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COM/2016/10/23/RUANDA-EL-ECO-DE-LA-BARBARIE/
TRABAJOS DESTACADOS
En este artículo se realiza un repaso por lo que sucedió, debido a la ignorancia de los
problemas de fondo que sufren muchos ciudadanos occidentales. Aquí se explica un
poco la historia de Ruanda, como la creación por parte de Bélgica de las dos razas que
acabarían enfrentadas, hutus y tutsis. Por otra parte, la ONU tenía pruebas de que el
genocidio se produciría, y aun así no hizo nada.
Colonización
Antes de la colonización de Ruanda por parte de Bélgica, en el llamado país de las mil
colinas no existían diferencias étnicas, excepto los twa, que son pigmeos. Ruanda
pertenecía a Alemania, y con el reparto que se hizo de sus colonias después de la
Primera Guerra Mundial, África Oriental quedó dividida: algunos territorios fueron
para Gran Bretaña y otros para Bélgica. Esta división se especificó en el Tratado de
Versalles de 1919.
En 1924, la Sociedad de Naciones emitió un mandato por el cual garantizaba el control
belga de Ruanda y Burundi, que pasaron a llamarse Ruanda-Urundi. Aunque las reglas
del sistema de mandatos eran que la metrópoli debía facilitar el camino a la
independencia de las colonias, Bélgica explotó económicamente este territorio y,
lejos de cumplir con el objetivo de la Sociedad de Naciones, dividió al pueblo ruandés,
que hasta entonces era ampliamente homogéneo, hablando la misma lengua y con las
mismas tradiciones, a excepción de la pequeña comunidad pigmea twa.
Bélgica decidió dividir en dos grupos a la población: hutus y tutsis, que
conformaban dos estamentos dentro de una única etnia, la banyaruanda. Los tutsis
eran una minoría –comerciantes y otros, considerados la burguesía–, pero fueron los
elegidos por la metrópoli para ocupar puestos en el sector público y dirigir el país a
nivel local. Los hutus abarcaban la mayoría de la población, eran principalmente
agricultores. Según el censo de 1991, los tutsis representaban el 8 por ciento de la
población, los hutus el 90 por ciento y menos del uno por ciento eran twa.
Mapa de África durante la I Guerra
Mundial. Con el Tratado de Versalles, todas las colonias alemanas fueron
repartidas. Entre otras, Tanganica pasó a manos británicas y Ruanda y Burundi a
manos belgas. Fuente: Vicens Vives
Tras la Segunda Guerra Mundial, se convirtieron en territorios administrados por la
ONU. Durante los años cincuenta estallaron los movimientos de descolonización por
todo el mundo, y en esa región el Congo belga fue el protagonista. Finalmente, en
1960 consiguió su independencia, y dos años después lo hicieron los territorios de
Ruanda-Urundi, que se separaron conformando los actuales Estados de Ruanda y
Burundi. Fue entonces cuando comenzaron los problemas entre ambos grupos étnicos.
El resentimiento entre los hutus había ido creciendo a lo largo de los años, y veían a
los tutsis como cómplices de los colonizadores. Además, ya con la independencia, en
Ruanda, convertida en república, empezaron a gobernar los hutus, cuyos políticos
alentaron aún más este sentimiento anti-tutsi. Así, durante las décadas de los 60 y 70
se sucedieron varias masacres contra el grupo minoritario, a menudo ejecutadas
cuando el gobierno buscaba un chivo expiatorio ante otros problemas.
Los años 90
Ya en 1990, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), de mayoría tutsi, invadió Ruanda
desde la vecina Uganda. Comenzó así la guerra civil que duró tres años, hasta que
el 4 de agosto de 1993 el FPR y el Gobierno hutu de Juvénal Habyarimana –que
ocupaba el poder desde 1973 tras un golpe de estado– firmaron el Acuerdo de Paz de
Arusha, en Tanzania. Esto no gustó a los círculos hutus más extremistas, que veían
en este acuerdo un signo de debilidad del gobierno y una posibilidad de pérdida de
poder. Así que pusieron en marcha el plan de eliminar a sus enemigos, lo cual, al estar
el FPR encabezado por tutsis, pasaba necesariamente por hacer desaparecer a toda la
etnia contraria.
Mientras tanto, la ONU envió a Ruanda una misión de paz, siguiendo el Acuerdo de
Arusha, aunque tanto el número de tropas como la capacidad de acción eran muy
reducidos. Los agentes enviados sólo eran observadores y no tenían permiso para
utilizar la fuerza. Cualquier información sobre actos de violación de la paz debía ser
reportada al gobierno del país, que era, a su vez, el que se perpetraría el genocidio.