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Lora Leigh El Regalo de

Heather

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

LORA LEIGH

EL REGALO
DE HEATHER
03 HOMBRES AUGUST

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

ÍNDICE

ARGUMENTO ............................................................................. 5
Capítulo 1.................................................................................. 6
Capítulo 2................................................................................ 12
Capítulo 3................................................................................ 16
Capítulo 4................................................................................ 19
Capítulo 5................................................................................ 25
Capítulo 6................................................................................ 29
Capítulo 7................................................................................ 33
Capítulo 8................................................................................ 39
Capítulo 9................................................................................ 44
Capítulo 10.............................................................................. 48
Capítulo 11.............................................................................. 53
Capítulo 12.............................................................................. 58
Capítulo 13.............................................................................. 65
Capítulo 14.............................................................................. 69
Capítulo 15.............................................................................. 74
Capítulo 16.............................................................................. 79
Capítulo 17.............................................................................. 85
Capítulo 18.............................................................................. 92
Capítulo 19.............................................................................. 99
Capítulo 20............................................................................ 102
Capítulo 21............................................................................ 111
Capítulo 22............................................................................ 114
Capítulo 23............................................................................ 118
Capítulo 24............................................................................ 124
Capítulo 25............................................................................ 128
Capítulo 26............................................................................ 134
Capítulo 27............................................................................ 138
Capítulo 28............................................................................ 144
Capítulo 29............................................................................ 148

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Heather
Capítulo 30............................................................................ 156
Capítulo 31............................................................................ 160
Capítulo 32............................................................................ 165
Capítulo 33............................................................................ 168
Capítulo 34............................................................................ 172
Capítulo 35............................................................................ 176
Capítulo 36............................................................................ 180
Capítulo 37............................................................................ 191
Capítulo 38............................................................................ 194
Capítulo 39............................................................................ 199
Capítulo 40............................................................................ 202
Epílogo .................................................................................. 206

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Heather

ARGUMENTO

¿Ella traería el regalo de la aceptación o rompería


los lazos que habían sido forjados en los fuegos del
infierno?
El trabajo de Heather era cuidar el cuerpo de Sam.
Como parte del equipo asignado para proteger a la
familia August, había tomado su trabajo seriamente.
Hasta que un hombre loco le enseñó que era la
debilidad de Sam August. Hasta que el pasado surgió
con intentos de asesinato o sorprendentes secretos.
Podría Sam negar su pasión por esta mujer, o
podrían las oscuras pesadillas, y sensuales deseos que
se encarnizaban con ambos ser la causa de su
destrucción, y la destrucción de la mujer que ama.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 1

Dos meses después


Él estaba fuera. Sam podía sentirlo. El conocimiento latía en las heridas de su
abdomen, en las sombrías pesadillas que estaban de repente aflorando incluso
mientras estaba despierto. El bastardo estaba observándolos, esperando,
perfeccionando su cronometraje antes de golpear de nuevo.
Miró fijamente hacia la noche a través de las puertas a prueba de balas del balcón
de su habitación preguntándose cuando golpearía de nuevo el merodeador. ¿Quién
era, y por qué estaba absorto en la venganza por la destrucción de un maníaco?
Jebediah Marcelle había sido un monstruo. Una criatura tan maligna, tan oscura,
absorbida totalmente por perversiones, que eran pesadillas hechas realidad.
Algunas veces Sam se preguntaba si el fantasma del bastardo no estaba
acechándolos, amenazando con robarles cada cosa que apreciaban. Y a las mujeres
que querían.
Marly, Sarah y Heather. Su mandíbula se cerró con el recuerdo del dolor que cada
una de ellas había soportado ya. Especialmente Heather. El bastardo la había
cortado, la había despojado de su ropa, extendido sus piernas y hendido en tajos la
suave y aterciopelada piel de su montículo.
Los finos cortes de navaja habían sido justo lo bastante profundos para asegurar
que los cortes permanecieran pero no tan profundos como para mutilar. Apenas
visibles ahora, pero fácilmente palpables. Se pasó la mano por el abdomen, sintiendo
la aspereza de la piel allí, las cicatrices que sobrellevaba él mismo. Si bajara más,
podría sentirlas en su miembro.
Entonces cerró los ojos, luchando con el agitado malestar de su estómago, la
culpabilidad y la vergüenza del interminable conocimiento de que su violenta
negativa a los avances de Marcelle había resultado en meses de horror no sólo para
él, sino también para sus hermanos. Una negativa que había cambiado toda su vida
para siempre.
Apoyó el codo en el marco de la puerta y se restregó la frente contra el brazo.
Pensar en el pasado lo ponía enfermo. El olor de la sangre, semen y lágrimas

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Heather
vagaban a través de sus recuerdos mientras la agonía desgarraba su alma. Apretó los
dientes, luchando contra las sombrías visiones que vagaban por su mente.
En su mayor parte, él había bloqueado los recuerdos. A diferencia de Cade y
Brock, de alguna manera se las había apañado para borrar la brutal claridad de lo
que había ocurrido. Por un tiempo. Ahora parecían estar retornando como una
venganza, y no sólo en la forma de pesadillas. En la forma de sangrientas escenas y
retorcidas expresiones de muerte.
Sacudió la cabeza, sintiendo la humedad que helaba su piel como un frío sudor
que envolvía su cuerpo. Levantó la cabeza, parpadeando mientras miraba fijamente
fuera a las tierras sombreadas por la luna del rancho y peleó por las respuestas.
—¿Dónde estás? —susurró desgarradamente—. ¿Y qué demonios tienes planeado
ahora?
—Estoy segura de que lo sabremos pronto. —La suave y femenina voz le hizo
pegarles un tirón a las cerradas cortinas y volverse hacia las puertas de
comunicación.
Ella permanecía allí, enmarcada por la suave luz de su habitación, el rojo cabello
brillando por la luz de fondo, su expresión en sombras.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —Frunció el ceño mientras miraba para estar
seguro de que las cortinas estaban firmemente cerradas y que no había ojos
entrometidos que pudieran verla. Había sido atacada por su atracción hacia ella, su
cariño por ella. No podía correr el riesgo de que la violencia contra ella se
intensificara.
—¿Cade no te lo dijo? —Ella entró más en la habitación, su esbelto cuerpo
moviéndose lánguidamente en la tenue luz—. Pensó que sería más seguro para mí
dormir aquí arriba en lugar de abajo. Personalmente, pienso que estoy empezando a
obstaculizar los momentos de la familia ahí abajo.
Ella sonrió mientras pronunciaba las palabras, pero él escuchó la vena de dolor en
su voz. Ella sabía... sabía que él había estado con Sarah y Marly, sabía que había ido a
ellas cuando seguía negándose ir a ella.
—No me disculparé...
—¿Te he pedido que te disculpes, Sam? —Ladeó la cabeza mientras lo
observaba—. Me lo explicaste bastante claro la primera vez. No tengo control sobre
ti, de manera que esto no es de mi incumbencia... —Se detuvo—. ¿No es verdad?
Sam la miró amenazadoramente. Si solamente ella supiera. Desafortunadamente,
decírselo sería sólo incrementar sus problemas.

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—Sip. Correcto —gruñó mientras se alejaba de ella—. Bien, estás en la habitación
junto a la mía. Deja la puerta cerrada, haz caso omiso a mis ronquidos y nosotros nos
las arreglaremos bien.
Ahora sólo podía rogar por que ella ignorara las pesadillas. De alguna manera
tenía la sensación de que a esta altura estaba haciéndose ilusiones.
—¿De manera que roncas? —Ella caminó más dentro de la habitación, casi como si
poseyera el lugar, pensó Sam.
—Ruidosamente. —Él intentó ignorar el hecho de que ella se dejó caer en su cama
y lo miraba con expectación mientras él le daba la espalda.
—Bien. —Ella se encogió de hombros—. Yo ignoro tus ronquidos, tú ignoras mi
vibrador.
Él parpadeó. Su corazón estaba condenadamente cerca de salir disparado de su
pecho, bramaba tan fuerte, y su polla estaba completamente erecta y latiendo tan
pronto como las palabras salieron de su boca. Maldita fuera, no jugaba limpio.
—¡Mierda! —Se pasó las manos bruscamente por el pelo mientras la miraba
sorprendido—. Eres virgen.
—¿Y? —Estaba riéndose de él. Él podía oír la diversión en su voz, la burla—.
Incluso las vírgenes se ponen cachondas, Sammy.
Ella se relajó sobre la cama, cruzando las piernas como un maldito pretzel 1
mientras apoyaba la barbilla sobre el puño y lo contemplaba.
—¿No estás de guardia o algo? —Si ella no salía de su condenada cama él no iba a
ser responsable de sus actos. La idea de aquel vibrador lo estaba matando.
—Nop. Acabo de terminar el servicio. Todo está tranquilo y en calma por ahora de
manera que pensé en venir a ver si tú necesitabas ser arropado en la cama o algo.
O algo, definitivamente, pensó acaloradamente. Menos de dos horas antes él había
tenido orgasmos hasta que quiso gritar de placer, y ahora estaba muriéndose por
tocar a Heather, por tenerla, escuchar sus gritos resonando alrededor de él. Poseerla
en formas que ella nunca imaginaría. Una forma que él sabía que ella nunca podría
aceptar.
Entonces se detuvo. ¿Lo habría escuchado? ¿Sabía que era su nombre el que había
gritado mientras bombeaba su semen profundamente dentro del cuerpo de Sarah?
—¿Dónde estabas antes? —No pudo evitar hacer esa pregunta. No pudo contener
la necesidad de saber.

1Pretzel: es un tipo de galleta norteamericana que se asemeja a la posición que adoptan las piernas
cuando nos sentamos a lo indio. (N. de la T.)

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—No estaba mirando, si eso es lo que quieres saber. —La diversión había
desaparecido de su voz—. Estaba bien arropada y segura en la caravana, cariño, de
manera que no tienes que preocuparte.
Él escuchó el dolor, la persistente pregunta en su voz, y luchó por ignorarla.
—¿Quién está preocupado? —Demonios, él casi terminó en sus pantalones sólo de
pensar en ella mirando.
—Sam. —Su voz le advirtió que estaba pisando terreno peligroso. Un tema que
ella no quería discutir, uno que rehusaba entender.
—Bien, Heather. —Respiró con fuerza—. Ahora ve a arroparte tu misma en tu
cama y yo jugaré limpio y permaneceré en casa esta noche. ¿Te parece? Pero saca tu
culo de mi cama y fuera de mi habitación antes de que olvide por qué fuiste atacada,
y por qué no puedo tenerte. Porque Dios verdadero, estoy a pocos minutos de
follarte hasta que no puedas moverte.
—Asombroso. —Su voz era burlona—. Estaba convencida de que los hombres
August robaban testosterona y resistencia al nacer. Ustedes tres son como conejitos.
—Mantén eso y lo comprobarás —gruñó él, luchando por no tocarla mientras ella
salía lentamente de la cama.
—Maravilloso, de todas formas necesito dormir. —Se encogió de hombros, aunque
él pudo sentir la pena resonando en el aire a su alrededor—. Más malditas compras
mañana. Como si cualquiera de esas mujeres necesitara más vestidos. Rick va a tener
que renunciar pronto a esto.
Sam se apaciguó, observándola atentamente mientras ella se reclinaba contra el
alto poste de la cama.
—¿Todavía está intentando provocar al merodeador? —Sería la cuarta incursión a
la ciudad.
Rick estaba seguro de que el merodeador tenía que vivir por los alrededores, en
situación para oír los chismorreos concernientes a los August y para entrar y salir a
hurtadillas del rancho desapercibidamente.
—Tenemos que hacer algo, Sam. No podemos solo esperar que golpee. —Ella negó
con la cabeza, suspirando con brusquedad—. Nadie estará seguro hasta que lo
detengamos.
—Poneros a las tres en peligro no es la solución. —Se alejó de ella, la ira rebotaba a
través de él—. ¡Maldición! El bastardo no está cuerdo. —Se estremeció mientras
sombríos recuerdos se retorcían dentro de él—. Heather, no lo sabes. Tú no sabes lo
que podría hacerte.

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Heather
Pero Sam lo sabía. Conocía el dolor y el horror, la cruda maldad que podía infectar
la mente de tales hombres.
—Nosotras no estamos en peligro, Sam. —Llegó hasta él, metiéndose fácil y
cómodamente en sus brazos mientras los abría para ella.
Él necesitaba sujetarla. Sólo sujetarla. Sentir su suavidad y su calor contra él,
sentir, por un momento, que la estaba manteniendo segura, manteniéndola
protegida. Era todo lo que podía permitirse a sí mismo por ahora.
—Todas estáis en peligro. —Inclinó la cabeza, inhalando su limpio y delicado
aroma.
—Rick cuidará de nosotras, y estaremos rodeadas de guardaespaldas. —Se alejó
de él un segundo después de que notara sus apretados pezones presionándole el
pecho a través de sus camisas, a pesar de que la mantuvo en el círculo de sus
brazos—. Simplemente odio la parte de las compras. —La irónica diversión de su voz
estaba diseñada para distraerlo. Lo sabía, y por un momento le permitió creer que lo
había conseguido.
—Compra un vestido —susurró, agachándose para acariciarle el oído mientras
ella se estremecía sensualmente—. Algo corto y ligero. Algo para resaltar esas
preciosas piernas tuyas.
—Creo que no. —Pudo escuchar la entrecortada cualidad de su voz—. He visto lo
que les ocurre a las mujeres en esta casa cuando llevan vestidos. Mantendré mis
vaqueros por ahora, gracias. —Ella presionó contra su pecho, una indicación de que
necesitaba escapar.
—Heather. —Los brazos de él se cerraron alrededor de ella, odiaba liberarla—. Si
el peligro no fuera tan elevado, ni la situación tan desesperada, te mostraría una
manera en que pudieras comprender. Te explicaría todo con acciones tan sensuales
que nunca olvidarías. Te amaría, cariño, de formas que nunca podrás imaginar.
—Suena bien, Sammy. —Su voz era suave y triste—. Déjame saber cuándo te
quedas sin excusas, ¿vale? Podría desear intentarlas.
Ella se alejó de él, lanzándole una mirada sobre el hombro mientras le volvía la
espalda. Por un momento, por la luz del otro dormitorio, pensó que veía brillo de
lágrimas. Pero entonces ella se alejó y caminó lentamente a su propia habitación,
cerrando la puerta tras ella. La oscuridad lo envolvió, por dentro y por fuera.
—¡Mierda! —Maldijo la situación, maldijo la palpitante desesperación de su dura
polla. No podía estar alrededor de ella, no podía pensar en ella sin ponerse duro
como una estaca.

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Estar con Sarah o con Marly no ayudaba. Calmaba los demonios, pero no las
demandas emocionales y físicas que Heather inspiraba. Hizo una mueca mientras se
desvestía para acostarse, lanzando descuidadamente las ropas al suelo.
La cama era grande, suficientemente amplía para tres, y demasiado malditamente
solitaria. Se echó sobre las sábanas, contemplando el techo con desaliento, después la
puerta que separaba los dos dormitorios mientras sus ojos se cerraban en el intento.
Arrastró con brusquedad un tubo de lubricante del cajón de la mesita de noche,
sacó un sustancioso montón sobre la palma de su mano, luego lo extendió sobre su
tirante miembro mientras la imaginaba. La imaginó viniendo a él, su suave cuerpo
desnudo y caliente, tomándolo, necesitándolo.
Sus dedos se tensaron alrededor de la pulsante vara mientras la imagen de
Heather, desnuda, húmeda y salvaje, vagaba por su mente. Estaría apretada. Tan
malditamente apretada. Él ahogó un gemido mientras acariciaba su tensa polla,
moviendo los dedos lentamente sobre la cicatrizada carne mientras se tensaba con la
idea del apretado y suave coño de Heather.
Ella lo apretaría y lo chamuscaría. Sus caderas se doblaron y su miembro latió por
la imaginada sensación mientras los dedos se deslizaban sobre la hinchada carne. El
ritmo de sus dedos se incrementó mientras imaginaba los gritos de ella, la expresión
volviéndose floja por el placer, su coño tensándose, temblando. No pudo detener el
estrangulado gemido mientras su polla estallaba, arrojando la cremosa liberación
sobre el duro abdomen mientras el placer zumbaba por su médula.
—Ahora esto no es justo. —Los ojos se le abrieron de golpe mientras Heather lo
miraba desde el umbral. Y ella estaba cabreada—. No utilices mi jodido nombre,
Sam, a menos que estés realmente jodiéndome.
Se volvió y cerró la puerta de un golpe mientras lo abandonaba de nuevo,
dejándolo sorprendido, un poquito avergonzado, y tan malditamente duro otra vez
que no pudo hacer nada más que gruñir de dolor.

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Capítulo 2

—Heather, irás de compras con Sarah y Marly —le dijo Tara con firmeza a la
mañana siguiente mientras el grupo de guardaespaldas se encontraban en el
barracón para una sesión informativa final—. Helena y el equipo de Calvin ocuparan
su puesto pronto en las tiendas a lo largo de la calle mientras Rick y su equipo
establecen la vigilancia de la calle desde la cafetería al otro lado de la calle. Lo
haremos sencillo y breve y a ver qué pasa.
—Todavía no ha pasado nada. —Raider, un gran y huesudo ex-mercenario se
removió peligrosamente en su asiento—. Y no va a suceder hasta que Sam haga su
movimiento. Aquí os estáis enfrentando a alguien demasiado listo para meter la pata
hasta que le saquéis de quicio. Yo digo que le saquemos de quicio.
Heather echó un vistazo con el ceño fruncido al hombre grande. Raider no era su
verdadero nombre, y él no llevaba con el equipo el tiempo suficiente para que ella
hubiera llegado a conocerlo muy bien. Sus ojos negros eran fríos; su expresión, la
mayoría de las veces, carente de emoción o sentimiento. Pero en ocasiones, como
ahora, captaba un perezoso atisbo de humor en las comisuras de sus labios cuando
miraba a Tara.
—¿Qué sugieres, Raider, una orgía al estilo August en el centro de la ciudad? —se
burló Tara con frialdad.
—Sólo si Heather está en el medio de ella. —Se encogió de hombros—. Pero eso
me parece excesivo, Tara. El merodeador tiene, de algún modo, un contacto en
aquella casa. Él sabrá si ella se lo está follando.
Heather se ruborizó y maldijo la llamarada de excitación que se encendió, rápida y
furiosa, en su cuerpo al pensar en Sam. Él había evitado cuidadosamente «los
momentos familiares», tal como Tara los había calificado, varios meses antes, hasta la
noche pasada. Pero alejarse de ellos, al parecer solamente lo volvió más oscuro, más
crispado, más peligroso.
—Mi hermana no está siendo alcahueteada para esta misión —espetó Tara llena de
furia.

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—Ya está bien, Tara —dijo Heather suavemente mientras se giraba hacia su
hermana—. Lo malo es que él tiene razón. Estos pequeños paseos no hacen otra cosa
que ponernos de los nervios a ellas y a mí. —Estaba harta de ir de compras, cansada
de la tensión y el marcado miedo en las miradas de Marly y de Sarah mientras
estaban fuera.
Ella miró a Raider, y por un segundo, captó un borde de salvaje falta de piedad en
sus ojos. Sólo Rick y Tara parecían conocer al otro hombre muy bien, había
momentos en que su vacuidad la aterrorizaba.
—Hasta que tengamos algo mejor, esto es lo que hay —les informó
despiadadamente Tara a ambos—. Si no te gusta seguir órdenes, Raider, puedes
recoger y largarte en cualquier momento. Nadie te obliga a quedarte aquí.
La tensión se condensó al instante. Raider se estiró despacio poniéndose en pie
mientras los otros seis agentes en la estancia lo miraban con cautela.
—Sí, alguien lo hace Tara —gruñó con voz mortal—. Pero me ocuparé de ella
cuando sea el momento adecuado. Avisadme cuando estéis preparados para partir.
Salió airado de la habitación. No se movía rápido, no pisaba con fuerza. Nunca
oías una pisada, era condenadamente silencioso. Y esto resultaba aún más aterrador
por el completo silencio. La puerta hizo clic silenciosamente detrás de él antes de que
todos los ojos se volvieran a Tara.
—Vivirá. —Se encogió de hombros como si le fuera indiferente, pero Heather vio
la preocupación que iluminó sus claros ojos verdes.
—Ese muchacho se va a soltar de la correa un día. Cuando lo haga, se va a armar
la de San Quintín. —Bret Austin, el empleado de August que se había unido unos
meses antes al grupo, sacudió la cabeza con cautela—. Yo no lo perdería de vista.
—¿No tienes ganado que vigilar? —lo amonestó Tara frunciendo el ceño.
Una descuidada sonrisa se sesgó en la cara del vaquero mientras sus ojos color
avellana se encendían con la risa.
—¡Demonios!, las vacas no son tan divertidas. ¿Es que no puedo quedarme por
aquí y mirar algo más?
—El espectáculo se acabó —gruñó Tara—. Estás aquí para los pormenores de la
casa. Asegúrate de que mantienes a esos condenados hombres aquí en la casa, Bret.
Si nos siguen frustrarán el objetivo.
Bret hizo una mueca.
—Es una condenada buena cosa que Rick me prometiera trabajo cuando Cade me
eche a la calle. Porque maldición, al final lo hará. Mantenerlo en casa —resopló—.

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Esto es como mandarme mantener a mamá osa en su guarida mientras torturas a sus
pequeños.
Tara puso los ojos en blanco.
—Al menos avísame si se marchan. Estuvieron de acuerdo. Una salida más. No
los dejes jodernos sin avisarnos.
—Lo haré. —Él asintió con la cabeza brevemente, aunque Heather dudaba
seriamente que él fuera en contra de Cade August en último extremo. Demonios,
incluso Rick vaciló antes de alzarse en contra del hermano mayor.
—Y tú —siseó Tara mientras los hombres desfilaban fuera de la habitación—.
Permanece fuera del dormitorio de Sam August.
Heather arqueó la ceja lentamente.
—No eres mi guardiana, Tara.
—No, soy tu hermana, y te digo que los hombres August son más de lo que tú
puedes manejar. Deja de jugar con fuego y concéntrate en tu trabajo.
—Sam August es mi trabajo —dijo ella suavemente—. No fingiré que no siento
cariño por él. Incluso por ti.
Ella comprendía la preocupación de Tara, conocía las oscuras experiencias del
pasado de su hermana que alimentaban su preocupación.
—Dios, Heather, ¿todavía no has aprendido lo peligroso que es esto? —gruñó
Tara—. Estás marcada para siempre. La muerte es igual de permanente. Fuiste
afortunada la primera vez, ahora te retiras.
—Para, Tara. —Heather encaró a su hermana lentamente, metiéndose las manos
en los bolsillos de los vaqueros ante la necesidad que a pesar de todo sentía de
abrazarse a la otra mujer. Podía ver el dolor de Tara, los fantasmas que la
perseguían—. No puedes protegerme de esto, y no puedes ordenarme que me aleje
de él como si fuera una niña.
—Puedo despedirte —espetó con furia.
—Entonces despídeme. —Heather se encogió de hombros—. No me marcharé, y
de todos modos, no permaneceré más alejada de Sam de lo que él me mantiene
apartada.
La expresión de su hermana se tensó apretando sus labios en una fría y
despiadada línea.
—Él quiere compartirte, Heather —dijo tensa Tara—. ¿Quieres saber cómo es eso?
¿Realmente quieres saber cómo es eso sin amor? Tú crees que lo amas. Crees que él te
ama. Pero no lo hace. El amor no se presenta así. Eso es sexo. Eso es lujuria. Punto.

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Esto era el estilo de vida de Tara. Ella lo había vivido con su marido antes de que
Rick la hubiera apartado de ello. Ella había yacido entre el hombre que odiaba y el
hombre que se apiadó de ella, y Heather sabía que esto casi la había destruido. Y con
todo, ahora que no había ninguna posibilidad de emoción, ninguna posibilidad de
encariñamiento, era el estilo de vida sexual que aceptaba en vez rechazar.
Heather sabía de la destrucción que podría esperarla con los August. Conocía el
dolor, la traición, la pérdida del amor propio que se originaba de tal relación. Lo
había visto con su hermana, Rick y el hermano de este, Carl, antes del accidente de
Carl y su muerte.
—No es lo mismo —susurró sabiendo que su hermana no podía verlo, que no
podía mirar más allá de su propio pasado para ver la realidad de estos hombres—.
No sé cómo es de diferente, Tara, pero sé que lo es. Y no lo discutiré contigo. No
quiero compartir a Sam, y no quiero ser más que un abrazo y un besito en la mejilla
para esos hermanos. Pero no lo abandonaré de esa manera. No me alejaré mientras
algún bastardo lo quiere destruir. No lo haré. Ni siquiera por ti.
Los ojos de Tara chispearon con furia, y Heather supo que la explosión era
inminente. Por suerte, la puerta se abrió de golpe al mismo tiempo.
—Hora de irnos, gata salvaje. —La oscura voz de Raider hacía juego con la sombra
negra que proyectaba sobre el suelo—. Rick acaba de convocarnos, todo el mundo en
su puesto. Hora de ir de compras.
—Tengo que cambiarme. —Heather sacudió la cabeza cuando echó un vistazo a su
hermana, viendo el conflicto entre la cólera y el miedo en su cara—. Dame media
hora y estaré de vuelta.
No esperó un comentario o una negativa, sino que giró sobre sus talones y pasó
junto a Raider de prisa mientras él se hacía prudentemente aparte. Ella tembló
cuando miró de reojo su cara. Fría, dura. Él la miró con un borde de acero que era
casi temible, pero el modo en que miraba a Tara debería haberla aterrado. Heather se
quedó más que sorprendida por el hecho de que no ocurriera así.

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Capítulo 3

El merodeador observó a la mujer, sus bonitos rasgos llenos de humor mientras


sonreía a las otras dos que estaban viendo escaparates con ella. Era una belleza, como
las demás. Su largo pelo rojizo caía por su espalda como una llama viva, casi rozando
sus curvilíneas y esbeltas caderas. Era menuda, casi diminuta, delicadamente
constituida y parecía uno de esos bonitos duendecillos que se encuentran en los
cuentos de hadas.
Estaba vestida con un ligero vestido de verano de lino que apenas cubría sus
muslos. Una ropa tan escandalosa. Evidentemente la lección que había recibido el
mes pasado no la había impresionado sobre lo serios que eran sus pecados. Estaba
tentando a aquellos hombres, incluso más de lo que Marly y Sarah hacían.
Mientras estuviese con esos hombres August, ella balancearía sus curvilíneas
caderas, se reiría y coquetearía con ellos a todas horas. Era una Jezabel, y lo sabía.
Una tentación de pelo flamígero que arrastraba a los hombres a sus perversiones.
Pronto, el último límite sería violado, y algo debería ser hecho.
Ella se detuvo, levantando un elegante pie para ajustar la correa de su sandalia.
Tan bonita. Su piel era suave, como la seda. Verla le traía a la mente los suaves
contornos de su bonito coño, la pequeña hendidura que lo separaba era
increíblemente suave. Suave y marcada con la prueba de su rebelde sensualidad.
Ahora llevaba la señal de la tentación allí, en la misma carne que tentaba a los
simples mortales a superar los límites de su propio control.
El suave montículo había sido estropeado por el cuchillo, y las cicatrices que dejó
nunca serían olvidadas. Las finas cicatrices, casi invisibles, que ella llevaría para
siempre. Cicatrices que cualquier hombre que la tocase sentiría, sabría, y por lo tanto,
la reconocería como la tentadora que era.
Las otras dos mujeres no eran más que una irritación menor. Marly debería haber
actuado mejor, por supuesto. Era un ángel, tan dulce y encantadora, tan tentadora y
pura antes de que los bastardos la corrompiesen con sus depravaciones. Sarah era
mayor, supuestamente más sabia, pero había sido imposible deshacerse de ella con
eficacia.

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Heather
Había sido imposible matarla. Pero el deseo de matar no había estado realmente
allí. Ninguno quería escuchar, ese era el problema. Era como si las advertencias del
pasado hubiesen sido completamente olvidadas, pasadas por alto e ignoradas. Las
palabras de sabiduría habían sido despreciadas, y todos los sueños destruidos. Con
un golpe... un golpe despiadado y poderoso... el bastardo había tomado todo esto, y
nunca volvería.
Pero entonces, una idea comenzó a formarse. Quizás el plan estaba siendo
ejecutado de modo incorrecto. Castigar inocentes por los delitos de los culpables. El
castigo debería ir al único que cometía el delito. El que rechazaba entender.
Rechazaba saber cuál era su lugar y sus delitos. Ya que con cada delito viene el
castigo, y él ya había cometido el delito fundamental.
Por primera vez en meses, un verdadero plan comenzó a formarse. Las mujeres
eran puras e inocentes. Hacían lo que las mujeres deberían hacer, rendirse a quienes
ellas creían que eran sus legítimos maestros. No lo sabían. Benditos fuesen sus
corazones, no eran conscientes del demonio que las profanaba. Eran demasiado
dulces, sus corazones eran demasiado tiernos para ver o entender semejante mal.
El conocimiento estaba claro ahora. Los ojos se estrecharon, los puños se apretaron
mientras las mujeres caminaban al siguiente escaparate, a la siguiente tienda que
mostraba sus artículos con adornos. Estaban siendo corrompidas, y esto debía parar.
Un momento de distracción apareció mientras un fuerte bruto comenzaba a
avanzar hacia las mujeres. El hombre, el ex marido de Sarah, era una lamentable
excusa de hombre. Incapaz de controlar a su mujer o a su casa.
El hombre se paró. Era obvio que lo que decía estaba afectando a las mujeres. Ellas
se movieron para alejarse, pero el bastardo extendió la mano, agarrando el brazo de
Sarah, acercándola a él. La pequeña duende pelirroja lo había hecho morder el polvo
de un puñetazo, estaba dispuesta a dejarlo huir, pero no esperaba que el bastardo
patease sus delicadas piernas. Se cayó, pero ella no era pusilánime ni estaba
dispuesta a rendirse. Se levantó otra vez y fue a por él cuando otro hombre se acercó.
Desde el otro lado de la calle, la puerta de una camioneta oscura de cristales
tintados, se abrió de repente y un hombre corrió a través de la calle. Sam. Empujó la
espalda de ella, su mano yendo hacia la garganta de Tate mientras el otro hombre
retorcía el brazo de Sarah. Tate la dejó ir rápidamente, las manos arañando los dedos
de Sam, los ojos sobresaliendo de su cabeza mientras era lanzado contra la pared del
edificio.
Las mujeres estaban gritando, la pelirroja estaba tirando del brazo de Sam,
mirando la calle nerviosamente mientras se oía el sonido de sirenas. El demonio
rehusó escuchar durante unos extensos segundos. Le dijo algo a Tate, un gruñido
retorcía sus labios un segundo antes de que lo arrojase a la acera como la basura que

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
era. Tate no pudo hacer nada más que largarse antes de que el coche del sheriff
doblase la calle.
Y mirando el espectáculo, una idea comenzó a gestarse. No sería difícil de hacer.
Sam estaba furioso, y todos conocían su carácter, sus instintos posesivos. Esto
funcionaría. El Corruptor sería destruido y enviado lejos, y las mujeres serían otra
vez puras y sin tacha. Los otros dos hombres, aunque exactamente tan culpables, se
marchitarían sin lo único por lo que luchaban con tanta fuerza para proteger. Sam era
el catalizador, el Corruptor, el Demonio. Y debía ser destruido.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 4

—¡Joder Sam! ¿Qué tratabas de hacer? —Heather entró furiosa en el dormitorio de


Sam tras encontrar finalmente un momento libre para regañarle por su violencia en
una calle pública. Se paró abruptamente.
Tal vez debería haber llamado, pensó, luego se dio una patada mentalmente.
¡Demonios, no! Eso habría sido un error incluso mayor. Cualquier posibilidad de
pillar a Sam August desnudo merecía la pena. El hombre era una obra de arte. Era
todo lo que había.
Sam se giró desde el tocador en el que había estado revolviendo. Su boca se secó,
luego babeó cuando vio su duro y bronceado cuerpo. No había ninguna marca
blanca, y que la condenaran si había algún indicio de que usase una cabina de rayos
UVA. Parecía un indio. Piel oscura, dura y músculos aún más duros debajo.
Músculos que se ondulaban y tentaban, y que le hacían desear pasar sus manos sobre
ellos.
Sus ojos bajaron a las caderas. No podía evitarlo. Le vio erigirse completa y
maravillosamente en cuestión de segundos. Era como un tallo duro y grueso
elevándose desde el medio de sus muslos. La cabeza era amplia, con forma de
ciruela, y tentadora, llena de venas y evidentemente gruesa. La visión la hizo muy
consciente de su propia feminidad, de la necesidad de sentirle empujando dentro de
ella, tomándola, jodiéndola con duras y violentas estocadas.
—¡Demonios, Heather! ¿Por qué simplemente no entras sin llamar? —gruñó
mientras alcanzaba un pantalón de chándal de su cómoda y se lo ponía bruscamente
sobre sus largas y muy musculosas piernas.
—¿Tienes una erección? —preguntó mientras luchaba por controlar su respiración
y su pesar cuando tapó la visión.
Sam murmuró algo tan bajo que ella no pudo pillar, pero se parecía bastante a
estar cabreado con ella. Él le dirigió una oscura mirada.
—¿Por qué me estás poniendo verde ahora?
Ella cerró la puerta de golpe, apoyando las manos en las caderas mientras lo
miraba irritada.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—No lo hacía —ironizó—. Pero ahora que lo mencionas...
—Olvida que lo mencioné —gruñó, la exasperación llenaba su voz.
—¿Hoy? ¿En la ciudad? —le recordó ella, ignorando la sugerencia—. ¿Qué
demonios estabas haciendo, tratando de matar a aquel bastardo en la calle? ¿Quieres
ir a la cárcel? Vas a acabar allí, sabes, si presenta cargos.
Ella observó como su mandíbula se tensaba, la furia atravesaba su expresión
mientras sus ojos se oscurecían.
—Déjale —gruñó—. Porque cuando salga, tendré ganas de matarlo. Tendrá un
contrincante para el entrenamiento. —La mirada desaprobadora de ella lo hizo
sacudir la cabeza irritado—. No te preocupes, Heather. Tate no quiere enfrentarse a
mí y lo sabe.
El tono de su voz, la expresión dura, mostraba al hombre cuidadosamente oculto
bajo el exterior risueño. Rick y Tara pensaban que Cade era el único del que había
que preocuparse, pero Heather siempre había sabido que el exterior indolente y
risueño de Sam sostenía un núcleo de duro y frío acero.
—Sam, esa no es la cuestión. —Negó furiosamente con la cabeza—. ¡Joder!
Estábamos allí por una razón. Si continuas saliendo de las sombras, nunca vamos a
hacer salir al condenado merodeador para que nuestros hombres puedan atraparlo.
Una semana de compras, vestirse con la ropa más refinada y jugar a la debutante
estaba alterando todos sus nervios. Marly y Sarah estaban irritándose viendo
continuamente escaparates, y Cade y Brock estaban tan condenadamente nerviosos
por dejarlas salir solas, que parecían gatos enjaulados.
—Heather, no me quedaré quieto ni permitiré que algún bastardo abuse de ti, de
Sarah o de Marly. ¿Qué demonios te hace pensar que va a pasar alguna vez? —Se
volvió hacia ella con incredulidad—. ¿Crees que simplemente iba a quedarme allí
parado y dejarle mandarte al infierno a golpes?
¿Qué la hizo pensar que él haría nada sensato en este asunto? No lo había hecho
en todo el tiempo desde que lo conocía.
—Yo lo habría manejado —gruñó ella.
—Sí, ya lo vi —chasqueó él—. El bastardo te dio una patada, Heather. Mira la
jodida contusión en tu pierna. Deja de tocarme los huevos por tratar de frenarlo.
No tenía que mirarlo, ella lo sentía. Pero no era ninguna tonta. Había sabido lo que
venía a continuación y lo que podía parecer a cualquiera que lo hubiese visto.
—No necesitaba tu protección —escupió—. Teníamos un plan, Sam...

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Era un plan estúpido —gruñó mientras se tiraba en la cama, mirándola a través
de sus pesados párpados y los repentinamente sensuales ojos. ¿Qué era lo que les
pasaba a los hombres August que cualquier tipo de confrontación con las mujeres
producía esa reacción? No, ella quiso rectificar eso cuando su corazón saltó. Ellos
sólo reaccionaban de esa manera con "sus" mujeres.
—Ven aquí. —Él acarició el colchón—. Veré si puedo encontrar algo más que me
puedas tocar.
Ella frunció el ceño cuando miró hacia la puerta, entonces volvió a Sam.
—Estoy de servicio. Tara me daría una patada en el culo. Además, estoy cansada
de jugar contigo. No eres más que un provocador.
Sus provocaciones la tenían en tal estado de excitación que estaba a punto de
volverse ella y los otros guardaespaldas locos con sus cambios de humor. Podía
tratarla ahora como a su amante, pero sabía condenadamente bien que no estaba a
punto de follarla.
—Cierra con llave la puerta. Déjame besar mejor la pupita de tu pierna. —La tentó
con un suave y seductor gruñido.
Heather se mordió el labio mientras echaba un vistazo a la puerta otra vez. Tara
parecía últimamente una condenada osa con una pata malherida. Si pillaba a Heather
jugando cuando debería estar trabajando, habría serias consecuencias. Y Tara sabría
si ella estaba jugando. Cada vez que Sam la tocaba, la excitaba o simplemente la
dejaba deseosa, su carácter se hacía tan irritable que estaba convirtiéndose en una
broma corriente entre el grupo asignado al rancho.
—Vamos, te desafío. —Suavemente, bromeando, la impulsaba a unirse a sus
travesuras—. Ven aquí, cariño, déjame besar tu herida. —Las palabras eran infantiles,
la voz y la expresión eran puro pecado. Él la tentaba cuando ella sabía más que eso.
—No hay ninguna posibilidad, Sam —contestó—. Mucho hablar y nada de nada.
El aire pareció espesarse con su desafío.
Él frunció el ceño.
—No es agradable que me llamen provocador, Heather.
Ella cruzó los brazos sobre los pechos.
—¿Lo estás negando, Sam?
Él se encogió de hombros, su mirada era amenazante, rebosante de intensidad,
tanto sexual como de cólera.
—Estoy intentando protegerte, Heather.
Sacudió la cabeza, una sensación de desesperación se extendió sobre ella.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Encuentra alguien más con quien jugar, Sam —contestó bruscamente, viendo la
sorpresa, luego el calor que se extendía sobre su cara—. Estoy cansada de eso. Y si no
puedes sobrellevarlo, la próxima vez que tratemos de hacer salir a ese bastardo,
déjanos hacer nuestro trabajo en vez de meterte en medio. No le arranqué la cabeza a
Tate por una razón. Y tú deberías haber tenido el suficiente sentido común como
para saberlo.
Ella se giró y salió dando un portazo del dormitorio, con la cólera y la excitación
mezclándose en su cuerpo hasta que pareció un volcán a punto de explotar. Se fue a
su propia habitación y cerró de golpe la puerta. Cerró con llave furiosamente, luego
se dirigió a la puerta que unía su habitación con la de Sam. También echó llave allí.
Era el momento de usar su Pocket Rocket2, pensó mientras abría el cajón de su
cómoda y recogía el pequeño estimulador de clítoris a pilas. Antes de que la
excitación la volviera loca, antes de que le rogase que la jodiera. Necesitaba alivio,
aunque fuese sin su toque. Necesitaba la fuerza y el calor de su cuerpo. Y lo
necesitaba ahora.
Se quitó las bragas y el ligero vestido de verano antes de sacarse de un puntapié
los zapatos y acostarse en la cama mientras gemía de agonía. Su vagina estaba
palpitando, y tensándose. Sam la estaba volviendo loca.
Giró el control del pequeño vibrador, moviéndolo despacio sobre los desnudos
labios de su vagina mientras sus dedos se movían a la sensible apertura. Estaba
demasiado caliente, demasiado desesperada para ir despacio. Sumergió dos dedos
tan profundamente dentro de su caliente coño como pudo, mientras movía el
vibrador sobre su clítoris.
Sus caderas se movieron, un gemido estrangulado salió de su garganta mientras
movía sus dedos por la espesa crema de sus jugos internos. Se imaginó a Sam, sus
dedos moviéndose dentro de ella, su lengua en su clítoris, su aliento caliente y duro
mientras la lamía, metiendo su clítoris en su boca o empujando su lengua
profundamente dentro de su vagina.
Sus dedos extendieron la lubricación natural de su cuerpo hacia atrás, a lo largo de
la fruncida apertura del ano. No pudo detener el gemido de necesidad cuando el
dedo corazón perforó suavemente la apertura anal.
Recordó la única vez que Sam la había tocado allí. La única vez que su boca se
había movido sobre su sensible vagina, sus dedos invadiéndola mientras un duro y
largo dedo empujaba en su ano.

2Vibrador de bolsillo, pequeño y muy discreto. Los hay en formatos absolutamente inocentes como
pintalabios o pequeños complementos de bolsillo. (N. de la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Invadida por ambas partes, su cuerpo se sacudió. Sus ojos estaban fuertemente
cerrados, su cuerpo estremeciéndose mientras movía los dedos en su interior,
conduciendo su placer más alto y más profundo. La fuerte vibración del pequeño y
poderoso dispositivo en su clítoris hizo llegar su liberación rápida y fuerte.
Se mordió el labio, gimiendo, sus caderas apretando convulsivamente sus dedos
cuando el placer corrió por ella, explotando a través de su clítoris, por su hambriento
coño y resonando a lo largo de su cuerpo.
Heather no se molestó en intentar respirar a través de la pequeña explosión. La
dejó atravesarla, llevarla lejos hasta que su clítoris protestó por la fuerte estimulación
del dispositivo a pilas. Se lo quitó mientras sacaba sus dedos de las dos entradas de
su cuerpo. Todavía vibraba y aunque lo peor de la extrema excitación se hubiese
aliviado, no estaba de ninguna manera satisfecha.
Miró al techo, ignorando las lágrimas, y maldijo al destino y a la realidad. En sus
sueños era Sam el que la tomaba, aunque parecía que eso nunca iba a suceder.

Sam contempló el techo, la excitación y la cólera corriendo por su cuerpo mientras


luchaba para no hacer caso de la erección que lo atormenta. ¡Joder! Esto no
funcionaba. Con Heather en la casa todo el día, tentándole, su risa y su sonrisa
atormentándolo de maneras que forzaban su autocontrol hasta el límite.
Se recordaba encontrándola la noche del ataque. Inconsciente, desnuda, con la
sangre manchando sus piernas desde las cuchilladas hechas sobre su montículo. Uno
había llegado peligrosamente cerca de su sensible clítoris. Delgado, poco profundo,
pero a pesar de todo devastador.
Su mano bajó, pasando bajo la cinturilla del chándal, agarrando su polla. Él podía
sentir sus propias cicatrices. La cuchilla era delgada, pero aún ahora, doce años más
tarde, la sentía con facilidad. Las líneas entrecruzaban la cabeza, la vara, su escroto.
La marca de un loco. La venganza de un loco.
Cerró los ojos, las vagas visiones de la pesadilla perfilándose tras los párpados
cerrados mientras el latido de su corazón aumentaba y su estómago se apretaba
tenso. Los recuerdos estaban allí, tan cerca...
El discordante timbrazo del teléfono junto a él lo sacó de las visiones del pasado
que se formaban. Con una maldición en sus labios, se volteó y descolgó el teléfono.
—¿Qué? —gruñó.
—¿Te gusta follar a tus hermanos, August? —La voz de Mark Tate atravesó la
línea. Sin aliento, casi asustado mientras hablaba—. Tienes dos horas para venir a mi
casa o envío estas fotos que tengo a cada periódico y fiscalía del país. Interesantes
fotos de un hombre muerto.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Sam se quedó quieto. Una neblina de dolor y furia candente creció en sus tripas.
—Eres hombre muerto —susurró.
La línea se desconectó.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 5

Había sangre por todas partes. Como si su peor pesadilla hubiese cobrado vida. El
hedor a muerte era como un golpe en el pecho, tomando su aliento, robando el
mismo aire de sus pulmones. Sam no podía hacer nada más que mirar fijamente
aquel horror. Mark Tate estaba tirado en la pequeña y sórdida sala de estar de su
caravana, su golpeado cuerpo casi convertido en una pulpa sangrienta. Era Mark,
sabía que lo era, pero los rasgos eran casi irreconocibles, los miembros estaban
torcidos, trozos de carne y sangre salpicaban paredes y mobiliario por igual.
Sam negó con la cabeza, luchando por respirar. Había visto la misma brutalidad
antes y sintió la violencia abrasando su cuerpo. Tembló, febril y aún helado cuando
los recuerdos y la realidad colisionaron, y por un momento, la escena estuvo
superpuesta con aquellas otras.
Lo he matado, Sam, Cade gritaba furiosamente en su mente, la expresión salvaje y
dominante. ¿Me oyes? Está muerto. Lo he matado.
La sangre los había manchado a ambos, la habitación de sus recuerdos apestaba a
suciedad y agonía, y a un aterrador olor a muerte. Justo lo que había aquí.
Lo maté, Sam. La voz de Cade resonaba otra vez a su alrededor.
Pero Sam había querido matarlo. Matarlo tan desesperadamente, que aún hoy,
doce años después, soñaba con ello. Sentía los huesos quebrándose bajo sus
aporreantes puños, sangre salpicando y un grito ahogado de muerte en sus oídos.
Sacudió la cabeza, parpadeando. Aún así no podía obligarse a moverse. Todo lo
que podía hacer era permanecer allí, la puerta abierta tras él, contemplando el
ensangrentado cuerpo y las señales de una dolorosa muerte. El horror de esta muerte
no estaba en su conciencia, aunque la anterior sí.
—Sam, retrocede hasta la puerta. —La fría voz autoritaria del sheriff le devolvió a
la realidad.
Sam se congeló, el miedo destelló por su mente durante un momento. Los puños
apretados, la mente encendida en una respuesta básica de supervivencia antes de que
fuese capaz de dominarla.
—Sam, te estoy apuntando.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Sam miró hacia atrás despacio, sintiendo como su cara palidecía. No había oído la
llegada de los vehículos, no había visto las luces intermitentes que ahora le cegaban,
ni había oído ninguna de las sirenas que habían estado sonando. Pero ahora estaban
allí. Tres unidades del sheriff, cinco hombres con armas apuntando a su espalda.
Se giró despacio, con cuidado de mantener los brazos a la vista. ¡Hijo de puta!
Podía sentir el pánico que empezaba a abrumarle. Había un muerto en el remolque
detrás de él. Un hombre al que él había jurado matar un poco antes aquel mismo día.
Un hombre que todo el mundo sabía que detestaba. Sus manos temblaron. Maldita
sea.
—Josh, acabo de llegar. —Tragó el apretado nudo de su garganta y luchó contra la
voz insidiosa que le advertía que nadie le creería. Miró sus manos. Estaban limpias.
Con rasguños, pero no ensangrentadas, y los rasguños ya estaban curando—. No hay
sangre en mis manos, Josh. Simplemente acabo de llegar.
Joshua Martinez se mantuvo firme, la pistola de policía apuntando a su corazón.
Sam sintió el frío mordisco de la realidad y el conocimiento de que, por el momento,
no podía hacer nada salvo sudar.
—Retrocede, Sam —le aconsejó Josh, con la amenaza resonando en su voz—.
Mantén las manos donde pueda verlas.
Sam tomó una inhalación profunda y difícil. Que Dios le ayudase, no sabía si
podría dejar que Josh le esposase, sólo podía rezar para que él no quisiera hacerlo.
Retrocedió lentamente, luchando contra un horror que había jurado nunca visitar
otra vez.
Siguió las órdenes de Josh explícitamente, apoyándose contra el coche del sheriff
mientras le cacheaban, contestando las cortas preguntas de Josh con una voz
engañosamente tranquila. Estaba de todo menos tranquilo.
—No te voy a esposar, Sam —dijo Josh en voz baja mientras retrocedía—. Aunque
tengo que retenerte. ¿Vas a ponérmelo fácil?
Sam tragó fuertemente, asintiendo con un breve movimiento de cabeza.
—Llamaré a Cade...
—No —pidió con brusquedad—. No lo hice, Josh. No trastornes a mi familia.
Entra en ese remolque y todo lo que encontrarás son mis huellas en la puerta y en la
luz. Sólo acababa de llegar. Te lo juro, hombre. No tiene ningún sentido disgustar a
mi familia.
No tenía ningún sentido empeorar las pesadillas.
Josh abrió la puerta. Sam se armó de valor cuando vislumbró la jaula de acero en
la que estaba siendo obligado a meterse voluntariamente. Lo hizo, su mente le

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
gritaba que corriese, que se escondiese, que escapase de la jaula. Sus puños se
apretaron y la respiración empezó a entrecortarse. Entrar en la parte posterior del
coche patrulla del sheriff no era la decisión más difícil que había tenido que tomar en
su vida, pero estaba entre las diez primeras.
La puerta se cerró de golpe tras él. Aspiró bruscamente, cerrando los ojos en un
intento de dejar fuera la realidad de que le estaban encerrando. Dejó fuera los
sonidos que le rodeaban, las luces intermitentes y el conocimiento de lo que podría
venir. En cambio, pensó en ella. Heather.
Estaría durmiendo pacíficamente en la casa del rancho, su largo pelo rojo
rodeando como un halo su cabeza, su suave cara sonrojada y demasiado
malditamente inocente. ¿Llevaría puesto alguno de aquellos pequeños y seductores
camisones con el que la había pillado la otra noche? se preguntó. Seguro que sí, se
convenció. Seda, por supuesto... quizás aquel verde. El picardías de seda y encaje que
la hacía lucir tan condenadamente bonita. Sus ojos, centelleando como esmeraldas y
tentándolo, su sonrisa melosa, prometiendo los más dulces secretos.
Querido Dios, nunca debería haberse marchado esa noche. Debería haber
ignorado a Tate cuando le llamó en lugar de dejar la casa como un tonto y cargando
contra esto. Este no había sido uno de los movimientos más inteligentes que había
hecho en su vida.
No había desaparecido durante mucho tiempo, se aseguró. Había hablado con
Cade y Rick antes de dejar la casa, aunque ellos no habían sido conscientes de a
dónde iba. Había venido directamente aquí, no se había parado en ninguna parte. Se
pasó las manos sobre la cara, asqueado con el fino y frío sudor que limpió de su
frente.
Dios, esto no podía estar pasando.
Heather. Su nombre era un mantra que susurraba en su mente. Piel de seda, y
besos calientes; algo que también se le negaba. Hizo una mueca. Algo que se negaba
a sí mismo.
—¿Sam? —Josh abrió la puerta del lado del conductor y se deslizó en el coche—.
Tengo que retenerte, compañero. —Se dio la vuelta, mirando fijamente a través de las
rejas con sus sombríos ojos marrones—. Va a llevar un rato empolvar las huellas
dactilares y otras cosas por el estilo. Es un lío de mil demonios lo que hay ahí dentro.
—Josh. —Sam se estremeció con el sonido rasposo de su propia voz—. No lo hice.
Sólo déjame irme a casa. Estaré allí si me necesitas. Lo prometo.
Josh suspiró, sacudiendo la cabeza mientras cerraba su puerta.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Uno de los muchachos traerá tu camioneta. Tendremos que registrarla, y dejar
al investigador terminar su trabajo. Tengo que retenerte hasta entonces, Sam. No
tengo otra opción.
Retenerle. En una celda. Podía sentir el sudor cayendo por su cara, por su cuerpo.
¡Demonios, directo al infierno!
—Puedes llamar a Cade desde la oficina...
—¡Maldita sea!, no necesito a Cade —escupió Sam, después tensó el cuerpo para
controlarse. Control. No sobreviviría sin él—. Lo lamento, Josh. —Pasó los dedos
cansadamente por su pelo mientras Josh lo miraba, su expresión clínica, sin
emoción—. No todos los días se ve algo así.
Pero esta no había sido la primera vez que él había visto tanta sangre, tampoco.
No era el primer cuerpo roto y mutilado, los primeros huesos rotos, ni la sangre
fluyendo. Las náuseas brotaban de su interior mientras las imágenes dispersas
revoloteaban por su mente.
—¡Demonios! No, no todos los días —gruñó Josh, girándose—. Esperemos que
tengan las cosas resueltas para mañana.
Sam rezó para que las tuviesen resueltas antes de eso.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 6

Era una jaula. Una celda. Los barrotes lo rodeaban, encerrándolo, las pesadillas se
enroscaban al borde de la realidad y hacían que el sudor empapase su cuerpo y su
ropa. Corría por su cara en lentos riachuelos a pesar del aire acondicionado. Una
jaula. Barrotes que estaban cerrados con llave. Era incapaz de escapar, incapaz de
huir del monstruo que lo estaba destruyendo lentamente.
Sam sacudió la cabeza, luchando contra las imágenes de la pesadilla, del sentido
de irrealidad que lo rodeaba. Apretó los puños. Ahora era más viejo, más fuerte, y un
infierno mucho más malo de lo que lo había sido entonces. Además, esta era la cárcel
del condado, no el sótano de la mansión de algún bastardo. Aquí había ventanas.
Se puso de pie y dio unos pasos, tratando de ignorar los barrotes tanto como
podía. Dirigió la vista hacia el aparcamiento mientras se pasaba los dedos por el pelo
húmedo. ¡Joder! Tenía que salir de aquí. Podía sentir su garganta cerrándose y el
terror rugiendo en el borde de su mente.
Se secó la frente, haciendo una mueca ante el frío sudor que mojaba sus manos.
Podía sentirlo a lo largo de su cuerpo. La espalda. El pecho. Luchó para zafarse del
miedo. Maldición, no era ningún niño. Podría manejar esto. El sheriff Martinez
comprobaría que las cosas eran exactamente como Sam le había dicho, y lo soltaría.
Pero ¿y si las pruebas no lo demostraban? Aquel insidioso pensamiento
estremeció su mente. Su estómago se alteró, cayendo en el terror ante esa idea. Que
Dios lo ayudase, no podría permanecer aquí durante mucho más tiempo.
No vas a ir a ninguna parte, muchacho. El fantasma de sus pesadillas resonó en su
cerebro. Tuviste una oportunidad, pequeño Sam... te la ofrecí, y no la cogiste. Sam sacudió
la cabeza. Sus recuerdos mejor guardados resbalaban diabólicamente a través del
velo que a menudo los escondía. No quería que se escapasen, no quería recordar el
atormentador y oscuro dolor de aquellos meses en los que él y sus hermanos habían
sido mantenidos cautivos.
Está bien, Sam. Lo maté. Lo maté, Sam. Recuérdalo. Recuerda, Sam. La voz de Cade era
salvaje, determinada. La sangre los rodeaba, pero nada de eso había estropeado a
Cade. Las manos de Sam estaban manchadas de sangre. Su cuerpo desnudo, casi

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
despellejado hasta el hueso, entrecruzado por atroces moratones y profundos cortes.
Le dolía. Dios le dolía tanto, y había tanta sangre.
Sacudió la cabeza. Se terminó, Sam. Lo maté. Déjalo ir. Se terminó. La voz de Cade era
insistente mientras usaba el tono que los hermanos más jóvenes sabían que no
toleraba negativas.
Tragó la bilis de su garganta. Se había terminado. Años atrás. En un tiempo tan
muerto como el bastardo que los había torturado. Las celdas habían desaparecido, la
casa había sido destruida, todo había sido borrado como si nunca hubiese sucedido.
Barrido del todo, excepto de sus recuerdos.
Se derrumbó en el camastro de la celda, sosteniendo la cabeza entre las manos
mientras luchaba contra el latigazo de los recuerdos que eran tan brutales como la
fusta que una vez había sido usada contra ellos. No lo recordaba todo. Nunca lo
hacía. Las violaciones que recordaba. Las drogas, alucinadas horas en las que habían
sido obligados a...
La bilis se elevó en su garganta. Había gritado aquella primera vez. Todos lo
habían hecho. Y el bastardo se había reído. Mofándose mientras los obligaba a
hacerse daño los unos a los otros. Tragó con fuerza y dificultad. Los había destruido
de maneras que nunca podría haber imaginado. Incluso su muerte no había parado
el horror.
¡Dios!, deseaba que Martínez se apresurase. ¡Maldita sea! ¿Cuanto tiempo llevaba
empolvar aquel lugar de mierda y sacar las huellas digitales? Demonios, debería ser
condenadamente fácil el saber que solo había llegado hasta allí.
No tenía ni idea de como Mark Tate había encontrado finalmente su justa
recompensa, pero no era más de lo que merecía. No era que Sam no hubiese matado
al bastardo si hubiese tenido la posibilidad. Apretó las manos mientras las posaba en
las rodillas. Abriendo los ojos, miró hacia sus puños, como si perteneciesen a alguien
más. Durante un instante, gotearon sangre... suya y de alguien más. Entonces sacudió
la cabeza y la sangre se fue. Todo lo que veía eran las pálidas y finas líneas que
cruzaban el dorso de sus amplias y ásperas manos. Se entrecruzaban de acá para allá
en un diseño de horror. Un recordatorio. Una firma del diablo. Las mismas cicatrices
pequeñas y delgadas como telarañas cubrían otras partes de su cuerpo. Partes
sensibles, muy sensibles.
Aspiró con fuerza y profundamente. Si no salía de aquí, se iba a volver
jodidamente loco.
—Sam. —El sheriff Martinez entró en el área de las celdas, dejando la puerta
principal abierta mientras se acercaba.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Sam levantó la cabeza lentamente, luchando por controlarse delante del otro
hombre. Josh Martinez había ido a la escuela con los hermanos August, los conocía a
todos ellos como nadie más los conocía, suponía Sam. Pero el otro hombre no tenía ni
idea del infierno por el que estaba pasando ahora mismo.
—Déjame salir de aquí, Josh —dijo con voz ronca—. No maté a ese bastardo. Sabes
que no lo hice.
—Los forenses no encontraron ninguna huella tuya, y sea quien sea el que llamó y
denunció el asesinato no se ha presentado. Te dejo ir, pero te aconsejo que consigas
un abogado, tío. —Abrió la puerta, las llaves tintineaban, burlándose de Sam y de los
nebulosos recuerdos que gemían en su mente.
Sam luchó para no temblar cuando se levantó del camastro y dejó la celda. El aire
en el área de las celdas era opresivo, espeso y amenazante.
—No necesito ningún jodido abogado —contestó abruptamente Sam mientras
cruzaba rápidamente por la puerta—. Ya te lo he dicho, no lo hice.
No era que el bastardo no mereciese morir, pensó Sam vengativamente. Mark Tate
había sido un desperdicio de carne humana.
—Esto no pinta muy bien, Sam. —Josh cerró de golpe la puerta externa detrás de
ellos, siguiendo a Sam a través de la pequeña oficina del sheriff mientras se dirigía
rápidamente hacia la salida. Necesitaba aire, y por Dios, que lo necesitaba ahora.
—Tendrá que pintar. —Sam se giró, ignorando la frustración que vislumbró en la
cara del sheriff—. Yo no estaba allí, Josh. —Pero sabía que habría matado al bastardo
si hubiese tenido la oportunidad.
—Involucrar a un hombre es más fácil de lo que piensas, Sam. —Le advirtió Josh
suavemente—. Ten cuidado y no dejes que nadie te lo haga. Si tus huellas hubiesen
estado en una sola cosa de aquella habitación, habría tenido que arrestarte.
Sam respiró hondo.
—Coincidencias —refunfuñó.
Josh sacudió la cabeza despacio, sus ojos marrones se estrecharon, pensativos.
—No lo creo. Lo comprobé yo mismo. Alguien se ha tomado muchas molestias
para hacer parecer que estabas allí. Y muchas molestias para hacer la escena tan
sangrienta como le fuese posible.
El estómago de Sam se revolvió. Recordaba la sangre, maldición. Demasiada
jodida sangre.
—Sin embargo el bastardo le hizo frente. De ninguna manera hubieras podido
luchar contra él sin al menos alguna contusión. Así que te dejaré ir. Pero vigila tu

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
culo. —Le advirtió de nuevo—. La próxima vez puede que no seas tan jodidamente
afortunado.
Sam asintió bruscamente antes de lanzarse por la puerta. Si no salía de la sofocante
atmósfera de la oficina del Sheriff, iba a avergonzarse a si mismo vomitando en el
encerado suelo de la entrada.
Fuera, el sol brillaba sobre él con abrasadora intensidad mientras se dirigía con
rápidas zancadas hacia su furgoneta. Hijos de puta. El departamento del sheriff la
había estado registrando, lo sabía. Sus puños se cerraron al pensarlo.
La puerta no tenía echada la llave, las llaves colgaban del contacto. Sam saltó al
Explorer negro de cuatro puertas y giró la llave furiosamente. El motor arrancó
inmediatamente y se hubiese largado a toda velocidad del parking si no hubiese
recordado su cartera. Josh aún la tenía, depositada en el escritorio junto con las llaves
que le había cogido.
Hizo una mueca. Dejando el vehículo en marcha, saltó y corrió hacia la puerta otra
vez. Tal vez podía conseguir que Josh simplemente se la acercase a la puerta. Estaba
comenzando a subir las escaleras cuando la explosión estremeció la tierra,
lanzándolo por el aire con una ráfaga de calor que le quitó el aliento.
Sam golpeó el suelo con fuerza, el hombro chocando contra el pavimento, la
cabeza raspó contra una pared mientras la luz se apagaba. Su último pensamiento
fue para rogar que su camioneta no hubiese salido demasiado malparada. Joder,
acababa de comprarla.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 7

—Sam, a este paso, vas a batir mi record de permanencias en el hospital en un año.


—bromeó Marly cuando se sentaron en la parte de atrás de la limusina, dirigiéndose
hacia el rancho varios días más tarde.
La camioneta estaba destrozada. El explosivo había funcionado mal, por otra
parte... Sam hizo una mueca. Un August tostado servía para dar placer al bastardo
que con toda probabilidad había estado mirando todo el espectáculo.
Sam sonrió con su habitual y temeraria sonrisa deliberadamente. No había nada
que decir. Ni siquiera a Marly. Mark Tate estaba muerto, su camioneta estaba
destruida, y según Cade, habían perdido más de cuarenta cabezas de ganado la
noche anterior a manos de algún maniaco que las había liquidado una a una antes de
que Rick y sus hombres pudiesen hacer algo para detenerlo.
Doce jodidos guardaespaldas y nadie podía atrapar al hijo de puta. Simplemente,
no tenía sentido para él.
—Sam, ¿Por qué no llamaste a casa cuando estabas en aquella cárcel de mierda? —
Era la voz de Cade la que lo sacó de sus pensamientos.
El tono era sombrío y enojado. Sam examinó la cara de su hermano y vio la furia
reflejada allí. Se encogió de hombros.
—Soy un chico grande ahora, Cade. Puedo cuidar de mí mismo.
La sangre cubría sus manos. Bajó la mirada a sus manos cuando la visión surgió en
su mente. Nada de sangre, sólo las cicatrices.
—¿Pasaste toda la noche en una jodida celda y no tuviste el sentido común de
llamar a tu familia? —preguntó Cade bruscamente—. ¿Qué coño te pasa
últimamente?
Sam podía oír el eco de las pesadillas de Cade en su voz. Una celda. El dolor, la
rabia, y la risa de un loco.
—No necesito que seas mi niñero, Cade. —Sam casi se estremeció con el sonido de
su propia voz, pero una fría y oculta parte de su alma, de repente, se endureció,
haciéndose claramente visible.

~33~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Los ojos de Cade destellaron plateados por la furia. La expresión endurecida y el
gran cuerpo tenso mientras Marly los miraba confusa.
—Sam, estábamos preocupados. —La suave reprimenda de Marly azuzó su
conciencia.
Se pasó las manos por la cara, sacudiendo la cabeza mientras trataba de aquietar
los demonios que luchaban dentro de él.
—Lo siento —contestó—. Ha sido una semana infernal.
—Sam. —La sintió moverse y sus brazos la rodearon instintivamente mientras se
subía a su regazo.
Oh Dios. Él tembló, sintiendo el calor, el suave peso que se abrazaba contra su
pecho. Abrió los ojos mirando directamente a los de su hermano. No había celos, ni
cólera porque ella estuviera en sus brazos. Cade miró a su amante con lujuria
mezclada con la cólera que sentía hacia él, por él. Una lujuria que Sam sentía por ella.
Una lujuria que sentía por la amante de Brock, Sarah. Las necesidades y deseos que
ambos hombres, él sabía, compartían por la mujer que Sam tenía que reclamar aún
para si... Heather.
Por el momento, Marly estaba en sus brazos, y como siempre, los demonios se
apaciguaron, aunque su corazón dolía. Dolía por él, por Cade y Brock, y por Marly.
Sintió sus labios en el cuello, tan relajantes y suaves, tan calientes y dulces como lo
serían para su hermano.
—Marly. —Tragó fuertemente, las manos de él se apretaron contra la cintura de
ella mientras se movía para sentarse a horcajadas sobre su cuerpo.
La ventanilla insonorizada estaba levantada entre la parte trasera y la delantera de
la limusina. El diseño especial de cada compartimiento permitía a los hermanos
mantener su intimidad de los guardaespaldas de delante.
—Sam. —Ella le acunó las mejillas entre sus delgadas manos.
Sus azules ojos eran amplios, insondables y llenos de amor. Ella conocía sus
necesidades. Sabía de los oscuros demonios, las pesadillas, la cólera y el miedo que
los llenaba a todos ellos. Y él quiso gritar de agonía. No debería ser asunto suyo
aliviar su dolor. Y aún así ella lo hacía. Que Dios lo ayudase, pero realmente esto lo
aliviaba. Aliviaba su alma.
Apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento, sintiendo el movimiento de sus
labios sobre el cuello, sus dedos abriéndole la camisa. Las manos de él se apretaban
en su cintura mientras la lengua de ella le acariciaba la vena que palpitaba en la
garganta. Sus dientes lo rasparon, disparando su tensión arterial.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Entonces ella se movió más abajo, su boca quitando los terroríficos recuerdos que
palpitaban en su cerebro, borrando el horror de sus propios gritos. Los pequeños
gemidos de ella, sus manos calientes tocándole. Miró a Cade mientras sentía que sus
vaqueros estaban siendo abiertos.
El otro hombre estaba mirando a su amante con turbios ojos grises. La aciaga rabia
de sus propios recuerdos se había ido, sustituida por lujuria y amor. Sam sepultó las
manos en la espesa longitud del cabello de Marly mientras le abría los vaqueros,
liberando la gruesa longitud de su polla.
Su cuerpo se sacudió.
—Joder. Marly. —Su boca se cerró sobre la palpitante cabeza con húmeda
excitación, amamantando con presión.
Vio el gesto de Cade observando la erótica visión. Sam bajó la mirada a Marly,
viéndola arrodillarse entre sus muslos, trabajando con su boca sobre el oscuro eje de
su polla. Calor, presión, golpes húmedos de un increíble placer sensual.
—Me está matando —le dijo con voz entrecortada a su hermano mientras ella
tiraba de la cintura de sus vaqueros.
Marly gimió alrededor de su polla, llevando la cabeza a su garganta antes de
retirarse y bajar sobre él otra vez. El relámpago chisporroteó en su carne, el golpe de
su lengua, el delicado raspado de sus dientes, exactamente de la manera en que le
gustaba. Y durante un momento hubo paz.
Él levantó las caderas, ayudándola a arrastrar el tejido de sus muslos, los labios de
ella nunca soltaron su polla, aunque su mano, caliente y tentadora, comenzaba a
jugar sensualmente con su escroto.
—Ella nos mata a todos nosotros —susurró Cade.
No había celos, ningún sentimiento de cólera o renuencia. El placer se
arremolinaba alrededor de ellos, calentando el interior del cerrado espacio,
humedeciéndoles la piel con el calor de la pasión a pesar de la constante oleada de
aire fresco de los conductos del aire acondicionado bajo el asiento.
Sam contempló entonces como Cade se movía. Sus manos fueron a la cremallera
trasera del corto vestido de ella. El chirriante sonido de su apertura tensó los
músculos de Sam. Pensar en lo que venía casi estaba llegando a destruir su control.
Su polla se sacudió, derramando una pequeña gota de su semilla en la codiciosa boca
de Marly.
Ella gimió, sus labios calmando, su lengua vibrando, probando la sensitiva piel del
glande. Él se estremeció, sus manos se apretaron en el pelo de Marly mientras Cade
bajaba los tirantes de sus hombros, quitándole el vestido que llevaba.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Ven aquí, bebé —susurró Cade acaloradamente mientras la apartaba del sensual
banquete que estaba haciendo de la polla de Sam.
La pérdida de placer fue casi un dolor físico. Él agarró su desesperada carne,
acariciándola despacio mientras miraba como Cade desnudaba a la pequeña tigresa.
Ella sonrió, una sensual sonrisa de placer cuando el vestido fue quitado de su cuerpo,
dejándola vestida sólo con el tanga color medianoche que llevaba sobre su depilado
coño.
La boca de Sam babeaba. No esperó a Cade, extendió la mano, apartando el
pedazo de tela de su cuerpo mientras Cade la mantenía sujeta entre sus muslos, la
espalda arqueada contra su pecho. En el momento en que el tanga cayó al suelo, Sam
extendió sus muslos, se puso de rodillas delante de ella sepultando la boca en el
empapado coño.
La suave y caliente miel recibió su íntimo beso cuando su lengua se sumergió
dentro. Ella se estremeció, lanzando un grito de placer mientras le levantaba las
piernas, colocándolas sobre sus hombros mientras él y Cade la mantenían
suspendida entre ellos.
Ella estaba gritando rítmicamente el nombre de Cade, y cuando Sam alzó la vista,
pudo ver los dedos ásperos y varoniles que tironeaban y acariciaban sus largos
pezones, las manos ahuecadas sobre los llenos montículos de sus pechos. Lamió su
coño, jodiéndolo con una lengua rapaz mientras sus manos agarraban y separaban
las mejillas de su culo. Ella se retorció contra su boca cuando sus dedos encontraron
la amplia base del lubricado tapón insertado en su ano. Estaba lista para ellos. Había
sabido, había querido darle el regalo de su pasión, el alivio que venía con ello.
—Cade. No puedo esperar. —Estaba desesperado por empujar dentro de ella, por
sentir el cálido y apretado agarre de su caliente y prohibido canal.
Sólo esto borraba la agonía del recordado dolor. Dar con placer lo que les había
sido quitado con dolor.
—Ven aquí, cariño. —Cade se recostó a lo largo del asiento de la limusina,
sentando a Marly sobre él mientras las piernas de ella le abrazaban las caderas.
Y Sam miró. Miró cuando la gruesa polla que brotaba desde la tela abierta de los
vaqueros de Cade, besaba la pequeña entrada del apretado y goteante coño de
Marly. Estaba abierta para él, como una pequeña y codiciosa boca, separándose para
la amplia extensión de la cabeza de su polla.
Sam estaba casi temblando de entusiasmo mientras hurgaba en el pequeño cajón
bajo uno de los asientos. Allí, encontró el tubo de lubricante que siempre estaba a
mano. Rehusando apartar los ojos del espectáculo de Marly, que estaba siendo
tomada lentamente, centímetro a centímetro mientras gemía de placer, forcejeó con el

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
tapón, exprimiendo el suave gel en su mano y comenzó a acariciar su rugiente carne
con el.
Dejó caer el tubo al cajón, luego extendió la mano, agarrando la base del tapón
mientras Cade presionaba el último centímetro en su estirado coño. Ella lanzó un
grito cuando él deslizó el dispositivo del agarre de su trasero. Este, también cayó
olvidado al suelo mientras se colocaba detrás de ella.
Miró... no podía evitarlo. Miró mientras su polla se apretaba contra la estrecha
apertura de su ano. La cabeza se metió. Él estaba temblando, la anticipación del
placer era casi suficiente para enviarle directo hacia su liberación.
—Sam —Marly gritó su nombre mientras él comenzaba a entrar en ella.
Despacio. Oh Dios, tan lento. Miró mientras su lubricada polla estiraba los
músculos apretados al entrar en ella. El calor chamuscó su carne cuando los
músculos se cerraron alrededor de su polla. Tembló con el fiero estallido de placer,
luchando por controlarse. Quería tomarla despacio, suave... gimió ante el fracaso. Su
polla se introdujo profundamente y con fuerza dentro del túnel sedoso y ardiente
como lava de su ano mientras ella gritaba de placer/dolor.
Oyó el gemido de Cade, y supo que el coño que agarraba la polla de su hermano
se había apretado hasta un punto casi doloroso. El sudor goteó a lo largo de su frente
y bajó por su espalda. Se retiró y comenzó a empujar en las profundidades apretadas
de su culo. Debajo, Cade agarró las caderas de ella, su polla empujando con fuerza y
profundamente dentro de su coño, en perfecta sincronía con el eje que acariciaba su
recto.
Marly estaba casi gritando ahora sus nombres. Retorcida entre ellos, pidiéndole a
Cade el orgasmo que se construía dentro de ella.
—Sí —susurró Sam, la voz áspera—. Córrete, Marly. Córrete, bebé. Aprieta más
mi polla.
Sam casi estaba gimiendo, el placer era tan extremo. La necesitaba a ella para
correrse. Necesitaba sentir su orgasmo ondulándose a través de su coño, apretando
más sus músculos. Sintió que los golpes de Cade se intensifican a través de la
delgada pared de carne que separaba los invadidos canales. Él igualó el ritmo,
sintiéndola tensarse, sintiendo ondular las paredes de su ano, temblar. Entonces con
una oleada de fuerza, los músculos de ella frenaron su bombeante carne mientras
gritaba su liberación. Cade estaba gritando, golpeando profundamente dentro de
ella, manteniéndola cerca. Entonces Sam ya no pudo contenerse. Empujó duro y
rápido. Una vez, luego otra, mientras las abrasadoras olas de calor corrían desde su
estómago, a su espalda, y a través de su polla.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Explotó mientras se impulsaba dentro de ella. Empujando con fuerza y rápido
incluso mientras su polla hacía erupción, arrojando su semen en las profundidades
complacientes y codiciosas de su culo. Las sensaciones añadidas, agonizantes por su
intensidad, empujaron su liberación más alto cuando se sepultó, profundo y duro
una última vez. Su cuerpo se estremeció mientras ella se tensaba otra vez. Estaba
temblando y llorando, sostenida sobre Cade mientras lentamente volvía a tierra.
Luchando por respirar, Sam se deslizó de ella, mirando como su semilla
estropeaba la cremosa y perfecta piel de melocotón de su pequeño agujero.
Estremeciéndose, sacó una pequeña toalla de otro cajón bajo el asiento y suavemente
la limpió.
Cade estaba quieto sepultado dentro de ella, la voz suave, y relajante, mientras la
calmaba. La intensidad de sus orgasmos cuando estaba con los hermanos, a menudo
la lanzaba en la inconsciencia. Ella lo odiaba, y podría poner mala cara durante días
por eso. Por suerte, Cade parecía haber encontrado una cura.
Sam se derrumbó en su asiento otra vez, respirando profundamente. La culpa
persistía en su interior, un miedo a que estuviese haciéndole daño, más que amando
a la pequeña mujer que había conocido desde hacía tanto tiempo. Pero ahora estaba
tranquilo. Aquel duro y frío núcleo de rabia y odio que a menudo sentía crecer
dentro de él, se había descongelado, por el momento.
La suave risa de Marly atrajo su mirada hacia la pareja de nuevo. Cade se había
salido y puesto sus vaqueros, y estaba ayudando ahora a Marly a vestirse una vez
más. Le susurraba suavemente mientras ella sonreía de placer, de felicidad. Su
hermano, una vez duro y amargado, absorbido por las pesadillas del pasado, se
había suavizado bajo el cariño de Marly y su aceptación. Como todos ellos lo hacían
de alguna manera.
Lo mismo sucedía con Brock. Sarah aliviaba sus demonios. Ella lo curaba con
amor y lo calmaba con la risa, y aunque Sam nunca se sentía excluido, se mantenía al
margen.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 8

Heather supo, cuando vio al trío bajar de la parte posterior de la limusina lo que
había pasado durante el viaje desde el hospital. Analizó la expresión de Sam con
cuidado, observando un alivio de la tensión que había estado creciendo durante su
permanencia en el hospital. Sus ojos no estaban fríos ni duros, su cara no parecía
tallada en piedra ni peligrosa. Parecía listo para organizar alguna travesura otra vez,
hasta que la divisó.
Ella vio como la animación de su cara se disipaba. La tristeza destelló en sus ojos,
y la pena. Pero no la culpa. Por supuesto, no había ninguna razón para que se
sintiese culpable. No eran amantes, ni siquiera eran amigos. A pesar del calor sexual
que crecía entre ellos, no la había tocado desde antes del ataque casi dos meses atrás.
No la había tocado, y no parecía tener prisa por hacerlo. Pero sí había tocado a las
mujeres de sus hermanos.
Los celos rabiaban en su interior. Sus dedos se apretaron con la necesidad de
ponerse como una fiera con él. Su pecho dolía por las lágrimas que rechazaba
derramar.
—No puedes cambiarle, Heather. —Tara se situó detrás de ella, observando
mientras el trío hablaba después de salir de la limusina.
—No he dicho que quiera hacerlo, Tara —dijo suavemente. Aunque sabía que sí lo
quería hacer. Lo quería a él, en corazón, cuerpo y alma, del mismo modo en que él
podría tenerla, si lo admitiera.
Tara no contestó mientras los tres caminaban hacia el porche. Estaban flanqueados
por los dos guardaespaldas que habían ido en la limusina, con las armas preparadas.
—Esto me pone enfermo, Tara —escupió Cade cuando la puerta se cerró detrás de
ellos—. Tengo un maldito rancho que llevar.
Tara suspiró mientras Heather observaba a Sam echar un vistazo alrededor de la
casa. Había poca intimidad ahora dentro del enorme rancho.
—Estamos en ello, Cade —le prometió Tara con voz firme aunque en absoluto
conciliatoria—. Rick debería estar de vuelta esta noche con la información que
buscaba, así que esperamos tener respuestas pronto.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Voy arriba. —La voz de Sam rompió a través del comienzo de otra acalorada
discusión sobre las medidas preventivas alrededor del rancho y de la familia August.
Heather sabía que todos ellos comenzaban a irritarse bajo las restricciones, y la
tensión de esperar a un maldito fantasma que golpeaba cuando menos se lo
esperaban.
—Aún no, Sam. —Heather observó mientras Tara lo bloqueaba.
—Para. —La apenas controlada violencia en el tono de Sam la paró en seco.
Heather miró sorprendida mientras la expresión de Sam se endurecía, los ojos se
volvieron fríos y tristes.
—Sam, tengo que saber que demonios pasó —argumentó Tara.
—Entonces llama al sheriff —gruñó él, moviéndose por delante de ella—. Necesito
una ducha y una jodida siesta. No un manojo de preguntas a las que ya he
contestado.
Él la sobrepasó. Cuando su hermana fue a pararle otra vez, Heather puso su mano
en el brazo de la mujer advirtiéndole.
—Déjale ir, Tara. Ahora no es el momento adecuado.
Tara se volvió hacia ellos, su mirada iba de Cade a Heather.
—¿Cómo demonios se supone que voy a proteger su culo? —espetó ella—. Vaga
alrededor a todas horas de la noche, rechaza llevar a los guardaespaldas con él, y
rehúsa contestar preguntas. ¿Dónde nos deja esto, Cade?
Todos estaban preocupados por Sam. Durante los meses pasados, la oscura cólera,
apenas vislumbrada en sus ojos grises estaba creciendo. Estaba más tenso de lo que
había estado nunca, y más enojado.
Cade se giró hacia Heather, en sus ojos grises se arremolinaban la preocupación y
la rabia.
—Tú eres la única que puede parar esto, Heather.
Los ojos de Heather se abrieron de par en par. ¿Cómo infiernos se suponía que
podía parar algo de eso?
—¡Maldita sea, Cade! —gritó Tara entonces, levantando la voz—. No intentes
meterla en este enredo.
—Es su decisión, Tara —gruñó él furiosamente—. Deja de jugar a la niñera, eso no
va a ayudar en nada.
—¿Y joder a los hombres August en alguna exaltada orgía lo hará? —Su voz
estaba elevándose, la cólera surgiendo a través de ella.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—¡Mierda, Tara, cierra el jodido pico! —soltó Heather, moviéndose entre los dos
combatientes—. Esto no es asunto vuestro, es un asunto entre Sam y yo, y él no me
quiere aquí. Así que la cuestión no es discutible.
La cabeza de Cade giró bruscamente, los penetrantes ojos, llenos de cínica burla.
—¿Estás loca, Heather? No hay nada que Sam quiera más en este mundo que
amarte. No te hagas la tonta a estas alturas.
Heather tomó una profunda inspiración para serenarse.
—Entonces es malditamente bueno negándolo. Pero de todos modos, esto está
fuera de lugar. —Miró a Marly, viendo el brillo de humor en los ojos de la otra mujer,
el modo en que miraba a Cade y a Tara como si fuesen niños, discutiendo sobre un
juguete querido. La mujer nunca dejaba de asombrarla.
—Heather tiene razón —dijo Marly firmemente, colocando la mano sobre el
musculoso brazo de Cade—. Sam tiene que resolver esto por si mismo, y también lo
hará Heather. Todas las discusiones del mundo no cambiaran eso, Cade.
Él se pasó los dedos por el grueso pelo negro.
—Maldita sea, Marly, él va a conseguir matarse.
El oscuro miedo que palpitaba en la voz de Cade pareció llenar el recibidor entero.
El vínculo que los hombres compartían era mucho más profundo que cualquier
relación entre hermanos que Heather hubiese visto.
—Hablaré con él, Cade —prometió Heather. Cuando Tara fue a protestar, levantó
su mano e hizo un brusco movimiento de la cabeza—. Esto no es asunto tuyo, Tara.
Es mío y de Sam.
—¡Maldita sea! —Tara se dio la vuelta y salió pisando con fuerza de la casa, el
sonido de sus botas resonaba fuertemente en el suelo de madera, haciendo que
Heather temblara. Tara sólo hacía eso cuando estaba realmente cabreada.
—Heather, Sam está siendo demasiado imprudente —soltó Cade, su voz baja por
la preocupación—. No importa lo que él diga, intenta permanecer lo más cerca
posible de él. Deja de permitirle escapar de ti.
—Cade, no puedo obligar a Sam a hacer algo —dijo firmemente mientras se
pasaba los dedos de ambas manos por su pelo—. Él no me quiere cerca.
—Pero si quiere, Heather. —Marly se giró hacia ella, sus azules ojos, suaves y
conocedores—. Ese es el problema. Sam te quiere demasiado desesperadamente.
Heather resopló.
—¿Y cómo sabes eso?

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Porque es tu nombre el que él grita mientras se corre en ella —gruñó Cade
mientras Marly ponía los ojos en blanco con exasperación—. Maldita sea, Marly, no
tiene ningún sentido andarse por las ramas. Si ella no lo sabe ya, entonces nunca lo
hará.
—Tampoco tiene ningún sentido ser grosero —le indicó Marly, frunciéndole el
ceño con un toque de acero que sorprendió a Heather.
Cade hizo una mueca mientras metía las manos en los bolsillos de los vaqueros y
apartaba la mirada durante varios segundos. Cuando su mirada volvió, era más
suave, disculpándose.
—Lo siento —suspiró él—. Marly tiene razón, no hay ninguna excusa para eso.
—Cade, sólo porque soy consciente de su estilo de vida, no significa que esté de
acuerdo con ello. —Heather cruzó los brazos sobre sus pechos, mirándole con
curiosidad.
Ella había sido más que consciente de la especulación en las expresiones de Cade y
Brock las pocas veces que los había pillado observándola. No era lujuria, no en el
sentido normal. Era difícil explicarlo. Una emoción arremolinada en sus ojos,
definitivamente afecto, pero aún así, algo indefinido.
La lujuria sexual podría haberla entendido. Lo veía a menudo cuando cada
hombre miraba a su respectiva amante. Pero esa emoción sin nombre también estaba
allí cuando ellos tocaban, o miraban a las amantes de los otros. La emoción que Cade
sentía por Sarah, la que Brock sentía por Marly, y ahora, esa misma mirada estaba
siendo compartida con Heather. Era confusa, y a menudo la mantenía despierta
mucho tiempo por la noche mientras trataba de definirla.
—Tu aprobación no es lo que estamos pidiendo, Heather. —La voz de Marly se
enfrió, su cabeza se levantó orgullosamente—. Te pedimos que te quedes más cerca
de Sam. Que intentes disminuir su imprudencia. No finjas que no lo quieres,
exactamente como él no puede fingir que no te quiere. Dale algo, aparte de los
demonios, en lo que concentrarse, si realmente lo amas tanto como sospecho que lo
haces.
Heather respiró hondo, sus labios apretándose irritados mientras se enfrentaba a
Marly. Raramente veía a la otra mujer algo menos que tranquila y sonriente. Este
borde de madurez sutilmente templada que vislumbraba en ella era una sorpresa.
—¿Y si te equivocas, Marly? —le preguntó suavemente, mirándola a los ojos azul
oscuro que la contemplaban con frialdad—. ¿Y si esto no es más que lujuria?
¿Entonces qué?
Marly sonrió, su expresión se suavizó, sus ojos se caldearon con compasión.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Conocemos a Sam, Heather. No será fácil de tratar, porque se preocupa. Casi
puedo garantizar que no me equivoco.
—Casi. —Heather sacudió su cabeza bruscamente—. No puedo creer que esté a
punto de confiar mi corazón a un "casi".

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 9

Heather llamó a la puerta de Sam suavemente antes de girar el tirador y abrirla


despacio.
—¿Sam? —Entró en el dormitorio, caminando despacio mientras lo veía de pie en
la ventana, mirando fijamente a la distancia, el cuerpo tenso mientras ella se paraba
silenciosamente y lo miraba.
Sus miradas se encontraron en el cristal a prueba de balas. La de él enmascarada y
sombría, la de ella tranquila e inquisitiva. Quería ir hacia él, tocarle, ayudarle.
—No deberías estar aquí —gruñó—. ¿No estabas de servicio esta noche?
Ella se mordió el labio, luchando contra el dolor que sus palabras le causaban.
—Recuerdo cuando solías moverte sigilosamente y encontrarme dondequiera que
Rick me hubiese colocado —dijo suavemente, permitiendo que la pena sonase a
través de su voz—. ¿Qué pasó con aquello, Sam? Fuimos amigos. Durante un tiempo.
Siempre se había reído cuando la encontraba, porque había logrado escabullirse de
Rick y sus hombres. Entonces le tomaba el pelo, aquellas espesas pestañas bajaban
sensualmente cuando veía su rubor y sus pezones endureciéndose.
—La primera vez que él golpeó, pensamos que el merodeador era el padrastro de
Marly —dijo él suavemente—. Cuando Jack Jennings trató de cogerla, nunca
consideramos sus declaraciones de que alguien más se había puesto en contacto con
él y le había dicho cómo encontrar a Marly. No pudimos encontrar a Anna, así que
asumimos que finalmente la había encontrado y que luego vino por Marly.
Pensábamos que estábamos seguros, que el pasado no podía tocarnos nunca más.
Él se volvió entonces, sus manos se metieron en los bolsillos de sus vaqueros, la
expresión marcada por años de amargura.
—Le encontraremos, Sam —le prometió en voz baja—. Hay tres agencias
diferentes que trabajan en esto, sin mencionar a la policía. Lo cogeremos.
Él respiró hondo.
—Cuando Brock fue tras Sarah, averiguamos que el merodeador no había sido
cogido después de todo —siguió—. Pero de todos modos, rezamos para que nuestro

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
pasado no estuviese alcanzando a esas dos mujeres más de lo que ya lo hacía.
Pensamos que podríamos sobrevivir, que podríamos cogerle. —Tragó fuertemente—.
Pensé que yo tenía una posibilidad, el derecho de amar, Heather, hasta que él te
atacó.
Heather cruzó los brazos sobre el pecho y soltó un profundo suspiro. Luchaba
contra las lágrimas, contra el dolor cegador que sentía cada vez que veía los brutales
recuerdos en los ojos de Sam.
—Sam, meterá la pata pronto...
Él negó con la cabeza, el cinismo deslizándose por su cara, su mirada
endureciéndose.
—Al final, lo hará. Cuando lo haga, es hombre muerto. Pero ¿Y sí? ¿Heather, y si él
te mata? ¿O te mutila tan terriblemente que nunca puedas afrontar la vida o amar de
la misma manera?
Era un riesgo que ella estaba corriendo, y la aterrorizaba. Conocía bastante la
historia de los August para saber lo que ellos habían soportado. Interminables meses
de dolor y brutalidad. Un infierno al que la mayor parte de los hombres nunca
hubiera sobrevivido.
—Eso es rajarse, Sam —susurró tristemente—. Sabes que ahora no vas a detenerle.
No importa si me amas o me odias, si me jodes o me insultas. El bastardo me verá
como tu debilidad. Aún estoy en peligro.
Él se estremeció. Un movimiento duro y brusco que lo traspasó mientras se alejaba
de ella.
—No me hablas nunca —dijo ella finalmente momentos más tarde cuando él
continuó sin hablar—. Lo echo de menos, Sam. Simplemente hablar contigo.
Se movió hacia él, observando cómo la miraba a su vez, viendo la agridulce
excitación que brillaba en sus ojos. Estaba furioso. Podía verlo en cada tensa línea de
su cuerpo. Furioso por el peligro en que se encontraba su familia, furioso por su
deseo hacia ella. Lo sabía muy bien. Sabía que el calor y el fuego que atravesaban su
cuerpo también atravesaban el de él.
—No hay nada de que hablar, Heather —dijo entre dientes, cerrando las cortinas
de la ventana antes de volverse a ella—. ¿Qué coño debería decir, nena? ¿Qué quieres
que haga? Tal vez, sólo un jodido tal vez, si me quedo condenadamente lejos de ti, él
no te volverá a hacer daño. —Su voz estaba ahogada—. ¿Tienes alguna jodida idea
de lo que eso me hizo, verte sangrar así, luego ver las jodidas cicatrices que él dejó en
ti?
—Bueno, no fue exactamente un picnic para mí, Sam. —La ira en su voz
emparejaba la de él, estaba segura de ello—. Pero ¿realmente piensas que esconderte

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
de ello va a ayudar en algo? Estas paseando por esta maldita casa como un animal,
gruñendo a todo el mundo y listo para luchar en cualquier oportunidad. ¿Cómo
ayuda esto?
—¿Y qué sugieres a cambio? —le preguntó amargamente—. ¿Crees que echarte un
polvo va a parar esto, Heather? ¿Que me convierta en un pequeño y dócil gatito que
puedas acariciar y abrazar cuando lo necesites? ¡Maldita sea! ¿En qué clase de
extraño cuento de hadas vives?
La rabia de él cortó a través de ella como un cuchillo, cortando su alma, hiriéndola
no con sus palabras, sino con el dolor que arrugaba su expresión.
—Definitivamente no en el tuyo —le gritó ella—. Porque el tuyo no es más que
una maldita fiesta de autocompasión y un montón de calientes y amargas miradas.
Vas a conseguir matarte, Sam. Morir. El bastardo te matará, y matará a tu familia con
tu muerte. ¿Es eso lo que realmente quieres?
Él se inmovilizó, los músculos de su mandíbula moviéndose furiosamente
mientras le devolvía la mirada.
—Mantenerte a salvo no es una maldita fiesta de autocompasión —gruñó.
—¿Y tu familia? —le espetó—. Te largaste de aquí la otra noche y rechazaste
decirle a alguien a dónde estabas yendo, y caíste derechito en un asesinato. Eso no es
propio de un hombre cuyo único pensamiento es proteger a su familia.
Algo pasó a través de sus ojos. Luego se fue. Estaba manteniendo algún tipo de
conocimiento oculto. Durante el año pasado Heather había llegado a conocer a Sam
mejor de lo que él era consciente. Sabía cuando estaba escondiendo algo, cuando
estaba luchando contra sus propios deseos, y cuando estaba mintiendo. Estaba
escondiendo algo, algo importante.
—¿Qué pasó, Sam? —preguntó recelosamente—. ¿Qué te dijo Tate cuándo te
llamó?
Su mirada era amenazadora, absorta, mientras la miraba.
—¿Sam?
—Él sólo me pidió que nos encontrásemos. —Cruzó los brazos sobre el pecho,
desafiándola a demostrar otra cosa.
—Me estás mintiendo, Sam. —Esto rompía su corazón, porque lo había visto
esconderse de otros, pero nunca de ella. No hasta ahora—. ¿Qué pasó?
—Heather. —La suavidad de su voz venía de su pecho luchando por necesidad,
por miedo.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Le miró silenciosamente mientras se acercaba a ella. Alto y grande y tan atractivo
que casi la hipnotizaba. Y triste. Tan triste que le desgarraba el alma. Se paró delante
de ella, sus dedos se estiraron para tocar su mejilla y ella vio el pequeño rubor de
excitación que encendía su cara.
—Sam, ¿qué pasó? —Estaba asustándola, aterrándola con su imprudencia.
—Nada que pueda herirte a ti o a mí, corazón. Nunca más —le prometió—. No
puede hacerle daño a nadie ahora. Y no puedo decir que no esté contento de ver
desaparecer su culo. Pero tienes razón, fue estúpido salir corriendo así. No pasará
otra vez.
Ella comenzó a preguntarle algo más, sus sospechas asentándose apretadas y
fuertes en su estómago, cuando un brusco golpe sonó en la puerta.
—Sam, te necesitamos aquí fuera —llamó Tara con impaciencia—. Y si Heather
está contigo, dile que se supone que ella está de servicio, no entreteniendo a los
sementales residentes.
Sam frunció el ceño hacia la puerta.
—Un día —suspiró—. Voy a darle a esa mujer algo sobre lo que quejarse. —Bajo la
mirada a ella otra vez y sacudió la cabeza—. Bueno, cariño, tu canguro te encontró.
Debemos irnos también.
Heather le siguió fuera de la habitación, pero nada podía acallar el frío escalofrío
de la premonición. La sensación de que lo que fuera que él estaba escondiendo era
más importante de lo que incluso él sabía.

~47~
Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 10

Algunas horas más tarde, la casa estaba en alerta con la llegada del helicóptero
de Rick a la pista de aterrizaje de los August. La familia se reunió alrededor de la
gran mesa del comedor dónde las mujeres se sentaron en un tenso silencio, y los
hombres con una amenazadora ira que puso a todo el mundo los nervios de punta.
Heather se quedó apoyada contra la pared enfrente de donde Sam se sentó,
observándole de cerca. Su expresión era hermética, ese filo de violencia apenas
contenida brillando en sus ojos una vez más.
La investigación sobre la familia del hombre que había torturado a los tres
hermanos no les sentó bien. Especialmente Cade estaba furioso con ello. El bastardo
estaba muerto, les había informado él. No tenía sentido tratar de resucitar al maldito
fantasma. Pero Rick, al igual que Tara y Heather, creían que todo estaba conectado.
La carta que Marly había recibido tras el segundo atentado fallido contra la vida de
Sarah lo probaba, incluso si los hermanos no querían enfrentarse a ello. El estilo
poético de la carta la preocupaba y afectaba. Su amigo Greg a menudo le había
dejado cartas escritas en ese estilo.
Marly insistió en que Greg nunca habría tratado de lastimarla. Que nunca habría
sido capaz de tomar esas fotos mientras estuvo en el racho el año anterior, y Sam se
inclinaba a estar de acuerdo. Greg era un apasionado jovenzuelo, pero no era un
merodeador, ni un asesino. Para asegurase de eso, Cade había hecho en secreto
trasladar su beca a una universidad del Este dónde uno de los hombres de Rick
había hecho amistad con el chico. No se había movido de la zona desde entonces, lo
cual lo eliminaba como sospechoso.
—Vale, chicos y chicas, llevamos ventaja. —Rick entró en el comedor llevando
una gruesa carpeta de papel manila en una mano. En su cadera, llevaba sujeta la
pistola, una medida cautelar que todos los guardaespaldas habían tomado tras la
muerte de Mark Tate.
—Rick. —Cade se levantó—. Haremos esto en la oficina.
—¡Ni lo sueñes! —Marly se levantó, la cólera vibrando a través de su voz—. Esto
nos incumbe a todos, Cade.

~48~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
La familia estaba levantándose ahora, la expresión de las mujeres de protesta y
furia, la de los hermanos sombría y salvaje. Rick se enfrentó al grupo, su cara
mostraba extenuación, los ojos su pesar.
—Marly. —Heather observaba mientras Sam tocaba el brazo de Marly, atrayendo
su atención hacia él—. Cade te contará más tarde los detalles. Deja que nos
ocupemos de esto, Munchkin, por ahora.
Heather no pudo ver bien la expresión de Sam para saber que vio Marly allí. Su
cara se tensó de dolor, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Se volvió hacia Cade.
Cuya expresión Heather podía ver claramente. Un hombre atormentado, torturado.
Él todavía no podía mirar a su amante a la cara.
—Cade. Te quiero —susurró Marly intensamente, y si Heather había dudado
alguna vez del amor de la mujer por el hosco ranchero, no lo dudó más—. No
puedes esconder esto para siempre.
La voz de Marly estaba repleta de dolor, ira e impotencia. Tocó la mejilla de Cade
de manera desenfadada, consciente de que todo el mundo observaba la
demostración. Cuando Cade bajó la mirada hacia Marly, el corazón de Heather se
comprimió de dolor por él. Las emociones eran sombrías, y tanto dolor le rompió el
corazón. Se preguntó cómo Marly aguantaba el dolor.
—Todavía no. —Negó con la cabeza, la amargura de su furia haciendo eco en su
voz—. Todavía no, Marly.
—De acuerdo. —Asintió ella, la voz decreciendo y la expresión tensa por la ira—.
Cuando estés preparado para confiar en mí, Cade, házmelo saber. Quizás todavía
esté lista para escuchar.
Ella ignoró la ruda protesta en la voz de él mientras abandonaba la mesa y salía
rápidamente de la habitación. Heather no podía decir que censuraba del todo a la
otra mujer.
—Hablaré con ella —susurró Sarah, alzando la mirada mientras Brock se
inclinaba hacia ella. Sus brazos la envolvieron en un fuerte abrazo, los labios le
presionaron la frente mientras su cara se retorcía de dolor.
—Gracias, cariño —susurró Brock tan bajo que Heather apenas le oyó, a pesar del
hecho que estaba a pocos pasos de él—. Subiré cuando acabemos.
Cuando la soltó, le tocó el pelo, luego la observó mientras se daba la vuelta y se
encaminaba hacia las escaleras.
—¿Ya podemos empezar? —preguntó Rick, dejando la carpeta sobre la mesa.
—Todavía no. —Sam respiró profundamente—. Ella también se marcha. —
Inclinando la cabeza en dirección a Heather.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Los ojos de ella se entrecerraron.
—Sam, Heather forma parte del cuerpo de seguridad —espetó Rick—. Esto es
información que necesita saber para protegerte el culo.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho, volviendo la mirada hacia él desafiándolo.
—No soy nada tuyo, ¿te acuerdas? —le recordó su anterior deducción.
Las manos de él agarraron el respaldo de la silla en la que Marly se había
sentado, tornándose casi blancas por la fuerza que hacía.
—No importa —gruñó—. Ella se va, Rick.
—Podría irse, pero no cambiará nada. —La voz de Rick fue firme, la expresión
gélida—. No le esconderé esta información. Le afecta, no sólo por su trabajo, sino
debido al hecho que su vida está ahora en más peligro que la del resto de ustedes.
¿Le negarías la información que podría mantenerla a salvo?
Dejó caer la bomba con la facilidad de las palabras, pero el eco de las
implicaciones resonó a por toda la habitación. Sam palideció, pero todos los ojos
estaban ahora vueltos hacia Heather.
—¿Por qué? —espetó Cade, volviéndose rápidamente hacia Rick.
—Reginald Robert Jennings. Es el hermano carnal de Jack Jennings, y ambos
hombres son hermanastros de Jedediah Marcelle, el hombre que asesinaste, Cade.
Reginald Robert es el padre biológico de Marly.
El silencio, espeso y completamente arrollador llenó la habitación durante largos
segundos.
—No. —La voz de Cade era furiosa, devastadora en su ira.
—Alguien hizo lo imposible para esconder los registros. Había incluso falsos
registros grabados en el sistema informático, por lo que estuvimos confundidos
durante tanto tiempo. Requirió una búsqueda física. —Rick abrió la carpeta y la
empujó hacia Cade—. Tengo los registros de nacimiento, la licencia de matrimonio,
el registro del divorcio, todo. Algunas cosas estaban bastante hábilmente
escondidas. Alguien quería el nombre de Reginald Robert borrado de cualquier
registro público. Pienso que es el que está escribiendo a Marly, y creo que es el que
está ahora acechando a la familia. Si eso es cierto, entonces la vida de Heather no
valdrá una mierda si no es atrapado.
El filo brutal y frío de su voz le aseguró a ella lo serio que estaba.
—Gracias, Rick —le espetó, el temor la atravesó como un relámpago.
Rick suspiró bruscamente.

~50~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Está obsesionado con Sam —dijo él—. No puedo imaginar por qué. Esperaría
que estuviera obsesionado con Cade, a causa de Marly y el hecho de que Cade fue el
que mató a su hermano. En lugar de eso, culpa a Sam. Creo que es a causa de su
posición social, así como también la vida de su hermano, concluida por la fijación de
Marcelle en Sam.
—Basta. —La voz de Sam sonó como un vaso roto.
Rick apartó la mirada, pero luego volvió, su expresión fue constante, fría e
impersonal.
—Los sirvientes chismorrean, y parece que hubo algunos que se percataron de
qué estaba ocurriendo en ese sótano —continuó, ignorando la forma en que el
hombre empezaba a moverse peligrosamente, los músculos abultándose como si se
preparan para el ataque.
—Logré rastrear a uno, y hacerlo hablar. Era el que les llevaba abajo las comidas,
el que les inyectaba las drogas...
—Basta. —Cade sacudió la cabeza, las manos cerrándose en puños en los
bolsillos de sus vaqueros.
—Reginald fue durante algún tiempo a la universidad de medicina —continuó
Rick—. Era especialmente diestro con un bisturí. Las cicatrices que Sam lleva prueba
que quién hizo el trabajo, sabía lo que estaba haciendo. Como las de Heather.
Heather observó a Sam. Él se estremecía con cada palabra, la violenta negación
en su expresión. Sintió su corazón romperse por él. No podía permanecer aquí,
sabiendo que escuchar cada palabra que salía de la boca de Rick estaba
destruyéndolo aún más porque ella estaba escuchando. Porque ella lo sabría.
—Basta —susurró ella, levantando una mano para detener a Rick.
Entonces todo el mundo se volvió hacia ella.
—Sam —susurró su nombre, las lágrimas cayendo de sus ojos mientras veía la
insoportable vergüenza en la expresión de él—. Creo que también necesito ir a
hablar con Marly. ¿Me harás saber lo necesario para mantenerme con vida?
Ella estaba poniendo su vida en las manos de él; algo que nunca se había atrevido
a hacer con nadie. Él parpadeó sorprendido, aliviado.
—Lo haré. —Tragó con dificultad.
—Heather. —La voz de Tara estaba cubierta de protesta—. Te informaré...
—No. —Heather negó con la cabeza—. Sam puede informarme. Él sabe que
necesito saber y qué puede esperar hasta que esté listo.

~51~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
No dio tiempo a Sam para responder, o a Tara para protestar. Salió de la
habitación, el dolor haciendo eco a través de su cuerpo; por sí misma, por Sam, y
por sus hermanos. Permanecían allí, juntos, pero distantes. Como si escudos
invisibles los separaran, rehusando permitir que se unieran, para enfrentar al
pasado como una unidad.
Era consciente de muchos de los detalles. Dolorosos, horrendos. Rick habló sin
tapujos cuando detalló primero los peligros a los que se enfrentaron. Eran tres
hombres afortunados de estar vivos, de ser capaces de funcionar normalmente, y
uno de ellos había cometido un asesinato.
Hombres tan horriblemente maltratados, que la única conexión de unos con otros
eran los vínculos sexuales que compartían con las mujeres de los otros. Fuertes,
formales, hombres decentes cuyas únicas faltas eran sus necesidades sexuales y la
lealtad entre ellos. Y esos hombres estaban siendo acechados, posiblemente por
alguien que había ayudado al monstruo que trató de destruirlos. Quería destruirlos
porque Sam había rechazado la relación homosexual que el abusador hubiera
deseado.
Las drogas que les habían sido inyectadas habían ayudado al abusador a
obligarlos a violarse mutuamente. Los vínculos normales entre hermanos y la
confianza habían sido destruidos de formas que Heather sólo podía imaginar.
Su estómago se revolvió con el enfermizo entendimiento de lo que Sam había
sufrido. La culpabilidad y el dolor con el que vivía fue de repente más real para ella
de lo que nunca fue. Sus sentimientos por él sin embargo, en vez de empañarse ante
tal conocimiento, sólo estaban aumentando. Y en aumento, enfrentó la amarga
comprensión de que había nuevas elecciones que también tenía que hacer.

~52~
Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 11

—Van a intentar esconderse de nosotras para siempre —Marly bufó de cólera


furiosamente mientras Heather la observaba pasear por la habitación.
Su largo cabello caía en bucles sobre la espalda, susurrando contra las caderas
mientras caminaba airada por la habitación.
—No pueden esconderse mucho más, Marly. —Sarah se recostó en la silla que
había tomado a un lado de la habitación.
—No es como si yo ignorara lo que sucedió —espetó Marly, pasándose los dedos
por el pelo, mientras parecía apretar los dientes de dolor—. ¡Maldita sea!, Sarah, me
trata como si todavía fuera una niña.
Ni por asomo, pensó Heather sarcásticamente. Había sido lo bastante
desafortunada para entrar a la cocina buscando café una mañana, sólo para encontrar
a Cade con las pelotas profundamente enterradas entre los muslos de su amante
mientras la inclinaba sobre la barra.
—Pareces no estar de acuerdo —le espetó Marly mientras se volvía hacia ella.
Heather la observó con curiosidad antes de encogerse de hombros.
—Él no te trata como a una niña.
Los ojos de Marly se entrecerraron hasta que sólo pudo vislumbrarse una astilla de
un azul brillante.
—¿Cómo lo llamarías?
—Él cree que te está protegiendo —señaló Heather.
—Soy consciente de eso, Heather —suspiró entonces Marly, sentándose en la cama
con cansancio—. Es la única razón por la que no pateo su culo ahora.
Heather luchó con la sonrisa que quería asomar por sus labios ante el pensamiento
de la diminuta y delicada Marly tratando de patear el culo al gran Cade August.
Sería un espectáculo interesante... una lección de futilidad, pensó con humor.
—Sam tiene razón, tu sentido del humor es retorcido. Eso no se supone que sea
divertido —la acusó Marly con el ceño fruncido.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Heather sólo pudo sacudir la cabeza.
—¿Por qué no te quedaste? —le preguntó entonces Sarah—. Al menos podías
informarnos más tarde de lo que habían hablado.
—¿Parezco vuestra espía? —se quejó Heather—. No podría deciros nada.
—Por supuesto que podrías —Marly agitó la mano descuidadamente—. Eres
totalmente consciente de que esos hombres sólo se están lastimando a ellos mismos,
Heather. Necesitamos saber qué está pasando.
—Sé que tener siquiera a una de nosotras allí abajo mientras Rick está
diseccionando su orgullo no es una buena idea —respondió—. Hasta que libre a Sam
de esa idea que tiene de compartirme con vuestros amantes, soy un punto débil para
todos ellos.
—¿Y tu crees que puedes hacer eso? —Sarah se reclinó en su silla y observó a
Heather mientras ella se sentaba en el borde del sofá—. ¿Librarle de esa idea?
Heather frunció el ceño. Las otras mujeres estaban siendo sarcásticas, más que
ligeramente divertidas, lo cual le crispaba los nervios.
—Sarah, vosotras dos estáis aceptando completamente esas relaciones por
comodidad —dijo ella con cautela.
—Por supuesto que lo aceptamos. —Marly se encogió de hombros—. Heather,
tenemos el sueño de toda mujer. Tres hombres que viven, y quiero decir viven, para
nuestro placer y comodidad. Nos aman completamente, aceptan nuestros estados de
ánimo y disfrutan nuestras diferencias. ¿Qué no hay que aceptar?
—Marly, tu amante se folla a otra mujer. —Heather se sintió tan indefensa
haciendo frente a estas dos mujeres como cuando Sam intentó explicarle su idea.
—Y el mío se la folla a ella —respondió Sarah—. A nadie más, Heather, y sólo
porque forma parte de Cade. Esos hombres no son como otros hermanos y sé que es
duro de aceptar. Pero tienes que entender; es quienes son. No puedes cambiarlo. Él
podría detenerse por complacerte, porque te ama, pero esa necesidad estará allí y
únicamente aumentará. Si no puedes aceptarlo, entonces tienes que mantenerte tan
lejos de Sam como sea posible.
Heather se puso de pie con una oleada de ira.
—Lo amo, Sarah. Y sé que él me ama. Puedo sentirlo; puedo verlo.
—Y todavía viene a mí o a Marly cuando nos necesita. —Su voz era suave, la
expresión compasiva—. No puedo rechazarlo más de lo que podría rechazar a Brock.
Los lastimaría a todos al hacerlo. ¿Cómo encaja esto ahora en tu percepción del
amor?

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
La confusión la invadió. Nunca había discutido con ellas de las relaciones con sus
hombres, lo había evitado en cada ocasión que tuvo. Ahora eso era imposible de
ignorar y se encontró deseando haberse quedado escaleras abajo en lugar de esto.
—Sólo necesita curarse —susurró con desesperación.
—No, Heather, necesita afrontarlo —dijo Marly entonces—. Sam no ha afrontado
el pasado, no lo recuerda y se niega a enfrentarlo. Cuando lo haga, estará curado.
Pero no cambiará. Hasta cierto punto, Cade y Brock han enfrentado lo que pasó. Es
doloroso y, a veces, aunque esporádicamente, las pesadillas todavía están allí. Pero
no ha cambiado esa necesidad en su interior.
—Los hombres tomarán lo que les consintáis. —Heather podía sentir a su cuerpo
temblar con una ráfaga de energía nerviosa—. Vosotras se lo consentís.
Sarah suspiró mientras negaba con la cabeza.
—Si fuera algún otro hombre, estaría de acuerdo contigo. —Miró fija y
sombríamente al techo—. Mark era mi ex marido, Heather, y se follaba cualquier
cosa que pudiera abrirse de piernas para él. Pero Brock no es así. —Heather
observaba mientras ella bajaba la cabeza de nuevo, sus dorados ojos marrones
absortos y penetrantes—. Brock me ama; soy su corazón y su alma. Pero también
ama a Marly e incluso a ti, porque Cade y Sam lo hacen. No están separados como
otros hermanos, Heather. Una parte de ellos, una parte muy intrínseca y espiritual de
esos hombres, está tan estrechamente vinculada que nunca podrás separarlos. Si lo
intentas, los lastimarás a todos.
—Y ya han sufrido bastante. —La voz de Marly tenía un atisbo de advertencia.
—O quizás las dos simplemente detestáis perder el afecto y la relación que tenéis
con cada uno de esos hombres. —Expresó la sospecha que había tenido durante
meses.
—Heather. —Sarah mantuvo la mano en alto cuando Marly intento hablar—.
Entiendo que estés molesta e incluso enojada. También lo estuve un tiempo, al igual
que Marly. Molestas porque no lo entendíamos, pero hemos crecido hasta el punto
de entender a estos tres hombres. No es una vida que cualquier mujer pueda llevar.
El egoísmo y la posesividad no funcionarán aquí. Y podrás ver, si aceptas a Sam por
lo que es, que no hay necesidad de ello. Pero es algo que debes aceptar tu sola.
Había tal compasión, tal comprensión en el tono de Sarah que la garganta de
Heather se tensó de la emoción. No podría acusar a esas dos mujeres de no amar a
sus propios amantes, pero sabía que también amaban a cada uno de los otros, así
como a Sam. Sacudió la cabeza, combatiendo contra sus emociones, su sentido de lo
que estaba bien y lo que estaba equivocado, y se encontró con que todavía no tenía
respuestas.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Heather, Sam te ama —dijo Marly en voz baja—. Sé que lo hace. Sé que tu eres
todo lo que él quiere, todo lo que necesita para liberar el dolor que acarrea. Sin ti,
Sarah y yo... —Parecía tener dificultad con las palabras—. Es como necesitar agua y
en lugar de eso recibir un refresco. Se alivia de momento, pero la sed continua allí y
es un sentimiento profundo.
—Si me quisiera, sería suficiente —susurró, luchando con las lágrimas mientras
cruzaba los brazos protectoramente bajo el corazón—. Tiene que quererme lo
suficiente.
—O quizás tú tienes que quererle lo necesario —dijo Sarah dulcemente—.
Sospecho los demonios con los que vive Sam. Marly y yo sospechamos que no fue
Cade quien mató al bastardo, sino Sam. Si eso es verdad, Heather, entonces eso
significa que Cade y Brock lo saben, y lo protegen de ello por alguna razón. El
corazón de Sam es más blando, más tierno que el de los otros dos. Es el que trae
cachorros extraviados a casa, incluso ahora. El que hace de Santa Claus cada
Navidad para las familias del condado que no tienen dinero para sus hijos. El que
hace lo necesario para aligerar a los demás cuando los demonios están en lo peor. No
cambiarás a Sam, Heather. Pero tú y sólo tú, podrías muy bien destruirlo.
¿Y cómo se suponía que tenía que vivir con esto? La presión emocional, así como
sus propios sentimientos, se retorcían y luchaban en su interior hasta que sintió las
hirientes garras de su falta de respuestas. Miró a ambas mujeres, viendo cólera, pero
también su compasión y comprensión. Ellas sabían cómo luchaba, como peleaba.
Podía verlo en sus ojos, en su aceptación de los hombres que amaban.
—¿Cómo podéis hacerlo? —susurró—. ¿Entrar en una habitación y saber que el
hombre que amáis está teniendo sexo con otra mujer?
—No simplemente otra mujer, Heather. —Marly se inclinó hacia delante, su
expresión sincera y amable—. Una hermana. Y se que no es simple lujuria. Él forma
parte de Brock. Su alma está unida tan fuerte con la de sus hermanos que él ama y
necesita a Sarah, no tan intensamente, pero tan auténtico como Brock lo hace. Y es lo
mismo para Brock y para Sam, Heather.
—Los hemos observado, Heather —entonces habló Sarah—. Cuanto más se acerca
Sam a ti, más se incrementa la atracción instintiva de Brock y Cade hacia ti. Es
instinto, porque se conocen tanto entre ellos... forman tanta parte unos de otros. Y
nada de lo que tú, yo o Marly podamos hacer cambiará eso. Y si quieres la verdad,
esa parte no querría cambiarla. Porque también amo a Sam y a Cade. Forman parte
de mí. No tan intensamente como Brock, pero aún así, forman parte de mi.
Heather miró a Marly. Ella asentía lentamente con la cabeza, su expresión
mostrando su acuerdo, su aceptación de los hombres y el amor que tenía por todos
ellos.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—No creo que pueda hacerlo —susurró.
—Heather, Sam te guiará a través de esto. Sabrás cuando está bien y cuando es
necesario. Y entonces, sólo entonces, realmente podrás tomar la decisión.
—Y tampoco digas que no te atraen —espetó entonces Marly—. Vi tu cara cuando
entraste en la cocina con nosotros. Te atrae, Heather, y espero que estés
malditamente agradecida de ser la vida de Sam, porque es la única jodida manera de
que te deje acercarte a un kilómetro de Cade.
Había una sonrisa en su cara, pero Heather supo que quería decir cada palabra.
—Esta familia está loca. —Se recostó en el sofá pesadamente, inclinando la cabeza
hacia atrás, cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza ante la imposibilidad de la
situación—. Cada uno de ustedes esta jodidamente loco.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 12

Heather le dio a Sam varias horas para encontrarla. Mucho después de que la
reunión con Rick terminara, y los otros hombres se hubieran retiraron a sus
habitaciones con las mujeres, Sam todavía no había aparecido. Los susurrados gritos
de alivio sexual atravesaban las gruesas paredes de sus dormitorios, fluyendo hacia
la habitación de ella. Sin embargo los hombres estaban separados. No estaban
compartiendo, no se estaban turnando unos con otros, y Heather sintió una vaga
advertencia ante ese conocimiento. Una incómoda sensación de tormenta inminente
con el potencial para destruirlos a todos.
La preocupación se volvió tan intensa que finalmente abandonó su dormitorio y
fue en busca de Sam. Sabía que no había ido a su habitación. Lo habría oído si lo
hubiera hecho.
—Heather. —Rick fue hacia la entrada mientras ella bajaba por las escaleras.
Él estaba apostado en la puerta principal, observando la noche desde las largas y
tintadas ventanas al lado de la puerta.
—¿Has visto a Sam, Rick? —preguntó Heather en voz baja, esperando que Tara no
estuviese por ahí. Su hermana se había vuelto tan sobreprotectora que comenzaba a
crisparle los nervios.
—En la sala de juegos. ¿Seguro que quieres ir a buscarlo? —preguntó Rick
amablemente—. Está de un humor peligroso, Heather.
Se pasó los dedos por el pelo, lamiéndose los labios nerviosamente.
—No debería estar solo.
—Tiene a su familia —él argumentó bajito—. Irá a ellos cuando lo necesite.
Ella negó con la cabeza y sonrió tristemente.
—¿No te has fijado, Rick? Raramente lo hace. Apuesto que en la limusina fue sólo
la segunda vez que tuvo sexo desde que vine aquí. Es peligroso porque está sólo.
—Heather. —Él hizo una tensa mueca—. Tara está preocupada por esto. Y yo
también. No creo que estés preparada para ser lo que Sam necesita.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Quizás no. —Negó con la cabeza, recordando su anterior conversación con
Sarah y Marly. Las lágrimas escocían en sus ojos porque era la única pregunta que
ella no podía contestar. ¿Podría manejarlo?—. Pero tampoco puedo dejarle así, Rick.
Está rompiéndome el corazón.
Él la observó, sus ojos marrones, oscuros e intensos, antes de asentir con la cabeza
abruptamente y darle a ella una de esas pequeñas y tímidas sonrisas con las que se
había granjeado su cariño años atrás.
—Entonces es un hombre con suerte.
—Deseo que él lo vea de esta manera —dijo con resignación—. Gracias Rick.
Se alejó de él, juntando los bordes de su larga bata mientras caminaba a través de
la casa hacia la entrada del sótano. Y allí encontró a Sam, sólo, el aire cargado de
violencia lo envolvía más fuerte que nunca.
—Sabes, estás preocupando a tu familia. —Heather entró en el salón de juegos, un
gran salón dispuesto con casi cada maldita diversión que un hombre podría desear.
Una mesa de billar de tamaño reglamentario en el centro de la primera cuarta
parte del área de la habitación. Más lejos en la amplia área habían maquinas de
Arcade, una pantalla grande de televisión, un bar en la esquina del fondo, y unas
pocas zonas de conversación diseminadas formadas con sofás curvos y una silla o
dos. Los muebles eran amplios y cómodos, la alfombra bajo sus pies era gruesa y
lujosa, y en la tenue luz proyectada por dos únicos apliques, Sam estaba de pie,
recogiendo las bolas de billar con un aire de aburrido desprecio.
Se estaba escondiendo allí, pensó ella. Con el pecho desnudo, vestido con un
pantalón de chándal azul oscuro, los pies descalzos. Sexy como el infierno y tan
tentador como el pecado mientras la observaba con esa mirada entrecerrada y
meditabunda que le hacía hervir la sangre.
Él se enderezó, apoyándose contra la mesa de billar mientras la observaba entrar
en el salón con los ojos entrecerrados. Su cara de huesos fuertes estaba arrugada de
pesar, sus ojos gris azulados oscurecidos por el cansancio, y con una sombra de
horror que le rompió el corazón. Sabía que las pesadillas estaban empeorando para
él. Lo oía todas las noches cuando se despertaba con un gruñido mortal haciendo eco
en el sonido de su voz.
¡Muere, hijo de puta!
Se preguntaba si él sabía que gritaba. ¿Sabía de la rabia, el horror, el insoportable
dolor que hacía eco en su voz?
—La familia no tiene nada mejor que hacer que preocuparse —finalmente se
encogió de hombros. Los músculos ondearon bajo sus anchos hombros cuando le dio

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
la espalda, la piel bronceada resplandecía bajo la tenue luz, lustrosa y tersa,
tentándola a tocarla.
—Así ellos pueden preocuparse por ti, ¿cierto? —le preguntó en voz baja mientras
se detenía en la esquina de la mesa de billar, observando mientras él reemplazaba el
taco.
Él suspiró profundamente, todavía vuelto de espaldas, mirando fijamente los tacos
de billar como si ejercieran alguna fascinación sobre él.
—Estoy bien —se encogió de hombros, girándose hacia ella, su expresión
cuidadosamente compuesta, una temeraria sonrisa formándose en sus labios—. Están
preocupados que salga otra vez de la casa.
—¿Lo harás? —Arqueó una ceja inquisitivamente—. ¿Salir de casa otra vez?
Una sonrisa torcida ladeó sus labios, tan masculina y tentadora que casi se perdió
el hecho de que no alcanzó sus ojos.
—Prometí que no lo haría. —Posó la mano sobre su corazón—. ¿No me
escuchaste?
Heather resopló.
—En realidad, dijiste, y cito textualmente: “Que te jodan, Cade, me pudriré aquí si
esto es lo que quieres”, fin de la cita.
Él gruñó. Ella se preguntaba si tenía la intención de hacer pasar el sonido como
risa.
—Lo mismo. —Se rascó la barbilla—. Sólo palabras distintas.
Heather sonrió ampliamente, observando cuando cogió una bola blanca, luego la
envió rodando por la mesa hasta uno de los agujeros.
—Cade pareció menos que agradecido por las palabras —dijo ella mientras
caminaba más allá de la mesa de billar, dirigiéndose hacia uno de los amplios sofás
de enfrente, en el otro lado.
Mientras caminaba, sintió la larga bata acariciando sus pies desnudos, y sabía que
Sam estaba observándola. Podía sentir su mirada sobre ella, abrasándola con su
pasión. Se acurrucó en el sofá antes de alzar la mirada hacia él con lo que esperaba
fuera una expresión inocente. Sin embargo, se estropeó por el rubor floreciente en sus
mejillas. Era imposible no darse cuenta de la tienda de campaña en esos pantalones.
Sam ostentaba una erección lo bastante grande como para hacerle agua la boca y el
corazón martilleaba en la excitación de su apretado coño.
Sam se aclaró la garganta, alejándose de ella.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Cade no agradece un montón de cosas —gruñó mientras golpeaba las bolas de
billar de la mesa como si eso fuera la misión de su vida.
No estaba nervioso. No creía haber visto nunca a Sam nervioso, pero ahora parecía
indeciso sobre ella, como si de alguna forma lo amenazara más que nunca.
—¿Hay alguna cosa que necesite saber de esa reunión? —le preguntó finalmente.
Lo observó apretar la mandíbula, la forma en que sus parpados vacilaron como si
necesitara evadirse de la realidad, esconderse de los acontecimientos alrededor de
ellos.
—Siempre la misma mierda —por último se encogió de hombros—. El bastardo
me quiere porque su hermanastro era un depravado hijo de puta, y porque él no es
mucho mejor. Marly está casi malditamente destrozada porque Cade rehúsa
explicarle lo que pasa. Cade no habla con ninguno de nosotros porque las lágrimas
de Marly le parten el alma, al menos lo que le queda de ella. Y aquí estoy yo. —
Extendió los brazos como en una invitación—. Una vez más la razón por la que mis
hermanos están siendo destruidos.
Deseaba tocarlo, abrazarlo, pero la mirada en sus ojos le advirtieron que él nunca
lo permitiría. El frío y duro núcleo que los preocupaba a todos estaba aumentado.
—Sam, ¿quieres que me vaya? —lo preguntó bajito mientras él levantaba la cabeza
para mirarla—. ¿Que deje el rancho y a ti?
Las manos de él estaban apuntaladas en la mesa de billar, el pelo greñudo caía
sobre su frente con desenfado. Sus ojos eran francos, su expresión quieta y calmada.
—Quiero que te quedes —dijo en voz baja—. Demasiado. Heather, soy la persona
equivocada para estar cerca de ti. Deberías saberlo a estas horas. Las cicatrices que
ese bastardo te dejó deberían ser suficientes para convencerte de esto.
Sus ojos eran una mezcla de tristeza, lujuria y furia crispada.
Ella inclinó la cabeza, observándolo con curiosidad.
—Mi coño no es feo, Sam —le dijo irritada—. No tienes que actuar tan raro por
esas pequeñas señales.
Ella todavía recordaba la mirada en la cara de él cuando irrumpió en su habitación
un mes atrás, tiró hacia arriba el camisón, su cara palideciendo ante la visión de la
carne viva de su coño. Los cortes todavía habían estado abiertos, no requirieron
puntos, pero tardaron en curarse, y eran sumamente sensibles.
Él frunció el ceño.
—Actúas como si la visión de ellos sea lo que me molestó —le espetó, lanzando la
última bola a través de la mesa—. Maldición, Heather, te hirió. Te hirió por mi culpa.

~61~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Deberías estar aterrada de estar en la misma casa conmigo. Demonios, todos
deberían estarlo.
La cólera llenó el área, el aire se espesó con la tensión, con la furia.
—¿Por qué, Sam? —le preguntó en voz baja—. No fuiste tú el que me hirió.
—Lo hizo por mi culpa. —Colocó las manos en la mesa, agarrando el borde hasta
que ella pudo ver sus dedos palidecer con la fuerza que ejercía—. Lo hizo, Heather,
porque él cree que me importas. ¿Entiendes eso?
Heather se encogió de hombros. El filo de violencia que se arremolinaba en el aire
alrededor de él estaba implorando ser desviado. Desviado o liberado. Tuvo el
presentimiento que si era liberado, entonces ninguno de ellos saldría ileso de ello.
—Creo que ahora sólo estás asqueado por las cicatrices. —Se encogió de
hombros—. ¿Qué pasa, Sam, estás asustado de que alguien esté más herido que tú de
alguna manera?
Era un juego peligroso el que llevaba entre manos, y Heather lo sabía. La
sexualidad de Sam era más intensa, más profunda, más brusca que la de los otros
hombres, y los recuerdos de aquel tiempo siempre la encendían más caliente. Los
recuerdos de aquel tiempo en que Sam le había permitido acercarse eran brutalmente
vívidos. Todavía recordaba las manos de él en su cabello, tirándole del pelo mientras
follaba su boca con largas y lentas estocadas de su gruesa polla.
La carne muy venosa y agreste de su polla casi había magullado sus labios. Las
cicatrices eran más gruesas que las suyas, requiriendo un toque duro para darle la
sensación que necesitaba para el orgasmo. Sus dientes lo habían rasguñado mientras
él gritaba, jadeando.
Oh sí, Heather. Así, nena. Justo así. ¡Dios sí! Él casi la había estrangulado cuando
empujó su polla más allá de sus dientes y acarició su lengua mientras explotaba en su
boca. Su semen se había lanzado garganta abajo, salado, oscuro y masculino. Quizás
él le habría devuelto el favor. Quizás él habría enterrado su todavía dura carne entre
sus húmedos muslos si entonces no hubieran sido tan rudamente interrumpidos.
—Para, Heather —gruñó.
—¿Que pare el qué? —Ella le frunció el ceño, todavía perdida en los recuerdos de
su toque, su sabor.
—Deja de recordar mi polla en tu boca —le espetó furiosamente—. Es bastante
malo que yo no pueda olvidarlo.
Y obviamente su polla no estaba tampoco por olvidar, si el material empinado del
chándal era alguna indicación.

~62~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Quizás sería más fácil de olvidar si hubieras logrado devolverme el favor, en
vez de preocuparte por mi virginidad —le señaló ella con burlona calma—. Eso fue
más bien grosero de tu parte, Sam.
Él la miró boquiabierto, los ojos completamente abiertos, evidentemente
sorprendido de que ella le reprendiera sobre algo en lo que se tomaba tanta molestia
en olvidar. No es que ella le hubiera dejado olvidarlo.
—Heather, eres consciente de que fuiste atacada por tu relación conmigo. ¿No? —
le espetó, la voz llena de furia—. ¿Tienes un deseo de morir del que yo no sepa nada?
Los ojos de él se oscurecieron, sus mejillas sonrojándose de cólera.
Heather se recostó en el sofá, los ojos centrados en él.
—Soy tu debilidad. ¿Piensas que eso va a cambiar, aunque no me toques, Sam?
Observó acelerarse la respiración de él, si era de lujuria o de cólera, no estaba
segura.
—No tengo una debilidad —le espetó.
—¿Oh de verdad? —le preguntó con un toque de diversión burlona—. Adivino
que es por eso que tu polla está más dura que un roble seco menos de seis horas
después de un poco de sexo de limusina con tu hermano y su amante. ¿Qué pasó,
Sam, se puso Cade codicioso y no te dejó tenerlo?
Lo estaba presionando, y lo sabía. Pero estaba condenadamente harta de la
continua charada que se llevaban entre manos. Ella era tan prisionera de ese maldito
merodeador como él, y se estaba hartando de eso.
—Cade no es codicioso en lo que concierne a sus hermanos, Heather. —Su voz
bajó, pero no hubo disimulo en el sarcasmo de su tono—. Ten cuidado, o
simplemente podrías averiguar cuánto nos gusta compartir.
—Oh ¡yupi!, un desafío. —Sonrió ampliamente como si no estuvieran hablando
sobre ella en medio de una orgía de los August—. ¿Veremos cuál de nosotros es más
fuerte, Sam? ¿Puedes hacerme desear el compartir? ¿O en lugar de eso te convertiré
en codicioso?
Lo observó mientras se enderezaba. Ahora no hizo nada para esconder la erección
bajo el chándal. Era descaradamente obvia.
—Oh nena, la codicia será el menor de tus problemas —le dijo entonces,
suavemente, peligrosamente.
El corazón de ella se aceleró de excitación, la sangre latía por sus venas cuando él
empezó a avanzar hacia ella.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Soy una persona muy codiciosa, Sam. ¿Qué hay de ti? —Se quedó quieta, sin
embargo la adrenalina corría por su cuerpo exigiendo acción.
—Podría ser. —Pero él no sonó tan seguro. No parecía tan seguro—. ¿Pero puedes
manejar la invitación, Heather?
¿Podía? Sin duda alguna lo esperaba, porque sabía lo que deseaba.
—Sam, puedo manejar cualquier cosa que quieras ofrecer. —Tara siempre la
había advertido que llegaría el día en que su boca la metería en más problemas de los
que podía manejar. Heather tenía el presentimiento que ese día había llegado.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 13

Ella no tenía ni idea de cuan desesperadamente la deseaba, pensó Sam mientras


observaba la deliberada provocación en sus ojos. Lo desafiaba como si fuera un
juego, como si no hubiera víctimas ni dolor involucrado. Pero lo había, y él lo sabía.
Se enfrentaba diariamente con Marly y Sarah. El conocimiento de lo que ellos les
estaban haciendo a esas bellas y cariñosas mujeres destrozaba su alma.
Sin embargo, aquí sentada, desafiándolo, como si el desafío pudiera ser revocado
tan fácilmente como decir las palabras. Ella había estado en el hogar de los August
como guardaespaldas el tiempo suficiente para percibir los sutiles indicios de lo que
el desafío y un reto sexual les provocaba. Sarah y Marly en broma los retaban a
diario, manteniéndolos centrados en el aquí y ahora, en vez de en el pasado. Y los
retos siempre encendían su sexualidad, su necesidad de dominarlas sexualmente, de
reafirmar su control sensual.
Cruzó los brazos sobre el pecho mientras se apoyaba contra el borde de la mesa de
billar y la observó. Sus ojos verdes estaban oscuros por la excitación, sus pezones
alcanzando su punto álgido bajo la seda del largo camisón y la delgada tela. Podía
verlos claramente definidos, duros puntitos tentando su hambre.
—¿Por qué eres todavía virgen? —La pregunta lo atormentaba. Necesitaba una
respuesta, necesitaba saber por qué parecía tan dispuesta a entregarle a él lo que
ningún otro hombre había tomado nunca.
Ella apoyó el brazo en la parte trasera del sofá, descansando la cabeza en la mano
mientras le observaba con curiosidad.
—Nunca he estado con un hombre porque nunca encontré a uno que pudiera
ponerme la mitad de caliente que un buen libro erótico e incluso mejor un juguete. —
No era la respuesta que él esperaba.
Él cerró los ojos brevemente como si reuniera fuerzas.
—¿Juguete? —preguntó en voz baja, el cuerpo tenso, la polla sacudiéndose bajo el
chándal como si tratara de cortar la tela para ir a por ella.
—Quizás, juguetes. —Se encogió de hombros, una amplia sonrisa tiraba de su
boca—. ¿Estás conmocionado, Sam? Te dije que tenía un vibrador.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—¿Qué clase de juguetes? —Ahora su imaginación lo estaba matando.
Ella encogió los delgados hombros levantándolos, alzando sus pechos contra el
tejido que los cubría mientras lo observaba con más diversión que el miedo que él
pensaba que debería sentir.
—Toda clase de juguetes, Sam —dijo en voz baja—. Técnicamente soy una virgen,
físicamente no.
Las cejas de él instantáneamente formaron un ceño fruncido.
—No me habías dicho esto antes —gruñó.
—¿Habría habido alguna diferencia? —le preguntó, con voz ronca—. ¿De todas
formas qué te importa? Dejaste bastante claro que no tenías intención de acostarte
conmigo.
Sam podía sentir su cuerpo casi temblando de excitación. Su imaginación se había
vuelto salvaje, imaginándola extendida sobre su cama, las piernas abiertas para él
mientras utilizaba uno de los consoladores especiales que él podía comprarle.
Moviéndolo dentro y fuera de su depilado coño, acariciándose a sí misma,
gimiendo...
—Joder. —Exhaló con fuerza, clavando los ojos en ella acusadoramente—. ¿Por
qué me estás contando esto ahora?
—Porque tú preguntaste. —Su sonrisa fue un reto en si misma.
Su polla estaba tan dura que dolía. Más dura de lo que él nunca recordaba haber
estado en la vida. Las manos le escocían por tocarla, su boca babeaba con la
necesidad de saborearla.
—Heather. —Cerró los ojos, luchando contra sus deseos, su sexualidad—. No
quiero herirte.
Sus apetitos sexuales ahora se embravecieron. Ella había arrojado gasolina a un
fuego ya en llamas casi fuera de control. Cuando no le contestó, abrió los ojos. Ella le
estaba observando, inocente y seductora a partes iguales mientras él luchaba por
controlarse. Las pestañas de ella descendieron sobre sus ojos, una sexy y astuta
maniobra que rompió su determinación.
Antes de que pudiera convencerse otra vez a sí mismo de qué tan desastrosas
consecuencias podría haber, fue hacia ella. Vislumbró la sorpresa en su cara un
instante antes de que la lanzara sobre el sofá, manteniéndola sujeta boca abajo
mientras le tiraba del dobladillo del camisón sobre el desnudo culo.
¡Querido Dios! Una mano le sujetó los hombros hacia abajo mientras él se ponía a
ahorcajadas sobre sus piernas, confinándolas. Las caderas de ella estaban levantadas,
los cachetes de su trasero apretados, toda perfección cremosa y turgente. Bien

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
redondeados y llenos globos de belleza.
—Quédate quieta —gruño mientras ella corcoveaba contra él otra vez.
Para reforzar la orden, su mano aterrizó firmemente en un pálido cachete,
enrojeciendo la carne ligeramente con un toque de advertencia. Se quedó quieta, pero
él oyó la fuerte inspiración, sintió temblar su cuerpo.
—No tienes ni idea de lo que deseo, Heather —le espetó, sus manos acariciando
sobre la sedosa carne de su trasero una vez más—. Crees que estás preparada para
mí. Crees que lo que has oído sobre mí a Marly y Sarah es quien soy, lo que puedes
esperar. Estas equivocada nena... muy, muy equivocada.
Abofeteó su culo de nuevo, con la suficiente fuerza para enrojecer el otro cachete y
hacerla gemir, confundida, luchando por separar el placer del dolor.
—Sam —dijo gimiendo su nombre, su voz inquisitiva, conmocionada.
—Quiero atarte —susurró, poniéndose ahora sobre ella, metiendo su polla
cubierta de ropa en la hendidura de su culo—. Quiero verte extendida en mi cama,
correas de cuero manteniéndote en el sitio mientras te muestro placeres que nunca
imaginaste que existían. Indefensa. A mi merced. Gritando para mí mientras te llevo
a lugares, Heather. Lugares que nunca imaginaste que existían.
Se contoneó contra él, los cachetes de su trasero flexionándose alrededor de la
erección que los dividía.
—Sip, apriétame exactamente así, nena —susurró en su oreja mientras le atrapaba
las muñecas en su mano, constriñéndola en el sofá con su fuerza—. Así es como me
apretarás cuando entierre mi polla en tu prieto culo. Justo así, Heather, mientras
gritas, porque no sabes si es placer o dolor.
La mano libre se movió bajo sus caderas, abriéndose paso entre sus muslos
mientras ella corcoveaba contra él, jadeando, pero sin rechazarlo. Maldita fuera,
debería haber estado gritando de miedo. En lugar de eso, que el cielo lo ayudara, sus
dedos encontraron la caliente y resbaladiza humedad, la necesidad espesa y
almibarada que acumulaba en la estrecha abertura de su coño.
—Sam, eres un provocador —lo acusó bruscamente, acaloradamente.
Él se quedó quieto, las caderas presionando fuerte sobre ella.
—¿Un provocador? —No podía creer que ella había dicho eso.
—Un maldito provocador —gimió—. Quítate esos pantalones y fóllame o sal de
encima.
Se rió ahogadamente.
—¿Crees que es tan fácil, Heather? —le preguntó sedosamente, sus dedos

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
raspando sobre su hinchado clítoris. Ella se estremeció bajo él, recuperando el
aliento.
—Oh, estás cerca. —Sonrió ampliamente en su cuello, los dientes mordisqueando
la delicada piel de allí—. Pobrecita. ¿Pueden hacer tus juguetes esto por ti, Heather?
Agarró su clítoris entre el pulgar y el índice, luego delicadamente, con suma
cautela, empezó un suave movimiento de ordeño sobre el pequeño y sensible brote.
—¡Oh, Dios mío! —Se sacudió en su agarre, un involuntario estremecimiento tan
cerca del orgasmo que él pensó sería atormentador.
Continuó con el movimiento. La cantidad justa de presión para volverla loca,
nunca lo suficiente como para hacerla llegar al clímax. Ahora podía sentir sus jugos
fluyendo, supo que su coño estaría contrayéndose desesperado.
—Prepárate, nena —le susurró, sabiendo que el clímax, aunque intenso y
poderoso, sólo la dejaría hambrienta de más.
Sus dedos rasparon el clítoris, ordeñándolo, acariciándolo. La sintió tensarse, los
muslos apretados, su almíbar fluyendo, luego su grito estrangulado rompió el
silencio del salón de juegos mientras corcoveaba en sus brazos. Las caderas de ella se
retorcían, machacando su clítoris más fuerte contra sus dedos mientras el clímax
desgarraba su cuerpo.
Ella estaba luchando por respirar, temblando en los efectos secundarios de su
liberación mientras él la sujetaba más cerca, su mano ahuecando el caliente
montículo entre sus muslos.
—Escúchame —gruñó, su voz crispada, desesperada lujuria bombeando duro y
rápido a través de su cuerpo—. Escúchame bien, Heather. Cuando te tome, no seré
indulgente con tu inocencia, o tu necesidad de romanticismo. Estoy viajando por un
límite que aterroriza al jodido en mí. Así que no hay manera en el infierno de que
vaya a ser fácil para ti. Quédate condenadamente lejos de mí, nena, o muy bien
podrías lastimarte.
Saltó lejos de ella, saliendo a zancadas de la habitación y corriendo escaleras
arriba. Rezó para que ella no viera la húmeda mancha en sus pantalones, la prueba
de su propio clímax mientras ella estallaba bajo él. Algo que nunca antes le había
sucedido. Algo que le asustó casi tanto como las pesadillas aguardándole.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 14

La mañana siguiente amaneció demasiado brillante y condenadamente demasiado


pronto. Vestida con unos Levi’s cortos y una camiseta que apenas rozaba sus
vaqueros a la cadera, Heather bajó la escalera. Las zapatillas deportivas que llevaba
puestas no hicieron ningún ruido al caminar por la alfombra, por lo que era bastante
fácil oír los sonidos que venían de la habitación familiar. Había aprendido a
asegurarse de que no entraba en un momento inoportuno en aquella habitación.
Cuando caminó por el recibidor, notó que la puerta estaba abierta y los sonidos de
la casa llegaban de la cocina. Por suerte no eran gemidos, sino el bajo murmullo de
voces masculinas. Lo que significaba que la cafetera estaba encendida. Nadie hacía el
café como lo hacían los hermanos August.
Abriendo la puerta, se paró y estuvo condenadamente cerca de girar sobre sus
pasos y dejar la habitación inmediatamente. Sam estaba apoyado en la encimera con
Brock y Sarah. Sarah estaba sujeta contra el pecho de Brock mientras la cabeza de
Sam se elevaba de lo que era obviamente un prolongado beso.
Cade se sentaba en la mesa mirándoles, su mirada se volvió aguda y clínica,
mientras observaba ahora a Heather.
—Buenos días, Heather. —Él levantó su taza de café en un saludo mientras Sam se
movía con desenfado y tomaba un tazón del armario. Sarah y Brock fueron a la mesa
mientras Sam llenaba la taza y se la pasaba a ella.
—Chicos, os levantáis temprano —comentó ella, luchando contra los celos
mientras aceptaba la taza—. ¿Dónde está Marly?
—Aún durmiendo. —La voz de Cade tenía un suave murmullo de satisfacción
masculina. Claramente todos aquellos gemidos y suspiros pocas horas antes habían
salido de su habitación. Los August tenían demasiada maldita testosterona, eso era
todo lo que pasaba.
—Bebe tu café. —Sam le dio la taza mientras la empujaba hacia la mesa—. Te
traeré alguna salchicha y galletas.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Chicos, ¿no coméis nada más por las mañanas? —Frunció el ceño,
preguntándose lo que tendrían en contra del jamón con huevos y salsa, y su
estómago protestó de hambre.
—Eso requeriría un cocinero —declaró Cade firmemente—. Y no quiero a ningún
cocinero o ama de llaves.
—Eso significaría buenas comidas —indicó ella—. Algo además de bocadillos y
sopa, o filetes, salchichas y galletas.
—No tenemos tiempo de cocinar. —Cade negó con la cabeza.
Heather miró a Sarah. ¿Por qué demonios no estaban cocinando ella y Marly?
—No me mires, apenas puedo hervir sopa. Y Marly es peor. —Ella se rió mientras
se sentaba de lado en su silla, la espalda apoyada contra el pecho de Brock.
—¿Qué haces cuándo estás cansada de sopa, bocadillos y filetes? —Sacudió la
cabeza desconcertada. Se sentía como si fuera a morir de hambre.
—Salimos. —Cade se encogió de hombros—. Por lo general, esto es lo que hay.
Recuérdame que mate a ese bastardo dos veces por las comidas que nos estamos
perdiendo.
La muerte helaba sus palabras. Heather se dio la vuelta despacio, viendo la
amenaza fría y dura de su voz.
—No matarás a nadie, Cade. Lo cogeremos, y lo encerraremos. Es así de simple.
—¡Bonito mundo de ensueño en el que vives! Heather. —Apoyó sus codos en la
mesa y la miró socarrón—. ¿Crees que lo dejaré vivir después de ponerle las manos
encima? Le pegó un tiro a Sarah, te marcó. Morirá por eso.
Ella se volvió hacia Sam y vio el mismo frío propósito en su cara, luego también en
la de Brock.
—Eso es asesinato, Cade —susurró.
—No será el primero, Heather —declaró mientras se levantaba—. Y lo sabes.
Él dio la vuelta a la mesa, luego se paró detrás de ella. Antes de que pudiese
pensar, antes de que pudiese alejarse, él se inclinó, posando un beso en su mejilla.
—Tengo que irme. Tengo mucho trabajo que hacer. —Entonces se acercó a Sarah,
repitió la caricia y dejó la habitación.
Heather captó la mirada preocupada de la otra mujer cuando miró hacia ella
buscando una reacción. Una reacción que la salvó de mirar demasiado
profundamente cuando la puerta trasera se abrió.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Tenemos compañía, muchachos. Sarah, tu hermano está en pie de guerra otra
vez.
—¡Oh, demonios! —Sarah se levantó y miró a Brock y luego a Sam—. Si alguno de
ustedes golpea a mi hermano hoy, se los devolveré.
Heather parpadeó luego se dirigió a Sam.
—¿Por qué pegarías a su hermano?
Sam se encogió de hombros.
—Ya lo verás cuando lo conozcas.

Dillon Carlyle era magnífico. Con un abundante cabello castaño oscuro que le caía
por debajo del cuello, y aterciopelados ojos verdes en una tez oscura que estaba
condenadamente cerca de ser perfecta para un hombre. Una mandíbula fuerte,
pómulos altos, y labios sensualmente firmes, ella apostaba que no estaba falto de
mujeres desviviéndose por conseguirlo.
En ese momento, aquella magnífica cara estaba fruncida en un ceño colérico, y su
cuerpo de más de metro ochenta estaba tenso mientras se enfrentaba a los August.
—Joder, Cade, ¿qué demonios pasa? ¿Regreso de vacaciones para encontrarme
con que ese merodeador de mierda aún está por ahí y a nadie se le ocurrió llamarme?
—Su profunda voz retumbó a través del recibidor mientras la puerta se cerraba de
golpe detrás de él—. Lo menos que podías hacer era llamarme.
Antes de que alguien pudiera pararle, su puño retrocedió y se estrellaba
enérgicamente contra la mandíbula de Brock.
Brock rebotó contra la pared mientras Sarah gritaba y saltaba hacia su hermano,
protegiéndole de la ira de cuatro guardaespaldas. El más grande de los cuales era
Rick, que parecía listo a responder violentamente.
—Diles que se estén quietos, Cade —gritó ella, colgando del cuello de Dillon
mientras él trataba de soltarla—. No permitas que le golpeen.
—Joder, Sarah —maldijo Dillon—. Apártate así podré patearle el culo.
—¡Imbécil! —Ella le dio una patada a su espinilla haciéndolo caer contra la pared
de enfrente—. ¿Quieres suicidarte y yo no sabía nada?
—Joder, Sarah, déjalo ir. —Brock se estaba riendo, aunque la sangre del labio, que
se hinchaba rápidamente, no parecía demasiado divertida.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Él agarró la cintura de su amante y con la ayuda de Dillon la apartó lejos de su
cuerpo. Dillon estaba listo, sus ojos entrecerrados mientras observaba a los hermanos
August.
—Haz las maletas, Sarah, vienes a casa conmigo, donde estarás a salvo —gruñó
agresivamente.
—No lo creo, Carlyle —gruñó Brock—. Olvídalo y tómate algo. Disfruta de tu
visita a Sarah y luego vete a casa. Solo. De la misma manera que llegaste.
—Dillon, ¿estás causando problemas otra vez? —Marly entró en la refriega en ese
momento, la voz divertida y los ojos brillantes mientras entraba en el recibidor.
Vestida con cómodos vaqueros y camiseta, parecía una pícara adolescente más que
una mujer adulta.
—Marly, tan bonita como siempre —suspiró él. Heather notó que la mayoría de
los hombres suspiraba un poco con nostalgia cuando veían a Marly.
—Gracias, Dillon. —Ella se metió entre los brazos de Cade y envió a Heather una
mirada de advertencia.
¿Qué? Ella frunció el ceño preguntándole.
Marly alzó la vista por encima de su cabeza hacia Sam. Heather echó un vistazo
atrás, luego se movió rápidamente para colocarse delante de él, cerca. Él parecía
preparado para matar. Al instante sus brazos la rodearon, y ella casi se rió de la
instintiva respuesta. Si dejaba de lado toda la cuestión acerca de compartir, los
August podrían ser mucho más qué atractivos.
—No voy a ninguna parte, Dillon —le dijo Sarah con un punto de exasperación—.
Ahora por qué es que estás aquí realmente, porque ambos sabemos que sabías que no
iba a marcharme contigo.
—¿Dónde está la bebida que me prometieron? —Se giró y se encaminó hacia el
estudio de Cade después de lanzarle una mirada intencionada.
—Mantén a tu gente aquí fuera, Rick —ordenó Cade mientras se dirigía a la
habitación detrás de Dillon.
—Cade. —Rick lo paró mientras se desplazaba para pasar—. No me ocultes
información, tío. No podemos protegerte, o capturar a ese merodeador si comienzas
a esconderme cosas.
Los ojos del Cade se estrecharon.
—Mi familia es mi vida, Rick —espetó—. Tendrás todo lo que necesites saber, te lo
prometo. Pero algunas cosas simplemente no son de tu maldita incumbencia —
escupió antes de entrar en el estudio.

~72~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Heather permaneció tranquila. Sam la condujo a la habitación y ella no se opuso.
Dillon parecía un hombre con una misión, y evidentemente su hermana no era toda
la misión.
—Hablé con el sheriff antes. —Dillon se vertió una fuerte bebida mientras la
puerta se cerraba detrás de Sam y Heather—. Me enteré de lo de Tate y la explosión.
Pero lo que ellos no saben, y uno de mis peones me dijo, es que Tate tenía un amigo.
Ellos no están seguros de quien. Uno que sabía un montón sobre vuestra familia y la
situación aquí. Uno que le prometió a Tate alguna información interesante.
—¿Cómo sabes eso? —le preguntó Cade, la voz sombría, advirtiendo.
—A Tate le gustaba hablar cuando bebía, Cade. Le dijo a un montón de gente que
tendría algunas fotos interesantes pronto. Fotos de los August... —Hizo una pausa,
su mandíbula se cerró con fuerza mientras miraba hacia su hermana—. Fotos
explícitas de hace doce años.
La tensión aumentó en la habitación.
—Si las tuviese, el sheriff las habría encontrado —indicó Cade con lógica mientras
miraba a los demás en la habitación—. Quienquiera que esté detrás de ello, estaba
usando al hijo de puta.
—Pero se lo dijo a un montón de hombres, Cade. Hombres a los que no les
importaría verte caer. E hizo alusión a que la persona con la información estaba justo
bajo tus narices.
La caída de un alfiler habría resonado en la habitación, de lo espeso que era el
silencio, mientras todos los ojos se volvían a Heather.
—No. —Ella negó con la cabeza, sintiendo su pelo susurrar contra el pecho de Sam
mientras sus brazos la rodeaban otra vez—. Rick escogió uno por uno este equipo.
Tiene que ser uno de los vaqueros.
—Podría ser cualquiera —murmuró Cade.
—Cade, Rick tiene que saberlo —dijo firmemente Heather, mientras él la miraba
atentamente—. Si hay una posibilidad de que sea uno de sus hombres, él necesita
saberlo.
Él exhaló un profundo y duro aliento, antes de asentir con la cabeza
repentinamente.
—Tienes razón. Pero sólo a Rick, Heather. Y mejor te preparas para pasar más
tiempo con Sam del que has pasado hasta ahora.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 15

Ellos dirigían un rancho. Las cercas necesitaban repararse, el ganado tenía que ser
movido, los caballos necesitaban ser herrados y los establos, ser limpiados. El heno
estaba siendo embalado para ser apilado dentro de los graneros y otros mil detalles
que debían ser tomados en cuenta. Los días pasaban sin noticias, y sin ningún
informe acerca de forasteros o acontecimientos de alguna manera extraños. Sam
estaba perdiendo la paciencia y el control. Heather estaba condenadamente cerca de
él a cada segundo del día y Rick lo vigilaba como un halcón.
La presión estaba empezando a hacer mella en todos ellos. Estaba dirigiendo sus
ataques contra Cade y Brock, y se sujetaba para no hacer lo mismo con Heather. La
necesitaba tanto. El dolor por tocarla, por saborearla, estaba a punto de volverlo loco.
Sam sabía que Cade y Brock estaban irritados con las restricciones que también les
obligaban a permanecer dentro de la casa. Todos ellos estaban condenadamente
cansados de seguir confinados, aunque fuese en las cómodas habitaciones, y
esperando algo que nunca llegaba. Sam sabía que si no se escapaba de todo esto, iba
a estallar. Tenía que estar fuera, donde pudiese sentir la brisa, el gusto a libertad.
Donde no fuera perseguido por pesadillas, o excitado por el estimulante aroma de
Heather.
Las pesadillas que los visitaban a todos ellos, estaban empeorando para él.
Realmente no las recordaba, pero el terror que lo llenaba cuando se despertaba
estaba condenadamente cerca de ser tan fuerte como el de aquella primera
violación...
Se estremeció, poniéndose unos gruesos guantes de cuero mientras cerraba la
mente a esos pensamientos. Sacudió la cabeza con fuerza, luego entrecerró los ojos
cuando se dio cuenta de que ya no estaba solo en los establos. Giró la cabeza
despacio y allí estaba ella.
Joder, había estado rezando para poder evitarla. Al menos hoy. Estaba vestida con
cómodos vaqueros con lo que era obviamente un par de chaparreras3 de niño atadas

3
Gruesos pantalones de cuero usados por los cowboys. Se usan sobre los pantalones normales. (N. de
la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
alrededor de sus delgadas caderas, un chaleco de color canela y botas gastadas.
Quería desnudarla y joderla hasta que no pudiese tentarle más. Se preguntó si podría
tomarla alguna vez lo suficiente como para alcanzar ese punto.
—Dile a Rick que asigne a algún otro —dijo bruscamente mientras ella cogía un
par de guantes de trabajo de fino cuero de su bolsillo trasero y empezaba a
ponérselos.
—No te preocupes, vaquero, sé como ensillar mi propio caballo, y como montarlo.
—Ella sonrió descaradamente—. ¿Estoy bien en chaparreras? Siempre quise ponerme
un par.
Ella parecería condenadamente bien solamente con las chaparreras. Entrecerró los
ojos, imaginándolo, imaginándola, desnuda excepto por las chaparreras y su polla
clavándose entre sus muslos. Apretó los dientes, luchando por controlarse.
—Llévalas puestas en otra parte. —Escupió, apretando la cincha de la silla de su
caballo—. No tengo tiempo para esperarte, Heather.
—Bueno, tu mismo, chicarrón. —Ella paseó con indiferencia hasta uno de los
compartimentos, soltando la puerta y cogiendo con un arnés al caballo que
contenía—. Hoy soy tu canguro, pastelito. Cabalga lejos de mí, y uno de los
muchachos pondrá un tranquilizante en tu culo. Cade ya les ha dado permiso, por
cierto.
Él gruñó furioso. Como si no estuviera al tanto de lo que Cade había jodidamente
ordenado. Maldita sea, no era un niño pequeño para ser protegido por los otros dos y
estaba poniéndose enfermo por ser tratado como uno. Era dos años más joven que
Cade, no tenía dos años.
Empezó a hablar cuando la vio conectar el pequeño botón del intercomunicador
en su cabeza, introducir el diminuto altavoz en el oído, y extender el micrófono por
su mejilla.
—Dos para montar, ¿quién está en el control? —Su voz era baja mientras probaba
el dispositivo. Le dirigió una mirada con un brillo pícaro en los ojos—. Oh chico. Mi
hermana está jugando al perro guardián con nosotros. Con esto se nos acaba la
diversión, vaquero.
Sam cruzó los brazos sobre el pecho, entrecerrando los ojos mientras la observaba
revisar el arma, el cargador, y los repuestos que introdujo en su alforja. La pistola
automática fue introducida en la pistolera detrás de su cadera, y además, ella estaría
escuchando cualquier orden que llegase a través de ese condenado
intercomunicador.
—Dile a Tara que asigne a otro —dijo otra vez, con voz más alta esta vez—.
¡Ahora!

~75~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Ella puso los ojos en blanco mientras apretaba la silla y la probaba
experimentalmente.
—Déjalo, Sam. —Sacudió la cabeza mientras alzaba la vista hacia él—. Soy parte
de este equipo tanto si te gusta como si no.
—Estupendo, entonces sé parte del equipo en algún otro sitio. —Sostuvo la brida
de su caballo con un apretado puño mientras ella montaba su caballo.
Sentía lujuria y rabia a partes iguales retumbando por su cuerpo. Ella parecía una
llama viva subida a la grupa de aquel maldito caballo. Un objetivo preparado para el
psicópata que lo acechaba.
—No cabalgaré contigo —dijo en voz baja. No la pondría en peligro. No podía.
Ella inclinó la cabeza mientras lo miraba. Sus ojos verdes eran socarrones, su
expresión inquisitiva.
—¿Dudas de mi capacidad, Sam?
¿Dudar de ella? Él no dudaba lo más mínimo de que ella era la cosa más dulce,
más suave que había tocado alguna vez en su vida. Aquel calor suyo, su pasión, era
la cosa más difícil en el mundo a la que resistirse. No la destruiría antes de que esto
hubiera terminado. Pero que lo condenasen si la conducía a las manos de un loco.
No le contestó. No podía contestarle. Quería gritar, aullar de furia por la injusticia
de lo que él afrontaba. No podía hacerlo tampoco. Lanzó una mirada a la abierta
puerta del establo, recordando su necesidad de oler la libertad. No merecía la pena el
posible sacrificio. Su obstinada determinación había condenado a sus hermanos al
infierno, no permitiría que le pasase lo mismo a Heather.
Sacudió la cabeza con desaliento mientras desensillaba su montura. Pobre Rusty.
Palmeó la grupa del ruano. El semental había estado rabiando por correr, al igual que
Sam.
—¿Sam?—le preguntó la suave voz de ella.
—No te pondré en peligro. —Lanzó la silla y la manta encima del portasillas y
devolvió el caballo a su casilla.
Ella suspiró con impaciencia detrás de él.
—Sam, no puedes salir solo. Lo sabes. ¿Has olvidado lo que pasó la última vez que
hiciste eso?
Los puños de él se apretaron mientras cerraba la puerta del establo.
—Sí, Heather —dijo furiosamente, dándose despacio la vuelta—. Algo
jodidamente fácil de olvidar...

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
La escena surgió en su mente, pero no era Tate, era Marcelle. La sangre coloreó su
visión mientras la violencia atravesaba su cuerpo durante un duro y largo segundo.
Podía sentir que sus músculos se tensaban, que sus puños se apretaban como
defendiéndose contra la furia de un recuerdo que nunca se revelaba totalmente.
—Lo siento, Sam. —Ella desmontó, la cara pálida, los ojos heridos mientras lo
miraba—. Encontraré a alguien más para que monte a caballo contigo...
La detuvo. Antes de darse cuenta la había agarrado por el brazo, tirando de ella
hasta que la tuvo presionada contra el tabique que separaba los cubículos, las
delgadas muñecas inmovilizadas por las manos de él y estiradas encima de la cabeza.
La miró, respirando con dificultad, la rabia y el deseo quemando a través de su
cuerpo en igual medida.
—No lo entiendes —gruñó con aspereza—. Escúchame, Heather. Por el amor de
Dios, por mí, escúchame. Permanece jodidamente lejos de mí. Por favor. No quiero
hacerte daño, no quiero ser la causa de tu dolor.
Ella se contorneó contra él, las caderas presionando más cerca, el estómago de ella
amortiguaba la rabiosa dureza detrás de la tela de sus pantalones. Él luchaba por
controlarse, sus músculos se tensaron, endureciéndose cuando ella le miró desde
aquellos sabedores, aunque inocentes, ojos.
—¿Cuánto tiempo más vas a revolcarte en la autocompasión, Sam? —le preguntó
finalmente, y la misma suavidad de su voz parecía ácido en una herida abierta—.
¿Cuánto tiempo más le dejarás destruir tu vida?
La miró sin parpadear, luchando contra la cólera aplastante que le hacía querer
hacer daño, controlar.
—Mientras esto dure, Heather, hasta que el olor mezclado de sangre y semen
salga de mi puta cabeza —escupió por fin—. Sácalo, nena, y luego hablaremos de
ello.
Se apartó de ella, sabiendo que si no lo hacía, podría no ser capaz más tarde. Los
ojos de ella estaban inundados de lágrimas, su cara estaba pálida por la tensión y el
dolor cuando lo miró, y él no podía aguantarlo. No podía soportar mirar en sus ojos,
sabiendo que ella veía quién era, lo que era. Sabiendo que en un momento de
descuido, en un momento de aturdida pasión, podría colocarla a merced de un loco
otra vez.
Se sacó el sombrero de la cabeza y se pasó los dedos de la otra mano
violentamente por el pelo. No había nada que odiase más que ese sentimiento se
elevara dentro de él. La cólera ardiente y el dolor. La vergüenza. Esto nunca dejaba
de provocar la necesidad de conectar y aliviar el doloroso vacío dentro de su alma.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
La necesidad de tocar, saborear y oír los gritos de placer. Pero no era a Marly o a
Sarah a quién él tenía que oír. Era a Heather.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 16

—Cade, está regresando al interior —dijo Heather en su intercomunicador


mientras Sam regresaba indignado al rancho. Le preocupaba, la intensidad en sus
ojos gris azulados, la furia que tensaba su cuerpo.
Se dejaba llevar por la ira y era fácil ver que el próximo estallido podría ser más de
lo que cualquiera de ellos quisiera afrontar. A pesar de su jovialidad, el núcleo
sombrío y oscuro que ella vislumbraba en su alma parecía todavía más peligroso.
—Gracias, Heather. Nos encargaremos de él. —Su voz era aciagamente apenada,
la ira y la preocupación se mezclaban in un inquietante brebaje que le rasgó a ella el
corazón. Tres hombres, cada uno marcado a su manera y luchando por sobrevivir. La
aterrorizaba, se preguntaba si serían capaces de luchar para salir de esta.
Y eso la lastimaba. Sabía cómo acababan tales episodios. La abrasadora pasión de
los gritos femeninos mientras los hermanos August se unían en una orgía de
intensidad sexual con ellas. Sin embargo Sam no parecía tomar parte tan a menudo
como lo hacía en el pasado, sabía que al menos había tomado parte en esa maldita
limusina. El peligro que los rodeaba sólo incrementaba el filo de lujuria que brillaba
en los ojos de los hombres continuamente.
Eran tremendamente sexuales, y más que un poco dominantes. Y aunque Sam
parecía más juguetón que enérgico, podía ver el núcleo de esa oscura sexualidad
volviéndose más obvia. Mientras más cercano estaba el peligro, más parecía
intensificarse ese filo.
El merodeador siguiendo cada uno de sus movimientos se estaba acercando.
Varios intentos se habían hecho para violar la casa. Cada uno había pasado
desapercibido para cualquiera de los investigadores hasta mucho tiempo después,
había sido demasiado tarde para ver a alguien. El bastardo conocía el rancho
demasiado bien para el gusto de cualquiera.
Tecleó el enlace para abrir el canal, escuchando con distante atención la charla
entre los investigadores mientras desensillaba su caballo y lo llevaba de vuelta al
establo. Acarició la larga cabeza del animal, mirando fijamente sus tranquilos ojos
marrones mientras la tristeza la invadía.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Se está poniendo peor. —Brock entró en los establos, sus ojos tan parecidos a los
de Sam, estaban sosegados y tristes, mientras Heather sujetaba la puerta cerrada del
establo y se volvía hacia él.
Heather lo observó mientras él se adentraba hacia el frío y ensombrecido interior.
La contempló de cerca, sus ojos pensativos, la forma en que controlaba su cuerpo
sugería que era un hombre con una misión de la que no estaba completamente
convencido.
—No podemos permitirle montar sólo, Brock. —Heather negó con la cabeza,
sabiendo que Sam necesitaba la soledad del campo abierto para ayudar a acallar los
demonios bramando en su interior. Una soledad que ahora podría ser fatal.
Recordó el pasado, cuando fueron llamados la primera vez para proteger a Marly.
Sam a menudo se escabullía de la casa, dando largas caminatas o montando varias
millas para refugiarse en la laguna sombreada por los árboles dónde a menudo se
sentaba y sólo miraba fijamente el agua. No había podido hacerlo últimamente, y el
estar confinado parecía que sólo acicateaba su temperamento.
—Estoy de acuerdo contigo en eso, Heather —suspiró bruscamente, enterrando las
manos en los bolsillos de sus pantalones mientras la observaba con expresión
interrogante—. No estoy pidiendo a nadie que lo permita.
Para su gusto él se parecía demasiado a Sam. Los marcados y casi salvajes planos
de su cara reflejaban sin embargo una tranquila aceptación del mundo, más que la
esmerada jovialidad o la alternada y enfurecida pena que reflejaba Sam. De todos los
hombres, Brock parecía aceptar más el pasado, aceptar más lo que todos ellos eran.
Deseaba poder encontrar un poco de la confianza que él llevaba sobre sus
hombros. Por el momento se sentía perdida, insegura. Estaba luchando no sólo por
su vida, sino por la vida del hombre que no quería amarla, aunque lo hacía.
—¿Qué? —le preguntó Heather con el ceño fruncido. Brock obviamente tenía algo
en la cabeza, y todavía estaba dudando de abordar el asunto, fuera lo que fuera. De
todas maneras, tenía el presentimiento de que realmente no quería oírlo.
—¿Por qué todavía no ha acudido a ti? —le preguntó en voz baja, la cabeza
inclinada mientras la contemplaba con expresión inquisitiva.
—¿Para qué? —tenía la sensación de que sabía exactamente para qué, pero no iba a
dejar a este hombre meter la nariz en sus asuntos sin pelear.
Él también parecía saberlo. La observaba con complicidad.
—Tú sabes para qué —gruñó—. Él desea follarte tanto que eso calienta el aire
alrededor de ambos, Heather. No finjas que no lo sabes.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Heather sintió un curioso revolotear de nervios en la boca del estómago. No había
gran lujuria en sus ojos como la había en los de Sam, pero había una sensación de
anticipación, de espera. Le estaba preguntando sobre Sam, pero ambos eran
conscientes de lo que todos ellos esperaban una vez Sam la tomara.
—Eso no es asunto tuyo, Brock. —Negó con la cabeza. No necesitaba a los otros
dos hermanos complicando su vida en ese momento. Su vida, o su corazón.
Él resopló con brusquedad, volviendo la cabeza mientras miraba fijamente las
sombras de los establos. Los brazos cruzados sobre el pecho, su duro cuerpo
rígidamente erecto, como si pareciera estar sopesando lo que debería decir. Su
expresión era pensativa, preocupada, como pareciendo escoger las palabras
cuidadosamente.
—Nos concierne a todos, Heather —le dijo por fin en voz baja—. No sólo a mí y a
Cade, sino también a Marly y a Sarah. Todos le queremos. Verlo así es... —Hizo una
pausa a regañadientes—. Es muy duro para todos nosotros.
Ella podía verlo. Lo había visto constantemente. Las relaciones entre los hombres
eran curiosas. Compartiéndolo todo, ya fuera trabajo, diversión o placer. Sin
embargo, nunca juntos. Por un momento, se había preguntado si la extraña relación
que compartían con sus mujeres era debido a las tendencias o deseos de estar con el
otro sexualmente. Pero por lo que había observado, diseccionando acontecimientos e
interacciones, sabía que no era el caso.
Heather creía que habían tenido tendencia a las relaciones que ahora compartían.
Los horrores y las pesadillas del pasado habían forzado la necesidad de ese vínculo
más cercano, a pesar de las creencias morales. El abuso y la lucha por sobrevivir
juntos los había acercado más incluso de lo que ellos pensaban en ese momento. Era
un acercamiento que iba más allá de cualquier sentimiento de celos entre hermanos.
Habían apartado tales emociones a un lado, lo cual les permitía los extremos sexuales
que ahora practicaban.
—¿Y se supone que tengo que arreglar esto? —le preguntó finalmente, exasperada
y un poco irritada. De repente, todo el mundo estaba mirando hacia ella para arreglar
los problemas que tenía esta familia. No podía ver un arreglo a la vista en ninguna
parte.
Él cambió de posición con nerviosismo, atravesándola con una mirada que la hizo
dar un paso atrás. Intensa, ardiente, llena de convicción.
—Él te ama, Heather. Sé que lo hace. Y tú sabes qué implica eso.
Su voz acarreaba un filo duro y conocedor. No iba a dejarla andarse con rodeos
sobre la implicación con la familia si ella aceptaba la relación con Sam. Condenados

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
hombres. Los August tenían que ser los varones más testarudos, tercos y difíciles de
tratar que había tenido la desgracia de conocer.
—¿Así es que ahora estás intentando conseguir tu pedazo de pastel?4 —le espetó
ella, frunciéndole el ceño. Esos hombres estaban poniendo a prueba su paciencia de
muchas formas, pero esto, pisarle el terreno a su gemelo, era demasiado incluso para
sus normalmente atemperados nervios.
Él hizo una mueca impaciente.
—No seas tonta, Heather —gruñó, la indignación marcada en su voz,
sorprendiéndola por la vehemencia de su tono—. No es sobre conseguir un pedazo
de algo. Es sobre Sam. Es sobre calmar la ira que crece en su interior antes de que lo
destruya.
—Maldición, Brock, sólo Sam puede hacerlo. —Heather negó con la cabeza,
sorprendida, y no por primera vez sobre la insistencia de los hombres sobre calmar la
ira de Sam, y en el proceso, la curación—. Él tiene derecho a estar enojado. Derecho a
odiar todo lo que ocurrió y está ocurriendo ahora. No puedes esperar que él bromee
como de costumbre sobre esto.
—Escúchame, maldición —gruñó, su propia ira saliendo a la superficie entonces,
asombrándola. Raras veces había visto a Brock enfadado—. No quieres a Sam así,
Heather. Ninguno de nosotros lo quiere. No solucionará nada. No hará nada más
que destruirlo.
Desconcertada por el sorprendente despliegue, Heather solo pudo observarlo, con
los ojos entrecerrados y la sospecha haciendo vibrar su pecho con un tamborileo de
advertencia.
—O curarlo —propuso quedamente—. ¿Por qué no quieres a Sam alterado, Brock?
¿Tú no estás molesto? ¿Te estás tomando esta cosa del merodeador sin preocupación,
ni una pizca de cólera?
Los labios de él apretados, el músculo al lado de la mejilla palpitaba mientras él
obviamente luchaba con su propio sentido de impotente frustración.
—Escúchame, Heather. Hay cosas que no puedes entender. Cosas que no quieres
comprender y sin duda alguna no quieres que Sam piense en ellas.
—Se supone que debo detenerlo, ¿cómo? —Ella sacudió la cabeza, extendiendo las
manos frente a él mientras lo observaba con frustrante enfado—. ¿Se supone que
follando con él lo distraeré de pensar?

4Juego de palabras intraducible. El original dice “So you’re what, going to try to get your piece of ass
now?”. “A piece of ass” es una chica bombón, pero “ass” también significa “culo” y ya sabemos los gustos
sexuales de los August...

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Si tienes que hacerlo —gruñó, entonces más suavemente—. Si lo amas, Heather,
como creo que lo haces, deberías hacerlo sin importar lo que cueste.
La fluida sensación de temor creciendo en su interior no podía ser ignorada.
—¿Qué es lo que no me estás contando, Brock? —Cruzó los brazos bajo los pechos,
observándolo impaciente y coléricamente.
Él apartó la mirada, y Heather podría haber jurado que atrapó un destello de
culpabilidad en su mirada.
—Nada que pueda ayudarte —finalmente suspiró.
—Ahora mismo, cualquier cosa ayudaría. Sam no me quiere...
—Eso es una chorrada. —Su mano cortó el aire impaciente—. Sam te quiere tanto
que no puede caminar por la erección que lleva. Eso no tiene nada que ver con la
lujuria, Heather, y todo con sus sentimientos hacia ti.
—No puedo hacer que venga a mi cama, Brock —suspiró con desaliento—. Y
maldita sea si no lo he intentado.
—Heather...
—Brock, basta. —La alargada sombra de la amplia forma de Sam penetró por la
entrada del establo.
La cabeza de Heather se ladeó rápidamente, sus ojos bien abiertos ante el duro y
frío filo de la voz de Sam. Brock se movió rápidamente, su cuerpo repentinamente a
la defensiva, preparado.
—Sam. —Brock negó con la cabeza otra vez.
—No necesito tu protección más de lo que necesito la de Cade. —La voz de Sam
era baja, espesa, con una punzada de candente rabia—. Ni tampoco necesito un
alcahuete.
Heather se estremeció
—Me tomas por una puta por el trabajo de un alcahuete, Sam. No sólo estás
insultando a tu hermano aquí.
Su mirada la atravesó, y aunque no pudo ver sus ojos por la penetrante luz del sol
tras él, pudo sentir la intensidad en ellos. Por un momento lamentó atraer su
atención hacia ella.
—No digas tonterías —gruñó él, sin embargo el autodominio en su voz le provocó
un estremecimiento.
—Estamos preocupados, Sam... —empezó Brock.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Brock, déjalo estar... —lo interrumpió Heather, sabiendo que trataría de
suavizar el acontecimiento anterior, para calmar la cólera de Sam.
—Maldita sea, no soy un maldito hueso por el que ustedes dos peleen —espetó
entrando en el establo—. ¿Qué quieres, Brock? ¿Un chistecito simpático, o que tal
otra broma? Deja de fingir que el mundo está bien cuando sabemos condenadamente
bien que no.
Furia reprimida, agonía, necesidad. Todas ellas reflejadas en su voz. El corazón de
Heather se partió mientras lo observaba y cuando le echó un vistazo a Brock, supo
que también estaba partido el de él. La expresión de Sam era sombría, su cara
marcada con la furia y el dolor. Y Heather tuvo el terrible y doloroso presentimiento
que cuando saliera a la superficie, ninguno de ellos quedaría ileso.
Brock se pasó los dedos por el pelo mientras le echaba un vistazo a ella. Heather
sólo pudo negar con la cabeza. No iba a ayudarle. Tarde o temprano deberían darse
cuenta que Sam ya no necesitaba la protección de ellos, todo lo que necesitaba era su
apoyo.
—Os dejaré solos. —Ella se dirigió hacia la entrada.
—Y una mierda. ¿Por qué crees que volví? —Sam la cogió del brazo cuando iba a
pasarlo—. Por ti, Heather, no por mi entrometido hermano.
—Sam. —Brock dio un paso adelante como para protegerla.
Heather observó mientras la cabeza de Sam escudriñaba los alrededores, la
expresión dura, definida por los años de dolor que todos ellos habían sufrido.
—Estás enfadado. Deberías calmarte...
La sonrisa que cruzó la cara de Sam hizo poco para calmar el temblor nervioso que
revoloteaba a través del cuerpo de Heather.
—¿Crees que le haría daño, Brock? —Su voz era sedosa y suave, pero todos
oyeron la corriente que rasgaba bajo ella. Estaba presionando a su hermano, y
Heather se preguntó por qué.
—¿Lo harías, Sam? —le preguntó Brock quedamente.
Sam negó con la cabeza. Mientras Heather observaba, la furia desaparecía y una
desolada tristeza la remplazaba. Ella podía ver el sentimiento de traición en su
expresión, el conocimiento de que por alguna razón, él no era de confianza.
—Nunca he puesto mucho más que una magulladura sobre Marly y Sarah, Brock.
Nunca. ¿Por qué demonios creerías que lastimaría a Heather?

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 17

—¡Joder! —El rostro de Brock se retorció con su propio dolor, la maldición


resbalando entre sus dientes con un tono fuertemente teñido de auto repugnancia—.
¡Joder, Sam! Sé que no le harías daño físicamente. No es por su cuerpo por lo que
estoy preocupado. Mierda, no deberías hacerla llorar tampoco. Esto ya es
suficientemente malo.
Sam miró a su hermano, viendo la verdad, el hecho de que Brock sabía que él
nunca le haría realmente daño a Heather. Durante un momento, todo su cuerpo se
había retorcido de agonía, y olió la sangre, la muerte, y se preguntó... Sacudió la
cabeza, tratando de apartar el oscuro dolor que lo recorría por dentro. Las mujeres
eran todo lo que importaba. Su risa, su felicidad. Esa felicidad alimentaba la de Cade
y la de Brock, y de alguna manera, la suya propia. Sus lágrimas hacían resurgir a los
demonios, que chasqueaban con hambrientas mandíbulas y voraces dientes en forma
de pesadillas que ninguno de ellos podía evitar.
Respiró hondo, ignorando la incrédula expresión de Heather ante la explicación
de Brock. Ella no entendía, y él se preguntó como Marly y Sarah podían hacerlo.
—Sarah te está buscando —suspiró Sam finalmente, cansado hasta la médula,
saturado por la mezcla de emociones a las que ahora mismo no encontraba ni pies ni
cabeza.
Su gemelo cambió de dirección, mirando a Heather como si tratase de comunicarle
un mensaje. Tranquiliza a Sam. Protege a Sam. Se lo sabía de memoria, y ahora hacía
mella en su orgullo, cuando antes nunca lo había hecho.
—Vete, Brock —escupió—. No me cabrees más de lo que ya estoy. Por favor.
Brock blasfemó. Un sonido mascullado, aún más violento por el hecho de sonar
tan tranquilo. Salió del granero, tal como Sam sabía que había hecho él mismo antes,
dejándolo solo con Heather.
Se volvió hacia ella, mirándola en silencio mientras ella permanecía de pie bajo su
atenta mirada. Le devolvía la mirada directamente, sin alterarse. Sus ojos verdes
estaban oscuros por la tristeza... tristeza por él. Respiró con fuerza. Tanto como él
quería su risa y su felicidad, que lo condenasen si ahora mismo no se sentía como un
farsante

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Cade y Brock lo necesitaban. Ver a Sarah y Marly realmente felices los hacía
felices. Aligeraba sus corazones, y en algún grado aliviaba las sombras que
frecuentaban sus miradas. Pero Sam, él había mitigado sus demonios con la felicidad
de sus hermanos, y durante un muy breve tiempo había pensado que podría alcanzar
la suya propia con esta mujer.
—¿Siempre han sido tan protectores? —preguntó ella finalmente en voz baja,
metiendo las manos en los bolsillos traseros con nerviosismo.
La camisa se estiró sobre los rebosantes montículos de sus pechos, haciendo que
las manos le picasen por tocarlos. Su última erección ni siquiera había tenido tiempo
de aplacarse cuando oyó que Brock se estaba dirigiendo a los establos y tuvo que
regresar. Ahora, palpitaba bajo sus vaqueros con una demanda imperativa que le
volvía casi condenadamente loco.
—Sí —le contestó finalmente, luchando por controlarse.
—Es duro de aguantar ¿no? —Ella inclinó la cabeza mirándolo, tratando de
entenderlo.
Maldita fuese, no quería ni necesitaba su entendimiento.
—¿Vuelves a la casa? —señaló a la vez, ignorando su pregunta.
Ella se apoyó contra el marco de una casilla, observándolo con aquella mirada. La
que decía que ella sabía, que ella se ocuparía. ¡Qué le dieran! Él no quería esto.
—La casa a veces está demasiado atestada. —Se encogió de hombros finalmente—.
De hecho yo misma me he estado escabullendo un poco. —Le sonrió abiertamente,
como si el secreto tuviese importancia. La tenía, pero que lo condenasen si se lo
decía.
—¿Por qué? —preguntó por fin cuando ella no dijo nada más.
Su mirada nunca abandonó a la suya.
—Porque no puedo soportar escuchar a los otros juntos. Aterrorizada de que
vayas a una de ellas otra vez, en vez de a mí.
Él quería golpear algo. Sus puños se apretaron ante la desnuda vulnerabilidad de
su mirada, la necesidad, dulce y caliente que brillaba en sus ojos. Necesidad que
sabía estaba dejando una dulce y caliente crema a lo largo de los labios de su coño.
Su boca babeaba. Quería, no, tenía que probarla. Sentir el suave jugo que corría de su
vagina a su lengua, a sus dedos.
—No haces mucho caso de las advertencias, ¿verdad, nena? —gruñó,
preguntándose qué sería necesario para espantarla, para hacerle ver exactamente lo
peligroso que él podría ser para ella. ¡Joder! Si el escalpelo de un loco no lo había
hecho, ¿qué demonios lo haría?

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Los labios de ella se elevaron en una sonrisa. Una pequeña, triste y sabia sonrisa.
—Si tu polla no estuviese tratando de abrirse camino en tus vaqueros, podría
prestar más atención a tus protestas, Sam.
Él cruzó los brazos sobre el pecho, sus ojos se estrecharon en ella.
—¿Qué demonios te hizo tan condenadamente osada? —ladró—. ¿Qué pasó con
los dulces y pequeños rubores que te salían hace un año?
Ella levantó una ceja. Sólo eso, una simple ceja, como hacía Marly cuando sabía
algo que ellos no sabían y no quería contarlo.
Ella se encogió de hombros, un gesto que le recordaba un desafío.
—Me haces mojarme más que los juguetes. —Su respuesta lo dejó anonadado.
Sam apretó los dientes, luchando por controlarse.
—Pero no me lanzaré a ti otra vez, Sam. No soy una puta, y estoy
condenadamente segura de que no quiero mimar tus sentimientos como todos
parecen querer hacer.
—¿Mimar mis sentimientos? —gruñó, sabiendo que era lo que hacían, pero odiaba
admitirlo.
—Sí, miman tus sentimientos —dijo en voz baja—. Te consienten, te hacen reír,
fomentan tus travesuras y tus bromas mientras tratan de dejarte que finjas que no
pasa nada malo en tu interior. E intentas estar de acuerdo. Porque los hace sonreír.
Porque alivia su dolor.
—Psicología barata —resopló—. Justo lo que necesito, una aspirante a psicóloga.
—No soy una psicóloga, Sam. —Negó lentamente con la cabeza—. He sido una
parte de tu vida desde hace un año. Éramos amigos antes de que me tocases. Pero
una vez que me tocaste, fui tuya, y lo sabías. Lo sabías, Sam, y seguiste adelante.
—Eres virgen —espetó, obligándose a guardar la distancia entre ellos, a no
tocarla—. Maldita sea, Heather, lo que quiero hacerte es ilegal en todos los estados
del país y me estás puteando porque no te lo haré.
—Gilipolleces. —Su voz se hizo más profunda entonces, su propia cólera
surgiendo—. No voy a discutir esto contigo, Sam. Eres un cobarde, ese es tu
problema. Estás aterrorizado de sentir cariño por alguien o por algo que podría
llegarte demasiado hondo. Demasiado asustado de lo que te hago sentir como para
extender la mano por lo que quieres.
—¿Quieres que extienda la mano, Heather? —Su control se rompió. La acusación
de ella, su necesidad, la verdad de su declaración, todo eso lo golpeó donde más le
dolía. En su corazón. En su alma.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Se movió incluso antes de querer hacerlo realmente. Al lado de ella una casilla
vacía esperaba y hacia allí la arrastró. Cerró bruscamente la entreabierta puerta,
empujándola contra el cuarterón, viendo el destello excitado que llenaba sus ojos.
Una mano la agarró por la parte trasera de la cabeza mientras sus labios se
abatieron sobre los de ella. No tuvo en cuenta ningún rastro de inocencia que ella
pudiera tener. No hizo concesión alguna al necesitado quejido que escapó de su
garganta. Su lengua entró forzando la boca de ella, lamiendo sobre labios de seda,
gimiendo por el hambre de su sabor.
Su otra mano rasgó los botones de sus vaqueros. Su polla estaba rabiando, la
sangre bombeaba fuerte y rápido por el sensible tejido hasta que estuvo más duro de
lo que podía recordar haber estado en su vida. Heather estaba arqueada hacia él, su
cabeza cayó hacia atrás, sus labios se abrieron a los de él, la lengua se enroscó con la
suya. Y él no podía menos que recordar. Recordar la sensación de aquella boca
caliente chupando su polla, sus dientes y su lengua torturándolo, atormentándolo.
—Me estás matando —jadeó mientras pellizcaba sus labios, su erección
estirándose en su mano al mismo tiempo que luchaba contra los impulsos que
inundaban su cuerpo.
Le llevaría horas, días, por Dios, semanas follarla de todas las maneras en que la
quería. En que la necesitaba. Y no podía esperar. No podía aguantar la presión
explotando en su mente, desgarrando su cuerpo.
—Lo siento. —Se odiaba a sí mismo. Odiaba las necesidades que se desgarraban a
través de él, convirtiéndolo en poco más que un animal en celo. Y aún así no podía
detenerse. No podía controlar la urgencia, la necesidad de liberarse, no sólo del
esperma que aumentaba en sus pelotas, sino también de la agonía en su alma.
—Sam. —Su grito de deseo trastornaba sus sentidos.
Agarró la trenza de la parte posterior de su cabeza, sus ojos mirando a los de ella
mientras ejercía presión, echándola al suelo mientras agarraba el grueso tallo de su
polla en la mano.
—Necesito follarte —susurró desesperadamente mientras la veía ponerse de
rodillas—. Necesito follarte, Heather, hasta que estés gritándome que pare.
—Nunca. —Su voz sonaba estrangulada. Entonces se lamió los labios. Un lento y
anhelante barrido de su lengua que humedeció las sedosas curvas, preparándolas
para él, para su polla.
Ella no esperó a que presionase la protuberante cabeza de su polla contra sus
labios. Se abrieron, pero era su lengua, un caliente látigo de ardiente calor lo que
chamuscaba su carne lo que le hizo gritar cuando probó la parte oculta de la gruesa

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
cabeza, acariciando la ultrasensible carne, sin cicatrices con el fuego húmedo de su
lengua.
La contempló, miró la rosada carne tocarle un instante antes de que sus labios
tocaran la cabeza protuberante, entonces lentamente, que Dios le ayudase, tan
lentamente envolvió la cabeza mientras sus dientes arañaban la hinchada punta.
Sam agarró la trenza de su cabeza, acercándola, mirándola, observándola mientras
los ojos de ella casi se cerraban de placer. ¿Placer? Él tembló. Esta no era la mujer de
su hermano, tomándolo debido a su amor por otro hombre. Esta era la suya. Su
mujer, tomando su polla en la boca, y amándolo.
Él presionó su carne más profundo, contemplando sus labios extenderse, su
pequeña boca de piñón envolviéndolo mientras la sentía gemir contra la palpitante
cabeza.
—Ah, Heather —susurró, presionando su polla más fuerte entre sus labios,
hundiéndose en las profundidades aterciopeladas de su boca mientras sus dientes
arañaban, su lengua se enroscaba y su pequeña y suave boca lo chupaba ávidamente.
Ella gimió otra vez, el sonido vibraba en la carne de él mientras se detenía en la
entrada de su estrecha garganta. Ella no estaba tomando lo suficiente. Las manos de
él se apretaron en su pelo otra vez, oyendo su gemido, un gemido de avara
necesidad, más que de dolor.
—Chúpame, Heather, más duro —susurró, balanceándose al borde de una lujuria
tan aguda, tan desesperada, que se preguntó si sobreviviría—. Chúpalo, nena. Dame
lo que necesito.
Él se retiró, la humedad brillaba en la carne que ella había sostenido dentro de su
boca mientras sus dientes y su lengua lo acariciaban otra vez. Un delicado
hormigueo cercano al dolor que le producía fuertes estremecimientos de placer
recorrían su cuerpo.
Follar su boca era exquisito. Mirar, verla mientras envolvía su polla en su boca era
el paraíso. Empujó otra vez, sintiéndola apretarle, chuparle, su lengua un caliente
tizón mientras gemía alrededor de la carne hinchada.
—Tengo que follarte. —Estaba casi loco. El control no era nada más que un
recuerdo mientras le agarraba la cabeza con ambas manos, sintiendo las manos de
ella cerrarse alrededor de su polla, frescas y sedosas manos, un contraste erótico con
la boca caliente como el infierno chupándole ávidamente la cabeza.
Sostuvo su cabeza, follando su carne en la succionante boca, gruñendo de placer,
luchando contra él mismo, luchando contra las necesidades que se retorcían a través
de su cuerpo. No quería tomarla así. La quería suave y fácil, pero Dios le ayudase,
cuando iba a ella, todo que podía hacer era recibir. Recibir como recibía ahora,

~89~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
jodiendo en su boca una y otra vez, sintiendo su semilla hervirle en el escroto
mientras se tensaba, su polla latiendo y palpitando.
Quería resistir. Quería esperar. Quería disfrutar de cada maldito minuto. Quería
retener la expresión de la cara de ella, la sensación de sus labios, memorizar para
poder tener eso para consolarlo cuando ella se fuese. Porque se marcharía
finalmente. Sabía que lo haría. Quería empujar dentro de las calientes profundidades
de su boca para siempre.
Pero una de las manos de ella se movió, introduciéndose entre sus muslos,
entonces sus uñas rasparon. Rasparon la carne marcada y casi insensible. Rasparon
sobre su piel, un doloroso placer que le chamuscó la polla, se disparó por su columna
y destruyó cualquier posibilidad de retrasar la liberación que se formaba dentro de
sus pelotas.
Oyó su propio grito rompiendo la calma de los establos. Empujó con fuerza,
sepultándose tan profundamente dentro de su boca como su mano, apretada a lo
largo del tallo, le permitió. Una vez. Dos veces. El fuego pasó como un rayo por su
cuerpo, viajando a la base de su columna, luego regresó a su rebosante polla.
No podía contener su liberación.
—Heather. Tómame. Toma todo esto, nena.
Su espalda se arqueó mientras se hacía añicos. Sintió el fuerte y veloz chorro de su
semilla erupcionar en la punta de su polla. Inundándole la boca a ella, disparando a
su garganta mientras ella succionaba y tragaba, mientras sus labios le apretaban la
polla que se sacudía con cada fuerte erupción en su boca.
Le sostuvo la cabeza, la liberación enroscándose por su cuerpo mientras ella
seguía amamantando su carne aún dura. No era bastante. Dios le ayudase, nunca
conseguiría lo suficiente de ella.
Se retiró, mirándola, viendo el fuego vidrioso en sus ojos, sus labios hinchados, y
supo que era un hombre muerto. Un hombre muerto porque no podía dejarla ir.
Porque sabía que podía ser herida, y que fácilmente podría morir, y sabía que esto lo
mataría.
—Joderé tu culo primero —gruñó, reacio a dejarla meterse en algo sin saber lo que
le estaba esperando—. Te ataré, Heather, porque tengo que verte, oírte y controlarte,
más que ninguna otra cosa. Y joderé tu culo hasta que estés gritando por la
liberación, hasta que supliques. Y no se parará ahí. Te joderé hasta que no puedas
moverte, y luego te joderé aún más. Porque he esperado demasiado maldito tiempo,
y he luchado demasiado jodidamente fuerte como para quedarme condenadamente
lejos de ti.

~90~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Él la puso de pie, viendo sus ojos ensancharse mientras le hablaba. Se inclinó
cerca, mirando fijamente su aturdida expresión, su polla aún palpitando por ella, aún
tan condenadamente dura que dolía.
—Y luego, Heather. Finalmente. Cuando no pueda aguantar más la presión.
Cuando los demonios parezcan serpientes enroscándose en mis tripas, golpeando
como cuchillos en mis pesadillas, entonces te compartiré. Te miraré. Te sostendré,
Heather, mientras Cade te folla. Mientras Brock te folla. Cuando grites y supliques
para correrte, porque eres así de importante para mí. Tan importante para mí, tan
parte de mí, que no tendré ninguna opción. Ninguna opción, Heather, porque esto es
lo que somos. Esto es quienes somos. Y rezo a Dios que ambos sobrevivamos a ello.
Se había abrochado los vaqueros mientras hablaba. Se preparó al ver que sus ojos
se estrechaban y el fuego destellaba en las verdes profundidades. Pero antes de que
ella pudiese blasfemar, antes de que pudiese acusarle de ser el vil y depravado
monstruo que él sabía que era, él se dio la vuelta y salió de los establos. Ella no tenía
ni idea de lo que había puesto en marcha. No tenía ni idea de las necesidades que
contenía, ni si quiera su familia. Pero lo averiguaría. Y lo averiguaría esta noche.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 18

La puerta principal se cerró de golpe. Cade, Sam y Brock se giraron al unísono


para encontrarse con la furia de Heather dirigida a todos ellos mientras se paraba en
el recibidor. Estaba enfurecida. Su cuerpo palpitaba de excitación y rabia. Bombeaba
por su corriente sanguínea, tensaba sus músculos y erosionaba su autocontrol.

—Heather. —Los ojos de Sam eran sombríos mientras la miraban, llenos de dolor
y de disculpas. Ella tampoco quería ver eso. No le importaba si estaba herido, no se
preocuparía por las heridas de su alma. Que la condenasen si le permitía herirla más.

Avanzó hacia los tres hombres, los ojos entrecerrados, la respiración apresurada
como su corazón que le corría en el pecho. ¡Condenado fuera! Había pasado un año
luchando contra su retraimiento hacia ella, un año luchando contra sus propias
necesidades e intentando entenderle mejor. No había entendimiento posible ante
semejante terquedad masculina.

—Esto me supera. —Enderezó los hombros, la mandíbula tensándose mientras


veía la sensualidad latente que llenaba la expresión de Sam y comenzaba a alcanzar
su punto máximo en la mirada de los otros dos hombres—. Ustedes tres están
simplemente un poco más consentidos de lo que considero aceptable.

—Heather. —El tono de Sam era de advertencia y su cuerpo tenso.

—¿Vas a atarme, muchachote? —le espetó—. Y dime, ¿quién te ayudará en esa


pequeña tarea? ¿Estos dos?

Su tono era más que insultante. El interés que llenaba los ojos de los hombres era
exasperante.

—No pensaba que necesitase ayuda —dijo él suavemente, su mirada vagando


sobre el cuerpo de ella—. Soy un poco más fuerte que tú, dulzura.

El mismo tono de su voz hacía que su matriz temblase de lujuria casi con tanta
fuerza como temblaba el resto de su cuerpo con la cólera.

Ella resopló.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Y un poco más gilipollas también, pero no entraremos en detalles. —Volvió la
vista hacia sus hermanos—. ¿Alguna vez ustedes tres se han cansado de vivir a
través de sus pollas?

Sorpresa y asombro llenaron sus expresiones.

—Es suficiente —espetó Sam, sus propios ojos se estrecharon mientras la cólera
comenzaba a nublar la perezosa sensualidad que había llenado su mirada.

—¿Estabas informando a tus hermanos de tus proyectos? —Sus puños se


apretaron—. ¿Les has dicho lo fuerte que te corriste en mi boca, Sam? ¿Cómo me
abandonaste sentada en el puto heno con sólo una advertencia de lo qué estaba por
venir? —Ella le lanzó la acusación en su cara—. ¿Qué coño te ha poseído, cariño, para
creer que soy tan débil que simplemente agacharía la cabeza y me sometería a tus
planes?

Le estaba gritando y le importaba una mierda quien la oyera. Contempló a Cade


mientras éste miraba hacia el techo como pidiendo fuerzas antes de lanzar a Sam una
mirada acusadora. Brock sacudía la cabeza y contemplaba el suelo, aunque podría
haber jurado que escondía una sonrisa. Sam cruzó los brazos sobre el amplio pecho,
y aunque al verle, se le hacía la boca agua, estaba tan enojada que prefería darle una
patada antes que follarle ahora.

—Quizás ha sido ese pequeño destello de excitación en tus ojos cuando te dije lo
que iba a pasar —le gruñó en respuesta—. ¿Qué pasa, Heather? ¿No podías esperar
hasta esta noche?

—¿Qué pasa, Sam? ¿Tienes que atar a tus mujeres para asegurarte de que ellas no
pueden tocar ese puñetero corazón que tienes?

Los brazos de él se apartaron despacio de su pecho, los puños apretándose


mientras la contemplaba con enojada sorpresa.

—Sam, ¿qué coño has hecho? —siseó Cade con una mezcla de divertida
resignación e irritación.

—Nada que sea asunto tuyo —gruñó.

Heather levantó una ceja burlonamente.

—¿Nada que sea asunto suyo? Bien, Sam, lo has incluido en las próximas
atracciones. Aunque muy mal que olvidaras pedirme permiso —espetó—. Díganme,

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
chicos, ¿es una prerrogativa August el pirarse y dejar a sus compañeras sentadas en
la mierda con nada más que vacías advertencias?

Cade blasfemó, su expresión destellando con culpabilidad. Brock suspiró


pesadamente y sacudió la cabeza.

—Es esa vena de dominación masculina que parecen tener tan desarrollada. —
Sarah bajó despacio las curvadas escaleras, su mirada se dirigió a Brock, cálida por el
amor y los recuerdos, antes de lanzarle una sonrisa a Heather—. Ya veo que Sam ha
hecho su impronta habitual en una mujer.

—¡Joder! Pensaba que ahora le caía bien —refunfuñó Sam a Brock mientras el otro
hombre sacudía la cabeza, obviamente luchando por aguantar la risa.

—Te quiero, Sam —lo tranquilizó Sarah con una paciente sonrisa—. Pero te
conozco demasiado bien.

Heather la miró cuando se detuvo junto a Brock, su cabello rubio oscuro hacía un
bonito contraste con el oscuro de Brock, provocando una bella imagen. El brazo de él
la rodeó, y Heather vislumbró en sus ojos el amor aplastante que lo llenaba. Esto
nunca dejaba de asombrarla, las relaciones que se habían desarrollado dentro de esta
familia.

Cade y Sam la miraron con cariño mientras Brock colocaba un beso en su frente.
La cabeza de ella encontró su hombro, haciendo perfecta su altura, en opinión de
Heather, para su alto marido. Marly era varios centímetros más baja y de pie le
llegaba a la altura del pecho de Cade.

—Necesito una ducha. Discúlpenme. —Heather no podía reprocharles su lujuria a


los hermanos mientras Sarah estuviera cerca. Era demasiado extraño. La dinámica
dentro de esta familia era inquietante en el mejor de los casos.

—Heather. —La voz de Sarah la llamó mientras rodeaba a la familia.

Heather se detuvo, observando a la otra mujer con recelo.

—La próxima vez que Sam obtenga placer y no te devuelva el favor sería el
momento oportuno para mostrarle lo que pueden hacer los dientes de verdad —dijo
suavemente mientras tocaba la esquina de su propio labio, y Heather sintió arder su
cara de avergonzada furia.

Lanzó una acusadora mirada al ofensor mientras extendía una mano, tocando la
esquina de sus labios y sintió una pequeña parte de la evidencia del placer de él.

~94~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Pudo sentirse sacudida y temblorosa, y tan enfadada que ahora podría dispararle sin
ningún remordimiento si pensase que podría salirse con la suya.

—Ya sabes —espetó, mirándole fijamente a los ojos, ignorando la oscura indirecta
de remordimiento en la mirada de él—. Es una cosa jodidamente buena que me
paguen por protegerte el culo. Por que si no, le ahorraría el problema al merodeador
y te mataría yo misma.

Le dio un empujón, y subió rápidamente los peldaños mientras oía a Sam maldecir
con violenta pasión. Una ducha, definitivamente, pensó. Una fría. Una muy fría. Si
no enfriaba las llamas de cólera que quemaban en el fondo de su estómago, podía
muy bien matarle de todos modos.

Sarah encontró a Marly estirada cómodamente al lado de la piscina, su delgado


cuerpo vestido con el tanga azul oscuro de su bañador, aunque la parte superior
había desaparecido. Marly era casi hedonista en su adoración al sol, al agua y a sus
amantes. En los meses pasados desde que Sarah la conocía, había aprendido las
enormes profundidades del amor de Marly, así como su madurez para alguien tan
joven.

Aceptar el estilo de vida que los hermanos August compartían no había sido fácil
para Sarah. Si no hubiese sido por la aprobación de Marly de ese estilo de vida, y de
ella, Sarah sabía que nunca habría pasado de la transición. Amaba a Brock, más de lo
que habría imaginado posible alguna vez, y aunque él la hubiese ayudado a entender
las necesidades de su propio cuerpo, había sido Marly la que le había ayudado a
entender y solucionar la confusión que venía con ello. Su aceptación y cómo entendía
a los hermanos nunca dejaba de asombrar a Sarah.

—¿No temes que los guardaespaldas echen una ojeada? —Sarah se sentó al final
de una de las tumbonas, mirando mientras Marly le sonreía abiertamente.

Entrecerrados los párpados contra los brillantes rayos del sol, sus ojos se abrieron
mientras la diversión brillaba en sus ojos azul oscuro.

—Nop, Cade los mataría. —Su voz era perezosa, adormecida.

Sarah alzó la vista hacia la colina tras la piscina. Brock le había dicho que el
merodeador se había escondido una vez allí, tomando fotos de Marly y espiándola.
La base de aquella pequeña loma ahora estaba fuertemente protegida con un equipo

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
de los mejores hombres de Rick durante el día. Perros especialmente entrenados
vagaban por el área del pinar, y mantenían segura la cima para que no fuese usada
otra vez con ese objetivo.

Sarah suspiró, luego se giró hacia Marly.

—Sam copió una página del libro de Cade. Aunque en vez del granero, usó los
establos —dijo en voz baja.

Marly estaba tranquila, aunque su ceja se frunció mientras se sentaba en la


hamaca. Tirando de una bata de seda sobre el respaldo de la silla, se deslizó en ella
con lentitud.

—¿Qué pasó? —preguntó finalmente.

Sarah se pasó los dedos por el pelo y resopló con brusquedad.

—Cuando ella irrumpió en la casa estaba más loca que una cabra y se enfrentó a
los tres.

Marly hizo una mueca.

—Sam no debería haberlo hecho —suspiró—. Esto va a ponerlos a todos ellos al


borde.

Ya estaban todos al borde.

—La desean, Marly.

Marly suspiró, apoyando el codo en la rodilla y la barbilla en la palma de la mano.

—¿Te disgusta? —preguntó suavemente.

Sarah suspiró.

—No, no me disgusta... —Se detuvo, preguntándose lo que sentía realmente,


incapaz de ponerle un nombre—. No sé, quizá me disgusta. No era tan malo la
semana pasada, pero cuanto más se acerca Sam a ella, más se acerca Brock.

—Eso es una respuesta. —La suave risa de Marly hizo sonreír abiertamente a
Sarah, mostrando su acuerdo—. Sé cómo te sientes ahora, de alguna manera. Pero
también sé como se siente Heather. Y Sam no se lo está poniendo fácil. La mantiene
excitada y sin satisfacción a la vista.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
La mirada de Marly se iluminó. Sarah frunció el ceño. La otra mujer tenía en su
cara esa mirada de tramar algo. La que preocupaba a los hombres durante las noches
en blanco cuando la veían.

—¿Qué estás tramando? —le preguntó Sarah con recelo.

—Pues sé que ella tiene juguetes. —Sonrió con aire conspirador—. Pero sólo fue
capaz de traer uno —indicó.

—¿Lo fue? —Sarah elevó las cejas, preguntándose como coño conseguía Marly la
información que a menudo tenía.

—Bien, recuerda, hasta su ataque, y posterior vuelta aquí directamente desde el


hospital, no usó mucho la casa ¿cierto? —Marly cruzó sus piernas, el epitome de
señora elegante. Si uno descontaba la conversación que tenía.

—Bien, puedo ver por qué sólo un juguete. —Sarah asintió, luego frunció el ceño
otra vez mientras sacudía su cabeza. Tenía que preguntar—. ¿Qué clase de juguete?

Marly sonrió llena de diversión.

—Pensaba que nunca lo preguntarías. Sólo trajo el Pocket Rocket5. Pequeño, ligero,
fácil de esconderse, pero realmente no muy práctico para la presión que soporta
ahora.

Sarah asintió, aunque tenía ganas de sacudir la cabeza con asombro.

—¿Cómo sabes esto?

—Oh, la oí a ella y a Tara discutir cuando Tara la pilló intentando pedir algo por
internet en el ordenador portátil de la compañía. —Marly se encogió de hombros, sus
labios se curvaron en una sonrisa—. Ahora bien, tenemos todas esas cosas que los
hombres nos compraron hace unos meses, pudriéndose todavía en sus cajas. Digo
que le demos algunos de los regalos. Ya que Sam está siendo tan tacaño en
complacerla hasta ahora.

Aquella traviesa mirada se debía poco a la naturaleza dulce de Marly. La mirada


significaba problemas para cualquiera de los hermanos con el que decidiese meterse
en ese momento.

5Vibrador de bolsillo, pequeño y muy discreto. Los hay en formatos absolutamente inocentes como
pintalabios o pequeños complementos de bolsillo. (N. de la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—No sé, Marly. Sam ya está bastante mal ahora. —Pero al igual que Marly, Sarah
pensaba que necesitaba ser sacudido solo un poquito más. Aquella oscuridad de Sam
tenía que ser calmada, o liberada, no estaba segura de qué.

—Entonces, Heather puede ponerlo peor. —Marly levantó la ceja en tono burlón—
. Con un poco de ayuda de nuestra parte, por supuesto.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 19

¡Esperar por él! Heather lanzó la nota que le había garabateado en su almohada y
luego salió rápidamente del dormitorio. Su cólera había aumentado a lo largo del día.
La autocrática orden de Sam y sus hermanos dando por sentado que iría de buen
grado a sus brazos le había herido en su orgullo más de lo que quería confesar.
Sam parecía pensar que porque él lo quería, las cosas automáticamente iban a ir
como el dijese. Ella no pensaba así. Aunque tenía que admitir que realmente hubiese
querido esperarle allí. Que le hubiese dejado dominarla de buena gana, permitirle
hacer cualquier cosa que su pequeña mente pervertida pudiese idear. El asunto de
compartir, sin embargo, era demasiado. La confusión que creaba dentro de ella le
causaba más noches sin dormir de lo que quería confesar.
Las pocas confrontaciones con sus hermanos la habían llenado de emociones
encontradas. Empezaba a sentirse atraída por ellos y lo odiaba. Sus sueños estaban
siendo corrompidos con imágenes nebulosas de los tres hermanos, sus labios y
manos tocándola, poseyéndola, mientras sus gruesas pollas empujaban en su
inexperto cuerpo.
Tembló mientras se deslizaba en el oscuro silencio de la noche. Los hermanos se
parecían demasiado a Sam. Eran demasiado parecidos, y aún así en el fondo
diferentes. Eran bondadosos con Marly y Sarah. Demasiado indulgentes, en su
opinión. Al ritmo que iban las cosas, tendría que ser la única que cocinara en aquella
maldita casa antes de sucumbir a la desesperación. Empezaba a tener ganas de algo
más que la magra ración que le ofrecían. Una chica al final se cansaba de solo sopa y
bocadillos.
Se movió lentamente por el área de la piscina hasta que alcanzó la posición que le
había sido asignada para esa noche. Una hamaca había sido colocada bajo varios
árboles densamente poblados, a su lado puso un par de gemelos de visión nocturna
para poder observar la alta colina que había detrás de la casa. Había pruebas de que
había habido movimiento en el lejano límite la noche anterior, aunque nadie estaba
seguro de si era humano o animal. Para curarse en salud, Rick quería que alguien
vigilase el área que ofrecía el acceso a la casa.
Personalmente, Heather pensaba que unas toneladas de dinamita y un par de
excavadoras podrían haber hecho mejor el trabajo. Derríbalo nene, y fin del

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
problema. Asintió con la cabeza para ella misma mientras se sentaba al final de la
tumbona, suspirando cansadamente cuando la guardaespaldas asignada hasta su
llegada se movió desde su puesto al otro extremo.
—La noche está tranquila. —La voz de Helena era suave, reflexiva—. Me encantan
las noches como esta.
La otra mujer era más vieja, pero agradable de una manera tranquila. Heather la
había visto hacer de madre de los otros agentes durante meses. Incluso había oído a
Helena cocinar para el equipo en el barracón. Caray, se estaba empezando a
desesperar.
—Sí. Es hermosa —concordó finalmente—. También te da bastante espacio para
pensar.
Una sonrisita suave acompañó a sus palabras.
—Oí que uno de los muchachos August decía la misma cosa. Sammy, creo. Le dijo
a Rick que necesitaba espacio para pensar la noche que lo pillaron escabulléndose.
Heather sonrió con satisfacción. A Sam no le gustaría saber que el apodo se estaba
poniendo de moda.
—Con un poco de suerte, podremos mantenerlo confinado un poco más —se rió
entre dientes, entonces más seria añadió—. Sin embargo, se muestra más inquieto.
—Sí, es el salvaje del grupo —Helena se rió—. Tara despotrica contra él a diario.
—Cuándo no está maldiciendo a Raider, quieres decir. —Heather sacudió la
cabeza. Tara y el otro agente parecían estar en desacuerdo más a menudo que en
armonía.
—Es mejor que Rick se deshaga de él —suspiró Helena—. Le ha echado el ojo a
Tara, mira y verás. Él significa problemas. Siempre moviéndose furtivamente
alrededor y vigilando a todos además de a los August. Ese muchacho es demasiado
entrometido.
La otra mujer parecía exasperada con las payasadas de Raider, pero el comentario
hizo que Heather se detuviese a pensar. Esto era lo primero que oía de alguno de los
otros agentes que no se refiriese a su trabajo. Especialmente Raider. Con la
información que Dillon les había dado, no pintaba nada bien para el otro agente.
—Raider siempre ha sido diferente —murmuró Heather, añadiendo una nota
mental para hablar sobre ello con Rick.
—Sí, es extraño, estoy de acuerdo. —Se encogió de hombros—. Bien, me voy a la
parte de delante. Rick me quiere ahí durante unas horas mientras se encarga de
algunas cosas en la furgoneta. Hablaré contigo más tarde.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Hasta luego, Helena. —Heather se despidió con la cabeza, sus pensamientos
aún en Raider.
No había sospechado de que no hiciera su trabajo, pero cuando pensaba en ello
tenía que admitir que parecía más sigiloso que de costumbre, más silencioso, más
sombrío de lo que había sido cuando lo conoció. Lo que no habría parecido posible
entonces, pero Heather tenía que admitir que era verdad. Raider parecía más
enfadado ahora, más que solo meditabundamente tranquilo.
Suspiró profundamente. No podía imaginar que uno de sus agentes era realmente
la persona que acechaba a los August. Raider había estado con sus "asuntos
personales" durante el problema con Marly y con Sarah, pero había estado con ellos
durante la asignación de Stewart, y durante ese tiempo Marly había estado en casa, y
podría haberse encontrado con ella.
Se mordisqueó la uña pensativamente. Si fuera Raider, entonces pillarle no sería
fácil. Sería condenadamente difícil. Era inteligente, más inteligente que la mayor
parte de los otros agentes y con varios años de entrenamiento como SEAL a sus
espaldas. Éste era uno de los motivos por los que Rick le había contratado cuando
vino a la agencia. Raider era condenadamente inteligente, y bueno en lo que hacía.
Las operaciones encubiertas habían sido su especialidad, con particular énfasis en los
asesinatos. Se estremeció de temor. Si fuese él, entonces sus problemas acababan de
multiplicarse. No sería fácil de atrapar, y ella conocía a Rick y a Tara. Confiaban en
él, confiaban en él demasiado para el corto tiempo que lo conocían.
Respiró profundamente, luego se mordisqueó el labio inferior mientras recogía los
gemelos de visión nocturna y los llevaba a sus ojos. Dirigiendo las lentes a la colina
en el exterior del área de la piscina, la examinó con cuidado. Este era el único punto
débil de la propiedad. El único lugar en el que podría esconderse y mirar, esperar la
oportunidad, la posibilidad perfecta de obtener un disparo limpio.
Las puertas y ventanas de la casa ahora tenían lo último en cristales antibalas, pero
aún había artillería que podría penetrarlos. Nada era a toda prueba. Y el bastardo
quería a Sam. Su corazón se encogió. ¿Podría soportarlo si algo le pasaba? ¿Si se lo
quitasen para siempre?
No podría. Lo amaba, sin tener en cuenta las complicaciones que ello traía y las
noches que pasaba angustiándose por ello. Lo amaba. Ahora si tan sólo pudiese
ayudar a curarle, y de algún modo, de alguna manera, amarle lo suficiente para
ayudarle a dejar ir el pasado, y a las amantes de sus hermanos.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 20

Realmente pretendía estar aquí como ordenaste. Satisfacer de cada uno de tus deseos es,
desde luego, mi más ferviente deseo. Desgraciadamente, tuve que ausentarme. Aunque estoy
segura de que puedes encontrar otras maneras de entretenerte tu mismo. Si no encuentras
nada más. ¡Usa tu mano!
No era fácil pasar por alto el sarcasmo de la carta. Los ojos de Sam se estrecharon
cuando una sonrisa involuntaria tiró de sus labios. Llevó el papel perfumado a su
nariz, inhaló y cerró los ojos cuando la nostalgia y la caliente y abrasadora lujuria se
arrastraron sobre él.
Wind Song6. Habían pasado muchos, muchos años desde que había olido aquel
aroma en particular. ¡Joder! Había pasado aún más desde que había oído hablar de
él. El aroma de su perfume envió un rayo de agridulce deseo a través de su alma.
Había sido un adolescente la última vez que lo había olido. Y nada impresionado con
el romanticismo del aroma. Ahora, le afectaba, como pocas cosas le habían afectado
en los últimos años.
Dobló la carta con cuidado, tomando una última y prolongada inspiración de ella,
luego la metió en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Miró alrededor de la habitación
con ojos entrecerrados. Por supuesto, no iba a dejarla que se escapase con eso.
¡Usar su mano! resopló silenciosamente. Había estado usando su condenada mano
demasiado a menudo en los últimos meses. El recuerdo de los establos, Heather de
rodillas, su polla horadándole la boca. Bueno, en dos ocasiones no había usado su
mano, y no iba a usarla ahora. La primera hacía meses, bajo los rayos de la luna llena,
cuando ella había besado a fondo su cuerpo. Tara, por supuesto, se había acercado a
ellos tan sólo unos segundos después de haber disparado su liberación en la garganta
de Heather. La furia, y la desilusión de Heather, habían sido intensas en el pesado
silencio de la noche.
Miró alrededor de la habitación, preguntándose dónde coño podría estar. Sabía
que había subido aquí después de la cena. Sabía que debía haber encontrado la bolsa
de papel marrón que él había dejado, con instrucciones muy completas de qué hacer
y cómo esperarle. Obviamente, no le estaba tomando en serio.

6 Perfume de Prince Matchabelli. Año de creación: 1953. (N. de la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Pero lo haría, se aseguró. Tan pronto como la encontrase, aprendería exactamente
lo en serio que era. Se dio la vuelta y salió a zancadas de la habitación. Cerrando la
puerta con cuidado tras él, echó un vistazo al vestíbulo. El resto de la familia estaba
en la sala de estar, disfrutando de la rara película que llevaban tiempo viendo. Los
había visto hacía apenas diez minutos, y Heather no había estado con ellos.
Bajó la escalera, determinado a comprobarlo otra vez de todos modos, sólo para
estar seguro. No estaba allí. Cade y Brock tenían a sus mujeres tumbadas en los sofás
con ellos, mirando la parpadeante pantalla silenciosamente. Marly parecía rendida y
dormida. Sarah no parecía mucho más despierta. Llevaban unos camisones cortos de
seda, sus batas formando un charco en el suelo. Tuvo la condenadamente buena idea
de que sus hermanos ya habían satisfecho su propia furiosa hambre antes. ¿Dónde
coño, blasfemó silenciosamente, podría estar?
Caminó hacia la puerta principal, teniendo cuidado de apagar la luz del recibidor
antes de salir al porche delantero.
—Sam. —Rick surgió de las sombras del extremo más lejano del porche mientras
Sam atravesaba los arbustos de pino que habían sido plantados delante del amplio
helipuerto meses antes para ocultarlo.
—¿Dónde está? —No tenía tiempo para argumentar o rodear el arbusto. Su polla
era un hierro furioso bajo sus vaqueros, su sangre palpitaba de necesidad.
Rick se tensó, su musculoso cuerpo en alerta inmediata.
—Está de servicio. Lo que significa que no tiene tiempo para jugar —espetó Rick.
Sam frunció el ceño.
—Este rancho paga su jodido sueldo y yo digo que esta noche está libre.
Ahora su voz era exactamente tan áspera como la de Rick. Había pocas cosas que
hubiese necesitado en toda su vida como necesitaba ahora a Heather.
—No me jodas, Sam —gruñó Rick—. Ella es parte del equipo. La necesito para
trabajar a veces, lo sabes.
Sam se pasó los dedos agitadamente por el pelo. Rick no era sólo un empleado, era
un amigo. Lo que hacía toda situación jodidamente mucho más difícil.
—¡Joder, Rick! La necesito. —Luchó contra la cansada vulnerabilidad de su propia
alma—. Se ha alejado de mí porque está cabreada. Ahora dime donde está o iré a
buscarla.
El silencio se espesó entre ellos. Incluso a la débil luz de la luna, Sam podía ver la
impaciencia de Rick, su indecisión.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Eres una amenaza para ti mismo —gruñó finalmente—. Está en el interior, cerca
de la piscina. Está en reserva por si es necesario.
—Pues entonces, asegúrate de que no lo sea —escupió Sam, girando sobre sus
talones y caminando a lo largo del amplio porche que rodeaba la casa.
En la esquina trasera, una alta pared de piedra protegía el área de la piscina y el
jardín trasero. Se elevaba por encima de su cabeza y aseguraba el área de los ojos de
los trabajadores del rancho. Cade había ordenado que se construyese cuando Marly
tenía apenas dieciséis años, y se dio cuenta que el área se llenaba de hombres cuando
ella usaba la piscina.
Se escabulló silenciosamente por la entrada, moviéndose a lo largo del porche
trasero, su mirada vagando alrededor del área mientras la buscaba. La sangre estaba
palpitando por su cuerpo, endureciendo su polla más allá del punto que consideraba
soportable.
La encontró unos momentos más tarde. Una de las largas y acolchadas hamacas de
madera había sido puesta bajo el refugio de varios árboles de escaso follaje. Estaba
tumbada sobre ella, un brazo echado por encima de su cabeza mientras lo observaba
acercarse a ella.
Los vaqueros se ajustaban a sus caderas, muslos, y esbeltas piernas. Y a la débil
luz de la luna que se filtraba a través de los árboles, pudo ver la excitación y el deseo
en su mirada. Su flamígero pelo rojo fluía alrededor de ella, su mirada esmeralda
acariciando el fuego que rugía por la corriente sanguínea de él elevándolo a una
mayor altura.
Se paró al pie de la hamaca, bajando la mirada hacia ella, muriendo por dentro por
su necesidad de ella.
—No estás esperando por mí.
La observó mientras descruzaba las piernas, luego cuando inclinó la cabeza para
mirarle en tono burlón.
—Debería darme vergüenza. —Su tono sostenía un indulgente sarcasmo que hizo
que los dientes le rechinasen mientras luchaba con su propia paciencia.
Ella había estado con ellos el tiempo suficiente como para saber lo que les hacía un
desafío sexual. Cómo aumentaba su excitación, hacía la necesidad tan aguda, tan
imperativa que parecía un demonio rabiando dentro de ellos.
—Está bien, pequeña. —Sonrió terriblemente—. Te encontré. Deberías haber
sabido que lo haría.
Se elevó sobre los codos, la posición destacaba sus pechos, la elegante línea de las
costillas y su estómago.

~104~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Sam, bombón —dijo con exagerada paciencia—. Estoy de servicio. No tengo
tiempo para follar contigo esta noche.
—Estás fuera de servicio —gruñó—. ¡Por dios, trabajas para mí! Yo decido cuando
estás de servicio y cuando no lo estás.
Arqueó la ceja mientras Sam rechinaba los dientes ante la deliberada burla del
movimiento.
—Pues despídeme. —Se encogió de hombros—. Eres tan molesto que me
plantearía unas vacaciones para dejar este condenado rancho.
Él apretó los puños. El olor a Wind Song y a mujer circulaba por el aire,
volviéndolo débil, haciéndolo necesitar.
—¿Por qué haces esto? —gruñó, conteniéndose, determinado a mantener el
control por el que estaba luchando tan desesperadamente.
—Porque no soy tu marioneta, Sam, tampoco acepto las órdenes jodidamente bien.
Acostúmbrate a ello, pequeño, porque “sumisa” nunca fue un adjetivo que me
encajase demasiado bien.
—Obstinada y terca tal vez —le espetó, respirando con dificultad—. Me empujas
demasiado lejos, Heather. Más lejos de lo que habría pensado posible. Sigue así, y
nos haré daño a los dos.
Su risa era suave y llena de sedosa diversión mientras su sonrisa iluminaba la
oscuridad alrededor de ella.
—Pórtate bien, mi corazón. Realmente tienes facilidad para el romance, Sam. Hace
que mi corazón lata excitado al oír tus dulces tonterías. —Su tono de voz lo pinchaba.
Estaba enfadada, no, rectificó... estaba furiosa. Todavía.
—No soy un hombre fácil —susurró—. La risa y las bromas, Heather, se fueron.
No puedo encontrarlas nunca más. Y nunca hubo mucho romance, pequeña.
—Pobre Sam. —Había una definida falta de compasión en su voz ahora—. Porqué
no me pongo de rodillas y te la chupo hasta dejarte seco otra vez, en recompensa.
¿Ayudaría eso?
Él estrechó los ojos. El recuerdo de ella de rodillas, su polla empujando en su
caliente boca, tenía a su polla moviéndose nerviosamente de necesidad.
—¿Ayudaría una disculpa? —le preguntó con curiosidad.
—¿La dirías en serio? —le preguntó maliciosamente.
Él suspiró profundamente mientras se acercaba, deteniéndose junto a sus
hombros, luego se encorvó al lado de la hamaca.

~105~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Probablemente no. —Sonrió abiertamente mientras los ojos de Heather brillaban
de ira—. Eras una visión condenadamente bonita, Heather, y caliente como el
infierno. Ver tu boca moviéndose sobre mí, volviéndome loco.
Ella resopló.
—Estoy segura de que lo era, Sam. Lástima que no te guste devolver el favor.
Los labios de él se apretaron mientras un gesto de pena destellaba a través de su
cara.
—Si meto mi lengua dentro de ti, mi polla la seguirá no mucho más tarde —le
advirtió—. Te deseo demasiado.
—¿De verdad? Es extraño, no me siento tan deseada, así que no creo que me
moleste en creerlo. Mira a ver si puedes convencer a Marly o a Sarah. Puede que ellas
estén dispuestas a estar de acuerdo con tus gilipolleces esta noche.
Sam se estremeció. ¡Joder, estaba más que loca!
—¿Qué quieres, Heather? —le preguntó en voz baja, apesadumbrado. Entendía
por qué estaba disgustada, sabía que la había empujado cuando no debería haberlo
hecho, sabía que sus propios demonios la estaban ahuyentando de él.
Los ojos de ella se abrieron con exagerada sorpresa.
—¿Qué te hace pensar que quiero algo? Yo estaba aquí afuera, ocupándome de
mis propios asuntos. Tú eres el único que se inmiscuye.
El jardín estaba oscuro, pero la luz de la luna llena era suficiente para ver los
duros picos de sus pechos bajo la camisa. Su respiración era más difícil, y ella parecía
más que un poco agitada cuando levantó su mirada despacio hacia la suya.
—Te deseo tanto que estoy temblando. —Sacudió la cabeza, más que un poco
divertido por su propia falta de control—. Seguro que esto cuenta para algo. ¿No?
Ella se encogió de hombros, mirándolo atentamente.
—No para mucho esta noche, Sam —le dijo con tranquilidad—. Inténtalo de
nuevo mañana. Tal vez sólo tenga que pensar en ello durante un rato.
Sus ojos se estrecharon al mirarla. Lo provocaba y la condenada lo sabía bien. Miró
hacia la hamaca. La especial constitución, como la mayoría de las cosas en el hogar
de los August, era amplia y estaba hecha para la comodidad. Antes de que Heather
pudiese captar su intención, antes de que él pudiese pensárselo demasiado, se movió
rápidamente. Antes de que ella pudiese hacer algo más que dar un grito ahogado,
inmovilizó su cuerpo sobre el grueso acolchado, los codos sosteniendo su peso
apartándolo del pecho de Heather, sus piernas separando las de ella mientras se
colocaba rápidamente entre ellas.

~106~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—¿Y qué pasa si te ayudo a decidirte? —espetó entonces y bajó la cabeza.
Sam quería que su beso fuese enérgico. Para mostrarle, para demostrarle, su
afirmación de que sólo podría hacerles daño a ambos con su deseo por ella. Pero en
el momento en que sus labios encontraron las curvas suaves como pétalos de los de
ella, vaciló. La mantuvo quieta, su lengua le acarició la comisura de los cerrados
labios mientras bajaba la mirada a sus abiertos ojos. Golpeó delicadamente las suaves
curvas con las suyas propias, las acarició con su lengua, luchando contra la
compulsión de devorar con avaricia mientras degustaba el sabor de ella.
Un pequeño quejido de deseo salió de ella mientras sus párpados bajaban
parcialmente, sensualmente, un segundo antes de que separase los labios lo
suficiente como para permitirle la entrada a la lengua de él. Sam no pudo detener el
gemido que vibró en su propio pecho. No pudo parar la necesidad que quemaba en
sus entrañas como un infierno que amenazaba con propagarse a través de sus
sentidos.
Ella era calor y suave y sedoso deseo. Sus labios se abrieron para él con vacilante
cautela, tanta como la que tuvo en su primer beso. Una tímida aceptación que tenía al
cuerpo de él tensándose de lujuria. Su polla palpitó con imperativa demanda incluso
mientras luchaba contra su insistencia.
—Heather. —Susurró su nombre mientras bebía a sorbos de sus labios, luego
acarició el interior de su boca una vez más.
Las manos de él se apartaron de las de ella cuando la necesidad de tocarla venció a
la necesidad de dominarla. Su piel era tan suave, tan sedosa y lisa. Quería sentirla
contra las yemas de los dedos, disfrutar de su respuesta ante él. Y ella estaba
respondiendo.
Los muslos de ella se apretaron contra los suyos. Sus caderas se sacudieron contra
las de él, clavando su coño contra la longitud de su erección mientras la lengua de
Sam acariciaba la suya, sus labios bebían a sorbos de los de ella mientras él gemía por
el sabor erótico que allí encontró.
Antes siquiera de comprender su intención de hacerlo, le había sacado la camisa
de la cintura de los pantalones, y su palma se estaba deslizando por su cintura, sus
dedos temblaban por la necesidad de ahuecar la mano sobre el aumentado montículo
de su seno. Sus pezones estaban duros, él sabía que estarían calientes, sabía que ella
gritaría cuando capturara uno entre el pulgar y el índice.
Las uñas de ella le mordieron la piel a través de la tela de su camisa mientras
giraba las caderas firmemente contra su coño. Podía sentir su calor a través de ambos
pares de vaqueros, y la necesidad de hundirse dentro de ella lo casi estaba volviendo
loco.

~107~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Podría comerte entera, aquí mismo —espetó mientras los labios se movían por
su garganta, la mano se ahuecaba sobre su pecho y los dedos agarraban un pezón,
ordeñando y acariciando el duro punto mientras un gemido estrangulado salía de la
garganta de ella—. Me haces perder todo sentido común cuando estoy alrededor
tuyo, Heather.
—¿Qué sentido común? —Su voz era rasgada y desigual, cuando se arqueó hacia
él, el cuello inclinado mientras la lengua de Sam rastrillaba sobre su clavícula.
Sam no pudo menos que sonreír. La afilada lengua de ella era letal. Pero, él tenía
sus propias armas. Se movió atrás, exponiendo su pecho mientras se movía hacia él,
su boca babeaba al pensar en el placer por venir.
Heather luchó por respirar cuando los labios le cubrieron el hinchado pezón. El
calor chamuscó su piel, acariciándole el pezón mientras la boca se amamantaba
firmemente del montículo, su mano la tomaba, los dedos acariciaban la parte
eróticamente oculta. Se arqueó hacia él, un gemido roto susurrando desde su
garganta.
—Alguien puede vernos —murmuró Heather entrecortadamente—. Escúchame.
—Mmm. —Evidentemente, el pensamiento no le molestaba. Entonces recordó a
quién se estaba dirigiendo. Sam. El mismo hombre que torturaba su cuerpo con las
necesidades que lo atravesaban, era el hombre que quería compartirla, mirar
mientras sus hermanos la tomaban.
Sus dientes rasparon un sensible pezón mientras el pensamiento la quemaba. No
podía detener la desesperada tensión de su matriz, como un suave golpe en su
estómago mientras esa imagen vagaba por su mente.
—Te deseo. —Los labios de él presionaban la parte baja de su pecho mientras sus
manos se movían al cierre de los vaqueros de ella—. Te necesito, Heather. Te necesito
más que al aire que respiro.
Y ella no tenía la fuerza para negarse a él. No ahora, no mientras el fuego de la
excitación que él había creado se vertía por su cuerpo. Como si su sangre fuese lava y
sus terminaciones nerviosas receptores del calor que sólo lo hacía arder más brillante.
Sus vaqueros se soltaron. Heather miró a Sam mientras jadeaba en busca de
aliento, una oscura sensualidad en su expresión, la intención en sus oscuros ojos. Su
cabeza bajó otra vez mientras besaba a fondo su estómago, su liso abdomen, las
manos tirando de los vaqueros y bragas bajando por sus muslos con provocadoras
caricias de su mano a lo largo de la piel.
Ella estaba temblando cuando él exhaló un soplo de aire a través de su ardiente
coño, luego se estremeció mientras terminaba de quitarle la ropa.

~108~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Quiero probarte —gruñó—. Lamerte como a un suave y caliente chocolate,
Heather.
Él dejó caer vaqueros y bragas al suelo un segundo antes de moverse entre sus
muslos, extendiéndolos despacio mientras dirigía la vista hacia ella.
—Sam. —Apenas podía hablar mientras luchaba por respirar—. Alguien puede
vernos...
—Mírame lamiéndote, jodiéndote con mi lengua, extrayendo el paradisíaco
líquido de tu cuerpo, Heather. Déjales mirar, pequeña. Déjales ver lo jodidamente
bonita que eres cuando te corres para mí.
Sus caderas se sacudieron, elevándose de la hamaca cuando la lengua de él golpeó
la hendidura de sus labios interiores y luego lamía rodeando su aumentado clítoris.
El aliento se le atascó en el pecho, luego fue liberado con un gemido creciente. Una
suave llama, la lengua de él era como un serpenteante fuego mientras lamía y
exploraba su empapado coño.
Él lamió alrededor de su clítoris, tirando de él en su boca durante un segundo
menos de lo que habría necesitado para culminar, luego lamió hacia abajo otra vez
antes de que sus fuertes manos levantasen las caderas de ella y su lengua se
sumergiese dentro de su apretado coño.
Podía oír el mojado sonido de la succión en su vagina, extrayendo la crema de su
cuerpo mientras era reemplazada por más. Sus manos agarraron los brazos de la
hamaca mientras se retorcía contra la boca de él, luchando por más. Lo necesitaba
más profundo, más duro, lamiéndola hasta la misma matriz.
Sorbía ruidosamente de su coño, sus labios azotando mientras la liberaba, luego su
lengua sumergiéndose otra vez. Las manos de él se movieron a sus nalgas,
manteniéndola abierta mientras sus dedos extendían el delicado montículo, una
exquisita presión situándose en la fruncida entrada de su ano.
Se retorció en su agarre, necesitando más. Su vagina se estremeció alrededor de su
lengua, su clítoris latiendo, palpitando mientras los dedos de él iban a sus pezones
para aliviar el acalorado dolor de allí. Se tensó ligeramente, mordiéndose el labio
inferior mientras aguantaba un gemido de creciente éxtasis.
—Tan bueno, Heather. —Su voz inundó sus sentidos—. Como un dulce, pequeña.
Como caliente y dulce chocolate.
Su lengua se sumergió profundamente, la punta de su nariz se enterró contra su
clítoris, golpeándolo, acariciándolo. Heather jadeó, aguantó la respiración, pero
cuando la explosión resultante la golpeó no pudo contener el bajo y ahogado gemido
que salió de entre sus labios.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Su cuerpo se tensó, su coño convulsionaba mientras el placer pasaba sobre ella en
asfixiantes olas de sensación. Sam estaba canturreando mientras la lamía, la sorbía, la
jodía con la lengua a través de los agudos estallidos de exquisito placer hasta que se
echó atrás con un gemido, las manos yendo a sus propios vaqueros.
—Gritarás para mí esta vez —espetó—. Y todos sabrán que eres mía, Heather.
Mía.
Le faltaba un centímetro para liberar su polla para tomarla cuando el árbol detrás
de ellos estalló, rociando trozos de madera mientras sonaba el primer disparo.

~110~
Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 21

Rodaron desde la tumbona en una maraña de extremidades y violentas


maldiciones cuando la bala le dio al árbol en el mismo ángulo en que se hubiera
encontrado la cabeza de Sam si no hubiera estado descendiendo por el cuerpo de
ella. Heather agarró sus vaqueros, maldiciendo mientras empujaba a Sam detrás del
refugio de los árboles, debatiéndose con la poco cooperativa tela vaquera.
—¡Maldita sea! —Heather maldecía mientras sacaba su pistola de debajo de la
tumbona. Forcejeó con Sam, maldiciendo mientras él le cubría la espalda, sujetándola
fuertemente contra la corteza del árbol. Mierda, él estaba tratando de protegerla a
ella.
Se suponía que era ella la que lo protegía.
Sacó su intercomunicador del bolsillo trasero de los vaqueros, llevándolo
rápidamente hacia su oreja mientras podían oírse las exaltadas voces de los agentes
corriendo apresuradamente hacia la piscina.
—¿Rick, maldita sea, dónde demonios estás? Sam está conmigo y hemos recibido
un disparo.
Las elevadas voces empezaron a llenar la noche mientras los guardaespaldas se
apresuraban a la zona de la piscina. Más tiros desconocidos fueron disparados, pero
ninguno devuelto cuando los hombres corrieron para rodear a Sam, mientras el
ruido de un helicóptero levantándose desde el patio delantero cortaba a través del
estruendo de los aullidos.
—Contente August. Mete tu culo en la casa. —La voz de Tara fue cortante
mientras gritaba órdenes a los guardaespaldas que pululaban alrededor de ellos—.
¡Maldita sea! Si consigue darle patearé vuestros culos.
—El helicóptero está en el aire —gritó Rick—. Quédate quieto hasta que sepamos
de dónde diablos está llegando. Maldición, ¿cómo demonios lo está haciendo?
Heather forcejeó con Sam mientras él la presionaba más contra el árbol, su cuerpo
un peso pesado detrás de ella, un efectivo escudo entre ella y cualquier bala que
pudiera atravesar la oscuridad. Los otros agentes los rodearon, con las armas

~111~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
desenfundadas, observando en la oscuridad con las gafas de visión nocturna pegadas
a las caras.
—Quédate quieta —le gruñó cuando ella bregó con él.
—¡Maldita sea! Se supone que yo te estoy protegiendo a ti —dijo entre dientes—.
¡Déjame moverme!
—Escúchame. —Su voz era áspera, la ferocidad reflejándose tan severamente en
su tono que automáticamente se quedó quieta—. No recibirás una bala por mí,
Heather. ¿Me entiendes? No te pondrás frente a mí, no tratarás de protegerme, o que
Dios me ayude, me aseguraré que lo lamentes.
Luego desapareció.
—Sam. —Ella gritó su nombre mientras él se apartaba y empezaba a abrirse paso
por el pequeño jardín. Los guardaespaldas lo rodearon mientras iba hacia la casa,
tratando de proporcionarle un cuerpo de protección a su alrededor.
Los agentes se abrieron paso para mantenerse a su alrededor, dónde podían
protegerle mientras él los empujaba violentamente a un lado. Heather apoyó las
manos en las caderas y observó la cara furiosa de él, respirando con alivio cuando
entró en la relativa protección de la casa.
—El hijo de puta va a conseguir que le maten. —Rick caminó hacia ella—. ¿Le has
dicho eso, Heather?
Ella se encogió de hombros, luchando con el rápido latido de su corazón. Se
aseguró de que la camisa estuviera bien puesta cuando se enfrentó a su jefe,
agradeciendo habérsela arreglado para ponerse los pantalones. Sólo Dios sabía
dónde estaban las braguitas.
—¿Sirve de algo decirle cualquier cosa? —le espetó mientras guardaba de nuevo el
arma en la funda. Echo un vistazo sobre el muro que rodeaba la piscina, comprobó el
avance del helicóptero mientras las brillantes luces barrían la colina trasera de la
casa—. ¿Dónde están esos malditos perros? Pensaba que estaban patrullando la
colina de atrás.
—No en la oscuridad. —Rick negó con la cabeza con fuerza—. Es demasiado
malditamente peligroso para los animales y para los hombres. Sería muchísimo más
fácil si pudieras mantener el culo de Sam en la casa.
—¿Yo? —La incredulidad sacudió su cuerpo—. ¿Qué demonios le hace pensar a
todo el mundo que ese hombre me escucha?
—Te sigue a todos lados como un jodido macho en celo —le espetó—. No finjas
que no lo hace. Desde ahora, estás de servicio en la casa, sin excepciones.
Heather negó con la cabeza desesperadamente.

~112~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Olvídalo. Sabes lo que pasa allí por la noche, Rick. Mataría a todo el mundo.
Nunca podría mantener la mente en el trabajo.
Por alguna razón los August pensaban que el salón era el lugar para follar, en vez
de sus dormitorios. Ella evitaba esa habitación a toda costa. Evitaba cualquier
habitación excepto la suya hasta que todo el mundo se hubiera retirado por la noche.
—Haz que el resto también lo haga —le espetó él entonces—. Reúne a los otros en
la cocina para un café o aparca tu culo en la puerta principal o trasera. No me
importa una mierda dónde, pero mantén tu culo en la casa. Si ese bastardo consigue
matar al cabrón, Cade nos matará a nosotros.
—¿Entonces por qué simplemente no voy y me lo follo? —El sarcasmo salpicaba
su voz—. Demonios, Rick, eso lo resolvería todo, ¿no?
—Muy cierto. Y no es como si no te estuvieras muriendo por hacerlo. —Se
enfrentó a ella, la cólera tensando su cuerpo mientras los guardaespaldas daban
vueltas alrededor de ellos y el helicóptero continuaba la búsqueda en la colina detrás
de la casa—. No me importa un carajo cómo te mantengas en la casa, maldición,
simplemente hazlo, joder.
Le habría respondido con brusquedad. Le habría dicho dónde demonios se podía
meter las órdenes si no se hubiera ido tan indignado mientras ella abría la boca para
atacarle. Un gruñido de frustración se abrió paso entre sus labios mientras se
contenía a duras penas de patear con furia.
—Maldición, Heather, no puedo creer que no quieras proteger ese cuerpazo de
August. —La diversión hizo eco en la voz femenina mientras una risa ahogada
alcanzaba sus oídos.
Heather se volvió otra vez mientras observaba a Helena aproximarse. Todavía
estaba respirando con dificultad, el sudor brillando en su cara mientras sus ojos
azules la contemplaban con una alegre chispa.
Heather negó con la cabeza mientras respiraba profunda y cansadamente.
—Los hombres deberían estar prohibidos —le espetó—. Perdóname, Helena, voy a
ver si puedo averiguar si alguien, en algún lado, tiene alguna idea de qué demonios
ha pasado con la seguridad esta noche.
No es que Heather tuviera muchas esperanzas de obtener respuestas en ese
punto. Todo lo que tenía eran preguntas. La menos importante de las cuales, era
cómo demonios el merodeador había alcanzado esa maldita colina sin ser
descubierto. ¿Y acaso había estado en la colina? Esa bala había estado demasiado
cerca, la puntería demasiado precisa. Todo esto no tenía sentido.

~113~
Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 22

Heather no podía olvidar la confrontación con Sam la noche anterior en la zona de


la piscina, o al merodeador y cómo fácilmente una bala pudo haber destrozado la
parte trasera de su cabeza. Escalofríos recorrían su cuerpo cada vez que pensaba en
ello, y sabía más allá de toda duda que si Sam era asesinado, entonces la familia
August estaría irreparablemente dañada. Hasta que todos afrontaran el pasado, no
habría verdadera curación para ninguno de ellos.
En su compartir, los tres hombres habían formado juntos un vínculo excepcional,
uno que Sam había negado excepto una vez en los pasados meses. No había acudido
a las mujeres de sus hermanos, y su obsesiva furia sólo se había intensificado.
La conversación de la noche anterior entre ella y Sam la hizo sospechar respecto a
los otros. Había notado durante meses lo que eran capaces de hacer los otros
hombres para proteger a Sam, manteniendo los recuerdos cuidadosamente
escondidos. Había pensado que había sido una forma de compasión. Sus propios
recuerdos eran brutalmente claros, creía ella. Había creído que ellos no querían eso
para él. Pero ahora sabía que tenía que profundizar mucho más.
Sabía que Sam no poseía muchos recuerdos del tiempo pasado confinado en el
sótano de su abusador. Él sabía qué había ocurrido, sabía del dolor, y recordaba
claramente las primeras semanas allí. Pero después de eso, ella sabía que muchos de
los acontecimientos eran confusos.
Cade no había sido muy comunicativo con Rick sobre los actuales
acontecimientos. Las anotaciones en los archivos de Rick disponibles para ella al día
siguiente, mostraron un increíble montón de frustración respecto a la información
que le dio. Había tomado casi un año seguir el rastro de cualquiera que pudiera
haber conocido o visto cualquiera de los acontecimientos que ocurrieron ese verano.
Y había requerido aún más tiempo rastrear al desaparecido hermano de Jennings.
El viejo criado de Marcelle que Rick había rastreado había proporcionado
información sobre las drogas que Marcelle había utilizado con los hombres. Drogas
potentes que sostenían una erección durante horas, incluso durante días y días.
Manteniendo sus pollas en un estado de buena disposición, sin importar el estado de
sus mentes. Habían sido jóvenes. Brock y Sam todavía eran adolescentes, Cade

~114~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
apenas tenía veinte años. En el momento en que su virilidad era lo más importante,
habían sido despojados de ella.
Reginal Robert Jennings, el hombre sospechoso de amenazar a la familia, había
intentado seguir los pasos de su hermano en la carrera de medicina, pero había sido
incapaz de tener éxito. Marcelle mismo había sido un miembro muy respetado de la
comunidad médica durante décadas antes de una jubilación anticipada bajo una
nube de sospecha que surgió en sus últimos años. Sospechas de drogar a varios de
sus pacientes masculinos y abusar de ellos. Rick había encontrado a los hombres que
hicieron las primeras demandas y se enteró que habían sido generosamente
recompensados por retirar sus declaraciones. Pero no cambiaron las historias que
tenían que contar, o los difusos, drogados y nebulosos recuerdos de abuso.
Las sospechas de perversiones sexuales no habían disminuido entonces. El
invierno anterior a que los hermanos hubieran sido enviados a su rancho, Marcelle
había visitado a un doctor en Madison por una nariz rota, un pómulo fracturado y
fuertes magulladuras. El resultado de la furia de Sam después de que el bastardo se
hubiera colado en su habitación durante una visita al rancho August.
Cade había sabido lo que sucedió, pero cuando su padre les ordenó ir al rancho de
Marcelle para aprender una nueva técnica ganadera, su padre había asegurado a los
chicos que podían marcharse en el momento en que cualquier indecencia fuera
sugerida. El viejo Joe August había jurado que el sustento del racho dependía de esas
nuevas técnicas. Las únicas técnicas disponibles para aprender, sin embargo, habían
sido esas de dolor y tortura, pensó Heather cuando por fin cerró el último de los
archivos de Rick.
Los informes del criado sobre esos días eran aterradores. Los gritos que se
filtraban desde el sótano, las tremendas cantidades de sangre a veces derramadas,
fueron informadas con asco. Como médico, Marcelle había sabido hasta donde podía
abusar de sus cuerpos y mantenerlos con vida, y los había empujado a sus límites.
Especialmente a Sam. Siempre había sido peor para Sam.
Los archivos sobre Raider que había logrado desenterrar no le habían dado
ningún indicio o periodo, para recelar del otro hombre capaz de tener una razón para
querer lastimar a los August. Russel “Raider” Kincaid era conocido por su lealtad,
sus habilidades, y su determinación por terminar el trabajo. Considerando sus
credenciales no podía evitar creer que si él quería a Sam muerto, entonces Sam
estaría muerto.
Heather tamborileó ligeramente con las uñas contra la mesa en la que estaba
sentada mientras miraba fijamente fuera del RV7 que la Agencia estaba utilizando en
el Rancho August. Oleadas de calor se alzaban fuera de la comodidad del aire

7 RV: autocaravana.

~115~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
acondicionado de la caravana. Los caballos dormitaban bajo la sombra de varios
árboles grandes, mientras el ganado yacía en pequeños grupos a lo largo del
sombreado riachuelo que recorría el pasto.
Era última hora de la tarde, y el rancho se había acomodado mientras el calor
aumentaba en el exterior. El último verano en Texas fue abrasador, y este no parecía
que fuera diferente.
Aspiró agotada y cansadamente mientras negaba con la cabeza. ¿A partir de allí a
dónde iría? se preguntó. Obedecer cada orden sexual de él no iba con ella.
Especialmente esas de la nota que le había dejado sobre la almohada cuando se había
deslizado en su habitación durante el día. Bufó. Las instrucciones eran explícitas, las
razones claramente explicadas.
Un tapón inflable para el trasero había acompañado la nota. Como preparar su
cuerpo para él y mantenerlo a punto para aceptar sus placeres. Negó con la cabeza
burlonamente, ¿Marly y Sarah en realidad aguantaban esos disparates? Una
templada ducha anal, un tubo de lubricante, instrucciones de cómo utilizar el tapón
para el culo, cada cuánto, durante cuánto tiempo, cuando preparar... La total
arrogancia la sorprendía. Pero la profundidad de la fuerza que había sacado para
sobrevivir, incluso en estos extremos, le oprimió el corazón.
—Sam esta regresando, Heather. —La voz de Rick fue suave en el
intercomunicador de su oreja—. Tienes veinte minutos más.
Heather había sido renuente a revisar los archivos en un momento en que Sam
podía estar buscándola, posiblemente incluso sorprendiéndola en ello. Todavía
recordaba la vergüenza que llameó en sus ojos después de que Rick hubiera vuelto
de Utah y empezara a relatar su informe.
Las expresiones de los tres hombres habían sido frías, sin emoción, pero sus ojos se
habían arremolinado de vergüenza, culpabilidad y dolor recordado. Había sido más
de lo que ella podía soportar. Y a veces se preguntaba como Marly y Sarah se
mantenían firmes bajo la presión.
—Regreso dentro, Rick —le dijo mientras reagrupaba los archivos y los guardaba
de vuelta en la caja de seguridad que Rick utilizaba.
Cerró la caja y la empujó de regreso bajo el banco antes de abandonar la caravana
y cerrar la puerta tras ella. Rick se encontró con ella en la parte delantera del
vehículo, sus ojos marrón oscuro interrogativos.
—¿Encontraste lo que estabas buscando?
Ella tapó el comunicador, cortando el sonido de los otros miembros del grupo.
—No —suspiró—. Sólo más preguntas.

~116~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Mira si puedes conseguir que alguno de ellos te responda, Heather —le dijo en
voz baja—. Esto está alargándose demasiado tiempo. A este paso, Jennings podría
atacar y fácilmente nos podría coger desprevenidos debido al puro aburrimiento,
exactamente como hizo anoche. Los hombres se están cansando de jugar a los
vaqueros, y los August están malditamente cansados de estar confinados en la casa.
Necesitamos más información si queremos avanzar.
—A menos que Jennings lo estropee —le señaló.
—A menos que lo haga —asintió Rick—. Lo cual podría ser en cualquier momento
o de aquí a un año.
—O cada vez que se imagina que Sam me ha tomado —dijo ella en voz baja—.
Que él es feliz.
La tensión aumentó entre ellos cuando la implicación abrió los ojos de Rick
completamente.
—No. —Le agarró el brazo con firmeza, mirándola fijamente con una insinuación
de cólera—. Marly y Sarah apenas escaparon del bastardo, Heather, y sabes por
propia experiencia, exactamente lo serio que es. No te pongas a ti misma en el
camino del mal.
—Ya lo estoy, Rick —le recordó desoladamente—. Jennings sólo cree que tiene
tiempo. Cree que Sam está sufriendo y él lo está celebrando. En tanto esto lo
consuele, no lo arruinará. Lo planeará cuidadosa y meticulosamente hasta que
elimine a Sam. No podemos permitir eso.
Heather podía sentir el conocimiento aumentando dentro de ella. No iría tras
nadie, no en serio, en tanto Sam sufriera. Tenía que estar convencido de que Sam ya
no estaba pagando por cualquier crimen que él imaginaba que Sam había cometido.
—¿Qué tienes en mente? —le preguntó Rick cuidadosamente.
—Todavía no estoy segura. Déjame un poco más de tiempo, y te lo dejaré saber. —
Se apartó de él cuando los August montando a caballo entraban en el patio del
rancho.
Sus ojos se encontraron con los de Sam a través de la distancia y su cuerpo
hormigueó con la conciencia.
—Cualquier cosa que sea, estate malditamente segura de que me lo haces saber —
le espetó Rick—. No actúes precipitadamente, Heather. Tara y Sam me matarían si
algo te ocurriese ahora.
—Lo prometo, tendré cuidado. —Se alejó de él, consciente de los ojos de Sam
siguiéndola, pero no sólo los de Sam. La pasión combinada de los tres hombres,
observándola, esperándola, la siguió al interior de la casa.

~117~
Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 23

La mirada de Sam atravesó a Rick mientras Heather desaparecía en el interior de


la casa. Podía sentir la tensión del otro hombre, la sospecha en su mirada.
Desmontando, dirigió el caballo a los establos, ignorando a Cade y a Brock mientras
ellos lo observaban con curiosidad. Estaban tensos, lo habían estado durante días, y
esto solo estaba aumentando. Sabía la causa y le daría la bienvenida al alivio.
Necesitaba el alivio, la liberación de la ardiente conciencia dentro de su propio
cuerpo. La evasión de los brutales recuerdos, las sombras retorcidas, el saber que esa
evasión del infierno del pasado estaba a punto de ser contraproducente.
—Odio revisar las cercas —masculló Brock, mientras lanzaba su silla sobre la
percha y entregaba el caballo a las capacitadas manos de uno de los trabajadores del
rancho.
—Alguien tiene que hacerlo —gruñó Cade mientras hacía lo mismo y empezaba a
desabrocharse las chaparreras8 de cuero que llevaba sobre los tejanos.
—Tenemos trabajadores, Cade —le recordó Brock lacónicamente mientras se
quitaba sus propias chaparreras.
Sam podía sentir la tensión aumentando entre los dos hombres, y eso tensaba su
propio cuerpo. Sentía las necesidades dando vueltas entre ellos. Los efectos de
ignorar el pasado, y la necesidad de entender el futuro. La fatiga descansaba en los
hombros de todos, pero esto sólo servía para intensificar las necesidades en vez de
debilitarlas. Intensificaba su propia agresividad sexual, su necesidad de sentir los
estremecidos y eróticos gritos derramados por Sarah o Marly mientras temblaban de
pasión.
—Te estás volviendo perezoso, Brock —le soltó Cade—. Toda esta situación en la
casa te está volviendo blando. Sobrevivirás.
Sam se desabrochó sus propias chaparreras y las arrojó a un gancho accesible.
Estaba silencioso, pero había agradecido el trabajo físico para variar. Una
oportunidad de alejarse de la casa, de aliviar la batalla librada entre él y Heather.

8 Gruesos pantalones de cuero usados por los cowboys. Se usan sobre los pantalones normales. (N. de
la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Hizo una mueca. No, la pelea no era con Heather; era entre su excitación sexual y su
conciencia, lo cual era incluso peor.
—Maldición Cade, es peligroso marcharnos así —gruñó Brock por último—.
Hemos dejado solas a las mujeres. ¿Qué pasa si el bastardo ataca mientras estamos
fuera?
—No irá detrás de las mujeres. —Sam alzó la cabeza, observándolos mientras
hablaba en voz baja—. Por ahora están a salvo.
Observó las expresiones tensas de sus hermanos.
—Y no estás haciendo las cosas nada fáciles Sam —le dijo Cade de mal humor—.
Deja de dar vueltas alrededor de la casa como un oso con una pata lastimada. Haz
algo al respecto antes de que nos vuelvas locos a todos.
Sam los encaró, consciente de la creciente tensión aumentando entre ellos. Había
estado ahí antes, lo sabía, pero no se había dado cuenta, realmente no lo había notado
hasta ahora. Era una furia, una furia continua y despiadada que estaba aumentando.
Pero no hacia los demás. Sam no sentía furia hacia los otros dos hombres, y supo que
no estaba furioso con ellos.
Se arrastraba a través de ellos, constantemente aumentando en fuerza hasta que
ellos se desahogaban con los gritos y el alivio sexual que se derramaba de los cuerpos
de las mujeres que compartían. Entonces se aplacaba. Disipándose durante un
tiempo antes de empezar a aumentar otra vez.
—No puedo —respondió al final a la demanda de Cade—. Sabes que no puedo,
Cade.
Les dio la espalda, conduciendo el caballo a su establo, suministrándole avena y
agua. Podía sentir su cuerpo tensándose, necesitando. En la parte más escondida de
su mente casi podía oír a Heather gritando su liberación para ellos tres. Era un
pensamiento tentador, pero uno que sabía nunca iba a pasar. No podía, no quería
ponerla en peligro de nuevo.
Tras él, Cade y Brock estaban callados. No era la primera vez que había rechazado
participar, pero sabía que llegaría el momento en que no sería capaz de negarse más.
—Ella lo sabe, Sam —le espetó Cade.
Sam asintió con la cabeza. Ella lo sabía, pero no había manera de que pudiese
entenderlo. Demonios, a veces ni él mismo podía entenderlo y ahora durante meses
había estado luchando por encontrarle sentido.
—Lo sé, Cade. —Se encogió de hombros y se dio la vuelta encaminándose hacia la
casa, y con un poco de suerte a una ducha fría—. Soy más que consciente de lo que
sabe Heather.

~119~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Mientras se alejaba de sus hermanos, los recuerdos continuaban regresando a la
primera vez, la primera vez que él y sus hermanos habían compartido una mujer. No
fue después del abuso, sino antes. Varios meses antes que Joe los hubiera enviado a
Utah. Cade estaba más que un poco bebido esa noche, y su pareja era más que
facilona. Todos se habían bañado desnudos en una de las lagunas alejada varios
kilómetros del rancho. Una noche alejados del despiadado y amargado viejo loco al
que llamaban padre.
Demasiada cerveza y las hormonas alteradas habían provocado el compartir. Pero
Sam recordaba el después más que ninguna otra cosa. Algo había cambiado dentro
de ellos. Siempre habían estado unidos, pero después de esto, el vínculo se había
hecho más profundo, más fuerte. Luego cuando el infierno de ese verano se acabó,
había estado allí para unirlos de nuevo.
Sam recordó el desolado aislamiento de aquellos días, antes de que Cade trajera a
la primera mujer a casa. Se aseguraron de no tocarse nunca unos a otros, tan
aterrorizados que incluso el toque más pequeño les traía de vuelta el dolor que
habían sido forzados a infligirse entre ellos. No es que alguna vez lo hubieran
olvidado. Siempre estaba allí.
Se quitó el sombrero de un tirón mientras entraba en la casa, lanzando un suspiro
de alivio cuando el aire frío se deslizó sobre su sobrecalentado cuerpo. La mayoría de
las noches le costaba dormir, y se sentía cansado hasta los huesos. Cansado,
cachondo y exasperado, una mala combinación. Mientras cerraba la puerta, Sarah
llegó desde las escaleras, mirando hacia la puerta con curiosidad.
—¿Viene Brock? —Iba vestida con una de esas faldas cortas de gasa que le
quedaban tan condenadamente bien con sus largas piernas bronceadas. Un top color
melocotón a juego que realzaba el color miel de los bronceados hombros y cuello.
—Sip, vendrá pronto. —Sus manos se apretaron en el ala de su sombrero. Con
toda esa dulce suavidad, Sarah era una gata salvaje, y él podía usar la agresividad
ahora mismo. Las uñas de ella clavándose en él, sus dientes mordisqueándole.
—¿Sam, estás bien? —Caminó hacia él relajada y cómodamente. No hubo
vacilación ni renuencia cuando se echó en sus brazos. No hubo temor. Y eso nunca
dejaba de asombrarle.
—¡Guau!, estoy acalorado y sudoroso cariño. —Depositó un beso en sus sonrientes
labios—. Necesito una ducha antes de que te ensucie.
—Pareces tan triste Sam. —Su mirada era compasiva y un poco excitada mientras
se apartaba de él—. ¿Todo está bien?

~120~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Todo está bien cariño. —Intentó sonreír, pero la expresión de ella no cambio—.
Si quieres la verdad, me muero por follarte, pero en medio del vestíbulo podría no
ser el lugar indicado para esto.
—Mentiroso —susurró—. Vas detrás de esa ardiente y pequeña pelirroja que
escapó a su habitación para usar su Pocket Rocket9 antes de que entraras.
Sam parpadeó sorprendido.
—¿Cómo lo sabes? —Lanzó una mirada a las escaleras, preguntándose si podría
atraparla in fraganti. Maldición, daría cualquier cosa por ver eso.
—Sam, cariño, soy una mujer —se rió mientras daba palmaditas en el pecho de él
consolándole—. Además, de alguna manera Marly descubrió que era el único
juguete que la pobrecita poseía. Pensamos en darle algunas de las cosas nuevas que
ustedes, muchachos, pidieron.
El cuerpo de Sam se tensó.
—El Conejo10 —susurró—. Dadle el Conejo. —Hablaba del excepcionalmente
potente consolador que vibraba, rotaba y acariciaba profundamente en el interior de
la vagina mientras las suaves orejas vibraban contra el clítoris. Ambas sensaciones
llevaban a la locura a Sarah y a Marly—. Haz esto por mí, Sarah, y estaré en deuda
contigo.
Los ojos de ella se abrieron de sorpresa.
—No lo sé, Sam, podría ser un poco avanzado para ella... —su voz sonó indecisa.
—Sarah, dale el Conejo —le dijo desesperadamente, luchando por mantener bajo
control su excitación, su necesidad—. Haz esto por mí.
—Sam. —Negó con la cabeza confundida—. ¿Por qué no la satisfaces tú? La mujer
necesita un hombre, no un arca de juguetes.
Él también lo necesitaba. Que Dios lo ayudara, él lo deseaba, más que nada, y lo
aterrorizaba a muerte. El pensamiento de hacerle daño, de ser la causa de que fuera
herida, era más de lo que podía soportar. Sus hermanos habían estado malditamente
cerca de ser destruidos por su culpa. ¿Qué pasaría si ese jodido merodeador
lastimaba a Heather de forma similar... más de lo que ya había sido herida? Y aun así,
no podía contener sus necesidades. No podía contener al menos una pequeña parte
del placer que zumbaba por su cuerpo ante el pensamiento de Heather y esos
juguetes.

9 Vibrador de bolsillo, pequeño y muy discreto. Los hay en formatos absolutamente inocentes como
pintalabios o pequeños complementos de bolsillo. (N. de la T.)
10 Tipo de vibrador en general con forma de pene con un pequeño accesorio adherido para estimular el

clítoris. Ese accesorio normalmente tiene la forma de orejas de conejo, de ahí su nombre. (N. de la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Sarah. —Le agarró el brazo imperativamente mientras su polla se engrosaba y
latía bajo sus vaqueros—. Haz esto por mí. Prométemelo.
Ella lo observó, inclinando la cabeza mientras le mantenía la mirada.
—No puedes luchar para siempre Sam —le dijo al fin en voz baja—. Puedes darle
todos los juguetes del mundo, pero no estarás satisfecho hasta que la tomes tú
mismo. Lo sabes.
—Necesito esto, Sarah. —Su voz era tan baja—. Más de lo que te imaginas. No los
aceptará de mí, pero lo hará si viene de ti. Haz esto por mí. Por favor.
Ella suspiró profundamente mientras asentía con la cabeza.
—Lo haré, Sam.
Él cerró los ojos y cuando los abrió podría haber jurado que captó un destello de
diversión en los ojos de ella antes de que fuera rápidamente ocultado.
—Te deberé mucho —gruñó, incapaz de acallar el pensamiento de que tal vez,
sólo tal vez, atraparía a Heather in fraganti usando los íntimos aparatos.
Su mano le recorrió la parte exterior del muslo mientras se inclinaba hacia delante,
dándole un prolongado beso antes de apartarse.
—Brock está hoy como un oso. Fóllalo y así dejará de molestarme. —Sonrió
abiertamente—. Ahora voy a ducharme. Te veré más tarde.
Se apartó rápidamente de ella antes de que sus deseos pudieran vencerlo. Subió
con grandes y rápidos pasos por las escaleras hacia su habitación y a una ducha fría
que rogaba calmara el calor de su cuerpo.

—Está en las últimas. —Marly entró desde el umbral del estudio, una enorme
sonrisa dividía su cara mientras echaba un vistazo hacia la pared de las escaleras.
—Shh, Brock y Cade estarán aquí en un minuto. —Sarah estaba teniendo
problemas para acallar su risa—. Se los llevaremos a ella esta tarde. Solo asegúrate
también de que Cade sabe lo que estamos haciendo. Los tres me están volviendo
loca.
Marly asintió con la cabeza, sus ojos azules llenos de tal risa traviesa que la hacía
parecer más una adolescente que una adulta.
—Marly, ¿has considerado el hecho que le estamos tendiendo una trampa
deliberadamente para que la follen Cade y Brock? —Sarah de repente sacudió la
cabeza ante tal pensamiento—. Si me hubiera dicho alguien que yo iba a aceptar algo
así, no lo habría creído.

~122~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Estar con los tres hermanos ella misma, y verlos interactuar, el conocimiento de
que no era sexual sino verdadero amor, había aliviado cualquier sentimiento de celos
que hubiera sentido. Brock a menudo tenía sexo con Marly, sólo o con los otros dos
presentes, cada vez que la necesidad estaba allí. Así como Cade y Sam iban a Sarah
cuando lo necesitaban. La especial relación que se desarrollaba entre ellos a menudo
la sorprendía. Tenía tres amantes, y los amaba a todos, pero Brock tenía su alma, así
como sabía que tenía la de él.
Marly asintió con la cabeza, sus alborotados rizos negros se mecían en las caderas.
—Los amamos. —Por último se encogió de hombros—. Así como ellos nos aman a
nosotras. No podría imaginar nada más ahora, Sarah.
Sarah admitió que ella tampoco podía. Saber que Brock estaba con Marly ya no le
causaba celos ni dolor. No era más que un abrazo, un beso en la mejilla. Era
compartir el vínculo que tenía con sus hermanos y con ella.
—Bien, entonces vamos a darle los regalos. —Sonrió ampliamente, más que un
poco curiosa sobre las reacciones que tendrían los hombres de la casa. Se sentía un
poco traviesa, un poco nerviosa, pero que la condenaran si no estaba esperándolo
con impaciencia.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 24

—¿La Serpiente? —Heather parpadeó hacia el cuidadosamente envuelto juguete


para adultos. El color púrpura oscuro ya era bastante malo. Tenía casi dieciocho
centímetros, delgado y sumamente flexible. Casi a cuatro centímetros de la
acampanada cabeza, en medio del flexible dispositivo, parecía haber un pequeño
motor metálico.
—¿Qué hace? —susurró mientras miraba fijamente a Marly y a Sarah, temerosa de
hablar demasiado alto por si alguien la oía.
Marly rió con delicadeza.
—Vibra —susurró en respuesta, sus ojos completamente abiertos con divertido
atrevimiento.
Heather tragó nerviosamente.
—¿Vibra?
—Uh huh. —Asintieron ambas mujeres.
—¿Por qué? —preguntó entonces, frunciéndoles el ceño mientras la observaban
con expectación.
—¿Por qué vibra? —Sarah la miró sorprendida.
—No. —Dijo Heather lentamente—. ¿Por qué me estáis dando esto?
Sarah y Marly se miraron la una a la otra antes de que Marly suspirara
profundamente.
—Porque a veces Sam necesita un empujoncito para darse cuenta lo gilipollas que
puede ser. —Sonrió—. Además, te hará pasar el rato hasta que él recupere el sentido
común.
—Oh, ¿recuperará el sentido común? —preguntó con curiosidad, sin creérselo de
verdad—. Extraño, no he visto ninguna prueba de ello. —Dejó con cuidado el
empaquetado dildo en la cama.
—Oh, tenemos más. —Sarah rebuscó en la bolsa que había llevado a la habitación.

~124~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—¿Más? —Heather retrocedió un paso, preguntándose qué demonios iban a sacar
esta vez.
—El Conejo11 —explicó Marly mientras le tendía la caja.
Heather miró fijamente escandalizada.
—Chicas tenéis algo con los bichos, ¿no?
Marly suspiró mientras ponía los ojos en blanco.
—Heather, si no quieres los juguetes, no nos sentiremos ofendidas.
Y ella no lo estaría. Heather vio la comprensión, la compasión en los ojos de la
mujer más joven mientras permanecía frente a ella. Exhaló profundamente y se sentó
a los pies de la cama, manteniendo una prudente distancia entre ella y la erótica
“serpiente”.
—No esperaba esto, señoras. —Trató de sonreír mientras, con naturalidad, ellas
arrastraban las sillas desde un lado de la habitación más cerca de la cama.
—Tampoco es algo que estuviéramos esperando exactamente. —Sarah se relajó en
silla de alto respaldo, las manos colgando ligeramente en el borde del reposabrazos—
. Esta situación es única, Heather, como tú sabes. Sam también es importante para
nosotras.
Entonces la sospecha la invadió.
—¿Tienen miedo de que trate de alejar a Sam de ustedes dos? —les preguntó.
La falta de decoro de la conversación era casi ridícula.
Marly sonrió abiertamente. Una sonrisa de tal confianza, tan encantadora
seguridad, que Heather se sintió vagamente avergonzada de ella misma.
—Heather, Sam siempre formará parte de nosotras, incluso si nunca más nos toca.
Cualquier cosa que lo haga feliz, que alivie las sombras de sus ojos, nos hará feliz a
nosotras. No va de sexo. De ninguna manera.
Heather sacudió la cabeza.
—Perdóname, Marly, si me detengo a considerar cuan ridícula se está volviendo
toda esta situación. Eres consciente de que Cade quiere follarme. ¿No? —Una pizca
de enojo atravesó su voz, a pesar de sus intentos por mantenerlo encubierto.
—Heather... —Marly se detuvo y miró hacia Sarah en busca de ayuda.
Sarah movió la cabeza negando mientras una leve risa escapaba de su garganta.

11Tipo de vibrador en general con forma de pene con un pequeño accesorio adherido para estimular el
clítoris. Ese accesorio normalmente tiene la forma de orejas de conejo, de ahí su nombre. (N. de la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Yo no. Tú verás si puedes explicarlo.
—Soy muy consciente, Heather, que Cade quiere follarte —respondió Marly en
voz baja.
Heather estaba sorprendida de que no hubiera celos ni enfado en sus palabras.
Heather observó a las dos mujeres, la confusión aumentando dentro de ella hasta
que ya no pudo aguantar más.
—Marly, él es tu amante —susurró Heather—. Se que lo amas. ¿Por qué lo
permites?
La cabeza de Marly se inclinó mientras volvía la mirada hacia Heather con
curiosidad.
—Sabes que me follo a Sam. Nos viste salir de la limusina, y supiste lo que hice,
Heather. Aún así, no estabas llena de furia. ¿Por qué?
—No hay un compromiso entre nosotros. —Ella negó con la cabeza, levantándose,
rehusando admitir lo que Marly estaba señalando.
—Pero tú lo amas, y no lo puedes negar —apuntó Marly—. Lo vi en tu cara,
Heather. Lo sabías. Lo sabías y por un breve instante los celos llamearon pero algo
los apagó. ¿Por qué?
Heather negó con la cabeza. No podía contestar a eso. No quería contestarlo.
—No estamos aquí para convencerte de nada, Heather —se defendió Sarah—. No
tenemos intenciones de tratar de convencerte de ninguna manera. Te trajimos los
juguetes por dos razones. Una porque sabemos que tienes que estar condenadamente
cachonda. Dos, porque la idea de que los tengas volverá a Sam loco de necesidad.
Hay pocas cosas que lo vuelvan más loco que los juguetes.
Heather se volvió hacia ellas, metiendo las manos en los bolsillos de los tejanos
con nerviosismo mientras las observaba. Estaban relajadas, amistosas. La observaban
con comprensión, con simpatía.
—Lo amo —admitió, sacudiendo la cabeza—. Pero no le rogaré.
—No tienes que hacerlo, Heather —le dijo Marly con amabilidad—. Sam está igual
de enamorado que tú. Pero lo hiere profundamente. Cuando el merodeador te atacó,
puso cicatrices en ti que le recuerdan a Sam, cuando piensa en ellas, su creencia de
que por culpa suya fuiste atacada. Hasta que se ocupe del pasado, hasta que todos
ellos lo hagan, ese dolor siempre estará allí.
—¿Así como el compartir? —Heather encorvó los hombros, luchando con el
estremecimiento que le recorría la espalda al pensar en eso.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—El compartir. —Marly frunció el ceño pensativamente—. No creo que eso
cambie en algún momento, Heather. Si alguna vez los vieras juntos, compartiendo,
comprenderías lo que quiero decir. Son una extensión unos de los otros, así como te
lo digo. Cada uno de sus pensamientos centrado en cualquiera de nosotras con la que
estén. Cada toque, cada beso, hecho para nuestro placer, nuestra satisfacción. No creo
que esto sea a causa del dolor. Pero creo, sin embargo, que alivia el dolor.
No era más de lo que creía Heather.
—Son muy parecidos —masculló.
—En algunos aspectos —estuvo de acuerdo Sarah—. En otros, son completamente
diferentes. Amo a Brock con todo mi corazón y mi alma, Heather. No se si podría
soportar el perderlo. Pero también amo a Sam y a Cade. Va creciendo cuando tú no te
das cuenta, y llegan a ser una parte de ti incluso cuando tratas de separarte de ellos.
No puedes evitarlo. No puedes luchar con hombres que no desean nada más que tu
seguridad, tu felicidad y tu placer.
—Podrían querer fidelidad —dijo en voz baja.
—Pero la tenemos, Heather. —La voz de Marly era baja, aunque llena de
convicción—. Tenemos su completa fidelidad. Cade y Brock no te desearían si Sam
no te amara. Formas parte de Sam, así que también formas parte de ellos. Eso no es
engañar, es amor.
—Es una excusa —suspiró con cansancio.
Las dos mujeres se miraron la una a la otra, luego se pusieron de pie.
—Los juguetes son un regalo. Sin motivo oculto, Heather —dijo Marly, mientras
devolvían las sillas a su lugar cerca de la ventana—. Úsalos o tíralos. Sin embargo,
provocar a Sam con ellos sería bastante malditamente efectivo. —Sonrió
ampliamente—. Si alguna vez, necesitas hablar con nosotras, sabes dónde estamos.
—Heather. —Sarah se volvió hacia ella—. Piénsalo. ¿Es nuestra excusa? ¿O estás
intentando juzgar algo que la convención y la moralidad te han enseñado que está
mal? Piensa en ello en serio, y luego ven y cuéntame dónde está la excusa.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 25

Heather miró fijamente los juguetes después de que las dos mujeres salieran.
Caminaba de un lado al otro en su habitación, inquieta y preocupada hasta que sintió
como si estuviera a punto de volverse loca por eso. Abrió los juguetes e insertó las
baterías requeridas que también le habían dejado. Los lavó, los miró, pero no los usó.
Quería hacerlo. Su coño se apretaba ante ese pensamiento, porque sabía
condenadamente bien que Sam escucharía el característico zumbido a través del
delgado panel de la puerta.
A diferencia de las paredes y las puertas exteriores de la alcoba, la puerta de
comunicación estaba condenadamente cerca de ser tan delgada como el papel. Se
podía escuchar todo a través de ella. Él escucharía, y lo sabría.
¿Vendría a ella? ¿Ella lo querría? Su necesidad corría al mismo nivel que su
orgullo, hasta que apenas pudo soportar la presión. Fue un alivio ir finalmente a
cenar. Hasta que llegó allí. Sam la miró acaloradamente. Por supuesto, él habría
escuchado los juguetes mientras ella los sostenía, sintiendo la vibración bajo el
flexible látex que envolvía los motores.
La conversación fluyó alrededor de la mesa de la cena mientras Rick, Cade y Brock
discutían sobre la falta de pistas del merodeador, y lo cerca que estuvo del área de la
piscina la noche anterior. Sarah y Marly discutían sobre sus citas del día siguiente, y
provocaban a los hombres siempre que la oportunidad se presentaba. Sam estaba
callado. Heather estaba en silencio.
Después que la comida terminó, la familia se retiró a la habitación familiar, y
Heather se escapó hacia la oscura cocina. Una cafetera la esperaba allí, y una noche
solitariamente oscura se extendía delante de ella.
Envió una oración silenciosa de que si las diversiones familiares ocurrían en la
otra habitación ellos por lo menos tuvieran misericordia y bajaran el ruido un poco.
Estaba a punto de perder los nervios, y su nivel de excitación estaba llegando al
punto de ebullición. Si no hacía algo pronto para aliviar la creciente presión de su
coño, entonces iba a explotar. El único problema era, que no estaba segura de cómo
hacer eso. Su Rocket Pocket12 solo parecía transformar la situación en más

12 A esta altura ya saben de que se trata (N. del T.)

~128~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
desesperada, y por su experiencia previa con los vibradores, dudaba que los
consoladores, no importaba lo mucho que se menearan y se retorcieran, la ayudaran.
Silenciosamente inspeccionó las cerraduras de la puerta trasera y las de la ventana
de la cocina, luego se aseguró de que las oscuras cortinas reforzadas con caucho
estuvieran completamente cerradas. El incidente un mes atrás, cuando los vidrios a
prueba de bala se habían hecho añicos, los había aterrorizado a todos, Heather lo
sabía. Ahora no se daban oportunidades.
Razonablemente segura de que la habitación era segura, encendió una pequeña
luz sobre el fregadero después de asegurar las cortinas allí y se preparó una taza de
fuerte café. Un sillón reclinable estaba en la esquina más alejada de la cocina, un
cómodo lugar de descanso para quien custodiara la puerta trasera. En lugar de
sentarse en él, se apoyó contra el mostrador de la cocina y se bebió a sorbos su café
mientras hojeaba una de las revistas de ganadería que había sido dejada allí.
Miró sobre su hombro cuando escuchó el sonido de la puerta al abrirse. Cuando
empezó a darse la vuelta, una gran mano masculina palmeó su trasero
afectuosamente mientras la enorme silueta pasaba a su lado.
—Perdóname.
Ella se volvió mientras Cade buscaba una taza de café en la parte alta del armario
sobre su cabeza.
Su cuerpo grande y musculoso la tenía fijada contra el mostrador mientras sus
caderas se apretaban íntimamente en la parte más baja del abdomen de ella. Allí
podía sentir fácilmente la clara percepción de una gruesa, y completamente erecta
polla.
—¿El café está recién hecho? —Su voz profunda era un áspero gruñido al dirigirle
una ardiente mirada mientras se apartaba de ella.
Ella no sabía si patearle el trasero o poner el grito en el cielo.
—No pruebes mi paciencia, Cade —le espetó en su lugar—. Está extremadamente
baja en este momento.
Él se sirvió el café, luego se apoyó contra el mostrador mientras la miraba. Sus ojos
eran grises, no gris azulados como los de los gemelos. Su cara era más dura, más
cincelada y tenía rasgos de obstinación. No sonreía tanto como lo hacían los otros,
pero con el paso de los meses, Heather había observado como las sombras en sus ojos
parecían aclararse.
—La tuya no es la única —gruñó él—. Sam camina de un lado al otro como un
gato enjaulado.
Ella estrechó sus ojos peligrosamente.

~129~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—No me estarás sugiriendo de nuevo que lo folle.
Tuvo la clara impresión de que la mirada que él le estaba dirigiendo era todo lo
que podía hacer para no poner los ojos en blanco con exasperación.
—No iba a sugerir nada parecido. Cuando él ya no pueda manejar la presión, se
encargará de eso. —Se encogió de hombros.
—¿Eso que significa? —le preguntó ella mientras luchaba por no rechinar los
dientes.
Los labios de él dibujaron una sonrisa.
—Eso significa, Heather, que espero que hayas estado practicando con ese tapón
que sé que él te ha dejado, porque puedes apostar a que desearás haberlo hecho.
La sorpresa se derramó a través de su cuerpo.
—¿Qué pasa con ustedes los hombres y el sexo anal? —le espetó furiosamente—.
Quizás yo creo que esa es solo una salida. No es algo exactamente natural. ¿Y por
qué infiernos siempre estoy discutiendo esto contigo? —siseó, preguntándose si
finalmente también ella estaba perdiendo el juicio—. Me están volviendo loca. —No
iba a reconocerle que lo había hecho en efecto, y que incluso ahora, estaba usando el
pequeño dispositivo.
Él se rió entre dientes. El sonido era rico y caliente, y lleno de excitación. La miró
con aquellos ojos ardientes suyos, la cara dibujaba líneas de sensualidad, y eso casi la
hizo huir. ¿Lo sabía, se preguntó, podía decir de algún modo, que ella estaba usando
el tapón que su hermano le había dado?
—Te acostumbrarás a nosotros con el tiempo —le aseguró, y ella se preguntó si él
tenía alguna idea de lo cerca que estaba de dispararle a todos ellos.
—¿Por qué estás aquí? —le preguntó con exagerada paciencia—. ¿No deberías
estar haciendo la cosa familiar o algo?
El calor de la excitación pareció destellar con más brillo en sus ojos.
—Marly quería relajarse esta noche. Ella ya se fue a la cama.
Eso no respondía a su pregunta.
—¿Y Sarah? —le interrogó, preguntándose si ahora la otra mujer estaba
disfrutando del ardiente toque de Sam.
—Sarah también —sonrió abiertamente—. Ella y Brock acaban de subir.
—¿Dónde está Sam? —No pudo contener la pregunta que se deslizó de sus labios.
Él se apoyó más cerca mientras dejaba la taza en el fregadero detrás de ella, pero
no se apartó cuando hubo terminado. Estaba cerca, tan cerca que ella podía oler la

~130~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
limpia esencia masculina de su cuerpo, tan parecida a la de Sam. Podía cerrar los
ojos, y casi convencerse a sí misma...
—Sam está en la habitación familiar, mirando la televisión —le susurró, los labios
demasiado cerca de los suyos, su pesado cuerpo demasiado caliente, demasiado
tentador.
—Para. —Exhaló una entrecortada respiración mientras se apartaba de él—. Estás
tratando de seducirme.
Los ojos de él se abrieron de par en par mientras se enderezaba.
—En realidad, solo estaba coqueteando un poco. —Sus labios dibujaron una ligera
mueca—. Debo estar envejeciendo, o estoy falto de práctica.
—Eres todo un experto. —le espetó mientras se alejaba de él.
—Pareces asustada. —Él frunció el ceño—. ¿Crees que voy a hacerte daño,
Heather? ¿O a tomar algo de ti que no quieras darme?
Ella negó con la cabeza, luchando contra los imposibles y traidores deseos que se
enroscaban en su útero. Su coño chorreaba de necesidad, contrayéndose por la
excitación mientras él la miraba amenazadoramente.
—No. —Su respiración era áspera, y sabía que él podía ver los deseos que la
arrastraban.
—Ni siquiera intentaré tocarte sin tu permiso, Heather —le prometió, y lo decía en
serio. Podía verlo en sus ojos—. Esto no funciona de ese modo, lo sabes.
—¿Te ha enviado Sam? —Quería parecer furiosa, pero sabía que sólo sonaba
necesitada. Malditos fueran. Todos ellos. Lo que le estaban haciendo a su cuerpo, a
su corazón, debería ser ilegal. Podía ver la necesidad en los ojos de él, su excitación,
su respuesta emocional, y eso estaba desgarrándola. Él no era Sam. Ella amaba a
Sam. No a sus hermanos.
Pero sus pechos estaban hinchándose, sus pezones enhiestos, y entre sus muslos,
su clítoris estaba latiendo por la extraordinaria excitación que se vertía a través de su
cuerpo.
—¿Marly y Sarah te llevaron los juguetes hoy? —le preguntó finalmente con
curiosidad, lanzando su cuerpo más allá de escandalizada confusión.
La cara de Heather se sonrojó. Sabía que todo su cuerpo debía ser ahora de un
perfecto color rojo.
—Eso no es de tu incumbencia —dijo sofocada—. Jesús, Cade. ¿Es que no existe
ningún tipo de privacidad en esta condenada casa?

~131~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Cruzó los brazos sobre sus pechos, rezando por esconder el desesperado
endurecimiento de sus pezones.
—Si necesitas averiguar como se usan puedo ayudarte —le ofreció.
Heather se atragantó con una estrangulada maldición cuando él se acercó un poco
más. Se preguntó si él podía ver el vapor que debía estar echando su coño.
—Estoy segura que puedo averiguarlo —jadeó finalmente—. Ve a mirar televisión
o lo que sea. —Le dio la espalda y habría puesto la distancia de la habitación entre
ellos si él no hubiera le pasado el brazo suavemente alrededor de la cintura.
No ejercía presión, pero ella era tan condenadamente débil que él no tuvo que
hacerlo. Luchó por respirar mientras sentía su erección contra la parte baja de su
espalda, y los labios de él en su cuello
—Primero empújalo dentro de ti, Heather. Luego alinea esas pequeñas orejas para
sujetar tu clítoris entre ellas. Cuando lo enciendas, el vibrador se moverá y doblará
dentro de ti como si girara en pequeños círculos. Las pequeñas perlas de la base
giraran y golpearan alrededor, estimulando tu tierna abertura y abriéndola, ¿y las
orejas? —Sus dientes le rozaron el cuello—. Esas pequeñas orejas pulsaran y
masajearan tu clítoris cuando tus caderas se retuerzan y se sacudan, acercándote al
orgasmo.
La mano de él tiró de su camiseta para sacarla de los vaqueros cuando la puerta se
abrió de nuevo y Sam entró despacio en la cocina. Heather susurró su nombre,
aterrada ahora, atrapada por su hermano y las eróticas palabras que se derramaban
de su boca mientras él le levantaba la camiseta del abdomen, y Sam, que lo observaba
todo, con sus ojos que se oscurecían, sus pantalones de chándal se elevaban con su
propia erección mientras observaba las manos de su hermano.
Manos que arrastraron su camiseta a los largo de su cuerpo hasta que los llenos
montículos de sus pechos encontraron el aire fresco de la tenuemente iluminada
cocina. Estaba luchando por respirar, sus ojos entrelazados con los de Sam, una
súplica en sus labios, pero era incapaz de forzar fuera las palabras.
Las manos de Cade le acunaron los pechos mientras Sam se acercaba un poco más.
—El vibrador te follará lenta y suavemente, estirando tu apretada vagina, Heather
—continuó Cade—. No es tan grande como lo somos nosotros, o tan largo, pero
logrará prepararte. Cuando llegues al clímax, tu cuerpo se apretará, la sensación
arrasando a través de tu útero...
—Oh Dios mío. —Se arqueó mientras la cabeza de Sam bajaba hacia uno de los
maduros pechos que Cade estaba acunando y dirigiendo hacia su boca.
Estaba indefensa, capturada, atrapada por la sensualidad del acto mientras la boca
de Sam cubría el caliente, y ansioso pico, la lengua rozándole el pezón mientras su

~132~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
boca comenzaba a utilizarla con un firme movimiento de succión. Las manos de ella
subieron hasta la cabeza de Sam, sin estar segura de empujarlo lejos o tirarlo más
cerca. Pero fue incapaz de hacer nada. Él cogió sus manos, atrapándolas con una de
las suyas más grande mientras los dedos de la otra iban hacia los vaqueros de ella.
Los gemidos de ella invadieron la habitación cuando los dedos de él abrieron los
botones.
—Piénsalo, Heather —susurró Cade sensualmente, su voz gruesa y áspera—. Y
después de eso, Sam superará su obstinación, y te pondrá sobre tu estómago. —Las
manos de Sam se colaron por la abertura de sus vaqueros—. Y tendrás ese Conejo
atrapado dentro de ti. —Los dedos de Sam rozaron su hinchado clítoris—. Y
mientras eso te esté follando agradable y suavemente, él empujará su polla en tu
apretado trasero, haciendo que las sensaciones se multipliquen... —Ella gritó
desesperada cuando Sam empujó dos dedos profundamente dentro de su húmedo
coño.
Ella se hizo añicos. El orgasmo que rompía través de su cuerpo la hizo ponerse de
puntillas mientras los dedos de él se retorcían dentro de ella, con la boca sobre su
pecho, la lengua volando sobre su firme pezón. La habitación se oscureció mientras
sus ojos se nublaban, su cuerpo sacudiéndose y estremeciéndose mientras la
explosión sacudía cada célula de su interior.
Atrapada entre los dos hombres mientras sus manos la tocaban, los labios en su
piel, el fuego corriendo a través de sus venas, solo pudo gritar el nombre de Sam.
Tembló, su cuerpo se estremeció espasmódicamente. Sentía como su liberación se
derramaba sobre sus dedos mientras sus piernas se apretaban, su coño ordeñaba los
dedos que la follaban, haciéndole perder el juicio.
Cuando todo terminó, eran los brazos de Sam los que la arrastraron cerca, sus
labios le susurraban frases consoladoras al oído, sus manos le recorrían gentilmente
la espalda.
—Ven a mí, Heather, cuando estés lista —gruñó, su voz dura, tensa por su propia
excitación insatisfecha—. Pero no esperes a que sea condenadamente tarde, o podría
ser yo quien venga a por ti. Y cuando lo haga, podría estar fuera de control.
La guió hacia el sillón reclinable, y la sentó gentilmente mientras besaba sus labios.
Una suave, y tierna caricia, antes de volverse y salir lentamente de la habitación.
Heather pestañeó, luego miró fijamente a Cade que estaba parado cerca de la puerta
oscilante.
—Es tu regalo para dar, Heather. Él no te lo quitará. Pero podrías encontrar que
conseguirás a cambio un infierno mucho peor de lo que nunca has creído posible.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 26

Las tres de la mañana era un infierno de hora, pensó Heather mientras subía
cansadamente las escaleras. Después de que Sam y Cade hubiesen dejado la cocina,
la noche había estado tranquila, dejándola reflexionar sobre los acontecimientos que
habían destruido muchas de sus creencias y permitiéndole luchar contra el
conocimiento interior de que ella era un caso perdido por lo que a Sam y a sus
hermanos concernía.
Conocía la historia de los hombres, sabía de los abusos que habían sufrido, y ahora
sufría por Sam. Pero había algo tan oscuro y solitario dentro de él. Sacudió la cabeza;
no podía dar con ello. Algo estaba rabiando dentro de él que casi la asustaba. Como
si luchase contra sí mismo tanto como contra el pasado.
Se pasó cansadamente los dedos por el pelo y paseó por la habitación, cerrando la
puerta detrás de ella. Echó un vistazo a la puerta al otro lado de la habitación.
Conducía a la habitación de Sam. Interconectando las habitaciones.
Permaneció de pie y contempló la puerta. No estaba cerrada como la había dejado
antes. Estaba lo bastante abierta como para que ella supiese que la oferta estaba allí.
La contempló sombríamente, preguntándose si se atrevería.
Se lamió los labios y sacudió la cabeza cansadamente. ¡Cabrón! No se lo estaba
poniendo nada fácil. Haz esto, haz lo otro. Como si ella no tuviese ni idea, y no
estuviera lo más mínimo preparada para él. Resopló silenciosamente. Había sabido
durante meses lo que estaba llegando, y había luchado para prepararse para ello.
Marly y Sarah habían ayudado un poco. Aquellas dos mujeres la asombraban.
Se desnudó, sus ojos cerrándose mientras se quitaba los vaqueros, sintiendo el
tapón anal que había insertado antes mientras sus músculos se apretaban alrededor
de él. El sentimiento erótico y travieso de llevar puesto el dispositivo casi la había
vuelto loca en la cocina con los dos hombres.
Heather se preguntó lo que él habría pensado, lo que habría hecho si hubiese
sabido que lo que había amenazado con hacerle, ya se lo había hecho ella misma.
Sacudiendo la cabeza al pensarlo, se dirigió al cuarto de baño y se lo quitó. La
sensual sensación del tapón deslizándose por su estirado ano hizo palpitar su coño.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Cerró los ojos, preguntándose cómo se sentiría Sam, su polla latiendo, abriéndose
camino dentro y fuera de ella como había amenazado innumerables veces.
Lavó el dispositivo, sonriendo un poco pesarosa mientras dejaba el cuarto de baño
y se dirigía a la cómoda. Guardó el artículo y se dirigió hacia la cama. Entonces se
paró, frunciendo el ceño, desconcertada.
—No... —El sonido llegó otra vez, un gemido de dolor, de rabia.
Heather tembló. La voz de Sam sonaba desgarrada, enfurecida, llena de
incredulidad mientras luchaba contra las pesadillas otra vez. Su cuerpo se tensó
mientras se giraba hacia la puerta. Sabía lo que pasaría. Él rabiaría y gritaría,
sacándose el mismo del sueño y saliendo de la casa después. Rick tendría que
rastrearle, buscarle, de otra manera podría escaparse y dirigirse hacia la oscuridad
campo a través.
Se puso la bata, moviéndose rápidamente hacia la puerta.
—Tanta sangre... —La voz de él sonaba forzada, atormentada, mientras atravesaba
la entrada—. ¡Oh Dios! Cade, ¿qué he hecho? ¿Qué he hecho Cade?... No... No,
Cade... ¡NO!
Se retorció en la cama; las mantas apartadas a patadas lejos de su cuerpo desnudo
mientras luchaba con cualesquiera que fueran los demonios que frecuentaban sus
pesadillas.
—Demasiada sangre... —lanzó un grito otra vez—. ¡Oh Dios! Cade esto duele...
Se retorció, su voz rugía, luchando con los recuerdos, con el horror del pasado.
—Cade... demasiada sangre... —gritó las palabras otra vez.
Heather se acercó a la cama, la luz de la lámpara de noche era débil, pero jadeó de
horror por lo que vio. Cicatrices, cicatrices inimaginables marcaban su cuerpo desde
su abdomen hasta sus muslos. Delgadas erosiones, entrecruzándose. Tragó
fuertemente, preguntándose qué podría haberle cortado tan profundamente, y aún
así con semejante precisión como para dejar tales cicatrices. Lo había visto desnudo
antes, pero nunca así, mientras estaba indefenso. Y comprendió que aunque nunca
había tratado de esconder su erección de ella, siempre había procurado que las
cicatrices no estuvieran tan visibles.
—No. —Golpeó la cama—. No, cabrón. Lo hice. Lo hice...
Heather lanzó un grito, echándose atrás cuando se levantó de la cama, su mano le
agarró la muñeca y la acercó a él.
—¿Sam? —Ella lanzó un grito cuando sus ojos, casi negros por el dolor y el shock
miraron los de ella.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
La mano de Sam apretó su muñeca mientras él parpadeaba, la transpiración cubría
su cuerpo mientras el aire alrededor de ellos se espesaba con la tensión. Heather se
estremeció cuando lo miró, preguntándose cómo demonios había permanecido
cuerdo con la fuerza de las pesadillas obsesionándolo.
—Sam. —Ella extendió la mano libre para tocar su cara.
—No. —Él le agarró la muñeca, sosteniéndola lejos de él, mirándola fijamente
como si no estuviese seguro de por qué ella estaba allí, o lo que quería.
—Tenías una pesadilla. —Tragó fuertemente, lamiendo sus labios con la nerviosa
conciencia del calor sexual que empezaba a aumentar en la expresión de él.
Sintió que sus pechos se ponían pesados, hinchándose mientras la mirada de Sam
iba a ellos. Su cara se sonrojó cuando los pezones se endurecieron bajo su mirada,
sintiendo su interés incluso a través de la fresca seda de su bata. Su cuerpo se
ruborizó, su coño calentándose y humedeciéndose.
—Heather. —Las manos de Sam se tensaron en sus muñecas—. Lo siento.
—¿Sam? —Vio la resolución llenar su expresión, triste y caliente, desesperada.
La tensión sexual los envolvió, y cuando la mirada de ella vaciló a su regazo vio la
hinchazón de su polla, engrosándose ante sus ojos. Trató de sacar las muñecas de su
agarre, de repente nerviosa, insegura. Sam era muy peligroso después de las
pesadillas, y aunque nunca se había sabido que hubiese hecho daño a Marly o a
Sarah cuando las pesadillas rabiaban en su interior, sabía que su sexualidad estaba en
su nivel más alto.
—Te necesito. —Su voz era ronca, hambrienta y aún sombreada por el horror.
—Sam —ella jadeó su nombre cuando la tiró a la cama, liberando una de sus
muñecas lo suficiente como para transferirla a la otra mano mientras liberaba el flojo
nudo de su bata.
La tiró a través de su regazo y ella luchó por equilibrarse. La bata casi fue
desgarrada de su cuerpo mientras él estiraba la mano hacia la mesita de noche,
hurgando en un cajón mientras Heather luchaba por alejarse de él.
—No. —Su mano se apretó contra la parte baja de la espalda de ella—. Estate
quieta. Por amor de Dios, estate quieta, Heather. Por favor.
Luchó contra él, no estaba asustada, pero sí reacia a rendirse a lo que él necesitaba.
Todos se rendían a lo que Sam necesitaba. Lo mimaban y consentían, y trataban de
aliviar los recuerdos y las pesadillas que sólo crecían con los años.
Heather rechazaba mimar, o rendirse. Sabía que tomarle no sería fácil. Sabía lo que
quería, lo que necesitaba y sabía la dura cabalgada que recibiría en el trato. Pero

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
estaba decidida a romper la rabia que crecía en el alma de él. Si tenía que luchar
contra él para hacerlo, entonces por Dios que lucharía.
Empujaba contra la cama, luchando por ponerse de rodillas, cuando la mano de él
aterrizó en la mejilla de su culo. Heather se paralizó por el shock. No en shock por lo
que él había hecho, sino por el destello de placer que la golpeó más agudamente que
su mano.
—Estate quieta. —Sam se movió, tirándola sobre el estómago en la cama.
Antes de que pudiese luchar para apartarse y hacer algo más que ponerse de
rodillas, él estaba allí. Sus manos la agarraron por las muñecas, estirándolas hasta
que pudo atar primero una y después la otra a los pesados postes de la cama con las
sujeciones de cuero que obviamente él había traído de vuelta a su habitación.
Las largas correas con sus muñequeras fueron aseguradas rápidamente, los
estrangulados gritos de ultraje de ella hacían poco por desalentarle mientras Sam se
dirigía a sus pies. El entusiasmo corría por su cuerpo, aunque ella luchase contra él,
lo empujase, luchando para impedirle retener sus piernas también. No se rendiría.
No se entregaría. A pesar de sus poco entusiastas luchas, él logró sujetar las
restricciones de cuero en sus tobillos y atarlas a los postes a los pies de la cama.
Luego su mano fue entre sus muslos. Ella lanzó un grito cuando los dedos de él se
deslizaron por los pliegues de su coño, recogiendo la espesa crema que fluía de su
vagina. La prueba de que estaba excitada; de que lo que Sam estaba haciendo era lo
más emocionante que le había pasado en la vida.
Solo había la suficiente holgura en las correas que retenían sus tobillos para
permitirle elevar las caderas. Se apretó más contra el colchón, luchando por escapar
de sus dedos mientras oía la respiración de él, áspera y pesada detrás de ella.
—Te lo dije, aléjate después de las pesadillas, Heather. —Su voz sonaba
entrecortada, jadeando mientras se inclinaba sobre ella—. Te lo advertí, y tú igual
viniste.
—Déjame ir, Sam. —Se sacudió mientras sentía su polla empujando entre sus
muslos—. No conseguirás lo que quieres de esta manera.
—¿De verdad? —Sus labios estaban en el oído de ella, respirando pesadamente,
calientes mientras se movían hacia su cuello.
Luchó contra el insidioso placer mientras él besaba la piel sensible entre el hombro
y el cuello.
—Te necesito. —Lamió su piel, su mano acariciándole el costado acariciando las
curvas de sus pechos—. Te necesito, Heather. Más de lo que te imaginas.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Los ojos de ella siguieron al brazo de él mientras lo extendía a su costado,
abriéndolos como platos cuando él agarró el tubo de lubricante de la mesilla de
noche.
—Sam. —Luchó contra las restricciones, sabiendo lo que iba a pasar, de repente
nerviosa y preocupada por su capacidad de aceptar la invasión.
Mientras él retrocedía, su mano libre se deslizó sobre la espalda de ella, por la
curva de su culo, luego hacia dentro, más cerca, moviéndose inexorablemente hacia
la entrada de su ano.

Capítulo 27

Sam estaba a punto de perder el juicio y lo sabía. Como siempre, las pesadillas,
brumosas e inciertas, lo dejaban desestabilizado, luchando por algo a lo que
aferrarse, algo para luchar contra los demonios que lo rondaban. Y de repente, en
medio de la pesadilla, estaba Heather. Oliendo a romance y deseo, suave, satinada y
cálida, tentándolo más allá de lo que su frágil control podía soportar.
Bajó la mirada hacia ella, observando su trasero flexionado mientras luchaba
contra las restricciones, escuchando sus susurrados lamentos, sabiendo que la
excitación los llenaba. Podía oler su calor como una lluvia de media noche, sentirlo
fluir desde su pequeño coño apretado abajo. Pero ahora necesitaba mucho más.
Necesitaba algo más oscuro, más erótico, una aceptación, una sumisión que solo
podía venir de un acto.
Abrió de golpe la tapa del tubo de lubricante, y untó una gran cantidad en sus
dedos. Luego con la otra mano, separó sus nalgas mientras extendía sus rodillas,
forzándolos bajo los muslos de ella, obligándola a levantar las curvas suaves de su
trasero más cerca de él.
Miró fijamente la pequeña entrada, sorprendido. Estaba enrojecida, ligeramente
relajada, mostrando la evidencia de haber sido estirada recientemente durante algo
más que unos pocos segundos. Ella había estado llevando un tapón. Tragó saliva con
dificultad. Dios Santo, ¿lo había llevado más temprano y él no lo había notado?
Observó, extasiado, mientras sus propios dedos se movían por la flexible entrada.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Sam... —Su lamento era de renuente excitación cuando el gel refrescante tocó la
acalorada área.
—Tan bonito. —Su propia voz era gutural, apenas si podía controlar su lujuria
mientras se esforzaba por prepararla con delicadeza.
Si ella se hubiera apartado de él, si hubiera hecho algo más que gemir su nombre y
echarse hacia atrás contra sus dedos invasores, entonces podría haberse detenido,
podría haber detenido la vertiginosa perdida de control que se levantaba a través de
él.
Pero solo pudo mirar, torturado, mientras empujaba dos dedos contra el pequeño
capullo. Lo abrió, extendiéndolo reticentemente mientras ella corcoveaba contra él
como si se apartara, jadeando, clamando su nombre.
Su polla era gruesa y dura, latiendo en creciente demanda mientras ella se retorcía
bajo su toque.
—No, no luches contra mí. —Siguió sus movimientos, observando, la boca se le
hacía agua mientras sus dedos se enterraban en las apretadas, tan condenadamente
apretadas, profundidades de su ano.
Ella se apretó contra él, los músculos forcejeando por aceptar la intrusión mientras
él se retiraba, luego presionaba más profundo. Ella se revolvió, tensándose contra él,
pero tomándolo mientras él trabajaba con sus dedos dentro del ardiente calor de su
culo.
Con la otra mano, untó torpemente más lubricante del tubo, sobre la gruesa
longitud de su polla. Cuando una larga línea del espeso y fresco gel había sido
aplicada, echó el tubo a un lado. Frotó el gel sobre su polla mientras observaba, sin
apartar nunca los ojos de la visión de su tierna entrada trasera abriéndose alrededor
de sus dedos, mientras la follaba lentamente con ellos.
—Sam, estás matándome. —Estaba luchando por respirar, su voz débil por la
excitación y el increíble deseo. Lo deseaba, deseaba su posesión. Solo a él. Esta no era
Marly o Sarah, quienes lo tomaban por las necesidades de sus hermanos; esta era
Heather, quien lo tomaba por ella misma.
—Siente lo bueno que es, Heather —susurró él desesperadamente—. Prohibido y
caliente, con solo un toque de dolor, solo lo suficiente fuerte para permitirte saber
que estás viva, y lo que necesitas. —Empujó sus dedos más profundo, observando
como lo aceptaba, su cuerpo se estremecía mientras el placer ondeaba sobre él.
Cuando los retiró, agregó un tercer dedo. Ella gritó mientras él los empujaba en su
interior. Su culo se estiró y él gruñó, imaginando el asimiento de los músculos,
alrededor de su polla mientras la tomaba. Ella dio un tirón como si se apartara de él,
las caderas sacudiéndose, los muslos temblando mientras luchaba contra él. Pero lo

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
tomó. La folló lenta y suavemente con sus dedos, imaginando, sabiendo el exquisitito
placer que venía.
Seguro de que estaba lista, sabiendo que si tenía que esperar un momento más
podría perder todo el sentido de control, retiró sus dedos, liberándose de ella
mientras sus manos la agarraban por las caderas, manteniéndola quieta mientras se
arrodillaba detrás de ella.
—Necesito esto —gruñó él—. Primero esto, Heather. —Su polla hizo presión en su
preparada abertura.
—¿Por qué? —gritó ella—. Dime por qué, Sam.
Él sacudió la cabeza, luchando con la respuesta. No podía responderle, no podía
transmitir la necesidad con palabras. En su lugar, observó. Observó como su erección
presionaba contra el pequeño agujero, forzándolo a florecer al abrirse, a estirarse
para tomar la hinchada cabeza.
—Sam. —El miedo en su voz lo detuvo de repente—. Sam, por favor no me hagas
daño.
Oh Dios, no. No, no me hagas daño... Sam agitó la cabeza, luchando contra las
retorcidas pesadillas que buscaban liberarse.
La miró, vio como su apretado agujero se abría fácilmente, estirándose alrededor
de él.
—No te haré daño —dijo él casi sin resuello. No podía herirla. Si la hería, ¿qué
sentido tenía? Tenía que reemplazar los horrendos recuerdos con placer, solo
entonces se aliviaban. Solo entonces recuperaría el control que necesitaba tan
desesperadamente.
—Sam, ¿por qué? —Se abrió más, y Sam hizo una mueca mientras la mitad de la
cabeza se enterraba dentro de ella. Estaba caliente, tan condenadamente caliente y
ceñida que todo lo que deseó hacer fue clavarse tan profundo y tan duro dentro de
ella como podía. Las cicatrices en la cabeza y eje de su polla hacían poco por atenuar
el placer que era encontrado en un caliente y apretado ano. El mordisco de los
apretados músculos sobre su carne era exquisito, las sensaciones demasiado
escandalosamente excitantes para ser negadas.
—Detente, nena. —Agarró sus caderas mientras ella intentaba apartarse de él otra
vez—. Por favor, por favor, Heather. Quédate quieta.
—¿Por qué? —Ella logró sacudirse a un lado, escapando de la invasión que él
había empezado.
—No. —La trajo de vuelta de un tirón, manteniéndola quieta mientras empujaba
de nuevo hacia delante—. Maldita seas, Heather, deseas esto. Sé que es así.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Quiero saber por qué. —Su espalda se arqueó cuando él empujó la ardiente
cabeza de su polla dentro de su culo con un desesperado movimiento de sus caderas.
Él rechinó los dientes, sintiendo como perdía el control.
—Detente. —Le dio una palmada en el trasero mientras ella se sacudía de nuevo,
casi liberándose de él. Observó como los músculos de ella se retorcían por la pequeña
caricia punzante y escuchó su jadeo de placer—. Por favor Dios, Heather. Por favor.
Toma el placer, nena. Tómalo, así yo puedo olvidarme del dolor.
Las palabras que salieron de la boca de él penetraron en su cerebro. La conmoción
de eso, destruyó cualquier rastro de control que él podría haber poseído. Un lamento
desgarrado, cargado de dolor y rabia, salió expulsado de su pecho mientras se
incrustaba dentro del ano de ella. Duro y profundo. El calor instantáneo, como fuego
en su polla, se apretó alrededor de él, acariciándolo mientras ella gritaba bajo él,
luchando por aceptar la completa y gruesa longitud de su polla enterrada en sus
tiernas profundidades.
La espalda de ella se arqueó y la cabeza se sacudió, mientras los largos mechones
de su cabello ondeaban sobre su espalda.
—Sam... —Él sabía que el áspero sonido vibraba con el sorprendente placer/dolor
de su entrada.
La sombría y primitiva lujuria se disparó a través de las venas de él mientras ella
lo tomaba. El grito de ella fue de intensa excitación. El punto donde todo se elevaba,
mezclándose y ardiendo de calor. No podía detenerse, no podía contener su
necesidad. Se echó para atrás, mirando como su polla se liberaba del apretado
agujero estirado de ella luego empujó duro y profundo. Una y otra vez. Observaba
como la carne de ella se estiraba por él, escuchaba sus gritos haciendo eco alrededor
de él, y se sentía en el cielo y el infierno por su aceptación.
Luego se inclinó sobre ella; perdida la razón, solo placer, solo el calor candente de
su culo aferrándole la polla, significaba algo. Las caderas de él se movieron mientras
impulsaba su erección dentro de ella, empujando a través del sensible tejido,
sintiéndolo estirarse, tensándose para aferrar al invasor que lo tomaba tan
rudamente.
Él estaba gimiendo mientras sus empujones se tornaban más duros, más rápidos.
Podía escuchar a Heather gritando bajo él, clamando su nombre, suplicándole,
presionándose contra él mientras la follaba con duras y furiosas estocadas. Latió,
pulsó. Metió apresuradamente la mano debajo de las caderas de ella, los temblorosos
dedos encontraron el duro e hinchado nudo de su clítoris, mientras empezaba a
profundizar sus estocadas.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Las caderas de ella estaban sacudiéndose, follándolo a su vez mientras el suave
jarabe que fluía de su coño cubría los dedos de él y su clítoris. Ella estaba tomándolo,
amándolo, aceptándolo. La lujuria arañó sus costados entonces, el escroto
apretándose por la excitación, y mientras acariciaba el clítoris de Heather, sintió el
clímax que se desgarraba inesperadamente a través del cuerpo de ella.
Un aullido desagarró su garganta mientras la agarraba por las caderas, se puso
sobre ella y empezó a follarla con vigorosas estocadas. No podía detenerse, no podía
controlar la poderosa lujuria que bullía a través de su polla. Cuando su clímax llegó,
fue como una candente muerte. Rayos se desgarraron a través de su polla y su
cuerpo, mientras se enterraba una última vez en las apretadas profundidades del ano
de ella y sentía como su semilla explotaba desde la punta de su erección.
Un pulso explosivo después de otro se desgarró a través de su cuerpo mientras el
ano de ella se apretaba a su alrededor con cada chorro liberado. Los músculos de ella
mordieron su polla, ordeñándola, succionando la semilla hasta que solo pudo yacer
contra ella, estremeciéndose con cada latigazo de ardiente placer, jadeando para
respirar, y comprendiendo que con cada jadeo apagado soltaba el nombre de ella.
Largo tiempo después encontró la fuerza para apartarse, para observar con
aturdido placer como su polla aún erecta, se retiraba del tierno y bien follado culo de
ella. El pequeño agujero ahora estaba cubierto con la crema de él. El cuerpo de ella lo
sostenía en su interior, aceptándolo, una parte de él se mantenía dentro de ella, al
menos por ahora.
Ella aún yacía contra el colchón, la respiración laboriosa, su pequeño cuerpo
estremeciéndose mientras él le quitaba las esposas de las muñecas y los tobillos que
la habían sujetado en la cama. Sus manos acariciaron las frágiles muñecas, pasando la
mano sobre la piel que las acolchadas esposas habían mantenido aprisionada.
Estaban ligeramente enrojecidas, prueba de que ella había luchado contra las
restricciones, había luchado por ser libre. ¿Libre de él? ¿O libre para tocarlo? La
amargura quemó su alma cuando comprendió que tenía miedo de conocer la
respuesta.
Mientras ella yacía allí, se dirigió hacia el baño, mojando un paño y limpiándose,
antes de mojar otro y regresar a la alcoba.
Ella todavía yacía allí, la transpiración cubría su cuerpo cuando se sentó a su lado.
Sus manos eran tiernas mientras la limpiaba, le dolía el corazón de arrepentimiento
cuando vislumbró los ligeros cardenales que ahora teñían sus nalgas y sus esbeltas
caderas.
Agitó la cabeza, luchando contra la rabia que parecía construirse solo ahora. Se
levantó de la cama, recogió de un tirón sus pantalones y salió a la carrera de la
habitación. Que Dios lo ayudara, le había hecho daño. Tenía que haberle hecho daño.

~142~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Sam. —Su voz sorprendida y ligeramente enfadada lo siguió desde la
habitación. La áspera confusión que llenaba su nombre cuando lo llamó, instándolo a
darse la vuelta, a regresar a ella. Pero no podía. No podía mirarla a la cara, no podía
enfrentar la posibilidad del odio, la posibilidad de que finalmente hubiera cruzado la
línea que lo había aterrorizado durante años.
Las voces palpitaron en su cabeza, el recuerdo del olor de la sangre invadiéndolo
mientras sus puños se apretaban y los remanentes de terror se aferraban a los bordes
de su mente. Bajó corriendo las escaleras, tiró de la puerta para abrirla, e ignoró la
sorprendida voz del guardaespaldas mientras se internaba en la noche.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 28

—Hijo de perra. —Heather se puso de pie, recogiendo su bata del suelo y


metiendo los brazos rápidamente a través de ella, mientras escuchaba la puerta
principal cerrándose de golpe—. Lo mataré. Juro por Dios que esta vez, lo mataré yo
misma.
La rabia crecía en su interior, mezclándose con una excitación tan desesperada, tan
caliente, que podía sentir los jugos de su coño goteando en sus muslos. Él la había
dejado de nuevo. Había dejado su cuerpo rabiando, en llamas, tan condenadamente
caliente que sentía como si su coño estuviera ampollado por la necesidad.
Corrió a su alcoba, echó mano al arma en su cómoda y luego salió corriendo por la
puerta. Rechinó los dientes cuando se encontró con Cade y Brock en el pasillo,
apenas vestidos, sus expresiones preocupadas mientras se dirigían hacia las
escaleras.
—Heather. —Cade la agarró por el brazo cuando ella pasó a su lado—. ¿Qué
demonios sucedió?
Su cara estaba marcada con la aflicción y dolor. En sus ojos vio las mismas
sombras, desoladoras y oscuras, que llenaban los de Sam.
—Él no te necesita —soltó ella, sabiendo lo que ocurría usualmente después de las
pesadillas, la lujuria y el quebradizo dolor de los tres hombres tomando forma,
juntándose y luchando por encontrar alivio en el cuerpo de sus mujeres. Juntos.
Siempre juntos, como si compartiendo la lujuria, pudieran aliviar los recuerdos del
dolor.
—Lo sabes bien, Heather. —Marly estaba de pie en la puerta del dormitorio,
observando como ella confrontaba a los dos hermanos—. Has visto suficiente para
comprender que es lo que él necesita.
—No. —Su mano cortó a través del aire mientras se alejaba de Cade—. Él no
necesita su protección. No es un niño.
—Maldito jodido infierno, no sabes lo que estás haciendo. —La voz de Cade era
desesperada, su expresión tensa y feroz cuando la miró.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Deja de intentar protegerlo, Cade. —Heather se enfrentó al hombre mayor,
viendo tanto de Sam en él que su excitación solo se incrementó. Sabía
condenadamente bien lo que ellos creían que aliviaría el horror que dominaba a Sam.
Sabía lo que querían y como sucedería. Pero que la condenaran si iba a pasar esta
noche—. Tú sobreprotección lo está matando, ¿no puedes verlo? —Su voz se elevó
mientras luchaba por hacerlo entender. Por lograr que todos ellos entendieran—.
Estás mimándolo, dándole lo que necesita para esconderse de cualquier cosa que lo
haga sufrir. Él tiene que enfrentarlo, y necesita enfrentarlo ahora, antes de que ese
maldito merodeador logre acercarse a él más de lo que ya lo hace.
Cade palideció. Lo miró, sorprendida, repentinamente aterrada mientras perdía el
color en la cara y el rechazo llenaba su expresión.
—Escúchame. —La agarró por el brazo de nuevo, arrastrándola más cerca
mientras la miraba fijamente, la feroz mirada, ardía en su demanda—. No quieres
esto, Heather. No quieres hacerlo recordar, ¿me entiendes? Sam no recuerda los
malditos detalles. Sueña con eso, sabe lo que pasó, pero no lo recuerda, y por Dios no
permitiré que lo obligues a hacerlo.
Los ojos de Heather se abrieron de par en par mientras su propia furia ardía.
—¿Qué demonios te hace pensar que él puede sobrevivir así, Cade? —le gritó,
echándose hacia atrás, apartando su brazo del asimiento—. ¿Cuánto tiempo crees
que puede resistir el veneno que se está extendiendo en su mente? Por el amor de
Dios, ¿no sabes algo más que tratar de suprimir esos recuerdos?
Pero ellos no sabían de qué hablaba. Lo vio en las caras de Cade y Brock, de la
misma manera en que vio la confusión en las caras de Marly y Sarah.
—Dios mío —susurró—. Lo han fomentado. Todos estos años, lo han animado a
esconderse. Has ayudado a que ese monstruo se enconara en su mente como un
maldito cáncer.
La incredulidad la invadió. Sacudió la cabeza, alejándose de ellos, aterrada de que
ahora Sam se enfrentara a algo a lo que nunca podría sobrevivir. Se había escondido
del dolor durante una década. Luchado contra los recuerdos, y la curación que
necesitaba para darle sentido a la vida que vivía ahora. Que era por lo que siempre
parecía tan amargado, tan incapaz de aceptar que Marly o Sarah pudieran encontrar
placer en el abrazo de los tres hombres.
—¿Qué han hecho? —Se llevó una mano a la frente, agitando la cabeza mientras
miraba fijamente a Cade y a Brock, y luego a Marly—. ¿Qué le han hecho, Marly?
La compasión y la preocupación marcaban los rasgos soñolientos de la otra mujer.
—Lo que haya sido, Heather, fue hecho para protegerlo cuando él necesitaba
protección. De eso no hay duda.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Marly —susurró—. Tuvo que atarme. Tuvo que dominarme para asegurarse
que no me haría daño. —Estaba temblando de rabia por su propio dolor—. Ni
siquiera pudo tomarme normalmente. Tuvo que follar mi culo para asegurarse de
que me controlaba, que se podía controlar a sí mismo. ¿Es esa la maldita protección?
Estaba temblando con las implicaciones de lo que Sam enfrentaba ahora. El dolor
surgió a través de su cuerpo, aplastando su deseo, aplastando sus sentidos. ¿Cómo
había soportado el dolor que ella sabía que él había enfrentado? ¿Cómo había
seguido estando cuerdo todos estos años, luchando con los recuerdos, luchando con
esa verdad que yacía dentro de sus recuerdos? Una verdad que ahora lo estaba
destruyendo lentamente.
—Sam no te hará daño... —Brock negó con la cabeza—. Lo encontraremos...
—Y un infierno que lo harán. —Agarró el arma en su mano fuertemente—. Si van
detrás de él, te dispararé yo misma. —Su garganta se sentía rota por la emoción que
la abrasaba, enronquecía su voz y agitaba su cuerpo.
—Demonios. —Cade le lanzó una amarga mirada antes de que sus músculos se
tensaran y empezara a andar hacia las escaleras.
—No lo creo. —Antes de que él pudiera detenerla, antes de que Heather fuera
consciente de sus propias intenciones, se había puesto delante de él, poniendo su
arrebatado cuerpo contra el suyo, la punta de su arma presionando fuerte y
decididamente bajo su mandíbula.
Heather no sabía quien estaba más sorprendido por la acción, ella o los hombres.
Cade la miró fijamente con arrogante furia, los ojos entrecerrados, el cuerpo firme y
furioso mientras Marly gritaba detrás de él.
—Estás jugando un juego muy peligroso —le advirtió él oscuramente, su polla se
apretaba contra la plana superficie de su estómago—. Un juego muy peligroso,
Heather.
Ella gruñó en su cara.
—Él es mío, Cade. Todo mío, y que me condenen si voy a permitir que sigan
ayudándole a esconderse más tiempo. Él no va a usarme jodidamente como si fuera
un maldito minusválido emocional. Y no va a usarlos a ustedes tampoco.
Los ojos de él se estrecharon.
—Ve tras él entonces —la desafió rudamente—. Continúa, Heather. Mira si puedes
resistir su dolor. Mira si tu corazón puede tomar lo que hemos luchado tanto por
aliviar en él. Y te prometo, que llegará el día en el que pagarás por apuntarme con un
arma.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
La amenaza podría haber pesado más si su polla no hubiera estado tan gruesa y
dura contra su abdomen. Ella torció los labios en lo que sentía era una sonrisa de
salvaje burla.
—Sabes, Marly —Heather sonrió desdeñosamente—. Solo un August podría tener
una erección con un arma apretada bajo su mandíbula. Toma a tu amante y fóllalo,
antes de que tenga que matarlo.
Entonces saltó hacia atrás para alejarse de él, girando sobre sus talones y corriendo
la corta distancia hacia las escaleras. Estaba harta de los hombres August, el orgullo
August y los demonios de los August. Estaba hasta la coronilla, había tenido
suficiente. Sam no había hecho más que provocarla hasta traspasar los límites que
cualquier mujer podía controlar durante casi dos años. Llevándola hasta el borde,
solo para negarle la liberación que ella sabía que estaba esperando a pocos segundos
de donde él se detenía.
Sí tenía que sujetar la maldita pistola en su garganta, él iba a follarla y lo iba a
hacer correctamente. Estaba jodidamente cansada de su autocompasión y de sus
oscuros demonios, y estaba determinada a forzarlo más allá de ellos. Los hermanos
podían ver su protección como una forma de aliviar el dolor de Sam, pero ella lo veía
de forma diferente. Veía al hombre que luchaba por sobrevivir, por encontrarle un
sentido a sus necesidades, a sus deseos. Un hombre que amaba a los que estaban a su
alrededor, pero que aún no tenía idea de cómo demostrarlo.
Un hombre que la amaba, y se negaba a admitirlo. Que la condenaran si le iba a
permitir negarlo más tiempo.

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Heather

Capítulo 29

La puerta principal se cerró de golpe detrás de ella.


—¿Dónde está? —Rick estaba en el porche, la agitación tensaba cada línea de su
cuerpo mientras se daba la vuelta hacia ella.
—Ustedes dos están volviéndome condenadamente loco —espetó—. ¿Qué
demonios está pasando?
Ella lo atravesó con una furiosa mirada.
—Voy a quitarle el problema al merodeador y voy a matar al bastardo yo misma.
Justo después de que le joda los malditos sesos. Ahora dime dónde ha ido.
Rick retrocedió mientras la mano en que ella llevaba el arma se crispaba.
—Heather. —Se aclaró la garganta, pero ella todavía sentía un borde de humor en
su voz—. Quizás deberías darme el arma primero.
—Dónde. Está. Él. —Sus dientes estaban apretados, la furia y la lujuria creciendo a
partes iguales a través de su cuerpo.
Rick soltó una áspera inspiración.
—Maldición, Heather, sólo te pido que no vayas a matar al estúpido bastardo. No
cobraremos si muere.
—¿Dónde? —Estaba cansada de discutir con hombres tercos.
—Se dirigió hacia el granero. Aunque está descalzo, así que no espero que saque
ningún caballo. Pelearía con cualquiera que lo siga, Heather. Y parecía lo
suficientemente furioso como para golpear a alguien.
—Él es un problema listo para estallar —resopló con furia—. Espero cualquier
cosa.
Se alejó del porche.
—Uh, Heather estás un poco desvestida —señaló Rick.
—Demasiado vestida —gruñó ella—. Pero me ocuparé de eso cuando lo
encuentre.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Afortunadamente, había pensado en deslizar los pies en las delgadas bailarinas
que hacían juego con su bata. Las delgadas suelas de caucho protegían sus pies del
hormigón del sendero y del área de áspera tierra que estaba enfrente del granero y
los establos. Se acercó furtivamente a través de la distancia, determinada a acabar con
esto de una vez por todas. Estaba lista para hacer las maletas y abandonar el rancho
permanentemente. Enferma a morir por la conspiración y el velo de secretos que unía
a los hermanos.
Ellos podían lidiar con sus pasados siempre que quisieran. No era una señorita
pusilánime. Infiernos, había estado intrigada por Sam y sus hermanos desde el
principio. Pero era Sam quien hacía arder su cuerpo. Era Sam quien la mantenía en
ese estado de preparación lujuriosa que impedía que mantuviera su mente puesta en
su trabajo, o en su propia protección, y mucho menos en la de él. Era una línea
peligrosa la que estaba pisando.
Se introdujo en el interior del granero, deteniéndose cuando vio la tenue luz detrás
de la pila de heno en la parte trasera. Lo siguió, escuchando cuidadosamente el
movimiento del heno, una maldición ahogada. Se movió intencionadamente
alrededor de las altas balas, luego lo miró con frialdad mientras él alzaba la mirada
hacia ella desde la áspera cama que había hecho en el espeso heno suelto que tenía
detrás.
Una linterna de pilas iluminaba el área. Una manta gruesa estaba extendida sobre
las ásperas hierbas secas, perfectamente alineados para hacer con ellos una cómoda
cama.
—¿Haciendo pucheros? —espetó ella mientras lo miraba furiosamente.
—Regresa a la casa, Heather. —Frunció el ceño hacia ella ferozmente, y sí, parecía
lo bastante furioso como para darle una paliza, pero por Dios si ella no se sentía
muchísimo más furiosa ahora mismo.
—Quítate ese chándal. —Empujó las palabras a través de sus apretados dientes, su
cuerpo tan caliente, tan desesperado por la liberación que apenas si podía pensar
coherentemente.
Las oscuras cejas de él se arquearon sorprendidas, parpadeó ante el arma que
estaba en su mano. Heather no le dio tiempo para hacer ningún comentario, o para
rechazarla. Aunque el entrenamiento podía ser práctico, pensó mientras se movía
rápidamente. Antes de que él pudiera hacer otra cosa más que jadear, ella ya se había
montado sobre su firme abdomen, su mojado coño empotrado contra sus apretados
músculos, el arma estaba puesta debajo de su barbilla, al igual que había hecho con
Cade. Estaba condenadamente cerca de enloquecer lo suficiente para apretar el
gatillo, y la diversión que súbitamente brilló en los ojos de él no hizo nada para
aplacarla.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Quítate el chándal —ladró ella.
—¿Tienes el seguro puesto? —le preguntó él, arqueando la ceja mientras sus
caderas se levantaban y sus manos se movían.
—¿Qué seguro? —le espetó, siseando una dura respiración mientras el abdomen
de él se tensaba más, ondulándose bajo su hinchado clítoris.
—Estás jugando con fuego —le advirtió mientras deslizaba el chándal por sus
caderas, luego se lo sacó de las piernas hasta que ella se percató de que los
pantalones estaban apartados de su duro cuerpo.
—Estoy tan condenadamente caliente que soy el maldito fuego —ladró ella,
tragando saliva fuertemente mientras se movía lentamente hacia atrás hasta que
sintió la punta desnuda de su hinchada polla empujando entre la hendidura de su
trasero.
—Heather. —Sus manos le agarraron las redondeadas curvas del trasero mientras
ella se contorneaba contra la hinchada cabeza de su erección—. Nena, por favor. —Su
voz la detuvo.
Ella podía sentir los jugos de su coño goteando en su firme abdomen, su polla
empujando en ella. Se detuvo, bajando la mirada hacia él, muriendo por moverse,
por poner su carne dura alineada con su hambriento coño.
Cuando su mirada se aclaró, vio el arma metida bajo la mandíbula de él, la
desgarrada emoción en la cara de Sam. Dios Santo, ¿qué estaba haciendo? Lloriqueó,
bajando el arma para luego echarla a un lado.
—Me has empujado a violarte —le dijo a él furiosamente, con las manos
aseguradas sobre el pecho de él—. Te juro por Dios, Sam, que si no apagas este
fuego...
—Heather. —Una mano se alzó desde su trasero, sus dedos se envolvieron
suavemente detrás de los mechones de su cabello mientras le acunaba la mejilla.
Su expresión era sombría, aunque sus ojos estaban encendidos con una lujuria que
ardía en las profundidades gris azuladas.
—Así no —susurró, su mano temblaba—. Te haré daño... ¡Maldición!
Ella se movió, no queriendo escuchar más protestas, ni más disculpas. Se empujó
sobre la gruesa vara, tomando la hinchada cabeza, sintiéndola hendir a través de la
entrada de su vagina, estirándola, hundiéndose en ella mientras sus músculos
temblaban en protesta.
Se detuvo para ajustarse, luego miró asombrada mientras los ojos de él se
oscurecían, como su expresión se transformaba. Los párpados de él bajaron mientras

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
una expresión de placer, sensual, lujurioso y totalmente avasallador, invadía su
rostro.
—Maldición —gruñó él, los dedos enredándose en su pelo, la otra mano le asió la
cadera—. Estás tan apretada, Heather. Tan jodidamente apretada...
Sólo la gruesa punta estaba enterrada dentro de ella, pero Heather podía sentir sus
músculos enfundándolo, ordeñándolo, luchando por atraerlo. Lo necesitaba duro y
profundo, necesitaba sentir el pequeño tirón de placer/dolor que la enviaría volando
hacia el éxtasis.
Luego gritó cuando él se movió. Un suave despliegue de poder mientras se movía,
volteándola de espaldas, y sin perder en ningún momento la penetración de su
cuerpo. Estaba debajo de él, mirándolo fijamente mientras se incorporaba entre sus
muslos y las rodillas de él la extendían, abriéndola para él mientras bajaba la mirada
hacia donde su carne separaba su abierto coño.
—Te lo advertí —susurró él—. Lo intenté, Heather. Traté de protegerte. —Negó
con la cabeza, haciendo una mueca mientras su polla pulsaba dentro de ella.
—No necesito que me protejas, necesito que me folles. Ahora, Sam.
La respiración de ella se precipitaba desde su garganta mientras su polla se
deslizaba de golpe dentro de su coño. Cada duro, caliente, grueso —oh Dios, tan
grueso— centímetro rompía a través del pequeño canal que nunca había conocido
otra invasión que los delgados vibradores que usaba irregularmente.
Cada músculo de su cuerpo gritó en protesta. Su cabeza se agitó, sus caderas
corcoveando contra el cuerpo de él mientras golpeaba su pelvis en el hinchado nudo
de su clítoris.
—Estás tan apretada, Heather. —La voz de él retumbó desde su garganta mientras
se quedaba quieto dentro de ella—. Tan apretada que puedo sentir tu coño
succionando cada centímetro de mi polla.
La mano de él descansó sobre su estómago, sobre sus costillas, sus manos
finalmente acunaron los pechos de ella mientras sus dedos agarraban los duros
pezones que los coronaban. Heather estaba aturdida, luchando contra el
conocimiento de que sólo un delgado hilo separaba el placer del dolor, y que por el
momento era la polla de Sam la que la mantenía precariamente en él.
Podía sentir su vagina apretándolo. ¿Para obligarlo a salir, o para obligarlo a
quedarse? Cada onda alrededor de su gruesa carne era un sensual torbellino de
sensación que estuvo a punto de ser casi orgásmico cuando él golpeó más profundo
dentro de ella.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Sam. —Su cabeza se agitó contra la manta cuando él empujó las rodillas más
cerca bajo los muslos de ella, dirigiéndola bruscamente hacia la lanza gruesa que
perforaba su tierna carne.
—¿Te gusta, Heather? —susurró sensualmente—. Tu coño está tan apretado que
se siente casi doloroso sobre mi polla. Quemándome, Heather. Tu caliente y mojada
vagina está quemándome vivo.
Ella lloriqueó en protesta cuando lo sintió retroceder. Sus manos le agarraron los
brazos; los dedos de él apretaron sus pezones. Sus ojos se abrieron, mirándolo
fijamente a la cara cuando él masajeó los pequeños picos firmemente. El fuego
mordió sus pezones, la agonía reverberó a través de su vagina cuando él se retiró
nuevamente hasta que sólo la cabeza de su polla la penetraba.
Su cara estaba tensa, sus ojos ardían mientras miraba hacia donde su carne se
encontraba con la de ella.
—Estás tan mojada para mí, Heather. —Parecía asombrado, como si nunca
hubiera esperado que ella lo necesitara tan desesperadamente como él la necesitaba a
ella.
—Sam, por favor. —Se arqueó hacia él, tratando de empujar a su polla más
profundamente dentro de las ardientes profundidades de su vagina. Estaba
ardiendo, tan ansiosa, tan desesperada por poner fin a la increíble excitación que se
sentía como si fuera a aullar su demanda.
—Cálmate. —Las manos de él presionaron contra su abdomen—. Cálmate,
Heather, sólo túmbate ahí, nena. Sólo quédate ahí y déjame demostrarte lo mucho
que he deseado este dulce cuerpecito tuyo.
Empujó, haciendo una mueca cuando ella se estiró en torno a él. Los muslos de
Heather temblaron, dolorida mientras luchaba por tomarlo más profundo, más duro.
—Más duro —susurró—. Más duro ahora, Sam.
—Shh nena. —La mano se desplazó de sus pechos, aferrándole las caderas
mientras controlaba los desesperados empujones contra él—. Lento y suave, nena.
Empezó a moverse dentro de ella, con largas estocadas lentas que la abrieron,
estirándola con exquisita paciencia. Sus músculos protestaron por la gruesa intrusión
tanto como le dieron la bienvenida. Terminaciones nerviosas que nunca había sabido
que poseía gritaron por la sensación.
Sentía la empapada transpiración de su carne, sentía su coño contrayéndose
alrededor de su erección, derramando más de esos deslizantes jugos que lubricaban
el apretado canal para su invasión. Una y otra vez. Sin siquiera darle la totalidad de
su longitud, pero torturándola con medias estocadas que perforaban su tejido

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
vaginal, separándolo, desgarrándola con el placer/dolor, y la amenaza de la dura y
brutal estocada que ella sabía que necesitaba para enviarla hacia el borde.
Y Heather no tenía deseos de ser torturada. Meses, meses de agonizante excitación
y de anhelo iban a llegar a su final. Sus talones se cerraron sobre el hueco de la
espalda de él, dándole el agarre que necesitaba para empujarse hacia el lento
empalamiento.
Gritó cuando él se enterró hasta la empuñadura, una maldición mordaz salió de
los labios de él mientras sus manos se tensaban sobre las caderas de ella.
—No —gruñó—. Por favor, Heather.
Ella se clavó contra él, la sensación destrozándole el cuerpo, penetrando su útero
mientras sentía la liberación creciendo dentro de ella.
—Detente. —Se puso sobre ella, manteniéndola quieta, sus manos agarraron las
suyas, sosteniéndolas sobre la manta mientras sus caderas empujaban profundo y
duro contra ella, inmovilizando las suyas—. Escúchame, Heather. Mi control está
pendiendo de un hilo, maldición. No me hagas herirte.
—Si no me follas voy a dispararte —gritó desesperadamente, apretando sus
músculos vaginales sobre él, ordeñándolo, succionándolo más profundamente en su
interior.
Heather sentía como sus músculos agrupados, las manos de él apretadas en sus
caderas mientras un áspero lamento se desgarraba de su garganta. Sus ojos se
abrieron de par en par mientras él empezaba a moverse, un grito ahogado se
desgarró de ella cuando él se retiró y empezó a aporrear su cuerpo con duras y
potentes estocadas.
Él era grueso. Tan jodidamente grueso y duro que desgarró su inexperto coño con
cada duro y brutal empujón. Pero no era dolor, era un placer mezclado con un duro
tirón, la poderosa dominación, los duros empujones desenfrenados que la
condujeron hacia su primer orgasmo.
Su cuerpo se tensó, su coño se contrajo y se estremeció en su liberación con tal
violencia, con tal demoledora sensación que sólo pudo lloriquear, sus uñas
clavándose en los hombros de él, su cuerpo sacudiéndose y estremeciéndose
mientras el latigazo de sensación se desgarraba a través de su útero, sus pechos y su
coño, empapándolos a ambos con el exceso de fluido que se derramó por su apretado
canal.
Tara le había asegurado que la primera vez no duraba mucho para los hombres.
Que incluso una hora después, la segunda vez, ese vigor no siempre era su fuerte. Se
derrumbó debajo de Sam, esperando el final. Esperando que él se tensase, y
derramara su semilla dentro de ella. Pero no lo hizo.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Él le agarro las caderas con más fuerza, gimiendo contra su oreja mientras su coño
se apretaba mucho más sobre su pistoneante erección. Duros empujones en la carne
hinchada. Los músculos tensados por el orgasmo estaban siendo acariciados sin
parar, con dureza, sin conceder tregua a la sensibilidad que llameaba entre ellos.
—Sam... Sam... —Canturreó su nombre, desesperada ahora al sentir como la
sensación se construía de nuevo, más dura, más profunda, casi dolorosa en su
intensidad.
Se agitó debajo de él, luchando por escapar, por alejarse de la intensidad del
sentimiento, del placer que estaba demasiado cercano al dolor, de la explosión que
sabía la destruiría, la reconstruiría, la ligaría a él de una forma de la que nunca
podría escapar.
—¡No! —gritó la palabra, empujando los hombros de él, desesperada por escapar
de él, de escapar de la vinculación que la aterraba. Lo amaba, pero que Dios la
ayudara, esto era algo que no podría manejar.
—¡No luches contra mí! —Su voz era un gruñido, un primitivo, y feroz sonido
mientras ella luchaba debajo de él—. No, maldita seas. No, no luches contra mí.
Ella luchó, corcoveando contra su cuerpo, arañándole las manos, desesperada por
escapar de la etérea y desconocida emoción, tanto como del violento placer que se
construía en su interior.
—¡Maldita seas! —Él se retiró, y por un momento, sólo un momento, ella fue libre.
Hasta que él la arrojó sobre su estómago, agarrando sus piernas entre las suyas
mientras sus manos le sujetaban las caderas, levantándola. La montó, empujando en
ella duro y rápido mientras sus jugos chorreaban entre ellos.
—Sam —gritó su nombre mientras luchaba, pero no hubo ninguna liberación. Su
coño vibró y se tensó mucho más sobre él, ardiendo y pulsando y antes de que
pudiera controlar la sensación, ésta desgarró a través de ella con una fuerza que
perforó su alma.
—Sí —gritó él cuando ella se tensó mucho más, la explosión de su liberación se
renovó, desgarrándose una y otra vez sobre ella mientras su coño explotaba
alrededor de él.
El sonido de la mojada y succionante carne llenaba el silencio del granero mientras
sus testículos palmoteaban en su hinchado clítoris, encendiéndola, explotando al
mismo tiempo que las contracciones desgarraban a su vagina. La sensibilidad creció,
pero los empujones nunca disminuyeron. Su polla parecía ponerse más gruesa, más
dura dentro de ella, sus brutales estocadas la llevaron más alto. Entonces su mano se
deslizó a lo largo de su trasero, extendiendo sus nalgas desesperadamente, y dos
dedos, lubricados con sus jugos vaginales penetraron su culo.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Heather perdió el juicio. No había otra manera de describir la explosión que la
desgarró. Dolió el empalamiento de su tierno ano. No de una manera
desgarradoramente brutal, pero si de una forma que hacía que el placer se elevara
más, tensara su coño, atravesara su mente, y destruyera el sentido de sí misma. No
pudo detener el desgarrado lamento que resonó en su garganta, o las explosiones
que rasgaron su útero.
Detrás de ella, Sam empujó sus dedos más profundamente, penetrando su coño,
duro, rápido. Una vez. Dos veces. El lamento de él se unió al suyo mientras ella
sentía su semen disparándose con fuerza y caliente dentro de su apretado y
succionante coño. Eso la lanzó más alto, activó la explosión una vez más hasta que su
cuerpo fue sacudido por el brutal estremecimiento, sus muslos se empaparon por el
duro rocío de su propia crema en lo profundo del interior de su temblorosa carne.
Ella se derrumbó. Su polla aún seguía latiendo dentro de ella, los chorros de su
liberación la llenaban, brotando de su cuerpo mientras sus dedos se sacudían dentro
de su ano. Ella se estremeció de nuevo, el placer interminable reverberaba a través de
su cuerpo hasta que se sintió a la deriva. Vagando. El agotamiento se cerró sobre ella.
La emoción desesperada, la brutal satisfacción tomó hasta el último borde de su
conciencia, liberándola de la confusión así como del conocimiento. El conocimiento
de que nunca sería libre ahora. Que para siempre, Sam sería el dueño de su alma.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 30

—Lucha contra ello, como hace Marly. —La voz de Cade no sorprendió a Sam
mientras se apartaba del exhausto cuerpo de Heather, la mano recorriendo la
perfecta curva de su trasero mientras se apartaba.
Le echó la bata sobre su cuerpo desnudo, sabiendo que estaría dolida y enojada si
permitía que Cade la viera, sabiendo él que estaba mirando. Había sospechado que
uno de sus hermanos estaba detrás de él. Siempre lo sabía. Siempre lo había sabido.
Así como ellos sabían cuando él estaba mirando, captando la sensualidad de
cualquier acto en el estuvieran involucrados, penetrando en el conocimiento que no
había celos ni codicia en lo que al otro concernía.
—Sabía que lo haría. —Mantuvo su voz calmada mientras se ponía de pie,
enganchando los pantalones de chándal y metiendo las piernas en ellos—. Siempre
supe que lo haría.
Era independiente y apasionada. No había nada como Heather llena de rabia.
Cuando había venido sobre su cuerpo, la boca de esa maldita arma casi cortándole el
oxígeno, él se había hinchado más grueso, más duro de lo que podía recordar haber
estado jamás. Ella estaba cansada de esperar, cansada de desear, y su agresión lo
había puesto en llamas.
Se pasó los dedos por el pelo antes de desplomarse en el heno al lado de ella.
Apoyó la espalda contra una bala de heno y la miró en silencio mientras Cade bajaba
a los pies de la cama provisional y miraba fijamente a Sam.
—¿Te sientes mejor? —Su voz era cuidadosamente tranquila.
—Estoy bien, Cade. —Se encogió de hombros; no iba por hablarle a Cade de las
pesadillas, la sangre y la muerte.
¡Yo lo hice, Sam! ¡Le maté! Sam miró las manos de Cade. No recordaba ver sangre
en ellas. Pero recordaba ver la sangre, espesa y brillante, manchándole a él mismo.
Detuvo el temblor que quería arrastrarse por su cuerpo. Estaba agotado,
consumido emocional y físicamente, la agresividad que había rugido por su cuerpo
había pasado a través de él por la lujuria y la necesidad de Heather.

~156~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Encontró la penetrante mirada de Cade y le dirigió a su hermano la sonrisa torcida
que sabía que Cade necesitaba. Era bueno en eso, pensó amargamente. Aliviar los
temores de sus hermanos, aliviando sus conciencias, sus propios demonios.
Cade lanzó una mirada a Heather.
—Ella es dura de pelar. —Cabeceó hacia ella—. Puso un arma bajo mi barbilla esta
noche, Sam. No querría cabrearla con demasiada frecuencia.
Sam gruñó y echó una mirada alrededor. Encontró el arma al lado del hombro de
ella y la levantó con cautela.
—Hija de puta —exhaló suavemente mientras manipulaba el seguro—. Lo tenía
amartillado y preparado, también. Tuvo la maldita cosa bajo mi barbilla al mismo
tiempo que estaba trabajando su coño sobre mí. —Sacudió la cabeza y colocó el arma
con cuidado fuera del camino.
La cara de Cade reflejaba su propia sorpresa, luego sacudió la cabeza, los labios
inclinándose en una mueca.
—Dijo que solo un August tendría una erección con un arma bajo el mentón.
Quizá tenía razón.
—Sí. —Sam trató de reírse, quería, pero la risa no vendría.
Miró a Cade de cerca, viendo la tensión en la cara de su hermano, la preocupación
en sus ojos.
—¿Sam? —le preguntó Cade en voz baja.
Sam se tragó un juramento. Sus hermanos habían pasado doce años tratando de
protegerle, de aliviar su dolor, el horror de lo que les había sucedido en aquel sucio
sótano. Sus propios recuerdos de ello estaban lejanos, como si hubiera sido un sueño,
pero últimamente, últimamente habían sido más claros, volviendo con una venganza
y aumentados por el olor de la muerte.
—¿Que sucedió esa noche? La noche que él murió. —No había querido decir las
palabras pero retumbaron desde su pecho mientras su cuerpo se tensaba ante la
injusticia de recordar a Cade esos horribles días.
Miró a Cade retrayéndose dentro de si mismo. Los ojos helados, enfriándose, su
expresión sin emoción.
—Es mejor olvidar, Sam —replicó—. Te lo dije.
Sam apoyó la cabeza contra el heno, mirando a Cade, su corazón rompiéndose por
todos ellos.
—Pero no se ha olvidado —dijo en voz baja—. Todavía nos despertamos
sacudidos por las pesadillas y nunca hablamos de ellas. Castigamos a las mujeres que

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
nos aman lo bastante como para tolerar nuestras perversiones y aun así, nunca
hablamos de ello. Ninguno de ustedes me ha preguntado por qué el bastardo me
odiaba tanto. O por qué los castigó junto conmigo.
—No tiene sentido discutirlo —gruñó Cade, poniéndose de pie inquietamente—.
Déjalo ir, Sam.
—No, Cade. —Se puso de pie también, encarado a su hermano sobre la forma
indefensa y desnuda de la amante que acababa de tomar. La amante que compartiría
finalmente. La necesidad estaba allí, alzándose dentro de él, para ver a Heather entre
los tres, gritando de placer, rogándoles. A todos—. Tenemos que discutirlo. Recuerdo
cosas...
—Olvídalo. —Cade sacudió la cabeza desesperadamente—. Lo que sea que
intentas recordar Sam, olvídalo. Se acabó.
Recordaba bien el tono de voz. No admitía negativas ni argumentos. Pero Sam ya
no era un niño y Cade ya no era la palabra final en cualquiera de sus vidas. En un
instante se dio cuenta de cómo él y Brock le habían dado Cade lo que necesitaba en
aquel momento. Control. Ellos siguieron su liderazgo, hicieron lo que él decía, y le
dejaron guiarles a través de los horribles días después de la muerte del monstruo.
Había matado por ellos, ¿verdad? Lo había hecho, con los puños desnudos,
defendiéndose contra el cuchillo esgrimido por el psicópata que los había tenido
indefensos. Pero las manos de Cade no estaban marcadas. No las de Cade, pero si las
de Sam.
—No se ha acabado, Cade. —Miró fijamente a su hermano, a los ojos, viendo el
dolor y la vergüenza que ardía en el alma del otro hombre—. No se ha acabado
porque todavía no lo hemos aceptado.
—Equivocado. —La voz de Cade era dura, templada con acero, caliente por la
furia—. Estás equivocado, Sam. El bastardo está muerto y nosotros todavía vivos, así
que se acabó.
—Y algún jodido maniaco está tratando de destruirlo todo otra vez. —La voz de
Sam se elevó por su propia ira, su propio dolor—. Cada jodida parte de ello, Cade.
Lo tomará de nosotros si puede y si es capturado, lo contará al mundo. Les contará
cómo fuimos retenidos, cómo fuimos violados y cómo fuimos forzados a jodernos
unos a otros, maldición. No podemos escondernos de esto nunca más.
Miró la cara pálida de Cade mientras la furia oscurecía su mirada. Los puños de
Cade se apretaron a los costados y dijo gruñendo con una violencia que Sam no
había visto en él en años.
—Entonces le mataré jodidamente cuando sea capturado —escupió con furia—.
Porque estaré maldito si nos veo destruidos otra vez.

~158~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
La sorpresa enmudeció a Sam durante largos momentos mientras miraba
fijamente a los ojos de Cade y veía la violencia, el compromiso de proteger todo por
lo que habían luchado tan duro por construir durante sus vidas.
—¿Por qué? —le preguntó Sam suavemente, incapaz de sacudirse la sensación de
que había más, mucho más a lo que Cade estaba protegiendo—. Fue en defensa
propia. Han pasado doce años, y sería la palabra de un loco contra la nuestra. ¿Por
qué matarlo? ¿Por qué no encararlo nosotros mismos, Cade, y tratar con ello?
—Porque se acabó, joder. Olvídalo, Sam. Yo lo maté. Maté al sucio bastardo y
nunca respirará otra vez. Olvídalo.
Olvídalo, Sam, mientras se enjugaba las manos con las de Sam, untando la sangre
de estas en las suyas y mostrándoselas a Sam. Yo lo maté, Sam. Yo lo hice. Olvídalo.
Solo olvídalo, Sam.
Sam sacudió la cabeza mientras la imagen irrumpía delante de sus ojos. Allí, luego
se fue, pero no olvidada. Parpadeó. Pensaba que había recordado. Cade con las
manos envueltas alrededor de la garganta del bastardo mientras él cortaba en ellas
con un escalpelo, pero no era Cade, de repente era Sam. Luego Cade. Luego Sam.
—¡Joder! —dijo bruscamente, sacudiendo la cabeza para aclararla de los
recuerdos, memorias de ensueño—. Dime que jodida cosa sucedió. Dime, Cade, para
que pueda recordar.
—Lo maté. Y lo haré otra vez si tengo que hacerlo, Sam. Haré cualquier cosa para
protegernos esta vez. Esta vez no os fallaré. —La voz de Cade era un sonido roto e
irregular de dolor mientras se giraba y salía a zancadas del granero.
—Maldición. —Sam giró, estrellando el puño en la bala de heno detrás de él, la
fuerza tan extrema que las balas temblaron, se estremecieron mientras su mano
rebotaba.
Respiraba pesadamente mientras luchaba por controlarse, luchaba por darle
sentido a los brumosos recuerdos que lo asaltaban a voluntad.
—El bastardo nos destruirá otra vez —susurró para si mismo, oyendo su ronco
susurro mientras el aire se asentaba a su alrededor—. Y una vez más, la culpa es mía.
Toda mi culpa.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 31

Fingir el sueño nunca había sido uno de los puntos fuertes de Heather. Pero sólo
había hecho como que yacía y escuchaba la discusión de Cade y Sam. Después de
que el hermano mayor saliera, Sam se rompió, el rabioso grito hizo que su corazón se
rompiera de dolor. Las sombras en sus ojos, las oscuras pesadillas, todo tenía sentido
ahora. Y mientras estaba allí tumbada, dejándose llevar por el agotamiento y la
preocupación, una horrible sospecha comenzó a florecer dentro de su mente. Podía
sentir las semillas de conocimiento madurar y lo odiaba. Odiaba la verdad que sabía
estaba siendo ocultada al hombre que amaba. Una verdad que ella misma no quería
afrontar.
Finalmente, después de unos largos momentos, lo oyó suspirar y moverse. Casi
dio una sacudida por la sorpresa cuando le envolvió la bata alrededor, la giró y la
recogió en sus brazos. Fuerza y calor la rodearon. Seguridad. Estaba a salvo. Nunca
antes había conocido lo bastante esta sensación en los brazos de nadie, especialmente
en los de un hombre. Los hombres estaban generalmente interesados en escapar por
lo que había visto en otras relaciones. La ternura era solamente un soborno para
conseguirlo, rápidamente olvidado cuando el fin había sido logrado.
Pero él era tierno. Cuidadoso de ocultar su desnudez, de sostenerla en brazos en
los que faltaba la áspera dominación de su abrazo sexual. No es que se atreviera a
protestar por ese abrazo. A pesar del agotamiento y los persistentes dolores en su
cuerpo, el placer había valido la pena. La había llevado más alto de lo jamás había
soñado que podría ir. Empujándola a límites que habría jurado que no poseía. Y
ahora, era tierno.
Si tuviera fuerza se habría ruborizado cuando sintió a Sam andar hasta el porche y
oyó la sorda maldición de Rick mientras la puerta principal se abría. Sam lo ignoró,
cruzó rápidamente la casa a zancadas y subió la escalera. En pocos segundos estaba
abriendo una puerta y cerrándola silenciosamente tras de él.
La sorpresa la recorrió cuando abrió los ojos perezosamente y reconoció su propio
cuarto. Miró fijamente a Sam mientras metía las mantas sobre ella y se ponía de pie
mirándola. Los ojos todavía estaban ensombrecidos, su cara mostraba líneas de
sombría pena.
—¿Sam? —susurró su nombre, confusa ahora.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Lo siento. —Se sentó a su lado lentamente, un suspiro estremeció su cuerpo
mientras miraba fijamente al suelo.
—¿Por qué? —Mantuvo su voz tranquila, luchando por mantenerlo con ella.
Él levantó la cabeza y aspiró profundamente, aunque seguía sin mirarla. Miraba
fijamente la pared, viendo el pasado, o sus propios temores, se preguntó ella. Su
perfil estaba ensombrecido, los amplios hombros erguidos y tensos, aunque ella
sospechaba el peso que arrastraba en ellos.
—Por herirte. Por sujetarte. —Se pasó las manos por la cara y sacudió la cabeza
mientras su mandíbula se apretaba violentamente—. Soy tan malo como el jodido
monstruo que nos destruyó, Heather.
Ella podía sentir la violencia que vibraba en el aire alrededor de ellos. El hambre
refrenada, como un golpe oscuro y poderoso en su sangre, todavía latiendo en la voz
de él. Sabía lo que las pesadillas del pasado hacían a estos fuertes hombres. Lo había
visto durante un año. Sam lucharía contra él mismo hasta que lo reprimiera tan
firmemente como fuera posible. Levantaría las barreras a toda costa, y trataría de
suavizar la preocupación o el temor que sentía que estaba provocando.
—Sam. —Ella se incorporó, desesperada por tocarle, por llevarse el dolor desolado
que resonaba en él. Por ayudarlo a encarar los demonios que se alzaban dentro de los
recuerdos perdidos.
—No me toques, Heather. —Le agarró la mano, luego la miró fijamente, y la dura
mirada gris pizarra la hizo jadear de preocupación. Nunca había visto los ojos de
Sam tan sombríos, tan surcados por las sombras.
Le soltó la muñeca con cuidado mientras le colocaba la mano en su muslo. Cada
movimiento estaba coordinado con cuidado, los músculos de la mano y el brazo
tensos por el control que tenía sobre todos los impulsos que lo estaban empujando.
—Sam, dime que hacer —dijo en voz baja, luchando contra las lágrimas y la
necesidad de consolar donde sabía que no había esperanza de ello.
La miró en silencio, casi calculadamente. Era como si estuviera midiendo su
sinceridad, sus necesidades.
—¿Por qué te quedaste aquí? —preguntó por último, la voz áspera. Enojada—. Tu
vida corre peligro y vives con el conocimiento de que aceptar una relación conmigo
podría significar aceptar una con mis hermanos también. ¿Es eso lo que deseas,
Heather?
La furia pulsó en el aire alrededor de él, un insulto cuidadosamente ideado, pensó
Heather, dirigido al corazón. Casi se estremeció en respuesta.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—¿Por qué te estás ocultando otra vez? —le preguntó en vez de eso, luchando
para evitar su tono herido—. Cada vez que me acerco a ti, Sam, levantas las mismas
barreras. Sabes, esta fue mi primera vez con un hombre, en lugar de un vibrador. Lo
menos que podías hacer es tumbarte a mi lado, quizás sostenerme un rato. ¿O
simplemente he sido relegada a una línea en un librito negro? ¿Quizá bajo el
encabezamiento: Aspirante a juguete de August?
Los ojos de él se estrecharon por la sorpresa antes de negar con la cabeza, un
bufido sarcástico de risa llegó desde su garganta.
—¿Quieres estar ahí? —le ladró—. Te podría poner ahí, nena, si esa es la posición
que estás buscando. Pero tienes un infierno de cosas qué aprender antes de que seas
capaz de tomarnos a todos nosotros.
—¿Aprender? —El poco elegante bufido estaba deliberadamente pulsando con el
sarcasmo—. Realmente, Sam. ¿Qué hay que aprender? ¿Decir “sí, señor” y “no,
señor” y “arriba el trasero por favor, señor”?
Los ojos de él se estrecharon aún más, su cuerpo estremeciéndose otra vez,
duramente mientras ella lo miraba luchar por el control.
—Eres peligrosa para ti misma —le espetó—. Y maldita sea si me voy a sentar aquí
y escucharte tentarme.
—Entonces vete. —Levantó la mano, agitando los dedos hacia la puerta de
comunicación—. Marly y Sarah me trajeron algunos juguetes nuevos hoy, así que ni
siquiera te necesito. De todos modos ese conejito promete hacer a los hombres
obsoletos.
La cara de él se ruborizó ante la promesa sexual, aunque los ojos destellaron con
ira.
—Un Conejo13 —gruñó—. Es un jodido Conejo.
—Conejito, conejo, lo que sea. —Se encogió de hombros—. Estoy segura de que
hará todo excepto darme a alguien con quien arrimarme, y sé donde están guardadas
las mantas eléctricas si tengo bastante frío. Así que corre a la cama, cariño. Estoy
segura de que yo y Bugs14 nos apañaremos bien.
—¿Bugs? —Su voz sonó estrangulada mientras ella se apartaba el enredado
cabello de los hombros y luego se reclinaba sobre los codos mirándolo. Era
consciente de que los ojos de él se centraban en sus senos que empujaban y en sus
endurecidos pezones. Discutir con él la hacía hormiguear. El coño, los pezones...

13 Tipo de vibrador en general con forma de pene con un pequeño accesorio adherido para estimular el
clítoris. Ese accesorio normalmente tiene la forma de orejas de conejo, de ahí su nombre. (N. de la T.)
14 Referencia a Bugs Bunny. (N. de la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
infierno, los dedos. Cada célula de su cuerpo parecía preparada y lista y más que
dispuesta para aceptar el toque áspero y dominante que él le podía dar.
—¿Oh realmente, Sam, que importa como lo llame? —Movió las piernas bajo la
esquina de la manta, haciéndola caer hasta que sólo cubrió sus caderas y su
montículo.
Se sentía más que un poco traviesa mientras la mandíbula de él se tensaba, el
cuerpo se ponía más tenso y duro, mientras sus pantalones de chándal se alzaban con
la caliente longitud de su erección.
—Deja de empujarme, Heather —gruñó.
Ella permitió que sus dedos juguetearan levemente sobre su abdomen.
—¿Empujarte? —Los ojos de él seguían sus dedos mientras el puño se le apretaba
en la cadera—. Te dije que siguieras adelante y huyeras, Sam. Tengo a Bugs y algo
llamado Serpiente15. Compañía en abundancia. ¿Por qué te necesitaría?
—Sabes, Heather, si no fuera muy consciente del hecho de que tu trasero no puede
soportar otra zurra, te mostraría exactamente a lo que me estás empujando —gruñó
mientras iba sobre ella, oscuro, hambriento, los ojos ya no desolados y áridos, sino
llenos de una intensidad sexual que hizo que el cuerpo de ella se calentara en una
respuesta instantánea.
—Excusas, excu... —El sonido terminó cuando los labios de él cubrieron los suyos.
Duro, ávido, la lengua empujó entre ellos mientras la forzaba a tumbarse en la
cama, su cuerpo sobre ella, sujetándola inmóvil debajo de él mientras la mano le
agarraba la cabeza.
Heather gimió sorprendida, complacida y asombrada ante la calidad ronca y
desesperada del sonido. Sus brazos fueron alrededor de los hombros de él, los dedos
agarraron los duros músculos mientras la lengua de él se hundía en su boca, los
labios moviéndose sobre los suyos con una intensidad lujuriosa que envió su sangre
latiendo por su cuerpo.
Apenas estaba empezando a disfrutar la sensación de sus músculos ondulándose
en su ancha espalda, sus labios moviéndose sobre los de ella con tan descarnada
necesidad que le rompió el alma, entonces él le bajó los brazos de un tirón,
sujetándolos en la cama mientras desgarraba los labios de los suyos.
Sus caderas estaban entre los muslos de ella, manteniéndoselas abiertas mientras
la miraba fijamente con oscuros y hambrientos ojos.

15 Otro tipo de vibrador en forma de pene. (N. de la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Mantén esa boca sabihonda cerrada —replicó mientras ella empezaba a hablar—
. Ningún juguete. Ningún Conejo, ninguna Serpiente, ningún jodido méteme tu
grandeza16, nada de sexo. Duérmete para que yo también pueda hacerlo.
Se apartó de ella, luego en un calmado y poderoso despliegue de ondulantes
músculos, empujó los pantalones de chándal por las caderas y los tiró al suelo. Dio
un tirón a las mantas sobre ella, la arrastró rudamente a sus brazos luego se inclinó y
apagó la luz.
Heather yació en silencio durante unos momentos, escuchando el trueno de su
corazón, sintiendo sus músculos amontonados y tensos mientras luchaba por evitar
tomarla. Le dio el tiempo suficiente para casi, casi alcanzar ese confortable nivel
donde aceptaría otro enfrentamiento para encender su sangre. Solo el tiempo
suficiente para pensar que ella realmente dormiría.
—Sam —susurró—. ¿Sobre qué son las pesadillas?

16Grandeza: nombre dado por Logoca a cierta parte de la anatomía masculina siempre acompañada
por dos redonditos que se suele levantar y hacerse aun más grande y a la que le gusta penetrar en
cierta cavidad femenina a la que aún no le hemos puesto nombre. (N. de la T.)

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 32

A veces, algunas noches, el único amigo de un hombre era su botella de whisky.


Desafortunadamente, la noche ya había pasado. La mañana estaba acercándose
brillante y caliente mientras Sam se sentaba a la sombra del enrejado del patio
cubierto de vides y miraba fijamente a la tranquila piscina. Estaba vestido con
chándal y zapatillas, el pecho todavía desnudo, los dedos frotando una particular
sección áspera de cicatrices en el abdomen mientras tomaba otro sorbo del saludable
licor.
Sam ¿sobre qué son las pesadillas?
Los ojos se entrecerraron mientras miraba fijamente al azul cristalino del agua.
¿Sobre qué eran las pesadillas? Recordaba los chillidos, el horror y la sangre, pero
como sus recuerdos, los detalles parecían estar perdidos en una niebla que su cerebro
no podía penetrar.
—Bien, puedo ver que regresas a tus viejos hábitos.
Se volvió rápidamente mientras Marly ponía los pies en el patio y tomaba la silla
delante de él.
Él se pasó los dedos rudamente por el pelo y suspiró con cansancio.
—No empieces, Munchkin. Ha sido una noche tremenda.
—Para todos nosotros —replicó—. Cade ha tenido pesadillas toda la noche, Sam.
¿Qué demonios sucedió en ese granero?
—Él no la folló. —El dolor resonaba por su cuerpo. Dios, cuánto más podían herir
a las mujeres que amaban antes de que todo se deshiciera alrededor de ellos.
Los ojos de ella se abrieron con sorpresa.
—¿Crees que estoy molesta porque pienso que la folló? —Puso los ojos en blanco
luego, sacudiendo la cabeza—. Infiernos, habría conseguido dormir algo, Sam, si ese
hubiera sido el caso. En vez de sentarme y llorar la mejor parte de la noche mientras
el hombre que amo se agitaba y daba vueltas en las garras de los horribles sueños
que los tres compartís. ¿Qué demonios está pasando?
Él sacudió la cabeza.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—No quieres que él la folle, Marly. Le dejas follar a Sarah, y sé que tiene que
matarte.
—¿Lo hace? —Se recostó en su silla, cruzando las piernas despreocupadamente
mientras le miraba—. Sarah no es una amenaza para mí, Sam. Y tampoco Heather.
¿Piensas que no sé lo que sucedió en la cocina? ¿Qué Cade no me dijo lo que sucedió
después del hecho?
Sam sacudió la cabeza. No, sabía que ella lo sabría.
—¿Cómo lo compartes? —susurró—. Lo amas, Marly.
—Y tú amas a Heather, Sam, pero me follarías en menos que canta un gallo si
Cade estuviera aquí en este momento.
Él suspiró.
—Te follaría sin Cade, Marly y lo sabes.
—Y cuando Cade me viera más tarde, lo sabría. —Sonrió con un filo de
entusiasmo—. Lo sabría, y me tocaría, y me amaría y me mostraría todas las maneras
en que le da placer saber que te quiero lo bastante para entregarme a ti, Sam.
No tenía sentido para él. Nada lo tenía. Y ahora las apuestas eran mucho más
altas. Amaba a Heather, la amaba como a nada que hubiera amado en su vida, y
quería compartirla. Quería verla chillar de placer mientras sus hermanos la tomaban.
Ver la excitación, la alegría, y saber que ella tenía todo lo que él tenía para dar. Su
amor, el amor de sus hermanos, la protección y el cuidado de ellos. Saber que no
importaba dónde estuviera él o que sucediera, Heather estaría a salvo y amada.
Pero había más que eso, y solo ahora se estaba dando cuenta. El vínculo que había
comenzado en la maldita laguna hacía mucho tiempo, era algo demasiado profundo
para negar, y demasiado etéreo para explicar.
Se encorvó hacia adelante, bajando la cabeza mientras miraba fijamente la botella
de whisky entre los pies.
—Las quiero a todas, Marly —susurró—. Heather tiene mi alma, pero te quiero y a
Sarah, también. —Frunció el entrecejo, luchando por comprender, por que tuviera
sentido para él mismo—. Ustedes no fueron criadas como nosotros. —Elevó los ojos
lentamente para encontrar la oscura mirada de ella—. Y luego el abuso... Nos hizo
tan diferentes, Marly, y estoy aterrorizado de que alguna ustedes salga herida, que
marquemos sus almas tanto como lo fueron las nuestras.
El silencio cayó entre ellos mientras él dejaba caer su mirada antes de llevar el
whisky a la boca una vez más.
—Sam. —Lo paró, su pequeña mano en la muñeca mientras el otro bajaba la
botella del puño—. Te miro, y veo partes de Cade y de Brock. Y es lo mismo para

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Sarah. Pero nosotras te vemos también. Vemos a un hombre a quien hemos llegado a
amar y respetar, uno que coloca nuestra seguridad y nuestro placer por encima del
propio. No hay celos y ni ira, Sam. Somos una familia. Una clase diferente de familia,
pero una familia.
—¿Así que la familia que folla unida, permanece unida? —masculló él,
poniéndose en pie de un salto mientras andaba por la abovedada apertura que se
dirigía al área de la piscina—. Maldición, Marly...
—No, Sam, una familia que ama permanecer junta. Sea lo que sea lo que amen, sea
un amor aceptable para el mundo o no, es amor que sostiene a una familia unida.
Amor y respeto y el compromiso a eso, Sam. Sabes eso incluso mejor que yo. Si no
amaras ni respetaras a tus hermanos, entonces los tres se hubieran ido separando
poco a poco hace años. No estarías todavía luchando por sobrevivir, ni estarías
intentando dar sentido a cualesquier demonio que te obsesione. Amor, Sam.
Se levantó detrás de él, sus brazos le rodearon la cintura mientras se reclinaba
contra su espalda. Sam giró hacia ella, envolviéndola en sus brazos mientras
descansaba su mejilla contra la seda negra de su pelo.
—Él nos salvó —susurró—. Cade, Marly. Él nos salvó, aunque no crea que lo
hiciera.
—Se salvaron unos a otros, Sam —dijo suavemente, y él se preguntó cuánto de su
declaración era verdad.
—¿Sam? —La suave voz de Heather le hizo apartarse de Marly, mirando sobre su
hombro mientras Heather los miraba desde la puerta corredera de cristal que se abría
a la sala familiar.
No parecía enojada ni celosa, parecía asustada. Terriblemente asustada.
—Heather. —Se volvió hacia ella, sabiendo que la había herido, sabiendo que este
día llegaría...
—Sam, el sheriff está aquí. Tenemos problemas.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 33

—¿Te gusta follar a tus hermanos, August? —la voz de Mark Tate resonó por la
habitación, cortesía de la pequeña grabadora que el Sheriff Martinez sostenía en la
mano. Sonaba jadeante, asustado. Al fondo podía oír vagamente otra voz que lo
dirigía—. Tienes dos horas para aparecer por aquí, o enviaré estas fotos que tengo a cada
periódico y oficinas de las fuerzas de la ley del país. Imágenes interesantes de un muerto.
—Eres hombre muerto. —Sam oyó su propia voz, fría y dura, una promesa de
violencia que sólo recordaba vagamente.
El sonido del teléfono al colgar sonó fuerte en la habitación; los que permanecían
escuchando estaban silenciosos, sacudidos por la sorpresa.
—Oh Dios. —El ahogado grito de Marly fue coreado por Sarah mientras estaban
en los brazos de sus hermanos.
Heather estaba a su lado, pero no podía alcanzarla, no podía mirarla. Contempló
fijamente sus manos y vio la sangre. Rick y Tara estaban en algún lugar detrás del
sheriff, testigos de su vergüenza.
Levantó la cabeza lentamente, el cuerpo tenso por la rabia mientras contemplaba
fijamente la fría y dura mirada de un sheriff al que una vez había considerado como
un amigo.
—Deberías haber mantenido a la familia fuera de esto, Josh. —Su voz resonó con
una furia que no podía contener—. No tenían que oír eso.
—Maldición, Sam. —La voz de Cade sonó quebrada, haciendo eco
sobrecogedoramente dentro de su cabeza. ¡Yo lo hice, Sam! Quería negar con la
cabeza, arrancar las rotas palabras de la cabeza, junto con los recuerdos tan oscuros y
retorcidos que no podía darles sentido—. ¿Por qué infiernos saliste de la jodida casa?
¿Por qué no me lo dijiste?
—Me llamó a mí. —Mantuvo su voz baja mientras continuaba mirando a
Martinez—. Me habría ocupado de ello.
—Somos una familia, Sam —le recordó Brock, su voz atormentada.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Sam le lanzó una mirada, viendo cómo Sarah ocultaba la cara contra su pecho.
¿Por vergüenza? ¿Arrepentida ahora, de permitirle tocarla, de mancharla? El odio
ardía en su mente mientras apuntaba su mirada de vuelta al sheriff.
—Lo único que salvó tu trasero de un merecido arresto fue el hecho de que el
forense demostró que Tate fue aporreado hasta la muerte con un bate de béisbol. Tan
fuerte, de hecho, que se encontraron astillas de madera en los restos del cuerpo. El
forense ha encontrado también rastros de un fuerte narcótico en los órganos internos
magullados. —Entonces sus ojos se estrecharon—. Si eso no era suficientemente
malo, alguien trató de interferir con los resultados en la oficina del forense. Por
suerte, fue descubierto. Los registros del ordenador pueden ser una cosa arriesgada,
y al viejo doctor Harper no le gustan mucho. Sus notas fueron escritas a mano antes
que registradas y transcritas. Me parece que esto es un problema familiar, Sam. Te
están incriminando y parece que hay más de un asesinato aquí para resolver.
—Hay más o menos tres. —Miró fijamente a Martinez, los dientes descubiertos en
un gruñido que no pudo contener.
—Sam. —La mano de Heather le cubrió el puño en el costado mientras se
acercaba, bloqueándolo, por si intentaba moverse.
La miró, el cuerpo tenso, esperando asco, y odio. Lo que vio desgarró su alma con
la fuerza de un cuchillo a través de la indefensa carne. Las lágrimas manaban de los
ojos de ella, la suave comprensión brillando bajo ellas.
—Sam, Martinez quizás piense que estás decidido más que enfadado —dijo con
una sonrisa, sin embargo con una mirada de advertencia—. El sheriff siempre se
toma en serio las amenazas de muerte, cariño.
Ella se movió contra su pecho, mirándolo fijamente, implorando. Un ancla en la
tormenta que se avecinaba. Sus brazos la rodearon, aterrorizado de que sino se
agarraba a algo o a alguien, sería tragado por las crecientes sombras de su propia
mente.
—Cade. ¿Tenía Tate fotos? —Joshua avanzó más por la habitación y Sam vio como
el otro hombre miraba fijamente al hermano mayor de los August—. Hay rumores de
que las estaba consiguiendo. Que tenía pruebas contra ustedes tres.
—¿De que, Josh? —Cade era frío, su voz suave, amenazadora—. ¿Tienes muertes
inexplicadas?
La mirada de Joshua era cínica y sagaz, mientras miraba a Cade antes de permitir
que la mirada abarcara al resto de los ocupantes de la habitación.
—No. —Josh negó con la cabeza—. Todo lo que tengo es una llamada telefónica
no registrada al departamento del sheriff de alguien que hizo grandes esfuerzos para

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
disfrazar su voz. Oí un informe bastante detallado de un asesinato en Utah hace doce
años.
Un músculo saltó en la mandíbula de Cade y Sam vio la furia que estalló en los
ojos de su hermano.
—Marly... —Cade susurró su nombre en un suspiro.
—No, maldito seas. —Golpeó el pecho contra el que se apoyaba, y Sam pudo
escuchar la desesperada batalla contra las lágrimas dentro de ella—. No me iré. No
otra vez, Cade August. No te dejaré encarar esto solo. No lo haré.
Los brazos de Sam se tensaron alrededor de Heather entonces. No podría permitir
que ella se fuera. No podría permitirle salir. Que Dios le ayudara, si no lo sostenía
contra ella, no sabía que le haría al bastardo que los destruía.
—Me quedo, también. —Sarah giró en los brazos de Brock. Su expresión era
atormentada, llena de conocimiento y dolor—. Somos parte de esto, Cade. Todos
nosotros. No es sólo tú y tus hermanos nunca más. No más esconderse.
—Maldición, Martinez, ¿por qué no nos disparas y acabas con esto? —espetó Sam
furiosamente, mientras soltaba a Heather y se pasaba los dedos por el pelo—. Habría
sido más humano que esto. Que me condenen si me quedo aquí a escuchar como
destruyes a mi familia.
Se movió hacia la puerta.
—Sam, sal por esa puerta y te detendré por obstrucción a la justicia y sospecha de
asesinato. Te encerraré tan rápidamente que tu cabeza dará vueltas.
Sam se detuvo. Los recuerdos de la celda de la cárcel estaban frescos en su mente.
Los recuerdos de otra celda estaban mucho más claros. Se volvió lentamente.
—Tendrás que matarme primero, Josh. ¿Puedes hacerlo? —Sam apretó los puños a
los costados, luchando contra los traicioneros recuerdos que lo inundaban. Habían
luchado tantos años por olvidar y ahora les estaba explotando en la cara de una
manera que nunca podrían ignorar, ni escapar.
—Maldita sea, Martinez —maldijo Brock—. Déjalo irse. Podemos manejar esto.
Algo dentro de Sam se inmovilizó. Miró a sus hermanos, viendo la desesperación
y un temor premonitorio. No podía luchar contra las sospechas más tiempo, no
importaba cuan desesperadamente lo necesitara.
—¿Protegiéndome otra vez, Brock? —preguntó a su hermano con cuidado.
Cade negó con la cabeza hacia el otro hermano, una clara advertencia en los ojos
cuando Brock estaba a punto de hablar. Sam retrocedió al cuarto. Miró a Heather, vio

~170~
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Heather
su preocupación, su inquietud. Rick estaba atento como siempre, mientras Tara los
miraba a todos con un borde de simpatía.
—¿Qué te hace pensar que sabemos algo acerca de Utah? —le preguntó Sam en
voz baja—. Esto es Texas, Josh.
—Y el tío de Marly era Jedediah Marcelle. Fue asesinado en Utah hace doce años
por un aparente incendio doméstico. El informe del forense sospechaba que estaba
muerto antes de las llamas. Su padre natural, Reginald Jennings apenas escapó...
—¡No! ¡No! —La voz quebrada de Marly resonó por la habitación—. Oh Dios,
Cade. ¡Cade, no! No, me ocultaste esto. —Le estaba chillando, luchando contra su
agarre mientras la cara de Cade se retorcía atormentada, con un dolor agonizante
mientras las lágrimas empezaban a caer por la cara de ella—. ¡Oh Dios! Maldito seas.
Maldito seas, lo sabías...
Rick y Tara se movieron entonces, colocándose entre el sheriff y Cade mientras
Sam se apresuraba hacia su hermano, hacia Marly.
—Oh Dios. Oh Dios. Cade.
—Sácala de aquí, joder —gritó Sam mientras Cade luchaba contra ella, luchaba
por mantenerla en sus brazos, por aceptar el dolor que irradiaba de sus gritos
mientras su cara se retorcía en arrugas de pena—. Vamos, maldición.
Sam sentía que el corazón se le rompía. Había temido que Cade no compartiría el
conocimiento con ella, el hecho de que su tío los había violado, que su padre lo había
sabido. Oh sí, recordaba a Reginald Robert.
Sacar a Marly fuera de la sala no fue fácil. Ella luchó contra Cade, rota y
desesperada. Ella lo sabía. Sam podía sentir su conocimiento latiendo en cada célula
de su cuerpo. Ella sabía la verdad y eso la mataría. Mataría a Cade. Los destruiría a
todos.
Y Martinez tenía que haberlo sabido. Se balanceó, una rabia intensa hervía en la
sangre, rasgando por su cuerpo mientras saltaba hacia el sheriff.
—Sam, no.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 34

—¿De verdad los tres creen que podían mantener algo así oculto para siempre? —
La voz de Martinez era fría y dura mientras caminaba de arriba abajo por la
habitación echando un vistazo a Brock y a Sam mientras daba la vuelta en el extremo
de la habitación—. ¡Maldita sea!, Sam. Deberían haberlo pensado mejor
La reacción de Marly los había conmocionado a todos. Joshua no había salido
inalterado o indemne. Su ojo estaba casi cerrado e hinchado por el puñetazo que Sam
le había asestado antes de que Brock y Rick lo tiraran al suelo. Todo lo que podía oír
eran los gritos de Marly; todo lo que podía sentir era la vergüenza de Cade. Toda la
vergüenza de ellos. Era como un incendio en sus tripas, quemándole el alma.
Habían oído los gritos de Marly durante mucho tiempo, rotos y devastados. Sam
estaba desesperado por subir, para ayudar a Cade a consolarla, como sabía que
quería Brock. Pero en lugar de eso estaba clavado aquí, tratando con este bastardo.
Clavado en los recuerdos de un pasado que nunca parecía revelarse con claridad
dentro de su mente. Pero los gritos estaban allí, así como la sangre.
—Lo hiciste adrede. —Acusó Heather al sheriff mientras se sentaba al lado de
Sam, su mano en la rodilla de él, su hombro presionándole contra el brazo—. Eres un
bastardo de corazón frío, Sheriff Martínez.
Por desgracia, Sam estaba de acuerdo con ella. Joshua había sido siempre
malditamente franco. Malditamente directo. Iba a la yugular cuando necesitaba
información, y no le importaba de quién era la sangre derramada.
—Maldita sea, Heather, estás fuera de lugar —le espetó Tara mientras la encaraba
desde el sofá de enfrente—. No tienes opinión en esto.
—Ahí es donde estás equivocada —alegó ella, obviamente luchando por mantener
la voz calmada—. Él está fuera de lugar. No tenía derecho a dejar caer esa pequeña
bomba de la forma en que lo hizo.
Sam sólo podía sentarse en silencio, observando a Martínez mientras sentía la fría
furia en la boca de su estómago, y oía los gritos que parecían ahora más cercanos que
nunca antes. Tenía los ojos entrecerrados, observando al hombre que una vez había
sido un amigo, un confidente. Hacía mucho tiempo. Parecía que había sido en otra
vida.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Martínez gruñó con sarcasmo.
—Por supuesto que sí, de otra forma, el culo de Sam estaría en una celda por
agresión y el resto de ustedes por sospecha de obstrucción. Desgraciadamente estoy
casi tan jodidamente a ciegas como un sheriff podría estar. ¿Ahora como demonios se
supone que tengo que mantenerlos a todos ustedes fuera de prisión si, joder, no me
ayudan? —Alzó la voz mientras su cólera quebraba la serena conducta que
normalmente mantenía—. Maldita sea ¿creen que no sabía que algo sucedió
entonces? Éramos amigos, Brock, Sam. Buenos amigos hasta que volvieron de Utah.
¿Cuán jodidamente estúpido creéis que soy?
Por lo que respectaba a Sam, era la pregunta equivocada.
—Lo suficientemente estúpido para destrozar a una mujer inocente —le gritó Sam,
los puños apretados, el cuerpo tan tenso que Heather casi se sentó sobre él para
asegurarse de que permanecía en su asiento.
Lo miró desafiante mientras él le echaba una dura mirada. Ella no parecía lista
para moverse por el momento. Sorprendentemente, no hubo recriminaciones en la
mirada de ella, ni sentimientos de disgusto, ni cólera. La comprensión marcaba sus
oscuros ojos verdes, sin embargo su cara estaba pálida por el estrés. Su toque era
suave, y aún así parecía preparada para ir a la batalla, era el sheriff con el que ella
parecía más que dispuesta a pelear.
La amaba. La necesitaba con una desesperación que no podía explicar, pero estaba
malditamente cansado de que todo el mundo pensara que necesitaba ser protegido.
Necesitaba ser abrazado y querido. Negó con la cabeza ante este pensamiento. Había
pasado demasiados años tratando de consolar a Cade haciéndose el bromista,
bromeando a su manera a través de la desolada oscuridad. Ahora que él no podía
luchar más, toda su familia se estaba viniendo abajo a su alrededor.
—¿Quién mató a Marcelle? —La mirada de Joshua cortó a Sam—. No me vengas
con esa mierda, tampoco. Si voy a salvarte el culo, Sam, tienes que ser honesto
conmigo.
—No contestes a eso, Sam. —Rick dio un paso adelante, su voz calmada y firme.
Parecía ser el único en la habitación resuelto a no cometer un asesinato—. Sheriff. —
Se giró hacia Joshua—. Usted es consciente que el estilo de sus preguntas podría ser
interpretado como un representante de la ley tratando de atrapar, o conspirar con
mis clientes. Ambas cosas ilegales. —Su voz era una cuchilla afilada con el sarcasmo,
sin embargo su expresión permanecía totalmente anodina. Fría y controlada.
Joshua frunció el ceño.
—No me vengas tampoco con esa mierda, Glaston. Sé quién diantre eres y lo que
eres capaz de ocultar. Así es que ambos pasaremos de los cargos de conspiración.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Basta. —Sam se puso de pie, luego sacudió con fuerza la cabeza mirando a
Heather fijamente mientras ella se situaba frente a él—. Lo que pasó con ese bastardo
no importa. Está muerto y desaparecido...
—Y alguien sabe que uno de ustedes lo asesinó —le recordó Joshua con frialdad—.
Estoy dispuesto a ayudar, Sam, pero no si no puedes cooperar conmigo.
—¿Qué quieres, Josh? —le preguntó con desprecio—. ¿Quieres oír cómo nos
drogaba el bastardo, poniendo nuestras pollas tan duras que su loco hermanastro
podía cortarlas con el bisturí y aún así no se ablandaban? ¿O sobre cómo tomaba un
látigo y lo dejaba caer en mi espalda hasta que obligaba a Brock o a Cade a violarse
entre ellos, o incluso a mí? Quieres oír cuantas veces tuvimos que mamárnoslas unos
a otros mientras él se reía...?
—¡Maldita sea, Sam! —En aquel momento Brock se levantó, con la cara pálida, los
ojos atormentados—. Cállate joder.
Sarah estaba sentada en el sofá, con los brazos envueltos alrededor de su cintura
mientras se mecía en silencio, la cabeza gacha mientras las lágrimas caían en su
regazo.
—Sarah, nena. Sarah por favor... —Brock se arrodilló, las manos tocándole las
mejillas—. Por favor, déjame encargarme de esto.
—No. Estoy bien. Estoy bien... —La voz rota mientras parecía tener arcadas de
asco.
Sam maldijo en silencio mientras apartaba la vista. No era mejor que Martinez. Se
sacudió paralizado por la rabia y las retorcidas imágenes, la repentina visión de
manos sangrientas presionándolo hasta el límite hasta que no tuvo cuidado a quien
herían sus palabras.
—Por Dios. Sam. —Martinez respiró entrecortadamente mientras casi se
derrumbaba en la silla que estaba a su lado—. ¡Dios mío!
La sangre abandonó su cara mientras clavaba su mirada en Brock y en Sarah,
viendo su dolor, los estragos que causaba el pasado. Negó con la cabeza de nuevo.
—El juez ha archivado el caso —dijo sombríamente—. Estás limpio del asesinato
de Tate, pero quienquiera que estuviera con él... —Sacudió la cabeza—. Si tienen
fotos, Sam...
—Entonces el bastardo las hubiera utilizado —le espetó Sam—. Aprecio tu ayuda,
Joshua. Pero te tengo que decir que has causado muchísimo más daño con lo que has
hecho que cualquier otra cosa. Por qué no te largas de aquí hasta que saquemos en
claro qué podemos hacer.
Joshua frunció el ceño, los ojos entrecerrados.

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Heather
—¿Crees que estas mujeres son demasiado débiles para esto, Sam?
—No. —Sam negó con la cabeza, el dolor descontrolándose por su cuerpo—. Creo
que son demasiado condenadamente fuertes para nosotros. Sólo vete, Josh. Joder,
sólo vete de aquí así podremos ocuparnos ahora de esto.
—No se ha acabado, Sam. —El otro hombre se levantó lentamente—. Quienquiera
que sea el bastardo, ahora está asesinando. Ninguno de ustedes está a salvo. Ha
perdido el control.
—Yo también, Josh. Déjame asegurarte esto. Yo también.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 35

Heather golpeó tímidamente la puerta de la habitación de Marly. Las había oído a


ella y a Sarah ordenando mordazmente a sus amantes que se fueran de las
habitaciones. Había visto el dolor desolado en los tres hombres cuando volvieron al
salón y se dirigieron hacia el whisky.
No podía creer que estuviera haciendo esto. No podía creer que su dolor y
necesidad la estuviera afectando hasta este punto.
—Cade, vete. —La puerta se abrió de golpe.
Heather permaneció frente a la otra mujer cautelosa y nerviosa, mientras ella
pasaba las manos sobre las caderas cubiertas por los tejanos.
—Oh. Heather. —Los ojos de Marly empapados en lágrimas se abrieron con
sorpresa—. Entra. Puedes ayudarme a tramar el asesinato de Cade.
Heather entró con cuidado en la habitación, echó una mirada a Sarah y luego se
aclaró la garganta.
—Preferiría que las dos me ayudaran a planear algo un poquito más agradable. —
Sintió su cara enrojecer.
Heather parpadeó de sorpresa mientras Sarah se levantaba lentamente.
—¿Vas a ir a ellos? —le preguntó Marly sorprendida.
Heather podía sentir su corazón latiendo fuera de control, temor, excitación y
necesidad clamando a través de su cuerpo
—Sam, está... —Tragó con dificultad—. Está herido. Mucho, Marly. Y los otros...
—Están igual de lastimados —dijo Marly en voz baja, suspirando—. Ninguno de
ellos se lo merece, lo sabes. —Frunció el ceño severamente.
Heather aspiró profundamente. Podía sentir los pequeños hormigueos de
electricidad avanzando por la nuca y el cuero cabelludo. Sentía el cuerpo caliente,
pero frío, y su coño estaba empapado con la idea de lo que iba a suceder. Si pudiera
aguantar los nervios.
—Maldición, esto puede ser embarazoso —suspiró, pasándose los dedos inquieta
a través del pelo.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—¿Por qué estás haciendo esto, Heather? —Sarah dio un paso adelante—. Si sólo
es por Sam, nunca lo aceptarás. Nunca lo disfrutarás.
Tragó con dificultad.
—Brock está paseándose arriba y abajo, y puedo ver la tensión y el dolor en sus
ojos. Está dolido por ellos, y no sabe cómo ayudar. Cade está atormentado. Sam está
empezando a recordar y lo sabe, y no puede soportarlo. Sam... —Se lamió los labios
mientras luchaba con las emociones contradictorias de su corazón—. Sam está casi
destrozado, Sarah.
—No es suficiente, Heather —susurró Marly amablemente—. No te voy a dar mi
permiso, o mi ayuda para follar al hombre que amo con esa endeble excusa.
Heather frunció el ceño.
—Sabías qué iba a pasar —la acusó.
Marly negó con la cabeza.
—No me cabrees tampoco. ¿Por qué quieres hacerlo, Heather?
Se retorció las manos juntas. Maldición, no debería ser tan duro.
—Es el momento. —Se encogió de hombros para expulsar las palabras.
—Heather, no estás preparada. —La voz de Sarah era pesarosa y firme.
—Me están rompiendo el corazón, ¡maldición! Tengo que hacer algo. —Las
lágrimas fluyeron en sus ojos. Sabía lo que ellos necesitaban, sabía que rompería la
desesperada distancia que se producía entre los hombres cuando los demonios se
alzaban tan sombríos y fríos dentro de ellos—. Todos, Sarah. No puedo soportarlo.
No puedo soportar cuanto los necesito, tanto que no puedo aguantar su necesidad
por más tiempo.
Marly sonrió. Una lenta y suave sonrisa que alivió el desesperado temor que la
llenaba.
—Entonces empecemos. Y no obstaculices las preparaciones requeridas, lo hará
más fácil para ti, y para ellos.
¿Obstaculizar? Estaba horrorizada. ¿Una lavativa? ¿Lubricante? Permanecía
dentro del baño una hora después, el tapón trasero hinchable una vez más insertado,
inflado al máximo de su capacidad. Se había duchado, rasurado, prestando especial
atención a hacer su coño tan suave y terso como fuera posible, y se reprendió por sus
temblorosas manos cuando se vistió rápidamente.
Entrando de nuevo a su habitación, encaró a las dos mujeres que estaban sentadas
con las piernas cruzadas en la cama, esperándola.

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Heather
—¿Se dan cuenta de lo depravado que es esto? —les preguntó, la voz rompiéndose
mientras luchaba por controlarse.
—Lo adorarás. —Marly agitó la mano desestimándolo—. Te lo prometo, no hay
nada más seductor, más placentero que esos tres hombres concentrándose en ti, en tu
placer. Pedirás más mañana.
Heather la miró con horror.
—Dios, esto es tan irreal. —Tembló incapaz de creer que estaba dando el paso
final, en verdad preparándose para...
Un hormigueo se disparó en su columna, la base de su cuello, y cubrió su cuero
cabelludo como si temblara de anticipación.
—Asegúrate, Heather —le aconsejó Sarah—. Si todavía piensas que no es lo que
quieres, lo sabrán, y se echarán atrás. Esto les dolerá más si los estás obligando.
—¿Obligarlos? —preguntó bruscamente—. Sarah, estoy tan caliente que podría
correrme antes de alcanzar las escaleras, y eso me aterroriza.
—No lo hagas. —Rió Marly—. Guarda tu energía. Lo prometo, la necesitarás esta
noche...
—Sin mencionar mañana, mañana por la noche, pasado mañana, les lleva un
tiempo saciarse. —Sarah estaba riéndose con Marly mientras se miraban la una a la
otra divertidas.
—Esto no es posible —susurró Heather, horrorizada—. Ningún hombre puede
durar así...
—Oh Heather, no conoces lo bastante a los hermanos August. —Sarah negó con la
cabeza con divertido pesar—. Confía en mí, cada uno de ellos puede hacerlo al
menos tres veces al día sin parpadear. La resistencia apenas se les termina.
Tragó con dificultad.
—¿Dolerá? —Apenas podía calmar el temblor en su voz. Maldición, estaba
demasiado nerviosa.
—No sentirás ningún dolor que no sea condenadamente bueno, rogarás por más.
—Suspiró Marly—. Sin embargo, todavía digo que Cade no se lo merece. Debería
sufrir durante días.
—Te estaba protegiendo, Marly —murmuró Sarah—. Lo sabes.
—No necesito su protección. —Apoyó el codo en la rodilla y contempló a Heather
solemnemente mientras su barbilla se asentaba encima de su puño—. Se esfuerzan
demasiado en protegernos. Es su máximo defecto. A veces, tienes que patearlos,
duro, para detenerlos.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Heather permanecía incómoda en medio de la habitación, esperando que el tapón
en su trasero relajara sus músculos. Le habían explicado antes de ir al baño que era
fundamental darle a su cuerpo tiempo para adaptarse. A ellos les gustaba el sexo
anal casi tanto como el vaginal, y Marly le había advertido que era posible,
completamente posible que cada uno de ellos la necesitase allí antes de que terminara
la noche.
—Creo que estoy asustada —dijo por fin mientras luchaba por controlar la
respiración, el fuerte latido de su corazón.
—No lo estás —le aseguró Marly en voz baja—. Realmente no. Es como ser virgen
una vez más. Lo desconocido es la parte más espeluznante. El acto en sí es más
bonito de lo que te puedes imaginar. No es follar, Heather. Es amar, y te prometo,
que lo entenderás cuando haya terminado.
—¿Si sobrevivo? —bromeó nerviosamente.
—Sobrevivirás —le prometió Sarah con una sonrisa—. Ahora, ha pasado una hora.
Si lo peor del pinchazo ha desaparecido, entonces estás preparada para ir abajo.
Y lo estaba. La fiera presión en su trasero se había aliviado, dejándola sentirse solo
estirada y llena.
—Aquí, toma esto. —Marly corrió hacia el armario y sacó un pequeño edredón de
satén del estante—. Quítate la ropa y ve a ellos envuelta en esto. Confía en mí, les
gustará.
Heather se quitó la ropa lentamente y se envolvió la manta alrededor de los
hombros. Respiró profundamente tomando coraje, una trémula sonrisa en sus labios.
—¿Estáis seguras? —les preguntó a las otras dos mujeres.
—Si tú lo estás, Heather. —Asintió Sarah—. Pero tienes que estás segura.
Exhaló fuertemente. Estaba segura. Girándose, abandonó la habitación sin mirar
atrás, encaminándose abajo hacia los hombres que la esperaban.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 36

Un desolador silencio invadió la casa después de la partida del sheriff. Marly y


Sarah estaban calladas, aunque habían echado a los hombres de sus cuartos y
buscado refugio juntas en el de Heather varias horas atrás. Ahora Sam estaba
sentado con Brock y Cade en el salón familiar, observando, escuchando el silencio.
—Yo maté a Marcelle, ¿verdad? —No fue un cegador golpe de comprensión. Lo
había sospechado durante años. La sangre en sus manos, las pesadillas, los demonios
que lo rondaban, se lo habían asegurado.
Vio la verdad en el súbito temor en la cara de Cade y en la de Brock.
—Fui yo —gritó Cade ásperamente.
Sam negó con la cabeza, mirando fijamente a Cade mientras permitía que el
conocimiento se hundiera dentro de él.
—Recuerdo la sangre, Cade. Te recuerdo limpiándola de mis manos y
ensuciándote las tuyas. Sé por qué lo hiciste. Pero ya no necesito tu protección.
Cade se incorporó en un impulso de rabia mientras andaba hacia las puertas
francesas.
—El hijo de puta merecía morir. No importa quién lo hizo, Sam.
Sam bajó la cabeza, agitándola cansinamente.
—Lo hizo por mí, Cade. Porque yo lo rechacé. Porque lo humillé. Fue mi culpa.
—No, Sam. —La expresión de Brock era tristemente callada, de aceptación—. No
fue tu culpa. Marcelle era un hombre enfermo, y se concentró en ti porque tú eras
más fuerte que él. Alguien a quien quería doblegar. Nosotros no se lo permitimos, no
importa lo que haya pasado.
Sam agitó la cabeza, incapaz, poco dispuesto a aceptar la simplicidad de tal
razonamiento.
—Deberías odiarme, Brock. Mira lo que nos pasó a todos.
—Exactamente, a todos nosotros, maldición. —Cade se dio la vuelta, la furia
vibraba en su voz—. No estábamos solos, exactamente como juramos que no lo

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
estaríamos, Sam. Hicimos lo mejor que pudimos para protegernos mutuamente y
salimos de allí condenadamente vivos, ¿qué más quieres?
—Necesito que toda esta maldita cosa acabe —gritó Sam en respuesta, poniéndose
de pie—. Quiero que terminen las malditas pesadillas, Cade, el olor de la sangre y el
semen que a veces me asfixia tan condenadamente. Quiero dejar de herir a las
mujeres que amo, y quiero ser condenadamente normal.
Cade se calmó.
—¿Piensas que estamos hiriendo a Marly y a Sarah? —La diversión se imprimió
en su voz, la sorpresa resplandeció en sus ojos.
—Las compartimos, Cade...
—¿Y tú no deseas compartir a Heather? —le preguntó Cade sin rabia, sin
recriminaciones.
—Mierda, lo deseo tanto que ya casi puedo saborear sus malditos lamentos. —Sus
puños se fijaron en su costado.
—¿Por qué? —Cade cruzó los brazos sobre su pecho—. Si piensas que vas a
hacerle daño, Sam ¿entonces por qué lo deseas?
Se detuvo. Sintió cada músculo de su cuerpo apretándose con el conocimiento.
—A ella le encantaría —susurró—. Sería amada con todo lo que tengo.
—¿Y por qué le encantaría? —Cade agitó la cabeza irritado—. ¿Qué demonios te
hace pensar que estamos hiriendo a Marly o a Sarah con esto? ¿Por qué infiernos,
piensas que ellas lo aceptan, Sam? No es solo por nosotros. No te engañes. Marly y
Sarah tienen más de lo que tienen otras mujeres que alguna vez conocerás, o al
menos eso es lo que Marly me ha asegurado...
—Marly tiene a tres hombres, consagrados a ella, amándola, siempre
protegiéndola. No tiene solo el amor de un hombre, sino de tres. Tres hombres que la
amarán hasta la muerte. Ella tiene un amor que yo necesito, Sam.
Giraron hacia Heather. Ella estaba allí, y Sam sintió a su corazón explotar de
orgullo y excitación. Desnuda, excitada mientras cerraba la puerta y luego dejaba
caer la manta acolchada azul brillante, que había envuelto alrededor de su cuerpo.
—Heather. —Sam escuchó la estrangulada calidad de su propia voz y luchó para
aclararla, mientras ella avanzaba hacia él.
—¿Necesitas esto, Sam, para ti o para tus demonios? —le preguntó ella
suavemente mientras se detenía ante él, sus manos se dirigieron hacia los botones de
su camisa, soltándolos con calmada deliberación.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Para mí. —Él luchó por controlar su respiración, su excitación. Como nada que
hubiese conocido antes. Lujuria y amor ardiendo a través de su alma.
—¿Por qué? ¿Cómo será solo para ti, Sam? —Sacó la camisa de sus vaqueros, sus
uñas arañaron su abdomen con agudo placer.
—Ellos son parte de mí. —Sam se esforzó por tratar de transmitir lo que sentía con
palabras, explicarle sus necesidades—. Si estás con ellos, Heather, estás con todo lo
mío.
—¿Cómo, Sam? —Le sacó rápidamente los vaqueros—. ¿Cómo es que al estar con
tus hermanos, estoy contigo?
Él se esforzó a través de la confusión de sensaciones y emociones. La voz de ella
era caliente, excitada, haciéndolo arder tan profundamente, mientras el toque de sus
manos abrasaba su carne.
—Porque, Heather. —Le pasó las manos a través del cabello, agarrando la parte de
atrás de su cabeza, levantando su cara hasta que lo estuvo mirando profundamente a
los ojos—. Porque ellos te aman también, nena. De manera tan profunda y verdadera
como yo te amo.

El corazón de Heather explotó en su pecho cuando él susurró esas palabras. Sus


ojos, más grises que azules ahora, bajaron la mirada hacia ella, su expresión arrugada
en líneas de placer y excitación, mientras Brock y Cade se aproximaban. Manos se
movieron sobre su espalda, sobre su cintura, labios se presionaron en su hombro.
—Sam. —Tembló, la excitación pasada la mantenía aún tan nerviosa, que podía
sentir su cuerpo temblando—. Estoy nerviosa. Muy nerviosa. —Hablar era más
difícil de lo que podía haber imaginado, mientras veía a Brock apartarse de su lado y
sacar al enorme colchón del sofá de su lugar—. Chicos, de verdad necesitan una
alcoba para esto —jadeó cuando sintió a Cade mover su cabello a un lado y rozarle la
nuca con los labios.
La habitación se zambulló y osciló cuando Sam la levantó en sus brazos y la llevó
al lugar en el que Brock había colocado la demasiado gruesa almohadilla, en mitad
del piso. Sam la bajó suavemente al colchón, luego se incorporó lo suficiente para
arrancarse las ropas y los zapatos de su cuerpo.
Heather levantó la mirada hacia él, temblando de adentro hacia fuera, mientras la
anticipación y un poco de miedo se apresuraban a través de su cuerpo. Miró a Brock,
a Cade. Estaban desnudos, sus pollas gruesas y duras, sus expresiones, de adoración.
No era lujuria, era amor. Afecto, excitación sexual y un sentido de unión, justo como

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Marly se lo había jurado. Ellos se movían como uno, con su concentración puesta en
ella, sus expresiones tiernas, cariñosas, oscuramente sensuales.
—Eres tan bonita, Heather. —Sam se puso a su lado, sus brazos la envolvieron
mientras le apartaba el cabello de la cara; las manos de él se arrastraron lentamente
sobre su mejilla—. Tan condenadamente hermosa, que apenas puedo creer que estés
aquí, en mis brazos, cuando te necesito.
Alzó la mirada hacia él, luchando por respirar, luchando por concentrarse solo en
Sam, mientras Brock se estiraba a su lado sobre su costado, y Cade se arrodillaba a
sus pies. Se lamió los labios nerviosamente, la mano agarrando el brazo de Sam
mientras él le acariciaba el abdomen.
—Solo hasta donde puedas llegar, Heather. —Una sonrisa se dibujó en sus labios,
pero sus ojos estaban llenos de confianza.
—No estoy asustada —intentó chasquear, pero su voz era débil con la excitación y
los nervios.
—No, no estás asustada —susurró él—. Eres un milagro. Un milagro para todos
nosotros, nena.
Su cabeza bajó entonces, sus labios atraparon los de ella en un beso que la hizo
gemir con creciente necesidad, mientras se incorporaba para encontrarse con él. La
lengua de él empujó más allá de la barrera de sus labios, enredándose con su lengua
mientras el erotismo extremo de los tres hombres que la rodeaban, empezaba a
pulsar a través de su torrente sanguíneo.
Se volvió en sus brazos, atrayéndolo, necesitando abrazar el alma que apretaba el
calor que su beso había infundido en ella. Cuando lo hizo, sintió manos detrás,
debajo, escuchó frases susurradas un segundo antes de que unos labios masculinos
rozaran su hombro y luego su pantorrilla.
Gritó en el beso, arqueándose más cerca de Sam mientras él gemía
hambrientamente contra sus labios, y una palma ancha, de Sam o de Brock, se
cerraba en la curva de su hinchado pecho mientras su pierna era levantada, para
luego ser colocada sobre el muslo de Brock, y unos labios cálidos acariciaban su
rodilla.
—¡Sam! —se apartó de su beso, luchando por respirar mientras la intensidad
sexual aumentaba dentro de ella.
—Solo siente, Heather —susurró él, la desesperación sonaba en su voz mientras
sus labios se movían al frente de su cuello arqueado. La cabeza de ella estaba
descansando sobre el hombro de Brock, quien acariciaba el costado de su cuello con
los labios y la lengua, mientras las manos levantaban su pecho hacia la ávida boca de
Sam.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Más abajo, la boca de Cade se estaba moviendo cerca, más cerca al empapado
centro de su cuerpo.
—¡Dios Santo! —gritó ella, mientras los labios de Sam se cerraban sobre su
endurecido pezón, en el mismo segundo en que la lengua de Cade se adentraba a
través de la cremosa hendidura de su coño.
Llegó al clímax. Tan fácilmente, tan rápidamente, su cuerpo pulsó y luego se
estremeció, la intensidad de la sensación explotó a través de su cuerpo, mientras
Cade empujaba su lengua dura y profundamente dentro de su contraído coño,
acariciándola, lamiendo el flujo de líquido de liberación que se derramaba de ella.
Estaba retorciéndose en los asimientos de ellos, encorvándose contra la boca de
Cade, mientras él le sostenía la pierna para encajarse más profundamente entre sus
muslos. La boca de Sam estaba succionando hambrientamente su pecho, luego
moviéndose hacia el otro, mientras Brock se movía detrás, y ella se estiraba, sus
caderas se arqueaban hacia Cade, mientras Brock cubría su otro pezón.
Heather estaba desesperada. Atormentada por tal placer, por tal intensidad sexual,
que sentía como si la locura estuviera a solo unos segundos de distancia.
—¿Sam? —La voz de Cade era áspera, una pregunta, una ardiente demanda,
mientras se incorporaba entre sus muslos.
Al echar un vistazo a las dos cabezas que bajaban a sus pezones, Heather jadeó. La
polla de Cade estaba gruesa y erecta, bajando de su cuerpo, pesada y exigente. Miró
a las manos de Sam y luego a las de Brock mientras iban hacia sus muslos,
levantándolos, abriéndola para el hermano mayor.
—Heather. —Sam levantó la cabeza, mirándola fijamente a los ojos, mientras el
asombroso placer y la excitación rebotaban a través de su cuerpo.
Ellos se parecían demasiado. Lucían demasiado iguales, respondían sexualmente
de la misma manera. Dios Santo, era como follar con tres Sam. Su coño estaba
empapado, contraído con ávida necesidad, mientras su ano se apretaba sobre el
grueso tapón que se había insertado una hora antes.
—Sam, está usando un tapón.
Heather gritó cuando sintió los dedos de Cade en la base del dispositivo.
Los ojos de Sam se oscurecieron, su expresión se volvió más intensa, más sensual.
—¿Cuál? —susurró él, todavía observando mientras Heather gritaba de la
satisfacción, con una expresión de adoración.
—Maldición. El inflable.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Heather se estremeció cuando los ojos de Sam se pusieron casi negros con el
placer. El inflable había entrado con bastante facilidad, pero parecía durar una
eternidad conseguir inflarlo hasta su máximo espesor.
Sam giró la cabeza, su mirada fue hasta su coño mientras Cade se acercaba más, su
polla besando la entrada de su contraída vagina. Su expresión era de éxtasis, y la de
Brock estaba condenadamente cerca de ser hipnotizante, mientras ellos extendían sus
piernas mucho más, observando al hermano mayor.
—¿Puedes tomarlo, Heather? —Sam sonaba sofocado.
—Malditos sean, si uno de ustedes no me folla, les dispararé a todos. —Se arqueó,
conduciendo la cabeza de la gruesa erección de Cade a su coño.
Jadeó y se calmó, echó la cabeza a un lado mientras la humedad cubría su cuerpo
y el líquido cremoso fluía de su coño. Se apretó en la intrusión, sintiendo la
desesperada estrechez de su vagina cuando él empujó lentamente hacia delante.
—Sam. Sam. —Cantó su nombre, casi a punto de gritar mientras sentía los
músculos extenderse, protestando, aún haciéndole sitio al ancho tallo que se movía
dentro de ella.
Fijó una mano en el brazo de Sam, la otra en el de Brock. Sabía que sus uñas
estaban penetrando piel y no le importó. Se agitó, se estremeció, gritó, suplicando
desesperadamente por más. Él estaba grueso y caliente, entrando centímetro a
centímetro mientras ella aferraba su polla, apretaba el tapón que estiraba su ano y se
sentía empalada por una vara de ardiente acero.
—Sam, maldición, no puedo contenerme —escuchó el gemido de Cade con
desesperación, mientras él empezaba a salir de ella—. Está demasiado
condenadamente apretada.
—¡NO! —Se arqueó más cerca, sabiendo que si él no continuaba, si no forzaba la
gruesa erección en su interior, entonces moriría de necesidad—. Sam. Por favor. No
permitas que se detenga.
Ellos se inmovilizaron. El aire era espeso con el calor, el olor del sexo y la
punzante excitación. Miró entre sus muslos, viendo que menos de la mitad de la
palpitante polla estaba enterrada en su interior. Se sintió llena, estirada más allá de lo
soportable y estaba muriendo por más. Alzó la mirada suplicantemente hacia Sam.
—No puedo resistirlo —gritó ella, sus caderas empujando su coño hacia el grueso
miembro—. Por favor, Sam. Por favor, fóllame.
Cade se sacudió, cuando ella susurró esas palabras, su polla se deslizó ligeramente
más profundo, mientras la espalda de ella se arqueaba y un gruñido se desgarraba de
su garganta. Brock y Sam aún sostenían sus muslos, manteniéndola abierta,
observando cómo su coño se abría alrededor de la erección de Cade.

~185~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Sam...
Él bajó la mirada hacia ella, y Heather vio su excitación, su completo placer
mientras ella rogaba por la polla de su hermano.
—Tómala, Cade —susurró él profundamente—. Déjame mirarla. Déjame ver su
placer. —Y en su voz ella escuchó la necesidad que él tenía de eso. La necesidad de
verla disfrutando, satisfecha, amada.
Heather no pudo detener el grito que escapó de su garganta cuando Cade empujó
en su interior. Sus ojos se abrieron como platos, su visión se desenfocó cuando el
placer y el dolor colisionaron, disparándose a través de su cuerpo, llevándola tan alto
y tan duro, que se preguntó si sobreviviría. No era una dura y rápida arremetida
contra su quejosa vagina. Era una penetración delicada e implacable al interior del
empapado apretón de su estrecha vagina, hasta que él se enterró hasta la
empuñadura.
—Maldición. Sam. Joder. Está demasiado apretada. —Cade se mantuvo en su
interior, sin moverse, con las manos agarrándole las caderas mientras ella luchaba
por empujarse a sí misma en su empalante polla.
Se retiró lentamente mientras Brock y Sam parecían despertar de su aturdida
concentración ante la visión de su hermano enterrado dentro de su coño. Heather
observó, incapaz de apartar la mirada de la vista de su miembro, empapado con su
espesa crema, retirándose de ella.
—No —lloriqueó, luchando contra la sujeción de sus manos, mientras se mecía
contra la endurecida carne—. Por favor. Por favor. No.
Entonces, él se introdujo de golpe en su interior. Heather se retorció en el colchón,
su respiración se atascó en su garganta ante el desesperado estiramiento y el ardiente
placer que atacaban a su demasiado estirado coño.
—Sam, me correré dentro de ella —advirtió Cade firmemente—. Maldición, si no
saco mi polla de ella, voy a perderla. Está condenadamente apretada.
Heather levantó la mirada hacia Sam. Él estaba de rodillas a su lado, con una
mano sostenía a su muslo cerca de su cuerpo, mientras con la otra se acariciaba su
propia erección. Bajó la mirada hacia ella, su cara estaba distorsionada con la lujuria
y la anticipación.
Sentía los dedos de Cade entre sus muslos, sus pulgares a cada lado de su
hinchado clítoris, masajeando la carne alrededor, haciéndola luchar para agitar las
caderas, trabajar su coño sobre el lubricado miembro que latía en su interior. Ella
dejó que sus manos se estiraran a cada lado, para cubrir las manos que acariciaban
sus propias pollas. Brock gruñó en aprobación, mientras movía su mano,

~186~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
permitiendo que la de ella, más pequeña, acariciara la abultada erección que lo
atormentaba.
La mano de Sam cubrió la suya, cuando ella agarró su polla también, pero sin
embargo, él mantuvo su mano quieta, en lugar de permitir que lo acariciara.
—Quiero mirarte —susurró él—. Si te follo ahora, Heather, no tendré el control
para mirar tu clímax cuando explotes por primera vez con nosotros.
—Si nadie hace que me corra hoy, voy a matarlos a todos ustedes —jadeó ella
desesperadamente—. Por el amor de Dios, Sam, ¿por qué estás atormentándome así?
—No, nena —susurró él, su voz pulsaba con la necesidad—. No entiendes.
—Sam, hijo de puta, esto no va a durar. —Cade se retiró y luego gimió en derrota
antes de empujar hacia delante de nuevo.
—Sam. Sam. Oh Dios. Sam. —Sus manos se olvidaron de las pollas que estaban
sosteniendo y se hincaron en sus brazos mientras el placer se apresuraba a través de
su cuerpo—. Por favor. Por favor. Sam.
Luchó por liberar sus piernas, para empalarse a sí misma sobre la erección que
mantenía a su coño separado. Estaba desesperada por llegar al clímax, por liberarse
del creciente placer, de las abrumadoras sensaciones que estremecían su cuerpo.
Cade maldijo de nuevo, luego se echó con fuerza hacia atrás, sacando a su polla de
la sujeción desesperada de la carne de su vagina mientras ella gritaba conmocionada,
en pulsante necesidad. Al mismo tiempo, Sam y Brock liberaron sus piernas, y
Heather se incorporó. Se volvió hacia Sam, sus labios fueron a los de él, sus manos le
agarraron el cabello mientras lo empujaba hacia el colchón.
Escuchó su risita, la felicidad, la alegría, un segundo antes de montar la dura polla
que se levantaba entre sus muslos. No le dio a su cuerpo ningún tiempo para
ajustarse, ninguna advertencia antes de empalarse ella misma sobre la abultada
erección que se levantaba ávidamente hacia su coño hambriento.
Su lamento fue de placer, dolor, la sensación acelerándose a través de su cuerpo,
mientras sus músculos se separaban para la desesperada acometida. Sam gimió bajo
su cuerpo, sus manos le agarraron las caderas mientras Brock se ponía adelante,
empujándole la polla en los labios.
El control desapareció en la desesperación del momento. Detrás de ella, sintió la
relajación del tapón anal mientras Cade liberaba el aire que lo había inflado. Luego
gimió de placer cuando él lo liberaba de sus absorbentes profundidades.
—Ahora, Heather —gruñó Sam, sosteniendo sus muslos firmemente, aquietándola
mientras la polla de Brock se empujaba en su boca—. Ahora, veras...

~187~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Sus ojos se abrieron como platos cuando sintió a Cade moverse detrás, mientras
las manos de Sam se movían hacia sus nalgas, apartándoselas, revelando el estirado
agujero de su ano. Un segundo después, la ancha cabeza de la polla de Cade empujó
contra él.
—Relájate, nena —susurró Sam debajo de ella—. Lento y suave, Heather.
Ella gimió alrededor de la carne que llenaba su boca, succionándola
desesperadamente, lloriqueando cuando sintió a Cade deslizándose lentamente, tan
condenadamente lento que al pasar por el apretado anillo de músculos, estos se
contrajeron alrededor de su carne. Su coño se cerró alrededor de la polla de Sam,
apretándose más firmemente, incluso mucho más firme mientras Cade se empujaba
en las ardientes profundidades de su ano.
Desesperados gemidos masculinos y susurros de alabanza reverberaron en el aire
húmedo alrededor de ellos. Heather tembló, se estremeció, débil con la excitación y
más que agradecida cuando sintió las manos de Sam asegurando su cuerpo,
sujetando sus brazos, ayudándola a mantener la posición que necesitaba para
ocuparse de la gruesa polla que se empujaba dentro y fuera de su boca. El limpio
sabor de la carne endurecida, la ardiente longitud que rozaba sobre su lengua la hizo
sentir hambrienta, ávida de más. Detrás de ella, Cade estaba abriendo sus músculos,
la ardiente y apretada pizca de dolor era un impetuoso contraste con el exquisito
placer de la polla de Sam estirando su coño.
Estaba llena, invadida, y no pudo evitar el intenso lamento que se escapó de su
garganta cuando Cade empujó esos últimos centímetros dentro de su ano. Estaba
empalada, tomada, poseída. Era el centro de tres corazones, y el sostén del alma de
un hombre desesperado, y se sintió en la gloria por todo eso.
Como si el último empalamiento detrás de ella, fuera todo lo que necesitaban, los
tres hombres empezaron a moverse. Perfectamente sincronizados, sus cuerpos se
levantaban y caían, empujaban y salían, en perfecta sintonía. Una danza natural e
impetuosa de tal sensualidad, de tal exceso erótico que Heather perdió todo el
sentido de realidad. Un ritmo pulsante de deseo, pasión, lujuria y amor llenaba el
aire. Ardientes gemidos masculinos, súplicas susurradas, y la gruesa y dura carne
que la acariciaban en sus regiones más sensibles y apretadas, era más de lo que su
cuerpo podía procesar al mismo tiempo.
Su boca se apretó sobre la polla de Brock, sus manos se apretaron sobre el cabello
de Sam, mientras la boca de él se cerraba sobre un pezón endurecido, succionándolo
duro y profundo dentro de su boca. Y más abajo, sus pollas gruesas y palpitantes
empezaron a impulsarse dura y profundamente dentro de ella, tensó los sensibles
músculos, gruñendo mientras la caliente carne acariciaba su delicado tejido incluso
mientras incrementaban sus acometidas.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Estaba luchando por respirar, luchando por mantener el juicio mientras la
electricidad empezaba a viajar a través de su cuerpo, el arco de un relámpago, la
sensación apresurándose a través de su útero contraído, mientras Cade y Sam
empezaban a follarla más duro, gimiendo, sus pollas latían mientras Brock agarraba
el punto a mitad de camino de su polla y empezaba a empujar más duro dentro de su
succionante boca. Iba a explotar. A desintegrarse.
Su cuerpo se puso rígido, se tensó, su mirada se oscureció mientras levantaba los
ojos hacia Brock en súplica. No podía resistirlo. No podía soportarlo. El placer, las
sensaciones, la misma profundidad de las emociones que estaban removiéndose a
través de su cuerpo como un maremoto de placer creciente.
Como si esa conexión, esa mirada suplicante encendiera un fusible, sintió como
Brock se agarrotaba.
—Sam, no puedo esperar. —Su cuerpo corcoveó, su polla se internó nuevamente
en su boca, y luego una vez más mientras detrás y debajo de ella, Cade y Sam
incrementaban sus empujones, el placer, y ella murió.
Era solo vagamente consciente que el sonido de succión de sus labios era
demasiado alto para sus aturdidos sentidos. El sonido de los empujones empapados,
de los gemidos masculinos y la ardiente adoración era demasiado. Explotó mientras
Brock se retiraba de su boca; un lamento se desgarró de su garganta.
Sentía como su cuerpo se sacudía, convulsionando, sus jugos derramándose de su
coño mientras su cuerpo se estremecía con fuertes e involuntarios espasmos. Su útero
se onduló, se cerró, su ano tensándose mientras Cade gemía detrás de ella, un
segundo antes de que explotara en las ardientes profundidades de su ano con una
liberación desesperada.
Sam gritó debajo, palabras de amor, de necesidad, emocionales, intensas, mientras
otro clímax la desgarraba, vertiéndose sobre su polla mientras él empujaba más duro,
más profundo en su interior. Y todavía su coño lo ordeñaba, cerrándose sobre su
carne.
Pudo escuchar a Cade detrás de ella, un último gemido desgarrándose del pecho
de él mientras sus músculos continuaban aferrándolo a él, a Sam, antes de que se
retirara lentamente de su interior. Entonces, sorprendentemente, increíblemente,
Brock agarró sus caderas, su polla todavía erecta empujando dentro de su ano,
mientras Sam se quedaba quieto, solo durante el tiempo que le tomó a su hermano
iniciar una serie de empujones duros y rápidos dentro de ella.
—Sam, Sam... —canturreó su nombre—. Que Dios me ayude, te amo, Sam.
Cruciales e intensas, esas palabras hicieron añicos su control. Él se movió con
esfuerzo debajo de ella, enterrando su polla duro y profundo en su interior, mientras

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Brock la destruía con su propia liberación. Sam la llenó. Su semilla se descargó en su
útero, activando otro clímax más fuerte y más profundo, que hizo a su cuerpo
tensarse hasta el punto que ella sentía que podía destrozarse. Y entonces lo hizo.
Como un velo de noche, la pulsante emoción y el agudo y agonizante placer
abrumaron sus sentidos hasta que se desplomó contra el hombre que sabía, podía
sostener, su corazón y su alma, por toda la eternidad.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 37

Sam la sostuvo cerca, aún parte de su cuerpo, incapaz de liberarse, de apartar su


frágil peso de su pecho. El olor a sexo, semen y a cruda y desenfrenada emoción aún
llenaba el aire. Pero no había ningún olor a sangre. Por primera vez en su vida, podía
oler el crudo y terroso olor del sexo, y no oler ninguna sangre.
El cuerpo de Heather estaba empapado con su propia liberación, así como de la de
ellos. Su pelo estaba totalmente humedecido, cayendo sobre su hombro y el de Sam,
arrastrándose hasta el colchón bajo ellos. Sam fingió que la humedad en su cara era
su propio sudor, pero sabía que eran lágrimas. La sostuvo cerca, meciéndola, y
dejándolas caer.
No era la sexualidad o la lujuria lo que lo satisfacía al compartirla. Era más
profundo, estaba más allá que todo eso. Heather conocía ahora un placer que él solo
nunca podría darle. Era una desinteresada entrega desde su alma. Al compartirla con
los hombres que eran tan parte de él como ningún otro humano podría ser, le daba
más de lo que podría darle alguna vez solo. Las sensaciones, las emociones, una
protección y una aceptación que nunca se atenuaría.
En su alma ahora comprendió por qué uno de sus hermanos podía entrar en una
habitación, oler el olor de otro en su mujer, y sentir orgullo en vez de celos, pena o
culpa. Sus hermanos estarían allí cuando él no pudiese estar. Ella tendría tres apoyos,
en vez de sólo uno. Ella tendría a tres como él.
—¿Sam? —la voz de Cade era suave, relajada. Sam no había oído esa cualidad de
su voz durante años.
Sacudió la cabeza, la debilidad de sus lágrimas escondida. Ya no era un niño, sino
un hombre hecho y derecho, y aún así su mayor alegría, su mayor sentido de
seguridad estaba en saber que todo lo que él era, todo de lo que él se preocupaba,
estaba siendo supervisado por los hermanos que habían sido su salvación a lo largo
de su vida.
—Cuando estás sosteniendo a Marly, tocándola, amándola, sé en mi alma que es
como si fuese yo mismo —dijo suavemente—. Se lo que sientes, y está bien. Que me
condenen si no lloré en sus brazos cuando la bañé después de aquella primera vez.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Sam deslizó sus mejillas sobre el hombro de Heather, sintiendo su respiración
regular, sabiendo el agotamiento que la apresaba.
—Necesita ser bañada, Sam —le aconsejó Brock suavemente—. Así no estará
demasiado dolorida, ni despertará incómoda.
La movió suavemente, consciente de las manos que le ayudaban. Sus hermanos.
La pusieron de espaldas sobre el colchón, y Sam sólo pudo sonreír suavemente
mientras ella se abrazaba más cerca de su calor, una leve frialdad onduló sobre su
piel desde el aire acondicionado durante un segundo antes de que Cade tirase la
manta sobre ella.
Manos preparadas para asegurar su comodidad si él no pudiese. Para asegurar su
placer, su felicidad. Él suspiró profundamente mientras se ponía de pie y arrastraba
cansadamente los vaqueros sobre las piernas. Era un ritual, una necesidad. Ella les
había dado el mayor regalo que una mujer podría dar, y ahora era el momento de
asegurarle comodidad y bienestar.
Envolvió la manta con cuidado alrededor de ella mientras Cade y Brock se vestían.
Ellos volverían ahora a sus propias habitaciones, se ducharían, y luego amarían a sus
mujeres, por separado o juntos. No habría ninguna censura, ninguna sensación de
duda o posesividad entre las mujeres, o los hermanos. Sarah amaba a Brock, pero
entendía que a veces Cade la necesitaba también, y había veces, Sam lo sabía, que
Sarah había buscado aquella unión también. Exactamente como Marly lo hacía.
Como Heather aprendería pronto.
No habían sido forzadas a ello, no había sido dado por supuesto el regalo que ellas
ofrecían. Cada mujer ponía sus propios límites, y sin argumentar, sin desaprobación,
cada uno de los hermanos aceptaba aquellos límites.
Cuando dejó la habitación familiar, se detuvo cautelosamente, parándose fuera de
la puerta mientras vislumbraba a Tara que estaba militarmente firme en la escalera.
Esperaba la rabia, esperaba un ataque de gritos. Pero, en cambio, era la tristeza la que
marcaba sus rasgos.
—Si le haces daño, te mataré —susurró, y Sam sabía que era exactamente lo que
quería decir—. De alguna manera, Sam, de algún modo, te mataré.
Sostuvo a Heather más cerca, dirigiendo la mirada a sus dormidos rasgos mientras
la alegría pulsaba en su corazón. Cuando levantó la mirada hacia Tara, no había
ninguna duda, ni en su corazón, ni en su voz.
—Si es herida, Tara, no tendrás que hacerlo. Yo mismo me ocuparé de ello.
Los labios de ella se endurecieron mientras exhalaba un desigual suspiro. No dijo
nada más sin embargo, simplemente se apartó y le permitió que llevase a su mujer a
su habitación. El dolor que marcaba los rasgos de ella le preocupaba, por el bien de

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
Heather. Sabía que el dolor la preocuparía, pesaría en ella. A pesar de sus diferencias,
las dos mujeres estaban muy unidas, casi tan unidas como lo estaban él y sus
hermanos. Casi, pero no completamente.
Entró en el dormitorio en sombras, encendiendo la luz mientras daba una patada a
la puerta de dormitorio para cerrarla, entonces se paró abruptamente. La pesadilla y
la realidad chocaron. La desesperación, el horror marcó su alma.
—Hola, Sammy, muchacho. —Susurró la voz diabólicamente—. Ha pasado mucho
tiempo ¿verdad, hijo?

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Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 38

Sam rogó que Heather continuara durmiendo. La instaló en la cama como


dirigido, doblando cuidadosamente las mantas alrededor de ella, retirándole el pelo
de la cara mientras la contemplaba con una sensación de agonía. Si pudiera
simplemente sacar la amenaza fuera de la habitación, fuera de la casa, entonces el
resto estaría a salvo.
—La ensuciaste —dijo con desprecio la voz—. Tú y esos bastardos la tocaron y
mancharon, rebajaron a una mujer buena y decente, exactamente como hicieron con
Marly. Se suponía que las protegerían, Sam. Protegerlas, no convertirlas en putas de
campamento.
—Si, lo sé. —Él acalló la furia y el rechazo que se elevaban en su alma. Haría
cualquier cosa que sirviera para mantener segura a Heather, no importaba lo que
tuviera que decir o lo que tuviera que hacer.
Se levantó lentamente y se dio la vuelta para encarar el pasado.
Ella no era la belleza que acostumbraba ser. Su largo y negro cabello estaba
cortado casi en un corte masculino. Los ojos, alguna vez de un profundo azul, ahora
parecían apagados. La una vez pura y cremosa piel estaba moteada, con pequeñas
cicatrices a lo largo de las mejillas. Estaba lastimosamente delgada, casi demacrada.
—Asesinaste a Tate. —Él sacudió la cabeza, sabiendo que era verdad.
—Claro que lo hice —dijo con desprecio—. Era una lacra para la sociedad, no
mejor de lo que era Reginald.
—¿Era? —Sam se lo preguntó con cautela.
—Era. —La crueldad se reflejaba en su mirada—. Está muerto Sammy. Pobre
bastardo, pensó que podía ayudar a Jack a agarrarme y castigarme por escapar. Se lo
enseñé. Lo maté exactamente como maté a Tate.
Sam tragó con fuerza.
—Esto matará a Marly, Anna —susurró lastimosamente—. ¿Lo pensaste?
Ella hizo una mueca, los labios retorciéndose con un feo desprecio mientras le
apuntaba con el arma hacia el corazón.

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Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Marly nunca lo sabrá —dijo con desprecio—. Te mataré, Sam, y eliminaré tu
influencia para siempre. Es tu culpa. Todo es culpa tuya. Si no hubieras matado a
Jebediah, entonces él hubiera mantenido a Reggie bajo control. Hubiera evitado que
me hiciera daño. Él controlaba a Reggie y a Jack, y tú lo mataste. Luego, cuando yo lo
habría olvidado, convertiste a mi niña en una puta. La hiciste tan enferma y sucia
como tú.
—¿Sabes lo que nos hizo, Anna? —susurró él en tono sombrío—. Por Dios, él nos
hubiera destruido.
—Por supuesto que lo sé —gruñó ella—. Yo vivía allí, Sam. Escuchaba cada grito,
cada ruego que salía de vuestras patéticas bocas. Los quejicas bastardos que eran.
La sorpresa inundo su cuerpo, debilitándole las rodillas y hundiendo su estómago
por el horror. Solo podía contemplarla, el cuerpo tenso por la confusa y rabiosa furia.
Recordó como había buscado una vez a esta mujer. Cuando era joven, antes de los
abusos de su padre y la muerte de su madre. Recordó como ella iba a Cade cuando
empezaron los primeros insultos furiosos de Joe, acurrucándose en una cama con los
tres chicos, temblando de miedo.
—Estás loca —susurró—. Nunca saldrás de aquí. Nunca escaparás de esto.
—Por supuesto que lo haré —gorgojeó casi con suavidad—. Vamos a salir de aquí,
Sam, y vamos por la puerta trasera. El guardia de allí está durmiendo su sueño final.
Y saldremos a la noche. Nunca volverás, y tampoco lo haré yo, hasta que el equipo
de Rick se retire, y Heather irá con ellos. —Agitó el arma hacia la puerta—. Vamos
antes de que tu pequeña puta se despierte y tenga que matarla también.
Se movió hacia la puerta, rogando por una oportunidad para cogerla con la
guardia baja. No podía hacerlo en la casa. No podía correr el riesgo de que Cade o
Brock, o una de las mujeres fueran heridos. Su mejor oportunidad sería fuera, en la
oscuridad.
—No intentes engañarme, Sammy —gruñó ella mientras él llegaba a la puerta—.
Asegúrate de que no hay nadie fuera. Si lo están, resultaran heridos.
Él se detuvo, abriendo la puerta lentamente.
—Tú primero —siseó ella, señalando hacia el pasillo.
Él caminó fuera de la habitación, el cuerpo tenso y tirante, desesperado por sacar a
Anna de la casa antes de que nadie, especialmente Marly, la viera. Permaneció donde
lo pudiera ver, sabiendo que tenía que alejarla de Heather, luego lejos de la casa.
Después de eso, se aseguraría jodidamente de que pagaba por el infierno al que les
había enviado.

~195~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Ella salió con cuidado de la habitación, metiéndose la pistola en el bolsillo de la
ligera chaqueta mientras con un gesto le indicaba que se adelantara. Él se encaminó
hacia las escaleras.
—Sam ¿está Heather despierta todavía? —La puerta del dormitorio de Cade se
abrió y Marly salió de la habitación. Entre él y su madre.
Sam giró en redondo, poniéndose enfrente, situando su propio cuerpo entre ella y
la loca mujer absorta en la muerte.
—¿Mamá? —Su voz sonaba aturdida y confusa mientras peleaba con Sam—.
Muévete, Sam, muévete. Es mi madre. —El júbilo iluminaba su voz mientras
levantaba el volumen, hasta que vislumbró la pistola que Anna había sacado de su
chaqueta, apuntado al corazón de Sam—. ¿Mamá?
—Quédate atrás, Marly. Métete en la jodida habitación. —Él luchaba por
empujarla hacia la puerta, mientras Brock salía de su propio dormitorio detrás de
Anna
Sam lanzó una mirada a su hermano, mirada que al instante comprendió mientras
Anna empezaba a lanzarse atrás, hacia la habitación de Sam y Heather. Brock se
movió rápidamente, situando su cuerpo entre ella y la habitación, ignorando la
pistola agitándose entre él y Sam, y los desesperados ojos de la mujer mirándolos con
odio.
—Si disparas esa pistola, la despertarás —le advirtió Sam—. No puedes agarrarla,
Anna.
—Mamá ¿qué estás haciendo? —Marly luchaba contra Sam mientras él la retenía,
el terror le empañaba la voz—. Maldita sea, Sam, sal de mi camino.
—No, Marly. —La presionó contra la pared, girándola, sujetándola en el sitio—.
Nena, está jodidamente loca. Por favor. Por Dios, Marly. Quédate detrás de mí.
—¡Déjala ir! —gritó Anna, el cañón de la pistola dirigiéndose hacia él.
—Aprieta de una vez el jodido gatillo, puta —aulló, girándose hacia ella con la
furia marcándole el rostro—. ¿Crees que te dejaré tenerla? ¿Qué te dejaré acercarte lo
suficiente para herirla? Estás más loca que Marcelle si eso es lo que crees.
Anna parpadeó.
—Ella no es tu mujer, Sam. Podría agarrar a Heather en lugar suyo. Estaría fuera
de aquí en un minuto —dijo ella con desdén—. Me pregunto si se intercambiaría por
ti.
Sam gruñó y le echó una mirado a Brock. Su hermano se desplazó más cerca de la
puerta del dormitorio solo por si acaso.

~196~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Brock la protegerá, Anna. Lo mismo que yo protegeré a Marly.
—¿Y si tu mueres? —chilló ella—. Te mataré Sam.
—No atraparás a Marly antes de que Brock te agarre a ti, Anna —le advirtió él—.
Cualquiera de los dos caminos que elijas, uno de nosotros te agarrará.
—Y uno de ustedes morirá —escupió ella—. ¿Entonces qué, Sammy?
—Entonces el otro protegerá lo que es suyo, Anna —Brock habló por él—. Lo
mismo que cuando nosotros protegíamos lo que era tuyo cuando nos la diste.
Familia, Anna. Nos protegemos los unos a los otros.
—¡Proteger! —Ella gruñó la palabra—. Ensuciaron a mi niña. La hicieron su puta,
lo mismo que Jack y Reggie intentaron hacerme a mí. Ustedes violaron a mi niña y la
hicieron aceptar sus monstruos, justo como eran ellos.
—¡Mamá, no! —gritó Marly, las lágrimas empañando su voz y el dolor resonando
en ella—. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué haces esto?
Anna se detuvo. Miró a Sam, luego a Marly mientras luchaba por mirar alrededor
del cuerpo más ancho de Sam.
—Porque ellos destrozaron todo nena —susurró ella en voz baja—. ¿No lo
entiendes? Yo entregué a Sam para Marcelle. Fue idea mía, amor, de esa forma él
haría que Jack y Reggie te dejaran sola. ¿No recuerdas a tu papá, nena? Siempre
quería tocarte y abrazarte —Anna se estremeció—. Y Sam lo arruinó. Él lo arruinó
todo de tal forma que me hizo perderte. Tenía que dejarte ir hasta que encontrara la
forma de destruirlos. De guardarte de ellos.
Marly gritó de dolor detrás de él mientras la mantenía cerca, sintiendo su cuerpo
hundirse contra la pared.
—No —gritó ella—. Por favor, no.
—Marly, no lo entiendes. —Anna sacudió la cabeza, los ojos reluciendo con
demoníaco fervor—. Él nos protegía, nena. Todo lo que necesitaba era a Sammy. Pero
Sammy tenía que ir y golpearlo y cabrearlo, y luego Cade y Brock lo golpearon. Ellos
tenían que pagar, nena. Jebediah era un gran hombre. Demonios, ellos lo merecían,
incluso cuando los bastardos compartían a sus estúpidas amiguitas. Pervertidos.
Todos lo eran.
—Él casi mató a Cade —gritó Marly con dolor, ahora luchando contra Sam con
más fuerza—. Maldita seas. Maldita seas. No eres mi madre. Nunca. Nunca, por
Dios, te reconoceré como mi madre.
Pateó las piernas de Sam, arañándole los brazos, luchando por liberarse mientras
las voces empezaban a levantar la alarma en el piso de abajo y Cade llegó arrasando
las escaleras.

~197~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
—Joder, Anna.
Se deslizó hasta detenerse junto a Sam, la confusión marcando sus rasgos mientras
observaba la pistola y los salvajes ojos de la mujer agitándose.
—Bueno, aquí está —gruñó Anna maliciosamente—. El gran hermano. ¿Alguna
vez le has contado a tu amante cuantas veces follaste a tus hermanos, Cade? ¿O
cuantas veces ellos te jodieron? Ya que estamos todos aquí, quizás deberíamos solo
recordar por un momento.
Maliciosas carcajadas resonaron en el aire durante un brutal y angustioso segundo
antes de que resonara un tiro.

~198~
Lora Leigh El Regalo de
Heather

Capítulo 39

—Odio a la gente estúpida.


Sam miró sorprendido mientras Heather caminaba fuera de su habitación,
completamente vestida, sujetó el revolver cuidadosamente frente a ella mientras
miraba fijamente a la mujer en el suelo.
El silencio reinó durante largos segundos, luego pies corriendo mientras Tara,
Rick y cerca de dos docenas de guardaespaldas corrían escaleras arriba.
—Llama a una ambulancia, Tara —Heather escupió la orden con aspereza—. No
está muerta pero no tiene buen aspecto.
—Mamá. —Era la voz rota y llena de lágrimas de Marly que recorría con los ojos
la imagen de la mujer llena de sangre e inconsciente, desplomada cerca de la pared.
Se movió lentamente desde detrás de Sam. Sus ojos estaban abiertos de par en par,
aturdida mientras Cade atrapaba su ligero cuerpo en sus brazos.
—Tranquilízala, Cade —ordenó Rick abruptamente mientras se arrodillaba
enfrente de Anna—. Maldita sea, es Helena —susurró de nuevo.
—Su nombre es Anna. Es la madre de Marly —espetó Cade
—Eso explica por que siempre rehusaba realizar turnos en la casa o de noche. No
podía correr el riesgo de que alguno de ustedes la viera. —Tara se arrodilló frente a
la mujer—. Se lo permití, porque ella siempre parecía tan callada y tan triste.
Rick sacudió la cabeza.
—Firmó con la empresa pocos años atrás, cuando trabajábamos en el caso Stewart.
Trabajó con nosotros de vez en cuando hasta que vinimos aquí. Tenía documentos
perfectos con el nombre de Helena Doraga.
—Era el nombre se soltera de la abuela —susurró Marly con la voz ronca—. Iba a
matar a Sam. Intentó matar a Sarah. —Miró a través de la habitación hacia donde
Sarah observaba sorprendida la escena.
—Munchkin —Sam le tocó la mejilla mientras Cade la mantenía de pie—. Ella no
era tu madre. No esa mujer.

~199~
Lora Leigh El Regalo de
Heather
Sam vio las lágrimas que rodaban por sus mejillas, vio la amarga impotencia de
Cade en sus ojos. Sin embargo la ira ya se estaba disipando de la cara de su hermano.
La sombría, triste y acongojada ira que había persistido allí durante años estaba
desapareciendo. Sam se dio cuenta de que al encontrar a Marly, su hermano había
llegado a reconciliarse lentamente con el pasado.
Se volvió hacia Heather, arqueando irónicamente una ceja mientras ella metía la
pistola en la funda detrás de su cadera.
—Oye Hot Stuff17 —gruñó—. Se supone que te estaba protegiendo.
Se movió hacia ella, arrastrándola a sus brazos, sus labios cubriendo los de ella en
un beso de agradecimiento y de júbilo. Los labios de ella se abrieron a los de él, los
brazos se apretaron alrededor de sus hombros y el aliento se le enganchó en el pecho.
Echándose hacia atrás, él miró fijamente sus húmedos ojos.
—¿Qué? —frunció el ceño hacia ella—. Ni siquiera pienses en dejarme, Heather.
No te permitiré irte.
—¿Dejarte? —preguntó ella con aspereza, sus verdes ojos reluciendo por las
lágrimas—. Sam, estaba asustada. Completamente aterrorizada. Hubieras dejado que
esa diabólica mujer te matara. Sé que lo harías. Saliste erguido de nuestro dormitorio
como un jodido sacrificio. —Su puño rebotó en la parte alta del brazo de él mientras
ella lo golpeaba con dureza—. Maldito seas. Deberías tener más sentido común.
Sam se rió. No podía evitarlo, no podía detener la felicidad que se desbordaba del
interior de su alma.
—Oh no, nena. En el momento que la hubiera tenido fuera ella estaba acabada. Yo
hubiera regresado, Heather. Lo habría hecho, no podría dejarte ir, nena.
La atrajo cerca de nuevo, su ligero peso arropado entre sus brazos mientras Sam
lanzaba una mirada a Brock por encima de su cabeza. Él había permanecido ante la
puerta, sabiendo que ocurriría si Heather salía imprudentemente. Había ahogado el
ligero chasquido que ella había hecho cuando la había abierto, se había deslizado a
un lado para el disparo. Pero había permanecido allí, protegiendo la vida de ella.
Igual que él había protegido a Marly.
Los hombres de Rick le prestaron los primeros auxilios a Anna, preparándola para
la ambulancia y la movieron rápidamente escaleras abajo mientras Cade y Marly los
seguían. Sería duro para Marly, lo sabía. Su gentil corazón, sus sueños del regreso de
su madre, estaban rotos en pedazos para siempre. Pero no estaba sola. Y nunca lo
estaría.

17 Preciosidad. (N. de la T.)

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Heather
—Te debo un baño —susurró Sam en el todavía húmedo cabello de Heather—. Un
baño y un mimo. ¿Crees que podrás manejarme?
Ella resopló con lágrimas en los ojos.
—A ti y a dos más como tu... —Se detuvo—. Bueno, quizás podríamos esperar
para intentar eso otra vez.
Sam se rió entre dientes, la sujetó cerca y la metió lentamente en su habitación. El
pasado estaba acabado. Todavía había preguntas que debían ser contestadas, y él
sabía que sus recuperados recuerdos no serían fáciles para ninguno de ellos. Pero los
demonios se estaban yendo. Los miedos estaban enterrados y su vida se extendía
ante él ahora, desprovista de la soledad, del sombrío y desesperado dolor. Y el regalo
de amor de Heather había curado aquellas abiertas y dolorosas heridas de su alma.
Su aceptación, su amor. El regalo de su corazón para todos ellos.

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Heather

Capítulo 40

Algunas semanas más tarde Sam estaba sentado solo en las oscuras sombras de la
habitación familiar, contemplando la noche a través de las puertas de cristal. Los
guardaespaldas se habían ido. La casa estaba silenciosa y segura de nuevo. Había
pasado tanto tiempo desde que todos ellos se habían sentido seguros. Doce años para
ser exactos. En las pasadas semanas, Sam se había dado cuenta de lo opresivos que
habían sido los recuerdos de los abusos y como el reprimirlos había afectado a su
propia vida.
Lentamente, los recuerdos habían vuelto. Sombríos, llenos de dolor, vergüenza y
finalmente una resignada aceptación.
Ocurrió, sobrevivimos. No importa como sobrevivimos, Sam, lo hicimos. Y estamos
sanando. Las palabras tranquilas de Brock dichas no mucho antes, habían tomado
sentido lentamente para él. Con la ayuda de Heather, con su buen corazón, su forma
de hacerse cargo y su cariñosa dulzura, finalmente había encontrado una medida de
aceptación y paz.
—¿Sam? —Se volvió cuando la suave voz de Heather lo interpeló desde el umbral
de la puerta.
Ella caminó dentro de la habitación, su esbelto cuerpo cubierto por un casi
transparente camisón de seda que solo caía hasta sus muslos.
—Deberías estar durmiendo. —Envolvió los brazos alrededor de ella mientras
llegaba hasta él. El dulce arome de su perfume llegó a su cabeza, la sensación de su
cuerpo esbelto envió un resurgir de lujuria a través de su polla. Nunca tenía
suficiente de ella. No importaba cuantas veces la tuviera.
—No estabas en la cama conmigo. —Se acurrucó en sus brazos, un poco
somnolienta mientras él se sentaba a su lado en el sillón y tiraba de ella a su regazo.
—Solo estaba pensando. —Mantenía la voz tranquila mientras hablaba,
saboreando la tierna intimidad de sujetarla de esa forma.
Las últimas semanas habían estado plagadas con la confusión y los destrozados
sueños de Marly y su madre y el entierro final de Anna. La bala de Heather no la
había matado, pero su propio odio retorcido lo hizo. Había muerto en su intento de

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Heather
escapar del hospital y volver tras los August una vez más. Después de engañar a su
vigilante y robarle el arma, había sido rechazada mientras se deslizaba hasta el
vestíbulo. La bala de un oficial de policía la había parado después de que ella le
disparara.
—¿Recordando? —le preguntó suavemente.
Sam deslizó la mano sobre el sedoso cabello de ella, disfrutando de la sensación
contra su palma.
—Preguntándome quizás —suspiró—. Aceptando.
Ella se quedó callada unos momentos. Finalmente suspiró profundamente,
presionando los labios contra el pecho desnudo.
—¿Y has aceptado? —le preguntó, girando el cuerpo hasta enfrentarlo, las piernas
extendidas a través de las de él, el calor de su coño acomodado contra la longitud de
la erección que se tensaba bajo los pantalones del chándal.
Sam apoyó la frente contra la de ella, mirando dentro de sus ojos, una mueca
bordeándole la boca. Ella no iba a mimarlo, ni consentiría a los recuerdos. Ella era
fuerte como un clavo, y rehusaba permitirle culparse, o revolcarse en el dolor del
pasado. Nada que tuviera intención de hacer. Recordar era más fácil que olvidar y la
aceptación se estaba asentando lentamente en él.
—¿Me dejarías hacerlo de otra manera? —le preguntó mientras le besaba
suavemente la respingona nariz.
Ella bufó.
—Como si yo pudiera controlarte. Sam, harás lo que quieras. Siempre lo he sabido.
Él sacudió la cabeza, apoyándola en el alto respaldo del sillón mientras la miraba
fijamente. Si, hacía lo que quería. Y todo lo que quería en su vida era amar a esta
mujer. Darle más placer del que ella pudiera soportar, hacer su vida tan sosegada
como fuera posible. Lo que le recordó...
—¿Qué estabas haciendo cocinando esta noche? La próxima vez que tenga que
esperar que ustedes tres limpien la cocina antes de que pueda llevarte a la cama te
juro que voy a zurrarte el culo.
—Hmmm. —Ella arqueó sugestivamente una ceja—. Suena divertido. ¿Quieres
hacerlo ahora?
Él frunció el ceño con ferocidad.
—Podríamos haber salido a cenar, Heather. No tenías que cocinar.

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Heather
—Estoy cansada de comer fuera. —Deslizó las manos sobre su pecho, las uñas
clavándose ligeramente en su piel—. Haz que Cade contrate a un ama de llaves si
quieres ayudar.
Él resopló.
—Saldría corriendo la primera vez que nos escuchara jodiendo aquí a todos.
Condenados mojigatos.
—Tenemos dormitorios —se reía entre dientes, el suave sonido ronco por el deseo.
—Uh, uh. —Sam negó firmemente con la cabeza—. Aquí dentro. Es mejor aquí,
Heather. Todos juntos, amándonos, riendo. En los dormitorios no sería lo mismo.
La franqueza de la habitación familiar, la sensación de libertad, de aceptación, no
sería lo mismo en cualquier otra habitación, pensó él, no para aquellas ocasiones. No
era que él no fuera propenso a tomar a cualquiera de las tres mujeres en cualquier
habitación en que las atrapara. Lo era. Pero aquellas noches cuando todos sus deseos
convergían, y el compartir llegaba a ser caliente, intenso, arrancando gritos de placer,
súplicas de liberación, la habitación familiar no podría ser reemplazada.
—Pervertido.
Se balanceó contra su polla, su caliente coño humedeciendo sus pantalones.
—Ninfómana —susurró él bajito—. Hoy has sido follada hasta la inconsciencia, y
todavía quieres más.
Las mujeres eran condenadamente melindrosas. Estaban prohibidas en las
semanas del ciclo, y esta era la semana de Sarah y Marly. Las malditas mujeres
parecían estar moviéndose lentamente a un calendario sincronizado. Era inquietante.
Pero Heather había quedado como la única mujer en los últimos días. Cade y Brock
la habían tenido ocupada.
Se estremeció mientras recordaba entrar en la cocina aquella mañana desde la
cuadra, verla sentada en el regazo de Cade, la espalda contra su pecho, su precioso
coño goteando mientras los dedos de él perforaban dentro de él. La polla de Cade
había estado clavada dura y profundamente en su culo mientras la empujaba al
orgasmo. Esa visión había sido tan condenadamente erótica que él casi se había
corrido al momento en sus vaqueros. Con sus grandes ojos verdes mirándolo,
indefensa, el abrumador placer llenando su cara, él había pensado que su polla
estallaría.
Después, aquella tarde mientras ella dejaba la piscina, Brock había lubricado cada
centímetro de su piel con una espesa capa aceite de bronceador antes de volverla
sobre el estómago y joderla para más que un orgasmo. Ella había dormido el resto de
la tarde, él sonrió ante esa idea.

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Heather
—Yo siempre te deseo, Sam —dijo mientras sus labios se movían hacia el cuello de
él, sus dientes arañando contra la piel—. Podría tenerte enterrado para siempre
dentro de mí.
Las manos de ella se movieron entre ellos para tirar de sus pantalones. Sam
levantó las caderas, ayudándola a tirar del pantalón del chándal por los muslos,
liberado la gruesa longitud de su miembro. Ella gimoteó mientras él se posicionaba y
empezaba a deslizarse en las profundidades ultra apretadas de su cuerpo.
—Maldita sea. —Sus dedos le apretaron los globos llenos del trasero, separándolos
hasta que pudo percibir la base del tapón que ella se había insertado.
—Lo necesito todo. —Ella jadeó para respirar, las uñas clavándose en los hombros
de él mientras se empalaba en su erección lentamente—. Sam, lo necesito todo.
Sin poder evitarlo, gruñó su nombre. Empujó fuerte y profundo, dándole el
mordisco de dolor que ella reclamaba mientras le cubría los labios con los suyos. Era
una gata salvaje, en la cama y fuera. Su lengua se hundió en sus labios mientras él
agarraba la base del tapón, moviéndolo al compás de los empujones de ella sobre su
polla, dejándola sentir la plenitud, el calor flameante de la doble penetración.
Sus gemidos aumentaron, su coño poniéndose más mojado por segundos, su
pasión tempestuosa quemándolo vivo. Pulsó a su alrededor, tan caliente y ceñida
alrededor de su erección que tuvo que apretar los dientes para sujetar su control. Las
caderas empujando al mismo tiempo que las de ella, hundiendo su miembro más
fuerte y más profundo dentro de ella, mientras sentía las ondas convulsivas que
precedían al clímax que resonaban a través de su ajustado canal.
—Heather, eres tan estrecha —susurró él contra su oreja mientras se impulsaba
profundo y duro dentro de ella—. Tan caliente, tan perfecta... —Luchó por respirar
mientras escuchaba el sonido de sus gemidos cambiar. Entrecortados, aumentando
con la excitación—. Si, nena —gruñó él, la polla latiendo y flexionándose mientras se
acercaba a su propia liberación—. Apriétate contra mi, Heather. Agárrame, nena,
hasta que duela moverse.
Y ella estaba haciendo exactamente eso. Estremeciéndose, ella solo podía
mantenerse quieta en ese momento, mientras él le agarraba las caderas, atrayéndola
mientras empujaba su polla dentro de ella a pesar de la apretada y deslizante
resistencia de sus músculos abrazándolo. Cuando ella llegó, gritó su nombre. Su
cuerpo se sacudió entre sus brazos mientras él empujaba su miembro dentro de ella
duro y profundo antes de permitir que su semilla saliera en espesos y calientes
chorros en las profundidades de su coño.
Su carne mojada se estremeció alrededor de él mientras temblaba en sus brazos,
luchando por respirar. Contra su pecho resonaban los grititos del clímax mientras los
brazos de ella se apretaban alrededor suyo.

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—Me has dado más de lo que cualquier mujer tiene derecho a tener. —Su voz
sonaba llena de lágrimas, la emoción enronqueciéndola—. Te amo, Sam.
Él respiró con fuerza y profundamente.
—Y tú me has dado más de lo que yo hubiera soñado nunca —respondió él—. Te
adoro, Heather. De maneras que nunca sabrás.

Epílogo

—¿Entonces qué crees? —Por la casa resonaban gritos de placer, amortiguados por
la puerta de la habitación familiar y la de la cocina, cuando Marly rogó y suplicó por
su liberación.
—¿De verdad importa? —Sarah bostezó mientras bebía su café a sorbos, luego
suspiró con cansancio mientras apoyaba la barbilla en la mano y dirigía la mirada
hacia Heather a través de la mesa—. ¿Qué piensas tú?
—Explica el maldito mal humor —Sarah sacudió la cabeza sorprendida mientras
Heather la miraba—. Sin embargo, sería muy agradable.
Heather parpadeó sorprendida. Se habría reído asombrada pero en los últimos
seis meses había aprendido a no hacerlo. La boda había sido bastante extraña, pero la
experiencia más hermosa de su vida. Sólo los amigos más cercanos de la familia
August y las mujeres habían asistido. La controversia habría escandalizado a la
comunidad. Demonios, al mundo. Tres parejas intercasándose. Heather estaba
casada con tres hombres, como lo estaban Sarah y Marly. No legalmente, por
supuesto, la ceremonia legal la había unido a Sam para toda la vida, pero la
ceremonia menos legal había ligado su corazón a los tres hombres.
Era poco convencional. Era escandaloso. Heather lo estaba deseando.
—Esos hombres estarán sonriendo, locos exhibicionistas. —Sarah sonrió mientras
bebía su café otra vez.
Heather resopló. Eso no lo describiría.
—Sarah —suspiró—. ¿Has pensado que ellos no sabrán quién es el padre?
Sarah negó con la cabeza.

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Heather
— Heather, no les importa. Ese bebé les pertenece a todos ellos. Exactamente como
los nuestros, no importa si los otros dos están allí en ese momento o no.
Heather se volvió y miró fijamente por la amplia panorámica de la ventana, hacia
la mañana de la temprana primavera. Los últimos seis meses habían sido los más
felices de su vida. Como Sam le había explicado, ella los había unido a todos, de
diferentes maneras. El sexo con los hermanos no era cosa de todos los días, pero era
bastante frecuente. La mañana después de las bodas, Cade la había atrapado
entrando a tumbos en la cocina a por café. Antes de que tuviera la primera taza de
café servida había tenido su polla llenando su coño.
Fuerte, forzando golpes que la tenían gritando su nombre, convulsionándose
alrededor de su dura carne mientras llegaba al clímax en sus brazos. Más tarde
aquella misma tarde, había sido Brock, montando a horcajadas su cuerpo boca abajo
en la piscina, su polla deslizándose en su lubricado ano mientras el Conejo vibrador
había llevado a la locura a su coño. Ella todavía lo recordaba. El clímax explosivo y
berreado la había dejado temblando mientras Brock disparaba su semilla
profundamente en las calientes profundidades de su culo.
Y cada noche, varias veces durante el día, Sam estaba allí. Amándola, tocándola y
tomándola con vehemencia y regocijo. Y ahora Marly estaba embarazada.
—Buen Dios —masculló ella, dejando caer la cabeza sobre la mesa—. ¿Eres
consciente del hecho de que ella está fuera, de que estará fuera de servicio?
El silencio llenó la habitación. Le echó un vistazo a Sarah y vio la preocupación en
la cara de la otra mujer.
—Pobres tipos, no voy a apagar ese incendio. —Sarah negó con la cabeza con
determinación—. Tú puedes.
—¿Yo? —rechinó Heather incrédulamente—. ¿Te parezco una maldita conejita?
Esos hombres tienen más testosterona que veinte como ellos. No voy a cargar con ese
muerto.
—Mira, Heather, tú eres más joven...
—Sarah August, no me vengas con esa mierda de que soy más joven—le disparó
ella mientras negaba firmemente con la cabeza—. No. De ninguna manera. Cuando
las ranas críen pelo. Me trasladaré a la maldita casa de los peones.
—¿Entonces? —Sarah parpadeó—. Solo te seguirían. Como hicieron exactamente
cuando estabas cabreada y te largaste enfadada al establo aquella noche.
Heather notó su cara enrojecida y su coño apretado. Una zurra no debería ser tan
malditamente erótica, pero estaría maldita si aquella no la hubiera llevado a la locura
por la excitación. De acuerdo, de la excitación se habían encargado de una forma en

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Heather
más que satisfactoria, mientras cada uno de los hermanos había llenado su cuerpo
mientras los otros la tocaban, acariciaban y adoraban.
—Esos hombres son peligrosos —dijo entre dientes.
—Por no mencionar potentes —gruñó Sarah—. Aún no hace dos meses que dejó la
píldora.
Heather suspiró.
—Estamos acabadas.
—No, estamos jodidas —rió Sarah—. ¿Pero cuánto quieres apostar que será una
experiencia que no querremos perdernos?
Heather sólo pudo sacudir la cabeza. Se había preguntado si estaría celosa o
enfadada porque el sueño de Marly se había realizado. Se había deslizado en una
malhumorada y silenciosa depresión durante semanas, tras la muerte de su madre, y
los informes de su padre y su tío muertos. Cuando salió de ella, anunció su deseo de
un bebé. Aquella semana había dejado la píldora. Un mes después los hombres
habían desechado los condones cuando estaban con Marly y le habían dado sus
mejores tiros. Una vez. Les había comunicado que quería que el niño fuera parte de
todos ellos.
Aparte de aquella vez, sólo Cade había estado sexualmente con ella hasta su
anuncio de aquella mañana. Pero Heather sabía que a aquellos tres hombres les
importaba una mierda quién fuera el padre. Aquel niño sería amado, apreciado y
criado en una casa llena de padres amorosos.
En la otra habitación los ruidos de pasión se aquietaron lentamente. Largos
minutos más tarde se cerró una puerta escaleras arriba. Cade estaría bañando a
Marly, tranquilizándola y relajándola, susurrándolo su amor, como hacían
exactamente Sam y Brock con Heather y Sarah.
—Hey, nena. —Sam entró en la habitación, seguido de cerca por Brock. Dejó caer
un beso rápido en la mejilla de Heather antes de encaminarse a la cafetera mientras
Brock seguía su ejemplo.
Heather observó a los dos hombres. En los últimos seis meses el dolor dentro de
todos ellos se había suavizado. Las sombras sombrías y las pesadillas retorcidas eran
sucesos raros, y cuando eso ocurría... ella sonrió, recordando la última pesadilla de
Sam. Las mujeres lo habían llevado a la habitación familiar y lo habían amado tan
bien como nunca los hermanos las habían amado. Pensó que ahora, más bien estaría
buscando en el pasado su próxima pesadilla.
Ella lo miró, su esposo, su amante, mientras él llevaba su café a la mesa y se
sentaba a su lado. Empujó la silla más cerca de la de ella, hocicándole la oreja antes
de volverse a la cafeína. Olía a sexo, sudor y amor.

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Heather
—¿De manera que vamos a tener un bebé? —le preguntó ella en voz baja.
Los ojos de él se iluminaron risueños mientras se inclinaba cerca de ella.
—Me retiré —susurró en voz baja, aunque lo bastante alto para que Sarah también
lo escuchara.
Durante un segundo, la sorpresa la mantuvo inmóvil antes de que la risa
explotara desde su pecho. Ella lo contempló, viendo la engreída satisfacción
masculina en su cara, el centelleo en sus ojos.
—Eres malo. —Ella sacudió la cabeza, lanzándole una mirada a Brock—. ¿Qué
hay de ti?
Él se reclinó en su silla, los dedos curvándose en el cabello rubio de Sarah
mientras se encogía de hombros, sonriendo como un loco.
—Demonios ¿crees que íbamos a dejarle llevar a otro bebé que no fuera el de
Cade? Ella nos ama a todos, pero estaría condenado si le quitara esto a él. Y él lo
sabe.
Ellos eran demasiado parecidos, y aún así tan individualistas, tan
excepcionalmente separados que aquellos hombres August algunas veces la
asombraban. Tan calientes como el mes por el que eran nombrados, y aún así tan
tiernos, amándose tan profundamente unos a otros, y a sus mujeres, llenándola de
admiración.
Se apoyó contra Sam, contento y en paz mientras ella lo miraba fijamente.
—Te amo Sam August.
Su sonrisa fue rápida y despreocupada.
—Yo también te amo Heather August. Para siempre.

FIN.

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