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HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE CHILE


JULIO PINTO VALLEJOS / DANIEL PALMA ALVARADO /
KAREN DONOSO FRITZ / ROBERTO PIZARRO LARREA
• SU REVOLUCIÓN CONTRA NUESTRA REVOLUCIÓN

• LOS QUE DIJERON “NO”. Volúmenes I y II


El orden y el bajo pueblo
• ¿CHILENOS TODOS?

• DEL PODER CONSTITUYENTE DE ASALARIADOS


Los regímenes de Portales y Rosas
frente al mundo popular, 1829-1852
• CONTRADICCIONES DEL DESARROLLO POLÍTICO

• LA ALCALDIzACIÓN DE LA POLÍTICA

• REbELDÍA, SUbVERSIÓN Y PRISIÓN POLÍTICA

• PODER JUDICIAL Y CONFLICTOS POLÍTICOS


El orden y el bajo pueblo
Los regímenes de Portales y Rosas frente al mundo popular
1829-1852

Julio Pinto Vallejos


Daniel Palma Alvarado
Karen Donoso Fritz
Roberto Pizarro Larrea

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Índice
Prólogo | 9

El orden y la plebe
La construcción social de los regímenes de Portales y Rosas. 1829-1852 | 15

Los jueces del orden.


Estructura y funciones de la justicia bajo dos regímenes autoritarios:
Buenos Aires y Chile, 1829-1852 | 61

Rotos y gauchos en el siglo XIX:


de corruptores del orden social a la exaltación como identidad nacional popular | 105

La producción del sufragio.


La construcción del «cuerpo electoral» y sus representaciones.
Chile y Buenos Aires, 1820-1840 | 133

Bibliografía y fuentes | 191

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Prólogo

A diferencia de los «latinoamericanistas» de otras latitudes, quienes desde su perspectiva


extrarregional han tenido mayor facilidad para mirar al continente en su conjunto, la
historiografía latinoamericana ha desarrollado poco los estudios comparados1. Esto no
obedece necesariamente a falta de voluntad o a nacionalismos incorregibles, sino a una
natural timidez para pronunciarse responsablemente sobre realidades menos conocidas o
contextos que no se manejan en toda su matizada complejidad. Por tal razón, los esfuerzos
de carácter comparativo que se han emprendido en nuestros países suelen ser obras colec-
tivas que reúnen investigaciones en que cada autor o autora aporta su propio conocimiento
especializado (es decir, nacional) en torno a una problemática común, dejando a los y las
lectoras el trabajo de integración final. Se trata, por cierto, de iniciativas valorables, que
de todas maneras inducen a una reflexión que traspasa las barreras nacionales y reconoce
elementos de convergencia. Pero ellas no reemplazan una mirada que asuma de manera
sistemática y combinada las semejanzas, y por reflejo también las diferencias, entre ex-
periencias históricas potencialmente equiparables; que apunte, en otras palabras, hacia
una historiografía que sea algo más que la sumatoria de procesos nacionales paralelos, y
que alcance un estatuto verdaderamente continental.
Con toda la modestia que el caso obviamente amerita, el propósito de este libro es hacer
un aporte a ese valioso y necesario ejercicio. A tal efecto, sus autores (y autora) hemos puesto
la mira en dos experiencias históricas cuyas analogías han sido consignadas en numerosas
ocasiones: los procesos de construcción de Estado articulados en torno a los liderazgos de
Diego Portales, en Chile, y Juan Manuel de Rosas, en Argentina (o más precisamente, en
la Provincia de Buenos Aires), ambos desarrollados a contar de la fecha también común
de 1829. Aceptando la caracterización convencional de estos regímenes como propuestas
de sello «ordenador», orientadas fundamentalmente al restablecimiento de la estabilidad
política y la disciplina social, hemos focalizado nuestra atención de manera prioritaria en

1
Solo a modo de ejemplos recientes, pueden nombrarse los libros de Florencia Mallon, Campesino y
Nación. La construcción de México y Perú poscoloniales, edición original inglesa (University of California
Press, 1995); y Brooke Larson, Trials of Nation Making. Liberalism, Race and Ethnicity in the Andes, 1810-1910
(Cambridge University Press, 2004).

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las diferencias que ambos exhibieron en materia de alianzas sociales, particularmente en
lo que dice relación con los sectores «plebeyos» o populares. Hemos constatado que por
encima de las evidentes y efectivas semejanzas, hay en esta última dimensión diferencias
tanto o más significativas, que podrían ayudarnos a discernir mejor lo que ambas historias
tuvieron de presumiblemente «transfronterizo», y a su vez proponer hipótesis que den
cuenta de sus particularidades en el plano de sus respectivas «políticas plebeyas». Consi-
derando el papel determinante que estas estrategias estaban llamadas a desempeñar en un
período de construcción de nuevas hegemonías, común a todos los países del continente
tras el colapso del orden colonial, semejanzas y diferencias resultan igualmente útiles para
contribuir a una visión más consistentemente «latinoamericana».
Este propósito deliberado de incursionar en la historia comparativa puede sonar diso-
nante frente a las tendencias «transnacionales» que se han ido instalando últimamente
en la historiografía latinoamericanista, particularmente en aquella producida desde el
Hemisferio Norte. Busca esta corriente cuestionar lo que la historiadora estadounidense
Barbara Weinstein, en un reciente balance de esta propuesta, ha denominado «el domi-
nio de la Nación como el sujeto o la categoría organizadora de las narrativas históricas»,
destacando en cambio la «alta permeabilidad de las fronteras y la intensa circulación de
cuerpos, ideas y objetos de consumo», y por ende cuestionando la viabilidad de establecer
comparaciones legítimas o útiles, especialmente entre naciones. También adolecería el
ejercicio comparativo, desde esta visión crítica, de una tendencia inexorable a «congelar»
o «rigidizar» los casos puestos en paralelo, diluyendo la noción de la historia como pro-
cesos siempre cambiantes y con fronteras sistemáticamente inestables y mal definidas2.
Evidentemente, algunas de estas impugnaciones no carecen de fundamento, y toda ac-
tividad comparativa involucra el riesgo de violentar las particularidades que caracterizan a
cualquier proceso histórico. Sin embargo, quienes hemos escrito este libro compartimos la
convicción de que las sociedades latinoamericanas efectivamente comparten experiencias
que, sin ser idénticas, tienen suficientes elementos en común como para extraer de ellas
perspectivas útiles para efectos de comprensión histórica y política. Por otra parte, en lo
que concierne a este ejercicio en particular, los ejes de comparación no son «naciones»
preconstituidas y eternas en el tiempo (caracterización especialmente inapropiada para el
Buenos Aires rosista), sino más bien tentativas de ordenamiento político y social emanadas
de sectores dirigentes enfrentados a una disyuntiva efectivamente común: el colapso del
orden colonial hispanoamericano, con toda su secuela de convulsiones y fracturas internas.
Como se argumentará en los capítulos que siguen, tanto el diagnóstico como las fórmulas
2
Barbara Weinstein, «Notícias da academia norte-americana: A historiografia da América Latina e o viés
transnacional», conferencia leída en el X Encuentro Internacional de la ANPHLAC, Sao Paulo, Brasil, 24
al 27 de julio, 2012. Cabe advertir que el propósito de esta conferencia fue hacer un balance del «giro
transnacional», sin que su autora –a quien además agradezco el haberme facilitado gentilmente el
texto– necesariamente suscribiera el conjunto de sus planteamientos.

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de solución elaboradas por estos grupos coincidieron en varios aspectos fundamentales,
pero también divergieron en otros (entre ellos, precisamente el que articula este estudio: su
disposición frente a las clases populares), haciéndose unos y otros más visibles justamente
a partir de su contrastación. Es en ese sentido que nos parece, en este y en muchos otros
casos, que el análisis comparativo –no necesariamente entre «naciones», sino más bien
entre procesos– conserva tanto su legitimidad como su utilidad.
Para fundamentar esta afirmación, el primer capítulo, escrito por el autor de este pró-
logo, intenta una caracterización global de los regímenes comparados, subrayando tanto
su común obsesión por el orden como sus muy diferentes aproximaciones al mundo de
los actores subalternos. En su gestación, se sostiene, tanto la propuesta rosista como la
portaliana apuntaron a restaurar una hegemonía profundamente fracturada por la crisis
independentista, requisito indispensable para cualquier construcción futura de Estado o
nación. En esa pretensión, no es exagerado proponer que ambos regímenes compartían
una misma agenda. Para su implementación, sin embargo, y en mérito a las muy profundas
diferencias que uno y otro enfrentaron en materia de estructuras preexistentes, tensiones
intra-elite o politización plebeya, las alianzas sociales que eligieron o se vieron obligados a
establecer revistieron un carácter prácticamente opuesto. Así, mientras el Chile portaliano
enfrentó sus clases plebeyas desde una óptica fundamentalmente autoritaria y verticalista,
el Buenos Aires rosista exhibe un rostro mucho más negociador e «incluyente» –con todas
las reservas y matices que se señalarán oportunamente–. El capítulo concluye con algunas
sugerencias respecto al origen de estas distinciones y respecto de sus implicancias hacia
el futuro de ambos países.
El segundo capítulo, elaborado por Daniel Palma Alvarado, focaliza su atención en
el ámbito de las prácticas judiciales. Uno de los principales objetivos de las coaliciones
victoriosas de 1829 fue el restablecimiento de la disciplina social, erosionada por décadas
de guerras y desplazamientos poblacionales. El desorden y la fuga de la mano de obra
contribuían a engrosar una criminalidad rural y urbana en expansión, cuya contención
se volvió urgente para poder concretar la instalación del orden autoritario personificado
en Rosas y en la élite portaliana de Santiago. Era imperioso regular convenientemente los
derechos de propiedad y afirmar el «poder hegemónico de la ley», del mismo modo que
hacer sentir a los infractores el «saludable terror de las leyes». La justicia sería una pieza
clave ante tamaño desafío. Los funcionarios que desempeñaron estas tareas fueron inter-
locutores directos entre la voluntad del Estado y los intereses, usos y costumbres de las
comunidades barriales y locales, por lo que su estudio ofrece indicios fundamentales para
apreciar la anatomía de estos regímenes de orden y evaluar su efectividad. Como veremos,
este proceso resultó muy problemático y expresó diferencias interesantes entre uno y otro
caso, a la vez que arroja luces sobre un campo de la historia latinoamericana –la historia
social y política de la justicia– que poco a poco comienza a cultivarse y cosechar frutos.

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En el tercer capítulo, titulado «Rotos y gauchos en el siglo xix», Karen Donoso Fritz
describe la construcción de estos dos íconos de las identidades nacionales hacia fines del
siglo xix, haciendo un vínculo con el momento histórico en que se fundaron como mitos.
Ambos casos se configuraron como modelos de identidad popular insertos en lo que se
comprendería por cultura nacional, relevando ciertos rasgos como la valentía, el coraje
y el patriotismo de gauchos y rotos, lo que implicó abandonar las caracterizaciones que
anteriormente habían provocado el desprecio elitario hacia estos mismos sujetos. Lo que
se logra constatar en esta exploración es la diferencia que existió en los procesos políticos
que dieron origen a esos mitos, puesto que en el caso argentino, el gaucho fue un sujeto
permanentemente interpelado por las elites políticas, desde la guerra de la independencia
y particularmente en el periodo de Juan Manuel de Rosas, quien se identifica física y cul-
turalmente con las costumbres gauchescas. En cambio, en el caso chileno los rotos fueron
excluidos del sistema político, social y cultural hasta la segunda mitad del siglo xix, y su
incorporación al repertorio de la nación se debió a una necesidad política en el contexto
de un conflicto bélico internacional. 
El cuarto capítulo, elaborado por Roberto Pizarro Larrea, procura establecer pisos
comparativos para esclarecer tanto las diferencias como las similitudes en los sistemas
electorales que, pese a su indudable sello autoritario, ambos regímenes se esmeraron
en mantener como fuente de legitimidad política. El estudio prioriza el análisis de las
leyes electorales de cada caso, y a partir de ese ejercicio propone una serie de reflexiones
focalizadas en el acceso de los sectores plebeyos a ese derecho. Lo primero que se pudo
constatar es que en Buenos Aires y en Chile el régimen de votación devino en la creación
de un novedoso sistema de representación, en donde la delimitación del sujeto en el cual
recaía la soberanía provocó una constante disputa. Llama igualmente la atención el uso que
se le dio a la ilegalidad o al fraude en las elecciones, legitimando el recurso a la violencia
para la apropiación de los poderes del Estado. Una tercera similitud concierne a la eferves-
cencia política de los últimos años de la década de 1820, la que servirá para identificar la
más clara diferencia entre Buenos Aires y Chile en la etapa posterior. En el caso de Rosas,
la adecuación de las elecciones a las nuevas circunstancias dio la posibilidad de lograr la
legitimidad y el orden sociopolítico necesario para instalarse en el poder. En el caso de Chile,
en cambio, las reformas electorales promovidas por el régimen portaliano dieron pie a una
de las características más visibles del orden político decimonónico: el incólume «sistema
censitario». En este sentido, si bien en Buenos Aires la amplitud del sujeto soberano fue
identificada y protegida por el rosismo, en el caso de Chile, dicho sujeto estuvo en constante
discusión y delimitación, constituyéndose la disputa por el voto del artesano en la pieza
que activó nuevamente la efervescencia social durante la década de 1840. Inspirándose en
un concepto de Marcela Ternavasio, podría decirse que si en Buenos Aires fue la diferencia
en cuanto al carácter de la «competencia notabiliar» la que produjo el fraccionamiento,

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en el caso de Chile es el cambio en el grupo social que deseaba controlar la «competencia
notabiliar» la que provocó la crisis.
Como es de suponer, para hacer posible un ejercicio de estas características el equipo de
investigadores que elaboró este libro debió incurrir en variadas e importantes deudas, las
que resulta de justicia consignar. La primera involucra a la Comisión Nacional de Investiga-
ción Científica y Tecnológica (CONICYT-Chile), la que a través de su Programa Fondecyt, y
específicamente de su Proyecto Regular Nº 1090051, proporcionó los recursos que permi-
tieron su realización. Este apoyo fue particularmente necesario para posibilitar el trabajo
en los acervos bonaerenses, principalmente el Archivo General de la Nación, sin el cual
no podríamos haber siquiera esbozado una comparación digna de ese nombre. Otro tanto
cabe decir del estímulo que nos brindaron los colegas del Instituto de Historia Argentina y
Americana «Dr. Emilio Ravignani», de la Universidad de Buenos Aires, muy especialmente
Raúl Fradkin, Jorge Gelman y Daniel Santilli. Esta interacción tuvo su punto culminante en
la Jornada de la Red de Estudios Rurales a que fuimos amablemente invitados en agosto
de 2012, donde los dos primeros capítulos de esta obra fueron prolijamente comentados,
debatidos y enriquecidos por los historiadores nombrados más algunos otros especialis-
tas, como Gabriel Di Meglio y Julio Djenderdjian. Sin la generosa, solidaria y permanente
asistencia de todos ellos, seguramente habríamos naufragado en las profundidades y com-
plejidades de una historiografía que al comenzar la investigación apenas conocíamos en
su superficie, y por cierto no habríamos sabido ni dónde ni cómo empezar a buscar. Ahora
que ya parece vislumbrarse la orilla, no consideramos habernos convertido en expertos
en la materia, pero sí creemos haber adquirido alguna base para aventurar comparaciones
significativas, y ojalá también útiles, a uno y otro lado de la cordillera.
Siempre en el plano de los agradecimientos, no podemos dejar de mencionar a las ins-
tituciones académicas que nos albergan (Universidad de Santiago de Chile, Universidad
Arcis, Universidad Alberto Hurtado y Universidad Diego Portales), con cuyos académicos
y estudiantes hemos compartido las lecturas, las hipótesis y los planteamientos que sos-
tienen este libro. Esperamos muy sinceramente que la socialización de esta búsqueda haya
sembrado más de alguna semilla para seguir cultivando y profundizando estas miradas
transfronterizas, ya sea nuevamente hacia la Argentina o hacia otros países de la región.
Nuestra historiografía nacional, siempre propensa a ilusiones de excepcionalidad, saldría
a nuestro parecer saludablemente fortalecida de la multiplicación de estos esfuerzos.
Porque a final de cuentas, el aporte fundamental de esta obra no radica tanto en sus
propuestas específicas o en sus hipótesis relativas a los regímenes de Portales y Rosas, sin
perjuicio de nuestro natural deseo de que unas y otras sean recepcionadas y debatidas, y
por supuesto también criticadas, por las comunidades historiográficas pertinentes. Mucho
más valioso, sin embargo, nos parece el habernos atrevido a embarcarnos en una aventura
de estas características, que aunque no sea radicalmente inédita, resulta lamentablemente

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todavía poco habitual en nuestro medio. Precisamente porque estamos convencidos de la
relevancia de una mirada más continental sobre nuestros procesos históricos nacionales
(y no está de más señalar a este respecto que varios de nosotros hemos impartido docencia
en el ámbito de la historia latinoamericana), nos asiste la satisfacción de haber traducido
este impulso en una propuesta concreta de investigación histórica, cuyos resultados com-
partimos ahora con quienes se animen a favorecernos con su lectura. Con iniciativas de
esta naturaleza, creemos, la noción de América Latina irá perdiendo su carácter de mera
consigna, y reforzará su potencialidad de fuente de sentido para nuestras respectivas y
compartidas historias.

Julio Pinto Vallejos


Diciembre, 2012.

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