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Análisis de El crimen del padre Amaro (¡contiene spoilers!

)
El argumento de El crimen del padre Amaro es una crítica ácida y divertida de la sociedad de la
época, enfocada especialmente en una Iglesia hipócrita y carente de valores. Ni que decir tiene
que el conjunto de beatos y beatas, principalmente localizados en las ciudades de provincias,
también salen bastante mal parados en esta novela. Ni siquiera los liberales del momento se
salvan de alguna que otra pulla del autor, quedando representados en unos personajes para
nada admirables. Y es que éste es uno de los puntos fuertes de El crimen del padre Amaro, no
hay un sólo personaje que se pueda considerar decente por completo o un modelo a seguir,
todos tienen algún defecto criticable o reprochable.

Podemos ver la ciudad de Leiria como el perfecto ejemplo de una ciudad de provincias
portuguesa de finales del siglo XIX, imaginando incluso que observamos la escena a través de
una ventana temporal. El propio Quirós vivió durante una temporada en la ciudad por motivos
de trabajo y el modo de vida de los habitantes fue lo que inspiró esta novela satírica. Si
analizamos Leiria desde un punto de vista jerárquico observamos que ostentando el poder se
encuentran los cargos políticos locales y los clérigos de la comarca. Los representantes
estatales y los eclesiásticos conviven en una continua relación de intereses cruzados, la Iglesia
apoya a los partidos políticos en las elecciones para después verse recompensada con
privilegios.

A continuación nos encontramos con el grueso de la sociedad, la mayor parte de los


ciudadanos son personas beatas que viven temiendo cometer el más mínimo pecado y ser
juzgados en consecuencia. Por otro lado tenemos a los liberales y a aquellos ciudadanos
alejados de la religión que en estas ciudades provincianas se ven apartados de la vida en
sociedad. Éste es el caso de Joáo Eduardo cuando se descubre que es el autor del comunicado
del periódico.

Pero sin duda la crítica social es más incisiva en lo tocante a los miembros del clero,
especialmente con la historia principal de la novela. La intensa relación entre el padre Amaro y
Amelia se intuye casi desde el momento en que el párroco pone un pie en la pensión de la
Sanjuanera. La tensión entre los dos va creciendo poco a poco y somos testigos de primera
mano de cómo cada uno de los personajes evoluciona para justificar su pecado.

El padre Amaro se lamenta desde el principio de su condición de párroco. Detesta a su


benefactora por haber condicionado su destino y por haberlo privado de tantos placeres que
ansía como hombre. Es ésta una de sus principales frustraciones, no es capaz de adaptarse a
las privaciones que exige la Iglesia; su perdición es la necesidad de contacto íntimo con el sexo
opuesto. Cuando conoce a Amélia estas ansias no hacen más que crecer hasta consumirlo.
Observamos a través de su punto de vista cómo sobrelleva cada uno de los reveses que lo
alejan temporalmente de la muchacha.

El joven párroco no es ni mucho menos el ejemplo de hombre religioso, ni sigue los mandatos
católicos. Vemos que Amaro odia a Joáo Eduardo, que desearía vivir en los tiempos de la
Inquisición para acabar con él en la hoguera, atender a los enfermos y a los necesitados le
resulta una obligación pesada y en numerosas ocasiones se salta sus oraciones nocturnas y su
análisis de conciencia.
Poco a poco vemos que aunque termina consiguiendo lo que tanto deseaba - a la hermosa
Amélia - no logra la felicidad. Lejos de calmar su temperamento, estos encuentros con la
muchacha lo vuelven más irascible, siente celos e incluso llega a emplear la violencia contra
ella. El ambiente entre ambos termina siendo irrespirable y cuando Amaro se entera del
embarazo de Amélia urde una serie de planes con la única intención de librarse del problema y
que la verdad nunca salga a la luz.

Habría terminado sus relaciones con Amaro, si se hubiera atrevido, pero temía casi tanto su
cólera como la de Dios.

Amélia, por su parte, tiene una personalidad dual. Aunque en un principio se muestra como
una cristiana modélica es un personaje que tiene muchas capas. En todo momento la
muchacha sabe discernir entre lo que está bien y lo que está mal, pero dentro de ella se
fraguan algunos sentimientos contrarios a lo que se esperarís de una buena cristiana y que no
es capaz de combatir. Ya desde que nos introducimos un poco en su perspectiva
comprendemos que su noviazgo con Joáo Eduardo nació de un impulso por satisfacer su
vanidad y no del amor. Ansía sentirse deseada y enamorarse, seguramente debido a la
represión del ambiente en el que se encuentra.

A Amélia muchas veces se le agria el carácter por esta insatisfacción vital y todavía más cuando
empieza a sentirse atraída por el padre Amaro. La Sanjuanera llama en estas ocasiones al
médico que le suele recomendar que lo que necesita la muchacha es casarse.

El personaje evoluciona a lo largo de la trama hasta ver aumentado su temor a Dios y al


infierno hasta un extremo obsesivo. Al final del libro termina siendo una muchacha descuidada
que siente que en cualquier momento llegará la muerte y se cobrará todos sus pecados de una
sola vez. La línea del amor y el odio entre Amélia y el padre Amaro queda muy difusa,
especialmente en los últimos capítulos de la obra, cuando ambos terminan viéndose
superados por las circunstancias.

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