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EL SENTIDO COMÚN ECLESIAL

En la vida corriente, nos vemos constantemente avocados a realizar


apreciaciones y a tomar decisiones, de modo espontáneo, con eficiencia y
adaptabilidad1. Nos relacionamos con lo concreto cotidiano mediante el
sentido común –que comprende cogniciones, intuiciones, afectos y
prácticas corrientes2.

En las diversas situaciones, cada persona ejercitará su sentido común –y


la colectividad, la opinión pública– de modo adecuado en tanto tienda a
conseguir cuanto competa a su realización –su santificación– en este
mundo –que alcanzará su plenitud en el venidero, cuando todo sea
recapitulado en Cristo (Ef 1,10). Las opciones libres ocurren, pues, en el
ámbito de lo verdadero, lo bueno y bello, propio y ajeno. El hombre se hace
libre por la verdad3. « Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres» (cf. Jn
8,36).

Valoramos mucho la libertad. Sin embargo, a la par, cuestionamos la


efectividad de su ejercicio, ante los condicionamientos sicológicos y
sociales. Los vínculos más fuertes residen en nuestro interior: los propios
estados síquicos, pasiones, hábitos y tendencias –«¡limpia primero lo de
dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera se haga limpio!»
(cf. Mt 23,26). También las concepciones y costumbres prevalentes modulan
–de distintos modos– nuestra vida; contribuyen a configurar nuestra
cosmovisión, nuestros presupuestos fundamentales, los juicios estimativos
sobre lo bueno y lo malo. Las opiniones mayoritarias influencian nuestras
opciones. ¡Qué no puede una consigna, un programa político, cuando es
acogido en un ambiente de moda! Tiende a involucrarnos a todos ¡Cuán
poderosas son las actitudes generales propias de una época! Se las llega a
aceptar como incontrovertibles; pero dejan de ser públicamente admitidas
tan pronto como cambian las circunstancias.

1
Cf. Myers, David. Psicología social (2000). 91-95
2
Cf. Guardini, Romano. Contraste –ensayo de una filosofía de lo viviente-concreto. Madrid: BAC
(1994) 215.
3
Cf. Juan Pablo II. Encíclica ‘Evangelium vitae’. n.19
2

Muchas veces, en las actuales democracias, la opinión pública fluctúa


fácilmente. Cuestiones religiosas, políticas, éticas que acaparan la atención
del momento pueden quedar relevadas pronto 4. Tiende a nublarse, así, el
panorama de sentido; se pierde la seguridad en las opciones vitales. El
sentido común –sea particular o público– queda sin timón, a merced de los
más variados corrientes (cf. Ef 4,14) y, al final de cuentas, todo viene a ser
indiferente.

En la vida ordinaria, nuestras elecciones “de sentido común” no siempre


son óptimas. Constatamos que, dada nuestra condición decaída, no
percibimos, de manera clara, lo más adecuado o, una vez percibido, no lo
efectuamos (cf. Rm 7,19). Necesitamos de la luz y guía del Espíritu del Hijo
de Dios. El influjo de su gracia alcanza las profundidades más íntimas y se
armoniza con las más legítimas aspiraciones, porque proviene del mismo
Creador, Redentor y Santificador –quien ilumina los entendimientos e
invita, suave y fuertemente, a las voluntades en el sentido del
perfeccionamiento de cada cual, de todos, y de todo. La gracia divina
capacita las personas y lleva sus caracteres, facultades y realizaciones a
plenitud (PL 6-7)5. El sentido común llega a hacerse, así, sensus fidei –
sentido común del cristiano y la opinión pública se perfecciona como
sensus fidelium –sentido común eclesial.

Con respecto a los condicionantes culturales, se necesita, pues, una


toma de distancia crítica; una perspectiva supra-cultural. Ésta, como
vemos, se consigue por la acogida de la Revelación divina 6. La Iglesia ofrece
una liberación integral, en cuanto dispensadora de los dones de la
salvación obrada por Jesucristo. Al creer, participamos de su vida, nos
situamos en su perspectiva. En la Iglesia, ciertamente, hay muchas cosas
condicionadas culturalmente. Pero el contenido esencial de su doctrina,
moral, liturgia, trasciende los condicionamientos temporo-espaciales. Así,
constituye un faro de referencia, de discernimiento, en medio de las
banderías que solicitan, justificadamente o no, una atención y dedicación

4
Cf. Guardini, Romano. “El camino hacia la libertad”. En: Sentido de la Iglesia. San Sebastián:
Dinos (1964). p. 85.
5
Cf. León XIII. Carta Encíclica ‘Libertas praestantissimum’ –sobre la libertad y el liberalismo.
(1888).
6
Cf. Guardini, Romano. Contraste –ensayo de una filosofía de lo viviente-concreto. Madrid: BAC
(1994) 216.
3

abarcantes y ejerce una función liberadora respecto de las exigencias de la


época. En ella, cada cual alcanza una distancia crítica y es interiormente
más independiente frente a «lo que todos dicen». Al contrario, en la medida
en que el hombre renuncia a estar en relación con ella, queda a merced del
fascinante brillo del ambiente hasta llegar a la superstición 7.

La Iglesia mantiene su identidad esencial a la vez que se amolda a los


talantes diversos de los pueblos. Aúna en una misma confesión a las gentes
más diversas. Esta unidad en la diversidad es un dato sociológico que
sobrepasa cualquier explicación humana y constituye un signo patente del
invisible Espíritu que la anima. La acción del Espíritu posibilita la acogida,
y aplicación vital de la Revelación por el conjunto de los fieles –con la guía
magisterial–, en medio de las vicisitudes del mundo.

La asistencia infalible del Espíritu se da cuando hay unión en nombre de


Jesucristo –por la fe y el amor– (cf. Mt 18,19-20); cumpliendo su Palabra (cf.
Jn15,10), siguiendo su camino vital. El sensus fidei concierne a cada
creyente y a la comunidad, en conjunto. Una piedra de toque en la
valoración de la autenticidad del sensus de un grupo de personas es su
sintonía con la Iglesia en su conjunto –con su misión evangelizadora-
santificadora, con cuanto cree, ama y espera–, con el Magisterio vivo –de los
pastores legítimos–. Implica sentire cum Ecclesia8.

El sensus fidei es consecuencia de la vida en Cristo. El bautizado


participa de su Espíritu y tiene, así, una connaturalidad con todo cuanto se
refiere a Él y a su Iglesia. Es sentido sobrenatural de fe, amor y esperanza;
intuición fiel, amorosa y esperanzada.

Se puede identificar el sensus fidei con la a‡sqhsij de la Escritura. Los


Hechos de los Apóstoles (1,15-26; 6,1-6; 15,6-29) y la Tradición nos muestran
que, en cada caso, la deliberación comunitaria va seguida de la decisión
formal de la autoridad.

7
Cf. Guardini, Romano. “El camino hacia la libertad”. En: Sentido de la Iglesia. San Sebastián:
Dinos (1964). 82-90.
8
Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo
(1990).
4

El sensus fidei incluye dos facetas de una misma realidad 9. Propiamente


es una cualidad del creyente, a quien la gracia de la fe y el amor del
Espíritu confieren una capacidad de percibir lo cristiano –y de distinguirlo
de lo extraño. El término fue utilizado por grandes autores del siglo XIII
(Guillermo de Auxerre, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino); surgió
del análisis de las facultades de la fe en el creyente. El término sensus
fidelium, por su parte, hace referencia a lo que se puede captar desde fuera
–objetivamente– acerca de cuanto creen y profesan los fieles; es propio de
los teólogos de la segunda mitad del siglo XVI (Melchor Cano, San Roberto
Belarmino, Francisco Suárez), y nace de un estudio sobre criterios
doctrinales.

El desarrollo de este concepto se consigna, en los sucesivos concilios –de


Trento (DS 1637) y Vaticanos–, como consensus fidelium o universus
ecclesiae sensus, y se refiere al asentimiento universal, cuando todo el
cuerpo de los creyentes, «desde los obispos hasta el último de los laicos»
profesan la misma fe (LG 12.25)10. Por la concordia entre los fieles (cf. Act
2,42.44), el sensus fidei es inseparable del sensus fidelium. En consonancia,
los documentos magisteriales suelen tener, justificadamente, una
concepción unitaria11.

El sentido sobrenatural de la fe sólo puede ser conocido por la fe. No


podemos fundarnos en nuestros sentimientos ni aficiones, ni en el arraigo
demográfico de una tendencia para calificarla, sin más, como de fe divina y
apostólica12. No puede ser determinado estadística o sociológicamente. No
se identifica, necesariamente, con la opinión pública, ni con la moda
religiosa ni teológica13. Son perceptibles sus expresiones en la confesión y el
testimonio –aunque no inequívocamente. Es difícil percibir objetivamente el

9
Cf. Pié-Ninot, Salvador. Sentido. http://www.mercaba.org/DicTF/TF_sentido.htm
10
Agustín de Hipona, santo. De praedestinatio sanctorum, 14,27 (PL 44, 980). En: Concilio
Vaticano II. Constitución dogmática ‘Lumen gentium’ –sobre la Iglesia. (1964).
11
Cf. Concilio Vaticano II. LG 12. sensus fidei: PO 9; sensus catholicus: AA 30 sensus christianus
fidelium: GS 52; sensus christianus: GS 62 sensus religiosus: NA 2; DH 4; GS 59; sensus Dei: DV
15; GS 7; sensus Christi et Ecclesiae: AG 19; instinctus: SC 24; PC 12; GS 18. Catecismo de la
Iglesia Católica (1992) n. 91-93. Weigand, William, Discurso de apertura al sínodo diocesano
(2004) Yuba City.
12
Cf. Möhler, Johann. Simbólica. Madrid: Cristiandad (2000) p. 455.
13
Cf. Saward, John. “The sensus fidei”. In: The Theology of Laity. http://www.christendom-
awake.org/pages/jsaward/laity2.html
5

sensus fidei y el consensus. Es un locus theologicus difícil de conceptuar14:


la consulta a los fieles no es una práctica sencilla 15; es complicado
distinguir los límites entre los contenidos de la Tradición eclesial y los
determinados por la cultura hegemónica.

A veces, las críticas teológicas surgidas en las democracias liberales


proponen un “consenso de fieles” generado, más bien, por los medios de
comunicación masiva. En estos casos, el consenso remplaza a la comunión.
Se sugiere, entonces, que la verdad emerge de la confrontación de opuestos
–por ejemplo, entre las “comunidades de base” y las declaraciones
pontificias16– más que del desenvolvimiento orgánico de la vida eclesial 17.

14
Cf. Lohrer, Magnus, Mysterium salutis I (1982) p.611.
15
Cf. Walgrave, John. “La consulta a los fieles, según Newman”. En: Concilium 200 (1985) p.42.
16
Cf. Duquoc, Charles. “El pueblo de Dios, sujeto activo de la fe”. En: Concilium 200 (1985) p.97
17
Cf. Brett, Stephen. “Reception and the Cathecism”. In: The Homiletic & Pastoral Review.
October 1994.

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