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‘’el reloj de tinta me asesinará en cuerpo, pero viviré eternamente, en cada lugar donde deposité

mi tinta, en cada párrafo, en cada oración, no es un suicidio ni un asesinato, es una


transformación, ya llega, el punto final está abajo’’

Sus últimos alientos fueron rallones que dio desesperadamente hasta que la tinta acabó.

-Las noches son frías y las calles parecen recorrerse de forma muy lenta cuando se camina solo,
una noche de invierno, en la ciudad del mineral. Y lo más curioso era que parecía gustarle aquella
situación, pues creía que ya lo había perdido todo, sentía, que luego de aquellos 20 minutos no tan
lejanos de este momento, habían sido los últimos peores minutos de su vida, la última experiencia
negativa, que daría por fin la rapidez y la frialdad de la muerte que tanto anhelaba ¿por qué?
Daniel la deseaba, después de todo, era la única manera de llenar su tan patético corazón. Aquel
cabro que por cuestiones un tanto preocupantes, se consideraba así mismo como una persona
‘’normal’’, aquella persona que todo morador del poder desearía tener, y que lucha
constantemente para apoderarse de su vida. Un joven de la curiosa metamorfosis del
empobrecido, el weon de clase media de una familia no tan familia, más bien, un grupo de
personas que debían convivir, soportar y pagar sus propias frustraciones, errores y rencores entre
otras cosas, una especie de condena peor que el águila que devora el hígado que constantemente
se regenera, un grupo de miserables personas, aún más abandonadas que el mismísimo Prometeo,
condenado a observar su desgracia.

Pero de ahí venía Daniel, y en su mente aquellos recuerdos lo impulsaban a seguir luchando y cada
vez más, avanzar y avanzar para encontrarse al fin con su gran amor. Aquél amor tan sincero
según lo relataba en una libreta regalada por quien era su infeliz polola, digo infeliz, porque ella lo
aceptaba, reconocía no ser feliz con Daniel, pero siempre recalcó que, a pesar de ser una
desgraciada, se resignaba a esperar esos cambios tan repetitivos en nuestra vida, que al final, no
son más que culpas que se desean remediar o simplemente, lo que Ramtés conocía como el arma
más devastadora de la humanidad: la estupidez. Si me detuviera a comentar aquello que pasó por
la mente de Daniel aquello ya mencionados 20 minutos, me sería un anto complicado pues fue
una doble visita; la primera, al más aberrante de los infiernos, pero que a su vez lo regocijaba a tal
punto de conducirlo casi de manera instantánea hacia un bello paraíso, aquél lugar donde lo
esperaba su enamorada. No creo que sea correcto entonces, vestir con uniforme de loco a Daniel
por lo que su corazón, cuerpo y mente lo impulsaba a realizar, más bien es algo que en algún
instante, tarde o temprano sentiremos como tristes péndulos que somos. Aquél sentimiento
inexorable que es capaz de segar a tal punto la razón, que por unos instantes es ajena a nuestros
sentimientos u emociones. Habían pasado unos minutos, y Daniel caminaba, abstraído pero
entregado a su convicción, solo unos minutos, pero dentro de él, había pasado toda una eternidad
de sometimientos a vínculos que nunca aceptó trayéndole a su vez tormentosos pensamientos y
acelerando la increíble obsesión por aquella dama que tan enamorado lo tenía, pero que nunca
había podido ver ni sentir en esta realidad que lo enclaustraba. Sentía que lo había perdido todo,
pero cada paso recuperaba un pedazo roto de su vida, más renovado y gratificante que antes. Se
sentía bien solo por su encendido amor y su insaciable manía, sabía que este día llegaría, sino
desapareció de la faz de la tierra antes, era precisamente por este momento.

En cada paso que daba podía escuchar a su amada que en tono contento anunciaba el próximo
gran encuentro. Derrepente, algo interrumpe el pasaje onírico y excitado de Daniel, a tan solo
pasos de recibir el gran abrazo de su amor.

- ¡ALTO LOCO DE MIERDA, O PARAS AHORA O DISPARO!

Daniel se voltea, las balizas lo confunden, comprende que quieren arrebatarle su encuentro
con su amor, que seguía llamándolo con leve desesperación.

- ¡QUE DEJES DE AVANZAR CONCHETUMADRE, TE VOY A DISPARAR!

Dijo el paco, tembloroso y rogando que no dé un paso más.

Daniel llega al final de su camino, sabe que es la hora de encontrarse con su ya nombrado e
incognito amor. Se detiene y da la media vuelta clavando sus ojos en el funcionario que le
apuntaba, el único testigo en ese entonces, del grotesco asesinato a manos de Daniel a su
propia miserable ‘’familia’’, en conjunto de su polola, todos acribillados como si todo el odio
existente se hubiera concentrado en el gatillo y las balas que disparó y utilizó para al fin
liberarse de todo obstáculo que no le permitiera abrazar a su amor, de verla y tocarla de una
vez por todas. En cosa de segundos, Daniel desenfunda su fierro, y como el apasionado
enamorado que era en ese momento, se disparó en la sien, cayendo al piso, preparándose
para estrechar fuertemente a quien llamaba tantas veces como su único y gran amor, la
muerte, Daniel estaba enamorado de la muerte.

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