Al principio no me podía levantar porque
estaba muy pesado. Finalmente logré hacerlo y noté que era más
pequeñ o que antes: todos en el reino de Dios tienen el mismo
tamañ o. Entonces Jesú s me dio un saco, un sombrero y zapatos de
oro, y en cada bolsillo me puso B/50, B/300 en total. El me dijo:
«Con toda esta plata tu podrá s pasear por las calles. También todo el
dinero que ahorraste en la tierra se te devuelve aquí».
Salí a la calle y en la primera esquina me quitaron B/50. Lo mismo
pasó en la esquina siguiente. Después de pasar seis esquinas me
quedé sin plata y me puse a llorar. Había perdido mi dinero porque
no me
había portado bien en la tierra. Yo me sentía feliz en el reino de
Dios pero en ese momento me sentí triste porque había perdido mi
dinero. Regresé a la casa de Dios y allá me dieron má s plata.
Alrededor de la casa de Dios había muchos carros llenos de gente
que había venido a visitarle. Sentí mú sica. Los suaribedis llegaron a
saludar a Dios. Después llegaron los argars y finalmente los sáhilas.
Entonces llegaron los otros hombres grandes. Había una gran mesa
con muchas flores alrededor. Dios y la Madre llegaron y se detuvieron
al lado de la mesa. Toda la gente les vino a saludar, y tocaron
mú sica de flautas: supe, kuli, kam buruwi. Todos los hombres y las
mujeres bailaban y tenían puestos vestidos lucidos. Todo el mundo se
estaba divirtiendo mucho.
Dios me dio un telescopio (kamu) y comencé a mirar todo lo
que había en el reino de Dios. Todos los edificios y sus
campanarios brillaban intensamente. Pero aú n con el telescopio no
podía verlo todo: es muy extenso. Después volví el telescopio hacia
los Estados Unidos. Observé todos los grandes edificios, torres,
560
banderas que ondeaban al viento y muchos carros en las calles.
También vi grandes muelles con barcos muy grandes. Pero no es de
Literatura kuna tule

oro: es puro cemento. Así los americanos no pueden comparar su


tierra con el reino de Dios. Después volví mi telescopio hacia San
Blas. Me sorprendí de que fuese tan pequeñ o: las islas eran tan
chicas que parecían cáscaras de coco flotando en el agua.
Cuando vi todo esto regresé a la casa de Dios donde iban a
I

tener una fiesta. Dios se volvió hacia el oeste, el norte, el este y el


sur. Todo el mundo permaneció quieto aguardándole. Llegó la
comida: yuca, zapallo, ñ ame, otoe, plátano, camote, guineo (cuatro
filo); saíno, conejo pintado, ñ eque, mono, pavito de monte, pavó n de
monte, puerco de monte. Toda la carne era frita.
Pero no había sirvientes para traer la comida. Los platos venían
a la mesa por sí solos lo mismo que las tazas. La comida fue llevada
a la mesa por tubos de oro que llenaron los platos. Dios se comió
ocho platos de comida. Tomó una servilleta blanca, se limpió la
boca y la botó . Hizo esto después de cada bocado. Las tazas se
llenaron de bebida: cacao, café, chú cula de guineo maduro, chicha
de maíz, de piñ a, de guaná bana, de naranja. Todo el mundo tomó
bastante. Aquella gente que había sembrado suficiente de estas
siembras
mientras estaban en la tierra tenían todo lo que querían de estas
cosas. Así que es bueno trabajar duro y sembrar todo lo que sea
posible.
En el reino de Dios no hay tristeza, pereza, aburrimiento, dolores
de cabeza o de estó mago. Todo el mundo es fuerte y feliz. En la tierra
mis oídos no estaban muy bien, pero en el reino de Dios eran muy
poderosos. Ustedes verán todo esto. Nadie puede creer que estas
cosas no existen allí. Todos moriremos porque no podemos vivir para
siempre. En la tierra yo sufrí mucho, pero en el reino de Dios
estaba feliz. No se comporten mal como yo lo hice en la tierra.
Al terminarse la comida Dios se marchó . Así salí a dar un
vistazo al pueblo. Vi la barriada de los sáhilas: todo el que vive en
este lugar es un sáhila. Hay banderas en cada casa y en todas partes
hay carros y jardines con flores en el patio. Vi muchas barriadas: la de
los suaribedis, los argars, los kantules, los kamsuets, las iets. Si un
sáhila sabe Sia Igar (canto del cacao) también puede tener otra casa
y otro carro en la barriada de los maestros de esta materia. Hay
personas que tienen cinco o seis casas porque han estudiado 56
muchas cosas. Caminé por todas estas barriadas: la calle es muy

6. Historias de neles
larga.
Cuando hay una chicha todo el mundo va. Pero hay gente que
se queda afuera porque no sabe tomar chicha fuerte. [A] otros, que
han peleado con los kantules, les es prohibido entrar, así mismo con
los kantules que han peleado durante las chichas. Todos los que han
cooperado durante las ceremonias están contentos y pueden entrar.
La historia del espíritu se terminó aquí. É l dijo:
–Hasta aquí yo había llegado en el reino de Dios antes de que
ustedes me llamaran.
Nele Pailiber le había llamado para que él hablara a la gente, y
cuando hubo terminado desapareció . El espíritu había sido como
un radio: había hablado pero no había estado nunca allí de cuerpo
presente. Cuando terminó de hablar había dejado de existir.
(Chapin, 989: 33-5)
7. escritores kuna tule

igUANigiNAPe KUNgiLeR

La amiga tortuguita terrestre y el amigo mono


Una mañ ana se encontraron por un sendero dos amigos que no
hace mucho se habían conocido, Yaigunabaler, «Tortuguita terrestre»,
y Obaidiginya, el Mono. Saludose uno al otro:
–¡Hola, amigo! ¿Có mo te ha ido? –preguntó Tortuguita terrestre.
–Muy bien, gracias, contestó alegremente el Mono.
Mono, sarcástico, dijo a la amiga Tortuguita terrestre:
–Amiga, mañ ana te invito a comer a mi casa.
Al día siguiente la amiga Tortuguita terrestre, junto con toda su
familia, fueron puestos con sus mejores caparazones, y salieron todos
bien tocados como nunca se habían arreglado para una invitació n.
Como Mono les había dicho que comerían en su casa fueron sin
comer a la casa del amigo.
562
Llegados a la casa de Mono sintieron un agradable olor a comida y
se apresuraron. Como el amigo Mono siempre ha vivido arriba en los
Literatura kuna tule

árboles, Tortuguita terrestre encontró a Mono en la copa de un árbol


esperándolas. Entonces el amigo Mono les dijo a sus invitadas:
–¡Amigas! ¡Suban! ¡Comeremos arriba!
Tortuguita terrestre trató de subir al árbol. Trató y trató , pero se
resbalaba. Sus uñ as de tanto intentar se le carcomieron, no pudiendo
I

subir. Tortuguita terrestre y su familia se regresaron sin comer.


Por eso dicen nuestro padres que las cortezas de los á rboles
quedaron con los rasguñ os por siempre y Tortuguita terrestre con
sus uñ as carcomidas.
Varios días después se encontraron nuevamente por el mismo
sendero los dos amigos, pero esta vez Tortuguita terrestre invitó al
amigo Mono y le dijo:
–Quisiera que vinieras mañ ana a mi casa, al convite que estoy
preparando a mis amigos. Ven con tu familia.
Al día siguiente toditos los monos se pusieron sus mejores
atuendos negros y fueron a la casa de Tortuguita terrestre sin comer.
El papá mono, conversando por el camino, les dijo a sus hijos:
–Presiento que la amiga nos debe haber preparado una riquísima
comida.
De repente por el camino, entre la conversació n, sintieron un olor
a comida. Y así pensaron que les esperaba un buen plato de
comida. Cuando llegaron efectivamente la comida estaba lista.
Entonces la anfitriona Tortuguita terrestre, antes de comer, les dijo a
sus invitados:
–Nadie ha metido las manos sucias en mi plato sin antes
limpiá rselas. Así que lá vense las manos antes de comer.
Entonces el amigo Mono fue a limpiarse las manos, pero como este
siempre ha tenido las manos como sucias no se le podía quitar lo que
él creía que era mugre. Trató de limpiá rselas una y otra vez.
Intentó luego con las piedrecillas y nada. De tanto restregarse las
manos, se les pelaron y no pudieron meter la mano en la comida,
porque estaba muy caliente. Sin comer volvieron a su casa con
mucha hambre.
Desde entonces Mono tiene las manos blancas que sobresalen de
su color.
(Kungiler, 997: s/p)
563

7. Escritores kuna tule


mANiPiNiKTiKiyA [ ABADio gReeN sToCeL]

Abuela
Abuela, tú no has
muerto, vives conmigo,
me sigues enseñ ando diariamente
en medio de esta ciudad sin memoria.

Siento que estás aquí,


cuestioná ndome
señ alá ndome,
abriéndome el camino
de los abuelos siempre presente el futuro.
(Green, 2000: 28)

564 Tinaja
Cuentan mis abuelos
Literatura kuna tule

que la tinaja tiene vida,


que la tinaja representa
la resistencia de nuestro pueblo.

Tinaja e Ipelele
son de la misma sangre;
I

por eso el tule bebe


esa cañ a fermentada hasta la saciedad,
porque beber es recordar el camino de los mayores,
es embriagarnos con nuestra historia.
(Green, s/f: s/p)

ipelele
Nána Kayapai,
desde el fondo del río
Tuiliwala, sonrío con
satisfacció n
al mirar a sus hijos nacer
desde la tinaja de oro de plata.
El gran río se estremeció ,
las nubes se acoplaron para dialogar del gran nacimiento,
las distintas capas de la Madre Tierra
se acomodaron,
se fortalecieron
y profanaron profecías.

El fuego se levantó
con su sombrero brillante
para la lucha,
para señ alar el camino de esperanza.
El viento volvió a danzar
como la primera vez
cuando Papa y Nana estaban formando a la Madre
Tierra.

El agua roció las mejillas de la madre doliente 565


para darles la gran noticia,

7. Escritores kuna tule


las plantas se vistieron
con sus mejores molas
con sus mejores aromas,
para preparar la guerra.

El fuego
el viento
el agua
las plantas
y los ocho hermanos
volvieron la memoria
de mi Pueblo Tule.
(Green, s/f: s/p)
ARysTeiDes TURPANA

Archipiélago
Aquí isla de Kuepti
mariposeando el frío se desangra,
muerde horas clavadas en la pared.
Mi abuelo desenvaina sueñ os.
Mi abuelaó garra salvaje y mandibulaó
abanica la palabra
soledad. La borrasca trae
flores entre sombras.
El mar dispara
delfines
mirándose al sol.
Cerro Ipeton
emite nieblas misteriosas
a mi alrededor.
566
Nada nada nada.
Literatura kuna tule

(Turpana, s/f: s/p)


I
••••
C U AR t A PAR t E
P AC Íf IC O
Embera Katío, Embera Chamí,
Wounán, Awá
INtROdUCCIóN

Las literaturas más húmedas del mundo

Entre el imponente océano, que tiene má s de bravío que de Pa-


cífico, y las vertientes que descienden de la rama noroccidental de la
cordillera de los Andes, brotan y rebrotan, entre innumerables ríos y
fuentes de agua dulce, las selvas superhú medas que aú n son hogar de
algunas de las culturas indígenas más fascinantes del planeta Tierra.
Se trata de poblaciones dispersas, pocas, aú n muy aisladas, y desde
hace varios siglos en constante interacció n con colonos de origen eu-
ropeo y, sobre todo, de procedencia africana.
569
Homogenizados en el pasado bajo el etnó nimo de chocó o chocoés,
los pobladores originarios del centro y norte del Pacífico en Colom-
bia actualmente se diferencian en dos grandes grupos: los wounán y
los embera. Estos ú ltimos caracterizados como gente de río –los de las
selvas del Chocó , Có rdoba, Valle y Nariñ o– y como gente de montaña
–los asentados en las vertientes de cordillera y valles interandinos en
departamentos como Antioquia, Valle, Quindío, Caldas, Risaralda,
Putumayo y Caquetá–. Debido a las presiones de los megaproyectos,
la colonizació n, la guerra interna en Colombia, e incluso la atracció n
por las ciudades, la migració n de los emberase incrementó en la pri-
mera década del siglo XXI, sobre todo la de los katíos. Hay que decir
que en muchos casos se trata de un tipo de desplazamiento que raya
con la mendicidad en las difíciles condiciones que ofrecen las ciuda-
des del país.
En cuanto a los awá , má s al sur, hasta no hace mucho se les co-
noció como coaiquer o cuaiquer, denominació n dada por los españ oles
–y convertida más tarde en kwaiker y kwayker, con «fonética inglesa»,
segú n lo explica el especialista Benhur Ceró n–. Hoy por hoy, ellos
se autodenominan awá, «gente», e inkal awá, «gente de montañ a»; un
tipo de montañ a cubierta de selvas y, en consecuencia, también se
denominan gente de selva. Los awa-cuaiquer están dispersos en mú l-
tiples asentamientos que cubren cerca de quinientas mil hectáreas,
desde el piedemonte de la cordillera hasta los .800 metros de altura.
Se extienden a partir del río Telembí, en Colombia, y llegan al no-
roccidente de la Repú blica del Ecuador (Ceró n, 992: ).
Los embera (o emberá, «la gente»), además de diferenciarse por el
tipo de entorno al que se han adaptado o readaptado tras las
presiones colonizadoras, se suelen distinguir a su vez como chamí y
como katío (catío). Mauricio Pardo señ ala que son «chamí en
Risaralda, meme en algunas zonas de la cordillera; catío en Antioquia
y Có rdoba; aunque en realidad los catío fueron otros indígenas ya
extintos que habitaban en la zona occidental de la actual Antioquia»
(Pardo, 987: 252). En las riberas de los ríos Saija y Micay se ubican
los eperara siapidara, un grupo diferencial embera con características
especiales como la exis- tencia de las tachinave (tachi nawe), sus
líderes espírituales tradicio- nales. Los wounán (wounaan) también
son conocidos como waunanas y menos frecuentemente como
noanamás.
Los embera de las selvas y ríos del Pacífico se extienden en asenta-
mientos dispersos desde Panamá, pasando por Chocó , Valle del Cau-
ca y Nariñ o, y alcanzando el área del río Cayapas al norte del Ecuador.
Es frecuente la identificació n de los embera chamí con la parte alta del
río San Juan, así como la de los wounán con el medio y bajo San Juan.
Los wounán y los embera poseen lenguas y rasgos culturales simila-
res. Para los embera del sur (eperara siapidara) y los wounán, en el
río Saija en particular, son comunes las rogativas –ceremonias
religiosas comunitarias con algunos elementos cató licos– en las cuales
se canta y se baila bajo la orientació n de las tachinave. Entre los
embera del norte son más comunes los jaibanás, aunque en el pasado
existieron mujeres con roles de cacicas, y aunque se atribuye el origen
del jaibanismo a mujeres sobrenaturales que raptaron y criaron niñ os
a quienes se los transmitieron. Luis Guillermo Vasco, antropó logo
de la Universidad Nacional, considera inadecuado llamar chamanes a
los jaibanás, y pre- fiere llamarlos «verdaderos hombres» (Vasco,
985).
En un mapa de 596 exhibido en Gentes de Río, exposició n embe-
ra-wouná n del Museo del Oro, el ex gobernador del Chocó ,
Melchior de Salazar, deja notar la presencia de noanamás-wounán,
cirambiras y tatumas –estos ú ltimos asociados con los actuales
embera del chamí
en el Alto San Juan– En otro mapa, presentado por Mauricio Pardo,
el curador de la exposició n, se propone que durante el periodo de
Conquista los noanamá (wounán) se ubicaban en el Bajo San Juan, los
cirambira en el Medio San Juan, los tatama en el Alto San Juan; los
citara en Alto Atrato y los chocó y embera en el río Darién.
En lo que respecta a las poblaciones indígenas del Pacífico sur co-
lombiano –actual Departamento de Nariñ o–, Ceró n (992) comenta
que fueron homogenizados con el nombre de barbacoas, debido a sus
viviendas palafíticas, o sobre pilotes; un rasgo que podemos encontrar
en poblaciones tan meridionales como las de los diezmados chonos de
la isla grande de Chiloé, en Chile. Es un hecho que muchos grupos
indígenas del Pacífico suramericano practicaron la navegació n y el
comercio marítimo, incluso en regiones tan apartadas como Centroa-
mérica y Mesoamérica. La cultura tumaco-la tolita (tulato), en la que
numerosos investigadores hallan rasgos mesoamericanos, precedió
con sus grandes desarrollos a los indígenas que los españ oles deno-
minaron barbacoas, los cuales pueden distinguirse en cuatro grupos
57
principales, que recibieron denominaciones segú n los ríos donde ha-
bitaban: sindaguas, telembíes, barbacoas e iscuandés (Ceró n, 992:

Awá-pit y chocó
3). Las relaciones entre los sindaguas y los awá son las que resultan
más evidentes, y cabe la posibilidad de que los awá sean
descendientes o remanentes de los sindaguas.
Los awá han recibido un gran impacto negativo sobre sus saberes
propios, hasta el punto de que es muy poco lo que se conserva o cono-
ce de sus relatos tradicionales; con todo, tanto ellos como los embera
y los wounán continú an hablando sus lenguas originarias; lenguas en
las que siguen contando y cantando algunas de las literaturas más hú -
medas del mundo.

Awá-pit y chocó

En la actualidad, el awá -pit, awá o kwaiquer, es una lengua


clasi- ficada como independiente, mientras que investigadores
como Jon Landaburu (2009) la incluyen en la familia lingü ística
barbacoa junto con el wam o guambiano. Ceró n, quien sintetizó
diferentes
perspectivas lingü ísticas sobre la lengua de los awá, señ ala inves-
tigaciones de vocabulario comparado que permitieron considerar
sus relaciones con la lengua que hablaron los antiguos sindagua;
Ja- cinto Jijó n y Caamañ o, investigador ecuatoriano, planteó , por
otro lado, que se trataba del «ú nico vestigio de la lengua pasto»
(Ceró n,
992:2). Sin embargo, los pastos de la frontera Carchi-Nariñ o ha-
blan actualmente españ ol, y un poco de quichua, pues perdieron su
propia lengua.
La lengua wounán y la lengua embera –que tienen cada una mú lti-
ples variedades dialectales– están estrechamente emparentadas y
con- forman la familia lingü ística chocó , a la que Á lvaro Chaves
Mendoza y otros investigadores consideraban como uno de los cuatro
grupos de la familia lingü ística carib, subdivido a su vez en ocho
dialectos: andá gueda, baudó , citará, chamí, cholo, katío, kimbaya y
noanamá (Chaves, 992: 43). La lengua wounán, la lengua de la
572
gente, «tiene un habla homogénea en toda su extensió n, en contraste
con el emberá, cuyas variaciones dialectales son tan diferentes las
unas de las otras que las que se hablan en las regiones del norte no se
Pacífico

entienden en las del sur» (Chaves, 992: 44).


Segú n Mauricio Pardo, serían cinco las variedades dialectales del
embera, de acuerdo con zonas geográficas: emberá de Panamá (Alto-
Bajo Atrato), emberá del noroccidente antioqueñ o (Dabeiba) y Có r-
doba (Sinú , San Jorge), emberá del Alto San Juan (Chamí) emberá
del Medio Baudó (Catru y Dubasa), y emberá costa, al sur de
Buena- ventura (Pardo, 987: 252).
Mientras que en las costas centro-norte (actual Chocó ) algunas
de las primeras penetraciones españ olas fueron obra de saqueadores
como Vasco Nú ñ ez de Balboa en los añ os treinta del siglo XVI; en la
costa sur (actual Nariñ o) el primer contacto con los españ oles se rea-
lizó alrededor de 525, «cuando las huestes de Pizarro en su trayecto
entre Panamá y Perú se establecieron en la isla Gorgona y la isla
del Gallo frente a Tumaco, a fin de abastecer provisiones y reparar
em- barcaciones» (Díaz citado por Ceró n, 992: 3).
En buena parte del área correspondiente a los actuales embera-
wounán, la guerra parece haber decaído en las ú ltimas décadas del si-
glo XVII, cuando comenzaron a imponerse las reducciones en pueblos
de los diversos indígenas del área. Los investigadores señ alan que los
indígenas y los afrodescendientes se dispersaron por los ríos durante
la segunda y tercera década del XIX, una vez terminó la Colonia y se
inició el periodo de Independencia republicana. Los colonos de fines
del XIX –especialmente los antioqueñ os–, los misioneros y los afroco-
lombianos serán desde entonces quienes mayor contacto tengan con
los pobladores originarios del área mediante el mestizaje y el inter-
cambio de mercancías y pautas culturales.
Los embera que habían sido parcialmente reducidos, y los que se
protegieron monte adentro –los «cimarrones»–, recuperaron, perdie-
ron o ganaron terreno en luchas con otros grupos indígenas como los
cuna o tule, lo cual es motivo de numerosos relatos de luchas interét-
nicas. En los añ os setenta y ochenta del siglo XX, los embera
unieron fuerzas con los wounán y lucharon organizadamente hasta
definir el espacio de decenas de resguardos; espacios que hoy en
día vuelven a verse afectados por proyectos multinacionales y, ante
todo, por el impacto de la guerra y el trá fico de drogas.
En lo que es el presente territorio awá y sus alrededores, durante
573
la Conquista penetraron las tropas de Almagro por la costa ecuatoria-
na; «otros vinieron desde Popayán siguiendo el curso del río Patía y

Awá-pit y chocó
las expediciones de Belálcazar procedentes de Quito» (Ceró n, 992:
4). Siguiendo a Ceró n debe decirse que las encomiendas españ olas
se generalizaron a lo largo del río Mayasquer, que es conocido oficial-
mente con el nombre de río San Juan. Los reductos de la població n
indígena quedaron a cargo de los padres Mercedarios, provenientes
de Ecuador. En 850, abolida la esclavitud, los afrodescendientes li-
bres se dispersaron buscando tierras y tal presió n implicó que mu-
chos nativos se aislaran parcialmente y replegaran en las montañ as
de selva. Notoriamente más impactados que sus vecinos originarios
del norte, los inkal awá hoy por hoy se distinguen en tres grupos con
diferentes niveles de aculturació n. Como hizo notar Ceró n (992), si
los awá de fines del siglo XIX vestían tejidos de corteza de damajagua y
vivían parcialmente desnudos, tal situació n cambió cuando los misio-
neros de corrientes renovadas les impusieron un tipo de uniforme que
aú n lucen muchos de los hombres mayores. No es casual, por
tanto, que hasta hace poco se creyera que los awá no poseían siquiera
una mitología propia, tan aculturados como parecían; pero la
mantenían calladamente oculta; una estrategia que les ha
permitido conservar
algunas de sus expresiones culturales hasta el presente. Profundizar
sus relaciones interculturales a través del conocimiento médico con
indígenas del vecino Putumayo, en Colombia, con los pastos de Na-
riñ o, y con los afines tsachilas (colorados) y cayapas de Ecuador, es
otro de los retos que plantea este periodo de resurgimiento y trueno
de los inkal awá .
Sobre las culturas embera y wouná n no se puede hablar en los
mismos términos de ocultamiento cultural que definieron hasta hace
poco a los awá. Aunque más aisladas, ellas han sido más visitadas por
investigadores cuyos registros permiten conocer su devenir histó ri-
co. Las memorias fotográ ficas que incluye una reciente exposició n
del Museo del Oro, permiten mencionar a Erland Nordenskiö ld (en
927), Henry Wassén (en 934 y 955), Alicia y Gerardo
Reichel- Dolmatoff (en 960 y 96), Luis Guillermo Vasco (a
finales de los sesenta), Fernando Urbina (en 973) y Mauricio Pardo
(entre 980 y
574
983). Sobre Nordenskiö ld, etnó grafo sueco, es de notar que trabajó
con Sélimo Huacorismo, y que conoció a Floresmiro Dogiramá ,
tam- bién jaibaná y célebre narrador embera de río.
Pacífico

escribiendo esencias sobre el cuerpo

Ann Osborn, investigadora de la Universidad de Oxford, escribió


que los ciclos míticos uwa de la Sierra Nevada del Cocuy eran com-
parables a las épicas del viejo mundo. Sus consideraciones de finales
de los sesenta sobre los awá son todo lo opuesto, pues, segú n Osborn,
los awá no tenían mitología, y sus narraciones son «definitivamente
de origen cristiano». La investigadora de Oxford expresa la idea de
una cultura awá que se preocupa má s por su presente y su futuro
que por su pasado. Benhur Ceró n (992) afirma que los awá-cuaiquer
realizaron una «solidaridad en el silencio»; pienso que tal solidaridad
les permitió proteger al menos una parte del nú cleo de sus creencias
ancestrales, transformándolas en cierta medida bajo la apariencia de
expresiones y prácticas cató licas: santos, fiesta del perdó n, procesio-
nes; es decir, manifestaciones al estilo sincrético de las comunidades
indígenas andinas.
Por otro lado, investigaciones como la de Jaime Miguel Silva
(s/f.), escritor awá, comienzan a revelar fuentes que permiten refutar
la conclusió n de Ann Osborn, y hablar claramente sobre la existencia
de unas narrativas tradicionales awá. Se trata de relatos relativamente
breves, y apenas en el proceso de darse a conocer, pues resurgen de
boca en boca entre familiares –la madre del propio Silva es una de sus
principales narradoras–.
Muy diferente es el estado actual de los estudios sobre las li-
teraturas tradicionales y sapienciales de los wounán y los embera.
Aunque Pineda y Gutiérrez llegaron a pensar que una buena parte
de la mitología chocó estaba pérdida o, por lo menos, que no había
sido recogida hasta ahora, se inclinaron por la idea contraria, toda
vez que
[…] cuando los chocoes narran las aventuras de Caragabí, dan por
sen- tado el hecho de que el mundo, es decir, la tierra donde debían
habitar y habitaban los indios, estaba formada: le faltaba el agua, no había
animales, los mares y los ríos no existían, pero la tierra en sí ya era. (999:
295). 575

Escribiendo esencias sobre el cuerpo


Antes de entrar en los análisis temá ticos, nos detendremos un
poco en las formas de escritura propias de los embera, sobre todo en
la escritura corporal, que al igual que los cantos chamanísticos, está
frecuentemente orientada a la comunicació n con las esencias omni-
presentes en el entorno natural. Los embera leen y escriben usando
la pintura facial y corporal, moldeando vasijas, tallando bastones de
madera, dibujando sobre tablas para curació n, tejiendo cestos, elabo-
rando collares y objetos con chaquiras. Los hombres pueden tallar;
y las mujeres se encargan de la cerámica y la cestería en los asenta-
mientos en que aú n se practican tales artes. La pintura corporal más
compleja es la que conocen y usan los embera de río, en especial sus
jaibanás, que se encargan de «sentar banco», es decir, de los tratos con
los jais o esencias, con el objeto de curar, propiciar la caza y favorecer
a su comunidad.
El conjunto de representaciones naturalistas y substancialistas
que la antropó loga Astrid Ulloa ( 992) denomina kipará, es más cer-
cano a los sistemas pictoideográficos de la escritura pintada de los
chi- nos y los japoneses que al abstracto sistema fonético
internacional. El kipará es, antes que nada, algo particular: la jagua o
tinte negro que se
usa para pintarse; al tiempo que una dimensió n más amplia –desde la
perspectiva embera– pero cercana a lo que serían nuestros conceptos
de cultura e identidad. En su contexto estos conceptos se relacionan
propiamente con la pintura, el pintarse, el estar pintado y el expresar-
se mediante los dibujos en el cuerpo.
Ahora bien, debe quedar claro que la pintura y el dibujo, a nivel
de sus motivos y colores, se relacionan con la cestería, la cerá mica,
las tallas en madera y las tablas de curació n (Ulloa, 992: 307). Con
todo, los motivos pictó ricos se plasman en el cuerpo de acuerdo con
las circunstancias, y como en el caso de los tejidos centroandinos, los
sentidos iconográficos están ligados a la manera en que se inscriben
en su propio espacio, respondiendo en las prácticas del kipará a las
dimensiones del cuerpo. Las pinturas se realizan con jagua y con
bija (achiote), tintes de característicos colores negro y rojo, respec-
tivamente. Ulloa explica que se pinta con «pinceles de uno a cuatro
dientes», aunque en el pasado se usaron pintaderas, sellos o placas
576
impresoras. Los diseñ os se plasman sobre cara, cuerpo, uñ as, dientes
y cabello (992: 82). Los niñ os comienzan a pintarse hacia los doce o
trece añ os, y en la antigua iniciació n de los jó venes estos eran
Pacífico

pintados por sus padrinos, segú n explica Ulloa.


Entre los mú ltiples usos de la pintura facial y corporal, pueden
distinguirse los de «proteger (de los malos /jai/ y de las enfermeda-
des)», «asustar a los espíritus (en un canto de /jai/)», «curar enferme-
dades (malestar estomacal, afecciones de la piel)», «diferenciar dia-
lectalmente (embera-río y embera-montañ a)», «identificar»,
«expresar estados de ánimo», y «establecer comunicaciones entre lo
cotidiano y las esencias» (Ulloa, 992: 298).
Así pues, si el acto de pintarse y ser pintado es un elemento
de cultura embera, y wouná n, también entre ellos hay un tipo de
pintura particular, de motivos especialmente complejos y eficaces:
los del jaibaná , un tipo de chamán cuyas funciones solo pueden ser
entendidas en su contexto tradicional. En tal sentido, y conside-
rando las diferencias, los investigadores han podido establecer
que la escritura embera se inscribe en el cuerpo orientada a un
primer plano de comunicació n interpersonal e intercomunitaria.
Un plano diferente es el que se establece durante los trabajos
chamanísticos que privilegian la comunicació n con los seres
sobrenaturales, per-
sonificaciones, o simplemente esencias espirituales, energías del te-
rritorio tradicional.
Pero antiguamente no solo se pintaban los jaibanás, las ayudantes
y los enfermos; también se pintaban las viviendas y los espacios en
donde se introducía al paciente: las llamadas «casas de jais». Similar a
lo que ocurre al consultar una oütsu (outshi) entre los wayuu, «los
indí- genas [embera] explican que antes de realizar la ceremonia, un
jaibaná debe hablar con los /jai/ para saber qué hacer»; tal
comunicació n le permitirá «conocer los diseñ os de la pintura que
deben llevar en cada situació n, tanto las ayudantes como él mismo»
(Ulloa, 992: 206).
Escuché contar a Luis Guillermo Vasco que en una ocasió n un
investigador presentó una serie de representaciones de jais ante unos
embera entre los que había varios jaibanás. Los embera se alteraron:
no eran representaciones de jais: ¡eran los jais en sí mismos! Por
tanto, podrían hacerles dañ o, porque estaban allí presentes sin
alguien que los controlara: estaban fuera de contexto. La experiencia
llevó a con- cluir a Vasco que entre los embera no hay diferencias 577
entre forma y
contenido. En tal orden de ideas, los diseñ os plasmados sobre el cuer-
po durante las ceremonias de curació n funcionan con eficacia para

Escribiendo esencias sobre el cuerpo


atraer o repeler a los jais. Segú n el autor de Jaibanás, los verdaderos
hombres (Vasco, 985), un jai no es propiamente un espíritu, en tanto
el espíritu no se ve. Mientras que los jais se ven, están materializados,
son las cosas, o más concretamente: la esencia particular de las cosas
y los seres. Así pues, si el kipará es la escritura pintada embera, sus
diseñ os pictó ricos no son abstracciones de las esencias, sino las esen-
cias en sí, y por eso su uso especial se restringe a contextos en que un
jaibaná o una jaibaná intervienen y regulan tal comunicació n con lo
sagrado entendido como lo esencial.
Las palabras de jaibaná, sus cantos especiales, sus bastones, utensi-
lios y pinturas forman un continuo en el que la comunicació n trascien-
de lo interpersonal, penetrando las esferas del cosmos circundante
con propó sitos como pactar la caza con las cepas o «Madres de los
anima-

. Ulloa señ ala que «la pintura corporal y facial es muy importante en la
celebració n de la curació n y del canto; permite la comunicació n con
los /jai/ pues se utiliza pintura representativa del animal o de las hojas
que se invoquen. Las ayudantes, los participantes y el jaibaná van
pintados, y en algunas ocasiones también los enfermos» (992: 69).
les», así como barrer, condensar y, finalmente, chupar las esencias de
las enfermedades. Lo que se pinta es la esencia, que también puede
ser expresada por la palabra; pero no cualquier tipo de palabra:
palabras elaboradas, transmitidas y eficaces. Palabras fuertes y
mayores como las expresadas en las tradiciones mítico-
literarias.
La elaboració n oral se acompañ a y apoya en la elaboració n gráfica.
Una actitud semejante define a otras tantas literaturas u oraliteraturas
indígenas. Un ejemplo clásico y antiguo es el del quipucamayoc inca
contando con el apoyo de su quipu, o instrumento textil de nudos,
posiciones y colores. Otro ejemplo es el de la tejedora que canta a
propó sito de lo que está tejiendo. Un ejemplo embera lo otorga Ulloa
al describir la ceremonia del canto de /jai/:
[…] cuando el jaibaná canta no lleva pintura en la quijada; cuando invoca
poder tampoco, porque él ahí está en contacto verbal con los /jai/; pero
cuando debe curar y tiene que hablar en el canto por el enfermo,
entonces para su comunicació n personal sí utiliza los diseñ os de la quijada.
578
Se podría creer que este diseñ o de la quijada es la continuación de la
palabra. (992: 30).
Pacífico

Aunque en diferente medida, los wouná n usan también pintura


facial y corporal, y sus jaibanás o benkunas tallan igualmente basto-
nes con representaciones de sus jais: a menudo un hombre que lleva
un animal sobre su espalda o su cabeza. Los benkuna wounán, tan
afines a los jaibaná, también parecen «guardar» a sus jai en bastones
que tallan durante sus procesos de aprendizaje. Jaibanás y benkunas
conservan sus bastones, que son sus jai mismos, no su representació n.
Los bastones también son la presencia de los maestros con los que
han aprendido. Las tallas de bastones y figuras antropomorfas y
zoomor- fas, la pintura sobre tablas de uso chamánico, la confecció n
de canas- tos y platos como los hechos en fibras de wérregue, y las
pictografías de bija y jagua sobre cortezas de árboles, todas son
expresiones que los wouná n recrean a partir de patrones básicos
colectivos.
Las pictografías sobre corteza vegetal poseen ejemplos muy ela-

. A nivel mítico-literario, un ejercicio interesante, aunque muy breve, fue el


realizado por talladores de bastones wouná n que interpretaron algunos elementos
de las narrativas tradicionales, como el de la mujer que mantenía relaciones con
un «sá balo grande» (véase Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, 998).
borados en pueblos mesoamericanos como los mayas y mixtecas, cu-
yos escribas elaboraron numerosos libros de contenido calendárico,
teoló gico y literario: los famosos có dices. En Colombia y Perú se
han hecho célebres las pictografías sobre tela de yanchama, obras con
la presencia de elementos y personajes de las narrativas
tradicionales de los bora y los tikuna, entre otras comunidades
amazó nicas. Las telas pintadas wounán «reflejan la vida cotidiana»
en aspectos tales como «cacerías, pesca, navegació n en canoas,
extracció n de la miel de la cañ a, bailes y escenas hogareñ as»
(Chaves, 992: 59). En lo que respecta a la bellísima cestería en
wérregue, u «ollas y platos tejidos», Chaves Mendoza afirma:
Es posible que el origen de esta técnica de cestería esté en el Á frica y
haya sido introducida a la regió n chocoana por algú n africano o africana de
los que llegaron como esclavos para la minería; lo cierto es que no se conocen
antecedentes locales y las propias artesanas ignoran los principios, recordan-
do apenas que aprendieron el oficio de sus abuelas, pero esta tradició n no es
compartida por las otras comunidades. (Chaves, 992: 59).
579
De hecho, en el momento en que Chaves escribía, la tradició n

Escribiendo esencias sobre el cuerpo


del wérregue era practicada en la comunidad Wounán de la quebrada
de Pichimá, y en Togoromá , «comunidad vecina». Es interesante la
alusió n que el mismo autor hace a objetos similares en Botswana, país
al sur de Á frica. Iconográficamente los wérregue presentan diseñ os
bá- sicamente geométricos, aunque los wounán también elaboran
piezas donde dejan ver elementos figurativos similares a los
plasmados sobre telas de corteza –frecuentesmente diseñ os de
culebras–. En los wérre- gue y en las pinturas sobre yanchama, como
en el de las molas (kuna tule) y las susu (mochilas wayuu), la creciente
demanda del mercado tiende a imponer transformaciones
iconográficas que buscan compla- cer los intereses de sus
compradores.
A nivel formal y temático, las oraliteraturas indígenas del Pacífi-
co colombiano presentan mú ltiples elementos de procedencia africa-
na y europea tras cinco siglos de encuentros y desencuentros. En
lo musical los embera parecen haber incorporado de sus vecinos afro-
descendientes la chirimía, e instrumentos como flautas y bombos. A
su vez, muchos médicos tradicionales afro aprendieron de jaibanás
y benkunas. Los adornos en plata eran inicialmente encargados a
plateros afrodescendientes, aunque luego los indígenas se ocuparon
de su confecció n; una muestra son los collares que estos hicieron con
monedas de plata que venían del interior del país. En cuanto a las
chaquiras de vidrio, habrían sido introducidas por los europeos. Los
tejidos en chaquira cobran forma en fajas, collares, cinturones, braza-
letes, etcétera, y algunos de sus motivos pictó ricos son visibles en la
cestería y el kipará.
El tema del intercambio comercial está presente en las pequeñ as
embarcaciones talladas en madera, que parecen juguetes de madera
con tripulaciones de jais. Los jais están tallados portando armas con-
sigo, y en algunos casos parecen soldados colombianos. Se cuenta que
en esas embarcaciones a escala llegan los jais convocados a las fiestas
comunitarias por los jaibanás. Entre los wounán y embera de río,
la escultura en madera es una forma de materializar a los jais en
for- ma de personas y animales. Las figuras talladas suelen ser
desechadas cuando finalizan las fiestas o los trabajos de
curació n.
580
Es importante recordar que entre los embera y wounán las acti-
vidades están bien diferenciadas por géneros y edades. La cerámica,
Pacífico

aunque casi extinta entre los embera katío, suele ser de confecció n
femenina, así como la cestería; mientras que las tallas en madera les
corresponden a los hombres.
Los célebres cántaros chocó se distinguen por su forma antropo-
morfa con «barriguita». Vasco ha sostenido que los cántaros represen-
tan a los seres esenciales; es precisamente en su interior en donde se
fermenta la chicha para las fiestas comunitarias, y segú n explica, la
chicha de maíz es generadora del ser embera. Este antropó logo cuenta
que durante el rito de paso de niñ a a mujer, ella es aislada en un recin-
to en donde pasa al menos un par de días adornando su chocó, cántaro
que la acompañ ará durante toda su vida.
El autor de Semejantes a los dioses (987) señ ala así mismo que
los embera de montañ a conservan el arte de la cerámica, aunque
adap- tada a las necesidades y pedidos de sus vecinos colonos. Las
mujeres mayores suelen usar paruma (tela tradicional enrollada a la
cintura) debajo de ropas occidentales. Los hombres realizan tejidos
con hilos. En cuanto a los tejidos de los embera de río, Wassén
(988) cita a Severino de Santa Teresa y a Nordenskiö ld, en
referencias directas a cabuyas con nudos comparables en lo
nemotécnico a los quipus de
los Andes centrales. Ahora bien, si hoy en día los embera de montañ a
se asemejan más a sus contemporáneos andinos que a los selváticos,
es muy probable que cualquier tipo de relaciones con los nú cleos ci-
vilizadores centroandinos se establecieran en el pasado a través del
corredor marítimo del Pacífico.

Dos gotas de saliva en playas blancas de gente recién nacida

A comienzos de los añ os ochenta, el antropó logo Mauricio Pardo


incursionó en el Alto Baudó , y en el Chorí y Jurubidá , dos pequeñ os
afluentes del Pacífico. Entonces conoció a Floresmiro Dogiramá , un
jaibaná embera de río, gran narrador por demás, quien aprendió con
jaibaná s de Dubasa y de Arquía, y con dos waunanas del San Juan
(Dogiramá y Pardo, 984: 5). Segú n explica Pardo allí, el
«interés universalista» de Floresmiro Dogiramá lo llevó a aprender
58
cantos y
rituales de curació n en lengua inga. É l transcribió y recopiló piezas
literarias que a su vez Dogiramá había recopilado y recontado por

Dos gotas de saliva en playas blancas de gente recién nacida


décadas. El libro Zrõarã Ne˜burã, Historia de los antiguos (984), es
en términos generales el resultado de la cooperació n entre un
recopila- dor oral interno y un recopilador etnoliterario externo.
Zrõarã Ne˜burã alcanza a transmitir por escrito la fuerza y algunos
de los mú ltiples giros de las narraciones orales tradicionales.
Considerando la cadena de narradores, Pardo aclara:
Las historias narradas por Floresmiro las aprendió en su juventud de
diferentes personas pero principalmente de su abuelo Luicasú niga Dogiramá
y de su tío Antoñ ito. Algunas las conoció en el río Bojayá y otras le fue-
ron referidas por emberá s cerreñ os del lado antioqueñ o. La mayoría fueron
aprendidas en épocas anteriores a 930. (Dogiramá y Pardo, 984: 8-9).

Unas pocas historias las recogió de otros narradores, por ejemplo,


Joaquín Conde, de quien incluyo en esta selecció n una de las llamadas
«aventuras del ñ eque».
En el artículo «Indígenas del Chocó » (987), Pardo propone una
clasificació n de las narraciones tradicionales: historias de creació n en
las que actú an los seres primordiales; historias de héroes culturales
cuyas acciones configuran el mundo y las cosas; historias de espíritus
con los que se relaciona el jaibaná (espíritus que pueden ser jai, o
incluso monstruos, a veces las madres de los animales o cepas); y las
historias de animales, que pueden representar facultades o compor-
tamientos sociales.
Por tratarse de una obra tan bien estructurada en lo formal y lo te-
mático, Zrõarã Ne˜burã, aun sin ser un estudio crítico, puede tomarse
como referencia en cualquier aproximació n profunda a las caracterís-
ticas propias de las oraliteraturas embera. De hecho, y como se notará
en los textos seleccionados, aunque las versiones difieren en numero-
sos detalles, los chamí y los katío comparten numerosos relatos como
el del «Hijo de la pierna», los gemelos, la boa devoradora... Así
pues, si las historias de origen de Dogiramá y Pardo son parte del
corpus mítico-literario de los llamados embera de río; y no debe
perderse de vista que muchas fueron escuchadas por Dogiramá de los
embera de montañ a en Antioquia. Así pues, la separació n de los
582
textos en sec- ciones embera catío y embera chamí no responde a
diferencias de raíz sino de ramas, pues cada vez es más notoria la
diferencia entre unos y otros en respuesta a su relació n con los
Pacífico

colonos y el entorno, entre otros factores.


La clasificació n de las temáticas narrativas embera es afín a la que
Astrid Ulloa (992) propuso en el contexto del kipará: pintura de
antigua, pintura de jaibanismo, pintura comú n y pintura de
innova- ció n personal. En efecto, si relacionamos las propuestas de
Pardo y de Ulloa, se pueden proponer las siguientes relaciones:
historias del principio con pinturas de antigua, historias de trueno
y de jaibanás con pintura de jaibanismo. La categoría de pintura
común puede rela- cionarse con ese tipo de relatos que se cuentan de
manera fragmen- taria, frecuentemente por narradores poco
reconocidos y, sobre todo, fuera de contextos rituales, es decir, en
ocasiones de la vida cotidiana.

. En Zrõarã Ne~burã, su libro con Dogiramá , la clasificació n es un


poco diferente, pues en la primera secció n fusiona las historias de
creació n y de héroes culturales. Las clasificaciones son las siguientes:
historias del principio («El agua», «El pá jaro Luna», «La hermana de
Carabí» y
«El hijo de la pierna»), historias de trueno, historias de cuñ ados («El
rey Gallinazo», «La nutria»), historias de jaibaná s («El tigre», «El trueno
jaibaná»), historias de guerra («Burumía», «Jurá »), historias de cimarrones,
e historias de animales («La sierpe», «Los osos», «El ñ eque y el tigre»).
La pintura de innovación personal podría ser relacionada con los nue-
vos escritores en lenguas indígenas, un fenó meno creciente que aú n
no es muy notorio ni entre los embera ni entre los wounán. En el
caso de la pintura, sobre todo la facial, es más comú n la creciente
innova- ció n personal en los motivos y contenidos que se plasman.
Los embera katío distinguen tres mundos o niveles cósmicos que,
segú n Pardo, son lugares cósmicos que se relacionan «de una manera
muy distinta o que simplemente no se puedan parangonar, aparecien-
do cada uno de ellos en un contexto original» (987: 73); o que se
pue- den ver también como espacios correspondientes a
«temporalidades diferentes». Se trata de bajá o bajía, el cielo, mundo
de los muertos y de los gallinazos, también el mundo superior a donde
finalmente se retira Karagabí.
[…] En el nivel inferior se encuentran distintos espíritus como
algunos dueñ os de especies, las «madres agua» ãtomiá, y segú n algunas
narraciones es por excelencia el mundo de los seres sin ano. En un
extremo del mundo intermedio, el de los hombres, y en direcció n hacia
donde corren las aguas se 583
encontraría do karrá, el lugar de la gente incompleta que se forma al lavarse
la gente después del acto sexual. (Pardo, 987: 73).

Dos gotas de saliva en playas blancas de gente recién nacida


Al igual que en otras tradiciones mítico-literarias, el mundo pare-
ce ya estar creado, mas no configurado, cuando aparecen los prime-
ros padres, seres primordiales que se enfrentan y compiten como en
los relatos de Karagabí y Tutruiká. Algunas versiones muestran que
Karagabí se habría enfrentado a su padre (Tatzitzetze, Dachizeze o
Ankore), quien lo habría creado de un salivazo. De hecho, Tutruiká,
quien se jactaba de haberse creado a sí mismo, se burlaba de Karagabí
por haber nacido de padre, y además ¡por ser producto de nada menos
que un escupitajo! El tema del origen oscuro, comú n entre los em-
bera y wounán, aparece especialmente detallado en un relato wayuu
en el que una paloma anciana se refiere a los gemelos cuya madre
ha sido devorada, como «¡Napütaala! ¡Residuos de alimentos!» (Pe-
rrin, 980), pedacitos de carne que un jaguar escupió . En otra versió n

. Hasta el momento solo he escuchado a una embera que en cierta ocasió n leyó
en Bogotá unos poemas que había escrito; los llamados «poemas» eran ante todo
unos escritos de contenido reivindicativo, y no poseían motivos tradicionales.
embera, Karagabí dice haber surgido de la saliva, sí, pero de la saliva
del mundo, que es el agua primordial. En cambio Tutruiká, aunque
se creó a sí mismo, aparece en el viento.
Karagabí, que venía de un mundo más arriba, y Tutruiká, que ve-
nía de un mundo más abajo, se encuentran en este mundo y se ponen
a crear gente con piedra y con barro, respectivamente; así es como
combinan sus cualidades –en el clásico tema del intercambio de pen-
samiento y materiales entre el supramundo y el inframundo en la con-
figuració n del planeta Tierra, un tema central en los cantos estacio-
nales uwa del área oriental andina–. La creació n de los seres humanos
a partir de muñ ecos modelados por hombres-deidades primordiales
aparece en otras literaturas indígenas de Colombia. Kemoko, hombre
primordial yukpa, fabrica cuatro muñ ecos de tierra, dos hombres y
dos mujeres. Una narradora wounán no se refiere a Ewandamá como
el modelador de los muñ ecos, sino a Jesucristo, quien los dispuso
en una playa vacía, encontrándolos vivos tras el paso de la noche
584
(duran- te el amanecer). Un narrador katío cuenta que el Sol se
hizo labrar unos palitos de chonta, y que a cada uno lo marcó con
un apellido; luego los puso sobre una playa grande en el Chocó , se
Pacífico

puso a tocar su tambor y los hizo levantar por montones. Eran tantos
que la playa se llenó y tuvieron que migrar hacia las cabeceras de los
ríos. Vélez (990 [982]) integra en su versió n los relatos recogidos
por los misioneros Severino de Santa Teresa y María de Betania, así
como el que escu- chó a Justiniano Domicó ; en la versió n integrada
los muñ ecos del ser de arriba son inferiores a los del ser de abajo.
Karagabí logra crear un hombre a partir de un pedacito de barro
donado por el avaro Tu- truiká; diez añ os más tarde Karagabí crea
una mujer (su compañ era), la forma con otro pedacito de tierra y un
pedacito de costilla. Este es el tipo de relato tradicional en que el
narrador integra elementos bí- blicos, un rasgo muy comú n en la
oraliteraturas de ingas y camëntsá. En numerosas ocasiones,
dependiendo de la persona que relata y también de a quién le
relate, los narradores sienten la necesidad de adecuar las versiones,
quizá para agradar al oyente si este es misionero o antropó logo, o
incluso para acoplar su tradició n a la del mundo de los extranjeros
que preguntan. Es lo que Pineda y Gutiérrez (999) llaman una
respuesta forzada. Sin embargo, no siempre es así, ni ne-
cesariamente implica que los indígenas hayan olvidado sus historias
de creació n, pues en muchas otras tradiciones del área, incluyendo las
vecinas de los Andes, no es prevalente la idea de creación: el mundo
ya estaba creado y los primeros hombres, frecuentemente mensajeros
de una deidad también preexistente, cumplen el papel de lo que en
quechua cusqueñ o se denomina camac, es decir «animar».
De hecho, Karagabí moldea y luego sopla sobre la frente y las
ex- tremidades del muñ eco. Soplar equivale a animar, a darle vida al
mu- ñ eco. Sin embargo, «tiempo después, Caragabí hizo de un salivazo
un nuevo personaje a quien llamó su hijo» (Vélez, 990: 7-20); y en
otra versió n, «Caragabí produjo de la nada una gota de agua, la cubrió
con una totuma nueva, y al día siguiente al descubrirla la halló
convertida en un indio catío» (990: 6). Luego hizo lo mismo
para hacer una mujer. A continuació n les enseñ ó có mo producir las
gotas. Surgió así una nueva pareja. La mujer, sintiendo la humedad
de la gota aú n en sus dedos, los sacude, y de esas «menudísimas
gotas» salen los cunas o tules, unos vecinos que segú n el relato
terminan siendo menos que los embera, lo cual se explica en parte
585
por sus antiguas pugnas territoria-
les. Parte de la clave está en reconocer el modo como el relato anterior
reproduce el esquema de luchas entre seres primordiales diferentes,

Dos gotas de saliva en playas blancas de gente recién nacida


de los que se cuenta que además se robaban el uno al otro, se
atacaban, se desafiaban. Por ú ltimo, toman una decisió n que aú n se
refleja en los ordenamientos territoriales de los kuna tule y los
embera. Como ya no podían ser amigos, cada uno se encarga de cuatro
territorios, y así es como sus mensajeros solo aparecen
esporádicamente en este mundo, mientras que ellos se retiran a lo
alto y a lo má s bajo. Karagabí pre- gunta finalmente a Tutruiká :
–¿Có mo se va a llamar el territorio hacia abajo?
–El primero se va a llamar territorio de chaberara. El segundo va a ser el
territorio de umucá, el camaleó n, después va a ser el territorio del agua y de
los peces, y después voy a vivir yo. ¿Y usted có mo va a bautizar su territorio?
–Mi territorio va a ser el territorio de nube, el territorio del gallinazo
blanco, el territorio del sol y de la luna y en el ú ltimo territorio voy a vivir yo.
Así quedaron ellos. (Domicó et á l., 2002: 256-26).

Queda claro entonces que si bien es cierto que se conciben tres


grandes dimensiones de realidad o mundos, en cada uno de estos exis-
ten diferentes niveles. La lectura del simbolismo de los muñ ecos im-
plica considerar que los hombres, especialmente benkunas y jaibanás,
realizan tallas en madera que frecuentemente son figuras
antropomor- fas o zooantropomorfas; a veces son figuras de cuerpo
entero, a veces figuras que tripulan las embarcaciones de jais, y con
frecuencia son los espíritus tallados en los remates de los bastones
tradicionales. Es el jaibaná-benkuna el que crea y luego atrae o repele
las esencias vitales. Repite así los actos creadores y animadores de los
seres primordiales.
Si el jaibaná es el verdadero hombre, Karagabí es el primer hom-
bre verdadero.

el hijo de la pierna brota con sangre

Cual ancestro y modelo comú n para los embera, Karagabí efectuó


acciones conducentes al mejoramiento del mundo intermedio –la lla-
mada humanización–, como poner a disposició n de la gente el agua, el
586
fuego y los alimentos; todos ellos dones recuperados de los animales-
hombres originales, quienes los tenían acaparados. Karagabí también
Pacífico

castigó la infidelidad de su mujer, a la que convirtió en ave para sentar


un precedente. En algunas versiones, él mismo suscita la desgracia de
su hermana, con quien tenía relaciones sexuales sin que ella lo notara.
Ella le mancha la cara durante la visita nocturna –en el tradicional
episodio de las manchas de la Luna– con el fin de descubrir su
iden- tidad a la mañ ana siguiente. Karagabí huye cuando se ve
descubierto, en una escena que nos recuerda la huida de Quetzalcó atl
(Uno Cañ a) tras descubrir que había tenido relaciones con su
hermana. La herma- na de Karagabí, embarazada de gemelos o
mellizos, trata de seguirlo, pero en el camino es engañ ada en repetidas
ocasiones por animales sobrenaturales –seguramente jais– que se
hacen pasar por su hermano para tener relaciones con ella.
Finalmente la devoran los hijos felinos de una anciana –con
recurrencia el sapo–, quienes se habían ofrecido a esconderla. De la
hermana devorada de Karagabí solo quedan unos restos –a veces los
fetos completos por intercesió n de la anciana ma- dre de los felinos–
de los que surgen y se desarrollan los hijos gemelos de Karagabí. Su
origen es oscuro, como el del Hijo de la pierna, un extrañ o héroe
embera.
Un motivo clásico en las literaturas indígenas de las selvas sura-
mericanas es el de la bú squeda del padre o de la madre, quien ha sido
asesinado(a), por lo que su hijos (o hijo) buscan vengarlo(a). El padre
asesinado se presenta a sus hijos en forma de ave con un mensaje so-
bre su origen, y además de contarles quiénes son realmente, les dice
dó nde y có mo recuperar los restos de su madre para hacer una flauta
con uno de los huesos.
Los hijos de Karagabí castigan a la madre falsa convirtiéndola de-
finitivamente en sapo. Acto seguido generan una gran inundació n,
todo un diluvio del que se salvan siguiendo las indicaciones de su
papá. Los hermanos se sientan sobre dos palmas de don pedrito que
han crecido juntas; y mientras tocan la flauta-hueso, las palmas cre-
cen, el mundo se anega y ellos suben al cielo. Por ú ltimo regresan a la
Tierra, que está pegajosa, y dan origen a una nueva humanidad.
El tema de los gemelos que vengan la muerte de su padre o madre,
o que sintiéndose huérfanos buscan reencontrarlos, en realidad está
muy extendido en América indígena. Baste solo mencionar versiones
587
como las que cuentan, a su manera, los apaches jicarillas del sudoes-
te norteamericano, los wayuu en el Caribe, los quichuas y shuar

El hijo de la pierna brota con sangre


del Ecuador, los guaraní del Paraguay, y los maya k’iché de
Guatemala en su clásico Popol vuh.
Para no ir más lejos, aclaremos que el motivo de la bú squeda del
padre o de la madre es central entre los emberá, chamí y katío, en
lo profundo de un ciclo de relatos sobre el Hijo de la pierna (o de la
pan- torrilla), un muchacho con poderes sobrenaturales cuyo parto
genera la muerte de la madre, y menos frecuentemente, del padre.
En esta variante hay un énfasis en la unió n o matrimonio
sobrenatural, motivo muy presente en las literaturas indígenas del
Pacífico colombiano. Jinú Potó , Jeru Poto Oarra, o simplemente el
«Hijo de la pierna», es reitera- damente el hijo de un ser del agua,
como la nutria y, principalmente,
. Ahora bien, una de las versiones más afines es justamente la de los so’to
(makirita-re o yekuana), un grupo de la orinoquía venezolana cuya lengua
pertenece a la familia lingü ística carib. En sus narraciones tradicionales,
compendiadas por escrito en el maravilloso Watunna, reaparece el
tema del á rbol y la inundació n. Con todo, es desde el á rbol que los
gemelos flechan y matan a muchos de los que devoraron a su madre.
Concluida la compensació n regresan al cielo, en un episodio que nos
recuerda a Hunahpú e Ixbalamqué los gemelos mayas del Popol vuh.
la sanguijuela –a veces del murciélago–, pues se caracteriza por
chupar sangre. Es importante destacar que las acciones de los héroes
embera y wounán poseen un marcado doble sentido, pues favorecen y
al tiempo incomodan a la comunidad. El Hijo de la pierna genera
numerosos problemas debido a su excesiva fuerza; de ahí que su
propia gente lo intente asesinar –una tensió n que en realidad se vive
con algunos jai- banás que han sido acusados por su comunidad de
usar mal o en exceso sus poderes–.
El motivo que subyace en los diferentes relatos sobre el Hijo de la
pierna es claramente el de la bú squeda de la madre, y su consiguiente
persecució n de los supuestos responsables del asesinato. Lo trágico
de este ciclo de relatos es que es el hijo quien viene a ser el directo
responsable por la muerte de la madre, o al menos así lo cree toda
la gente, aunque no se atrevan a decírselo; y en cambio culpan a las
grandes fuerzas que exceden el control humano: antomiás o seres so-
brenaturales del agua, serpientes, felinos e incluso a la misma
588
Luna. Lo que la gente realmente se propone es que esas fuerzas
destruyan al Hijo de la pierna, pero él casi siempre sale victorioso. Sus
victorias sobre las grandes fuerzas hostiles definen el predominio
Pacífico

humano so- bre un entorno hasta entonces muy temido.


Sin embargo, dicho predominio encuentra sus límites. Al igual
que los gemelos, el Hijo de la pierna sube hasta el cielo (aquí sobre
una guadua), con la intenció n de tumbar la Luna en castigo por
«ha- ber matado a su madre». Pero el pájaro carpintero troza la
guadua y él cae hasta ir a dar a un mundo más abajo del nuestro… Se
instaura un nuevo orden planetario con el regreso a la Tierra de los
hermanos. En el caso del Hijo de la pierna, con la caída se castiga su
creciente sober- bia –en concreto, su exceso de poder– y así es como
en el inframundo termina enfrentándose con animales pequeñ os, que
aunque allí lucen muy grandes no son peligrosos para las personas del
mundo interme- dio. Es un giro excepcional, pues el héroe que se
atreve a tumbar la Luna queda reducido a una lucha con cangrejos
y murciélagos.
En el mundo de abajo, el Hijo de la pierna conoce a los seres sin
ano, y se casa con una de ellos. El narrador cuenta que allá también
se aburren de él, así que regresa a su casa cuando ya lo daban por
muerto, y continua matando a todos aquellos que le dicen que es cul-
pable por la muerte de su madre. Ciego para ver que él mismo
causó
la muerte de su progenitora, se dedica a arrasar, aunque siempre deja
una pareja de los seres que mata. Regula así el territorio, definiendo
el control humano sobre el entorno. Pero el Hijo de la pierna no es
tan humano… Tiene la costumbre de chupar la sangre de las mujeres
que han parido. Ahí está en realidad la clave sobre su origen, pues su
madre ha muerto desangrada al darlo a luz.
Finalmente, la gente encuentra un medio para que él mismo se
mate. En la versió n que hemos venido siguiendo, recogida por Fer-
nando Urbina en el río Catrú (978), le dicen al Hijo de la pierna que
a su mamá la mató un palo de guayacán y lo retan a que sostenga
el tronco cuando lo tumben. El tronco cae y lo destripa; imagen
que ya se anticipaba cuando él cae desde la Luna al trozar la guadua el
pájaro carpintero. El Hijo de la pierna también ha regresado vivo del
mundo de abajo y del vientre de los peces que se lo tragaron, es decir,
del in- framundo y la muerte. Al final muere, pero lo curioso es que de
nuevo regresará, pues al morir da origen a los incontables insectos
que hasta hoy chupan la sangre en las selvas hú medas del
589
Pacífico.
Si bien es cierto que una literatura comparada más detallada tras-
ciende los propó sitos de esta introducció n, no puedo dejar de nom-

El hijo de la pierna brota con sangre


brar las cercanas relaciones del ciclo del Hijo de la Pierna con el ciclo
amazó nico de Yurupary, específicamente su relació n con Ualri, un
payé o chamán que en la versió n tariana se excede con su poder, hasta
el punto de matar o «devorar» a unos muchachos que iban a bañ arse
al río, por lo cual es capturado e incinerado. De las cenizas del
héroe repudiado por la comunidad surgen todo tipo de sombras y
animales venenosos.
El tema de la pantorrilla preñ ada aparece con especial énfasis en
una de las historias de origen de los yanomami, tribu de las selvas
venezolanas. Los chamanes yanomami cuentan con lujo de detalles
que en el principio solo había dos hombres. Uno embarazó al otro
introduciendo su pene «en el hueco de los dedos del pie» (Lizot, 975:
3). Su pantorrilla se hinchó , y tuvo una niñ a que tomó por esposa
después de que ella tuviera su primera menstruació n. La hija-esposa
quedó embarazada de su padre-esposo, y tuvieron una hija que era
hermana y nieta a la vez; ella se unió con el hermano de su padre-
abuelo, y así fue como se multiplicaron los yanomami.
En numerosos grupos indígenas el incesto es contemplado como
una necesidad de la gente primordial, acció n peligrosa que más tarde
queda regulada y prohibida por las leyes tradicionales. Karagabí pre-
ñ a a su hermana por física necesidad, al igual que un hermano yano-
mami lo hace con otro, y luego el padre con la hija. En la versió n de
Dogiramá en que la madre mancha la cara de su amante-padre, este
huye convirtiéndose en un animal de monte que después ayuda a sus
hijos. Un narrador chamí no duda en llamar violador a un visitante
nocturno, quien usando «una contra» hace dormir a las jó venes para
tener relaciones con ellas. Una anciana que vivía con una jovencita
lava el piso de la casa antes de dormirse –acto para repeler los espí-
ritus–, lo que indica el carácter sobrenatural del acechante violador,
quien en otros relatos es un ser que mata de noche. La anciana lo
espera, y cuando trata de violar a la muchacha, le echa brea en la
es- palda. De esa forma es como lo marca y le quita de paso el vicio.
En las narraciones guaraní del Paraguay, el hermano incestuoso sube
al cielo en forma de Luna, con lo que explican el hecho de que el
590
astro nocturno se vea como si tuviera manchas en la cara. No sobra
recordar que Uno Cañ a, personificació n de Quetzalcó atl entre los
toltecas del México antiguo, se incinera y sube al cielo en forma de
Pacífico

Venus tras haber tenido relaciones sexuales con su hermana


Quetzalpétatl.
En las oraliteraturas de los embera y los wounán, la figura del Hijo
de la pierna es comparable a la de ciertos jaibanás cuyos poderes, aun-
que frecuentemente benéficos, también son temidos por su capacidad
de destrucció n. Un ejemplo interesante es el del aribada, una especie
de «héroe monstruoso», en palabras de Pineda y Gutiérrez, cuya re-
flexió n al respecto podría extenderse a Jinú -Jeru: «ante el temor que
provoca entre los indios su poder sobrenatural, acaba por morir en
manos de los mismos que lo utilizaron en beneficio propio» (Pineda y
Gutiérrez, 999: 293).
El concepto de incesto es muy poco afortunado para referirse a
ciertas explicaciones míticas sobre el origen del mundo. En una de
tantas historias de origen, los wounán dejan claro que el Sol y la Luna
eran hermanos que se casaron «y tuvieron muchos hijos». A diferen-
cia de la preeminencia masculina en los mitos yanomami, Ewandamá
(Padre Creador y otras veces solo un pelícano) da origen a las prime-
ras mujeres en una playa de arena blanca. En la versió n de Chaves
Mendoza (992) Ewandama crea a las mujeres con barro blanco; acto
seguido los diferentes animales tienen relaciones sexuales con ellas, y
entonces nacen los niñ os y las niñ as, los primeros wounán –este es el
arquetípico motivo del matrimonio sobrenatural–.
En la versió n recogida por el Sueco Henry Wassén, el pelíca-
no solo crea mujeres en «la playa de arena en la desembocadura del
Baudó » (988). Las mujeres no usan entonces parumas (faldas), están
completamente desnudas. Entonces aparece el hijo de Dios, quien le
dice: «esto está muy mal, padre, no funcionará. Voy a buscar un pe-
queñ o palo para meterlo en la vulva». Dios lo aprueba. El hijo, a ima-
gen del primer tallador wounán, crea «al hombre del palo que había
metido en la vulva». En la noche el padre manda al hijo a dejar su talla
y a regresar al amanecer. Cuando regresa encuentra a la gente copu-
lando. No queda claro si se trata de los hombres entre sí o con las mu-
jeres; lo cierto es que esta vez es el padre quien dice que eso está mal.
El padre se va en busca de todo lo que la gente necesita para trabajar.
El hijo prohíbe que trabajen mientras tanto, pero la gente comienza
a trabajar en sus tambos (casas): el mundo wounán comienza a andar.
59
Cuando el padre regresa en un barco muy grande –así es como
vienen los jais a las ceremonias convocadas por los benkunas–, los

El hijo de la pierna brota con sangre


wouná n dicen confundirlo con los kuna tule, y entonces flechan y
matan al padre. El hijo enseñ a a la gente có mo enterrar al padre,
de- bajo de la casa, a la manera tradicional. A los tres añ os lo
desentierran y cada uno coge para sí un pedazo de hueso que
soplan a manera de flauta. Ese es el origen de los pá jaros, pues
todos los que soplan los huesos de Dios quedan convertidos en aves
que cantan. El narrador afirma que «Dios partió hacia el cielo» y «que
nunca más regresará» (Wassén, 988: 92-93).
Aquí volvemos a conectar con las versiones katío sobre Karagabí.
Tal como se lo contaron a la madre Laura, dicen que cerca a Lloró , en
«la confluencia del río Atrato y el Andagueda» (citada por Vélez, 990:
47-48), descendía una especie de escalera que permitía que la gente
subiera al cielo, el bajía, en donde estaba Karagabí. «Toda la escalera
era transparente y brillante como el cristal, y sus flancos, para que los
indios se apoyaran, eran de metal bruñ ido». La escalera al cielo estaba

. Astrid Ulloa escribió en su Kipará que «las figuras antropomorfas,


desnudas, remiten a seres míticos, las esencias» (992).
«formada por dos tallos entrelazados de una enredadera bellísima, llena
de brotes, de capullos y de flores azules y rosadas» (47-48), las cuales
estaba prohibido tocar. En el descuido de una mujer, el niñ o que
lle- vaba en la espalda arrancó una flor. Así fue como la escalera se
fracturó en dos partes: los de la parte superior quedaron en el cielo,
y los de inferior cayeron a la tierra.
Roberto y Virginia de Pineda escribieron un esclarecedor párrafo
al respecto:
[…] la escalera –afirman algunos– fue construida por el propio Caragabí,
para que los hombres subieran a conversar con él; otros dicen que la cons-
truyó el héroe mitoló gico Jeru-poto-warra (el Hijo de la pantorrilla). Fue
destruida cuando los hijos pecaron por fornicació n (debe ser má s bien inces-
to) y Caragabí les pasó entonces una especie de velo engañ oso por los ojos
para que vieran el cielo má s lejano. Algunos otros explican la construcció n de
esta manera: los indios podían escuchar desde la tierra los cantos y mú sicas
del cielo que estaba cerca y, deleitados con ella, concibieron la idea de llegar
hasta allá, por medio de la escalera. Caragabí se opuso, los indios insistieron
592
e, indignado, el dios los derribó y llevó el cielo más lejos. «Aquí se ve (dice
fray Severino) como una sombra de la torre de Babel». (999: 275).
Pacífico

Tras comentar algunas de las versiones sobre los gemelos y el Hijo


de la pierna, podemos afirmar que la escalera también es la palma que
sube al cielo mediante el poder jaibanístico de los distintos héroes. No
se trataba de visitar el cielo: se ascendía para salvarse de la
inundació n del mundo. De otro lado, se trataba de alcanzar la Luna
para darle su merecido, porque supuestamente había matado a la
madre del Hijo de la pierna; otro problema era que la luna brillaba
mucho y no dejaba dormir.
La versió n wounán del pelícano, el padre (en realidad, Ewanda-
má) y el hijo, permite notar la incorporació n de características de los
Evangelios. La ruptura de niveles coincide en el Génesis y en algunos
relatos indígenas con la transgresió n de la prohibició n sexual, espe-
cíficamente por su carácter incestuoso entre hermanos. También he-
mos visto que en una versió n transcrita por Pardo ( 987) es Karagabí
quien huye tras haber sido descubierto por su hermana. Aunque uno
estaría tentado a pensar que en la figura de la mujer que descuida a su
niñ o hay una reinterpretació n de la Eva bíblica como personaje activo
de la ruptura con Dios, lo que en realidad sorprende es la imagen
de una mujer sola con un niñ o en su espalda, como suelen llevar a
sus bebés las mujeres chamí… es una imagen más pró xima, a mi
parecer, a la de la madre con el niñ o en busca del padre que se
refugia en el cielo o en la selva.
El Hijo de la pierna no puede tumbar a la Luna. En cambio, la
guadua se rompe y él cae sú bitamente. Los gemelos suben pero deben
regresar a la Tierra. La comunicació n con el mundo superior
queda restringida a los «verdaderos hombres» (benkunas y jaibanás)
y tam- bién a las tachinave de los eperara siapidara, quienes por
medio de danzas, mú sica y rogativas grupales, propician la
comunicació n de la gente comú n con «el Padre celestial».
Por otra parte, el relato wounán vuelve a explicitar una problemá-
tica también comú n entre los embera. Así como sin querer el Hijo de
la pierna mata de dolor a su madre cuando nace, los wounán matan al
padre cuando regresa, pues dicen confundirlo con sus enemigos kuna
tule. La bú squeda del padre o de la madre desemboca– para el narra-
593
dor, nunca para los personajes– en una verdad de cierta forma terri-
ble: la escalera, es decir, la comunicació n, se rompe en parte por la

El hijo de la pierna brota con sangre


evidencia de ese parricidio o matricidio indirecto. El propio Karagabí
intenta matar a su padre Tatzitze, aunque es vencido por este –por no
mencionar que Tutruiká y Karagabí, semejantes y diferentes como
hermanos, tratan de matarse el uno al otro–. En fin, nada que no pase
entre algunos jaibanás, quienes dicen hacer marchar a sus ejércitos de
jais en contra de jaibanás que los habrían agredido. Después de tantas
luchas, Karagabí se aleja hacia arriba y Tutruiká se aleja hacia abajo.
Sus acciones y poderes dejan marcado el mundo, pero el mundo que-
da «huérfano de padre y madre».
En otra narració n wounán incluida aquí, son dos los hijos de la
pierna, y aunque han nacido de madre, se preguntan quién había
matado a su padre. La mamá de los muchachos le echa la culpa a la
serpiente, y los muchachos se dejan tragar por la gran serpiente para
así poderla matar. Al cabo de la hazañ a uno sale por la jeta y otro
por el ano. A partir de entonces se separan, y el que salió por la
jeta de la serpiente asciende hasta la casa del Sol y luego cae al
mundo de los sinculos. Tras regresar a su casa lo tratan de matar
mientras duerme; le tienen rabia porque chupa sangre. É l amanece
convertido
en piedra. No contentos, destruyen la piedra, y de los pedazos que
«volaron por todas partes» (Wassén, 988: 99-02) brotan los moles-
tos insectos chupasangre, incluyendo las sanguijuelas. Claramente, se
trata de una fusió n de los ciclos de los gemelos y los relatos sobre
el Hijo de la pierna.
Un ú ltimo tipo de versió n, sin agotar otras posibilidades, corres-
ponde a la que se presenta por sincretismo con cuentos populares
europeos como «Hä nsel y Gretel». En la narració n de un aprendiz
de jaibaná sobre el origen del jaibanismo, un niñ o y una niñ a son rap-
tados por una antomiá –diabla, segú n el narrador, y en el contexto del
relato una jaibaná– quien les enseñ a su trabajo imponiéndoles un tipo
de vida muy dura. Tiempo después, el marido de la jaibaná viene
de visita y ordena a su mujer que se deshaga de los humanos. El niñ o,
ya convertido en jaibaná, sueñ a que la antomiá los enviaría a cortar
leñ a para cocinarlos. El resto de la secuencia es conocido, los niñ os
arrojan a «la bruja» en la olla… del vientre de la antomiá sale un
594
perrito blan- co, que más tarde les ayuda a vencer a una serpiente de
siete cabezas que mantenía prisioneras a tres princesas en una cueva.
El joven se ausenta tras comprometerse con una de las princesas; y al
Pacífico

regresar, su propia hermana lo mata con un truco mágico. El perro


desentierra el cadáver, lo lame y succiona el objeto maléfico –así lo
hace un jaibaná al curar un enfermo–. El joven resucita y mata a su
hermana, recor- dá ndonos a Karagabí cuando castiga con rigor a
su esposa infiel. El perro ejerce la funció n de jai, espíritu que auxilia y
protege al jaibaná. Así pues, aunque el relato sobre el origen del
jaibanismo es reinter- pretado en el contexto del cuento maravilloso,
conserva buena parte de sus rasgos propios. El asesinato del hermano
reemplaza la muerte del padre o madre, y su resurrecció n le permite
explicar al narrador por qué hay tan pocas mujeres jaibaná. A lo que
otros embera respon- den con la afirmació n de que las jaibanás son
mucho más poderosas y, por tanto, má s peligrosas que ellos.
En «Jinopotabar», versió n chamí sobre el Hijo de la pierna, este
sube al cielo para tumbar la Luna, pues hay tanta luz de noche que no
pueden dormir. Como en otras narraciones, los propios embera tratan
de asesinar a Jinopotabar cortando la guadua, y dejándolo atrapado
en lo alto de una luna a la que solo puede rasguñ ar para disminuirle
el resplandor. Finalmente, convertido en piedra Jinopotabar cae al
inframundo, en donde se encuentra a los dojura, los seres sin ano.
Después huye y se encuentra con un pescador sobrenatural, quien
lo reta y atemoriza. Entonces la narració n se acopla con la del
caza- dor que incursiona en otro mundo (intramundo) del que
regresa con conocimientos chamánicos tras casi haber muerto. En
otra variante chamí, Jinopotabar enseñ a a los embera a hacer la
guerra durante el episodio del enfrentamiento con los cangrejos en el
inframundo. Ac- tú a como el jaibaná que despeja el territorio de entes
peligrosos para la gente de la comunidad. Rosa Elvira, la misma
narradora del fragmen- to anterior, es la ú nica que cuenta sobre un
reencuentro entre el «Hijo del pie» y su madre, a la que
desentierra y resucita.
El Hijo del pie figura como un ladró n de cosechas, quien tras
ser descubierto hace uso de sus jais –«bastones con carita de gente»–
para sembrar grandes cantidades de maíz. Al final liquida a la
mamá del tigre, pues aquí la narradora fusiona las versiones y el
Hijo del pie es como el gemelo cuya madre ha sido devorada. El
595
hijo mata a la madre falsa, y cuando es perseguido –en un nuevo
giro del tema del
ascenso al cielo– sube en su balso hasta la Luna; y por ú ltimo, como
en otros ejemplos ya citados, regresa al mundo de abajo. La narradora

El hijo de la pierna brota con sangre


lo considera hijo de Carabí (Karagabí) y, en un énfasis
propiamente chamí, afirma que él «enseñ ó a la gente la rocería con
machete». El Hijo del pie se convierte en un héroe agrario entre los
chamí. Como es evidente, entonces, cada comunidad y narrador
recuentan la historia de acuerdo con su contexto y necesidades.
Los chamí privilegian las figuras de seres primordiales asociados
con el cultivo y cosecha del maíz. Tal es el caso de Betata, heroína
que ponía a sus animales en la labor de tumbar y regar (los chamí
consideran que no hay que cultivar: el maíz se da en la medida en
que la tierra lo recibe). Betata, «Madre de los animales» y benefactora
de los chamí, personifica la abundancia característica de los cántaros
chokó, de los que tanto le gustaba tomar la chicha «generadora del ser
embera». Pero tanta dicha se acaba; el narrador le cuenta a Vasco que
un hombre la pide en matrimonio –seguramente Carabí, la Luna–y
Betata, antes de irse, «enseñ ó a las mujeres a hacer los cántaros; y los
canastos, a tostar el maíz y a moler harina, a hacer la chicha de maíz»
(Vasco, 987: 87); esto es, a hacer el trabajo de noche, el trabajo de
antigua, el trabajo má gico y transformador por excelencia.
En una versió n menos sublime, las semillas de maíz son otorgadas
por un gallinazo que defeca sobre la tierra de un hombre que termina
por espantarlo. La idea de fondo es que el gallinazo, ya que puede
volar al mundo superior, habría comido allí la semilla del maíz, le-
gándola «sin proponérselo» a los hombres del mundo intermedio –un
tema que se conecta con el de las mujeres aves que alimentan a un par
de cazadores que viven solos en el monte, a veces tras un diluvio del
que han sobrevivido, en relatos célebres como los de los actuales tule,
o los antiguos cañ ari de Ecuador–.
En la literatura awá, más sincrética, Dios y el Diablo salen de una
misma hierba, es decir, son hermanos; y se oponen y se retan en
los típicos motivos de luchas y competencias mágicas entre hermanos
o deidades. Como en los relatos katíos de Karagabí contra Tutruiká,
los enfrentamientos entre los opuestos configuran un mundo original-
mente vacío. Antes que enfatizar las cargas positivas y negativas, de
probable influjo externo, Dios representa la creació n de las plantas y
596
animales domésticos, mientras que el Diablo representa la creació n de
las plantas y animales salvajes. Las peleas a muerte se dan con objetos
introducidos desde afuera, escopetas y balas, mientras que los ciclos
Pacífico

de relatos son originarios.


Un ciclo que permite completar una mirada introductoria sobre
elementos temáticos comunes en las literaturas indígenas del Pacífico,
es el que cierra el relato de los hermanos que personifican a dios y al
diablo. Dios hace tres muñ ecos de barro con tierra blanca y cuando
termina de hacer los dibujos «estos se negrearon» (Silva, s/f., y Haug,
994: 3-32); el narrador chamí cuenta que cuanto más negros más

. «Los yanaconas también cuentan que en el comienzo de los tiempos Garrabá s


hacía todo lo contrario de lo que hacía Dios. Si Dios hacía el marrano,
Garrabás hacía la danta, y así, lo que Dios hizo de doméstico Garrabá s lo hizo
de salvaje. Se trata del clásico tema yanacona de lo manso y lo bravo, el cual
ha sido estudiado por Franz Faust en otras partes de los Andes colombianos.
Pero
algo más debe destacarse: en relatos míticos consignados en las tempranas
cró nicas sobre el antiguo Perú , Wiracocha también tiene un opositor, a veces
su hijo: «quien hacía todo lo contrario de su padre»; el hijo es arrojado por un
río al mar, como el Guequiá u de los ancestros nasas. La yanacona es la típica
literatura en cuyas prá cticas se reflejan reelaboraciones e interpretaciones
de temas cató licos por medio de personajes nativos y estructuras narrativas
locales. Garrabá s parece ser Barrabá s, a quien «el pueblo judío» supuestamente
salva de morir en la cruz a cambio de Jesucristo» (Rocha, 200).
pobres quedaron, como hijos que eran de Noé, y por haberse
burla- do de su padre cuando estaba borracho. Como opositor
arquetípico, el «Diablo» hace que los espíritus de la selva y la
montañ a –que los embera suelen llamar jais– se conviertan en
raptores y generadores de enfermedad. Ahora bien, en un giro
narrativo que comparten los emberá del sur (eperara) y los awá,
Dios manda a bañ ar rápidamente a sus tres muñ ecos en una laguna.
El primero hace poco caso, se bañ a mucho tiempo y queda blanco. El
segundo se bañ a y queda indígena, de piel amarilla. El tercero apenas
alcanza a bañ ar las palmas de sus manos y las plantas de sus pies, y
queda negro. En la anterior versió n, aunque el blanco trata de
acaparar el agua, el narrador sugiere que de las tres razas, la
indígena sería la más equilibrada, la que má s le cumple a Dios.
Pero en el conjunto de relatos otra idea se hace aú n más explí-
cita: los indígenas del Pacífico consideran que somos los hijos de
unos padres que se enfrentaron, se engañ aron y se intentaron matar.
Sus luchas y competencias configuraron el mundo. Asimismo, pro-
597
ponen que somos hermanos de otros tantos seres de la naturaleza:
seres negativos desde nuestra posició n como especie humana, pues

El hijo de la pierna brota con sangre


hemos tenido que enfrentarnos con ellos en mú ltiples ocasiones, entre
otras causas, por el control del territorio. Los recurrentes matrimo-
nios sobrenaturales, sobre los que nos ocuparemos a continuació n,
son solo sobrenaturales, y cada vez menos frecuentes, desde nuestra
mirada contemporánea. Si los awá reconocen que somos hijos de un
Dios hermano del Diablo, en un tono apenas influenciado por el
ma- niqueísmo europeo, los embera no dejan de reconocer que
también somos producto de un salivazo, a lo sumo muñ ecos de barro
o made- ra, muñ ecos como los que hace un jaibaná .
Fuimos moldeados por una «gente más real» que terminó aleján-
dose por malentendidos; también como resultado de acciones inces-
tuosas o incluso nefastas, como el parricidio y el matricidio. Algunos
narradores wounán no vacilan en afirmar que las primeras mujeres se
unieron con los animales para dar a luz a los hombres de este tiempo;
hombres que no olvidan su origen mitad animal, mitad humano.

. Un aspecto que la mentalidad mítica awá parecía reconocer antes que


el impacto evangelizador divinizara la mitad humana, lo que implica
Tala del gran árbol, primer horizonte humano

En el principio, los awá eran literalmente inkal: «montañ a», «sel-


va», un gran árbol cuya barbacha negra creció tanto que tocó la tierra
y se transformó en hombres. El awá primordial era como un gigante
con nariz larga, y estaba solo. Dicen que Dios le dio una
compañ era, a partir de una barbacha blanca de un á rbol que
creció , tocó tierra y se transformó en mujer. El hijo y la hija de los
awá primordiales se unieron, procrearon, y sus hijos habitaron
la tierra.
Narraciones posteriores sugieren que los inkal awá olvidaron
parcialmente su origen. Los hombres cortaban los árboles para hacer
sementeras y sembrar. Mucho antes, cuando los awá no sabían sem-
brar y solo recolectaban, una anciana, una madre-selva, acaparaba
los alimentos que caían preparados de un gran á rbol: el katsa ti. La
anciana, una especie de guardiana del árbol –y en versiones embera
598
un sapo–, era avara al tiempo que sentía compasió n por dos niñ os,
a los que cuidaba y alimentaba mientras sus padres salían a recolectar
en el monte. La mamá nota que el niñ o defecaba restos de fríjol y
Pacífico

luego el niñ o cuenta que una anciana los alimentaba en su


ausencia. Los padres siguieron a la anciana y descubrieron el «árbol
grande que cargaba de todo», pero no lograron imitar la manera en
que la dueñ a cosechaba los alimentos. La comida estaba lista con
solo pronunciar las palabras indicadas. Enteradas las demás
familias awá, inclusive los animales, que en ese tiempo eran como
personas, decidieron cor- tar el á rbol.
En un motivo que se repite en numerosas literaturas indígenas de
América, incluyendo la kuna tule y las del Pacífico, el árbol que era
parcialmente talado de día reaparecía intacto a la mañ ana siguiente.
Las versiones awá seleccionadas omiten detalles, quizá por descono-
cimiento del narrador, pero en narraciones embera y tule los dueñ os
o guardianes del á rbol son quienes lo sanan durante la noche. En la
versió n que consideramos ahora, aunque no se lo dice, es la ancia-
na la que se ocupa de esta labor. También se omite el conflicto con
ella, algo típico en un contexto mítico-literario tan influenciado por

demonizar a un tiempo la naturaleza; una dialéctica que está presente en el


pensamiento de Occidente desde la antigua Grecia y quizá aú n má s atrá s.
elementos cató licos. La anciana simplemente desaparece. En otras
versiones, antes de tumbar el árbol los hombres deben asesinar a sus
guardianes; así se produce una doble ruptura: con los dueñ os-anima-
les y con el Padre-madre-á rbol. El héroe o los héroes civilizadores,
tumban, desplazan o matan a su Padre-madre o cepa, y así es como
comienzan a diferenciarse entre ellos, sus prácticas de subsistencia y
sus territorios. Un narrador awá dice que antiguamente los árboles
lloraban cuando nacían varones, pues era probable que al crecer fue-
ran talados por los hombres.
El gran árbol finalmente cae. Lo tumban los hombres con la ayuda
de animales de comportamientos afines (mono chiquito, ardilla, pil-
mo) –otro narrador expresa que el árbol cae «desgranándose y
lloreán- dose por todos lados»–. Su caída no solo pone los alimentos al
alcance de hombres y animales; es, por una parte, el primer acto de
tumba, preliminar a la agricultura, y por otra, representa la formació n
y de- limitació n del territorio tradicional. Segú n los inkal awá, de
acuerdo con la caída del árbol se distribuyeron los alimentos. «El
599
territorio es
demarcado por las ramas, al caer en diferentes lugares» (Silva, s/f.
Xexus Ventana Cultural). En la cordillera andina quedó la papa, es-

Tala del gran árbol, primer horizonte humano


pecíficamente en Cumbal, tierra de los indígenas pastos. Abajo quedó
el chontaduro, en Nulpe o Nulpi, regió n más cá lida y hú meda, el
piedemonte cordillerano, el territorio donde quedaron replegados los
awá, acostumbrados antes a una movilidad e intercambio típicamente
andinos (sierra, selva y mar).
De acuerdo con los embera katío el á rbol contenía el agua. Je-
nené era el gran árbol del agua al que solo conocía la hormiga conga
–animal que aú n suele caracterizarse por cargar gotas de agua–. La
conga, supuestamente avara, tampoco quería dar el precioso líquido a
los hombres; así que Karagabí, en su denominació n de Untré («el que

. Ceró n menciona un fragmento de Miguel Cabello de Balboa recogido en la costa


del actual Nariñ o: «[…] cuentan sus orígenes muy diferentes los unos de los
otros, más todos conforman en decir que sus orígenes bajaron de la sierra… los
del río Patía dicen que salieron de sus primeros padres de una tinaja, porque la
luna puso allí dos huevos y con el calor del sol nacieron de ella los hombres, de
un varó n y una hembra que de allí procedieron, de quien se fueron multiplicando
y que bajaron de la tierra fría al mar a buscar sal y que por quitarse del trabajo
de ir y venir se quedaron en la costa por moradores perpetuos… Dicen que ha
de venir un día final porque se han de caer cerros muy grandes cogellos» (992).
vive en las alturas»), castiga y hacer confesar a Jaburrá, convirtiéndola
definitivamente en la hormiga conga.
Karagabí intenta tumbar el á rbol con la ayuda de otro hombre,
su clá sico contrario, el que hacía salvaje lo que «el que vive en las
alturas» pretendía dejar doméstico. Sobre ese otro hombre uno de los
narradores de Vélez (990) decía que era amigo de la rana pocoró , a
quien avisaba para que sanara el tronco que talaban durante el día.
Untré-Karagabí pisa al hombre aliado de la rana y lo deja convertido
en rana –en una variació n del motivo de la lucha mágica entre herma-
nos o deidades–. Salvados los obstáculos y con ayuda de los animales
auxiliares logran tumbar el árbol, pero el tronco se queda enredado en
el cielo, puesto que el árbol está cubierto de bejucos; solo el
carpintero
–quien también interviene en el mito del árbol de origen yukpa– logra
desenredarlo, y cuando cae, de las ramas y bejucos se forman los ríos
y quebradas. Del tronco partido en dos pedazos brotan ambos
océanos, pero el agua es dulce.
600
En la versió n de versiones de Vélez (990), el Tumiá o Antomiá ,
espíritu del agua dulce, se opone a que salen el mar. Untré es quien lo
Pacífico

hace y Antomiá llora en el agua, lo que evoca los árboles awá que
lloran mientras caen. No es casual que hoy en día muchos narradores
se refie- ran al espíritu del río como «monstruo», demonio y diablo. El
opuesto complementario fue demonizado por presió n de la
dialéctica judeo- cristiana –algo ya visto en otro relato awá–; así es
como se reinterpretó el hecho de que la deidad celestial favoreciera la
naturaleza doméstica, mientras que la deidad terrenal favorece la
naturaleza salvaje. Karagabí es símbolo de la inteligencia humana que
se impone sobre el medio, y de allí sus enfrentamientos a muerte
con su padre y hermanos. Los animales le hacen caso, él los ha
domesticado como el jaibaná a sus jais. En las oraliteraturas de los
embera y los wouná n se insiste en la figura de un civilizador
heroico solo en términos humanos: pues nos configuró y sopló como
hace el jaibaná o benkuna con sus bastones y tallas. Pero es
interesante que –a diferencia de otras tradiciones míti- co-literarias,
la awá, por no ir más lejos– ese tipo de conciencia huma- na,
exceptuando algunos relatos, no llegue a prevalecer y al contrario
tenga que pactar, definir sus limitaciones y reconocer el espacio pro-
pio de otras fuerzas, encarnadas por ejemplo en Tutruiká, el antomiá,
la pakore (Madre de los animales), o en infinidad de poderosos jais o
esencias. Los awá, de quienes se dice que se sienten vigilados por los
seres sobrenaturales, tienen que vérselas con los gigantes de la selva,
los espíritus del agua, el duende y el cueche (arco iris).
Como Karagabí o el Hijo de la pierna, un jaibaná realiza una espe-
cie de «domesticació n» de esas fuerzas hostiles de la naturaleza salvaje.
El Hijo de la pierna mata serpientes, tigres, monstruos del agua, pero
siempre deja una pareja para que no se acaben. Es, por un lado, la idea
de que el hombre regula y toma control del territorio; pero, por otro,
los embera y wounán –principalmente sus jaibaná, benkuna y tachin-
ave– saben que el equilibrio es más bien un constante pacto con esas
esencias indó mitas pero necesarias. No es que el jaibaná tenga poder
sobre todo, pues ni el mismo Karagabí lo tuvo –y ya sabemos que
el Hijo de la pierna cayó del cielo cuando trató soberbiamente de
tumbar la Luna–. El jaibaná, el benkuna, la tachinave, todos saben que
tienen poder; la gente les reconoce sus poderes y los temen, pero a
veces terminan por aburrirse de ellos, como le pasó a Jinú Potó .
Jaibaná , benkuna y tachinave también saben que sus poderes
60
dependen de una
correcta comunicació n con las esencias: ellos no dominan a sus jais;
en realidad, tratan continuamente de agradarlos, les hacen fiestas, los

Tala del gran árbol, primer horizonte humano


alimentan y a cambio reciben su ayuda, mantienen la tensa armonía
con un entorno verdaderamente hostil y peligroso.
Las literaturas indígenas del Pacífico colombiano comparten,
guardando los matices, varias temáticas de fondo. Por ejemplo, los
narradores expresan que en el principio los seres primordiales tuvie-
ron que luchar con otros seres poderosos; que tuvieron que cortar
el gran árbol, que con muchos animales la comunicació n se
rompió , que la escalera al cielo se derrumbó , que hijos como eran de
padres animales y humanos terminaron por diferenciarse, imponer un
tenso control y, en algunos casos, negar su verdadero origen –como el
Hijo de la pierna, negado a su vez por su doble origen, y su doble
compor- tamiento animal y humano–.
Recordemos que en la versió n recogida por Fernando Urbina
(978), la ú nica manera de matar al Hijo de la pierna es
retándolo a que resista con su cuerpo el guayacá n. El á rbol talado
destroza a Jinú Potó y es la gente de la comunidad la que planea su
muerte. Esta nueva ruptura –aú n peor tratándose de alguien que les
ha ayu- dado en la domesticació n del entorno– trae como
consecuencia una
confrontació n abierta entre esas fuerzas salvajes personificadas por
los insectos chupasangre, y las fuerzas domésticas que representan las
personas, ya diferenciadas y con identidad propia. La ruptura es su-
perficialmente interpretable desde una lucha entre el supuesto «bien
cultural humano» y el supuesto «mal natural inhumano». Pero esta
es una herencia de la penetració n religiosa extranjera; dentro de la
mentalidad indígena del Pacífico la idea es otra: la Madre naturaleza,
si bien proveyó y enseñ ó , también raptó y quiso domeñ ar al hombre,
le puso límites a su conocimiento y le negó ciertos dones. El
hombre la puso en cintura, usó lo que había aprendido para
defenderse, rap- tó las semillas, tumbó el gran árbol y propició la
distribució n de los alimentos y el agua. Mató , como los wounán, al
padre que trataba de imponer su punto de vista y cambió la
verticalidad regente, que si bien permitía la comunicació n entre
niveles, no le permitía al hombre ocupar su propio lugar en el
mundo. Al derribar el á rbol y enterrar al padre, quien
602
frecuentemente se aleja, ese mundo se transformó en horizontal, es
decir, en territorio y pensamiento humano: el mundo que le
corresponde no a los de arriba ni a los de abajo, sino a los seres del
Pacífico

medio, a los verdaderos hombres.

jepá

El afianzamiento de la cultura humana representa el paso de una


verticalidad a una horizontalidad que modifica nuestras relaciones
con los demás seres vivos, y hace excepcional la comunicació n con los
seres primordiales. Con todo, en las literaturas tradicionales y sapien-
ciales de los indígenas del Pacífico se insiste en que tal transformació n
no fue definitiva, ni extensiva; de ahí, en parte, el gran flujo de relatos
sobre encuentros extraordinarios, seres que cambian de apariencia,
pasos al intramundo y matrimonios sobrenaturales.
En la literatura katío son frecuentes las historias de jaibanás que
aú n se ocupan de castigar a animales devoradores de personas, tipo
Bibidigomia. A veces un hombre o una familia son acosados por un
jaibaná que termina por desplazarlos. Entonces interviene otro jai-
baná que se enfrenta a él, y los protege. Si el hombre muere
acosado
por un jaibaná con excesivos poderes, como en la historia «El tigre»
(Dogiramá y Pardo, 984), el jaibaná protector mata al agresor y
cuida por un tiempo de la familia desamparada, cazando por ellos
hasta que los niñ os se hacen hombres.
Con todo, la adopció n de los niñ os del Bibidigomia no trae bue-
nas consecuencias, pues ellos terminar por comerse a su hermanito
de crianza. Es el tema de un ciclo de relatos comú n a los emberas
y wounán: Jepá (para los chamí), la Sierpe devoradora (para los
wounán) y Yoeyoe Saque (para algunos katío). En una variante chamí
la boa mítica es criada por un jaibaná que la alimenta como si
fuera su hija. Es en cierta forma una exhibició n de su poderío.
Cuando el padre sale a pescar, gracias a la imprudencia de un
pequeñ o niñ o – motivo de la desgracia que sigue a la ruptura de una
prohibició n– la Jepá se traga todo, incluyendo a los cuatro hijos del
jaibaná. El padre trata de tomar venganza pero solo lo logra con la
ayuda de sus jais (en realidad, antomiás), que logran matarla. En una
versió n wounán la sierpe se traga a la hija recién desarrollada de un
hombre que estaba en las largas fiestas comunitarias. 603
El partir en dos a la Jepá (versió n chamí) rememora en la horizon-

Jepá
talidad de nuestro tiempo la tala del árbol primigenio, caracterizado
por su verticalidad de antigua. En los episodios sobre la Jepá
queda en entredicho el gran poder y control de los jaibanás, y má s
bien se les critica su falta de cuidado, su soberbia y ambició n de
poder que generan nefastas consecuencias –tipo Hijo de la
pierna–.
Ahora bien, el hecho de que la boa devore a la joven casadera
se conecta con el motivo del matrimonio sobrenatural. Mú ltiples
relatos de la literatura wounán presentan la figura de una joven recién
desa- rrollada que sostenía relaciones de placer sexual con un sábalo
que le pasaba por entre las piernas dentro del río. A ese episodio se
suma el de la mujer que tenía relaciones con una serpiente que
cobraba forma de hombre. Por lo general, los padres se dan cuenta
y el padre mata al yerno animal. En otro relato, el nutria, que había
tomado forma de hombre para casarse con una wounán, es advertido
por su mujer cuando está a punto de ser atrapado y huye; y como
consecuencia también desaparece la abundancia de peces que el
héroe nutria traía consigo.
Los cuñ ados envidiosos que espían a la nutria, descubren su
identidad y la hacen emprender la fuga, son el tema de un relato
embera contado por Dogiramá (Dogiramá y Pardo, 984). Se tra-
ta del clá sico alejamiento del héroe benefactor, cuya identidad u
origen es sobrenatural y quien es frecuentemente incomprendido,
envidiado y rechazado. En otra variante, un padre cuestionado en-
trega a su hija al Amparrá Zeze, «Dueñ o de los peces», a cambio de
obtener una continua y abundante pesca. El dueñ o se le ha
apareci- do sentado sobre una roca en mitad el río. Basándose en
los dibujos embera del medio Atrato, Ulloa ( 992) señ ala que las
piedras de los ríos funcionan como límites en donde se presentan
seres extraordi- narios y recurrentemente antropó fagos.
Otro relato wounán se desarrolla en torno a un pescador que es
engañ ado por las ranas, a las que ve como gente, hasta el punto de
llegar a tomar una esposa entre estas. En la oraliteratura de los
embera de río son especialmente abundantes los relatos sobre
matrimonios o uniones sobrenaturales con mujeres gallinazos o ranas,
604 y hombres lombrices o serpientes. Un hombre sobrevivió al
exterminio que cau- só un jaibaná; quedó solitario, y tomó la
costumbre de dejar un puerco muerto a los gallinazos. Un día
Pacífico

recibió la visita de las aves y terminó por juntarse con una mujer
gallinazo, a la que escondió su «camisa de plumas» por consejo del
hermano ave. La idea era que ella quedara convertida solo en
mujer… así podían vivir juntos. Es el reiterado y extendido tema
del rapto de la esposa sobrenatural.
Numerosos relatos, comunes entre los vecinos kuna tule del
Da- rién y San Blas, cumplen con la funció n de detallar la geografía
mor- tuoria. En el contexto de los cantos de jai,
[…] una vez inhumado el difunto, el jaibaná canta para que el espíritu
del muerto encuentre su camino y deje tranquilos a los vivos. Por otro lado, la
viuda o viudo y sus familiares expresan la tristeza por medio de cantos, en los
cuales se narran las cualidades de la persona ausente, y del uso de la pintura
facial y corporal. (Ulloa, 992: 3).

El tema del viaje al cielo, tan comú n en las literaturas arcaicas del
mundo, aparece entre los chamí bajo el esquema de una enorme ave
blanca que se compadece del dolor de dos muchachas que se quieren
morir a causa de la pena por la muerte de una de sus hermanas.
An- castor, el ave, las lleva al Bajía (el cielo) y allí ellas reconocen no
solo
a su hermana, sino a un hermano que había muerto antes. Hacen caso
de no abrazarlos, como les había indicado el ave guía, pero rompen
la prohibició n de no tomar nada de allí. Una de ellas guarda en la
boca un grano de maíz y la otra una fruta de chontaduro (Vélez, 990
[982]: 88). Es el motivo del robo mágico: las hermanas devienen en
heroínas civilizadoras; donan las semillas y además tranquilizan a la
gente con su historia sobre el destino de los que mueren. En otro
relato chamí, fragmento aparte del Hijo de la pierna, un niñ o cazador
viaja al supramundo convertido en ave, solo para comprobar lo que
le habían dicho: que su abuelita al morir se había ido para el cielo,
convirtiéndose en el Sol.
Tal como le contó el jaibaná Selimo a Erland Nordenskiö ld,
etnó grafo sueco, durante la noche al otro lado del mundo el sol
también brilla; allí la gente chiperá , hecha de madera, «no muere»
(Wassén, 988: 99). Para los chamí, del cielo no solo baja la lluvia,
también los espíritus de los familiares que vienen a acompañ ar a
al- guien en su tránsito mortal; descienden por la antigua escalera
605
hasta
el patio de una abuelita que casi se muere del susto. Las hermanas
que en su regreso del Bajía traen el maíz y el chontaduro evocan la

Jepá
imagen del niñ o que en un descuido de su madre arranca una flor de
los bejucos que adornaban una escalera semejante al cristal, escalera
có smica que por esa transgresió n se rompe. El arriba y el abajo que-
dan aislados. En este punto podemos reconocer varios elementos: )
la escalera original era el árbol que fue talado por los hombres o el
héroe cultural, con la ayuda de animales auxiliares; 2) la escalera que
bajaba hasta Lloró , al igual que el gran á rbol, está envuelta en
beju- cos; 3) el pequeñ o niñ o que arranca la flor es equivalente al
pequeñ o roedor, o al pá jaro que termina de trozar el bejuco que
impide la caída del árbol (lo pequeñ o prevalece); 4) la comunicació n
se rompe (motivo del castigo que sigue a la ruptura de una
prohibició n, de tipo pecaminoso por referencia a la historia de
Adán y Eva); 5) en la historia que parece más arcaica, que es
recurrente en todo el Pacífico colombiano y también en áreas como
la amazó nica, la ruptura de niveles se produce tras la tala del gran
á rbol originario. En el con- texto awá la tala del gran árbol
corresponde a un atentado contra el Padre-madre (pues los awá
surgieron de los á rboles), mientras que en el pensamiento mítico
embera corresponde al hecho trágico de
que el Hijo de la pierna no puede, o no quiere comprender que su
nacimiento representa la muerte de su madre.
En los cuentos sobre animales, los wounán y embera katío tam-
bién privilegian, como en otras oraliteraturas de Colombia, la figura
de los pequeñ os y astutos animales. No es raro el caso de las pacientes
astucias de la tortuga. El conejo y el ñ eque burlan y vencen al tigre. El
guatín wounán se hace pasar por el hojarascal del mundo para ame-
drentar al atemorizante tigre. Ahora bien, los relatos sobre conejos pí-
caros podrían ser una influencia de los afrodescendientes, entre quie-
nes también se relata este motivo; unos y otros tratan de «tío» a per-
sonajes como el conejo, a quien deben un solapado respeto. En otros
relatos sobre animales se narran las ya mencionadas historias sobre el
nutria que se hace pasar por humano para casarse con una mujer, y el
enfrentamiento entre un oso negro real y un oso hormiguero grande,
encuentro que puede inscribirse en el motivo de la competencia má-
gica. Como Karagabí y Tutruiká, uno de los oponentes hace un
poco más de dañ o, pero al final cada uno se retira a su propio ámbito.
606
Si nos remitimos al kipará,
[…] entre los diseñ os masculinos está n los de animales, como el aribada,
Pacífico

el oso, la culebra, la boa mítica. Entre los objetos están los círculos,
medios círculos concéntricos, rombos y combinació n de los dos. Algunos de
los dise- ñ os usados por el jaibaná son los de tigre, boa mítica, maíz y círculos
o cadena. (Ulloa, 992: 220).

Antes que Ulloa escribiera su estudio sobre la pintura corporal y


facial, un precursor del tema, Cardona, escribe en 989 que Pakoke
Wuera es la dueñ a de la selva, los animales, las plantas y de todas las
especies; la protectora del equilibrio ecoló gico de la madre selva, que

. Patricia Vargas, quien estudio las relaciones interculturales entre los embera,
wounán y kuna tule, propone una interesante interpretació n para el episodio
mitoló gico de la tala del á rbol «puede ser entendido como el momento que marca
el acceso de los embera al valle principal, oportunidad en la cual los hombres
con los que se ha compartido en un inicio empiezan a formar parte de otro
mundo y son figurados como animales. La gente se resguarda de la inundació n
originada por el derrumbe del Jenené en los cerros Torrá (alto río San Juan) y
en el Mujarrá (alto río Atrato)» (993). Esta reflexió n nos permite comprender
la separació n histó rica entre comunidades originalmente má s afines. En el nivel
mitoló gico se trata una vez má s del motivo de la lucha mágica entre hermanos.
se presenta a los hombres en forma de zaíno, perdiz, pez, etc.,
«pero es una mujer madura que vive en tú neles invisibles» (citado
por Ulloa,
992: 67). Ya hemos visto que una figura algo similar es la Betata de
los chamí, pues ella es una heroína civilizadora al tiempo que posee
los poderes nocturnos para hacer trabajar a los animales y multiplicar
las cosechas de maíz. Dabeiba es una figura asociada con la tradició n
de los embera katío, y sobre ella se dice que legó algunos de los
elementos más característicos de la cultura embera: arquitectura,
cuidado de los animales domésticos, agricultura, cestería, cerámica y,
como si fuera poco, el kipará: la escritura corporal embera. Al final,
Dabeiba se re- tira al cielo como Karagabí-Untré y, a diferencia de
Betata, adquiere características de deidad reguladora del clima y los
movimientos sís- micos. En suma, se transforma en una diosa de
quien dependen las cosechas. En la historia sobre Dabeiba parecen
conjugarse diferentes versiones y seres primordiales al modo de una
leyenda popular, no de una narrativa tradicional.
607
Mencionamos al inicio que hasta hace poco los estudiosos de la
cultura awá desconocían siquiera que estos tuvieran una mitología.
Un buen ejemplo de ella, en la breve y fragmentaria tradició n mítico-

Jepá
literaria publicada, es el de Ippa, un niñ o que era capaz de convertirse
en relá mpago-rayo-trueno.
Ippa trata de ser suplantado ante el comisario awá por los
mayores de la comunidad, quienes reunidos para resolver la escasez
de chiro, una especie de plá tano, decían tener la facultad de
adivinar con el poder fulminante del rayo. En el motivo de lo
pequeñ o prevalece, el comisario descubre que la persona que posee
el poder es un niñ o que está junto al fogó n. A él le entrega una
cadena de oro y un anillo de oro; pero ambos objetos le quedan
grandes. Irritable como todos los personajes hijos del trueno, Ippa
se disgusta con su familia a causa de una comida que no le ha
gustado y su rabieta eléctrica los deja privados. Similar a lo que le
pasaba al Hijo de la pierna, los peligrosos poderes de Ippa asustan a
su propia familia; por eso lo echan de la casa. El comisario lo
acompañ a al monte, en donde se encuentran al Astaró n, «el gigante de
la selva», un dueñ o de los animales que reta en competencia mágica al
joven. Haug explica que los awá se suelen sen- tir vigilados por seres
superiores como el Astaró n o el «Indio bravo», quienes «tienen figura
indígena, pero son gigantes y deambulan por la
selva curando a los animales heridos que dejó un cazador ineficiente y
castigándolo por esa acció n» (citado por Ceró n, 992: 46).
El poderoso Ippa hace caer tantos rayos que todos los árboles en
derredor se parten en pedazos. Así como sucedía con el tigre burlado
por el guatín (wounán), o con el yoluja-sombra puesto a suplicar por
el conejo (wayuu), el Astaró n es atemorizado por el joven Ippa; él
es pamba o abuelo de los awá, un ser que como el Karagabí
embera se impone por fuerza y astucia sobre los dueñ os y
guardianes de la naturaleza.
Un ú ltimo relato, de origen chamí, deja claro que no siempre se
trató de la presunció n de un héroe civilizador humano. Andokuma
era un animal que «se devoraba a todos los que entraban al monte»
(Zuluaga, 997: 07-09). Era un dueñ o de los animales y las plan-
tas excesivamente prevenido y agresivo con los hombres, y por poco
acaba con los embera del pueblo de Zaragoza. Un niñ o cuyo padre
había sido engullido por el Andokuma, que cuando crece prepara sus
armas, le dice a su mamá que le prepare comida, y castiga a golpes
608
a todos los animales del monte hasta dar por fin con la cueva donde
vive el feroz dueñ o del monte… y se encuentra en realidad con un
Pacífico

viejito, el que producía los animales, quien le ruega que no lo mate. El


héroe anó nimo, una variante del Hijo de la pierna, lo reconviene
verbalmen- te al mejor estilo de los héroes civilizadores apache y
cheyenne. Desde entonces los animales dejan de matar a la gente del
pueblo –aunque ningú n narrador cuenta que la gente del pueblo sí
siguió matando a los animales del monte–. Cayó el gran árbol, y la
comunicació n quedó supeditada a unos pocos conscientes, los
«verdaderos hombres».

. Semejante es el tema de La princesa Mononoke (997), película de dibujos


animados dirigida y cocreada por el japonés Hayao Miyazaki.
i Literatura embera katío

609
1. Narrativas de origen

Levántense muchachos [t.C.]


Pidapota warrana
El Dios que está alumbrando, que es el que manda, tomó unos
palitos de chonta y los mandó a labrar para que pusieran en cada palo
los apellidos de las familias: Pertiaga, Mejía, Garabato. En la
cabece- ra de una playa muy grande, donde la arena no se pega a
los pies, en Pezarra (Chocó ) se puso a tocar el tamborcito (el Sol),
no había en toda la playa un solo cholo, pero este (el Sol) comenzó a
gritar: ¡Pida- pota warrana! (¡Levántense muchachos!). Y entonces
comenzaron a salir cholos en abundancia que salieron luego a buscar
las cabeceras de los ríos, porque en esa playa no cabían. En ese
entonces no había maldad.
(Isaza, 987: 35)

6
Karagabí y Tutruicá crean el mundo
Les voy a contar una historia muy importante, la de Karagabí; así
sabemos có mo se creó el mundo y có mo fue el comienzo del
pueblo embera. Resulta que Karagabí se encontró con otra persona, la
saludó amigablemente para conocerla, y le preguntó :
–¿De dó nde viene usted?
–De la tierra de abajo –le contestó el otro.
–¿Cuántos territorios hay hacia abajo?
–Cuatro.
–¿Y có mo se llama usted?
–Yo me llamo Tutruicá.
–¿Y có mo se llaman su papá y su mamá ?
–Yo no tengo papá ni mamá, porque yo aparecí en el viento. ¿Y
usted có mo se llama?
–Yo me llamo Karagabí y tampoco tengo mamá ni papá , yo he
salido de la saliva, del agua.
–Yo quiero acompañ arlo a usted.
Karagabí trabajaba en sueñ o, él soñ aba y analizaba todas las cosas.

. Lugar: Guanguí. Narrador: Narcilo Poirama. Edad: sesenta y cinco añ os.


Tutruicá desaparecía y resucitaba como con magia, y un día le dijo
a Karagabí:
–Mientras andamos juntos, ¿por qué no buscamos la forma de
construir gente?
Karagabí se quedó pensando y dijo:
–Esta noche yo voy a pensar en eso y mañ ana charlamos.
Karagabí soñ ó esa noche que sí había forma de hacerlo, pero con
el apoyo de Tutruicá , porque él era el ú nico que manejaba la tierra.
Karagabí solo tenía la peñ a sin nube y no era capaz de volar como
Tutruicá . Al otro día Karagabí le dijo:
–Bueno, entonces yo espero aquí mientras usted me trae una bo-
lita de tierra.
–Vamos juntos, porque yo no puedo coger la tierra. Usted la coge,
la traemos y trabajamos. Mó ntese en mi espalda, que yo lo cargo –dijo
Tutruicá .
Se fueron volando al territorio de Tutruicá , donde había tierra
y plantas; pero solo cogieron la tierrita, hicieron una bolita y la
regaron donde ellos vivían. En esa tierra empezaron a crecer las
plantas, be- jucos, árboles, que les sirvieron para construir una casita.
Como ellos vivían en la oscuridad, Tutruicá dijo:
–¿Usted no tiene capacidad para que amanezca y oscurezca?
–Sí hay forma. Lo podemos hacer entre los dos.
Lo pensaron cuatro días. Tutruicá dijo que no podía ser y Karaga-
bí dijo que sí se podía, pero si le colaboraba trayendo tierra amarilla,
para que se convirtiera en el Sol.
–Listo, yo colaboro –contestó Tutruicá .
Volvieron a recoger la tierra y trajeron la bolita.
–Yo voy a tirar esta tierra hacia arriba, pero nosotros nos vamos a
acostar boca abajo porque de pronto nos morimos del susto cuando la
tierra se convierta en un sol brillante. Más bien nos vamos levantando
despacio.
Así fue, y quedó el día brillando, pero no oscurecía, entonces
Ka- ragabí no podía soñ ar, porque no podía dormir.
–¿Qué podemos hacer para que oscurezca? –preguntó Tutruicá.
–Yo no puedo hacer má s, porque no puedo dormir, no puedo
soñ ar.
–Entonces yo voy a intentar hacer la oscuridad.
Tutruicá buscó tierra negra, pero como no podía hacer la
bolita, Karagabí le dijo:
–Pues, présteme, yo hago la bolita.
Entonces empezó a hacer la bolita, la tiró y oscureció de
verdad, pero quedó oscuro, oscuro, y eso no le gustó a Tutruicá :
–No, así quedamos muy mal porque todo es oscuridad.
Tenemos que buscar que haya un cambio, algo de noche y algo de
día.
Entonces Karagabí pensó durante una semana y dijo:
–Sí, sí hay forma. Tráigame una bolita de tierrita amarilla más
pequeñ ita y la convertimos en la Luna.
El Sol y la Luna quedaron hablando con Karagabí, pero no con
Tutruicá . Tutruicá ú nicamente hacía cosas rápidas, como magia,
pero no soñ aba.
La Tierra no se movía, se quedaba quieta y Karagabí soñ ó que
tenía que buscar un pedazo de imán y supo dó nde lo podía encontrar,
pero había que hacer una ceremonia para poder llegar allá y
arrimarse a una piedra grande para que el imán no lo arrastrara 63
cuando estuviera cerca de él. Karagabí le explicó todo a Tutruicá :

7. Escritores kuna tule


–Hay una forma para que la Tierra, el Sol y la Luna se muevan,
pero tenemos que hacer un trabajo para eso.
–¿Pero có mo lo vamos a hacer?
–Como usted vuela, yo me voy en su espalda hasta allá y
consigo ese imán. Después lo colocamos en cuatro partes, para que
la Tierra gire y gire.
Cuando llegaron allá se amarraron una piedra grande en la cintu-
ra, se arrimaron despacio hasta el imán, cogieron un pedazo y lo par-
tieron en cuatro, para colocarlo en las cuatro esquinas de la Tierra, y
entonces ahí sí se movió el Sol y de ahí ellos quedaron bien. Entonces
Karagabí dijo:
–¿Qué más hacemos? Lo que usted quería ya lo hicimos, pero
se- guimos quedando nosotros dos solos, porque ni la Luna ni el
Sol ni la noche hablan.
–¿Entonces qué hacemos?
–Vamos a hacer una generació n, vamos a crear al hombre.
–¿Có mo vamos a hacer?
–Conseguimos una piedra y comenzamos a hacerlo como un mu-
ñ equito.
Entonces Karagabí empezó a hacer eso en piedra y soñ ó que par-
tiendo la piedra no podía hacer una generació n, porque el hombre
nunca se moriría, y se lo explicó a Tutruicá :
–¿Por qué no hacemos al hombre de tierra, para que [cuando] se
muera haya generació n y cambio?
–No, a mí no me gustaría eso, porque sería doloroso morir. No,
a mí no me gusta.
Entonces ellos empezaron a pelear por eso. Karagabí empezó a
trabajar su barro y Tutruicá empezó a trabajar la piedra diamante.
El muñ eco de Tutruicá no hablaba ni se levantaba. Karagabí le
sopló la frente, las manos y los pies al muñ eco, hasta que se
levantó , pero tampoco hablaba. Entonces dijo Karagabí:
–¿Sabes qué? Para que hable, para que ande necesita la fuerza de
uno. Tenías que haber soplado en la cabeza.
Karagabí ensayó y resultó verdad. Cuando sopló la cabeza, el
cuerpo se movió , y cuando sopló más, cuatro veces, el muñ eco ya
6 4
quedó hablando… pero se moría. Entonces lo mataron y volvieron
a ensayar, y ya podían hacer a los hombres y a las mujeres. Entonces
Karagabí dijo a Tutruicá :
Literatura embera katío

–¿Qué hacemos nosotros para llegar a un acuerdo y que cada uno


trabaje por aparte?
–Listo: yo hago el hombre a mi gusto y usted al suyo, y si su
gallo canta primero que el mío, usted gana.
Karagabí ganó porque su gallo cantó a las dos de la mañ ana y el de
Tuitricá cantó a las dos y media.
I

En ese momento había cuatro tierras hacia arriba, que eran de


Karagabí, y cuatro hacia abajo, que eran de Tutruicá. Como ya empe-
zó la generació n de los hombres, Karagabí y Tutruicá comenzaron
a compartir lo que sabían y el uno le enseñ aba al otro. Karagabí lo
hacía con buen corazó n, pero Tutruicá no le enseñ ó a volar a
Karagabí, aunque ya estaba soñ ando.
–Como usted me está engañ ando, ya no vamos a ser hermanos
y nos vamos a separar. Usted se va para su tierra y yo me quedo en
la mía –dijo Karagabí.
–No. Si usted me gana yo me voy para mi tierra, y si pierde yo
me quedo aquí y usted se va para arriba. Vamos a conseguir una olla
grande para hervir agua y usted se mete ahí veinticuatro horas, y si no
se muere me gana. Y después yo también me meto y si no me
muero quedamos en paz y seguimos viviendo juntos.
Karagabí fue el primero que empezó a cocinarse, y cuando Tutrui-
cá destapó la olla, como a las seis horas, vio que el hombre estaba tan
tranquilo, sentado ahí, comiendo curadientes. A las doce horas volvió
a mirar y encontró a Karagabí pintado con jagua y adornándose con
cha- quiras. Cuando se cumplió el tiempo el hombre estaba con su
plantica en la mano, cantando a su espíritu. Había ganado y salió de
allí.
Tutruicá se empezó a cocinar por la mañ ana y Karagabí lo encon-
tró sentado a las seis horas, pero a las doce horas apenas había unos
huesos; él no estaba ahí sino un espíritu parecido. Resulta que el her-
mano de Tutruicá lo sacó de ahí para salvarlo, porque no aguantaba
más de doce horas en el agua hirviendo, y metió los huesos para que
Karagabí creyera que Tutruicá había muerto.
Karagabí había ganado y por eso ya no siguieron viviendo juntos,
hicieron casa aparte. Como ya había bastantes hijos, los embera que-
65
daron de Karagabí y los chaberara de Tutruicá. Los chaberara son
los que viven bajo de esta tierra. Ellos y nosotros fuimos creados el
mismo día, por eso ellos son chaberara de nosotros.

7. Escritores kuna tule


–Bueno, hermano Karagabí, ¿usted mañ ana para dó nde camina?
–No, mañ ana me voy a visitar al hijo mayor –le contestó el otro.
Y Tutruicá quedó pendiente en una cañ ada que Karagabí tenía
que bajar. Cuando pasó por allí, le tiró encima esa montañ a y lo tapó .
Karagabí se demoró cuarenta y ocho horas en salir de ahí. Primero se
convirtió en armadillo, y há gale, há gale, pero no era capaz de salir.
Después se convirtió en lombriz y tampoco pudo. Cuando se
convir- tió en agua salió y se salvó .
A los cuatro días Tutruicá se asomó a la casa de Karagabí y lo
encontró allí. A los seis días Karagabí fue a visitar a Tutruicá y le
preguntó que para dó nde caminaba al otro día:
–Yo me voy a visitar a mi hijo.
Karagabí quedó pendiente para ver a qué hora pasaba la cañ ada y
también le volteó la montañ a y lo tapó . A los cinco días salió y
Kara- gabí lo vio nadando río abajo.
–Como ya no podemos ser amigos, sería mejor que usted se fuera
para su tierra.
–No. Yo no me voy para mi tierra.
–No, usted tiene que irse para su tierra porque usted y yo no pode-
mos vivir juntos, porque si usted sigue así voy a tener que vengarme.
–Bueno, yo manejaría cuatro territorios de aquí hacia abajo y us-
ted cuatro hacia arriba.
–¿Có mo se va a llamar el territorio hacia abajo?
–El primero se va a llamar territorio de Chaberara. El segundo va
a ser el territorio de Umucá, el camaleó n, después va a ser el territorio
del agua y de los peces, y después voy a vivir yo. ¿Y usted có mo va
a bautizar tu territorio?
–Mi territorio va a ser el territorio de nube, el territorio del
galli- nazo blanco, el territorio del Sol y de la Luna y en el ú ltimo
territorio voy a vivir yo.
Así quedaron ellos, ahí acaba esa historia.
(Domicó et ál., 2002: 256-26)

66
Las luchas de Caragabí y Tutruicá
Sobre nuestro mundo hay cuatro mundos, y debajo de él otros
cuatro, el primero de los cuales es el mundo de Tutruicá . Otro
Literatura embera katío

mun- do, no sabemos si de arriba o de abajo se llama Orré. Cada


mundo tiene su propio dios. Caragabí y Tutruicá vivieron mucho
tiempo sin conocerse uno a otro.
Al principio, Caragabí, el dios de nuestro mundo, que es un
mun- do de arriba, divisó desde su cielo puesto en lo alto una cosa
oscura, como un globo envuelto en sombras, en donde es nuestra
I

tierra, y quiso ver lo que esto era.


Vino y, en efecto, vio esta tierra, pero a oscuras porque no había
luz.

. Esta narració n mitoló gica se ha reconstruido con base, principalmente,


en las versiones del padre Severino de Santa Teresa y de la Madre
María de Betania, pero rastreando a través de sus respectivas obras,
para presentar un relato continuo, mediante la integració n de los
episodios que en sus trabajos se encuentran dispersos. Igualmente, se
ha dado lugar a las precisiones de Justiniano Domicó , anciano indígena
de la regió n de Juntas de Nutibara, en Frontino, Antioquia. Justiniano
es, posiblemente, uno de los ú ltimos depositarios de las má s antiguas
tradiciones orates de la cultura catía, que son precisamente estas que
hablan de los dioses y de los orígenes de los hombres. (Nota del original)
En la Tierra Caragabí se encontró con un contemporáneo, con un
yábea, desconocido para él. Era Tutruicá, el dios del mundo de abajo,
de Armucurá, quien se encontraba de paso en nuestro mundo. No era
dios de dentro, del centro de la Tierra, sino de un mundo que está
más abajo que el nuestro. Pero tal vez sea tan solo al lado opuesto de
las regiones de nuestra Tierra.
Se conocieron los dioses y se refirieron mutuamente su origen tra-
bá ndose entre los dos este diá logo:
–¿Quién eres tú ? –preguntó Caragabí.
–Yo soy Tutruicá, el dios de abajo –contestó el yábea.
–¿Eres nacido? –preguntó Caragabí.
–No, resulté solo, nadie me hizo. Y tú , ¿có mo naciste?
–Yo –repuso Caragabí–, nací de un salivazo de Tatzitzetze, pri-
mer Padre, o «Padre de todos» quien no tuvo principio y se creó a
sí mismo; por eso me honro de tener antepasados.
Tutruicá dijo con orgullo:
–Pues yo no tengo ningú n antepasado, yo me creé a mí mismo.
Caragabí, entonces, propuso: 67
–Vamos a probarnos mutuamente si somos o no dioses.

7. Escritores kuna tule


Tutruicá dijo:
–Bien, probemos.
Caragabí replicó :
–¿Y qué hacemos para probarlo?
Tutruicá dijo:
–Yo trabajaré el barro.
Y, terminó Caragabí:
–Yo haré lo mismo con la piedra.
Acabado este diá logo cada cual se fue a su mundo. Pasado
como un añ o, Caragabí dio principio a su obra e hizo dos muñ ecos de
piedra fina, mompahuará, con la intenció n de convertirlos en
personas, en el primer hombre y la primera mujer.
Cuando los terminó , los sopló luego por las extremidades de
los pies y manos y por la frente, con el fin de darles vida. En efecto
que- daron animados, abrieron los ojos y se sonrieron, pero no
pudieron levantarse ni hablar.
Tutruicá hizo otro tanto, formando de barro al primer hombre y
su compañ era. Esta obra de Tutruicá resulto superior a la de Caragabí,
pues los muñ ecos de aquel después de haber recibido el soplo en la fren-
te no solamente quedaron animados y risueñ os, sino que también podían
levantarse y se movían y hablaban, de todo lo cual se enteró Caragabí.
Se vio pues Caragabí vencido por Tutruicá y a pesar de su des-
pecho tuvo que humillarse a suplicar a Tutruicá que le enseñ ase el
modo de hacer él otro tanto con sus muñ ecos de piedra, ya animados
parcialmente.
Tutruicá le contestó en forma descomedida e insultante y le
vol- vió a tratar de «dios creado», lo cual había sido el principio de
sus rivalidades.
Caragabí no se desalentó por esto, sino que envió un nuevo men-
sajero pidiéndole barro del que había producido su primera pareja,
pues el dueñ o del barro era Tutruicá, quien se negó por segunda
vez a complacer a Caragabí.
Caragabí envió un tercer mensajero con el encargo de pedir a su
yábea un pedacito de barro, aunque fuera tan pequeñ o como la lengua
de una paloma.
68
Esta vez cedió el dios de abajo a los pedidos de Caragabí, en cuyas
manos creció tanto el pedacito de barro que fue suficiente para hacer
Literatura embera katío

un muñ eco. Después de formarlo se sacó un pedacito de costilla y con


ella sopló en la frente y en cada una de las extremidades del muñ eco,
quien con este soplo vio, habló y se levantó .
Caragabí se alegró mucho de su obra y se fue a recorrer. Pasados
como diez añ os, pensó en darle una compañ era al hombre que había
hecho y envió otro mensajero a Tutruicá , pidiéndole otro poco de
I

barro con el pretexto de que el primero se le había dañ ado.


Tutruicá creyó este engañ o y le envió otra cantidad semejante a la
primera. Con esta hizo Caragabí una muñ eca y para soplarla se quitó
un pedacito de costilla e hizo con ella una bolita y se la introdujo a
la muñ eca, o tal vez le quitó al hombre la primera costilla del lado
derecho. Con esto le dio vida. El soplo con la costilla quita la pesadez
propia de la tierra y las criaturas se pueden levantar y mover con
toda perfecció n.
A pesar de la gran alegría de Caragabí, Tutruicá, quien se dio
cuenta de que había sido engañ ado, les puso a las criaturas de Cara-
gabí el reparo de que se enfermaban, y eran mortales, en tanto que
las gentes de su mundo eran inmortales. Esto no importó al dios
del mundo de arriba.
Tiempo después Caragabí hizo de un salivazo un nuevo personaje
a quien llamó su hijo.
Tutruicá hizo otro personaje, pero no se sabe de qué lo hizo.
Cada uno de los dioses instruyó a su criatura para ver cuál resul-
taba con mayor sabiduría.
Cuando llegó el día de la prueba resultó que ambos seres
iguala- ban en inteligencia y en conocimientos, ante lo cual
Caragabí y Tu- truicá se separaron pensando cada uno lo que urdiría
para sorprender a su rival.
Después de algú n tiempo, Tutruicá despreció nuevamente a
Ca- ragabí por su origen temporal y parece que, además, se robó
algunas personas de su mundo, lo cual recrudeció la lucha entre ellos.
Enfure- cido Caragabí por los desacatos de su rival, cogió un lazo
corredizo y desde las alturas de su mundo enlazó a Tutruicá con muy
buen resul- tado, amenazando con ahorcarle para quedar como dueñ o
de ambos mundos.
El dios de abajo, que no se creía en nada inferior al de arriba, le
respondió con altanería: 69
–Puedes intentarlo, pero ten presente que acabaré con todo.

7. Escritores kuna tule


No obstante, Caragabí empezó a correr el lazo, pero Tutruicá
opuso tanta resistencia que se emparejaron las fuerzas.
Si hubiera vencido Tutruicá seríamos inmortales como los
habi- tantes de su mundo.
De momento, los dioses quedaron convencidos de su igualdad.
El mundo de Caragabí era mucho más hermoso que el de abajo, y
Tutruicá, a pesar de no haber sido creado, se consumía de envidia por
las bellezas de nuestro planeta.
Las mujeres de nuestro mundo eran má s hermosas que las del
mundo de Tutruicá, y los hombres de ese mundo de abajo se dedica-
ron entonces a raptar mujeres de este mundo para casarse con ellas.
El propio Tutruicá robó a la má s hermosa y se unió a ella.
Caragabí, no pudiendo soportar tanto descaro, intimidó a Tutrui-
cá amenazándole con terribles represalias.
Tutruicá reconoció su injusticia y ordenó a sus gentes que en lo
futuro no molestaran a los habitantes del mundo de arriba; a pesar de
lo cual se mantenía la rivalidad entre los dioses. En cierto
momento Caragabí, con el fin de hacer callar a su contrincante, que
cada rato
le quería humillar con el recuerdo de su procedencia de la saliva
de Tatzitzetze, le propuso este desafío:
–Vamos a construir un gran horno –le dijo–, para ver cuá l de
los dos soporta mejor la prueba del fuego.
Tutruicá aceptó sin titubear la propuesta.
En efecto construyeron un gran horno, correspondiéndole a Cara-
gabí la suerte de entrar primero.
Tutruicá reunió toda su gente y se dedicó a cortar leñ a durante
seis días. Al séptimo día introdujo toda la leñ a en el horno. Entró
Caragabí al horno, encendieron el combustible y cerraron la boca,
y así permaneció desde la aurora hasta la puesta del sol.
Abrieron el horno presos de gran expectativa y, cuá l no sería la
sorpresa y confusió n de Tutruicá al ver a su adversario, en medio de
los rescoldos, hermoso y vestido todo su cuerpo de chaquiras de oro
y dejando caer sobre sus hombros su larga cabellera. Caragabí había
salido, pues, triunfante de la prueba del fuego.
Ahora tocaba la prueba a Tutruicá. Se dedicó Caragabí, también
620
durante seis días, a cortar leñ a en el monte como Tutruicá. Al séptimo
día se realizó la prueba en la persona de Tutruicá, también de la
Literatura embera katío

mañ a- na hasta el ocaso y el resultado fue idéntico al obtenido por


Caragabí.
Empataron, pues, ambos dioses, en la prueba del fuego, saliendo
de ella los dos hermosos y rejuvenecidos.
Quiso competir también un antomiá-torro, un diablo blanco, para
demostrar que era igual a los dos dioses, pero por la tarde, cuando
I

abrieron el horno, encontraron tan solo los huesos calcinados.


Terminada la prueba del fuego, dijo Caragabí a Tutruicá :
–Ya ves que somos iguales y por lo tanto cada uno de nosotros
debe gobernar en su mundo sin entrometerse en el del otro; pero si
me sigues insultando acudiremos a la prueba del agua o de la canoa.
Tutruicá, orgulloso de no tener antepasados y seguro de sí mismo,
le repuso con altivez:
–¡Venga también ese ensayo!
Convenida entre ambos la prueba, Caragabí se dirigió al monte
donde tumbó un árbol corpulento de Jenené e hizo con él una canoa.
Mientras se empeñ aba en tal trabajo, oía una voz agorera que decía:
¡Jauburúa, jauburúa! («¡Cuidado, cuidado!»).
Terminada la canoa, Caragabí se fue en ella a pescar a un río
caudaloso, o al mar, y cuando se encontraba pescando junto a una
roca gigantesca, su adversario removió la peñ a con una palanca de
palma de betrú , sepultando bajo la mole a Caragabí con su canoa.
En lo profundo de las aguas permaneció por un día, o acaso por un
mes, por seis meses o por añ os.
Durante ese tiempo, tratando de salir, tomó la forma de
culebra, de lombriz y de hormiga, pero sin resultado alguno.
Finalmente tomó la forma de agua o de hilo de agua y salió
victorioso de la prueba.
Caragabí dijo entonces a su familia que si no hubiera salido airoso,
su mundo, nuestro mundo, se habría acabado.
Después le tocó el turno a Tutruicá, quien salió igualmente victo-
rioso y tal vez má s pronto que el primero.
Con esto quedaron los dos convencidos de la igualdad de su poder
y perfecciones y dispuestos a no ocuparse cada uno en los asuntos del
otro.
Si en estas pruebas hubiera salido vencedor Tutruicá , todos se-
62
ríamos inmortales y habríamos vivido en este mundo sin envejecer
y sin enfermedades, como viven las gentes del mundo de Tutruicá,
a quienes, cuando está n envejeciendo, su dios les derrama un agua

7. Escritores kuna tule


azul en la cabeza y con eso se rejuvenecen. En cambio, los habitantes
del mundo de Caragabí tenemos un cuerpo flojo, que envejece y
que se pudre.
Después de estas pruebas, Tutruicá le pidió a Caragabí que le
ce- diera [a] los habitantes de este mundo, pero este le respondió :
–¿Para qué quieres gentes que no son tuyas, puesto que no las has
hecho?
En lo sucesivo no hubo más desafíos entre los dioses, entre los yá-
bea o contemporáneos, y cada cual se ocupó solo de su propio mundo.
(Vélez, 990 [982]: 7-20)

origen de los catíos y los cunas [t.C.]


Caragabí produjo de la nada una gota de agua, la cubrió con
una totuma nueva y al día siguiente al descubrirla la halló convertida
en un indio catío. Produjo otra gota de agua y, tapada también con la
misma totuma, salió de la gota una mujer, compañ era del primer
hombre.
Caragabí enseñ ó a la primera pareja a producir gotas idénticas a
las anteriores para que pudieran, ellos también, hacer otros catíos.
Luego se fue a recorrer.
Siguiendo las indicaciones de Caragabí, hicieron otra pareja de
seres humanos, pero la primera mujer, sintiendo que sus dedos le
habían quedado humedecidos con la materia prima de su gota, los
sacudió y esparció el agua en forma de llovizna, y de las menudísimas
gotas que cayeron se formaron muchas personas más, como cincuen-
ta, y resultaron ser indígenas cunas. Si hubieran cubierto las gotas con
totumitas nuevas, habían surgido catíos.
(Vélez, 990 [982]: 6)

el diluvio en el Darién
En el Darién hubo un diluvio. Para salvarse de las aguas, los
indí- genas catíos y los chiricanos de Panamá construyeron un barco
grande y entraron a él con todos los animales que pudieron
622 recoger.
Los chiricanos, pensando en el desembarco, llevaron muchos la-
zos, pero los otros indígenas no llevaban nada.
Literatura embera katío

Cuando llegó el momento de bajar, los chiricanos con sus lazos


se apoderaron de los animales más grandes: vacas, terneros, caballos.
Los catíos tuvieron que contentarse con los animales pequeñ os: cone-
jillos, guatines, gallinas.
Por eso los chiricanos son ricos y los catíos son pobres.
(Vélez, 990 [982]: 36)
I

. Nota adjunta de Velez: «También esta narració n la encontramos


exclusivamente en la obra del Padre Pinto y bajo el mismo epígrafe
de la anterior, esto es: Diluvios parciales. (Nota del original).
2. Historia de sol y Luna

Las fases de la Luna


El Sol es un hombre y la Luna es una mujer. Los dos se pasean
por el firmamento.
Todas las noches el Sol se da un bañ o en el mar y, dándole la vuel-
ta a la Tierra, aparece al día siguiente en el mismo punto.
La Luna también se bañ a en el mar, pero más de tarde en tarde.
Por eso se le ve con frecuencia en la noche.
Al principio la Luna empieza a mostrarse tratando de enamorar
al Sol. Le hace guiñ os con un solo ojo y el otro se lo tapa con un
palo. Cada día le va descubriendo su cara poco a poco.
Cuando al fin la Luna aparece con su cara brillante, el Sol se
ena- mora de ella y se casa. Así pasan muy bien una semana, pero
después la Luna empieza a tener celos del Sol y lo mira solo de
reojo.
Finalmente, la Luna se esconde para darse mejor cuenta de có mo
623
se maneja el Sol.
El Sol también se incomoda con los celos de su esposa y trata de
separarse y entonces la Luna trata de conquistarlo de nuevo y empie-

2. Historia de Sol y Luna


za otra vez a enamorarlo mostrando su rostro poco a poco.
(Vélez, 990 [982]: 40)

. Casi textualmente hemos tomado esta tradició n de la obra del padre Pinto
quien dice haberla escuchado de un indígena de apellido Carupia, de la
regió n de Juan José (Departamento de Có rdoba). Al decir del autor, su
informante era un hombre instruido, de cerca de cuarenta añ os de edad
e interesado por las tradiciones de su grupo. (Nota del original).
3. más historias sobre los orígenes

el agua
Carabí no tenía plá tano, ni candela, ni agua.
Entonces el pájaro cuéndola tenía su tallo de plátano, pero no daba
la semilla. Carabí mandaba a su gente y la cuéndola le mandaba un
poquito de plátano.
El zorro tenía la cañ a y no daba la semilla. Carabí mandaba a la
gente:
–Vayan traigan un atadito de cañ a.
Entonces el zorro le mandaba un poquito.
Un lagarto eslabonero tenía su eslabó n y no le faltaba la candela.
Carabí mandaba a su gente a que le pidieran candela al eslabonero.
É l le mandaba un tizó n pero todas las mañ anas llegaban y entonces el
eslabonero los regañ aba:
–¿Có mo yo no dejo apagar mi fogó n? Lo que pasa es que
ustedes dejan apagar la candela.
624
La hormiga conga tenía el agua y nunca le faltaba. Carabí mandaba
a su gente para que le trajeran agua y la conga le mandaba un poquito.
Literatura embera katío

Carabí se volvió como cucarró n amiguito y se fue a la casa del


eslabonero y buscó el eslabó n para prender.
El tucán chiquito era el que iba a buscar la candela a donde el
eslabonero, pero un día el eslabonero dijo:
–Yo no les voy a dar más, ustedes no cuidan la candela.
Pero el tucán tenía un guayuco largo atrás y se acercaba al fogó n,
I

prendía el guayuco por detrá s y salía corriendo.


Y así hacía todos los días hasta que el eslabonero le dijo:
–¡Usted se va a volver tucá n!
Y le atravesó el tizó n en el cuerpo. Y se volvió tucán y no pudo lle-
var más la candela. Carabí en forma de amiguito buscó entre la
paja2 y encontró el eslabó n y la piedra de hacer candela. Ya vuelto
gente, Carabí volvió y le dijo:
–¿Usted por qué volvió tucán a mi sirviente?
–¿Por qué ustedes no cortan leñ a buena?

. Como la cola del tucá n. (Nota del original).


2. La paja de la casa es usada para guardar cosas. (Nota del original).
–¿Ah sí? ¡Como usted es malo se va a volver lagarto! –y le atravesó
el tizó n también.
Carabí mandó a un hombre a que espiara a la cuéndola a ver
dó nde tenía la semilla de plátano. El hombre se fue a mirar hasta que
la cuén- dola salió , cogió su machete y se fue. El hombre se fue detrás,
hasta el platanal, y entonces se dio cuenta.
–¿Có mo les fue? –preguntó Carabí.
–Ya lo encontramos, papá . Allá es donde lo
tiene. Entonces Carabí fue allá .
–Usted, ¿por qué no me da la semilla?
–Yo no la tengo, yo siembro es la frutica de adentro.
–Qué va, usted tiene la semilla. Usted por miserable se va a volver
cuéndola.
Y lo cogió y lo botó .
–¡Volvete cuéndola, carajo!


625

Carabí mando a una gente a que espiara al zorro a ver dó nde tenía

3. Más historias sobre los orígenes


la semilla de la cañ a. Entonces esa gente se fue a esperar hasta que el
zorro salió , cogió el machete y se fue para el cañ al. La gente se fue de-
trás y vieron como sembraba el zorro la cañ a. Entonces se regresaron.
–¿Có mo les fue? –preguntó Carabí.
–Ya lo vimos, papá . Allá es donde lo
tiene. Entonces Carabí se fue para allá .
–Usted, ¿por qué no me da la semilla de la cañ a?
–Yo no tengo semilla, yo no tengo. Yo apenas sembré una sola
mata y esa es la que da.
–Qué va. Usted tiene la semilla y ahora por miserable se va a
vol- ver zorro.
Y lo cogió y lo empujó .
–¡Volvete zorro, carajo!
Faltaba el agua, no se conseguía en ninguna parte. Carabí
mandó entonces una gente para que averiguaran en dó nde tenía la
conga el agua. Ellos se fueron a esperar a la conga y cuando salió ellos
se fueron detrás y vieron que subía a un palo embejucado, un árbol de
lano, y de allá bajaba con su calabazo lleno de agua. Entonces
regresaron.
–¿Qué pasó ? –preguntó Carabí.
–Ya sabemos, papá. El agua la saca del palo
lano. Entonces Carabí se fue allá.
–¿Usted por qué no me dice en dó nde guarda el agua?
–Yo no tengo, yo apenas recojo cuando cae un aguacero.
–¡Mentira! Ahora por mala la voy a volver conga. ¡Volvete conga!
Y Carabí mandó a su gente a labrar cabo de hacha, al mono, al
mico, al aullador, al pá jaro carpintero, a la ardilla y al carricerito
pe-
queñ o.
Por el castigo que Carabí le puso es que ahora la conga carga el
agua para todas partes.
Se fueron a donde el palo de lano a tirar hacha desde mañ anitica.
Todo el día tirando hacha, y ya iban a desnucar el á rbol cuando
vino la noche. Ahí Carabí dijo:
–Hijos, dejemos esto para mañ ana.
626
Al otro día volvieron, pero cuando llegaron vieron que el palo es-
taba sin un hachazo. Se pusieron a trabajar de una vez, y durante todo
el día [estuvieron] hachando, pero les volvió a coger la noche y se
Literatura embera katío

fueron. Cuando volvieron al otro día el árbol estaba intacto. Entonces


fue cuando Carabí dijo:
–Vamos a hachar hasta la noche, vamos a traer teas.
Ahí sí se pusieron a trabajar, todo el día y toda la noche, y se
die- ron cuenta [de] que los sapos eran quienes pegaban las astillas
por la noche. A eso del mediodía del otro día empezó a caer el
I

á rbol, pero quedó enredado en un bejuco chocho. Carabí mandó


limpiar.
–¿Quién va a trozar el bejuco? El que sea más vivo lo tumba.
Mandó al pájaro carpintero a trozar un poco el bejuco. Y Carabí
los mandaba a tirar una piedra desde arriba a ver si alcanzaba a bajar
antes de que la piedra tocara al suelo. La ardilla se recogió el cabello
y subió con su hacha, pero no alcanzó . Y así fueron pasando uno
por uno, el mico, el mono, el aullador, y ninguno pudo pero cuando
le tocó al carricerito pequeñ o ese sí pudo. Carabí le dijo:
–Usted sí va a poder, vaya suba. Cuando truece el bejuco deje el
hacha y corra para abajo.
El carricerito se subió y cuando trozó el bejuco se bajó y llegó a
tierra antes de que cayera el á rbol. Cuando cayó ese árbol se volvió
todo agua, como mar, y donde cayeron los bejucos se formaron los
ríos.
Y la gente pudo tomar
agua.
(Dogiramá y Pardo, 984: 2-28)

La conquista del agua y otras creaciones


Caragabí, que es el dios de arriba, vive en su mansió n de Ntre,
en el cielo, en las alturas. Por vivir en las alturas en Ntre, en
algunas regiones se le llama Untré.
Cuando al principio no había nada, tampoco había agua.
Untré lo estaba haciendo todo y supo que la hormiga Jaburrá,
la conga, que era redonda como una garrapata, sí tenía agua y se la
pi- dió . Pero ella la cogió en su boca y no quiso darla. Entonces
Untré le apretó a la conga su barriga y ahí soltó el agua. Por eso la
hormiga tiene cintura. En ese momento supieron dó nde estaba el
agua, porque la conga dijo que estaba escondida en un á rbol muy
grande que era el jenené.
Untré juntó a todas las gentes que había hecho, para cortar el
á r- 627
bol y sacar el agua. La gente golpeaba con sus hachas y sacaba astillas,
pero después el tronco quedaba como si nada le hubiera pasado.

3. Más historias sobre los orígenes


El dios se dio cuenta entonces de que un hombre que estaba ayu-
dando a tumbar el jenené era amigo de la rana Pocoró y le avisaba a la
rana cuando el árbol estaba a punto de caer. Entonces Pocoró brinca-
ba al á rbol y allí mismo quedaba sano del todo.
Untré pisoteó al hombre y lo volvió rana, pero como el pisó n
fue tan duro las ranas tienen la rabadilla quebrada y los ojos saltones,
y no caminan paradas sino con la barriga en el suelo.
Untré buscó otros hombres para tumbar el á rbol y se quedó
cui- dando. A los cuatro días lo mocharon, pero no se cayó , sino
que se quedó colgando del bejuco migurú. Como en esa época los
pájaros eran gente, dios le dijo al paletó n quihuara, al tucán, que
cortara el bejuco con su largo pico.
El paletó n no pudo, y entonces dios lo condenó a no poder que-
brar las frutas sino a que las tragara enteras.
Después vino la lora Michitá y como tampoco pudo cortar el
be- juco se fue diciendo: Cran, cran, cran, guere, guere, guere.
Acudió entonces el bagará, el guacamayo, y con su pico tan
duro pudo desenredar los bejucos, cortándolos, y ahí sí cayó el
á rbol que
estaba lleno de agua. De sus ramas salieron los ríos y las quebradas
y de su tronco salió el mar, pero como el tronco se rajó salieron
dos mares, uno que está en Acandí y el otro que está en Juradó .
El mar era de agua dulce y entonces Untré le dijo al demonio, a
Antomiá o Tumiá, que era muy malo, que le pusieran sal. Dios quería
quedarse con su mitad de sal para darla a las gentes y Tumiá
quería quedarse con la otra mitad para venderla en capachos.
Ninguno lar- gaba su parte y el mar seguía dulce.
Entonces Untré cogió una cuchara de totumo y la llenó de sal,
la tiró al agua y así se volvió salada. Tumiá lloró en el agua y por
eso también es amarga.
Ya la gente tenía agua dulce y salada, pero no tenía candela. Algu-
nos le contaron a dios, a Untré, que el lagarto Boicamia sí tenía y que
se la ponía de noche en los ojos para ver má s lejos.
Le pidieron la candela, pero el lagarto la negó .
El lagarto tenía su horró, su nasa, y se fue a pescar sábalo. El
dios se convirtió en sábalo y se metió en las redes de Boicamia,
628
quien lo cogió y lo puso al humo. Entonces Untré, que estaba
convertido en sá balo, cogió la candela y se fue.
Literatura embera katío

Ya tenían entonces agua y fuego, pero no tenían nada para coci-


nar. En vista de eso, Untré cogió un palito y lo tiró al patio y allí
mis- mo resultó el plátano hartó n. Tumiá quiso entonces hacer otro
tanto y tiró otro palito al patio, pero lo que resultó fue el platanillo,
que no echa racimo sino una flor colorada.
Untré dijo que Tumiá no sabía hacer las cosas y tiró otro palito
I

que se brotó en retoñ os de cañ a dulce para chupar y hacer guarapo.


Tumiá , a su turno, tiró otro palito y resultó la cañ abrava.
Y así siguieron, haciendo plantas comestibles y no comestibles.
En esa época, allá en Dochará, en el río San Juan, solamente había
hombres, pero llegó la lora care, de copete amarillo y que habla como
la gente y les dijo a los hombres que las mujeres estaban en Coredó .
Entonces todos se fueron para allá y era verdad que apenas había
mujeres en Coredó y cada uno de los hombres cogió la suya. Y
hubo algunos que cogieron dos, pero se encartaron porque todas
querían pa- rumas y chaquiras, y entonces solamente siguieron
cogiendo de a una.
Pero cuando Untré vio que habían cogido dos mujeres, se puso
bravo y cogió un cuchillo y con una mano se cortó la otra mano y la
tiró para arriba, y allá arriba se volvió Luna y las gotas de sangre que
se desprendieron se volvieron estrellas.
(Vélez, 990 [982]: 27-28)

el origen del agua


El tiempo de Jenené era el tiempo de la creació n del mundo,
cuando comenzó a andar Karagabí con su familia. Karagabí no hizo
el agua. El río ya existía, y lo manejaba una señ ora que se llamaba
la Conga, que ahora es como una hormiga pero en esa época era
una mujer grande. Para los convites y para las ceremonias
Karagabí no usaba agua sino un bejuco que se llama agracia, del
que se saca un agua sabrosita; claro que no se puede dejar mojar el
cuerpo con ella porque empieza una rasquiñ a.
Karagabí vivía andando con el mico mono, el mico negro, la
ardi- lla, la nutria, el trumenejo, el carpintero y el zorro. É l andaba con
esas personas cuando se encontró una casa en la selva. Atisbaron y
vieron un chinchorro. Entonces Karagabí dijo: 629
–Vamos a hacer una visita para ver quién vive ahí.

3. Más historias sobre los orígenes


Al entrar vieron a una mujer muy formal que los invitó a pasar. Se
entretuvieron ahí, y la señ ora les brindó un sancocho de pescado, de
guacuco y de corconcho, agua, y de sobremesa mazamorra.
–¿Usted dó nde cogió estos pescados? –le preguntó Karagabí.
–Del río –contestó ella.
–¿Puede usted llevarme allá, para conocer el río?
–No. ¿Usted no es Dios, pues? Usted debe saber dó nde hay
agua. Karagabí insistió :
–No, lléveme para que yo conozca, que yo no conozco el agua y
me quiero bañ ar.
Le rogó cuatro veces, pero ella no quiso mostrarle el río.
Karaga- bí lo buscó con sus amigos y nada, nada, nada: se fueron
de la casa, hicieron un ranchito por ahí cerca, y al otro día
volvieron a visitar a la Conga. Ella les brindó un sancocho de
sabaleta, que es un pescado muy sabroso. Ellos le preguntaron:
–¿Usted dó nde coge ese pescado?
–En el río. ¿Por qué me molesta tanto? Yo no le voy a decir
nada a usted.
Entonces Karagabí dijo a sus amigos:
–¿Saben qué? Yo me voy a convertir en piojo y voy a mirar
có mo hace el tejido de ese chinchorro.
Convertido en piojo se colgó del cabello, vio có mo se hacía el
chinchorro, y luego le dijo a su hijo:
–Yo ya aprendí a tejer chinchorro y le voy a enseñ ar a tejer a
us- ted, pero primero me voy a convertir en un trumenejo, en un
colibrí, porque yo creo que ella siempre sale a bañ arse y a coger
pescado al medio día, porque a nosotros nos ha brindado pescado
por la tarde.
Convertido en colibrí vio có mo ella cogía una llave grande y
abría una peñ a, y de allí salía un río caudaloso y bonito. Ella se
empezó a bañ ar con el chinchorro y cogió en la red a Karagabí, que
se había convertido en sábalo. Le dio un garrote en la cabeza y se
lo llevó contenta para la casa. Le sacó la tripa, lo arregló y lo puso
a ahumar, pero al otro día la sabaleta había desaparecido;
entonces ella pensó :
630
–¡Ah! Este berraco era Karagabí, que me hizo trampa. Ya debe
saber dó nde tengo el agua. ¡Uf!, ¿ahora qué hago? Ya me va a ganar
Literatura embera katío

Karagabí.
Karagabí dijo a su hijo el mono:
–Tenemos que fabricar un hacha y una llave, porque la llave de la
Conga es muy grande y está muy berraco abrir esa peñ a. Yo me voy a
convertir en piojo y voy a medir esa llave, mientras ella se bañ a, para
que fabriquemos una igual.
I

Con una piedra sacaron una copia de la llave y empezaron a abrir.


Y abrió .
–¡Listo! Ya con esto nos defendemos. Ahora sí vamos a matar a la
Conga si no nos entrega el agua –dijo Karagabí.
–Bueno, señ ora Conga, ahora sí me entrega agua –le dijo al llegar
a su casa.
–No se la entrego, porque como usted es Dios, debe tener su pro-
pia agua. No me moleste a mí que no le voy a entregar agua.
–¡Por envidiosa y hambrienta la voy a convertir en conga! Enton-
ces la cogió por la nuca y la pata y la jaló , quedando mocha la cintura.
–¿Sabés qué, Karagabí? Dame un veneno para yo matar de una
a las personas, para que se mueran –dijo la mujer, ya convertida en
hormiga.
–No. El veneno que le voy a dar apenas va a servir para que a la
persona le duela un ratico.
Bueno, entonces por eso ellos empezaron a abrir la peñ a, pero ya
no había agua, ¡nada! Había bastantes árboles grandes, uno de ellos
era el jenené… era selva, pero ya no había agua. Entonces ellos dijeron:
–¡Eh! ¡Eso es un castigo para nosotros! Ella se llevó el agua en
la boca, se la llevó toda. Vamos a ver qué hacemos…
Karagabí empezó a andar con su gente por la selva hasta que la
nutria le dijo, señ alando un palo:
–Papá , por aquí escucho un ruido.
Todo el mundo rodeó ese palo, y en verdad escucharon un río,
que sonaba como un caracol: ¡Uuuuu!
–Este se llama Jenené, nuestro abuelo, nuestro pasado, el agua
–decía Karagabí, porque lo había soñ ado así.
Bueno, como ya tenían fabricada un hacha comenzaron a tumbar
el á rbol entre todos. En total eran como ocho animales entre
micos, zorros, nutrias, la ardilla grande y la ardilla chidima; esa
pequeñ ita 63
que vive comiéndose el cuero de los á rboles. Por la tarde ya llevaban
tumbado má s de la mitad del á rbol, pero se cansaron y se fueron

3. Más historias sobre los orígenes


para la casa, para continuar al otro día. Por la noche venía la rana,
que en esa época era una persona, brincaba, meaba ahí y sobaba
el á rbol con una brea para que quedara como si nadie lo hubiera
picado.
Tres veces la gente de Karagabí encontró el árbol sanito, después
de haber dado hacha todo el día, hasta que Karagabí dijo:
–¿Saben qué? No podemos seguir trabajando así. Vamos a
fabri- car una cera como la que hacían nuestros abuelos, [que]
cocinaban el kanturrón hasta que quedaba una brea que servía de
mechero para alumbrar.
Ya con eso se pudieron quedar trabajando en la noche. El zorro se
quedó atisbando y vio un señ or que se parecía a una rana pintada. El
señ or empezó a sobar, a sobar, hasta que dejó el á rbol sanito.
Ense- guida se pusieron a tumbar el árbol, y continuaron sin parar
durante cuarenta y ocho horas. El Jenené no cayó de una vez, sino
que quedó enredado en un bejuco. Karagabí le dijo al mono:
–Vaya, lleve esta fruta, y si usted cae primero que la fruta va a
ganar, y el á rbol se va a caer.
La nutria dijo:
–¿Sabés qué? Nosotros vamos a jugar, pero tenemos que hacer
una balsa de tukuno para salvarnos, porque ese río va a anegar todo.
–¡Ah, listo!
Fabricaron la balsa para montarse cuando todo se convirtiera en
pura ciénaga, y después el mono negro y el mono colorado trataron de
caer primero que la fruta: el mono negro, el colorado, el zorro,
pero siempre caía primero la fruta. El zorro y la nutria no
quisieron subir al á rbol. Entonces la ardilla dijo:
–Yo voy, y vamos a ver si gano.
Subió la ardilla y cuando subió ¡pun! tiró la fruta… pero
siempre cayó primero la fruta. Entonces ahí sí subió ese ruñ idito de
chidima y largó la fruta de una, y cayó primero ese chidima. Y empezó
a caer ese árbol, cuando sonó en la tierra y se anegó . Cuando se
anegó dijeron:
–¡Eh! ¿Qué hacemos? ¡Nos vamos a morir!
Y se montaron encima de la balsa. Bueno, entonces ellos estuvie-
632
ron quince días sobre el agua, esa balsa se creció y quedó como
una balsa grande. Ahí prendían el fogó n y hacían la comidita.
Literatura embera katío

Todos se bañ aban en el agua, pero era la nutria, que algunos llaman
«chucha de agua», la que traía el pescado.
Entonces Karagabí pensó :
–¿Qué hago con esta gente? Esta gente tiene que cambiar. Al
que grita bastante lo voy a llamar «mono», lo voy a convertir en mono.
Al que vive pescando cada ratico lo voy a llamar «nutria»; al que vive
I

ju- gando diario lo voy a convertir en mico negro, y al otro lo voy a


llamar
«zorro» porque le gusta cocinar. Al que le gusta encaramarse mucho
en los palitos lo voy a llamar «ardilla», y al que ayudó a conseguir el
agua lo voy a llamar «chidima», o «ruñ idito de palo».
A los quince días llegaron a una tierra seca, se bajaron de la balsa
y Karagabí les dijo que ya los iba a convertir en animales y que iban a
manejar su territorio.
(Domicó et ál., 2002: 263-267)

el origen del plátano


Les voy a hablar un poquito de có mo conseguimos los embera
el plátano. Eso es una historia. El colono era el dueñ o del plátano,
algunos lo llaman «colono», otros dicen «pájaro mochilona», el que
hace una mochila. En embera lo llamamos kumbarrá.
Una vez Karagabí vivía andando con su hijo, pero no había
comi- da: andaba, andaba y llegaron a un punto donde había mucha
platane- ra, hartó n, primitivo, banano, manzanos y otra variedad de
plátanos.
–¿Quién será que vive aquí? –dijo
Karagabí. Y andando sintieron un olor
maluco.
–¿Quién será el que huele tan feo así?
Y al rato para allá estaba ese animal, el pájaro mochilona, pero era
una persona y olía maluco. Entonces llegaron:
–Oiga, ¿usted es el dueñ o del plá tano?
–Señ or, yo soy el dueñ o del plátano.
–¿Y usted me regala un colino para yo sembrar?
–No, yo no regalo mi colino, ni lo vendo ni lo
regalo. Entonces Karagabí le dijo a su hijo:
633
–¡Eh! ¿Có mo vamos a hacer? ¿Le robamos o lo matamos para
ga- nar ese colino? ¿Sabés qué? Vamos a matarlo, pero antes yo creo
que
ese debe ser sabio también, tiene que ser jaibaruí también, porque de
pronto nos pasa como con la conga, porque a la conga la matamos y

3. Más historias sobre los orígenes


no le pudimos sacar nada, tuvimos que esperar mucho, y este colino
puede convertirse en otro árbol. Entonces mejor arrancamos ocho co-
linitos primero y matamos al mochilero después, si no nos regala el
colino.
Y verdad un día de esos llegaron allá , arrancaron los colinos y
le dijeron al mochilero:
–Oiga, ¿va a regalar o no va a regalar? –porque anteriormente al
que no le gustaba regalar era a ese pá jaro mochilero.
–No regalo, ni vendo.
Entonces Karagabí lo agarró de la nuca, y él estaba envuelto
con una pampanilla amarilla, y esa se convirtió en la cola, una cola
ama- rillita, el cuerpo era como cafecito y el pico era amarillo, y así se
con- virtió en un pá jaro.
Oiga, cuando el mochilero fue a ver el colino de plátano, ya era
murrapo, plátano chiquito. Así quedó el murrapo; por eso donde hay
murrapo ahí vive ese pájaro. A él le gusta comer de la fruta del murra-
po, la que sale como una florecita. Entonces el colino que Karagabí
había arrancado antes, ese sí quedó plátano, entonces quedó semilla,
porque si no todos los plátanos se hubieran convertido en murrapo.
Por eso algunos dicen que el primitivo es murrapo. Ese es otro cuen-
tecito.
(Domicó et ál., 2002: 268-269)

el pájaro luna
Carabí hizo su casa, él vivía ahí. Hizo a un hermano y luego hizo
una mujer para que lo acompañ aran. Más arriba había otra gente en
un tambo.2 Entonces él se enfermó y cogió una buba y también le salió
un cocó que le estaba trozando los dedos; también le pegó lazarino y
le pego tiñ a.3 Y le salió lepra; estaba lleno de granos y ya hedía.
Entonces la mujer ya no lo quería porque estaba feo.
É l estaba criando una muchachita y ya no había quien hiciera el
plátano. La mujer se lo pasaba bebiendo en las fiestas y ya se estaba
acostando con el hermano. La niñ ita metía a asar plátano negro. É l se
634
lo mandaba a asar con cáscara y en un momentico estaba. Ahí llegaba
la mujer de la chupata4 con la barriga toda arañ ada y él no le decía
nada.
Literatura embera katío

–¿Có mo le fue?
–Bien. Yo estaba chupando5 no más.
–¿Estaba buena la bebida?
–Sí.
Un día ella le dijo:
–Voy para la chupata.
I

–Vaya pues, yo así enfermo có mo voy a ir.


É l quedó solo y se quitó como una camisa con todo ese
granerío y quedó limpio. Ese día el hermano no fue a la fiesta porque
ya sabía. Carabí se vistió con sus chaquiras y se fue a la chupata.
Cuando él llegó ella ya estaba ahí. Ella creía que era el hermano y se le
arrimaba, y le decía él:

. Narrador: Villamoro Dogiramá .


2. En el occidente colombiano se llama tambo a la casa
palafítica de los emberá . (Nota del original).
3. Enfermedades de la piel. (Nota del original).
4. Chupata es una fiesta con bebida alcohó lica. (Nota del original).
5. En el Chocó chupar es sinó nimo de beber trago. (Nota del original).
–Estese quieta, que se va a enojar mi hermano.
–Hombre, ese asqueroso qué se va a dar cuenta.
Y se bajaron del tambo y ahí estuvo con ella. Ya amaneciendo él
se vino para la casa y se puso la camisa y quedó asqueroso otra vez.
Ya entrando el día fue llegando ella ya bañ ada. Le dio de comer a él y
él no recibió . Ella estaba con un trapo en la barriga porque él la había
arañ ado. Ella dijo:
–Hombre, ¿por qué está bravo?
–¿Luego usted no ha estado viviendo con mi hermano?
–Hombre, yo no, ¡qué va!
–¿Y esto?
Y le destapó la barriga arañ ada. Entonces le rasgó la boca y la vol-
vió pá jaro luna, que también le dicen sacaparado.
Ese pá jaro pasa trabajo para empollar, saca a su hijo parado y
siempre está mirando el sol o la luna.
(Dogiramá y Pardo, 984: 29-33)

635

La hermana de Carabi

3. Más historias sobre los orígenes


Eso dizque fue así.
Que Carabi vivía en una sola casa, ahí junto con los demás perso-
nales entonces; pero no había gente, muchachos jó venes… solo él y la
hermana y los viejos. Y no había má s gente en esos tiempos.
Apenas una sola casa. Y de allí dizque por las noches se vestía él de
chaqui- ras, con todos los vestidos que él usaba, amburá, cruzadilla,
bajapelo, manillas,2 todo. Entonces ya, cuando ya quedaban dormidos
los viejos se iba a la cama de la hermana. Bueno y la primera noche
que la buscó , preguntó la mujer:
–¿Usted quién es?
–Yo soy de tal parte, no soy de aquí cerca.
Entonces bueno, ya la mujer quiso, y bueno ya,
así:
–Si me va a coger, bueno, yo lo voy a dejar llegar.

. Los pretendientes se arañ an el vientre como parte del cortejo. (Nota del original).
2. Amburá: faja de chaquiras que se ponían los hombres en las caderas.
Cruzadilla: tiras de chaquiras cruzadas sobre el pecho. Bajapelo:
diadema de plata. Manillas: pulseras de plata. (Nota del original).
–Porqué no, yo la cojo, yo lo publico.
–Bueno, está bien.
Entonces ya quedaron viviendo; bueno, así estuvo siempre, todas
las noches iba él allá, a veces no iba, en otras noches se iba.
Y así había estado, hasta que la mujer cogió barriga. Entonces
ya sintió que tenía un hijo adentro, y ya dijo la mujer:
–Usted… bueno, ¿por qué no sale pues por el día para que nos
casemos?
–No, más tarde.
Siempre decía él así. Así que ella una noche, cuando ya venía la no-
che dizque cogió una fruta de jagua y ahí rayó y la puso, porque esa fruta
se negrea. Bueno entonces la guardó ahí junto de ella. Entonces,
cuando ya de noche, cuando él llegó siempre como llegaba él, lo dejó
llegar. Pero entonces luego se puso a comer él a la mujer y cuando
estaba en eso… y… cogió la jagua despacito y ahí mismo le untó la cara
con el agua de esa jagua, y se fue al rato. Cuando ya salió se fue, no
636
volvió má s.
Bueno, al otro día amaneció . No amaneció el hermano en su cama
y ahí fue que conoció ella que era su hermano. Entonces ya estaba con
Literatura embera katío

barriga ya para dar a luz. Y entonces como él no estaba ahí, «Se fue,
se huyó », pensó la mujer. «Yo ahora, ¿qué hago? Yo ya perdí con él,
tengo que casarme con él. Voy hasta donde está él».
Entonces arregló su canasto y se fue detrás, cogió su machetico y
se fue. A andar, a caminar por el camino. Y así caminaba, caminaba:
donde le cogió la noche ahí se quedaba, dormía en el camino por ahí y
I

así se fue siguiendo. Y a los dos días le hablaron los niñ os de la barri-
ga, del vientre de ella, porque eran gemelos.
–Mamá, por aquí fue él, mi papá.
–Bueno, bien. ¿Ustedes saben muy bien?
–Sí, por aquí se fue él.
Entonces cuando encontraban por ahí unas flores decían:
–Cojámoslas, mamá, esas flores.
Y así dizque las cogía y las echaba en su motete (canasto). Y así
iba caminando, y se iba caminando, cuando al otro día dizque dijeron:
–Hoy vamos a encontrar un tipo bien parecido a mi papá. ¡Cuidado!

. Publicar: es amanecer con la muchacha, hacer pú blica la


relació n y quedarse a vivir con ella. (Nota del original).
No vaya a vivir con ese hombre, él va querer vivir contigo. ¡Diga
que no! Ese no es mi papá; ese es animal.
Bueno, y así fue. Cuando verdad por ahí como a las tres de la tarde
venía el hombre por el camino y habló la mujer:
–Bueno, usted que está por allá, ¿usted no ha visto gente por aquí,
que pasó por aquí?
–No, yo no sé [de] eso. Yo era el que vine por aquí, sino que es-
tuve y me volví.
Bueno ahí entonces estuvieron hablando. Y ahí dizque él dijo que
le diera. Entonces ella le dio creyendo que era él. Bueno, y comió y se
fue.
Cuando más para allá quedaron calladitos los niñ os que estaban
hablando en la barriga. Iba caminando, y más allá dizque hablaron:
–¡Ay, mamá! Casi nos enloquecemos nosotros porque usted vi-
vió con ese. Nosotros le dijimos ayer que no [se] entendiera con
ese hombre. Que era animal, ¿no le dijimos nosotros? Usted no
creyó de nosotros, ya casi nosotros nos enloquecimos. No haga
637
más eso.
Ese animal era zorrillo, que parece ardilla; ese animal tiene una
hedentina fea, maluca. De esa hedentina era que se iban a enloquecer
los gemelos.

3. Más historias sobre los orígenes


Bueno, se fue más para adelante. Y al otro día dijeron los niñ os:
–Hoy encuentra otro. Y tampoco no vaya a creer en él porque ese
no es mi papá . Y así mismo va a llegar como el otro.
Bueno, de verdad como a esa hora venía el hombre que llegó y
saludó :
–¿Usted para dó nde va?
–Yo voy aquí detrá s del hombre que pasó por aquí.
–Ese era yo, que ya estuve allá y me vine.
Bueno entonces la mujer le creyó , bueno y ahora ahí mismo
diz- que le pidió que le diera2 a él.
Bueno, y le dio. Bueno cuando ya acabó que dijo que él no sabía
que si iba por ahí por ese camino… puede ser que lo encuentre por
allá; ya, porque no era él. Entonces más para allá quedaron locos los
muchachos y preguntaba ella y nada, hablaba [y] nada.

. Puede ser cualquier monstruo, o ser temible, de los que se


relacionan con los jaibaná s. (Nota del original).
2. Dar: acceder sexualmente. (Nota del original).
Bueno, ya por la tarde dizque hablaron.
–Ay mamá, nosotros casi nos enloquecimos. Si vamos a quedar
locos de esa hedentina, entonces usted se pierde, ese animal era co-
madreja, nube de polvo.
Cuando ese día le dijeron otra vez:
–No vaya a hacer eso más porque si nosotros nos enloquecemos
entonces usted va a coger mal camino.
Entonces cuando llegaron adonde se dividían dos caminos, enton-
ces ellos le decían:
–Por aquí es, por este
camino. Entonces decían:
–Si eso vuelve a pasar nosotros no vamos a dar con el camino –di-
jeron.
–Muy bien hijos –dijo ella.
Iban caminando y más allá dizque encontraron otro hombre que
venía; ese era el zorro, habló también, también lo mismo dijo. Pre-
guntó la mujer:
638
–¿Usted, no lo ha visto por aquí pasar un hombre?
–No, es que yo sí anduve allá, es que yo pasé anteayer y volví
Literatura embera katío

por aquí hoy.


Entonces la mujer le creyó .
–¿Verdad? ¿Usted era?
–Sí, yo era.
Así estuvieron hablando, estuvieron hablando, hasta que él le pi-
dió que le diera a él.
I

Bueno, le dio. Ya vivió ; estuvieron comiendo, estuvieron comien-



do. Cuando después salió de eso se fue él por su camino.
Bueno, ahora sí. Cuando ya llegaron allá , adonde comparten
dos caminos, ella preguntó a los muchachos, pero ya quedaron locos y
no hablaron.
Entonces cogió por otro camino. El otro quedaba por el otro lado.
Y se fueron yendo, se fueron yendo más para allá. Ya se quedaron
locos, no dijeron má s.

. En el Chocó , como en muchas regiones, el acto sexual


es nombrado como comer. (Nota del original).
Bueno, llegaron a donde estaba una casa. Estaba una chola vieja
ahí en la casa.
–Ay mija, ¿de dó nde viene usted?
–Vengo de tal parte.
Bueno, entonces después de que le dio de comer, le dijo:
–¡Hombre! Vea muchacha: usted ahora se va para el tabanco2 por-
que ahora más tarde vienen mis hijos, y mis hijos son malos. Puede
que se la traguen a usted, porque ellos son malos; pero yo sí la voy
a esconder.
–Bueno, está bien.
Entonces se escondió allá en el tabanco, llegó allá, entró allá y
tenía una batea3 grande. Y la tapó ahí debajo de esa batea, dizque
quedó ahí y la vieja le dijo que no hiciera bulla. Bueno, se quedó
allá ahí, como ya había comido.
Cuando en eso dizque ya por la tarde venían llegando los hijos,
venían llegando, venían llegando, venían llegando, venían llegando;
llegaron dos.
639
Bueno, entonces la mamá les sirvió la comida, bueno, comieron.
Al rato, ella allá arriba estaba, tirando vista a uno que se parecía a

3. Más historias sobre los orígenes


su mismo hermano.
–Carajo, ese va a ser mi hermano –pensó ella–. É l es.
Y ya como los niñ os de la barriga no hablaban, no sabía.
Entonces dizque estaba ahí derechito, debajo de donde estaba ella,
debajo estaba él, sentado. Ese era el quícharo. Entonces que lo escupió
ahí. Entonces ahí cuando miró cayó encima de la mano lo que le escu-
pió , entonces lo lamió .
–Ay hombre, mi mamá que es lo que tiene guardado allá en el
tabanco, que tiene una comida por ahí.
–¡Qué va! Yo no tengo, ¿yo dó nde voy a conseguir esa comida?
–¿Y esta qué agua es, que huele a comida? Está chorreando allá;
ahí está la comida.

. En las tierras bajas del occidente se conoce a los indígenas


como cholos. Los indios al hablar españ ol se refieren a sí
mismos de esta manera. (Nota del original).
2. Es el cielo raso del tambo, se usa como depó sito. (Nota del original).
3. Canoa de madera para fermentar bebidas. (Nota del original).
Y ahí mismo que se treparon. Todos los hijos de la vieja que
eran tigre, leó n, tigrillo, el quícharo, todos esos animales. Entonces
llegaron y cuando destaparon eso, ahí estaba ella. Ahí mismo se le
echaron y crau, crau, crau, crau, crau… Bueno, la mataron y se la
comieron. Y ya se la estaban comiendo toda, entonces dijo la
vieja:
–¡Ey, hijos! Déjenme los chiquitos que tiene en la barriga, no se
los vayan a comer, déjenmelos, yo los voy a criar, está n bonitos. O
déjenmelos para yo comer, porque esos sí que está n blanditos.
–Bueno, está bien mamá .
Entonces no se comieron a los niñ os, quedaron. Esa vieja era el
sapo. Entonces la vieja los lavó , los aseó bien; entonces los
envolvió con un trapo seco y los echó a una olla de barro que estaba
grande, los echó adentro y los tapó .
–Bueno, ¿y usted por qué no se los va a comer?
–No, no voy a comer. No voy a comer, estoy llena. Mañ ana
cuan- do me dé hambre voy a comérmelos.
640
Bueno, dejó ahí. Y los hijos como no paraban en la casa se fueron,
bueno, después al otro día dizque fue a ver, pensó : «¿Có mo
Literatura embera katío

estarán, no se habrá n muerto?».


Cuando destapó y se asomó , estaban dos niñ itos boniticos, ya es-
taban riendo, sonreían y ahora sí la vieja los acarició .
–Ay, mijos. A estos no los voy a comer, no: los voy a criar.
Bueno, los tapó otra vez. Al otro día destapó a ver y estaban ya
más grandes, ya se sentaban. Bueno, está bueno. Y ahora sí. Y al
I

otro día fue a ver; ya estaban grandes, ya gateando. La vieja se dijo:


«Yo los voy a llevar para allá ».
Y los llevó , y los tenía ahí en la casa, cuando llegaron los hijos:
–¿Y esos quiénes son?
–Estos son los que ustedes me dejaron para que yo comiera. Estos
ya son muchachos bonitos; ¿para qué vamos a comerlos? Yo voy a
criar mis hijos.
–Ah sí, mamá. Está bueno, críeselos no más. Nosotros ya no hace-
mos caso a ellos –y hasta los acariciaban todos ellos.
Bueno, ahí la vieja los estuvo criando, los estuvo criando, los estu-
vo criando, los estuvo criando hasta que los crió . Ya cuando estaban
más grandecitos, ya más sabiditos, dizque se pusieron a hacer flecha.
Se pusieron a labrar y el arco también. Bueno, ya entonces se iban
ellos a matar los pajaritos y mataban. Fueron labrando más grande las
flechas. Entonces mataban lo que topaban; paletó n, perdiz, pava, de
todo animal. Y con eso comían, la vieja también comía eso.
Y así estaba, así anduvieron, ya estaban jó venes y se dijeron:
–Oiga, hermanito, vamos a rozar maíz para comer envuelto.
–Bueno, vamos pues.
–Vea, mamá . Nosotros queremos rozar2 un maíz.
–Bueno, mijo. Está bien, rocen pues.
Lo rozaron, en un rato nomá s rozaron. Ya dejaron rozado y an-
daban monteando ellos y mataban pájaros, venado, ñ eque, lo que en-
contraban. Y así un día se fueron, se fueron lejitos, cuando al poquito
oyeron roncando el pavó n.
–Ese es pavó n, oiga, pavó n vamos a matar.
Se fueron. Fueron llegando, entonces estaba ahí el pavó n, estaba
sentado en la rama de un palo. Y ahí entonces apuntó el mayor ya para
tirarlo, entonces dizque decía el menor:
64
–Hermano, no lo tire todavía. No lo tire, cuidado, no vaya a ser
gente.

3. Más historias sobre los orígenes


–¡Qué gente va a ser!
Cuando ya al momento de tirarlo habló el pavó n:
–Hijo, no me tire. Yo soy su papá.
Entonces el pavó n bajó , entonces bajó y se sentó ahí en un palo.
¡Un hombre! Estaba untado todavía la cara de jagua, la señ a.
–Vea esta es la señ a que su mamá me puso, por esa pena no fui
más para allá. Pero ya como estamos acá, ustedes son mis hijos.
Vean hi- jos, ahora se va a inundar el agua. Siembren la semilla de la
palma de don pedrito, dos junticas; cuando ya estén grandecitas así,
amárrenlas con una vara para que se puedan sentar. Entonces vaya
busquen allá donde la vieja dice que están los animales que se
comieron a su mamá. Un au,3 ese no es, ahí es que están los restos de
su mamá. Bú squenlos ahí, y busquen el hueso del brazo del lado
derecho y hagan una flauta

. Trabajar la madera, tallar objetos o hacer canoas. (Nota del original).


2. Tumbar monte para sembrar. (Nota del original).
3. Monstruo que habita en el monte. (Nota del original).
y entonces cuando las palmas estén grandecitas tantéenlas a ver si
aguantan, siéntese ahí y toquen esa flauta. Cuando ustedes van tocan-
do, entonces sube, sube creciendo y en eso va a venir el agua. Vean
hijos, ¿esa vieja que está en la casa les dice hijos a ustedes?
–Sí, esa es la mamá de nosotros.
–Esa no es su mamá . A su mamá se la comieron los hijos de ella.
El quícharo, leó n, tigre, tigrillos: ellos fueron [los] que se la comieron.
La roza que ustedes dejaron ya se la comió el sapo. Esa vieja es sapo,
esa no es su mamá .
Se fueron a ver. Cuando llegaron a la casa ahí estaba la vieja.
–¿Dó nde estaban ustedes, hijos?
–¿Nosotros?, por ahí caminando.
–¡Eh, hijos, no caminen así nomá s!
–¿Có mo estará, mamá, la roza de nosotros?
–Hombre, yo no sé, como yo no he estado allá . No sé si está [el]
choclo o todavía no.
–¿Usted no estuvo allá ? ¡Usted estuvo allá !
642
Se fueron a ver. Cuando fueron a ver todo el maíz [estaba] en el
suelo, ya tumbado, comido todo por ella. Cuando salieron de allá ,
Literatura embera katío

dijeron:
–Bueno, mamá. ¿Usted se comió nuestro maíz?
–¿Por qué no nos guardó siquiera un bollo? ¿Un envuelto por ahí?
–¿Qué? No, hijos. Yo no he ido para allá .
–Bueno, ¿quién fue el que [se] lo comió ? ¡Usted fue!
–No fui yo… yo no fui.
I

–Bueno, ¡vamos a abrirle la boca!


Y la agarraron y le abrieron la boca… ahí tenía el afrecho.
–Vea, ¿este no es afrecho de maíz choclo? Entonces se lo comió ,
¿no?
Y ¡paaaa! ¡Carajo! ¡Le abrió la boca así!
–¡Volvete sapo!
La tiraron al agua y ahí brincó como sapo, se volvió sapo.
Bueno ya tenían, pues; les dio pues el papá, les dio el poder. Así de
que entonces se fueron para allá, adonde ellos sembraron las palmas
de don pedrito.
–Bueno, ahora sí. Vamos a montarnos, vamos a anegar este
mundo. Y se montaron ellos en esas don pedrito. Y ahora sí se
pusieron a
tocar esa flauta ueeooo, ueeooo, ueeooo… Cuando, al poquito, dizque
venía roncando el agua. ¡Tauuuuuu!
¡Ajo! ¡La mar! Y viene ese para encima y ahora sí, fue anegan-
do, fue anegando, fue anegando, fue anegando, cuando ya venía cerca
así… entonces tocaban, e iba subiendo la palma, iba para encima.
Ahí quedaba tranquilo. Y entonces viene subiendo el agua,
viene subiendo el agua para encima. Y había veces cuando subía
alto, bas- tante; venía la noche. Ya por la noche oscura no daba
cuenta pues, para mirarlo para abajo. No podían.
Ahí entonces cargaron las palmas de frutas, la palma de don
pe- drito, carga como palma de trupa.
Se ponían a tocar; entonces subía alto. Hasta que llegaron allá
al cielo. A la altura del cogollo. Bueno, ahora sí.
–Hasta ahí no más –dizque dijeron–. Como mi papá dijo, así:
has- ta ahí nomá s.
Bueno, se paró .
–Bájenos ahora sí. Ya queremos bajar a la tierra.
643
Y así fue bajando poco a poco también. Y ahí estaba otra guadua
larga, por eso la guadua crece así larga. Ahí estaba encaramada una

3. Más historias sobre los orígenes


iguana y la iguana dizque decía:
–Baja, baja, baja.
Por eso quedo así pintada como los nudos de guadua. Así
quedó . Así cuentan los viejos. Bueno, ya después se secó . Pura
playa, pero estaba pegajoso. No podían dormir bien, no podían
tener los dedos así juntos. Tiene que estar así: cada ratico tiene
que estar abriendo, abriendo los dedos. Y los ojos también abriendo.
No dejaba pegar. Así no. Quedaba pegado. Así estaba.
Bueno, ese cuento hasta ahí no más.
(Dogiramá y Pardo, 984: 35-5)
Dabeiba
Dabeiba era una indígena joven, de gran hermosura, que vivió un
tiempo acompañ ando a los primeros catíos, enseñ ándoles toda clase
de oficios y trabajos ú tiles para la vida y propios para el
esparcimiento. Dabeiba enseñ aba por medio del ejemplo; era muy
prudente y bon- dadosa y fue muy respetada por todos los indígenas
de su época. Ella había bajado del cielo de Caragabí.
Las bellas manos de Dabeiba tejían primorosas canastas, esteras y
chinas o sopladores para avivar el fuego. Trabajaba trenzando la iraca
y así les enseñ ó a los catíos el oficio de la cestería.
También les enseñ ó a hacer más pulida la cerámica y a mejorar en
todo sentido las labores de la alfarería.
Ella les dio a conocer a los antepasados los tintes que se deben
usar para pintar el cuerpo: la fruta del árbol de la jagua o chiparrá,
debidamente preparada, que produce un jugo negro casi indeleble, y
el achiote y la guija o canyi, que dan una fuerte tintura roja.
644
Igualmente de Dabeiba aprendieron a usar como perfume el olor
de la planta de anamú.
Para embellecer y proteger los dientes, Dabeiba les enseñ ó a usar
Literatura embera katío

el huito o chidai, o quidía, o curadientes, que es una pequeñ a planta


con la cual se ennegrecen como si hubieran sido cubiertos de un
brillante y fino esmalte negro.
Les instruyó en la agricultura, en el cuidado del hogar, de los
hi- jos y de los animales domésticos. Les indicó có mo construir las
casas levantá ndolas sobre pilotes.
I

Cuando las gentes aprendieron sus artes, Dabeiba debió regresar


al cielo porque Caragabí la reclamaba.
. Como personaje muy central de la mitología catía, Dabeiba ha sido descrita y
estudiada por numerosos cronistas, investigadores, misioneros y viajeros. Un
factor adicional que ha movido a su estudio es la existencia de una leyenda,
más blanca que catía, sobre un fabuloso templo indígena dedicado a la posible
diosa, o semidiosa, donde estaría oculto el legendario Tesoro de Dabeiba,
buscado entre otros por Vasco Nú ñ ez de Balboa. Algunos de los autores se
refieren a ella como Dobaibe, Dobaiba, Dabaibe, Dahaibe y Dabayba. Fuera de
los informantes nativos y del padre Pinto, ya mencionado, tuvimos en cuenta
para presentar el relato de Dabeiba al presbítero Ernesto Herná ndez, a la
madre María de Betania, a la madre Evangelina de Cristo, al doctor Manuel
Uribe Á ngel, a Trimborn von Hermann, a Rosa Scolnik, a Mariano lzquierdo
y a nuestro maestro, el doctor Graciliano Arcila Vélez. (Nota del original).
Una mañ ana, sin dar aviso a nadie, subió a lo más alto del cerro
Leó n y desde allí fue subiendo hacia el cielo de su padre.
A pesar de haberse ido tan temprano, muchos indígenas pudieron
ver có mo se perdía entre las nubes. Desde entonces la recuerdan con
mucho cariñ o.
Desde el cielo es ella quien ordena las lluvias, el granizo, el rayo, el
trueno, el fuego, los huracanes, las borrascas, los temblores de tierra
y los terremotos.
Cuando manda la tempestad o el terremoto es porque está enojada
con los catíos porque no la recuerdan.
Cuando manda la lluvia solo pretende servir a los indígenas y ha-
cer que la recuerden. Ella sigue siendo buena con los catíos como
lo fue mientras vivió con ellos, pero hace muchos añ os se enojó
porque la habían olvidado e hizo secar todos los ríos y las fuentes y se
arruina- ron las cosechas y muchos hombres murieron de hambre
y sed.
(Vélez, 990 [982]: 6)
645

el cielo de Caragabí

3. Más historias sobre los orígenes


Caragabí vive en su maravillosa mansió n de Ntre, encima de
nuestro mundo, en compañ ía de otros dioses y parientes suyos.
Desde Ntre, Caragabí puede ver y oír todo cuanto ocurre en nues-
tra tierra, que es su mundo.
En una época remota los catíos iban al cielo como a su propia casa.
Podían subir a conversar con Caragabí cada vez que querían, y desde
la tierra veían todo lo que ocurría en esa morada de su dios y escucha-
ban los cánticos y la mú sica que se entonaba en las alturas, en Ntre.
Cuando los catíos podían ir al cielo, lo hacían subiendo y bajan-
do por una especie de escalera formada por dos tallos entrelazados
de una enredadera bellísima, llena de brotes, de capullos y de
flores

. En lo sustancial este relato es producto de integració n de textos


dispersos en la obra del padre Severino, de la madre María de Betania,
conjuntamente con la versió n escuchada a Delia Rosa Domicó , indígena
de Purembará , quien curiosamente afirma haber aprendido el relato
de labios de misioneras cató licas, lo que explicaría posiblemente sus
relaciones con la tradició n bíblica de la Torre de Babel, puestas de
manifiesto en la parte final, principalmente. (Nota del original).
azules y rosadas. Toda la escalera era transparente y brillante como
el cristal y sus flancos, para que los indios se apoyaran, eran de metal
bruñ ido.
Caragabí tenía prohibido a los indígenas tocar las flores de la her-
mosa planta.
Cierto día una indígena subía hacia el cielo llevando a las espaldas,
segú n la costumbre, a su pequeñ o hijo para que conociera el cielo de
su padre Caragabí. En un descuido de la madre, que no era una mujer
virtuosa, el niñ ito tomó en sus manos una flor y la arrancó .
En el mismo instante se rompió para siempre la escalera vegetal,
quedando tan solo la piedra sobre la cual se apuntalaba. Los indígenas
que estaban en la parte superior pudieron seguir hasta el cielo y allí se
quedaron. En cambio, quienes estaban en la parte de abajo cayeron a
tierra con los tallos, y ¡adió s cielo!
Es posible que Caragabí haya subido aú n más el cielo para que en
adelante los catíos no se dieran cuenta de lo que allí ocurría, ni escu-
charan los cá nticos celestes.
646
Pero también es posible que el cielo, aunque lo veamos muy alto,
muy arriba, no esté tan lejos de nosotros. Parece que por algunas fal-
Literatura embera katío

tas cometidas por los catíos, Caragabí les echó agua de coco en sus
cabezas para que envejecieran y pasó con sus manos una especie de
velo sobre los ojos de los hombres, como sobándoselos para que no
pudieran ver el cielo o lo vieran má s alto.
Además, hay quienes dicen que al cielo se subía por una escalera
construida por un indio de la aristocracia de los Domicó , pero
I

otros afirman que la construcció n de la escalera fue un mero


intento que hicieron para llegar hasta el cielo, atraídos por los cantos
que escucha- ban. Caragabí se opuso, derribó la escalera y subió más
el cielo para que no se oyera la mú sica celestial.
(Vélez, 990 [982]: 47-48)

jinu Poto
Este es un cuento que a mi entender lo saben todos los cholos. Lo
contaba mi papá. Nosotros, que éramos muy pocos, nos sentábamos

. Narrador: Pascasio Chamorro. Lugar: Río Catrú . Fecha: agosto de 973.


por las tardes, después del trabajo, a su lado a oír historias. Un día nos
contó la de Jinú Potó . Yo, como era el má s preguntó n, le pedí varias
veces que me la repitiera, hasta que por fin me la aprendí.
Resulta que una mujer quedó encinta, pero en lugar de ser en
el vientre fue en la pantorrilla. Al parir se murió . Los tíos
recogieron al niñ o y le fueron dando cositas; lo alimentaban el uno
y el otro hasta que fueron criando al muchacho.
El cholito, cuando ya sabía hablar, preguntaba siempre a los tíos,
tías y a los otros familiares y también a otras personas acerca de có mo
había muerto la mamá. Ellos respondían diciendo que no sabían.
É l seguía creciendo y creciendo, y siempre con la misma pregun-
tadera, a pesar de que ya tenía como unos doce añ os.
Por esa época ya había cogido unos vicios muy desagradables, por
ejemplo: cuando una mujer estaba dando a luz, él se metía debajo de
la cama y se tomaba la sangre que escurría por entre las rendijas del
piso. En otras ocasiones, cuando alguien se cortaba, él se pegaba a la
herida a chupar sangre.
647
Por todas estas cosas y como continuaba con su preguntadera, los
cholos le fueron cogiendo fastidio, hasta el punto de decidir acabar

3. Más historias sobre los orígenes


con él.
Entre los cholos existe la creencia de que el pescado grande es
bravo, y como sabían que en un gran charco que había río arriba se
encontraban algunos, le dijeron a Jinú Potó que a la mamá se la había
tragado uno de esos pescados. Esto lo hacían para que el muchacho se
fuera a pelear con ellos y se lo comieran.
É l se burló de ellos diciendo que lo que pasaba era que tenían
miedo, y comenzó a prepararse: hizo una balsa de troncos y cogió
su tambora, una flauta, el cuchillo y sus fó sforos, y le dijo a la
gente:
–¡Pó nganle cuidado! Si yo dentro de cuatro días no he salido,
fue porque el pescado me mató . Pero si dentro de cuatro días sale
humo de en medio del río, es porque me estoy comiendo las
asaduras del pescado.
Pues se fue, y la gente empezó a curiosear a ver qué podía pasar.
É l, con la flauta y con la tambora, empezó a hacer bulla. Al
ratico se formó un remolino y el pescado furioso se lo tragó .
La gente empezó a poner cuidado y como a medio día del cuarto
día comenzaron a ver el humo en medio del charco. Todos
comenta- ban que a la porquería esa no la habían matado.
Como a los cinco días salió Jinú Potó , en medio del charco, bra-
ceando, y a los seis días flotó el pescado todo soplado.
Entonces le preguntaron có mo le había ido, y él les dijo:
–Hay por todo cuatro pescados de esos. Yo maté dos y dejé los
otros dos para que no se acaben.
La gente continuaba muy aburrida pensando en có mo matarlo, y
él con las mismas vainas y con la misma preguntadera sobre la
manera en que había muerto la mamá .
Un día le respondieron diciéndole que se la había tragado la Luna.
É l les contestó :
–¡Húuu! ¿Eso fue? Yo llegaré allá a la Luna.
Ellos decían que ojalá se matara.
Cogió una guadua y comenzó a golpearla diciendo:
–Guarí… guarí… guarí… –que quiere decir «crezca».
648
Y la golpeaba con un palito hasta que la guadua se fue alargando y
llegó casi a tocar la Luna. El tipo se fue encaramando por ahí, porque
era un hombre que le daba a todo, a todo se le metía. De pronto llegó
Literatura embera katío

un pájaro carpintero y le fue dando picotazos a la guadua cuando él ya


casi iba llegando a la Luna.
Los cholos dicen que la Luna es una lata, y Jinú Potó ya iba a
arrancarla, pero resulta que cuando él estiró la mano se cayó , porque
el carpintero le trozó la guadua.
Desde ahí se dice que la sombra que uno ve en la Luna es la huella
I

del arañ azo que Jinú Potó le dejó .


¿Qué hizo el tipo? Pues cavó tan rá pido que no quedó nada de
él encima de la tierra, sino que de una vez pasó y paró en otro
punto, debajo de la tierra, donde hay otros habitantes que no tienen
ano, lo tienen cerrado, pero también son cholos.
É l llegó allá . Primero se preocupó y se preguntaba có mo podría
salir de allí, pero al fin resolvió quedarse, pues estaba aburrido de
todo lo que le pasaba donde vivía antes.
Cuando llegó allá él se dio cuenta [de] que esa gente lo hacía todo
de noche, cocinaban y cazaban, [y] en cambio dormían durante el día;
al contrario de lo que él hacía, que era dormir de noche y andar
por ahí de día.
Ellos traían siempre mucha comida, y la forma de alimentarse era
oliendo lo que preparaban. É l les preguntaba sobre eso, y le respon-
dían que esa era su manera de comer porque no hacían del cuerpo.
Les comenzó a hacer la operació n: a medida que los rajaba lo que les
salía era arena. Jinú Potó les hacía comentarios diciéndoles que ellos
lo ú nico que comían era arena. En cambio él echaba duro con todo lo
que podía: chontaduro, plátano, misiraca, maíz y carne, porque ellos
iban mucho de cacería.
É l empezó con su «lambidez» allá y cogió mujer y todo. Un día
una chola contó :
–¡Uhhhh! Mañ ana vienen un poco de cangrejos, de esos que hay
en el monte, de los amarillos.
Jinú Potó se burló de ellos diciéndoles que eran cobardes por
te- nerle miedo a los cangrejos.
Mientras que la gente estaba toda asustada por la llegada de
los cangrejos, él se armó con su garrote. Venían por manadas, en
fila: se fueron subiendo por las escaleras y uno de ellos, el
649
primero, picó a
un cholo y el cholo cayó muerto. Al ver esto empezó a garrotearlos
hasta que los acabó . Luego les mandó preparar los cangrejos y se

3. Más historias sobre los orígenes


los comía.
Los cholos esos quedaron muy contentos y no sabían qué hacer.
Le brindaban mujeres y todo. Así paró él ahí un poco de tiempo.
Otro día le dijeron que iban a venir un poco de murciélagos, y que
ellos tenían miedo porque se los iban a comer. También acabó con los
murciélagos.
Al final la gente terminó por aburrirse con él.
Los que estaban aquí encima decían que al fin se había muerto,
que al fin se había perdido y estaban muy contentos.
Un día, después de haber pasado mucho tiempo, tanto que ya na-
die se acordaba de él, regresó donde su familia. Al llegar donde sus
tíos y primos les preguntaba que si habían creído que él estaba muer-
to, y que lo que ellos habían hecho era maldecirlo y que él sí había
estado muy contento porque allá había mujeres muy bonitas y mucha
má s comida que la que ellos tenían.
Continuó con la preguntadera acerca de la muerte de la mamá.
Le dijeron que se la habían tragado las culebras. Entonces empezó
a hacer una trompa y se fue para el monte. Limpió un pedazo muy
bien para que quedara como patio, se sentó en un palo y comenzó
a tocar la trompa llamando a las culebras y fueron llegando. Aparecie-
ron de todas las clases. Las fue matando, pero él tenía el sistema de
no acabarlas todas: dejaba siempre una pareja de cada clase. Venían
verrugosas y las mataba a todas y dejaba solo dos. Llegaron dormilo-
nas, y las mató a todas, dejó un par. Las trajo y se las mostró al tío,
diciéndole que no había dejado sino un par de cada una. No quiso
acabarlas a todas.
La gente seguía aburrida con Jinú Potó . Vivía siempre, de
donde un tío para donde el otro, sin dejar de preguntar:
–¡Hombre!, ¿qué pasó ? ¿Qué le sucedió a mi mamá ?... ¡cuénten-
me! ¿Por qué no me dicen la verdad? ¿Quién la mató ?
En esa oportunidad le dijeron que a la mamá se la había
comido un caimán. É l se burló de ellos diciendo que era lo de menos.
Hizo un poco de arpones y se iba a la orilla de los ríos, tiraba una
piedra para que se acercaran y ahí mismo los iba arponeando.
650
La gente estaba ya muy desesperada con el tipo ese, porque cada
vez que le nombraban un animal los mataba a todos dejando solo una
pareja y continuaba con la preguntadera.
Literatura embera katío

Le dijeron que se la había tragado un pescado distinto del ante-


rior, [uno] que estaba por ahí, en otro charco.
É l hizo lo mismo que la primera vez: fabricó su balsa, cogió su
tambora y se fue diciéndoles:
–Primero sale el pescado y por la boca luego saldré yo. Ustedes
verá n có mo mato al bicho ese.
I

Todos deseaban que se lo tragara. Le preguntaron có mo hacía


para matarlos y les contestó :
–Noooooo, eso es facilito: yo llego allá ; el pescado no vive con
la cara para afuera sino con la cara para adentro; yo me meto ahí,
apre- tadito, le hago cosquillas y él se mueve, yo aprovecho y me
meto. Lo agarro por las agallas y lo mato. Si hay cuatro, dejo dos
para cría.
Como a los cinco días apareció un pescado de esos grandísimos y
por la boca salió Jinú Potó .
La gente seguía maldiciendo. É l no trabajaba, y siempre con lo
mismo: desde que él viera a una mujer pariendo se metía debajo de la
casa a chupar sangre. É l mataba de todo lo que le dijeran y seguía con
la preguntadera.
Al final la gente le inventó algo para acabar con él: le dijeron que a
la mamá la había matado un palo de guayacá n.
Empezó Jinú Potó a labrar el duro tronco del guayacá n poco a
poco, poco a poco. Los demás le dijeron que se parara debajo y lo
aguantara cuando fuera a caer, a ver si era capaz, pues era un palo
muy pesado.
É l se preparó . Le echaron encima el guayacán y destriparon a Jinú
Poto; se lo llevó de una vez con el peso.
Cuando se destripó , de ahí fueron saliendo los zancudos, los chin-
ches, las chitras y todas las demá s plagas que chupan sangre.
(Urbina, 978: 405-4)

el origen del ñame


Unos diablos gigantes, Yeadé, se comían a los niñ os huérfanos de
madre.
Un día un indio hizo una trampa y en ella puso a su propio hijo,
para que el diablo cayera en el lazo, y así sucedió . 65
El hombre cuidaba desde lejos y tan pronto como vio que el diablo

3. Más historias sobre los orígenes


estaba preso, lo cogió a golpes con una barra de metal. Antomiá quedó
despedazado y de sus despojos se formaron el ñ ame actual, los icades,
y todas las plantas parecidas, como la yuca y la batata.
Otros cuentan que solo una vieja conocía el ñ ame. Esta vieja co-
cinó la planta y llegó a un tambo donde había una muchacha sola y le
dio de comer y le prohibió que contara.
La muchacha sufrió un fuerte vó mito, pero no quiso decirle al
papá de qué se trataba. Al día siguiente salió el indígena para su
tra- bajo, pero se quedó escondido, maliciando que alguna persona
llegaba a su casa cuando él no estaba.
Al poco rato llegó la vieja. El hombre, lleno de rabia, entró a su
casa, mató a la anciana y la enterró .
A los cuatro meses brotó de la tumba una mata de ñ ame. Al
hombre

. Dentro de los relatos etioló gicos sobre las plantas, son relativamente
abundantes entre los catíos los referentes al ñ ame. Aquí hemos agrupado
casi idénticamente dos de ellos, tomados en su orden, de la madre María
de Betania y del padre Pinto quien recibió el suyo del señ or Benigno
Arce, antiguo Inspector de policía en el Alto Andágueda. (Nota del
original).
le pareció bonita y sacó semilla para seguirla cultivando. De allí viene
todo el ñ ame que ahora se cultiva.
(Vélez, 990 [982]: 89)

el origen del jaibanismo


En un principio solo los antomiás, los diablos, eran jaibanás.
Cierto día una diabla se robó dos niñ os indígenas, niñ o y niñ a, y
se los llevó a los montes y allí, vagando de selva en selva, les enseñ ó a
ser jaibaná s, sometiéndolos a una vida muy dura.
La antomiá no enseñ aba como hacen ahora, sino que todo se los
enseñ aba prácticamente. Por ejemplo, cogía una espina y se la clavaba
a los niñ os en cualquier parte del cuerpo y enseguida, chupando se
las sacaba.
Cuando iba por el monte y oían cantar un tucán o «diostedé», la
652
diabla le tiraba un pedacito de madera y con eso lo mataba. Luego
lo asoleaba y se lo daba a los niñ os para que lo comieran. También
Literatura embera katío

les daba a comer cascajo, fingiendo que era maíz tostado. Los niñ os
llora- ban ante la idea de comerse aquello y entonces la antomiá se iba
a los bohíos indígenas y robaba de las ollas comida para ellos.
Los bohíos que escogía para robar eran aquellos en que vivía una
persona que habría de morir después de tres o cuatro meses.
Desde entonces los indígenas saben cuándo morirá alguno de
I

los habitantes de un bohío, pues con anticipació n se pierde de la olla


[una] porció n de carne o de pescado, porque el diablo todavía roba,
dando esto como señ al de muerte.

. Dice la madre María de Betania que jaiba-ni significa doctor, médico, y que
la palabra deriva de jai, enfermedad y baná que es a su turno derivació n de
capani que significa manada, o de paná, que sería conjunto. El padre Severino
dice que jaibaná se deriva de jai, achaque, dañ o, reunió n o conjunto y que
podría traducirse por conjunto o reunió n de achaques o enfermedades.
La doctora Reina Torres de Arauz identifica jaibanismo con chamanismo
y dice que la palabra deriva de iris que significa espíritus, y jaibaná sería
quien puede entrar en convicto con los espíritus. El padre Pinto hace
algunas precisiones que bá sicamente concuerdan con lo que hemos podido
constatar entre los catíos de distintas regiones. (Nota del original).
La antomiá llevaba a los niñ os a lo más alto de las peñ as y desfila-
deros y los arrojaba desde lo alto, recibiéndoles con sus brazos en el
aire, a fin de hacerles perder toda clase de miedo.
Durante todo este tiempo les soplaba con frecuencia por la cabeza
y las extremidades, para irles infundiendo los poderes propios de los
jaibanás. Una vez les dijo la diabla que ese día vendría su marido, que
se escondieran porque seguramente que él no los querría. Los niñ os
se escondieron. Al rato vino antomiá a estar con su mujer y por el olor
notó que habla indígenas en las cercanías y ordenó a la diabla que se
deshiciera de ellos. Cuando se fue el diablo, la antomiá pensó
matar a los niñ os, pero el jovencito ya era jaibaná, por obra y
gracia de los soplos y de las enseñ anzas de la diabla.
El nuevo jaibaná soñ ó que la diabla los enviaría a cortar leñ a todo
el día para, cuando llegaran cansados al regreso, cocerlos en agua y
comérselos. Fue advertido además de que cuando ellos volvieran con
la leñ a, la antomiá tendría tres ollas enormes en el fuego y que cuando
estuviesen hirviendo les ordenaría que se asomasen a los bordes para
653
ver si efectivamente ya hervían, y entonces los empujaría para que
cayeran en las ollas. Igualmente en el sueñ o se le advirtió que dijese

3. Más historias sobre los orígenes


a la diabla que mirara ella primero para ellos poder darse cuenta de
có mo habrían de asomarse y que cuando ella estuviera recostada al
caldero, tuvieran valor y la empujaran para que fuera la diabla quien
cayera en la olla.
La ú ltima parte del sueñ o fue que, una vez muerta la antomiá,
la abrieran y le sacaran un perrito blanco que ella había concebido y
que se llamaría Toma.
Este fue el primer sueñ o del jaibaná.
Todo sucedió tal como el joven jaibaná lo había soñ ado y después
de que lo hicieron todo, salieron de allí los dos hermanos acompañ a-
dos por Toma. Llegaron a una caverna en donde vivían tres hijas
de un rey custodiadas por una culebra de siete cabezas. Llamaron
a la puerta muchas veces, pero las muchachas no querían abrir,
advirtién- dole al joven que él y su hermana serían víctimas de la
culebra.
El jaibaná les contó desde afuera su historia y les aseguró que se
enfrentaría a la serpiente. Abrieron y a poco llegó el monstruo, que
era enorme, pero Toma se abalanzó sobre él. Ambos se agigantaron en
la lucha, pero al fin triunfó Toma y dio muerte a su rival.
El joven arregló matrimonio con una de las tres hijas del rey y
se ausentó durante algú n tiempo, pero dejó allí a su hermana y a
Toma. Cuando regresó , encontró que su prometida se había casado
con otro. El día de ese matrimonio, el perro, indignado por la burla
que se había hecho a su amo, sacaba de los platos de los desposados
las viandas y las llevaba lejos y las escondía para no dejarlos
comer.
La hermanita del joven jaibaná pensó matarle, y con este fin puso
sobre la cama en que él habría de acostarse un huesecito de culebra.
Al recostarse el muchacho el hueso se clavó en la espalda y poco
después murió .
Muerto el jaibaná, el papá de las tres muchachas quiso adueñ arse
del perro y lo ató a una cadena muy fuerte. Cuantas veces lo hacía,
Toma se zafaba misteriosamente sin romper la cadena e iba a echarse
sobre la tumba de su amo.
Después de cierto tiempo lo desenterró y lamió todo el
cadá ver, chupándolo en el lugar en que se le había clavado el huesito
654
de la cu- lebra. Al salir la espina el joven resucitó .
Se vengó de su hermana dándole la misma muerte que él había
Literatura embera katío

recibido, pero ella no tuvo quién la resucitara. Tal vez por eso es por
lo que pocas mujeres son jaibaná s.
El primer jaibaná y su perro Toma no han muerto todavía y
aú n siguen andando de monte en monte, pero hay quienes dicen
que ese no fue el primer jaibaná, sino que lo fue un indio de apellido
Domicó , a quien Caragabí enseñ ó el jaibanismo infundiéndole un
I

sueñ o mis- terioso.


(Vélez, 990 [982]: 8-9)
4. otras narrativas

Los bibidigomia
Les voy a contar una historia que se relaciona mucho con la parte
del mito y la creencia. Me gustaría contar un cuento nada más y de ahí
usted relaciona có mo eran los que existían antes de Cristó bal Coló n.
Se trata de la pelea de embera-catío con Bibidigomia, que me la contó
Sinforoso en Togoridó , en Dabeiba.
Los indígenas vivían en su casa, con su familia, y se empezaron
a desaparecer los niñ os. Cuando dejaban a los niñ os en la casa ya no
los encontraban cuando regresaban, pues comenzaron a perderse y
desaparecieron varios niñ os en ese momento. Ni los adultos podían
salir solos, ya se perdían también, salían a pasear y no volvían. En ese
momento llega un jaibaná . Un señ or salió y dijo:
–¿Usted có mo salió solito?
–Yo me vine y no me pasó nada, no encontré nada en el camino.
¿Qué está pasando por aquí?
655
–Está pasando que se desaparece mucho la familia de nosotros.
–Mañ ana les voy a decir qué está pasando –dijo el jaibaná.

4. Otras narrativas
Y comenzó a dormirse, y al otro día dijo:
–Para poder saludar al tipo que los está haciendo desaparecer ten-
go que bañ arme con caca de nosotros. Ese tipo es una fiera que se
llama Bibidigomia y para poderlo acabar y vencer yo tengo que hacer
eso, y usted me colabora.
É l se fue a cazar… Empezó a buscar un pájaro con la cerbatana,
y la fiera volvió otra vez hablando:
–¿Có mo está, primito?
–Estoy cazando.
–Qué bien, ¿sabe que yo tengo mucha hambre? ¿Por qué no me
mata el pá jaro má s grandecito que encuentre?
–Sí –dijo el jaibaná , y comenzó a perseguir y mató un pajarito
grande y se lo dio, y la fiera lo desplumó y se lo comió así, crudo.
Después el jaibaná preguntó :
–¿Dó nde vives tú ?
–Yo vivo detrás de esta cordillera, si quiere vamos a pasear por
allá.
–Listo, vamos.
Se fueron, llegaron donde había unos árboles grandes, y había una
puertecita ahí y entraron. Le dieron vueltas, vueltas, y má s arribita
había un tigre, má s arribita había un oso, má s arribita había un oso
caballo, y en el cuarto piso vivía él con toda su familia; eran bastantes,
como diez personas. Allá había mucho cadáver de indígena. Entonces
el jaibaná preguntó :
–¿Usted dó nde consigue esta carne? ¿Dó nde caza?
–Una persona cualquiera es carne para mí, pero a usted lo he res-
petado como a un hermano porque lo vi bañ ado en caca, como noso-
tros.
Entonces el jaibaná regresó y contó todo a su familia:
–El tipo vive así, en un árbol grande, pero para nosotros vencerlo
tenemos que corretearlo y atacarlo, pero con ají.
Entonces consiguieron mucho ají y dijeron:
–Vamos a hacer como un fogoncito en su puerta y lo
prendemos para que él vaya bajando.
656
Y verdad: prendieron ese fogó n y empezaron a caer los pichonci-
tos de Bibidigomia como loquitos, y los mataban. Y mataron ocho y
cogieron dos vivos. El papá vino de ú ltimo, borracho con ese olor
Literatura embera katío

de ají, y lo mataron también. A la señ ora, a la mamá, también la


mataron, pero la tigra, que estaba embarazada, no quiso bajar, se
subió por una falda y saltó al otro lado y no la pudieron matar. Por eso
dice la creen- cia indígena que el tigre quedó , y si no no habría
tigre.
Entonces se llevaron para la casa a los dos niñ os, los empezaron a
I

criar. Los dejaban en la casa, y cuando la mamá regresaba veía que le


tocaban la coronita al hijito de ella, entonces los regañ aba:
–¿Qué están haciendo ustedes?
Pero ellos se quedaban callados. Un día de esos la mamá se de-
moró más de la cuenta y cuando regresó ya se habían comido al niñ o.
Entonces ella no dijo nada sino que empezó a calentar agua, a hervir
agua, y cuando los dos pichoncitos se durmieron, les echó el agua
encima y los mató a los dos.
Ahí termina ese cuento.
(Domicó et ál., 2002: 35-37)
el rey gallinazo
Eran unos cholos. Allá abajo había un brujo grande, un jaibaná.
Entonces otra familia estaba viviendo ahí cerca. El jaibaná no gustaba
de esa familia así que comenzó a matarlos.2 Cuando mató dos, [ellos]
huyeron agua arriba a un lugar retirado, y ahí siguieron muriéndose
esos cholos. Era un tambo grande, se fueron muriendo. Ya tenían
de todo, siembra, casa, de todo. El hijo menor tenía unos dieciocho
añ os; apenas quedó ese. É l se quedaba llorando solito en el tambo.
Cuando ya se acostumbró iba para el monte y mataba animal, había de
todo: mono, puerco, venado. Botaba las tripas y ahumaba la carne,
comía pues su carne; cuando se le terminaba se iba para el monte.
Un día mató cinco puercos y los trajo para la casa, pero dejó
cua- tro en una playita al otro lado de la casa, se alcanzaba a ver, dejó
cuatro porque estaban flacos y solo subió uno. Al otro día fueron
llegando los gallinazos rey. ¡Có mo llegaban! É l miraba, comían. Así
se contentaba él solito. Y se fue para el monte al otro día y esa vez
sí mató má s y se distraía mirando cómo comían los gallinazos rey,
657
los gallinazos blan-
cos. Y se quedaba sentado en el tambo hasta que terminaba. Cuando
comían pasaban para este lado del agua. Así estaba él cada rato, hasta

4. Otras narrativas
que esos animales ya quedaron mansitos.
Al otro día se fue y ahí sí mató má s. Los tiró en la playa y al otro
día ya estaban ahí, ya estaban mansos. Hacia el medio día pasaron
para el lado de la playa grande y él se subió al tambo. Cuando al rato
venía subiendo un hombre joven, un emberá ; subió a la casa y
entonces saludó .
–Ay, hombre. A nosotros nos da lá stima verlo a usted ahí solito,
tanta comida que usted nos da. Nosotros somos gente. Esas
plumas que tenemos son camisa. Ese pico es como navaja para
cortar carne.
Ahí estuvieron charlando. El cholo era bonito, blanco, ojizarco.
–Así como usted nos da de comer a nosotros, le vamos a entregar
un arma, si usted quiere, pero hoy ya no porque ya se terminó la
co- mida, a la otra vuelta.
Y se fue. A lo que se fueron cogió su lanza y ahí sí mató un
pocote de puercos y a todos los cargó para no dejarlos perder. Al
otro día

. Jaibaná es el médico-brujo entre los emberá. (Nota del original).


2. El jaibaná puede matar enviando los espíritus o jais. (Nota del original).
fueron llegando los gallinazos. É l tenía su carne ahumada. Entonces al
otro día pasaron para la playa y ahí todiquiticos se quitaron la camisa.
Quedó el pocote de gente, había una chola bonita, era hermana del
que le había venido a hablar primero, ella venía a ver si le gustaba el
cholo. Ellos subieron y él estaba comiendo.
–¿Ustedes no quieren comer?
–No hombre, esa comida está cruda –exprimió la carne con los de-
dos y escurrió la sangre–. Está cruda, la de nosotros sí está bien asada.
Guardaron las camisas a un lado y se acostaron a dormir en el
tablado. El cholo por la noche gatió  a la mujer esa y ella no dijo nada.
Bueno, se durmieron.
Amaneció . Al otro día dizque se iban. El hermano de la chola le
dijo:
–Escó ndale la camisa a ella para que no se pueda ir.
Pero ella la agarró y se fueron.
Salió y mató más animales y los puso ahí al frente, en donde los sabía
658
poner. Luego llegaron ellos. Se quitaron las camisas y cortaban la
carne con las navajas y después se subían a la casa a charlar con él. Y
él pen- saba: «¿Có mo hiciera yo para tener a esta gente aquí
Literatura embera katío

acompañ ándome?». Ya por la noche venían a dormir y él se iba a


dormir con la mu- chacha y ya se estaba amañ ando y hasta cogió
barriga la muchacha, pero ni por eso se quedaba, siempre a todo
tiempo se iba. É l la que- ría, pero ella no se quedaba. Al fin se iba
y ahí él se ponía a matar y siempre que mataba él podía dormir
con ella. El hermano le dijo:
I

–Deje y verá que cuando tenga el parto sí se va a quedar.


Ella se fue a dar a luz a su tierra. É l mataba pero solo llegaban
los hombres. Dizque ya había nacido hombrecito. Cuando ya podía
cargar el hijito se vino ella y se lo trajo.
–Vea a su hijo, acarícielo.
Y él le decía que se quedara.
–No, aquí no me quedo.
–Usted no me quiere.
–Sí lo quiero, pero aquí no me quedo.
Un día la mujer ya estaba aprendiendo a comer carne asada.
En- tonces dizque los hermanos le decían:

. Gatiar es visitar a la muchacha en su lecho por la noche. (Nota del original).


–Usted por qué no se queda, a la otra venida sí nos vamos y le
traemos camisa al hombre para que pueda ir también.
–No, yo no me quiero
quedar. Y se fue.
Otra vez mató sus animales y ya no demoraban. Por la noche ya
sabía cuál era la camisa de ella. La cogió calladito y la escondió . Ama-
neció y ya se iban. El día estaba bonito. Todos se estaban poniendo las
camisas pero ella no la encontraba y lloraba.
–¿No será usted el que la escondió ?
–No, yo no sé.
Mientras tanto los otros se fueron y ella no se pudo ir. En esos
días él no fue a matar animales. Un día mató y ahí volvieron los cuñ a-
dos, pero no trajeron la camisa de ella. Un día [que] él andaba en el
monte ella encontró la camisa. Cuando él llego ya ella la tenía puesta;
él con ganas de echarle mano pero ella se voló y él se quedó llorando.
Llora y llora.
Ahí mismo se puso a matar animal. Bueno, llegaron. Y llegó ella
también. Y ella le dijo: 659
–Nos vamos, yo le traje camisa.

4. Otras narrativas
Entonces él se la puso y ya quedó gallinazo.
–Pruebe a ver si puede volar.
Ahí se arrancó , pum, pum, pum, levantó . Estaba balsudito (liviano).
–¡Sí puede! ¡Sí puede volar!
Cuando acabaron de comer, él se encapachó su carnecita asada. Y
se fueron y el hombre sí pudo volar. Le decían:
–Cuando vayamos por el aire no mire para abajo, mire para arriba.
Y la mujer le dijo:
–Cuando vaya volando, vuele juntico a mí. Si se cae yo le echo
mano. Fueron volando hasta un á rbol grandísimo, un malambo,2
ahí se sentaron en las ramas. Luego de ahí se elevaron y ahí fueron
subiendo
dando vueltas, y ella le dijo:
–Por aquí es una corriente, mucho cuidado, no vaya a mirar para
abajo.

. Montear, andar por el monte, ir al monte son sinó nimos de cazar. En emberá
cazar se dice mea uai, «ir al monte»: mea (monte), uai (ir). (Nota del original).
2. El árbol más alto de la selva chocoana. (Nota del original).
Bueno, pasaron esa corriente y ya estaba como manso cuando lle-
garon a una playa. Ahí se quitaron las camisas. Llevaban una bolsita,
puros gusanos de esos que comen podrido.
–Ese es un arrocito para mi mamá.
Esa era una chola con una sola teta; ella guardaba su arrocito.
Ellos le mostraban:
–Ahí en ese mundo es en donde está su familia. Si quiere nosotros
lo llevamos, pero si lo llevamos usted no vuelve. Su papá, su mamá,
sus hermanos, su tío, todos están ahí.
Estuvo con los gallinazos pero no se amañ ó por la comida. Ya
es- taba comenzando a comer podrido. Ellos decían:
–Coma, que así está bien asado –agregaban.
–Vaya usted adelante, con eso mata animal para nosotros comer.
Y se fue adelante con la mujer y al otro día se fue para el monte
a matar puerco; mató seis, cogió uno para él y los otros los dejó .
Volvió y le escondió la camisa a la mujer para que no se fuera más.
660
Cuando se fueron los compañ eros ella estaba buscando la camisa
y no la encontraba. Ella echó a quemar la del hombre pero seguía
buscando la de ella.
Literatura embera katío

Un día él llegó del monte y ella se estaba poniendo la camisa y ahí


forcejearon hasta que él botó la camisa a la candela y se quemó . Y ahí
sí se quedaron viviendo.
(Dogiramá y Pardo, 984: 97-03)
I

el hombre que se casó con una mujer gallinazo


Nosotros creemos que para llegar al cielo había una escalera, toda-
vía se ve la señ al en Lloró , la misma agua subía hasta el cielo. Pero un
niñ o no cumplió el reglamento de Karagabí y por eso se rompió domé,
la escalera. La historia dice que los gallinazos iban y venían del cielo,
porque antiguamente el gallinazo era como una gallina de Dios, como
un ángel mandado por él para limpiar la tierra, para que no estuviera
sucia, jodida, contaminada.
En esa época había un muchacho al que no le gustaba mujer, pero
sí le gustaba mucho cazar saínos. Mataba varios, pero como no se los
alcanzaba a comer botaba uno o dos, hasta que llegaba ese ancosó, el ga-
llinazo, con hambre. É l se sentaba a ver a los gallinazos, que peleaban
por la carne, se iban, se bañ aban y volvían a comer. Entonces un día de
esos un gallinazo se acercó y le dijo:
–Oiga, como usted nos ha colaborado tanto, yo quiero brindarle
a mi hermana.
–¿Có mo así?
Yo quiero brindarle una hermana, para que usted viva con ella
y nosotros seguimos viniendo aquí, para que usted nos siga
colaboran- do.
–¿Pero yo qué hago?
–Yo se la voy a señ alar y cuando ella se meta al charco, usted le
coge la camisa de plumas, pero para que ella no se le vaya a ir, qué-
mesela.
Entonces hicieron eso, pues cuando la hermana se quitaba la ca-
misa, era una persona, y cuando se la ponía, se convertía en gallinazo.
Pero el hombre no quiso quemar la camisa porque era muy bonita y
resolvió guardarla en el caballete del tambo. Cuando todos los galli-
nazos se fueron, la mujer, ya sin alas y sin plumas, se quedó llorando, 66
y el indígena se la llevó a vivir a su casa. A los seis meses ella se subió
al caballete y encontró la camisa, y estaba tratando de volar cuando

4. Otras narrativas
el hombre regresó del trabajo, se la quitó y la escondió otra vez. Un
día ella volvió a encontrar la camisa y se voló . Como ya llevaban tanto
tiempo viviendo juntos, el hombre la quería mucho y se quedó lloran-
do. El cuñ ado gallinazo le dijo:
–¿Qué le pasó a usted? Como no me obedeció , no puedo hacer
nada má s, pero si quiere yo lo llevo al cielo.
El tipo aceptó la propuesta y cuando llegó al cielo vio que allí
no vivía ningú n gallinazo, todos eran personas. Su mujer estaba allí,
pero no lo miró . Había también un gallo que miraba mucho hacia
arriba. Después de comer se fue a bañ ar al río, y el gallo se acercó
para pre- guntarle:
–¿Usted por qué no me dio comidita si yo tenía mucha hambre?
–¿Y yo có mo iba a saber que usted tenía hambre?
–Yo por eso miraba para arriba. Pero, ¿sabe qué? Su papá y su
mamá viven aquí, cerquitica. Si me da desayuno lo llevo mañ ana.
Los papás del tipo se habían muerto hacía mucho tiempo y él que-
ría verlos, por eso aceptó .
–Y ademá s le voy a mostrar la casa de Dios –agregó el gallo.
Desayunaron y por ahí a las nueve el gallo lo llevó a un sitio bo-
nito, donde había una torre grande, como un tambo indígena
donde estaban viviendo su papá y su mamá . El papá le dijo:
–Usted está muy sanito, pero no demora en venir aquí.
Y fue así, porque ocho días después de bajar a la tierra el hombre
se murió .
(Domicó et ál., 2002: 287-289)
joseantoniocarbonellblanco
2010-08-25 21:43:03
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La india embijada  itálica a et al
Una indígena, viuda desde hacía mucho tiempo, vivía con su
hijo ú nico. El muchacho era muy trabajador y no les faltaba nada.
Un día estaba el joven pescando en el río cuando vio acercarse un
puerco de agua y al mismo tiempo empezó a oír una voz de mujer que
decía:
–¡Corre! ¡Corre!
El muchacho, muerto de miedo, salió corriendo y se metió en su casa.
662
Cuando oyó a la mujer cogió un palo y empezó a cavar la tierra
por el sitio por donde le pareció que había salido la voz. Al
Literatura embera katío

momento empezaron a salir millares de hormigas y le picaron por


todas partes.
Tuvo que salir huyendo para su casa.
Cuando llegó pensó ir a consolarse mirando los grandes cultivos
que tenía, y en los cuales su madre le había ayudado mucho.
Entonces tuvo que volver a pescar y se quedó solo.
I

Al otro día, sin embargo, volvió a pescar al río, cuando de


pronto vio que salía de la tierra una india muy bonita, toda embijada
(pintada con bija) y lo invitaba a ir a su casa. El muchacho se
sorprendió , pero
. Como ú ltimo relato de este trabajo, incluimos el texto anterior, cuya
temá tica y forma, resultan notoriamente diferentes y aun extrañ as a la
cultura catía. Modificando la forma para suprimir algunos diálogos, lo
hemos tomado de la obra de Fray Javier Montoya Sá nchez, quien dice en
su presentació n: «Esta leyenda apareció publicada en la Revista Colombiana
de Folklore, nº 2, junio de 953, y su autor es el doctor Gerardo Reichel-
Dolmatoff, que hizo el estudio de las leyendas chamíes, escudriñ ando las
regiones de Roldanillo y Riofrío, lugares poblados por ellos. Este de la india
embijada fue extractada del libro El valle íntimo, obra escrita en 962, en
Cali, por Raú l Silva Holguín». No tuvimos oportunidad de confrontarla
con otras versiones escritas o habladas, pero encontramos en ella rasgos
muy propios de la narrativa de los noanamáes. (Nota del original).
le dijo a la mujer que se acercara má s. Ella no se movió y entonces
él se adelantó un poco y trató de abrazarla.
La aparecida le dijo que si se bañ aba con agua de flores del monte
ella iría esa noche a su casa.
Cuando el joven regresó al tambo le contó a su madre lo ocurrido
y se bañ ó con infusió n de flores. A la media noche se apareció la indí-
gena. El joven la señ aló a su madre, pero ella no vio nada.
La india y el muchacho estuvieron juntos hasta el amanecer.
En- tonces se fue la mujer, pero siguió volviendo todas las noches.
Al poco tiempo el indígena le preguntó que dó nde vivía y ella
contestó que muy cerca y que los suyos eran muchos.
Después el joven la invitó a vivir en su casa y ella aceptó . Final-
mente el muchacho le pidió que se dejara ver de su madre y ella le
explicó que si se bañ aba con agua de flores del monte también la ma-
dre podría verla. Así se hizo y ya la señ ora pudo ver a la joven que
se quedó en la casa.
Vivieron mucho tiempo y la india tuvo dos niñ itos.
663
Cierto día el hombre se fue a un pueblo vecino y allí se enamoró
de otra mujer y se casó con ella. Al volver a su casa, golpeó a su pri-

4. Otras narrativas
mera esposa y la echó diciéndole que ya tenía otra mujer.
La suegra, que se había encariñ ado con su nuera, trató de
defen- derla y ella la invitó a conocer a su gente. Se fueron
juntas y a la orilla del río la joven le mostró a la suegra los
tambos. La mujer se sorprendió mucho porque ella conocía muy
bien el río y nunca había visto esas casas. Entonces para poder volver
hizo una señ al en el suelo. Cuando regresó a su casa el hijo le
preguntó que dó nde habla es-
tado, y ella le dijo:
–En casa de mi nuera.
El hombre le rogó que le dijera dó nde quedaba, porque quería
ir a traerla otra vez. Decía que la amaba y que no podía vivir sin
ella.
Entonces se fueron a buscar a la mujer embijada, pero por má s
que anduvieron y dieron vueltas no encontraron nada. Solo encontra-
ron la señ al que había hecho la madre en el suelo. Ella se la mostró
a su hijo diciéndole:
–Aquí estaba la casa.
Al día siguiente el joven volvió al lugar en que su madre había
hecho la señ al, pero tampoco encontró nada. Se sentó en una
piedra
y rompió a llorar amargamente. Entonces escuchó la voz de su mujer
que le decía que se fuera, que no la esperara, porque su familia estaba
muy brava y no le perdonaba que la hubiera echado.
(Vélez, 990 [982]: 38-39)

La hormiga arriera
Ahora hay mucha hormiga arriera, acabaron con la yuca, con la
fruta del borojó , con la papaya, y se están comiendo las matas de plá-
tano. En la selva hay bastantes hormigas, pero no hacen dañ o; por-
que ellas se suben a la copa de los árboles más grandes y se demoran
mucho tiempo comiéndose las hojas, hasta un añ o pueden pasar allí,
por eso no van más lejos. Pero desde que los madereros tumbaron los
árboles de chajeradó las hormigas no encuentran comida en la selva y
andan metidas en los cultivos sin que podamos controlarlas. La arrie-
ra también tiene su historia.
Mi tío Eugenio, hermano de mi papá, me contó que un muchacho
664
escuchaba a un pájaro que cantaba muy bonito cuando estaba rozando
en la montañ a. Un día decidió cazarlo con una cerbatana. Lo buscó
Literatura embera katío

por todas partes pero no lo pudo encontrar. Halló en cambio a una


muchacha alta, mona, de cabello largo, que estaba sentada en silencio.
El hombre se fue arrimando hasta que la abrazó .
–¿Qué hace usted aquí? –preguntó el muchacho.
–Yo estoy esperando a un hombre, porque me quiero casar, pero
nunca llega. Apenas llega usted.
I

Yo la llevo conmigo porque también estoy soltero y en mi casa


apenas somos tres personas: mi papá, mi mamá y mi hermano menor.
–Mi nombre es arriera –aclaró ella– y mi familia, en cambio, es
muy numerosa. El hermano mío es el que se lleva de noche toda su
cosecha de maíz, pero yo lo voy a regañ ar para que no moleste más.
El embera trabajaba desde el amanecer rozando y sembrando
maíz. Alcanzó a sembrar como treinta hectáreas; por eso cuando llegó
el momento de la cosecha había mucho maíz por recoger. Desde que
llegó a la casa la arriera no dormía en toda la noche, pues salía con su
hermano a coger el maíz sin que su marido se diera cuenta. Regresaba
a las cuatro de la mañ ana, dormía una hora y a las cinco se levantaba
a hacer el desayuno.
Un día el hombre se decidió a buscar trabajadores que le ayudaran
a recoger la cosecha, pero ella dijo:
–No, no vayan a coger maíz que yo hago eso.
–¿Usted cuando va a poder recoger tanto maíz? –dijo sorprendido
su marido.
Ya casi estoy acabando de coger el maíz con mi hermano.
Fueron a ver el trabajo y en realidad estaban todas las mazorcas
encarradas en un granero, en una troja. Cuando acabaron de recoger
la cosecha, ella le propuso al embera que rozara y que ella sembraría
el plá tano con su hermano.
A los seis meses el hombre ya no quería a esa muchacha, le
pegaba, la acusaba de vivir andando, de buscar a otro hombre, hasta
que ella se voló de la casa, estando ya embarazada. É l la siguió , la
alcanzó en un camino y la hizo regresar. Después de nacer la niñ a, [la
madre] se volvió a escapar dejando la pequeñ a con el embera. Ella se
fue a la casa de las hormigas, que es puntuda, como si tuviera encima
un tambo de verdad; hasta allí siguió el rastro su marido y llorando
665
empezó a sacar
tierra, pues ella se había metido por el hueco. Las hormigas empe-
zaron a morderlo pero él siguió excavando y cuando ya estaba a dos

4. Otras narrativas
metros de profundidad una señ ora gritó :
–¡Yerno, no me dañ e el caballete!
É l siguió cavando, pero no la pudo encontrar. La mujer se
quedó en el hormiguero y él se quedó con la niñ a. Por eso hay una
etnia embera que es mona, de la raza de la hormiga: hasta en mi
familia, en Urrao, hay unos que son monos, monos.
(Domicó et ál., 2002: 284-286).

La culebra birrí
Cuando Dios hizo el mundo, los indios tenían pueblos y sabían
mucho, pero una india joven fue engañ ada por una culebra birrí y se

. De la madre Laura hemos tomado este relato. La ilustre Fundadora lo


escribió el 4 de mayo de 1919 en una de sus Cartas misionales y dice haberlo
escuchado en Dabeiba, de labios de dos indias a quienes estaba enseñ ando
la historia del Paraíso Terrenal, ante la cual las aborígenes reaccionaron
diciendo, poco mas o menos, que ellas ya conocían ese episodio de la mujer y
la serpiente y le narraron el que acabamos de transcribir. (Nota del original).
casó con ella al escondido de su papá. Para ocultar a su marido culebra
lo metía debajo de un árbol y le ponía encima toda la leñ a que traía
para el fogó n.
Cuando la leñ a iba acabándose traía más, hasta que cubría bien a
su marido birrí.
Poco tiempo después, la joven dio a luz a un hijo birrí. Para el naci-
miento vino la birrí suegra con muchos de los suyos a conocer el nieto.
Cuando se marcharon llegó el indio, padre de la muchacha, y notó
que había mucho olor a excrementos de birrí. Se puso entonces a qui-
tar leñ a y encontró debajo al birrí, su yerno, y al birricito, su nieto.
Entendió lo que había ocurrido y dio una paliza a su hija y mató los
dos birríes, padre e hijo.
Cuando la suegra birrí supo la noticia se vino con todas las
cule- bras de su especie y se llevaron los cadáveres de los suyos. El
indio las persiguió hasta muy lejos, y por eso hoy en día en esas
regiones casi no se encuentran culebras birríes.
Después de un tiempo la birrí suegra resucitó a su hijo, pero no
666
como birrí sino como soldado españ ol. Lleno de furia, entabló guerra
contra los indios y los echó de sus pueblos para el monte.
Literatura embera katío

Entonces los indios se volvieron pobres e ignorantes y no volvie-


ron a hacer pueblos.
(Vélez, 990 [982]: 96)

Menebé cuento
I

En una quebrada había una joven que no le gustaba hablar con


ningú n joven, por eso vivía en la cabecera de un río. De vez en cuando
iban jó venes para donde ella y la gateaban,  pero ella no los aceptaba.
Entonces los jó venes comenzaron a espiarla para saber por qué no le
gustaban los hombres.
Así vivían espiándola. En una de esas, uno de ellos vio que ella co-
gió un machete, se bajó para el patio y se metió por una rastrojera. É l
comenzó a seguirla. Ella llegó hasta donde estaba una mata de iraca, 2
cortó un manojo y siguió para adelante. Más allá cortó unas hojas, se

. Forma como los emberá se enamoran de una joven. (Nota del original).
2. Fibra utilizada en la cestería. (Nota del original).
desnudó y se sentó , luego se puso a tejer tranquila; después de un
largo rato medio se levantó . El joven vio que de la vagina de ella
colgaba un menebé. Ella se puso a ver quién la observaba y se sentó
nuevamente. Así estuvo él viendo hasta que se cansó y, como ya era
muy tarde, se vino para la casa. É l le contó a todos sus compañ eros lo
que había visto, entonces los otros iban y confirmaban lo que habían
escuchado. Como se dieron cuenta [de] que vivía haciendo el amor
con un menebé, todos los jó venes le cogieron odio y no la voltearon
a ver má s.
Un día de esos ella se fue a una fiesta y los muchachos vieron que
le estaba comenzando el embarazo, por eso entre ellos murmuraron
que estaba embarazada de ese menebé.
Como la vieron así no le hicieron caso, porque los viejos antiguos
eran jodidos. Como la mujer estaba en embarazo se le fue notando el
estó mago y estuvo así hasta que dio a luz a una niñ a. La niñ a era muy
linda, de color blanco y de ojos zarcos. Ella comenzó a crecer hasta
que entró a la edad de la pubertad. La mamá desde pequeñ a no la de-
667
jaba hacer nada ni comer nada caliente. De esto vivían pendientes los
familiares, pero como la mamá no la mandaba ellos tampoco podían
decirle algo. Cuando la niñ a era una joven madura se pusieron a hacer

4. Otras narrativas
chicha. Ese día la mamá de la joven se descuidó y se fue para el río;
como no había quién revolviera la chicha, la tía le dijo:
–Usted que está sentada ahí, ¿por qué no revuelve la chicha,
que se va a quemar?
Ella se levantó y se puso a revolver, y al rato gritó :
–¡Ay!
Cuando voltearon a ver se le cayó al suelo el dedo más
pequeñ o. Gritó nuevamente y así se fueron cayendo todos los dedos.
La mamá, que venía subiendo para la casa, le gritó :
–¿Qué estás haciendo?
Se vino corriendo para la casa y la haló de la manos, pero como
ella había recibido mucho calor, se le fueron cayendo todas las partes
del cuerpo. Así murió la joven, era por eso que la mamá nunca la
mandaba a hacer nada.
(Moya, 998: -2)

. Lombriz de tierra que se desarrolla aproximadamente unos 50 cm de


largo, de color negro claro, muy frá gil al calor. (Nota del original).
Baubá cuento
Había un hombre con su mujer los cuales tenían un hijo joven. Al
joven le gustaba ir a pescar, cazar y trabajar en la cabecera del río. En
una de sus subidas para arriba, cuando estaba de regreso en las horas
de la tarde, oyó el ruido de tambora, flauta, gritos de hombres y de
mujeres. Entonces se vino muy despacio. Al terminar la calle vio que
esta estaba llena de emberá . Entonces miró para encima y vio que
estaba un tambo lleno de gente, que comenzaron a decirle:
–Primo, suba a tomar chicha.
Los emberá que estaban en el río se acercaron a la canoa y le
hi- cieron arrastrar su canoa al seco. También vino el dueñ o del tambo
a invitarlo. Entonces el muchacho sí aceptó y se fue para el tambo. Tan
pronto llegó le dieron guarapo, entonces el dueñ o del tambo dijo:
–A mi sobrino no le den mucho guarapo porque lo van a emborra-
char; denle carne de pidó asado.
Le dieron y el emberá se puso a comer. En eso se acercó una
mu- chacha que le dijo:
668
–Yo te quiero, y si usted acepta seré su mujer.
Luego sí se puso a tomar. A eso de la medianoche se
Literatura embera katío

emborrachó y se acostó a dormir. En la madrugada fue sintiendo


algo; miró , todo estaba en silencio. Buscó el tambo y no lo vio.
Tocó para los lados y sintió que estaba durmiendo en las ramas de
un pichindé,2 en toda la mitad del río. En eso se puso a vomitar, lo
que vomitaba era puro chapul. Cuando ya terminó miró para los
lados y vio que cerca de él estaba una rana grande (baubá):3 era la
I

rana que le había hablado en la noche. Observó para los lados y el


pichindé estaba lleno de ranas. Cogió una por una y las fue matando
y las que no las pudo matar las tiró al agua. Todas esas ranas eran las
que tocaban en la noche flauta y tambora, por eso cuando viene el
verano y las ranas se ponen a cantar es porque está n en fiesta.

. Se conoce como puerco de monte o zaina, cuya especie


hoy día está en extinció n. (Nota del original).
2. Á rbol que se desarrolla a orillas de los ríos, muy fuerte. Sirve de
barrera para que no haya erosió n. Es un á rbol sagrado para los emberá
debido a que cuando las niñ as entran a la pubertad deben abrazar
este árbol para que les dé su fortaleza. (Nota del original).
3. Rana grande que habita los pichindé; en verano canta
durante toda la noche. (Nota del original).
Después de esto el joven se bajó , cogió su canoa y se vino para
donde la mamá . Cuando los de la casa lo vieron se contentaron
mu- cho, pues estaban preocupados y no habían dormido. Al subir le
pre- guntaron:
–¿Dó nde estabas?
É l se encontraba todavía medio borracho, entonces dijo:
–Mamá , yo me crié aquí pero todavía no había visto esto.
–¿Y qué fue lo que vio?
É l comenzó a contarle todo lo que le sucedió , entonces la mamá
le dijo:
–Yo por eso le decía que siempre sus actividades las tiene que
hacer para arriba, para abajo no hay tierra, y usted no me escuchaba.
(Moya, 998: 3-5)

Amparrá zeze cuento


En la antigü edad existía un lugar donde no había animales de
669
monte como guagua, tatabro, armadillo, venado, ñ eque; ni aves como
perdiz, pavó n y pava, y el río no tenía pescados. Pero el lugar estaba

4. Otras narrativas
muy poblado de emberá. La mayor parte del tiempo lo dedicaban a
la pesca. Se iban por la mañ ana y al regreso, en la hora de la tarde,
solo traían de cuatro a cinco pescados los que estaban de buenas. Los
pescados eran muy pequeñ os, por eso para que alcanzaran para toda
la familia preparaban ca.
En la comunidad había un emberá con su mujer y una hija aú n
niñ a. Estando así, la mujer murió . El hombre quedó solo, pero este te-
nía mamá, papá, hermanos. Como antiguamente toda la familia vivía
en una sola casa, el emberá se incorporó de nuevo a su familia.
Un día el emberá, muy por la madrugada, cogió su anzuelo y
se fue a pescar para arriba. Estuvo pescando y como no mató nada
se regresó para la casa en la hora de la tarde. A su regreso, cuando
ya estaba pró ximo a llegar, vio en el charco del lado de arriba a un
[señ or] emberá sentado en una roca que se encontraba en la mitad
del río. Entonces entre sí dijo: «¿Quién será el que está sentado?». Se

. Plátano verde rallado, cocido con pescado o con cabezas


de animales de monte. (Nota del original).
vino bajando y cuando ya estaba cerca de él, este se sonrió y le habló :
–¿De dó nde vienes?
É l contestó :
–Vengo de arriba.
Como le habló de esa forma se paró a ver quién era. El otro siguió :
–¿Qué buscaba arriba?
El emberá dijo:
–Pescado.
–¿Y mató ?
É l contestó :
–¡Qué voy a matar si en este río no hay pescado!
É l le dijo:
–Acérquese más, vamos a hablar.
É l se acercó , arrimó la canoa al seco y comenzaron a hablar. Le
preguntó :
–¿Por qué será que no matan pescado?
El emberá le contestó :
670
–Este río está muy arruinado, el que más mata es de cuatro a cinco
peces y lo comemos en ca.
Literatura embera katío

Entonces el señ or comenzó a reír y le dijo:


–Si usted quiere le voy a matar pescados, pero con un compro-
miso.
El emberá se puso a pensar y le preguntó :
–¿Cuá l es el compromiso?
Antes de contestarle, le dijo:
I

–Usted tiene una hija, ¿sí o no?


–Yo tengo una hija pero todavía está pequeñ a, apenas le están co-
menzando a crecer los senos.
–¿Y qué otra cosa tiene?
–Tengo un perro grande.
–Bueno, si usted quiere le voy a matar una cantidad de
pescado. Se va para la casa y a como llegue al puerto y arrime la
canoa al seco, al primero que llegue a recibirlo, sea su hija o el perro,
lo viene a dejar en este lugar mañ ana.
El emberá se puso a pensar y después le contestó :
–Está bien.
Entonces el otro le dijo:
–Ahora tire su palanca al seco. Lo mismo hace con su anzuelo.
El emberá hizo caso a lo que él ordenaba. Entonces Amparrá zeze
volteó la canoa, se trepó encima y comenzó a brincar. Después de un
rato volteó de nuevo la canoa. Cuando el emberá la vio estaba llena
de sábalos grandes. É l comenzó a tirarlo al seco hasta que quedó un
montó n. Luego le preguntó :
–¿Quieres más?
El emberá contestó :
–Usted es el que sabe.
Entonces cogió nuevamente la canoa e hizo la misma operació n.
Después de esto el emberá cogió la canoa, comenzó a sacarle el agua
hasta que la dejó seca y luego comenzó a echar los sábalos dentro.
Lo echó todo. ¡La canoa casi que se hundía de lo llena que estaba!
Luego el Amparrá zeze le dijo:
–Nadie debe darse cuenta de lo que estamos haciendo. Si los
de- más compañ eros le preguntan les dice que arriba de este río hay
un charco grande donde estuvo pescando.
67
Después de todas estas recomendaciones el emberá se vino para
la casa. Cuando arribó al río del tambo los familiares miraron que la

4. Otras narrativas
canoa estaba llena de sábalos grandes. La niñ a, que estaba en la coci-
na, se levantó cantando y se fue para el río; el perro también se fue,
pero la niñ a llegó primero al lugar. Luego fueron llegando los otros
familiares. Después de dividirse el trabajo para preparar los pescados
y de comer, la gente le preguntó :
–¿Dó nde mató tanto sábalo, sabiendo que este río no tiene pes-
cado?
El emberá contestó :
–Esta mañ ana me fui a la cabecera de este río, donde encontré
un charco grande y hondo. Allí me puse a pescar. Cada que tiraba
el anzuelo al agua antes de que cayera engarzaba los sábalos.
Los que estaban en la casa creyeron lo que decía. Como era mucha
cantidad de sábalos los ahumaron. Al día siguiente nuevamente las
gentes comenzaron a preguntarle:
–¿Dó nde cogió tantos pescados?

. Padre o dueñ o de los sábalos, para un jaibaná sería el


wantra de los sá balos. (Nota del original).
É l nuevamente les contestó que los había pescado en la cabecera
del río.
Después de que oyeron todo esto, las gentes cogieron sus anzuelos
y sus canoas y se fueron río arriba. En la tarde bajaron vacíos.
Cuando al emberá se le estaban acabando los pescados, se arregló
y antes de salir le dijo a la hija:
–Si usted quiere, vamos.
La niñ a, que había visto que el papá había matado en días anterio-
res hartos pescados, le dijo:
–Sí.
Cogieron su canoa y se fueron para arriba. Cuando iban llegando
al charco vieron al emberá ese sentado en el mismo lugar: encima de
la roca. Entonces la niñ a preguntó :
–Papá, ¿quién es ese señ or que está sentado allá arriba?
El viejo le dijo:
–Cuando estemos cerca de ahí nos damos cuenta.
Se fueron, se fueron, y saludó :
672
–¿Có mo está compañ ero?
–Muy bien.
Literatura embera katío

Y siguió :
–¿Hace mucho rato que llegó ?
–No, apenas estoy recién llegado.
Luego arrimó la canoa al seco. La niñ a se quedó en la canoa. Ellos
se fueron al rincó n de la playa y comenzaron a hablar. Al rato la niñ a
dijo:
I

–Papá, vá monos. Usted me trajo a pescar y ¿qué es lo que está


haciendo?
El sol estaba alto. El viejo le contestó :
–Ahora nos vamos hija.
La niñ a se quedó tranquila. Ellos comenzaron a hablar nuevamen-
te. Al rato la niñ a le dijo otra vez:
–Papá, afánese que ya casi es mediodía.
É l le dijo:
–Hija, hasta aquí nada más vamos a llegar.
Y nuevamente se pusieron a conversar. Cuando llegó el mediodía
la niñ a otra vez le dijo:
–Papá, vámonos para la casa.
É l le dijo:
–Ahora nos vamos.
Y así la estuvo engañ ando hasta que la niñ a se acercó a donde ellos
estaban hablando. Cuando llegó ellos se quedaron callados.
Cuando ya eran más o menos las cuatro de la tarde, el emberá
se acercó a la canoa, cogió la palanca y el anzuelo y lo colocó en el
seco. El Amparrá zeze cogió la canoa, la volteó y comenzó a brincar
encima de ella. Al voltearla nuevamente la canoa blanqueó de sábalos.
El em- berá y la niñ a comenzaron a sacarlos para el seco. Luego el
Amparrá zeze le preguntó :
–¿Quiere más?
El emberá le dijo:
–É cheme otro poco.
Entonces volteó nuevamente la canoa y comenzó a brincar encima
de ella y a darle golpecitos. Cuando volteó la canoa esta estaba llena
de sábalos. El emberá cogió la canoa, le sacó el agua y comenzó a
echar los pescados dentro. Cuando terminó empujó la canoa para
afuera sin que la niñ a tuviese oportunidad de embarcarse. Entonces
ella comen- zó a gritar: 673
–¡Ay, papá! ¿Usted me trajo para dejarme acá? ¡No me deje! Usted

4. Otras narrativas
me vivía engañ ando diciéndome que mataba pescados en la cabecera
de este río. ¡Papá , no me deje! ¡Lléveme! Papá , ¿usted es que no me
quiere, que me está regalando a una persona que no conoce?
Pero el emberá no le hizo caso y siguió para abajo. Cuando estaba
al lado de arriba fingió que estaba llorando:
–¡Ay hija! Cuando yo te llevé esta mañ ana estabas alentada. ¡Si me
hubiera dado cuenta [de] que iba a suceder esto no te habría llevado!
¡Tu cara está patente todavía! ¿Cuándo te voy a volver a ver? ¡Ay hija,
yo no te olvidaré nunca!
En la casa oyeron los lamentos y se preguntaron entre ellos:
–¿Quién será el que viene llorando?
Cuando miraron para el río vieron al emberá que venía solo llo-
rando, llorando. Las gentes se pusieron pensativas. La abuela, que
estaba pendiente, se fue corriendo para el río y le preguntó :
–¿Qué le pasó ?
–¡Ay, mamá! Yo estaba pescando y la niñ a, que estaba detrá s de
mí, desapareció misteriosamente. Creo que se la llevó algú n animal.
La vieja y el resto de familiares se pusieron a llorar. É l se vino a
la casa y, como fingía que estaba llorando, se quedó tranquilo. Luego
cogieron los sábalos y le sacaron las tripas, hicieron de comer y se
acostaron a dormir.
Mientras todo esto sucedía, el Amparrá zeze, a como el emberá
volteó la calle, cogió a la niñ a y se tiró al charco. Fueron a salir al
Mundo de Abajo, donde él tenía casa.
El emberá estuvo así, así, y cuando ya se iba acabando el
sábalo, muy por la mañ ana, se arregló y se fue para arriba. Cuando
miró des- de abajo vio al Amparrá zeze sentado en la misma parte de
la roca. Al llegar cerca lo primero que hizo fue preguntarle por la
hija:
–¿Por qué no vino?
Y él contestó :
–Yo me cansé de decirle. Ella lo que hizo fue enojarse conmigo,
después me dijo: «Mi papá me regaló porque no me quería ver más,
¿ahora qué voy a hacer allá? Para qué me va a pensar, sabiendo que yo
me puse a gritar y no fue capaz de ayudarme. Yo a mi papá no lo
674
quiero ver má s».
El viejo pensó en su hija y luego comenzaron a echar cuentos.
Literatura embera katío

Cuando ya era la hora de la tarde el Amparrá zeze le dio el sábalo.


El emberá se vino para la casa y llegó en la hora de la tarde, por
eso las gentes creían que verdaderamente él se iba muy arriba. A
como llegó las gentes comenzaron a preguntarle:
–¿Dó nde mató tanto sábalo?
É l siempre les contestaba la misma cosa:
I

–En ese charco que hay en la cabecera de este río.


Cuando los compañ eros oían eso se iban bien por la mañ ana y
en la hora de la tarde llegaban vacíos. El emberá se iba para arriba y
siempre encontraba al Amparrá zeze en la misma parte, comenzaban
a charlar y en la hora de la tarde le mataba el pescado. Así estuvieron
hasta que un día él vio desde abajo que estaban los dos. La hija estaba
sentada en las piernas de Amparrá zeze. Cuando él estaba cerca ella se
tiró al charco. É l se acercó , saludó , y le preguntó al Amparrá :
–¿Por qué se fue mi hija?

. Es uno de los tres mundos. Allí habitan los chaabera, los onamuneara
y los mamá s [sic] de los piló; de donde se trajeron todas las variedades
de albahaca, chontaduro, jagua y el quidabe. (Nota del original).
El Amparrá zeze contestó :
–Usted la regaló porque no la quería, por eso ella solo quería que
usted la viera desde lejos.
Luego se pusieron a charlar y cuando llegó la hora de la tarde
le mató pescado y el emberá se regresó para la casa.
Días después el emberá nuevamente fue. En esa oportunidad la
hija se dejó ver: estaba embarazada. El papá, muy contento, la saludó
y comenzaron a hablar, cuando ya llegó la hora de la tarde ella le dijo:
–Papá, con esta vista usted no me volverá a ver más nunca. Cuan-
do yo era niñ a yo lo quería mucho, ahora no porque usted me regaló a
este animal; porque ese no es gente sino animal.
El Amparrá zeze estaba escuchando toda la conversació n de la hija
con el papá . La hija continuó :
–Con esta venida ya no regreso más. Cuando llegue a la casa le da
muchas saludes a mi abuela y a mis familiares y les dice la verdad: que
usted me regaló a un animal a cambio de sá balos. No les oculte
más la verdad.
675
Al llegar la tarde, Amparrá zeze le mató una cantidad de peces y el
viejo se despidió de la hija y se regresó para la casa. Cuando él

4. Otras narrativas
venía dando la vuelta, ellos se tiraron al agua y se fueron para donde
vivían. El emberá llegó a la casa y no le contó nada a los familiares.
Después de esa ocasió n ya no lo veía como antes. Cuando subía
no lo encontraba y solo salía después de insistirle. Ese día le mataba
pescado y el emberá se regresaba para la casa. Amparrá zeze estuvo
así hasta que no regresó má s.
(Moya, 998: 36-45)

La nutria
Dizque salió un cholo de cabecera, adonde estaba un cholo que
tenía hijos e hijas. Venía él a pasear; y de ahí se iba, entonces buscaba
a las muchachas. Como era cholo entonces él buscó una muchacha.
Bueno, él llegaba a su cama, estuvieron ahí, o sea que vivía pues
con ella. Ya entonces publicó él a la mujer.
Ahí que él se iba para arriba a pescar. Se iba embarcado. Cuando

. Narrador: Ricaurte Dogiramá .


venía traía meras champadas de pescado. De puro guacuco y sabale-
ta, y sábalo y corromá ; de todo pescado.
Ay, y ahora sí decía el viejo:
–¡Ajo! Está bueno, mi yerno. É se sí sabe buscar la vida,2 ¿verdad?
Bueno, y otro día cuando se acababa esa comida, se iba otra vez
a buscar y también así estuvo, hasta [que] ya tuvo hijos. Entonces
decían pues los cuñ ados:
–Bueno, ese hombre, ¿có mo mata esos pescados? ¡Tanto pescado!
Y nosotros buscamos y no topamos casi; matamos, pero así no… y
con bastante gente. Y él uno solo, ¿có mo mata así en un rato?
Bueno, entonces ellos dizque se fueron a atisbarlo a él.
Entonces llegó por allá arriba hasta un charco grande, feo, 3 dejó su
champa a un lado, se tiró al agua y se volvió nutria. De ahí sacaba
de [a] dos, de a tres, y echaba al chingo, y volvía y caía y traía lo
mismo y echaba al chingo. Bueno, hasta que ya mató bastante,
ahora sí entonces se saltaba. Cuando ya se saltaba, bueno, se volvía
676 cholo otra vez.
Bueno, ahí supo él que lo estaban atisbando los cuñ ados y enton-
ces dijo él:
–Ay, carajo. ¡Hey, hombre! ¿Por qué vinieron a atisbar? ¡Yo ya no
voy para la casa! Si no fuera… yo les iba a enseñ ar a pescar
Literatura embera katío

también, a matar pescando así como yo. Y ahí se volvió nutria, se


tiró al agua.
Bueno, se acabó .
(Dogiramá y Pardo, 984: 3-4)
I

Yoeyoe cuento
En la cabecera de un río vivía un emberá con su mujer. Un día,
muy por la mañ ana, el emberá se fue a cazar. Como no encontró nada
para cazar, se regresó en las horas de la tarde. A su regreso encontró
al borde del río, en un lugar limpio, un huevo de pavona.4 Al
emberá se le hizo extrañ o, por eso comenzó a mirar para arriba y
luego dijo:

. A la canoa se le denomina en el españ ol local también como


champa, potro, potrillo, piragua, chingo. (Nota del original).
2. Buscar la vida: cazar. (Nota del original).
3. Los emberá temen los charcos en los ríos porque allí
viven monstruos. (Nota del original).
4. Hembra del pajuil. (Nota del original).
–Tal vez este huevo me sirva, lo voy a llevar.
Así fue. Lo cogió y lo llevó para la casa. Al llegar le dijo a la mujer:
–Encontré un huevo de pavona. Cuando iba para arriba no lo vi. A
mi regreso lo encontré en un lugar limpio y por eso lo traje.
La mujer dijo:
–Lo voy a colocar a una gallina, tal vez saquemos una pavoncita.
Después de cuatro días salió el pollito… ¡Parecía una pavoncita!
Pero no tenía patas y el chillido era el de un pollito. La mujer le dio de
comer plátano cocido y maduro y así comenzó a crecer rápido.
Cuando cumplió una luna el pollo era grande, comenzó a cambiar de
aspecto.
¡Se convirtió en una culebra! Pero era una culebra linda. Cuando abría
la boca era rosada como la flor de una badea; el cuerpo era pintado.
Cuando era grande comenzaron a darle po en forma de pelota, así la
serpiente creció muy rápido. Cuando ya estuvo bastante grande se
hun- dió la parte donde permanecía, por ese motivo la colocaron en el
suelo. Cuando ya se encontró en el suelo comenzó a hacer un pozo
677
grande donde se enterraba y salía cuando tenía hambre, cada tres o
cuatro días.
Alrededor de la casa hizo una laguna grande. También comenzó
a perseguir a las gentes. Los dueñ os la querían tanto que la llamaron

4. Otras narrativas
Yoeyoe-saque. Cuando querían darle de comer cogían una concha de
balso y comenzaban a gritar: Orré, orré, orré.
Y Yoeyoe-saque, después de un buen rato, venía a salir cerca de
ellos. Como era una culebra se subía para la casa, entonces ellos pre-
paraban el po en forma de bolas y se lo tiraban a la boca. Después
de comer se iba nuevamente para su sitio. Así lo tuvieron por
mucho tiempo.
Esa misma familia tenía un karé (loro) criado, el cual hablaba per-
fectamente el idioma emberá y sabía los nombres de todos los que
vivían en la casa y el lugar. Cuando dejaban la casa sola y alguien
llegaba, este le contaba a los dueñ os todo lo que había visto.
En uno de esos días la hija menor estaba en un toldillo porque es-
taba jovenciando, [y] los viejos se fueron a coger maíz. Antes de salir,
los viejos les dijeron a sus hijos:
–Cuidado van a llamar al Yoeyoe-saque si no le van a dar nada.

. Jovenciar: llegada a la pubertad, esta etapa es recibida por la sociedad


emberá con una ceremonia especial. (Nota del original).
Después de las recomendaciones se fueron.
Al llegar el mediodía los muchachos ya estaban cansados de jugar,
por eso acordaron llamar al Yoeyoe-saque. Comenzaron a llamarlo,
llama y llama. Al rato la jovencita les dijo a los muchachos:
–¿Ustedes para qué están llamando a ese animal? ¿Le van a dar de
comer? ¿Mi mamá qué les dijo a ustedes?
Para nuestros antepasados, cuando las niñ as entraban a la puber-
tad no podían hablar durante ocho días con nadie, porque si [una] lo
hacía quedaba chismosa para toda la vida. Ella estuvo hablando así y
cuando menos pensó vino a salir el Yoeyoe a la casa. Los
muchachos salieron corriendo a esconderse al monte pero ella, como
no podía correr, se quedó quieta y el Yoeyoe se acercó y se la tragó .
Después de esto se fue para la laguna. El karé, que se encontraba
observando todo desde un árbol, se fue volando a avisarle a los
dueñ os, que se encon- traban cogiendo maíz. Los dueñ os vieron
que el karé venía volando. El loro se sentó en un á rbol cerca de
ellos y les dijo:
678
–Mamá , a nuestra hija se la comió el Yoeyoe-saque.
–¿A quién?
Literatura embera katío

–A nuestra hija.
El karé le explicó lo sucedido. Los padres se dieron vuelta, de-
jaron el maíz y se vinieron para la casa. Cuando llegaron vieron
que era verdad lo que les había contado el karé. Como los niñ os no
se encontraban en la casa comenzaron a llamarlos. Ellos, que estaban
escondidos en el monte, salieron.
I

–¿Qué má s vamos hacer? –dijeron mientras lloraban a la joven.


Entonces pensaron: «Vamos a matarlo».
Por eso comenzaron a llamarlo, pero ese día no salió . Al día si-
guiente, en la hora de la tarde, comenzaron a prender el fogó n y den-
tro de la olla echaron piedras. Cuando ya estaba todo listo empezaron
a llamarlo. Al rato vino a salir. A lo que abrió la boca le echaron las
piedras, y como sintió que estaban calientes se enterró nuevamente.
Como a los tres días apareció muerto. Así pudieron matar al Yoeyoe-
saque.
(Moya, 998: 69-7)
5. Cuento de animales

el ñeque y el tigre
El ñ eque andaba por el monte y el tigre lo vio. Entonces le dijo:
–Si usted quiere, sobrino ñ eque, cuide mis hijos; nosotros esta-
mos montiando con mi mujer; si usted cuida traemos comidita por
la tarde.
–Tranquilo, tío tigre. Ay, yo soy bueno. Yo los cuido.
Pero el tigre se iba era a tirar con la mujer al monte y no traía car-
ne. Entonces el ñ eque pensó : «Yo no voy a cuidar má s».
Otra vez, otro día así mismo pasó : el ñ eque se quedó cuidando los
hijos del tigre y cuando llegaron por la tarde no trajeron comida. El
tigre le decía:
–Sobrino ñ eque, de noche cuando lloren los muchachos los
lleva a mamar donde la mamá .
Cuando se volvieron a ir el ñ eque mató a uno de los hijos del tigre
e hizo una mazamorra. Cuando volvió el tigre, el ñ eque le dijo:
679
–Ay, tío, hoy [tenemos] suerte. Encontramos un ñ eque en el río,
aquí está la comida.

5. Cuento de animales
Por la noche, cuando lloraron, el ñ eque llevó solo tres adonde
la mamá .
–¿Dó nde está el otro muchacho?
–Es que le acabo de dar comida y está lleno.
Al otro día otra vez los tigres se volvieron a ir dizque a trabajar. El
ñ eque mató a otro de los muchachos y lo cocinó . Cuando los tigres vol-
vieron el ñ eque les dijo que había matado otro ñ eque y que ahí estaba
la comida. Cuando le preguntaron por los dos tigres que faltaban dijo:
–Ahora mismo les acabo de dar mazamorra y se quedaron dormi-
dos porque ya están llenos. Cuando amaneció , los tigres dijeron que
se iban a trabajar.
–Sobrino ñ eque, cuide mis hijos que nosotros vamos a buscar
la comida.
Como el ñ eque sabía que los tigres se iban era a tirar y no
traían comida, mató otro hijo, y cuando volvieron los tigres del
monte ahí les tenía la comida.

. Narrador: Joaquín Conde. Lugar: Miá cora.


Cuando ya se habían comido todos los muchachos el tigre pre-
guntó :
–¿Dó nde están mis hijos que no los trae para que mamen?
–¿No ha estado comiéndose a sus hijos todos estos días? Usted
mismo se comió a sus hijos.
La tigre salió persiguiendo al ñ eque. El ñ eque se metió en un hue-
co en la raíz de un choibá y le decía:
–Aquí estoy, tía… pero así no alcanza, tiene que meter la
cabeza. La tigre metió la cabeza en el hueco de choibá y quedó ahí
trabada,
no podía salirse. El ñ eque se salió por otro lado y ahí se le montó a
la tigre y se la comió . Ahí se fue riendo a la casa del tigre.
–Oiga, tío tigre, su mujer me lo está dando allá en el monte.
Pero entonces llegó la tigre y le contó al marido có mo había sido y
ahí sí salió el tigre bravísimo a perseguir al ñ eque. El ñ eque se volvió a
meter en un hueco de choibá. Ahí el tigre cortó un garabato de una rama
y con eso hurgaba en el hueco hasta que engarzó una pata del ñ eque.
680
–Así no, tío tigre. Ahí lo que tiene agarrado es una raíz, afloje
un momento para yo engarzar bien mi pata.
Literatura embera katío

El tigre aflojó y el ñ eque le enredó el garabato en una raíz, y el


tigre jale y jale hasta que se rompió el garabato, entonces el ñ eque se
salió y se fue riendo.
El tigre buscaba siempre al ñ eque por el monte y un día lo vio y
estaba sentado comiendo táparo.
–Hoy sí te voy a comer, sobrino ñ eque.
I

–Espere, tío tigre. Pruebe primero estos táparos tan sabrosos que
estoy comiendo.
–El tigre probó y le gustó mucho.
–¿Có mo hace para conseguir esta comida tan sabrosa, sobrino ñ e-
que?
–Yo hago así, tío tigre: con una piedra yo machuco duro mis
hue- vas y ahí es que sale el táparo… Usted como las tiene más
grandes ahí si va a sacar bastante.
Entonces el tigre se sentó y se machucó las huevas y del puro
dolor quedó privado de una vez. Ahí mismo el ñ eque salió corriendo.
El tigre seguía buscando al ñ eque todos los días. Una vez encontró
el rastro y el ñ eque estaba sentado comiendo queso a la orilla del río.
Cuando el tigre ya se lo iba a comer, el ñ eque le dijo:
–Antes de matarme, tío tigre, usted tiene que probar este queso
tan rico.
El tigre comió un pedacito.
–Sobrino ñ eque, qué cosa más sabrosa, ¿usted de dó nde la saca?
–¿No ve ahí en el fondo del agua, tío tigre? Todo eso que se ve allá
blanqueando, todo eso es queso.
–¿Y có mo hace para sacarlo?
–Yo cuando quiero queso me amarro un poco de piedras y así
llegó al fondo fá cil.
–Yo sí no creo que pueda hundirme a traer de ese queso.
–Tranquilo, tío tigre, que si usted quiere yo le amarro las piedras
en la espalda para que pueda traer su queso.
–Ya que así es como hay que hacer, sobrino ñ eque, amárreme esas
piedras en la espalda para poder ir bien a pique.
–Cuando usted llegue ahí donde blanquea arranque el queso y
suba bastante, todo eso es puro queso. Ahora sí tírese, tío tigre.
Ahí fue cuando el tigre se empezó a asustar, entonces el ñ eque
lo 68
empujó . Cuando el tigre llegó al fondo escarbaba por todas partes,
pero solo había barro y piedras, no topaba queso por ninguna parte.

5. Cuento de animales
El tigre se estaba quedando sin resuello y se puso a romper el bejuco
que amarraba las piedras hasta que se reventó y ahí salió a la playa
medio ahogado y ya sin fuerza en el cuerpo. Entonces el ñ eque se fue
tranquilo.
Después, otro día, andando por el monte encontró el tigre al
ñ e- que y le dijo:
–Hoy sí te voy a comer. Ya no se puede escapar por ninguna parte.
–No hable tan duro, tío tigre, que estoy aquí esperando una danta.
–¿Una danta?
–Tío tigre, yo ya sé cuá l es [el] camino de ella. Si usted me mata
no se va a llenar bien, pero si espera va a poder comer de esa danta.
–Bueno, sobrino ñ eque, vamos a comer ese animal.
–Usted espere aquí, tío tigre, para que no se espante. Yo lo hago
bajar por esta loma y usted lo agarra aquí abajo, pero cuando yo le
grite cierre los ojos… tiene que agarrar la danta con los ojos cerrados
porque si no se asusta y se va.
El ñ eque se subió y al rato gritó :
–¡Allá va, tío tigre! Cierre los ojos y agá rrela.
El tigre cerró los ojos y lo que agarró fue una piedra
grandísima que había rodado el ñ eque y casi lo mata del totazo.
Entonces el ñ eque se fue riendo.
(Dogiramá y Pardo, 984: 253-260)

682
Literatura embera katío
I
6. escritores embera

HigiNio oBisPo goNZÁLeZ

[Poemas eperara siapidara]

Todo al ritmo y al paso del abuelo sol


Al caer el sol de los venados una corte
de abuelos se sentó en círculo a la orilla del río Saija,
en compañ ía de la madre Luna; al lado de la inteligencia suprema
de la naturaleza.

Y bajo los recó nditos misterios de la selva,


en cofradía del viento, del aire, y del agua,
en un silencio reservado de la noche
decantaron las ideas ilustres.

Presintiendo que todo alrededor son vientos cambiantes 683


y que en el centro todavía hay un punto que lleva

6. Escritores embera
todo un balance, se delibera pensando en la presencia
incondicional.

Siendo esta entonces la calma en el ojo del abuelo Sol,


exhalando y con excelso antes de la primera aurora de la mañ ana,
compendiaron una alianza: la coexistencia perenne
como símbolo de lo infinito.

Ellos celebraron a través de la fidelidad y la madurez


la igualdad entre los seres.
Ellos se empeñ aron en significar y extender el futuro.
Ellos se preocuparon en dejar estas huellas imborrables
en nuestras memorias.
Ellos transfirieron estas ideas halagü eñ as para todos los vivientes.
Ellos enfrentaron el asunto con un aire de tranquila resolució n.

Y con el humor de una pausa inmortal


se dio oportunidad al deseo de hacer florecer
en la plenitud del lapso el designio de continuar existiendo en la
tierra.

A partir de la escena trascendente


de ser eximios pensadores,
se llevó a cabo esta apuesta de serena compostura
para que nosotros resolviéramos por mantener
y cimentar el camino del equilibrio,
todo al paso y al ritmo del abuelo
Sol.
(Obispo, 200: s/p)

mi madre siempre erudita


Antes de que raye el sol, ella con la fe puesta se levanta y atiza el
fogó n
recorre el atrio de la choza con los pies descalzos
y la cabeza llena de goteras.
684
Presagiando ciertamente que los días no volverán lo que fueron
ayer,
Literatura embera katío

y los ratos vividos han sido de prisa, que no nos permite volver
atrá s.
Se trata entonces de ondear que el día, la mañ ana y la noche
canten sin cesar a lo intrínseco de la historia y con la sonrisa
de la sierva, a flor de piel rebusquen la vida como atributo pedernal.
¡Y esa es la historia!
I

Y presumiendo el cántico del ocaso


en no ver más fuentes de dolor sobre la tierra:
delata el delirio delictivo del poder en su rancho
y prevé hasta el ú ltimo rengló n del delito perdido en la penumbra.
Y con la confianza de una verdadera erudita, aplica abiertamente
la génesis de experiencias alcanzadas en el día a día y en lo cotidiano.

Hoy tengo muchas ganas de hacer regresar el tiempo para sonreír


suspirar y vivir de nuevo.
¿Y por qué no pintar la esperanza de alegría?
Y cubriendo con el sudario de mi vida encontrar el amor en un
poema,
en un bar y en la imaginació n, en la sombra y en la luz,
en el trueno y en la lluvia, en la luna y en el centro del planeta;
y está olvidada en la banqueta donde duerme
el pandillero y el mendigo de la calle.

Y con la voluntad expresa e incondicional


como semilla nativa del proyecto colectivo,
sigue exclamando a lo largo del camino,
«¡sombra y luz, tierra y paz!, ¡no mires atrás!
¡me gusta la palabra libertad!».
Rieguen las semillas en el arado,
sean cautos:
la historia mía no será la de ustedes,
a lo mejor será el resultado de la bú squeda heroica
adquirido en el tiempo
y, aú n más, obtenido como tesoro preciado. 685
Aú n me falta anclar algunas palabras en vuestro ser, estoy soñ an-

6. Escritores embera
do.
No sé si son las nubes que veo en sus ojos, estoy pérdida buscando
el nido de la verdad.
¡Acérquense un poco más al lecho del amor! ¡No tengan miedo!
Que la vida continú a y a ella hay que contribuirle hasta el ú ltimo
suspiro,
¡y hasta cuando el sol se oculte!
(Obispo, 200: s/p)
ii Literatura embera chamí

687
1. Historias sobre el fríjol y el maíz

Betata [t.C.]
Betata es figura de una muchacha que llegaba en la noche.
Man- daba [a] todos los animales –ardilla, gurre, guagua, todos–
que tra- bajaran haciendo rocería; es decir, regando el maíz al
voleo y luego tumbando el monte encima.
Trabajaban toda la noche. Al otro día la gente se levantaba y
veía esas rocerías tan inmensas.
Por la noche, terminada la rocería, los animales en figura como
de gente venían y hacían fiesta y tomaban chicha de maíz fuertiada
en los chokó.
Por la noche Betata venía a la casa y trabajaba. Las mujeres no te-
nían que trabajar, solamente tenían que dormir con el marido. Betata
hacía todo el trabajo del maíz. Hacía canastos y cantaritos. Tostaba y
molía el maíz en la piedra. Al otro día amanecían los jabaras llenos de
harina para toda la familia.
689
Una vez llegó un muchacho (un indio dice que es Carabí, la Luna)
y le ofreció muchas cosas buenas. Le dijo que tenía buena finca, le dio

1. Historias sobre el fríjol y el maíz


buen ajuar y muchos adornos y se la llevó a vivir con él muy lejos,
a otra parte. Nadie volvió a hacer los trabajos en la noche. Antes de
irse Betata enseñ ó a las mujeres a hacer los cántaros y los canastos, a
tostar el maíz y a moler harina, a hacer la chicha de maíz. Este es
trabajo de la noche; las mujeres de antigua solo tostaban y molían
de noche.
(Vasco, 987: 87)

gallinazo se voló [t.C.]


El gallinazo vino y se asentó en un palo que estaba clavado, y se
cagaba y se cagaba. Entonces espantó y decía que se vaya, el
dueñ o, decía que quitara. Gallinazo se voló .
En seis meses el dueñ o miró la mierda y vino saliendo una hierba
que se creció hasta que dio espiga. Le dio una mazorca. El dueñ o la
dejó hasta que quedó duro el maicito; le cogió y preguntaba qué sería.
Otros le decían que es be, el maíz. Entonces lo sembraron y se resultó .
Y después dio como un bejuquito y lo enredaron en palo de
maíz y arriba se floreció . En dos meses tenía unas vainitas: dejó
madurar y
entonces desgajó . Era el frisol. Desgranaron y pusieron a cocinar, a
probar. Y puso bueno en la boca. Era ka o chaakita.
(Vasco, 987: 88)

el maíz y el chontaduro
Murió una indígena y su familia quedó muy triste y lloraba mu-
cho.
Dos de sus hermanas subieron a una montañ a y mirando al sol
querían morir ellas también. De pronto se les apareció Ancastor, una
enorme ave blanca que se volvió hombre, y les preguntó que por qué
lloraban tanto. Ellas le respondieron que por la muerte de su herma-
na. Ancastor les dijo que no lloraran, que ella estaba en el cielo, en
el bajía. Las mujeres exclamaron que querían ir a verla y Ancastor
les ofreció llevarlas. Ellas, incrédulas preguntaron:
–Pero, ¿có mo?
690
Ancastor les ordenó cerrar los ojos y abrió las alas y las hizo mon-
tar, una a cada lado. Y advirtiéndoles que no abrieran los ojos, las
llevó por el aire hasta que llegaron al bajía.
Literatura embera chamí

Al llegar se desmontaron y siguieron a pie hasta una casa enorme,


y allí encontraron una negra cuyos grandes senos le llegaban hasta
las rodillas. Ancastor les dijo que no le hablaran. Siguieron pues, y
fueron encontrando mucha gente conocida que ya había muerto. Allí
estaba la hermana y un hermano al que habían matado antes. Las mu-
jeres lo iban a abrazar, pero Ancastor no les permitió [hacerlo]. Estu-
II

vieron dos días en el bajía.


De regreso vieron campos con cultivos de maíz y chontaduro que
no se conocían en la tierra. Probaron los frutos y les parecieron muy
buenos. Ancastor les indicó que no deberían llevar ninguna fruta
porque era muy peligroso para la bajada; sin embargo, una de ellas
guardó en la boca un grano de maíz y la otra una fruta de chontaduro.
Ancastor las bajó a su casa de la misma manera que las había subido.
Cuando llegaron al mundo, contaron a los otros indígenas que

. Milcíades Chaves (citado por el padre Constancio Pinto), recogió este relato
entre los indígenas del Chamí y de él lo tomamos casi textualmente ante la
imposibilidad de confrontarlo con otras versiones. (Nota del original).
cuando la gente se muere se encuentra en el bajía. También les mos-
traron las semillas, la del maíz y la del chontaduro y luego las sem-
braron.
Cuando estuvo la cosecha, sacaron nuevas semillas y comieron el
resto. A todos les parecieron muy buenos los frutos y siguieron sem-
brando y cosechando.
(Vélez, 990 [982]: 88)

69

1. Historias sobre el fríjol y el maíz


2. el Hijo de la pierna y relatos afines

jinopotabar
Antiguamente la Luna brillaba mucho y no dejaba dormir. Alum-
braba como si estuviera de día y la gente se aburría mucho.
Jinopotabar era un indio joven que había nacido de la pierna de
una mujer. É l aborrecía la Luna porque brillaba como el Sol y no
dejaba dormir a la gente. Un día amenazó a la Luna diciéndole que si
no dejaba de brillar tanto la tumbaba, pero ella no le hizo caso y siguió
brillando.
Entonces Jinopotabar cortó una guadua y la puso en una olla.
Se subió a la guadua y le ordenó :
–¡Sú base hasta el cielo, sú base!
Y la guadua creció mucho. Creció hasta el cielo. Llegó a la Luna
y el indio, en la punta de la guadua, se puso a pelear con la Luna. La
cogió y le dijo que la iba a tirar a la tierra para que no brillara tanto.
692
La Luna era como una mujer gruesa, casi tan grande como la Tie-
rra y no se dejó tumbar, aunque lucharon mucho.
Al fin, el hombre, viendo que no podía tumbarla, le cogió la cara
Literatura embera chamí

con las uñ as de las manos y le dañ ó los ojos. Por eso ya no brilla tanto
como antes.
Entonces la gente de la Tierra tuvo envidia de Jinopotabar porque
había subido a la Luna y propusieron tumbar la guadua para que
no pudiera volver a bajar. É l, sin comprender las intenciones de los
de abajo, les gritó que esperaran, que cuando él bajara se encargaría
II

de cortarla. Pero no esperaron y la cortaron. El indio se quedó sentado


en la Luna y como no había llevado comida sintió mucha hambre.
Se puso a pensar có mo iría a bajar. Primero pensó bajar ayudado
por la lana de balso, que es muy liviana, y la invocó :

. Jinopotabar es la versió n Chamí del relato de Jerupotouarra. Los chamíes de


Mistrató y Pueblo Rico, en el noroccidente del Departamento de Risaralda,
hacen presente en este relato a grandes rasgos las características centrales de la
tradició n de Jerupotouarra y aun el nombre del protagonista revela la identidad
de la historia, enriquecida por numerosas aventuras y episodios ajenos a la
primera versió n que transcribimos. Nos basamos en los relatos de Clemente
Nengarabe, tanto en el que hizo a Luis Guillermo Vasco, como en el que
escuchamos de su propia voz, y les dimos la forma de expresió n que pensamos
necesaria para la unidad del trabajo en su conjunto. (Nota del original).
–¡Mojaupuda! ¡Mojaupuda! –y se lanzó hacia la tierra, pero no al-
canzó a llegar porque el viento sopló muy fuerte por debajo y levantó
la lana y lo puso otra vez sobre la Luna.
Jinopotabar se sentó de nuevo, muy triste. Pensó mucho tiempo a
ver có mo se bajaba, y al fin se le ocurrió que podría caer como piedra
y dijo:
–¡Mompará! ¡Mompará ! –y se tiró , pesado como una piedra, y
llegó a la tierra y se hundió y la traspasó y cayó a la otra tierra de
abajo. Encontró una gente muy distinta a la de nuestra tierra. Se
llaman Dojura y duermen de día y salen a cazar y a cultivar la tierra
de noche. Llegó hasta una casa y saludó y la gente le preguntó que de
dó nde venía. El les contó que había estado luchando con la Luna y
les relató cómo había caído a esa tierra. En esa casa lo cuidaron y le
invitaron a
que se quedara allí algunos días haciéndoles visita.
En el día Jinopotabar se [la] pasaba solo sentado en el corredor de
la casa, mientras los otros estaban adentro durmiendo.
La comida de ellos era distinta a la de nosotros porque cocinaban 693
con carne de zaíno y de venado, pero solo aspiraban el vapor caliente
y botaban la comida. No tenían ó rganos para la digestió n. Cuando

2. El Hijo de la pierna y relatos afines


le ofrecieron que aspirara el vapor, él se negó y les explicó có mo
era la comida en su tierra y entonces le dieron carne con plá tanos
y él comió . No más por verlo comer le dieron mucha carne y
muchos plátanos.
Cuando el hombre sintió necesidad de defecar, salió de la casa y se
fue al rastrojo. Un muchacho se fue detrás para ver qué era lo que iba
a pasar y se dio cuenta de todo.
El muchacho volvió a su casa y le contó a la gente lo que había
visto y se entusiasmó mucho y se antojó y antojó a los demás de poder
hacer lo mismo.
Cuando llegó Jinopotabar y se sentó en el corredor, el má s viejo
de todos le preguntó có mo era todo aquello y él respondió que cuando
comía, el estó mago se llenaba y no aguantaba más y entonces se iba
para afuera de la casa a defecar y así podía vivir descansado. El viejo
le pidió entonces que les enseñ ara a ser como la gente del mundo de
arriba y muchas veces le insistió sobre lo mismo.
Jinopotabar, antes de comprometerse a enseñ arles, les preguntó
que cuánta distancia habría para llegar a la casa más vecina de aquella
donde estaban. Le contestaron que había que subir una cordillera y
atravesarla, y que al otro lado vivía un indio que sabía mucho de
re- medios para defenderse y para curar.
Entonces Jinopotabar dijo que sí podría enseñ arles a ser como la
gente de su mundo; que tendría que operarlos, pero que necesitaba
una yerbita que crecía en esa montañ a que antes le habían señ alado, y
que tendría que ir a traerla personalmente.
Le pidieron entonces que hiciera la primera curació n y le llevaron
un muchacho. El hombre lo puso en cuatro patas y lo chuzó por de-
trás con un machete y le abrió un hueco. Apenas lo rompió salió solo
aire; viento que se fue.
Entonces ahí mismo cayó muerto el muchacho y Jinopotabar
les dijo que lo esperaran que él iba a la montañ a a traer el remedio de
allá, la yerba que hacía falta para curarlo, y se fue corriendo por el
camino que le habían señ alado y lo dejaron ir. Pero no volvió , y el
muchacho se quedó muerto. El indio siguió corriendo, y pasó la
montañ a y co- rrió mucho, hasta que se le perdió el camino y una
694
especie de río lo embolató por completo. Al fin encontró un hombre y
este le señ aló la ruta y le advirtió que por allá vivía un indio muy
Literatura embera chamí

malo y que tuviera cuidado porque lo mataba.


Jinopotabar llegó hasta un gran derrumbe que bajaba desde la par-
te alta de la cordillera hasta el río. Allí se encontró un indio pescando.
El pescador le preguntó que de dó nde venía y él le dijo que andaba
perdido por esa tierra y le contó la historia de su pelea con la Luna, y
después le pidió posada.
II

El pescador le dijo que sí le daba posada y se fue con él para su


casa. Llevaba muchos pescados y dijo que eran para la comida. Cuan-
do llegaron a la casa, el dueñ o se puso a hacer el almuerzo. Arregló
todo y echó el pescado en una olla para hacer el caldo y después dijo
que iba a echarle maíz al caldo; pero no le echó maíz sino berea (brea)
partida a la mitad. Jinopotabar lo vio de reojo.
Cuando bajó la olla, le ofreció comida al forastero, pero este se
negó a aceptarla y dijo que no comía porque eso era muy peligroso y
se moría; que má s bien aguantaba hambre.
El pescador se enojó y le dijo que si no quería comer, que
aguan- tara hambre, y lo invitó , o lo desafió más bien, a que jugaran
un juego muy bueno. El indio aceptó , pero pidió que le dijera antes
por dó nde
seguía el camino. El hombre de esa tierra le dijo que más tarde le
indicaba y se lo llevó para el juego que le había propuesto.
Lo llevó hasta la parte de arriba del derrumbe y le dijo que el jue-
go era echarse a rodar por allí; que se echara a rodar. Pero era para
que se matara. Jinopotabar no quiso tirarse y le dijo al otro que se
tirara primero para ver có mo era que había que hacer.
El pescador se tiró entonces por el derrumbe, y rodó como una
piedra por toda la pendiente y cayó al río y se despedazó del todo,
pero se convirtió en mosco y volvió a subir. Y cuando ya iba llegando
arriba volvió a tomar su forma y pudo hablar, y le dijo a
Jinopotabar que hiciera él lo mismo, que ensayara. Entonces el
muchacho volvió a preguntar por dó nde era el camino para seguir, y
apenas el pescador se lo señ aló , le dijo que todavía no era capaz de
tirarse, que le volviera a mostrar có mo era que se hacía. Cuando el
hombre aceptó y se tiró de nuevo por el derrumbe, Jinopotabar se fue
corriendo y se perdió por donde le habían señ alado el camino.
Después de mucho andar llegó a la casa de Chocorró , la
gallineta. 695
Chocorró le preguntó que de dó nde venía y él le dijo que andaba perdi-
do y que se había escapado del indio del derrumbe que lo quería matar.

2. El Hijo de la pierna y relatos afines


Entonces esa mujer, la gallineta, que era muy robusta, se compadeció
del muchacho y le dijo que se escondiera debajo de un banquito, que
ese hombre era muy malo y que lo iba a matar. Jinopotabar se metió
debajo del banco y Chocorró , la gallineta, se sentó encima y cogió
un tronco de leñ a muy grueso para pegarle al pescador cuando
llegara.
Al mucho rato llegó corriendo el pescador. Llegó muy bravo y
preguntó si por allí había llegado un forastero. La gallineta le dijo que
no y que para qué lo buscaba, que no se aprovechara.
El indio del derrumbe le respondió que no se metiera y que de
todas maneras iba a matar al forastero. Chocorró lo desafió entonces a
que la matara más bien a ella. El pescador se puso entonces a pegarle
a la pobre mujer con un palo y ella cogió el tronco que había alistado
y le dio un golpe muy duro en la espalda y lo despedazó y el
hombre se convirtió en un reguero como de berea y allí quedó .
Entonces Chocorró le dijo:
–Usted queda condenado a andar por los montes y a hacer su nido
en los huecos de los árboles y la gente tumbará sus nidos para sacar la
cera y hacer las velas para alumbrarse. Para eso sirve usted.
Entonces del reguero de berea se levantó un montó n como de
moscos y se elevaron hasta un palo grueso y se entraron por un hueco
y allí hicieron su casa.
La mujer, que era muy buena, le dio carne de tatabra a Jinopo-
tabar y él comió hasta que quedó lleno, y entonces le pidió posada
a Chocorró .
Antes de acostarse, el muchacho dijo que estaba muy aburrido en
ese mundo de abajo y le preguntó a la gallineta có mo haría para llegar
a su casa. Chocorró le explicó que más adelante vivía otra mujer
que se llamaba Surrú , la tó rtola. Que era una mujercita delgadita y que
de allí ya quedaba cerca la tierra de Jinopotabar.
El muchacho se puso muy contento y se acostó . Madrugó
mucho y se fue por el camino para la casa de Surrú . Llegó por la
tardecita y la tó rtola le dio posada. Al otro día le preguntó a la
mujer, a Surrú , que por dó nde acostumbraba andar ella. La tó rtola le
dijo que ella andaba por muchas partes, y que nada menos el día
696
anterior había salido a buscar una cosita y que había llegado hasta el
rastrojo de Jinopotabar; que se había ido a las cinco de la mañ ana y
había regresado como a las diez; que eso estaba muy cerquita.
Literatura embera chamí

El muchacho casi no durmió esa noche pensando que al otro


día ya iba a estar en su casa. Estaba muy contento.
Se madrugó como a las cinco de la mañ ana y a las doce del día
se quedó como loco. Parecía como si no se diera cuenta de nada. Vio
una chorrera que era como la suya y un caminito que era como el
suyo. Se asustó mucho. Parecía como loco. Abrió los ojos y vio la
II

corriente de su chorro y vio su camino y se puso feliz y reconoció


su rastrojo. Vio su casita y oyó que los de su familia estaban
hablando allá . Y llegó y su mujer se asustó mucho y le preguntó que
de dó nde venía, y él dijo:
–Estaba muy perdido.
(Vélez, 990 [982]: 75-77)

Los embera-chamí en guerra contra los cangrejos


Una vez Jinopotabar (el que nació de la pantorrilla) vino a este
mundo con un ejército de embera. Pero estos eran muy cobardes y
todos se escondieron. É l dijo que iba a enseñ arles a hacer la guerra
para que se defendieran de otros.
De repente, de unas cuevas salió una multitud de cangrejos para
atacar a los hombres y ellos se escondieron de miedo. Jinopotabar les
dijo:
–Miren lo que yo voy a hacer para pelear con esos cangrejos –y
desapareció a los hombres que venían con él.
Salieron a una playa y él les dijo:
–Yo soy el capitán de los hombres, ¿cuál es el de los cangrejos?
El que los mandaba salió y era una mujer. Ella dijo:
–Los hombres se tienen que ir de aquí porque las orillas de los
ríos son de los cangrejos que tenemos que vivir cerca del agua; si no
se van, los acabamos –[dijo] y preguntó dó nde estaban los hombres.
Jinopotabar dijo que él iba a pelear por ellos. Saltó al monte y
cortó un palo muy duro y pesado, haciendo con él una lanza, y se tiró
a pelear. Golpeaba a los cangrejos y saltaba de un lado a otro mientras
ellos trataban de agarrarlo con sus pinzas.
Les dañ ó las pinzas, les quebró las patas, aporreó a muchos y a
otros los mató . Al final mató a la capitana y así ganó la pelea. Los
697
cangrejos se retiraron y dejaron el territorio a los hombres. Por eso,
los cangrejos tienen hoy unas rayitas en el lomo; son las marcas de

2. El Hijo de la pierna y relatos afines


Jinopotabar.
Así fue como los hombres embera aprendieron a hacer lanzas y a
pelear para conquistar sus territorios.

Cuando Rosa Elvira termina de hablar, un silencio queda


flotan- do en el aire, como si los niñ os estuvieran terminando de
asimilar la historia. Pocos segundos después, estalla un gran griterío y
todos los niñ os hablan a un tiempo. Entre sus preguntas se destaca
una: quie- ren saber má s de Jinopotabar.
Rosa Elvira no pide silencio. Muy lentamente, arrastrando cada
letra, comienza a hablar de nuevo. Y el silencio se hace solo.

Jinopotabar era un muchacho grande, muy grande, de raza in-


dígena. Su mamá lo concibió en la pantorrilla izquierda y nació por
entre el dedo gordo y el siguiente del pie. No sabía hablar, solamente
decía «mamá» y «flor». Ella le traía flores en un canasto y [él] se ponía
muy contento. Pero en la casa no lo querían porque era muy perezoso.
Cuando tenía doce añ os los otros muchachos lo convidaron a ca-
zar. Cuando volvieron, al otro día, encontró que la mamá había muer-
to y estaba ya enterrada.
Se puso muy triste y lloró . Ese día comenzó a hablar. Dijo a la
gente de la casa:
–Esta noche voy a saber de qué murió mi mamá y dó nde la
ente- rraron; yo hablo con la Luna y ella me va a contar.
Esa noche Jinopotabar se fue al monte a conversar con la Luna
y ella le contó que a su mamá la había matado la mamá del tigre y
estaba enterrada en un altico. É l fue a mirar y, como era sabio, la
desenterró y pudo hablarle. Ella le dijo que siguiera viviendo con esa
gente, por- que si se iba a vivir solo lo mataban.
Volvió a la casa y contó que sabía todo. Le gente se reía de él di-
698
ciendo que ni siquiera ellos sabían dó nde estaba enterrada su mamá.
Y le dijeron que desde ese día él tenía que trabajar para conseguir la
comida.
Literatura embera chamí

Salía a trabajar de noche, mientras los otros dormían, y volvía en


la mañ ana con un puchito de maíz o de frijolitos o de platanito o al-
guna comidita por ahí.
Le preguntaban que de dó nde la había sacado si él no tenía
roza; contestaba que se la había dado el papá . Siempre decía lo
mismo:
II

–Mi papá me la dio.


La gente se reía y le decía:
–Usted no sabe quién es su papá… ni su mamá
sabía. É l respondía:
–Sí sé. La Luna me contó .
Una noche los muchachos se fueron tras él y vieron que les robaba
las cosechas de ellos. Le gritaron:
–Usted es muy ladró n y perezoso, y lo vamos a matar.
É l se fue corriendo a la casa y los mayores lo defendieron porque
era huérfano y nadie le había enseñ ado a trabajar; y le dijeron que al
día siguiente se fuera a hacer rocería para conseguir su comidita.
Jinopotabar madrugó y se fue al monte a coger bejuco y a coger
macana. Al regresar, le dio el bejuco a una señ ora para que le tejiera
tres docenas de canastos jabara pintados. Con la macana hizo unos
cuchillos grandes como machetes y unos bastones con carita de gente.
Cuando tuvo todo listo se fue con los canastos, los machetes y
los bastones por todas las veredas de lado y lado del río. En cada una
pedía que le dieran un poco de maíz para hacer rocería.
Cuando llenó los canastos se fue al monte por tres días. A medida
que subía por la pendiente, clavaba un bastó n y un machete y
ponía un canastico con maíz al lado. Cuando acabó se regresó a la
casa. Al volver la gente le decía:
–¿Dó nde están las rozas, que no se ven?
Y él mostró y dijo:
–Allá está mi gente trabajando, mírenla –y se veían brillar los ma-
chetes y a muchos hombres trabajando.
Con el paso de los días ya se veían las matas de maíz llenas de chó -
colos desde dos cuartas del suelo para arriba. Les dijo:
–Vayan a coger la cosecha para ustedes, en pago por lo que les he
robado.
699
Fueron a coger, pero como era tanto se perdió casi todo, pues no
lo alcanzaron a recoger. Los hombres que le trabajaron desaparecie-

2. El Hijo de la pierna y relatos afines


ron pues él era muy sabio (cure).
Mientras iban a coger la cosecha la mamá del tigre se quedó sola
en la casa, pues era muy viejita. É l la mató con un cuchillo de macana
y se fue a su casa a dormir. Cuando los otros regresaron y la encontra-
ron muerta, dijeron:
–Matémoslo, má s bien.
Jinopotabar se brincó de la casa y se fue al monte. Allí cortó un
árbol de balso y, como era noche de luna llena, se montó en el balso y
se elevó gritando:
–Vengan, vengan a matarme.
La gente salió y lo vio volando por el cielo, más alto, cada vez más
alto, hasta que se perdió de vista en la Luna.
Cuando llegó a la Luna tiró el balso y este cayó cerca de su casa.
Un tiempo después, él mismo se tiró y fue descendiendo poco a
poco hasta caer en el río; lo atravesó y cayó al mundo de abajo donde
vive.
A veces sube y camina por ahí, pero no lo pueden coger porque
no es como la gente, es un espíritu. Dicen que él enseñ ó a la gente
la
rocería con machete. Su papá es Carabí, por eso él viene cuando es
luna llena.
(Vasco, 2002)

La cacería
A un niñ o le gustaba mucho la cacería, y un día se dio cuenta
[de] que la mamita (abuela) se había muerto. Algunos le decían
que se había ido para el cielo en cuerpo y alma y se había formado el
Sol. Un día el niñ o le dijo a la mamá que preparara el fiambre,
que moliera maíz, preparara boya y carne de monte, que se iba a
madrugar
a las cinco de la mañ ana.
Antes de partir para el monte, el niñ o le dijo a la mamá que le
tuviera preparada una bebida de achiote para [él] tomársela cuando
regresara, porque eso le iba a servir para que le salieran plumas en los
brazos y en todo el cuerpo, para poder volar; ya que le había dicho
700
que la abuela se había convertido en Sol y él quería comprobar si era
verdad o no.
Literatura embera chamí

Cuando el niñ o regresó de la cacería, la mamá le dio la bebida.


El niñ o se retiró un poco de la casa y juntó candela para comenzar a
subir con el humo.
Una vez que el niñ o subió y regresó , pudo comprobar el sitio en
donde se encontraba la abuela. Lo que le habían dicho era cierto.
(Zuluaga, 997: 07)2
II

el cazador que cayó a otra tierra3


Un hombre salía a cazar todos los días y tenía un perro que
sabía mucho de gurres. Un día encontró un gurre y principió a
perseguirlo con el perro, pero el gurre se metió en una cueva y
principió a cavar y a sacar tierra hasta que el piso se desfondó y el
gurre, el perro y el hombre cayeron al mundo de abajo y encontraron
a otras familias que

. Narradora: Rosa Elvira.


2. Narradores: versió n de los maestros Adriano Siágama, Luis
Arce, Rodrigo Nacá vera y Bertilda Naquerú gama.
3. Narradores: María del Carmen Niaza, Norberto Siágama, Elías
Caizales, Gildardo Palacio y María Lina Restrepo.
se llamaban dojuras. Estas gentes se alimentaban por medio del vapor
del chontaduro y como no tenían ano no podían comer nada.
Cuando el cazador cayó en ese mundo de abajo, principió a comer
plátano y pescado y luego iba a hacer sus necesidades. Cuando los
indios dojuras se dieron cuenta [de] que el hombre sí podía comer y
tenía ano, le pidieron el favor de que los arreglara, para poder comer
como él lo hacía.
Entonces el señ or cogió un cuchillo y le abrió un hueco a un doju-
ra, pero entonces principió a salir mucha sangre y el hombre principió
a morir. Los demás compañ eros del dojura le dijeron al cazador que
el compañ ero iba a morir y que así también lo iban matar a él. El
ca- zador salió huyendo y llegó hasta donde una familia llamada
chocor y lo escondieron debajo de una cama y así se pudo librar el
hombre de que lo mataran.
(Zuluaga, 997: 5-6)

70
La población de Zaragoza
Zaragoza era un pueblo de indígenas; ahora le pertenece a los li-

2. El Hijo de la pierna y relatos afines


bres. Ese pueblo era de indígenas y en esa época existía el andokuma.
Los viejos iban a cazar al monte y no volvían má s, se perdían. El
ani- mal se devoraba a todos los que entraban al monte y por esa
razó n el pueblo se iba acabando.
Una señ ora del pueblo tenía un hijo pequeñ o, y ella era viuda por-
que a su marido se lo había comido el andokuma.
Cuando el muchacho creció , estaba grande, como de nueve a doce
añ os, empezó a afilar un chuzo de chonta y él estaba seguro que había
un animal en el monte y que ese animal era el que estaba acabando
con la gente. El muchacho pensó hacer primero una flecha, pero
después hizo una bodoquera y le dijo a la viejita que le preparara la
comida porque se iba para el monte para ver qué era lo que había.
Cuando ya estaba bien adentro del monte se encontró con un cu-
sumbo, le dio garrote y lo mató . Má s adelante encontró un zorro,
luego un lobo, después un tigre, y los iba matando a todos.
Después no aparecieron má s animales.

. Narrador: Ovidio Huipa.


Siguió caminando y encontró otros animales y también los mató .
De pronto vio una cueva y había un poco de susungos y ahí perma-
necían. Tapó todos los huecos por donde salían los animales con unas
piedras y con palos. Luego pensó en hacer fuego con una leñ a que
recogió , prendió una fogata y cuando salían los animales los iba ma-
tando a todos a puro garrote. Cuando ya no salían más animales entró
a la cueva para ver qué había por dentro. Encontró entonces en la
cueva a un viejito, que era el jefe de los animales, el que producía
los animales. El viejito le habló y le dijo que no lo matara a él, que
él no tenía la culpa. Entonces el niñ o le dijo al viejo que no soltara
má s animales porque estaban acabando con todas las personas del
pueblo. El muchacho dejó al viejito y no lo mató .
(Zuluaga, 997: 07-09)

el hombre violador
702
Había un señ or casado que tenía su familia pero se enamoraba de
todas las jovencitas que veía. Tan pronto enamoraba a las mujeres,
por las noches llegaba hasta la casa de ellas y las violaba. El señ or
Literatura embera chamí

utilizaba una «contra» para hacer dormir a todas las personas que se
encontraban en el tambo de la jovencita que iba a violar, para poder
dormir con ella sin que nadie se diera cuenta.
En una ocasió n le prepararon una trampa cuando se dieron cuen-
ta [de] que esa noche iba a violar a una jovencita. La que preparó la
trampa fue una anciana, y para evitar que hiciera efecto la contra del
II

violador comenzó a lavar la casa con agua antes de dormirse.


La anciana esa noche se acostó cerca del fogó n y consiguió una
brea y con ella construyó un veló n y lo puso a calentar en el fogó n y se
puso a esperar a que llegara el señ or donde la muchacha para violarla
como era su costumbre.
Cuando ella menos pensó , llegó el señ or al tambo y se fue encima
de la muchacha y la anciana dejó que él estuviera encima y entonces
sacó la brea caliente y se la restregó por la espalda al señ or. El hombre
pegó un grito y se fue rá pido para su casa.

. Narradores: Rodrigo Nacá vera, Sebastiá n Nariquiaza,


Gildardo Palacio y Mario Fernando Restrepo.
Al otro día le preguntaron al señ or por qué tenía toda la
espalda pelada y él no pudo explicar. Así dejó el vicio de violar a
las mucha- chas.
(Zuluaga, 997: 5-6)

703

2. El Hijo de la pierna y relatos afines


3. otras narraciones

Historia de la culebra jepá


Este es un cuento que cuentan los de antigua, mayores que no-
sotros. Me contó uno que como yo mismo era viejito, que llamaban
Paulino Viejo y vivió en esta regió n del San Juan. Entonces yo
estaba por lo menos de quince añ os. Los mayores contaban eso; yo
atendía cerca. Contaban así ese cuento, quién sabe si será verdad.
É l contaba que había un hombre muy viejo: ese también era jaiba-
ná, dicen. É l decía que era un jaibaná, era muy salvaje; anteriormente
no sabían nada.
Dicen que en la noche soñ ó un sueñ o, un sueñ o como arrajando
leñ a con la señ ora. En el sueñ o de noche lo soñ ó ; parece como de
día y fue sueñ o. Soñ ó : así entre la rastrojera se chilló , como un
animalito que chillaba, chillaba, como silbando, así: Bi, bi, bi.
Y entonces a la mañ ana el hombre, que llamaba Aba Bibisamá ,
le contó a la señ ora:
704
–Vea, viejita, ¿qué va a aparecer hoy? Yo no sé. En el sueñ o así
pasó , como un sueñ o miré un animalito en rastrojera… ¿que será esa
Literatura embera chamí

cosa?
Y la señ ora le dijo:
–Usté es un bobo, en sueñ o pasa tanta cosa, ¿qué va a mirar entre
rastrojo, hombre?
É l dijo:
–Sí, mijita, que vamos a encontrar hoy, ¡ah! Vamos encontrar
II

al- guna cosa.


Por ai a las doce del día le dijo:
–Coja canasto, mijita. Vamos por la leñ a, a cortar –y se fue el
vie- jito allá .
Le cortó un trozo de leñ a, arrajando. Y verdaderamente ai mismo,
entre el rastrojo, cerquita, estaba chillando como un animalito. Y el
hombre dijo:
–¿No le digo? Vea, oiga… ¿qué va a pasar ahora? Después de
aca- bar de rajar to’a leñ a vamos a buscar ai.
–¡Qué va! –dijo la mujer, dijo la señ ora–. Qué va. Usté es un bobo,
¿qué va a encontrar ai?
Entonces acabó de rajar; se trozó con un machetico a buscarlo.
Verdaderamente algo estaba chillando ai; encontró un gusanito así,
pintaíto, bien pintaíto. Dijo:
–Mijita, aquí encontré un animalito. ¿No le dije, mija, de noche,
que el sueñ o sí es verdad? Aquí lo encontré.
Y lo cogió en mano; se volteaba, se chillaba, se enroscaba ese ani-
malito. Era como de una cuarta, bien pintaíto [de] azules y rojos.
Le llevó para la casa a las cinco de la tarde.
La señ ora dijo:
–Qué es esa cosa, ese animalito… ¿por qué no lo
mata? É l dijo:
–¡Eh! Qué lo voy a matar, hombre; voy a ensayar a ver qué va a
pasar. Vea, mijita, traiga un cantarito con agua, ponemos ensayo: si se
ahoga es gusanito. Vamos a ver si es Jepá .
Trajo un cantarito así, echó un poquito [de] agua, echó el
anima- lito ai, en la tarde.
Por la mañ ana, cuando amaneció , a [las] tres de la mañ ana, lo en-
contró lleno de agua; se llenó el cá ntaro, lleno, lleno.
–Vea, se llenó de agua; ¿qué animal será este? 705
Volvieron a guardar el cántaro. Al segundo día amaneció otra vez

3. Otras narraciones
lleno de agua y el gusano má s grande. Y el jaibaná dijo:
–Esto no va a ser otra cosa: va a crecer Jepá , creo que es Jepá.
En tres días ensayó . Echó un poquito de agua y por la mañ ana
se llenó , todo se derramó . La señ ora dijo:
–¿Qué va a pasar con ese animal? ¿Por qué no lo mata?
Y él dijo:
–Qué matarlo; vamos a ver có mo pasa este ensayo. [Lo] voy a lle-
var a aquel planito que tiene un charquito, poner en ese hoyo a ver
–era en llanito como una batea que hay en Jeguadas; usté conoce, ¿no?
Lo echó en ese charquito; echó el animalito, sin ver nada ai.
A los tres días se fue a verle allá; lleno de agua se creció . Lleno, se
llenó de agua.
Echaba comida para poder cuidarlo. Llevaba litrico de harina mo-
lida, echaba ai pa’que pueda comer animalito; le daba plátano, maíz,
cualquier cosita.
A los seis meses tenía como una vara de largo y el agua subía mu-
cho. Se creció , se creció , se creció . Movía la cola como un pescado;
con ese movimiento la tierra de la orilla se fue comiendo. Voliando así
la cola quitó toda la tierra; el charco se creció .
En cuatro añ os creció mucho y había un charco grande en ese
llano.
Creció muchos añ os. A los diez añ os, cuentan ellos, creció como
quince metros; más largo quedó . Y un charco grande quedó ; esa batea
todavía está en Jeguadas, ai.
El viejo hizo un tamborcito de cuero de guatín; cada que lo iba
a cuidar tocaba el tamborcito: Tam, tam, tam. Entonces venía a la
orilla, sacaba la cabeza y él le daba la comida. Entonces él lo cuidaba:
echaba piedras, troncos de palo echaba ai, todo harinas, todo plátanos
cortaba y echaba ai. Así lo cuidaba.
Al viejo le dio ya pereza ir al llanito a cuidarlo y dijo:
–Más bien vamos a llamarlo con tambor pa’que venga al patio.
Apenas tocaba el tamborcito cuando lo iba a cuidar, se levantaba
el animal con el agua, venía hasta la casa y abría la boca. Entonces
el jaibaná echaba troncos de palo, carga, todo echando ai, ollas,
706
cántaros. Cuando se llenaba ese animal se iba al charco, entonces el
agua bajaba, se mermaba, se emparejaba todo. El animal quedaba allá,
Literatura embera chamí

callado, así. Todos los días lo cuidaba así. Sin tambor no se


movía.
El hombre tenía cuatro hijos.
Un día tenía muchas ganas de comer pescado. Dijo:
–Vé mijita, vamos a la playa del San Juan a sacar brazo; ahora
traemos pescaíto para comer.
II

Dijeron a los hijos que no fueran a tocar el tambor, que estaba


guardado en el zarzo, y se fueron. Tenían criada una lorita, una
lora mantenían en la casa.
Entonces un chiquito se puso a jugar, a tocar el tambor. Tam, tam,
tam. El agua se creció . El animalote llegó al patio, abrió la boca. El
chiquito no le dio comida.
Era molestando, nomá s. Se volvió al charco.
Otra vez tocó el tambor. El agua se creció hasta el patio; llegó ese
animalazo, abrió la boca. No le dio comida. Se revolvió , se revolvió .
Como nada le dio, se fue al charco otra vez.
Por tercera vez tocó el tambor y vino. Y tampoco le dio comida.
Entonces le dio rabia al animal. Comenzó a subir el agua, a crecer, ¡se
creció !
Llenó de agua, hasta arriba se alcanzó . Tapó la casa, todo se llenó .
No quedó nada, todo se tragó , ni un solo muchacho quedó . Se
tragó todo, toda ropita, todo cántaro, todo animalito, marrano, galli-
nas, todos se los tragó vivos.
Entonces estaban pescando, sacando brazo, matando pescaíto.
Llegó volando la lora a la playa y dijo:
–Jepá, Jepá, cosí, cosí, banía, banía.
Entonces el hombre ya sabía que Jepá se había tragao sus hijitos.
El viejo se asustó :
–Hijita, por Dios, vamos más bien pa’la casa, parece que ese
ani- mal ya acabó todo.
Llegaron a la casa.
–Sí, es verdad. Llenó de agua todo, hasta arriba alcanzó , ni un solo
muchacho quedó . Todo está tragao.
Así pasó . Y después la viejita estaba llorando:
–Sinvergü enza viejo que hizo cría de ese animal. ¿No le da triste-
za, hombre? Se barrió toda la familia. ¡Ay, mis hijitos, por Dios!
¿Por qué pasará n esas cosas? 707
Entonces al hombre le dio mucha rabia con ese animal. «¿Có mo

3. Otras narraciones
matar ese animal yo? Qué tan bueno [sería] yo coger el cuchillo y me
lo tragara yo también y le tumbara el corazó n de ese animal». Iba y se
metía en el charco y decía:
–Jepá, que coma yo también.
Pero el animal estaba resabiao, como dormido, no se movía…
Cada rato decía:
–Jepá, que coma yo también.
Tampoco, ni abría la boca, siempre como
dormido. A lo ú ltimo dijo:
–¿Có mo hiciera yo?
Se fue a la casa y cogió el tambor. Tocó así: Tam, tam, tam.
Nada.
Otro toque: Tam, tam, tam. ¡Qué va! Otro toque: Tam, tam, tam.
Ahora sí llegó con agua. Y dizque el jaibaná le dijo:
–Abrase su boca, ábrase, ábrase boca.
Y poquito la abría. A lo que abría un poquito un muchachito venía
así, por entre el animal, y se asomaba. É l bregaba por cogerle la mano
y ai mismo se lo tragaba otra vez y no lo dejaba salir. Entonces, ¿có mo
[los] iba a sacar?
Como a los diez días el viejo pensó así: «¿Có mo voy a dejar yo ese
animal tan peligroso que he criao? No pude sacar mi familia. Aun
cuando pierda mi familia yo voy a trabajar, voy a echarlo al mar más
bien. Si se queda aquí nos traga a todos. Mejor más bien le voy a
cantar».
Dicen que era gente sabia, que era un doctor de indios muy gran-
de, era de antigua… parece, uno no sabe, yo no sé có mo pasaba eso,
cuentan mucho así.
Compró una olla de aguardiente y le puso banco de noche y le
cantó . Cogió sus tragos, chichas fuertes, hecho en banquete y tomó ;
quedó borracho cantando.
Y lo llamó . Cantando como a las doce en punto de la noche. Lla-
mó … yo no sé, que… que… que llamó a todos; que a Antumiá ,
pa- rece (que anteriormente decían), llamó al diablo, a Antumiá. Y
habló con él:
–Que echen más bien a ese animal que me tragó mi familia.
Entonces llegaron como diez hombres silbando, que no eran como
708
el cuerpo de uno, sino como de animal. Yo no sé có mo eran esas cosas.
Como silbando llegaron a ese charco.
Literatura embera chamí

Y le bregaron, cantando y cantando, toda la noche. Y ya casi al


amanecer, a las tres de la mañ ana se lo arrastraron todo esos animales
y lo levantaron por encima de la cordillera y lo echaron pa’allá, al río
Anquima. Se movió por ese río, se marchó pa’abajo y llegó al río
San Juan. Y siguió para abajo, a muchas leguas de distancia,
acercándose al Chocó . Dizque en esa parte del Chocó que se llama
II

el punto Co- nondó , en el punto en que llega otro río al San Juan,
en Dos Conotos. Allí el viejo dizque puso una tijera en el río. En
atigua contaban así, parece. Así la puso, un cangrejo grande que [se]
lo come a uno; yo
no sé qué tan cierto será. Y puso una tijera más abajo. Y otra.
Reunió todos esos Jepá. Porque mucho jepá había, mucho animal
de ese, también aquí. Otro jepá allí en Jebanía había, otro abajo en
el San Juan… montones de jepá había. Y cuando los echó dijo:
–Que se va a ir pa’l mar, abajo.
Y él mismo nombró , dice… yo no sé có mo pasa esa cosa, dijo la
palabra:
–Quedar Jeguada, Jeguada, Chata, Chata, Jebanía, Jebanía, Uma-
ca, Umaca.
Se marchó , todo nombre pronunció .
Y abajo estaba la tijera. Unos jepá que no tenían culpa, pasaban y
pasaban. Y el ú ltimo, el jepá que tenía deuda pasó detrá s, la tijera
lo despedazó . De ú ltimo llegó , pasó por encima, se traspasó , se cortó
en la mitad. Y ai mismo murió Jepá . Y se perdieron también todos
los muchachos ai.
Llegaron hasta el mar. En el mar, tan grande, qué va a aparecer
algo: ai se perdieron todos.
Así es la historia de ese Jepá . Hasta ai acaba. Y así pasó .
(Vasco, 2002: 47-423)

Historia de por qué los indios son pobres


Antes que… que la maldició n de Noé se echó en esa tierra prime-
rito. Maldició n de Noé y echaron para allá , entonces gente y se… se
resultó los indios y too muy negros, y los negros también quedó allá,
los indios se partió , parece.
709
Pues maldició n de Noé. Y cuentan que un viejo y tomó un vino,
se borrachó , cayó en suelo. Bueno, y entonces por esa borrachera too

3. Otras narraciones
desnú o cayó el viejo ai. Tenían dos hijos. Y no tapó bien, pobre viejito
estaba caído, se burlaron por papá. Y de la mañ ana le contó
mucha- cho:
–Vea papá, usté me respetó , este se burló mucho vusté.
–¿Usté también burló ?
–No, papá, yo junto siempre por vusté, apena yo tapé.
Este no se burló . Y después ai mismo dio rabia; le
dijo:
–Maldita, usté no era hijo mío, ¿por qué tú no respetó nada?, ¿por
qué quedó así? Entonces usté tienen que no… no van a quedar
aquí, vá yasen otra parte, tienen que en vivir por allá.
Y después se tuvieron… ai mismo se fueron para allá. Por que…
tú no sabe nosotro por qué tenemos tan pobre, porque el papá por
de… de maldició n como de Noé era, era papá, pues, ¿no?, entonces
por esa raza que estamos tan pobre nosotro vive en este mundo.
Porque ahora también el papá propio puede hablar maldició n al
hijo propio; decir: «Maldito, vusté no era hijo mío; ¿por qué
quedas-

. Narrador: Clemente Nengarabe. Traducció n literal.


tes así?, vusté no era hijo mío, ¿por qué esa raza de otro? Maldito.
Saque… salíte de aquí para allá, trabajá en otra parte». Entonces
ya, ya no… ya no puee, ya no puee porque el papá tanto
respetuoso. Y así pasó .
Por eso nosotros estamos tan vivo… tan pobres nosotros. Blanco
no es así. Blanco a toa por parejo no era tanta pobreza, no. Porque
nosotros siempre habla con otro compañ ero; decir: «Si es verdá, hom-
bre, así, a los blancos mi dios le crió , pero no era como maldició n crió
los blancos, piense a ver vusté como mismo propio dijo en… en la… a
la maldició n nosotros, por eso es una pobreza de nosotros». Entonces
uno cuenta: «Sí, es verdá, hombre, si es verdaderamente derecho, es
así».
A los negros dicen, pues, que lo que burló má s, quedó má s ne-
gro, y nosotro un poquito como… como cara, como que se ve como
media… media risa, entonces quedó de nosotros así. Si fuera bien
burlao, ya había quedao negro no má s.
(Vasco, 975)
70
Literatura embera chamí

Bajada de los espíritus a la tierra


Una vez una abuelita vivía con sus hijos en la casa. En las horas de
la mañ ana los hijos salieron a trabajar al campo y la abuelita se quedó
sola en la casa moliendo la harina.
Al momento la abuelita oyó gritar a una persona y salió al patio y
encontró un grupo de personas pero que eran espíritus. Entre ellas
II

había una hija que había muerto pero tenía forma de persona. La hija
le dijo a la mamá :
–Yo vengo a visitarla y vengo por usted.
Enseguida la hija principió a invitar a las otras personas, que eran
espíritus, para que entraran a la casa. La abuelita estaba cerca del fo-
gó n tostando maíz y las personas se fueron acercando y la fueron sa-
ludando, y cada uno fue dando el nombre y diciéndole si se acordaba
que ellos ya habían muerto.
La abuelita al ver esa multitud de gente se había echo en un rincó n
muerta de miedo, al ver tanta cantidad de espíritus.

. Narradores: Elías Caizales, Herná n Nengarabe y Carlos Caizales.


Entonces principiaron a celebrar un ceremonia con baile y en los
cantos decían que ellos bajaron de arriba hacia abajo por un camino
llamado Guakoda, y quería decir que cuando ellos iban a volver a salir
por la escalera, entonces la iban a desbaratar.
Al rato llegaron los hijos a la casa y encontraron a la mamá con
mucho susto y la ayudaron a levantar, porque ella se había desmaya-
do. La mamita les contó la historia y les dijo que por qué la habían
dejado sola. La abuelita murió poco después.
(Zuluaga, 997: 2-4)

7

3. Otras narraciones
iii Literatura wounán

73
1. Historias de origen

el ewandama creó el mundo [t.C.]


El Ewandama creó el mundo con el mar y los ríos, la selva y los
animales. Después creó , en las playas del Baudó , con barro blanco,
a las mujeres. Pero las mujeres estaban solas en la selva, sin nadie que
las acompañ ara. Los animales las miraban y decían:
–Mira esas cholas tan bonitas, vamos a acompañ arlas.
Y el saíno dijo:
–A mí me gusta
esta. Y la tortuga
dijo:
–A mí esta otra.
Y así se fueron acercando y acercando hasta que cada uno de los
animales se acostó con una mujer y se fueron para Noanamá . En el
viaje comenzaron a nacer los hombres, hijos del oso, del venado, del
gavilá n y del tatabro, del armadillo y de la lechuza. Nacieron niñ os
y nacieron niñ as y el mundo se llenó de gente. 75
(Chaves, 992: 75)

1. Historias de origen
indígenas, negros y blancos2
Ewandama, el Sol, se casó con la Luna y tuvieron muchos hijos.

. Narrador: Hermenegildo Peñ a. Lugar: Pichimá.


2. En la obra de la madre María de Betania encontramos esta narració n.
Constituye al parecer un relato no demasiado antiguo y las ú nicas variaciones
o complementos que hemos podido recoger proceden de Adalberto Manchuca,
habitarte indígena de Bahía Solano quien agregó que la laguna había sido
formada con leche de la propia Luna y de igual manera nos hizo otras
pequeñ as precisiones. Este relato fue escuchado también por el padre Pinto
(978) de un jovencito indígena en Lloró «y ademá s de aura joven catía en la
regió n de Aguasal». No obstante, es tenido como una tradició n típicamente
noanamá , de cuya dispersió n serían fruto los demá s relatos. El nombre del
Sol, es, entre otros rasgos, prueba de esta posibilidad. Sin embargo, se ha
generalizado entre los catíos y ya lo repiten dentro de su tradició n, por lo cual
lo incluimos aquí. Luz Lotero Villa recogió entre los noanamá es un relato
que nosotros también obtuvimos sobre el mismo tema, segú n el cual había
una laguna caliente y dios les ordenó a los hombres arrojarse a ella. Pero les
daba miedo quemarse. Unos que se atrevieron, quedaron blanquitos. Otros lo
hicieron rociá ndose el agua, a medias, y resultaron los cholos y aquellos que
solo metieron las manos y los pies, resultaron negros. (Nota del original).
Cuando ya era muchísimos, se vinieron padres e hijos para las
costas del Pacífico, cerca de Bahía Solano.
Ewandama hizo una gran laguna con la leche de su esposa y man-
dó a todos los hombres, que eran sus descendientes, [a] que se bañ a-
ran en el enorme charco.
Unos vinieron prontamente y se bañ aron y quedaron blancos. De
allí surgió la raza blanca.
Otros vinieron sin mucha prisa, y al bañ arse, como la leche ya
no estaba tan pura, salieron con la piel cobriza y de allí resultó la
raza indígena.
Un ú ltimo grupo llegó lentamente, retardado, y como ya no había
sino un asiento de leche sucia solo pudieron mojar las plantas de los
pies y de las manos. Esos fueron entonces los primeros negros y por
eso solo las palmas de sus manos y las plantas de sus pies son claras.
Cada raza tiene sus propios dioses. Ewandama y la Luna son dio-
ses de los indígenas, pero cuando van a invocarlos no pueden hacerlo
delante de los negros. Porque alguna vez estaban todas las razas in-
76
vocando a sus dioses, cuando el dios negro, que es soltero, se puso
a galantear a la Luna y la Luna le atendió un poquito.
Literatura wounán

El dios blanco se enteró de lo ocurrido y se enfureció y


prohibió a sus gentes que lo invocaran unidos a los negros.
Disgustado con la Luna la condenó a varios males y le ordenó que
cada cierto tiempo fuera a bañ arse en el mar.
También Ewandama quedó resentido con la Luna y como él brilla
III

más que su esposa, los hombres se deben adornar mucho más que las
mujeres.
(Vélez, 990 [982]: 69)

Un mito sobre la creación


El pelícano creó los primeros seres humanos, en la playa de arena
en la desembocadura del río Baudó . Solamente creó mujeres y la pla-
ya se llenó de ellas. Estaban totalmente desnudas y ni siquiera usaban
parumas. Entonces el hijo de Dios dijo:

. Narrador: Abel Hingímía.


–Esto está muy mal, padre. No funcionará. Voy a buscar un pe-
queñ o palo para meterlo en la vulva.
Y Dios dijo:
–Muy bien, vá yase.
El hijo se fue y comenzó a crear al hombre del palo que había
metido en la vulva. Llegó la noche, pero aú n estaba muy ocupado
creando al hombre. Entonces Dios dijo:
–Suficiente, hijo mío. Regresa a ver a tu gente al amanecer.
Muy temprano cuando estaba amaneciendo se dirigió hacia donde
estaban ellos y los encontró copulando. Era solamente la mitad de la
gente. Los hombres estaban desnudos, ni siquiera tenían sus fajas de
chaquiras. Entonces Dios preguntó :
–¿Está todo bien?
El hijo contestó :
–Están copulando.
Y Dios respondió :
–Eso está mal, mañ ana saldré y recogeré todo lo que esta gente
necesita para que puedan trabajar. 77
Entonces el hijo resolvió no permitir que la gente trabajara. Debe-

1. Historias de origen
rían esperarlo. Pero la gente estaba trabajando en sus tambos y no se
dieron cuenta de que él estaba allí y continuaron trabajando.
Aproximadamente dos meses después, Dios regresó en un barco
muy grande. Cuando este se pudo divisar, el hijo gritó :
–Ahí viene mi padre.
Pero la gente contestó :
–No. Son los cuna, que vienen a matarnos.
El barco se acercó , y ellos se acercaron para recibirlo y comenza-
ron a dispararle a Dios, a quien mataron con sus flechas. Una vez que
lo habían matado, dejaron el barco en la orilla del río. El hijo les
dijo entonces:
–Entierren decentemente a mi padre bajo la casa.
Así lo hicieron, pero a los tres añ os lo desenterraron, lo lavaron
muy bien, [y] lo colocaron en una gran caja para que se secara al
sol. Cuando se secaron los huesos de Dios, el hijo llamó a la gente
para que viniera a ver. La gente se aglomeró en cuatro hileras.
Sacaron el esqueleto, y cada uno cogió para sí un pedazo de hueso
y comenzó a soplarlo. Aú n no había pá jaros, no había nada en el
mar, el mundo
estaba vacío. Pero si a media noche se escucha un pájaro produciendo
una mú sica dulce, es uno de los que sopló por los huesos de Dios,
ya que toda esa gente se convirtió en pájaros. Dios partió hacia el cielo
y nunca má s regresará .
(Wassén, 988: 92-93)

el diluvio
Cuéntase que el mundo cambió una vez. Había un gran río cuya
cabecera estaba en el mar, y la boca arriba en la costa. Para cambiar
esto Dios hizo caer una lluvia torrencial y el mundo empezó a hun-
dirse con la creciente. Un hombre se fue hacia donde estaba Dios
para avisarle que con la creciente el mundo se estaba yendo a pique,
y entonces él dijo a los chocó s que se salvaran en balsas de madera.
El hombre que había ido donde estaba dios, arregló su casa y dijo
a los demás que pusieran balsas de madera debajo de sus chozas para
7 8 que pudieran así flotar sobre el agua. Los demás no le creyeron. Para
no tener hambre, el tal hombre cortó sus plátanos, su cañ a, y los puso
en su casa. Los demás dijeron que era mentira lo que decía el hombre
Literatura wounán

de que el mundo se iba a pique, y estaban bebiendo chicha cuando las


aguas empezaron a subir.
A los tres días, el mundo desapareció bajo las aguas. La casa del
hombre fue llevada por la creciente y quedó flotando sobre el agua
como una balsa. Todos los cerros se hundieron, con excepció n de
III

la loma del cerro Mujarra, que apenas se veía a flor de agua. La


gente llegó a este cerro y se agrupó en él, y el agua dejó de subir.
Un pez espada trató de aserrar el cerro. Gritaron:
–Si no lo matá is va a derrumbar el cerro.
Se fueron a buscar entonces al cuervo, al alcatraz y a la nutria, y
Dios dijo a los muchachos:
–Vamos a ver quiénes serán lo bastante diestros para hallar este
pez y matarlo.
Primero entró en el agua el alcatraz y no pudo hacer nada. El cuer-
vo le siguió , con el mismo resultado. Entonces fue la nutria, llegó
donde estaba el pez, lo mató y lo trajo. Dios dijo a la nutria:
–Está bien. Siempre comerás pescado.
Por eso la nutria come solo pescado.
Entonces quiso Dios que el agua volviese a bajar. Cuando el
agua empezó a retirarse, la iguana asomaba solamente su cabecita.
Cuando siguió bajando, Dios ponía señ ales con cenizas y a veces ponía
cuando disminuía el agua dos pulgadas. Cuando el agua bajó hasta
la altura de la cola de la iguana, Dios dijo a los muchachos que el agua
se esta- ba yendo, y que se echaran a ella si no querían quedarse en
el cerro. Algunos se arrojaron al agua, pero otros se quedaron con
miedo en el cerro.
Así cambió el mundo, la cabecera del río quedó donde está ahora
su boca y la boca donde está su cabecera.
Dicen que Dios tiene la intenció n de cambiar otra vez el mundo.
(Montoya y Cardenal, 964: 76-77)

79

1. Historias de origen
2. Cuento sobre los Hijos de la pierna

el hombre que visitó Armía, el infierno


Dos cholos nacieron de la pierna de una mujer, la pierna era cada
vez más grande. Cuando los niñ os crecieron por las noches se trans-
formaban en wâura,2 aunque conservaban la apariencia de cholos co-
rrientes. Mataron mucha gente y bebían su sangre.
Un día los muchachos preguntaron quién había matado a su
pa- dre.
–Una culebra lo mató –les dijo la mujer.
–Vamos a matar esa culebra –dijeron ellos. Fueron a la selva y
mataron todas las culebras que encontraron. Luego regresaron a casa.
Al día siguiente preguntaron nuevamente:
–¿Quién mató a nuestro padre?
Su madre les contestó que había sido el Sierpe (la serpiente gigan-
te del río San Juan).
–A ella mataremos –dijeron los muchachos.
720
Prepararon una balsa y fueron a buscar la serpiente gigante. Pero
la guacamaya advirtió a la serpiente que se aproximaba la balsa y la
Literatura wounán

serpiente gigante bajó al suelo.


Nuevamente los hermanos partieron a buscar la serpiente gigan-
te. Esta vez tuvieron que cortar una estaca de tres brazas de largo.
En la balsa también tenían un poco de leñ a seca. Cuando llegaron a
donde estaba la serpiente esta los devoró a los dos junto con la balsa;
III

pero ellos clavaron la estaca entre sus mandíbulas, de manera que no


pudiera cerrar la boca, y con la leñ a prendieron fuego dentro de la
barriga de la serpiente. Al final la serpiente quedó postrada, bastante
cansada con la tormenta que acababa de padecer, y así los hermanos
pudieron escapar. Uno de ellos salió deslizá ndose por el ano de la
serpiente. Se encontró muy amigado debajo de la tierra y nadie sabe
qué pasó con él después. El otro se arrastró por la boca, que estaba
por encima del suelo.
Partió solo y vivió chupando sangre como un vampiro. En esos
tiempos el firmamento estaba cerca a la tierra y el hombre quería

. Narrador: Abel Hingímía.


2. Literalmente «muñ ecos de madera». (Nota del original).
poseer la Luna. Se hizo un vestido con la lana de «algodó n»
silvestre (Eriophorum), y con su ayuda pudo volar derecho a la
Luna. Pero desde el lugar justo donde se levanta el sol salió un pájaro
carpintero que picoteó la cara del hombre, de manera que este tuvo
que soltar su presa. Mientras caía rodando hizo profundos
arañ azos en la cara de la Luna.
Entonces el hombre indicó el lugar por donde se oculta el sol.
Luego vio una gran playa [de arena] fina, y se preguntó «¿Dó nde
es- toy?».
Un pequeñ o cholo estaba jugando en la playa. Preguntó al hombre
de dó nde venía y dó nde quedaba su tambo.
–Me he perdido y tengo hambre –replicó el hombre.
Entonces el niñ o lo llevó a un á rbol con caimitos, del cual dio
de comer al hombre, y lo llevó a su propio tambo. Allí había
almacenada muchísima comida y el hombre se quedó por largo
tiempo. Sin em- bargo, no le dieron más frutos de caimito; [y] un día
cuando preguntó por los caimitos el niñ o le dijo que ellos no comían
de esas frutas pues pertenecían a su padre. 72
–¿Dó nde está tu padre? –preguntó el hombre.

2. Cuento sobre los Hijos de la pierna


–É l vendrá más tarde –contestó el niñ o.

El padre del niñ o era el Sol.


–Aquí viene mi padre –gritó el niñ o al hombre a medida que el
Sol se iba acercando.
El Sol llegó a ellos. Era como un hombre blanco y usaba un
som- brero hecho totalmente de oro, grande y circular. El Sol
preguntó al forastero por su salud y por qué había venido. El
hombre le explicó que se había extraviado y que ya no sabía dó nde
estaba localizada su propia tierra.
–Yo conozco tu tierra y te llevaré allá –dijo el Sol.
–Entonces iré contigo –dijo el
hombre. El Sol le contestó :
–Ahora no, quédate y ayuda al niñ o. A mi regreso te llevaré
lejos de aquí.
El niñ o comenzó a tirar frutas de caimito al agua, y el forastero,
a quien el niñ o había invitado a ir con él, hizo lo mismo. Tiraron
frutas aquí y allá y todos los peces grandes se acercaron y comieron
las frutas. Esto lo hacían con el fin de que los peces no se comieran
el Sol. Cuando alguna parte del agua quedaba libre de peces el Sol
se sumergía en ella. El Sol partió para el otro mundo.
Cuando regresó el Sol, el hombre le pidió que lo llevara de re-
greso a su casa, y el Sol le prometió hacerlo si el hombre se
montaba en su espalda en el momento en el que saltara al agua. El
hijo del Sol comenzó a tirar frutas como había hecho anteriormente;
cuando los peces se las habían comido el Sol saltó con el hombre en
su espalda. Llegaron a Armía, el mundo inferior. Esta era una bella
regió n con grandes ríos cuyas orillas tenían playas arenosas y
lindísimas cata- ratas. En la selva vieron gran cantidad de caza.
Cuando ya habían pasado ocho tambos, el Sol dijo:
–Ahora tú te quedas aquí. Má s tarde traeré a tu padre.
Por lo tanto dejó al hombre para que se quedara con los
«sinculos», los habitantes de Armía. Allí permaneció dos semanas.
722
Entonces vi- nieron los sinculos y le dijeron que los cuna estaban en
camino y que venían a matarlo. El hombre les pidió que le dieran una
Literatura wounán

hoja de palma de chonta para hacer un arco y flechas. Estaba


ansioso por pelear. A la mañ ana siguiente una mujer bajó al río a
traer agua y a su regreso informó que se aproximaban los cuna.
Ellos llamaban cuna a los cangrejos del río.
–Que tontería –dijo el hombre–. En mi tierra estos son
III

alimento. Entonces los sinculos le dijeron al hombre que los


ingleses ven- drían, y el hombre se preguntó quiénes podían ser
ellos. Al mediodía aparecieron cangrejos en el río, y esos eran los que
los sinculos llama-
ban ingleses.
–Pero son una excelente comida –dijo el hombre mientras atrapa-
ba y comía los cangrejos.
Al día siguiente bajó al río a hacer sus necesidades. Había dos
niñ os mirándolo y le preguntaron có mo lo hacía puesto que ellos no
tenían ano y solo se alimentaban olfateando la comida.
Uno de los niñ os le pidió al hombre que le hiciera un ano. El
hombre le perforó un hueco, pero solo salió un chorro de aire,
puh… y el niñ o murió .
–Hazme eso también –suplicó el otro niñ o–. Yo no me voy a morir.
El hombre también lo perforó y salió un poco de aire; luego
este también murió .
Al día siguiente vino el Sol y se llevó nuevamente al hombre. Via-
jaron muy lejos. Después de haber viajado por un largo tiempo, el Sol
le dijo:
–Escucha, oigo lamentos saliendo de tu tambo, alguien debe haber
muerto.
Era el cuñ ado del hombre quien había muerto. Se encontró con el
muerto fuera del tambo, y le preguntó quién lo había matado.
–No tuve quién me curara –replicó el muerto.
–Regresemos al tambo –dijo el hombre que acababa de regresar
a su casa.
La gente del tambo le preguntó dónde había estado, y él les contó .
Cuando el hombre salió del tambo y se dirigió a la selva la gente
dijo entre sí:
–Matemos a este que nos chupa la sangre. Molamos un poco de
maíz y lo matamos con eso.
723
Molieron el maíz y lo pusieron en una gran vasija de barro donde
también echaron agua. A la media noche, cuando el hombre regresó

2. Cuento sobre los Hijos de la pierna


y estaba profundamente dormido, vaciaron el contenido de la vasija
sobre él. Por la mañ ana encontraron una gran piedra en el lugar
donde había estado acostado el hombre.
En aquellos días no había insectos. No había nada que lo
pudiera incomodar a uno. La gente destrozó la piedra y los
pedazos volaron por todas partes. Todos los insectos chupadores
de sangre tuvieron su origen en estas esquirlas de piedra. Algunas de
estas cayeron en el agua y se transformaron en sanguijuelas.
Si esta gente no hubiera destrozado la piedra ninguno de estos
chupadores de sangre existiría entre nosotros.
(Wassén, 988: 99-02)
3. Relato sobre la serpiente

el sierpe, la serpiente gigante que se tragó una niña


Antiguamente los cholos también vivían en Calima (en el bajo San
Juan). En esa época era costumbre celebrar fiestas donde bebían mu-
cho y que duraban un mes, y un hombre vino de otro lugar con el
fin de unirse a la fiesta de la bebida. En el río se encontró con el
Sierpe, la serpiente gigante, que lo atacó , de manera que tuvo que
huir de allí. Sin embargo, después de un tiempo regresó y encontró un
huevo de Sierpe del tamañ o de una calabaza. El hombre cogió el
huevo y lo llevó hasta su tambo, donde lo colgó sobre el humo del
fogó n.
A los catorce días una pequeñ a serpiente salió del huevo, pero
para empezar tenía el tamañ o del brazo de un hombre. El cholo y
su mujer la alimentaron con maíz. La llamaron Dōtōr-ŭi-ŭi , y
cuando ellos la llamaban salía de detrás del tabique en el tambo para
comer. Comía y comía y crecía tremendamente. Le salieron cuernos
724
como los de una vaca, pero eran rectos.
Nuevamente la gente del pueblo preparó la fiesta, y el cholo y
Literatura wounán

su mujer fueron allá. Tan solo su hija permaneció en el tambo. Ella


estaba menstruando por primera vez y estaba sentada bajo su
mosqui- tero. En la casa no había nadie que alimentara la serpiente y,
como no había recibido alimento durante largo tiempo, se acercó a la
niñ a y se la tragó .
III

En el tambo había una lora que hablaba como un ser humano.


¿Qué voy a hacer?», pensó la lora cuando vio que la serpiente se tra-
gaba la niñ a. Entonces se fue al tambo donde se realizaba la siesta
y contó lo que había pasado. La gente comenzó a interrogar a la
lora y nuevamente les contó lo que había sucedido. La gente
regresó al tambo y encontraron a Dōtōr-ŭi-ŭi detrás de su tabique. La
llamaron pero no salió . La llamaron nuevamente pero la serpiente no
se movió . En la mañ ana el hombre puso una piedra al rojo vivo y la
colocó en una tabla con un poco de maíz frente a la serpiente.
Entonces llamó :
¡Dōtōr-ŭi-ŭi!
Entonces esta salió a devorar el maíz, pero cuando abrió las man-
díbulas el hombre le tiró la piedra al rojo vivo. La serpiente saltó
de

. Narrador: Abel Hingímía.


dolor, vomitó , y finalmente espiró . Abrieron su cuerpo con un cuchi-
llo, pero la niñ a ya estaba muerta.
(Montoya y Cardenal, 964: 95-96)

725

3. Relato sobre la serpiente


4. Historias de matrimonios sobrenaturales

Cuento de la culebra (nemkhor)


Antiguamente la serpiente era gente.
Una pareja que solo tenía hijas decidió ir a trabajar arriba en el
río; se fueron río arriba hasta que encontraron tierra virgen que daba
buen cultivo.
El hombre dijo a su familia:
–Aquí nos vamos a quedar a vivir, a trabajar.
El hombre empezó a hacer su tambo y cuando terminó dijo:
–Ahora vamos a rozar monte.
Cuando terminó de rozar empezó a tumbar los palos al suelo;
mientras tanto la mujer estaba en el tambo sola con las hijas. Cuando
llega la cosecha el hombre se va a hacer otros trabajos y la mujer se
encargaba de la casa con sus hijas. Ya las hijas eran jó venes y bonitas.
Un día apareció un hombre alto, delgado y pintado de jagua,
726 con la nariz medio planchona, y se enamoró con una de ellas y
empeza- ron a acercarse, cada día má s cerca, ocultamente de los
papás de la muchacha. Ese hombre era la culebra. La culebra
Literatura wounán

empezó a gatear a la muchacha, empezaron a tener relaciones


permanentes como per- sonas. El hombre solo venía a dormir
donde la muchacha; de día no se veía quién era. Fueron pasando
los meses y la muchacha quedó encinta.
Se sintió ella en embarazo y le dijo al nemkhor (o culebra) que por
III

qué no se presentaba ante la mamá y el papá …


–Porque cuando me empiece a crecer la barriga, ¿qué le voy a
decir a mis papá s?
Entonces la culebra, que es el marido, le contestó :
–Yo no me puedo dejar ver de su papá, porque el día que me
vea… ese día su papá me va matar.
En ese momento la muchacha se dio cuenta [de] que él no era
persona, pero ella siguió con él, con la culebra.
La culebra dijo a la muchacha:
–Yo no vivo lejos, vivo aquí no má s. Por eso me doy cuenta de
todo lo que hablan, porque vivo aquí no más; antes écheme más leñ a

. Narradora: Noraida Conquista.


encima. Cuando le den los dolores de parto váyase por aquí para aba-
jo, [ahí] no más viven mis padres… puede ser de noche o de día,
que mi mamá la atenderá a usted. Pero primero, al llegar, grite
duro.
Contesta la muchacha:
–¿Y por quién grito?
Dice la culebra:
–No tiene que gritar por nombre, simplemente tiene que decir
«Tía, tía, tía». A la tercera vez que grite ella va a salir.
Un día el papá de la muchacha madrugó al trabajo a las cinco
de la mañ ana. Alcanzó a ver a una persona salir del toldillo de su hija,
[y que] se metió debajo de la casa y de allí no salió má s. Así fue que
el papá quedó con una duda.
Al día siguiente el papá dijo a la mujer y a las hijas:
–Desde ahora no amontonen más leñ a debajo de la casa; esta hija
mía no hace má s que cortar leñ a. Ahora yo voy a sacar toda esa
leñ a para afuera porque esa leñ a se está pudriendo y por debajo hasta
727
debe haber culebra.
Cuando el viejo sacó la leñ a de debajo de la casa encontró bien
enredada a la culebra. Dice el papá a la muchacha:

4. Historias de matrimonios sobrenaturales


–Yo le dije que aquí había culebra.
Entonces cogió un garrote y la mató . La muchacha cuando vio que
el papá arrastraba la culebra para botarla se quedó triste y pensativa.
Ya los papás de la muchacha sabían que la hija tenía embarazo de
un animal. Tres días después en horas de la noche empezaron a darle
los dolores del parto. Ya los papás se habían acostado y ella hizo como
le había dicho la culebra antes de que el suegro la matara.
Esa noche en la oscuridad cogió el camino de para abajo, llegó a la
parte que le había dicho el difunto culebra y empezó a gritar:
–Tía, tía, tía.
Salió la mamá de la culebra de una raíz donde había unos palos
tumbados, de allá salió ella y contestó :
–Sí, mija. Ya vas a tener a mis nietecitos del difunto de mi hijo.
Vea, encarámese en la rama de ese árbol.
La muchacha se encaramó y empezaron a salir diferentes colores
de culebras, negras, amarillas, verdes, rojas, pintadas… y la abue-
la recibiendo a los nietos. Cuando terminó de parir la muchacha
ahí mismo bajó y se limpió ; [dijo] la mamá de la culebra:
–Cuando usted quiera ver a sus hijos pase por aquí, yo con mucho
gusto le muestro a sus hijos.
(Pineda, 2002: 55-60)

Rana
Un viejo vivía con sus dos jó venes hijos, un día los muchachos
dijeron al papá :
–Papá nosotros nos vamos del caserío, vamos a buscar carne de
monte, aves y pescado, nos vamos con todo y cama.
Se fueron los dos muchachos y llegaron al sitio donde querían
llegar. Pasados tres días estando ellos los dos solitos, uno de ellos dice
a su hermano:
–Ahora que estamos solos los dos, en caso que llegue a aparecer
una mujer donde no hay gente, yo si la perdono.
Y el hermanito le contestó al mayor:
728
–No hable así, hermano, que es malo decir eso en una cabecera
de río, porque mi papá dice que por aquí en el monte hay animales
malos.
Literatura wounán

A la hora de acostarse, el muchacho volvió a decir al hermanito:


–¿Qué tal una muchacha con este frío que hace?
Cada vez que el muchacho decía eso el menor se asustaba. Un día
ya en la noche, que ellos llegaban de pescar, se pusieron a cocinar.
Estando en la cocina sentados salió una bola de tierra de la oscuridad
III

y enseguida una risa de mujer, entonces dijo el hermano mayor:


–Si son gente entren para la casa.
Asustado, el hermanito respondió :
–No diga así que esa risa no es de gente; por aquí no hay nadie,
solo nosotros dos.
Vuelve y dice el mayor:
–Qué animal va a ser, si son gente. Entren para la casa para que
nos ayuden a cocinar.
Después de un rato subieron para la casa, eran dos muchachas

. Narradora: Noraida Conquista. Terjú: damagua, corteza de á rbol que


se utiliza como tela para colocar en el piso y dormir sobre ella. Paruma:
falda de envolver a la cintura. Bullería: bulla, ruido, juego y risa,
gritería. Planchona: chata. Champa: canoa. (Nota del original).
hermosas con cabello largo y negro, vestidas con paruma de color ver-
de; el cuerpo era blanco y la nariz planchona.
Llegaron a la casa, empezaron a cocinar y dijo el hermano mayor:
–Echen sal a la
comida. Ellas
contestaron:
–Nosotras no comemos sal.
El hombre contestó :
–Nosotros sí gustamos la sal.
El hermano probó el caldo, que estaba simple, y dijo:
–Yo no como esa
comida. Al final no
comieron.
Bueno, ahora sí el muchacho empezó a abrazar a la muchacha y se
pusieron a reír; y la otra con el hermanito, pero él no se dejaba tocar.
Entonces el hermano mayor le dice al hermanito:
–No sea pendejo. Acepte a esa mujer que usted es un hombre.
729
Además ellas no son animales, son gente como nosotros.
El hermanito contestaba:
–Por acá qué gente va a haber. Yo tengo miedo de lo que está ha-
ciendo usted. Yo no voy a acostarme con esa mujer, esa no es gente.

4. Historias de matrimonios sobrenaturales


Cuando ya se iban a acostar el menor buscó para dormir al herma-
no mayor, pero este le dijo:
–Conmigo no vas a dormir, porque yo voy a dormir con ella… Y
usted también vaya a dormir con la suya, no sea pendejo.
Entonces él se echó a llorar.
El mayor se acostó con una muchacha y el otro se quedó solo
escuchando la bullería de su hermano. Estando sentado vino la otra
muchacha y empezó a molestar, lo cogía, lo arañ aba, lo abrazaba.
El muchacho se iba de allí y ella lo seguía.
Cuando amaneció el hermanito menor bajo al río. Cogió la cham-
pa y cuando ya la estaba empujando para el agua llegó la
muchacha diciendo que la llevara, [pero] con más fuerza empujó la
champa y se alejó solo dejando al hermano solo con esa mujer.
Después de una luna llegó el hermano mayor donde el papá a pre-
guntar si le aceptaba la mujer que había conseguido, el papá le dice:
–¿Y dó nde está esa mujer?
Pero ya el viejo sabía lo que estaba pasando porque el hermanito
se lo había contado todo. Siguió el mayor:
–Yo la dejé arriba porque tenía que preguntar primero a usted.
Y el viejo respondió :
–Vaya la trae.
Y ahí mismo se fue el muchacho a traer a la mujer. Cuando llegó a
donde la había dejado ya no estaba allí, se había ido. Empezó a buscar
alrededor de ese monte; no la encontró y se vino para la casa del viejo.
Después de que pasó lo que pasó , el viejo se puso a vigilar al mu-
chacho. En ese tiempo los que ponían cuidado a sus hijos eran los
papá s. Y en la noche cuando ya se iban a costar todos llegó la rana
donde el marido, y el viejo escuchó al hijo hablando con una voz de
muchacha. El joven en la mañ ana cogía el toldillo y doblaba bien el
terjú. Todos los días hacía lo mismo.
Un día dijo el viejo:
–Hoy no voy para ninguna parte porque amanecí enfermo.
Y dijo el mayor:
–Papá yo voy a montiar, estoy llegando por ahí por la tarde –y
se fue el muchacho.
730
Cuando el muchacho volteó por el camino al momentico el
viejo empezó a esculcar en la cama del hijo; sacó el toldillo, lo
Literatura wounán

desenvolvió , fue mirando bien. Desenvolvió la damagua, fue


mirando bien y en- contró una rana dentro del toldillo y ahí
mismo la mató .
El muchacho como que ya presentía que a la rana la iba a matar
el papá. Antes de medio día se regresó para la casa. Cuando llegó
III

en- contró en la escalera a la rana muerta y ahí mismo empezó a


llorar. El papá , al verlo, le dijo:
–Esa era la mujer que usted decía.
El muchacho le respondió :
–Papá usted nunca me dejo coger a una mujer, usted no me dejaba
coger.
El papá cogió al muchacho, lo castigó y dijo:
–No era para que usted durmiera con un animal, porque aquí
en el pueblo hay mujeres.
Por eso entre los wounán no se puede tener a las hijas o a los hijos
por mucho tiempo solos en la comunidad o en las cabeceras de los
ríos.
(Pineda, 2002: 23-26)
Nutria
Antiguamente la nutria era gente.
Los wounan vivían en las cabeceras de los ríos. Una pareja
tenía una muchacha joven. En ese tiempo había muchos animales
que se convertían en gente, entonces una nutria se enamoró de esa
muchacha y ella también se enamoró de él.
En ese tiempo no existía otra gente que viviera cerca de ellos, sola-
mente esa familia. Un día la muchacha bajó sola al río, ya empezaba la
noche; cuando iba caminando por la playa se encontró con un joven,
este hombre era de cabello negro y cuerpo hermoso, no flaco. Enamo-
ró a la muchacha y desde allí empezaron a tener relaciones ocultas.
Fueron pasando los días y entonces la muchacha dijo al joven:
–Voy a decirle a mis padres para juntarme con usted.
É l dijo que sí. Después que ella les dijo a los padres y se hizo
pú - blico. Estando viviendo en la casa con ella nunca permanecía en el
día, se mantenía pescando; regresaba en la tarde y trayendo un
arrume de pescado en la champa.
73
Un día el suegro quería saber donde pescaba el yerno; se fue persi-
guiéndolo atrás hasta llegar a una playa grande en donde había dejado la

4. Historias de matrimonios sobrenaturales


champa. El suegro arrimó también allí y fue despacio mirando. El
joven caminó por la playa y más arriba encontró un charco grande y
clarito como un cristal; cuando llegó allí, el joven se fue convirtiendo
en nutria.
El suegro vio lo que vio y regresó a la casa diciendo a la hija:
–El joven que vive con usted no es gente, es nutria. Ahora que
venga en la tarde lo voy a matar.
La hija empezó a llorar por el marido y se adelantó a esperarlo,
cuando lo vio le dijo:
–Mi papá te va a matar.
Desde ahí la nutria nunca más volvió a la casa.
(Pineda, 2002: 73-74)

La mujer y el sábalo
Un indígena con su mujer tenían una jovencita que por mucho
andar el tiempo le cogió la madurez. Le gustaba mucho el trabajo y se

. Narradora: Noraida Conquista.


iba solita a rozar cañ a y a conseguir leñ a. Una vez, cuando ella llegó
a la casa, se fue a bañ ar pero se bañ aba muy distinto, pues se
tiraba al agua palmoteando como a una tambora. Palmoteaba en el
agua, y a las tres veces llegaba un sábalo primero muy lejitos, a la otra
vez ya llegaba más cerca, y a la tercera vez ya llegó más cerca y le fue
pasando por la mitad de las piernas a la muchacha.
El papá muy curioso dijo:
–¿Esta muchacha có mo aprendió a tocar con las manos?
Y un día le dijo a su mujer:
–Apenas ella se vaya, usted va a ensayar lo mismo.
Y fue verdad. Se fue al agua haciendo lo mismo que la hija, y al
rato vino el sá balo y ella con miedo preguntaba si el pescado iba a
morder.
Entonces dijo:
–Ya vino el sábalo, pero vamos a conseguir un chuzo para matarlo.
Ese día pasó al otro día y llegó la muchacha y se fue a bañ ar otra
vez con la forma de bañ ar que siempre lo hacía y se mantenía con
732
el sábalo que pasaba por mitad de la muchacha; y a las tres veces se
iba.
Literatura wounán

Apenas se fue la muchacha a trabajar, bajó la mamá, y cuando tocó el


agua vino el sá balo y el hombre lo chuzó .
Era un sábalo grande y lo sacaron y lo cocinaron. Cuando la
mu- chacha llegó se fue a bañ ar y como el sábalo no llegó se puso
triste.
III

El papá le dijo:
–Venga que ya tenemos comida, es pescado.
Ella dijo que no tenía hambre y pensaba si su pescadito no estaba
ahí cerca.
Al otro día hizo otra vez, y nada. A las tres veces dijo:
–Me mataron el pez.
Lo quería mucho, y ella se dio cuenta cuando estaba hirviendo
la olla que le habían matado a su esposo. Y le dijo al papá :
–Ese era mi novio que más tarde íbamos a tener un pescadito con
él. Si no lo hubiera matado hubiéramos tenido muchos sábalos.
(Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, 998: s/p)
5. Un cuento de animales

el sapo y la araña en una fiesta


El sapo era un mú sico y la arañ a era bailarina. Una noche la arañ a
iba a bailar. El sapo le preguntó :
–¿Donde va a ser el baile? Yo sé tocar mú sica y quiero ir
contigo.
–Está bien –dijo la arañ a y se fueron juntos.
Finalmente la arañ a acabó de vestirse. El sapo estaba sentado si-
lencioso en una esquina y miraba a la arañ a mientras bailaba. Enton-
ces la arañ a dijo:
–Mi amigo el sapo es mú sico, y él tocará si le dan algo de beber.
Cuando el sapo ya había tomado algo comenzó a tocar el tambor,
pero ya la arañ a no quería bailar más [y] se fue, dejando al sapo.
Cuando la fiesta hubo terminado los vampiros rodearon la choza.
–Aquí hay alguien que aú n no se ha ido –dijo uno de ellos cuando
vio al sapo.
733
Tiraron al sapo fuera y este cayó en un hueco que había en el
suelo. Entonces el sapo llamó a la arañ a para que lo ayudara, esta vino
y tejió un hilo muy largo para el sapo, pero cuando comenzó a trepar

5. Un cuento de animales
el hilo se reventó , el sapo cayó al suelo y se aplastó . Desde
entonces todos los sapos son aplastados.
(Wassén, 988: 99)

. Narrador: Abel Hingímía.


6. Cuentos del conejo

el jaguar y el conejo
El jaguar estaba paseando por un caminito en la selva y se encon-
tró con una tortuga. Inmediatamente agarró la tortuga con el fin de
devorarla, pero la tortuga le dijo:
–No tío, no puedes comerme de esta manera. Te voy a mostrar có mo
debes hacerlo. Debes conseguir un palo y me golpeas en la espalda.
El jaguar procedió a hacerlo, pero tuvo que soltar la tortuga mien-
tras cortaba un palo. Inmediatamente la tortuga se deslizó en el agua
y se salvó .
Después de eso el jaguar se encontró con un conejo en la selva. El
conejo estaba mordiendo un queso.
–¿Que estás comiendo? –preguntó el jaguar–. ¿Está bueno?
–Sí, prueba un poco.
El jaguar probó y, cuando se dio cuenta [de] que sí estaba
bueno, le preguntó dó nde se conseguía.
734
–En un pozo cerca del río. Me até un bejuco alrededor del cuerpo,
salté, y pesqué uno –contestó el conejo.
Literatura wounán

–Haré lo mismo –dijo el jaguar, que entonces se ató


fuertemente un bejuco alrededor de su cuerpo. Y el conejo lo tiró
al agua.
El jaguar casi se ahoga en el agua. Estuvo durante un día tratando
de recuperar sus fuerzas.
III

–Ahora voy a matar al conejo –pensó y fue tras sus huellas.


Finalmente encontró al conejo, que estaba comiéndose una fruta
de taparo.
–¡Oh, tío. No me mates! –suplicó el conejo–. ¿Te gustan estas
frutas?
Le dio un pedazo al jaguar para que probara y este preguntó al
conejo có mo la había conseguido.
–Me abrí mi escroto de esta manera –le explicó el conejo y enton-
ces cogió una piedra y se dio un fuerte golpe entre las piernas, donde
había colocado una fruta de taparo.
El jaguar, después de verlo, hizo lo mismo: cogió la piedra y se
golpeó con todas sus fuerzas el escroto para abrirlo en dos.

. Narrador: Abel Hingímía.


Después de esto el jaguar estuvo muy enfermo y se acostó durante
mucho tiempo sin poder comer ni moverse. Cuando se recuperó salió
de nuevo a buscar el conejo para matarlo, pero se había ido hacia las
montañ as. El jaguar capturó al conejo y estaba listo para comérselo
cuando este gritó :
–¡Querido tío, no me mates! Soy muy pequeñ o y no tengo
mucha carne en mis huesos. No soy alimento para ti ya que necesitas
mucha comida. Yo tengo una vaca: esa sí es como para ti, y te la
regalo.
El jaguar estuvo de acuerdo y se fueron a buscar la vaca del
conejo.
Cuando llegaron el conejo dijo:
–Tengo dos vacas. Primero te tiraré una negra. Agá rrala, pero
no la comas.
El conejo tenía una gran piedra a la mano. La tiró al jaguar y él tra-
to de agarrarla pero quedó totalmente aplastado. Entonces el jaguar
tuvo que acostarse por cuatro meses. Después de esto volvió a buscar
al conejo, pero no logró hallarlo. El conejo se había ido a un viaje muy 735
lejos. En su viaje se encontró con un hombre que estaba ahuecando un

6. Cuentos del conejo


tronco para hacerse una canoa. El hombre dijo:
–En mi tambo tengo un hacha mejor.
–Yo voy y se lo traigo –dijo el conejo mientras saludaba.
Se le permitió acostarse con la hija y después se acostó con la mu-
jer. Luego se fue. Como el hombre estaba esperando el hacha y el
conejo nunca regresó , él mismo fue a buscarla.
–¿Tú mandaste al conejo a acostarse con nosotras? –preguntó la
mujer.
Entonces el hombre comprendió có mo el conejo lo había engañ a-
do y salió a vengarse. Visitó muchos pueblos, pero en todos le decían
que el conejo ya había pasado por allá . El hombre continuó con su
bú squeda. Durante muchos días siguió las huellas del conejo y
final- mente lo encontró .
Cuando el conejo vio al hombre que se le acercaba mató un ani-
mal, hizo un saco para la sangre y se puso la piel encima. «Ahora lo
mataré», pensó el hombre, y vio al conejo dentro de la piel, y le ente-
rró el cuchillo. El conejo soltó un poco la sangre del animal haciéndola
correr, aunque él no estaba herido. Entonces el conejo salió de la piel.
El hombre le preguntó :
–¿Tú no te mueres cuando la sangre está saliendo de tu cuerpo?
El conejo contestó :
–Yo puedo resistir que me apuñ alen con un cuchillo –y tomó el
cuchillo del hombre y lo enterró en la bolsa de sangre que tenía es-
condida en el pecho debajo de la ropa. La sangre brotó –. Tú
también puedes hacerlo –dijo el conejo al hombre.
Este ú ltimo tomó el cuchillo, se lo enterró en el pecho y cayó
muerto.
El conejo se alejó del lugar y se fue al pueblo de las hormigas, por
donde no podía pasar porque las hormigas querían comérselo. Enton-
ces se envolvió en una hoja del tipo que las hormigas solían comer. Las
hormigas se comieron la hoja y por lo tanto él pudo pasar por su pueblo.
Llegó a un río. En la orilla opuesta había un pueblo, pero el conejo
no podía cruzar puesto que no tenía canoa. Entonces llamó al caimán
y le pidió que lo llevara al otro lado, pero le advirtió :
–Tú no debes comerme.
El caimán le prometió que no lo haría y entonces el conejo se trepó
en su espalda. El caimán nadó hasta el otro lado, pero no se atrevió a
736
ir justo hasta la orilla.
–Acércate más –le dijo el conejo y finalmente estuvieron lo
Literatura wounán

suficientemente cerca a la orilla como para que el conejo saltara a tie-


rra. En el salto, le pegó al caimá n en la cabeza con su hacha. Desde
entonces el caimá n tiene una señ al en la parte alta de la cabeza.
El conejo empezó a andar hacia el pueblo. En el camino
encontró una trampa que debía pasar. Consistía de una gran hacha
III

lista para caer. Cuando el conejo corrió por debajo de ella el hacha
cayó y le cortó un pedazo de su parte trasera. Este es el motivo por el
cual hoy día el conejo tiene la cola mocha. De hecho, desde
entonces se con- virtió en conejo.
(Wassén, 988: 96-98)

el conejo, la guagua y el tigre


El conejo de monte (o guatín, es decir, el agouti, Dasyprocta agou-
ti) se fue a caminar con el tigre. Entonces encontró a la guagua […]

. Narrador: Joséerme Ismare Barrigó n. Lugar: Noanamá.


Traductor: Elía Barrigó n. Fecha: 23 de febrero de 955.
rozando «colino» (planta pequeñ a del plátano). Entonces dijeron el
conejo y el tigre a la guagua que les diera trabajo pagándoles a ,50 el
día. Como no cargaban sus machetes, solo uno chiquito, se regresaron
a sus casas. Entonces el conejo dijo al tigre que trajera su machete y su
comida cocida de la casa.
Se fueron (después) y llegaron a un charco profundo, y enton-
ces el conejo dijo al tigre que botara su comida en el charco y que
él mismo iba a botarla también. Cuando el tigre botó la comida el
conejo cogió un pedazo de palo viejo para hacer creer al tigre que
él también botaba su comida. Después el conejo dijo al tigre que
botara su machete; mientras [tanto], él mismo cogió un palo viejo y
lo tiró haciendo creer al tigre que lo había botado también, mientras
lo lleva- ba escondido con su comida.
Cuando el tigre vio que el conejo le había hecho botar su comida y
su machete ya iba un poco enojado, pero sin mostrar al conejo que iba
bravo. Siguieron y se fueron caminando un poco hasta que llegaron a
donde había muchos taparos.
737
El conejo se fue un poquito adelante, cogió su machete y un tapa-
ro, lo partió y escondió su machete. Después llegó el tigre y entonces

6. Cuentos del conejo


el conejo le dijo:
–Bueno, tío Tigre, vamos a partir un taparo para
comer. El tigre contestó :
–¿Có mo lo parto si no tengo machete?
El conejo dijo que era muy fá cil, que vería có mo lo iba a partir
él. Cogió un taparo y lo puso encima del «huevo», le dio un puñ etazo y
el tigre vio có mo lo partía. Entonces el tigre cogió otro taparo y lo
puso encima de su «huevo». Dio un puñ etazo sobre el taparo que
estaba encima del «huevo» y cuando le dio el golpe el tigre se privó . El
conejo se puso a reír del tigre. Al volver en sí, [el conejo] le brindó
el taparo al tigre, que no lo comió , estaba adolorido.
Después se fueron juntos a la guagua. Cuando llegaron allá donde
la guagua, dijo el tigre que había un puerco grande debajo de la casa.
Por el agravio que le había hecho el conejo a él (pensaba) en matar
al puerco por la noche recogiendo toda la sangre y echándola en la
cama del conejo. Muy por la mañ ana se fue la guagua a contar sus
animales. Contaba las gallinas, estaban completas. Después contaba
los puercos… faltaba uno. La guagua vino al tigre preguntando,
pero
él dijo que no sabía. Dijo a la guagua que revisara las camas, porque el
que tuviese la sangre en su cama debería saber del puerco. Entonces
la guagua revisó las camas y encontró la sangre en la cama del conejo.
Lo mató y lo partió en la mitad y lo mandó a ser ahumado. Después
lo mandaron a la familia del conejo diciendo que (el ú ltimo) estaba
alentado, enviaba sus saludos y que en la otra semana vendría con su
compañ ero, el tigre. Cuando la carne llegó ante la madre del conejo
esta se puso a sacarla parte por parte. Debajo estaba la cabeza del
conejo. Su madre se puso a llorar y se privó , y de eso murió la
vieja.
(Wassén, 963: 64-66)

otro cuento del conejo engañador


El guatín o conejo tenía una palma abierta para coger unos rato-
nes. Entonces el conejo mandó que el tigre metiera la mano para coger
los ratones. Cuando el tigre metió la mano, el conejo sacó el hacha y el
738 tigre se puso a gritar por el dolor de la mano. El conejo se fue corrien-
do y el tigre después de sacar la mano se puso a perseguir al
conejo para cogerlo y comérselo.
Literatura wounán

Entonces, cuando lo cogió , el conejo se puso a darle queso de


co- mer (al tigre) y le reclamaba diciendo que se largara y que no lo
mata- ra. El tigre le preguntó al conejo dó nde lo había visto. El
conejo dijo que él lo había visto en una ciénaga y que lo que
blanqueaba allá deba- jo del agua era queso. El tigre preguntó có mo
III

hacer para traer el queso de allá. Entonces el conejo le dijo que él


había mandado amarrar a otra persona de pies y manos a una piedra
pesada. Mandó una cuerda para que le amarraran y lo tiraran a la
ciénaga. Le dijo el conejo que cuando se le fuera acabando la
respiració n meneara la cuerda.
Entonces cuando el tigre estuvo meneando la cuerda, porque ya se
estaba ahogando, el conejo se puso a reír y no lo sacó . Se fue
corriendo, y como no sacó al tigre, este se puso a bregar hasta que
salió encima, ya cansado, casi para morir. Cuando se restableció siguió
atrás del conejo para cogerlo y matarlo. Cuando el tigre lo encontró [y]
lo iba a coger, el conejo le dijo que no le cogiera a él, que él no había
sido. Posiblemente

. Narrador: Miguellarce Conquista. Lugar: Río


Paidó . Fecha: 27 de febrero de 955.
sería alguno de la familia, ya que todos ellos eran muy parecidos el
uno al otro. El conejo dijo al tigre que si lo cogía y se lo comía no se
iba a llenar con él, porque era muy chiquito, pero que le iba a dar otra
comi- da más grande: un venado. Entonces él [le] dijo al tigre que
esperara la comida grande debajo de la loma, que de arriba se la iba a
tirar. Cuando le iba a tirar la comida desde la loma gritaba:
–¡Tigre, ahí va!
Pero cuando el tigre recibió la comida, esta no era comida, era un
trozo de peñ a que le resquebrajó todo el pecho.
Cuando el tigre se alentó siguió con la idea de coger al conejo y
comérselo. Entonces se usaba de la mentira que había muerto, para
poder coger al conejo y para que llegaran todos los otros animales,
porque sabía que el conejo también vendría. Cuando los otros
animales ya estaban reunidos, la mujer del tigre se sentó a llorarlo
encima. En- tonces llegó el conejo, pero no quiso entrar a la sala, solo
se sentó en el corredor preguntando si era cierto que el tigre había
muerto. Preguntó si el tigre había peído al morir. Entonces le dijeron
que no había peído. 739
El conejo se puso a reír diciendo que no estaba muerto el tigre y se fue
corriendo.

6. Cuentos del conejo


Cuando el tigre vio que el conejo se había ido, se levantó viendo
que no había podido cogerlo de esa manera. Se puso a pensar y dijo
a su mujer que iba a secar toda el agua. Cuando secó el agua, solo
se podía conseguir agua donde él estaba. Entonces todos los animales,
aves y terrestres, vinieron a tomar agua donde el tigre. El conejo se
puso a pensar en la manera de llegar a tomar agua de allí. Después de
haber pensado, se llenó todo el cuerpo de brea y se revolcó un poco
en hojarasca y todas estas hojas se le fueron pegando al cuerpo. Todo
esto lo hizo engordar y aparentar como un animal muy grande, y al
caminar hizo mucho ruido. Entonces se fue donde el tigre para tomar
agua. Desde una distancia larga se oía el ruido. Entonces dijo la mujer
del tigre:
–Marido, ese es el diablo –y que se tiraran al monte.
El tigre preguntaba qué animal era ese. El conejo le contestó que
era el «Hojarascal del mundo». Entonces el tigre dijo que a ese animal
no lo esperaba y se iba al monte a esconderse porque no conocía a ese
hombre.
Cuando venía Hojarascal del mundo cerca del tigre, este se brincó
al monte para esconderse. Entonces, mientras que el tigre se brincó al
monte, el conejo llegó , tomó agua de su placer y se puso a reír. Se sacó
todas las hojas gritando al tigre que no era Hojarascal del mundo,
¡sino que era el conejo! Se fue el conejo a su monte y nunca el tigre
pudo vengarse de todo lo que él le había hecho.
(Wassén, 963: 66-68)

740
Literatura wounán
III
iV Literatura inkal awá

74
1. Historias de origen

en la antigüedad no existía gente [t.C.]


Cuentan los mayores que en la antigü edad no existía gente,
solo árboles cubiertos de barbacha, había un árbol grande que tenía
bas- tante barbacha negra, esta fue desarrollándose con el agua hasta
que creció y llego a tierra, transformándose poco a poco en inkal
awá.
Los árboles en esa época se comunicaban entre ellos; hoy también
se comunican, por eso no se pueden cortar con el machete o el hacha,
porque son personas y sangran como el tangare, el sangrario, y el chi-
no mancha-ropa, el caucho, la sangre de drago, entre otros.
En la realidad el hombre awá viene de la selva y pertenece a ella,
y a ella vuelve de nuevo.
Los árboles en la montañ a se quieren transformar en árboles
gran- des y con el tiempo ser árboles gigantes y dar frutos, para
servir al hombre awá .
743
El primer hombre fue de nariz larga y hombre grande.
Entonces
Dios no quiso que este hombre estuviera solo e hizo aparecer de una
barbacha má s blanca a la mujer, Ashampa Watsal.

1. Historias de origen
Y luego Dios le preguntó a la mujer si quería vivir con él, y ella
respondió que sí, al igual que el hombre respondió que sí. Así queda-
ron viviendo ellos dos juntos.
Al tiempo llegaron a tener un hijo que les acompañ aba, y este,
cuando iba creciendo, sus padres le iban enseñ ando todos los trabajos
que ellos hacían.
Luego en una noche oscura nació una niñ a. Los dos hijos hicieron
procrear la tierra y la poblaron.
El mundo de Dios
El mundo de los
muertos El mundo del
awá
El mundo de abajo
Los ancianos awa cuentan que antiguamente los árboles y los pá-
jaros salían a conversar entre los de su especie; y también tanto los
á rboles como los pá jaros conversaban con las personas.
Cuando una mujer se encontraba embarazada y se aproximaba el

. Narradora: Clemencia García Paí. Fecha de consulta: mayo de 2006.


nacimiento del nuevo ser, los árboles se preocupaban y conversaban
entre sí sobre el niñ o o niñ a que estaba por nacer.
Igualmente los pájaros salían a conversar entre sí sobre el nuevo
awa que la mujer estaba a punto de dar a luz
Los árboles deseaban que el nuevo ser que iba a nacer fuese niñ a
porque ella no los mataría, pues la mujer no suele cortar los árboles y
destruir la selva.
Los pájaros, por el contrario, deseaban que la mujer diese a luz
un varó n porque él los alimentaría, pues los varones suelen tumbar
los árboles y sembrar, y de esta manera habría sementeras a dó nde ir
a comer.
De esta manera, cuando nacía un niñ o los pájaros se alegraban en
tanto que los árboles lloraban; mientras que cuando nacía una niñ a los
á rboles se ponían contentos y los pá jaros tristes.
(Silva, s/f. Xexus Ventana Cultural)

744
en un principio no existía nada [t.C.]
Literatura inkal awá

En un principio no existía nada.


Nació una hierba que dio origen a dos personajes: Dios y el Dia-
blo; cuando nacieron andaban conociendo el mundo.
Mirando que el mundo se encontraba vacío decidieron darle vida,
crear las cosas de acuerdo a sus intenciones de cada uno. Se sentaron
de frente y comenzaron a hacer la tierra.
IV

Dios creó la tierra, el Diablo hizo las peñ as.


Dios creó las aves, el Diablo hizo los murciélagos.
Dios creó las iguanas, el Diablo hizo las serpientes.
Dios creó las flores, el Diablo hizo las plantas con espinas.
Luego el Diablo quería hacerse dueñ o de todas las cosas.
Enton- ces ellos se colocaron a pelear. El Diablo tenía una escopeta
para ma- tar a Dios.
Dios le dijo:
–Tírame –y el Diablo le disparó .
Cuando le disparó , Dios cogió en la mano los plomos. Luego le

. La presente versió n es una síntesis de la versió n aumentada por Silva


(s/f), y la versió n «original» recogida por Haug (994: 3-32). La cursiva
corresponde a fragmentos suprimidos por Silva de la versió n de Haug.
disparó Dios al Diablo [y] este no murió , pero no pudo coger con
su mano los plomos como lo hizo Dios.
Dios le dijo:
–Como no pudiste agarrar los plomos perdiste.
Entonces el Diablo no pudo hacerse dueñ o de todo el mundo.
Luego Dios y el Diablo se pusieron a crear las personas. Dios sacó
tierra blanca de un metro de profundidad y empezó a hacer las
per- sonas. Cuando terminó de hacer los dibujos estos se negrearon,
eran tres muñ ecos de barro.
El Diablo también hizo, pero de la misma raza del Diablo; este
creó todos los espíritus de la selva o montañ a. Ellos asustan, hacen te-
ner miedo, en ocasiones enferman a la gente awá; en ocasiones matan
comiéndose el corazó n, o el alma, en especial la de los niñ os, y la gente
que es débil de la sangre.
Luego Dios les dio vida a los muñ ecos de barro, y los mandó a que
fueran a bañ arse al chorro, y les aconsejó que no se bañ aran mucho,
pero el primero que entró no supo escuchar y se bañ ó más del tiempo
745
indicado. Este salió muy blanco. En seguida entró el otro al chorro el
agua, [que] se estaba secando, [y] alcanzó a bañ ar pero salió con la piel

1. Historias de origen
amarilla. Este fue el indígena. Por ú ltimo entró el otro y no alcanzó
a bañ arse más que las palmas de las manos y las plantas de los pies.
Este fue el negro.
Después hizo dios los animales y las plantas; el diablo hizo toda lo
contrario: dios hizo el venado, el diablo el gusano; dios hizo la
vaca, el diablo la monchira.
(Silva, s/f. Xexus Ventana Cultural)
2. Narraciones sobre el gran árbol

Historia del árbol grande Katsa ti


Este árbol era tan grande que alcanzaba el cielo y pertenecía a una
vieja del monte. De este árbol se alimentaba, comía y vivía. Por
esta razó n no le comentaba a nadie que este árbol existía y las
personas que vivían en ese tiempo no se habían dado cuenta de
aquel á rbol.
En esa época no había nada sembrado, el hombre y la mujer tenían
que irse a la montañ a a recolectar alimentos para comer.
Cuando el papá y la mamá se iban a la montañ a, la vieja venía a
cuidar a los dos niñ os; agarraba fríjol del árbol grande y después les
daba cocinado de comer. Un día se dio cuenta la mamá que el niñ o
ensuciaba fríjol. La mamá le preguntó de dó nde comieron fríjoles,
el niñ o respondió que «una mujer llega como la mamá mismo y nos
da de comer».
746
Entonces al otro día siguieron a la vieja, caminaron hasta una par-
te y allá dizque encontraron un árbol grande que cargaba de todo. La
vieja cuando llegaba al á rbol grande meneaba un bejuco y decía:
Literatura inkal awá

–Aguacate nish, nish, maíz nish, nish.


Y del árbol caían toda clase de comidas preparadas y sin preparar
y la vieja recogía todo lo que caía.
Cuando ella se fue las personas intentaron bajar los frutos diciendo:
–Chontaduro nish, nish, chiro nish, nish –y meneaban la guandera,
IV

pero los alimentos no caían.


Después que ya miraron eso, regresaron a las casas y comieron
con las demás familias. Todos ellos conversaron que deberían tum-
bar ese árbol. En ese tiempo había toda clase de animales, pero ellos
hablaban como personas: el conejo, papagayo, ardilla, pájaro, pilmo,
entre otros.
[…] y se pusieron a tumbarlo a punta de hacha, y estaban déle que
déle… Algunas hachas se quebraban y las partes que saltaban por los
aires se convertían en loros y paletones. Así se pasaron desde la ma-
ñ anita hasta que oscurecía. Al otro día se levantaron muy temprano y
fueron a seguir tumbando el árbol. Pero el árbol estaba sanito, como
si no le hubieran hecho nada. Y así lo mismo todos los días; trabajaban
todo el día y se iban por la noche; [y] a la mañ ana siguiente el á rbol
como si nada.
Una noche no fueron a dormir y se quedaron al pie del árbol para
ver qué era lo que pasaba. Pero no pudieron darse cuenta có mo el
árbol engrosaba otra vez. Una vez le dieron parejo un día y una noche
y otro día y otra noche. Ya estaba casi vencido, pero el árbol tampoco
caía.
Y en eso llegaron una ardilla, un mono chiquito y un pilmo, y
les preguntaron qué era lo que pasaba. Cuando los awá contaron lo
que sucedía, el pilmo se trepó al árbol y lo cortó desde arriba, porque
allí había un bejuco muy fuerte que amarraba al árbol desde la copa
para que este no se cayera. Así fue como se tumbó al árbol grande de
los alimentos. El á rbol al caer hizo un estruendo tremendo y los
ali- mentos se esparcieron por el mundo: por Cumbal, por
Ricaurte, por Tumaco, por Barbacoas, y má s lejos…
Fue así como se formó el territorio que hoy habitamos.
(Silva, s/f. Xexus Ventana Cultural)

747
Un árbol de donde salía y caía el alimento [t.C.]
Que había un árbol de donde salía y caía el alimento, después a la

2. Narraciones sobre el gran árbol


gente awá le dio ganas de comer todo y como no podían
decidieron que iban a tumbar el árbol y se pusieron a tumbarlo con
hacha. Esta- ban déle y déle y algunos de ellos quebraron sus hachas y
se conver- tían en loras y en un pájaro llamado paletó n; y tenían
hachas buenas que picaban el árbol, pero todas las mañ anas cuando
iban a mirar el árbol este estaba sano. Hasta por la noche trabajaban
para tumbar el á rbol y llegaban hasta la mitad, luego se tenían que
ir para la casa; volvían en la mañ ana y otra vez encontraban al árbol
sanito; entonces comenzaban a tumbarlo de nuevo y pasaba lo mismo
y las hachas se quebraban.
La ardilla y el pilmo, al ver lo que pasaba, preguntaron que quién
era el que mejor subía por los árboles; era como hacer una apuesta
para ver quién iba a ser el primero en ir a halar el alimento del árbol
donde había de todo lo que ahora tenemos. Una noche se
amanecie- ron tocando al pie del árbol para ver có mo era que este
amanecía sano,

. Material de informació n, «Pueblo Indígena Awá », p. 25, Pasto: Sala


Regional, Banco de la Repú blica, «sin otros datos bibliográ ficos».
pero ellos no se daban cuenta que el palo se volvía grueso otra vez, y
así al fin se cansaron y tuvo que subir el pilmo (animal que vive en
los árboles) al árbol para cortarlo desde arriba y así fue como se cayó .
Arriba dizque había una guasca que se tenía que cortar porque el ár-
bol estaba colgado de ella y así fue como este se cayó . Y a lo que iba
cayendo el alimento también caía en diferentes partes, por Cumbal,
por acá bajo por Tumaco, por Barbacoas, y así más lejos también des-
graná ndose y lloreá ndose por todos lados.
Los animales aprovecharon para comer de todo lo que les gusta-
ba: el loro maíz, la guagua el plátano, guatín pepa, todos los animales
estaban como estamos aquí en el taller y también de diferentes partes
como ahora las veredas. Lo que el á rbol formó fue el Territorio
awá , por ejemplo lo que hoy es Nulpe llamado anteriormente Nulpi
quiere decir «tierra del chontaduro» y así también está la tierra de la
papa como es la zona del Gran Cumbal.

748
Literatura inkal awá
IV
3. Historias bravas

Cuentos sobre los indios bravos


Antiguamente los awá eran indios bravos, attim-aldem (aucas).
Esta clase de indios bravos poseían un alto poder de adivinació n
porque la mayoría de ellos practicaban la brujería. Ellos vivían y
hablaban con los seres míticos: Ippa, Inkua, Anpat Inkua, Astaró n.
Estos ú ltimos no los atacaban ni les comían el alma. Hablaban con
voz fuerte.
No conocían a las personas negras, ni blancas, ni mestizas; ellos
consumían sus alimentos sin sal porque en ese entonces la sal era una
rareza en las montañ as y además era algo a lo que ellos le tenían mu-
cho miedo.
Comían crudos sus animales de caza, comían gente (niñ os, adultos
y personas de otras etnias), cultivaban la tierra; pero sobre todo se de-
dicaban a la recolecció n de frutas y semillas silvestres para el sustento
diario de la familia.
749
Sus vestidos eran hechos con pieles de animales, como la piel del
oso, perico, tigre, leó n, entre otros. Solo se cubrían las partes nobles.

3. Historias bravas
Los indios bravos tenían mucho poder má gico, se comunicaban
con toda clase de espíritus del bien y del mal. Hacían toda clase de
pactos con ellos para obtener beneficios. Por ser seres mágicos, tenían
mucha capacidad de andar la inmensidad del territorio, por las selvas
más espesas, sin importar el estado del tiempo, ni las difíciles con-
diciones de acceso: sean peñ as, ríos, lagos, lagunas, pantanos. Ellos
avanzaban grandes distancias en tan solo un día, a diferencia de los
actuales awá, que lo hacen en varios días o semanas.
(Silva, s/f. Xexus Ventana Cultural)

ippa2
En un tiempo de escasez de chiro (clase de plá tano), la gente se
reunió para conversar sobre el porqué sucedía esto. En este tiem-
po la comunidad tenía un comisario que dirigía la reunió n y sabía

. Narradora: Clemencia García Paí.


2. Lugar: Kankapi. Narrador y traductor: Teodoro Nastacuaz.
adivinar. Entonces dijo que era necesario que alguien de los presentes
se convirtiera en Ippa para que hubiera chiro.
El día siguiente se reunieron de nuevo para ver quién podía
con- vertirse en Ippa. El comisario estuvo en medio de la gente y
después de un rato él y los mayores se reunieron aparte en otra
casa. Allí el comisario preguntó :
–¿Quién se va a transformar en Ippa?
Cuando de repente sintieron el rayo. Preguntó el comisario:
–¿Quién fue?
Y los mayores respondieron:
–Nosotros.
El comisario les pidió que repitieran. Mientras estaba observando,
sintió de nuevo el relámpago y el trueno, pero no alcanzó a ver quién
lo hizo. Uno de los mayores afirmó :
–¡Fui yo!
Entonces el comisario le ordenó :
–¡Repita otra vez!
750
Allí se dio cuenta [de] que no eran los mayores, y les dijo:
–Ustedes no son… es el niñ o que está en el fogó n.
Literatura inkal awá

Los mayores reconocieron que perdieron.


El comisario tenía una cadena y un anillo de oro para
entregárselos el mismo día al niñ o. El anillo le quedó un poco
grande al niñ o, pero el comisario dijo:
–Cuando ya estés grande te va a quedar completo.
IV

Así terminaron la reunió n y se fueron todos.


El niñ o quedó en la casa con su familia. Tenía muchos
hermanos y cuando jugaba con ellos le rogaron que se haga
relámpago porque se les pareció bonito. Le decían una y otra
vez:
–Repita para mirar.
Así jugaban todo el tiempo hasta que el niñ o se hizo joven.
Cada vez cuando jugaban, él se enojaba más y má s. Un día se enojó
cuan- do la familia estaba comiendo. No le gustó la comida y se
puso tan furioso que la mamá, el papá y los hermanos quedaron
privados. Al despertarse, todos disgustados le dijeron que se fuera
de la casa. La

. Los inkal-awá tienen un concepto integral del fenó meno «relá mpago-rayo-
trueno»; escribimos aquí «rayo» para referirnos a él. (Nota del original).
familia informó al comisario de lo sucedido. Este le aconsejó al joven:
–Mejor vete a donde tú vas a estar para siempre.
Al instante, el joven preguntó :
–¿A dó nde voy?
–Vete a esa loma –le respondió el comisario y le señ aló una direc-
ció n. Pero el joven le respondió :
–No conozco el camino.
A lo cual el comisario contestó :
–Yo sí lo conozco, vámonos.
Se fueron caminando, y cuando ya iban llegando al filo de la loma
se encontraron con un hombre que tenía una piedra en la mano. Este
hombre era el Astaró n quien le preguntó al joven:
–¿Para qué vienes aquí?
Este le respondió :
–Yo voy convertido para asustar a toda la gente.
Entonces el Astaró n pidió que se hiciera para mirar:
–¿Có mo es?
Inmediatamente cayeron rayos y el Astaró n dijo: 75
–Así no es, mejor es así.

3. Historias bravas
La piedra dio sobre el tronco de un á rbol partiéndose en dos.
En seguida el Astaró n provocó al joven:
–Vuelva a hacer otra vez.
Diciendo esto cayeron má s rayos. Al rededor había árboles de
chonta que se partieron en pedazos. El Astaró n se asustó tanto que se
quedó parado y quieto. Después de un rato replicó :
–No más, usted me hizo asustar mucho.
Había dos caminos de los cuales el Astaró n cogió el que se
dirige hacia el norte. El Ippa tomo el camino hacia el oriente, pero
antes de partir advirtió al comisario que no lo llamaran Ippa porque
se enoja- ba, sino que solo le digan Pamba (abuelo).
(Haug, 994: 228-229)

. El término astarón parece ser españ ol; en awapit: Inkal anpat (gigante de
la selva), sin embargo, no llegué a saber con seguridad si con estos dos
términos se refieren al mismo personaje mítico. (Nota del original).
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