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ACUMULACIÓN VERSUS
i
CENTRALIZACIÓN( )
ELEMENTOS TEÓRICOS PARA LA COMPRENSIÓN POLÍTICA DEL
SISTEMA CAPITALISTA CONTEMPORÁNEO
Por Marcelo D. Cornejo Vilches
14 de febrero de 2014

1.- EL SUBCONSUMO, LA TEORÍA DEL DERRUMBE Y EL SUPRA IMPERIALISMO

El socialismo utópico de los economistas respondió a un incipiente desarrollo del proletariado como clase. Sismondi a comienzos del siglo XIX expuso
vivazmente en sus obras todas las lacras del capitalismo, teniendo gran influencia entre los utopistas, como Proudhon en Francia y Rodbertus en
Alemania. En los utopistas, la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado se sustituye por un conflicto puramente cuantitativo: la desigualdad
entre ricos y pobres; el capitalismo no es para ellos un sistema de producción basado en la explotación de la fuerza de trabajo sino, un sistema basado
por excelencia en el injusto reparto de la riqueza. Los utopistas se centran en que la plusvalía no es más que trabajo no retribuido, pero de ahí sólo
alcanzan a reclamar una mejor distribución, un reparto igualitario. Este es también el punto de partida de las teorías del subconsumo, que Sismondi
adoptó de los fisiócratas: como los capitalistas no consumen toda la plusvalía y acumulan una parte, la oferta supera a la demanda, la producción crece
más que el consumo. Al no obtener en forma de salario una parte mayor del valor creado por el trabajo, se comprime la capacidad adquisitiva del
mercado, que no es capaz de absorber toda la producción. La pauperización del proletariado siembra la tarea histórica: hay que mejorar la distribución
del ingreso, elevar el nivel de vida de la clase obrera para ampliar el mercado y evitar las crisis. Cabe no olvidar que Sismondi se caracterizó por la
defensa de la pequeña producción, proponiendo un mejor sistema de reparto de la riqueza social, colocando en primer plano la distribución, en lugar
de la producción. De aquí a afirmar que la producción está determinada por el consumo no había más que un paso, que Sismondi y todos sus
seguidores no vacilaron en dar, fundamentando las teorías sobre el subconsumo que, posteriormente, serían la base de algunas corrientes marxistas
bastante populares y de otras escuelas como el Keynesianismo y su concepto de origen malthusiano, la "demanda efectiva".

En consecuencia, es sustituida una contradicción económica principal, la que se da entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, por una
contradicción secundaria, la que se verifica entre la producción y el consumo.

Pero, la idea de que la producción está determinada por el consumo, tenía también su antecedente en el prolífico Malthus, para quién la producción
crece en progresión aritmética, mientras la población lo hace en progresión geométrica. Este desfase entre producción y consumo es lo que, según
Malthus, justifica la existencia de "terceros", sectores sociales intermedios o improductivos, que no son ni la burguesía ni el proletariado y que con su
consumo agravan los problemas de realización de la producción capitalista. Nace así, la tan afamada y abusada conceptualización de “clase media”
encadenada con la terciarización de la economía, idea que también es tributaria de nuestro viejo Malthus y que es ampliamente usada en las ciencias
sociales al dividir entre compartimentos estancos todo sistema económico: sector primario extractivo, sector secundario industrial y sector terciario de
servicios. Malthus daba la vuelta al problema al señalar que la causa de la miseria reside en la insuficiencia de producción porque existe
superpoblación. Posteriormente las posiciones de Malthus enlazaron con la ley de la fertilidad decreciente de la tierra de Smith y Ricardo. Esta ley
suponía el incremento constante de los precios de los productos agrícolas y de las materias primas, respecto de los cuales, los salarios disminuían, lo
que a su vez engendraba el pauperismo de la sociedad y la reducción sistemática de su nivel de vida con el transcurso del tiempo. Por consiguiente,
donde Sismondi veía un desfase entre la producción y el consumo, Malthus vio tanto un desfase entre la producción y la población como un quiebre
entre los distintos sectores de la economía.

De este modo, el pensamiento económico de Sismondi, que centra su crítica en la “injusta distribución de la riqueza” se alza como fundamento para
políticas económicas contemporáneas que ve en las políticas Keynesianas la salvación de toda crisis capitalista. Estas corrientes descartan la tesis
relativa a que la diferencia entre la producción y el consumo no conduce al subconsumo, sino a la acumulación, que es la base del funcionamiento del
capitalismo. Por el contrario, el capitalismo arrincona y arruina la pequeña propiedad, por lo que su defensa queda en manos de los ciudadanos
arguyendo precisamente la desigual distribución de la riqueza y el producto así como la maldad, egoísmo e irresponsabilidad del capital que todo lo
traga.

El paso siguiente en la construcción teórica basada en el subconsumo fue la idea de crear un “ente superior” que regulase la distribución a favor de los
“pequeños productores”, “pequeños propietarios”. Ese ente superior era el Estado, al que se le otorgo un carácter supra social, ajeno a intereses de
clases específicos. Ya nos encontraremos durante el desarrollo de esta idea con la primicia política ciudadanista según la cual el Estado es un espacio en
disputa entre las clases sociales. El Estado debía regular y controlar la anarquía y crueldad despiadada desencadenada por el capitalismo. Cuando se
habla del control y regulación del capitalismo, naturalmente, se refieren a la posibilidad de que el Estado intervenga en el funcionamiento del mercado,
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la política y la sociedad, generando un marco legal “justo”. Enlazan así con dos precedentes: fue Sismondi el primero en reclamar ese intervencionismo
del Estado, mientras que, contra el liberalismo de Smith, fue Lassalle quien otorgaba al Estado unos poderes celestiales, por encima de las clases (40). El
Estado en Ferdinand Lassalle venía a configurar ese ente hegeliano, portador de una racionalidad universal, que debe elevar el nivel de vida de las
masas mejorando la distribución de la riqueza y frenando las crisis de superproducción. El Estado sería capaz de planificar porque no era parte de
ningún grupo de interés, sino que estaba por encima, ajeno a los conflictos de clases. Seria Hilferding, quien posteriormente ahondaría sobre el papel
del Estado en la economía capitalista habida cuenta del desarrollo de los monopolios: la cuestión de quién planifique y regule, decía Hilferding, es una
cuestión de poder que debe disputarse al interior del Estado.

El terreno ya estaba abonado para que, al calor del desarrollo del imperialismo, emergiera una elaboración teórica que reclamara para sí nada menos
que las ideas del mismo Marx: tal es la osadía de Bernstein. De acuerdo a sus ideas, Marx no habría tomado en consideración la emergencia de las
“clases medias”, el creciente protagonismo que, según él, tiene la pequeña producción en el capitalismo, gracias al crédito y a las sociedades anónimas
que "democratizan" el capitalismo y hacen partícipe de sus beneficios a toda la población. De aquí se derivaría una característica del todo relevante
supuestamente ignorada por Marx; la tendencia del capitalismo al reparto de la propiedad. Esto se constataría objetivamente tras la mejora en las
condiciones de vida de la clase obrera, hecho que demuestra el "error" de Marx cuando afirmaba que, por el contrario, el proletariado experimentaría
un proceso de pauperización creciente. De aquí entonces que la sociedad camine hacia una progresiva democratización que debe ser profundizada,
incluyendo no sólo el ámbito político, sino el económico. "Por lo tanto -escribirá Bernstein- la socialdemocracia no tiene que esperar ni desear el pronto
derrumbe del actual sistema económico, si éste es concebido como el producto de una gran y devastadora crisis económica. Lo que debe hacer -y lo que
deberá hacer aún por largo tiempo- es organizar políticamente a la clase obrera y prepararla para la democracia, así como luchar por todas las
reformas del Estado que sean adecuadas para elevar el nivel de la clase obrera y transformar la naturaleza de aquel en el sentido de la democracia".

Bastaba entonces, abandonar el liberalismo e intervenir en el sistema económico para que el capitalismo fuera más equitativo y no se derrumbara. Los
esfuerzos políticos fueron desplegados en dos batallas económicas fundamentales: trasladar las causas de la crisis desde la producción en que las situó
Marx hacia la circulación, aludiendo a crisis de realización, de subconsumo y desproporción entre sectores económicos y, también, enfrentarse contra
lo que entonces se llamaba la "zusammenbruchstheorie", la teoría del derrumbe, consecuencia teórica de la tesis referida al subconsumo: el aparato
productivo generaría una super-producción que no logra ser vendida ni consumida, provocando el derrumbe del sistema capitalista. Una vez sorteada
la Gran Depresión de 1929 los marxistas de academia razonaron sosteniendo que si el capitalismo no se desplomaba, no había que sustituirlo en forma
revolucionaria por el socialismo sino más bien, dirigirlo, controlarlo; regularlo a discreción: el papel de la socialdemocracia consistiría precisamente en
gestionar el capital, ganar las elecciones y sentarse en los consejos de administración de los monopolios. El subconsumo apareció no como una
consecuencia de la crisis sino como su causa.

Con esta tesis Bernstein planteaba su propia concepción de lucha política, pero eso requería previamente romper la unidad dialéctica de lo objetivo y lo
subjetivo en el proceso revolucionario. El socialismo no era una necesidad sino una posibilidad. Dicho esto, Bernstein se preocupó de poner el acento
en el aspecto subjetivo, ético de la lucha de clases. Si la revolución es un problema estrictamente ético, en ella deben intervenir no sólo ni
principalmente el proletariado, sino "todos" aquellos que son conscientes de las desigualdades del capitalismo. La lucha de clases se esfuma y
trasladamos el eje de la crítica desde los procesos de valorización del capital a los procesos de circulación final de mercancías.

Pero, en este relato nos falta “la guinda de la torta”, el problema del capital financiero. Uno de los pioneros en el abordaje de este asunto fue un viejo
amigo de Engels, Karl Kautsky. En la visión kaustkiana, el capitalismo competitivo llevaba a la anarquía y a las crisis, pero el capitalismo monopolista
regula y amortigua las crisis. En la nueva etapa del capitalismo, no hay ningún límite a la monopolización creciente de la economía, abriéndose camino
el "ultraimperialismo”, aquella etapa de la historia donde aquellos super monopolios que están en condiciones de regular conscientemente todas las
esferas de la economía, eliminan las guerras mundiales, las guerras de precios, la ley del valor, la lucha de clases y las crisis. Con el super imperialismo
desaparece la división del trabajo, cesa la especulación, se elimina el dinero y, en suma, el capitalismo deja de ser capitalismo. El capital financiero y
monopolista sería la antesala del socialismo, lo que, a su vez, demostraría que el capitalismo no se hundía sino que daba lugar a una etapa diferente,
casi socialista, que permitiría una aproximación de ambos modos de producción y el tránsito pacífico (democrático) de uno a otro. El capitalismo no
caminaba hacia el derrumbe sino hacia el socialismo. El capitalismo monopólico sería una especie de socialismo con propiedad privada: bastaba
eliminar ésta para encontrarnos, sin más, con el socialismo. Además, prosigue Kautsky y sus seguidores contemporáneos, Marx no conoció esa nueva
fase y, por tanto, no pudo describir el funcionamiento de la economía contemporánea, en la que los monopolios han acabado con la competencia. En la
mutación del capitalismo, los bancos y el capital financiero tendrían un rol social determinante toda vez que, en palabras de Kautsky, esta influencia
bancaria contribuye a superar el caos del mercado competitivo y tiende hacia un gigantesco monopolio omnicomprensivo, hacia el superimperialismo
en tanto cuanto "Las diferentes esferas del proceso de concentración y organización se estimulan recíprocamente y originan una fuerte tendencia a la
transformación de toda la economía nacional en una gigantesca empresa combinada bajo la égida de los magnates de las finanzas y del Estado
capitalista, de una economía que monopoliza el mercado mundial y que llega a ser la condición necesaria de la producción organizada en su forma
superior no capitalista". Se llegaba al fin, a aquella “Paz Perpetua” que soñó Inmanuel Kant.

Kautsky sentaba así las bases para el desarrollo de las ideas expuestas por Hilferding quien sostiene que el capital financiero "significa la creación del
control social sobre la producción", lo que facilita mucho "la superación del capitalismo. Tan pronto como el capital financiero haya puesto bajo su
control las ramas más importantes de la producción, basta que la sociedad se apodere del capital financiero a través de su órgano consciente de
ejecución, el Estado, conquistado por el proletariado, para poder disponer inmediatamente de las ramas más importantes de la producción.”

La relevancia de estas ideas hoy puede rastrearse en los distintos discursos políticos y narraciones de un importante número de marxistas, reformistas,
romanticistas, populistas y ciudadanistas.
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2.- LAS LEYES DEL CAPITALISMO CONTEMPORANEO EN TENSIÓN DIALÉCTICA

Es de suyo asignar la verdadera naturaleza del capital. Esta sustancia social capaz de condensar tiempo social y energía, es una relación social que no
está definida por cuestiones de índole nacional o territorial, ni por cuestiones puramente materiales. Su lógica, si es que pudiésemos hablar de “lógica”
no es otra que la tensión existente entre ley del valor y centralización. De aquí derivan varias consecuencias: de un lado la conformación de un mercado
mundial capitalista, de otro la desaparición de las fronteras entre sectores económicos y entre entidades políticas y culturales y, por último, la creación
mundial de una imponente masa de miles de millones de proletarios y proletarias. Pero la integración mundial del capital además de exacerbar sus
contradicciones internas, crea la plataforma para burguesías cada vez más estandarizadas y homogéneas, cuyo afiatamiento regional –y las tensiones
geopolíticas que de ahí pudiesen derivarse- descansa precisamente en los diferentes ritmos con los que se cuaja y condensa el capital en renta. Este no
es un proceso apacible, es más bien la agudización de todas las contradicciones antagónicas pretéritas que hoy aceleran su antítesis: guerras, conflictos
geopolíticos planetarios, depredación de las sociedades a manos de la retaguardia del capital - la renta -, la agudización de la lucha de clases amen de la
progresión geométrica en que crecen masas de capitales especulativos cada vez más anárquicos. Junto con lo anterior, el desquiciamiento permanente
de los aparatos productivos y las subsecuentes tensiones en los procesos de valorización han ido creando manías psicóticas colectiva y mundial entre
las burguesías regionales, cuyos estados de euforia y depresión, se expresan en masas de plusvalía hambrientas de procesos de valorización y
reproducción cada vez más dinámicos que a su vez se constriñen y expanden en función de tasas de ganancia y tasas de interés variables cuyas alzas y
recaídas están inexorablemente ligadas a tasas de composiciones orgánicas de capitales oscilantes pero que no descansan en su asenso de largo plazo,
estirando con tendencia opuesta a la caída de largo plazo a la famosa tasa de ganancia, siendo también inexorable la agudización de los
enfrentamientos internos de las clases burguesas. Claro, los turbulentos tiempos que vivimos golpean fuertemente a los Estados con tensiones étnicas
y regionales internas, la degradación de las tradicionales instituciones proveedoras de legitimidad (democracias participativas y parlamentos
burgueses), la descomposición de los narco estados, la proliferación de grandes ejércitos privados de mercenarios al servicio de la OTAN dispuestos a
un despliegue rápido sobre áreas, Estados y sociedades disfuncionales a los cambiantes requerimientos imperiales. Sin embargo, todos estos procesos
no pueden operarse si no es a través del aumento avasallados de las fuerzas proletarizadoras, de las cuotas de explotación y de la intensificación
frenética de la lucha de clases de la burguesía contra la clase proletaria.

Se entiende así que, amén de la intensificación del desarrollo tecnológico en el sector productor de medios de producción, se expanda con mayor
aceleración uno de sus componentes insustituibles en la conversión de la plusvalía en capital dinero a saber, el “sector servicios y financiero” que, a su
vez, presta una función determinante en la conversión de la renta absoluta y el desenfreno experimentado en la apropiación, privatización y
explotación de materias primas, energéticas y el agua, elementos convertidos en capital y renta en sus formas absoluta y relativa, procesos
neocoloniales que coinciden y son concomitantes con Estados empeñados en disminuir el gasto social pero que aumentan simultáneamente el gasto
fiscal destinado a asegurar el capital en su forma financiera. Este encadenamiento explica a su vez que, con altas tasas de composición técnica y
orgánica del capital, la fuerza de trabajo lejos de disminuir experimente un continuo aumento lo que a su vez, se expresa en la caída de la participación
de los salarios en el PIB, tendencia que a su vez, es totalmente compatible con la expansión de la financiarización del consumo y endeudamiento de la
misma fuerza de trabajo, cuyo valor unitario desciende en desmedro de la inmensa y sideral cantidad de valor que crea plasmándose en los
astronómicos y abultados stock de mercancías y capital. Esto último es plenamente compatible con mayores grados de desarrollo tecnológico en las
cadenas de valorización mundial del capital y la lucha geopolítica entre distintas facciones de las burguesías locales y regionales que incrementan sus
gastos militares y alianzas para asegurarse una fracción y participación alícuota mayor en el fondo mundial de plusvalía nacido a partir de un mercado
mundial cada vez más integrado que en lugar de ver desaparecer la competencia entre capitales centrifugados por las fuerzas de la centralización, ve
como aumenta la competencia dado el desarrollo de nuevos procesos de trabajo y valorización de capitales, expresados estos en continuas olas de
plusvalías extraordinarias que estandarizan los procesos de producción de mercancías y crean nuevas masas de población proletarizadas, tendencias a
su vez definitivamente coherentes con el aumento de las jornadas de trabajo, el aumento de las edades para jubilarse o, la disminución de la edad en
que los niños y jóvenes se integran a las cadenas de producción mundial de valor y que, en definitiva, dilucidan el griterío e “indignación” de vastos
sectores sociales cada vez más instruidos y académicamente bien considerados “convencidos y auto-convencidos” de su “especial condición” y que
ahora se ven virulentamente despojados y proletarizados por el mismo capital que les inyecto la droga de la posmodernidad, hecho que gatilla a su vez
la ciudadanización de la indignación, el fin de los cotos privados de “derechos sociales especiales” y la entronización definitiva de “lo público” como
arena y escenario al que son empujadas las masas proletarizadas e igualadas socialmente por el capital. Es decir, lo que nuestras ciencias sociales ven
como tendencias hacia la auto-superación de la leyes del capital por el propio capitalismo es, en realidad, la profundización y complejización de las
leyes del capital en un capitalismo cuyas dinámicas internas son contradictorias y que efectivamente llevan de forma inexorable hacia una especie de
ruptura histórica (si es que así pudiese ser llamado el nacimiento del socialismo a partir de las contradicciones y dinámicas internas generadas por el
propio capitalismo) pero que, no es la ruptura post capitalista, posmoderna y pequeño burguesa que anuncian nuestras ciencias sociales sino y sus
marxistas de academia, por el contrario, una ruptura que no es otra más que la revolución proletaria y socialista con su implacable dictadura proletaria
y su inevitable transición hacia relaciones sociales de carácter progresivamente anticapitalistas.

Llegado a este punto conviene precisar un par de aspectos que han servido como telón de fondo de múltiples universos discursivos y en expansión. Por
un lado, es la forma en que se nos aparece el proceso de centralización de capitales y su verdadero trasfondo. Por la otra, es la aportación específica
que hace Marx al distinguir entre proceso de trabajo y proceso de valorización. Ambos aspectos, insuficientemente abordados y comprendidos por un
importante segmento de intelectuales que deambulan con sus diatribas populistas, románticas, liberales y pos modernas en el campo de las ciencias
sociales y que no han hecho otra cosa más que oscurecer, relegar y obviar las discusiones determinantes y fundamentales relativas al desarrollo del
capitalismo, la lucha de clases y su salida política revolucionaria.

El materialismo dialectico permite a Marx vislumbrar, desentrañar e identificar un proceso nuevo en el desarrollo del capitalismo que tenía una
dirección opuesta a los procesos de acumulación. Se trata de los procesos de centralización y concentración de capitales. Como sabemos, Marx
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relacionó el surgimiento de los monopolios bajo el capitalismo con la centralización del capital, en contrapunto a los procesos de acumulación. Si se
concentran masas de capital cada vez mayores en unas mismas manos, la centralización es una especie de expropiación de capitales dispersos para
formar grandes volúmenes de capital bajo una misma dirección y propiedad. Empero, la acumulación de capital origina un proceso contradictorio de
dispersión de los capitales: al crecer la masa de capital crece también el número de capitalistas, enfrentados como productores de mercancías
independientes los unos de los otros y en competencia mutua los nuevos capitales crean, por tanto, nuevos capitalistas independientes; pero frente a
este fenómeno de dispersión, se desenvuelve una tendencia totalmente antagónica: los capitales ya existentes se concentran en unas pocas manos,
unos capitalistas expropian a otros, los grandes capitales devoran a los pequeños sin que necesariamente se cree nuevo capital. Entran en tensión
dialéctica la ley del valor (cuya condición es la libre concurrencia) con el imperialismo (cuya ley es la centralización). En este sentido, la centralización de
capital se convierte en una fuerza opuesta a los procesos de acumulación, empleando para ello los mecanismos del crédito y las sociedades por
acciones. De esta forma, la centralización de capitales actúa como medio de redistribución del capital ya existente, no exigiendo procesos de
acumulación adicionales. Al mismo tiempo, la centralización permite ampliar la escala de la producción de mercancías, en la medida que el capital
constante crece y se expande, engendrando su lado opuesto, la necesidad de ampliar la acumulación dentro del proceso de valorización, invocando así
la participación y protagonismo de masas cada vez mayores de fuerza de trabajo asalariada que son explotadas en escalas crecientes y que además son
integradas en la cadena mundial de valorización de capitales. En consecuencia, la centralización del capital queda concatenada dialécticamente con la
concurrencia, planteando así una de las condiciones latentes para la destrucción del régimen capitalista de producción, el antagonismo entre libre
concurrencia y monopolización.

Todo parte con el doble carácter de la mercancía. Por un lado, es fruto del trabajo en tanto trabajo concreto generador de valores de uso, y por la otra,
es la cristalización de trabajo abstracto. En la sociedad capitalista la mercancía adquiere una especificidad histórica exclusiva del proceso de producción
capitalista de mercancía. Este es el proceso de valorización del capital. Esta dicotomía permite que aumente la masa total de valores de uso, pero
disminuye al mismo tiempo el valor unitario de cada mercancía. Por donde se sigue que la sed insaciable del capitalista no proviene de la avaricia, sino
de la necesidad material infatigable por compensar la caída en la magnitud por unidad de cada mercancía con el aumento del valor global representado
en la masa total de mercancías. Esto explica, que el aumento en el volumen de mercancías producidas impliquen la disminución del tiempo de trabajo
necesario, fruto a su vez del aumento y desarrollo de las fuerzas productivas expresadas en el aumento de productividad y la intensificación de la
explotación a manos del capital. Este antagonismo engendra en el seno mismo de la sociedad capitalista, la creciente contradicción con las relaciones
sociales de producción: la fuerza de trabajo asalariada y explotada aumenta la valorización del capital. A su vez, la clase proletaria cada vez más
numerosa se empobrece en términos relativos y absolutos toda vez que por un lado disminuye el valor de la mercancía fuerza de trabajo y por la otra
aumenta el valor total creado por ella. La agudización de este antagonismo irreconciliable desemboca en la necesidad histórica para avanzar hacia el
comunismo. La clase proletaria decide recuperar el valor arrebatado mediante la dictadura de clases proletaria que toma bajo su control la
cristalización de la plusvalía extraída en base a la propiedad privada de los medios de producción. La hora del violento enfrentamiento político entre
proletariado y burguesía se hace inevitable: revolución o contra revolución, todos los medios y caminos desembocan en una de estas dos salidas
históricas.

La ley del valor se desenvuelve en tensión permanente con la centralización y concentración de capitales. La ley del valor busca instalarse en todos los
rincones del planeta derribando al efecto todo tipo de fronteras legales, nacionales, culturales, geográficas, etc. En esta tensión va desdobla como una
espira con dos sentidos vectoriales de un lado, la extracción plusvalía absoluta y, de otro, la extracción de plusvalía relativa. El constante tira y afloja
entre el alargue de la jornada total de trabajo y la intensificación del desarrollo tecnológico aplicado a los procesos productivos y de servicios
desemboca en tendencias contradictorias que son leídas como “rupturas”, “quiebres”, “cambios de época” por nuestras ciencias sociales, atadas y
cautivas de la economía política burguesa vulgar (ya ni siquiera clásica). De este modo, ven como roturas históricas insolubles el desarrollo del sector
financiero y de servicios en desmedro de la industria manufacturera. Entienden como quiebre y autosuperación del capitalismo cuando observan un
mayor peso relativo del “sector servicios” en detrimento “del sector productivo” con una eventual disminución cuantitativa atribuyendo de este modo
la supuesta pérdida de centralidad histórica de la clase proletaria. Ven como algo extraordinariamente amputado y contradictorio el aumento de la
participación del capital en el PIB en detrimento de los salarios, cuestión graficada bajo el rótulo de la desigual distribución de los ingresos y la riqueza.
Para colmo creen advertir una singular distancia entre el capital, el salario y la renta de la tierra, adjudicándoles lógicas y esencias cualitativamente
distintivas a unas de otras. Están convencidísimos que la renta, el capital y el salario provienen de tres fuentes absolutamente distintas y no tienen
ninguna relación entre sí. Repiten acríticamente la tesis que reseña una terciarización de la mano de obra, en una sociedad con un sector financiero
cada vez más desarrollado y proveedor de la mayor parte de las fuentes de trabajo. Esta “nueva” característica marcaría a plomo el fin de la tradicional
clase obrera. En adelante “esta reingeniería social” provocaría la implosión de la clase proletaria, la diseminación en el campo de la historia de
innumerables sujetos sociales que exigen ser considerados con la misma centralidad con la que lo fue en el pasado la llamada clase obrera. En realidad,
el marxismo de academia, el populismo y nuestras ciencias sociales siguen sin comprender en lo más mínimo las leyes del Capital expuestas en el
análisis de Marx. De aquí que, por ejemplo, sea levantada como consigna la nacionalización del cobre respecto “del capital extranjero”, o la lucha por
“un trabajo decente” respecto de la flexibilización y precarización laboral.

Lo que olvidan u obvian nuestros intelectuales es que el sistema capitalista de producción no se caracteriza específicamente por la forma del proceso
de trabajo, sino por los procesos de valorización del capital al interior del proceso productivo en su conjunto, combinación en la que se desarrolla
ensambla e integra horizontal y verticalmente no sólo tradicionales ramas de la economía sino también, nuevas ramas de la economía, nuevas áreas,
nuevas regiones, apuntando a la fusión de los llamados tres sectores de los sistemas económicos (producción-distribución-consumo). A este respecto,
pareciese que nuestras ciencias sociales, marxistas de academia y toda la ralea de “connotados economistas” ignoran casi deliberadamente el
descubrimiento más importante de la economía política hecho hasta hoy y que fue registrado por Marx en los siguientes términos “Veíamos al
comenzar que la mercancía tenía dos caras: la del valor de uso y la de valor de cambio. Más tarde hemos vuelto a encontrarnos con que el trabajo
expresado en el valor no presentaba los mismos caracteres que el trabajo creador de valores de uso. Nadie, hasta ahora, había puesto de relieve
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críticamente este doble carácter del trabajo representado por la mercancía. Y como este punto es el eje en torno al cual gira la comprensión de la
economía política, hemos de detenernos a examinarlo con cierto cuidado.” De este modo, Marx en el capítulo 1 del tomo I de El Capital define de modo
certero lo que ya había anunciado en el segundo postfacio de 1873 a El Capital, entregándonos la clave para comprender su descubrimiento en toda su
magnificencia: la sustancia de valor de un lado y la magnitud del valor de otro lado son parte de una relación dialéctica. Dicho de otro modo, la forma
del valor esta tensionada dialécticamente con el contenido del valor. Por esta misma razón, Marx presta especial atención a la distinción entre la
descripción de los fenómenos y procesos de la sociedad capitalista de la obtención y comprensión dialéctica de la ley económica fundamental que
preside el movimiento de la sociedad capitalista. Esta segunda motivación es la finalidad última de su obra. De aquí entonces que nosotros podamos
decir que el proceso de producción en su conjunto tenga dos caras, uno es el proceso de trabajo y otro es el proceso de valorización. A su vez, como
proceso de trabajo encontraremos toda clase de contradicciones sociales especiales entre grupos y clases sociales que basan su distinción en la función
que realizan en el proceso de producción capitalista (contradicciones de todo tipo, pero que no dejan de ser segundarias) empero, como proceso de
valorización, la contradicción social fundamental será entre burguesía y clase proletaria. Es el motivo último de la lucha de clases a escala planetaria.

3.- PROCESO DE TRABAJO VERSUS PROCESO DE VALORIZACIÓN. ACUMULACIÓN VERSUS CENTRALIZACIÓN

“Pero el capital no es una cosa material, sino una determinada relación social de producción correspondiente a una determinada formación histórico-
social y que se representa en una cosa material y le confiere a ésta un carácter específicamente social. El capital no es la suma de los medios de
producción materiales y producidos. El capital son los medios de producción transformados en capital, medios que en sí distan tanto de ser capital
como el oro o la plata, en sí, de ser dinero. Son los medios de producción monopolizados por determinada parte de la sociedad, los productos y las
condiciones de actividad de la fuerza de trabajo viva automatizados precisamente frente a dicha fuerza de trabajo, que personifican en el capital por
obra de ese antagonismo.”

¿Qué implicancias tiene esta distinción? Como es sabido, la contradicción económica fundamental del capitalismo, únicamente puede situarse al
interior del proceso de producción capitalista en su conjunto articulado este sobre el proceso trabajo y el proceso de valorización, situándose en los
procesos de trabajo la dislocación entre la producción y mercado y entre distintos sectores económicos (sector primario extractivista de materias
primas, segundario transformador industrial y terciario prestador de servicios). Precisamente la diferencia entre el capitalismo y los precedentes modos
de producción radica en que, mientras sus antecedentes se basaban en la mera circulación de mercancías M-D-M, el capitalismo se basa en un
complejo, particular y específico proceso social sintético de producción-circulación, D-M-D', donde D'=D+ D; encerrando lo primero sólo al proceso de
trabajo, sintetizando lo segundo algo absolutamente nuevo, el proceso de valorización. Lo razonaba Marx de esta forma: "El ciclo M-D-M arranca del
polo de una mercancía y se cierra con el polo de otra mercancía, que sale de la circulación y entra en la órbita del consumo. Su fin último es, por tanto, el
consumo, la satisfacción de necesidades o, dicho en otros términos, el valor de uso, Por el contrario, el ciclo D-M-D' arranca del polo del dinero para
retornar por último al mismo polo. Su motivo propulsor y su finalidad determinante es, por tanto, el valor de cambio" . La circulación M-D-M supone un
cambio final cualitativo; la circulación D-M-D' supone un cambio cuantitativo que se transfigura en un salto cualitativo: ese cambio de valor D'=D+ D es
la plusvalía, el incremento de valor que constituye el nervio de todo el sistema capitalista: "El proceso de vida del capital -escribió Marx- se reduce a su
dinámica de valor que se valoriza a sí mismo” . En este sentido, "Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas", decía
Marx ya que la capacidad de consumo, a diferencia de la capacidad de producción de la sociedad capitalista está limitada "por el impulso de la
acumulación" que la reduce a un mínimo "susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos". Esta es una ley económica fundamental del
capitalismo expuesta por Marx donde el sector dedicado a generar medios de producción para la producción avanza y crece más dinámicamente que el
sector productor de medios de producción para el consumo; pero eso no significa que este último no avance en absoluto; avanza, aunque más
lentamente que el otro. La acumulación amplía tanto el sector que produce medios de producción como el que produce medios de consumo. Esta
contradicción abre la necesidad de las crisis económicas toda vez que “el proceso inmediato de producción y el proceso de circulación hacen que se
desarrolle de nuevo y se ahonde la necesidad de la crisis, que se manifestaba ya en la simple metamorfosis de la mercancía. La crisis existe desde el
momento que esos procesos no se funden, sino que se independizan el uno frente al otro". Como corolario de lo anterior, el consumo depende de la
acumulación. La acumulación determina tanto el salario de los trabajadores como el propio consumo de los capitalistas porque amplía tanto el
volumen del capital constante como el del capital variable. Cabe recordar aquí que tanto para Smith como para Ricardo y Sismondi, no existe en el valor
una parte que se dedique a reponer el capital constante pues el valor sólo se descompondría entre capital variable y plusvalía. Pensaban que hay una
parte del valor que sólo circula como capital, que no podía encasillarse como salarios ni ganancias. Para los clásicos como para los románticos, el capital
constante no existe. Sólo existen los ingresos de los “agentes de la producción”. De ahí que todas las teorías subconsumistas sobre la contracción de los
mercados y las dificultades de realización se funden en primicias falsas o incompletas, pues sus ideas se apoyan en la supuesta dependencia de la
producción respecto del mercado y la circulación. Sin embargo, desde la perspectiva marxista "la verdadera ciencia de la economía política comienza
allí donde el estudio teórico se desplaza del proceso de circulación al proceso de producción".

Ciertamente el capitalismo es una unidad dialéctica de producción y consumo; pero es sobre todo una unidad dialéctica entre el proceso de trabajo y el
proceso de valorización. Dentro mismo de la producción capitalista se desenvuelve una contradicción entre el proceso de trabajo y el proceso de
valorización, donde la valorización es el aspecto dominante. Esto hace que no exista la producción por la producción misma en tanto la plusvalía tenga
un triple destino: una parte se destina al consumo de la burguesía; otra parte se destina a incrementar el capital variable, es decir, los salarios y una
tercera parte se destina al incremento del capital constante, es decir, al sector productor de medios de producción. Un error muy generalizado en la
economía política burguesa no considera ni el consumo de los capitalistas ni el de los obreros como parte de la acumulación capitalista, sino como
parte del coste de la producción. Desde ese punto de vista, lo que ellos denominan "ahorro" está destinado a ser invertido únicamente en medios de
producción. Procediendo de esa forma es fácil caer en el error de tomar los salarios como la variable independiente y dejar el ahorro como un residuo,
es decir, cambiar el curso causal de los acontecimientos. Esta es la razón por la cual Lenin sostenga contra los populistas y románticos que "no es
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posible hablar de 'independencia' de la acumulación respecto de la producción de artículos de consumo, aunque sólo fuere porque para la ampliación de
la producción hace falta un nuevo capital variable y, por consiguiente, también artículos de consumo" .

En el sistema capitalista la ley del valor integra producción y consumo bajo una sola matriz, el proceso de producción capitalista en conjunto. De aquí
que la oferta no espere a la demanda, el consumo no determine a la producción y los precios ya no dependen de la oferta y demanda sino del volumen
del capital invertido. A este respecto Marx es tajante en su polémica contra Proudhon pues, "La gran industria, obligada por los mismos instrumentos
de que dispone a producir en una escala cada vez mayor, no puede esperar a la demanda. La producción precede al consumo, la oferta fuerza la
demanda". La brecha abierta entre producción y consumo es la base sobre la que se cimienta la valorización del capital ya que la ampliación de la
producción de medios de producción en el sector productor de medios de consumo significa el aumento de la plusvalía relativa a costa de la caída en el
valor de la fuerza social de trabajo que a su vez se traduce en el aumento de la masa global de valores producidos pero donde el valor por unidad de
producto es menor. Este es el sentido de la pauperización de la fuerza de trabajo: aumenta la masa global de explotados asalariados a medida que
decrece su valor individual, lo mismo que cualquier otra mercancía que ve aumentar el volumen global de su producción a la vez que disminuye el valor
individual de cada una habida cuenta del desarrollo de las fuerzas productivas existente tras ella, con la salvedad eso sí, que la mercancía fuerza social
de trabajo es la creadora de plusvalía. El pauperismo de la fuerza de trabajo asalariada crece inexorablemente, mientras a su vez se hacen más
frecuentes las crisis de super-producción de mercancías no por el subconsumo de la clase proletaria, sino al revés, por el crecimiento de la acumulación
de capitales que supone el subconsumo.

Y esto es así porque, la producción de plusvalía –o proceso de valorización- es la finalidad propulsora de la producción capitalista en conjunto, por lo
que el nivel de la riqueza ya no se gradúa por la magnitud absoluta de lo producido, sino por la magnitud relativa del producto excedente. El proceso de
producción capitalista es, ante todo, la valorización del capital, es la producción de plusvalía obtenida de la intensidad y extensión con la que es
explotada la mercancía fuerza de trabajo. De este modo, la producción capitalista no es ya producción de mercancías, sino que es, sustancialmente,
producción de plusvalía. Por tanto, el concepto del trabajo productivo no entraña simplemente una relación entre la actividad y el efecto útil de ésta,
entre el obrero y el producto de su trabajo, sino que lleva además implícita una relación específicamente social e históricamente dada de producción,
que convierte a la clase proletaria en instrumento directo de valorización del capital. Así es como en el régimen capitalista de producción, el proceso de
trabajo no es más que un medio para el proceso de valorización; del mismo modo, la reproducción es simplemente un medio para reproducir como
capital, es decir, como valor que se valoriza, el valor desembolsado. Como un fanático de la valorización del valor –afirma Marx- el verdadero capitalista
obliga implacablemente a la humanidad a producir por producir y, por tanto, a desarrollar las fuerzas sociales productivas y a crear las condiciones
materiales de producción, que son la única base real para una forma superior de sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre de
todas las personas. Se sigue que al desarrollarse la producción capitalista, la escala de la producción es determinada en grado cada vez menor por la
demanda directa de productos y en grado cada vez mayor por el volumen del capital del que el capitalista dispone, por el impulso de valorización de su
capital y por la necesidad de la continuidad y la extensión de su proceso de producción y reproducción ampliada. Con ello, crecen necesariamente
nuevas ramas de producción y en cada rama especial de producción, aumenta la masa de productos que aparecen en el mercado bajo forma de
mercancías que buscan comprador. Aumenta así, la masa de capital plasmada bajo las formas de capital mercancías, capital dinero, capital plusvalía
(donde se expresa el capital como renta diferencial y absoluta) y, una forma de capital entre los mismos capitalistas, el capital a interés que deriva en
una forma distinta, el capital ficticio. En definitiva, se trata del proceso en que la tasa de valorización toma la forma de tasa de ganancia, aunque esto
implica la negación del plusvalor (trabajo socialmente excedentario) por la ganancia o plusvalía (trabajo socialmente excedentario apropiado en forma
privada) y la afirmación de la tasa de plusvalía (relación de explotación entre burguesía y clase proletaria) por la tasa de ganancia (relación entre
distintos capitales y fracciones de burguesías con la clase proletaria según distintas ramas de valorización), la tasa de interés (como relación entre
distintos capitales) y la tasa de cambio entre divisas (como relación entre distintas burguesías locales con el mercado mundial de capitales y el
instrumento monetario que sirve de moneda mundial). Todo lo anterior, reafirma la necesidad para las condiciones históricas que hacen posible la
acumulación de capital y la reproducción ampliada del capital en su conjunto a saber, la competencia, la propiedad privada y la división social del
trabajo. Triada que su vez permite que el capital se reconozca a sí mismo como autodeterminación de múltiples capitales entre sí. Esta relación entre
capitales lleva a la transformación de la tasa de ganancia en tasa general de ganancia, lo que implica a su vez la transformación de los valores en precios
de producción en tanto cuanto estos se formen y reduzcan al trabajo abstracto o valores sociales.

Aquí es donde se hace necesario explicar la tasa media de ganancia y su formación. Conforme a la explicación de Marx y Engels una vez desarrollado el
capital productivo se introduce una modificación con la intervención del capital comercial pues la cuota general de ganancia se reduce mientras que las
mercancías se siguen vendiendo por su valor. A su vez, son estas mismas mercancías las que le sirven al comerciante como cristalización del capital
circulante en dinero. ¿De dónde saca la ganancia el comerciante? Lo que el comerciante se embolsa generalmente ha sido explicado como un
sobreprecio puesto a voluntad, el producto de una especulación sobre las oscilaciones de los precios de las mercancías, como un salario en forma de
ganancia. Empero, ninguna de estas explicaciones responde a la pregunta ¿De dónde salen los medios para costear todos los recargos de los precios?
No puede ser otra fuente más que del “producto global” de la clase proletaria. Para tal efecto la mercancía fuerza social de trabajo, como la llama
Marx, se vende por menos de su precio, pues se produce cada vez con un menor valor dando cuenta del desarrollo escalar de las fuerzas productivas.
Pues si todas las mercancías tienen como característica común el venderse por más de su costo de producción y de ello se exceptúa únicamente el
trabajo, el cual se vende por su precio de producción exclusivamente, ello quiere decir que se vende por menos del precio que constituye la norma
dentro del mundo capitalista.

Ahora bien, como con arreglo a la ley del valor, los productos se cambian entre sí en proporción al trabajo socialmente necesario para su producción, y
como para el capitalista el trabajo necesario para la creación de su producto sobrante consiste precisamente en el trabajo pretérito, acumulado en su
capital, los economistas llegan a la conclusión de que los productos sobrantes se cambian en proporción a los capitales necesarios para su producción y
no en proporción a los capitales realmente materializados en ellos. De este modo, la parte correspondiente a cada unidad de capital será, por tanto,
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igual a la suma de todas las plusvalías producidas dividida entre la suma de los capitales invertidos para producirlas. Según esto, capitales iguales
arrojan en el mismo período de tiempo ganancias iguales, resultado que se obtendrá añadiendo el precio de costo así calculado del producto sobrante
al precio de costo del producto pagado, para vender a este precio recargado ambos productos, el pagado y el no retribuido. Y así, sobre la base de esta
teoría, puede construirse un socialismo vulgar y un socialismo utópico tan popular que impide diferenciar el valor del la teoría del valor de uso y de la
utilidad de Jevons-Menger.

Esta es una construcción extraordinariamente ingeniosa, pero falsa en toda su longitud y amplitud. Entre el producto sobrante y el producto retribuido
no existe ninguna diferencia: si la ley del valor ha de regir directamente para los precios medios, ambos tienen que venderse con arreglo al trabajo
socialmente necesario para su producción e invertido en ella. La ley del valor va dirigida desde el primer momento contra el criterio procedente del
mundo de ideas capitalistas de que el trabajo pretérito acumulado, el capital, no es simplemente una determinada suma de valor creado, sino que es
también, agente de valor, fuente de más valor que el que de por sí encierra; la ley del valor sienta el hecho de que esta cualidad corresponde al trabajo
vivo y no al trabajo muerto que sólo transfiere valor, pero no crea un nuevo valor. Es sabido que los capitalistas esperan obtener ganancias iguales en
proporción al volumen de los capitales por ellos empleados y consideran, por tanto, su desembolso de capital como una suerte de precio de costo de su
ganancia. Pero estas ideas son contradictorias. Una de dos: o el trabajo acumulado constituye un factor creador de valor junto al trabajo vivo, en cuyo
caso la ley del valor no rige, o no crea valor, y entonces la argumentación es incompatible con la ley del valor.

Ante la imposibilidad teórica de explicar esta contradicción el asunto es resuelto fuera del ámbito productivo, en el espacio del comercio, de la
concurrencia. Así, sería el mercado el que establecería la cuota media de ganancia, al hacer que los capitales invertidos en ramas de producción que
arrojan una ganancia inferior a la media emigren a otras cuya ganancia supera a la normal. No obstante, la idea de que la concurrencia es la gran
niveladora de la ganancia, no es nueva ya que hunde sus raíces en la tradicional idea de que esta nivelación de las ganancias es idéntica a la reducción
del precio de venta de mercancías producidas en exceso al tipo de valor que la sociedad, con arreglo a la ley del valor, puede pagar por ellas.

Dado que la ganancia, la plusvalía es trabajo no retribuido, ¿cómo se opera aquí la transformación de la plusvalía, cuya magnitud depende de la
explotación del trabajo, en ganancia, cuyo volumen se ajusta al volumen del capital necesario para obtenerla?

Según los oportunistas, social-revolucionarios, socialistas utópicos, vulgarizadores de Marx, etc, la teoría de la plusvalía es absolutamente incompatible
con el hecho histórico de la cuota general de ganancia. Pero además, identifican como exactamente lo mismo la ganancia con la plusvalía, o cuota de
ganancia con masa de plusvalía, o ganancia media con ley del valor, olvidando y pasando por alto que la cuota de plusvalía mide la explotación del
trabajo obtenida como coeficiente entre la masa de plusvalía (la masa de plusvalía que resulta de la cuota de plusvalía multiplicada por el capital
variable) y la masa de salarios (P/v), mientras que la cuota de ganancia se determina obteniendo el coeficiente de la masa de plusvalía sobre el
resultado de la suma de las masas invertidas en capital constante y capital variable (P/c+v), arrojando la relación de la plusvalía socialmente producida
con el capital social o sea, la plusvalía producida durante el año en relación con el capital desembolsado. El valor total nuevo creado se obtiene de la
sumatoria se “v” (capital variable) más “p” (plusvalía. Con esto Marx deriva la cuota media de ganancia a partir de la plusvalía. La plusvalía es la fuente
única y exclusiva de que emanan la ganancia y la renta del suelo. De otro lado, la sumatoria entre ganancia media y renta también permite obtener la
masa de plusvalía.

A este respecto, Marx descubrió que aunque los precios individuales difieren de los valores individuales, el precio total del conjunto de las mercancías
coincide siempre con su valor total o con la totalidad de trabajo que se contiene en la suma global de las mercancías. Sin embargo, para los
economistas, académicos y burgueses, el valor seria idéntico al precio, y cada mercancía tendrá tantos valores como precios pueda tener. Por su parte,
el precio se explicaría solamente por la simple concurrencia de la oferta y la demanda. “El hecho de no comprender la relación fundamental que existe
entre el capital constante y el variable ni, por tanto, la naturaleza de la plusvalía, equivale, consiguientemente, a no comprender lo que constituye toda
la base del régimen capitalista de producción. El valor de cada producto parcial del capital, de cada mercancía, encierra una parte de valor igual a
capital constante, una parte de valor igual a capital variable (convertida en salarios para los obreros) y una parte de valor igual a plusvalía (que más
tarde se desdobla en ganancia y renta del suelo).” Es la relación entre trabajo vivo (la creación de nuevo valor por parte de la fuerza de trabajo), el
trabajo muerto (el traslado de valor previamente acumulado al proceso de producción) y el trabajo excedentario apropiado en forma privada
(plusvalía).

Siendo este el planteo del problema, la solución dada por Marx parte observando que en conjunto “Toda la dificultad proviene de que las mercancías
no se cambian simplemente como tales mercancías, sino como productos de capitales que reclaman…una participación igual (plusvalía) si se trata de
capitales de magnitud igual…”. Y para ilustrar esta diferencia, se establece la hipótesis de que los obreros se hallen en posesión de sus medios de
producción, de que trabajen por término medio el mismo tiempo y con la misma intensidad y de que cambien directamente entre sí sus mercancías. En
estas condiciones, dos obreros añadirían al producto, con su trabajo, durante una jornada, la misma cantidad de valor nuevo, a pesar de lo cual el
producto de cada uno de ellos tendría distinto valor según el trabajo incorporado anteriormente a los medios de producción empleados. Esta última
parte de valor representa el capital constante de la economía capitalista, la parte del valor nuevo añadido invertida en medios de producción para el
obrero, el capital variable, y la parte restante de este valor nuevo, la plusvalía, que en este caso correspondería al propio obrero. Ambos obreros
percibirían, pues, después de deducir la parte necesaria para resarcir la parte de valor “constante” desembolsada por ellos, valores iguales; sin
embargo, la proporción entre la parte que representa la plusvalía y el valor de los medios de producción -proporción que correspondería aquí a la tasa
media de ganancia capitalista – sería distinta en uno y otro caso. Ante todo evento no debe olvidarse jamás que la cuota media de ganancia nace del
intercambio de mercancías que encierran valores iguales. Esta es la primicia fundamental con la que Marx trabaja a lo largo de su estudio “El Capital”.
En segundo término, el intercambio de mercancías sólo se produce entre diversas y distintas comunidades y no, entre individuos de una misma
comunidad. Dicho esto, y proyectado al proceso de valorización de capital, la tasa media de ganancia se forma a partir de la configuración de un
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mercado local y mundial de diferentes capitales, que se construye a su vez sobre la base de áreas y regiones del planeta distintos, localidades que al
mismo tiempo acogen la residencia de empresas, ramas y sectores económicos con distinta composición orgánica del capital. Esto quiere decir que en
las formaciones precapitalistas había producción de mercancías e intercambio de éstas conforme a la ley del valor. Sin embargo, no existía lo
fundamental para caracterizar como capitalista dichos intercambios: la mercancía fuerza social de trabajo determinado a su vez por el tiempo de
trabajo socialmente necesario, nivelado por condiciones históricas específicas de desarrollo tecnológico y relaciones sociales. La cantidad de trabajo
invertida en estos productos, no sólo era la única medida apropiada para determinar cuantitativamente las magnitudes intercambiables; es que no
cabía, sencillamente, otra. De esta manera, en todo el período de la economía natural campesina no cabe más intercambio que aquel en que las
cantidades de mercancías que se intercambian tienden a equipararse cada vez más con las cantidades de trabajo materializadas en ellas. A partir del
momento en que el dinero penetra en este tipo de economía, la tendencia de adaptación a la ley del valor se hace, de una parte, más manifiesta pero,
de otra parte, se ve contra-restada por las injerencias del capital usurario y de la explotación fiscal. Y sin embargo, los precios se aproximan por término
medio a sus valores con un margen de diferencia insignificante, en períodos que se hacen cada vez más largos. El criterio excluyente para que ocurra
esta tendencia son las condiciones de trabajo.

Con esto se deduce que:


 existe producción de mercancías sin que necesariamente exista capitalismo.
 Existe la función del dinero sin que necesariamente exista capitalismo
 La carga del peso económico del Estado unido al rol que juega el capital especulativo distorsionan la operatividad de la ley del valor.
 En la medida en que más se desarrolla el dinero, los impuestos y el capital especulativo, más largo son los períodos en que los precios tienden
a equipararse con sus valores.

Este es el proceso que a grosso modo describe Engels para la formación de la tasa media de ganancia capitalista: Si la manufactura logró imponerse a
fuerza de abaratar los productos, con más razón lo hará la gran industria, la cual, revolucionando sin cesar la producción, reduce más y más el costo de
producción de las mercancías, y elimina inexorablemente todos los sistemas de producción anteriores. De este modo, la gran industria conquista
también definitivamente el mercado interior para el capital, pone fin a la pequeña producción y a la economía natural de la familia campesina que
cubría por sí misma sus propias necesidades, elimina el intercambio directo entre los pequeños productores y pone a la nación entera al servicio del
capital. Al mismo tiempo, nivela las cuotas de ganancia de las diversas ramas comerciales e industriales en torno a una cuota de ganancia general y,
finalmente asegura a la industria el puesto de mando que le corresponde en esta nivelación, eliminando la mayor parte de los obstáculos que se
interponían ante las emigraciones de capital de unas ramas a otras. De este modo, se opera en cuanto al cambio, en conjunto y a grandes rasgos, la
transformación de los valores en precios de producción. El hecho de que la concurrencia reduzca al nivel general las ganancias que exceden de la cuota
general de ganancia, privando así de la plusvalía que rebasa aquel tipo medio al primer industrial que se apropia, no ofrece, teóricamente, la menor
dificultad. Pero, en la práctica no ocurre así, ni mucho menos, pues las ramas de producción que arrojan una plusvalía superior a la normal, es decir,
aquellas que tienen un elevado capital variable y un bajo capital constante, o, lo que es lo mismo, una composición orgánica baja, son precisamente, las
que más tarde y de un modo más incompleto se someten a la explotación capitalista, sobre todo la agricultura. En cambio, lo que se refiere al alza de
los precios de producción por encima de los valores de las mercancías, necesaria para elevar al nivel de la cuota de ganancia media la plusvalía de nivel
inferior que se contiene en los productos de las ramas de baja composición orgánica de capital, ofrece extraordinarias dificultades teóricas, pero es, la
que más fácil y rápidamente se logra en la práctica. En efecto, las mercancías de esta clase, cuando empiezan a producirse por métodos capitalistas y
son lanzadas al comercio capitalista, compiten con las mercancías del mismo tipo fabricadas por procedimientos pre-capitalistas, que resultan, por
consiguiente, más caras. Esto le permite al productor capitalista, aun renunciando a una parte de la plusvalía, obtener, sin embargo, la cuota de
ganancia vigente en su localidad, la cual no guarda, originariamente la menor relación directa con la plusvalía, ya que había nacido del capital comercial
mucho antes de que existiese una producción capitalista y de que, por tanto, fuese posible una cuota de ganancia industrial. Ya que la cuota de
plusvalía se reduce con el capital comercial, el capitalista tiende a concentrar la actividad comercial, buscando convertirse en capitalista social presente
en todos lados con un mismo capital en distintas actividades.

De otro lado, la bolsa de comercio y de valores iguala las condiciones del régimen capitalista a nivel universal. Facilita la inversión de la masa flotante de
capital dinero, tiende a concentrar toda la producción, tanto la industrial como la agrícola, y todo el comercio, lo mismo los medios de comunicación y
los medios de cambio. A consecuencia, de esta gradual transformación de la industria en empresas por acciones una rama de producción industrial tras
otra va corriendo la misma suerte. La empresa individual corriente va siendo cada vez más una simple fase previa para desarrollar el negocio hasta que
sea lo suficientemente grande para “fundar” una sociedad. La red enormemente extensa de bancos, va absorbiendo cada vez más, bajo diversos
nombres burocráticos, las hipotecas y, con sus acciones, el verdadero dominio eminente sobre la propiedad territorial es entregado a la bolsa, sobre
todo cuando la propiedad de las fincas cae en manos de los acreedores. La revolución agrícola de los suelo cae también inexorablemente en poder de la
Bolsa. Las inversiones extranjeras y la colonización son una simple sucursal de la Bolsa, al servicio de la cual las potencias europeas se han repartido el
mundo.

En este lugar cabe precisar la relevancia del dinero. El dinero es un medio de circulación y al mismo tiempo de realización del precio. Como precio, la
mercancía existe ya antes que se intercambie por dinero. De aquí se deriva que la masa del medio circulante se determina por los precios. Y no a la
inversa. Es más, la velocidad de circulación puede suplir a la masa de dinero, no obstante lo cual se necesita siempre una determinada masa para cubrir
los actos de intercambio simultáneo. Este último aspecto es importante, pues supone un sistema capitalista productor de mercancías sin que
necesariamente estas estén materialmente producidas. Se abre así paso a la mercancía virtual, al dinero realizándose como valor independiente del
estado real de la producción de mercancías. El desdoblamiento de M-D y D-M es la forma más abstracta y más superficial en que se expresa la
posibilidad de la crisis. La determinación de la masa circulante por los precios está supeditado al contexto histórico. El dinero como tal dinero existe
independiente del valor frente a la circulación. Se abre la posibilidad de dos fenómenos monetarios: la inflación y el dinero como acumulación de
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“riqueza abstracta”. Esto nace del carácter del dinero en el sistema capitalista: no solamente es un medio de circulación, sino que por sobre todo es un
medio de realización del precio. En el mundo antiguo el dinero cumplía con la función de “atesoramiento”, particularmente en oro y plata. Esto
significaba una circulación simple que excluía el principio de auto-reproducción. El dinero lleva implícito un valor puesto en circulación, valor que se
conserva y se incrementa en sí mismo transformándose en capital.

De aquí entonces la falsa distinción entre distintos tipos de capital. El capital es uno sólo y punto. Sin embargo, tiene distintas formas. Por esta razón
Marx afirma que “la forma antidiluviana del capital es el capital comercial. A su vez el verdadero capital nace del dinero o del capital comercial, al
apoderarse de la producción.”

Por consiguiente, ¿quién dijo que el capital financiero, especulativo y dinerario es ajeno a la producción?, ¿quién dijo que el desarrollo del sector
servicio es ajeno a los procesos de proletarización de la sociedad? Por último, ¿quién dijo que Marx nunca se preocupo del dinero y los fenómenos y
procesos que acarrea?, ¿son nuevos las manifestaciones del capital dinerario?

Respecto a la inflación –dice Marx-, en primer lugar yo no he hablado en parte alguna de “tasas sociales”, y para investigar el valor me he atenido
concretamente a las condiciones burguesas, sin aplicar esta teoría del valor a un “estado social”. En segundo lugar, cuando sube el precio del trigo a
consecuencia de una mala cosecha sube en primer término el valor de ésta, ya que una cantidad de trabajo, sube aún más su precio de venta. ¿Qué
tiene que ver esto con mi teoría del valor? Precisamente cuanto más por encima de su valor se venda el trigo, más por debajo de su valor se venderán
otras mercancías, ya sea en especie o bajo forma de dinero, y esto aun cuando su propio precio en dinero no descienda. La suma de valor sigue siendo
la misma, aunque, por tanto, aumente la suma de “valor en cambio”. Tal acontece si suponemos que la baja de precio operada en la suma de las otras
mercancías no cubre el precio de sobrevaloración (exceso de precio) del trigo. Pero, en este caso, el valor de cambio del dinero descenderá, por tanto,
debajo de su valor; la suma de valor de todas las mercancías no sólo sigue siendo la misma, sino que incluso igual en punto a su expresión en dinero, si
se incluye el dinero entre las mercancías. Además, la subida de precio de trigo por encima del aumento de valor que supone la mala cosecha será,
desde luego, más pequeño de lo que es hoy, con los acaparadores.

Marx no parte nunca de los “conceptos”, ni por tanto del “concepto valor”, razón por la cual no tiene que “dividir” en modo alguno este “concepto”.
Marx parte de la forma social más simple en que toma cuerpo el producto del trabajo en la sociedad actual, que es la “mercancía”. Analiza ésta, y lo
hace fijándose ante todo en la forma bajo la cual se presenta. Y descubre que la “mercancía” es, de una parte, en su forma material, un objeto útil o,
dicho en otros términos, un valor de uso, y de otra parte, encarnación del valor de cambio y, desde este punto de vista, “valor de cambio” ella misma.
Sigue analizando el “valor de cambio” y encuentra que éste no es más que una “forma de manifestarse”, un modo especial de aparecer el “valor”
contenido en la mercancía, en vista de lo cual procede al análisis de éste último. Como se ve, Marx no divide el valor en valor de uso y valor de cambio,
como términos antitéticos en que se descomponga lo abstracto, el “valor”, sino que dice que la forma social concreta del producto del trabajo, de la
“mercancía”, es por una parte valor de uso y por otra parte “valor”, no valor de cambio, puesto que éste es una simple forma de manifestarse y no su
propio contenido. ”Un objeto” puede ser útil y producto del trabajo humano sin ser por ello mercancía. Para producir mercancías, no basta producir
valores de uso, sino que es menester producir valores de uso para otros, valores de uso sociales. Con esto, el valor de uso adquiere por sí mismo un
carácter histórico-específico, el carácter social del producto, del valor de uso, radica en su carácter colectivo. Por otra parte Marx pasa inmediatamente
a demostrar que en esta doble modalidad de la mercancía se manifiesta el doble carácter del trabajo de que ella es producto: del trabajo útil, es decir,
de las modalidades concretas de los distintos trabajos, que crean valores de uso, y del trabajo abstracto, del trabajo como inversión de fuerza de
trabajo, cualquiera que sea el modo “útil” como se invierta (en lo que luego se basa el estudio del proceso de producción); que en el desarrollo de la
forma de valor de la mercancía y en última instancia de su forma-dinero y, por tanto, del dinero, el valor de una mercancía se manifiesta en el valor de
uso de otra, es decir, en la forma material de la otra mercancía; que la propia plusvalía se deriva del valor de uso de la fuerza de trabajo, específico y
exclusivo de ella, etc., y, por tanto, que el valor de uso desempeña un papel muy distinto del que desempeña en toda la economía anterior, si bien,
téngase en cuenta, sólo se plantea allí donde se arranca del análisis de un régimen económico dado y no de especulaciones abstractas acerca de los
conceptos y de las locuciones “valor de uso”, “valor”. Por eso en el análisis de la mercancía, ni aun a propósito de su “valor de uso”, no hay por qué
empalmar inmediatamente definiciones del “capital” donde se dice (se refiere a Rodbertus) que el proceso de trabajo, como actividad racional
encaminada a la producción de valores de uso, etc., “es común a todas las formas sociales por igual” depende pura y exclusivamente del grado del
proceso social de producción y no responde nunca, por tanto, “a una organización social”. La mercancía se presenta, para el que va a usarla, en su
forma material específica, y a la vez en su forma de valor, “común” a ella y a todas las demás mercancías, como valor de cambio ”el valor de uso”,
aparece como mera materialización del trabajo humano, como inversión de la misma fuerza humana de trabajo; ”el valor” de la mercancía no hace más
que expresar en una forma históricamente progresiva lo que ya existía en todas las demás formas históricas de sociedad, aunque bajo otra forma, a
saber: el carácter social del trabajo, en cuanto aplicación de la fuerza social de trabajo.

En este nivel, el problema es la forma en que influye la inflación, el tipo de cambio, en la cuota de plusvalía y de ganancia. Marx hace el siguiente
planteo: trátese, en efecto, de saber cómo explicarse que al bajar el valor del dinero o del oro aumente la cuota de ganancia y disminuya, en cambio, al
aumentar aquél. Si, al descender el valor del dinero, el precio de trabajo no aumenta en la misma proporción, descenderá en realidad, con lo que
aumentará la cuota de plusvalía y también, por tanto, la cuota de ganancia. El alza de éstas –mientras se mantenga la oscilación descendente en el
valor del dinero- se debe a la simple baja de los salarios y ésta, a su vez, al hecho de que los cambios producidos en los salarios sólo se acoplan
lentamente a los cambios operados en el valor del dinero. Por el contrario, cuando experimentando un alza el valor del dinero los salarios no bajan en
la misma proporción, disminuye la cuota de plusvalía y también, por tanto, si nada cambia, la cuota de ganancia. Estos dos movimientos, el alza de la
cuota de ganancia al aumentar el valor del dinero y su baja en el caso inverso, se deben en estas circunstancias simplemente al factor de que el precio
del trabajo no se ha acomodado aún al nuevo valor del dinero. Estos fenómenos cesan tan pronto como se acoplan el precio del trabajo y el valor del
dinero. Aquí es donde comienza la dificultad. Los llamados teóricos dicen: tan pronto como el precio del trabajo corresponde al nuevo valor del dinero,
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por ejemplo, tan pronto como aumenta si el valor del dinero baja, ambos, la ganancia y el salario, se expresan en una cantidad tanto mayor de dinero.
Por tanto su proporción sigue siendo la misma. No se produce por consiguiente, ni puede producirse cambio alguno en cuanto a la cuota de ganancia.
Toda la dificultad del problema reside en que se confunde la cuota de ganancia con la cuota de plusvalía. El aumento de la cuota de plusvalía sería
mayor si el valor del capital constante disminuyese más rápidamente que el valor del dinero y menor si la disminución de aquél fuese más lenta. Pero
se mantendría mientras se produzca cualquier baja en el valor del capital constante, mientras la misma masa de medios de producción cueste, por
ejemplo, 440 libras esterlinas en vez de 400 como antes. Pero que, especialmente tratándose de la verdadera industria, la productividad del trabajo
recibe un impulso con la baja del valor del dinero, con la simple inflación de los precios en dinero y la batida internacional general a la masa de dinero
incrementada, constituye un hecho histórico, comprobable especialmente en el decenio de 1850 a 1860. De modo análogo deberá desarrollarse el caso
inverso. Hasta qué punto, en un caso, el alza de la cuota de ganancia paralela a la baja del valor del dinero y, en el otro, la baja de la cuota de ganancia
con el alza del valor del dinero repercute sobre la cuota general de ganancia dependerá en parte del volumen relativo y de las ramas especiales de
producción en que se produzca el cambio y en parte de la duración de éste, pues el alza y la baja de la cuota de ganancia en ramas industriales
especiales necesita tiempo para transmitirse a las otras. Y si la oscilación dura relativamente poco tiempo, no pasará de ser puramente local.

Marx sostiene que “La ganancia no es para nosotros, por el momento, más que otro nombre u otra categoría de la plusvalía”. Representa la fracción o
porcentaje de plusvalía que le corresponde a cada capitalista en la distribución del monto global de masa de plusvalía producida en la sociedad. Como
la forma del salario hace creer que se paga todo el trabajo, la parte no retribuida de éste parece forzosamente algo que brota, no del trabajo, sino del
capital, y no de su parte variable, sino del capital global. Esto da a la plusvalía la forma de ganancia, sin distinción cuantitativa de una y otra. No es más
que la forma ilusoria de manifestarse la misma cosa. Además, la parte de capital consumida en la producción de la mercancía (el capital empleado en su
producción, el constante y el variable, menos la parte del capital fijo invertida pero no consumida) aparece ahora como el precio de costo de la
mercancía, puesto que para el capitalista la parte del valor de la mercancía que a él le cuesta es su precio de costo, mientras que, desde su punto de
vista, el trabajo no retribuido que la mercancía encierra no entra en el precio de costo. Ahora, la plusvalía igual a la ganancia aparece como el
remanente de su precio de venta después de cubrir su precio de costo. Si, por tanto, llamamos al valor de la mercancía V y a su precio de costo pc,
tenemos que V = pc , por donde V-p = pc ; es decir, que V es mayor que pc. La nueva categoría del precio de costo es muy necesaria dentro del detalle
de las investigaciones posteriores. Desde el primer momento resulta que el capitalista puede vender la mercancía con ganancia por menos de su valor y
ésta es la ley fundamental para comprender las compensaciones operadas por la competencia. De este modo, p/c+v es la relación de la plusvalía
socialmente producida con el capital social. Suponiendo que la cuota de plusvalía, es decir, la explotación del trabajo, sea igual a la producción de valor,
la producción de plusvalía, que vale tanto como decir la cuota de ganancia, diferirá en las diferentes ramas de producción. Pero la competencia se
encarga de nivelar estas distintas cuotas de ganancia en torno a una cuota de ganancia media o general. Esta, reducida a su expresión absoluta, no
puede ser más que la plusvalía producida (anualmente) por la clase capitalista en proporción al capital desembolsado, en volumen social. Tal es la cuota
general de ganancia. El ideal de la competencia entre las distintas masas de capital alojadas en las distintas ramas de producción y con distintas
composición orgánica, es el comunismo capitalista –señala Marx-; es decir, un régimen en que la masa de capital vinculada a cada rama de producción,
en la proporción en que representa una parte del capital global de la sociedad, obtenga una parte alícuota de la plusvalía global, por esto, la
determinación del precio de las mercancías tiene forzosamente que diferir de su valor. El precio así nivelado, que distribuye por igual la plusvalía social
entre las masas de capital en proporción a su magnitud, es el precio de producción de las mercancías, el centro en torno al cual giran las oscilaciones de
los precios en el mercado. Las ramas de producción en las que impera un monopolio natural se hallan sustraídas a este proceso de nivelación, aunque su
cuota de ganancia sea superior a la social. Esto tiene su importancia, para el desarrollo de la renta del suelo, la transformación de los valores en precios
y la tendencia de la cuota de ganancia a decrecer a medida que progresa la sociedad por los cambios en la composición del capital al desarrollarse la
fuerza social productiva.

¿Por qué es importante destacar la solución que da Marx a la conformación de la tasa de ganancia media capitalista? La razón es que la economía
política burguesa impregnada a través de cada una de las neuronas de la intelectualidad que trabaja en las ciencias sociales (incluyendo a vastos
sectores de marxistas) es hacer propia una vieja y conocida tesis popularizada por Sismondi, a saber, que el mercado extranjero actúa “como salida a la
dificultad” que plantea la realización de la plusvalía, tesis que a su vez, brota de la errónea teoría sobre la renta y el producto social en la sociedad
capitalista. Pero, la pretendida “imposibilidad” de realización de mercancías en general y la plusvalía en particular y, como consecuencia de esta
imposibilidad, la necesidad del mercado extranjero, nace de la falsa eliminación del capital constante y de los medios de producción hecho en los
supuestos de los partidarios del mercado extranjero para la realización de la plusvalía. Suprimido este error, dice Marx, desaparece también la
“imposibilidad”. Y lo mismo debe decirse en lo que se refiere en particular a la plusvalía: este análisis explica también la realización. La afirmación de
que los capitalistas no pueden consumir la plusvalía no es más que una representación vulgarizada de la duda de Adam Smith acerca de la realización
en general. Sólo una parte de la plusvalía se halla formada por medios de consumo; otra parte consiste en medios de producción (por ejemplo, la
plusvalía del fabricante de hierro). El “consumo” de ésta última plusvalía se efectúa al emplearla en la producción; los capitalistas que crean el producto
en forma de medios de producción no consumen por sí mismos la plusvalía, sino el capital constante que cambian con otros capitalistas. Por eso,
cuando hablan de la imposibilidad de realizar la plusvalía, se ven lógicamente obligados a negar también la posibilidad de realizar el capital constante,
con lo cual llegan sanos y salvo a Adam Smith. ¿Y el mercado extranjero? Lo que ocurre es que el problema del mercado extranjero no tiene
absolutamente nada que ver con el problema de la realización, y el intento de unir estos dos problemas formando uno solo caracteriza el deseo
romántico de “contener” el capitalismo. El romanticismo económico y buena parte de los marxistas sostienen que los capitalistas no pueden consumir
la plusvalía, razón por la cual tienen que darle salida en el extranjero. Ahora bien, Marx cuestiona: ¿acaso los capitalistas regalan sus productos a los
extranjeros o los arrojan al mar? La respuesta es simple: lo que hacen es venderlos, es decir, obtienen un equivalente a cambio de ellos; exportan sus
productos, importando a cambio de ellos otros. Cuando hablamos de la realización del producto social, eliminamos ya por este solo hecho la circulación
de dinero y admitimos solamente un intercambio de unos productos por otros, pues el problema de la realización estriba también en analizar cómo
reponen, tanto en cuanto al valor como en cuanto a la forma material, todas las partes que integran el producto social. Esas gentes –sostiene Marx-
calculan el problema de la realización del producto global teniendo en mente el punto de vista del empresario individual, a quien sólo interesa “la venta
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al extranjero”, pasándolo como punto de vista general del conjunto de la sociedad. Y de lo que se trata es entender los problemas sociales desde lo
social y no lo individual. De este modo, confundir el comercio exterior, la exportación, con el problema de la realización significa rehuir el problema,
desplazarlo a un campo más extenso, pero sin aclararlo en lo más mínimo. Dicho de forma aún más clara: Todo el capital puede medirse en dinero. El
dinero es una forma del valor. La sustancia última del valor es el tiempo de trabajo socialmente necesario. De ahí que, si bien la tasa de interés
(como indicador del valor del dinero) indica el remanente sobre la ganancia bruta y el interés medio, debemos rebasar las formas que asume el
capital, y llegar a la sustancia que de la que se constituye, tiempo. El tiempo de trabajo excedentario apropiado privadamente pero a nivel del
mercado local y mundial de valorización se expresa en la tasa media de ganancia. Empero, la tendencia de la ley del valor a igualar las condiciones
de producción a nivel planetario, provoca la agudización de la lucha de clases que, junto con el aumento y estandarización de la composición
orgánica del capital, la aparición de nuevas ramas de producción, la acumulación de capital, las guerras de divisas, la competencia desenfrenada de
diversas fracciones de capital para crear una plusvalía extraordinaria, son todos factores que empujan a la tasa de ganancia en una tendencia a la
caída. Sin embargo esta tendencia es contra restada por el incremento de la deuda pública, las variaciones alcistas en las bolsas de valores y
mercancías, la centralización de capitales, las fluctuaciones en las tasas de interés amén de la especulación y modificaciones en los tipos de cambio
de divisas, las oscilaciones en las tasas de inflación-deflación, la ofensiva de la burguesía en la lucha de clases son todos factores contradictorios que
tienden a frenar, contra-restar o suavizar la caída en la tasa de ganancia media capitalista.

Entre los factores retardantes de la tendencia a la caída de la tasa media de ganancia ha sobresalido últimamente la significación económica del Estado
como factor que interactúa con la tendencia a la caída de la tasa de ganancia capitalista es preciso tener presente que la clase social a la que sirve el
Estado maneja el circuito de reproducción y ampliación del capital integrando al Estado en el proceso de valorización mismo del capital en una escala
local y mundial. Si seguimos el esquema D-M-D ----D`-M`- D`, descubrimos que este papel no es exclusivo de Chile sino de todos los Estados burgueses
del mundo, por tanto es una de las características del mercado mundial de capitales el hecho que el Estado participe a través de los impuestos, la
deuda pública, la renta absoluta, el resguardo jurídico de la propiedad privada, la intervención en los circuitos y circulación de capital dinero por medio
de Bancos Centrales ligados a entidades internacionales que a la vez que garantizan la existencia de un mercado mundial de valores cada vez más
integrado, al mismo tiempo lleva en su seno las aspiraciones e intereses contradictorios de los distintos bloques regionales de Estados burgueses,
sectores y ramas de valorización de capital enfrentados a la desigualdad entre distintos niveles de productividad y condiciones en que opera la ley del
valor; bloques regionales de Estados burgueses que garantizan la participación de las burguesías locales luchando por acoplarse de la manera menos
desventajosa en la obtención de distintas fracciones de plusvalía para sus capitales de aquel fondo mundial común de ella misma presente en el
mercado mundial. Esta misma actuación, de entidades internacionales que aglutinan a varios bloques de Estados coordinados para garantizar la
participación de la burguesía en el reparto mundial de capital en su forma de renta, plusvalía y dinero, lleva en su vientre la unidad de la contradicción
entre la integración mundial de la burguesía y simultáneamente las tensiones geopolíticas entre los diversos bloques regionales.

En este marco, una vez más sobresale el razonamiento de Marx en orden a que cuando los populistas afirman que el mercado extranjero es la “salida
de la dificultad”, en realidad develan la concepción teórica que confunde el mercado extranjero con el problema de la realización del producto global
de la sociedad, demostrando además que no se comprende lo que es esta realización, sumiendo dicho proceso social en el encierro que supone una
concepción extraordinariamente superficial de las condiciones peculiares a esta realización, pudiéndose resumir todo a la tesis de: “Los obreros
consumen el salario y los capitalistas no pueden consumir la plusvalía”. Marx se pregunta, ¿de dónde sabemos que los obreros consumen el salario?
¿Qué derecho hay a suponer que los productos destinados de antemano por toda la clase capitalista de un determinado país al consumo de todos los
obreros de este país resultarán realmente iguales, en cuanto a su valor, al salario de estos obreros y lo repondrán, y que, por tanto, no se planteará con
respecto a estos productos la necesidad del mercado extranjero? No existe, decididamente, ninguna razón para suponer esto, y tampoco ocurre así en
la realidad. No sólo productos (o partes de los productos) que reponen la plusvalía, sino también aquellos que reponen el capital variable; no sólo los
productos que reponen el capital constante; no sólo los productos que existen bajo la forma de medios de consumo, sino también aquellos que existen
bajo la forma de medios producción: todos ellos se realizan siempre entre “dificultades”, a través de constantes oscilaciones, cada vez más fuertes a
medida que se desarrolla el capitalismo, entre una furiosa concurrencia que obliga a todos empresario a aspirar a una extensión ilimitada de la
producción, rebasando las fronteras del propio Estado y lanzándose en busca de nuevos mercados a países no absorbidos aún por el sistema de
circulación capitalista de mercancías. Y así hemos llegado al problema de por qué el mercado extranjero es necesario para un país capitalista. No es, ni
mucho menos, porque el producto no pueda realizarse en modo alguno dentro del orden capitalista. Pensar esto sería disparatado. El mercado externo
es necesario porque la producción capitalista implica la tendencia a la extensión ilimitada, por oposición a todos los antiguos sistemas de producción,
circunscritos a los límites de las aldeas, de la heredad, de la tribu, del territorio o del Estado. Mientras que en todos los antiguos sistemas económicos la
producción se renovaba siempre del mismo modo y en la misma escala en que venía desarrollándose antes, bajo el régimen capitalista esta renovación
es imposible y la extensión ilimitada, el perenne avance se convierte en ley de la producción.

De modo que la distinta manera de comprender la realización (o mejor dicho: de comprender la realización, por una parte, y por otra no comprenderla
en absoluto, como ocurre con los románticos), conduce a dos concepciones diametralmente opuestas sobre la significación del mercado extranjero.
Para unos (los románticos), el mercado extranjero es el índice de aquella “dificultad” que el capitalista opone al desarrollo social. Para otro, por el
contrario, el mercado extranjero revela cómo el capitalismo elimina aquellas dificultades que se interponen ante el desarrollo social y que la historia
crea en forma de los diversos obstáculos que llevan aparejados el municipio, la tribu, el territorio y la nación.

La comprensión del planteo anterior hecho por Marx pasa por distinguir que hay dos rasgos característicos del modo capitalista de producción.
Primero, produce sus productos como mercancías. Producir mercancías no lo diferencia de otros modos de producción, pero sí el hecho de que la
mercancía es el carácter dominante y determinante de su producto. Esto implica, que el obrero mismo sólo aparezca como vendedor de mercancías y,
por ende, como asalariado libre, o sea que el trabajo aparezca en general como trabajo asalariado. Los principales agentes de este modo mismo de
producción, el capitalista y el asalariado, sólo son, en cuanto tales, encarnaciones, personificaciones de capital y trabajo asalariado, relaciones sociales
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de producción imbricadas dentro del proceso social de producción. Se sigue que, en el sistema capitalista el producto como mercancía y, la mercancía
como producto del capital implican, desde ya, el conjunto de las relaciones de circulación; vale decir, determinado proceso social que los productos
deben recorrer y en el cual asumen determinados caracteres sociales. Asimismo, implica determinadas relaciones entre los agentes de la producción
que determinan la valorización de su producto y la reconversión de éste, ora en medios de subsistencia, ora en medios de producción. Pero incluso
prescindiendo de esto, toda la determinación del valor y la regulación de la producción global por el valor, derivan de los dos caracteres arriba
mencionados: del producto como mercancía o de la mercancía como mercancía producida de manera capitalista. En esta forma totalmente específica
del valor el trabajo, por un lado, sólo cuenta como trabajo social; por el otro, la distribución de este trabajo social y la mutua complementación, el
metabolismo de sus productos, la subordinación al engranaje social y la inserción en el mismo, quedan librados a las acciones casuales, y que se anulan
recíprocamente, de los productores capitalistas individuales. Como éstos sólo se enfrentan en cuanto poseedores de mercancías y si se aceptase la
retorica vulgar de que cada uno procura vender lo más caro posible su mercancía (sólo guiados por la arbitrariedad en la producción misma), la ley
interna sólo se impone por intermedio de su competencia, de la presión recíproca de unos sobre otros, gracias a lo cual se anulan mutuamente las
divergencias. La ley del valor sólo opera aquí, frente a los agentes individuales, como ley interna, como ciega ley natural, e impone el equilibrio social de
la producción en medio de las fluctuaciones casuales de la misma. Por lo demás, en la mercancía, y más aún en la mercancía como producto del capital,
están implícitas ya la cosificación de las determinaciones sociales de la producción y la subjetivización de las bases materiales de la producción, que
caracterizan a todo el modo capitalista de producción.

El segundo rasgo que caracteriza especialmente al modo capitalista de producción es la producción del plusvalor como objetivo directo y motivo
determinante de la producción. El capital produce esencialmente capital, y sólo lo hace en la medida en que produce plusvalor. Cuando examinamos el
plusvalor relativo, y luego al considerar la transformación del plusvalor en ganancia, se vé cómo se funda en esto un modo de producción peculiar del
período capitalista: una forma particular del desarrollo de las fuerzas productivas sociales del trabajo, pero como fuerzas del capital autonomizadas
frente al obrero y, por ende, en directa antítesis con su propio desarrollo, con el del obrero. La producción para el valor y el plusvalor, implica la
tendencia, siempre operante, a reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, esto es, su valor, por debajo del promedio
social existente en cada ocasión. El deseo acuciante de reducir el precio de costo a su mínimo se convierte en la más fuerte palanca para la
intensificación de la fuerza productiva social del trabajo, que aquí, empero, solo se presenta como intensificación constante de la fuerza productiva del
capital. La autoridad que asume el capitalista como personificación del capital en el proceso directo de producción, la función social que reviste como
director y dominador de la producción, es esencialmente diferente de la autoridad que se funda en la producción con esclavos, siervos, etcétera.

Mientras que, sobre la base de la producción capitalista, a la masa de los productores directos se les contrapone el carácter social de su producción
bajo la forma de una autoridad rigurosamente reguladora y de un mecanismo social del proceso laboral articulado como jerarquía completa autoridad
que, sin embargo, sólo recae en sus portadores en cuanto personificación de las condiciones de trabajo frente al trabajo, y no, como en anteriores
formas de producción, en cuanto dominadores políticos o teocráticos , entre los portadores de esa autoridad, los capitalistas mismos, que sólo se
enfrentan en cuanto poseedores de mercancías, reina la más completa anarquía, dentro de la cual la conexión social de la producción sólo se impone
como irresistible ley natural a la arbitrariedad individual.

Sólo porque el trabajo esta presupuesto en la forma de trabajo asalariado y los medios de producción en la forma de capital o sea, sólo debido a esta
específica figura social de esas dos esenciales fuerzas operantes de la producción, una parte del valor (del producto) se presenta como plusvalor, y este
plusvalor como ganancia (renta), como ganancia del capitalista, como riqueza adicional disponible que le pertenece. Pero sólo porque se presenta así
como su ganancia, los medios adicionales de producción, destinados a la ampliación de la reproducción y que forman una parte de la ganancia, se
presentan como nuevo capital adicional y la ampliación del proceso de reproducción en general como proceso capitalista de acumulación. Aunque la
forma del trabajo como trabajo asalariado sea decisiva para la figura del proceso total y para el modo específico de la producción misma, el trabajo
asalariado no es determinante de valor. En la determinación del valor se trata del tiempo social de trabajo en general, de la cantidad de trabajo que
tiene a su disposición la sociedad en general y cuya absorción relativa por los diferentes productos determina, en cierta medida, el respectivo peso
social de éstos. La forma determinada bajo la cual el tiempo social de trabajo se impone como determinante en el valor de las mercancías está
vinculada, por cierto, a la forma del trabajo como trabajo asalariado y a la forma correspondiente de los medios de producción como capital, en la
medida en que sólo sobre esta base la producción mercantil se convierte en la forma general de la producción.

Procediendo del mismo modo, Marx procede a examinar las llamadas relaciones de distribución. El planteo de Marx es el siguiente: el salario supone el
trabajo asalariado; la ganancia, el capital. Estas formas determinadas de distribución, pues, suponen determinados caracteres sociales de las
condiciones de producción y determinadas relaciones sociales entre los agentes de la producción. O sea, que la relación determinada de distribución
no es otra cosa que expresión de la relación de producción históricamente determinada. “Considerar a la producción prescindiendo de la
distribución que ella encierra es evidentemente una abstracción vacía”, apunta Marx en la “Introducción a la Crítica de la Economía Política”. Por eso,
si se elimina el fraccionamiento del capital y la burguesía, no hay mercado ni valor (ni ley del valor), suponiendo entonces que tampoco existe capital
(que es valor en proceso de valorización). Por esto también, el carácter anárquico de la regulación por medio del mercado y de la ley del valor es
inherente al modo de producción capitalista, es la expresión de su naturaleza profunda. Y, por esto mismo también Marx habla del “proceso social de
producción en conjunto”, proceso de valorización que recoge en sí mismo los procesos de distribución y consumo no como sectores apartados de la
producción, sino como una unidad de producción de valor completa e integrada. En este sentido, la ganancia es la forma determinada del plusvalor: es
la condición previa para que la nueva formación de los medios de producción se opere en la forma de la producción capitalista; es, pues, una relación
que domina la reproducción, aunque al capitalista individual le parezca que él puede, en realidad, engullir como rédito la ganancia íntegra. Pero si
intentara hacerlo, encontraría barreras que ya se le oponen en la forma de fondos de emergencia y de reserva, ley de la competencia, etc., y que le
prueban en la práctica que la ganancia no es una mera categoría de distribución del producto individualmente consumible en tanto todo el proceso de
producción capitalista, está regulado por los precios de los productos. Pero a su vez, los precios de producción reguladores están regulados por la
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nivelación de la tasa de ganancia y la distribución del capital, correspondiente a ella, en las diferentes esferas de la producción social. La ganancia se
manifiesta aquí, por ende, como factor principal, no de la distribución de los productos, sino de su producción misma; como factor de distribución de
los capitales y del trabajo mismo en las diferentes esferas de la producción. La escisión de la ganancia en ganancia empresarial e interés se manifiesta
como distribución del mismo rédito. Pero ese desdoblamiento dimana, ante todo, del desarrollo del capital como valor que se valoriza a sí mismo y
generador de plusvalor; surge de esa figura social el proceso dominante de la producción-distribución capitalista. Sobre esta base se desarrolla el
crédito y las instituciones crediticias, y con ello la figura de la producción. Por consiguiente, los precios expresados en la tasa de interés, los tipos de
cambio, las tasas de inflación-deflación, entran en las formas de distribución del capital, determinados por la producción.

Las relaciones de distribución vistos desde el lado de la renta de la tierra podrían llevar a pensar –advierte Marx- que es mera forma de distribución,
porque la propiedad de la tierra en cuanto tal no desempeña ninguna función o, al menos, ninguna función normal en el proceso mismo de producción.
Pero la circunstancia de que, 1) la renta se restrinja al excedente sobre la ganancia media y, 2) el terrateniente se vea despojado de su papel como
director y dominador del proceso de producción y de todo el proceso de la vida social y reducido a mero arrendador de tierras usurero de suelos y
mero perceptor de rentas, es un resultado histórico específico del modo capitalista de producción. En otras formas de sociedad también se puede
denominar renta a la entrada del terrateniente. Pero ésa es esencialmente diferente de la renta tal cual aparece en este modo de producción. Para
Marx el estudio de la Renta era el estudio de la plusvalía misma en tanto cuento materialización de la propiedad privada sobre los medios de
producción, condicionante a su vez de todo el proceso de producción capitalista. A este respecto, la dificultad no consiste en explicar en general el
plusproducto engendrado por el capital y el plusvalor correspondiente a dicho plusproducto. La dificultad consiste en demostrar de dónde procede
luego de la nivelación del plusvalor entre los diversos capitales para formar la ganancia media, la participación proporcional (según sus respectivas
magnitudes proporcionales) en el plusvalor global generado por el capital social de todas las esferas de la producción sumadas, luego de esa nivelación,
luego de haberse producido ya, en apariencia, la distribución de todo el plusvalor existente para su distribución, de dónde procede entonces, decíamos,
la parte aún excedente de ese plusvalor que, bajo la forma de renta, abona al terrateniente el capital invertido en el suelo. Por lo tanto, toda la
dificultad en el análisis de la renta consiste en explicar el excedente de la ganancia de las materias primas (los comoditties) por encima de la ganancia
media, no el plusvalor, sino el plusvalor excedentario característico de esta esfera de la producción, es decir, tampoco el "producto neto", sino el
excedente de ese producto neto por encima del producto neto de los restantes ramos de la industria. Para poder hablar en general de un excedente
por encima de la ganancia media, esa propia ganancia media debe estar establecida como pauta general y, tal como se da el caso en el modo capitalista
de producción, como reguladora de la producción en general. Es decir, que en formas de la sociedad en las que no es el capital el que lleva a cabo la
función de forzar el plustrabajo y de adueñarse él mismo de todo el plusvalor en primera instancia, es decir allí donde el capital no se ha subsumido aún
el trabajo social, o sólo lo ha hecho de modo esporádico, no es posible hablar en absoluto de renta en el sentido capitalista, de la renta en cuanto
excedente por encima de la ganancia media, es decir, por encima de la participación proporcional de todo capital individual en el plusvalor producido
por el capital social global. Se descarta así la renta en la sociedad primitiva definida como un excedente por encima de la ganancia, toda vez que esto
indicaría pasar por encima de una forma social históricamente determinada del plusvalor. No obstante, la renta como componente del capital ya había
sido tratado por los fisiócratas, para quienes el análisis del capital coincide con el análisis de la renta: a su vez la única forma de plusvalor existente es la
renta. La limitación fisiócrata consiste en definir como único capital real al capital agrícola y el trabajo agrícola como el único generador de plusvalor.
Consideraron con toda justeza que la producción de plusvalor es lo decisivo. En este sentido, los fisiócratas tienen por lo pronto el gran mérito de
abandonar los dominios de la circulación y del capital comercial, para volcarse al capital productivo, en contraposición al sistema mercantilista.
Además, lo correcto en los fisiócratas es su tesis de que, en realidad, toda producción de plusvalor, y por ende también todo desarrollo del capital se
basa, con arreglo a sus fundamentos naturales, en la productividad del trabajo agrícola.

Aprovechando este nivel de análisis Marx da algunas puntadas adicionales a las tesis monetaristas. Para Marx el sistema monetarista proclama
correctamente la producción para el mercado mundial y la transformación del producto en mercancía, y por ende en dinero, como supuesto y
condición de la producción capitalista. Sin embargo el error es combinar una idea correcta con un error toda vez que los monetaristas (los nuevos
mercantilistas) asumen que en el sistema mercantilista no decide ya la transformación del valor de las mercancías en dinero, sino la producción de
plusvalor, pero al mismo tiempo lo hacen desde el punto de vista de la esfera de la circulación, por lo que ese plusvalor se representa en plusdinero, en
excedente de la balanza comercial. Sin embargo, lo que caracteriza justamente a los interesados comerciantes y fabricantes de las alboradas del
sistema capitalista, es la transformación de las sociedades agrícolas feudales en industriales, y agudizando así la correspondiente lucha industrial entre
las naciones en el mercado mundial, impulsado todo esto por un desarrollo acelerado del capital, que no puede alcanzarse simplemente por vía de la
competencia y el libre mercado, sino por medios coercitivos. Hay una enorme diferencia entre el proceso de conversión del capital nacional en capital
industrial, y la misma transformación realizada coercitivamente mediante los impuestos con que gravan, a través de los aranceles proteccionistas, a
terratenientes, medianos y pequeños campesinos y artesanos con la consiguiente expropiación acelerada de los productores directos autónomos, que
sustentan los procesos originarios de la acumulación y concentración forzadamente aceleradas de los capitales; en suma, mediante un establecimiento
acelerado de las condiciones del modo capitalista de producción. Ello constituye al mismo tiempo una enorme diferencia en la explotación capitalista e
industrial de la fuerza productiva. Bajo el pretexto de la nación y de los recursos del Estado los mercantilistas declaran que los intereses de la clase
capitalista y el enriquecimiento en general son el fin último de aquél, y proclaman la sociedad burguesa contra el antiguo estado supraterrenal. Pero al
mismo tiempo existe la conciencia de que el desarrollo de los intereses del capital y de la clase capitalista, de la producción capitalista, se ha convertido
en la base del poderío nacional y del predominio nacional en la sociedad moderna. Si los hombres no fuesen en absoluto capaces de producir, en una
jornada laboral, mayor cantidad de medios de subsistencia es decir, en el sentido más estricto del término, más productos agrícolas de los que precisa
cualquier trabajador para su propia reproducción, si el gasto diario de toda su fuerza de trabajo sólo bastase para producir los medios de subsistencia
indispensables para sus necesidades individuales, no podría hablarse en absoluto de plus-producto ni de plusvalor. Una productividad del trabajo
agrícola que exceda las necesidades individuales del trabajador es la base de toda sociedad, y ante todo la base de la producción capitalista, que libera
de la producción de los medios de subsistencia directos a una parte siempre creciente de la sociedad, convirtiéndolos, como dice Steuart, en free hands
[brazos libres], tornándolos disponibles para la explotación capitalista.
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En el sistema capitalista conviven en permanente tensión las fuerzas de la acumulación y la centralización de capital. El origen de esta tensión se
remonta a la acumulación originaria de capital, proceso histórico marcado por la violencia, la subjetividad, la guerra, las fuerzas coercitivas, los
monopolios comerciales, la construcción del Estado moderno. Sera en la etapa clásica de desarrollo capitalista donde la competencia y la ley del valor
operaran con un carácter objetivo; empero, la construcción del mercado mundial capitalista pronto vitalizan y alimentan a los procesos colonialistas, la
concentración y posterior centralización de capitales expresadas en los monopolios y el imperialismo. No es posible sostener que la ley del valor y los
procesos de acumulación de capitales operan predominantemente con un carácter objetivo, si al mismo tiempo las fuerzas coercitivas, inhibitorias de la
ley del valor operan desacelerando con sentidos y magnitudes vectoriales contrapuestos el desarrollo del sistema capitalista a nivel planetario. En
realidad ambos procesos, acumulación y centralización, operan dialécticamente como fuerzas contradictorias, lo que en definitiva se expresara en las
crisis económicas, las oscilaciones de la tasa media de ganancia, diferentes proyectos y conflictos interburgueses, problemas geopolíticos y, como
forma suprema en la necesidad de la revolución proletaria a escala local y planetaria.

A este respecto, Marx, retomando la discusión acerca de la tensión y entrelazamiento de producción y distribución, es enfático al sostener que la
acumulación no depende del nivel alto o bajo de los salarios, ni de la forma en que se reparte la riqueza. A su vez el crecimiento no depende de la
disponibilidad de mano de obras, ni los salarios dependen tampoco de la oferta de trabajo. La demanda de trabajo se deriva de la necesidad de
valorización del capital. La relación entre acumulación, empleo y salarios refleja la evolución de la tasa de explotación. Establece así la vinculación entre
acumulación de capital y creciente productividad del trabajo. Al mismo tiempo muestra que la competencia entre los capitales individuales y el
desarrollo del crédito acompaña el desarrollo de la producción capitalista, volviendo más estrechos los vínculos entre la acumulación de capital y la
creciente productividad del trabajo.

De un lado, una creciente productividad del trabajo implica una creciente utilización de medios de producción y por lo tanto, una ampliación de la
escala de producción. A su vez, una mayor escala de producción permite una mayor división y combinación del trabajo especializado; una mayor
eficiencia de los medios de producción, la creación de nuevos medios y métodos de trabajo, la automatización de los procesos productivos, la
transformación del proceso de producción en la aplicación tecnológica de la ciencia, procesos que conducen a la creciente productividad del trabajo.
Pero, una creciente productividad del trabajo aumenta el excedente físico de productos y la magnitud del total de la plusvalía, sea porque se extiende
la jornada de trabajo o por la disminución del tiempo de trabajo socialmente necesario (plusvalía absoluta y relativa respectivamente) elevando la tasa
de la plusvalía, en definitiva aumentando la explotación de los trabajadores. A su vez, la plusvalía extraordinaria, la ley de tendencia decreciente de la
ganancia (ley del valor funcionando con distorsiones y todo, pero funcionando al fin), las guerras de capitales y guerras comerciales, el aumento de los
stock de mercancías y capitales preexistentes, el desarrollo del sistema de crédito, la concentración de capitales, el incremento de la composición
orgánica del capital arrancada, explican las causas que ligan la acumulación de capital con el aumento del número y tamaño de los capitales invertidos
en la producción, desencadenando las bases para la ampliación de las escalas de producción y la utilización de métodos productivos que lleven a la
creciente productividad del trabajo y a la acumulación hacia nuevos y más altos niveles. Así mismo, el desarrollo de nuevas ramas de la economía, la
integración de los distintos sectores de la economía, la conformación de un mercado mundial capitalista y el incremento del volumen y masa de medios
de producción con relación a la fuerza de trabajo, se funda en la dinámica del sector productor de medios de producción que se desarrolla por delante
del sector de medios de consumo. Resulta así que es perfectamente posible producir acumulación manteniendo el nivel de consumo e incluso
disminuyéndolo. Estas son algunas circunstancias que permiten descartar a la distribución como fuerza propulsora, independiente y preponderante del
sistema capitalista.

Además, la necesidad de aumentar la Composición Orgánica del Capital (COC) es el factor objetivo que determina la consecuente tendencia decreciente
de la tasa de ganancia, empero, las crisis del movimiento de producción capitalista agudizan la competencia y la centralización, indicando que los
factores subjetivos, históricos e institucionales determinan igualmente el asenso y caída de la tasa de ganancia. Esto último es de especial relevancia
toda vez que la reproducción de capital en conjunto no se da en abstracto, más bien la acumulación de capital esta predeterminada por la preexistencia
del volumen de stock de capital. Esta condición es base para considerar tasas de inversión y crecimiento que siguen una curva de pausado acento, salvo
durante los períodos de crisis en que la tendencia se quiebra. Por su parte la tasa de ganancia calculada como cuociente entre la masa de ganancia y el
stock de capital se diferencia de aquel poso de plusvalía medida en unidades monetarias reales y que constituyen la masa de ganancia a repartir. Dicho
esto, la caída de la tasa de ganancia no implica la detención de la acumulación de capital toda vez que su ritmo no es directamente proporcional a la
tasa de beneficio, más bien vista la preexistencia de stock de capital, su ritmo está determinado por la potencia del capital para ampliar la valorización
dada cierta masa de ganancia. La súper producción queda así anunciada en la medida que la masa de beneficio se mantenga o disminuya al tiempo que
ésta inexorablemente tiende a caer en el largo plazo planteando crecientes problemas de insuficiencia de valorización de capital frente a masas cada
vez mayores de plusvalía que palpitan hasta el frenesí acelerando su búsqueda de espacios, nuevas ramas, oportunidades para revalidarse como
capital. Sin embargo, el proceso actúa a su vez con una contra-tendencia pues esta plusvalía en abundancia creciente, ese tiempo de trabajo
socialmente excedentario que aumenta sin atajo, va lentificando, frenando y desacelerando el proceso de valorización en su conjunto. Se crea así una
condición especial para las fuerzas de la centralización y su corolorario de capital ficticio, capital pletórico marcado por la especulación a contrapelo de
las fuerzas que empujan hacia la inversión, el crecimiento y la formación de nuevo capital. Se explica así que la tasa de crecimiento global tienda a
reducirse o a moverse en intervalos de menor magnitud mientras los instrumentos propios de la especulación crezcan exponencialmente inflando
burbujas hasta el paroxismo que sólo las crisis de valorización del capital en funciones pueden reventar y corregir como antesala de la deflación.

Y respecto de la deflación aparece otro problema ¿de qué modo la inflación afecta la estimación y revaluación del stock de capital? El descenso de la
tasa de ganancia puede ser encubierta, distorsionada y ocultada por la inflación de los precios de las mercancías respecto a sus reales tiempos de
trabajo social que encierran. De aquí entonces que las crisis y sus rachas deflacionistas vengan a poner las cosas en su lugar. Dada esta dificultad, la
rentabilidad exhibida en las estadísticas podrían estar sobre dimensionadas. De aquí que, sea prudente comenzar los estudios con la masa de ganancia.
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Se sigue que la caída en la masa de beneficios origina el estancamiento a la inversión agudizándose la contradicción del consumo como vehículo para
revitalizar el crecimiento económico. Es la acumulación, donde la producción va siempre por delante del consumo.

Si definimos a la COC a partir del cálculo del stock de capital respecto de los salarios en cada una de las ramas, se obtiene una COC que se ha mantenido
estable sin grandes alzas en el período de expansión previo a la crisis. No obstante un factor explicativo fundamental de la caída de la tasa de ganancia
porque determina la distribución de capital y plusvalía en el conjunto de la economía. La fuertísima intensidad en los 90 con el consiguiente boom de
productividad explica un ajuste retardado en el 2000 entre la caída de la tasa de ganancia y la debilidad de la inversión, aspecto este último imbricado
con la expansión de la especulación financiera. Se genera de este modo una enorme masa de plusvalía expresada en siderales masas de capital
financiero con enormes dificultades para fijarse como inversión de capitales en funciones. Es en este contexto que debemos plantear un problema no
menor, considerando que en ese tiempo socialmente excedentario finalmente se acumula toda la plusvalía proveniente de todas las ramas, sectores y
regiones de la economía y el mundo, ¿a qué se le llama trabajo improductivo?, ¿cómo diferenciar el trabajo productivo del trabajo improductivo?

Desde el punto de vista de la productividad, subsisten aquellas empresas que por su solidez financiera, son capaces de incorporar rápidamente los
avances científico tecnológicos del proceso productivo y de distribución y que, por tanto, tienen un tiempo de trabajo individual menor que el
socialmente necesario. Aquí está la razón por la que las burguesías del mundo entran en una fase de aceleración, psicosis, desorden, anarquía. A partir
de la desaparición de la plusvalía extraordinaria que un sector de la burguesía es capaz de arrebatar a los otros sectores, este menor tiempo de trabajo
se convierte, a su vez en el socialmente necesario, es decir, fija el nuevo nivel de la media de productividad. No obstante, la adecuación de los tiempos
de trabajo socialmente necesario y excedentario no se efectúan por la mera la voluntad de los sujetos sociales sino que además requieren el factor
objetivo: es la necesidad que imponen las crisis que actúan como mecanismo de reorganización de los procesos de valorización. En este escenario, las
distintas facciones de capital luchan por controlar desde su seno mismo el proceso de acumulación y valorización del capital social global en su
conjunto. Es la génesis para los problemas geopolíticos y de política interna de los Estados y bloques estatales.

En sentido y dirección contrario a los procesos de acumulación de capitales, los procesos de concentración y centralización, en tanto procesos aditivos y
acumulativos de capital, sólo pueden aligerar la tensión con las crisis, y posteriores procesos de depresión, como preámbulo del reinicio, a mayor
escala, de la acumulación y apropiación del excedente. En este sentido, hasta el presente la centralización del capital avanzó desplegando tendencias
contradictorias. A la par que avanzan la concentración y centralización, también aumenta el número de capitales que entran en competencia. A
consecuencia de nuevos capitales también surgen nuevas ramas de producción donde proliferan y se valorizan nuevos capitales. También se incorporan
nuevas regiones geográficas y políticas del planeta en los que se desarrolla el capitalismo, dando lugar a la formación de nuevos capitales que compiten
en los mercados mundiales. Pero además, en las ramas ya instaladas, el cambio tecnológico con frecuencia favorece la aparición de nuevos capitales.
Como resultado, la ley del valor opera a escala cada vez mayor. En la medida en que los capitales crecen por la concentración y centralización, tienen
más poder para incursionar en nuevos mercados. Pero, paralelamente aparecen en el camino de forma constante nuevos competidores, adquiriendo la
lucha competitiva dimensiones mundiales. La nueva escala de producción da lugar a aumentos de productividad, presionando hacia la baja a la tasa de
ganancia. Pero nuevamente reaparece la tensión entre acumulación y centralización toda vez que las ganancias concentradas por los monopolios se
obtienen de un recargo sobre el precio de producción mientras que las ganancias obtenidas mediante acumulación se obtienen cuando las empresas
con mayor escala pueden vender por debajo del precio de producción. Es la ley del valor en tensión con la centralización. Sin perjuicio de lo anterior,
son las crisis las que finalmente harán imponerse a la ley del valor. Si la centralización permite que los monopolios manejen los precios, las crisis re-
establecen la acumulación, reino donde los precios determinan el comportamiento de los capitales. Queda abierto entonces el campo de batalla para
desatar y desplegar con toda la intensidad posible una verdadera guerra entre los capitales recurriendo para ello a todos los dispositivos posibles,
desde la instalación de una nueva Composición Organiza de Capital nacido de la competencia tecnológica, pasando por las guerras de precios y los
flujos de inversiones, llegando nuevamente a apertrecharse con capitales ficticios que agudizan una vez más en una escala superior y planetaria un
balance de fuerzas vectoriales con dirección y sentidos distintos y contrarios. La resultante no puede ser otra que las crisis y la creación de nuevas
condiciones que hacen necesaria la revolución socialista. Esta es una guerra que sólo conoce períodos de tensa calma, manteniendo a las distintas
facciones de la burguesía en estado de vigilia permanente pues siempre está latente un nuevo ataque de precios proveniente del desembarco de
capitales con nuevas ventajas tecnológicas provocando el zafarrancho de combate para todas las fracciones de la burguesías locales, regionales y
mundiales que se lanzan al ataque antes de perecer por inanición en el empeño fracasado por valorizarse y revalorizarse. Los fantasmas de capitales
perecidos en la batalla que en su agonía habían invocado en su auxilio a los flujos de inversión y la disminución de costos, se plasman anunciando un
nuevo diluvio de sobreproducción, sobre inversión y deflación. Marx, acudiendo a su teoría sobre el fetichismo de la mercancía sostiene la relevancia
de las crisis toda vez que “la ley del valor se impone, durante una crisis, de la misma manera que se impone la ley de gravedad cuando a alguien se le
cae la casa encima”.

El aumento de la escala de la producción da lugar a aumentos de productividad, esto es, existen los rendimientos crecientes a escala. Por lo tanto, las
empresas más grandes, tendrán mayores posibilidades de obtener plusvalías (o ganancias) extraordinarias. Es el proceso conducente a la centralización
de los capitales. Empero, las ganancias extraordinarias generadas en los procesos de acumulación (nueva amplitud de la escala de producción) surgen
cuando las empresas con mayor escala pueden vender por debajo del precio de producción. Aquí el precio y la tasa de ganancia se explican por la teoría
del valor trabajo. En cambio con la centralización de capitales los precios surgen de un recargo logrado mediante acuerdo, habida cuenta de la
monopolización y repartición de las ganancias se asegura el dominio sobre el mercado, siendo posible vender por sobre el precio de producción, como
ocurre cuando existen precios de monopolio. En los procesos de acumulación, la competencia asume el carácter de guerra entre los capitales. Se
recurre a nuevas tecnologías, a las guerras de precios y la competencia por coaptar los flujos de inversiones. En ese mundo, las bajas y fallecimientos de
capitales ocurren cuando no pueden sostenerse, se desvalorizan y desaparecen. Recordemos que para Marx, la empresa innovadora influye en el
precio de mercado, principalmente porque obliga al resto a encarar el cambio tecnológico. Los procesos de acumulación desatan la competencia para
conseguir el abaratamiento del producto. Sin perjuicio de lo anterior, el mercado mundial conoce de acuerdos y períodos en los que la guerra de
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precios se aquieta, pero una y otra vez vuelven a lanzarse ofensivas cuando tales o cuales capitales obtienen ventajas tecnológicas sobre sus
competidores, o se sienten tentados a tomar mercados. Se inician entonces “carreras” de inversión y disminución de costos, que llevan a la
sobreinversión, y a la sobreproducción, con las consecuencias de presiones deflacionarias en los mercados. Dada la internacionalización del capital, la
caída de los costos de transporte, el avance de las telecomunicaciones, y el tamaño gigantesco de las corporaciones, la competencia adquiere
dimensiones planetarias.

La centralización de capitales nace de la producción capitalista, que en su expansión, se alimenta del desarrollo del sistema de crédito y alcanza una
nueva forma de organización del capital social, el capitalismo financiero. La transformación del capital individual en capital asociado acelera el proceso
de centralización del capital y principalmente permite la implantación de grandes capitales en nuevos ramos sin requerir la formación de capitales
individuales que posteriormente se concentran en grandes capitales. Sea por la fusión de capitales individuales o por la formación de sociedades
anónimas, la centralización del capital acentúa la tendencia al aumento de los capitales individuales y por lo tanto, contribuye a la aceleración del
proceso de acumulación de capital y el crecimiento de la productividad del trabajo. El aumento de la composición técnica del capital tiende a elevar la
composición orgánica del capital, hecho cuya consecuencia es el rápido crecimiento del valor de los medios de producción con relación al total de
salarios. La elevación de la composición del capital en valor puede ser más lenta que la elevación de la composición técnica del capital si el valor
promedio de los medios de producción declina con relación a los salarios, como consecuencia del aumento de la productividad. Sin embargo, los
monopolios nacidos de esta concentración-centralización de capitales se esfuerzan en el dominio y manejo de los precios, en lugar de ser los precios los
que sometan a los monopolios.

En definitiva, en los ciclos locales y regionales como Chile, la burguesía se nos presenta como un sólido sector social con diferentes giros, en el sentido
de que parte de su composición, la burguesía más provinciana con menor razón y magnitud de capital no alcanza a convertirse en una fracción que
dispute el control a la gran burguesía globalizada a la que, por ejemplo, pertenecen los grupos económicos. Ahora bien, es muy relevante observar una
situación coyuntural especial a saber, en su conjunto las turbulencias de la crisis económica del mercado mundial están comenzando a llegar a las
playas de la economía locales de las llamadas economías emergentes (incluyendo a Chile). Para el capital significa un reacomodo a nivel planetario,
acaparando para su protección, todas las formas de renta posibles, maniobra a la que ya no alcanzan sujetarse y aferrarse los capitales expuestos a
mayores inclemencias, riesgos y niveles de compromisos.

En este contexto, en la medida que la burguesía de capitales medianos y pequeños se encuentren enlazados a la cadena mundial de valor, verán
resentir sus intereses con la misma rapidez con la que reclaman sus magnitudes proporcionales de plusvalía, produciéndose evidentes desavenencias
(al menos en el plano político formal) respecto al cómo enfrentar este reacomodo global.

Un problema particular que se deriva de lo anterior dice relación con la contabilidad, la economía burguesa separa el sector de la construcción de la
minería. Es una cuestión formal pero no deja de ser relevante para obtener cálculos un poco más refinados. A mi juicio, la construcción no está
separada de la minería. Al menos no como lo presentan los medios de comunicación. El sector de la construcción es el pie de monte de la minería, por
lo que un aumento en la construcción viene a implicar una mayor concentración y refugio de capitales en la renta, una mayor profundidad estratégica
en lógica político militar para el capital, que ve aumentar su retaguardia respecto al frente de batalla y por lo tanto aumenta su seguridad. A revés, una
caída en la construcción, automáticamente expone al capital global a escenarios de grandes inestabilidades toda vez que se agudiza la lógica del
"sálvese quien pueda" imponiéndose el capital de mayor masa y potencial, es decir, los capitales de mayores magnitudes que exigen mayores cuotas y
tasas de plusvalía se enfrentan con otros que también exigen su espacio en el refugio (la renta). En este escenario se hace necesario y evidente
"imponerse" a como dé lugar.

No significa que el nivel de consumo del mercado mundial sea el origen de las crisis. Tampoco significa que la plusvalía no pueda realizarse por
estrechez de mercado. En clave dialéctica, es la unidad de los contrarios: la conversión del capital en renta y sus posteriores tensiones geopolíticas
entre bloques regionales, el ensamblaje en una sola gran matriz homogénea de valorización de capitales de los distintos sectores económicos y
productivos (sistema bancario-financiero-servicios con la producción industrial y extracción de materias primas) a escala planetaria bajo la tensión
entre acumulación y centralización del capital, los acelerados procesos de proletarización de la humanidad, los grados cada vez mayores de integración
y homogeneización de la burguesía mundial, la estandarización de la producción mundial, son todos procesos históricos cuyas contradicciones van
instalando cada vez más la revolución socialista y proletaria como una necesidad histórica ineludible para la sobrevivencia de la humanidad en su
conjunto.

En todas y cada una de estas contradicciones se rebasa y oculta la contradicción principal: la contradicción de clases irreconciliable entre burguesía y
proletariado, un proletariado mundial y regional creciente y que abarca a un poco más de la mitad de la humanidad en su conjunto. El ensamblaje en
una sola gran matriz homogénea de valorización de capitales de los distintos sectores económicos y productivos a escala planetaria (sistema bancario-
financiero-servicios con la producción industrial y extracción de materias primas) bajo la tensión entre acumulación y centralización del capital, los
acelerados procesos de proletarización de la humanidad, los grados cada vez mayores de integración y homogeneización de la burguesía mundial, la
estandarización de la producción mundial, sólo indican una gran tendencia: terminan desapareciendo los antiguos diques y barreras estructurales que
separaban a los distintos sectores de la economía. De lo que se trata es de la integración, ampliación y expansión a niveles exponenciales de los
procesos de valorización del capital. El capital no reconoce fronteras, ni límites morales, ni menos aún, la pretendida separación entre sectores
económicos distintos unos de otros. El capital en cuánto relación social histórica de explotación – esa sustancia social como la define Marx - sólo
conoce su contante valorización en el proceso de producción capitalista y la correspondiente propiedad privada de los medios de producción
explotando extensiva e intensivamente masas cada vez mayores de la mercancía fuerza de trabajo. En este sentido, las cadenas y compartimentos de
valorización del capital, lejos de quebrantarse o distanciarse, tienden a integrarse y ensamblarse en grados cada vez más ascendentes, con la expansión
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del consumo vía endeudamiento de la misma fuerza de trabajo, cuyo valor unitario desciende en desmedro de la inmensa y sideral cantidad de valor
que crea plasmándose en los astronómicos y abultados stock de mercancías.

Entran en tensión dialéctica la ley del valor (cuya condición es la libre concurrencia) con el imperialismo (cuya ley es la negación del libre mercado). En
este sentido, la centralización de capital se convierte en una fuerza opuesta a los procesos de acumulación, empleando para ello los innumerables
mecanismos de financiarización de crédito, hipotecas, especulación sobre especulación de papeles cuya riqueza representada es casi siempre virtual.
De esta forma, la centralización de capitales actúa como medio de transfiguración a carácter ficticio del capital en funciones preexistente relegando los
procesos de acumulación. En consecuencia, la centralización del capital queda encadenada dialécticamente con la concurrencia, planteando así una de
las condiciones latentes para la destrucción del régimen capitalista de producción, el antagonismo entre libre concurrencia y monopolización.

En conclusión, se comprende que, lo que nuestros intelectuales y cultores de las ciencias sociales, ven como una “reingeniería profunda” del régimen
del capital que da pábulo a una “reingeniería” en las estrategias y organizaciones políticas de los explotados en un sentido reformista, en realidad es la
agudización de las contradicciones de los procesos internos y antagónicos del régimen capitalista de producción, cuya salida clausura el camino de la
reforma política y abre aún más las puertas a la revolución. Por tanto, no es gratuita aquella afirmación de Marx cuando sostiene que "El único camino
histórico por el cual pueden destruirse y transformarse las contradicciones de una forma histórica de producción es el desarrollo de esas mismas
contradicciones."

No obstante, es de suma relevancia precisar que, si se asume como correcta la tesis de una base material productiva en expansión permanente
mediante el consumismo como expresión del crecimiento sin límites de la productividad del capitalismo, ¿cómo dar cuenta del deterioro persistente en
las condiciones de vida de la clase proletaria local y mundial?, ¿cómo explicar la profundización de las contradicciones de clase si la sociedad ha
registrado un incremento acelerado del consumo de mercancías?, ¿puede la tesis del consumismo explicar la expansión del sistema capitalista hacia
nuevos y más amplios límites pese al acrecentamiento de la precarización laboral y el aumento de las tasas de explotación en general?

La base de la tesis del consumismo es expandir la capacidad de consumo como garantía de expansión del capitalismo. Sin embargo, pese a que los
trabajadores han retrocedido en sus salarios reales, o se han mantenido en sus anteriores niveles de consumo, aumenta la masa total de explotados
asalariados mientras también aumenta el desempleo en todas sus formas. Por otro lado, aumenta la cantidad de asalariados, pero la masa de salarios
en la sociedad retrocede en relación a la masa total de ganancias de los capitalistas. Es más, aumenta el trabajo precario y la flexibilización laboral y,
pese a ello, el sistema no sólo no ha detenido su expansión sino que la ha acelerado. El volumen total de mercancías a realizar depende cada vez menos
de las leyes de mercado fundadas en la oferta y demanda para quedar determinadas por el monto y volumen total de los capitales invertidos. Esto se
ha hecho convirtiendo en abismante las desigualdades sociales y la regresión de los ingreso entre las clases. Y sin embargo, pese a todas estas
condiciones, la sociedad, los explotados, los trabajadores, siguen aceptando, tolerando, soportando, adaptándose a estas condiciones de explotación.
¿Por qué? Por lo pronto estas tendencias implican que el capital ha ensanchado e hinchado sus ganancias, extendiendo sus redes y mecanismos de
explotación a los irónicamente llamados “sectores de clases media”, cada vez más proletarizados. Un ejemplo de ello es la práctica de la
subcontratación de trabajo y “descentralización” de la producción, alimentando la proliferación de las llamados “Micro empresarios”, que no son más
que pequeños productores que se auto explotan o que contratan mano de obra precarizada y que se ilusionan con las promesas ideológicas de la
sociedad capitalista. Baste recordar aquí, una de las conclusiones que Lenin expone en su “Desarrollo del Capitalismo en Rusia” en su polémica con los
populistas y románticos, y que dice relación con la importancia para el desarrollo de la acumulación capitalista de la proliferación de pequeños
establecimientos productivos, cuya existencia depende de la reducción de sus necesidades a niveles incluso inferiores a los de los asalariados,
esforzándose en el trabajo incomparablemente más que un obrero, produciendo por esta vía condiciones y tasas de súper explotación inauditas, las
que son capitalizadas por el sector financiero. De este modo, las “micro-estructuras” se tornan anémicas y se debilitan, mientras que las “grandes
estructuras” se robustecen, al punto de generar cierta obesidad social. Sin embargo, bajo los actuales esquemas de reproducción y dominación del
capital ejércitos completos de microestructuras desaparecen, mientras la máquina de producción de ilusiones e ideología ha generado los contingentes
necesarios de microestructuras funcionales y desechables listas para reemplazar a las anteriores cuya extenuación y carencia de oxigeno a manos del
gran capital las ha hecho desaparecer y lo seguirá haciendo así de manera sucesiva.

Va ascendiendo hacia lo concreto la forma en que se nos aparecen los procesos de acumulación y centralización de capitales y su verdadero trasfondo:
la tensión entre proceso de trabajo y proceso de valorización se despliega en el campo de la lucha de clases conduciendo inexorablemente hacia una
salida política revolucionaria.

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REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS Y FUENTES:
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 Carlos Marx y Federico Engels: El Capital, tomo III, página 13, 14 , 16, 17, 20, 25, 29, 31, 32, 33, 34, 242, 243, 297, 325, 399 y ss, 605.

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