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THE JOKER PARTE 3:

Arthur vive con su madre en un piso de mala muerte


e intenta ganarse la vida como payaso en una
agencia de entretenimientos. Mentiríamos si
dijéramos que lo tratan bien. El mundo es
sumamente injusto y violento con él y sufre toda
clase de abusos durante la película.
La cinta es una descripción del contexto decadente
de la ciudad, infestada de basura y ratas, en la que
los ricos se hacen cada día más ricos y la
marginalización de los pobres no para de crecer.
“¿Soy solo yo o el mundo se está volviendo cada vez
más loco?”, comienza preguntándose el protagonista
en los primeros minutos. Lo cierto es que las calles
de la ciudad son cada vez más inseguras y el
descontento general solo necesita una chispa para
transformarse en una revolución. Esa chispa es el
Joker. Después de que el gobierno de Gotham haga
recortes en sanidad, Fleck no tiene dónde conseguir
sus medicamentos y es entonces cuando comienza la
verdadera locura. Hasta ese momento, vemos la
parte más humana y escondida del personaje, la de
una persona maltratada por el sistema, pero una vez
da comienzo la violencia irracional el tono de la
película también cambia. No llega a ser en ningún
momento una cinta de acción, pero sí se vuelve más
trepidante. Puedes sentir las escenas vibrar al
tiempo que lo hace el humor de Arthur, cuyo
optimismo solo puede satisfacerse con el derrame
de sangre.
Se pueden confundir los actos de un hombre
enfermo con justicia social
Risa conflictiva
Un aspecto que define al personaje es su risa
incontrolable. La risa parece una expresión típicamente
humana; sin embargo, tiene correlatos similares en otros
animales: los chimpancés ríen mostrando los dientes
cuando conocen a alguien y forman nuevos vínculos
sociales; los perros, ratas y pingüinos, cuando juegan,
emiten sonidos cordiales parecidos a carcajadas. El
neurocientífico Scott Weems, autor de Ja, la ciencia de
cuándo reímos y por qué, escribe: “Según Freud,
deseamos constantemente cosas como comida y sexo. Al
mismo tiempo nuestras ansiedades nos impiden actuar
según esos deseos, lo que conduce a un conflicto interior.
El humor, al tratar con ligereza estos impulsos prohibidos,
nos permite aliviar la tensión interior: en otras palabras,
nos permite expresarnos de maneras anteriormente
prohibidas. Por eso los chistes que triunfan tienen que ser
al menos un poco provocadores. [...] Aunque hoy en día
pocos científicos se toman en serio a Freud, casi todos
reconocen que hay al menos algo de verdad en su teoría.
Los chistes que no consiguen ni siquiera incomodarnos un
poco no triunfan. Es el conflicto de querer reír, y al mismo
tiempo no estar seguros de si deberíamos, lo que hace
que los chistes sean satisfactorios”.

En el caso del personaje Arthur Fleck, su risa era


incontrolable y seguramente producto de una lesión
orgánica, cuyo síntoma se llama usualmente epilepsia
gelástica. Al decir de Weems: “La risa patológica nos dice
mucho acerca del cerebro, porque nos muestra cómo el
humor precisa la interacción de muchas partes diferentes.
La risa se relaciona con el humor al igual que un síntoma
se relaciona con la enfermedad subyacente: es una
manifestación externa de un conflicto interno. Aunque
ese conflicto a menudo aparece en forma de chiste, no
tiene por qué. Puede ser provocado por la tensión, la
ansiedad o, en casos de risa patológica, por una actividad
excesiva debida a una lesión nerviosa”. Esta característica
puede darse acompañada de otros síntomas (falta de
alegría, euforia, confusión de placer con dolor, reducción
de la inteligencia o de la memoria), pero también puede
aparecer sin ningún efecto adicional.

Otra forma de lidiar con la ansiedad y el conflicto es la


violencia. Risa y agresión son dos respuestas diferentes a
un conflicto interior. Cuando este Joker ríe no recurre a la
violencia, y cuando recurre a la violencia no ríe. Como
dice el etólogo y premio Nobel Konrad Lorenz: “Los
perros que ladran a veces también muerden, pero los
hombres que ríen nunca disparan”. Respecto de la risa
incontrolada y sus causas, en este caso problemas
sociales, existe el sorprendente reporte de una epidemia
de risa que ocurrió en 1962 en Kagera, una región de
Tanzania (entonces llamada Tanganica). Un martes de
enero de ese año, tres alumnas de un internado religioso
femenino empezaron a reír en forma descontrolada. Esa
risa pronto se extendió a las aulas más cercanas y casi un
centenar de jóvenes estaban riendo en forma
incontrolable. Si bien el personal docente no se vio
afectado, la risa de las alumnas continuó por un mes y
medio. La escuela se vio obligada a cerrar. Al estar las
alumnas en sus casas la epidemia terminó, pero cuando la
escuela abrió nuevamente, más de un tercio de las
alumnas volvieron a reír igual que antes y la escuela
volvió a cerrar. La epidemia se extendió al resto de la
población, llegó a provocar el cierre de 14 escuelas y se
estima que más de 1.000 personas se vieron afectadas.
Finalmente, un año y medio después, la risa se terminó y
la epidemia se extinguió.

Respecto de las causas de dicha epidemia, que parece


salida de una historieta de Batman y Joker, se ha
especulado en algunos trabajos científicos. Ninguno
encontró evidencia de la presencia en la región de
sustancias tóxicas o agentes biológicos capaces de
provocar los ataques. Las entrevistas mostraron que las
niñas afectadas querían, con todas sus fuerzas, parar de
reír. Todo parece indicar causas sociales. La principal
interpretación es que experimentaron una histeria
colectiva provocada por un importante cambio social. Un
mes antes, en diciembre de 1961, el país se había
independizado de Gran Bretaña y la escuela había
abandonado la segregación racial, integrando a todas sus
alumnas adolescentes, que en muchos casos estaban
entrando en la pubertad. Era además una época de
intensa sensibilidad cultural.

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