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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ


ESTUDIOS GENERALES LETRAS

TRABAJO INDIVIDUAL

Título: La ambigüedad del Otro. La visión de la herencia del conflicto armado


interno en Los Rendidos (IEP, 2015) de José Carlos Agüero

Nombre: José María Salazar Núñez

Tipo de evaluación: Trabajo Final

Curso: Investigación Académica (INT124)

Horario: 679

Comisión: A

Profesor: María de los Ángeles Fernández

Jefe de Práctica: Aline Díaz


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TEMA: La reconfiguración ambigua de la historia del conflicto armado interno del Perú desde la
experiencia del Otro en Los Rendidos de José Carlos Agüero

PREGUNTA DE INVESTIGACIÓN: ¿De qué manera se reconfigura a partir de la ambigüedad la


historia del Otro conflicto armado interno peruano desde la experiencia del Otro en Los Rendidos de
José Carlos Agüero?

RESPUESTA TENTATIVA

En su libro Los Rendidos José Carlos Agüero parte de su experiencia como hijo de senderistas para
reconfigurar desde la ambigüedad el conflicto armado interno del Perú (1980-2000). El siguiente
estudio postula que esto se manifiesta de dos maneras. En primer lugar, el escritor se presenta como
un hijo de senderistas, es decir, un Otro, un individuo completamente marginalizado de los discursos
hegemónicos sobre la memoria, que lo que intentan, como afirma Todorov, es mantener en el poder a
quienes los proliferan. En ese aspecto, el libro analiza el pasado reciente no desde lo que Ángel Rama
llama la ciudad letrada, sino desde la subalternidad y por ello se sirve del testimonio como el medio
ideal para demostrar esa ambigüedad. Por otro lado, esta reconfiguración no se basa en reescribir el
pasado, que es la práctica del Poder, sino en proponer soluciones ambiguas, basadas en el presente
para convivir con la herencia de la violencia. De esta manera, se plantea el perdón (como lo entiende
Derrida) como una forma de darle agencia al Otro, de rescatar los matices y de detener los discursos
históricos que han mantenido las estructuras como están.

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ESQUEMA:

Introducción

1. La presentación del narrador de Los Rendidos como un Otro para abordar el conflicto armado
interno desde la subalternidad
1.1 El Otro como categoría en contraposición con la hegemonía cultural
1.2 El testimonio como forma ideal para enfrentarse a la ciudad letrada y sus discursos de la
memoria desde la subalternidad

2. La comprensión del conflicto armado interno en Los Rendidos desde la ambigüedad


2.1 Críticas del libro a metarrelatos del conflicto armado interno
2.2 Las formas en que se intenta lidiar con el pasado de la violencia desde la ambigüedad del
presente a partir del perdón y en contra de los discursos estáticos

Conclusiones

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Resumen

En la presente investigación, se analizará de qué manera el libro del escritor e historiador peruano
José Carlos Agüero Los Rendidos (2015) reconfigura el conflicto armado interno. Para ello, el
trabajo se centrará en dos aspectos. En primer lugar, se verá de qué manera el Otro es el punto de
partida de esta reconfiguración. En este contexto, se utilizará de base al libro Conquista de
América de Tzvetan Todorov, donde se establece la categoría antropológica del Otro, entendido
como aquel que existe fuera de la estructura social de un determinado país, por ejemplo. Asimismo
se utilizará el concepto de subalternidad de Antonio Gramsci para explicar cómo ciertos grupos no
son incluidos en ciertos discursos intelectuales. Aquí, se argumentará que José Carlos Agüero,
siendo él hijo de terroristas, se presenta como un ente subalterno que escribe para enfrentar a lo
que Ángel Rama denominó la ciudad letrada. También se analizará por qué Agüero se sirve del
testimonio para alcanzar su objetivo de reivindicar la experiencia de los subalternos y de luchar
contra los discursos estáticos de la memoria que solo mantienen a los mismos en el Poder. Para
esto, se mencionará mucho a John Beverley, quien investigó sobremanera al respecto.
En segundo lugar, la investigación se centrará en la ambigüedad con la que el conflicto armado
interno se describe. Se afirmará que Agüero duda de los metarrelatos que se han construido del
conflicto armado interno, tanto desde la óptica senderista, la oficialista y la de las ONG y la CVR.
Agüero, en ese sentido, aboga, como se verá, por entender lo sucedido desde lo ambiguo de la
realidad y no construir discursos deterministas. Para ello, se cotejarán las investigaciones
filosóficas de autores como Lyotard. En ese ámbito, se describirá las soluciones que plantea
Agüero para enfrentar la herencia de la violencia política. Específicamente, que los Otros, los
rendidos, perdonen, aunque nadie haya pedido perdón dado que el perdón gratuito, como afirma
Derrida, detiene el ciclo histórico y económico y le da un rol distinto a quien lo entrega, dado que
le da agencia, pero sin adentrarlo en las estructuras hegemónicas, que justamente aborrecen el
perdón.

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Introducción

Cada vez que se habla del conflicto armado interno en el Perú (1980-2000), se mencionan las
cifras de los muertos, las estadísticas de los daños hechos e, incluso, los atentados más recordados.
Todos esto ayuda a construir un determinado discurso acerca de lo que sucedió. En su libro Los
Rendidos (2015), el escritor e historiador peruano José Carlos Agüero, quien es hijo de dos
miembros del Partido Comunista Sendero Luminoso, cuestiona justamente esos discursos. Su
cuestionamiento radica en no mirar lo ocurrido desde los lugares comunes, ya sea el extremo
senderista, que coloca a Sendero Luminoso como un grupo revolucionario que tenía las mejores
intenciones, o el oficialista, que los ve como los enemigos y coloca a los militares como los héroes,
sino en concentrarse en el Otro.
Justamente esto se analizará en la primera parte de esta investigación. El Otro, entendido, como se
verá más adelante, como un ser apartado de la hegemonía cultural de un país, fue el que más sufrió
durante el conflicto armado interno. Y no solo eso, también es el que menos ha sido tomado en
cuenta al intentar describir lo que aconteció. Por eso mismo, Agüero se coloca a sí mismo como un
Otro, como un ser no solamente discriminado por cómo se ve, sino por haber estado relacionado,
en cierto modo, a Sendero Luminoso.
De la misma forma, se intentará descubrir cómo es que se presenta como un Otro, como un
subalterno, según la nomenclatura de Antonio Gramsci frente a la ciudad letrada. La ciudad
letrada, descrita por Ángel Rama, es aquel anillo del poder compuesto por intelectuales, artistas y
demás que crean discursos para mantener las estructuras como se encuentran (Rama 1998).
Colocándose fuera de ella, Agüero deja en claro que su objetivo no es contar una historia
alternativa sino justamente afirmar que no es necesario crear historias certeras y deterministas de
aquella época, sino basarse justamente en la realidad de quienes más sufrieron en ella. Para ello,
también se analizará de qué manera el testimonio, como describe John Beverley, es la manera
perfecta de legitimar su experiencia, dado que no se basa ni en la historia ni en la literatura
tradicionales, dado que estos son terrenos no reservados para el subalterno (Beverley 1987).
Esto lleva, como se verá en la segunda parte de la monografía, a entender lo sucedido desde lo
ambiguo. Por ello, la duda de los grandes metarrelatos de la guerra es esencial para justamente no
caer en repetir los mismos errores, sino cuestionar cualquier discurso que se erija como
hegemónico. Solo de esta manera se les da voz a los subalternos. En ese ámbito, se buscará
también entender cuáles son las soluciones que propone Agüero para enfrentar la herencia del
conflicto armado, las cuales se basan en un perdón inspirado en las teorías de Jacques Derrida
(Derrida 1999), quien plantea que el único perdón de vale es aquel que no se ha pedido, que es
gratuito, porque detiene el ciclo económico de dar algo y recibir algo a cambio. Al detener el ciclo

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económico detiene también la historia que sirve normalmente las construcciones económicas del
poder y las justifica y de esta manera muestra la falsedad de los metarrelatos y discursos
totalizantes para concentrarse en los individuos y sus sufrimientos reales. Así se vuelve, como
quiere Agüero, a lo real, a la experiencia del Otro, que es justamente lo único que podrá evitar que
algo así se repita.
Esta investigación resulta importante en la medida en que es una de las primeras el libro Los
Rendidos. Además, plantea, a partir de él, conceptos necesarios de analizar sobre lo que está en
juego en la herencia del conflicto armado interno y de qué manera la manera en que se ha
construido su historia ha mantenido ciertos poderes intactos. La idea central de este trabajo es, por
ende, destacar la importancia del Otro en el libro y en la reconstrucción del país posconflicto y
describir de qué manera la ambigüedad, basada en lo real, en la vida, es el único camino que este
tiene para intentar tener agencia y darse su lugar en esta sociedad.

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Capítulo 1

La presentación del narrador de Los Rendidos como un Otro para abordar el conflicto armado
interno desde la subalternidad

Este primer capítulo se centrará en la figura antropológica del Otro y de qué manera este es descrito
en el libro Los Rendidos y utilizado como un punto de partida para abordar el conflicto armado
interno, siempre en contraposición a una hegemonía.

1.1 El Otro como categoría en contraposición con la hegemonía cultural

En este subcapítulo se intentará definir la categoría antropológica del Otro para entender como este,
en el contexto que explica el libro Los Rendidos, se coloca en contraposición de la hegemonía
cultural. Para empezar, vale la pena citar a Tzvetan Todorov, quien, en su libro La Conquista de
América describe qué es lo que es el Otro. Este, afirma, está siempre “en relación con el yo; o bien
como grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos” (1998: 13). Es decir, el Otro es aquel
que no se encuentra en lo normal, en el Yo o Nosotros reinante. Todorov continúa para diferenciar
entre un Otro interno, “los hombres para las mujeres, los ricos para los pobres”, y un Otro externo,
que es “otra sociedad, que será, según los casos, cercana o lejana: […] extranjeros cuya lengua y
costumbres no entiendo, tan extranjeros que, en el caso límite, dudo en reconocer nuestra pertenencia
a la misma especie” (1998: 13). Es de esos Otros exteriores de los que se ocupa Todorov en su estudio
y de los que se hablará aquí.
En el caso peruano, el Otro es históricamente el indígena, aquel que, desde la colonización, fue
considerado como un ser inferior al hombre blanco occidental. Hablando específicamente del
conflicto armado interno, el indígena es quien más sufrió sus consecuencias. Según el informe final de
la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) más del 40% de la población indígena fue
asesinada en los veinte años que duró el conflicto. Esto demuestra lo que dice Todorov: el Otro es
tratado como un ser distinto, casi no del todo humano, y es despojado de su dignidad, más aún en un
contexto de guerra. Como explica Jo-Marie Burt, los campesinos que vivían en comunidades de la
sierra eran inmediatamente tildados de terroristas por los militares y los que se oponían a Sendero
Luminoso eran también asesinados por ellos.
Esto, no obstante, no solo se ve en el mismo conflicto armado interno, sino en lo que se cuenta acerca
de él. Como analiza Todorov, “la conquista del saber lleva a la del poder”, es decir es en los discursos
y en el campo del saber que se aparta al Otro, que no se lo toma en cuenta y que se mantienen las
estructuras hegemónicas. Por ello, resulta sorprendente la sola publicación de un libro como Los

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Rendidos. Desde el comienzo, José Carlos Agüero se presenta como lo que es: una persona chola, hijo
de senderistas, alguien a quien no se le suele dar agencia en la creación y proliferación discurso. Al
explicar el libro en el texto introductorio, Agüero escribe: “Da vueltas sobre diferentes dimensiones
relacionadas con mi condición: ser hijo de padres que militaron en el Partido Comunista del Perú-
Sendero Luminoso y que murieron en ese trance, ejecutados extrajudicialmente” (2015: 13). La
condición no es escondida, sino mostrada completamente. Se escribe desde esa Otredad. Y al hacerlo
cuestiona justamente los saberes comunes acerca del conflicto armado interno, dado que, como él
mismo dice, ayuda a “hacer visible lo que se quiere dejar de lado y a desestabilizar los pactos a veces
inconscientes con los que damos por natural nuestra realidad, nuestra historia de la guerra y su
proyección en el orden del presente” (2015: 15).
Al presentarse Agüero como un Otro está posicionándose, como se mencionaba, al otro lado de una
cultura hegemónica, de aquel nosotros del que hablaba Todorov. Para ahondar en ello hay que
explicar qué es la hegemonía. La hegemonía es, según Antonio Gramsci, “un continuo formarse
superarse de equilibrios inestables […] entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos
subordinados, equilibrios en los que los intereses del grupo dominante prevalecen” (1975: 37). Es
decir, es el dominio de un grupo sobre otro u otros a partir de un determinado consenso en el ámbito
político y cultural. La hegemonía por tanto no se ve solo en ámbitos de gobierno, sino también en los
distintos discursos intelectuales y artísticos, por ejemplo, que se proliferan para que esta división se
mantenga. En el caso de los relatos del conflicto armado interno, la marginalización del Otro lleva a
que la hegemonía no cambie y que simplemente se vea lo sucedido como una guerra entre dos bandos,
uno bueno y otro malo. En ese caso, cabe también destacar otro término de Gramsci que es el de
subalternidad, la cual se encuentra siempre en contraposición de la hegemonía. El subalterno es aquel
Otro que ha sido despojado “de su calidad subjetiva”, de su capacidad de agencia, de actuar y producir
discursos. Toda hegemonía, para ser tal, necesita una o unas clases subalternas que están en
contraposición a ella. José Carlos Agüero es un subalterno y alguien que escribe desde su
subalternidad, dado que, como alguien relacionado a senderistas, no tiene derecho a formar parte de la
hegemonía.
De hecho, Agüero no solamente se presenta como subalterno, sino que les escribe a otros subalternos.
Su libro no está hecho para formar parte de la vasta bibliografía acerca del conflicto armado interno
que intenta explicarlo desde discursos totalizantes. El libro, como se lee, “no tiene el ánimo de
confrontar las verdades predominantes sobre la guerra interna y las ideas sobre los terroristas desde
alguna otra versión monolítica” (Agüero 2015: 14). El fin del libro es apelar “a otros que han vivido
situaciones parecidas, que son hijos de terroristas, o que, más directamente, han militado en
organizaciones subversivas y han sobrevivido”, a quienes, “puede servirles que se hable de estos
temas fuera de la intimidad de los hogares” (2015: 15).
Otro punto importante es que Agüero acepta la vergüenza que tiene al ser subalterno, como se verá

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con mayores detalles en el segundo capítulo. Dice: “se aprende a convivir con la vergüenza. Tener
una familia que para una parte de la sociedad está manchada por crímenes, que es una familia
terrorista, es una realidad concreta” (2015: 19). De esta manera se acepta su condición, no se le
maquilla ni intenta adentrarse de alguna manera en la hegemonía. Es un subalterno visto desde la
subalternidad. En ese ámbito cabe destacar la crítica que hace Agüero de otro libro escrito en la
misma época por un hombre que participó en Sendero Luminoso: Memorias de un Soldado
Desconocido de Lurgio Gavilán. Gavilán, quien es un campesino de Ayacucho, narra, según Agüero,
“como un niño, infantiliza la guerra, y en esta forma de contar reclama para sí esos atributos del niño:
la ingenuidad y la inocencia sobre todo. También recurre a un discurso conservador señalando que los
indios como él no tenían cómo entender los manuales senderistas ni la complejidad de la vida
política” (2015: 74). Es decir, Gavilán para Agüero intenta inscribirse en la hegemonía, escribe para
aquel nosotros, para ser entendido y exculpado. Se presenta a sí mismo desde la visión hegemónica, se
narra a sí mismo como lo narraría un occidental para ser aceptado. En pocas palabras se hace exótico,
Otro, para que su discurso pueda ser considerado dentro de lo hegemónico y no acepta, como Agüero,
su subalternidad, ni escribe para los otros subalternos.

1.2 El testimonio como forma ideal para enfrentarse a la ciudad letrada y sus discursos de la
memoria desde la subalternidad

Habiendo mencionado la manera en que José Carlos Agüero se presenta en el libro, cabe, en el
presente subcapítulo, analizar por qué él opta por escribir un testimonio para contraponerse a los
distintos discursos que suelen proliferarse sobre el conflicto armado interno en la ciudad letrada. Para
ello resulta necesario definir qué es la ciudad letrada.
La ciudad letrada es un término acuñado en el libro del mismo nombre por Ángel Rama. Esta es “una
pléyade de religiosos, administradores, educadores, profesionales, escritores y múltiples servidores
intelectuales, todos esos que manejan la pluma, están estrechamente asociados a las funciones del
poder” (1998: 32). Se trata entonces de una serie de discursos que se proliferan para sostener la
hegemonía de la que se ha hablado.
Hay particularmente dos discursos típicos de la ciudad letrada que Agüero evita para finalmente optar
por el testimonio. En primer lugar, Agüero no escribe un libro literario. Es decir, no ficcionaliza lo
sucedido ni inscribe su historia en una estructura novelística. La teórica Lorena De la Paz Amaro
analiza Los Rendidos en contraposición con La Distancia que nos separa de Renato Cisneros, otro
libro que habla sobre un padre asesino. La diferencia que nota De La Paz es que Cisneros enfrenta la
herencia vergonzosa de su padre a partir de escribir su historia, de constituirse como escritor. En ese
sentido, “la escritura le ofrece al narrador una posible afiliación lejos del nido —que compensa su

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dolorosa filiación de hijo ignorado, vulnerable, invisible, último hijo o hijo menor que desde pequeño
mostró sus debilidades o aparentes debilidades a un padre tiránico—, la escritura resuelve
simbólicamente el drama doméstico de los padres” (2017: 106). Esto significa que, como Lurgio
Gavilán también, Renato Cisneros se inscribe dentro de la ciudad letrada al considerarse como escritor
y al presentar su libro como casi una novela, que, si bien cuenta hechos reales, presenta más la figura
del progenitor (2017: 117), más como un personaje que como quien fue en lo público, como su yo
real.
En este punto cabe destacar entonces cómo Agüero desde el principio problematiza su escritura y
entiende que no quiere “representar a nadie” (2015: 15). Incluso se pregunta si su ejercicio puede
tener consecuencias sobre “nuestra propia mirada, nuestros recuerdos o el modo en que los hemos
construido” y responde: “no lo sé” (2015: 15). De esta forma, lo importante no es el hecho de ser
escritor sino su condición. Además, en comparación con Cisneros quien presenta más el lado personal
de su padre, Agüero, como se ha visto, presenta el ámbito público de sus padres. Menciona que fueron
terroristas, las circunstancias en las que fueron asesinados y los tipos de trabajos que realizaban.
Otro discurso de la ciudad letrada que es problematizado es el de la memoria, el de la historia. La
historia, como dice Benjamin, “se expone como la armazón de hierro” (2012: 73) que cubre al capital.
Es decir, los discursos sobre la historia lo que quieren es siempre mantener en poder a los que lo
tienen. Esto se relaciona con las teorías de Nietzsche, quien afirma que “cuando hay un predominio
excesivo de la historia, la vida se desmorona y degenera y, en esta degeneración, arrastra también a la
misma historia” (2018: 19). La historia la cuentan los vencedores y son ellos los que la repiten una y
otra vez no para no repetir sus errores sino para mantenerse en el poder. Se trata, en este caso, de una
historia que se alimenta a sí misma y que no se basa, como pide Nietzsche, en la vida. Esto es algo
que se nota en los discursos de la memoria. Todorov argumenta que “es preciso darse cuenta de que
cuando se escuchan esas llamadas contra el olvido o en favor del deber de la memoria, la mayoría de
las veces no se nos invita a un trabajo de recuperación de la memoria […], sino más bien a la defensa
de una selección de hechos entre otros, la que asegura a sus protagonistas que se mantendrán en el
papel de héroe, de víctima o de moralizador, por oposición a cualquier otra selección” (2000: 52). De
este modo, la memoria y la historia no se convierte en una herramienta del presente sino en una forma
de mantener en el pasado lo dicho y de no cambiar las estructuras, de mantener la hegemonía.
Lo que propone Agüero en ese sentido es “re-mirar a los culpables, a los traidores, a los criminales, a
los terroristas, y por contraste también a los héroes, a los activistas, a los inocentes y quizá a los que
no son nada, a los espectadores, los que creen que son público pasivo en este drama” (2015: 15). Es
decir, lo que se quiere es cuestionar los discursos ya mencionados y entender el conflicto armado
interno y su herencia desde quien habla, desde el subalterno. Para ello se construye un testimonio.
El testimonio es un género descrito, entre otros, por John Beverley, como “una narracion -usualmente
pero no obligatoriamente del tamaño de una novela o novela corta- contada en primera persona

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gramatical por un narrador que es a la vez el protagonista (o el testigo) de su propio relato” (1987: 9).
Lo que lo diferencia, prosigue, de una biografía es que está contado siempre desde una situación de
urgencia o necesidad, en el contexto usualmente de violencia. Otro punto importante del testimonio es
que se trata de un relato “desde abajo”, que, como tal, “implica un reto al statu quo de una sociedad
dada” (1987: 9). Eso lo vemos en Agüero. Se trata de alguien que escribe desde abajo, afuera de lo
hegemónico, alguien que, por su condición normalmente no tendría una manera de hablar. El
testimonio entonces es la única manera de tener voz, la única manera de representarse a sí mismo y
con ello construir el conflicto armado interno desde otra perspectiva.
Por ello, y esto también se verá en el siguiente capítulo, hay un efecto de realidad que se asocia “con
una postura contestaria del sistema establecido y sus formas de legitimización e idealización cultural”
(Beverley 1987: 16). ¿Por qué? Porque si la historia, si los discursos mantienen las estructuras de
poder como están, solo lo real, lo concreto, basado justamente en quienes no están en esas estructuras,
puede convertirlos en sujetos para entender lo sucedido desde el presente.
Existe también una crítica a lo establecido por Beverley. Spivak en su famoso texto ¿Puede hablar el
subalterno? afirma que no. Que incluso desde el testimonio, una vez que el subalterno es escuchado,
que se acepta su voz, ya es representado. Según ella, el subalterno siempre es representado (1998:
362). A esto Beverley responde que el testimonio, si bien tiene sus límites, siempre es un acto de
solidaridad con aquellos que pasan por las mismas circunstancias que quien lo escribe, es un texto
escrito para servir al pueblo (1993: 495). El mismo Agüero también cuestiona el alcance de sus
palabras. Y de hecho entiende que hay personas en peores posiciones que él que no podrían hacer lo
que él hace. No obstante, él asume que “nadie escribe en vano” (2015: 15) y que lo importante es
aceptar su condición y lo que siente ante ella. Él no se siente orgulloso de sus padres. Cuenta por
momentos situaciones en las que sus vecinos en Lima descubrieron quiénes eran y ellos tuvieron que
huir. Y es esa vergüenza la que hace que pueda combatir con los distintos discursos, dado que su idea
es basarse en la realidad y optar por una reconciliación no general y no política, como se verá, sino
basada en la ética y en la ambigüedad, que es inevitable tratándose de un contexto de posguerra y
tratándose siempre del Otro.

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Capítulo 2

La comprensión del conflicto armado interno en Los Rendidos desde la ambigüedad

Una vez analizada la figura del Otro, del subalterno en el contexto del libro, resulta necesario en este
segundo capítulo ahondar en la ambigüedad desde la que se comprende en Los Rendidos el conflicto
armado interno y sus consecuencias en función del perdón como don.

2.1 Críticas del libro a los metarrelatos del conflicto armado

En este subcapítulo, se intentará explicar de qué manera José Carlos Agüero critica los distintos
metarrelatos del conflicto armado y por qué es importante para él hacerlo. Para ello se debe aclarar
qué entendemos por metarrelato. Según John Stephens, un metarrelato es “un esquema de cultura
narrativa global o totalizador que organiza y explica conocimientos y experiencias” (Stephens
1998: 22). En la modernidad, todos los campos del conocimiento estaban supeditados a uno o
varios metarrelatos que los legitimaban. Lyotard utiliza como ejemplo el metarrelato del Siglo de
las Luces, según el cual “el héroe del saber trabaja para un buen fin épico-político, la paz
universal. En este caso se ve que, al legitimar el saber por medio de un metarrelato que implica una
filosofía de la historia, se está cuestionando la validez de las instituciones que rigen el lazo social:
también ellas exigen ser legitimadas. De ese modo, la justicia se encuentra referida al gran relato,
al mismo título que la verdad” (Lyotard 1991: 4).

En el caso específico del conflicto armado interno del Perú no existe un solo metarrelato. José
Carlos Agüero empieza por mostrar al lector uno de ellos, aquel relacionado a los senderistas. En
el primer apartado, cuenta su encuentro con jóvenes activistas que entendían el trabajo de Sendero
Luminoso y querían hacer algo parecido hoy en día. Escribe: “[…] iban creando nuevos mitos
sobre los senderistas y sus proezas libertarias, su afán igualitarista, su entrega a causas mayores, su
sacrificio personal por el bien de los demás. Y ese altruismo lo celebraban. Pedían que se
‘recuperara el contexto’ en el que habían actuado, para poder entenderlos, ver que lo que habían
hecho era política y no solo terrorismo” (Agüero 2015: 22). Entre otros, el término que destaca en
este texto es política. Lo que salva a los senderistas en los ojos de estos estudiantes es el hecho de
que ellos estaban haciendo política.

Para ello, debemos entender qué es hacer política. Jacques Rànciere hace una distinción entre
policía y política. La policía, afirma, es el orden del poder, el sistema que controla la sociedad y

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que lo divide entre aquellos que tienen voz y aquellos que solo emiten ruidos, los Otros. En ese
contexto, la actividad política es justamente “la que desplaza un cuerpo del lugar que le estaba
asignado o cambia el destino de un lugar; hace ver lo que no tenía razón para ser visto, hace
escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar” (Ranciere 1996: 45). Se trata de un modo
de revolución que “deshace las divisiones sensibles del orden policial”. De esta manera, entender
los fines de Sendero Luminoso como políticos significa inscribir sus actos dentro de una política
de emancipación, de un metarrelato según el cual hay una utopía que se debe alcanzar y para la
que es necesario sacrificarlo todo. Ranciere define el proceso de emancipación como aquel que “se
pone en práctica en nombre de una categoría a la cual se niega el principio de esta igualdad o su
consecuencia —trabajadores, mujeres, negros u otros” (Ranciere 1998: 2). Es decir, el fin de la
emancipación es el de la igualdad de aquellos Otros, que es justamente lo que resaltan los
estudiantes.

En este ejemplo se puede observar la fe que tienen ellos en ese metarrelato y en la posibilidad de
que una revolución parecida es aún posible. Esta visión proviene desde el surgimiento del
comunismo a comienzos del siglo XX, momento histórico en el cual cierto sector del mundo
occidental empezó a ver la necesidad de un cambio para destruir al sistema capitalista, de un
acontecimiento que trajera un sistema igualitario. Eso es lo que se conoce, según la nomenclatura
de autores como Deleuze y Badiou, como un acontecimiento. Un acontecimiento es algo que
revela la contingencia del orden establecido, que rechaza todo lo posible y opta por “la venida de
lo imposible” (Derrida 2003: 270). Para ello, el acontecimiento produce su propia verdad de una
determinada situación. Con este fin crea, en primer lugar, el acontecimiento en sí, su nominación,
su meta final y finalmente su sujeto, el agente que lo perpetrará y que se beneficiará de él. De esa
forma, como afirma Ema López, “una acción es un acontecimiento político cuando constituye una
subjetividad (política) colectiva que se identifica con un orden alternativo al anterior, un nosotros
que comparte el horizonte que el acontecimiento abre” (Ema López 2007: 65).

El conflicto armado interno, entonces, habría sido ese acontecimiento que buscaba establecer la
igualdad del Otro, en este caso, el indígena, el pobre, destruyendo el sistema que lo condenaba. En
la reunión descrita por Agüero en el libro, él duda respecto a esta visión y les pregunta a los
estudiantes si acaso el recurso de devolverles el contexto a los senderistas no es “una estrategia
política disfrazada de intelectual para legitimar decisiones que habían generado mucho daño”
(2015: 23). Esta frase es clave dado que posiciona el discurso de Agüero dentro de la
posmodernidad. También en La condición postmoderna, Lyotard define la posmodernidad como
una incredulidad frente a los metarrelatos (1991: 4). No existe una confianza en los discursos
políticos antes mencionados ni en un futuro en que las estructuras cambien. Más bien, se ven todos
esos discursos como contingentes y que siempre esconden detrás intenciones dudosas. Agüero,

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entonces, no ve posible una revolución. Asume que el sueño revolucionario ha terminado en


pesadilla y lo que más le preocupa son las víctimas que ha dejado y la manera en que se puede
vivir con su herencia.

Otro metarrelato de la guerra interna en el Perú es aquel proliferado por las Fuerzas Armadas,
según el cual ellos son los héroes y los senderistas los enemigos. Esta visión también es
cuestionada en Los Rendidos. Al hablar sobre Alan García, a quien califica como claro responsable
de la muerte de su padre en el Frontón, dice que es alguien que ha perdido su alma y, continúa,
“cuando un hombre pierde su alma, todos de algún modo la perdemos con él” (2015: 128), dejando
en claro que el gobierno ayudó a sumir al Perú en la desesperación en los años del conflicto. Del
mismo modo, llama a los soldados que mataron senderistas culpables. No los salva, sino que, sin
importar si han sido o no determinados culpables por la justicia, los considera asesinos que estaban
al servicio de un metarrelato, de una ideología.

Luego analiza los discursos de muchos políticos de derecha que abogan por no perdonar a los
senderistas, por no olvidar lo que hicieron y se pregunta: “sobre tanta basura y sangre, ¿cómo
hacen para flotar sobre ella tantos amigos demócratas? ¿Desde qué lugar limpio piden no olvidar,
no perdonar, no reconciliar?” (2015: 75). Este metarrelato entonces también es falso. Tampoco se
basa en la realidad, en la basura, en la sangre, en los cuerpos desmembrados. Aquí se vuelve a la
crítica que se les hacía a los discursos de la memoria. Mientras estos solo sirven para mantener en
el poder a ciertos grupos actuando como si aquellos conflictos hubiesen quedado en el pasado, el
metarrelato del Estado Peruano como el héroe y los senderistas como los enemigos hace imposible
cualquier revisión de la guerra desde otro punto de vista y condena a aquellos relacionados con los
terroristas a seguir siendo tratados como sucios, como otros, como vencidos.

Por último, y en esa misma línea, otro metadiscurso que es problematizado es el de las ONG y, por
tanto, el de la CVR. Desde el principio, Agüero señala que las ONG emplearon categorías de
perpetrador, víctima, culpabilidad e inocencia de determinada manera para que puedan “cumplir
con sus roles en escenarios abiertamente hostiles” (2015: 21). Esto quiere decir, como explica más
adelante, que muchas de estas organizaciones se deslindaron rápidamente de Sendero Luminoso
para poder ayudar a quienes eran realmente víctimas sin sufrir demasiados cuestionamientos por
parte, por ejemplo, del Estado.

En un momento, Agüero relata cómo una ONG donde su madre tenía conocidos intentó al
principio sacar a varios amigos senderistas del país para salvarlos, pero luego tuvo que tomar la
directiva de “no patrocinar a nadie que estuviera militando en Sendero. Solo se ayudaría a víctimas
inocentes” (2015: 76) Citando a Marie Manrique, Agüero se pregunta sobre quién define la
inocencia o la culpabilidad y cree que tal vez estas son “construcciones discursivas, políticas y
tácticas, identidades trabajosamente desarrolladas por los propios acusados según su contexto y sus

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posibilidades les otorgaban oportunidades en algunos momentos” (2015: 77). Es decir, ser inocente
forma parte de una práctica que se puede reconstruir según quien lo dice.

En ese punto, Agüero, quien reconoce haber trabajado en la CVR y en algunas ONG admite que es
posible ver con cierta hipocresía su trato de ciertas víctimas a las que adjudicaban el membrete de
culpables. Ahora bien, él, dice, prefiere no quedarse en ese análisis y más bien aboga por entender
esas decisiones, por entender que, en el contexto en el que se encontraban, resultaba imperativo
construir inocentes para salvar a cuanta gente sea posible. Esto, escribe, es “un mérito triste”, un
“recurso de resistencia” (2015: 77). Los derechos humanos entonces trazan su frontera en los
rendidos, en los culpables, en personas como él, aunque sea con la meta de ayudar a otros.

Cabe aclarar que el metadiscurso de las ONG y la CVR, que también traza su límite claramente al
declarar a Sendero Luminoso como principal culpable del conflicto armado interno, no es
rechazado del todo por Agüero. De hecho, él lo entiende dentro de un contexto en el que, si no se
aboga por él, se aboga por los otros dos, para los cuales matar es justificable. En ese esquema, la
posición de las ONG parece ser el mal menor. El problema es que deja de lado a los rendidos,
justamente porque comete un error parecido al de los otros discursos: es certero. Afirma que
existen víctimas y culpables, que las víctimas merecen ser salvadas y los culpables, no.

He ahí donde entra a tallar la ambigüedad. Agüero entonces se posiciona en un lugar más radical,
en un lugar, como se explicó al principio, de absoluta duda, de incertidumbre en el que solo se
aboga por lo real, en el que cualquier discurso resulta insuficiente, pues el lenguaje ya está
ideologizado y ya segrega y condena a determinados grupos.

2.2 Las formas en que se intenta lidiar con el pasado de la violencia desde la ambigüedad
del presente a partir del perdón

En el presente subcapítulo, se buscará ahondar en el concepto de ambigüedad y de qué manera este


ayuda, a partir del perdón, a lidiar con la herencia de la violencia política en el Perú. Para ello, se
parte justamente de los rendidos, de aquellas personas que no caben en ninguno de los
metadiscursos sobre la guerra analizados anteriormente. Lo que propone Agüero es aceptar la
condición de ser un rendido, de ser un Otro. ¿Cómo es esto posible?

En primer lugar, Agüero propone volver a reclamar la posición de víctima. Esta es una posición de
la que ciertos discursos académicos de las ciencias sociales se han querido distanciar. La víctima,
dice, no fue solo un proceso discursivo, sino algo que construyó “al sufrir los cuerpos y las

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voluntades la coerción” (2015: 105). La posición de la víctima es para Agüero algo real, algo que
escapa a los discursos, que escapa a los metarrelatos. Por ello, las víctimas no se limitan solamente
a los inocentes, sino a todos aquellos que se vieron afectados por el conflicto armado interno.

Lo que propone Agüero es “entregarse al desamparo” (2015: 120) de ser una víctima, puesto que
solo desde allí es posible para los otros, para los subalternos, tener voz y una forma de pasado, una
experiencia que puede ser legítima. La voz del Otro entonces no se recupera en la escritura o en el
ámbito académico, sino en el rendirse, en el ver la guerra no para volver a contarla, sino para
aceptar sus matices. Al hacer esto, su propio libro es problematizado. No obstante, lo sigue viendo
como necesario, porque su fin no se encuentra en apelar a una gran cantidad de lectores, sino en
llegar básicamente a quienes se identifiquen con él y puedan usarlo para fines prácticos, reales.

Esto empieza en Los Rendidos por visibilizar la vergüenza que siente Agüero al ser hijo de
senderistas, cuando dice, por ejemplo, que “se aprende a convivir con la vergüenza” (2015: 19). La
vergüenza normalmente es algo que se esconde. En el libro se relatan varios episodios en que
amigos o conocidos suyos huían de su pasado, como su amigo Gonzalo, quien llegó a cambiarse el
nombre para no tener ninguna atadura con el líder de Sendero Luminoso. Al visibilizar su
vergüenza, como afirma Katherine Mansilla, Agüero “resignifica el lenguaje de los años de
violencia porque ‘hace explotar’ nuestra vergüenza en nuestros propios rostros lectores, como un
camino de reconstrucción pública para la ética y la política” (Mansilla 2014: 91).

Mansilla compara la visión de Agüero con la de la fenomenología, que aboga siempre por la
primacía de la vida en todos los ámbitos sociales. Es el mundo de la vida, de lo real, y no los
discursos, científicos y demás, que se hacen sobre ella, los que deben tenerse siempre en cuenta.
En el caso de Agüero, ser víctima es algo real y es esa la posición que toma para ser escuchado. No
toma ninguna posición dentro de la ciudad letrada ni escoge metarrelato alguno.

En el contexto de un país destruido por la guerra, en el que ninguna de las cosas que se saben
parecen tener sentido o ayudar a cambiar nada, Agüero encuentra, como la fenomenología, la
solución en los demás. Por ello, no intenta reconstruir una idea revolucionaria. El primer gesto es
hacerse responsable de lo que se vio y se hizo, porque la otra persona lo interpela desde el pasado
compartido también desde lo ambiguo y cambiante. La única manera de conectarse con esa otra
persona es rindiéndose. El rendirse, al ser un acto difícil, le da agencia a quien lo hace, sobre todo
si esta persona ha sido un subalterno (un exterrorista o hijo de terroristas, por ejemplo) que
normalmente no la ha tenido. Agüero afirma: “un pueblo está habitado por víctimas. Esa es la
primera condición para acercarse a él. El país, el mundo entero es una fosa común. Sin esa
honestidad, se cae en la arrogancia del intelectual o del esnob, o peor aún, en un nuevo vicio de la
institucionalidad de derechos humanos, lo fue el activismo narcisista antes: la tecnocracia” (2015:

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48). Es decir, es aceptar la realidad y no crear urdimbres discursivas a su alrededor lo que se debe
hacer.

Ahora bien, ser una víctima, un rendido, es solamente el primer paso para Agüero. Lo importante
es adquirir esa posición, “ser una víctima por primera vez, para poder tener la oportunidad de
perdonar” (2015: 120). En ese ámbito, se citan principalmente a dos filósofos que hablan sobre el
perdón. En primer lugar, se habla de Levinas, quien creía que para perdonar se debía recibir un
acto de contrición, de arrepentimiento. El perdón, entonces, es visto como un intercambio, como
un dar algo a cambio de otra cosa.

El otro filósofo que Agüero menciona es Derrida. Y Derrida plantea un perdón distinto al de
Lévinas. Para Derrida, “cada vez que el perdón está al servicio de una finalidad […] entonces el
perdón no es puro ni lo es su concepto. El perdón no es, no debería ser ni normal ni normativo ni
normalizante. Debería permanecer excepcional y extraordinario, sometido a la prueba de lo
imposible: como si interrumpiese el curso ordinario de la temporalidad histórica” (Derrida 1999:
4). Es decir, se debe perdonar justamente porque no se quiere, porque no se debe, porque nadie lo
ha pedido, porque será rechazado (Agüero 2015: 133). El perdón debe ser gratuito y no debe
esperar nada a cambio.

Si una persona perdona a otra solo porque esta se ha arrepentido, el perdón entonces se inscribe en
una lógica económica que perpetúa el sistema en el que nos encontramos. Es decir, no es
solamente que las personas terminan siendo parte del capitalismo, sino que también continúan el
mismo ciclo de la historia que es contada por los vencedores y el ciclo persiste. Un perdón así
entonces no altera nada. Es solo un elemento más dentro de una maquinaria que funciona.

Ahora bien, el perdón planteado por Derrida es un perdón como un don. Un perdón que se brinda
justamente porque no se pide, un perdón que rompe el ciclo económico, que detiene a la historia.
Al detener la historia, entonces, detiene todos los discursos históricos y da la posibilidad, en el
caso de Agüero, de darle voz a aquellos que no la tienen, una voz adquirida desde el gesto radical
de perdonar. Si Agüero, un hijo de senderistas, perdona a Alan García, un político que nunca ha
pedido perdón, eso le da un poder a Agüero dentro de un sistema completamente distinto. Legitima
su experiencia no desde las reglas de la ciudad letrada, sino desde la realidad, desde la vida.

No obstante, el perdón también es problematizado. Para Agüero, esa fe en los demás que
representa el perdón no será nunca satisfecha (2015: 134), justamente porque las estructuras del
país, que permitieron el conflicto armado interno, persisten inalteradas. El Otro sigue siendo otro,
los políticos siguen afirmando que no se debe perdonar ni olvidar lo sucedido y los metarrelatos se
siguen perpetuando. Y pese a que perdonar no detendrá todo esto, se debe hacer. Este conflicto es
parte de la ambigüedad mencionada. Al tratar el conflicto armado interno desde el presente, lo que

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quiere Agüero es, como afirma Lorena Paz Amaro, “comprender para sanar, comprender para
cambiar” (De La Paz 2017: 109), no recordar solamente para recordar. Y al intentar comprender se
da de bruces con más dudas que certezas.

Ese es justamente el punto del conjunto de fragmentos que conforman Los Rendidos. No dejarse
llevar por la certeza de ningún discurso, sino optar por la incertidumbre que ha dejado el conflicto
armado interno e intentar de ese modo soluciones que se basen en lo real, en lo material. Solo de
esta manera se puede evitar que conflictos parecidos vuelvan a suceder. Pero para ello es necesario
aceptar todas las responsabilidades en el presente, rendirse y perdonar. Construir relatos sobre el
pasado solamente lo mantienen en el pasado, mientras que aceptar los efectos del mismo pasado en
el presente y rendirse ante ellos da pie a la posibilidad de sanar esas heridas.

De esta manera, la naturaleza fragmentaria e incierta del libro, que a veces recae en lo académico y
otras en lo poético, lo intenta posicionar fuera de lo literario para proponer soluciones concretas. El
libro, entonces, no está para relatar nada, sino para servir como testimonio de un subalterno y
como base, por ello, de una posible reconciliación.

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Conclusiones

Como se ha visto en la presente monografía, se ha intentado establecer de qué manera se


reconfigura ambiguamente el conflicto armado interno peruano desde la experiencia del Otro en
Los Rendidos. Se ha visto que su idea principal es escapar de los discursos literarios e históricos
acerca del conflicto armado interno. A partir de ello, se ha puesto al Otro, encarnado por el propio
José Carlos Agüero, al centro de todo para luego destacar la ambigüedad como el único camino de
reconstrucción posible tras la época de violencia. Por ello, se ha divido el trabajo en dos capítulos.
Por un lado, se ha analizado cómo se presenta la otredad en el libro y cuáles son las implicaciones
de esto. En ese aspecto se ha visto cómo la elección del testimonio como medio ha sido algo
calculado para justamente legitimar la experiencia de la subalternidad desde sus propias reglas y
no para insertarlo en la cultura hegemónica.
Por otro lado, se ha observado cómo se manifiesta la ambigüedad en el libro. Esta resulta la única
herramienta posible para contrarrestar los metarrelatos certeros acerca del conflicto armado interno
y la única manera de darle agencia al otro fuera de la hegemonía. En ese contexto, se ha hablado
también de la importancia del perdón para, como en el capítulo anterior, dejar en claro que lo
importante es darle agencia al Otro y evitar que vuelva a sufrir por algo parecido.
Como conclusión, se puede decir que Agüero no plantea cambiar las estructuras como lo planteaba
Sendero Luminoso. No hay un fin político en su libro. Todo lo contrario. Lo que hay es un fin
ético. Se pone en el centro a la víctima y se le da agencia no para construir un mundo distinto, sino
para sobrevivir en el que le ha tocado vivir. En Los Rendidos no se busca una solución global y
estructural, sino más bien una solución que le sirva a cada individuo, a cada Otro, para sobrellevar
el peso de la historia. Tanto el discurso revolucionario senderista como el militarista lo que han
hecho es, según Agüero, poner a la vida individual en un segundo plano en favor de una gran meta.
Es esa ideología la que ha causado todo el conflicto y la cantidad de muertos y heridos que hubo.
Lo que toca ahora es evitar que algo así vuelva a suceder y para ello se precisa entender de otra
manera lo sucedido, entenderlo no desde la certeza, sino desde la ambigüedad, el único lugar en el
que puede desenvolverse el Otro, que ha sido la víctima de las consecuencias de esos discursos.
De este modo, esta investigación ha intentado analizar cómo todo esto se manifiesta en el libro.
Debido a que el libro es reciente aún no existen demasiados textos que hablen sobre él. Esta
investigación intenta justamente abarcar algunos de sus aspectos más importantes para entenderlo
no solamente como libro sino como un fenómeno sociológico, que describe las ansias que existen
por cambiar la situación del país, pero desde otra perspectiva, ya no política, sino ética, ya no
global, sino humana.

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