Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Historia de la pedagogía
Visalberghi, A.
una enciclopedia de las ciencias que Comte bosqueja ordenando las ciencias conforme a una escala
decreciente de sencillez y generalidad que, por otra parte, es también el orden histórico merced al
cual han entrado en el estado positivo.
Por consiguiente, la enciclopedia de las ciencias está constituida por cinco ciencias
fundamentales: astronomía, física, química, biología y sociología (o física social). En la
enciclopedia de las ciencias no figuran ni la matemática ni la psicología, si bien por razones
opuestas: la matemática es la base de todas las ciencias y por ello no tiene un lugar aparte; la
psicología no es una ciencia porque se basa en una pretendida “observación interior” que es
imposible, pues el individuo pensante no puede dividirse en dos, uno de los cuales razona mientras
el otro lo observa razonar. Por lo tanto, objeto de esta pretendida ciencia no puede ser otra cosa que
las funciones orgánicas, que son materia de la biología, o productos espirituales (lenguaje, arte,
ciencia, moral, etcétera), que son materia de la sociología.
La sociología es la creatura predilecta de Comte, la ciencia que a su juicio ha completado la
enciclopedia de las ciencias. Comte la considera como física social, esto es, como aplicación a los
hechos humanos del método empleado por las ciencias naturales. Comte la divide en estática y
dinámica social. La primera se basa en la idea de orden, la segunda en la idea de progreso, es decir,
del perfeccionamiento incesante de la humanidad a través de su historia. Este perfeccionamiento lo
concibe Comte de la misma manera que Hegel, es decir, como racionalmente necesario.
El utilitarismo de la primera mitad del siglo XIX puede considerarse como la primera manifestación
del positivismo en Inglaterra. Se trata de un positivismo social (análogo y correspondiente al
francés, que le es contemporáneo) que consideraba las tesis teóricas de filosofía y moral como
instrumentos de renovación y reforma social. En efecto, el utilitarismo se presenta estrechamente
vinculado con una actividad política de prensa radical o socialista que tuvo como exponentes
máximos precisamente a los tres teóricos capitales del utilitarismo: Jeremy Bentham, James Mill y
John Stuart Mill. Esta tendencia de reforma social se justificó en el terreno de los hechos gracias a
las investigaciones de los economistas Robert Malthus y David Ricardo quienes pusieron de
manifiesto algunos desequilibrios orgánicos del sistema económico capitalista (cf. § 37).
Jeremy Bentham (1748-1832) asume como principio fundamental la máxima de Cesare Beccaria
de que el fin de toda actividad y de toda organización social consiste en “la mayor felicidad posible
del mayor número posible de personas”. En virtud de esta máxima, una acción es buena cuando es
útil, es decir, cuando contribuye en mayor o menor medida a la felicidad común, procurando un
placer y evitando un dolor.
Pero, a menudo placer y dolor se presentan mezclados, aparte de que hay placeres que se
excluyen recíprocamente. Por consiguiente, para llegar a una decisión se necesitan criterios precisos
que nos permitan hacer un “balance moral”, es decir, un “cálculo” del placer que nos ofrecen los
diversos rumbos posibles de acción.
Por consiguiente, en cada caso habrá que considerar la intensidad, la duración, la certidumbre, la
proximidad, la fecundidad (o posibilidad de producir otros), la pureza (o imposibilidad de producir
dolor) y la extensión (o capacidad de extenderse a un mayor número de personas) del placer que
pueda esperarse.
Un placer que reúna todas estas características es, sin más, el bien y debe ser asumido como la
meta no sólo de la actividad moral, sino también de la actividad social y política. Bentham indica
las reformas que este principio exige en lo político y lo social.
James Mill (1773-1836), en su obra Análisis de los fenómenos del espíritu humano, justifica el
utilitarismo desde el punto de vista psicológico. Ya David Hartley (1705-1757) había llevado al
extremo la atomización de la vida espiritual iniciada por Hume, resolviendo en las ideas
(consideradas como elementos o átomos espirituales) toda la vida de la conciencia, y explicando los
datos de la conciencia mediante la asociación de las ideas. Según Mill, las asociaciones pueden
solidificarse al punto de formar complejos que ya no tienen el carácter de las ideas ahí contenidas.
Por ejemplo, los sentimientos desinteresados se originan realmente en la tendencia al egoísmo; es
decir, la asociación entre nuestro placer y el de los demás acaba por hacernos apetecer el placer
Nicola Abbagnano, 370
Historia de la pedagogía
Visalberghi, A.
ajeno, aun cuando éste es independiente del nuestro o incluso contrario a él.
Según Mill, todos los sentimientos morales pueden explicarse mediante asociaciones de este
tipo, lo que por otra parte no les resta mérito, dado que la cuestión del origen no tiene nada que ver
con el problema del valor de estos sentimientos. Por lo que se refiere a su valor, Mill no puede
hacer más que remitir al testimonio de la conciencia.
En estas doctrinas del utilitarismo, se deben subrayar dos características: lo que estos autores
quieren (exactamente como Comte) es que la moral, la política, el derecho, etc., o sea, las
disciplinas que conciernen al hombre, se conviertan en una ciencia positiva, semejante a la que se
ocupa del mundo natural. Pero las finalidades cívicas y democráticas que se pretenden favorecer
con ello son netamente liberales y democráticas (o sea, muy diversas de las de Comte), y su
propósito es fortalecer con oportunas reformas la tradición parlamentaria inglesa.
El supuesto empirista que está implícito en el utilitarismo es transferido al campo lógico y vuelto
objeto de justificación sistemática por parte de John Stuart Mill (1806-1873), quien adopta como
punto de partida el utilitarismo de Bentham y de su padre, James Mill. John Stuart Mill fue hombre
de negocios y político defensor de la libertad, la igualdad de los sexos y el progreso social. Su obra
fundamental es el Sistema de lógica deductiva e inductiva (1843); notables desde el punto de vista
filosófico son también Utilitarismo (1863) y, póstumos, sus Ensayos sobre la religión (1874). En
Principios de economía política (1848) expone sus ideas de reforma social.
La diferencia fundamental entre el positivismo de Comte y el de Mill consiste en que el del
primero es un racionalismo radical, mientras el del segundo es un empirismo no menos radical. El
positivismo de Comte se propone partir de los hechos, pero sólo para llegar a la ley que, una vez
formulada, se incorpora al sistema total de las creencias de la humanidad, lo que la dogmatiza. En el
positivismo de Mill, por el contrario, hay una referencia continua e incesante a los hechos y no es
posible que haya dogmatización alguna de los resultados de la ciencia.
La lógica de Mill tiene un objetivo principal: combatir contra el absolutismo del creer y referir
todas las verdades, principios o demostraciones a sus bases empíricas. No es que con esto la
pesquisa filosófica pierda el carácter social que le habían conferido los escritos de los
sansimonianos y del mismo Comte; la finalidad social no es ya establecer un sistema único,
doctrinaria y políticamente opresivo, sino combatir en sus bases toda forma posible de dogmatismo
absolutista y fundar la posibilidad de una nueva ciencia que eduque para la libertad, y a la cual Mill
denominó etología (de ethos, carácter).
Para Mill no existen verdades independientes de la experiencia: todas ellas, incluso las más
generales, no son más que la recapitulación de una serie de observaciones empíricas. Las
proposiciones que pretenden expresar la “esencia” de la realidad, como, par ejemplo, “el hombre es
racional”, no expresan más que una pura convención lingüística, que consiste en llamar “hombre” a
todos los seres racionales. También los pretendidos axiomas de la matemática se derivan de la
observación: no se hubiera sabido jamás que dos líneas rectas no pueden cerrar un espacio si no
hubiéramos visto nunca una línea recta. Incluso el principio de contradicción es una de las primeras
y más familiares generalizaciones de nuestra experiencia: es la experiencia la que nos enseña que
creer y no creer son dos estados mentales que se excluyen recíprocamente.
Pero si todas las proposiciones universales son generalizaciones de los hechos observados ¿qué
es lo que justifica a estas generalizaciones, dado que no es posible observar todos los hechos y que,
a veces, basta un hecho para justificar una generalización? Éste es el problema de la inducción, o
sea, del proceso de generalización que, como hemos visto, es el fundamento de todos los
conocimientos válidos.
Mill piensa que la inducción se basa en el principio de la uniformidad de la naturaleza. Las
uniformidades de la naturaleza son las leyes naturales que la experiencia revela y que se confirman
Nicola Abbagnano, 371
Historia de la pedagogía
Visalberghi, A.
humanas”.
La libertad es para Mill un bien inestimable no sólo desde el punto de vista práctico, sino
también teórico, pues sólo la variedad de las opiniones y su antagonismo hacen progresar al
conocimiento humano. Incluso en el campo político la bondad de un sistema se mide por el respeto
de que gocen las minorías. Pero la libertad no es posible sin el hábito de la libertad, que sólo puede
adquirirse mediante una educación apropiada.
En general se considera el artículo Invitación a los amantes de la filosofía, publicado por Carlo
Cattaneo en 1857, como el primer manifiesto del positivismo italiano. Sin embargo, conviene
observar que, si bien el pensamiento de Cattaneo muestra muy acentuado el interés por las ciencias
del hombre que caracteriza al positivismo social, no presenta casi ningún vínculo externo con los
sistemas inglés y francés de ese positivismo, ni tiene la tendencia a considerar absoluta la ciencia y
a fijar un curso determinado a la historia que hace sobre todo del positivismo galo algo común a los
sistemas del idealismo romántico.
Carlo Cattaneo (18o1-1869), milanés, discípulo de Romagnosi, participó en el Resurgimiento en
calidad de republicano federalista y fue jefe del sector democrático en la insurrección de Milán, de
la que más adelante trazó un admirable cuadro histórico. Exiliado en Suiza, donde enseñó en el
nuevo liceo cantonal cerca de Lugano, permaneció ahí incluso después de la constitución del Reino
de Italia de cuyo Parlamento, no obstante haber sido elegido repetidas veces, no quiso formar parte
por no prestar juramento a la monarquía. En Milán había fundado y dirigido la revista Politecnico
“repertorio mensual de estudios aplicados a la cultura y la prosperidad social”, que ya en el título
muestra la tendencia a la síntesis científica y la preocupación por el empleo social de la ciencia que
son propias del, positivismo.
El interés principal de Cattaneo, sea por influencia de la Ilustración lombarda (que le había
llegado a través de Romagnosi), sea por su lectura de Vico, está enfocado hacia el mundo social e
histórico. Advierte que este mundo no se puede investigar con el método cartesiano: “Quien se
encerrase con Descartes en la soledad de la conciencia, jamás podría descubrir ahí el concepto de
las tantas transformaciones a que está sujeto el hombre.”
El hombre se debe estudiar en sus operaciones concretas, es decir en su actuar histórico, en sus
conquistas científicas: “para conocer las facultades, o sea las aptitudes a hacer, conviene estudiar
los hechos que aquéllas cumplen verdaderamente”. Cuando Cattaneo habla de la “potencia del
hecho” dice “hecho” entendiéndolo en el sentido de Vico, esto es, como acción humana, más bien
que como hecho en el sentido positivista, o sea, como simple acontecimiento natural.
El mérito de Vico consiste en haber contrapuesto “el pensamiento social… en toda su plenitud al
pensamiento individual”; su error es no haber captado el movimiento del progreso como por el
contrario trataron de hacerlo SaintSimon y Hegel. Pero contra los “delirios” reformistas del uno
(abolición de la propiedad, la herencia y la familia) y contra el apriorismo del otro, que pretende
asignar a cada nación una tarea específica en el progreso general, Cattaneo invoca una nueva
ciencia capaz de indagar cómo, en concreto, “las mentes asociadas en las familias, en las clases, en
los pueblos, en el género humano, podrían colaborar a la inteligencia común, o bien contrariarla; y
cómo podrían obrar con métodos y efectos que serían imposibles a las mentes solitarias”.
Esta nueva ciencia es la Psicología de las mentes asociadas, de la que Cattaneo nos ofrece un
bosquejo y que tiene más o menos el mismo alcance de la “sociología” comtiana. El pensamiento
articulado, el pensamiento que indaga, no es un hecho individual, es un hecho social, más aún, es
“el acto más social de los hombres”. Las ideas cuya génesis ha sido atribuida a la anámnesis, las
categorías que se han juzgado como presentes en nosotros a priori, no son otra cosa que un
patrimonio social acumulado lentamente y trasmitido junto con el lenguaje y la técnica. Incluso la
“sensación” es en el hombre civilizado más rica, variada y vasta y está dotada de significados que el
Nicola Abbagnano, 373
Historia de la pedagogía
Visalberghi, A.
salvaje desconoce.
Pero el punto quizás más interesante de la filosofía de Cattaneo es su teoría de las “antítesis”
entre “sistemas” contrarios como fuente del verdadero progreso cívico y cultural. Tanto en el plan
político-social, como en el científico y cognoscitivo en general, aunque los “sistemas” cerrados e
intolerantes de las opiniones adversas responden a una exigencia cuya fuerza es irresistible en un
momento determinado de la historia, si no chocan con otro sistema y si no se ven constreñidos a
fecundas “transacciones” involucionan rápidamente y mueren. Sólo los sistemas abiertos, es decir,
aptos para celebrar en su seno esas transacciones sobreviven largo tiempo vivificados por las
mismas tensiones que se establecen entre las opiniones divergentes a que dan abrigo: “Un sistema
abierto puede compararse con una juventud perpetua.” En estos términos, Cattaneo explica la
grandeza de la Roma antigua e interpreta la característica y la tarea de la Europa moderna.
Como se ve, Cattaneo tiene una idea altamente activa y dinámica de la historia: la atención ya no
se concentra, como con Vico, en las leyes del desarrollo interno de los pueblos, sino en las que
regulan los encuentros y los cha ques entre pueblos, civilizaciones, tradiciones e intereses diversos.
De ahí su federalismo; donde quiera que sea, lo que teme es el Estado nivelador, el Estado incapaz
de desempeñar una función esencialmente mediadora.
“Entre tantas exigencias que el desarrollo de la civilización multiplica y subdivide de día en día,
el Estado viene a ser como una inmensa transacción, donde la posesión y el comercio, la porción
legítima y la disponible, el lujo y el ahorro, lo útil y lo bello, conquistan o defienden cotidianamente
con imperiosas y universales exigencias la parte de espacio que les consiente la competencia de los
otros sistemas. Y la fórmula suprema del buen gobierno y la civilización es aquella en que ninguna
de las demandas predomina sobre las demás y ninguna es negada del todo.”
Este “pluralismo” ético-jurídico de Cattaneo no podía no desembocar, en el plano educativo, en
una encendida protesta contra el centralismo nivelador de la ley Casati (cf. 64). Valdría la pena
detenerse a considerar lo que dice Cattaneo en favor de una especialización de alto nivel de las
universidades italianas.
Amigo y colaborador de Cattaneo fue Giuseppe Ferrari (1812-1876), también milanés y seguidor
de Romagnosi, también republicano federalista pero más radical y “jacobino” en materia social.
Ferrari fue el primer editor de la obra completa de Vico, al cual consagró un extenso ensayo. Por
una parte, enlaza a Vico con Saint-Simon, por la otra lo vincula con el idealismo romántico de
Fichte, Schelling y Hegel. Su intención explícita es volver a conectar la doctrina de Vico con el
principio de la infalible necesidad racional de la historia. Pero al contrario de muchos autores
románticos que habían recurrido a esa necesidad para justificar su conservadurismo político, Ferrari
se sirve de ella para justificar la revolución política y social que el progreso traerá consigo.