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Youve Reached Sam (Dustin Thao)
Youve Reached Sam (Dustin Thao)
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo
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Es una traducción hecha por fans y para fans.
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Sinopsis
Ahora
***
***
Retiro lo que dije antes sobre el lago. Este es el último lugar donde
esperaba terminar esta noche.
El camino de entrada de Sam está vacío de autos. Ni una sola luz
brilla desde las ventanas de la casa. Su familia debe quedarse con parientes
fuera de la ciudad. No estoy segura de lo que estoy haciendo aquí. Sam me
pidió que fuera a buscar algo que quería darme. “Confía en mí”, seguía
diciendo. Hay una llave de repuesto pegada con cinta adhesiva debajo del
buzón, tal como me dijo. La encuentro y abro la puerta principal, esperando
que no haya nadie dentro.
Está demasiado oscuro para ver algo. El olor a flores e incienso me
abruma. Paso por encima de los zapatos de su hermano pequeño a medida
que tanteo en busca de un interruptor. Una única lámpara parpadea y miro a
mi alrededor. La sala está llena de flores que comienzan a marchitarse. Una
hermosa corona de crisantemos cuelga cerca de la repisa de la chimenea.
Todo esto debe ser para Sam.
La voz de Sam entra en la línea.
—¿Hay alguien en casa? —me pregunta.
—No lo creo. Está demasiado tranquilo aquí.
—Eso es raro. ¿Dónde está todo el mundo?
—Sin embargo, hay un ramo de flores para ti —le digo—. La casa
está llena de ellas.
—¿Flores? —repite, una nota de sorpresa en su voz—. Interesante…
¿Las tuyas también están ahí?
—¿Mías?
De todos modos, miro alrededor de la habitación. Sabiendo muy bien
que nada aquí es mío. Ni siquiera una tarjeta. Un nudo de culpa se forma en
mi pecho y me siento terrible de nuevo.
—No las veo aquí —es todo lo que digo.
—Estoy seguro de que mi mamá las guardó en otro lugar —dice.
—Quizás…
Ya no quiero estar aquí. Así que me quito los zapatos y me dirijo al
piso de arriba. Es tan extraño estar sola en la casa. Paso de puntillas por
delante de la habitación de su hermano pequeño James, aunque él no está
allí. Quizás sea por costumbre. La habitación de Sam está al final del
pasillo. Su puerta está cubierta con logotipos de bandas y pegatinas de la
NASA. El pomo de la puerta está frío al tacto. Respiro hondo antes de
abrirlo.
No necesito encender la luz para saber que algo es diferente. La
cortina está corrida, lo que me da suficiente luz de luna para ver las cajas en
la habitación. Se han limpiado algunos estantes. Parece que los padres de
Sam han comenzado a empacar cosas, dejando solo las sábanas y su olor.
Tomo otro respiro. Nunca pensé que volvería aquí de nuevo.
—¿Aún estás ahí? —La voz de Sam me devuelve a él—. Lo siento si
mi habitación es un desastre. —Siempre decía esto justo antes de que yo
entrara.
—¿Qué estoy buscando?
—Debería estar en algún lugar de mi escritorio —dice—. Te lo
envolví.
Reviso su escritorio. Detrás de la computadora, debajo de las
carpetas, en los cajones. Pero no hay nada ahí.
—¿Está segura? Prueba el cajón del medio de nuevo.
—No hay nada, Sam —le digo. Miro alrededor de la habitación—.
Podría estar en una de las cajas.
—¿Qué cajas?
Casi no quiero decírselo.
—Hay cajas en tu habitación. Creo que tus padres están empacando
las cosas.
—¿Por qué harían eso?
Le doy un momento para pensar en esto.
—Correcto. Supongo que lo olvidé por un segundo.
—Puedo mirar a través de ellas, si quieres —digo.
Sam no me escucha.
—¿Por qué empacarían mis cosas tan pronto…? —se dice más a sí
mismo que a mí—. No me he ido tanto tiempo, ¿verdad?
—Sabes, no puedo hablar por tus padres… pero a veces, es difícil ver
estas cosas —intento explicar.
—Supongo que sí…
Enciendo la lámpara del escritorio para ver mejor la habitación. Las
cajas están medio llenas con ropa, libros, CD y colección de discos de Sam,
y carteles enrollados, tantas cosas que pensé que nunca volvería a ver. De
repente recuerdo las cosas que tiré esta mañana. Aquí están justo frente a
mí. La camiseta de Radiohead de Sam. Su gorra de los Mariners que
compró cuando estábamos en Seattle, aunque no sabe nada de béisbol. Todo
todavía huele a él. Por un segundo, olvido lo que estoy buscando.
—¿Ya lo encontraste? —pregunta de nuevo.
Abro otra caja. Esta está llena de equipos de grabación. Sam debe
haber pasado los últimos seis meses ahorrando para este micrófono.
Siempre habló de grabar su propia música. Le dije que lo ayudaría con la
letra. Sam quería ser músico. Quería que su canción sonara en la radio
algún día. Quería triunfar en el mundo. Ahora nunca tendrá la oportunidad.
Finalmente encuentro el regalo. Está envuelto con páginas de revistas
y lleno de pañuelos. Es más pesado de lo que esperaba.
—¿Qué es?
—Jules, solo ábrelo.
Lo abro y dejo que el papel de envolver caiga sobre la alfombra. Me
toma un segundo darme cuenta de qué es esto.
—Espera un segundo… —Le doy la vuelta en la mano, tratando de
darle sentido a lo que tengo en la mano. El sujetalibros alado. El mismo que
tiré esta mañana. Pero no puede ser—. Sam … ¿de dónde sacaste esto?
—En la tienda de antigüedades. Es la otra mitad que te faltaba.
Lo examino de cerca. Tiene razón, no es el mismo que tenía en mi
habitación. Es la mitad perdida hace mucho tiempo que no pudimos
encontrar.
—Pero, pensé que alguien lo había comprado cuando regresamos.
—Ese fui yo.
—¿Qué quieres decir?
—Esa es la sorpresa —dice riendo—. Volví y compré la otra pieza
para ti. Te dejé pensar que se había ido. De esa manera, sería más especial
cuando finalmente pudieras juntarlas. Cuando las alas estén completas. Es
bastante romántico, ¿verdad?
Excepto que ya no tengo la otra ala. Porque la tiré, y ahora las dos
piezas nunca se reunirán. No puedo creer que arruiné su regalo. Arruiné
todo.
—Esperaba una gran reacción —dice, notando mi silencio—. ¿Hice
algo mal?
—No, no lo hiciste, es solo, yo… —Trago pesado—. Ya no tengo la
otra pieza, Sam.
—¿La perdiste?
Aprieto su sujetalibros.
—No… la tiré.
—¿Qué quieres decir?
—Tiré todo —le digo—. Todas tus cosas. Ya no podía mirarlas.
Estaba tratando de olvidarte. Lo siento mucho, Sam.
El silencio llena su habitación. Sé que está herido por esto, así que le
digo:
—Traté de recuperarlos. Pero fue demasiado tarde. Todo ya se había
ido. Lo sé, soy terrible. Lo siento…
—No eres terrible —dice—. No digas eso. No estoy enojado contigo,
¿de acuerdo?
Mis ojos se humedecen de nuevo.
—Pero arruiné tu regalo…
—No arruinaste nada. Aún puedes quedártelo. Será como antes.
Antes. ¿Qué quiere decir con eso? Ya no hay vuelta atrás.
—Pero el resto de tus cosas aún se han ido. Nunca volveré a
recuperarlos…
Sam piensa en esto.
—Bueno, ¿qué tal si tomas algo más mío? Todo lo que quieras de mi
habitación.
Ya había pensado en esto. Pero tenía miedo de preguntar.
—¿Está seguro?
—Por supuesto. Cualquier cosa —dice—. Quiero que lo tengas.
Lo mantengo al teléfono en tanto reviso las cajas nuevamente. Esto es
tan extraño, una inversión total de lo que estaba haciendo esta mañana.
Agarro la camiseta de Radiohead y algunas otras cositas: una púa de
guitarra, brazaletes de banda, el sombrero que compró en su viaje a Tokio.
Luego me dirijo al armario y lo abro. Todavía hay algo de ropa colgada,
pero la encuentro de inmediato. Ahí está, su camisa de botones a cuadros de
gran tamaño. Sam la usó casi todos los días, independientemente de la
temporada. Supongo que ni siquiera sus padres pudieron tirarla.
Saco la camisa de la percha y me la pongo. Por un breve segundo,
siento sus manos sobre mí, pero es solo en mi cabeza. Me limpio los ojos
con su manga. Después de un momento, me acerco a la cama y me acuesto.
El teléfono se siente caliente contra mi mejilla.
Ha sido un día largo, y una semana aún más larga, y no me doy cuenta
de lo exhausta que estoy hasta que mi cuerpo descansa sobre el colchón que
se siente tan seguro como el mío. Sam me dice que puedo quedarme en su
habitación todo el tiempo que necesite. Ni siquiera tengo que decir mucho.
Me quedo en el teléfono, escuchando, y lo siento en la línea conmigo.
Después de un momento, casi de la nada, Sam dice:
—Lo siento.
—¿Por qué? —le pregunto.
—Por todo esto.
Al principio, todavía no sé por qué se disculpa. Pero luego me doy
cuenta de lo que quiso decir. Al menos eso pienso.
—Yo también —susurro.
Sam se queda conmigo en el teléfono el resto de la noche y hablamos
hasta que me duermo. Como lo hemos hecho miles de veces antes.
Tres
Antes
Está demasiado oscuro para ver algo. Una mano se mueve por mi cara
y tira de una cuerda, iluminando la lámpara de escritorio en el piso entre
nosotros. Sábanas blancas cuelgan de la luz del techo en el dormitorio de
Sam mientras nos acostamos en la alfombra con almohadas apiladas a
nuestro alrededor como paredes. Estamos escondidos en el fuerte que
construyó con su hermano pequeño, James. Sam se acerca y me quita el
cabello del rostro para verme mejor. Lleva su camiseta azul real favorita, la
que muestra sus hombros y resalta su piel bronceada de verano. Susurra:
—Podemos hacer otra cosa si estás aburrida.
James asoma la cabeza por la abertura de las sábanas con una linterna.
—Escuché eso.
Sam deja caer la cabeza, gimiendo.
—Llevamos aquí dos horas.
—Prometieron pasar el rato conmigo esta noche —dice James. Acaba
de cumplir ocho años—. Pensé que se estaban divirtiendo.
—Lo estamos —le aseguro, y le doy a Sam un codazo en el brazo—.
Sam, relájate.
—Sí, Sam. Relájate —repite James.
—Bien. Otra hora.
Miro nerviosamente hacia la lámpara del techo que sostiene el peso
de las sábanas y miro alrededor del fuerte. Parece que podría desmoronarse
en cualquier momento.
—¿Estás seguro de que estamos a salvo aquí?
—No te preocupes —dice Sam con una sonrisa—. Hemos hecho esto
un millón de veces. ¿Verdad, James?
—Nadie está a salvo aquí en los páramos —dice James con su voz
espeluznante.
—Eso es correcto —dice Sam para seguir el juego. Me mira—. En
realidad, deberíamos estar preocupados por lo que hay ahí fuera. Será mejor
abrazarse y mantenerse a salvo —susurra en broma. Se inclina y me besa en
la mejilla.
James hace una mueca.
—Ew. ¡No en el fuerte!
—¡Fue solo la mejilla!
Me echo a reír, luego me quedo en silencio de nuevo.
—¿Escuchan eso? —Hago una pausa para escuchar—. Escucho
lluvia.
—Lluvia ácida —me corrige James.
Miro a Sam y suspiro.
—Voy a tener que caminar a casa con eso.
—O puedes quedarte a pasar la noche —dice con una sonrisa.
—Sam.
James apunta con la linterna a nuestras caras.
—Mamá dice que le diga si Julie se queda después de la medianoche.
—¿Me harías eso? —pregunta, luciendo herido—. ¿Mi propio
hermano?
—Ella dijo que me daría diez dólares.
—Así que ahora estás aceptando sobornos, eh —dice Sam—. ¿Y si te
doy quince?
—Mamá dijo que harías una oferta. Ella dice que está dispuesta a
igualar cualquier cosa, más entradas para el juego de los Rockets.
Sam y yo nos miramos. Se encoge de hombros.
—Ella es buena.
—Centrémonos —dice James, mirando a través de la abertura del
fuerte en busca de señales de intrusos—. Necesitamos averiguar qué han
hecho los extraterrestres con los otros que secuestraron.
—Pensé que nos estábamos escondiendo del apocalipsis zombi —dice
Sam.
—… Que empezaron los extraterrestres. Duh —dice James, poniendo
los ojos en blanco. Reposiciona sus brazos, sosteniendo la linterna como un
sable de luz—. Tenemos que darnos prisa y conseguir los ingredientes para
el antídoto. No podemos perder más hombres. —Detrás de nosotros yace el
cuerpo del Señor Oso envuelto dentro de una funda de almohada. Juntos,
tuvimos que tomar la difícil decisión de sacrificarlo antes de que el virus se
propagara al resto de nosotros.
—Oh. ¿Te refieres a este antídoto? —Sam sostiene un frasco de vidrio
que se parece mucho a su botella de colonia.
James baja su sable de luz lentamente. Su voz se oscurece.
—¿Has tenido eso todo el tiempo… mientras uno de nuestros
hombres estaba infectado?
—Estuvo en mi bolsillo todo el tiempo.
—Traidor.
—Peor —dice Sam—. Yo soy el extraterrestre.
James entrecierra los ojos.
—Lo sabía.
Jadeo cuando James se lanza sobre Sam, derribando el fuerte con él.
Las sábanas caen sobre mí, cubriendo mi rostro, y luego se elevan de nuevo
en el aire antes de cambiar y caer en copos de nieve a medida que la escena
cambia a mi alrededor.
Estoy sentada en el auto de Sam con la puerta abierta. Estamos
estacionados frente al campus de Reed College. El suelo está cubierto de
hojas y una fina capa de nieve. Sam abre la puerta y camina hacia mi lado
del auto. Se agacha para mirarme y me ofrece una mano.
—Vamos, Julie. Vamos a comprobarlo —dice—. Condujimos todo el
camino hasta aquí.
—Dije que no es necesario. Ya está empezando a nevar. Deberíamos
irnos.
—Difícilmente llamaría a esto nieve —dice.
—Vámonos, Sam —digo de nuevo, y miro hacia la parte delantera del
auto, lista para irme.
—¿Pensé que querías mirar alrededor del campus? Quiero decir, ¿no
es por eso por lo que condujimos cuatro horas?
—Solo quería tener una idea del lugar. Y la tengo.
—¿Desde el asiento de mi auto? —Apoya una mano en el techo y
mira hacia abajo—. No lo entiendo. Estabas tan emocionada cuando
planeaste esto. Ahora quieres irte ya.
—No es nada. Quiero visitar el centro antes de que todo cierre. Vamos
—digo.
—Julie… —dice. Me lanza la mirada que significa que me conoce
demasiado bien—. Dime qué está mal.
Cruzo los brazos y suspiro.
—No sé. ¿Y si lo odio? Ya no se parece en nada a las imágenes. Estoy
decepcionada.
—Pero ni siquiera lo has visto todo todavía.
—¿Y si es peor? —Señalo un edificio de ladrillos rojos que se
asemeja a un granero cerca de un campo vacío—. Mira, eso es directamente
de Ellensburg.
—No le estás dando una oportunidad justa a la escuela de tus sueños,
Jules —dice. Se pone de pie y mira alrededor de la gente que pasaba—.
¿No quieres al menos hablar con algunos estudiantes? Hacerles preguntas
sobre cómo es aquí, sobre la vida social y esas cosas.
—En realidad, no —admito—. ¿Y si todos son un grupo de ricos
snobs de élite que siguen preguntándome qué hacen mis padres para
ganarse la vida?
—Eso es lo que queremos averiguar.
Respiro hondo y lo dejo salir.
—No lo sé, Sam… hay un aire en la ciudad que es… ¿cuál es la
palabra? —Hago una pausa para pensar—. Pretencioso.
—Pensé que te gustaba lo pretencioso —dice.
Le doy una mirada.
—Es una broma. —Sonríe—. Así que ahora no te gusta Portland en
absoluto, ya veo.
—Sobrevalorado. Por lo que yo puedo decir.
Sam suspira y luego vuelve a ponerse en cuclillas a mi nivel. Su voz
se suaviza.
—Tienes miedo de dejar a tu mamá, ¿no? —dice.
—No quiero que ella esté sola —le digo—. Mi papá ya se fue, así que
tal vez debería tomarme uno o dos años libres y trabajar en la librería. El
señor Lee dijo que me ascendería a subgerente.
—¿Es eso lo que querría tu mamá? —pregunta Sam.
No digo nada.
—¿Es eso lo que quieres tú?
Nada de mi parte.
—Jules, estará bien —dice—. ¿De acuerdo? No puedes nombrar a
una persona más independiente. Quiero decir, tu mamá da una clase llamada
Distorsionar el Tiempo. Literalmente hace Pilates en otras dimensiones.
—Lo sé —digo.
Sam toma mi mano y nuestros dedos se entrelazan.
—Portland va a ser genial —promete—. Encontraremos un pequeño
apartamento en el centro… lo arreglaremos… buscaremos cafeterías donde
pueda tocar música y tú puedas sentarte y escribir… será como lo
planeamos.
—Quizás.
—Veamos de qué se trata este campus —dice.
—Realmente no tenemos que hacerlo —digo—. Estoy bien con lo que
veo desde el auto. En serio.
—Bien. —Suspira—. Entonces conduciré el auto hasta el patio
interior. —Saca sus llaves y se pone de pie.
—¿Qué? Sam…
Es algo que él haría absolutamente. Lo agarro antes de que dé la
vuelta al auto.
—Está bien… iré.
Sonríe cuando toma mis dos manos y me ayuda a salir del auto
mientras la niebla comienza a levantarse a nuestro alrededor. Sigo a Sam
como si caminara a través de una pared de humo, en tanto luces
estroboscópicas parpadean a mi alrededor y la música comienza a sonar,
cada vez más fuerte hasta que me doy cuenta de que me he ido a otro lugar.
El humo se desvanece cuando Sam me lleva a un sótano lleno de
gente en la casa de alguien mientras sus padres están fuera de la ciudad. Es
mi primera fiesta en la escuela secundaria y no conozco a nadie aquí. Hay
una mesa de ping-pong llena de vasos rojos y azules. La gente no baila
realmente, sino que se balancea con la música. Varios chicos llevan gafas de
sol en el interior. Parece que llegué tarde.
—¿Querías algo de beber? —pregunta Sam a través de la música.
—Seguro, ¿qué tienen?
Sam mira la barra contra la pared.
—¿Te gusta la cerveza? —pregunta.
—Sí —miento. No planeo beber nada. Solo quería algo para sostener.
Recuerdo un truco que mi madre me dijo que usó en su época. “Tíralo y
llénalo con jugo de arándano”, escucho su voz en mi cabeza.
Sam me lleva entre la multitud hacia un sofá rojo en la parte de atrás
donde una chica con una sudadera blanca está sentada con las piernas
cruzadas.
—Este es mi prima Mika —nos presenta Sam—. Esta es Julie. Acaba
de mudarse aquí.
Mika se pone de pie para estrechar mi mano.
—Encantada de conocerte —dice—. Nuevamente, ¿de dónde eres?
—Seattle.
—Cierto. Puedo decirlo.
—¿Puedes? —pregunto, insegura de qué hacer con eso.
Sam la mira y luego me mira a mí.
—Entonces, ¿qué te parece Ellensburg hasta ahora? —pregunta.
Puedo decir que ya ha bebido algo.
—Aún no lo sé —admito—. En realidad, no hay mucho que hacer por
aquí.
Sam asiente.
—Sí, supongo. Probablemente estés acostumbrada a, espectáculos de
láser y hologramas y salas de juegos en 3D, y cosas así.
—Sam, dijo que es de Seattle, no del futuro —dice Mika.
—No, tenemos algunas de esas cosas —digo.
Sam mira a Mika.
—Ves.
Alguien choca conmigo, casi derribando mi bebida, así que me
aparto.
—Esta es una fiesta de los del último año —comenta Sam para
impresionarme—. Tuve que preguntarle a Spencer si podías venir. Él es el
que vive aquí. Es la fiesta de su hermano mayor.
No se me ocurre nada más que decir que “Genial”.
Pasa un minuto sin decir nada. Sam intenta entablar una pequeña
charla.
—Entonces, ¿qué te gusta hacer para divertirte?
—Uh, me gusta escribir —digo.
—¿Te gustan los libros?
—Supongo que sí. Quiero decir, todavía no he escrito uno. Pero algún
día.
—¿Cuál es tu libro favorito? —pregunta.
—Me gusta The Buried Giant.
—Ese también es mi favorito —dice.
—Está mintiendo. Nunca ha leído ese —dice Mika.
Sam le lanza una mirada.
Mika dice:
—Los dejaré solos —y desaparece entre la multitud.
—Está bien, tal vez no lo he leído todavía —admite Sam—. Pero
conozco al autor. Es japonés, ¿verdad?
—Sí. Ishiguro.
—Lo sabía. —Asiente—. Mi mamá tiene todos sus libros en nuestra
sala de estar. —La música alta se ralentiza hasta convertirse en algo más
agradable. El blues de una guitarra eléctrica con una voz al estilo de Lennon
balanceándose a través de ella—. Es Mark Lanegan. ¿Lo conoces?
—Por supuesto —miento.
—Él es de aquí, ya sabes. Ellensburg. Mi padre se lo encontró una vez
en la gasolinera.
—Qué genial —miento de nuevo.
—Sí, ves, suceden cosas emocionantes aquí también. Ellensburg es un
gran lugar. Realmente te va a gustar —dice con cierta confianza—. He
estado en Seattle y apesta. Tienes tanta suerte de irte.
—Amo Seattle —digo.
—Ah, ¿sí? He escuchado cosas buenas. —Intenta sonreír.
—Esta es una buena canción —digo.
—Es “Strange Religion” —dice, asintiendo con la cabeza al ritmo de
la melodía—. Una de mis favoritas.
Escuchamos la canción, asintiendo con la cabeza, mirándonos
torpemente de vez en cuando, mientras otros en el sótano se han juntado,
bailando lentamente. Cuando Sam casi tropieza, lo agarro del brazo.
—Deberías sentarte —le digo, y lo ayudo a sentarse. Apoya la parte
de atrás de su cabeza contra la pared y no puedo decir si está a punto de
quedarse dormido. Parecía estar bien hace un momento.
—No bebes a menudo, ¿verdad? —pregunto.
—No —admite.
—Yo tampoco —digo.
—Estoy muy contento de que hayas venido esta noche —dice—. No
estaba seguro de si lo harías.
—Bueno, lo hice —le digo. Tomo el vaso de su mano y lo coloco
sobre la mesa.
—Tal vez podamos pasar el rato en algún momento. Como después de
la escuela o algo así.
—Me gustaría eso.
—¿Bebes café?
—No, pero me estoy enseñando a hacerlo —digo.
—Estoy muy contento de que hayas venido esta noche.
—Acabas de decir eso.
Me sonríe y cierra los ojos.
De repente, la música se corta. Alguien enciende y apaga las luces.
Una voz grita desde lo alto de las escaleras.
—¡Chicos… hay policías afuera! Puerta trasera… ¡todo el mundo!
—Sam, despierta, tenemos que irnos…
—Huh… —Bosteza mientras envuelvo su brazo alrededor de mi
cuello y lo levanto del sofá. Una estampida de cuerpos corre hacia el patio
trasero mientras cojeo y tropiezo, tratando de seguirlos. Finalmente,
atravieso la puerta y salgo a la completa oscuridad mientras el peso de Sam
se desvanece alrededor de mis hombros. La escena cambia de nuevo y me
encuentro en otro lugar.
Una brisa sopla contra mi piel, y cuando miro hacia arriba en la
oscuridad, veo que he salido. Parpadeo y un diamante de béisbol emerge a
la luz de la luna. Un telescopio se encuentra en el medio, en ángulo hacia el
cielo. Inclinándose a su lado está Sam, que está tratando de ajustar algo.
—Esto no va a funcionar —dice.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
Me mira, sus ojos brillan con decepción.
—Está demasiado nublado. No puedes ver nada. Pensé que esto
funcionaría. Quería sorprenderte —dice.
Entrecierro los ojos al cielo.
—¿Sorprenderme con qué? ¿Estrellas?
—No. Quería mostrarte los anillos de Saturno. Por esa historia que
estás escribiendo en clase. Dijiste que deseabas poder verlo para poder
describirlo mejor. —Se inclina y vuelve a comprobar la lente del telescopio
—. Maldita sea.
—No puedo creer que hayas hecho todo lo posible para hacer esto.
—Le envié un correo electrónico al departamento de astronomía de la
universidad y todo —me dice—. Y solo me prestan el telescopio por esta
noche.
—Sam… —susurro y toco su espalda. Mira por arriba de la lente.
Nunca nos habíamos besado antes. Nunca olvidaré su mirada de sorpresa
cuando levanté su rostro lentamente con mis manos y presioné mis labios
contra los suyos, y sentimos una ligera descarga de estática del metal del
telescopio.
—Gracias por esto —le susurro.
—Pero ni siquiera pudiste verlo.
—Soy buena con mi imaginación.
Ambos sonreímos. Sam me rodea con las manos y me atrae para un
segundo beso más largo bajo el cielo nocturno nublado y las franjas de luz
de la luna atravesándolo.
Recuerdo que dijo más tarde:
—Te los mostraré en otro momento. Lo prometo.
Nunca cumplió esa promesa.
Cuatro
Ahora
***
***
***
—Entonces, ¿cómo están las flores este año? —La voz de Sam por
teléfono me hace retroceder.
Llamé tan pronto como los caminos se despejaron y solo estamos
nosotros aquí.
—Están hermosos —digo. Miro hacia los árboles que bordean los
caminos, escuchando el arroyo corriendo en algún lugar más adelante—.
Pero nada como el océano, ¿verdad? — Sam no responde, pero lo siento
sonriendo en la línea—. ¿Por qué me pediste que viniera aquí de nuevo?
—Es nuestra tradición —dice—. Caminar por aquí cada primavera,
¿recuerdas? Me di cuenta de que nunca llegamos a verlos este año. Y me
puso un poco triste. No quería que pensaras que lo olvidé. Así que pensé
que te traería aquí una vez más, mientras pueda.
—Pero no estás aquí —le recuerdo.
—Lo sé. —Suspira—. Pero finge que lo estoy. Solo por un segundo.
Allí mismo, a tu lado, como antes…
Cierro los ojos y trato de imaginarme esto. Una brisa atraviesa mi
rostro, pero nada cambia. Deberías haberme dejado ir contigo la última
vez. Esto no puede compensarlo.
—No es lo mismo, Sam. Para nada…
—Lo sé. Pero es lo mejor que puedo hacer ahora mismo.
Una pareja tomados de la mano pasa junto a mí, recordándome lo que
me falta. El toque de una mano. El calor de la piel. La sensación de él a mi
lado. Aunque estoy conectada con Sam de nuevo, él no está realmente aquí,
¿verdad? Aprieto el teléfono con fuerza, empujo este pensamiento fuera de
mi mente y sigo caminando. Me preocupaba estar a la intemperie así y
encontrarme con alguien. Sam me dijo que no debería contarle a nadie
sobre nuestras llamadas porque no sabe lo que podría pasar. No quiero
correr ningún riesgo, así que prometí mantener nuestra conexión en secreto
por ahora. Cuando el campus se ha despejado un poco, encuentro un banco
vacío alejado del camino y me siento.
—Entonces, ¿cómo está la escuela? —pregunta—. ¿Es todo…
diferente?
—¿Quieres decir, sin ti ahí?
—Sí.
—Supongo que sí —digo—. Solo he regresado hace dos días. Pero
odio que ya no estés allí. No me gusta sentarme al lado de una silla vacía,
¿sabes?
—¿La gente está hablando de mí?
Pienso en esto.
—No sé. En realidad, no hablo con nadie.
—Oh… está bien.
Hay algo en su voz. ¿Una nota de tristeza?
—Sin embargo, estoy segura de que la gente todavía piensa en ti —
agrego—. Tienen fotos tuyas en la oficina principal y en algunos de los
pasillos. Siempre las veo cuando entro. La gente no te ha olvidado, si es eso
lo que te estás preguntando.
No dice nada. Ojalá supiera lo que estaba pensando. Mientras me
siento allí en silencio, pensando en la gente de la escuela, se me ocurre una
pregunta.
—Sam, ¿estás hablando con alguien más?
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, por teléfono. Así.
—No. Solo tú.
—¿Cómo?
Se toma un momento.
—Eres la única que me llamó.
Considero esto.
—¿Eso significa que si alguien más te hubiera llamado, tú también lo
habrías atendido?
—No lo creo.
—¿Por qué?
—Porque nuestra conexión es diferente —explica—. Y tal vez estaba
esperando tu llamada. En cierto sentido.
—¿Podría ser otra cosa? —pregunto.
—¿Como qué?
—No lo sé —digo, de repente pensando en ello—. Quizás hay algo
que se supone que debes decirme. O tal vez hay algo que necesitas que
haga…
—O tal vez quería contestar y asegurarme de que estabas bien —dice
—. ¿Es tan difícil de creer?
Me recuesto en el banco y asimilo esto.
—¿Por cuánto tiempo tenemos esto?
—No será para siempre. Si eso es lo que estás preguntando.
Tenía miedo de que me dijera esto. Trago pesado.
—¿Eso significa que un día, no volverás a contestar?
—No te preocupes. Primero nos despediríamos, ¿de acuerdo?
Sabremos cuándo sucederá antes de que suceda.
—¿No te irás de nuevo?
—Julie, lo prometo. Me quedaré todo el tiempo que pueda.
Cierro los ojos por un momento y trato de encontrar consuelo en esto.
No le hago más preguntas a Sam. No quiero que arruine este hermoso día.
Una brisa agita los pétalos sobre la hierba. Cuando abro los ojos, miro hacia
arriba a través de las ramas y veo el sol brillando como monedas de plata a
través de los cerezos en flor.
—Ojalá estuvieras aquí conmigo —susurro.
—Ojalá estuviera ahí también.
***
***
Hay una canción que escucho cada vez que me siento a escribir. Se
llama “Fields of Gold”, la preciosa versión en vivo de la cantante Eva
Cassidy. La canción abre con una guitarra lejana y una voz triste que suena
como un lobo lloriqueando o un pájaro cantor llorando. Cada vez que
suena, cierro los ojos y me veo allí, de pie en un campo de dorada cebada,
una brisa fresca soplando mi cabello, y el sol cálido poniéndose en mi
espalda. Nadie está conmigo, solo los interminables campos rodantes y el
sonido de una guitarra viniendo de algún lugar que no puedo ver.
Sam aprendió a tocar la canción para mí después de que me tocó el
hombro en clase y me preguntó qué estaba escuchando. Recuerdo que un
día, mientras estábamos tumbados en la hierba, le pedí que me la cantara,
aunque sabía que a veces le avergonzaba su voz y me dijo: “Algún día”. Le
pregunté muchas veces después, y siempre tuvo una excusa, como aún no
había calentado, se sentía un poco ronco o necesitaba más práctica. Tal vez
tenía miedo de arruinarme la canción, porque sabía lo mucho que la
amaba. Solo me la tarareó en unas pocas ocasiones, como la noche que se
sentó conmigo en el porche después de que ayudé a mi padre a sacar sus
cosas de la casa y lo vi alejarse.
Mientras escucho la canción a solas en mi habitación, comprendo de
repente que nunca escucharé a Sam cantarla para mí, y ese “Algún día”
nunca llegó.
***
***
***
Antes
Ahora
***
***
***
***
***
***
***
***
Pasan unos días sin ninguna pesadilla, pero sigo despertándome con
la misma sensación de vacío. Como si tuviera un agujero en el pecho. No sé
qué pasa ni cómo explicarlo. La sensación parece aparecer cada vez que
cuelgo el teléfono con Sam y me encuentro de nuevo sola. Es como un
vacío dentro de mí que no puedo llenar. Me gustaría poder enviarle a Sam
un mensaje de texto, o ver nuestro historial de llamadas en el teléfono, para
poder recordarme que es real. Porque a veces todavía no estoy segura. Tal
vez de ahí venga el agujero.
Cada vez que llega esta sensación, busco las cosas de Sam, porque
son las únicas que parecen tener sentido. Su camisa en el respaldo de la
silla, el otro sujetalibros en mi escritorio, las otras cosas en mi cajón…
todavía lo tengo todo. Pero su olor empieza a desvanecerse y me resulta
más difícil distinguir este sujetalibros del que tiré.
Ojalá pudiera hablar con alguien más sobre esto, o incluso mostrarle
sus cosas, para que puedan decirme que no estoy loca. Pero Sam dijo que
podría dañar nuestra conexión, y tengo miedo de correr el riesgo de
perderlo de nuevo. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en eso. Sobre la
posibilidad de que no suceda nada malo si le cuento a alguien sobre
nuestras llamadas, pero no quiero volver a hablar de esto con Sam. Al
menos no en este momento.
Mi teléfono suena. Es un mensaje de texto de Oliver, diciéndome que
me encuentre con él afuera en quince minutos. Un segundo mensaje de él
dice: No lo olvides. No puedo volver a llegar tarde a español. Me preparo
rápidamente, pero cuando salgo, él ni siquiera está aquí todavía. Reviso mi
teléfono. Hay otro mensaje suyo. Omw. Alguien estaba paseando a su
perro. Tuve que parar para tomar una foto. Incluso me envía la foto.
Durante los últimos días, Oliver y yo hemos estado caminando juntos
a la escuela. Su casa está a un par de cuadras de la mía, por lo que
generalmente me envía su hora estimada de llegada, que, he aprendido,
nunca es exacta. Pasamos mucho más tiempo juntos, hablando de películas,
musicales y de Sam. No puedo creer que nos tomó tres años y perder a
alguien que los dos amamos para llegar a este punto. Hicimos planes para
visitar su tumba nuevamente pronto. Voy a llevar flores la próxima vez.
Flores blancas. Oliver se ha convertido en una roca en un momento en el
que siento que todo se me escapa. Me hace sentir culpable por ocultarle
secretos, especialmente sabiendo cuánto amaba a Sam también. Ojalá
pudiera hacer algo más por él. Me toma un tiempo, pero finalmente pienso
en algo. Un gesto para conmemorar nuestra nueva amistad.
Oliver tira de las correas de su mochila.
—¿Lista?
—Un segundo —llamo desde el interior de la casa.
La puerta de entrada está abierta. Oliver asoma la cabeza.
—¡Llegaremos tarde!
—Eso es porque te detuviste a tomar fotos a un perro.
—Era un Beagle. Su nombre era Arthur.
Unos segundos más tarde, estoy afuera, sosteniendo algo a mis
espaldas.
Hay una pausa entre nosotros.
Oliver arquea una ceja.
—¿Qué tienes ahí?
—Algo que quiero darte.
—¿Por qué?
—Simplemente porque sí.
—Adelante.
Se lo entrego. Oliver me parpadea.
—Esta es… la camisa de Sam…
—Sí. Y quiero que la tengas.
—¿Por qué?
—No me queda bien. Y me imagino que te quedará mejor.
Oliver mira la camisa durante mucho tiempo.
—No creo que pueda tomar esto —dice.
—¿Qué quieres decir? Por supuesto que puedes.
Me la devuelve.
—No, no puedo.
Alejo sus manos.
—No seas ridículo. Es solo una camisa.
—Es la camisa de Sam.
—Y te lo voy a dar.
—No voy a tomar esto. —Oliver intenta obligarme a volver a poner la
camisa en mis manos, pero la aparto de nuevo. Hacemos este juego de ida y
vuelta hasta que estoy enojada.
Le doy una palmada en la muñeca.
—¿Por qué actúas así?
Oliver suspira.
—Porque, obviamente, Sam quería que la tuvieras —dice—. No yo.
—No lo sabes. Así que tómala, ¿de acuerdo?
Oliver me mira y luego vuelve a mirar la camiseta.
—No lo entiendo. ¿No quieres quedártela?
—Tengo muchas de sus cosas. No te preocupes.
Oliver pasa una mano por la camisa. Luego la sujeta con fuerza.
—Gracias.
Le sonrío.
—No la pierdas, ¿de acuerdo?
—Sabes que no lo haré.
Me pongo la mochila y bajo los escalones, lista para partir. Por alguna
razón, Oliver permanece en el porche, inmóvil.
—¿Qué pasa? —pregunto—. No cambiaste de opinión, ¿verdad?
—No —dice, quitándose la chaqueta de su equipo—. Siento que
ahora debería darte algo. —Sale del porche y la coloca sobre mis hombros.
—¿Me vas a dar tu chaqueta del equipo?
—Te la dejo prestada. Hasta la graduación.
—Me siento honrada.
Comenzamos nuestra caminata hacia la escuela. Hay un ligero frío
esta mañana, así que la chaqueta se siente bien a mi alrededor.
—Recuérdame, Oliver, ¿qué deportes practicas?
—Nunca jugué uno —responde—. Se lo compré a un estudiante de
último año que se graduó el año pasado.
—¿Así que todo es por apariencia?
—Precisamente.
—Admiro eso.
Le doy un codazo en el hombro y ambos nos reímos.
***
***
***
No podía esperar otro día para ver a Mika. No podía dejar las cosas
como estaban. La culpa me estaba devorando, dificultando la
concentración. El sol proyecta sombras a lo largo del camino de entrada
cuando llego a la puerta principal de su casa. La camioneta está estacionada
fuera del garaje, de modo que sus padres también deben estar en
casa. Espero que sea su mamá la que conteste cuando toque el
timbre. Siempre que había peleas entre nosotras, ella era la pacificadora.
El sonido de pasos me hace saber que viene alguien. La puerta de
entrada de Mika tiene múltiples cadenas y cerraduras. Escucho desde el otro
lado como alguien las deshace, una tras otra. La puerta se abre.
Mika me mira a través de una cadena.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperaba que pudiéramos hablar —respondo.
—¿De qué?
—Cualquier cosa.
Mika no dice nada. Solo me mira fijamente a través de la puerta.
—¿Puedo entrar? —pregunto.
Mika considera esto. Luego me cierra la puerta, y creo que la
respuesta es no. Pero la última cadena se desbloquea desde adentro, y la
puerta se abre de nuevo. Mika me mira sin decir una palabra antes de volver
a entrar. Me quito los zapatos y la sigo al pasillo.
El vapor sale de la tetera cuando Mika se dispone a apagar la
estufa. Me detengo bajo el arco de la cocina mientras toma algunas cosas de
los armarios. Siento algo diferente en la casa. Huelo el aire. ¿Incienso?
Viene de la otra habitación. Como Mika parece ocupada en este momento,
decido seguir el olor.
Hay un mueble de madera en la sala de estar. En el estante del medio,
bocanadas de humo se elevan desde un cuenco de plata donde arde el
incienso. Un hermoso cuenco de frutas se encuentra a su lado. Noté el
armario la primera vez que vine a la casa de Mika hace unos años. Siempre
está lleno de fotografías. Retratos de personas de la familia de Mika a
quienes nunca conocí. Una vez me dijo que eran fotografías de antepasados.
Dijo que es un símbolo de respeto por los muertos.
Y entonces, lo veo. Una foto de Sam que no estaba antes allí. Está
sonriendo con su camisa a cuadros, un cielo azul detrás de él. Algo frío baja
por mi espalda, enviando un escalofrío a través de mí. Sigo olvidando que
está muerto para el resto del mundo.
—Es la mejor que pude encontrar.
Me doy la vuelta. Mika sostiene una bandeja de té.
—La foto —dice—. Mi mamá y yo la elegimos. Dijo que se veía
apuesto.
Parece que no puedo encontrar las palabras. Solo me quedo ahí,
mirando su foto.
Mika deja la bandeja sobre la mesita de café.
—Estaba haciendo té antes de que llegaras —dice.
Nos sentamos juntas en el sofá. Mika levanta la tetera y me sirve una
taza sin preguntar. Noto su ojo izquierdo. Está un poco magullado. Pero no
tan mal como esperaba.
—Es crisantemo —dice Mika.
—Gracias.
Soplo mi té. Puedo ver la foto de Sam desde donde estamos
sentadas. Es como si nos estuviese cuidando. Noto que Mika también lo
está mirando.
—Ojalá me hubieran pedido su foto —dice.
—¿Quién?
—La escuela. No me gustó la que usaron en el periódico. Deberían
haberme preguntado.
Recuerdo el artículo. Era su foto escolar. Sam también la habría
odiado.
—La que elegiste es perfecta —le digo.
Mika asiente. Toma un sorbo de té.
—Siento lo de tu ojo. ¿Cómo pasó?
—Uno de los amigos de Taylor me arrojó un bolso cuando no estaba
mirando —contesta.
—Mika, lo siento mucho.
—Fue un golpe bajo. Pero estoy bien.
—Olvidé agradecerte antes —digo—. Por defenderme.
—No lo estaba haciendo por ti. Lo hice por Sam.
Bajo la mirada, sin saber qué decir.
Mika sopla su té y toma otro sorbo.
—Cuando vi a Taylor hablarte así… pensé en él. Pensé en lo que
habría hecho Sam si estuviera allí. Siempre fue mejor con las palabras que
yo, ¿sabes? Por eso le agradaba más a todo el mundo —dice, después de un
silencio largo—. A pesar de que se ha ido… —continúa—. Sigo esperando
volver a verlo. Siempre que alguien entra por la puerta, me pregunto si será
él. Si es Sam. Son esos momentos en los que olvido que se ha ido y
recuerdo otra vez, que me siento más triste. —Contempla su té—. Sé que
no te gusta hablar de Sam, pero en serio lo extraño. No sé cómo la gente
puede superarlo tan rápido.
—No lo he superado —digo.
—Pero lo estás intentando.
Niego con la cabeza.
—Eso ya no es cierto. —Esa era yo hace dos semanas. Todo es
diferente ahora que estoy conectada otra vez con Sam. Si tan solo supiera
esto.
—Ya no importa si lo haces —dice Mika, mirando nuevamente el
retrato de Sam—. A veces, también desearía dejar de pensar en él. No me
importa la vigilia. Ni siquiera me importa que te lo hayas perdido. Pero
estuviste tan ocupada intentando olvidarlo que estuviste dispuesta a
olvidarme. Olvidas que éramos tres. No solo eran Sam y tú. También fui
parte de eso… —Hace una pausa, y mira su teléfono al borde de la mesita
de café—. Sé que esto sonará estúpido, pero aún leo los mensajes de
nuestro grupo. Entre los tres. Pensé en enviar algo el otro día, solo para
mantenerlo vivo, ¿sabes? Para que simplemente no acabara… pero no
pude. Porque tenía miedo de que ninguno de ustedes respondiera. Y no
quiero estar sola allí… —Su voz se quiebra, enviando un dolor a mi pecho.
Eliminé nuestro chat grupal. No se me ocurrió ni una sola vez que también
estaba eliminando a Mika. Quiero decir algo para solucionar esto, pero sé
que no hay palabras lo suficientemente buenas.
Mika mira fijamente su té, y continúa casi en un susurro.
—El otro día… mamá estaba buscando fotos de Sam y yo juntos para
un álbum de fotos. Pero dijo que era difícil encontrar una sin ti también en
ella. Así que, en su lugar, lo hizo sobre nosotros tres. —Se seca los ojos con
el dorso de la manga, intentando mantener la compostura—. Sabes, cuando
sucedió… cuando Sam murió… recuerdo haber pensado, ¿cómo vamos a
superar esto tú y yo? ¿Qué vamos a hacer, sabes? Seguí esperando a que
respondieras un mensaje de texto, devolvieras mis llamadas y aparecieras
en la puerta. Pero nunca lo hiciste. Ni siquiera querías verme… —su voz se
apaga, como si estuviera conteniendo las lágrimas—. Fue como si, cuando
perdí a Sam, también te perdí a ti.
Se limpia los ojos con la manga, y continúa.
—Su familia vino hace unos días. Supongo que, su madre aún se
despierta con la conmoción de que se haya ido. Durante los primeros días,
siguió revisando su habitación para ver si podría estar allí. Como si fuera un
sueño o algo así. Llamó a mi papá para que viniera a ayudar a sacar las
cosas de Sam, pero luego cambió de opinión otra vez. Están puestas en
cajas en su habitación. Como si las estuviese guardando… en caso de que
regrese o algo así.
Mis ojos están llorosos a estas alturas. Debí haber estado allí con ella
desde el principio. Debí haber compartido parte de este dolor. Tomo su
mano.
—Mika, lo siento. No debí haberte dejado sola así, ¿de acuerdo? Te
prometo que nunca me olvidé de ti y Sam. Aún lo amo, y pienso en él todos
los días.
Mika aparta su mano.
—Para mí, no se ve de esa manera —dice entre lágrimas—. Parece
que has seguido con tu vida. Te veo con tu grupo nuevo de amigos. Todos
ustedes en el almuerzo, riendo como si nada estuviese mal. Como si incluso
Sam nunca hubiese estado aquí. —Se seca los ojos nuevamente—.
¿Siquiera lloraste una vez cuando murió?
La pregunta me apuñala. Odio que piense en mí de esta manera.
—Por supuesto que sí —respondo. Si me hubiera preguntado esto
antes en el restaurante, podría haber dicho lo contrario. Pero no soy la
persona que era entonces. Porque encontré de nuevo a Sam. Si tan solo
pudiera decirle esto—. Sé que puede parecer que no me importa, pero lo
hago. Mika, por supuesto que sí. Pero es complicado. Tienes que
entender…
—Julie, sé cuándo no estás siendo completamente honesta —dice
Mika—. También sé cuándo me estás ocultando cosas. También sé que
quisiste decir lo que dijiste esa mañana en el restaurante. ¿Cómo se supone
que voy a creer que cambiaste de opinión desde entonces? Solo así como
así…
—Porque algo extraño pasó desde entonces —respondo—. Ojalá
pudiera decírtelo, pero no puedo. Lo siento. Aunque, tienes que creerme.
Mika descarta esto con un movimiento de cabeza.
—Julie, no puedo hacer esto. Estoy cansada de todas estas no
respuestas —dice—. Y no puedo soportar que me sigan ignorando.
—¿Qué quieres decir?
—Te he llamado una docena de veces desde que murió —dice Mika
—. Y nunca respondiste. Sé que no querías hablar conmigo. Cuando más te
necesitaba. Y sin embargo, ¿puedes esperar que me siente aquí y escuche
esto?
¿Mika me ha estado llamando? Miro mi teléfono una vez más,
intentando recordar cuándo. Son las llamadas de Sam, ¿no? Cuando hablo
por teléfono con él, no se escucha nada más. Por eso sigo perdiendo
mensajes de texto, llamadas y no sé qué más. Es como si nuestra conexión
me estuviese bloqueando de todos los demás. Me está alejando de Mika, la
persona que Sam me pidió que me asegurara de que estuviera bien. Y ni
siquiera puedo explicárselo.
—Es mi teléfono… —es todo lo que puedo decir—. Algo está mal con
él.
¿Qué más se supone que debo decir? ¿Cómo soluciono esto sin decir
la verdad?
—Tal vez es hora de que te vayas —dice Mika abruptamente. Mira
hacia otro lado, haciéndome saber que no quiere escuchar más. Como si
estuviera a punto de levantarse, poniendo fin a nuestra conversación. Ojalá
pudiera contarle todo. Entonces entenderá por qué he estado actuando de la
manera que lo he hecho, y sabrá que no he dejado ir a Sam porque nunca lo
necesité. Porque nunca me dejó. Pero no quiero arriesgar nuestra
conexión. Mis manos se aprietan y aflojan a medida que vacilo en el sofá,
decidiendo… Después de todo, Sam me lo encargó, ¿no? Y todavía existe la
posibilidad de que no pase nada malo si se lo digo. No puedo dejar que
Mika piense de esta manera. Puedo ver cuánto le duele. Necesito estar ahí
para ella, como le prometí. Ya no puedo dejarla pasar por esto sola. Y no
puedo perderla también a ella. Quiero derribar este muro que se está
construyendo entre nosotras. Ni siquiera sé si va a creerme, pero tomo
aliento y de todos modos se lo digo.
—Mika, escucha… —Tomo sus manos antes de que se levante—. La
razón por la que no recibo tus llamadas… o la razón por la que no estoy de
duelo por Sam, es porque aún estamos conectados. Me refiero a Sam y
yo. Aún no se ha ido.
—¿De qué estás hablando?
—Esto va a sonar extraño… —empiezo a explicar, eligiendo mis
próximas palabras cuidadosamente—. Pero puedo hablar con Sam. Por
teléfono. Puedo llamarlo y él contesta.
—¿Nuestro Sam?
—Sí.
Mika me echa un vistazo.
—¿Qué quieres decir con que puedes hablar con él?
—Quiero decir que, él me responde. A través del teléfono —digo—.
Puedo decirle algo, y él responde. Hemos estado hablando durante horas,
casi todos los días, como en los viejos tiempos. Y Mika, en serio es él. No
es nadie más, ni una clase de broma. Es Sam. —Mi corazón late feroz
dentro de mi pecho. No sé qué más decir.
Mika considera esto.
—¿Estás segura de esto?
Me inclino hacia adelante, apretando sus manos.
—Te lo prometo. Mika, es su voz. Es él, es Sam. Tienes que confiar
en mí.
Mika aprieta mis manos en respuesta, asintiendo lentamente.
—Te creo. Estoy intentando hacerlo.
He estado esperando tanto tiempo para escucharla decir esto. Pero hay
algo en su voz que no me da el alivio que esperaba. Hay algo en sus ojos
que me hace dudar de mí misma.
—¿Y cuándo empezaste a hablar con él? —pregunta con cuidado.
—La semana después de su muerte.
—¿Solo a través del teléfono?
—Es la única forma de llegar a él.
—¿Puedes mostrarme las llamadas? —pregunta.
No me atrevo.
—No puedo hacer eso…
—¿Por qué no?
—Porque ninguna de nuestras llamadas aparece en mi registro de
llamadas —explico—. En realidad, aún no entiendo por qué. Y tampoco
podemos enviar mensajes de texto, solo llamadas.
Mika se inclina hacia atrás, su rostro sumido en sus
pensamientos. Hay un silencio largo. Mi pecho se aprieta. Quizás no debí
habérselo dicho.
—Crees que estoy loca, ¿no? —pregunto.
—Por supuesto que no —responde—. Perder a alguien es algo difícil
para todos nosotros, Julie. Pero ¿crees que existe la posibilidad de que todo
esto esté en tu cabeza?
—Al principio, lo consideré. Pero Mika, no es así. En serio es
Sam. En serio he estado hablando con él, lo sé.
Mika toma una respiración profunda. Su voz se suaviza.
—Julie, Sam está muerto. Recuerdas eso, ¿no? Sabes que lo
enterramos, ¿verdad?
—Lo sé, no digo que no sea así, pero es difícil de explicar. Es… —Mi
voz se apaga, porque no tengo las respuestas—. Sé que esto no tiene
sentido, ¿de acuerdo? Pero necesito que me creas.
Cuando Mika no dice nada, sé que no lo hace. Me duele la cabeza a
medida que la habitación comienza a girar. Yo también empiezo a
perderme. Solo hay una forma de demostrarlo. Una cosa que lo explicará
todo.
—Espera, déjame llamarlo…
—Julie… —comienza Mika.
Pero ya he hecho la llamada. Y está sonando.
Esto no tiene por qué ser largo. Solo lo suficiente para que Mika
escuche el sonido de la voz de Sam, un par de palabras, tal vez una
conversación rápida para demostrar que es él, esto la convencerá. Mi pecho
se aprieta con cada timbre mientras espero a que Sam responda. No puedo
creer lo que estoy haciendo. Finalmente puedo compartir este secreto y
demostrar que todo esto es real.
Pero el teléfono no para de sonar. Suena durante tanto tiempo, pierdo
la noción de cuántos segundos han pasado. Mika se sienta en silencio,
observándome. El timbre sigue y sigue, acumulando más presión en mi
pecho. No sé lo que está mal. Sam, ¿dónde estás? Esto no es propio de
él. Por lo general conteste de inmediato. Me tiemblan las manos, así que
aprieto el teléfono con más fuerza. El teléfono sigue sonando y sonando, y
me pregunto si él podría no contestar esta vez.
Y entonces, comprendo. Un pensamiento terrible. Como una bala en
el pecho. El historial de llamadas perdidas, los mensajes de texto que no
llegan, los secretos que debo guardar y las llamadas en sí. Oh, Dios mío.
¿Todo esto ha estado en mi cabeza? ¿Lo he imaginado todo? Bajo el
teléfono, la habitación se vuelve borrosa y todo se queda en silencio. Un
escalofrío me recorre, y la presión que se ha estado acumulando en mi
pecho estalla, dejando un agujero enorme que me hace querer desaparecer.
Nadie contesta esta vez. Así que, termino la llamada.
Ni siquiera miro a Mika cuando me levanto del sofá abruptamente.
—Y-yo… tengo que irme. —Casi vuelco la tetera mientras me
apresuro a irme. Lucho por volver a poner mi teléfono en mi estúpido
bolsillo, pero no entra.
—Julie, espera… —Mika me agarra del brazo para detenerme, pero
me aparto bruscamente.
Me obligo a sonreír.
—¡Estaba bromeando! Todo fue una broma. Lo inventé, ¿de
acuerdo? —Pero el temblor en mis manos y el tono petrificado de mi voz
me traicionan, y Mika no se ríe. Me sigue al pasillo cuando ya me estoy
yendo. Cuando veo la expresión de preocupación en su rostro, me siento tan
avergonzada que todo lo que puedo decir es—: No estoy loca, lo juro. Todo
fue una broma.
—Julie, no creo que lo seas. Espera…
Algo vibra en mi mano, seguido de un ruido extraño que nos
sobresalta a las dos. Estoy tan desprevenida, que mi teléfono se desliza de
mi mano, rebota en la punta de mi zapato y patina por la alfombra.
Miro mi teléfono y veo que está sonando. Esto me sorprende, porque
nunca uso el timbre. Siempre está en silencio. Echo un vistazo a la pantalla
y veo que el número es desconocido.
Mika y yo nos miramos. Echa un vistazo al teléfono, preguntándose si
voy a contestar. Vacilo antes de levantarlo lentamente del suelo. Sigue
sonando. Acepto la llamada y llevo el teléfono a mi oído. El sonido de mi
propio corazón martilleando es lo primero que escucho.
—¿Hola? —respondo.
Ahora, tal vez sea por el frenesí de emociones que me envolvió en
segundos, y la adrenalina que vino con eso. Pero no recuerdo qué se dijo ni
por qué. Todo lo que recuerdo es el después: yo sosteniéndole el teléfono a
Mika y diciendo:
—Es… para ti.
Mika parpadea entre el teléfono y yo. Después me lo quita, y lo
acerca a su oído. Hay una pausa antes de que ella hable.
—¿Hola? ¿Quién es?
Mi corazón se acelera a medida que estoy allí. No puedo escuchar
nada desde el otro extremo.
—¿Sam? ¿Qué Sam? —Mika me mira con las cejas arqueadas—.
Pero eso no tiene ningún sentido.
Un silencio mientras escucha.
—¿Cómo se supone que voy a creer esto? —dice al teléfono—. No
sé. Esto simplemente no puede ser verdad… —continúa así por un minuto
más o menos. Mika se tapa la otra oreja con la mano, como para oírlo
mejor, y se aleja. Es un tic nervioso suyo: caminar de un lado a otro,
especialmente cuando está hablando por teléfono. La sigo a la cocina,
dejando algo de espacio entre nosotras. No quiero abrumarla con esto. Una
llamada con Sam.
—No sé si creo esto… ¿es una especie de broma? —pregunta
Mika. Otro silencio. Sus cejas se arquean y se fruncen—. ¿Preguntarte qué?
Es extraño escuchar solo un lado de una conversación. Como saltar
las páginas de un libro, intentando reconstruir la escena. Me pregunto qué
estará respondiendo Sam.
—¿Qué clase de pregunta? —dice Mika, sonando confundida—.
Quieres decir, ¿que solamente tú conozcas? Entonces, déjame pensar… —
Me mira por un momento, y luego mira hacia otro lado. Susurra en el
teléfono—: Está bien. Si eres Sam, dime… al año que Julie se mudó aquí,
después de que la vi por primera vez… ¿qué dije de ella que te dije que
nunca repitieras?
Mika hace una pausa para escuchar. La respuesta debe haber sido
correcta porque sus ojos se abren del todo. Me lanza una mirada de
sorpresa, y pregunta:
—¿Alguna vez te dijo esto?
Sacudo la cabeza, algo confundida. ¿Qué dijo de mí?
Mika se gira, continuando la llamada.
—Está bien, ¿algo más? ¿Una más difícil? Déjame ver… —Hace una
pausa para pensar—. Muy bien. Qué hay de esta. Cuando teníamos siete
años… cuando el abuelo se estaba muriendo, tú y yo fuimos a visitarlo a su
habitación cuando se suponía que no debíamos hacerlo. ¿Recuerdas? Nos
dejó jugar junto a su cama. En su mesita de noche, había cuatro cosas
puestas allí. Nunca las tocamos, y después, nunca hablamos de ellas. Pero si
en serio eres Sam, podrías recordar esas cosas en la habitación del abuelo,
porque yo puedo. Entonces, ¿qué son?
Cierro los ojos, e imagino la mesita de noche mientras Mika escucha
por teléfono. Cuando Sam responde, ella repite cada objeto en voz alta, uno
por uno, como si los recordara por sí misma. Una sola pluma blanca. Un
cisne de origami, atado a una cuerda. Un cuenco de cerámica, pintado con
la cara de un dragón, lleno de incienso.
—¿Y la última cosa? —le pregunta.
No llego a escuchar cuál es el último objeto, porque Mika no lo
repite. En cambio, se queda en silencio durante mucho tiempo. Cuando se
da la vuelta para mirarme, se le humedecen los ojos, y sé que debe haber
sido correcto.
—Es Sam —jadea—. En serio es él.
Me atraviesa una sensación que no puedo explicar, no solo de alegría,
sino de alivio. Casi me pellizco para asegurarme de que esto no es un
sueño, que todo esto está sucediendo, y que Mika también está aquí.
Diciéndome que realmente es Sam en la línea. Diciéndome que no me lo
estoy imaginando. Diciéndome que todo esto es real, y lo ha sido todo el
tiempo.
Mika se queda un rato hablando por teléfono con Sam, haciendo una
docena de preguntas, llorando y riendo al mismo tiempo. Sigue echándome
vistazos, sonriendo. Me aprieta la mano, y apoya la cabeza en mi hombro,
tal vez para hacerme saber que me cree, o para agradecerme por esto. A
pesar de que he estado hablando con Sam por un tiempo, aún no puedo
creer que esto esté sucediendo. Que los tres estamos conectados de nuevo.
Cuando termina la llamada, y cuelgan, Mika y yo nos abrazamos, las
dos llorando, ninguna de las dos capaz de hablar. Puedo sentirla intentando
comprender cómo se encontró aquí en todo esto. En este mundo alternativo
imposible, donde el tiempo se mueve en otra dirección, donde los campos
son infinitos, y donde el suelo debajo de nosotras nunca ha sido más
inestable. A pesar de que estoy empezando a perder la noción de qué
camino es hacia arriba o hacia abajo, es una sensación maravillosa de alivio
tener a alguien aquí conmigo. Alguien que puede mirar, ver lo que veo, y
decirme que no estoy soñando. O tal vez estamos soñando juntas, no estoy
segura. Pero eso no importa ahora. Ninguna de nosotras quiere despertar de
esto.
***
Más tarde esa noche, cuando estoy de regreso en casa, llamo a Sam
nuevamente para hablar de todo lo que pasó. Esta vez responde de
inmediato, como si me estuviera esperando. Le agradezco por hablar con
Mika, y por permitirme compartir esta conexión con otra persona.
—No estaba segura si realmente funcionase —digo, sosteniendo el
teléfono con fuerza—. ¿Cómo es que nunca mencionaste que podías
llamarme?
—Porque se supone que no debo hacerlo.
—¿Qué quieres decir?
—Aún no quería que lo supieras. Porque si alguna vez llamo y no
contestas, nuestra conexión termina justo ahí.
—Quieres decir, ¿para siempre?
—Sí.
Un escalofrío me recorre.
—¿Cómo sabes eso?
—Es una de las pocas cosas que sé con certeza —responde. Y no
explica más las cosas.
Trago pesado pensando en esto.
—Sam, eso me asusta. Si eso es cierto, no deberías volver a
llamarme. De ahora en adelante, solo te llamaré, ¿de acuerdo?
—Es lo mejor —dice.
Una brisa entra por la ventana abierta, balanceando las cortinas. Me
acerco a cerrarla. Afuera, las ramas de los árboles se arrastran hacia arriba
como dedos, golpeando contra el vidrio.
—Lo siento —dice Sam, un poco de la nada.
—¿Por qué?
—No contestar antes. Supongo que estaba nervioso. Por lo que podría
pasar.
—Pero no pasó nada —le recuerdo—. Todo salió bien. ¡Es incluso
mejor ahora! Porque Mika lo sabe y ahora lo entiende todo. ¡Incluso
pudieron hablar otra vez! ¿No te alegra que hayamos hecho esto?
Un silencio.
—¿Sam?
—Es algo complicado…
Antes de que pueda preguntar qué quiere decir con esto, el sonido de
la estática llega a través de la línea.
—¿Qué es ese ruido? —pregunto.
—¿Ruido? No escucho nada —responde Sam, y de repente, noto algo
extraño en su voz.
—Sam, suenas como si te estuvieses alejando más. —Como si el
receptor se aleja de él—. ¿Está todo bien?
Llega más estática. Me pongo de pie e inclino la cabeza, ajustando el
ángulo del teléfono para intentar obtener una mejor señal.
—Julie, todo estará bien —dice Sam—. Lo prometo. Pero tengo que
irme ahora, ¿de acuerdo?
—Espera, ¿ir a dónde? —le pregunto. Pero no responde a esto.
Todo lo que dice es:
—Pronto hablaré contigo. Te amo.
La llamada termina abruptamente. Me quedo junto a la ventana en
silencio, preguntándome si debería devolverle la llamada. Pero algo frío que
no puedo explicar me sube por la columna, diciéndome que no lo haga. Que
no debería. Así que, vuelvo a la cama y sostengo el teléfono cerca de
mí. Me quedo mirando la pantalla en blanco toda la noche, intentando
mantener la calma.
¿Arruiné todo otra vez?
Trece
***
***
Parece que ha pasado una eternidad desde la última vez que hablé con
Sam. Es difícil concentrarse o pensar en otra cosa que no sea escuchar su
voz de nuevo. Cuando llego a casa, pongo el CD que siempre tengo a mano
y hago como si estuviera allí, en mi habitación, practicando con su guitarra.
Lo hago todos los días, dejo que su música llene mi habitación como si
estuviera vivo de nuevo. Me hace sentir menos sola. Hay catorce canciones,
y he perdido la cuenta de cuántas veces las he reproducido. La tercera
canción es mi favorita. Es una de sus canciones originales, una balada de
rock que recuerda a la época de Nicks de Fleetwood Mac, y puedo escuchar
la voz de Sam tarareando la melodía. No hay letra porque la canción está
sin terminar. Sam me había pedido que lo ayudara a escribir la letra.
Solíamos fingir que algún día podríamos ser un gran dúo de compositores.
Como Carole King y Gerry Goffin. Una vez le pregunté qué era lo primero,
la letra o la melodía, y Sam respondió: Siempre la melodía. Yo no estaba de
acuerdo, pero creo que por eso nuestra relación funcionaba. Éramos dos
partes de una canción. Él era la música. Y yo era la letra.
Me acosté en el suelo de su habitación, mirando al techo, con papeles
de cuaderno esparcidos por todas partes. Sam se sienta con las piernas
cruzadas a mi lado, con su guitarra en su regazo.
—Toca eso otra vez… —le digo.
Sam rasguea su guitarra, llenando la habitación con la melodía.
Cierro los ojos y escucho.
La guitarra se detiene.
—¿Qué estás haciendo?
—Intento inspirarme —comento, manteniendo los ojos cerrados.
—¿Dormir te inspira?
—No estoy durmiendo… ¡estoy pensando!
—Entendido. —Sam continúa tocando mientras las imágenes bailan
por mi mente. Cielos azules infinitos, una pareja tomada de la mano,
cerezos en flor cayendo por la ventana. Me siento y apunto algunas de estas
cosas.
Miro a Sam.
—¿De qué debería tratar la historia?
—¿Qué quieres decir? Estamos escribiendo una canción.
—Sam, cada canción cuenta una historia.
Él rasca su cabeza.
—Solo pensé que tenía que rimar.
—Las canciones hacen más que eso —digo—. Se supone que te hacen
sentir algo. Entonces, ¿cuál es la emoción que buscamos? ¿De qué se
trata?
Sam piensa en esto.
—Supongo que, ¿de amor?
—Sam, eso es demasiado vago.
—Pero ¿no lo son la mayoría de las canciones?
—¡Las buenas no!
Sam cae sobre la alfombra, gimiendo.
—¿No se te puede simplemente ocurrir? Tú eres la escritora. ¡Eres
mejor en esto! Por eso pedí ayuda.
El otro día revisé mis cajones y encontré mi cuaderno. Dentro había
un par de versos que había escrito hace meses. Después de nuestra llamada
en el porche, pasé el resto de la noche trabajando en la canción de nuevo.
Sam y yo tenemos otra llamada pronto. Quiero escribir todo lo que
pueda para sorprenderlo. Especialmente después de nuestra conversación
sobre cosas inconclusas y dejar una marca en el mundo, tal vez sea esto.
Después de todo, él hizo mucho por mí. Este es mi regalo para él. Estoy un
poco ansiosa cuando contesta. Cuando le hablo a Sam de la canción, me
pide que comparta la letra. En un momento dado, reproduzco la pista para
que se haga una idea de cómo sonaría con música…
—No juzgues mi voz, ¿de acuerdo?
Sam se ríe.
—Por supuesto que no.
Mientras el CD llena la habitación con su guitarra, rasgueando una
suave balada, canto un poco para él, lo mejor que puedo.
Antes
Cuando cierro los ojos y todo se oscurece, lo veo a él. A Sam. De pie
ahí. Dejando que su cabello oscuro corte a través de su frente un suave
ángulo. Lleva una camisa de vestir blanca, abotonada, con una pajarita.
Apoyado junto a la puerta de la cocina del hotel mientras los camareros
entran y salen, llevando vajilla de plata. Respirando profundamente y
tirando del cuello de su camisa, tratando de mantener la calma. Y, de
repente, yo también estoy ahí, sosteniendo su mano y diciéndole:
—Todo va a salir bien, Sam. Solo respira.
—Tal vez deberíamos irnos —dice.
—No seas ridículo. Tienes que salir pronto.
—Pero no sé si puedo.
—Por supuesto que puedes. ¿Por qué estás tan nervioso?
Los cubiertos chocan con las bandejas a nuestro alrededor. Estamos
parados detrás de una cortina que separa la zona de la cocina de un salón de
baile lleno de invitados. Sam fue contratado para actuar en la boda del
primo de su amigo Spencer en la primavera del tercer año de secundaria. Le
dieron a Sam una lista de canciones que querían que cantara, y ha estado
practicando durante semanas. Es su primera actuación pagada, y no voy a
dejar que se eche atrás.
—No conozco a nadie ahí fuera —dice.
—Conoces a Spencer. Y a mí. Estoy aquí.
Sam vuelve a tirar de su cuello, así que lo ayudo a aflojar el nudo de
su pajarita, dejándole respirar mejor. La primera gota de sudor aparece en
su frente. Aparto el cabello de su rostro.
—¿Y si no le gusta a nadie? —Sigue mirando a su alrededor.
—Claro que les gustará. ¿Por qué más te habrían contratado? Lo vas a
hacer muy bien ahí fuera.
—Ni siquiera hemos hecho una prueba de sonido real…
—Has practicado esto un millón de veces. Lo vas a hacer muy bien.
Alguien con unos auriculares se asoma detrás de la cortina y nos hace
un gesto con el pulgar hacia arriba.
—Vamos, chico.
Aprieto la mano de Sam.
—Buena suerte. Estaré justo aquí.
Una vez que él está ahí afuera, me asomo a través de la cortina. Hay
una pista de baile de madera noble debajo de una lámpara de araña, rodeada
de mesas forradas de seda, cada una de ellas repleta de invitados a la boda.
Conectado a la pista de baile hay un escenario en el que está montada la
banda. Sam aparece por un lado del escenario, luciendo nervioso. Cuando
se acerca al micrófono y ajusta torpemente el soporte, contengo la
respiración.
Las luces se atenúan, dejando solo el escenario, mientras todos se
quedan en silencio y giran sus sillas para mirar. Y entonces comienza la
música…
Un piano en vivo invade el salón de baile, tocando una melodía
familiar. Tardo un segundo en reconocerla. “Your Song” de Elton John.
Sam conoce la letra como la palma de su mano. La ha practicado cientos de
veces. Es una gran elección para comenzar, perfecta para su rango.
Pero entonces Sam abre la boca para cantar y hay un temblor en su
voz. Su mano agarra el micrófono, como si eso pudiera mantenerlo firme,
mientras el piano intenta seguirlo.
Hay algo que no encaja. No canta al ritmo de la música. Es como si
estuviera un paso o dos por detrás. El público también lo nota. Las personas
miran a su alrededor, susurran en las mesas, se preguntan qué pasa. Esto
solo hace que Sam se ponga más nervioso. Cuando su temblor se convierte
en tartamudeo y empieza a saltarse las palabras, mi pecho se oprime. No
puedo soportar ver que esto suceda. Ojalá hubiera una forma de salvarlo.
Ojalá pudiera alejar la atención de él antes de que esto empeore. No te
quedes aquí. Haz algo, Julie.
Así que me quito los tacones y atravieso la cortina. En una de las
mesas del centro de la sala, Spencer está sentado junto a sus hermanos. Me
acerco y tomo su mano.
—Oye, ¿qué pasa?
—Ven conmigo.
—Eh…
Levanto a Spencer de su silla, llevándolo a la pista de baile vacía
mientras todos se giran para mirar.
—¡¿Qué estamos haciendo?!
—¡Bailar! Solo sígueme.
—Oh, Dios mío.
Mi corazón late con fuerza cuando coloco una mano en el hombro de
Spencer, nos ponemos en posición y empezamos lo que esperamos que sea
un vals. No tenemos ni idea de lo que estamos haciendo o de cómo nos
vemos. Pero todo el mundo nos está mirando. No establezco contacto visual
con Sam cuando comenzamos a bailar. Temo que eso lo ponga más
nervioso. En vez de eso, levanto el brazo de Spencer y lo hago girar a su
alrededor al ritmo de la música.
Nuestro baile se desarrolla con más fluidez de lo que esperaba. En un
momento de la canción, Spencer coloca sus brazos detrás de mi espalda y
me sumerge, haciendo que las mesas que nos rodean vitoreen. No sé si es el
piano, la voz de Sam, la explosión de adrenalina o la atención del salón,
pero de repente nos metemos en esto. Las elevaciones, los giros y nuestras
vueltas por la sala surgen de forma casi natural mientras seguimos bailando.
Tal vez seamos buenos en esto. O tal vez todo está en mi cabeza, y para
todos los demás que nos miran, parecemos ridículos. Pero no importa.
Porque miro a Sam y lo veo sonreír por primera vez. Su rostro brilla bajo
los focos mientras baja por el centro del escenario, hasta donde le permite el
cable del micrófono, y nos tiende la mano mientras canta el estribillo con
una confianza renovada.
Le devuelvo la mirada desde el otro lado de la pista de baile cuando
entra la batería, seguida de la guitarra, y sentimos que una chispa se mueve
entre nosotros. Una multitud de personas se ha formado alrededor del borde
de la pista de baile. Eventualmente, algunos de ellos se acercan y
comienzan a bailar también, arrastrando a otros con ellos. Sam y yo nos
miramos de nuevo. Porque nosotros hicimos esto. Su voz y mi baile con
Spencer han cambiado la energía del salón.
Cuando la música comienza a desvanecerse, siento que la canción
está a punto de terminar. Levanto las manos por última vez y voy girando
por la pista de baile, mientras las luces se arremolinan a mi alrededor hasta
que la sala se desvanece de repente, y caigo directamente en los brazos de
Sam, arrojándonos por el borde del muelle mientras nos estrellamos en el
agua helada.
Un millón de burbujas se arremolinan a mi alrededor mientras
emergemos de la superficie del lago con el sonido de los fuegos artificiales
que estallan en la distancia. Es la noche anterior al 4 de julio. El verano
después del segundo año. Sam y yo hicimos planes para escaparnos y
encontrarnos aquí. Si mi madre lo supiera, me mataría.
Me estremezco en el agua.
—¡No puedo creer que estemos haciendo esto!
Sam se ríe y pasa una mano por su cabeza, echando su cabello hacia
atrás. Su piel brilla por el agua.
—¡Dijiste que querías ser más espontánea!
—¡No esperaba esto!
A lo lejos suenan más fuegos artificiales, iluminando las puntas de los
árboles que nos rodean. Sam se pone de espaldas y empieza a nadar hacia
atrás, mostrando las líneas desnudas de su pecho. Instintivamente arrojo mis
manos sobre mí, cubriéndome.
—¿Y si alguien nos ve?
—Jules, no hay nadie más aquí. Solo estamos tú y yo.
—Nunca he hecho esto antes.
—¿Bañarse desnudos?
—¡No puedo creer que me hayas desafiado!
—Nunca pensé que lo harías.
—¡Sam!
—Relájate, ¡no estamos completamente desnudos!
Los fuegos artificiales se disparan de nuevo mientras Sam nada en
círculos a mi alrededor, riendo.
—¿Cómo se te ocurrió esto? —pregunto.
—Lo vi en una película una vez —dice—. Parecía muy dulce y
romántico y lo visualice todo en mi cabeza.
—Es tan cliché.
—Al menos será algo para recordar. Y una historia divertida que
contar.
—¡No podemos contarle esto a nadie!
—De acuerdo, lo mantendremos en secreto.
Sam nada hacia mí. Y nos miramos. Observo su rostro iluminado por
ocasionales ráfagas de luz del cielo. Tiene razón en una cosa. No creo que
pueda olvidar nunca la forma en que me mira en este momento.
—¿Estás enojada por haber hecho esto? —susurra él.
—No. Solo un poco nerviosa. —Siento un escalofrío, no por el frío,
sino por la emoción de estar aquí fuera con él.
—Yo también.
Sam sonríe y coloca mi cabello detrás de la oreja. Luego levanta
suavemente mi barbilla con la otra mano y me besa. Cerramos los ojos y
escuchamos los fuegos artificiales que estallan a nuestro alrededor.
Un haz de lo que podría ser una linterna brilla entre los árboles,
seguido de algunas voces y el sonido de pasos que se acercan por el camino.
—¡Viene alguien! —jadeo.
—¿Qué…
Nos sumergimos bajo el agua para ocultarnos. Contengo la
respiración y las burbujas se arremolinan a mi alrededor mientras caigo por
el agua como una piedra arrastrada por el espacio, antes de emerger sobre el
cemento seco.
Es plena luz del día. El olor de los carros de comida y del azufre llena
el aire mientras los rascacielos se elevan a mi alrededor. Es el verano antes
del último año. Estoy de pie en las calles de la ciudad de Nueva York,
acomodando una bolsa de lona que se clava en mi hombro cuando Sam
aparece de repente, pasando a toda prisa junto a mí, arrastrando una maleta.
—¡No hay tiempo para parar! Tenemos que irnos.
—¡Espera!
Sam se va a Japón en una hora y cuarenta y dos minutos. El próximo
metro al aeropuerto llega en cualquier momento, y si lo pierde podría perder
su vuelo. Va a pasar todo el verano en Osaka con sus abuelos, así que él y
yo hemos planeado un viaje de fin de semana de despedida juntos antes de
que se vaya.
Sam mira su teléfono para saber cómo llegar.
—¡Por aquí!
—Solo baja la velocidad…
Zigzagueamos entre el tráfico atascado y nos abrimos paso entre la
multitud, evitando el vapor que sale de las alcantarillas y el ocasional
comerciante de la esquina que intenta venderme bolsos. Cuando bajamos
por una estrecha escalera y doblamos la esquina, Sam se estrella contra el
torniquete de metal y jadea.
—Tienes que pasar tu MetroCard —digo mientras nos apresuramos a
pasar y bajamos otro tramo de escaleras. Cuando el andén retumba bajo mis
pies, sé que hemos llegado justo a tiempo. Miro hacia fuera y veo las luces
del tren brillando a través del túnel.
Es hora de despedirnos. Ojalá tuviéramos unos días más juntos. Ojalá
pudiera irme con él.
Sam besa mi mejilla.
—Tengo que irme.
Las puertas del tren se abren detrás de él, permitiendo que las
personas pasen al andén.
No sé qué decir. Odio las despedidas. Sobre todo, con él.
—Te mandaré un mensaje en cuanto esté allí, ¿de acuerdo?
—¡No lo olvides!
Le doy a Sam su bolsa de viaje. Me besa por última vez y entra.
—Volveré antes de que te des cuenta.
—¿Por qué tiene que ser por tanto tiempo?
—Son solo seis semanas. Y hablaremos todos los días.
—Espera… —Agarro su brazo—. Llévame contigo.
Él me sonríe.
—Podemos ir juntos el próximo verano. Después de la graduación.
—¿Lo prometes?
—No te preocupes, podemos viajar todos los veranos durante el resto
de nuestras vidas, ¿de acuerdo? Tú y yo.
—De acuerdo —digo. Y entonces recuerdo algo—. ¡Espera, tu
chaqueta! —Me quito su chaqueta de mezclilla para entregársela antes de
que se cierre la puerta, pero Sam me detiene.
—Guárdala para mí.
Sonrío y sostengo la mezclilla cerca de mi pecho.
—Será mejor que hayas escrito un montón para cuando regrese. No
puedo esperar a leerlo.
—¡Apenas he empezado nada!
—Bueno, ahora no me tendrás como distracción.
—No eres una distracción… —comienzo.
Pero las puertas del tren se cierran entre nosotros.
Sam y yo nos miramos a través de la ventana. Entonces él respira
sobre el cristal y escribe algo. Leo las letras justo antes de que se
desvanezcan.
S+J
Ahora
La brisa agita las persianas cada vez que pasa un auto frente a la casa.
Estoy acostada en el sofá de la sala de estar con la televisión apagada,
mirando por la ventana. Hace no sé cuánto tiempo que no me muevo de este
sitio. Mi teléfono ha estado zumbando todo el día con mensajes de texto.
Así que lo apagué. Es domingo por la tarde, el día después de soltar las
linternas. Todo el mundo ha intentado ponerse en contacto conmigo, pero
estoy demasiado avergonzada por lo ocurrido. Solo quiero quedarme
envuelta en mi manta el resto del fin de semana. No debería ser mucho
pedir. Un poco de silencio del mundo. Mi madre me dejó una taza de té que
se enfrió en la mesa de café, junto con algunos bocadillos de frutas y una
vela que acabo de apagar. El olor a vainilla me estaba dando dolor de
cabeza.
—Llámame si necesitas algo —dijo antes de salir de la casa—. Hay
un poco de queso brie en la nevera. Cuídate.
Terminé el queso brie hace unas horas. Acabo de despertarme de una
siesta y parece que no puedo volver a dormirme. Fuera de la ventana, el
cielo es una amatista resplandeciente, como la que mi madre tiene en su
mesita de noche. A través de las persianas observo cómo el cielo se
desvanece hasta alcanzar el color de la piel magullada mientras escucho el
sonido de los aspersores que se encienden sobre el césped. Alrededor de las
seis, alguien llama a la puerta. No esperaba a ningún invitado hoy, así que
no me molesto en contestar. Pero los golpes continúan. Me pongo de lado y
me niego a levantarme. Déjenme en paz. Entonces, la cerradura hace clic
cuando alguien abre la puerta.
Levanto la vista desde el brazo del sofá cuando Mika aparece en la
sala de estar.
Ella me mira. Su voz es suave.
—Hola. ¿Cómo has estado?
Parpadeo, preguntándome cómo ha entrado.
—¿Cuándo te dieron la llave?
—Tu madre la dejó. Dijo que pasara a verte en algún momento.
Espero que esté bien.
—Supongo…
Esperaba no tener que enfrentarme a ella durante unos días. No quiero
hablar de lo que me pasó anoche. Persiguiendo la linterna, como si fuera
Sam. ¿Por qué no podemos fingir que no sucedió? Ahórrame la
intervención.
Hay envoltorios por toda la mesa de café y dispersos por la alfombra.
—No esperaba compañía. Lo siento, es un desastre.
—Está bien —dice Mika—. Debería haber llamado antes. —Ella
revisa su teléfono y me mira—. Sabes, el festival de cine va a empezar
pronto. ¿Por qué no estás vestida todavía?
—Porque no voy a ir.
—¿Por qué no?
—Simplemente no estoy de humor —digo. Levanto la manta,
esperando que capte la indirecta.
—¿De verdad vas a hacerle eso a Tristan? —pregunta Mika. Se queda
de pie, observando cómo finjo dormir—. Probablemente te esté esperando.
¿Has mirado siquiera tu teléfono?
—No es una gran cosa. Lo entenderá.
—¿Así que vas a quedarte en el sofá toda la noche?
No digo nada.
—Realmente creo que deberías ir. Hiciste una promesa.
—No le prometí nada a Tristan.
Mika niega con la cabeza.
—No a Tristan… —dice—. A Sam.
Nos miramos la una a la otra. Mi última llamada telefónica con él. A
eso se refiere. Todavía no hemos tenido mucho tiempo para hablar de eso.
Me di cuenta de que Mika quería sacar el tema anoche cuando íbamos al
campo, pero no pudimos encontrar tiempo para nosotras. Cuando no
respondo, Mika se acerca al sofá y se sienta en la mesa de café, frente a mí.
Ella toca mi mano.
—Julie… no vine a ver cómo estabas ¿de acuerdo? Vine para
asegurarme de que fueras al festival.
—¿Por qué quieres que vaya?
—Porque Sam tiene razón. Sería bueno para ti.
¿Por qué todo el mundo cree saber lo que es bueno para mí? ¿Y qué
pasa con lo que yo pienso?
—Ya te dije que no estoy de humor —repito. Levanto la manta y
vuelvo a recostar la cabeza.
Mika se arrodilla a mi lado.
—Julie, sé que lo estás pasando mal y sé que esto es difícil para ti.
Pero tienes que demostrarle a Sam que estarás bien sin él. Tienes que ir al
festival. Así que no me iré de aquí hasta que lo hagas.
La miro a los ojos y veo que habla en serio. Por supuesto que ella lo
hace. Se trata de Sam.
—Y no olvides que he golpeado a alguien por ti —añade Mika—. En
más de una ocasión. Me debes un favor.
Gimo. Porque tiene razón. Se lo debo.
—De acuerdo. Iré.
Un momento después, estoy en mi habitación mientras Mika me
ayuda a prepararme. Me parece mal buscar en mi armario un vestido para
ponerme, así que Mika elige uno por mí. El sencillo vestido rojo que usé en
la boda de mi tía hace unos años. Me miro en el espejo del escritorio
mientras ella está detrás de mí, alisando mi cabello. Ninguna de las dos dice
mucho. No estoy segura de por qué tengo que ir a este festival para
demostrar algo, pero decido no cuestionarlo. Aunque todavía me molesta
que Mika me obligue a hacer esto, verla me trae algunos recuerdos.
—¿Recuerdas la última vez que me peinaste? —pregunto.
—Por supuesto que sí. Fue para ese patético baile.
—Fue bastante patético.
Era el baile de invierno del primer año de la secundaria. Le pedí a
Sam que fuera esta vez. La temática era parejas famosas, pero nadie se
disfrazó, incluidos nosotros. Un grupo de estudiantes de último año
borrachos no paraba de pedir remezclas de canciones country, así que nos
fuimos antes. El único buen recuerdo que tengo fue antes del baile, cuando
Mika apareció con su neceser de maquillaje y su varita rizadora, y fingió ser
mi hada madrina. Los tres terminamos la noche en mi sala de estar,
comiendo pizza. Tal vez fue una noche divertida después de todo, ahora que
lo recuerdo de nuevo.
Pero sé que esta noche no terminará así. Porque todo está mal. Sam no
está aquí. Saldré con otra persona. No entiendo por qué Mika me obliga a
hacer esto. La miro fijamente a través el espejo.
—¿Por qué soy la única que piensa que esto es extraño? —pregunto
finalmente.
—No eres la única —dice sin mirarme—. A mí también me parece
extraño.
—Entonces, ¿por qué me obligas a hacer esto?
Mika pasa un cepillo por mi cabello.
—Porque Sam lo ha pedido. No es frecuente que recibamos
peticiones de personas que han fallecido, ¿sabes? Creo que es importante
honrarlo, si podemos.
Nunca lo había pensado así. Tal vez porque no me gusta pensar en
Sam como muerto. La sola palabra me produce escalofríos. No sé cómo
Mika habla de eso con tanta facilidad. Vuelvo a pensar en la foto de Sam en
el mueble en su sala de estar.
—¿Es una cosa cultural? Siempre honrar así a los muertos, quiero
decir.
—Podría decirse que sí —dice ella—. También es algo familiar. Una
cosa de primos. Quiero decir, si puedes hacer una última cosa por él, ¿por
qué no lo harías?
—Supongo…
—Pero lo entiendo —añade, dejando el cepillo—. Es una petición
extraña. Especialmente para ti. Pero también es pequeña. No creo que esté
pidiendo demasiado.
Pienso en esto.
—Supongo que tienes razón.
Mika me mira en el espejo, moviendo mi cabello detrás de las orejas.
—Y después de lo de anoche, creo que necesitas hacerlo por ti misma.
—Dejo caer mi mirada, incapaz de encontrar sus ojos—. No puedes
aferrarte a Sam para siempre, Julie —susurra—. Tienes que dejar que él
también siga adelante. Esto no es bueno para ti. Y no sé si sea bueno para
él, tampoco.
Una vez que Mika termina de peinarme, miro mi teléfono. Son las
siete menos cuarto. Si no salgo de casa ahora mismo, podría perderme la
proyección de Tristan por completo. Mika me ayuda a vestirme y nos
apresuramos a bajar las escaleras.
—¿Seguro que no quieres que te acompañe? —pregunta Mika
mientras nos ponemos los zapatos en la puerta. Su casa está en dirección
opuesta a la universidad donde se celebra el festival. Sé que quiere
asegurarse de que iré, pero no debería preocuparse. Esta vez no voy a
echarme atrás. Voy a mantener mi promesa a Sam. Después de todo, esta
debe ser mi decisión.
—Estaré bien —digo—. No tienes que esperar.
Dejo que Mika se vaya a casa primero para que no me siga hasta allí.
Después de asegurarme de que las velas están apagadas, me apresuro a salir
de la casa. Mientras cierro la puerta, veo a Dan, nuestro vecino de al lado,
cruzando el césped hacia mí, agitando algo en la mano.
—Me han llegado algunos correos por error. —Me entrega una pila de
sobres—. Pasé por aquí el otro día, pero nadie respondió.
—Oh, gracias.
En cuanto se va, vuelvo a entrar para dejar el montón sobre la mesa
de la cocina para mi madre, pero entonces recuerdo algo. Sé que debería
comprobarlo más tarde, pero la curiosidad se apodera de mí. Reviso el
correo, mi corazón late con fuerza.
Ahí está. Al final de la pila. El nombre REED COLLEGE está
impreso en rojo en un sobre blanco. Después de todos estos meses de
espera, finalmente está en mis manos. Su carta de decisión. Sé que llego
tarde, pero está justo frente a mí y tengo que saber su respuesta. Mis manos
tiemblan mientras abro la carta y leo su contenido.
***
***
***
***
Estos días tengo mucho tiempo para mí. Tiempo para pensar y
procesar y ponerme al día con el resto del mundo. Desde mi última llamada
con Sam, ya no me encuentro esperando junto al teléfono. En cambio, estoy
pasando más tiempo con mis amigos y concentrándome en la escuela de
nuevo. Terminé mi ensayo final para la clase del señor Gill, y estoy lista
para graduarme. También encontré tiempo para trabajar en mi muestra de
escritura, a pesar de que no voy a presentarla en ningún lugar pronto. A
quién le importa si nadie lo lee en este momento. Encontré paz al escribir
algo para mí por una vez. La paz de recordar esos momentos me hace sentir
conectada a Sam, especialmente cuando nuestras llamadas se rompen. Esos
recuerdos de nosotros son algo que siempre tendré. Incluso después de que
se haya ido. Solo deseo que él tenga la oportunidad de leerlo. Pero trato de
no pensar así. Estoy agradecida por este agujero temporal en el universo en
el que nos encontramos flotando estos últimos meses juntos.
Es difícil creer que la graduación será en unos días. Todavía no sé
cuáles son mis planes para después. Al no tener opciones, es como si ya no
pudiera opinar. Como si las cosas se decidieran por mí. No estoy
acostumbrada a esta sensación. Me gusta la idea de hacer planes, mirar
hacia delante y ver lo que tengo en frente. Pero cada vez que lo hago, la
vida parece descarrilarse. Sam siempre me dijo que fuera más espontánea y
que dejara que las cosas fueran una sorpresa. Nunca me advirtió que las
sorpresas no siempre son buenas. Eso es algo que tuve que aprender por mi
cuenta.
A Sam y a mí nos queda una llamada telefónica. Será nuestra última
llamada. La última vez que pueda hablar con él. Esta vez tendré que
despedirme. Sam dijo que esta es la única manera de terminar nuestra
conexión y dejar que ambos sigamos adelante. La llamada tendrá lugar la
noche de la graduación, y solo durará unos minutos. Y según Sam, la
llamada debe hacerse antes de medianoche, de lo contrario podríamos
perder nuestra oportunidad. Una parte de mí desearía poder guardar esta
llamada durante todo el tiempo posible, pero tengo que ser fuerte por los
dos.
Han pasado varias semanas desde la última vez que hablamos por
teléfono. Todavía me duele estar lejos de él durante tanto tiempo, como si
se alejara más de mí cada día. Pero al menos ha habido un aspecto positivo
de nuestra distancia. Mi madre y yo hemos vuelto a conectar. Hemos
pasado estas últimas semanas juntas, cenando todas las noches, viendo la
televisión en el salón, comprando y haciendo viajes de fin de semana a la
playa, cosas que solíamos hacer. Me dijo que echaba de menos pasar tiempo
conmigo. No me había dado cuenta de lo mucho que yo también lo echaba
de menos.
Los vehículos tocan el claxon con impaciencia mientras mi madre y
yo nos encontramos en el auto. Nos dirigimos al centro comercial en busca
de un vestido de graduación. Los árboles de hoja perenne se alzan a un lado
de la carretera. Llevamos casi una hora atascadas en la autopista. Mi madre
tiene su podcast de meditación a bajo volumen mientras yo miro por la
ventana, observando las nubes.
Mi madre me mira. Lleva puesta su ropa de yoga, aunque no ha
tenido clase esta mañana. Dice que le ayuda a concentrarse mientras
conduce.
—¿Ya has mirado el catálogo de cursos de la Central? —pregunta—.
Se llenan muy rápido.
—Lo he hojeado.
—Parece que tienen un curso de escritura en primavera. Debes estar
entusiasmada.
—Estoy encantada.
—Nada de clichés en el auto. Tus propias reglas.
Dejé escapar un suspiro.
—Lo siento. Pero es difícil ser positiva cuando no has entrado en
ningún otro sitio.
—Sabes, solo tienes que quedarte allí dos años —dice mi madre,
bajando el volumen—. Y luego puedes trasladarte a otro lugar. Muchos
estudiantes lo hacen, Julie.
—Supongo que tienes razón —digo—. Es que no era parte del plan.
Nada de esto era… —Ser rechazada de Reed. Tener que quedarme en
Ellensburg. Perder a Sam.
—Los planes no siempre funcionan como esperamos.
—Estoy aprendiendo eso… —digo, apoyando mi cabeza contra la
ventana—. No te esfuerces demasiado en las cosas. Solo acabarás
decepcionada.
—Eso es un poco pesimista —dice mi madre—. Seguro que la vida
acaba siendo más complicada de lo que queremos. Pero te las apañas.
Suspiro.
—Sin embargo, uno piensa que al menos una cosa se resuelve —digo
—. A veces me gustaría poder saltar unos años hacia el futuro para ver
dónde termino. Así no pierdo todo este tiempo planeando cosas, solo para
que nada salga bien.
—Esa no es forma de vivir la vida —dice mi madre, con las manos
agarrando el volante—. Siempre preocupándose por lo que viene después,
en lugar de vivir el momento. Lo veo en muchos de mis alumnos. Y lo veo
en ti… —Me mira—. Estás viviendo por delante de ti misma, Julie.
Tomando decisiones, y queriendo que las cosas se hagan, solo para preparar
el futuro.
—¿Qué hay de malo en eso?
—La vida pasará por delante de ti… —dice, con los ojos centrados en
la carretera—. Y acabas perdiéndote las pequeñas cosas, los momentos que
crees que no importan, pero que sí lo hacen. Momentos que te hacen olvidar
todo lo demás. Al igual que con la escritura —añade de improviso—. No
escribes para llegar al final. Escribes porque disfrutas haciéndolo. Escribes
y no quieres que se acabe. ¿Tiene eso algún sentido?
—Supongo que sí… —Pienso en esto. ¿Pero qué pasa si no me gusta
el momento que estoy viviendo?
Cuando por fin entramos en el aparcamiento, mi madre apaga el auto
y se reclina en el asiento. Sus dedos golpean el volante.
—¿Tienes algo más en mente? —pregunta después de un largo rato de
silencio—. Sabes que siempre puedes hablar conmigo.
Vuelvo a mirar por la ventana. Hacía tiempo que no me sinceraba con
ella. Sobre lo que realmente pasa en mi vida. Tal vez sea hora de cambiar
eso.
—Es Sam… —digo—. Aún estoy pensando en él. En que no podrá
terminar la escuela o graduarse con nosotros, ¿sabes? Quiero decir, ¿cómo
se supone que voy a pensar en la universidad y en el resto de mi vida,
cuando la suya fue tan breve? Sé que no es bueno para mí. Pero sigo
deseando que siga aquí.
Mi madre se vuelve hacia mí y me pasa una mano por el cabello.
—Yo también —dice suavemente—. Y me gustaría saber qué decir
para mejorar las cosas, o al menos decirte cómo superar esto, Julie. Pero la
verdad es que nadie experimenta el dolor de la misma manera, y todos
salimos de él de forma diferente. Está bien desear esas cosas, e incluso
imaginarlo aquí contigo. Porque esos momentos dentro de nuestras cabezas
son tan reales como cualquier otra cosa. —Se da unos golpecitos en la
frente—. No dejes que nadie te diga lo contrario…
La miro, con la cabeza ligeramente inclinada, preguntándome qué
quiere decir. Por un segundo, casi le pregunto si sabe lo de las llamadas,
pero no lo hago.
—Sé que tengo que despedirme pronto —digo—. Pero no creo que
pueda dejarlo ir.
Mi madre asiente en silencio. Antes de salir del auto, me limpia una
lágrima del ojo y me susurra:
—Entonces no deberías. Deberías mantenerlo contigo. Ayudarlo a
seguir viviendo de alguna manera.
***
***
Moderación
LizC
Traducción
Brendy Eris
Danielle
Flochi
LizC
Lyla
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