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La aporía

de lo indecible

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EvA PUENTE

La aporía
de lo indecible
Una aproximación al problema
de la interpretación en psicoanálisis

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Puente, Eva
La aporia de lo indecible : una aproximación al problema de la interpretación
en psicoanálisis / Eva Puente. - 1a ed mejorada. - Ciudad Autónoma de Buenos
Aires : Psicolibro Ediciones, 2015.
152 p. ; 22 x 14 cm. - (Lacaniana / Feijoo, Daniel)

ISBN 978-987-1848-43-0

1. Psicoanálisis. I. Título.
CDD 150.195

Fecha de catalogación: 25/07/2014

Diagramación: Ana Uranga


Corrección: Jimena Timor

PSICOLIBRO EDICIONES
de Librería Paidos
Daniel Feijoó
Marcelo Bernstein

Av. Las Heras 3741 loc. 20 (1425)


Ciudad Autónoma de Bs. As. Argentina
psicolibro@libreriapaidos.com
Te: 011-4801-2860

Asesoría editorial:
Lic. Eduardo Müller

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ÍNDICE

7 AGRADECIMIENTOS

9 PRE-TEXTO

15 PRÓLOGO

21 Psicoanálisis,
resolución para
la producción
de un gesto

27 Señalar el sin-sentido
en las raíces de una
práctica imposible

31 Caída que no hace serie.


Mirada que hace origen

41 Nudo de propuestas,
des-anudo emblemático

47 A-Porte de la letra

53 Psicoanálisis,
des-varío o des-a-tino

59 En la vida sólo
hay tiempo para salvar
la poesía

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63 A vuelo de pájaro

75 El cocodrilo,
apertura al exilio del ser

93 Redondeces
de escarnio en la razón

103 Punto y Ley

107 COMENZAR
ALGO PARTICULAR

117 Un retorno a Lacan,


desde el ombligo
de la nada

129 HABLAR DE PSICOANÁLISIS


ES HABLAR DE ÉTICA

139 El psicoanálisis
des-nudó“a”la poesía

151 BIBLIOGRAFÍA

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AGRADECIMIENTOS

“La gratitud no sólo es la más grande de las virtudes,


sino que engendra todas las otras.”
Cicerón

Agradezco en primer lugar a todos los pacientes, esos que to-


caron el corazón de la teoría con sus padeci-mientos.
Agradezco a la Fundación CEP los años de trabajo forzado
sobre los hombros de la tarea y a los que han insistido con su
presencia hasta la inscripción de un lugar.
Agradezco al ingeniero Dante Fernández la producción de
sus juegos matemáticos, que dan cuenta de ese pesado tres que
atiza el dolor humano.
Agradezco al profesor José Luis Galimidi su aporte al desa-
rrollo lógico del imperativo lacaniano.

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PRE-TEXTO

Desde el comienzo de mi práctica como analista, hace ya


muchos años, sólo operóel decir poético de la mano de mis
lecturas de Freud y Lacan para atravesar la pregunta por el ser,
pregunta que se escapa en los bordes de un decir evanescente.
El sujeto asesina la palabra, no la deja decir. Lacan dice, en
Apertura...: “La lengua, sea más o menos la que fuere, es goma
de mascar. Lo inaudito es que conserva sus trucos…”. 
La cura analítica consiste en el atravesamiento fantasmático,
que conduce a una “cesión” de goce y la caída del analista como
semblante de ese objeto.
El inconsciente no es que el ser piense. El inconsciente es que
el ser, hablando goce, y, agrego yo, no quiera nada, saber nada
más de eso.
El análisis es una experiencia de la aporía. Aporía como mar-
ca de lo indecible. Duelo imposible, deconstrucción como una
determinada experiencia aporética de lo imposible.
El decir psicoanalítico es enigmático.  La vida es enigmáti-
ca, dado que todo da cuenta de lo que se sufre teniendo una
mentalidad. 
El parlétre carcomido por el lenguaje tiene una mentalidad.
La mentalidad hace que la palabra tenga efecto de sugestión.
Efecto de mitomanía. Esto hace de la palabra demostración de
que el ser es básicamente de apariencia.
El objeto “a”, el descubrimiento lacaniano, aporta al saber
una singular sustancia. Sustancia hecha de falta. Falta constan-
te que da a la persona de un sujeto la ilusión de síntesis. 
El sujeto, definido por su estar sujetado al lenguaje, sólo persi-
gue taponar la falta. Falta que funciona como la zanahoria y el burro.

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Ilusión de alcanzar la zanahoria, la completud, la certeza,
siempre fallida.
Lacan dice: “¿Cómo no sentimos que unas palabras de las
que dependemos nos son impuestas, que la palabra es un en-
chapado, un parásito, la forma de cáncer con la que está afligi-
do el ser humano?
Habla, pero su palabra está vacía, diría Lacan, habla en la ig-
norancia de lo que su palabra quiere decir. Esto instala el “dra-
ma del sujeto que habla”.
Desde aquí se levanta la realeza del psicoanálisis.
Lacan, más que cualquier otro, más que el propio Freud, va a
investir el psicoanálisis, va a investirse, de realeza. 
Podemos imaginar una subversión de la fórmula del cogito:
Yo (yo, analista) pienso, él (el paciente) es. Pienso, yo psicoa-
nalista, sólo yo supongo saber.
Lacan decía de Freud que sólo él sabía, que lo sabía tan bien,
que nos dio para siempre leyes de la psique.
Lacan aportó mucho, haciendo obsoleta una forma de escri-
tura del psicoanálisis, dirigió nuestra atención sobre la función
y la importancia del lenguaje.
Dice Lacan que la experiencia del Yo (je) que nos da el psi-
coanálisis se opone a toda filosofía derivada directamente del
cogito.
El psicoanálisis opera con lo imposible de decir, opera con lo
aporético del decir. 
Alcanzar la orilla del ser es tarea imposible como lo es el aná-
lisis, es un decir incautado en la soberanía de lo no dicho. Sólo
el decir poético navega esa desnudez sin naufragar en certezas
ni falsos ropajes.
Lacan habla de la dimensión escondida del poema en el fi-
nal del seminario de los cuatroconceptos: “Más escondida de
lo que piensan –dice–, pues no basta con que yo haga surgir

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la guadaña que usa Júpiter para inundar la tierra con la sangre
de Cronos”.
El discurso poético descubre lo imposible de develar. Eso
que, presente, muestra su ausencia y de tan oculto no se puede
revelar. Dimensión de la “ditmansión” de la que habla Lacan,
esto es, metáfora y creación de sentido. Lacan nos conduce a
preguntas que llevan en su germen un aforismo. Se trata de un
orden que niega la afirmación al afirmar la imposibilidad de
negarla. La poesía es, en sí misma, la invención de un nuevo
sentido.
La interpretación en psicoanálisis es el verdadero divisor de
escuelas y enfoques. A qué apunta la interpretación en psicoa-
nálisis. Dado que Lacan nos lanza al tema del Gran Otro, como
al hígado del cuerpo del psicoanálisis, recurro una vez más a los
poetas buscando alivio o exaltación, nunca se sabe dónde fina-
liza ese lugar de regocijo de las identidades y las singularida-
des… encuentro a Rimbaud deleitándose con la oscuridad, en
tanto repite extasiado: yo es otro... registro imaginario con su
juego de espejos que no hacen imagen. Entonces, la pregunta
del millón de  palabras en nuestra práctica: ¿qué articulación
hay entre la poesía y la interpretación?
Freud, al oponer el saber de los poetas al saber de los filóso-
fos, y al situar a estos últimos del lado de la ciencia, ya da el
primer paso en la afirmación. Freud refiere que los poetas nos
ofrecen testimonio de aquello que la ciencia no lee. Cita a lo
Shakespeare: “Suele saber de una multitud de cosas entre cielo
y tierra”, dado que se hallan muy lejos de la sabiduría académi-
ca. Freud da cuenta de la naturaleza de la filosofía, considera
que los poetas van más allá de ese saber.
El lenguaje juega constantemente con la metáfora y la meto-
nimia. La poesía no se agota en eso, es un discurso, el poético,
a través de metáfora y metonimia, donde siempre se presenta
un sentido y un sin-sentido. En la interpretación, se trata de la

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vinculación de un significante con otro, y es un “vínculo”, tal
como lo formula Lacan, “sin pies ni cabeza”. Esto da cuenta de
que la interpretación como tal no tiene ningún sentido. 
“Hay quienes distinguen en la tradición griega el traba-
jo del escritor como poiesis –acción– y su resultado, el  poie-
ma  –acto, obra–. La raíz  ‘poe’ significa crear. Y poema,  del
griego poieo, remite a una producción basada en imágenes re-
sultantes de relaciones descubiertas por la imaginación y por el
lenguaje. Hay una peculiar relación entre imaginario, simbó-
lico y real, se podría decir, en cuanto a que las relaciones des-
cubiertas por la imaginación denuncian la inexistencia de una
sustancia de imágenes, y se trata de un vacío que el poeta sabe
cómo cerrar. Entonces, ¿en qué puede aproximarnos la poesía
al problema de la interpretación en el psicoanálisis?
Cuando habla­mos de sujeto, decimos sujeto de la enuncia-
ción; decimos también que en la experiencia analítica –y para
que no sea interminable– se debe construir un decir, que hay
un decir propio de cada sujeto; en este punto interviene, pre-
cisamente, la interpretación, como una operación cuyo efecto
es la producción de un saber, un saber sobre la división. Lacan
se pregunta: ¿a qué nivel son recibidos los efectos de la inter-
pretación? Y responde que estimulan ‘la inventiva del sujeto’,
refiriéndose aquí a la poesía. En efecto, es la interpretación la
que puede poner el límite a la serie de los dichos».
“La astucia del hombre es atiborrar todo eso (...) con la poe-
sía, que es efecto de sentido, pero también efecto de agujero.”
El doble sentido del significante. La poesía realiza una violen-
cia en el uso de la lengua. La filosofía, en cambio, tal como La-
can lo indica, hace todo para cerrarla. Esto es lo que separa la
interpretación en psicoanálisis de la tradición hermenéutica, o
de la exégesis.
Algunos post-freudianos hicieron de la interpretación una
voluntad de significar.

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“No hay más que la poesía, se los he dicho, que permita la
interpretación. Es por eso que yo no llego a más, en mi técni-
ca, a lo que ella sostiene. Yo no soy bastante poâte”. El “bas-
tante poeta” se encuentra con frecuencia en escritos de poetas
como Girri, Ponge, Borges, hasta Rimbaud en su  “Je est un
autre” (Yo es otro) –frase antigramatical–, que alude a un des-
conocimiento de la propia escritura o la propia producción.
Algo escribe en ellos. Un “Yo” que se tiende a confundir con
el sujeto, “sujeto en posición de determinativo o instrumental
de la acción”. Ese “Yo es otro” alude más bien a la idea de un
desdoblamiento y no al sujeto en su división. Pregunta Lacan:
“¿No es el yo el que se borra para dar lugar al punto-sujeto de la
interpretación?”. El sujeto “lacaniano” es el sujeto causado por
su deseo, es el sujeto del discurso analítico, cuya causa estáen el
objeto “a”, que es una letra. 
El “Yo no soy bastante ‘poâte’” es la licencia que Lacan se
toma para producir un uso particular de las palabras.
Este texto da cuenta de que no hay más que la poesía para
permitir la interpretación. Lacan nos orienta hacia el campo de
la poesía para intervenir como psicoanalistas, denunciando a la
vez la insuficiencia de la lingüística. En efecto, metáfora y me-
tonimia sólo alcanzan en tanto pueden hacer “función de otra
cosa”, intervención del sonido y el sentido. 
Lacan nos aclara que la orientación hacia la poesía no se opo-
ne en absoluto a la lógica. La interpretación funda el momento
inaugural de un decir, un poema a partir del cual el sujeto ya
no es el mismo. Se trata de la producción de un significante
nuevo que no tendría ninguna especie de sentido. 
Rimbaud dice: “El primer objeto de estudio del hombre que
quiere ser poeta es su propio conocimiento, completo; se busca
el alma, la inspecciona, la prueba, la aprende. Cuando ya se la
sabe, tiene que cultivarla; lo cual parece fácil: en todo cerebro
se produce un desarrollo natural; tantos egoístas se proclaman

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autores; ¡hay otros muchos que se atribuyen su progreso inte-
lectual! Pero de lo que se trata es de hacer monstruosa el alma:
¡a la manera de los comprachicos, vaya! Imagínese un hombre
que se implanta verrugas en la cara y se las cultiva.
Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente.
El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado
desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de
sufrimiento, de locura; busca por sí mismo, agota en sí todos
los venenos, para no quedarse sino con sus quintaesencias. In-
efable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza
sobrehumana, por la que se convierte entre todos en el enfer-
mo grave, el gran criminal, el gran maldito, –¡y el supremo Sa-
bio!–. ¡Porque alcanza lo desconocido! ¡Porque se ha cultivado
el alma, ya rica, más que ningún otro! Alcanza lo desconocido
y, aunque, enloquecido, acabará perdiendo la inteligencia de
sus visiones, ¡no dejaría de haberlas visto! Que reviente sal-
tando hacia cosas inauditas o innombrables: ya vendrán otros
horribles trabajadores; empezarán a partir de los horizontes en
que el otro se haya desplomado”.

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PRÓLOGO

La palabra labra... La palabra es una pala que abre los surcos


de un decir, dice la Dra. Eva Puente. En este caso, de un de-
cir suyo. Ese que tendrá, luego de su atravesamiento, la con-
secuencia de una novedad. Una novedad en el campo de esos
significantes con que se transmite el discurso psicoanalítico.
No es más que poesía... dirá quien sepa leerlo. Quien sepa
leer lo que aquí se dice.
Y ¿por qué hablar de psicoanálisis, transmitir psicoanálisis,
no tiene definiciones con dos puntos o, incluso, esquemas? Tal
vez, porque, para el que sabe mirar, un ser humano no es eso.
No es esa estrechez deseable, no es esa mínima expresión de
garantías.
Y, hablando de seres humanos, de eso se trata la poesía. Por-
que es metáfora, es metonimia, es todo eso que se hace con las
palabras. Porque un ser humano se hace de eso. De eso... de
ello...
Pulsiones devenidas palabras, mano que escribe devenida
pulsión de rodear... Y no es un concepto, es lo más cerca que
se puede estar de decir... de decir de eso que somos, de eso que
no tiembla pero es temblor, de eso que no claudica e insiste y
estalla...
Como este libro, que es estallido de presencia psicoanalítica,
presencia de prosa humana.
La clínica, experiencia de quien lo escribe, le ha contado los
secretos... le ha susurrado al oído que la cifra es el señuelo don-
de ir a buscar.
Búsqueda nunca satisfactoria hacedora del deseo... Ya lo han
dicho los maestros, hacedora del deseo (de saber), de la inves-
tigación. Ese Wissentrieb... “instinto de saber o instinto de in-

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vestigación... no puede contarse entre los componentes instin-
tivos elementales ni colocarse exclusivamente bajo el dominio
de la sexualidad. Su actividad corresponde, por un lado, a una
aprehensión sublimada y, por otro, actúa con la energía del pla-
cer de contemplación. Sus relaciones con la vida sexual son, sin
embargo, especialmente importantes, pues el psicoanálisis nos
ha enseñado que el instinto de saber infantil es atraído –y hasta
quizá despertado– por los problemas sexuales en edad sorpren-
dentemente temprana y con insospechada intensidad...
Intereses prácticos, y no sólo teóricos, son los que ponen en
marcha en el niño la obra de la actividad investigadora. La ame-
naza de sus condiciones de existencia por la aparición, real o
simplemente sospechada, de un nuevo niño, y el temor de la
pérdida que este suceso ha de acarrear para él con respecto a los
cuidados y al amor de los que le rodean, le hacen meditar y tra-
tar de averiguar el problema de esta aparición del hermanito. El
primer problema de que el niño se ocupa no es, por tanto, el de
la diferencia de los sexos, sino el enigma de la procedencia de los
niños. Bajo un disfraz fácilmente penetrable, es también éste el
problema cuya solución propone la esfinge tebana” (Sigmund
Freud, “Tres ensayos para una teoría sexual”, 1905).
Así, la sexualidad es el surco primero que, nominado, hace de
trampolín para el salto... para el salto hacia ese territorio donde
cada quien podrá vérselas consigo. Es decir, donde cada quien
tendrá en su mano la opción de obedecer o no a la sentencia
platónica: “Ocúpate de tu alma...”.
Entonces, ocupada la letra en hacer los trazos que determi-
nan un cauce por donde transcurrir, ofrece la provocación, la
pro-boca-acción, de dibujar la boca de vaciar las alforjas de
silencio.
Se sabe, a veces, no es tolerable...
Lacan lo dice al hablar del discurso universitario: “Es ahí
donde está la dificultad porque de lo que se encarga es de pro-

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ducir un sujeto, ¿sujeto de qué? Que ese sujeto esté siempre
dividido y que sea cada vez menos tolerable que esta reducción
se limite a producir enseñantes, es lo que ha sido sacado a la
luz por la evolución de las cosas en la época actual. Pero esto
requiere, por supuesto, un estudio bastante menos improvisa-
do que el que se está dando de hecho. Lo que se produce, que
se llama ‘crisis de la Universidad’, se inscribe en esta fórmula
porque ella existe, se plantea, se ubica en un nivel completa-
mente radical. No es posible limitarse a este estado de cosas. Es
únicamente por la relación giratoria, revolucionaria –cómo yo
digo en un sentido tal vez un poco diferente al habitual–, es en
referencia a las otras cuatro posiciones del discurso que puede
ser referido lo que sucede actualmente en la Universidad”.
Continuando... y, tal vez, haciendo abuso ex profeso de mi
letra en este espacio –aunque me permito el privilegio de mi
decir–, este libro es textura de lo que hay entre el alma y la
sexualidad. En cuanto que la una es tan inasible como la otra.
Y que ambas permiten la pregunta sobre su existencia.
Esto, sin dudar, nos lleva por el laberinto explícito de la aso-
ciación libre y, así, a hablar de la mujer, de esa que, mal-dicien-
do, hace su enigma. (No lo olvidemos, Psyche no es una mujer,
sino el alma). Y el alma estáen la letra escrita...
Lo ven ustedes, es circular... o, en un mejor decir, se trata de
un retorno...
Dice Lacan: “Vuélvase pues a tomar la obra de Freud en la
Traumdeutung, para acordarse asíde que el sueño tiene la es-
tructura de una frase, o más bien, si hemos de atenernos a su
letra, de un rébus, es decir de una escritura, de la que el sue-
ño del niño representaría la ideografía primordial, y que en el
adulto reproduce el empleo fonético y simbólico a la vez de los
elementos significantes, que se encuentran asimismo en los je-
roglíficos del antiguo Egipto como en los caracteres cuyo uso
se conserva en China.

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Pero aun esto no es más que desciframiento del instrumen-
to. Es en la versión del texto donde empieza lo importante, lo
importante de lo que Freud nos dice que estádado en la elabo-
ración del sueño, es decir en su retórica. Elipsis y pleonasmo,
hipérbaton o silepsis, regresión, repetición, aposición, tales
son los sintácticos, metáfora, catacresis, antonomasia, alego-
ría, metonimia y sinécdoque, las condensaciones semánticas en
las que Freud nos enseña a leer las intenciones ostentatorias o
demostrativas, disimuladoras o persuasivas, retorcedoras o se-
ductoras, con que el sujeto modula su discurso onírico”(Lacan,
Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis,
Escritos I, 1985).
De allí que la gramática tenga su sentido de uso...
Circular, elíptico. Como en la matemática, como en la gra-
mática... Elipsis es un concepto que desliza su significado... Fi-
gura de construcción que consiste en omitir en la oración una
o más palabras necesarias para la recta construcción gramatical,
pero no para que resulte claro el sentido...
Por ello, se trata de leer...
Y, en este libro, se trata de lo que se lee, en ese orden que hace
que se aprecie lo que, en el envés, ofrece...
Y ¿qué ofrece el decir de la Dra. Puente?
Ella lo sabe... “La gramática hace obstáculo, el inconsciente
sabe de lógica pero no de gramática”... Por eso su texto que-
da enlazado a ese modo no corporal... (“El cuerpo no escribe
prosa, desconoce la cópula que se refugia en el lenguaje”)... A
ese modo fatal, donde “El significante, esa creación de la nada,
se otorga matar por nada”... A ese modo que muchos ligan al
delirio...
Pero, advertidos por su pluma –“El psicoanalista no debe du-
dar nunca en delirar, esto no significa que la libertad sea deli-
rio”–, quedamos al borde de una decisión... O “Nos pasamos la
vida parloteando con los semejantes y no haciendo el amor”...

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O escribimos cartas de amor...
Y, tal vez, este libro pueda nombrarse así, como una carta de
amor... O, también, como la decisión de ir más allá...
Ella lo sabe... y, en poema teórico, reúne las palabras para que
sean contra el olvido:

Psicoanálisis, resolución para la producción de un gesto


señalando el sin-sentido en las raíces de una práctica imposible.
Caída que no hace serie. Mirada que hace origen.
Nudo de propuestas, des-anudo emblemático.
A-Porte de la letra...
que sólo puede procurarse una sentencia:
En la vida sólo hay tiempo para salvar la poesía.
Así, a vuelo de pájaro...
El cocodrilo, en su apertura al exilio del ser
Hace redondeces de escarnio en la razón.
Porque no hay más,
tampoco hay menos...
Sólo,
Punto y Ley
para comenzar algo particular.

Entonces, desde esa ley de palabra psicoanalítica, este libro,


tal vez, sea una carta de amor... para aquellos Psicoanalistas
poetas.
O, también, la decisión escrita de ir más allá...

Mónica Ripari
Psicoanalista

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Psicoanálisis,
resolución para
la producción
de un gesto

El psicoanalista no debe dudar nunca en delirar,


esto no significa que la libertad sea delirio.

Dice Pablo Tosto: “El único ser de la naturaleza que difícil-


mente acierta a actuar coherentemente como Terráqueo es el
hombre. La flor es eternamente flor, el pájaro siempre pájaro,
pero el hombre muchas veces no llega a enterarse que lo es, o
bien pierde de vista su humanidad; cuando se descubre, sólo
encuentra una fiera mecanizada, amanerada, suicida, o un náu-
frago de la sensiblería”.
En el mundo que se le presenta al hombre, sólo se trata de
sombras sin nombre, formas visibles de la naturaleza. Debe
adaptarse, hacer remedo de apariencia, para construir su pre-
sencia entre la naturaleza... causa de antemano perdida. El su-
jeto, entonces, suma a su andamiaje epidérmico su capacidad
creativa.
El mismo autor dice: “En plástica los ritmos estáticos son
puramente formales; los naturales sólo pueden aplicarse con
éxito, estilizados, geometrizados, civilizados (...) El estatismo
en plástica es inmovilidad; sólo es tolerable cuando confiere
aspecto de aplomo, estabilidad, perennidad (...) Los ritmos di-
námicos son los únicos que prestan real y eficaz ayuda al pro-

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blema de la plástica viva, sobre todo en lo concerniente a su
aspecto de palpitación, agilidad, movilidad, que le confieren a
los objetos que intervienen y que fatalmente deben ser inmo-
vilizados en la obra. La composición plástica resulta estática,
aplomada, pero en base al dinamismo formal, arquitectónico
de los elementos que concurren para dar la sensación de mo-
vimiento y vida (...) Los ritmos dinámicos son: los naturales:
animales, plantas o minerales. Los geométricos: líneas, figuras,
o cuerpos poliédricos. En todos ellos sus medidas, volúmenes y
separaciones están en sucesión de aumento o disminución pro-
gresiva y armónica. Los de pura invención: no importa su ori-
gen, deben tener todas sus medidas y proporciones en relación
áurea, para ser ritmos realmente, dinámicos y áureos”.
Para el artista y para el psicoanalista, se trata de abordar la
realidad desde sus vertientes de episodio.
Lo que para el hombre corriente es lo concreto, para un in-
vestigador de la realidad espiritual es lo abstracto. Se trata de la
realidad dialéctica.
Dentro de la lógica aristotélica rigen dos principios: el prin-
cipio de no-contradicción y el principio de tercero excluido.
De acuerdo con el principio de no-contradicción, una cosa
ano puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo senti-
do. Problema empírico lógico. De acuerdo con el principio de
tercero excluido, una cosa se predica a o no a y no hay tercera
posibilidad.
Leída de este modo, la realidad no deja espacio a las fisuras,
es como una realidad recortada, estática, una realidad que per-
mite transitar, sin ser cómplice, la dinámica de lo vivo. Es lo
que lleva al hombre a revelar inocentemente su devenir, su apa-
sionada inercia. Es una lógica que detuvo el avance de un saber
sobre lo humano durante mucho tiempo y lo sigue deteniendo.
Hay otro modo de lectura de la realidad, es la realidad dia-
léctica. Realidad desde donde se puede pensar que nada se sabe

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allídonde se supone saber. Donde el ser es y no es al mismo
tiempo. Para Hegel, la realidad y la lógica que la piensa son
dialécticas. La realidad es íntimamente contradictoria y diná-
mica. Realidad dialéctica, donde la verdad profunda está de-
terminada por dos elementos fundamentales, a saber: lo que es
efectivamente “a” y lo que no es efectivamente “a”. Esta reali-
dad es dinámica y se puede pensar en la dimensión sincrónica y
en la dimensión diacrónica. No se trata de pensar únicamente
lo que a es y lo que a no es, sino también lo que ha dejado de
ser y lo que ha dejado de no ser.
La realidad concreta de Hegel es lo contrario de la realidad
abstracta... a es lo que fue y lo que no fue, lo que es ahora y lo
que no es, lo que estápor ser y lo que no está por ser.
Ser es el vínculo que se tiene con el no ser. Los modos del ser
son los vínculos que se tienen con el no ser. La realidad no es
ser, la realidad no es no ser, la realidad es la síntesis de ser y no
ser, esto es, devenir.
Para Hegel, todo el universo está jerarquizado por niveles on-
tológicos, esto es, en bruto, cantidades de ser. Aquello que tie-
ne más posibilidad de devenir.
La realidad que leen el artista y el psicoanalista es esta realidad
dialéctica, con una mirada que hace cerco de verdad profunda.
Freud dice que el psicoanálisis nace de la indigencia médica.
Dada la permanente preocupación por lo (que) cura. Lo que
determina el discurso psicoanalítico no es el origen médico, es
un límite siempre actual de ese discurso que llamamos locura.
Genio creador, inspiración, sólo algunos nombres para ese
límite que se llama arte.
Locura, nombre para ese límite que es el del discurso psicoa-
nalítico. No hay analista que no esté concernido por la locura.
Arte, locura, muerte, no límites en el límite que no se atravie-
sa... Enigma a desvelar a diario con la tarea forzada y forjada en
la imposibilidad, brecha con-de-nada a no cerrar nunca.

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El hombre está enfermo de su humanidad, esto es, de su difí-
cil falta en ser... falla en el saber... saber que revela la impostura
intrínseca a todo intento de curar al hombre de esta pregunta.
Como efecto de la clínica, el psicoanálisis nos enseña a no
perseguir la pregunta por las causas, nuestra tarea es saber que
cualquier “todo” es loco; por ende, no se trata de dar respuesta
a todo. Se puede, por ejemplo, dejar de ignorar que la psico-
sis, cuando ocurre, no les“ocurre a tod(a)os”, es la salida que
se busca.
Si abandonamos cualquier espera, es posible lo imposible. Se
trata de acompañar a un sujeto en el despliegue de las conjetu-
ras que su locura produce.
Bordear ese límite... límite que, por no poderse comprender,
sólo se puede escribir a riesgo de convertir el propio cuerpo en
cuerpo de esa escritura. Se trata de la primera consecuencia del
acto analítico, consecuencia que los analistas no soportan.
El psicoanálisis ha revelado cosas no posibles de ser soporta-
das por el hombre, entre ellas, el saber que conocimiento y su-
jeto correspondiente se construyen sobre el ci-miento de una
interrogación abierta sólo y por siempre al deseo.
A partir del descubrimiento atronador del inconsciente, se
produce una separación entre saber y sujeto, separación que
encarna el descrédito de lo burlado a lo empeño(so) del dolor.
Freud supo del horror, de la fascinación que despiertan los
locos desde siempre. Locura que hace acuerdo con los poetas,
los pintores y los hombres de ciencia que enloquecen. En el
caso de hombres de ciencia (no todos, sólo aquellos que pue-
den enloquecer, recordemos que no les sucede a todos), en las
postrimerías de su vida hacen construcción de sistemas mora-
les que se parecen excesivamente a las restituciones psicóticas.
Articulación de deseo, defensa de un sujeto que fue demasiado
lejos en el goce de una escritura; en este caso, de la escritura de
una ciencia.

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Sólo parece tratarse de colocar entre paréntesis el deseo,
como resistencia contra el goce de una escritura en que no hay
sujeto. Paréntesis como respiro, latido, temblor de un texto ve-
dado por la letra de la ciencia.
Parece tratarse de una misma y única pregunta, sostenida por
las diferencias: “cómo poner el cuerpo para el sentido último,
para lo imposible de la libertad... sin perderlo”. Lacan dice: “El
cuerpo es algo que debería causar pasmo...”.

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Señalar el sin-sentido
en las raíces de una
práctica imposible

Nos pasamos la vida parloteando


con los semejantes y no haciendo el amor

De Freud a Lacan, un camino que parece plantearse sin re-


torno, salvo por el desciframiento de señales que, como las pie-
dras en el recorrido de aquel mayo del 68, explotan entre nues-
tro deseo y eso real que acontece en el a diario de la práctica.
Salvo, a salvo en un retorno a Freud desde las raíces del acon-
tecimiento del psicoanálisis. Grieta a transitar sin impostura,
impostura de un imposible legado... re-inventar el psicoanálisis
o des-inventar el psicoanálisis.
Todo comienzo funciona a la manera de una escansión, de
un corte en una temporalidad... un pleno de sentido... una he-
rida profunda en la garganta de todo decir. Dimensión de al-
gún posible goce.
No se trata, para el analista, de un problema de textos y de
hacer historia, cuando la responsabilidad del acto está concer-
nida por aquellas voces que han hecho su a-puesta en los cami-
nos sinuosos de la transferencia.
El trato es con un trabajo de circunstancias. Trabajo, traba
bajo las vestiduras del ser, trabajo forzado a forzar trabas de
trabajo que intenta descuento de los “croute de banana tendue
sur les pieds”.

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Avatares de la tarea que he realizado durante más de dos décadas.
Las articulaciones conceptuales vertidas en lo que sigue se
ordenan en el marco de los lineamientos establecidos en un
modo de lectura de la obra de Lacan.
En su seminario de Caracas, en 1980, Lacan afirmó lo si-
guiente: “Vengo aquí antes de lanzar mi causa freudiana. Como
ven me desprendo de este adjetivo. Sean ustedes lacanianos si
quieren. Yo soy freudiano”.
¿Cómo ser lacanianos sin arriesgar alguna interpretación de ese
freudiano con el que Lacan se adjetiva? Asunto que no es senci-
llo, más allá y antes de su efectuación clínica. La fórmula, como
toda fórmula, hace enunciado, no es rébus, no es reversible.
Un 14 de enero de 1975, en su seminario, había dicho:
“Freud, pues, contrariamente a un prodigioso número de per-
sonas, de Platón a Tolstoi. Freud no era lacaniano, pero nada
me impide suponerle mis tres, RSI –cáscara de banana desliza-
da bajo sus pies– para ver cómo ha salido del apuro”.
Fórmula no reversible: Lacan a Freud, Lacan a Lacan mismo.
El freudismo de Lacan es nuestro tiempo, que no es el de
Freud ni el de Lacan, es un tiempo a construir, para lo que se
cuenta con un único recurso: la ética.
En la Fundación CEP, el trato es con una propuesta de espa-
cio, construcción de ámbitos, escenas para un relevo del decir.
Trabajando en conjunto las implicancias del acto analítico, se
produce, como efecto, un lugar para abrir el tiempo de com-
prender, suspendiendo todo lo que sea necesario el tiempo de
concluir. Permanente invitación al trabajo, tripalium, trabajo
forzado que hace forzamiento de rumiación.
En el camino suceden nociones-respuesta al hacer del Otro.
Lecturas a-ligar, provocación, posibilidad de imposibilidad de
anudamiento borromeo, tras-luz del significante amo.
En la página 97 del Seminario Encore, Lacan nos dirá: “Del
lado hombre inscribí, no ciertamente para privilegiarlo en

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modo alguno, al S y al que como significante es su soporte, al
cual se encarna igualmente en el S1 que, entre todos los signi-
ficantes es el significante del cual no hay significado, y que en
lo que respecta al sentido, simboliza su fracaso”.
J.A. Miller, en su artículo “La sutura”, dirá: “Si construimos
el concepto del número cero, éste subsume al número cero
como su único objeto. El número que le asigna es, por lo tan-
to 1... La emergencia de la falta como 0 y del 0 como 1 deter-
mina la aparición del sucesor... el 1 debe considerarse como el
símbolo originario de la emergencia de la falta en el campo de
la verdad...”.
Desencuentro entre el 0 y el 1, despliegue de repetición, que
adiciona y descompleta la serie.
Lacan dice: “El hombre cree crear. Cree, cree, cree. Crea,
crea, crea. Crea, crea, crea a la mujer. En realidad la pone a pa-
rir, y a parir el uno. Y por eso mismo es que ese Otro, ese Otro
en tanto se inscribe en él la articulación del lenguaje, es decir la
verdad. El Otro debe estar tachado, tachado con eso que hace
un rato califiqué de uno en menos. Lo real diré, es el misterio
del cuerpo que habla. Es el misterio del inconsciente”.
El S1, significante amo, de goce, significante fálico, signifi-
cante impar, comanda la dialéctica de la significación.
Lacan da la razón al deseo. Como significante asemántico,
hace soporte de la función fonatoria, hace cadena con el S2.
De lo que se trata es de que el goce sea rechazado, para ser
alcanzado por la vía invertida de la Ley del deseo. Lacan dice
en Encore: “Lalengua es lo que hace rato me permite mudar a
mi S2 en una pregunta, diciendo: es dos, de veras, se trata de
ellos en el lenguaje... El significante Uno no es un significante
cualquiera. Es el orden significante en tanto se instaura por el
envolvimiento con el que toda cadena subsiste... El Uno encar-
nado en lalengua es algo que queda indeciso entre el fonema,
la palabra, la frase…el pensamiento todo...

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Y no en balde, para ilustrarlo, traje al penúltimo de nuestros
encuentros una cuerda, porque con ella se hace aquel redondel
cuyo nudo posible con otro empecéa interrogar...”.
Escritura de contingencia, azaroso y presuntuoso encuentro,
escritura a la letra.
El S1, en tanto significante amo, promueve la repetición de
la cadena. S1, letra, embrollo anticipado del decir. En su más
allá anticipa los bordes del objeto “a”, posible fuera del encade-
namiento, giro a la carta de la topología de los nudos.
Laberinto, encantamiento a transitar aquello que no consis-
te, paradoja que condensa significante y goce.
En la “Subversión del sujeto...”, Lacan dice: “Se llama Goce
y es aquello cuya falta haría vano el universo... Ese goce cuya
falta hace inconsistente al Otro”.
Rasgar este hermetismo, transitar esta inconsistencia, buscar
el auxilio en las matemáticas desde lo imposible de resolver,
desde el número imaginario.
Lacan ubica el objeto “a” como “número de oro”, proporción
áurea, lugar de las cifras decimales infinitas, resto del pequeño,
inconmensurable infinito.

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Caída que no hace serie.
Mirada que hace origen

Partiendo del número de oro...


La sección áurea

Entre los esquemas compositivos más utilizados está la llama-


da sección áurea o proporción divina. Formulada de manera ri-
gurosa por Luca Pacioli en su obra La divina proporción, era ya
conocida de antiguo. Fue definida por Euclides como “división
de un segmento en su media y extrema razón”. Es decir, los dos
segmentos son entre ellos lo que el más grande es al todo.
No tiene expresión numérica racional, sino inconmensurable
(de un infinito número de decimales), dada por raíz cuadrada.

cuyo resultado es 1,618... Se conoce como núme-


ro de oro o número “phi”. φ

Vitruvio definió así esta proporción: “Para que un espacio


dividido en partes desiguales resulte estético y agradable debe
haber entre la parte más pequeña y la mayor la misma relación
que entre esta parte mayor y el todo”.

Sucesión de Fibonacci y la razón áurea

Consideremos la siguiente sucesión de números:


1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21...

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Las razones entre ellos son: 1 ; 2 ; 3 ; 5 ; 8 ; 13 ; 21
1 1 2 3 5 8 13
Independientemente de los números que encabecen la suce-
sión, las razones se aproximan más y más al número 1,61803...
Estamos, otra vez, ante el número de oro, su valor exacto es

y, como dijimos, se representa con el símbolo φ

por la inicial del nombre del escultor griego Fidias, que lo tuvo
presente en sus obras.

Ejemplo gráfico del segmento áureo

Si una línea se divide siguiendo la sección áurea, la parte más


pequeña es a la mayor lo que ésta es a la totalidad. Para dividir
la línea XY en el punto de la sección áurea, seccione XY por
el centro (U); trace un arco desde Y, a través de U, que corte
Z (en ángulo recto respecto de XY). Una YZ y XZ. Proyecte

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un arco desde Z que pase por Y para cortar XZ en V. Repítalo
desde X, tomando como radio XV, para cortar XY en W. XY:
XW = XW: WY.

Ejemplo gráfico del rectángulo áureo

Un rectángulo cuyos lados tengan la proporción áurea puede


dividirse en un cuadrado ABCD, además de en un rectángulo
áureo BCFE. Este rectángulo puede subdividirse en otro cua-
drado y en un rectángulo áureo.

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Ejemplo gráfico de la proporción áurea
en la naturaleza

El dibujo “Las proporciones de la figura humana” (1492) de


Leonardo da Vinci se basa en un sistema de proporciones que
elaboró Vitruvio en el año 27 d.C. Éste propuso unas relacio-
nes fundamentadas en las medidas del cuerpo humano para em-
plearlas en la creación de edificios, esculturas y pinturas. “Si a un
hombre lo colocamos sobre su espalda –escribió–con las manos
y los pies extendidos y un par de compases en su ombligo, los
dedos de las manos y los de los pies tocarán la circunferencia de
un círculo”. El hombre de Leonardo muestra las proporciones
áureas del cuerpo humano. Si la distancia de la punta del dedo a
la articulación del codo es la longitud de la línea, la muñeca re-
cae sobre una de las divisiones de la sección áurea.

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“En otros términos, son tres, aunque en realidad son dos más
‘a’. Este dos más a, en el punto de la a, se reduce, no a los otros
dos, sino a un Uno más a.
Ya saben, por lo demás, que he usado estas funciones para
tratar de representarles lo inadecuado de la relación del Uno al
Otro, y que di antes como soporte a esta a minúscula el núme-
ro irracional llamado número de oro.
En tanto que desde la a minúscula se toma a los otros dos
como Uno más a, funciona algo que puede desembocar en una
salida a toda prisa. Esta identificación, que se produce en una
articulación ternaria, se basa en que en ningún caso pueden
considerarse como soporte dos como tales. Entre dos, cuales-
quiera sean, hay siempre el Uno y el Otro, el Uno y la a mi-
núscula, y en ningún caso puede tomarse el Otro por un Uno.
En la medida en que en lo escrito está en juego algo brutal,
el tomar por unos todos los unos que se quiera, se revelan im-
pases que, de suyo, son para nosotros un acceso posible al ser, y
una posible reducción de la función de ese ser, en el amor.”(J.
Lacan, Aún).
Número de oro y objeto “a” comparten lo inconmensurable,
ese infinito número de decimales, esa irracionalidad que nunca
será entero.
Dice el diccionario: Inconmensurable: no conmensurable,
no sujeto a medida o valuación, cantidad que no tiene con otra
una medida común.
Ese objeto causa del deseo, hacedor de la búsqueda, conlle-
va en su seno la irracionalidad del deseo, la falta de mesura, el
delirio.
Ese objeto “a”, se ha dicho, “no es un objeto del mundo. No re-
presentable como tal, no puede ser identificado sino bajo la for-
ma de ‘esquirlas’ (éclats: esquirlas, fragmentos brillantes, brillos)
parciales del cuerpo, reducibles a cuatro: el objeto de la succión
(seno), el objeto de la excreción (heces), la voz y la mirada”.

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De allí que, en nuestras obras miradas bajo la óptica de la di-
vina proporción, el cruce de las secciones áureas lleve a caer en
significantes tales como: sexo (María Magdalena, de Donatello),
serpiente-saber (Retrato de SimonettaVespucci, de Piero de Cosi-
mo), sexo (Copia de la Leda de Leonardo, de Rafael), aliento-voz
(Mercurio volando, de Jean de Boulogne), círculos-bordes (Cír-
culos, de Kandinsky), mirada (Tres estudios para retrato de Isabel
Rawsthorne, de Bacon), vacío (L’anguille, de Miguel Barcelo) y
representante del falo (Composición, de Dučmelić Zdravko).
Reunidos por el hilván de aquello que se desliza, inasible, es-
tas partes desprendidas de la imagen del cuerpo tienen como
función soportar la “falta en ser”que define al sujeto del deseo.
Cayendo, entonces, en la castración, es decir, en la simboli-
zación de la ausencia de pene de la madre, nos detendremos en
la Copia de la Leda de Leonardo, de Rafael.
Parto coronado, corona-marca del vaciamiento que acompa-
ña al recién nacido. La madre cuida su coronilla. Allí, ella hizo
su molde y él se amoldó, haciendo lleno de vacío. Allí alucina-
ron la parte por el todo. Quedaron encantados en ese en-can-
ta-miento de necesidad, del niño, de la madre, del niño-pene,
de la madre mítica, completa. Marca de vacío que pretende,
simula, no serlo.
Pero el vacío pulsa, es imperioso... seis meses, estadio del espejo.
El cuerpo del niño crece, va adquiriendo su proporción en
relación con el todo. Proporción áurea en relación con el cuer-
po del A. Proporción que hace la conquista de ese movimiento
impotente, imposible por su inmadurez. La mirada de la ma-
dre hace su logro. La mirada que cae en el vacío.
La conquista de la imagen del cuerpo en forma progresiva,
que entraña tres tiempos:
Primer tiempo: no hay mirada propia. Sólo la mirada del A.
Ese reflejo que le devuelve el espejo es un ser real al que hay
que atrapar, acercarse.

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Segundo tiempo: el niño se da cuenta de que esa imagen no
es un ser real, sino que es una imagen. Distingue imagen de
realidad del otro.
Tercer tiempo: reúne los pedazos en el espejo y sabe que es
una imagen... y que es su imagen. Se reconoce. Imagen que lo
estructura en su identidad primordial. Esta identidad se realiza
por la vía de lo Imaginario. Se identifica con un ser ‘virtual’.
Sólo puede conocerse a través de lo virtual (desconocimiento
esencial). Eso ‘virtual’ que el otro que mira devuelve. Así que-
da el sujeto alienado en lo imaginario, eclipsado por la imagen.
“Aquí es donde yo afirmo que el interés del sujeto por su pro-
pia esquizia está ligado a lo que determina a saber, un objeto
privilegiado surgido de alguna separación primitiva, de algu-
na automutilación inducida por la aproximación misma de lo
real, en nuestra álgebra se llama objeto a” (Lacan).
Ese real Otro al que se intentará atrapar, en el abrazo impo-
sible tratando de ocupar el lugar del vaciamiento, la insistencia
de hacerse cuadro en el Otro, restaurando al Otro en su carne.
Áureo. Aurora. Amanece.
Punto áureo que tironea y sostiene.
Aha erlebnis, jubileo.
Por el hilo de la mirada, el cuerpo adquiere consistencia. Da-
mos cuenta con ello de ese decir de Lacan: “Empleamos el nú-
mero de oro para demostrar que sólo se resuelve en forma de
sublimación”.
Se resuelve ¿qué? Esa falta.
Ese intento de resolución, siempre fallido, sólo logra la crea-
ción de una nueva proporción...
Es decir:

a: objeto causa del deseo


ur: primordial
reo: condenado después de la sentencia

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Es con la persecución del a que, luego de la condena más
primordial, sólo resta hacer obra... obrar en la letra, obrar
creativamente.

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Nudo de propuestas,
des-anudo emblemático

“... un nudo se desanuda.”


J. Lacan

Sobrepeso a subvertir, tentación de identificación que a-masa


las singularidades, el trato es con una manera particular, es una
propuesta de anudamiento.
Mirar en los últimos años del seminario de Lacan, intentan-
do superar el obstáculo de contar, aún hoy, sólo con retazos de
su enseñanza.
Freud ya había dicho, en una confidencia a Groot, que el
análisis corrompe el carácter de los analistas.
Se refirió al poder que pretendían centralizar en la API selec-
cionando candidatos que, en primer lugar, debían cumplir con
el requisito de ser médicos. Cuestión ésta, aclarada por Freud,
respecto de que, dadas las características de la búsqueda pro-
puesta por el psicoanálisis, comprometido con la verdad del
ser, su objeto de estudio era más accesible a los artistas que a
los médicos.

La gramática hace obstáculo, el inconsciente


sabe de lógica pero no de gramática.

Lacan intentó el reto imposible: enseñar lo que enseña el in-


consciente. Al final de su vida tuvo la impresión de haber fra-
casado. Freud concibiósu obra como susceptible de todos los

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desarrollos y de todas las modificaciones, sin considerar que el
riesgo de toda institución, al enarbolar una causa, es quedar
cristalizada, momificada. Paradojalmente, esta vía permite su
consolidación.
En los primeros tiempos, Lacan se sirvióde los matemas para
hablar metafóricamente el idioma del inconsciente. Más tarde,
ante lo imposible del psicoanálisis, se convirtieron en rótulos
vacíos, sólo imperativos de aquel que busca relleno de huecos...
in-cómoda importancia de abuso de uso.
Sabemos que, cuando la formación de los analistas se enrola
en tiempos de discurso con ajenjo universitario, se aparta de lo
específico de una trayectoria analítica.
Es en la transmisión donde un sujeto se anuda... “a nadie”,
armando de este modo la escena para las diferencias.
En una escuela no basta tener diferencias, se trata de tener
una posición, posición a ser interrogada.
Lacan dice que no hay salida individual, se necesitan anuda-
mientos, instituciones.
El dos es lo que cae conjuntamente del tres. Lacan dice de
anudar libertad y locura, esto no significa que la libertad es la
locura, es sólo creación, belleza, vacío haciendo con tres, dos.
Un nudo, dice Lacan en el Seminario 21,“un nudo es esto, en
otras palabras, un nudo se desanuda”.
Leyendo a Lacan como Lacan leyó a Freud, decimos que para
que haya anudamientos, esto es instituciones, debe haber eso
que ya no hay: “iniciación”.
Sólo a modo de apertura y para dar cuenta de los elementos
comunes a toda iniciación, rescato el ejemplo de la iniciación
mawri (Taita, Kenia): la iniciación de una niña taita en la
tribu incluye un rito secreto –toda iniciación incluye un rito
secreto– durante la noche, la niña espera ser comida viva por
un animal delante de los mayores. Ella ha sido guiada para
creer que sus restos serán reunidos al amanecer, la tarea de

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reunir los pedazos la realizan cuervos sagrados, que bajan de
las colinas Taita.
Durante la mañana se les muestra a los que no han sido ini-
ciados los restos de la niña, los que simplemente son huesos
que los mayores han arrojado durante la noche luego del ban-
quete. De esta forma se mantiene vivo el misterio de la cere-
monia a través de las generaciones, misterio vivo y oculto para
todos... excepto para los elegidos.
El “animal” es producción de sentido, se arma con la pre-ten-
sión de algo real. Mientras se cantan canciones-palabras secre-
tas, un anciano, vestido en pieles y encadenado a un hombre,
gatea por el piso y se acerca a la niña que a-guarda (guarda de
ese modo su objeto causa de deseo) aterrorizada. Toda la cere-
monia es acompañada por un instrumento que suena como el
animal hambriento relamiéndose con la carne de la iniciada.
Dicho instrumento es tocado por otro anciano escondido, de-
trás de una manta, en la penumbra de la choza.
El anciano refriega sus dedos hacia arriba y hacia abajo sobre
un palo, acostado sobre una tina que tiene una piel que la cu-
bre, ajustándose a modo de tambor. Las vibraciones que resul-
tan de allí producen un tono siniestro.
Este rito mawri, prácticamente, ya ha desaparecido.

El cuerpo no escribe prosa, desconoce


la cópula que se refugia en el lenguaje.

Freud, dice Lacan, era incauto (dupé) de lo real... se trata de


ser un buen incauto (dupé). El buen incauto no yerra, es nece-
sario que en alguna parte haya un real del que él sea incauto.
Incautos incautados en el vacío, en eso que no es otra cosa que
“el decir”. Lacan aclara que se trata del decir y no de la palabra,
decir que es del orden del acontecimiento, pero no de un mo-

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mento de conocer sino de ese algo que estáen el efecto –coup–
de teoría.
Freud ya dijo que el poeta se adelanta al psicoanalista en su
decir, que monta escenas, atraviesa palabras, se desgarra, juega
con su cuerpo el acto.
Lacan, más flexible que sus discípulos, manifestó: “Todos sa-
ben que soy alegre, hasta infantil según dicen, me divierto”.
Chomsky le propuso un modelo de lingüística conforme al
espíritu de las ecuaciones de Newton. Lacan le respondió: “Yo
soy poeta”.
Ser poeta... espiral áurea, ese lugar perplejo desde donde la
palabra labra su des-atino... palabra que cautiva ese espacio a
habitar para dejar de ser ese punto pretencioso de volumen.
El uso que Lacan da a sus fórmulas es un ardid poético. Los
que se llamaron “sus discípulos” transformaron esas fórmulas
en algo que debía ser tomado al pie de la letra. Lacan llegó a
bromear con esto. Su intención, evitar malentendidos. Se tra-
taba de un momento en que, en la escuela, las construcciones
lógicas prevalecían.
Psicoanálisis, imposible tarea, al decir de Freud.
Lacan aclara: “Soy psicótico, ya dije que para mí las construc-
ciones psicóticas son ilógicas”.
Será otra cáscara de banana de Lacan, será esa lógica heide-
ggeriana llevada a su consecuencia más sencilla... ser psicótico
para hacer epojé de caída en ese obstáculo aristotélico de la ra-
zón deteniendo todo camino humano transitable.
Lacan se inscribió en la tradición freudiana, decía que, como
Freud, él tampoco era defensor de las discusiones con oposi-
tores, se trataba de la incursión en la comprensión del relato
que dice que el oso polar y la ballena no tienen chance de en-
contrarse ni para el amor ni para el odio. Todo ello sin dejar de
ejercer una posición crítica.

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Fórmula de difícil degustación

El psicoanálisis nos enseña que por boca del sujeto habla el otro.
Lacan realizó críticas dirigidas a otras escuelas, otras co-
rrientes, reflexionó conceptos, encrucijadas que, aún hoy, nos
habitan.
Nuestra tarea es definir cómo entendemos nuestra relación
con esta práctica.
Lacan se reconoce freudiano y Freud no era lacaniano, arti-
culación teórica como fórmula de difícil degustación.
La salida de esta encrucijada es descifrar la lógica de la prác-
tica en la que nos implicamos, ampliar el abanico de nuestro
accionar. Operadores a distancia en ese accionar, como dice
Nietzsche de las mujeres, nosotros... artistas entronizados en
el lenguaje que hace grieta de solvencia, “psicoanalistas autori-
zados de sí” que no se desdicen de lo no avalado o consagrado
desde los argumentos teóricos de moda. Argumentos-propues-
ta de chamanes que definen los temas a considerar, sostenidos
por el “plus une” del cartel... cartel a la carta de cada momento
histórico de la práctica, pre-tensión del amo de turno, masca-
rada bajo la toga de producción.
A-rriesgo dogmatismo de teoría.
Si se trata de ganar función, el analista define su campo, gana
en libertad. Puede, como Freud, atender a Catalina en las esca-
linatas. Si no define su función, en su práctica, corre el riesgo
de sustituir ausencia de saber por ritualización empresaria.
Alguien dijo que la historia del psicoanálisis es la historia de
la ritualización del encuadre.
Hace muchos años comencé mi práctica diciendo: “La tarea
analítica se sostiene con un encuadre elástico, encuadre inter-
no, fundamentado en el análisis personal del analista, ese que
le permite recorrer los avatares de su práctica sin transgredir la
regla fundamental, autorizándose de sí”.

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Mi aceptación de la diversidad en la práctica excluye una po-
sición ecléctica.
Nuestro campo concierne a nuestra práctica, a eso que llama-
mos el acto y el sujeto del acto. Sujeto sujetado al horror del
acto, sujetado al amor-amo. Sujeto que se hila entre los hilos
del deseo, sujeto al vértigo, ese ni interno ni externo.
Lacan dijo que hay un estatuto del goce, que es la insatisfac-
ción, goce insatisfecho.
Lacan retoma desde donde deja Freud en El malestar en la
cultura... algo está podrido en Dinamarca y no por la frustra-
ción, que sería irremediable.
Un acto analítico implica un después... después del acto
hay un comienzo... un comienzo que no olvida el origen, lo
subvierte.

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A-Porte de la letra

Cometan ustedes conmigo


el crimen que yo cometí con Freud.

De Freud a Lacan... letras perdidas en su dit-mansión, en su


tiempo real.
Palabras que ya fueron dicha-s, palabras que construyeron
lo posible de un dis-curso psicoanalítico, ese fuera del curso
psicoanalítico.
Curso que, al cursar –cruz(s)ar–, al hacer cruz por anuda-
miento, nos encontramos con esa palabra hablada de los maes-
tros, esa que, al v/bi-es no tiene espesor ni superficie, esa pala-
bra hilando, reclamando soporte de palabra escrita en el borde
sentenciado, mal-dito, mal dicho por los pronombres persona-
les del exilio del ser.
Tentando a los demonios, in-tentando escudriñar allí, donde
Lacan nos coloca también a nosotros su “croute de banana ten-
due sur les pieds”, nos hallamos con una posibilidad de silogis-
mo planteado de la siguiente manera –silogismo a pelear con
sus reglas desde la lógica aristotélica o a sostener desde la lógica
hegeliana–:

(f ) Freud no es (L) lacaniano


(l) Lacan es (F) freudiano
Sean ustedes (p) lacanianos

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A modo de inicio, podemos afirmar que ser lacaniano no
significa, entonces, ser discípulo, lector de Jacques Lacan.
Freud no es lacaniano, nos dice Lacan, a diferencia de otros,
esos otros tampoco han leído a Lacan... Tolstoi, por ejemplo.
Parece tratarse de un modo de lectura que no hace sutura
de emociones de encuentro, que es lectura al pie del oscuro
desvío del des-atino del ser. Modo que, desde Lacan, hace
inscripción de un decir que nomina lo psicoanalítico, decir
de Freud el genio (así lo llama Lacan), decir que el esteta res-
cata del tacho de basura de los mal-entendidos, de los lectores
de Freud.
“Sean ustedes lacanianos, yo soy freudiano” enlaza nues-
tras avezadas gargantas al despropósito de ser freudianos or-
todoxos en los giros de la lectura de su lectura, la de Lacan...
ese que retorna a Freud para corregir des-víos, des-velos...
esos fuera de los velos... esa veladura en la mirada del ge-ni-o.
Cuál es el imperativo lacaniano. Imperativo que, por sus
desfiladeros, hace imperio de imperativo.
Desfiladero que hace des-tino, a la deriva.
Lacan dice: “... para ello el psicoanálisis tiene que fracasar.
Tenemos que reconocer que va por buen camino, y que por
ende tiene buenas probabilidades de seguir siendo un sínto-
ma. De crecer y multiplicarse. Psicoanalistas no muertos es-
peren el próximo correo, pero de todos modos desconfíen.
Acaso sea mi mensaje en forma invertida, también me puedo
estar precipitando. Es la función de la prisa que destaqué para
ustedes”.
Lacan es-finge... el psicoanálisis nos enseña que sólo se pue-
de fingir diciendo la verdad. Lacan, aforismo que ordena
gozar...
Su anudamiento es su cáscara, su juego, con nosotros, para
hacer claridad desde el exilio de lo no hollado.

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Connotaciones ético-teoréticas propuestas
entre los surcos de su decir

F: conjunto de todos los freudianos.


Un sujeto p pertenece a F si y solo si:
p es un sujeto pensante que ha comprendido y develado la
genuina significación, relativa a la profundidad de la vida aní-
mica, contenida en la escritura del autor Sigmund Freud, aun-
que no totalmente percibida por el sujeto f, biográficamente
llamado Sigmund Freud.
p no ha leído la obra del autor Jacques Lacan.

COROLARIO 1: F es un conjunto que sólo puede contener


un sólo elemento l: el sujeto biográfico llamado Jacques Lacan.
L: conjunto de todos los lacanianos.
Un sujeto q es lacaniano si y solo si:
es un sujeto pensante que, conociendo o no el pensamiento
del autor Lacan, está en condiciones de practicar, aunque en
un modo necesariamente parcial, un cierto modo de lectura de
la experiencia anímica profunda, lectura cuyos fundamentos
ha explicitado el autor Lacan en su elaboración ético-teorética
de la escritura del autor S. Freud.

COROLARIO 2: el sujeto f (llamado Sigmund Freud) no


pertenece (y, lógicamente, no podría pertenecer) al conjunto
de los lacanianos.

COROLARIO (deontológico) 3: la honestidad intelectual


exige replantear los caminos de investigación, intentando la
empresa de leer a Lacan como éste leyó a Freud. “Sean ustedes
lacanianos” debe leerse como: “cometan ustedes conmigo el
crimen que yo cometí con Freud”.

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Juego de anudamientos
o con-junción de imperios

Los tres de Lacan... esos tres que coloca como cáscara de ba-
nana a los pies de Freud, ese S.I.R. (señor por excelencia)... sus
tres, esos que, anudados en un buen anudamiento, producen
un saint homme para des-variar los cumplidos del síntoma.
Lacan es freudiano. Conviene aclarar que esto no significa
que Lacan no sea lacaniano, dado que decir que Lacan es la-
caniano es tautológico, por la vía de Freud, dado que al ser él
freudiano, ser lacaniano es sólo una versión de ser freudiano...
Pero ¿de qué versión se trata?
¿Cuál es el trato?... ¿d(i)os (dios con minúscula) o el di-ablo?
Trato de desvío, con conceptos anexados, para anexar, añe-
jando el vino trágico de la con-fusión... con-fusión, sin pro-
ducción ni unión para la recolección de frutos.
Conceptos-guía para seguir el curso, para trastabillar en la
ciénaga del parloteo: aprèscoup (ese golpe para el golpe, en ese
después... después del acto).
Cartel (anudamiento de fosforescencias en el claustro de lo
que no es sino a medias, mediando).
(Más uno que no suma, que, por el imperativo, es para el
menos).
Respecto del plus-un, Lacan afirma:
Es una función que forma parte de la estructura del cartel:
“... indiqué no la ausencia sino la presencia.”
“Funciona en todo grupo...” y “Puede abrir la dimensión de
lo bello.”
“La infinitud latente, eso es... justamente el plus-un...”
Sibony, en un diálogo con Lacan, responde: “Eso... eso es
lo que quiero articular... el plus-un, este plus, una unidad de
saber hace un agujero, un vacío y remite con él a un en más

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a título de en menos. Una ausencia trabajando cada uno...”.
(…) “Tal vez es una huella de la muerte... tal vez un pedazo de
la madre resiste. La cosa madre... Es importante que este más
aparezca irisado de femineidad”.
Lacan continúa: “Plus-un es interpretable en función de mi
enseñanza”. Una enseñanza.
La función plus-un o, lo que es lo mismo, la “infinitud laten-
te”, se diferencia de la función sujeto:
“El sujeto... es siempre un uno en más.
El x + 1 no es la función sujeto. El uno en más puede estar
relacionado con la infinitud. El más uno del Cartel es equiva-
lente –si cumple la función– al límite de la finitud; porque No
hay Otro del Otro, el plus-un no podría representarlo”.

Decía Lacan que sus fórmulas eran sólo un juego.


Decía Lacan que era psicótico y que no había lógica allí.
Decía Lacan que era poeta.

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Psicoanálisis,
des-varío o des-a-tino

“... es a las perlas a las que les arrojan puercos.”


Jacques Lacan

La salud mental es una creación inhumana.


El sujeto se construye en análisis, la vida es una creación de
sentido no con-sentido para la convención.
El “sujeto”, sujetado a la ley del Otro (A), se des-sujeta, habi-
ta su des-ser... ser luego del pre-ámbulo... período ambulatorio
por lo social.
El des-sujeto es la creación de un sentido que no se sabe, para
un sujeto que es sólo allí donde no es. Se trata de un cuerpo
jugado al encuentro de amor fuera del con-sumo... aquello que
no suma, aquello que hace serie en el texto sagrado del Edipo.
Trabajo con lo imposible del verbo encarnado... carne de un
trabajo... tripalium que, en su triangularidad, en su especial vi-
sión, corroe lo inadmisible de la búsqueda.
Quien no busca, encuentra... encuentra vacíos –v/bacantes
cuerpos que, en su desnudez, son bacanales de provocación... eso
que, en el borde, tortura al sujeto encantado por los asteriscos de
la pasión “arrolladora” y el poder del amo... como instrumentos
de tortura en el cadalso que contiene el cifraje de una vida.
El psicoanálisis propone vivir en la incómoda ruptura de
nombres, en el des-cifrado, en un des-anudo emblemático, ha-
bitando el agujero del ser para la subversión, con el sin-sentido
no con-sentido.

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El psicoanálisis no cumple una función socializadora, desnu-
da al sujeto de sus ropajes, lo hace trastabillar, es una “cáscara
de banana” bajo los pies de la humanidad.
La vida es algo que, en este nuevo milenio, está en oferta, que
se expone como fetiche de moda en grandes supermercados,
que se consume como un producto más.

El psicoanálisis es tarea de impiadosos y ateos

El psicoanálisis es una tarea imposible, in-soportable. No hay


saber que soporte aquello que no sabe, aquello que interroga al
psicoanalista: la sexualidad y la muerte. El dis-curso psicoana-
lítico, ese fuera del curso, es saber que reclama la voz del deseo
para un decir que cae por la boca del “A”. El psicoanálisis es
tarea de impiadosos y ateos. Es como un correo de amor... pa-
labras que tocan el cuerpo de la ciencia para inscribir, allí, una
verdad no-toda.
Creando psicoanalistas no-muertos para una tarea forzada...
que fuerce las puertas del dolor para oír el grito de esos cuerpos
que gimen, reclamando un ataúd para un mejor sueño eterno...
prematurez que rellena los estómagos flacos de la patología.
Lacan dice: “Eso se opeora, suspira o suspeora y eso nada
tiene que ver con yo o tú; yo no te opeoro, tú no me opeoras.
Nuestra vía, la del discurso psicoanalítico, sólo progresa por
ese límite angosto, ese filo de cuchillo, que es lo que hace que
allende eso no pueda sino suspeorarse”.
“El goce del otro es lo que no sirve para nada.”
“Ciertas intervenciones suelen ser muy oportunas. Y las que
insisten no son para desoír. Así, ciertos textos de Lacan lo
advierten.
Mutilados por la neurosis, aún, ciertos dichos de analistas
han necesitado, a lo largo de la breve historia psicoanalítica, su

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escansión. Tal el cierre de la mansión de enseñanza de dicho
maestro.
Con su proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psi-
coanalista de la Escuela, él lo deja claro... ‘a otros’. Estos ‘otros’
que, por no poder situarse en las minúsculas, no pasan de ser
representación de resistencia. Resistencia enunciada en la dife-
rencia entre ‘la situación verdadera, la formación válida’ y ‘la
situación real, la formación dada’.
Considerando ya, sin esconder ases en la manga, la relación
entre ‘verdadero’ y ‘falso’ y entre ‘real’ y ‘realidad’, quedamos
arrojados a reunir lo ‘verdadero’ con lo ‘real’ y lo ‘falso’ con la
‘realidad’. De lo que, por supuesto, concluimos que esos ‘otros’
desconocen... ‘la calidad’... (‘Pues si hemos podido definir iró-
nicamente el psicoanálisis como el tratamiento que se espera de
un psicoanalista, es sin embargo ciertamente el primero el que
decide la calidad del segundo’).
Porque esos ‘otros’no hallan el poder descifrar la ‘Psicopato-
logía de la vida cotidiana’. (‘Es verdad que pocos psicoanalistas
leen esta obra, lo cual no tenemos ya por qué ocultar después
de que uno de los más dignos nos confesó como una simple
laguna no haber abierto nunca la Psicopatología de la vida coti-
diana’). Es decir, en su doble lectura, lo cotidiano de su vida...
lo cotidiano de las figuras del habla o de la escritura...
Porque es la relación del análisis con el significante... la única
relación, en todo caso, ‘válida’. (‘Aun así podría imponérseles
un rudimento que los formase en la problemática del lengua-
je, lo suficiente para permitirles distinguir el simbolismo de la
analogía natural con la que lo confunden habitualmente’).
Para finalizar lo que no es otra cosa que comienzo: ‘...el orden
simbólico no es abordable sino por su propio aparato. ¿Hare-
mos álgebra sin saber escribir?’” (M. Ripari).
Andar entre-nada para andar entre nadas es el arte de aquella
nada que emprende la seria tarea de un psicoanálisis.

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Amenizar la mediocre palabra... la palabra-medio de no dife-
renciación, de con-fusión, de fusión con otro... para bucear en
un porvenir no-existente, crearlo, subvirtiendo el pasado des-
conocido e inexistente.
¿De qué manera la palabra de Lacan afecta a los que intentamos
el arte del bien decir, cuando estamos en función de analistas?
¿Cuándo la palabra quebrada, vacilante, que halla goce, la
palabra interrumpida prematuramente por la muerte, nos hace
decir o huir? Falta de saber que lleva a buscarlo, a hacer apare-
cer a ese sujeto deseante que abandonó la escena del crimen...
pero que, como todo criminal, siempre retorna. Allí, nada se
puede decir, nada se puede callar.
A veces, sólo se trata de la reminiscencia puesta en el lugar del
proyecto... salvavidas del deseo que no salva vida alguna.
El sujeto del inconsciente está preñado de producciones
colectivas, preso en las estructuras de la lengua... lengua que
se calla... rostros de lengua cercados por restos de tiempo en
suspenso.
Lo imposible de olvidar es lo imposible de recordar. Impo-
sible de recordar porque es imposible de poner en escena, de
representar... representación-cosa.
Romper las representaciones, con el sentido de la enuncia-
ción, hace escucha de ritmos desiertos... presencias sordas que
no entran en escena.
El analista recibe una carta de amor en cada sesión, carta
dada en mano al pedir la mano, carta dada en mano del analis-
ta que, con la otra mano, rodea sin rodeos.
Lacan subvierte el modelo de analista propuesto por la
IPA sin proponer un modelo diferente, si por modelo enten-
demos modo de sometimiento de discípulo y paciente a un
otro-saber-todo-poderoso.
Se pueden rechazar las enseñanzas de Freud y Lacan, pero es
difícil dar un paso más allá.

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Lacan es provocación. Su lectura de Freud es escandalosa
para los amantes de pautas y pre-juicios.
Dicen sus detractores que, entre otras cosas, transformó el
tiempo del capital, expulsó a los elegidos del paraíso contrac-
tual del encuadre vía un tiempo de la transferencia.
Él la define como “la intromisión del tiempo del saber”... in-
tromisión no garantizada por pre-concepto alguno.
Lacan desvía la mirada que, descansando en la del amo, crea
des-varios y dice: “Podrían ustedes creer que están buscando el
pasado del enfermo en el tacho de la basura, mientras que al
contrario, es porque el enfermo tiene un porvenir que ustedes
pueden seguir en sentido regresivo”.
Deja en tinieblas el resplandeciente hábitat, las hasta enton-
ces prefijadas y rigurosamente estudiadas relaciones entre el
significante y el amo-analista.

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En la vida sólo
hay tiempo para salvar
la poesía

Nuestra Escuela, en esta institución, es la escucha de la pala-


bra de Freud y Lacan.
El psicoanálisis observa que el sujeto está determinado, o de
éter minado, por la palabra, esa que lo hace sujeto...
Se establecen dos sujetos: el sujeto sometido a la palabra y el
sujeto con-sagrado silencio, confrontado a su goce.
Nuestra ética, la ética del psicoanálisis, es reb/velar a la cien-
cia... A esa ciencia que, Lacan dice, hizo callar a los plane-
tas... esos soberanos habladores, esos que ya no nos hablan,
aun a costa de aquello que hablaban a los hombres de todos
los tiempos.
Se trató de la ética de la ciencia, su tarea fue silenciar a los
astros.
La ética del psicoanálisis es la treta de hacer callar, con sus pa-
labras, a la palabra afiebrada, a esa que retrocede frente al goce.
Se trata de la ética del silencio.
La materialidad sonora de la voz, sabemos, tiene relación, in-
cautada relación, con el sexo y el goce del cuerpo.
Mi tarea, a partir de aquí, es partir las palabras... para atomi-
zar... átomo alrededor del cual gravitan los electrones, átomo
cargado de esa energía potencial-significación, materia viva,
que entronca con la materia viva del lenguaje...
Entre sonido emitido y sentido posible, el discurso-metáfora,
la inscripción de corte en acto... desajuste, poesía.

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“Yo soy poeta”, decía Lacan. Desde el lugar de la invariable y
escurridiza palabra literaria se inscribe el discurso psicoanalítico.
Muchos lectores van a abandonar, en este instante, lo que,
consienten, se trata de un delirio más... “Se escribe poco”, dijo
alguien en unas jornadas... colega lúcido que no intentóbrillar
con luz ajena. Se escribe poco, se publica mucho... ajenidad no
sin consecuencias.
Sólo como gesto inevitable de presentación, digo de voces
desparramadas en veinte años de seminario ininterrumpido.
Autorizada para dar cuenta de mi tarea con humanos... hu-
manidad sometida al lenguaje y a la lengua... lenguaraz lejana
costumbre que nos con-voca, que nos intriga para lanzarnos a
un pavoneo exquisito... tal es la experiencia psicoanalítica y la
experiencia de la escritura.
Almas en cuerpos dibujados por las palabras de ese genio in-
terior, ese bufón sagrado.
En Estados Unidos se ha estudiado un personaje mítico lla-
mado Trickster, que se puede traducir como burlón, tramposo
o payaso, de acuerdo con las tribus.
Se trata de un bromista que deroga todas las reglas y hace
de las costumbres un uso perimido. Se lo llama, a nivel ritual,
“Bufón Sagrado”... viola el tabú y la ley.
La sociedad no puede desasirse de sus normas, esas que le han
otorgado crédito y mérito a su funcionamiento. No se puede,
desde lo social, violar las leyes y el tabú, salvo con la mediación
del Bufón Sagrado, que sabe pagar el precio de un acto. Los
simples mortales parece ser que, configurando una mezquin-
dad inocua, ignorando la transgresión más pagana, aquella que
realiza el acto de estar vivo a causa de lo muerto, desconocen
la virtud del acto.

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Radiación de sílabas o discurso
del analizante

La frase que da título a este apartado,“en la vida sólo hay


tiempo para salvar la poesía”, la escribí, hace algunos años, en
virtud de esa radiación de sílabas que el discurso del analizan-
te, ese recorte de sangre amontonada y re-acomodada en el es-
pacio del diván, disparaba sobre mi boca abierta de aforismos
y grietas.
En la neurosis, el sentido en la palabra, cabalgando desde la
piel del fonema, pegado a él, se siente embarazado.
Es costoso, cuesta el horror del acto, desnudarse. Si algo ocu-
rre de ese orden, el agotamiento del sentido es tal que el sujeto
se pierde en su ser deseante.
En la psicosis, este sentido no sólo está pegado a la corteza
sonora, sino que suma su voracidad a la estructura del elemen-
to fonemático, volviéndose éste inepto para ser transmitido.
Valéry dijo: “Esa larga duda entre el sonido y el sentido”.
En la palabra escrita, el sonido desarticula el sentido común
ordinario... autor-i-dad revuelta, vector donde gana la vida su
trenza aguda de pesadillas, deseo sin límites.
Salvar la poesía es salvar la palabra, salvar al Bufón Sagrado
que habilita lo extra-ordinario de un suceso para no ahuyentar-
lo, para desencantar las coordenadas y gritar. Grito que ocupa
el lugar que, al dejar vacío, grita el cuerpo.

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A vuelo de pájaro

Una biografía es un lugar vacío, no una sucesión. Sólo el tes-


timonio de la-sobras... el silencio de las obras provoca el decir.
Hay otros silencios, esos que no dicen, esos que taponan has-
ta enmudecer.
La función de la palabra del escritor, como la del psicoanalis-
ta, es generar movimientos subversivos, hacer hablar a la muer-
te. Es como gestar a dios para atreverse a la vida. Un dios con
minúscula, palabra que late cuando se realiza su acoplamiento
con el cuerpo.
Lacan escribe su-sobras , zozobra en el por-venir, lo hace con
los dedos del montaje de sus venas. Es su propia sangre la que
dibuja los trazos de una escritura agujereada de vacío ordena-
dor. No tiene nada que perder, está todo perdido, juega.
Despojarse de todo para no pagar el alto precio de la depen-
dencia de Otro. Cuerpo amalgamado para una soledad anun-
ciada en cada letra... letra a la letra de lo que no suma.

“No escribo para los idiotas.”


J. Lacan

El doctor Jacques Marie Emile Lacan nació en París a las


14:30 horas del 13 de abril de 1901 y murió, en la misma ciu-
dad, a las 23:45 del 9 de septiembre de 1981.
Su pensamiento hace trazo en Francia desde 1937. Ese trazo-
marca proclama, en 1951, enfrentando a muchos colegas, un
“retorno a Freud”.
Desde 1942 vivió en el VII arrondissement, en un departa-
mento (en el número 5 de la rue de Lille) que fue declarado

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monumento histórico (como la casa de Sigmund Freud en Vie-
na). En esa morada, su morada, analistas-colegas, pacientes y
figuras representativas de la cultura se cruzaron en pasillos y
escaleras.
El 18 de noviembre de 1953 comenzó sus “Seminarios” con
las siguientes palabras: “El maestro interrumpe el silencio con
cualquier cosa, un sarcasmo, una patada”. Sentenció: “No es-
cribo para los idiotas...”.
El seminario se mantuvo activo durante veinticinco años
(1953-1979), este acontecimiento recorrió edificios célebres,
tales como el hospital de Sainte Anne, la Ecole Normale Supe-
rieure, la Facultad de Droit frente al Pantheon.
Lacan continúa la frase: “Así procede, en la técnica zen, el
maestro budista en la búsqueda del sentido. A los alumnos les
toca buscar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no
enseña... da la respuesta cuando los alumnos están a punto de
encontrarla”.
En el Seminario del 25 de mayo de 1955, Lacan comienza
analizando una pregunta dejada sin contestar en el que lo pre-
cedió: “¿Por qué no hablan los planetas?”.
Nadie responde. Entonces dice que, habiendo muchas cosas
para decir, “... lo curioso no es que ustedes no digan ninguna,
sino que no muestren darse cuenta que las hay a montones. Si
sólo osaran pensarlo”.
Agrega: “... Los planetas no hablan: primero porque no tie-
nen nada que decir; segundo porque no tienen tiempo; ter-
cero porque se los ha hecho callar. Las tres cosas son ciertas,
y podrían permitirnos desarrollar importantes relaciones res-
pecto a lo que llaman un planeta... Le hice la pregunta a un
eminente filósofo, uno de los que vinieron este año a darnos
una conferencia. El se ha ocupado mucho de la historia de las
ciencias y fórmulas sobre el newtonismo (que no puede dejar
de ser evocado a propósito de planetas) con las reflexiones más

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pertinentes y profundas que pueda haber. Cuando nos dirigi-
mos a personas que parecen especialistas, siempre nos decep-
cionamos, pero verán que yo no me decepcioné en realidad. La
pregunta no pareció presentarle demasiadas dificultades. Me
contestó ‘Porque no tienen boca’. Lo que no parece una razón
completamente satisfactoria... me sentí un poco decepcionado.
Y como siempre, estaba equivocado; cuando uno se decepcio-
na, es que uno está siempre equivocado. Jamás hay que sentirse
decepcionado por las respuestas que uno recibe, porque lo que
tienen de maravilloso es que son una respuesta, es decir, justa-
mente, algo que uno no esperaba.
Este punto es igualmente importante, siempre en relación
con la cuestión del otro. Porque tenemos demasiada tendencia
a dejarnos hipnotizar por el llamado sistema de lunas.
... la respuesta que me dio tan rápidamente no me decep-
cionó... la respuesta que me dio es sumamente esclarecedora,
siempre y cuando se la sepa oír. Y yo había olvidado comple-
tamente que estaba en particularmente buenas condiciones
para oírla justamente porque soy psiquiatra: ‘porque no tie-
nen boca’...”.
Lacan toma un atajo en su análisis del silencio de los planetas
para establecer las diferencias entre ellos y las estrellas. Osciló
entre los planetas y las estrellas. El estar siempre en el mismo
lugar nos lo mostraron primero las estrellas. El movimiento
perfectamente regular del día sideral es lo que por vez primera
permitió a los hombres experimentar la estabilidad del cam-
biante mundo que los rodea.
Lacan avanza: “Sin embargo, sería un error creer que son tan
mudos. Lo son tan poco que durante mucho tiempo se los con-
fundiócon los símbolos naturales. Nosotros los hemos hecho ha-
blar, y sería un gran error no preguntarnos cómo es esto posible.
Durante muchísimo tiempo y hasta una época bien avanzada,
les quedó el residuo de una suerte de existencia subjetiva”.

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Lacan no se refiere a las imágenes, donde el sol, la luna... han
sido representados con atributos humanos. Lacan parece re-
ferirse al Almagesto, la enciclopedia astronómica que compiló
Ptolomeo. Se trata de ilustraciones que aparecen en la edición
nueva de G. Ricciolo, ilustraciones de cielos que dejan clara su
imposibilidad de hacer silencio.
Hace referencia a Johannes Kepler, quien enunció las leyes
del movimiento de los planetas. Kepler dijo que, al moverse en
sus órbitas, los planetas ejecutaban una suerte de música celes-
tial, una armonía de esferas. Cada planeta emitiría una o más
notas musicales, acorde o acordes de las variaciones de veloci-
dad de su órbita.
Podemos tomar como ejemplo no alejado de nuestra práctica a
Venus. La órbita de este planeta tiene la menor excentricidad; por
tanto, el planeta del amor emitiría siempre la misma nota. Así, Ke-
pler transcribió la melodía resultante y agregó: “La sabiduría del
Creador no tiene fin y Su gloria y Su poder no tienen límites. Vo-
sotros, los Cielos, glorificáis una Oración para él. El Sol, la Luna y
los planetas glorifican a Dios en su inexplicable lenguaje”.
Lacan responde: “Finalmente llegó Newton. Ya hacía tiempo
que esto venía preparándose: no hay mejor ejemplo en la his-
toria de las ciencias para mostrar hasta qué punto el discurso
humano es universal. Newton acabó por dar la fórmula defi-
nitiva alrededor de la cual todo el mundo ardía desde hacía un
siglo. Hacerlos callar Newton lo consiguió definitivamente. El
silencio eterno de los espacios infinitos, que causaba espanto a
Pascal, es algo adquirido después de Newton: las estrellas no
hablan, los planetas son mudos porque se los ha hecho callar,
única verdadera razón”.
Habla de Heisenberg y Einstein y concluye con esta frase,
refiriéndose al Todopoderoso: “Por otra parte, esto es lo único
que permite, porque ahí se trata del Todopoderoso... de reducir
al Todopoderoso al silencio”.

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El silencio de los espacios infinitos asusta, aun antes de la
ruptura, que es la del siglo XVII.
El psicoanálisis nos ha enseñado que ese espacio ya no está-
tan silencioso; se trata de un espacio poblado de letras.
Lacan era médico, especializado en psiquiatría. El filóso-
fo alemán Martin Heidegger escribió al psiquiatra Medard-
Boss cuando Lacan le envió su obra Ecrits: “Le envío adjunta
una carta de Lacan. Me parece que el psiquiatra necesita un
psiquiatra”.
Lacan se interesó en muchas disciplinas, entre otras, en la física.

“El orificio de la mujer


es mi obra maestra del terror.”

Un episodio se le impone, modo agudo de hacer marca en el


orillo de su teoría.
En 1955, junto a su mujer, la actriz Sylvia Bataille –hija de
Georges Bataille–, compró L’origine du Monde, el controverti-
do cuadro que Gustave Courbet había pintado en 1886. Dada
su particular visión de la dialéctica de la mirada y el deseo, de-
cide construir, sobre el cuadro mencionado, una persiana pro-
tectora de madera, a la que agregará una cerradura. La persiana
será sostén de un grabado que esbozará el cuadro. Para esta ta-
rea pide ayuda a su cuñado, AndréMasson.
Desde 1995, dicho cuadro se encuentra expuesto en el Mu-
seo de Orsay, producto del arreglo sucesorio entre la familia
Lacan y el Estado francés.
El silencio de los espacios infinitos asusta... agujero, orificio
del mundo, su origen, esa “obra maestra del terror”, dice San
Agustín.
Otro dato que agrega néctar al idilio con el vacío es el de Héc-
tor Vucetich. Éste incluía, entre las transparencias de sus semi-

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narios de los noventa sobre el Big Bang, la reproducción del
cuadro de Courbet adquirido por Lacan, L’origine du Monde.
Planeta, del latín planµeta, significa “astro errante”.
Sistema de lunas, en astronomía, es el sistema de satélites de
un planeta como el que Galileo vio, observando a Júpiter con
su telescopio, el 7 de enero de 1610. Pensó en tres estrellas fijas
y el 15 de enero comprendió: se trataba de cuatro satélites que
orbitaban alrededor de Júpiter.
Cuando Lacan habla de lunas, se refiere, sin duda, a la obra
de Adolf Hitler, o de quien la escribiera por encargo, Mein
Kampf. En ella se hablaba de las relaciones entre los hombres
como si se tratara de relaciones entre lunas. Se ha mantenido la
tendencia de cierto psicologismo a analizar, a los hombres y al
mundo humano, como si se tratara de lunas. Cálculo de ma-
sas, relaciones, gravitación... Lacan aclara que, de hecho, es lo
último de lo que se trata cuando el trato es con seres humanos.
Cabe señalar que Lacan se refiere a Pascal al afirmar que la
ciencia instaura el silencio en el Universo cada vez que com-
prende un fenómeno natural. Se refiere, en particular, a una
frase de Pascal: “El silencio eterno de los espacios infinitos me
asusta”. Al poeta Paul Valéry le molestaba mucho esta frase y lo
comentóen un hermoso poema, cuyo título es Palme:
Patience, patience Patience, dans l’Azur!
chaque atome de silence
est la chance d’un fruit mûr…
¡Paciencia, paciencia Paciencia, en el azul!
cada átomo de silencio
es la suerte de un fruto maduro...
La proposición con la que Lacan resume este asunto del si-
lencio es la siguiente: “La ciencia supone que en el mundo
existen significantes que ya no quieren decir nada para nadie” .

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El significante, esa creación de la nada,
se otorga el matar por nada

El significante puede existir independientemente de un suje-


to que se expresa por su intermedio. Significantes separados de
toda significación. A esto responde, para Lacan, la matemati-
zación de la física.
Para Lacan, inclusive Dios se vuelve silencioso, es un Dios es-
condido, como lo caracteriza Lucien Goldmann cuando habla
del Dios en Pascal.
Así escondido, Dios calcula, dice el matemático Leibniz:
“Mientras Dios calcula, el mundo se va haciendo”.
Finalmente, Lacan se cuida de recordar que no se trata de que
Dios esté ausente del discurso de la ciencia... Newton constata,
según Lacan, que su “pequeña” articulación hace que el saber
que forja funcione en lo real. Dios, en tanto, funciona como
garante de la verdad.
La epistemología llama la atención sobre los aspectos nega-
tivos de las incursiones de Lacan en el terreno de las ciencias.
Se trata, dice, de imprecisiones, coqueteos con el error y con
el absurdo.
Hablando del principio de incerteza, Lacan dice: “... A esto
se reduce el principio de Heisenberg. Cuando se consigue de-
terminar uno de los puntos del sistema, no se pueden formular
los otros. Cuando se habla del lugar de los electrones, cuando
se les ordena quedarse ahí siempre en el mismo lugar, ya no se
sabe en absoluto dónde acabó lo que ordinariamente llamamos
su velocidad. A la inversa, si se les dice: ‘pues bien, de acuer-
do, ustedes se desplazan todo el tiempo de la misma manera’,
ya no se sabe en absoluto dónde están. No estoy diciendo que
siempre hemos de quedarnos en esta posición eminentemente
burlona, pero hasta nueva orden podemos decir que los ele-

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mentos no responden allí donde se los interroga. Para ser más
exactos: si se los interroga en alguna parte, es imposible captar-
los en conjunto”.
En una conferencia que Lacan dio en Milán en 1972, dice:
“... la fórmula de Einstein y hasta la de Heisenberg... son peque-
ños términos que designan la masa. Y la masa surte siempre su
efecto, no es cierto, uno imagina que sabe lo que es. Y en efecto
uno no se lo imagina siempre –algunas veces, cuando uno tiene
nociones precisas de física– uno sabe cómo eso se calcula, pero
se estaría equivocando si creyera que la masa es esto o aquello...
por el sentimiento. No es porque pesemos un poquito que pode-
mos imaginar que sabemos lo que es la noción de masa. Es sólo a
partir del momento en que se hace dar vueltas algo que se ve que
los cuerpos tienen masa. Pero eso queda tan contaminado siem-
pre por algo que está ligado al hecho de que hay una correlación
entre la masa y el peso que en realidad lo mejor es no tratar de
entender y simplemente usar las fórmulas...”.
“Pero no tienen que imaginarse que porque vino Einstein
después y puso orden las cosas van mejor, ¿eh?, porque hay
una historia muy graciosa, sí, y es que a esta relatividad del es-
pacio, a partir de entonces desabsolutizada, hacía un montón
de tiempo que se la podría haber enunciado, después de todo
Dios era el espacio absoluto... Pero la relativización del espacio
con respecto a la luz... eso tiene todo el aspecto de recomenzar,
de mojarse el trasero en la mousse religiosa...”.
Jacques Derrida dice: “La constante Einsteniana no es una
constante, no es un centro. Es el preciso concepto de variabili-
dad... el concepto del juego. En otras palabras, no es el concepto
de ‘algo’ de un centro comenzando desde donde un observador
puede dominar al campo, sino el verdadero concepto del juego”.
Lacan, Kristeva, Irigaray, Baudrillard, Derrida, Deleuze... Se
dice que han hecho un empleo abusivo de diversos conceptos
y términos científicos, han utilizado ideas científicas sacadas

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de contexto, han usado términos propios de la jerga científica
para referirse a conceptos abstractos y específicos.
Se ha dicho que términos como “relatividad”, “big-bang”,
“agujeros negros”, inducían a “asociaciones aberrantes, más cer-
canas a estrategias publicitarias que a una concepción creativa”.
Sokal, en su enfrentamiento con quienes califica de “impos-
tores intelectuales”, dice que la utilización que hacen ciertos
psicoanalistas, filósofos y sociólogos de conceptos sacados de
las matemáticas y la física busca intimidar o impresionar al lec-
tor con una “avalancha de jerga en apariencia erudita”.
Sokal, junto a Jean Bricmont (físico teórico de la Universidad
de Louvain, Bélgica), publicó en francés, en 1987, y en inglés
unos meses después, un libro titulado Impostures intelectuelles.
El objeto del libro, dicen los autores, es la crítica de la nebu-
losa posmoderna. Se trataría de despejar malentendidos sobre
el discurso científico y sobre su filosofía. Para ello, muestran
cómo famosos intelectuales, “Lacan, Kristeva, Irigaray, Bau-
drillard, Derrida, Deleuze”, entre otros, han hecho un empleo
abusivo de conceptos y términos científicos.
Sokal y Bricmont parten de una discusión sobre el solipsismo
y el escepticismo para llegar a armar la tesis de que “la episte-
mología del siglo XX separó a la ciencia de la realidad cotidiana
y que esto, a la larga, condujo a un escepticismo no racional”.
Relacionan una serie de cuestiones que están lejos de enlazarse
como los pasos de un teorema. Identifican el escepticismo de
Hume, el convencionalismo, las críticas a Kuhn, la sociología
de la ciencia de Edimburgo y la de Bruno Latour, etc.
Lacan da una explicación, otra cáscara de banana. Aclara que
en el idioma inglés existen dos términos: namenizar y nomina-
lizar. Así, él, sin temer el olor a sotana, bautiza el tercer registro,
lo bautiza, le da nombre, lo llama Real.
Es poeta y lo bello es su morada... libertades de creador, uso
abusivo de lo que no empantana el saber.

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Tentación teoricista que busca el cielo del verbo,
muesca en la llave de lo no-dicho.

Sólo un trazado de aquello que propongo como recorrido


para articular conceptos en la métrica de una lectura/otra. Lec-
tura que acontece en la con-fusión dando testimonio del paso
por la clínica.
Fermento inútil, tratar de excluirme de lo que vendrá por mi letra.
Tentación teoricista que busca el cielo del verbo. Razones de
imposibilidad ofrece este comienzo. Textos que otorgan senti-
do en el revés de la trama.
El psicoanálisis nos enseña, no soy yo quién escribe. Algo,
que podemos llamar “yo”, se escribe en estos trazos. Las letras
se imponen, letras-cuerpo dando textura a los orificios del ór-
gano, pujanza de estructura que las sostiene. Hurgar en esta
estructura, descifrar el sentido de lo dicho, es tarea que desde
Freud nos es dada. Voracidad del sin sentido haciendo muesca
en la llave de lo no-dicho.
Hablar de Lacan lleva a situar su enseñanza sobre los cimien-
tos y con el mortero de una práctica... la de Freud. Práctica,
efecto del andamiaje teórico de Freud. Lacan dirá de Freud que
es “el genio del psicoanálisis”, y él, Lacan, sólo el esteta.
Decir descubrimiento freudiano, es decir, “aprehensión e
intelección del inconsciente”. Inconsciente que es interroga-
do de un modo particular, modo que involucra el discurso
psicoanalítico.
Lectura en lo resbaladizo del decir, piedra angular del psicoanálisis.
Modo de hacer danza exacta con las letras “que hace la
diferencia”.
Se trata de comenzar, punto de partida que nos deja partidos,
situar el inconsciente en un lugar que no convoca a una enti-
dad abstracta ni a una entidad biológica.

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Se trata de instancias psíquicas alineadas en el “lengua-
je”. El punto de anclaje para su lectura es la dimensión de la
“transferencia”.

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El cocodrilo,
apertura al exilio del ser

La mu(j)er y su rehén, la muer(te).

Para ir más lejos con la A-puesta (esa mochila, ese A que el


sujeto carga sobre sus espaldas), sólo algún decir sobre la mujer
y su rehén, la muerte.
Freud, cuando la mujer histérica dejó de ser impenetrada, re-
cordó que fue penetrada por mujeres en posición de madre...
Nos ingresa así en el universo mortífero de la civilización pre-
micénica. La locura de las mujeres deja adivinar el lazo íntimo
entre ellas y la muerte. Lacan introduce el enigma por el abis-
mo del goce.
Hablar de la muerte denuncia la impostura de encontrar las
palabras, es como para no hablar.
La muerte ha ido adquiriendo cada vez más prestigio. Ciertos
cementerios medievales funcionaban como plazas públicas. En
torno a esas fosas abiertas ansiosas por ser llenadas, se realiza-
ban reuniones para los juegos y el amor.
Dicho prestigio se debe a su carácter inevitable, carácter que
nos conduce hacia una vida de particular fuga, cuerda de alta
tensión, intento por retrasar la muerte. Fuga, avidez por pos-
tergar lo ineludible, paradojal cuadratura que sólo logra preci-
pitar eso que algunos han llamado la cita con la muerte.
La muerte, sabemos, despliega su hechizo y satisface su pre-
mura. Prematurez, se la puede querer y trazar ese viejo conoci-
do camino hacia ella.

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La muerte, ya lo he dicho en trabajos anteriores, tiene como
característica esencial la “Prematurez”, escrita con mayús-
cula, por ser marco que sostiene el instinto de muerte y su
efectividad.
Muerte como acuerdo, no hay otra cosa, sólo obediencia a la
hostilidad del ser. Se trata del trato, pasión que sólo encuentra
el lugar más perfecto, en el regazo de lo abismal de las mujeres.
Vientre materno que hace perspectiva de vacío, cordón que al
quebrarse quiebra al sujeto, lo divide, lo ubica en la dependen-
cia respecto de ese Otro, de ese primer Otro que lo abandona.
Abandono que hace marca definitiva, marca de poder de ese
gran Otro.
Se trata, entonces, de un saber que no se sabe, trazos de
muerte como equivalentes de separación, abandono, simple
alejamiento de los otros. Ese intento fallido e hipócrita de huir
de la muerte es sólo huida de los abandonos, re-aseguro de
compañía.
Lacan nos enseña que cuanto más deseo, menos sujeto.
A la mujer, su locura, su erotomanía, le permiten avanzar sin
el miedo que la imaginación tiene de sus propias criaturas...
sola como siempre estuvo, onírica permanencia que no añora
ningún despertar.
Enigma a develar por el psicoanálisis... para ser analista, dice
Lacan, hay que tener mejor disposición para la amoralidad.
Freud decía que la amoralidad era una disposición de las mujeres.
Abandono del cuerpo en el mundo, logrado esto, no hay
angustia.
Reconocimiento de que no hay reconocimiento, que la
muerte es un agujero insignificante, que amar es dar lo que no
se tiene, que el cuerpo son tentáculos, pedazos orientados al
goce, que ser más sujeto es no demandar.
Enigma a develar o a desvelar... si hablamos de enigma ha-
blamos de la mujer.

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Freud abandona el enigma de la mujer, no por haberlo re-
suelto, sino por abandonar la búsqueda de lo que ella esconde,
dice: “¿Qué quiere una mujer?”.
Hablar de enigma es hablar de desplazamiento, de castración.

Hacerse amar y hacer estragos.

En su seminario el “Reverso del psicoanálisis”, Lacan dice:


“El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual,
que pueda resultarles indiferente, siempre produce estragos, es
estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre, no se
sabe qué mosca puede llegar a picarle, de repente, va y cierra
la boca, eso es el deseo de la madre, entonces traté de explicar
que había algo tranquilizador, les digo cosas simples, improvi-
so, debo decirlo, hay un palo de piedra, por supuesto, que está
ahí en potencia en la boca y eso la contiene, la traba, eso es lo
que se llama el falo, es el palo que te protege si de repente eso
se cierra”.
El tema es retomado en “El atolondradicho” del siguiente
modo: “... la elucubración freudiana del Complejo de Edipo en
la que la mujer es, en él, pez en el agua, por ser la castración en
ella inicial (Freud dixit) contrasta dolorosamente con el estrago
que en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la
cual parece esperar en tanto mujer más subsistencia que del pa-
dre, lo que no pega con su ser segunda en este estrago”.
En ambas citas, Lacan utiliza el término ravage. Ravage se
traduce como estrago, ruina, devastación, daño importante
causado por los hombres y/o por la naturaleza con violencia y
bruscamente. Este término da cuenta de la índole de esa liga-
zón con la madre.
La alocución “faire des ravages” remite, por otro lado, a “ha-
cerse amar y hacer estragos”.

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En cierto momento de su obra, Lacan condensa en una ima-
gen todo un desarrollo conceptual. Esa imagen es: la “boca
del cocodrilo”. De esto se sirve para dar cuenta del concepto
“deseo de la madre”, con la figura del palo de piedra, dice de
la operación, de la metáfora paterna. Paso segundo, necesario,
dado que se trata de un deseo, el deseo materno, caracterizado
como extravagante.
Esto es importante para dar consistencia a la temporalidad
que se juega en la dirección de la cura, en tanto orienta en la
indagación que se nos presenta, determinada, en la tarea psi-
coanalítica, por el retorno, en el discurso del paciente, a este
modo particular de vínculo estragado.
Si articulamos el concepto “deseo de la madre” y “tiempos del
Edipo”, la imagen del cocodrilo corresponde a la presentifica-
ción del deseo del Otro. Se trata de un enigma representado por
una x. ¿Che vuoi? Esto es, qué quiere de mí el otro. Enigma-pre-
gunta sin respuesta, dado que no hay significación fálica.
Se trata de un deseo-presencia-angustiante que no dice qué
desea.
Niño o niña como pequeño objeto “a”, objeto a ser devorado
por ese deseo si la boca se cierra.

Pero ese olor... persiste ese olor.

Antes de avanzar con estos conceptos, voy a articular, con la


clínica, algunos elementos tomados de las matemáticas y de los
textos de Freud.
En un párrafo de “Sobre un tipo especial de la elección de
objeto en el hombre” dice: “Los caracteres maternos siguen
impresos en los objetos eróticos ulteriormente elegidos, los
cuales resultan así subrogados maternos fácilmente recono-
cibles. Se nos impone aquí la comparación con la estructura

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craneana del recién nacido, en la que se nos ofrece un vaciado
de la pelvis materna”.
Freud es algo más que una teoría bien estructurada, meto-
dológicamente clara, es el genio que despierta a la humanidad
de su tedio; pero la humanidad no despierta nunca, el tedio es
lo propio de la ruindad del pensamiento, de su desapego de lo
inútil... lacerante violencia que no se detiene.
Un vaciado que busca un lleno, lleno nunca novedoso, so-
bredeterminación... sobreimpresión de caracteres, significantes
siempre reconocibles, siempre calcos de una historia sin fin,
la de un origen que no otorga origen, que por retrógrado es
a posteriori. Entre la obscenidad de eso vincular se recrea lo
acontecido, eterno retorno que, como en la invención de Mo-
rel, convierte a los amantes en imágenes intocables, de impo-
sible contacto. Encuentro con ese objeto sobre el que cae la
mirada. Mirada, objeto “a” que da cuenta de lo vaciado, de lo
inexistente.
Dos cuerpos, al unirse en el abrazo sexual, intentan, morada
de pura intentona, quebrarse, sangrar para dar consistencia a
ese acto que no ocurre, relación sexual que no existe... sólo in-
siste con un otro que tampoco existe.

Pedro y el lobo

Un paciente, al que llamaré Pedro, dice en una sesión de un


imposible encuentro. Se trata de su olfato, que lo guía por los
desfiladeros de la represión y del consiguiente agujero a llenar
del alma y el cuerpo.
Lo inconsciente de Freud es ese entre-dos entre lo somático y
lo psíquico, entre alma y cuerpo.
Lo inconsciente apesta tanto, que uno no puede evitar en-
contrarse con él. El psicoanálisis proporciona un instrumento

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para abordarlo, por eso el psicoanálisis apesta todo saber del
hombre.
Lo inconsciente es como un intenso olor, “tan presente que
es imposible no respirarlo, pero tan indirectamente objetivable
que siempre podría volver a negarse su existencia”... pero ese
olor... persiste ese olor.
El olor pone en evidencia la presencia de un “cuerpo
psíquico”.
Pedro es un sujeto que tiene “buen olfato”. Es un neurótico,
pero uno de esos que persiguen los rastros de esa facultad sen-
sible, donde la lógica habla para cobrar cuerpo.
El olfato no es sólo uno de los cinco sentidos, sino también
la vía privilegiada a través de la cual lo inconsciente deja ras-
tros, en el cuerpo, de esa cosa sexual... relación del sujeto con
el objeto de la pulsión.
Es un sujeto que, en algunas teorías se diría, utiliza el lengua-
je de acción.
Ese objeto de la pulsión que está ausente, ese A del que el
sujeto depende –dependencia absoluta que lo acompañarátoda
la vida–, ese A lo provee de un profundo sentimiento de infe-
rioridad, sentimiento de inferioridad que reclama compensa-
ción. Desde el lenguaje que precede al sujeto, éste recibe men-
sajes claros en su devastación de signos, no hay recursos para
recusar la ley que no provee de lo necesario... deudas que no
obtienen pago alguno y, en la oscuridad de los sucesos, revelan
hostilidad.
Madre que responde a la angustia del hijo con su propia angustia.
Esa hostilidad se ha hecho carne, ha encarnado también en
el verbo.
Alma y cuerpo heridos por una flecha de amor envenenado.
Madre mala llaman algunos autores a esa madre, en cuyo guión
inscribe al hijo. En ese guión hay escenas, personajes y acciones
que esperan por ella, en ese guión, el niño no tiene espacio.

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El pequeño necesita proyectar esa hostilidad. Para ello, re-
clama una presencia, la de esa madre que ama, en cuyo guión
quiere entrar de algún modo.
Pero no hay posibilidad de acción... descarga motriz que no
tiene destinatario salvo el propio cuerpo... Ese cuerpo hace len-
guaje, dicen algunos autores, de órgano o de acción.
Pedro tuvo una madre mala, su necesidad de dependencia
es enorme y su hostilidad sólo es compensada con la acción,
su madre nunca estuvo presente. Cargada con su propio peso,
vive atravesando permanentes crisis vitales, no registra a Pedro,
sólo una sombra que juega a su alrededor, episodios aislados de
las llamadas enfermedades infantiles, algún llanto...
Pedro agudiza su olfato para no perderle pisada. Así, hue-
le su perfume, el whisky que anuncia la llegada del aman-
te, el aliento envenenado de la infelicidad, el aroma pútri-
do de ese despertar en el horror y... el olor que apesta de
una enfermedad incurable, esa que aguardóen el desván del
abandono.
Pedro recorre múltiples caminos de extrema dependencia,
cargas que desconoce.
El análisis le abre un camino, descubre sus habilidades, sus
estrategias, en especial ese buen olfato que lo ha de guiar por
sutiles tramas, estrategias de su cuerpo, que de ahí en más le
van a permitir separar la paja del trigo.
Pero el dolor penetró las raíces, en demasía reclama compen-
sación de acción.
Es, para la mirada social, fuerte, vital, un sujeto exitoso desde
todos los enfoques: profesional excelente, seductor, economía
sana, productivo, saludable.
Ocurre que Pedro busca para no encontrar lo medido de lo
vincular. Su estructura no deja lugar a otra cosa que no sea ese
accionar continuo que lo coloca, continuamente, al borde de
un abismo en el que, sabe, no va a caer.

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Abismo con el que flirtea, para sorprender al otro y hacerlo
caer en la trampa. Esto le otorga, a ese A, entidad, presencia.
Necesita sorprender al A, necesita que le entregue aquello
que le niega.
Una mujer, finalmente, le ofrece el misterio que aguarda,
para atravesarlo. Su perfume lo seduce hasta el límite de un
erotismo que lo integra a lo más animal. Recorre con heroísmo
esos jugos del cuerpo femenino, sale triunfante del acecho de
la represión.
Pero algo huele mal... palabras desgarradas de la cadena,
significantes escapados de la interdicción, anuncian. El no le
otorga crédito a su constelación de sensaciones.
Un día, una frase... y ese olor, que sus exquisitas fosas na-
sales detectan en un instante de locura de los sentidos. Olor
rancio, que es acompañado de una alucinación visual. Alucina
con conciencia de estar desenfocando la mirada para ver con
claridad... Decía, alucina el profundo cansancio y desgaste de
la perversión en la visión de un rostro milenario.
Esa mujer y esa frase dicha al pasar, esa frase que lo pre-senta,
a él, ante las relaciones sociales de ella... con la inocencia que la
caracteriza... Es uno de mis enamorados.
Esto lo quiebra, él vuelve a ser uno de los enamorados de esa
ella que lo atormenta con su ausencia.
Cada mujer recreó pedazos de esa madre.
Pero hoy está allí, sin velos, aguardando la gran acción, la
definitiva.
Ella tiene un marido, él es su amante, como el amante de la
madre, ese que esa madre aguardaba con olor a perfume caro
y a whisky.
Él interroga su deseo, el analista interviene diciendo que
siempre se provee de triángulos que lo ubican en un repetido
ángulo de acción.
Pero un triángulo es de tres.

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Él, con su olfato, descubre. Sólo cuando el olor insiste, cuan-
do la muerte acecha... El padre de ella y el cáncer... su olor... Une
todos los ingredientes y encuentra a la “novia” del marido de la
amante.
En su análisis, se habla de un cuadrilátero, cuadrado, suma
de dos triángulos rectángulos.
Dos triangularidades para preservar, dice la analista, el guión
familiar de esa pareja, en la que él se encuentra como invita-
do... de honor, invitado... para el honor de la familia.
En un triángulo hay demanda, en un cuadrilátero hay
acción...
Él reclama con la acción, necesita de un cuadrilátero. No
puede salir del cuadrilátero tirando la toalla, elaborando la
confusión, simbolizando... sólo sabe de acción.
La pareja constituida por la amante de Pedro y su marido está
sostenida por la mutua existencia de amantes.
Él, una vez más, está fuera del guión principal... esto es atrac-
tivo, mucho. Dependencia que vuelve todo al comienzo de una
circularidad que colapsa el orden establecido, pero ofrece la po-
sibilidad de la reparación con la acción.
Contamos con una estructura, sólo puede reparar a través de
la acción.
Sabe de acciones y arma la escena en la que finalmente va a
participar... “esta vez, yo moveré los hilos”, dice Pedro.
Va a provocar, sorpresivamente, un encuentro de los cuatro,
frente a frente, fuera de la clandestinidad, esa que le pesa desde
siempre... esa que, al llegar el amante de la madre, lo obligaba
a esconderse en su cuarto, a desaparecer de la escena principal.
Van a estar presentes los cuatro. Pedro, en esta oportunidad,
va a lograr su ansiada descarga motriz en presencia, la simboli-
zación le ofrece una salida.
El análisis, dice David Nasio, es “acción terapéutica” con
“efectos espectaculares sobre el sufrimiento”.

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Yo agrego que, con los elementos de los que dispone –esto
es, la estructura, el sujeto que padece, elaborando su material,
acompañado por el efecto de interpretaciones que acorralan al
fantasma (¿es una enumeración rara?, ¿o es otra cosa?)–, puede
liberarse de síntomas graves, subvertir un destino interrogando
un porvenir con un nuevo estilo de abordaje. Nuevas palabras
para esos desatinos que la historia le ha ofrecido. Nasio agrega:
“... síntomas graves que desaparecen definitivamente”.

Un más allá del Edipo

En el Seminario V, Lacan habla de la Ley de la madre: “El


niño que ha constituido a su madre como objeto por funda-
mento de la primera simbolización se encuentra enteramente
sometido a lo que podemos llamar, pero únicamente por anti-
cipación, la ley (...)
La ley de la madre es, por supuesto, el hecho de que la madre
es un ser hablante, y esto basta para legitimar que yo diga ‘La
ley de la madre’. Sin embargo, esta ley es, si puedo decir, una
ley incontrolada (...).
El niño se esboza como sujetado (...) al capricho de eso de
lo que él depende, incluso si este capricho es un capricho
articulado”.
Lacan habla de ese deseo de la madre como ley de la madre.
No se trata de la madre en tanto biología, ya que la cría hu-
mana se hace sujeto sólo como referencia a un significante de la
ley, ley que representa en primera instancia el otro primordial.
La llama “ley incontrolada”, se trata de una ley que interpela
como imperativo caprichoso, esto es, superyó materno.
En el mismo seminario, Lacan retoma el tema. Dice: “¿Hay
neurosis sin Edipo?”. Esta interrogación lo lleva hasta el doble
origen del superyó.

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Respecto del superyó, ¿el origen de éste es paterno o hay, de-
trás de este superyó paterno, un superyó materno más exigen-
te, más devastador que el superyó paterno?...
Lalengua, como imperativo materno, es incontrolada, es lu-
gar de reinado del A.
Primer gran Otro-madre, en el cual se trata de la ausencia
del falo como premisa universal, motivado por la presencia del
pene masculino. El cocodrilo engañado con el palo-falo.
El falo puede ser descripto como lugar intermedio... lugar re-
lacionado con el cuerpo femenino, cuerpo sólo recortado por
el deseo de la madre. Deseo que hace, de él, objeto de goce,
produciendo, entonces, ese único lugar de posible salida.
Hay un padre del nombre y un nombre del padre, ambos se
articulan en la producción del S... lugar de ingreso a la neuro-
sis y único posible camino al ser, a través de la “subversión del
nombre del padre”.
El padre del nombre, primer pel-daño, ingresa al sujeto a una
ley. El sujeto es nombrado, tiene un nombre, ingresa en lo so-
cial, se diferencia del cuerpo materno.
Lacan nos alerta: “el amor es hacerse uno”... por esta vía, es
hacerse un Otro, produciendo un tercero. Al hacer uno de dos,
se produce un tercero. Ese Otro se ubica como ese tercero que
tercia, en la relación madre-hijo, produciendo un corte.
Esta función de terciar es el “Nombre del Padre” o “Cuarto
Nudo” que anuda los otros tres: RSI.

El estilo, ese punzón que hace marca.

El estilo es el cuerpo, la cadena significante por la cual uno


se dirige al límite por el lado del sentido imaginario de las per-
mutaciones simbólicas.

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Forma de incorporarse al discurso universal según los desig-
nios del nombre...
El estilo es la forma que un sujeto tiene de autorizar su nom-
bre, de autorizarse en su nombre, de autorizarse de sí.
Cuerpo limitado por una ley que lo divide, separándolo del
“lar materno”.
Cuerpo recortado por el goce de una madre-cuerpo-cocodri-
lo, arrojado al borde de un estupor, precipitado a la confusión
en fusión con ese cuerpo-materno del que la ley de la madre,
lalengua materna, no ofrece ninguna salida.
Cuerpo prisionero entre dos orillas-una, entre la locura y la
impostura, ambas, bordes de esa boca abierta que no sangra,
ofreciendo un estilo de impostura.
Impostura como modo de satisfacer a los semejantes, al pre-
cio de perder el propio ser; o un estilo de locura, un estilo, este
último, hablado por el otro.
Se trata del cruce entre una y otra nada. Nada atravesada por
algo verdadero, algo que vuelva consistente un discurso, algo
para sobreponerse a la sospecha de impostura y saberse fuera de
los designios de la locura.
Para que haya posibilidad de algún decir cadena significante
recortada por la producción desde el vacío que acecha el sujeto,
para que haya pacificación, tiene que haber una “ley de la ley”.
El padre, en esta operación, no requiere ser otra cosa que una
referencia abstracta. Tótem que dé fundamento a la ley, que dé
aquello que quite, a la ley, su dimensión original de capricho.
Lacan habla de la atemporalidad del Edipo. De acuerdo con
esto, parece tratarse de un “tiempo cero”. Mítica dimensión del
deseo de la madre, ubicada como boca de cocodrilo.
En esta boca, el palo es una imagen que corresponde al pri-
mer tiempo.
En la confrontación con el deseo angustiante, aparece una
solución. Falo, efecto del nombre del padre por la operación
de la metáfora paterna.

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Lacan dice que el padre es una metáfora, es un significante
sustituido a otro significante... y ahí está el resorte, el único re-
sorte esencial del padre, en tanto que interviene en el conflicto
del hijo. “Y si ustedes no buscan las carencias paternas a ese ni-
vel no las encontrarán en ninguna otra parte.”
El niño-niña se identifica con el falo, lo que le permite estar
allí, en ese deseo atemperado, sin caer como puro objeto.
Lacan dice: “... tenemos como constituyente de la relación,
de la dialéctica del engaño donde muy especialmente para sa-
tisfacer lo que no puede ser satisfecho, a saber, un deseo de
la madre, quien en su fundamento es insaciable, el niño, por
cualquier vía que lo haga, se engancha en esto de hacerse de él
mismo objeto engañador”.
En niño, propuesto como falo imaginario, sale del horror del
enfrentamiento con el “¿Che vuoi?” para quedar apresado en
las formas imaginarias del engaño de esa madre, como falo que
ella desea y traduce en demanda. Otorgarle sujeto a ese “¿Che
vuoi?” es entrar en el Edipo.
Ambos sexos ingresan al Edipo, identificados al falo, todo in-
termediado por el nombre del padre.
El falo entra en juego como significante pivote, único para
ambos sexos, significante por el cual puede significar.
La castración aparece ordenando la diferencia sexual a través
de “ser o tener”el falo.
En un segundo tiempo, aparece la dimensión de la falta. Una
vez más, se hace necesaria la intervención paterna. Segunda
intervención, diferente de la primera. Este padre, de ser puro
símbolo, esto es: “Padre Abstracto”, pasa a estar encarnado en
su agente.
Lacan dice: “... pero es como personaje real, en tanto que
revestido de ese símbolo que él va a intervenir ahora efectiva-
mente en la etapa siguiente”.
La intervención paterna consistirá en desalojar al niño o
niña de esa relación imaginaria con la madre. Establecida la

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prohibición del incesto, se tratará de un goce situado en el
estatuto fálico.
En un “Más allá del Edipo”, se trata de la palabra que corta
y, volviendo a los nudos, anuda.
El acto con el cuchillo ficcionaliza el corte que producen las
palabras del mago con la parturienta, prefigura una forma de
interpretación en el análisis.
Se trata, en la práctica, de anudar y desanudar.
Los analizantes hablan mucho de nudos... en la garganta, en
el estómago, etc. Nudos a desatar por la interpretación, donde
la palabra, en el trabajo de análisis, es palabra significante, pa-
labra que corta y palabra que anuda.
Un significante lo podemos pensar en su función de corte y
anudamiento.
Es en este “Más alládel Edipo” que el significante adquiere su
función de corte y anudamiento.
Es por la inmixión del Edipo que el sujeto ingresado al lengua-
je, mundo de significantes, es habilitado al corte y anudamiento.
Se trata de corte de nudos de identificaciones en que el sujeto
se ve aprisionado... aprisionado en la materia, en la argamasa
de sus fantasmas primordiales.
Ese “más allá”, en la interpretación, en su efecto de corte
de temas fantasmales –nudos fantasmales–, posibilita al sujeto,
ese nacido de madre, atrapado en la boca de ese cocodrilo, afe-
rrado al falo-palo, otro modo de anudamiento.
Dice Lacan: “Hay, según el discurso psicoanalítico, un ani-
mal que sucede que habla y que por habitar el significante re-
sulta sujeto, entonces para él todo se juega en el fantasma, pero
un fantasma que puede perfectamente desarticularse”.
Frazer, es su libro La rama dorada, nos cuenta“... que nudos,
anillos y agujeros eran objeto de tabú”.
Desde la antigüedad se mantienen y sostienen creencias y
mancias relacionadas con lazos, nudos y agujeros.

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Virgilio relata que para lograr el amor de Daphne, la hechi-
cera le sugiere a Cloe que, conjuros mediante, anude por tres
veces tres cordones de diferentes colores. Los matemáticos en-
señan que este tipo de anudamiento se llama “cadena trivial”.
En la cadena trivial están anudados de tal modo, que cada es-
labón pasa por el agujero del otro, uno a continuación del otro.

“... ahora las mujeres tienen el cabello corto.”

En el segundo anudamiento, Lacan dice: “En primer lugar,


la trenza tiene relaciones con el tres, sin lo cual no se llama-
ría trenza... uno, dos, tres,... ¿Cómo es que con esto hago una
trenza? Quienquiera se haya ocupado del cabello de una mujer
puede saberlo. Pero naturalmente, ustedes no lo saben porque
ahora las mujeres tienen el cabello corto”.
Gabriel García Márquez, en su libro Del amor y otros demo-
nios, dice: “En otros desafíos vesánicos él le preguntó si se cor-
taría la trenza por él, y ella dijo que sí, pero le advirtió en bro-
ma o en serio que en ese caso tendría que casarse con ella para
cumplir la condición de la manda. Él llevó a la celda un cuchi-
llo de cocina, y le dijo: ‘Veamos si es cierto’. Ella se volvió de
espaldas para que él pudiera cortar de raíz. Lo instó: ‘Atrévase’.
No se atrevió. Días después, ella le preguntó si se dejaría dego-
llar como un chivo. Él le dijo que sí con firmeza. Ella sacó un
cuchillo y se dispuso a probarlo. Él saltó de terror con el esca-
lofrío final. ‘Tú no’, dijo. ‘Tú no’. Ella, muerta de risa, quiso
saber por qué, y él le dijo la verdad: ‘Porque tú sí te atreves’”.
Dice Mónica Ripari: “Quienquiera se haya ocupado del ca-
bello de una mujer, puede saberlo... saber que ella sí se atreve...
a la angustia del amor verdadero en el registro de lo Real y a la
muerte en el registro de lo Imaginario. Ella sabe de la imposi-
bilidad de la relación sexual, del abismo entre los cuerpos, de

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la falta de instinto gregario. Así anudado, el ser insiste en pre-
sentarse, dejando de ser para el Otro como en el primer anu-
damiento, donde el amor verdadero se instala en el registro de
lo Imaginario y es, entonces, la muerte la que lo hace en el re-
gistro de la Real, muriendo el vínculo, imposible y fallido, por
creerlo imaginariamente posible.
Quienquiera se haya ocupado del cabello de una mujer, pue-
de saber que se trata de desplazamiento, de expulsión, de hacer
ingresar al que queda ajeno, pero no por mucho tiempo.
Si el amor divino, la palabra, deviene medio, es el que hace
corte para que ningún anudamiento quede fijo.
Ella dice que sí se atreve a cortarle la cabeza como a un chivo
y él salta de terror con el escalofrío final.
Ella, la palabra, lo hace saltar. Él lo puede saber si se atre-
ve a tocar ese cuerpo, en el escalofrío final, para ser expulsa-
do del paraíso inmóvil del amor verdadero en el registro de lo
Imaginario”.
Los pueblos antiguos mostraron interés en los efectos de los
nudos, trenzas y cadenas, efecto productor de cambios en el
destino de la gente, nudos con poder para labrar hechos co-
rrectores o acontecimientos, dando cuenta del poder maléfico
de dichos nudos.
En algunas tribus, antes de nacimientos o frente a lo terminal de
una enfermedad, se realizaba, en la casa, en las ropas de todos las
personas ligadas al enfermo o a la parturienta, en todas las chozas
de la tribu, un ritual que consistía en desatar todo lo que pudiera
estar atado. De existir complicaciones, por ejemplo con el parto,
se llamaba al mago; éste ataba por la espalda con un abejuco las
manos y los pies de la mujer, cortando luego este anudamiento
con un cuchillo y pronunciando las siguientes palabras: “Corto
por completo hoy tus ataduras y las ataduras de tu criatura”.
El mago antiguo corta el nudo que ata pies y manos, su efec-
to de corte da lugar al nacimiento.

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Las palabras rituales, mágicas, abren un camino simbólico.
Levi-Strauss llama a esto “eficacia simbólica del chaman”. Por
vía del deseo del mago, de sus palabras, el nudo se desata.
Ese “Más allá del Edipo” hace serie en el sujeto, sujeto suje-
tado que, hablando, pero no de cualquier modo, deja circular
palabras que hacen corte.
Lacan dice que en Freud están sus tres anillos, esos que La-
can, en 1953, llamó registros de lo Simbólico, lo Imaginario y
lo Real.
Estos tres no se sostienen, están a la deriva. Lacan dice que,
por eso, Freud agregó un anillo, para que, de este modo, anu-
dara con un cuarto anillo los otros tres.
Dice Lacan: “Freud necesitó, no tres, el mínimo, sino cua-
tro...”. Cuatro anillos en Freud... siendo el cuarto la “realidad
psíquica”.
Ese es un nombre, pero también le da otros, uno de esos es
“Complejo de Edipo”.
Complejo de Edipo es uno de los nombres del padre, en
Freud.
Lacan dice que a Freud le hizo falta uno más que a él, a La-
can, que hasta aquí sólo necesitó tres.
Freud necesitóuno más para que se junten los tres, Lacan
dice que el nudo borromeo da cuenta de que no es necesario.
Por la vía de las tres identificaciones freudianas, el sujeto freu-
diano queda anudado a los nombres del padre. Esto se realiza a
través del Complejo de Castración.
El nudo ubica a cada sujeto de un modo singular con rela-
ción al padre, nudo articulado en el Complejo de Edipo por la
vía del Complejo de Castración.
La castración, nos dice Lacan, se revela como lazo al padre,
tiene función de nudo, hace agujero en lo real.
Lacan introduce los “Nombres del Padre”. El “Nombre del
Padre” anuda a todos los otros que pueden ser tres o más, to-

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dos los otros Nombres del Padre, en especial, Simbólico, Ima-
ginario y Real.
Nos dice: “Digo el nombre del padre porque hay uno que
en tanto agujero sostiene a todos los otros. Y este sería el he-
cho de que a partir de ahora es el cuarto y llamado Nombre
del Padre”.

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Redondeces
de escarnio en la razón

La Elipse, con-torno de ser en el abismo

Dado que la transmisión de las enseñanzas de Lacan es, al


menos, complicada, el encuentro con la soberbia de algún ata-
jo aporta señales.
En este caso vamos a utilizar la Elipse para abordar el malen-
tendido, el imposible encuentro de los humanos cuerpos.
Dicen los matemáticos: denominamos cónica a la curva ob-
tenida al cortar una superficie cónica con un plano. Las dife-
rentes posiciones de dicho plano nos determinan distintas cur-
vas: circunferencia, elipse, hipérbola y parábola.
El estudio de las cónicas tiene su origen en el libro de Apo-
lonio de Perga, Cónicas, en el cual se estudian las figuras que
pueden obtenerse al cortar un cono cualquiera por diversos
planos. Previamente a este trabajo existían estudios elemen-
tales sobre determinadas intersecciones de planos perpendi-
culares a las generatrices de un cono, obteniéndose elipses,
parábolas o hipérbolas según que el ángulo superior del cono
fuese agudo, recto u obtuso, respectivamente. Si bien no dis-
ponía de la geometría analítica todavía, Apolonio hace un
tratamiento de las mismas que se aproxima mucho a aquélla.
Los resultados obtenidos por Apolonio fueron los únicos que
existieron hasta que Fermat y Descartes, en una de las prime-
ras aplicaciones de la geometría analítica, retomaron el pro-
blema y llegaron a su casi total estudio, haciendo siempre la

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salvedad de que no manejaban coordenadas negativas, con las
restricciones que esto impone.
La importancia fundamental de las cónicas radica en su cons-
tante aparición en situaciones reales: la primera ley de Kepler
sobre el movimiento de los planetas dice que éstos siguen órbi-
tas elípticas, en uno de cuyos focos se encuentra el Sol. Es muy
posible que Newton no hubiese podido descubrir su famosa
ley de la gravitación universal de no haber conocido amplia-
mente la geometría de las elipses.
La órbita que sigue un objeto dentro de un campo gravi-
tacional constante es una parábola. Así, la línea que describe
cualquier móvil que es lanzado con una cierta velocidad inicial,
que no sea vertical, es una parábola.
Esto no es realmente exacto, ya que la gravedad no es cons-
tante: depende de la distancia del punto al centro de la Tierra.
En realidad, la curva que describe el móvil (si se ignora el roza-
miento del aire) es una elipse que tiene uno de sus focos en el
centro de la Tierra.
Una cónica puede considerarse como el resultado de cortar
una superficie cónica con un plano; o como el lugar geométri-
co de los puntos del plano tal que la razón de sus distancias a
un punto y a una recta es constante; o bien puede darse de ella
una definición específica, que es lo que se va a desarrollar en
este tema. Circunferencia: se denomina circunferencia al lugar
geométrico de los puntos del plano que equidistan de un pun-
to fijo llamado centro. El radio de la circunferencia es la distan-
cia de un punto cualquiera de dicha circunferencia al centro.
Ecuación analítica de la circunferencia: si hacemos coinci-
dir el centro con el origen de las coordenadas, las coordenadas
de cualquier punto de la circunferencia (x, y) determinan un
triángulo rectángulo y, por supuesto, que responde al teore-
ma de Pitágoras: r2 = x2 + y2. Puesto que la distancia entre el
centro (a, b) y uno cualquiera de los puntos (x, y) de la circun-

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ferencia es constante e igual al radio r tendremos que: r2 = (x
–a)2 + (y –b)2 llamada cónica podemos desarrollarla resolvien-
do los cuadrados (trinomio cuadrado perfecto) y obtenemos
x2 + y2 –2ax –2by –r2 = 0.
Si reemplazamos
2a = D; –2b = E; F = a2 + b2 –r2 tendremos que:
x2 + y2 + Dx + Ey + F = 0
Ejemplo: Si tenemos la ecuación x2 + y2 + 6x –8y –11 = 0
Entonces tenemos que: D = 6 Þ6 = –2a Þa = –3
E = –8 Þ–8 = –2b Þb = 4
El centro de la circunferencia es (–3, 4). Hallemos el radio
F = (–3)2 + 42 –r2 Þ–11 = (–3)2 + 42 –r2 Þr = 6
La ecuación de la circunferencia queda: (x + 3)2 + (y –4)2 = 36

Elipse:

Es el lugar geométrico de los puntos del plano cuya suma de


distancias a dos puntos fijos es constante. Estos dos puntos fi-
jos se llaman focos de la elipse.
Ecuación analítica de la elipse: para simplificar la explicación
ubiquemos a los focos sobre el eje de las x, situados en los pun-
tos F (c,0) y F’(–c,0). Tomemos un punto cualquiera P de la
elipse, cuyas coordenadas son (x, y). En el caso de la elipse, la
suma de las distancias entre PF y PF’ es igual al doble del radio
sobre el eje x. Entonces: PF + PF’= 2a. Aplicando Pitágoras, te-
nemos que: elevamos al cuadrado ambos miembros para sacar
las raíces y desarrollamos los cuadrados.
Si desarrollamos los cuadrados obtendremos que: b2x2 + a2y2
–2xpb2 –2yqa2 + p2b2 + q2a2 –a2b2 = 0
Si hacemos: A = b2
B = a2
C = –2pb2
D = –2qa2

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E = p2b2 + q2a2 –a2b2
tendremos la ecuación: Ax2 + By2 + Cx + Dy + E = 0, donde
podemos comprobar que es igual que la de la circunferencia,
excepto que los términos A y B no tienen por qué ser iguales.
Ejemplo: si tenemos la ecuación 4x2 + 9y2 + 24x –8y + 81 = 0
entonces tenemos que: A = 4 Þ4 = b2 Þb = 2; B = 9 Þ9 = a2
Þa = 3
Los radios de la elipse son: sobre el eje x = a = 3; sobre el eje y
= b = 2. Hallemos el centro (p, q).
C = 24 Þ24 =
Entonces tenemos que: A = 4 Þ4 = b2 Þb = 2; B = 9 Þ9 = a2
Þa = 3
Los radios de la elipse son: sobre el eje x = a = 3; sobre el eje y
= b = 2. Hallemos el centro (p, q).
C = 24 Þ24 = –2pb2 Þp = –3
D = –54 Þ–54 = –2qa2 Þq = 3
El centro es, entonces, (p, q) = (–3, 3). Para verificar que se tra-
te de una elipse calculemos E que debe tener el valor de 81. E
= p2b2 + q2a2 –a2b2 = 81

Sumar para no anclar la medida. Sumar desde un punto cual-


quiera del corte producido, corte en un cono por un plano-
escena (en un más alláde la escena primaria). La práctica nos
enseña que se trata de una escena que atraviesa todas las gene-
ratrices; elipse, del griego elleipsis, órbita que indica el rumbo a
seguir, producción de sentido.
Elipse, corte por un plano, bidimensión, mirada que cae atra-
vesándolo todo. Plano simbólico que otorga sentido al cuerpo,
tridimensión o mansión de la triangularidad. Edipo y más allá,
eso que no claudica, sólo insiste.
Elipse, tres puntos para cuatro soberanías, enlaza-dos, SSS
gestando forma, dando la dimensión del acontecer de lo hu-
mano en su caída.

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Nos enseña la geometría que la suma de las distancias de un
punto cualquiera de la elipse a dos puntos interiores llamados
focos es constante.
Redondeces para el escarnio de la razón, oval cuadratura en
el infierno del ser.
Primarios colores que desvelan la ceguera cubriendo su vacío
de formas siempre inconclusas. Blanco que contiene todos los
colores, haciendo cárcel del insomnio del deseo.
Gesta que intentaré estableciendo algunos conceptos para
fundar estelas que iluminen, como el fuego que Prometeo ro-
bóa los dioses para ofrecer a los hombres. Ardid para ubicarnos
en ese modo estrictamente psicoanalítico de lectura.
Lacan decía que se trataba de incorporar, vomitar y volver a
incorporar, exceso en los dameros del ocio.
Tripalium, trabajo forzado. Dado que el humano, ese nacido
de madre –en el más alládel Edipo– se resiste a ese saber otro.
Saber que la conciencia pretende dejar en la zona larvaria im-
pidiendo de ese modo su acceso a la palabra. Palabra que por
otro sesgo, labra estrategias para decir de eso... el psicoanálisis
nos enseña que el paciente siempre miente. El sujeto, malen-
tendido de lo dicho... por vías torcidas siempre dice la verdad.
La lectura de un discurso desde el psicoanálisis nos indica,
como los hilos de Ariadna, el camino hacia el Minotauro.
Lacan dice de una humana pasión: “la pasión por la estupidez”.
Algo de esos blasones de los Dioses, algo de ese fuego sagrado
queda atrapado en el laberinto listo para enmudecer y devolver
la voz a la especie.
Lenguaje y transferencia son los pilares del acto psicoanalí-
tico. De la claridad conceptual de ambos elementos depende
que una práctica se pueda adscribir como psicoanalítica o no.
“El inconsciente está estructurado como un lenguaje” y su
elemento conductor es ese modo particular de vínculo que lla-
mamos, con Freud, “transferencia”.

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Pero hay que aclarar que toda práctica de lenguaje no es ne-
cesariamente psicoanalítica, si bien una práctica analítica es
una práctica de lenguaje.
En el “Discurso de Roma” en 1953 se realiza la escisión del
movimiento psicoanalítico francés. La sociedad le pide a Lacan
que elabore el habitual informe teórico para ser presentado en
la reunión anual de la sociedad. Dicha sociedad representaba
para entonces el psicoanálisis en Francia.
Lacan dice: “Desde hacía dieciocho años, esa sociedad respe-
taba la tradición que se había vuelto venerable, bajo el título
de ‘Congreso de los psicoanalistas de lengua francesa’, el cual,
desde hacía dos años, se había extendido a los psicoanalistas de
lenguas romance. Este congreso debía realizarse en Roma en el
mes de septiembre de 1953”.
(…) “Antes de esa fecha, serias diferencias condujeron a la
escisión del grupo francés. Dichos desacuerdos se revelaron a
raíz de la fundación del Instituto de Psicoanálisis. Se pudo es-
cuchar entonces al equipo que había logrado imponer sus esta-
tutos y su programa proclamar que impediría hablar en Roma
a aquel que, junto a otros, había intentado introducir allí una
concepción diferente, para lo cual utilizótodos los medios a su
alcance”.
Lacan reclamando un retorno a Freud, esa es la concepción
diferente, denuncia la tentación que se le presenta al analista de
abandonar el fundamento de la palabra. El retorno a la “Cosa
freudiana” nos recuerda que “un psicoanalista debe introducir-
se fácilmente en ella sobre la base de la distinción fundamen-
tal entre el significante y el significado” (...) “Para saber lo que
sucede en el análisis, hay que saber de dónde viene la palabra.
Para saber lo que es la resistencia, hay que conocer lo que sirve
de pantalla al advenimiento de la palabra”.
Freud y Lacan incluyen, en el “ideal de formación psicoana-
lítica”, entre otras disciplinas, estudios filológicos.

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Lacan considera que a los analistas en formación se les deben
enseñar algunos rudimentos de lingüística, al menos la distin-
ción entre significante y significado.
A partir de 1956, Lacan habla de la primacía del signi-
ficante sobre el significado, esto parece más evidente en la
Tramdeutung.
“El sueño es un enigma (dijo Freud)... ¿Acaso las frases de un
enigma tienen algún sentido y el interés que ponemos en ellas,
es decir el que ponemos en descifrarlas, no obedece al hecho de
que la significación que se evidencia en esas imágenes es caduca
y que además, el único alcance que tienen consiste en llegar a
entender el significante que ellas esconden?”
El sujeto se halla capturado en la “primacía del significante”,
esto es, en una especie de alienación que nutre al sujeto con sus
síntomas.
Dice Lacan: “Lo que la técnica del psicoanálisis, que se ejerce
en la relación del sujeto con el significante, conquistó en mate-
ria de conocimiento sólo se sitúa alrededor de ella”.
En 1957, Lacan explica el título de su conferencia magistral
“La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde
Freud” de este modo: “Incluso un psicoanalista de hoy en día
no puede dejar de sentirse alcanzado por la palabra, puesto que
su propia experiencia recibe de ella el instrumento, el marco, el
material y hasta el ruido de fondo de sus propias certidumbres.
El título que elegimos permite entender que, más allá de esa
palabra, la experiencia analítica descubre en el inconsciente
toda la estructura del lenguaje”.
Freud, luego de las dificultades que encontró con el método
catártico e hipnótico, hace girar toda su investigación en torno
al método de la asociación libre. Llegando de este modo a la
noción de “formación del inconsciente”, esto es, serie de mani-
festaciones psíquicas que tienen en común la facultad de signi-
ficar otra cosa que lo que significan inmediatamente.

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El sueño es, entonces, discurso disfrazado, encubierto, con-
densado, respecto del cual el sujeto perdióel código.
Sólo puede recurrir a las cadenas asociativas, esto es, cadenas
de pensamientos, que conducen a cadenas de palabras.
Respecto de la transferencia, el aforismo freudiano “donde
hay transferencia, hay psicoanálisis” nos lleva a lo siguiente: a
partir del momento en que un sujeto se dirige a otro sujeto,
hay transferencia.
Instituida la transferencia, con esta facilitación frondosa del
psiquismo para su abordaje, queda abierta la posibilidad de la
manipulación de la transferencia.
Muchas técnicas con pre-tensión terapéutica se ubican en el
registro de la manipulación de la transferencia.
La práctica analítica hace la diferencia en la neutralización de
toda tentativa de manipulación de la transferencia.
Todo ocurre en el registro del análisis de la transferencia,
convocando, de ese modo, ese espacio donde el paciente hace
serie con la producción de su propio inconsciente.
Se neutraliza la posibilidad de toda manipulación de la trans-
ferencia, analizándola. El sujeto, de esta manera, puede encon-
trarse con la cuestión de su deseo.
Lacan se apoya, ya dijimos, en su aforismo: “El inconsciente
está estructurado como un lenguaje”.
Cabe recordar que Lacan ha insistido con el hecho de: “...
sean ustedes lacanianos, yo soy freudiano”. Lo suyo es el retor-
no a Freud.
Ya en el inicio de la teoría freudiana del sueño, en los meca-
nismos del proceso primario inconsciente, la noción de trabajo
del sueño nos guía por el laberinto de una posible hipótesis del
inconsciente, claramente estructurado como un lenguaje con
leyes propias.
La clínica produce el encuentro de Freud con el trabajo del
sueño. Trabajo basado principalmente en dos mecanismos:
condensación y desplazamiento.

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Para avanzar sin encallar en las piedras que el resorte del pen-
samiento coloca a cada paso, cabe recordar algunos conceptos.
Entre las figuras de condensación se encuentran:
• La condensación por omisión, como en los sueños donde
la restitución de los pensamientos latentes no es comple-
tada en lo manifiesto.
• La condensación por fusión, esto es, la superposición del
material latente; por ejemplo, las personas colectivas o
los neologismos.
Existen también modificaciones entre el contenido de los
pensamientos latentes y el material del contenido manifiesto
que no sólo provienen de la condensación. Dichas ideas han
sufrido una modificación importante, inversión de sentido o
de los valores. Es el desplazamiento.
Freud dice: “Esto nos lleva a pensar que en el trabajo del sue-
ño se manifiesta un poder psíquico que, por un lado, les hace
perder intensidad a elementos de alto valor psíquico y, por el
otro, gracias a la sobredeterminación, le otorga un valor mucho
mayor a elementos de menor importancia de modo que éstos
puedan penetrar en el sueño. A partir de eso, se puede entender
la diferencia entre el texto del contenido del sueño y el de los
pensamientos. En el momento de la formación del sueño hubo
transferencia y desplazamiento de las intensidades psíquicas de
los diferentes elementos. Ese proceso es fundamental en el sue-
ño. Se lo puede llamar proceso de desplazamiento”.

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Punto y Ley

A vuelo de pájaro por el uni-verso psi... verso versado en eso


analizable en tanto burda coyuntura.
A vuelo de pájaro... vuelo rasante... vuelo de altura...
Todo vuelo garantiza hostilidad. El psicoanálisis nos ense-
ña que “no hay instinto gregario”, sólo excusas sociales para
no hacer gutural sonido de alimento permanente. Hannibal-
canibal, ese personaje que el cine de estos tiempos nos ha ofre-
cido, hacía distinciones, menúes acondicionados, exquisitez de
impiedad.
El vuelo rasante toca la propia discapacidad, exige el riesgo
de una piel que no perdona ser mudada... enmudecida por lo
amenazante de lo autoerótico... lo autoerótico dando testimo-
nio del cuerpo.
No hay interpretación de lo que allí (¿en el cuerpo?, habría
que decirlo) ocurre. Es introducido, en lo somático, por la fi-
logénesis. Filogénesis como carga transmitida por el “A”(Gran
Otro). La madre... primer “A”que cumple la asignada función
de la cultura.
Pulsión que es, entonces, com-pulsión.
Pulsión que, como Alien (otra vez el cine ofreciendo sus fic-
ciones de fantasmas neuróticos), se introduce en la materia vi-
viente... Y el viviente deviene materia para la pulsión.
Decía que el vuelo rasante es aquel que, habitante de la pa-
radoja, insiste por su efecto en la paciente labor arte-sana-l del
buen sentido.
En su tarea de autentificar engaños e ilusiones, con su perti-
naz presencia los genera. Recorre océanos de demandas... vida
que late confusa.
Es un vuelo interrumpido por municiones de críticas.

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Es un vuelo, el de altura, que resigna lo humano para em-
prendérselas con dios, ese dios con minúscula, ese dios-mujer
-maldi-ch-ta.
Multiplicidad de Dioses, aberrantes, sádicos, bondadosos...
todos comparten la lenta dimensión de lo simbólico en su ca-
talepsia sensual.
“Introducir un orificio en una aguja, cabalgar el lomo de una
hormiga hasta alcanzar el paraíso de los alambres”... Esto dijo,
textualmente, un paciente... poeta loco o loco devenido paciente.
Texto sin sentido, poesía errática, plenitud de saber en un
sentido no alcanzado por ausencia de un sujeto que sabe allí
donde sabe saber.
Un niño-paciente o un paciente-niño que, habiendo sido
des-conocido por su padre biológico, es re-conocido... lo que
leído al pie equivale a no conocido por un padre que lo adop-
ta... hace su trama. (O algo así, le falta final a la oración).
Decir des-conocido, a diferencia de re-conocido, significa ser
expulsado de lo conocido, de eso a lo que se le reconoce jerar-
quía, ser condenado a vagar despojado de lo humano que le da
padre al nombre pero no nombre del padre al sujeto.
Decir re-conocido posibilita, por la vía de la negación, la po-
sible afirmación... esa que dice que, al ser presentado en socie-
dad, alcanza el estatus correspondiente.
A vuelo de pájaro... conducta humana que define el uni-ver-
so habitado y sus habitantes.
De la lectura de la película La última tentación de Cristo se
desprende que Dios es una creación judía... ¿Cómo ultimar los
detalles de una fe, de una religión que esgrime su mortaja de
dolor infinito en la carne de la humanidad garantizando la he-
rida humana?
Vuelo de pájaro... para reconocer un mundo que el sujeto,
del que se ocupa el psicoanálisis, inicialmente desconoce por
completo.

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Alguien nos señala una enorme puerta, entrada que nos es-
tádestinada. Como en “Ante la ley”, se trata sólo de un gesto.
“Dos Mundos, dos dimensiones y un finísimo velo que nos
separa”...
Hoy, desgarrado... Y, así, en el espacio abierto contra la pro-
pia voluntad, el acceso a una dimensión otra.
Ellos, Sigmund Freud y Jacques Lacan, revolucionarios de
la letra y del humano, han hecho palidecer al conocimiento
logrado, ahondando entre malezas, rebuscando entre proezas.
Y han hecho, también, la marcha destinada a atravesar las en-
trañas, expuestas para ello, para otorgar rango al deseo propio, a
la causa de causarnos, al convite de palabras... sacras y profanas.
Envueltas, ellas, en ese velo a des-hacer y vuelto a gestarse
mañana, intentarán con-fundirnos. Hoy se trata del agradeci-
miento. De la alfombra que han puesto a nuestros pies, para
que vuelen, para que sangren, para que pisen lo nunca pisado,
lo prohibido, lo oscuro, lo tan mentado rector del heroísmo.
Desde un suelo des-ligado de tierras-madres, de tronos-pa-
dres se hace conducente la palabra, aunque la mal-digamos...
‘Psicoanalistas no muertos, esperen el próximo correo... pero
desconfíen’...
En esta instancia de tretas y trucos del decir, hechizados, pero
advertidos, convocamos más sabiduría para las pócimas, más
saber para el destierro.
Exiliados de los mundos callejeros, habitantes de esta dimen-
sión encarecida, por costosa en su acceso, pronunciamos la le-
tra de la osadía y avanzamos...
Para poder horadar la piedra, condenar a la muerte, abolir la
piedad.
Todo ello, para hacer limpio el territorio de la fertilidad de
más letra, de más pasión por lo inútil, de más vuelo. De más
marcas de senda nueva, haciéndonos el juego más delicioso: el
de armarnos hasta los dientes para defender lo que no abunda,
ese rasgo de in-humanidad...

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COMENZAR
ALGO PARTICULAR

Comenzar algo particular, particular por único, cada paso


lo es, pero se trata de generar un modo de saber decir sobre lo
particular, permitir a lo particular ingresar en la adicción a lo
repetido y perimido.
Ciertos recorridos teóricos con relación a mi posición como
analista y a las vicisitudes del objeto se configuraron como
oportunidades para repensar el proceso íntimo de todo aná-
lisis y su particular... otra vez lo particular, que da cuenta de
un proceso analítico, decía, de la particular culminación. Esta
tarea ha producido en mí un efecto que no puedo dejar de leer
en los bordes “es de efecto la tarea” defecto con la connotación
de pliegos que sobran o faltan en una jugada completa y en su
deriva.
Deriva de defección, acción de separarse abandonando con
deslealtad.
Estamos enfermos del pensamiento, dice Lacan, es un pro-
blema de la cultura.
Ya lo ha dicho Freud, la cultura no puede dejar de producir
malestar.
Qué lugar le está reservado a la clínica, cómo interrogar sus
a-versiones, esas versiones del objeto causa, el malestar que
produce dar cuenta de la propia práctica. Práctica que en sus
efectos martiriza el cuerpo teórico.

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Diálogo analítico, en trance...

El hecho de dialogar ya implica un milagro que sólo ocurre


“de vez en cuando”.
El tiempo completo de las palabras lo ocupa el parloteo. Pala-
br-a-dicción, adición, voracidad de llenar con palabras el vacío.
Las palabras responden a códigos sociales, sólo “de vez en
cuando” cumplen función de pal-a-bras, palas que abren el co-
razón de las letras para dejar salir algún suceso.
El diálogo es decir... y eso no ocurre todo el tiempo, ni les
ocurre a todos... muchos mueren sin haber dialogado todavía.
El escritor sabe de esos trances, extraños aconteceres en el ór-
gano más sublime de la nada.
Cuando ocurre el diálogo, hay que tratarlo justamente como
se trata un milagro.
Ciertos personajes de ficción favorecen el diálogo porque
se tornan distantes, casi inverosímiles, esto permite que se les
otorgue complicidad y se les acompañe.
A los milagros se los trata con delicadeza, respeto, cuidado,
algo pasa y es desconocido.
Jorge Luis Borges relataba que a menudo su padre decía que
el mundo era tan extraño que hasta la Santísima Trinidad era
posible.
Freud, por su parte y en el mismo sentido, nos ofrece su me-
táfora del puercoespín que habita en cada uno de nosotros.
El mundo es tan extraño, nos es tan extraño, que, podemos
agregar, hasta ocurre que las personas pueden “de vez en cuan-
do” dialogar.
Un diálogo implica palabras que tocan y atraviesan el cuerpo.
De lo anterior se desprende que sólo hay diálogo de tanto en
tanto, o al menos durante algunos momentos.
La pre-tensión en el diálogo analítico es el encuentro con el
diálogo, y ese diálogo debe registrarse.

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El con-tacto de palabras entre los humanos, eso que requiere
tacto social, lo podemos llamar parloteo, entre los pliegues del
parloteo (blablabla), lo que acontece es el más mortal aburri-
miento, eso que mata.
Si tomamos el ejemplo de dos personas que se aman, amos
desde la alcantarilla del desolado fantasma; que conviven, don-
de el cuerpo grita, donde sucede el cuerpo en el abrazo, donde
se lo registra... vemos que allí amenaza lo cotidiano, eso que
mata porque repite, una lectura del repetir es el aburrimiento,
aburre allí donde nada ocurre, lo simbólico no hace trazo de lo
real. La posible salida a esa cuestión de lo humano es lo bello,
eso a crear, producción del sin sentido que nos habita.
Dado que Lacan nos señala que amar es dar lo que no se tiene
a quien no es y que hacer el amor, tal como lo indica el nom-
bre, es poesía, queda dicho que el amor se hace con palabras y
tiene la belleza de un poema... ya lo había dicho Gustavo Adol-
fo Bécquer... “poesía eres tú”.
Se trata de que rara vez ocurre algo, rara vez hay palabra ple-
na o auténtica, al decir de Lacan; esa palabra que se recibe
como dirigida especialmente, o casi, construida sólo para uno
en ese momento preciso.
Borges decía que a los buenos poemas se los quiere repetir en
voz alta, de lo contrario no son buenos.
En el diálogo analítico se trata de palabra plena, no de pala-
bras vacías.
Mantenerse alerta y alertados esperando el milagro, ese mila-
gro que puede acontecer en cualquier momento.
Se trata de un espacio sin ansiedad, con silencio iniciático,
iniciático en el sentido que le otorga a la iniciación Lacan... es-
pecialmente discreto.
Escansión es también silencio en el momento justo, ese silen-
cio que anuncia que algo va a ocurrir.

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Escansión como preparativo justo, puerta mágica que se deja
entreabierta para la palabra que pasa.
Se habla ni antes ni después, se habla en el momento de-
bido... de esta índole son las intervenciones... del orden del
asombro.
Borges decía con frecuencia: ¡Qué extraño!... ¡Qué raro!... el
escritor sabe de esas palabras para la gesta de palabra plena.
Consiste en sideración, asombro, sorpresa.
Digo sideración para dar cuenta de aquello que surge de las
entrañas del suceso, aquello que quiebra el altruismo de lo
fantasmático.
Pero es una sorpresa que no es presa del saber que detenta el
SSS, no es ese sabor de saber que le otorga poder y lo convierte
en amo lo que ha de atrapar al paciente.
En el diálogo analítico el trato es con el asombro de sentirse,
al mediar la palabra del analista, en un mundo extraño, donde
el extraño es él mismo.
No es esa sorpresa, quedarse boquiabierto por la acrobacia
verbal del Otro, ese gran Otro. La palabra del analista es la que
produce el diálogo, es el que deja atónito al analizante creando
un mundo extraño a su alrededor. Lleva al sujeto a un mundo
mágico donde lo ordinario se torna extraordinario, donde el
hecho de vivir se torna rápido, lo tridimensional se torna raro...
si se logra esto, se logra una sesión.
Un analista se diferencia del amo en que este último utiliza
al sujeto como testigo mudo, como mera caja de resonancia de
la propia voz, el discurso del analista propicia una escena apta
para que se escuche la voz del analizante, aun cuando es emiti-
da por la garganta del analista.
Esperar pacientemente el significante nuevo, voz nueva,
sorprendente.
Ese SSS recorre el camino desde la erudición hasta la ignoran-
cia que no busca, justamente porque allí ignora, sólo encuentra.

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El analista también ha de ser un gran actor, se trata de una
intervención apenas perceptible, así ha de ser para oficiar de
intervención justa.
Ningún gesto patético, solemne o sensiblero debe habitar lo
abismal del decir.
Nada de ampulosas palabras, sólo una ligera alegría
contundente.
Cada interpretación ha de ser sencilla, pero también paradó-
jica y extraña, siempre ese sabor extraño, sencillo pero paradó-
jico. Deja en claro que nada garantiza nada. Ante todo, ha de
ser sorprendente.
Ningún artificio rebuscado. A lo real no hay posibilidad de
acceder directamente, sólo con el rodeo de lo simbólico se hace
brecha para la incursión, esta imposibilidad se señala con inge-
nua comprensión.
La escansión hace huella allí, donde el propio analizante re-
curre a lo ampuloso de la escena.
Restar avidez a la escena con un ingenuo comentario, esa es
tarea del analista.
El modelo sutilmente propuesto sin propuesta es, siguiendo
a Baruch Spinoza, amar todo lo que ocurre. La felicidad como
deber, Lacan nos enseña que cuanta más alegría, más psicoaná-
lisis. La desdicha es una falla moral. Esta lectura de la desdicha
arranca al sujeto de la neurosis.
El Otro no existe, dice Spinoza, sólo Dios existe, monologa a
través de nosotros... la di-versión es el reconocimiento de este
monólogo.
Invitar al paciente a reconocer lo paradójico, lo extraño que
nos habita y habilita, esos, al decir de Freud, “abismos del alma
humana”.
Los silencios que dan cuenta de esa espera del significante
nuevo le dan al psicoanálisis fama de poco conversador, no es el
analista un buen anfitrión del diálogo social, su modo particu-

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lar de escuchar deja al interlocutor expuesto, con sus palabras
abiertas, como si se tratara de una permanente cirugía mayor
que deja las entrañas al descubierto.
Espacio de sideración propiciado por palabras mágicas... se
trata de nombrar lo innombrable.
Hablar, es importante recordarlo, no cura nada, no alivia
nada, las palabras agravan más el sufrimiento si sólo conducen
a fijar su significación.
La espera, el silencio, preparan el tiempo del restablecimien-
to, el lugar de analizante situado en la orilla supuesta-opuesta
del SSS, tiene efecto inmediato... neurosis de transferencia, lo-
cura que lo ingresa en la-cura que lo cura.
El silencio en psicoanálisis, esa ausencia de palabras huecas,
no sólo no le impide, sino que le facilita a este producir los ac-
tos que le son específicos, a saber:

Puntuación
Escansión
Subrayado

Puntuación: el analista, oreja ávida, escucha el murmullo del


sujeto regocijado en su parloteo insípido. Interviene, interven-
ción mínima, sólo para acallar el ruido. Se trata de puntuar,
como en el discurso corriente, la palabra del que se dirige a
nosotros. Se trata de hacer presencia en la ausencia que trae el
analizante, carga, que como el burrito del teniente de los jue-
gos de la infancia, no siente.
Diversas interjecciones, exclamaciones y aprobaciones, indi-
can nuestra presencia de oyente ingresando en el campo de su
discurso, a sabiendas de encontrar allíalgún decir que se escapa
por los resquicios de las letras, discurso que la oreja ávida escu-
cha y lee al pie de la letra que des-almada, des-arma la novela
familiar-social del alienado en la cultura.

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Todo lo que da cuenta de nuestra escucha, como nueva pun-
tuación, coloca puntos, comas, modela momentos de suspen-
sión que son asíseñalados y determina modos de interrogación.
Nuestro cuerpo, nuestra presencia, vienen a intercalarse en
la palabra que se dirige a nosotros, nosotros somos la coma, el
punto, la exclamación, etc., signos vacíos del escrito que en-
carnamos. Ese cuerpo que ha perdido consistencia con la re-
presión la recupera con la transferencia. La transferencia es el
operador apropiado para el encuentro con aquello que moti-
vóesa represión.
El analizando, a diferencia del escucha corriente, no accede
a la invitación de dicho discurso, una puntuación o un ruido
cualquiera tiene “efecto de sujeto”, lleva al paciente a interro-
garse sobre lo que acaba de enunciar y hace su apuesta a un
saber insabido.
La escansión: no es una puntuación natural, es marca de cen-
sura recostando su espalda sobre cortes que recorren las palabras,
trazados de equívocos contrariando la intención del que habla.
Se trata de citas inesperadas que hacen marca de un saber
inconsciente, el analizante sabe a partir de allí, que su padeci-
miento no carece de causa, ignora la naturaleza de dicha cau-
sa, sabe que no sabe de ella sino a través del analista, de la
transferencia.
Escansión es esa libertad que se toma el analista para hacer
corte en la palabra del paciente en cierto punto y de tal forma,
que dicha censura abre a la liberación de eso que se espera, nue-
va significación equívoca.
Corte en la palabra, efecto de corte en especial cuando acom-
paña el fin de la sesión.
No juega con palabras, es saber literal del inconsciente, pro-
vocación, el síntoma se desprende del fantasma engendrador.
Lectura al pie de la letra, letras que se separan de cierta serie
de significantes.

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La letra no es el significante, el acto de descifrar el jeroglífico-
palabra, toda palabra es tratada como un jeroglífico a descifrar,
decir del inconsciente que se expresa a través de la caída del
lenguaje. Decía que el acto de descifrar aísla la letra del signifi-
cante, de este modo, el analizante tiene acceso, lee ese elemento
discreto del saber inconsciente.
El desciframiento es tarea del analista, este puede no com-
prender previamente lo que allí ocurre, puede no saber por
anticipado lo que ese lapsus o falta gramatical están señalando,
esta incomprensión no impide la tarea, hacer notar eso que
ocurre allí en tanto el paciente no lo nota o no le concede nin-
guna importancia.
Este acto, el del analizando, da existencia a la letra, despren-
de lo que sobra y embrolla el decir, silenciosa y discretamente.
El analista accede a cierto saber respecto del significado de
lo que está ocurriendo, las asociaciones del analizante lo guían
hasta anclar en la procedencia de su silencio, siempre se arriba
a regiones desconocidas, más allá de lo imaginado.
Desde las primeras sesiones se produce la alteración de toda
linealidad discursiva.
La escansión, al liberar un conjunto literal, ofrece la lectura
de un equívoco que no era directamente perceptible en la pa-
labra. El fragmento sonoro que se desprende de esta operación
se presenta como un rébus.
Freud señala que los conjuntos de imágenes que aparecen en
los sueños se pueden leer como un rébus, como jeroglíficos o
como los caligramas de la escritura china.
Se trata de lectura a la letra, se deja fuera el valor propio de
cada imagen y la significación de cada frase, de este modo se
forman a la letra nuevos conjuntos fonéticos que, a través de
las escansiones, como silencios atormentados del decir, insisten
con hacerse oír.

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Este saber literal es más claro en la interpretación del sueño.
En la vida diurna es de más difícil acceso, aquí todo depende
de la creatividad del analista.
El analista debe hacer abstracción de todo lo que le diga de
la significación y de la gramaticalidad. El conjunto gramatical
consciente es producto de un sujeto sujetado al lenguaje, pre-
ñado de angustia de castración, angustia que no deja paso a la
literalidad, la reprime.
Pero la literalidad está presente detrás de cada segmento del
discurso del paciente, lo anima, le otorga brillo. Se hace legible
aun permaneciendo oculta, es paso ineludible e inadvertido de
todo recorrido por la palabra.
Dije antes de la importancia del savoir faire del analizando,
de lo necesario de la creación ficcional, esa que facilita la mi-
rada allí donde está interdicta, ficción ya construida por el pa-
ciente, a ser relatada por el analista. Ficción sintomática, lap-
sus, chistes, juegos que embrollan el decir.
La escansión es válida si efectúa el desprendimiento, constru-
yendo el fantasma.
El discurso analítico para sus operaciones, requiere de un
campo de suposiciones de un saber insabido, inconsciente. La
validez al descifrado no ocurre en forma inmediata, sucede a
posteriori de sus efectos.
Algunas secuencias se leen como rébus; otras, como cripto-
gramas y otras como caligramas.
El rébus es como un poema, tiene rasgos literarios, se hace
pasible su lectura gracias a su valor fonético.
El jeroglífico se lee de una vez relacionado con cierto valor
fonético.
El caligrama es un espacio vacío, gráficamente delimitado,
cobra sentido por su carácter de tropiezo al ser evocado.

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Un retorno a Lacan,
desde el ombligo
de la nada

Antes de continuar y para esclarecer posiciones, se hace ne-


cesario un retorno a Lacan y su proposición del 9 de octubre
de 1967.
Retorno que hace marca de conclusión entre los bordes de un
decir, bordes-marco para una enseñanza, la del psicoanálisis.
De su lectura podemos concluir fundamentalmente que se
trata para la enseñanza de “estructuras aseguradas en el psicoa-
nálisis y de garantizar su efectuación en el psicoanalista”.
Efectuación que la Sociedad Psicoanalítica no puede realizar,
dada su posición.
Lacan nos indica volver, previa lectura de la proposición a su
artículo “Situación del psicoanálisis y formación del psicoana-
lista en 1956”.
La situación del psicoanálisis, hoy como entonces, “sigue es-
tando en la orden del día”, dirá Lacan, nos incita también a
comunicar alguna “idea del designio de nuestra enseñanza”.
El interés de la enseñanza oficial, interés de autorizarse “en
un comentario literal de Freud”, interés que hace trama de su
uso, el de las enseñanzas de Freud, uso reducido a rutina.
Jacques Lacan nos dice en Escritos I, pág. 141: “Esta exigen-
cia de lectura no tiene la vaguedad de la cultura que podría
creerse puesta en cuestión en ella.

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El privilegio dado a la letra de Freud no tiene en nosotros
nada de supersticioso. Cuando se toma uno libertades con ella
es cuando se le aporta una especie de sacralización muy com-
patible con su reducción a un uso de rutina.
Que todo texto, ya se proponga como sagrado o como pro-
fano, vea crecer su literalidad en prevalencia de lo que impli-
ca propiamente de enfrentamiento de la verdad, es algo cuya
razón de estructura muestra el descubrimiento de Freud... nos
da cuenta incidentalmente de la calidad de escritor de Freud,
es decisivo para interesar al lector tanto como sea posible en el
lenguaje, como en aquello que él determina en el sujeto... Por
donde se llega a no manejar ya nada de cada una de las juntu-
ras delicadas que Freud toma de lo más sutil de la lengua, sin
moldear en ellas de antemano las imágenes confusas en que se
precipitan sus más bajas traducciones.
En una palabra, se lee a Freud como se escribe en psicoanáli-
sis; que no es decir poco”.
Lugar para otra costura, nos dirá... nuevo borde. Silencio si-
lenciado para la transmisión de la cosa freudiana, retorno de lo
reprimido, esa cosa que habla por sí misma.
La verdad en la boca de Freud, dice Lacan, “agarra el toro
por las astas”... “Hombres, escuchad, os doy el secreto. Yo, la
verdad, hablo.”
La verdad, luego de ser dicha, es ceguera. Esa ver-dad, esa
dicha del dar a ver la verdad desnuda, como el primer en-
cuentro con la belleza del cuerpo desnudo de una hermosa
muchacha. Ese cuerpo femenino que da cuenta del ser no
toda estando de lleno allí, ese saber de eso que se siente en esa
relación de exclusión en ese espacio de entrecruzamiento de
Real e Imaginario.
Cómo hacer lectura de textos en el pavoneo de un uso de
rutina, cómo obturar ese des-velamiento que es propio del dis-
curso psicoanalítico, ese après coup que prepara el retorno de

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lo oculto a la lectura inmediata, saber del vacío que oculta ese
lleno del cuerpo-marco.
Toda enseñanza formal hace uso y, como corresponde, abuso
de jerarquía.
Toda enseñanza oficial lapida, silencia el decir, cierra todo
deslizamiento de la verdad desde el discurso de Freud al desci-
framiento de sus criptogramas.
Se lee a Freud en la oficial, hoy como ayer, haciendo síntoma
de textos clasificatorios, burla a todo el descubrimiento freu-
diano; allí no hay descubrimiento, sólo matanza de apertura.
Se lee a Lacan en la oficial como se lee a Freud, pretensión
teoricista.
Acotar conceptos, como presas en una trampa para osos.
Las figuras de estos analistas precarios, hurgando entre sím-
bolos incomprensibles, intentando encuadrar, hacer cuadro de
naturaleza muerta, otorgar crédito a los cuadros, conceptos-
cuadro, carecen de la más mínima inventiva. Lacan señala en
la “Proposición del 9 de octubre”: “Aparece aquí el defecto, la
falta de inventiva, para cumplir con un oficio (ese, del que se
ufanan las sociedades existentes) encontrando en él vías dife-
rentes, que evitan los inconvenientes (y los perjuicios) del régi-
men de esas sociedades”.
Pre-tensión, pre-tensiosos psicoanalistas que carecen del ran-
go de escritores.
No son Freud, no son Lacan, sólo son la-cayos, callan lo que
grita y hacen del descubrimiento freudiano un nuevo compen-
dio de definiciones maquilladas con razona-mientos.
Lacan nos ha invitado a hurgar en el tacho de la basura.
Esos señores que se atribuyen desde los orígenes un conoci-
miento que no existe son los que dejan rápidamente en ma-
nos de Manliba esos desechos... los reemplazan por nuevos
emplazamientos que facilitan el enceguecimiento de esa ver-
dad, verdad ante la que pretenden hincarse como si se tratara

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de algo llegado del más allá... por incomprensible, buscando
legalizar sus aportes que sólo portan pasión por la ignoran-
cia, en citas textuales de un Freud que se les escabulle como
la verdad, esa verdad a medias mediando entre los pliegues de
lo no-dicho sin atreverse a dar la cara por temor a ser abofe-
teada, esa verdad que sólo en el retorno se hace carnadura de
palabra.
Esos señores del oficialismo con-vencen, vencen a los jóvenes
analistas con argumentos que son mentas de hechos ficción,
sólo tapa-duras de la imposibilidad de hacer texto de lectu-
ra. Los vencen, y esto es serio, se trata de que, nuevamente,
fortalecida por la avidez de globalización y voraz consumismo
que consume las neuronas que buscan hacer sinapsis de cuer-
da tensa con el saber, decía que es serio dado que vencen a los
jóvenes con la completud de la información tan informada en
estos tiempos.
Completud que es negación, mutilación definitiva de todo
movimientopsicoanalítico.
Los jóvenes quieren saber con exactitud, citar a los maestros
con maestría, que su saber se jerarquice, que sus detentores se-
pan hacer con eso, pero no se trata de un final de análisis, se
trata de un nunca más análisis, ya que es saber hacer con eso
en el marketing...
Lacan nos ha dicho que hay que distinguir jerarquías de
rango...
No pudieron callarme, nos dice, pero años después de su
muerte, decirse lacaniano da jerarquía a las instituciones que lo
denostaron, y entonces se dicen lacanianos.
Yo hoy quiero decir sean ustedes lacanianos, yo soy psicoana-
lista... de eso se trata, de “usted muérase, me importa su salud
mental”. Se trata de salvar el psicoanálisis, Freud sostuvo la in-
ternacional para salvar la tarea, su hermetismo, su vuelo, lo han
convertido en rasante por no saber leer allí.

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Lacan nos dice en Escritos 1, página 148: “... l campo que
Freud experimentó rebasaba las avenidas que se encargó de dis-
poner en él para nosotros, y hasta qué punto su observación,
que produce la impresión de ser exhaustiva, estaba poco some-
tida a lo que tenía que demostrar... ¡Qué ejercicio para formar
espíritus, y que mensaje para prestarle la propia voz! Qué con-
trol también del valor metódico de esa formación y del efec-
to de verdad de ese mensaje, cuando los alumnos a quienes
lo trasmite uno aportan el testimonio de una transformación,
acaecida en ocasiones de la noche a la mañana, de su práctica,
que se hace más simple y más eficaz antes aún de hacérseles
más transparente”.
Qué es entonces transmisión de psicoanálisis, transmisión,
no-enseñanza, la oficial enseña, pre-tensión, necesidad que
hace síntoma de conceptos para una jerarquía de saberes cuyo
vacío no-se so-porta, no hay porte para la pisada de la palabra,
palabra que por amor a ella se instala en el significante.

Intención de situar una enseñanza

La referencia estructuralista subyace en las elaboraciones teó-


ricas de Lacan.
Del estructuralismo, Lacan toma, entre otras muchas cosas,
ese modo nuevo de pensar los objetos.
Lacan cuestiona en algún momento la eficacia de este enfo-
que, enfoque que abre horizontes nuevos a las ciencias exactas
y a las ciencias humanas, al poner en evidencia relaciones que
no aparecían inmediatamente entre ellos. Dejando de lado las
descripciones de la naturaleza de los objetos, de las calidades y
propiedades específicas, el estructuralismo da importancia a las
relaciones, en cierto sentido ocultas en lo inmediato, que exis-
ten entre los objetos o entre sus elementos.

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Sólo con la intención de situar una enseñanza, voy a referir
algunas consideraciones ineludibles para su comprensión.
Coherencia, esto es, los elementos considerados deben de-
nominarse de la misma manera o pertenecer al mismo grupo,
condición necesaria para que surjan entre ellos nuevos princi-
pios de relaciones.
Leyes que se establecen entre los objetos o sus elementos y
ponen en evidencia propiedades específicas que determinan
una estructura particular, respecto del conjunto de los elemen-
tos considerados.
Recordaremos a Bourbaki, que define la estructura de grupo
diciendo: “En un conjunto G, se dice que una ley de compo-
sición interna, definida en todas partes, determina una estruc-
tura de grupo cuando es asociativa, cuando posee un elemento
neutro y cuando todos los elementos G admiten un simétrico
para esa ley”.
Se trata de una ley que debe intervenir en las siguientes
condiciones:
• La composición de dos elementos del conjunto debe
constituir un elemento del conjunto. Esto es ley interna.
• La composición de muchos elementos debe efectuarse a
partir de un lugar cualquiera de la serie. Esto es una ley
asociativa.
• Uno de los elementos debe ser neutro. Para cada elemen-
to debe haber otro que sea su simétrico, para que en la
composición respecto de su simétrico sea igual al neutro.
Jean Piaget da una definición de estructura: “Una estructura
es un sistema de transformación que implica leyes como siste-
ma (en oposición a las propiedades de los elementos) y que se
conserva y se enriquece a través del juego mismo de esas trans-
formaciones, sin que estas salgan fuera de sus propias fronteras
o tengan que recurrir a elementos exteriores. Una estructura

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tiene tres características: de totalidad, de transformación y de
autocontrol”.
Totalidad: respecto de la interdependencia de los elementos
que componen las estructuras, la reunión de todos los elemen-
tos es diferente a la suma.
Transformación: se trata de leyes de composición para opera-
ciones dentro de una estructura dada, que es estructurante de
una realidad ya estructurada.
Autocontrol: significa que es capaz de autoconservarse, esto
es, estabilidad del sistema.
Del estructuralismo nos importa la introducción de la di-
mensión sincrónica en el estudio de la lengua.
Saussure nos enseña que ese estudio no puede reducirse a la
dimensión diacrónica, es decir, histórica.
La historia de una palabra no da cuenta de su significación
presente, esta depende del sistema de la lengua. Existe una re-
lación entre el sentido y el signo, sólo abordable desde el punto
de vista sincrónico.
Lacan aplicará este enfoque estructuralista en el campo del
psicoanálisis.
“Tan sólo con retomar la obra de Freud en la Traumdeutung
nos damos cuenta de que el sueño tiene la estructura de una
frase o, mejor dicho, si nos atenemos estrictamente a la letra,
tiene la estructura de un enigma, es decir de una escritura de la
que el sueño infantil sería la ideografía primordial y que, en el
adulto, reproduce el empleo fonético de los elementos signifi-
cantes que también encontramos en los jeroglíficos del antiguo
Egipto como en los caracteres que aún se usan en China.
Pero ese sólo es el plano del desciframiento del instrumento.
Lo importante empieza en la versión del texto. Freud nos dice
que lo importante se encuentra en la elaboración del sueño, es
decir, en la retórica del sueño. Elipsis y pleonasmo, hipérbaton
o silepsis, regresión, repetición y oposición son los desplaza-

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mientos sintácticos y metáfora, catecresis, autonomasia, alego-
ría, metonimia y sinécdoque las condensaciones semánticas en
las que Freud nos enseña a leer las intenciones ostentatorias, o
las demostraciones disimuladoras o persuasivas, rezongonas o
seductoras, con las que el sujeto modula su discurso onírico”.
“(...) todo acto fallido es un discurso logrado e incluso aplica-
do de una manera muy linda, y que en el lapsus la mordaza gira
en torno a la palabra, justo desde el cuadrante necesario para
que un buen entendedor encuentre allí su salvación”.
Como ya he dicho, la analogía entre los procesos del lenguaje
y el dinamismo del inconsciente hacen importante para el psi-
coanálisis el conocimiento de estos procesos.
En la obra de Lacan, la noción de estructura se refiere
a la estructura del lenguaje, aquella a la que debe remitir el
inconsciente.
El concepto de signo lingüístico nos indica que no une una
cosa a una palabra, sino un concepto a una imagen acústica.
La imagen acústica no es un sonido material, cosa puramente
física, sino su huella psíquica.
Nuestros sentidos nos llevan a la representación, se trata de
una imagen sensorial.
Huella psíquica y representación nos guían en una posible
confusión, lenguaje, lengua y habla son términos que remiten
a entidades disociadas.
En primer lugar, cabe aclarar que las unidades lingüísticas, al
ser entidades psíquicas, pertenecen al registro de la lengua y no
proceden de la palabra.
Lenguaje es el uso de la lengua hablada por un sujeto.
Saussure nos dice: “Para nosotros la lengua es el lenguaje me-
nos la palabra”.
El signo lingüístico es ante todo una relación, aparentemente
esa relación parece fija en la lengua, pero puede modificarse en
la dimensión del lenguaje.

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Saussure mantiene el término signo para hablar de unidad
lingüística, pero reemplaza concepto por significado e imagen
acústica por significante.

concepto significado s
imagen acústica significante S

Relación de oposición, separa los elementos entre ellos.


Aparece una propiedad que Lacan llama “autonomía del sig-
nificante con respecto al significado”, significante y significado
no tienen una relación fija.
El signo es el elemento fundamental del sistema de la lengua.
Al observarlo encontramos propiedades que parecen contra-
dictorias:

lo arbitrario del signo


la inmutabilidad del signo
la alteración del signo
el carácter lineal del significante

Respecto de estas propiedades y sus consecuencias en la prác-


tica, vamos a considerar algunas por tratarse de la tarea de co-
locar la enseñanza en el lugar del psicoanálisis.

Lo arbitrario del signo: relación


entre el significado y el significante

Entre un concepto y la imagen acústica que lo representa


no existe lazo que los una. En cada lengua varía la imagen
acústica de un mismo significado. Se trata de que es arbitra-
rio con relación al significado, no guarda con él ningún lazo
natural.

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Siguiendo el concepto de Saussure respecto de la posibili-
dad de asociación aleatoria del significado con el significante,
la preocupación de Lacan reside en la sobredeterminación in-
consciente del material significante que se combina.
Todo ocurre como a espaldas del sujeto. Se siente alucinado
por el producto de sus propias invenciones.
Captura significante, la estructuración del signo parece estar
completamente sometida al proceso primario inconsciente.
Esa incidencia “es tan evidente en algunos casos que las pro-
ducciones neológicas que resultan de los efectos subversivos
de la condensación y del desplazamiento pueden considerarse
como verdaderas vías significantes del inconsciente, para adhe-
rir de ese modo a la tesis lacaniana que sostiene que el incons-
ciente estáestructurado como un lenguaje”.

La inmutabilidad del signo

Dice Saussure: “Hay un vínculo entre estos dos factores an-


tinómicos: la convención arbitraria, en virtud de la cual es li-
bre la elección, y el tiempo, gracias al cual la elección se haya
ya fijada. Precisamente porque el signo es arbitrario no conoce
otra ley que le dé la tradición, y precisamente por fundarse en
la tradición puede ser arbitrario”.
(…) “No solamente es verdad que, de proponérselo, un indi-
viduo sería incapaz de modificar un ápice la elección ya hecha,
sino que la masa misma no puede ejercer su soberanía sobre
una sola palabra; la masa estáatada a la lengua tal cual es”.
Esto nos da la posibilidad de esa difícil lectura de la fórmula
lacaniana: “El sujeto es sujeto del lenguaje”, está sujeto al len-
guaje. “El discurso es discurso del A (gran otro).”
Eso que hace que el deseo del sujeto sea el deseo del A, es ese
mismo y paradojal lugar de salvación, subversión del sujeto por
la estructura del lenguaje.

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La alteración del signo

Producto de esa inmutabilidad, perdura en el tiempo y pue-


de alterarse por la misma razón... relación de reciprocidad
contradictoria entre esos términos opuestos, inmutabilidad y
mutabilidad.
Carácter lineal del significante: influencia del factor tiempo
en la práctica de la lengua, el significante es una cadena foné-
tica que se desarrolla en el tiempo. Esto lleva a una propiedad
fundamental de la lengua, que se llama eje sintagmático, direc-
ción en que se desarrolla una lengua y que Lacan llama cadena
significante.
Con la cadena significante aparece la estructura lingüística.
“Pero si sólo dispusiéramos de signos lingüísticos no ten-
dríamos un sistema estructural. Tendríamos sólo un léxico.
La lengua es una estructura porque, además de los elemen-
tos, presupone leyes que gobiernan esos elementos entre
ellos. Esas leyes intervienen a partir del momento en que
abordamos el carácter lineal del significante. En efecto, la
cadena significante plantea dos problemas específicos: por
un lado, el problema de las concatenaciones significativas
y, por el otro, la cuestión de las sustituciones que pueden
intervenir en esos elementos significativos. En cada lengua,
ambos problemas se confirman a través de leyes internas de
naturaleza diferente según gobiernen las concatenaciones o
las sustituciones.
Por eso, la lengua puede analizarse según dos dimensiones, a
las que se vinculan propiedades específicas: la dimensión sin-
tagmática y la dimensión paradigmática.”
Hablar es, desde Saussure, realizar dos operaciones: seleccio-
nar cierta cantidad de unidades lingüísticas y combinar entre sí
las unidades elegidas.

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Selección: posibilidad de sustitución de los términos entre sí.

Combinación: configuración de cierto orden de las unidades


de significación.

Ese orden se puede representar así:


Fonema ________ monema________ palabra________frase

El fonema es la más pequeña unidad de la cadena hablada


desprovista de sentido.
El monema es la unidad de significación elemental.
El plano de la selección es el eje paradigmático. Este eje re-
presenta el sistema de la lengua como elección lexical.
El plano de la combinación es el eje sintagmático. Este eje
representa el habla como uso de los términos lexicales elegidos.
Esto significa que el discurso se desarrolla en dos tipos de
operaciones:
1. operaciones metafóricas –selecciones–.
2. operaciones metonímicas –combinaciones–.
Se trata de dos ejes:
1. Eje sintagmático
2. Eje del habla
Estos dos ejes nos permiten examinar dos propiedades del
lenguaje que son:
1. el valor del signo
2. las construcciones metafóricas y metonímicas
Esto nos permite entrar en el concepto lacaniano de punta-
da, en la supremacía del significante y en sus consecuencias con
respecto a las formaciones del inconsciente. Modo de hacer
con la palabra en el discurso psicoanalítico.

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HABLAR DE PSICOANÁLISIS
ES HABLAR DE ÉTICA

En el primer párrafo de “La dirección de la cura”, Lacan ha-


bla de la persona del analista y la persona del analizante.
Lacan estaba en un momento de su enseñanza donde su in-
terés se centraba en la crítica de la relación dual, en tanto que
puramente imaginaria, intentándose valer provisoriamente del
término intersubjetividad para introducir lo simbólico en la
relación analítica.
Lacan dice: “El registro del ser del que pudo ser situado por
medio de un nombre, debe ser preservado por el acto de los
funerales”.
Hablar de psicoanálisis es hablar de ética.
Lacan reabre la cuestión de la ética en una época donde se ha-
cía necesaria la indiferencia del estructuralismo para oponerse
al exceso de plasticidad del humanismo. El siglo había prohibi-
do la ética; por tanto, la vía en dirección a la ética era más que
peligrosa, y Lacan lo sabía.
Era necesario, entonces, tomar en cuenta la historia de la éti-
ca y, por tanto, de la filosofía, que fundó la ética.
Era también necesario saber de las consecuencias éticas ge-
nerales que implicaba la relación con el inconsciente, relación
planteada por Freud, eso que Lhabarte llamó “arquiética”.
Cabe recordar que el origen del análisis es él mismo de orden
ético, Freud partió de una intuición central de orden ético.
La ética es en la práctica una dimensión esencial del psicoa-
nálisis. En la metapsicología freudiana, hay elaboraciones que
reflejan un pensamiento ético.

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En los textos llamados antropológicos de Freud no se trata
más que del origen de la ética.
Dice Lacan: “El arte literario, tan cercano para nosotros del
terreno ético”.
Cuando habla de ética, Lacan encuentra a Antígona. Esto es
la heroína y el poema.
La interpretación de Antígona dio Hegel: “[Antígona es]...
una de las más sublimes obras de todos los tiempos, primoro-
sa bajo todos los aspectos. En esta tragedia todo es consecuen-
te: están en pugna la ley pública del Estado y el amor interno
de la familia y el deber para con el hermano. El pathos de An-
tígona, la mujer, es el interés de la familia; y el de Creonte, el
hombre, es el bienestar de la comunidad. Polinices, luchando
contra la propia ciudad patria, había caído ante las puertas de
Tebas; y Creonte, el soberano, a través de una ley proclamada
públicamente, amenaza con la muerte a todo el que conceda
a dicho enemigo de la ciudad el honor de los funerales. Pero
Antígona no se deja afectar por este mandato, que se refiere
solamente al bien público de la ciudad; como hermana cum-
ple el deber sagrado del sepelio, según la piedad que le dicta
el amor a su hermano. A este respecto apela a la ley de los dio-
ses; pero los dioses que ella venera son los dioses inferiores del
Hades (Sófocles, Antígona, v. 451; he xýnoikos tôn káto theôn
Díke), los interiores del sentimiento, del amor, de la sangre,
no los dioses diurnos del pueblo libre, consciente de sí, y de
la vida del Estado”.
Cuando Creonte averigua que Antígona conocía el decreto
de prohibición y aun así lo transgredió, le pregunta cómo se
atrevió a violarlo. Ella responde: “No era Zeus quien me impo-
nía tales órdenes, ni es la Díke, que tiene su trono con los dioses
de allá abajo, la que ha dictado tales leyes [nómous] a los hom-
bres, ni creí que tus bandos habían de tener tanto poder [sthénein
tosoûton] que habías tú, mortal, de prevalecer por encima de las

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leyes no escritas e inquebrantables de los dioses [ágrapta kaspha-
lê theôn nómima]. Que no son de hoy ni son de ayer, sino que
viven en todos los tiempos y nadie sabe de dónde aparecieron.
No iba yo a incurrir en la ira de los dioses violando esas leyes por
temor a los caprichos de hombre alguno. Que había de morir ya
lo sabía, ¿cómo no?, aunque no lo hubieses anunciado. Pero si
muero antes de sazón, yo lo reputo por ganancia; porque quien
vive como yo, metida en males sin cuento, ¿cómo no ha de salir
gananciosa muriendo? Así que a mí, al menos, sucumbir en este
lance nada me duele; por el contrario, si hubiera consentido que
el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto,
entonces sísentiría pesar; ahora, en cambio, no me aflijo. Y si a
ti te parece que es locura lo que hago, quizá parezco loca a quien
es un loco” (450-470).
El desafío teórico es inmenso, cruzar la línea, lo llama.
En el retorno a Antígona, se trata de fundar un más allá de
la ética del bien, lo que llamará más tarde la “ética trágica de
psicoanálisis”.
La línea por atravesar es la de la barrera mantenida por la es-
tructura del mundo del bien, y si debe ser traspasada, es porque
el deseo es enemigo del bien, es decir, del placer.
Freud descubre, en “Más allá del malestar en la cultura”, que
el mundo del bien se reveló históricamente como el mundo del
mal, y del mal radical. La moral del bien no engendra más que
una política.
En Kant con Sade, ese más allá de la muerte, dice de la se-
gunda muerte, por medio de esta, el hombre adquiere el poder
de liberar a la naturaleza de las cadenas de sus propias leyes.
El movimiento del deseo está ubicado por el descubrimiento
freudiano de la pulsión de muerte.
El más allá de la línea es tarea del psicoanálisis.
El temible desconocido, más allá de la línea, es el inconscien-
te, esto es, la memoria de lo que olvida, el campo del no saber.

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Lacan propone una posible lectura: la tragedia, ese antes de la
filosofía, es decir, antes de Platón, estámás alláde la línea.
Se trata, entonces, de actualizar la esencia de la tragedia, esto
es la esencia de la khatarsis, que en Freud es más antigua que el
complejo de Edipo.
Khatarsis como purgación médica, o como purificación ri-
tual. La khatarsis, desde el Renacimiento, está vinculada con el
placer, “es un apaciguamiento”, dice Lacan. La tragedia queda
sujeta a la economía del placer y sometida a la ética del bien.

“Quiero escribir, pero me sale espuma,


quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.
 
Quiero escribir, pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay voz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
 
Vámonos, pues, por eso, a comer hierba,
carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.
 
¡Vámonos! ¡Vámonos! Estoy herido;
Vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.
 
César Vallejo
(de Poemas humanos)

En primer lugar, es el horror del suplicio de Antígona, ser


enterrada viva, padecer entre la vida y la muerte. Toda la obra

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es una apofanía detallada de una vida que va a confundirse
con la muerte. Muerte que invade la vida, y vida que invade la
muerte.
Es importante considerar que el único héroe trágico de la
obra es Antígona; su pasión es absoluta, es un ser inflexible.
Está, pues, más allá, no sólo del temor y de la piedad, sino que
se revela como la principal objeción a la ética del bien, “el bien
no podría reinar sobre todo, sin que aparezca un exceso de cu-
yas fatales consecuencias ella nos advierte”.
Creonte se deja manejar por el temor, no es heroico, su error,
dice Lacan, es del orden de la amartía, del error del juicio.
El hombre toma el mal por el bien, Antígona está más allá
de la até, esta palabra parece referirse al deseo puro y simple de
muerte, Antígona perpetúa esta até.
La tragedia tiene poder de khatarsis. Como mimesis de una
acción grave, facilita la kharis, esto es, la alegría que purifica.
Para Bataille, el psicoanálisis procede del horror trágico.
Lacan habla del lustro, el lustramentum, como un medio de
purificación, o un estimulante para el desenfreno.
Lustro, palabra creada en 1489 a partir del italiano lustro,
pero lustro es también brillar, lanzar un resplandor, o bien pa-
sar revista con el pensamiento, como en Cicerón.
La cosa está ahí, el horror, pero en este lustro que la purifica,
y debe purificarla, lo bello, dice Lacan.
Baudelaire dice: “Lo más bello que hay en el teatro es el
lustre”.
Lacan intenta, como Heidegger, saltar la línea de la estética,
la esthéthica, lo que supone saltar simultáneamente los límites
de la ética y la estética.
Victor Hugo dice que el hombre que no medita vive en la ce-
guedad; el hombre que medita vive en la oscuridad.
No se puede dejar de decir lo que se ignora, regla fundamen-
tal de la transmisión en la clínica. El discurso ha de alcanzar ese

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punto imposible, lógica capaz de hacer inscripción, escritura
que aparece como verdad irreductible.
La vida en la muerte, la muerte en la vida, como Antígona,
el límite que podemos llamar nuestra ignorancia, situado entre
la angustia y la filosofía.
Bordear ese límite que no se puede comprender, que se pue-
de escribir pero a riesgo de convertir el propio cuerpo en cuer-
po de esa escritura. Esta es la primera consecuencia del acto
analítico que los analistas no soportan. Esto es la locura.
Algunas cosas para pensar al abordar esta tarea imposible.
Bendecido quien descubre su vocación y estádonde debe es-
tar. Esta bendición, como tantas otras, no nos está reservada
para los que hemos elegido esta práctica, no tendremos paz, la
calma nunca alcanzará nuestros hábitos.
Hay una idea de Carl Rogers que me gusta: “No pierdan
el tiempo entrenando terapeutas. Se emplea mejor el tiempo
seleccionándolos”.
Así como hay una sola persona en el análisis y es el paciente,
se requiere un espacio que no perturbe esa soledad, un analista
que se haga el muerto para que el analizante perpetre el acto
de vivir.
No se trata de formar analistas, algunos nunca llegan a pa-
cientes, algunos nunca llegan a analistas.
La creación que reclama un acto analítico es tarea para algu-
nos elegidos.
La capacidad para alcanzar la atención flotante, ese mareo,
esa locura de estar perdido en el sin-sentido, esa insoportable
imprecisión de la propia presencia, reclama un despedazamien-
to para el que ningún moral humano está listo.
Jung hablaba de inventar un nuevo lenguaje terapéutico para
cada paciente.
No se trata de una nueva técnica, se trata de abandonar todas
las técnicas.

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Se trata de un abandono del conocimiento, un salir del cono
de ese nacimiento social para ingresar en una topología del ho-
rror y su sublime veneno.
Los invito, si se atreven, luego si lo alcanzan, a conservar
como la poesía o, si prefieren a metamorfosear contenidos cap-
turados en las sucesivas letras de sus inventivas transformacio-
nes. Advenir analista es iluminar figuras en el espíritu de la di-
ferencia entre espíritu y letra.
Lacan nos guía y dice “que no tenga en este punto ningún va-
lor que podamos designar de verdad, lo que quiere decir error
no más, el falso entendiéndose sólo falsus como lo fallado”...
Más adelante agrega: “El uno que existe, es el sujeto supuesto
de lo que la función fálica hace como fechoría”.
Sólo algo más, se trata de ser analista contra el mundo, con-
tra la voluntad del mundo. Lacan dice: “El enfrentamiento en-
tre mundo y tierra es un combate. En la medida en que la obra
crea un mundo y hace venir a la tierra, es instigadora de este
combate”.
Antes de continuar con ese párrafo, quiero equiparar ese en-
frentamiento del que habla con la tarea que aguarda a un ana-
lista, cuando adviene analista, repito, no les sucede a todos,
enfrentamiento entre mundo y tierra, y Lacan nos alerta: “Esto
no se hace para que de inmediato se apacigüe y se asfixie por
medio de un insípido ordenamiento, sino para que el combate
se conserve combate”.
Despertar el averno y pretender calmarlo, esto es exactamen-
te el accionar terapéutico de algunos, son mayoría.
Dice Lacan: “Yo la verdad, hablo. El discurso del error, su ar-
ticulación en acto, podía dar testimonio de la verdad contra la
evidencia misma. La intención más inocente se desconcierta al
ya no poder callar que sus actos fallidos son los más logrados y
que su fracaso recompensa su deseo más secreto. Vagabundeo
en lo que considera es lo menos cierto por esencia: en el sueño,

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en el desafío en el sentido de la punta más gongórica y el dis-
parate del retruécano más grotesco, en la casualidad, y no en su
ley, sino en su contingencia, y nunca procedo con más seguri-
dad para cambiar la faz del mundo que para darle el perfil de
la nariz de Cleopatra”.
Vagabundeo que orienta, atención flotante, concepto poco
reconocido por el barril de los “ortodoxistas”. Si la verdad se
fundamenta en el hecho del cual habla, se trata de sacarle el
polvo a conceptos mal leídos, desgastados por el olvido acu-
mulado sobre ellos.
Atención flotante, magia reinante, locura que postula sus le-
yes, ética que reina y ley que ordena, de esto trata lo ortodoxo,
esto es Freud a la letra.
“Que el hombre pueda disponer del Yo en su representación,
he aquí lo que lo eleva al infinito por encima de todos los seres
vivos en la tierra”.
Amortizar lo divino no es tarea psicoanalítica.
Se trata de mostrar que todo el andamiaje necesario para el
desvanecimiento se deconstruye construyéndose. Que el pre-
sente no sea originario, sino reconstituido, que no sea la forma
absoluta, plenamente viva y constituyente de la experiencia,
que no hay pureza del presente vivo, este es el tema formidable
que propone Freud con su descubrimiento. Deconstruye todas
las oposiciones tradicionales, el placer puede ser experimenta-
do como dolor, el inconsciente parasita a la conciencia, el su-
jeto se inventa además en el objeto, el retraso es originario, el
origen un suplemento...

Psicoanalistas no poetas abstenerse

El psicoanálisis nos enfrenta con los demonios y con los dio-


ses. Olimpo que acecha desde los bordes de lo humano. Espa-

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cio y tiempo que no se habita, salvo por el malentendido de la
palabra, letra a la letra del insomnio.
Ojos que habitan la ceguera, ojos arrancados de sus órbitas,
paz-ciencia de los espacios celestes incelestiales, Edipo acorra-
lado, vagabundo extranjerizado... sólo mirada con esencia di-
vina, divina proporción, matemática conjunción que hace cifra
de accionar. Cifraje para el retorno de lo que no-suceso.
Fantasma, sabanas de paraíso o sábanas de sexo agudo, pun-
zante imposibilidad en el abrazo de la especie.
Lacan se pregunta, enfrentado al cóctel de un cuerpo aniqui-
lado por las cicatrices de un espacio inabordable y un tiempo
consagrado de marcas.
Concepto de un espacio profanado por la falta en ser, espacio
sólo habitable a partir de la belleza que hace carnadura de cuer-
po en vilo. Cuerpo que “debería causar pasmo”, cuerpo que
pierde su armonía, poros que estallan de silencio. Concepto de
tiempo, si una cosa es por definición lo que dura idéntico por
un tiempo, a qué modo del tiempo, a qué registro del orden
de las cosas pertenece el deseo indestructible, se trata de otro
modo del tiempo, que Lacan llamará “tiempo lógico”.
Todo ocurre entre dos puntos: el inicial y el terminal de ese
tiempo lógico, esto es, “la función de la pulsación de la ranura”.
El tiempo lógico está constituido por tres tiempos:
a) El instante de ver, allí en el corazón de la pérdida, tiempo
misterioso que podría definirse con la experiencia psicológica
que conocemos como insight.
Sabemos que (ónticamente) el inconsciente es lo evasivo, de
este modo logramos circunscribirlo en una estructura temporal.
b) El tiempo para comprender.
c) El momento de concluir.
El estatus del inconsciente, frágil en el plano óntico, es, dice
Lacan,“ético”.
El hablar del analista, Lacan habla de su libertad.

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Lacan dice: “En cuanto al manejo de la transferencia, mi li-
bertad en ella se encuentra enajenada por el desdoblamiento
que sufre allí mi persona, y nadie ignora que es allí donde hay
que buscar el secreto de análisis”(Escritos I, pág. 220).
Para dar un cierre a este texto, sólo quiero agregar una aper-
tura que es y da la medida de todo lo deslizado y a deslizar des-
de mi letra.
Sean ustedes lacanianos, freudianos... yo soy psicoanalista,
yo soy poeta.
Si el trato es con la letra, ser psicoanalista es ser letrado en
letras, ya lo dijo Lacan, se practica el psicoanálisis como se es-
cribe psicoanálisis... lamentable tránsito de algunos.
Cómo hacer corte con palabras que carecen de bien decir y
creatividad...
Psicoanalistas no poetas abstenerse.
Ya lo he dicho: “Yo soy poeta, decía Lacan, desde el lugar de
la invariable y escurridiza palabra literaria se inscribe el discur-
so psicoanalítico”.

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El psicoanálisis
des-nudó“a”la poesía

Lectura en lo resbaladizo del decir, 


piedra angular del psicoanálisis.

Antes de continuar... digo continuar, sin haber comenzado,


por tratarse de reinterrogar el saber existente (como correspon-
de a toda propuesta desde el psicoanálisis). 
Decía... Antes de continuar, recordemos algo respecto del
“anudamiento borromeo”.
Las llamadas cadenas borromeas fueron introducidas en el
campo de las matemáticas a fines del siglo pasado por Brunn.
Previamente, figuraba en los blasones de la familia italiana de
los Borromeos una común referencia al anudamiento de tres
poderosas familias, los llamados señores del Lago Mayor.
Hace algunos años comenzamos, en la Fundación CEP
(Centro de Estudios Psicoanalíticos), una tarea de investiga-
ción sobre los orígenes del nudo borromeo. Dicha investiga-
ción me llevó personalmente hasta Milán. 
Llegar sola a Milán, alquilar un auto y, sin rumbo claro, in-
tentar el hallazgo de las Islas Borromeas. 
Circunvalar el Lago Maggiore, vislumbrar la colosal estatua
de San Carlos Borromeo ubicada en la roca de Arona, donde se
supone nació. Avanzar un poco más y, ante mi sorpresa, casi al
alcance de la ficción de una pequeña mano, desde la sorpren-
dente visión de una curva... la algarabía de las islas con el mar-
co de una cadena montañosa, el Monte Rosa. 

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Siguiendo hacia el Norte, como en secreto, aguarda la pre-
sencia de los pasos de montaña. Napoleón y otros atravesando
la brutal experiencia de las grandes alturas... 
Frontal, esquivo, también como aparición espectral, el Mon-
te Blanco y, demandante en sus entrañas de burla al poder, el
sacro Monte Tamaro.
Decía que llegar fue una experiencia muy particular.
Busqué un hotel en Strezza, el Regina Palace, uno de esos lu-
gares que hacen incógnita de belleza.
La luminosidad de esa zona es algo que atraviesa las pupilas has-
ta embargarlas de ese horror de la mirada que atraviesa la visión.
Cené frente a la Isla de los Pescadores. 
Al día siguiente, alquilé una barca a un habitante de la zona. 
El barquero pertenecía a una familia de larga data del Lago
Maggiore –generación tras generación navegando esas aguas,
amando esas profundidades brutalmente esclarecedoras–.
El primer día salimos temprano, recorrimos el lago y me con-
tó innumerables historias de cada una de las islas.
La primera escala fue la Isla Bella. Recorrí el palacio, el tem-
plo del amor y sus historias. Un templo con una visión de so-
nidos acechantes donde parece encarnar la teoría. 
Eso que Maud Mannoni llama “imaginación temática” hace
que mi pensamiento deje en libertad frases de Lacan... Las voy
a presentar con libertad, con la gramática que las atesoró en
aquel momento: 
“Un cuerpo andarín ha de bastarse a sí mismo.”
“El cuerpo es algo que debería causar pasmo.
Algo me lo recordó, un pequeño síndrome que vi salir de mi
ignorancia y que me señaló que si llegaran a secarse las lágri-
mas, el ojo dejaría de funcionar bien, a eso llamo yo milagros
del cuerpo, se siente de inmediato.
Supongan que la glándula lacrimal deja de llorar, de secretar,
pues se fastidian. Y, por otra parte, el hecho es que lloriquean. 

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Y por qué diablos en cuanto le pisan a uno el pie corporal
imaginaria o simbólicamente lo afectan a uno. Así le dicen a
eso, qué relación hay entre ese lloriqueo y el hecho de precaver-
se contra lo imprevisto, es decir, de desaparecerse, esfumarse,
tacharse... la expresión es un poco forzada, pero este tacharse
dice bien lo que quiere decir, porque enlaza exactamente con
el sujeto tachado del cual han oído aquí alguna consonancia,
el sujeto se tacha, en efecto, lo he dicho y más a menudo de lo
que se cree.”
“La angustia es, precisamente algo que se sitúa en nuestro
cuerpo, en otra parte es el sentimiento que surge de esa sospe-
cha que nos embarga de que nos reducimos a nuestro cuerpo.”
“Hay, según el discurso psicoanalítico, un animal que sucede
que habla y que por habitar el significante resulta sujeto, en-
tonces para él todo se juega en el fantasma, pero un fantasma
que puede perfectamente desarticularse.”
“... En suma, el alma es lo que piensa a propósito del cuerpo,
del lado del mango.”
Pierre Fedida se pregunta: “¿En qué condiciones se constitu-
ye una teoría en el analista?”. Más adelante, en el mismo texto,
aclara: “Hace falta una vida para descubrir el análisis”. 
Allí estaba yo, interrogando mi práctica en los avatares de un
recorrido por lo imaginario de un decir.

Isla Bella

Una de las versiones que circula en el lugar, trata de una her-


mosa mujer, Isabella, esposa del conde Carlos III Borromeo.
Este hombre, como otros amantes esposos en la historia del
mundo (ejemplo de esto, el maharajá que hizo edificar el Taj-
Mahal en homenaje a la belleza de su amada), hizo construir,

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sobre la aridez de ese jardín rocoso, en esa pequeña isla, un pa-
lacio de estilo barroco. 
Ese jardín rocoso comenzó a transformarse en un maravi-
lloso lugar rodeado de terrazas de vegetación (su altimetría lo
permitió). 
La isla tomó el nombre de su bella esposa Isabella... Isola
Bella. 
Sus hijos, Vitaliano y Gilberto, conocidos arquitectos, termi-
naron la obra a finales del siglo XVII.
Gilberto II se casó con la condesa Margarita de Medici.
Hermosas mujeres, se comenta, ligadas a representantes mas-
culinos de una de las otras dos familias por lazos de carnalidad
intensos. 
La isla guarda en su interior un palacio, jardines y un peque-
ño y majestuoso templo. 
En el centro de la isla, apoyado sobre su orilla “El Templo del
Amor”. Dicen en la zona que ese lugar fue reservado para la in-
tensidad de los vínculos prohibidos. 
El punto, único punto de encuentro, imán de encuentro car-
nal, era ese templo. Allí todo era suceso de cuerpos, intensidad
de amantes en la imposibilidad. Los encuentros interdictos su-
cedían entre sus paredes, fuera del palacio y los jardines, fuera
de los ojos que merodeaban como aves de rapiña... pero ante la
mirada de todos los invitados a ese develamiento. Velamen de
pericia en los sentidos.
En las diez terrazas que rodean el jardín hay pavos reales
de un blanco níveo. Completando este refugio de luz, azaleas
blancas, rododendros y camelias... todo ofrece, a la visión, un
ritmo onírico e hipnótico.
Lacan continuó siendo mi guía en ese recorrido... lo voy a
transcribir como lo recuerdo:
“Es evidente que se tiene un automóvil como se tiene una
falsa mujer, uno se empeña en que sea un falo, pero su única

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relación con el falo consiste en que el falo es lo que nos impi-
de tener una relación con algo que sea nuestra contrapartida
sexual.”
“Este goce del otro, cada uno sabe hasta qué punto es im-
posible e incluso contrariamente al mito que evoca Freud, a
saber, que el Eros sería hacerse uno, justamente por eso uno
se revienta porque en ningún caso dos cuerpos pueden hacer-
se uno por más que se lo abrace, no lo puse en mi texto pero
en esos famosos abrazos a lo más que puede llegarse es a decir
abrázame fuerte, pero no se abraza tan fuerte como para que el
otro termine reventado, de modo que no hay el menor asomo
de reducción al uno, es una soberana broma, si algo constituye
el uno, es, a decir verdad, el sentido del elemento, el sentido de
lo que depende de la muerte.”

Isla Madre

La siguiente parada fue la Isla Madre, con su palacio mayor,


ese que destaca por su opulencia. 
Da cuenta de las pertenencias, del encuentro con los blasones
de familias ligadas por lazos clandestinos... como han de ser los
lazos que enlazan.
Esos lazos aparecen, aquí, representados sutilmente por los
nudos, nudos como tripas que enlazan, lazo en el cuello del
chivo. Ceremonia de ligazón. Sutil trama de apariencia de his-
toria para la caída en ninguna historia, sólo mortaja para el de-
seo... ese que escapa al horror de la nada.
Continúa Lacan: “Freud afortunadamente nos brindó una
interpretación necesaria, que no cesa de escribirse, como de-
fino a lo necesario, del asesinato del hijo como base de la reli-
gión de la gracia, no lo dijo del todo así, pero marcó bien que

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ese asesinato era un modo de denegación, que constituye una
forma posible de la confesión de la verdad.”

Islote de San Juan

En el segundo día, el recorrido nos llevó hasta el Islote de San


Juan, una pequeña isla y una pequeña casa. 
Recuerdo la entrada, la reja y la empinada escalera que llevaba
a la puerta principal de ese recinto, todo muy oscuro y cerrado. 
Era evidente la presencia de algo humano en su interior. 
A diferencia de las otras islas, el abandono era notorio.
Bruno, tal el nombre de mi cicerón, sugirió no detenernos
frente a la entrada... mostrótemor, un temor que logró trans-
mitirme, como si detrás de las ventanas unos ojos observaran
atentamente nuestros movimientos.
Bruno relata la leyenda que rodea ese lugar. Se trata, dice, de
un lugar habitado. Nadie ha visto a su habitante. Se supone
que desde hace muchos años, se desconoce cuántos, vive allí
Marco Polo. Intento aclararle que dicho personaje está muerto.
Mi aclaración resulta inútil y pueril. Me limito a escucharlo sin
intentar nuevas aclaraciones...
Nos retiramos del lugar y nos fuimos acercando a Strezza. 
En el recorrido despertó mi interés un pequeñísimo islote,
Bruno dice que se trata de la ISLA DEL AMOR, me aclara que
es un terreno cenagoso, en el que no se puede hacer pie. Allí,
todo se hunde.
Nuevamente Lacan: Amar, nos dice el maestro, es dar lo que
no se tiene a quien no es.
“Para decirlo de otra manera, el asunto es que el amor es impo-
sible, que la relación sexual se abisma en el sin sentido, cosas que
en nada disminuyen el interés que debemos tener por el otro.”

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“Ahí está la abertura por la cual el mundo es el que viene a
hacer de nosotros su pareja, es el cuerpo que habla porque no
puede reproducirse sino por un malentendido de su goce, lo
cual es decir que no se reproduce sino errando lo que quiere
decir, pues lo que quiere decir, a saber, como bien dice el cas-
tellano su sentido, es su goce efectivo y errándolo es como se
reproduce, es decir jodiendo.”
Los descendientes de las tres familias pasan algunas tempora-
das en la Isla Bella.
Lacandice: “En toda relación del hombre con una mujer,ésta
debe tomarse del lado de la una en menos...”
Un dato significativo es el hecho de que las Islas Borromeas,
situadas en Milán, son tres que son cuatro: Isla Bella, Isla Ma-
dre, Isla de los Pescadores e Islote de San Juan.
La Isla del Amor estaría situada en lo que sería el centro del
anudamiento de las tres islas. El Islote de San Juan está ubica-
do de modo tal que mira, desde un ángulo, a las otras tres. Se
supone que las tres islas se encuentran unidas en el fondo del
Lago Mayor.
Las Islas Borromeas son un grupo de islas que forman parte
de la provincia de Novara, distrito de Palianza. 
Indagando en el origen del nombre de la familia que da nom-
bre a las islas, encontré que el apellido Borromeo se remonta a
un llamado Buonromeo, hijo de Francisco de Franchi de San
Miniato, en Toscana. 
La modificación del apellido Buonromeo por Borromeo se
debe (sin otra explicación) al matrimonio de Margante, sobri-
na segunda de Francisco, con un Vitaliani. 
Romeo nos remite a una tragedia de amor, a ese destino de
muerte que habita el amor... Amor como amo que no perdona,
como interdicción activa, como principio y fin de todo.

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Platón decía que donde había mucho amor sobraba ley.
Ley re-negada para ser afirmada, afirmación constitutiva de le-
yes para la consolidación de lo social como tal. 
Otro dato importante es que los Vitaliani eran oriundos de
Padua. El santo de Padua, San Antonio, ligado al amor como
necesidad, es otro significante del amor en los hombros de los
humanos. 
Los Borromeo se dividieron en varias ramas; una se quedóen
San Miniato, otra se trasladó a Florencia y dos a Padua, ex-
tinguiéndose cada una, respectivamente, en 1672, en el siglo
XVII, en 1813 y 1819. 
Un Felipe de San Miniato, de la rama de los Vitaliani de Pa-
dua, se estableció en Milán, siendo el tronco del que arrancan
los Borromeo de aquella ciudad.
Este Borromeo, gibelino acérrimo, indujo a sus conciudada-
nos a sacudirse el yugo de los florentinos y a someterse a los
Visconti de Milán. 
Felipe fue decapitado. Su hijo Juan pasó a ser el favorito del
Duque Felipe María Visconti. Este último muere sin dejar des-
cendencia y es sucedido por su sobrino, hijo de Margarita, lla-
mado Vitaliano Vitaliani Borromeo, quien obtiene de manos del
Duque el título de “Conde de Arona” y “Marqués de Anghiera”. 
Este episodio es doblemente importante. En primer lugar,
porque la repetición de lo vital de lo Borromeo nos dice
de lo vital de los enlaces para el desenlace. Anudamiento,
el borromeo, que da cuenta de aquello que se anuda sólo a
condición de desanudarse, que da cuenta del vacío que en-
gendra todo enlace. En segundo lugar, habla de que, para
el enlace de las tres familias (anudamiento de tres), las vías
son indirectas, vías que son sólo remedo de la condición
borromeica. 
Este conde que hereda como sobrino no deja herederos
–como corresponde, está solo, sólo él– y lo hereda su sobrino

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Juan. Juan deja un heredero, su hijo Gilberto (el que debe ser
salteado dado que su ligazón es directa, no moebiana). Pero
para cumplir –tercera generación– con el mandato del enlace
borromeo, no deja herederos y lo sucede el que hará efecto de
tercer enlace, su sobrino Gilberto II, que se casa con Margarita
de Médicis de Milán. De esta unión nacen Federico y Carlos,
el primogénito, como corresponde, sólo figura para la figura-
ción. El menor (el menor… el elegido de la madre)... Decía, el
menor, como corresponde, obtiene los laureles de la situación
y el efecto del enlace... es canonizado, Santo hombre.
La estatua de San Carlos Borromeo, enorme y casi absurda,
con una altura que se pierde en el sin sentido, destaca en la en-
trada a Arona. Arona, la roca de Arona, la roca viva del... deseo.
Se dice que San Carlos Borromeo ha sido visto en diferen-
tes lugares y en diferentes siglos. Los lugareños lo consideran
inmortal.
Así, diferentes historias recorren la médula del lugar, pero
todas las historias hacen trazo de amor y muerte, una muerte
que no ocupa lugar en la carne, una muerte viva y presente en
la vida.
Romeos, amantes, sexualidad... y la traba del deseo entre la
bruma. Se trata del norte de Italia, se trata de historias de amor
y muerte... 
Origen del nudo, entramado como burla de un suceder que
escapa de las manos de los pobres mortales.
El amor que no da sostén, la descendencia por caminos tor-
cidos y la santidad dando nombre.

Lo regenerativo, ese algoritmo

Siguiendo la búsqueda de los orígenes, llego, en otro viaje, a


la India y al África.

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Encuentro en la India cierta artesanía, cuyo origen desco-
nozco. En la superficie, parece tratarse de un objeto for-export.
Tres varillas de madera enlazadas en forma de trenza, varillas
móviles enlazadas y cruzadas entre sí, utilizadas como base de
mesita-bandejas para comer.
También pueden encontrarse, con menos facilidad, de cuatro
varillas. Observando atentamente, parece tratarse de una rama
de árbol ahuecada. 
Para comprenderlo, imaginemos estas tres ramas como hilos,
si los unimos siguiendo los pasos que indica el algoritmo de
construcción de una cadena borromea de tres, esto es, si uni-
mos cada extremo final con el correspondiente inicial del si-
guiente modo: izquierdo con izquierdo, derecho con derecho y
medio con medio, obtenemos la cadena llamada borromea de
tres que, abreviada, se escribe: CB 3.
Estas cadenas están constituidas por tres eslabones como mí-
nimo, los matemáticos los llaman nudos. Están enlazados de tal
modo que si se corta uno, cualquiera de los tres, todos se separan.
Algo no visible a simple vista nos arrastra a la búsqueda.
Un artesano en la India, ante mi pregunta respecto del modo
de realización y a su significado fuera de lo utilitario, compeli-
do por mi asombro y mi interés por detalles que no logré ob-
tener, respondió: “No son anillos, no están enlazados, ninguno
atraviesa al otro. Es una sola pieza, quedan así, como anillos
después del corte. Así lo hacemos desde siempre, tiene poder
regenerativo”.
En un simposio, al pasar haciendo zapping por ponencias de
poco interés, alguien habló, no recuerdo quién, de cadena bo-
rromea. Sólo escuché una frase ya conocida, no novedosa, pero
que, desde esa voz, alcanzó mi escucha. Se trataba de la siguien-
te: “Ninguno pasa por el agujero del otro”.
No hay agujero, sólo se produce el agujero después de la pro-
ducción de tres, se separan al cortar cualquiera de los tres.

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Agujero, entonces, como efecto del anudamiento mismo. No
hay agujero previo al anudamiento. 
Si no hay orificio que sostenga, si sólo se trata de inventar lo
que no hay allí donde nada sucede... Si al soltarse un registro
los otros quedan suspendidos en la nada... Se trata de que el sa-
bernos sólo cuerpo es por demás aterrador. Se trata de ese saber
que no se sabe, sexualidad y muerte... En el centro de lo que
se anuda para el desanudo que anuda... está dios que aguarda,
dice el poeta. Dios con minúscula, mujer, orificio que señala el
horror del vacío. Punto de partida y punto de arribo... de dón-
de venimos y hacia dónde vamos.
Sólo y desnudo, el humano nacido de mujer se apasiona por
la ignorancia, huye de la verdad... verdad a medias, verdad que
media para no medir las consecuencias. 
Sólo la palabra desgarrada, soberbia, la palabra del poeta
hace anudamiento de imágenes para desanudarse, desbocarse
en textos que duelen hasta el abismo del ser, ese que habita el
puro des-ser.
La muerte es síntesis de todo, soberanía en la boca del decir
literario.

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BIBLIOGRAFÍA

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