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III (2022)
● Bibliografía:
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● Pruebas de practica:
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=sharing
● Resúmenes de Ciclo Inicial: https://psicoresumenes.weebly.com/primerano.html
● Resúmenes de segundo año:
https://psicoresumenes.weebly.com/segundoano.html
● Resúmenes de tercer año: https://psicoresumenes.weebly.com/tercerano.html
Alejandro Busto
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Módulo 1: Introducción a la Psicología Clínica. Clínica y subjetividad
La filosofía es la forma cultural más general de nuestra cultura. Ahora, ¿hay relaciones entre
la forma cultural que es la filosofía y la forma cultural que es la psicología?. La psicología no
ha hecho sino retomar de cierta suerte en un estilo finalmente positivo y científico toda una
serie de preguntas tratadas y animadas por la filosofía en el curso de los siglos precedentes
y que la psicología, trabajando sobre la conducta y el comportamiento, no ha hecho otra
cosa que desmitificar por un lado y volver positivo por el otro nociones como alma o
pensamiento, por ejemplo. En está medida, la psicología aparecería pura y simplemente
como la continuación científica de aquello que hasta el presente había estado alienado y
oscurecido a sí mismo bajo la forma de la filosofía. Y en está misma medida la psicología
aparecería claramente como la forma cultural en la cual el hombre occidental se interroga a
sí mismo y vendría siendo ella la relación fundamental del hombre consigo mismo en una
cultura como la nuestra.
Lo que caracteriza la psicología, lo que ha hecho que ella sea probablemente la más
importante de las ciencias humanas, en cierto modo la ciencia humana rectora, ha sido el
descubrimiento del inconsciente por Freud. Freud literalmente descubrió el inconsciente
como una cosa; y descubriendo el inconsciente, la psicología descubría que el cuerpo
mismo formaba parte de nuestro inconsciente, que la colectividad a la cual pertenecemos, el
grupo social, la cultura en la cual hemos vivido forman parte también de nuestro
inconsciente; y así todas las ciencias vecinas de la psicología, como la fisiología, sociología,
etc, se vieron remodeladas y retomadas en cuenta por la psicología misma, por la
mediación de este descubrimiento del inconsciente, de tal suerte que la psicología devino
probablemente, en el nivel de sus fundamentos más secretos, aquello que porta consigo
mismo todo destino de las ciencias humanas.
¿Por qué decimos con tanta pasión, tanto rencor contra nuestro pasado más próximo,
contra nuestro presente y contra nosotros mismos que somos reprimidos? Con toda
segurtidad es legitimo preguntarse por que, durante tanto tiempo, se ha asociado sexo y
pecado, más habria que preguntarse también la razon de que hoy nos culpabilicemos tanto
por haberlo convertido antaño en un pecado. ¿como ha ocurrido ese desplazamiento que,
pretendiendo liberarnos de la naturaleza pecadora del sexo, nos abruma con una gran culpa
historica que habria consistido precisamente en imaginar esa naturaleza culpable y en
extraer de tal creencia efectos desastrosos?
Se me dirá que si hay tantas personas actualmente que señalan esa represión, ocurre así
porque es históricamente evidente. Y que si hablan de ella con tanta abundancia y desde
hace tanto tiempo, se debe a que la represión está profundamente anclada, y una única
denuncia no podría liberarnos; el trabajo solo puede ser largo. Tanto más largo sin duda
cuanto que lo propio del poder es ser represivo y reprimir con particular atención las
energías inútiles, la intensidad de los placeres y las conductas irregulares. Era pues de
esperar que los efectos de liberacion respecto de ese poder represivo se manifestasen con
lentitud; la empresa de hablar libremente del sexo y de aceptarlo en su realidad es tan ajena
al hilo de una historia ya milenaria, es ademas tan hostil a los mecanismos intrinsecos del
poder, que no puede sino atascarse mucho tiempo antes de tener exito en su tarea.
Ahora bien, frente a lo que yo llamaría está “hipótesis represiva”, pueden enarbolarse tres
dudas considerables:
1. ¿la represeion del sexo es en verdad una evidencia historica?
2. ¿la mecánica del poder, y en particular la que está en juego en una sociedad como
la nuestra, pertenece en lo esencial al orden de la represión? ¿la prohibición, la
censura, la denegación son las formas según las cuales el poder se ejerce de un
modo general, tal vez, en toda sociedad, y seguramente en la nuestra?
3. ¿el discurso crítico que se dirige a la represión, viene a cerrarle el paso a un
mecanismo del poder que hasta entonces había funcionado sin discusión o bien
forma parte de la misma red histórica de lo que denuncia llamándolo “represión”?
¿hay una ruptura histórica entre la edad de la represión y el análisis crítico de la
represión?
Las dudas que quisiera oponer a la hipotesis represiva se proponen menos mostrar que
ésta es falsa que colocarla en una economia general de los discursos sobre el sexo en el
interior de las sociedades modernas a partir del siglo XVII. En suma, se trata de determinar,
en su funcionamiento y razones de ser, el régimen de poder-saber-placer que sostiene en
nosotros al discurso sobre la sexualidad humana. El punto esencial es tomar en
consideración el hecho de que se habla de el, quienes lo hacen, los lugares y puntos de
vista desde donde se habla, el “hecho discursivo” global, la “puesta en discurso” del sexo. El
punto importante será saber en qué formas, a través de qué canales, deslizándose a lo
largo de qué discursos llega el poder hasta las conductas más tenues y más individuales,
qué caminos le permiten alcanzar las formas infrecuentes o apenas perceptibles del deseo,
cómo infiltra y controla el placer cotidiano -todo ello con efectos que pueden ser de rechazo,
de bloqueo, de descalificación, pero también de incitación, de intensificación, en suma: las
“técnicas polimorfas del poder”.
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Una primera aproximacion, realizada desde este punto de vista, parece indicar que desde el
fin del siglo XVI la “puesta en discurso” del sexo, lejos de sufrir un proceso de restriccion, ha
estado por el contrario sometida a un mecanismo de incitacion creciente; que las tecnicas
de poder ejercidas sobre el sexo no han obedecido a un principio de seleccion rigurosa sino,
en cambio, de diseminacion e implantacion de sexualidades polimorfas, y que la voluntad de
saber no se ha detenido ante un tabú intocable sino que se ha encarnizado en construir una
ciencia de la sexualidad.
La hipótesis represiva
Siglo XVII: sería el comienzo de una edad de represión, propia de las sociedades llamadas
burguesas. A partir de ese momento, nombrar el sexo se habria tornado más dificil y
costoso.
Pero considerando los siguientes 3 siglos en sus continuas tranformaciones, las cosas
aparecen muy diferentes: una verdadera explosion discursiva en torno y a proposito del
sexo.
En desquite, al nivel de los discursos y sus dominios, el fenómeno es casi inverso. Los
discursos sobre el sexo no han cesado de proliferar: una fermentacion discursiva que se
acelero desde el siglo XVIII.
Este proyecto de una “pueta en discurso” del sexo se había formado hace mucho tiempo, en
una tradición ascetica y monastica. El siglo XVII lo convirtió en una regla para todos. La
pastoral cristiana ha inscrito como deber fundamental llevar todo lo tocante al sexo al molino
sin fin de la palabra. La prohibición de determinados vocablos, la decencia de las
expresiones, todas las censuras al vocabulario podrían no ser sino dispositivos secundarios
respecto de esa gran sujeción: maneras de tornarla moralmente aceptable y técnicamente
útil.
Se ha construido un artefacto para producir discursos sobre el sexo, siempre más discursos,
susceptibles de funcionar y de surtir efecto en su economia misma. Tal técnica quizá habría
quedado ligada al destino de la espiritualidad cristiana o a la economía de los placeres
individuales si no hubiese sido apoyada y reimpulsada por otros mecanismos.
Esencialmente, un “interés público”. No una curiosidad o una sensibilidad nuevas; tampoco
una nueva mentalidad. Si, en cambio, mecanismos de poder para cuyo funcionamiento el
discurso sobre el sexo ha llegado a ser esencial. Nace hacía el siglo XVIII una inclinacion
politica, economica y tecnica a hablar del sexo. Y no en forma de una teoría general de la
sexualidad, sino en formas de análisis, en forma de investigaciones cuantitativas o
causales. Tomar “por su cuenta” el sexo, pronunciar sobre el un discurso no unicamente de
moral sino de racionalidad, fue una necesidad lo bastante nueva como para que al principio
se asombrara a si misma y se buscase excusas.
Se debe hablar del sexo, se debe hablar publicamente y de un modo que no se atenga a la
division de lo licito y lo ilicito; se debe hablar como de algo que no se tiene, simplemente,
que condenar o tolerar, sino que dirigir, que insertar en sistemas de utilidad, regular para el
mayor bien de todos, hacer funcionar segun un optimo. El sexo no es cosa que solo se
juzgue, es cosa que se administra.
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En el siglo XVIII el sexo llega a ser asunto de “policia”. Pero en el sentido pleno y fuerte que
se daba entonces a la palabra. Policia del sexo: es decir, no el rigor de una prohibicion sino
la necesidad de reglamentar el sexo mediante discursos utiles y publicos.
No se dice menos (sobre el sexo) que en los siglos anteriores: al contrario. Se dice de otro
modo; son otras personas quienes lo dicen, a partir de otros puntos de vista y para obtener
otros efectos.
A partir del siglo XVIII el sexo de niños y adolescentes se tornó un objetivo importante y a su
alrededor se erigieron innumerables dispositivos institucionales y estrategias discursivas.
Lo que marca, entonces, a nuestros tres ultimos siglos es la veridad, la amplia dispersion de
los aparatos inventados para hablar, para hacer hablar del sexo, para obtener que el hable
por si mismo, para escuchar, registrar, transcribir y redistribuir lo que se dice. Se trata de
una incitación a los discursos, regulada y polimorfa.
La implantación perversa
Hasta fines del siglo XVIII, tres grandes códigos explícitos regían las prácticas sexuales:
derecho canónico, pastoral cristiana y ley civil. Fijaban, cada uno a su manera, la línea
divisoria de lo lícito y lo ilícito. Pero todos estaban centrados en las relaciones
matrimoniales: el deber conyugal, la capacidad para cumplirlo, la manera de observarlo, los
momentos en que se lo exigía (periodos peligrosos del embarazo y la lactancia, tiempo
prohibido de la cuaresma o de las abstinencias), etc. El sexo de los conyuges estaba
obsedido por reglas y recomendaciones.
La explosion discursiva de los siglos XVIII y XIX provocó dos modificaciones en ese sistema
centrado en las relaciones matrimoniales. En primer lugar, un movimiento centrifugo
respecto a la monogamia heterosexual. Se habla cada vez menos de ella, la pareja legítima,
con su sexualidad regular, tiene derecho a mayor discreción. En cambio, se interroga a la
sexualidad de los niños, a la de los locos y a la de los criminales; al placer de quienes no
aman al otro sexo; a las ensoñaciones, las obsesiones, las pequeñas manias o las grandes
furias.
¿Qué significa la aparición de todas esas sexualidades periféricas? ¿El hecho de que
puedan aparecer a plena luz es el signo de que la regla se afloja? ¿O el hecho de que se
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les preste tanta atención es prueba de un régimen más severo y de la preocupación de
tener sobre ellas un control exacto?
La mecánica del poder que persigue a toda esa disparidad no pretende suprimirla sino
dandole una realidad analitica, visible y permanente: la hunde en los cuerpos, la desliza
bajo las conductas, la convierte en principio de clasificación y de inteligibilidad, la constituye
en razón de ser y orden natural del desorden. ¿Exclusión de esas mil sexualidades
aberrantes? No. En cambio, especificación, solidificación regional de cada una de ellas. Al
diseminarlas, se trata de sembrarlas en lo real y de incorporarlas al individuo.
Para ejercerse, está forma de poder exige, más que las viejas prohibiciones, presencias
constantes, atentas, también curiosas; supone proximidades; procede por exámenes y
observaciones insistentes; requiere un intercambio de discursos. La medicalización de lo
insólito es, a un tiempo, el efecto y el instrumento de todo ello. Internadas en el cuerpo,
convertidas en caracter profundo de los individuos, las rarezas del sexo dependen de una
tecnologia de la salud y de lo patologico.
La sociedad “burguesa” del siglo XIX, sin duda también la nuestra, es una sociedad de la
perversión notoria y patente. Y no de manera hipócrita, pues nada ha sido más manifiesto y
prolijo, más abiertamente tomado a su cargo por los discursos y las instituciones. Se trata
del tipo de poder que la sociedad ha hecho funcionar sobre el cuerpo y el sexo. Tal poder,
precisamente, no tiene ni la forma de la ley ni los efectos de la prohibición. Al contrario,
procede por desmultiplicación de las sexualidades singulares. No la excluye, la incluye en el
cuerpo como modo de especificación de los individuos; no intenta esquivarla; atrae sus
variedades mediante espirales donde placer y poder se refuerzan; no establece barreras;
dispone lugares de máxima saturación. Produce y fija a la disparidad sexual. Las
sexualidades múltiples, todas forman el correlato de procedimientos precisos de poder. El
crecimiento de las perversiones es el producto real de la interferencia de un tipo de poder
sobre el cuerpo y sus placeres. Es posible que Occidente no haya sido capaz de inventar
placeres nuevos, y sin duda no descubrió vicios inéditos. Pero definió nuevas reglas para el
juego de los poderes y los placeres: allí se dibujó el rostro fijo de las perversiones.
Scientia Sexualis
Al menos hasta Freud, el discurso sobre el sexo -el discurso de cientificos y teoricos- no
habria cesado de ocultar aquello de lo que hablaba. Se podria tomar a todas esas cosas
dichas, precauciones meticulosas y analisis detallados, por otros tantos procedimietos
destinados a esquivar la insoportable, la demasiado peligrosa verdad del sexo. Y el solo
hecho de que se haya pretendido hablar desde el punto de vista purificado y neutro de una
ciencia es en sí mismo significativo. Era, en efecto, una ciencia hecha de fintas, puesto que
en la incapacidad o el rechazo a hablar del sexo mismo, se refirio sobre todo a sus
aberraciones, perversiones, rarezas excepcionales, anulaciones patologicas,
exasperaciones morbidas.
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El discurso cientifico formulado sobre el sexo en el siglo XIX estuvo atravesado por
credulidades sin tiempo, pero también por cegueras sistematica: negacion a ver y oir; pero
-sin duda es el punto esencial- negacion referida a lo mismo que se hacía aparecer o cuya
formulacion se solicitaba imperiosamente.
Al lado de los rituales consistentes en pasar por pruebas, al lado de las garantías dadas por
la autoridad de la tradición, al lado de los testimonios, pero también de los procedimientos
científicos de observación y demostración, la confesión se convirtió, en Occidente, en una
de las técnicas más altamente valoradas para producir lo verdadero. Desde entonces
hemos llegado a ser una sociedad singularmente confesante. La confesión difundió hasta
muy lejos sus efectos: en la justicia, en la medicina, en la pedagogía, en las relaciones
familiares, en las relaciones amorosas, en el orden de lo más cotidiano; se confiesan las
enfermedades y las miserias, y se confiesa en público y en privado, a padres, educadores,
médicos; y, en el placer o la pena, uno se hace a sí mismo confesiones imposibles de hacer
a otro, y con ellas escribe libros. La gente confiesa -o es forzada a confesar.
La obligación de confesar nos llega ahora desde tantos puntos diferentes, está ya tan
profundamente incorporada a nosotros que no la percibimos más como efecto de un poder
que nos constriñe; al contrario, nos parece que la verdad, en lo más secreto de nosotros
mismos, solo “pide” salir a la luz; que si no lo hace es porque una coerción la retiene,
porque la violencia de un poder pesa sobre ella, y no podrá articularse al fin sino al precio
de una especie de liberación.
La confesion fue y sigue siendo hoy la matriz general que rige la produccion del discurso
veridico sobre el sexo. Ha sido, no obstante, considerablemente transformada.
Durante mucho tiempo permaneció sólidamente encastrada en la práctica de la penitencia.
Pero poco a poco, después del protestantismo, la pedagogía del siglo XVIII y la medicina
del XIX, perdió su ubicación ritual y exclusiva; se difundió; se la utilizó en toda una serie de
relaciones: niños y padres, alumnos y pedagogos, enfermos y psiquiatras, delincuentes y
expertos. Las motivaciones y los efectos esperados se diversificaron, así como las formas
que adquirió: interrogatorios, consultas, relatos autobiográficos, cartas; fueron consignados,
transcritos, reunidos en expedientes, publicados y comentados.
Procedimientos por los cuales esa voluntad de saber relativa al sexo, que caracteriza al
Occidente moderno, hizo funcionar los rituales de la confesion en los esquemas de la
regularidad cientifica: ¿como se logro constituir esa inmensa y tradicional extorsion de
confesion sexual en formas cientificas?
1. Por una codificación clínica del “hacer hablar”: combinar la confesión con el
examen, el relato de sí mismo con el despliegue de un conjunto de signos y
síntomas descifrables, el interrogatorio, el cuestionario apretado, la hipnosis con la
rememoración de recuerdos, las asociaciones libres: otros tantos medios para
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reinscribir el procedimiento de la confesión en un campo de observaciones
científicamente aceptables.
2. Por el postulado de una causalidad general y difusa: el deber decirlo todo y el
poder interrogar acerca de todo encontraran su justificacion en el principio de que el
sexo está dotado de un poder causal inagotable y polimorfo. Al más discreto
acontecimiento en la conducta sexual se lo supone capaz de acarrear las
consecuencias más variadas a lo largo de toda la existencia; no hay enfermedad o
trastorno físico al cual el siglo XIX no le haya imaginado por lo menos una parte de
etiología sexual. Los peligros ilimitados que el sexo conlleva justifican el caracter
exhaustivo de la inquisicion a la cual es sometido.
3. Por el principio de una latencia instrinseca de la sexualidad: si hay que arrancar
la verdad del sexo con la tecnica de la confesion, no sucede así simplemente porque
sea dificil de decir o este bloqueada por las prohibiciones de la decencia, sino
porque el funcionamiento del sexo es oscuro; porque está en su naturaleza escapar
siempre, porque su energia y sus mecanismos se escabullen; porque su poder
causal es en parte clandestino. Al integrarla a un proyecto de discurso científico, el
siglo XIX desplazó a la confesión; está tiende a no versar ya sobre lo que el sujeto
desearía esconder, sino sobre lo que está escondido para el mismo y que no puede
salir a la luz sino poco a poco y merced al trabajo de una confesión en la cual, cada
uno por su lado, participan el interrogador y el interrogado. El principio de una
latencia esencial de la sexualidad permite articular en una práctica científica la
obligación de una confesión difícil. Es preciso arrancarla, y por la fuerza, puesto que
se esconde.
4. Por el método de la interpretación: si hay que confesar, no es solo porque el
confesor tenga el poder de perdonar, consolar y dirigir, sino porque el trabajo de
producir la verdad, si se quiere validarlo científicamente, debe pasar por esa
relación. La verdad no reside en el sujeto y, confesando, la sacaría por entero a la
luz. Se constituye por partida doble: presente, pero incompleta, ciega ante sí misma
dentro del que habla, solo puede completarse en aquel que la recoge. A este le toca
decir la verdad de esa verdad oscura: hay que acompañar la revelación de la
confesión con el desciframiento de lo que dice. Al convertir la confesión no ya en una
prueba sino en un signo, y la sexualidad en algo que debe interpretarse, el siglo XIX
se dio la posibilidad de hacer funcionar los procedimientos de la confesión en la
formación regular de un discurso científico.
5. Por la medicalizacion de los efectos de la confesion: el dominio del sexo ya no
es colocado solo en el registro de la falta y el pecado, sino, bajo el regimen de lo
normal y de lo patologico; por primera vez se define una morbilidad propia de lo
sexual. Ello quiere decir que la confesión adquirirá su sentido y su necesidad entre
las intervenciones médicas: exigida por el médico,necesaria para el diagnóstico y
por sí misma eficaz para la curación.
Desde hace más de ciento cincuenta años, está montado un dispositivo complejo para
producir sobre el sexo discursos verdaderos: un dispositivo que atraviesa ampliamente la
historia puesto que conecta la vieja orden de confesar con los metodos de la escucha
clinica. Y fue a través de ese dispositivo como, a modo de verdad del sexo y sus placeres,
pudo aparecer algo como la “sexualidad”.
La causalidad en el sujeto, el incosciente del sujeto, la verdad del sujeto en el otro que
sabe, el saber en el otro de lo que el sujeto no sabe, todo eso hallo campo propicio para
desplegarse en el discurso del sexo. No, sin embargo, en razon de alguna propiedad natural
inherente al sexo mismo, sino en funcion de las tecnicas de poder inmanentes en tal
discurso.
El método
El cuerpo del niño vigilado, rodeado de su cuna, lecho o cuarto, rodeado por sus padres,
pedagogos, medicos, todos atentos a las menores manifestaciones de su sexo, constitiyo
sobre todo a partir del siglo XVIII, otro foco local de poder-saber.
Dominio
La sexualidad no se debe describir como aquello que el poder somete y a menudo fracasa
en su intento de dominarla por completo. Sino más bien como un punto de pasaje para las
relaciones de poder. En las relaciones de poder la sexualidad no es el elemento más sordo,
sino, más bien, uno de los que estan dotados de la mayor instrumentalidad: utilizable para el
mayor número de maniobras y capaz de servir de apoyo, de bisagra, a las más variadas
estrategias.
En una primera aproximacion, parece posible distinguir, a partir del siglo XVIII, cuatro
grandes conjuntos estrategicos que despliegan a proposito del sexo dispositivos especificos
de saber y de poder:
1. Histerización del cuerpo de la mujer: según el cual el cuerpo integralmente fue
saturado de sexualidad. El cuerpo fue puesto en comunicación orgánica con el
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cuerpo social, cuya fecundidad regulada debe asegurar, el espacio familiar, del que
debe ser un elemento sustancial y funcional, y la vida de los niños, que produce y
debe garantizar, por una responsabilidad biológico-moral: la Madre, con su imagen
negativa que es la “mujer nerviosa”, constituye la forma más visible de está
histerización.
2. Pedagogizacion del sexo del niño: afirmacion de que casi todos los niños se
entregan o son susceptibles de entregarse a una actividad sexual, y de que siendo
esa actividad indebida, a la vez “natural” y “contra natura”, trae consigo peligros
fisicos y morales. Tal pedagogización se manifiesta sobre todo en una guerra contra
la masturbación que en Occidente duró cerca de dos siglos.
3. Socialización de las conductas procreadoras: socialización económica, por
medidas sociales o fiscales, a la fecundidad de las parejas; socialización política por
la responsabilización de las parejas respecto del cuerpo social entero; socialización
médica, en virtud del valor patógeno, para el individuo y la especie, prestado a las
prácticas de control de los nacimientos.
4. Psiquiatrización del placer perverso: el instinto sexual fue aislado como instinto
biológico y psíquico autónomo, se analizò sus formas anómalas; se le prestó papel
de normalización y patologización a la conducta entera, y por último, se buscó una
tecnología correcta de dichas anomalías.
En resumen, las cuatro figuras son: la mujer histerica, el niño masturbador, la pareja
malthusiana y el adulto perverso; cada uno es el correlativo de una de las estrategias que,
cada una a su manera, atravesaron y utilizaron el sexo de los niños, mujeres y hombres.
Fue alrededor y a partir del dispositivo de alianza donde se erigió el de sexualidad. El papel
de la familia es anclarla y constituir su soporte permanente. La familia es el cambiador de la
sexualidad y de la alianza: transporta la ley y la dimensión de lo jurídico hasta el dispositivo
de sexualidad; y transporta la economía del placer y la intensidad de las sensaciones hasta
el régimen de la alianza.
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El psicoanálisis surge, justamente, recorriendo fuera del control familiar la sexualidad de los
individuos; sacaba a la luz esa sexualidad, ponía en entredicho las relaciones familiares con
el análisis que de ellas hacía.
Periodización
En el siglo XVIII, por mediacion de la medicina, la pedaogia y la economia, se hizo del sexo
no solo un asunto laico, sino un asunto de Estado: un asunto en el cual todo el cuerpo
social, y casi cada uno de sus individuos, era instado a vigilarse. Se desarrollaba según 3
ejes:
a. la pedagogía: cuyo objetivo era la sexualidad específica del niño
b. la medicina: cuyo objetivo era la fisiología sexual de las mujeres
c. la demografía: cuyo objetivo era la regulación de los nacimientos
Hasta el psicoanalisis, reinaba toda una serie de teorias medicas sobre el sexo y la
herencia, sobre el sexo y las perversiones. La teoría de la degeneración explicaba, por
ejemplo, como una herencia cargada de diversas enfermedades producida en definitiva un
perverso sexual; pero también explicaba como una perversión sexual inducía un
agotamiento de la descendencia. Toda una practica social, cuya forma exasperada y a la
vez coherente fue el racismo de Estado, dio a la tecnologia del sexo un poder temible y
efectos remotos.
Frente a ello, las capas populares escaparon durante mucho tiempo al dispositivo de
sexualidad. Los mecanismos de sexualizacion penetraron lentamente en esas capas, y sin
duda en tres etapas sucesivas:
1. Primero a propósito de los problemas de natalidad
2. Luego, cuando la organización de la familia canónica pareció un instrumento de
control político y regulación económica indispensable para la sujeción del
proletariado urbano, gran campaña en pro de la “moralización de las clases pobres”.
3. Finalmente, cuando a fines del siglo XIX se desarrolló el contrato judicial y médico
de las perversiones, en nombre de una protección general de la sociedad y la raza.
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De está forma puede decirse que el dispositivo de sexualidad se difundió en el cuerpo social
entero. Pero no adquirió en todas partes las mismas formas ni utilizó los mismos
instrumentos.
El sexo no fue una parte del cuerpo que la burguesia tuvo que descalificar o anular; sino
que fue el elemento de si misma que la inquieto más que cualquier otro, que la preocupo,
exigio y obtuvo sus cuidados. A partir de mediados del siglo XVIII, la burguesía empieza a
proveerse de una sexualidad y constituirse a partir de ella un cuerpo específico, un cuerpo
de clase, dotado de salud, una higiene.
Así como la aristocracia había afirmado la especificidad del cuerpo por medio de la sangre,
de las ascendencias; la burguesía, para darse un cuerpo, miró en cambio hacía la
descendencia y la salud de su organismo. El sexo fue la sangre de la burguesia. La
preocupación genealógica se volvió preocupación por la herencia; en los matrimonios se
tomó en cuenta no solo la herencia económica sino las amenazas de la herencia biológica.
Por todo esto es posible decir que la sexualidad es originaria e históricamente burguesa y
que induce, en sus desplazamientos sucesivos y sus trasposiciones, efectos de clase de
carácter específico.
La violencia neuronal
Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. El comienzo del siglo XXI, desde el
punto de vista patológico, tiene enfermedades neuronales, como la depresión, el trastorno
por déficit de atención con hiperactividad, etc. Estas enfermedades son infartos
ocasionados por un exceso de positividad.
Las enfermedades neuronales del siglo XXI siguen una dialéctica de la positividad.
Consisten en estados patológicos atribuibles a un exceso de positividad. La violencia parte
de lo idéntico. En un sistema dominado por lo identico solo se puede hablar de las defensas
del organismo en sentido figurado. La resistencia inmunitaria se dirige siempre contra lo otro
o lo extraño. Lo idéntico no conduce a la formación de anticuerpos. En un sistema dominado
por lo idéntico no tiene sentido fortalecer las defensas del organismo. En este sentido, es
relevante el rechazo no inmunológico, el cual va dirigido a la sobreabundancia de lo
idéntico: al exceso de positividad.
La positivización del mundo permite la formación de nuevas formas de violencia. Estas son
inmanentes al sistema mismo. Y precisamente en razón de su inmanencia no suscitan
resistencia. Aquella violencia neuronal que da lugar a infartos psíquicos consiste en un
terror de la inmanencia. La violencia de la positividad es saturativa, exhaustiva. Por ello es
inaccesible a una percepción inmediata.
Tanto la depresión como el TDAH indican un exceso de positividad. Este último significa el
colapso del yo que se funde por su sobrecalentamiento que tiene su origen en la
sobreabundancia de lo idéntico. El hiper de la hiperactividad es sencillamente una
masificación de la positividad.
El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso
lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De está manera, no está sometido a nadie,
mejor dicho, sólo a sí mismo. En este sentido, se diferencia del sujeto de obediencia. La
supresión de un dominio externo no conduce hacía la libertad; más bien hace que libertad y
coacción coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la
libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza
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y se convierte en auto explotación. Está es mucho más eficaz que la explotación por otros,
pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el
explotado. VÍctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. Está autorreferencialidad genera
una libertad paradojica, que, a causa de las estructuras de obligación inmanentes a ella, se
convierte en violencia. Las enfermedades psíquicas de la sociedad de rendimiento
constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de está libertad paradójica.
El aburrimiento profundo
El exceso de positividad se manifiesta, asimismo, como un exceso de estímulos,
informaciones e impulsos. Modifica radicalmente la estructura y economía de la atención.
Debido a esto, la percepción queda fragmentada y dispersa. Además, el aumento de carga
de trabajo requiere una particular técnica de administración del tiempo y la atención
denominada como multitasking. Está técnica, sin embargo, no significa un progreso en la
civilización, sino más bien una regresión. Este efecto multitasking está ampliamente
extendido entre los animales salvajes, ya que es imprescindible para la supervivencia. El
animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diversas actividades. Este efecto que
no deja lugar para la atención contemplativa es preocupante.
Vita activa
La sociedad de trabajo se ha individualizado y convertido en la sociedad de rendimiento y
actividad. El animal laborans tardomoderno está dotado de tanto ego que está por explotar,
y es cualquier cosa menos pasivo. El animal laborans tardomoderno es, en sentido estricto,
todo menos animalizado. Es hiperactivo e hiperneurótico.
La moderna pérdida de creencias, que afecta no solo a Dios o al más allá, sino también a la
realidad misma, hace que la vida humana se convierta en algo totalmente efímero. Pero no
solo está es efímera, sino también lo es el mundo en cuanto tal. Nada es constante y
duradero. Ante está falta de Ser surgen el nerviosismo y la intranquilidad. El Yo
tardomoderno está totalmente aislado, incluso las religiones, las cuales de alguna manera
liberaban al hombre del miedo a la muerte y generaban una sensación de duración, ya no
sirven.
Existen dos formas de potencia. La positiva es la potencia de hacer algo. La negativa es, sin
embargo, la potencia del no hacer, de decir No. Está última se diferencia de la mera
impotencia, de la incapacidad de hacer algo. La impotencia consiste únicamente en ser lo
contrario de la potencia positiva. La potencia negativa excede la positividad. Es una
potencia del no hacer. Si solo se poseyera la potencia de hacer algo, pero ninguna potencia
de no hacer, entonces se caería en una hiperactividad mortal. Si solamente se tuviera la
potencia de pensar algo, el pensamiento se dispersaría en la hilera infinita de objetos. La
reflexión sería imposible, porque la potencia positiva, el exceso de positividad, permite tan
solo el “seguir pensando”.
Desde el siglo XIX, el principio de soberanía popular representada se instituyó desde unos
estados que definían al territorio sobre el que operaban como “nación”. Esas naciones
estaban representadas en los Estados. Constituían espacios unificados y delimitados
netamente: un mercado, una soberanía sobre ese mercado, una identidad de sus
habitantes. La moneda nacional era un símbolo evidente de esas tres dimensiones:
mercado, soberanía e identidad nacional.
Desde el último cuarto de siglo las naciones se han desvanecido como realidades efectivas.
Los estados tienden a no representar los proyectos nacionales sino a administrar
tendencias generales de los mercados. No ejercen ya la soberanía económica e informativa,
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que se ha deslocalizado de las entidades políticas reconocibles. Las identidades se
disuelven en tipos universalistas. La tarjeta plástica informatizada es el símbolo pertinente
de este modo de organización de la vida social y económica.
Cada tipo de estado instituye un tipo subjetivo que le es propio. Los estados nacionales
habían instituido la figura del ciudadano como fundamento de su operatoria. El ciudadano
se define por una propiedad y una pertenencia. La propiedad es la conciencia; la
pertenencia es nacional. La conciencia nacional define una identidad necesaria para el
funcionamiento del estado. La conciencia fundaba entonces la identidad.
Los estados actuales, que tienden a unificarse en mercados comunes que los trascienden,
se definen como técnico-administrativos. Los estados tecnoadministrativos no representan
pueblos sino tendencias de los mercados. El soporte “ciudadano” no puede fundamentarlo.
Es importante también recordar que, en la medida que no hay sistema capaz de incluirlo
todo, la exclusión específica de cada sistema de organización es fundante de su propia
lógica. Si un tipo de estado organiza un tipo subjetivo para los incluidos, organiza también la
subjetividad de los excluidos.
Pues con los cambios del tipo subjetivo instituido tiene que cambiar conjuntamente el
principio social de identidad. EL principio social de identidad establece en función de qué
parámetros un integrante de una sociedad será reconocido como el mismo por los demás,
será identificado, será convocado o rechazado, será valorado o despreciado.
Así, la subjetividad está marcada por la exigencia de autocontrol. Los controles se han
interiorizado. Los actos han sustituidos a las representaciones conscientes en la
determinación de la identidad; las pertenencias han dejado de definirse como afiliaciones
para definirse como frecuencias de un consumo específico; la libertad de opinión ha
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encontrado su contracara en el autocontrol meticuloso de los actos. La sociedad de control
se ha instituido. La subjetividad controlada es el soporte de los estados
técnicoadministrativos.
La guerra de los géneros es una realidad que tiene razón de ser. Las mujeres no tienen las
mismas posibilidades de desarrollo social que los hombres y por eso tienen que juntarse y
pelear para conquistar condiciones de igualdad. Sin embargo, si examinamos la cuestión de
la guerra de los géneros desde otra perspectiva, el asunto se complica y ahí sí hay muchas
cosas que considerar.
La modernidad nos habituo a pensar la subjetividad solo a través de las formas en las
cuales se expresa o se presenta: a través de la manera en que cada uno se viste, se
relaciona, ama, tiene relaciones sexuales, trabaja, etc. Ese conjunto de formas definirían un
perfil de la subjetividad, a través del cual las personas se reconocen y son reconocidas por
los otros. Sin embargo, al mismo tiempo existe otra dimensión de la subjetividad igualmente
material y real.
Esa otra dimensión es aquella donde cada subjetividad vive inmersa en un entramado de
universos específicos: políticos, culturales, sexuales, etc. Esos universos existen en la
subjetividad bajo la forma de sensaciones. Claro que también tienen sus
representaciones,contenidos, significaciones, pero ellos existen fundamentalmente bajo la
forma de sensaciones. Cada sensación de un universo se relaciona con las sensaciones de
los otros universos que también pueblan la subjetividad.
Esto hace que se tornen más presentes esas sensaciones de extrañamiento por las que
estamos atravesando. Una persona está muy bien y de un segundo para otro, de repente,
está totalmente trastornada y no sabe por qué. No parece haber nada objetivo. Nada ha
cambiado. Sin embargo, algo pasó de un umbral y cambió todo, al punto que nada más
tiene sentido.
Las maneras que uno tiene de reaccionar a está situación, de vivirla, son innumerables. La
más común tiene que ver con el hecho de que nuestra forma de pensar la subjetividad la
heredamos de otro momento histórico, de la modernidad. Desde esa perspectiva, la
subjetividad se organiza en torno de una representación de sí a la que se llama “identidad”.
Pero hoy en día no se puede seguir pensando en términos de identidad.
Sin embargo, nosotros hemos sido formados para pensarnos en términos identitarios. Por
eso vivimos esos extrañamientos de forma tan intensa. Una sola existencia no es suficiente
para vivir un cambio tan acentuado y ello hace que uno se sienta tan extrañado casi todos
los días, y a veces varias veces por día. Si tenemos como referencia para la organización
de la subjetividad a la identidad, entonces vivimos las experiencias de extrañamiento como
si algo nos faltara para estar completos y sentirnos bien. Esa falta puede traducirse como
una sensación de incompetencia, de falta de inteligencia, de fracaso, de patología, etc.
Toda esa situación es vivida con culpa justamente porque tomamos como referencia el
modelo identitario.
Las situaciones de extrañamiento no solamente pasan porque somos habitados por una
infinitud de universos, sino también por la propia lógica del capital que necesita crear todo el
tiempo nuevas órbitas de mercado y deshacer otras. Con cada órbita que deshace, un
modo de subjetivación se deshace al mismo tiempo. Esto lleva a la mayor parte de las
personas a querer ubicarse en la “última nueva órbita” que se está organizando. Entre otras
cosas, por temor a “quedar fuera de órbita”.
Sin embargo, eso no implica que uno conquiste una tolerancia hacía lo extraño. Tanto por la
cantidad enorme de universos como por la propia lógica del capital, las figuras se deshacen
muy rápidamente, pero en vez de abrir una posibilidad de creación individual y colectiva
interesante uno interpreta la experiencia, desde un lugar identitario, como que algo le falla.
Una de las características de nuestra época es que las identidades locales se pulverizan, y
la tendencia es ocupar rápidamente su lugar con identidades globalizadas, que sirven para
los chinos, portugueses, etc. Lo que no cambia es que sigue habiendo una referencia
identitaria.
Desde el punto de vista de los procesos subjetivos, reivindicar el género puede funcionar
como una actitud defensiva contra la sensación de extrañamiento. Desde está peculiar
mirada es que el tema de género puede ser visto como otro modo de la cuestión de la
adicción al régimen de identidad.
Por todo esto, desde mi perspectiva, lo que hay que plantear es que lo que debe ser
combatido es el propio régimen identitario de organización de la subjetividad, y no las
identidades globales flexibles o las locales.
Tampoco pienso que pueda ser comprendida simplemente aplicando la idea de estructura
fóbica, o cualquier otro modelo “psi” clásico. Es otra cosa, que debe ser pensada de otra
forma. Se trata de una experiencia tal de desvanecimiento de sentido que la sensación es
que el cuerpo mismo corre el riesgo de perder su organicidad, permitiendo que las
funciones se autonomicen.
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La violencia de la interpretación - Aulagnier
Según nosotros, el YO no es más que el saber del Yo sobre el Yo: si aceptamos está
definición, se deduce que la estructura relacional que el Yo impone a los elementos de la
realidad es la copia de la que la lógica del discurso impone a los enunciados que lo
constituyen. Está relación de la que el Yo ha comenzado por apropiarse constituye la
condición previa necesaria para que le sea accesible el esquema de su propia estructura.
Por ello, para el sujeto, la realidad no es más que el conjunto de las definiciones que acerca
de ella proporciona el discurso cultural. La representación del mundo, obra del Yo, es, así,
representación de la relación que existe entre los elementos que ocupan su espacio y, al
mismo tiempo, de la relación que existe entre el Yo y estos mismos elementos.
Por todo esto, es posible decir que la actividad de representación se convierte para él Yo en
sinónimo de una actividad de interpretación: la forma de acuerdo con la cual el objeto es
representado por su nominación devela la interpretación que se formula el Yo acerca de lo
que es causa de la existencia del objeto y de su función. Por ello, lo que caracteriza a la
estructura del Yo es el hecho de imponer a los elementos presentes en sus
representaciones un esquema relacional que está en consonancia con el orden de
causalidad que impone la lógica del discurso.
Es importante recordar que para la psique no existe información alguna que pueda ser
separada de lo que se denomina como información libidinal. En este sentido, se puede
afirmar que toda puesta en representación implica una experiencia de placer.
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El estado de encuentro y el concepto de violencia
Para que la actividad psíquica sea posible, se requiere que pueda apropiarse de un material
exógeno. Ese material no es, sin embargo, una materia amorfa: tiene que ver con las
informaciones emitidas por los objetos soportes de catexia*, objetos cuya existencia y, por lo
tanto, la irreductibilidad de determinadas propiedades, la actividad psíquica deberá
reconocer.
*Catexia: Asociación, consciente o inconsciente de una emoción con una idea, objeto y
sobre todo persona.
Al ligar el registro del deseo del uno al de la necesidad del otro, el propósito de la violencia
se asegura de su victoria: al instrumentar el deseo sobre el objeto de una necesidad, la
violencia primaria alcanza su objetivo, que es convertir a la realización del deseo del que la
ejerce en el objeto demandado por el que la sufre. Aparece la imbricación que ella
determina entre estos tres registros fundamentales que son lo necesario, el deseo y la
demanda. Está imbricación le posibilita a la violencia primaria impedir que se la devele
como tal, al presentarse bajo la apariencia de lo demandado y de lo esperado.
El contrato narcisista
El modo de acción característico del lenguaje fundamental nos ha obligado a realizar una
primera incursión más allá del espacio familiar. Muy poco podría decirse acerca del efecto
de la palabra materna y paterna si no se tuviese en cuenta la ley a la que estan sometidas y
que el discurso sociocultural impone.
1. La relación que mantiene la pareja parental con el niño lleva siempre la huella de la
relación de la pareja con el medio social que la rodea
2. El discurso social proyecta sobre el infante la misma anticipación que al que
caracteriza al discurso parental: mucho antes de que el infante haya nacido, el grupo
habrá precatectizado el lugar que se supondrá que ocupara, con la esperanza de
que él transmita idénticamente el modelo sociocultural
3. El sujeto, a su vez, busca y debe encontrar, en ese discurso, referencias que le
permitan proyectarse hacia un futuro, para que su alejamiento del primer soporte
constituido por la pareja paterna no se traduzca en la pérdida de todo soporte
identificatorio
4. EL conflicto que quizás exista entre la pareja y su medio puede confirmar ante la
psique infantil la identidad entre lo que transcurre en la escena exterior y su
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representación fantaseada, de una situación de rechazo, exclusión, agresión u
omnipotencia. La realidad de la opresion social sobre la pareja, o de la posición
dominante que la pareja ejerce en ella, desempeñará un papel en el modo en que el
niño elaborará sus enunciados identificatorios. Dicha realidad cumple un papel en el
destino de estos niños que, en un segundo momento, la sociedad remite a diferentes
instituciones para que reparen los perjuicios de los que ella es responsable.
El contrato narcisista
Consideremos un grupo “X”: su existencia implica que la mayor parte de los sujetos, salvo
durante períodos muy breves de su historia, aceptan como verdaderos un discurso que
afirma lo bien fundado de las leyes que rigen su funcionamiento, define el objetivo buscado
y lo impone.
Podemos considerar estas leyes como la tela que subtiende la representación de los sujetos
que dan acerca del conjunto ideal: se deduce que la relación del sujeto con el conjunto
depende de su catectización de los enunciados del fundamento. Al adherir al campo social,
el sujeto se apropia de una serie de enunciados que su voz repite; está repetición le aporta
la certeza de la existencia de un discurso en el que la verdad acerca del pasado está
garantizada, con el corolario de la creencia en la posible verdad acerca de las previsiones
sobre el futuro.
El sujeto ideal no es idéntico al yo ideal o al ideal del yo: refiere al sujeto del grupo, o sea, a
la idea de èl mismo que el sujeto demanda al grupo, como concepto, concepto que lo
designa como un elemento que pertenece a un todo que reconoce en él una parte
homogénea.
Independientemente de la función que puede cumplir lo que Freud llama el líder del grupo o
el yo ideal, para la existencia del conjunto es condición necesaria la presencia de un
modelo ideal que atraiga hacía sí una parte de la libido narcisista de los sujetos.
El contrato narcisista tiene como signatarios al niño y al grupo. La catectización del niño por
parte del grupo anticipa la del grupo por parte del niño. En efecto, hemos visto que, desde
su llegada al mundo, el grupo catectiza al infante como voz futura a la que solicitará que
repita los enunciados de una voz muerta y que garantice así la permanencia cualitativa y
cuantitativa de un cuerpo que se autorregenerará en forma continua. En cuanto al niño, y
como contrapartida de su catectización del grupo y de sus modelos, demandará que se le
asegure el derecho a ocupar un lugar independiente del exclusivo veredicto parental, que se
le ofrezca un modelo ideal que los otros no pueden rechazar sin rechazar al mismo tiempo
las leyes del conjunto, que se le permita conservar la ilusión de una persistencia atemporal
proyectada sobre el conjunto y, en primer lugar, en un proyecto del conjunto que, según se
supone, sus sucesores remontaran y preservarán.
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El discurso del conjunto le ofrece al sujeto una certeza sobre su historicidad. El acceso a
una historicidad es un factor esencial en el proceso identificatorio, es indispensable para
que el Yo alcance el umbral de autonomía exigido por su funcionamiento.
La definición dada del contrato narcisista es universal, sin embargo, la parte de la libido
narcisista que se catectiza en el varía de uno a otro sujeto, de una a otra pareja y entre los
dos elementos de la pareja.
Si por alguna razón, ya sea por condiciones de la familia o por condiciones referentes al
conjunto social, el Yo no puede tener acceso a está temporalidad e historización, esto
posibilitaría las condiciones para que pueda devenir una psicosis.
La imagen que tiene de su futuro no puede coincidir con la imagen que el sujeto se forja
acerca de él en su presente. Para ser, el Yo debe apoyarse en el anhelo de ser la imagen
futura, pero una vez alcanzado ese tiempo futuro deberá convertirse en fuente de un nuevo
proyecto. Así, entre el Yo y su proyecto debe persistir un intervalo: lo que el Yo piensa ser
debe presentar alguna carencia, siempre presente, en relación con lo que anhela llegar a
ser. Entre el Yo futuro y el Yo actual debe persistir una diferencia, una X que representa lo
que debería añadirse al Yo para que ambos coincidan. Esta X debe faltar siempre.
La angustia de castración es el tributo que todo sujeto paga a está instancia que se llama el
Yo y sin la cual aquel no podría ser sujeto de su discurso. Castración e identificación son las
dos caras de una misma unidad; una vez advenido el Yo, la angustia resurgirá en toda
oportunidad en la que las referencias identificatorias puedan vacilar. Ninguna cultura
protege al sujeto contra el peligro de está vacilación, del mismo modo en que ninguna
estructura lo preserva de la experiencia de la angustia. Por el contrario, cabe afirmar que en
la estructura familiar, al igual que en la estructura social, existen formas particularmente
ansiógenas y, por ello mismo, particularmente aptas para inducir en el sujeto reacciones
psicóticas o conductas que, en forma más o menos camuflada, se aproximan a ellas. EL
acceso al proyecto identificatorio, tal como lo hemos definido, demuestra que el sujeto ha
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podido superar la prueba fundamental que lo obliga a renunciar al conjunto de objetos que,
en una primera fase de su vida, han representado soportes, conjuntos de su libido de objeto
y de su libido narcisista, objetos que le han permitido plantearse como ser y designar a los
objetos codiciados por tener.
Podemos decir que el Yo está constituido por una historia, representada por el conjunto de
los enunciados identificatorios de los que guarda recuerdo, por los enunciados que
manifiestan en su presente su relación con el proyecto identificatorio y, finalmente, por el
conjunto de los enunciados en relación con los cuales ejerce su acción represora para que
se mantengan fuera de su campo, fuera de su memoria, fuera de su saber. Esto último
siendo aquello que se denomina como Yo inconsciente, este es la acción represora que
ejerce y que conduce a reprimir una parte de su historia; es decir, los enunciados que han
llegado a ser contradictorios con un relato que reconstruye constantemente y todo
enunciado que exigiría una posición libidinal que él rechaza o que declara prohibida.
Lo simbólico
Aunque el psicótico sabe que existen padres, no puede concebir la función de la clase y el
concepto de paternidad sino como la simple extensión de la relación existente entre el y
este padre, o entre el y está ausencia.
Lo imaginario
Diremos que el registro de lo imaginario define el conjunto de los enunciados que poseen la
función de emblemas identificatorios y la imagen especular que debe servirles como punto
de anclaje.
En materia de depresión, la ciencia promete resultados que no son comprensibles más que
ficticiamente. La renovada atención al sufrimiento en el plano social pone de manifiesto
patologías de la crisis económicas en la que los traumatismos y los desamparos se
traducen a la psiquiatría por medio de la depresión. La individualización de la acción
engendra presiones nuevas sobre la individualidad que debe asegurar permaneciendo allí
donde debe contentarse con obedecer.
En las últimas dos décadas del siglo XX la tasa de depresión aumentó el 50% en algunos
países. Se parte que este aumento resulta del hecho de que la gente se confiesa deprimida
más fácilmente en nuestros días. Cada vez más suicidios, abusos de alcohol o de la droga,
brotes de enfermedades no psiquiátricas se presentan acompañadas de una depresión. Las
personas deprimidas declaran muchas más enfermedades que las no deprimidas de la
misma edad. El depresivo es viejo antes de tiempo. Tiene tres veces más trastornos
digestivos, genito-urinarios y cardiovasculares, etc. Su consumo de medicamentos,
incluidos los no psicotrópicos, y el número de consultas médicas que realizan es claramente
superior a los del conjunto de la población. La depresión parece situarse en el centro de una
dinámica patológica por completo heterogénea.
La individualización de la acción
La acción de nuestros días se ha individualizado. No hay pues otra fuente que el agente que
la produce y de la cual sólo él es responsable. La iniciativa de los individuos pasa al primer
plano de los criterios que miden el valor de la persona.
En las empresas los modelos disciplinarios de gestión de los recursos humanos retroceden
ante el avance de normas de gestión que incitan al personal a comportamientos autónomos
y reducir las jerarquías. Se instituyen nuevas formas de ejercicio de autoridad, orientadas a
inculcar el espíritu de empresa a cada asalariado. Los modos de regulación y de dominio de
la fuerza de trabajo se apoyan menos sobre la obediencia mecánica que sobre la iniciativa:
responsabilidad, capacidad de evolucionar, de proponer proyectos, motivación, flexibilidad,
etc., diseñan una nueva liturgia del mercado laboral. La constricción impuesta al obrero ya
no es la del hombre-máquina-empleado en un trabajo repetitivo, sino la de un empresario de
su trabajo flexible. Se trata menos de someter a los cuerpos que de movilizar los afectos y
las capacidades mentales de cada asalariado. Cambian las constricciones y las maneras de
definir los problemas: a mediados de la década del ochenta, la medicina del trabajo y las
investigaciones sociológicas en las empresas notan la nueva importancia que adquieren la
ansiedad, los trastornos psicosomáticos o las depresiones. La empresa es la antecámara de
la depresión nerviosa.
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A este creciente compromiso con el trabajo se impone la disminución de las garantías de
estabilidad: involucra primero a los trabajadores no calificados, más tarde comienza a
ascender por las jerarquías hasta alcanzar incluso a los cuadros superiores. Las carreras se
vuelven volátiles. El estilo de las desigualdades se modifica, lo cual no deja de tener
consecuencias en la psicología colectiva: las desigualdades entre grupos sociales se
agregan otras dentro de los mismos grupos. El crecimiento de las desigualdades
establecidas por los éxitos profesionales y los orígenes sociales no pueden más que
aumentar las frustraciones y las heridas. El valor que las personas se conceden a sí mismas
se vuelve más frágil con este estilo de desigualdades.
Cualquiera que sea el espacio considerado, escuela o trabajo, incluso la familia, el mundo
ha cambiado de reglas. Ya no se trata de obediencia, disciplina, conformidad a la moral
general, sino de flexibilidad, cambio, rapidez de reacción. El dominio sobre sí mismo, la
agilidad psíquica y afectiva, la capacidad de acción hacen que cada uno deba tolerar la
carga de adaptarse permanentemente a un mundo que pierde, precisamente, su
permanencia, un mundo inestable, provisorio, hecho de flujos y de trayectorias que
ascienden y descienden. La legibilidad del juego social y político se torna borrosa. Estas
transformaciones institucionales dan la impresión de que cada uno, incluso el más humilde y
más frágil, debe asumir la tarea de elegir todo y de decidir todo.
El imaginario de la desinhibición
Se comprende que la energía prometida por los antidepresivos, dado que tiene pocos
efectos molestos sobre la calidad de la vida cotidiana, suscite esperanzas. Sobre todo las
publicidades de los antidepresivos estimulantes, que hacen más referencia al tema de la
acción que a la cura de la patología.
Así, las personas terminan por ir al médico para pedirle que les prescriban píldoras, de
modo de poder asumir las dificultades de la existencia sin pagar el costo psíquico.
27
Capítulo 7: El sujeto incierto de la depresión y la individualidad de fin de siglo
Sin embargo, el DSM-III suprime la depresión neurótica y la reemplaza por los trastornos
distímicos. Esto torna inutil la referencia a la neurosis. La dupla distimia-antidepresivos
permite aplicar la quimioterapia al tratamiento de un trastorno de la personalidad.
La psiquiatría estimaba que los antidepresivos podían ayudar a una neurosis a pasar un
tramo especialmente difícil, o ayudarlo a afrontar sus conflictos subconscientes. La
depresión era un aspecto de la neurosis, ahora la neurosis se ha disuelto en el campo de
las depresiones. En contrapartida, estas últimas se han vuelto crónicas. Todo es tratable,
nada es curable.
Se puede ver como la historia de la depresión echa luz sobre el tipo de persona en que nos
hemos convertido entre la infinidad de exigencias de liberación psíquica y de iniciativa
individual. La depresión es a la insuficiencia lo que la locura a la razón y la neurosis al
conflicto. La depresión es el mediador histórico que hace retroceder al hombre conflictual,
acechado por la neurosis, en provecho del hombre fusional, a la búsqueda de sensaciones
para superar una intranquilidad permanente. El déficit colmado, la apatía estimulada, la
compulsión superada, convierten a la dependencia en la contracara de la depresión.
La inquietud identitaria suscitada por una sustancia química que actúa sobre los estados de
la conciencia no es un problema novedoso en nuestras sociedades. Disponemos de más de
una treintena de años de un antimodelo: la droga. Es un útil cognitivo para diseñar una
inconducta que consiste en manipular por sí mismo los propios estados de conciencia,
cualquiera sea la peligrosidad del producto utilizado. La droga es el antimodelo ideal para
definir una manera que, gracias a la ingestión de una sustancia, evita los caminos de la
conflictividad. Cambiar la personalidad de verdaderos enfermos es devolverles la salud;
cambiar la de personas de las que se duda que esten enfermas, es drogarlas, incluso
cuando la droga no represente peligro. El paciente que goza de una buena calidad de vida
¿no es sospechosos de estar confortablemente drogado? Es respecto de esto que se ha
alcanzado un ideal de persona.
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La dependencia, está relación patológica con un producto, una actividad o una persona es,
junto con la depresión, la otra gran obsesión de la psiquiatría. Para el psiquiatra biológico o
comportamentalista, se trata de una conducta riesgosa. Para nuestras sociedades se ha
convertido en una cosa de las más esenciales porque lo que está en juego es menos
médico que simbólico. En efecto, el drogadicto es el hombre respecto del cual se está de
acuerdo con que ha franqueado la frontera entre todo lo que es posible y todo lo que está
permitido. Constituye la figura radical del individuo soberano. La dependencia es el precio
de la libertad sin limites que se dara al sujeto: la dependencia equivale a una forma de
esclavitud. Es, junto con la locura, la segunda manera de decir lo que pasa cuando una
parte del sujeto vacila en el interior de una persona. Pero la locura y la depresión lo dicen de
un modo por completo opuesto. Si la primera es reveladora de la cara oscura del nacimiento
del sujeto moderno, la segunda pone masivamente a la luz la de su decadencia.
La locura reviste, en sus casos más extremos, la forma de una disolución identitaria. La
dependencia tiende, a la inversa, hacía una fusión identitaria. La locura ya lleva dos siglos
de historia, la dependencia menos de cuarenta años. Es una preocupación de las
sociedades de abundancia: se expande por el mundo en la década de 1960 en nombre del
derecho a disponer libremente de sí, derecho alienado por la sociedad burguesa, el
capitalismo y el condicionamiento generalizado de las masas por el consumo. Luego, la
noción de dependencia se extiende y designa una relación psicológica independiente de su
objeto.
La depresión amenaza al individuo semejante sólo a sí mismo. Más que una miseria
afectiva, es una forma de vivir. El hecho capital de la individualidad es la confrontación entre
la noción de posibilidad ilimitada y la de falta de dominio. El ascenso de la depresión ha
puesto de relieve las tensiones producidas por está confrontación a medida que el
continente de lo permitido ha retrocedido en provecho del de lo posible.
La depresión recuerda muy concretamente que ser propietario de sí mismo no significa que
todo es posible, porque nos detiene, la depresión tiene el interés de recordarnos que nada
deja de ser humano, que se sigue encadenado a un sistema de significaciones que lo
supera y lo constituye al mismo tiempo. La dimensión simbólica impregna a tal punto a la
especie humana que no solamente se hace cargo de su propia historia, sino que también
adquiere su propia corporalidad nerviosa, en la lógica tecnológica contemporánea.
La depresión es la pantalla del hombre sin guía, y no tan solo su miseria; es la contrapartida
del despliegue de su energía. Las nociones de proyecto, de motivación o de comunicación
dominan nuestra cultura normativa. Son las palabras claves de la época. Ahora bien, la
depresión es una patología de los tiempos (el deprimido no tiene futuro) y una patología de
la motivación (el deprimido no tiene energía, su movimiento está atascado, y su palabra es
lenta). El deprimido fórmula con dificultad sus proyectos, le faltan la energía y la motivación
mínimas para realizarlos. Inhibido, impulsivo y compulsivo, se comunica mal consigo mismo
y con los demás. Falto de proyecto, falto de motivación, falto de comunicación, el deprimido
es el reverso exacto de nuestras normas de socialización. Nos asombramos de ver explotar,
tanto en la psiquiatría como en el lenguaje común, el uso de los términos depresión y
adicción, pues la responsabilidad se asume, en tanto que las patologías se tratan.
En las sociedades de control nunca se termina nada. Los individuos se han convertido en
dividuos, y las masas en muestras, datos, mercados o bancos. Tal vez sea el dinero lo que
mejor expresa la diferencia entre ambas sociedades: en la sociedad disciplinaria siempre se
remitió a monedas moldeadas que encerraban oro como número patrón, en las sociedades
de control se refiere a intercambios flotantes, modulaciones que hacen intervenir como cifra
un porcentaje de diferentes monedas de muestra.
En este cambio de sociedades ocurrió una evolución tecnológica que puede resumirse
como mutación del capitalismo: el capitalismo del siglo XIX es de concentración, para la
producción, y de propiedad. En la situación actual el capitalismo ya no se basa en la
producción, que relega frecuentemente a la periferia del tercer mundo. Es un capitalismo de
superproducción. Ya no compra materias primas y vende productos terminados, ahora
compra productos terminados o monta piezas. Ya no es un capitalismo para la producción,
sino para el producto, es decir para la venta y para el mercado. El marketing es ahora el
instrumento de control social.
Melancolía
La erosión del amor no se da solamente por la libertad de elección entre las ilimitadas
posibilidades de otros otros, sino también por la erosión del otro, la cual va unida al
excesivo narcisismo de la propia mismidad.
En el infierno de lo igual, al que la sociedad actual se asemeja cada vez más, no hay
ninguna experiencia erótica. El otro, que yo deseo y que me fascina, carece de lugar.
Comparamos de manera continua todo con todo, y así lo nivelamos para hacerlo igual.
Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista. La libido se invierte sobre
todo en la propia subjetividad. El narcisismo no es ningún amor propio. El sujeto del amor
propio emprende una delimitación negativa frente al otro, a favor de sí mismo. En cambio, el
sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De está forma, se diluye el límite
entre el y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es
capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esa alteridad.
La depresión es una enfermedad narcisista. Conduce a ella una relación consigo mismo
exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo está agotado y
fatigado de sí mismo. Carece de mundo y está abandonado por el otro.
El actual sujeto narcisista del rendimiento está abocado, sobre todo, al éxito. Con ello se
desarrolla una depresión del éxito. El sujeto depresivo del rendimiento se hunde y ahoga en
sí mismo.
En cambio, el Eros hace posible una experiencia del otro en su alteridad, que saca al uno
de su infierno narcisista. El Eros pone en marcha un voluntario desconocimiento de sí
mismo, un voluntario vaciamiento de sí mismo.
No poder poder
El tu puedes produce coacciones masivas en el sujeto. Incluso ejerce más coacción que el
tú debes. La coacción propia es más fatal que la coacción ajena, ya que no es posible
ninguna resistencia contra sí mismo. El régimen neoliberal esconde su estructura coactiva
tras la aparente libertad del individuo, que ya no se entiende como sujeto sometido, sino
como desarrollo de un proyecto. Quien fracasa es, además, culpable del fracaso, y lleva
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está culpa dondequiera que vaya. No hay nadie a quien pueda hacer responsable de su
fracaso.
El amor se positiva hoy como sexualidad, que está sometida, a su vez, al dictado del
rendimiento. El sexo es rendimiento. Y la sensualidad es un capital que hay que aumentar.
El cuerpo, con su valor de exposición, equivale a una mercancía. El otro es sexualizado
como objeto excitante. No se puede amar al otro despojado de su alteridad, solo se puede
consumir. En ese sentido, el otro ya no es una persona, pues ha sido fragmentado en
objetos sexuales parciales. No hay ninguna personalidad sexual.
El principio del rendimiento, que hoy domina todos los ámbitos de la vida, se apodera
también del amor y de la sexualidad.
La mera vida
En una sociedad donde cada uno es empresario de sí mismo domina una economía de
supervivencia. Está es diametralmente opuesta a la negación de la economía por parte del
Eros y la muerte. El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos del yo y del rendimiento,
es un orden social del que ha desaparecido por completo el Eros. La sociedad positiva, de
la que se ha retirado la negatividad de la muerte, es una sociedad de la mera vida, que está
dominada tan solo por la preocupación de “asegurar la supervivencia en la discontinuidad”.
Y esa vida es la de un esclavo. Está preocupación por la mera vida, por la supervivencia,
despoja la vida de toda vivacidad, que representa un fenómeno muy complejo. Lo
meramente positivo carece de vida. La negatividad es esencial para la vivacidad: Por lo
tanto algo es viviente, sólo cuando contiene en sí la contradicción y justamente es está
fuerza de contener y sostener en sí la contradicción. El superviviente equivale al no muerto,
que está demasiado muerto para vivir y demasiado vivo para morir.
Porno
Fantasía
Ante la pura masa de imágenes hipervisibles, hoy no es posible cerrar los ojos. Tampoco
deja ningún instante para ello el rápido cambio de imágenes. La coacción de la hipervigilia
dificulta cerrar los ojos. Y es responsable también del agotamiento neuronal del sujeto del
rendimiento.
Hoy parece que es sobre todo el deseo el que domina la experiencia de placer del alma. Por
eso las acciones pocas veces estan impulsadas por el valor. El Eros no ha de confundirse
con el deseo. Es superior no solo al deseo, sino también a la valentía. La valentía es el
lugar donde puede existir contacto entre el Eros y la política. Pero la política actual, que
además de carecer de valentía se desarrolla por completo sin Eros, se atrofia para
convertirse en mero trabajo. El neoliberalismo lleva a cabo una despolitización de la
sociedad, y en ello desempeña una función importante la sustitución del Eros por sexualidad
y pornografia. Se basa en el deseo. En una sociedad del cansancio, con sujetos del
rendimiento aislados en sí mismos, también se atrofia por completo la valentía.
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Módulo 2: La Psicología clínica y los procesos de subjetivación contemporáneos
La cura como cuidado tiene como referencia el campo de transformación del malestar en
sufrimiento, así como la clínica tiene por referencia el pasaje del sufrimiento al síntoma.
La inundación de la región (en la cual vivían) justificó la expulsión de los ribereños que
vivian en los márgenes e islas del río Xingu.
Si consideramos a “la patria” como una red de conexiones comunes que pueden ser
impuestas por el nacimiento en determinado territorio, pero también por lazos de amor y
amistad, elegidos en una experiencia de libertad en relación con el acontecimiento
biológico, se puede interpretar que está población ribereña fue expatriada, y se constituyo
como un grupo de refugiados en su propio país. Sus hábitos y sus redes relacionales fueron
destruidos, por más que siguieran viviendo en el mismo lugar.
En este sentido, la clínica del cuidado pretendió operar una desidentificación sin destituir la
pertenencia, historizar el trauma sin dejar de promover la posibilidad del olvido. Pretendio
una relación distinta con el ideal,una relación que tendiera también a construir otra posición
del sujeto frente a lo imposible.
Para construir la estrategia clínica del cuidado, nos apoyamos en la formulación de Lacan
acerca de la política de la clínica, que nos remite a la posibilidad de cierta libertad en
relación con las tácticas y estrategias clínicas, de modo de garantizar su política. Se es
menos libre en la política que en la estrategia y se es más libre en la táctica que en la
estrategia. Podemos extraer de está formulación de Lacan una cierta relación con el tiempo
en la experiencia del tratamiento psicoanalítico, el tiempo medio por el cual la transferencia
se transforma, el tiempo largo de la política como horizonte futuro, el tiempo corto de la
burbuja temporal de cada encuentro.
La variación introducida por la clínica del cuidado es una variación estratégica, puesto que
opera una única transformación en el montaje de la transferencia, en torno a un único
cambio de posición subjetiva, por más que este pueda, potencialmente, generar otras
transformaciones imprevistas. Está estrategia corresponde a una especificación o a un giro
del discurso.
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Hounie, A.L. y A. M. Fernández Caraballo (2014) Políticas del dolor. La subjetividad
comprometida .
Experiencia estética: es aquella que se alcanza a través de los sentidos. Vemos la vida
cotidiana a través del cristal de la dimensión estética.
Pero está experiencia, que incluye sensaciones de placer, no es sin dolor. Es así entonces
que introducidos en el mundo sensible y del lenguaje, la experiencia de placer y de dolor
conjunta esa pujanza de la vida que insiste en vivir e insiste en morir. Freud llamó a ese
entramado pulsiones de vida y muerte. Y al trauma: dolor.
Así entonces, nuestra vida, apoyatura indispensable de toda subjetivación, recorre más allá
del placer, una estética del dolor en la que se engendra su existencia.
Así, pues, el dolor habita lo humano. Y si habita lo humano, habita el mundo del lenguaje en
el que este deviene como tal. Como hecho de discurso revela la producción de subjetividad
que le concierne, abordada desde las distintas miradas (social, psicológica, etc) que
construyen la experiencia subjetiva. De este modo, los componentes del contexto histórico y
sociocultural que conforman los saberes de una época adquieren un papel decisivo en su
expresión, estableciendo diferencias en los modos de subjetivar el dolor.
La relación íntima con el dolor depende del significado que este revista en el momento en
que afecta al individuo. Porque el dolor es, en primer lugar, un hecho situacional.
El dolor es un fracaso del lenguaje, en tanto que no hay una medida común para está
experiencia íntima, escapa a toda tentativa de aislarlo o describirlo, a toda voluntad de
informar a otro sobre su intensidad y su naturaleza.
Trabajar con el dolor no solo implica una posición ética sino que diseña una estética. Una
estética hecha a partir de relaciones, anudamientos, enlaces.
Entonces, cuando se impone un dolor que desgarra, el cuerpo, el alma, el lenguaje, el amor,
la vida, también se impone entonces esa tarea de ligazón que de una manera u otra
convoca al otro, ese próximo que desde su lugar de extraña intimidad nos devuelve la
posibilidad de habitar nuestra misma existencia.
Hay silencios que hablan del dolor. Esa forma de silencio, contrariamente a lo que podría
pensarse, no es en soledad, se comparte, se hace comunitario, es tan propio como ajeno.
En nuestra experiencia de trabajo en la “Clínica Popular Móvil” se trabajó con las personas
en sus comunidades, recorte de territorios existenciales y subjetivaciones que parten de
determinada producción cultural. Esto permite una “polifonía de sentidos” que puede
pensarse como un nodo de red desde el que los agentes pueden apreciar las situaciones
que los rodean, tanto las cercanas como las lejanas. Los acontecimientos macrosociales
pueden ser percibidos o no por los sujetos en sus comunidades,aunque sean impactados
por ellos en sus vidas cotidianas. Estos acontecimientos pueden ser vividos y pensados de
diferentes maneras, de acuerdo a los posicionamientos en relación al otro -la
intersubjetividad- y las posibilidades de los sujetos de apropiación y de accionar respecto a
la realidad y su devenir.
Cuando los niños se apropiaban del espacio de consulta contaban sus historias, las
construian y reconstruian. Aparecen distintas versiones de los cuentos infantiles. Hay
intrincadas novelas familiares, familias numerosas, con superposición y confusión de roles,
etc. Los recursos representacionales, el lenguaje, la fantasía, que en la mayoría de las
situaciones son pobres e inhibidos, efecto de la pobreza crónica, disrupciones y fallas en el
sostén libidinal.
Carencia sería una forma de nombrar la experiencia real de desamparo y hambre, tanto de
comida, como de significación. Está significacion que corresponde al hambre de sentido de
la criatura humana, es posibilitada por el otro.
Lo no constituido, nos lleva a pensar el sufrimiento no solo por la vía del conflicto psíquico
del lado del síntoma, sino también como vacío de representación, como déficit.
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Fiorini, H. (2002). Teoría y técnica de las psicoterapias. Buenos Aires. Nueva Visión.
Cap. 10. Tipos de intervención verbal del terapeuta.
Interrogar
Las respuestas del paciente revelan un estilo, el funcionamiento yoico del paciente para
evaluar la situación interpersonal. Es por ello, que “preguntar mucho” sea una de las
primeras reglas de una técnica psicoterapéutica eficiente.
Simplemente con preguntar, el terapeuta pone en acción varios estímulos de cambio: uno
primordial es que ejercita con el paciente una constante ampliación del campo perceptivo;
además, toda explicitación verbal rescata hechos, relaciones del mundo de lo implícito
emocional. Liberman ha destacado además el papel reforzador del yo de la experiencia de
escucharse hablar.
Tal vez algo importante para el terapeuta sea comprender que no se trata de indagar para
después recién operar terapéuticamente, sino que la indagación misma contiene ya
estímulos terapéuticos de particular jerarquía.
Informar
Proporcionar o facilitar está información general que enmarca la problemática del paciente
cumple un rol terapéutico específico: crea una perspectiva desde la cual los problemas del
paciente dejan de ser vistos como problemas individuales, que “sólo a él” le pasan.
Este tipo de intervenciones es inherente al ejercicio de un rol activo del terapeuta en las
psicoterapias. La rectificación permite poner de relieve detalles del discurso del paciente, y
enriquece los datos útiles para el terapeuta el observar cómo el paciente manipula el aporte
rectificador: los asume y usa, los acepta o los niega, etc.
Clarificaciones
Estas intervenciones apuntan a lograr un despeje de la maraña del relato del paciente a fin
de recortar los elementos significativos del mismo.
Recapitulaciones
Así como las clarificaciones, estas intervenciones estimulan el desarrollo de una capacidad
de síntesis.
Señalamientos
Intenta descubrir con el paciente el mundo de sus motivaciones y sus sistemas internos de
transformación de las mismas así como sus modalidades de expresión y los sistemas de
interacción que se establecen dadas ciertas peculiaridades de sus mensajes.
Es importante recordar que toda interpretación es antes que nada, una hipótesis. Su
verificación en consecuencia se cumple, como un proceso siempre abierto y jamás
terminable, en base al acopio de datos que resultan compatibles con el modelo teórico
contenido en la hipótesis y, fundamentalmente, por la ausencia de datos que puedan refutar
aquella hipótesis.
Sugerencias
Este tipo de intervenciones constituye una vía diferente hacía el insight sobre las propias
dificultades. Opera haciendo resaltar contrastes que no se comentan en el discurso de
“ideas” sino que se muestran gracias a un lenguaje de acción.
Intervenciones directivas
Su uso es necesario en todas aquellas situaciones en que el paciente se encuentre sin los
necesarios recursos yoicos para manejar una situación traumática,siendo por lo común
víctimas de una ansiedad excesiva que tiende a ser en sí misma invalidante o agravante de
las dificultades propias de la situación.
Meta-intervenciones
Son todas aquellas intervenciones del terapeuta cuyo objeto son sus propias intervenciones.
Pueden dirigirse a aclarar el significado de haber realizado en ese momento de la sesión o
de esa etapa del tratamiento determinada intervención.
Se podría denominar a todas estas técnicas como “cajón de herramientas”. No hay una
jerarquía dentro de estas intervenciones en psicoterapia. Esto marca una diferencia básica
con la teoría de la técnica psicoanalítica, la cual jerarquiza a la interpretación como la
intervención decisiva para producir el cambio específico del proceso analítico.
Está diferencia entre psicoanalisis y psicoterapias ha sido claramente formulada por Bibring:
Según Joan Copjec, “el psicoanálisis es la lengua materna de nuestra modernidad y todos
los temas importantes de nuestra época son difíciles de articular fuera de los conceptos que
este ha forjado.”
En otra de las obras de Foucault la psicología aparece como perteneciente a las ciencias
humanas, mientras que el psicoanálisis al conjunto de las contraciencias humanas.
La tarea crítica sobre nuestro presente, sobre como se ha construido lo que se nos presenta
como dato inmediato de la realidad, se encontró con el psicoanálisis al estudiar las
relaciones entre sexualidad, saber, poder, identidad y verdad, a partir de Freud. Algunas
lecturas del trabajo genealógico de Foucault encuentran que se trata, en definitiva, de una
historia del psicoanálisis que llevaría a una estrategia contra el presente: desvelar los
efectos de dogmatismo ligados al saber y los efectos del saber ligados al dogmatismo, así
como identificar los mecanismos de poder y los objetivos normalizantes a partir de los
cuales se ha producido al sujeto.
Foucault entiende que Freud, Marx y Nietzsche deshicieron la consistencia cerrada del
signo semiológico moderno, desestabilizandolo con 3 deshacimientos: la pérdida de la
interioridad, la pérdida del origen y la pérdida del sentido.
Tanto Marx como Freud sostienen una teoría del valor de uso (economica), en Marx es el
valor de bienes-mercancías, y se refiere a un problema intersubjetivo, y en Freud es una
economía libidinal, valor de uso del placer, donde la cualidad del placer es la problemática
en cuestión, es decir, Freud tiene una teoría económica de la producción y circulación o
intercambio de la energía psíquica, así, en Freud el problema es intrasubjetivo.
El sueño es, entre Foucault y el psicoanálisis, una instancia de resonancias. Con fortaleza
teórica y una indudable mirada clínica.
La teoría crítica ha sido el primer campo de reflexión filosófica y social del siglo XX que ha
incorporado al psicoanálisis en su fundamentación teórica.
Introducción
La socionomía se entiende como una ciencia inclinada al estudio de las leyes que regulan lo
social, un campo de conocimiento nuevo, o nueva sociología.
Justificación
La relevancia de está investigación está dada por el conocimiento de cómo las resistencias
sociales han sido tramitadas o pueden transmitirse en el psicodrama.
En está fase aguda, se recomienda hacer ejercicios físicos para ayudar a la metabolización
de la adrenalina segregada, la práctica de técnicas de relajación, meditación, etc.
En una segunda fase del tratamiento, se trabaja con distintas técnicas (la mayoría de las
veces psicocorporales), tratando de permitir que la persona exprese las emociones que
muchas veces quedan contenidas en la coraza muscular.
Finalmente, la tercera fase apunta a reconectar al paciente con la vida, con el presente y el
futuro, redefiniéndose a sí mismo en el contexto de relaciones y actividades significativas.
La tercera fase incluye la reinserción en la vida diaria.
Una de las dificultades centrales en el trabajo con pacientes con TEPT es la imposibilidad
de su musculatura esquelética de ligar energía. En el proceso psicoterapéutico es necesario
descargar la sobreexcitación producida en el trauma volviendo la energía a los músculos.
En los animales, vemos que la inmovilidad muchas veces funciona como medida de
sobrevivencia, se congelan para luego descongelarse, pero sin llegar a traumatizarse.
Cuando la inmovilidad se cristaliza, y la energía no es posteriormente descargada, el
metabolismo queda interrumpido. La conducta hipervigilante continuará porque la
sobreexcitación interna sigue.Y está se convierte ahora en el principal peligro. EL adentro
se torna tan peligroso como lo era antes el afuera. Como las respuestas activadas por el
reflejo de alarma son conductas que estan fuera del control volitivo (se originan en el
cerebro reptiliano), las lógicas provenientes del neocórtex generalmente no ayudan.
Los individuos con TEPT usualmente desarrollan más de un síntoma, y a medida que más
energía se va liberando, más síntomas pueden aparecer o intensificar los ya presentes.
Las sensaciones del cuerpo son una vía directa al inconsciente y hablan el lenguaje de las
partes más viejas y primitivas de la mente. Si bien, en el abordaje psicoterapéutico del
TEPT, la reestructura cognitiva es importante, el proceso curativo debe incluir
necesariamente experiencias corporales.
Si bien las terapias verbales pueden ser muy efectivas a la hora de lograr una
reorganización cognitiva, dejan sin analizar las bases fisiológicas, motrices y emocionales
de las experiencias traumáticas.
Para el abordaje psicoterapéutico del TEPT, consideramos que hay 3 fases del tratamiento
en las cuales el trabajo psicocorporal es particularmente importante:
1. La primera fase es la etapa inicial del tratamiento a la que denominamos educación,
contención, estabilización y establecimiento de la seguridad.
2. La segunda fase del tratamiento en la cual la orientación somática parece crucial es
en la renegociación, reorganización e integración del material traumático.
3. En la tercera fase, el acercamiento corporal ofrece recursos importantes que
ayudan a restablecer en el paciente traumatizado la capacidad para el placer y las
experiencias positivas, reconectándolo con la vida cotidiana libre ya de los
sinsabores de la experiencia traumática
El consultorio -como campo energético- adquiere una relevancia especial. El cómo estar
situados, donde estar sentados, etc, debe quedar a discreción del paciente.
El usual en pacientes con TEPT que desde el principio manifiestan una cierta desconexión o
emociones negativas de odio para con su cuerpo. Frecuentemente, hay falta de energía en
los brazos, en las muñecas y en los tobillos.
Dirigiendo sensiblemente la atención al cuerpo, por medio del trabajo energético, se le quita
la presión al paciente de que debe hablar sobre lo sucedido. Trabajar a un nivel corporal
desde el comienzo del proceso psicoterapéutico nos permite desarrollar la seguridad de
que, eventualmente, la historia completa del trauma va a emerger al propio ritmo del
paciente.
La educación sobre los síntomas es un primer paso importante en el tratamiento del TEPT.
Las personas que sufrieron experiencias extremas, frecuentemente se sienten muy
confundidas sobre lo que estan experimentando. En algunos casos, aparece el temor a
enloquecer debido a la intensidad de sus emociones y a la sobreestimulación fisiológica.
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Por ello la educación de sus síntomas es importante, al ayudarlos entender que su actual
sufrimiento está relacionado con los eventos traumáticos del pasado.
Durante la primera fase, trabajando sobre puntos energéticos más profundos, las
intervenciones somáticas pueden ser empleadas para movilizar la energía hacía la
superficie del organismo (piel, pies, etc), lo cual posibilita no sólo una intervención directa
sobre los síntomas, sino también relajar las constricciones de los tejidos y las tensiones
musculares.
Otro recurso terapéutico que podemos integrar en está etapa inicial es la utilización de
imágenes que contengan recuerdos positivos o visualizaciones de lugares seguros, que
puedan estimular, en la conciencia del paciente, sentimientos y sensaciones corporales
positivas y seguras. Esto contribuye a que los pacientes puedan sentir sus cuerpos como
recursos y no solo como fuentes de dolor y sufrimiento.
La primera fase es importante para que el paciente entienda que conocer los sentimientos y
la fisiología relacionados con la situación traumática no le devuelve necesariamente al
trauma original y a la violencia e impotencia asociadas a él.
Para ello asentamos el relato de la historia del trauma en las sensaciones corporales. Las
últimas investigaciones realizadas en psicotraumatología indican que los eventos
traumáticos son recordados en el inconsciente primeramente como experiencia
somatosensorial o como recuerdo implícito, y que es la psicofisiología anormal asociada
que dirige los síntomas de TEPT.
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En términos energéticos, podríamos decir que el poder focalizarse en la sensación provee
una puerta de entrada a las zonas del inconsciente en donde se encuentra el potencial para
la autorregulación y curación profundas.
Fréchette sugiere darle la posibilidad al paciente de enraizarse a través del cuerpo del
psicoterapeuta. Cuando un proceso de recordación o de duelo se vuelve muy atemorizante
o invasivo, uno de los tantos modos que le permiten al paciente enraizarse a través del
cuerpo del psicoterapeuta es invitarlo a que se envuelva en posición fetal sobre la espalda
del psicoterapeuta, mientras que este, sentado, coloca una mano sobre el cuello del
paciente y otra, en la parte inferior de sus piernas o sus pies.
Abreacción: Término psicodinámico creado por Joseph Breuer por el cual se designa a la
descarga de una experiencia desagradable vivenciándola con los sentimientos originales y
en presencia del analista.
Las sensaciones son una vía regia de acceso al inconsciente. Para acceder a este
contenido, más o menos consciente, el psicoterapeuta se focaliza junto con el paciente en
hablar el lenguaje de las sensaciones, permitiéndonos así acercarnos al funcionamiento
involuntario del cerebro reptiliano. La idea central de este trabajo es hacer la sensación
consciente y sentida.
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Fase tres: reconexión con la vida cotidiana: restablecimiento de la expansión, de la
capacidad para el placer y de las experiencias positivas
La sobreestimulación del SN de los pacientes con TEPT les dificulta entrar en un estado de
relajación parasimpático, necesario para las actividades placenteras.
Es importante tener en cuenta que los pacientes pueden ir y volver entre estas fases,
pueden regresar a etapas más tempranas del proceso en cualquier momento. Para saber
cuando el paciente va hacía una resolución del estrés postraumático, uno de los mejores
indicios de resolución consiste en el restablecimiento en los pacientes de la capacidad para
experimentar placer en su vida cotidiana y para restablecer relaciones con los demás.
Se supone que los movimientos oculares bilaterales producen un efecto directo sobre el
cerebro, destrabando el SN y permitiendo al cerebro procesar las experiencias traumáticas
a través de la desintensificación de estas. Este dispositivo de desensibilización y
reprocesamiento permite el procesamiento de las informaciones de forma tal que las
imágenes, sonidos, olores, sentimientos o sensaciones desagradables, asociados a la
situación traumática, pueden ya no ser revividos cuando el evento traumático es traído a la
memoria.
Técnicas energéticas (ET): parten del presupuesto básico de que las emociones y los
síntomas perturbadores pueden tener un evento traumático en su raíz, que puede ser
abordado energéticamente desde procedimientos que activen el SNA parasimpático.
Los psicoterapeutas corporales hemos trabajado desde los comienzos de nuestra práctica
clínica con técnicas de estimulación bilateral que utilizan la capacidad innata de nuestro
cerebro para el desbloqueo, la desintensificación y el procesamiento de las situaciones
traumáticas.
Así, la energía liberada de la fijación traumática se torna disponible para el placer de vivir y
para la producción deseante, lo que mejora considerablemente la calidad de vida, la
autoestima y los vínculos, tanto en calidad como en intensidad.