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EL VUELO DE LA SÉPTIMA

LUNA
(“SPIRIT WOMAN”)
Lynn V. Andrews
LA LUNA EN TUS MANOS

Si tomas la luna en tus manos


y le das vuelta
(disco sombrío, ligeramente empañado)
tú estás allí;

si arrancas un alga seca de la arena


y le das vuelta
y te maravillas con el ámbar brillante del lado oculto,
tus ojos

observarán como lo hicieron aquí,


(no te acuerdas)
cuando mi alma se dio vuelta,

percibiendo el lado oculto de todo,


hoja de verbasco, hoja de cornejo, ala de mariposa nocturna
y semilla de diente de león bajo la tierra.

H. D. [Hilda Doolittle], de The Selected Poems of H. D.


PRÓLOGO

Soy una mujer.


He pasado los últimos años de mi vida en una búsqueda espiritual. Mi senda me condujo en
primer lugar hacia muchos maestros de sexo masculino. Todos ellos, a su manera, me ofrecieron
sorprendentes revelaciones acerca de mi propia naturaleza. No obstante, seguía faltando algo.
Yo sabía que quería aprender de una mujer: para mí, ése era el único modo de aprender. Tuve
suerte. Después de una serie de acontecimientos extraordinarios, Agnes Whistling Elk, una mujer
chamán indígena americana que vive en Manitoba, Canadá, se convirtió en mi maestra.
La primera vez que me encontré con Agnes, le pregunté si le parecía extraño que alguien
procedente de Beverly Hills estuviese sentada en su modesta cabaña de Manitoba pidiéndole ayuda.
«Siempre hay personas que ayudan y señales que indican el camino a todo aquel que esté
dispuesto a seguirlo —dijo ella—. Sin saberlo, por primera vez en su vida, usted ha seguido su
verdadera senda. No, no resulta sorprendente que usted se halle aquí. Muchos presagios han
hablado de su llegada, y me habría sorprendido que no se hubiesen cumplido. Usted sabe que
el esclarecimiento llega de un modo diferente para una mujer que para un hombre.»
Pregunté a Agnes si enseñaba a los hombres lo mismo que a una mujer. Agnes se rió y
respondió que debería descubrir la respuesta por mí misma. «Enseñe a los próximos diez hombres
que conozca cómo tener un niño.»
El vuelo de la séptima luna describe cómo Agnes me inició en la naturaleza femenina y en la
individualidad. A través de una serie de visiones y ceremonias, me introdujo en un círculo de
aprendizaje, y me dio un mándala de guía, un escudo que puedo llevar en mi vida cotidiana. Dentro
de las experiencias de mi rito de iniciación se incluye la antigua sabiduría de la mujer. Mi historia es
como la historia de todas las mujeres implicadas en la búsqueda. Nuestras situaciones son diferentes
porque todas somos únicas, pero nuestra fuente de discernimiento es la misma.
Agnes nunca me ha dicho lo que tengo que aprender. Simplemente me ha colocado en
situaciones en las que debo crecer y cambiar para sobrevivir. Mujer chamán habla de cómo Agnes
me guió a través de los cuatro aspectos de mi proceso de iniciación. Gran parte de esto
implicaba hacerme fuerte físicamente, porque ella considera que debe existir un equilibrio
entre el aprendizaje espiritual y la resistencia física. Agnes también me puso en situaciones en las
que aprendí a equilibrar los elementos masculinos y femeninos que hay dentro de mí. En gran
medida, ese entrenamiento tuvo que ver con la búsqueda de la cesta matrimonial sagrada.
Finalmente, me enseñó a realizar un acto de fuerza o un acto de belleza en el mundo. Para mí
consistió en escribir un libro. Aprendí que la razón de un acto de belleza es crear un espejo para
uno mismo, a fin de que podamos comenzar a saber íntimamente quiénes somos. Agnes también
me esclareció estas cuestiones a través de acontecimientos paranormales, mis viajes a Canadá, y el
trabajo en el sueño, que es muy importante para que seamos elevados de nuestra existencia
mecánica de modo que ese cambio real, quizás incluso transformación, tenga posibilidades de
producirse. Nuestras estructuras y creencias deben ser dejadas de lado con el objeto de poder oír
algo nuevo.
Una vez pregunté a Agnes qué pensaba sobre la expresión bíblica, «muchos son llamados,
pero pocos son elegidos.» Ella rió y dijo que todos somos llamados y que todos somos elegidos si
simplemente tenemos la valentía de avanzar hacia lo desconocido. He escrito para que usted
también pueda compartir las tradiciones antiguas tal como las conservan en su memoria Agnes
Whistling Elk y la Hermandad de los Escudos.
La Hermandad de los Escudos es una sociedad secreta basada en las tradiciones antiguas de
la mujer. Si bien el ingreso a la hermandad ha estado durante mucho tiempo limitado a las
indígenas americanas, los cambios energéticos en nuestro planeta han hecho necesaria la
iniciación de mujeres de otras razas. Nosotras compartimos nuestro conocimiento en forma
colectiva, entre tribus y naciones, en un intento de aportar a la tierra equilibrio, sabiduría y una
perspectiva más consumada de la verdad.
El Escudo Protector de los Niños: El sur

A veces llego a sentir compasión por mí mismo,


y siempre los fuertes vientos me llevan a través del cielo,

Ojibway, citado por Robert Bly en News f rom the Universe.

Me hallaba ante la entrada del Beverly Hills Hotel. El viento cálido del sur me rozaba la piel
como una seda suave. El aire olía a madreselva. Aspiré hondo, tratando de relajarme. Estaba es-
perando con nerviosismo a Hyemeyohsts Storm, un chamán de Montana autor de Seven
Arrows, y a dos productores cinematográficos de Nueva York que querían hacer una película
basada en mi libro Mujer chamán. El pensamiento de volver a ver a Hyemeyohsts alivió un poco
mi ansiedad. Lancé una mirada a las siniestras nubes negras que se cernían por encima de mi
cabeza y me pregunté qué podía estar manteniéndolo ocupado tanto tiempo.
Mientras esperaba que el aparcacoches se llevase mi automóvil, me dediqué a contemplar el
parque del hotel, que se extendía sobre una superficie de dieciséis acres. La piscina, las cabañas
y los huéspedes fabulosos -reyes y reinas, estrellas de cine, ejecutivos de negocios- convertían
al hotel en un establecimiento muy especial y en circunstancias normales me hubiese sentido feliz
de estar allí. Pero hoy era diferente. Me encontraba de camino hacia Canadá para pasar una
temporada con Agnes Whistling Elk, la india cree que se había convertido en mi maestra. Había
alquilado mi casa unos pocos días antes y en el Ínterin planeaba permanecer en el hotel.
En el momento en que el empleado se hacía cargo de mi coche y mis maletas, me distrajo la
llegada de un Cadillac Seville de un rosa intenso, del que salió una muchacha hermosísima. Todos
los ojos estaban clavados en ella, y no me asombraba; sus ropas y el cobertor de su perro de lanas
eran del mismo rosa intenso de su coche. Esto es Hollywood, pensé con amargura. Una limusina, en
cuya matrícula se leía «PADRE», también se había detenido frente al hotel, pero con mucho menos
fanfarria. Mientras yo observaba desde detrás de una alta columna cubierta con hiedra y flores,
de repente todas las puertas de la limusina se abrieron a la vez con gran estrépito, como si
actuasen por su cuenta. Durante un instante nadie salió del vehículo; a continuación se
produjo una ráfaga de actividad cuando unos asistentes uniformados bregaron para ayudar a
salir de la parte trasera a un caballero entrado en años, a quien instalaron en una silla de ruedas
accionada automáticamente que esperaba junto al vehículo. No lo reconocí, pero el hombre me
resultaba familiar. Tenía un modo característico de levantar su mano nudosa, dirigiendo todo
con un gesto de impaciencia. Casi gruñía a su turbado y joven chofer, que tropezó y estuvo a
punto de caer sobre la silla de ruedas cuando la levantó para subir el bordillo.
Cuando el distinguido caballero de cabellos grises pasaba en su silla de ruedas junto a mí,
de repente viró bruscamente, rozándome la pierna, haciéndome trastabillar y enviándome
hacia el parterre de flores cercano a la columna. Pude sentir el crujido de los pensamientos al ser
aplastados por el peso del tacón alto de mi zapato, mientras yo agitaba los brazos alocadamente,
tratando de mantener el equilibrio.
Una mano me cogió por un hombro. Era Hyemeyohsts, que se había precipitado justo a
tiempo para ayudarme. Saqué mi pie del parterre recién regado y quité el barro que cubría el ta-
cón de mi zapato. En compañía de Storm, con un pie calzado y el otro sin zapato, me dirigí
renqueando hacia el vestíbulo del hotel, donde me disculpé antes de dirigirme hacia el lavabo
de señoras. Mientras me hallaba de pie frente al lavabo quitando el barro del tacón de mi zapato,
capté el reflejo de una mujer rubia de estatura mediana ataviada con un vestido blanco de seda
que me miraba fijamente desde el espejo. Vacilé, clavando la mirada en su imagen. La mujer
entraba y salía de foco. Me sobresalté al darme cuenta de que estaba mirándome a mí misma. Me
dolía la cabeza.
Me senté delante del espejo sobre un taburete tapizado con terciopelo rosa y traté de esclarecer
mi visión. Ondas de náuseas recorrieron mi cuerpo. Sacudí la cabeza y observé la desconocida
imagen que se reflejaba borrosa en el espejo. Me vi horrible y mi malestar se agudizó. Mi
sensación fue semejante a la de una paciente que sale de los efectos de la anestesia y al despertar
se encuentra rodeada de paredes desconocidas, sintiéndose aterrorizada y desvalida. Deseé que
Agnes pudiese decirme qué hacer.
Agnes Whistling Elk es mi maestra. Esta mujer chamán indígena americana tiene muchas
cualidades verdaderamente formidables. Es vieja, aunque a menudo parece joven y ágil. Durante
varios años se ha dedicado a enseñarme cómo utilizar la antigua sabiduría de la mujer.
Agnes suele ser asistida por una mujer chamán llamada Ruby Plenty Chiefs. Ruby es más áspera
y muchas veces resulta ofensiva. Me hace sentirme insegura de mí misma, quizás porque parece
reflejar mis propios miedos interiores. Da la impresión de ser egoísta. Pero sus poderes son
también formidables y todas sus jugadas tienen un propósito.
Mi instrucción, como la veo ahora, tuvo que ver con la ruptura de las limitaciones culturales
que se me imponían, y, por inferencia, se imponían a todas las mujeres. Cuando hablé a Agnes
de mi intención de escribir Mujer chamán, ella me advirtió de la lucha a la que me enfrentaba:
-Está escribiendo sobre el antiguo poder de la mujer, sobre una enseñanza que ha estado casi
olvidada. Existen algunas personas que lucharán contra su mensaje, pero es tan necesario que
sea oído que debe intentarlo. Usted es una mujer blanca procedente de una ciudad fascinante, y
les resultará difícil creérselo.
Agnes creía profundamente en la necesidad de restablecer el equilibrio entre la energía
masculina y femenina sobre su amada madre tierra. Ella siente que vivimos en un tiempo de
visión, un tiempo en que la gente de la tierra una vez más está dispuesta a oír muchos secretos
que han permanecido ocultos durante mucho tiempo. Éste es un tiempo de purificación y ruptura.
Podemos destruir a nuestra madre tierra, o aprender a vivir en armonía con ella. Para aprender a
vivir en armonía en la actualidad, los hombres y las mujeres deben reeducar su femineidad.
Agnes considera que es la mujer que hay en todos nosotros quien necesita ser curada y renacer.
Fue en la búsqueda de recuperar esta energía femenina que yo me enfrenté a mi adversario,
Perro Rojo, quien me la había robado, en la forma de una cesta matrimonial sagrada, para
utilizarla en su provecho. Perro Rojo es un hombre blanco que escogió a Agnes para restaurar el
equilibrio femenino en su propia conciencia. Pero Agnes es una supervisora exigente, y Perro
Rojo era cruel. Cuando trató de apoderarse de todo el poder para sí, Agnes lo interceptó, y así
fue que él no se convirtió en un chamán sino en un hechicero, que se inclinó hacia el mal en vez
de hacia el amor. Perro Rojo era y es lo que más temo en el mundo.
Mi ensueño fue interrumpido en forma súbita por una voz familiar.
-Lynn, escúcheme. Está en un grave peligro y hay que hacer algo.
Oí la voz de Agnes tan claramente en mi cabeza, que durante un rato estuve buscando a mi
alrededor para ver si ella se encontraba allí. Pero sólo había una mujer joven, bien vestida,
lavándose las manos en el lavabo, y el sonido de Stran-gers in the Night transmitido por el hilo
musical inundaba la estancia.
-No tiene ningún escudo, ninguna protección. Está expuesta y buscando el ataque. Si no
quiere que Perro Rojo la ataque, debe aprender a construir escudos.
-¿Escudos? -pregunté, mientras un hormigueo de miedo recorría mi columna vertebral.
-Sí- dijo ella, respondiendo a mis pensamientos.
Cerré los ojos. Casi podía verla en su cabaña, sentada ante la mesa de madera, con esa mirada
intensa iluminando su viejo rostro indio y las largas trenzas de cabellos grises rozando su camisa
roja Pendleton.
-Verá, su luz está creciendo en el otro lado, atrayendo toda clase de influencias, buenas y
malas, como las mariposas nocturnas atraídas por la luz de una llama. Lo que nació en el
mundo físico también existe en el mundo del espíritu.
Yo pensé para mis adentros:
-¿Qué clase de escudos? Agnes volvió a responderme.
-La clase de escudo que sólo permite entrar a los pensamientos en formas de luz y
devuelve al emisor todo lo tenebroso y destructivo.
Luego repitió lentamente, en una voz que sonó en mi mente muy lejana:
-Su enemigo ha reaparecido. Usted se halla en dificultades porque volvió a robar la cesta
matrimonial y derrotó a Perro Rojo. No querría permanecer delante de un lince y pedirle que
salte sobre usted, ¿verdad? Se protegería, ¿no es cierto? Bien, ¡ahora se enfrenta a un peligro
aún mayor! Cuando alcanza un sueño, lleva ese sueño a la Casa de los Espíritus de las Kachinas,
las Guardianas del Gran Sueño, para exhibirlo. Entonces, ¿por qué no les pide protección?
-No sabía que debía hacerlo -respondí, como si realmente estuviese hablando a Agnes.
-Lo primero que debe pedir siempre es protección. -El tono de su voz expresaba impaciencia
—. Lo segundo es orientación. No pensé que fuese tan estúpida.
-¿Qué debo hacer, Agnes? ¿Me ayudará? -pregunté a gritos. La mujer que estaba lavándose
las manos me miró con extrañeza y se marchó rápidamente. Agnes comenzó a reír.
-Lynn, otra vez representando el papel de Pobre Vaca, complaciéndose ante su propia falta de
valor.
Ya continuación su voz dejó de oírse.
Me sentía exhausta. ¿La voz de Agnes fue un delirio? Estuve en trance. ¿Cuánto tiempo
permanecí en el lavabo de señoras? Parecían haber transcurrido días. Lancé una ojeada a mi
reloj. Sólo habían transcurrido unos minutos. Bajé precipitadamente hacia el vestíbulo,
sintiéndome todavía bastante mal.
-Eh, Lynn, ¿te sientes bien? -preguntó Storm, obviamente muy preocupado.
-Sí... Me siento un poco débil, eso es todo. Probablemente necesito comer algo.
Mi aspecto debe haber sido horrible, pues Storm me cogió del brazo y me guió a través del
vestíbulo alfombrado de rojo, sin apartar sus ojos de mí ni un instante.
Nos sentamos en el Polo Lounge y Storm pidió el almuerzo. La primera cosa de la que tomé
conciencia fue el volumen elevado de las voces. Volví a sentirme como si estuviese saliendo de un
estado de ofuscamiento. Cuando la niebla se disipó, mis sentidos se agudizaron. El nivel de ruido
era increíble. Tuve que parpadear para proteger mis ojos de los destellos de luz que despedían la
bruñida cubertería de plata que resplandecía en las mesas y las costosas joyas que lucían los
parroquianos. Sacudí la cabeza para despejarme. Hyemeyohsts seguía sujetándome del brazo.
Extendió suavemente la otra mano y me tomó el mentón, volviendo mi cara hacia él.
-¿Qué te pasa?
Su voz expresaba inquietud.
-Hyemeyohsts, me siento terriblemente mal.
Un movimiento rápido en el extremo opuesto del salón atrajo mi atención. Allí estaba él
otra vez, el viejo de la silla de ruedas. Por un momento, el salón pareció demasiado tranquilo.
Aparecieron dos hombres bien vestidos, uno mayor y el otro más joven. Me di cuenta de que se
trataba de los dos hombres con quienes tenía que encontrarme.
-Usted debe ser Lynn Andrews -dijo el más joven. Me sentía demasiado mareada para
levantarme, de modo que le tendí mi mano.
-Señor Stevens, ¿cómo está? Les presento a Heyemeyohsts Storm.
Sonreía estúpidamente. Los hombres deben haber pensado que estaba borracha.
-Y yo les presento a nuestro potentado procedente de Nueva York, Jack Portland -dijo el
hombre de más edad, sonriendo, mientras ambos tomaban asiento.
Jack se quedó mirándome un largo rato y luego dijo:
-Lynn, voy a invertir en su proyecto para una película, de modo que vamos a quitarnos eso
de en medio. Estoy de acuerdo con todos los términos que tratamos por teléfono. Mi abogado
telefoneará a su agente mañana, ¿de acuerdo?
-Sí.
-De lo que realmente quiero hablar es sobre su libro y sus experiencias. -Se recostó contra el
respaldo de su asiento con la actitud decidida de alguien que merece que se le preste atención. Se
acomodó el prominente abdomen debajo del cintu-rón y enderezó la cabeza hacia un lado-.
Sobre todo ese asunto concerniente a la hechicería y Perro Rojo. Todos sabemos que la
hechicería no existe, menos aún...
Mientras el hombre hablaba, un haz de luz resplandeciente inundó el salón desde uno de los
altos ventanales que daban al jardín. Partículas de polvo suspendidas en el aire lo hicieron
fulgurar, formando un halo que iluminó los cabellos grises de Jack. De repente, las imágenes
de la increíble confrontación con Perro Rojo ocurrida dos años atrás invadieron mi mente.
Siguiendo las instrucciones de Agnes, yo había ido a la cabaña de Perro Rojo para recuperar la
poderosa cesta matrimonial. Creyendo que estaba sola, extendí mi mano para coger la cesta. En
ese preciso momento apareció Perro Rojo, sin que yo pudiese comprender de dónde había
salido. Perro Rojo tenía un poder inmenso, y cuando él también se abalanzó sobre la cesta,
grandes filamentos de luz salieron disparados de ella, conectándola con él. El juego de luces
en el Polo Lounge pareció recordarme ese momento con toda su fuerza. Jack se movió en su
asiento. La luz procedente de la ventana se desplazó hacia una cuchara e hizo relumbrar mis
ojos.
Jack continuó:
-¿Yqué es todo ese disparate acerca de los filamentos luminosos? Soy bastante crédulo, pero
¿cómo espera que crea que el hechicero se desintegró convirtiéndose en un viejo cuando usted
cortó el último filamento? Eso debe de haber sido una metáfora, ¿verdad?
Ahora, mientras yo contemplaba a Jack, el haz de luz volvía a situarse detrás de él. Me
resultaba extraño y coincidente que él quisiese hablar de esos momentos finales en que me
enfrenté cara a cara con aquel a quien más temía.
De pronto, mi náusea se intensificó. Traté de respirar hondamente, reuniendo toda la energía
que poseía. Una presión terrible se hacía más intensa en mi cabeza y mi visión se nubló. Durante
un momento pude oír los vientos de Manitoba soplando a través del cuarto de la cabaña de
Perro Rojo, y escuché el gruñido grave y feroz de su voz.
—Insisto en que reconozca ante nosotros que no existen cosas tales como la hechicería -exigió
Jack.
Yo comencé a doblarme en mi asiento, presa de retortijones. El acceso de dolor que me
invadió pasó inadvertido y los dos hombres se ocuparon en pedir más entrantes y bebidas.
En el otro extremo del salón, observé al hombre de la silla de ruedas automática, sumido en un
baño de luz. Vestía un impecable traje negro de rayas finas, de un corte exquisito. Seguía
deslizando lentamente sus dedos por su abundante cabellera blanca, aparentemente disfrutando
con su tacto. Su perfil me resultaba curiosamente familiar. Lo miré de soslayo, preguntándome
qué era lo que me atraía de él. Lo vi deslizando sus manos sobre la silla de ruedas, y luego bajé la
vista hasta sus pies y me quedé sin aliento. Hyemeyohsts me sujetó cuando comencé a temblar. El
viejo calzaba unos mocasines de cuero adornados con cuentas. Las cuentas de cristal tallado
centelleaban a la luz del sol. Lentamente, el hombre se volvió y me miró de frente. Había algo
bestial en sus ojos.
-Sus pies... -musité a Hyemeyohsts—. Perro Rojo. Al pronunciar su nombre me retorcí de
dolor. Me abracé a mis piernas y noté que tenía algo adherido a una pantorrilla.
-Hyemeyohsts... ¡mi pierna... sobre mi pierna!
Storm se inclinó hacia adelante, chocando con su copa y derramando el resto de su bebida.
¡Una vieja cuenta de artesanía de color turquesa estaba realmente incrustada en mi pierna! Me la
arranqué con desesperación. La cuenta cayó y se deslizó por el suelo. Dentro de mi cabeza oí el
aullido de vientos tenebrosos. Comencé a toser de manera convulsiva.
-Voy a morir asfixiada —logré decir. Apenas podía respirar.
-¿Eh, qué pasa Lynn? -preguntó Jack.
La gente tenía la mirada clavada en mí con una expresión mezcla de compasión y desdén.
Debo haber sido todo un espectáculo. El maitre y Hyemeyohsts me ayudaron a pasar junto a los
clientes curiosos, conduciéndome hasta el ascensor. Los dos productores permanecieron allí,
impotentes. Mientras subía, pude sentir que me desplomaba. Recuerdo ver el número «16»
sobre la puerta de mi habitación, y luego el dibujo de las grandes hojas de plátano del empapelado
de las paredes se volvió confuso y borroso. Estaba bañada por un sudor frío cuando Storm me
tendió de espaldas en la cama y corrió las cortinas.
-¿Dónde está tu fardo chamánico? -preguntó.
-En esa maleta de cuero -contesté, señalando la pila de maletas que había en un rincón de la
habitación.
Hyemeyhost abrió con violencia la cremallera y sacó de la maleta mi manta chamánica roja,
que yo había atado con correas de cuero. La desenrrolló con destreza y me llevó mi cascabel de
calabaza, quitando la pluma del mango. Me ayudó a sentarme en la cama y me entregó la
pluma.
-Lynn, ahora debes comer esta pluma de águila o morirás. Perro Rojo ha lanzado sobre ti los
remolinos de la muerte. Creo que esta pluma es el único poder que puede salvarte.
Yo cogí la pequeña pluma sin oponer reparos y comencé a masticar. Tuve la sensación de estar
triturando huesos. Oleadas de náusea me recorrieron el cuerpo. Estaba crispada de dolor.
Masticaba y masticaba, decidida a aferrarme a la vida. El teléfono siguió sonando hasta que
Storm descolgó el tubo. La gente seguía llamando a la puerta. Yo oí a la distancia el ulular de la
sirena de una ambulancia. Qué modo grotesco de morir, pensé. Cuando terminé de tragar la
pluma, Hyemeyohsts me entregó un vaso lleno de un líquido amargo preparado con algo que
sacó de su pequeño zurrón.
-Bebe —me ordenó, sosteniéndome semisentada.
Bebí el brebaje a sorbos y luego me desplomé.
Caí en un sueño agradecido. Mis sueños de esa noche parecían proceder de la parte más
curativa de mi ser. Mientras estaba durmiendo, era consciente de ser cuidada por energías
misericordiosas que asumían la forma de estrellas. Mi atención se centraba en un diminuto
punto de luz, de un blanco azuli-no, que existía tanto dentro de mi corazón como en el espacio.
Era de una naturaleza fascinante, y yo lo sentía dentro de mí, como la parte más poderosa de
mí misma.
Me desperté al alba del día siguiente y estornudé debido al hedor del humo de cigarrillos que
impregnaba el aire. El cenicero estaba repleto de colillas. Storm se hallaba sentado con las
piernas cruzadas sobre el suelo junto a mi cama, con los ojos cerrados, respirando
acompasadamente. Una bandeja con restos de comida se hallaba próxima a él. Me alegró que
estuviese allí por mí. El abrió lentamente los ojos y sonrió con tal expresión de ternura que
comencé a llorar. Storm se levantó y se sentó en el borde de mi cama. Se veía pálido y
exhausto. Sus ojos daban a entender claramente que yo había estado a punto de morir y que él
se sentía reconfortado por mi recuperación. Me tocó la frente con suavidad.
-Lynn, ¿por qué no me dijiste que no tenías ninguna protección?
-Suponía que lo había hecho. Bueno, en realidad no le había dado demasiada importancia.
-Lynn, has quitado el poder de la mujer a uno de los hechiceros más poderosos que existen
y no le has dado «demasiada importancia» al hecho de protegerte a ti misma? -Sacudió la
cabeza con pesar-. Todos los novatos en el chamanismo son iguales. No tienes conciencia de
los poderes reales del inundo, aún cuando tú misma te has valido de ellos.
Se inclinó hacia adelante y me cogió la mano con firmeza.
-¿No sabes que Perro Rojo va a tratar de matarte? Casi lo consigue.
La frustración de Storm debido a mi estupidez iba en aumento. Se puso de pie y comenzó a
caminar de un lado a otro, murmurando algo que no pude descifrar. Luego comenzó a girar
rápidamente y profirió en voz alta:
-Estás tan expuesta como un aparcamiento al aire libre. Ni siquiera llevas tu pendiente. Mira,
amiga mía, debes aprender a escudarte inmediatamente. Tu Agnes es la única que puede
ayudarte. Ella es la única que puede salvar tu vida.
-Tengo algunos asuntos que atender, y luego voy a ir a entregarle el libro sobre todos
nosotros -dije con voz débil-. En unos pocos días.
-Lynn, se te está ofreciendo la oportunidad de convertirte en una persona chamán, una
persona capaz de ver, conocer y horadar todas las capas de las apariencias engañosas. Debes ser
una guerrera. Tu crecimiento es un proceso y no puedes saltarte ninguna etapa del viaje. Acepta
las lecciones, a pesar de lo duras que parecen ser para ti. Observa cuan identificada estás con la
aprobación y la desaprobación. Aprende a percibir al mundo a partir de tu punto de partida
original.
Yo recordé mi sueño de la estrella de color blanco azulado. Volví a escuchar a mi padre
diciendo:
-Espero que después de mi muerte encuentres a alguien a quien le importes lo bastante como
para que te corrija con cariño. El mundo entero espera ser corregido con cariño.
Ambos suspiramos al unísono. Experimenté una profunda sensación de conexión con este
hombre y sus palabras. Él y yo éramos una unidad.

Al cabo de dos días de descanso, partí para Manitoba, sintiéndome fuerte nuevamente.
Aterricé en Winnipeg a la luz de un sol radiante, alquilé un coche e inicié mi viaje hacia la reserva.
En la ciudad de Crowley parecía no haber transcurrido el tiempo desde la primera vez en que me
dirigí hasta la cabaña de Agnes. Estaba excitada. Cogí mi libro y una maleta pequeña y recogí la bolsa
del colmado repleta de cigarrillos, pan blanco, salchichón y otros alimentos que sabía le gustaban a
Agnes. Cuando me aproximé a la cabaña preguntándome si Agnes estaría en casa, la puerta se abrió
de un golpe y salieron Agnes, Ruby y July, la aprendiza de Ruby, una bella mujer cree de unos
veinte años. Todas reían y tropezaban unas con otras como marionetas.
—Se ha retrasado —dijo Ruby sonriendo-. Llevamos horas esperándola.
Agnes rió ante la expresión de sorpresa que apareció en mi rostro. July corrió hasta mí y
cogió la bolsa del colmado. Me miró burlonamente y dijo:
—¿Qué la hizo demorarse tanto, Lynn? Yo estaba asombrada.
—No hay manera de hacer llegar un mensaje a nadie de aquí. ¿Cómo sabían que venía?
—Oh, Perro Rojo se adelantó a telefonearnos para avisarnos. Todas rieron y me abrazaron.
—Tendremos carne de venado esta noche en su honor -dijo Agnes.
Me sentí conmovida por esa cálida bienvenida. Respiré hondo. Todo parecía tan bueno.
Por primera vez en meses me di permiso para relajarme.
Ya dentro de la cabaña, Agnes me tendió un vaso de cartón.
—Tome un poco de té.
El vapor se elevaba del interior del vaso. Hubo un momento de silencio expectante y entonces
coloqué cuidadosamente mi libro en el centro de la mesa y esperé sus reacciones.
—¿Qué es eso? Aunque soy ciega, puedo ver que realmente está ensimismada en usted misma
-dijo Ruby con acritud, mientras señalaba el libro.
Agnes y July se miraban la una a la otra, encogiéndose de hombros.
—Este es el libro que escribí —dije con orgullo-. Lo traje para leérselos.
—¿De qué trata? -preguntó Ruby.
—Es sobre usted, Agnes, July, Perro Rojo, la cesta matrimonial y... -me detuve-. ¡Es sobre todas
nosotras! Yo estaba rebosante de alegría.
—¡Qué! Nunca me dijo que iba a escribir un libro sobre mí. Agnes rió.
—Ruby, no te lo decimos todo. Ruby parecía ofendida.
—Agnes, nunca me dijiste que Lynn estaba escribiendo un libro. Oh, nunca la hubiese ayudado
si lo hubiese sabido. Nunca le hubiese prestado el Cascabel Madre.
-No me vengas con eso, Ruby. De todas maneras, ése era mi cascabel -dijo Agnes.
Llegué a alarmarme ante el giro de los acontecimientos.
-Vamos, ¿qué pasa? Realmente pensé que todas se alegrarían con el libro.
-Bueno... -Ruby se palpaba una costra en el codo izquierdo-. Me gustaría oír lo que ha
logrado decir en su libro.
-Ruby, coma un poco —sugirió July, colocando delante de la vieja un plato con carne de
venado-. Vamos, le hará sentirse mejor.
-Escucha, no me digas qué es lo que me hará sentir mejor.
De un golpe aplastó a una mosca sobre la mesa y con un gesto de enfado atravesó con el
tenedor la carne de su plato. Cada vez que intentaba hablar y contarles mi experiencia con
Perro Rojo, Ruby levantaba su mano para acallarme, como si supiese lo que yo iba a decir.
No podía creer el comportamiento afrentoso de Ruby. Estaba estropeándolo todo. De pronto
la contemplé, no como a la poderosa mujer chamán sobre la que había escrito, sino como a
una niña malcriada y petulante, decidida a arruinar la fiesta.
Agnes se sentó a comer. Entre bocado y bocado aguijoneaba el libro con su tenedor. Un
trocho de grasa cayó sobre la portada, manchándola. Me apresuré a limpiarla lo mejor que
pude, pero la mancha no salió. Mi irritación iba en aumento. Ciertamente, no era ésta la
recepción que había esperado. Me replegué y me imaginé en mi casa, tomando un buen trago
fuerte con gente civilizada.
Agnes leyó mi expresión.
-Vamos, Lynn, tendremos un cena auténticamente civilizada y usted nos leerá su libro.
Con desgano, abrí el libro en la primera página y comencé a leer. La alegría de compartir este
acontecimiento estaba extinguida para mí. Sin embargo, leí de un tirón dos capítulos enteros sin
levantar la vista ni una sola vez. Supuse que tendría que continuar, pero Ruby gemía y se
quejaba, sujetándose el vientre. Yo estaba completamente abstraída en la lectura. Finalmente,
Ruby dejó escapar un largo eructo. Era el colmo. Cerré el libro de un golpe.
-Ruby, ¿qué sucede? -pregunté, mirándola con disgusto no disimulado.
Ella dijo con voz lastimosa:
-No me describe como a la buena persona que soy. La gente tendrá la impresión de que soy
una vieja bruja. Soy bastante atractiva para una mujer de mi edad, ¿no le parece? ¿Qué opinas,
Agnes? Ciertamente, soy mucho más atractiva de lo que me describe Lynn.
Ruby se ahuecó el cabello para los fotógrafos imaginarios e irguió la cabeza como una
jovencita.
-Sí, Ruby, pero mira lo que hizo conmigo —gritó con voz aflautada Agnes-. ¡También yo
estoy en buena forma para mi edad!
Agnes infló la barriga y comenzó a dar vueltas presumiendo como un pavo orgulloso. Tuve
que reírme a pesar de mi enojo.
-¿Por qué se burlan de mí? -pregunté.
-Lo menos que pudo haber hecho es decir que sólo somos de mediana edad.
-Eso -terció Ruby.
¿Por qué estaban comportándose de esa manera? ¿Estaban ridiculizando mi propia vanidad?
Me sentí molesta por ese pensamiento.
-En realidad, Lynn, parece como si en su libro estuviese favoreciendo a Agnes. Menos mal
que no es mi aprendiza. Me sentiría francamente traicionada. Nos representa a las dos como
viejas, mezquinas y tramposas.
De hecho, así era como estaba viéndolas en ese preciso momento. Entonces, con el tono de una
muchachita decente, Ruby dijo afectadamente:
-Usted sabe que somos todo lo buenas que podemos.
Advertí el andar de puntillas de July al otro lado de la puerta, que aparentemente pasaba
desapercibido a las dos viejas. Ambas estaban atildándose mutuamente mientras se pavoneaban
de un lado a otro, estrujándose las manos en una demostración absurda, intercalando gritos que
se dirigían la una a la otra, o dedicados a mí. Yo permanecí sentada, observándolas con absoluta
incredulidad. Habían herido mis sentimientos. Me sentía totalmente desconcertada. De repente,
Ruby interrumpió su farsa y se volvió para enfrentarme. Avanzó lentamente y me recorrió con sus
manos, manteniéndolas a unos cinco centímetros de mi cuerpo. Lo hacía con los ojos cerrados.
-Lynn- dijo-, usted usa su cuerpo como si fuese un trapo atado a la cola de su conciencia.
Agnes se unió a su risa y me clavó la mirada con el rostro contraído, fisgando y tirando de
mis ropas. Me sentí agredida en todos los aspectos. Ruby se sentó, cambiando su actitud por otra
de interés fingido.
-Estoy segura de que Agnes, su gran maestra, le ha advertido de que en estos momentos se
halla en una situación de máximo peligro.
-Bueno, sí, en cierto modo, pero ¿qué quiere decir? Yo miré a Agnes pidiendo una
explicación.
-Estaba esperando encontrar una oportunidad para hacerlo. Agnes parecía un poco
avergonzada.
-¿Una oportunidad para hacer qué? —pregunté con impaciencia.
La ansiedad empezó a subir desde mis ingles hasta mi estómago. Comencé a preguntarle a
Agnes sobre el hecho de haber oído su voz en el hotel. Necesitaba desesperadamente contarle mi
roce cercano con la muerte.
Pero Ruby me interrumpía cada vez que lo intentaba, e imponía silencio con un movimiento
de su mano.
-Así es. Ahora está ante el mayor peligro que haya enfrentado en su vida. —Se inclinó hacia
adelante y murmuró—: ¡Y es probable que no sobreviva!
De pronto, Agnes parecía muy seria.
Ruby lanzó una mirada feroz a Agnes.
-Nunca debí pedirte que me ayudases a recuperar la cesta robada por Perro Rojo.
-Nunca hubieses podido hacerlo sin mí -replicó Agnes. Esto era demasiado. Ya no pude
controlarme.
-¡Me siento como un peón! —grité.
-¿Qué es un peón? -preguntó Ruby inocentemente.
-Es una pieza de ajedrez que no tiene mucho poder.
-Eso es exactamente lo que es usted -reconoció Ruby.
-Estoy indignada. Me han utilizado y se han burlado de mí. ¿Por qué? Siento como si estuviese
a punto de asfixiarme.
Agnes se sentó tranquilamente, irguió la cabeza y me observó padecer mi confusión.
Finalmente pude aspirar.
-Agnes, ¿qué sucede, qué es lo que me oculta?
¡Yo estaba próxima a estallar ante mi absoluta frustración!
-¡Alto! Usted se ha metido en este círculo de poder, ¿y qué piensa que ocurrirá?
Ruby empujó bruscamente su silla hacia atrás.
-¿Dónde está July? -Recorrió la cabaña y luego abruptamente dijo-: Me voy.
Y salió de la cabaña a grandes zancadas.
Un momento más tarde, asomó la cabeza por la puerta y dijo:
-Hasta luego -y partió.
Me tomé un momento para reunir valor y volver a preguntar:
-¿Qué es lo que estoy haciendo mal? Hice lo que usted me dijo. Pensé que mi acto de
escribir este libro era una forma de protección, al revelar parte de sus enseñanzas, llevando
estos secretos de la oscuridad hacia la luz.
Mi voz sonó como si saliese de un pozo profundo.
-Ha conseguido comenzar a usar la cabeza, Lynn.
-Pensé que lo hacía, Agnes -dije débilmente-. Pensé que este libro la haría feliz.
Me sentía como una niña de cinco años. Proseguí hablando:
-Pensé que eso es lo que usted me ha enseñado a hacer.
Yo estaba al borde del llanto. Agnes se levantó y sirvió un poco más de té. Por un momento,
casi parecía tierna, y luego avanzó hacia mí y me dio una palmada bastante fuerte en la cabeza.
-Pero yo pensé que la cesta matrimonial iba a colmarme.
-Nanay. La completa en cierto modo. Pero esto no es más que el comienzo —suspiró Agnes
—. Usted es mi aprendiza. Según las normas, debo ayudarla. Lamentablemente -dijo haciendo
una mueca- no tengo el conocimiento que necesita en este recodo del camino...
-Oh, esto es encantador. Ahora me lo dice.
-Ruby puede ayudarla.
-Oh, estupendo. La ciega guiando a la ciega. -Pensé en la insolencia de Ruby y me
estremecí-. Ella nunca me ayudará. ¿Puede conseguir que me ayude?
-Nanay.
-¿Por qué no? -Yo estaba presa del pánico-. ¡Ella es su amiga!
-Ella no es mi amiga. Nunca me gustó Ruby. Es una mujer chamán y la respeto. Respeto el
trabajo que hace. Aparte de eso, es el murciélago viejo más egoísta que vi en mi vida.
-Pero ella es su mejor... Agnes me interrumpió.
-Le he revelado muchísimo a ella. Usted piensa que ella me ayudaría. Pero cuando la suerte
esté echada, Ruby realmente la volverá contra usted. Tampoco me gustan sus aprendices. July está
bien, pero Ben y Drum son... -hizo un movimiento hacia abajo con un pulgar-. Ruby dejará que
el poder abandone su cabeza.
-¿Ben y Drum? ¡Debe estar bromeando!
El rostro de Agnes estaba tan serio como podía.
-Agnes, ¿cómo llegaron a ser aprendices de Ruby?
-Ben y Drum se quedaron sin maestro después de que usted quitó a Perro Rojo la cesta
matrimonial. Yo estaba escandalizada. Agnes continuó.
-En primer lugar, ellos vinieron a verme y yo los eché porque no me gustan los aprendices
hombres. Para enseñar a un hombre tendría que cambiar todo. No saco nada con ellos. Pero
Ruby... ella es una cierta clase de mujer chamán que tiene el tipo de poder que Ben y Drum
necesitan.
Agnes hizo una breve pausa y continuó:
-Un día los vi subir por la carretera. Estaban muy nerviosos y me hicieron ofrendas de tabaco.
Tenían varias mantas buenas, de modo que los dejé acercarse. Drum me entregó el tabaco. Yo
dije: «¿Qué es lo que quieren de mí?» Tenía que recibirlos porque es la ley. Drum dijo: «Queremos
que nos enseñe y nos inicie en sus prácticas.» Yo contesté: «Puedo considerarlos a ambos unos
idiotas y decirles que mi sendero heyoka, las enseñanzas del Bufón Sagrado, o del Contrario, no
son para ustedes. Si quieren mi consejo, deberían dirigirse a algún otro. Quizás alguien más al
sur. Quizás en Colorado. Pero si quieren poder real, vayan y aprendan de Ruby.» Ambos se
quejaron airadamente cuando oyeron esa sugerencia. Querían que yo fuese su maestra, puesto que
usted, como aprendiz mía, había derrotado a Perro Rojo. Ellos habían sido aprendices devotos de
Perro Rojo hasta que usted recuperó la cesta matrimonial y se escabulló con su poder de mujer.
No, él no será el mismo hasta que haya recobrado su equilibrio. Yeso llevará mucho tiempo.
Quizás el tiempo se vengue de él.
-Agnes, ¿por qué emplea el término heyoka? ¿No es una palabra lakota?
-Empleo la palabra heyoka porque mi maestra fue en parte cree, en parte cheyenne del norte, y
en parte lakota, y su maes tra fue lakota. Recorrí un largo camino desde mi casa para aprender
de ella; fue hace mucho tiempo atrás. Hablo muchas lenguas indias y la lakota es una de ellas.
Aprendí las prácticas mágicas heyoka en esa lengua. Ella era la única que podía ayudarme cuando
mi hija fue a unirse con los antepasados. Yo estaba sumida en un gran dolor entonces. Entendía
muy poco. Debido a que aprendí mucho de mis abuelas lakota y cheyenne sobre las prácticas
chamánicas, utilizo muchas de sus palabras en mi trabajo, como lo hace Ruby. Su idioma tiene
gran poder y dignidad para mí.
-También a mí me gusta el sonido de esa lengua.
-Sé que le gusta. Puedo ver que le afecta profundamente. Debería hacerlo, pues en un
tiempo usted habló lakota.
-¿Qué quiere decir?
-No puedo decírselo. Necesita recordar por su cuenta. Tendrá mayor significado para usted.
Pero el sonido del idioma la devolverá a ese lugar de olvido y recuerdo, a una vida feliz que tuvo
en un tiempo en las praderas, mucho antes de que llegase el hombre blanco.
Me mordí el labio. De repente, la suave voz de Agnes y sus palabras me hicieron sentir ganas
de llorar. Aparté la mirada. Agnes me cogió la mejilla con una mano y volvió mi cara hacia ella.
Me obligó a mirarla.
-Oh, puedo verla reír, pero no puedo contemplarla llorar.
Las lágrimas resbalaban por mis mejillas mientras Agnes retuvo mi mentón por un momento.
Agnes estudió mi rostro. Volvió a adoptar esa nueva actitud áspera. Cogió su vaso de té y lo
colocó sobre el filo de la mesa.
-Para regresar a lo que estaba diciendo, le enseñaría cualquier cosa y todo lo que sé, pero sus
necesidades me han colocado en una posición curiosa.
Con un golpecito empujó su vaso de té de cartón del borde de la mesa. Cayó al suelo sin ruido.
Agnes se inclinó hacia adelante.
-Ruby y yo siempre nos hemos aguijoneado mutuamente como oponentes respetables.
Ahora sería mejor que tuviésemos cuidado. Esa mujer es capaz de cualquier cosa. En particular si
usted realmente necesita algo de ella.
Agnes hizo una breve pausa, y luego en un tono de voz muy confidencial, dijo:
-En realidad, yo nunca creí que Ruby fuese verdaderamen te ciega. Usted ciertamente lo sabría
observándola. Pienso que lo dice para conseguir que la gente haga cosas por ella. Debería ver
cómo la sirven Ben y Drum. Oh, hija, July es muy celosa. Toda vez que alguien acapara parte del
tiempo de Ruby, July tiene una rabieta. Espero que Ruby se deshaga de esos aprendices
cualquier día de éstos. La están absorbiendo. Pero usted tiene que aprender de ella, le guste o
no. No la envidio en lo más mínimo, Lynn. Si va a ir a obtener lo que necesita, hará mejor en
darse prisa antes de que Ruby se deshaga de todos y desaparezca. He oído decir que tiene un
novio en alguna parte. Como sabe, en un tiempo estuvo casada y siempre piensa en volver con ese
viejo chiflado.
-¿Casada? ¿Ruby? ¿No es ciega? No sé de que está hablando, Agnes. ¿Está tratando de
enseñarme algo? Agnes rió.
-Sí, por supuesto. No quiero tener nada que ver con Ruby. No necesito nada de ella. Pero
usted sí.
-Pero Agnes, usted y Ruby... ustedes dos son realmente íntimas.
-Así lo parecía. Pero considero que su vida depende de ella ahora. Si no consigue que Ruby
la ayude, no doy un céntimo por su vida. Pero a ustedes, los wasichu, de niños nunca se les
enseñó la necesidad de protegerse.
Sacudí la cabeza, sintiéndome insignificante y avergonzada de mi estupidez.
-¿Qué debo hacer, Agnes? Agnes se encogió de hombros.
-Supongo que pensaremos en algún modo de conseguir que Ruby la ayude. —Guiñó un ojo-.
Quizás podamos engañar a la vieja bruja. De todas maneras, ahora no es momento para discutir
todo esto.
La vieja chamán me sonrió con dulzura.
-Me alegro de que esté aquí. ¿Por qué no limpia y ordena este lugar? Yo estaba esperando
con interés un verano de contento y diversión, y aquí aparece usted como un buen trozo de
queso suizo. -Se dio una palmada en un muslo-. Yo sabía que debería haber ido a ver a mi
sobrino en Lake Ojibway. Aquí está la escoba.
Me dio un golpecito en el hombro y con una risita entrecortada dijo:
-De veras me alegro de verla. Usted me hace reír. Necesita esos escudos, pero nos ocuparemos
de ello a partir de este momento.
De repente, arrojó sobre mí un puñado de harina de maíz. Lo había tenido oculto en su
puño todo el tiempo. Luego me dio un pellizco en el pendiente, retorciéndolo y diciendo:
—El pendiente la protegerá de la muerte. -Luego murmuró—: Espero no volver a tener
que aceptar a otra aprendiz blanca.
Agnes salió a cortar leña para la chimenea. Yo barrí la pequeña cabaña en un estado próximo
al trance. La simple acción de mover la mesa y las sillas me supuso un tremendo esfuerzo. Sin
embargo, me sentía compelida a realizar un trabajo tan concienzudo que busqué con
atención especial todo resto de suciedad en los rincones oscuros. Había muchos, y sentía mi
cerebro lleno de polvo. Me tomé a mal mi dócil sumisión, a la vez que experimentaba un
creciente desprecio por mí misma. Agnes estaba tardando más tiempo de lo acostumbrado. Yo es-
taba muy cansada. Se había levantado viento, que zumbaba a través de los altos pinos.
Habitualmente, el fuerte sonido del viento era para mí un acontecimiento amenazador. Ahora
simplemente intensificaba mis sentimientos de soledad. La cabaña crujía y el postigo de la
ventana de la cocina comenzó a golpear ruidosamente. Salí y aseguré el postigo. El olor de lluvia
flotaba en el aire. Unas pocas horas antes yo habría sentido la magia que me rodeaba. Ahora sólo
sentía desencanto. Levanté la mirada hacia la media luna que se recortaba contra el cielo y me
pareció deslustrada y distante. Hacía frío. La cabaña de Agnes presentaba un aspecto miserable.
¿Por qué estaba yo allí? Entré tambaleándome.
Agnes se encontraba preparando el fuego de la noche, atizándolo suavemente hasta que se
encendió. Yo me arrastré agotada hasta mi saco de dormir y caí en un sueño profundo.

-Es de día. Ah, ya salió de su encantamiento, mi pequeña loba -dijo Agnes, inclinándose
sobre mí.
¿Ya era de día? Levanté la vista hasta Agnes. Se parecía a un ángel despiadado. Yo estaba
tendida allí, con ojos vidriosos, pretendiendo proteger mis sentimientos manteniendo la mirada
perdida en el vacío.
-¿Por qué, parezco desencantada? -pregunté con voz débil, no queriendo que ella descubriese
el alcance de mi vulnerabilidad.
-Digamos que en sus moradas interiores parece apática, sin energía y pasión. Es como si
existiese una grieta en el mundo que hay dentro de usted. Su voluntad ha creado ese agujero os-
curo y su voluntad debe cerrarlo. Su voluntad.
Agnes cogió el extremo de mi saco de dormir y lo sacudió con tanta fuerza que estuve a
punto de salir de él tumultuosamente, cayendo al suelo. Abandoné el saco de dormir caminando
a rastras y me vestí a toda prisa. La mañana había llegado con demasiada rapidez. Me hallaba mal
preparada para recibir el día.
-Venga a la mesa.
Agnes puso la tetera en la mesa. Tomamos el desayuno en silencio. Una luz gris entraba por
la ventana. El viento seguía soplando. Yo pensaba en lo que había dicho Agnes, pero en cierta
medida no me preocupaba. Mi mente iba a la deriva. Quizás ella tuviese razón. Yo había creado un
agujero y me sentía atrapada dentro de él. Yo había creado mi debilidad y mi apatía. Todo el
universo se parecía a un importante fiasco de Broadway.
Agnes comenzó a reír.
-Vuelve a aparecer su valor. Cuando tenía su edad, me sucedió lo mismo. No por las mismas
razones, pero perdí mi voluntad. Mi ser se volvió conciliador. No se preocupe, cuando se ha
elegido este camino, suele suceder. Es un buen signo.
Levanté la mirada en dirección a Agnes. Me resultó vieja y desconocida.
-¿Por qué es un buen signo? Me siento muerta.
-Es bueno porque usted está muriendo.
-Oh, eso es maravilloso, Agnes.
Sacudí la cabeza para expresar mi aversión.
-Usted ha escogido el poder, Lynn. El poder la ha escogido a usted. ¿Alguna vez dije que el
camino chamánico era fácil? La muerte la ronda. Usted y la muerte están llegando a familiari-
zarse, a conocerse bien una a la otra. La muerte es todo lo que tiene.
Cada palabra que ella pronunciaba me sumía en una depresión más profunda. Me levanté y
caminé nerviosamente alrededor de la mesa, no queriendo pensar más.
-Vamos, Lynn, dirijámonos a la casa de Ruby. Tráigame mi escoba.
Cogí la vieja escoba, agradecida por la tarea, y seguí a Agnes hasta el coche. Caminaba
observando el suelo y la tierra mojada que se pegaba a la punta de mis botas. Recorrimos en silen-
cio todo el trayecto hasta la cabaña de Ruby. Me sentí aliviada al comprobar que allí no había
nadie.
-Lynn, limpie la cabaña mientras voy a buscar a Ruby.
Entré a la cabaña y obedientemente comencé a barrer, concentrándome en el sonido de la
escoba sobre los tablones de madera del suelo. Barrí, limpié el polvo y lavé un montón de platos
sucios. Sin embargo, nadie regresó. Las horas pasaron, o así me lo parecía. Me sentí aprisionada.
Me derrumbé sobre una de las camas debajo de una ventana abierta y decidí dormir una siesta.
Mientras estaba tendida allí, inactiva, me pareció escuchar el crujido de la mecedora de Ruby en
el porche. Luego oí a Agnes y Ruby parloteando en voz baja.
-Bueno, Agnes, seguro que esta vez tienes a alguien interesante. Me cuesta creer que tu
aprendiza sea tan boba.
-Tienes razón, Ruby, de veras es tonta.
Los comentarios burlones de las dos viejas me hirieron profundamente. Estaban
ridiculizándome. Me quedé allí tendida, escuchándolas hablar de mi estupidez. Se susurraban algo.
¿Qué estaban diciendo? De repente, estallaron en risas.
-Y el modo en que lleva el cabello, todo rizado. Nunca haremos de ella una india. Agnes
volvió a reír. -Oh, déjeme acompañarla hasta el coche, Lynn.
Agnes se incorporó de un salto y me siguió pegada a mis talones. Yo comencé a correr y ella se
ajustó a mi paso. Su actitud hizo que me sintiese al borde de la locura.
-Deje de correr detrás de mí —grité, girándome bruscamente para mirar fijamente a
Agnes.
Ella estaba de pie a unos tres metros de mí. Me quedé asombrada, pues tenía la certeza de que
Agnes se hallaba pegada a mis talones. Me aparté de ella con un resoplido de aversión,
cuando de repente mis pies se enredaron como si me hubiesen maneado. En un instante caí de
bruces al suelo. El viento me dejó fuera de combate. Una viscosidad caliente y palpitante
hormigueaba sobre mi piel. Agnes dijo:
-Creo que la dejaré regresar y recoger sus cosas sola. De veras espero que conduzca mejor de
lo que camina.
Se volvió sobre sus talones y caminado con gallardía regresó a la cabaña de Ruby.
Mientras yo estaba sentada en el barro, escupiendo tierra y limpiándome, de pronto me di
cuenta de que no podía irme. En mi acceso de furia, me había olvidado de Perro Rojo y de lo
que Storm me había dicho en el Beverly Hills Hotel. Más lágrimas de rabia y frustración
aguijonearon mis párpados. Como un cachorro golpeado que busca comida, caminé pesa-
damente hacia la cabaña de Ruby y al entrar en ella me encontré con ambas mujeres sentadas
a la mesa mirándome con expectación, como si supiesen que regresaría. Me senté y solté
abruptamente el relato completo de la experiencia vivida en el hotel. Cuando hube
terminado, se produjo un largo silencio. Luego Agnes y Ruby se acercaron a mí y me rodearon
con sus brazos, riendo, tratando de halagarme y de enjugarme las lágrimas.
-¡Hija, no necesita dramatizar! -rió Ruby-. Necesitamos despertarla.
-No entiendo —dije, perpleja ante su cambio de actitud.
-Nos preguntábamos cuándo se decidiría a contárnoslo —dijo Agnes con indignación
simulada.
-Traté de decírselo. ¿Quiere decir que lo sabía? Agnes se rió ante mi expresión.
-¿Quién cree que estaba hablando dentro de su cabeza, la mujer de la limpieza?
-De modo que realmente era usted. ¿Cómo pudo aparecer

-Bueno, al menos conseguiste sacarle un libro. No puedo creer que vuelva en busca de algo
más. Quizás pueda conseguir que se lleve el montón de estiércol de mi viejo burro.
Los dos mujeres rieron histéricamente.
Yo estaba harta. Me levanté con tal rabia que no sabía lo que sería capaz de hacer. Ardiendo
de ira, salí al porche. Agnes vio mi sombra y miró a su alrededor. Su sorpresa fingida me
enfureció aún más.
-Oh, es usted -dijo.
-Sí, Agnes, soy yo. Me marcharé ahora mismo. No voy a quedarme donde no soy querida.
Mi intención era herirlas a ambas. Yo había sido una tonta cabal, tragándome todo con los
ojos abiertos y soñadores. ¡Qué imbécil! Ellas tenían razón. Yo era estúpida. Si ése era un sendero
de conocimiento, yo no quería ni siquiera un tramo de él. Pasé junto a ellas a toda velocidad y
me dirigí hacia el coche.
Perro Rojo en una limusina vestido de esa manera? Se veía majestuoso.
-Ese es un ardid favorito de los hechiceros, aparecer donde menos se espera encontrarlos.
Eligió esa forma particular como un modo de distraerla de sus nociones preconcebidas. Los
hechiceros pueden desplazarse en cualquier dirección, y en ocasiones en muchas direcciones a la
vez. -Agnes sonrió y sacudió la cabeza-. A él le resultó fácil parecerse a un caballero, pues en un
tiempo fue conocido como el “Padre” Pierson, un sacerdote.
-Sí, por supuesto.
Recordé la matrícula de su limusina, que decía «SACERDOTE». Perro Rojo debe haberlo considerado
un chiste muy bueno. Agnes sonrió.
-Él sabe cómo comportarse en la llamada sociedad civilizada. Conoce las representaciones que
la gente lleva en sus cabezas acerca del modo en que las cosas y las personas deben parecer. Él
puede sentirse cómodo casi en cualquier lugar. Realmente, es sencillo.
Yo estaba comenzando a sentir nuevamente el dolor de mi ego herido, pero decidí ser
mucho más cauta en el futuro.
-Agnes, todo estos acontecimientos tan pavorosos me indican lo lejos que tengo que llegar.
No pude manejarlo. Olvidé todo mi entrenamiento. No pude aplicar nada de él. Usted no me
habló de todos los poderes de Perro Rojo.
Me sorprendí a mí misma queriendo culpar a Agnes una vez más.
-Agnes, comencé a culparla porque estoy asustada.
Me balanceaba en mi silla, sosteniendo las rodillas contra mi pecho, sin dejar de mecerme.
Agnes hizo un chasquido con la lengua y entrecerró un ojo. No reaccionaba ante mi miedo, lo
cual me hacía sentir aún más tonta. Ruby se acostó en la cama, dispuesta a dormir. Agnes y yo
cogimos nuestras cosas, nos despedimos y nos marchamos. Continuamos hablando todo el
camino de regreso a la cabaña.
-Siempre le dije, Lynn, que una vez que adquiere poder, tiene que conservarlo. Tenerlo es
una cosa. Retenerlo es otra.
Hizo una pausa y levantó la mano izquierda con la palma hacia arriba y luego colocó la
mano derecha sobre ella, con la palma hacia abajo. Luego alzó ambas manos en un gesto de
triunfo.
-La parte femenina de cada uno de nosotros, hombre o mujer, necesita que se le permita
actuar. Aprender para recibir, aprender para retener. Ahora no estoy diciendo agarrar, estoy
diciendo retener. Una gran diferencia.
-¿Pero cómo es posible que me quiten la parte espiritual de la cesta? Ahora forma parte de mí.
-Matándola. -Agnes vio el terror en mis ojos-. Si es que puede hacerlo. Pero él debe hacerlo
de un modo que considere honorable. Debe engañarla. Oh, no se limitaría a hacerla saltar por
los aires o a dispararle. Eso sería demasiado fácil. Usted le ha robado su poder de mujer y él quiere
recuperarlo. No se rendiría sin ofrecer resistencia como ha hecho usted. Hará cualquier cosa.
Lo que era difícil para usted, para él será fácil. Recuerde, Perro Rojo es un gran hechicero,
totalmente dedicado a su arte. Cuando usted llegó aquí por primera vez, estaba medio muerta.
Ahora que se siente inquieta, asustada y enfurecida, vuelve a estar viva.
Agnes rió entre dientes.
-Por algún tiempo, de todos modos -añadió. Luego se levantó y se acercó a mí, examinando mi
cuerpo con atención antes de decir:
-Tiene más agujeros dentro de usted que un colador. -Una nueva apariencia de seriedad
sustituyó a la sonrisa-. Puedo ver que se ha apartado del sendero, Lynn. Ésa es la razón por la
cual somos tan duras con usted. Tenemos que hacerla regresar. Usted piensa que ha consumado
algo con su libro. Está satisfecha con usted misma. Y ése es el momento en que se expone a un
peligro real.
Oí mi voz. Sonó débil y plañidera, como la de un niño.
-Pero he hecho lo que usted me dijo que hiciese. ¿No fue ése un acto de poder?
-Sí. Y al escribir la historia de su experiencia, ha dado a algunas mujeres una herramienta para
llegar más lejos. Las mujeres lo necesitan. Si una mujer realiza un acto de poder, está creando
algo semejante a una obra de arte. Ese acto la cambia para siempre. Le brinda una nueva visión
sobre esta madre tierra, le enseña a ver. Le enseña a conocer qué siente y a sentir lo que conoce.
Cuando le sucede eso, una mujer puede recrearse a sí misma. Sabe lo que quiere, lo que resulta
necesario, y sabe lo que no quiere, lo que resulta innecesario. En el proceso de compartir su
historia con otros, usted ha sido apartada del sendero con engaños. Ha olvidado el lugar de la
rueda chamánica en que se halla parada. Está alejada del sendero. Aparqué el coche cerca de la
cabaña y nos apeamos.
-Pero Agnes... -Las palabras acertadas de Agnes me hicieron tambalear mientras la seguía
camino abajo—. Agnes, yo me limité a atenerme a sus enseñanzas.
-Mis enseñanzas carecen de importancia si usted ha abandonado el camino.
-Pero yo no sé qué es lo que he hecho. Sigo consagrada al conocimiento.
-Sí, pero el conocimiento no basta -dijo Agnes mientras entraba en la cabaña. Se sentó y me
miró a la cara-. Aún no entiende plenamente su conocimiento, y el entendimiento no puede
enseñarse. Simplemente llega. Y de ese modo el conocimiento se instala en su cabeza como un
alimento sin cocinar en un hornillo.
Agnes se levantó y caminó hasta el hornillo, lo encendió y revolvió un poco de sopa con una
cuchara de madera mientras hablaba.
-Usted piensa que está en la senda correcta, pero no es así. Se encuentra perdida. Usted
piensa que ahora sabe muchísimo. Pero cada vez sabe menos.
-¿Qué puedo hacer?
-Bien, va a tener que hacer todo lo que yo le diga. —Dejó de revolver la sopa-. Quizás tenga
que interpretarla.
-¿Qué quiere decir?
-Vamos a celebrar una ceremonia de adivinación, a fin de poder ver dentro de usted y
comprobar qué es lo que va mal.
-No sabía que todavía trabajaba con cristales.
-Son muchas las cosas que no sabe.
Distribuyó la sopa en dos tazones de madera tan pronto como estuvo caliente.
-Venga aquí. Coma. Deje que mis movimientos al revolver la sopa animen ese lugar
apartado.
Yo observaba su mano mientras revolvía la sopa y en realidad ello parecía calmar mis tensos
nervios. Comimos en silencio y luego salimos fuera de la cabaña.
Las sombras se alargaron sobre la claridad que rodeaba a la cabaña cuando me senté con Agnes
en el porche. Observé su cambio de expresión a la luz menguante, en tanto las arrugas de su
rostro se acentuaban y luego casi desaparecían. Sus ojos estaban cerrados, descansando. Me
sentí más sosegada, agradecida de que la suerte me hubiese permitido conocer a esta extraña
mujer.
-Movimiento. -Agnes articuló la palabra prolongando los sonidos de las letras. Ni abrió los
ojos, ni se movió—. Movimiento, movimiento, movimiento -siguió repitiendo la palabra con un
ritmo monótono.
-¿Movimiento? -pregunté.
-Movimiento, movimiento -continuó Agnes, arrastrando el sonido de las vocales en una
especie de zumbido.
-¿Quiere que me mueva, Agnes?
-Quiero que escuche el sonido que hay detrás de mis palabras. El sonido mantiene unido al
mundo. Movimiento, movimiento -siguió repitiendo.
Yo intenté escuchar con atención. Su tono tenía algo de extraño y gutural, que evocaba cierto
recuerdo en mi mente.
-Movimiento, movimiento.
Lentamente, Agnes abrió los ojos para observarme y comenzó a reírse tontamente.
-¿Por qué se ríe?
-¡Toda la sangre está precipitándose hacia su cabeza!
Yo reí, comprendiendo que estaba contrayendo mis músculos faciales al tratar de entender
qué era lo que Agnes quería de mí.
-Mire, escuche a partir de aquí -Agnes se dio un golpecito en el plexo solar.
-Movimiento —repitió para sí misma cincuenta o sesenta veces-. Estoy reteniendo un
pensamiento detrás de mi palabra. Vea si usted puede alcanzarla con su cuerpo de sueño.
Agnes volvió a golpearse el vientre, repitiendo la palabra hipnóticamente.
-No puedo ver nada -dije yo, desanimada.
-Tiene que excluir a su mente para esto y oír sólo con su cuerpo. Despeje su mente. Pruebe
otra vez. Ya lo verá. -Nuevamente comenzó a repetir-: Movimiento, movimiento, movimiento.
Esta vez yo vi o sentí una rueda chamánica en el sonido y vislumbré un círculo de piedras. Me sentí
a mí misma avanzando desde la confianza y la inocencia, en el sur de la rueda, hacia la sabiduría
y la fuerza en el norte. Vi un ante parado en la parte superior de la rueda cuando me desplacé
hacia arriba. Agnes dejó de hablar y me observó, con una mirada cómica en su rostro. Abrí mis
ojos y los cerré, parpadeando desesperadamente porque la imagen permanecía conmigo.
Lentamente, fue desvaneciéndose.
-¿Ve? Es sencillo.
Agnes se quitó el polvo de la palma de las manos y ambas nos reímos. Estaba casi
completamente oscuro cuando entramos a la cabaña. Nos detuvimos junto al fuego y nos
sentamos a la mesa, encendiendo una lámpara.
-Fue como una alucinación.
-No es más que otro modo de mirar. Es mejor mirar con el cuerpo del sueño cuando algo es
importante, porque los ojos suelen ser tramposos y su propia mente puede engañarla. No tiene
que decirme qué es lo que vio: una rueda chamánica de piedras, y usted avanzó hacia el norte,
¿no es cierto?
-Agnes, sí, y mucho más. —Ahora yo estaba excitada-. Entendí lo que usted me dijo sobre el
movimiento. Realmente, nunca entendí lo que usted decía acerca de la necesidad de que el
movimiento se produjese antes de que uno pudiese transformarse de sustancia en espíritu. Ahora
lo veo, pero no puedo explicar cómo lo veo.
-Éste es el momento decisivo. Existen algunas cosas que no puedo explicar con palabras. Ésa
es la razón por la cual usted debe aprender dos modos de mirar: uno, con sus ojos y otro, con
su cuerpo del sueño.
Agnes extendió una mano y me frotó el estómago. Comprendí que se trataba de un gesto
un poco tierno.
-Agnes, usted me pone las cosas muy difíciles. Agnes volvió su cabeza hacia un lado, como una
urraca, y me miró con fijeza.
-¿De veras?
-Lo que acaba de suceder, por ejemplo; quiero compartir esa experiencia con la gente a través
de mi escritura. Pero ¿cómo puedo explicarla?
-Nunca dije que sería fácil.
Agnes se levantó y comencé a preparar té de hierbas.
-Los críticos de libros y los antropólogos, incluso algunos indios, no entienden lo que escribo
acerca de usted y de Ruby.
-¿Por qué es eso?
Agnes sonreía y tamborileaba con sus dedos sobre el mostrador de la cocina.
-Porque piensan que el comportamiento de ustedes dos es demasiado cambiante: en un
momento dado actúan como filósofos brillantes y al siguiente se comportan como unas amas de
casa pendencieras de Winnipeg. En un momento determinado son mujeres chamanes,
haciéndome caminar por el valle de la muerte, y al instante siguiente se revuelcan por el suelo
como niños. Supongo que a la gente le resulta difícil entender todo esto.
Se produjo un largo silencio mientras Agnes depositaba sobre la mesa el recipiente con el té
caliente. Al sentarse lanzó un largo suspiro.
-El mundo considera a los indios como un pueblo conquistado. El mundo nos ve como
hombres y mujeres insignificantes confinados a los límites tribales, víctimas restringidas a las tie-
rras de las reservas. No hace mucho tiempo que fuimos asesinados para ejecutar la Danza del
Espectro. Nuestro poder real permanece oculto. Tenía que ocultarse si queríamos preservarlo.
La persona de poder no sólo ha tenido que temer al mundo blanco, sino que los indios se
volvieron contra los indios por miedo. Usted conoce todo esto, pero a veces lo olvida. A
menudo nuestra propia gente no nos reconoce. Permanecemos ocultos. Tenemos que hacerlo.
Pero viajamos y nos encontramos unos con otros. Compartimos nuestro conocimiento y
siempre ha sido así. Si una aprendiza necesita aprender sobre las ¿achinas, por ejemplo,
podemos enviarla por la buena carretera roja hacia el sur hasta el lugar donde se hallan los
indios pueblo. ¿Por qué sus educadores piensan que todo esto es tan extraño?
-Parecen pensar que si usted es una cree, eso es todo cuanto se refiere a usted.
-Si usted tiene una estudiante que quiere saber cosas de Francia, ¿no la envía a Francia?
-Sí.
-Bueno, es lo mismo para algunos de nosotros. Por supuesto, hay algunas personas chamanes
que se quedan con su nación. Ese es su proceder y yo las respeto. Todas las personas chamanes
tienen sus propias ideas y deben ser respetadas. Usted está llena de palabras y conocimiento que
toma prestados del sistema blanco. Esto tiene su propósito. Pero aquí la hacemos vivirlo que
queremos que aprenda. Ese es el motivo por el cual cambiamos personalidades. Porque nosotras
somos la enseñanza. No nos subimos a un podio y le damos una conferencia sobre la verdad. La
hacemos sentir y respirar la verdad, convertirse en ella. Tiene que responder a nuestras prácticas
y eso inicia un camino desde el origen.
-Pero eso es muy difícil de explicar a la gente.
-Todo libro es reescrito por el lector. Si usted lee un libro, éste se convierte en su maestro
personal. Reanima en él lo que usted es.
-Supongo que encontrarán lo que ellos necesitan.
-Así es. Ahora vamos a dormir un poco. Mañana nos espera un día largo.
Momentos más tarde, tendida dentro de mi saco de dormir, pude oír la respiración de Agnes.
Ya estaba dormida. Fuera, las ramas de los árboles movidas por el viento rozaban los viejos
troncos de la cabaña como si fuesen guijarros alcanzados por la marea. Me mantuve
escuchando hasta que la armonía del viento en la lejanía arrulló mi sueño.

Me desperté en el preciso momento en que Agnes abría la puerta de la cabaña y aspiraba


profundamente el fresco aire de la mañana. Sentí sus pulmones expandirse con regocijo, como si
yo fuese parte de su cuerpo. El sol la bañaba con una luz suave y tierna. Agnes se veía radiante.
Cuando finalmente habló, su voz tenía un tono musical. Algo en ella me hizo experimentar una
sensación de gozo que recorrió mi cuerpo. Me levanté y preparamos lo que ella llamaba
«escasos», un desayuno a base de té y un plato de avena cocida con leche.
—Lynn, cuando se dé cuenta de que la vida es mágica, entonces y sólo entonces puede
comenzar a practicar la magia. -Su voz parecía provenir de cada rincón de la habitación-. Las
mujeres necesitan una forma que es una contrapartida de la forma masculina, pero que es
verdaderamente su propia forma. Al emular a los hombres, las mujeres renuncian a su poder, a su
especificidad.
»Pero hay algo más. Yo no puedo curarla si estoy desconectada de usted. Necesito tocar su
espíritu, ver dentro de usted. Utilizaré a los ayudantes de los cristales para hacerlo. Los cristales
enseñan los orígenes de la esencia y la verdad. Cuando usted conozca los orígenes, los cristales le
enseñarán a ver más y más. Dentro de los cristales hay una llama; usted puede convertirse en
ese fuego, un fuego que purifica el corazón de incitaciones y la vuelve receptiva. En ese punto,
yo la veré realmente.
Agnes se dirigió a la ventana y la cerró. Avanzó hacia mí para recoger mi saco de dormir.
-Recoja lo que piense que pueda necesitar para un par de días, Lynn.
Yo aún estaba cansada de mi viaje hasta Manitoba, pero sabía que era mejor no protestar.
Pronto estábamos dirigiéndonos hacia el sur en mi coche alquilado, dando saltos al
descender por la carretera llena de baches. El crepúsculo se extendía sobre las praderas
solitarias de Manitoba. Los árboles bajos formaban extrañas configuraciones a la luz dorada del
atardecer. Abruptamente, Agnes me indicó que girase hacia el oeste sobre una carretera
polvorienta y trillada. A partir de ese punto, viajamos durante kilómetros en silencio. En el
momento preciso en que el sol entregaba al día el último trocito de sí mismo, doblamos en
dirección a un extraño afloramiento de rocas que formaban un conjunto confuso, como nudillos
artríticos.
Justo debajo de las rocas había una dehesa vallada. Agnes me dijo que me detuviese junto a
ella, a pocos metros de distancia de la carretera. Miré alrededor. No se advertía la presencia de
nadie en ninguna dirección. Recogimos nuestras cosas y nos ayudamos mutuamente a
atravesar la valla manteniendo levantado el cerco de alambre de púas. No tenía idea del lugar
al que nos dirigíamos. En la luz mortecina, pude ver el perfil de un búfalo parado junto a las
rocas. Caminé rápidamente hasta acercarme más a Agnes. Ella rió, consciente de mi sobresalto.
-¿Adonde vamos? —pregunté.
Un hilo oscilante de humo gris atraía mi atención. Cuando levanté la vista, vi que el humo
ascendía en espirales desde la cumbre de una colina.
-Vamos a la tienda de mi prima.
Era casi de noche cuando rodeamos la colina baja en dirección al este. De pronto me di cuenta
de que la «colina» era realmente una enorme tienda. Caminamos hasta llegar a una hendidura en
el montículo, de la cual colgaba una vieja piel de búfalo. Me recordó a una hendidura en el pozo
de chimenea de una mina.
-Espere aquí -me ordenó Agnes, y luego desapareció dentro del montículo.
Momentos más tarde me indicó que entrase. Empujé la piel de búfalo y entré en un túnel
acanalado excavado en la tierra que me condujo hasta una profundidad aproximada de un metro,
un metro y medio tal vez. Accedí a una vivienda circular de unos doce metros de diámetro. En el
centro había un hoyo lleno de brasas ardiendo. El humo subía a través de un agujero en el
centro de la bóveda, a unos cinco metros por encima de nosotros. Agnes comenzó a ocuparse
del fuego.
-Esta es la tienda de la Abuela del Bastón, mi prima choc-taw. Ella es una mujer chamán de
cristal, una mujer de piedra. No se encuentra aquí, pero somos bienvenidas. Deje su saco de
dormir allí.
Agnes indicó una especie de pesebre extendido sobre unos soportes a lo largo de un estante
que recorría la circunferencia de la tienda.
Lo que veía me inspiraba un temor reverente; cuatro grandes postes sostenían el techo. Pieles
de búfalo elaboradamente pintadas colgaban de dos cabrios. Tenía ante mí toda clase de objetos
maravillosos: más pieles de búfalo pintadas, tapices indios y muchas pieles de animales esparcidas
por el suelo polvoriento. La tienda poseía una belleza imponente y sencilla. Levanté la mirada
hasta el agujero del humo, que sólo momentos antes había tomado por la hoguera de un
campamento sobre una colina. Me pregunté cuántas muchas otras cosas no lograba ver porque
las contemplaba con mis preconcepciones habituales.
Mientras miraba a mi alrededor, vi que la estructura de la tienda se parecía muchísimo a la
de una tienda paunee.
-¿Qué hace este tipo de tienda en Canadá? -pregunté a Agnes.
-Mi prima llegó de Oklahoma, hace mucho tiempo, y siempre ha preferido vivir de este modo.
Siéntese y vamos a charlar un rato -respondió Agnes, señalándome con su mano un lugar en la
alfombra junto a ella.
Me senté donde me indicó, sintiendo el calor del fuego en los pies.
-Más cerca.
Me acerqué más. Agnes comenzó a mirar fijamente el fuego.
-Está preguntándose por qué la traje hasta aquí.
-Sí.
-Todos estamos aquí para aprender, pero usted está aquí para aprender fundamentalmente
lo que es específico. A menudo, lo que se supone que aprendemos no resulta claro al principio.
Observé su bello rostro envejecido mientras la luz del fuego bailaba sobre él, lanzando
grandes sombras negras sobre el cuero de búfalo pintado que había detrás de ella. Quise llorar
por la belleza diáfana de Agnes y su gente. Me sentía como si hubiese retrocedido siglos en el
tiempo. Lágrimas de gratitud resbalaban por mis mejillas. Ella cubrió mis manos con las suyas.
Bebimos un poco de té navajo que yo le había llevado y comimos bocadillos de salchichón.
Reímos y hablamos durante varias horas sobre todas las cosas que habían sucedido en el pasado.
Agnes me aseguró que ella y Ruby no quisieron decir las cosas horribles que habían dicho.
-Teníamos que herirla y enfurecerla realmente para despertar su poder -explicó.
Desenrolló una manta que contenía muchos zurrones pequeños llenos de cristales de varios
tamaños. Uno a uno, los depositó en el espacio que nos separaba y me dijo de dónde procedía
cada uno de ellos, y cuáles eran machos, hembras o neutros. Los cristales representaban
muchas de las montañas sagradas del mundo. Pronto salimos al exterior y colocamos varios
cristales sobre un trípode que se hallaba situado cerca de la tienda.
—La Abuela Luna los despertará esta noche. Cuando las mujeres trabajan con cristales, es a la
Abuela Luna a quien usted está hablando. El Abuelo Sol despierta a los cristales utilizados por los
hombres.
Volvimos a entrar a la tienda. Agnes me entregó cuatro cristales.
—Aquí tiene —dijo-. Duerma con esto. Es bueno para aprovechar su energía.
Me arrastré dentro de mi saco de dormir, colocando un cristal ante mi cabeza, otro a mis
pies y sosteniendo los otros dos, uno en cada mano. Cerré los ojos y no tardé en caer dormida.
Soñé con pirámides con el pináculo iluminado por la luna llena.
Descansé bien y me desperté con los cristales aún en mis manos. Estaba relajada y,
ciertamente, mi nivel de energía se había elevado. Despertarse en una tienda de tierra es como
renacer. La tierra es un aislante maravilloso contra el calor, el frío y el ruido.
Una luz efímera inundó la tienda cuando Agnes subió por el túnel y salió al exterior. Me
levanté rápidamente y enrollé mi saco de dormir, colocando los cristales sobre una manta. Pre-
paré té y me senté sobre la alfombra de piel de ante para beberlo. La quietud del ambiente
impregnaba todo.
Agnes regresó pronto, informándome que era una hora temprana de la tarde y que yo había
necesitado mi descanso.
-¿Qué hace la Abuela del Bastón con estas pieles? -pregunté-. Creo que su trabajo podría ser
bastante valorado. ¿Cree que estaría dispuesta a exhibirlas?
-Nunca —respondió Agnes con gracia. Hizo un gesto indicando que debería examinar las
pieles desde más cerca-. Gran parte de la trayectoria del pueblo se ha relatado en forma de
leyenda. Gran parte ha sido entretejida con los cinturones cha-mánicos. Gran parte ha sido
olvidada. Pero hay algunos que tienen la capacidad de recordar. La Abuela del Bastón tiene
buena memoria y recuerda el sendero para su pueblo. Pinta historias sobre la piel de búfalo.
Que yo sepa, ninguna persona ha visto nunca estas pieles. Ella sabía que usted llegaría y pudo
haberlas enrollado, quitándolas de la vista. Los cristales le dijeron que confiase en usted. Es un
gran honor. La Abuela del Bastón es una gran guerrera y maestra, y usted puede tener el honor
de conocerla un día.
Sobre uno de los cueros pintados había una extraña figura de una mujer con un grupo de
gente sentada a su alrededor. La mujer tenía la frente bastante plana, como la de una india
maya, y un mechón de cabello que se proyectaba hacia adelante adoptando una forma curiosa
parecida a un cuerno.
-Agnes, ¿qué representa esa figura?
-Es la figura de una «cabello retorcido». En los tiempos anteriores a la llegada del hombre blanco,
los cabellos retorcidos, narradores nómadas, iban sobre esta isla de tortuga. Todos les tenían
aprecio, por su especial poder chamánico. Pienso que en aquellos viejos tiempos usted hubiese
sido una cabello retorcido. En vez de escribir un libro, hubiese ido de pueblo en pueblo. Los
cabellos retorcidos eran queridos en todos los lugares a los que iban, debido a su gran talento.
Por la noche el pueblo entero se reunía en torno a las fogatas para entretenerse y aprender
con sus relatos. Sabían muchas historias y las recopilaban.
»Ahora resulta difícil imaginar el poder de una cabello retorcido. Ella podía adoptar de
manera convincente la voz de cualquiera. Podía hacerle pensar que usted estaba hablando al
viento, o a las plantas, o a los animales. Si ella lo indicaba o lo decía, una cabello retorcido podía
llevarla hacia su mundo especial y hacerla olvidar todo. Los cabellos retorcidos fueron los
nigromantes de los caciques. ¿Le gustaría oír una historia que yo oí una vez? La relató uno de los
últimos cabellos retorcidos, Túnica Amarilla.
—Sí, muchísimo.
—Le contaré la historia que relató Túnica Amarilla. Póngase cómoda.
Me tendí de espaldas contemplando las nubes a través del agujero por el que salía el humo.
—Imagine que está muy cansada. Todo el pueblo se halla esperando a Túnica Amarilla,
aguardándola con mucho respeto. Muy pronto aparece ella y cuenta algunas historias divertidas.
Luego comienza a hablar sobre sí misma:
»Mi nombre es Túnica Amarilla. Nací en el norte y luego me crié entre el Pueblo de los
Lagos. Cuando tenía doce años fui a vivir con mi tía en los campamentos occidentales. Su
nombre era Lechuza de Día. Debido a su clarividencia, la Tía Lechuza de Día había prometido
que caminaría por la Gran Carretera de la Sal hasta las ciudades mayas del lejano sur y
aprendería chamanismo de ellas. Yo le rogué que me dejase acompañarla y ella consintió.
«Hicimos la mayor parte del trayecto en canoa. Bajamos por el Río del Abuelo. Surcamos las
aguas en una canoa de navegación oceánica y viajamos durante quince días. A partir de ese punto
comenzamos a caminar. Nos unimos a una caravana de mercaderes. Todos sabían que íbamos en
una misión sagrada, pues llevábamos el Escudo de la Lengua Maya. Sobre el anverso del escudo
estaban pintados cuatro jaguares y cuatro águilas.
«Cuando comenzamos el viaje, mi tía era una mujer bastante corpulenta. Pero mientras
viajábamos se convirtió en una mujer enjuta. Con todo, ¡me sorprende lo bella que llegó a ser la
Tía Lechuza de Día! También había sido una mujer que no gozaba de mucha salud, pero durante
el trayecto se volvió muy fuerte.
»Viajamos hasta cinco pueblos, permaneciendo en cada uno de ellos durante un año. Yo
me acercaba al decimoséptimo verano cuando fuimos invitadas por una poderosa mujer
chamán llamada Pipa a ir a la Ciudad de los Bailarines del Maíz. La Tía Lechuza de Día y
yo fuimos hasta allí y nos quedamos. Yo me uní a la Sociedad de Aprendizaje del Arco Iris
Chamánico. Todo mi aprendizaje se desarrolló en el seno de la Sociedad.
»Cuando cumplí veintidós veranos, fui a ver a mi tía. Tenía un problema.
»-Tía, hay un hombre joven al que me resulta muy difícil hablarle —le dije.
»-¿Quién es? -preguntó la Tía Lechuza de Día.
»-Su nombre es Arena Dorada, pero yo lo llamo Arena.
»La Tía Lechuza de Día sonrió.
«—Arena Dorada es el hijo de Hijo del Trueno. ¿Por qué no puedes hablar con él? ¿Porque
es muy guapo?
»Yo debí sonrojarme mucho mientras contestaba:
»—No, es a causa de Luz de Flecha, su hermano. No le gusto y quiere mantenernos
apartados. No me disgustaría hablar con Arena.
»-Haré lo que pueda —dijo la Tía Lechuza de Día.
»Pasó mucho tiempo y yo no oí nada. Yo estaba padeciendo. Pienso que hasta perdí peso.
Arena Dorada era fuerte como un jaguar. Sus ojos eran tan afectuosos y su espíritu tan puro,
que realmente me prendé de él. El modo grácil en que se desplazaba producía una onda de
energía que pasaba de una persona a la próxima.
»Luz de Flecha, su hermano, era un año mayor que yo. También pertenecía a la
Sociedad del Arco Iris. Yo pensaba que no le gustaba, porque era muy severo conmigo
mientras me enseñaba. Me hacía trabajar largas horas. No toleraba que me retrasase ni un
momento.
»Un día yo tenía que hacer pasar cincuenta flechas a través del aro de la Cancha de Pelota
sin tocar el borde del aro, disparando desde unos cien metros. La razón por la cual Luz de
Flecha me ordenó hacer eso fue porque ese día yo había perdido un aro giratorio.
»Yo solía pensar constantemente en Arena. Él parecía estar en mi corazón desde el momento en
que me despertaba hasta que me iba a dormir. Estaba volviéndome loca. Cuando ya no pude
aguantar más, me dirigí hasta Luz de Flecha y le dije que amaba a su hermano y que si a él no le
gustaba podía encontrarse conmigo en la Cancha de Pelota y ver ¡quién sería esclavo de quién!
«Luz de Flecha se rió tanto que tuvo que sentarse. Yo estaba tan furiosa que golpeé el suelo con
un pie y rompí el arco que llevaba en mis manos.
»-Eres una muchacha tonta —dijo Luz de Flecha-. Mi familia ya ha hablado con tu tía y
entregó siete Túnicas de Quetzal para el día del desafío.
»-¿Qué día del desafío? -pregunté yo.
«-Silencio -ordenó él-. Tú conoces la regla del silencio.
»La regla era que yo no podía cuestionar a mi Cacique de Arco sobre ninguna otra cosa que
no fuese la meditación del arco.
«Pasaron unos meses angustiosos. Entonces un día vino un cacique a las canchas de Pelota y
reunió a la Sociedad. El cacique dijo:
«-Miembros de la Sociedad, arqueros y arqueras, el Día del Desafío ha llegado. La costumbre
es entregar el mayor premio que el pueblo posea en forma colectiva. Este año nuestra entrega es el
guerrero Arena Dorada y la guerrera Lluvia. Ellos han estado de acuerdo en unirse en
matrimonio con los ganadores de la Máscara femenina y masculina, respectivamente.
«Ninguno de nosotros era maya. Nadie sabía exactamente de qué estaba hablando el cacique.
De modo que tuvimos que esperar, pero no por mucho tiempo. Cuatro días más tarde, nue-
vamente fuimos convocados a la Cancha de Pelota. La Arquera Maestra se dirigió a nosotros.
«-Arqueros y arqueras -dijo-. Mañana comienzan los juegos. Ustedes competirán en esta
Cancha de Pelota por su clasificación en la Gran Carrera.
«Nadie tenía la más mínima idea de qué significaba eso de la "Gran Carrera", pero éramos
guerreros y como tales estábamos ansiosos por competir.
«Al día siguiente nos reunimos en la Cancha de Pelota. Cientos y cientos de personas
estaban allí. No esperábamos encontrarnos con semejante multitud. Arena Dorada y Lluvia
fueron traídos en Sillas Quetzal y se sentaron en el sitio de honor en el lugar del jaguar. Ése es el
lugar del equilibrio del olvido y del recuerdo, muy sagrado para los mayas.
»Los juegos comenzaron. Se nos enfrentó a unos contra otros, pero no hubo perdedores.
Nuestra posición inicial en la carrera estaba ganada, teniendo en cuenta nuestro buen de-
sempeño en la competición. Ver a Arena Dorada me produjo una profunda conmoción, y traté,
sin éxito, de utilizar mi fuerza de voluntad para no pensar en él.
»Cincuenta y tres hombres y mujeres competían por la carrera. Yo era la última. En otras
palabras, dondequiera que fuésemos a competir, yo debía hacerlo en último lugar. Nadie sabía
dónde íbamos a correr o por qué razón.
»Esa noche llegó a nuestro campamento otro cacique.
«-Arqueros y arqueras -dijo-, la carrera comenzará mañana. Aquí están las reglas. A cada
uno de ustedes se les dará un bastón. En el bastón hay una marca.
»El cacique dejó de hablar y se sentó. Cinco hombres y cinco mujeres comenzaron a repartirnos
pequeños bastones tallados. Cada bastón tenía un jaguar tallado en el puño. En mi bastón había
cincuenta y tres marcas; las conté. Una vez que fueron repartidos los bastones, el cacique volvió a
hablar:
»-Sólo una arquera ha quebrantado la regla. Su nombre es Túnica Amarilla. Habló a su
Cacique de Arco, formulándole una pregunta personal. Debido a eso, a Túnica Amarilla se le
hará esperar más tiempo de la cuenta de cien.
»Cada hombre y mujer se parará en línea con sus hermanos y hermanas, hombro con hombro.
Los Caciques Contadores llamarán a cada uno por sus nombres según los bastones de cuenta.
Se pronunciará un nombre, y el Cacique Contador contará hasta cien. Después de oír su nombre
y una vez finalizada la cuenta, cada uno de ustedes debe hacer pasar siete flechas a través del aro
de la Cancha de Pelota a una distancia de cincuenta pasos.
»Luego correrán hasta el Río del Sol. Allí harán pasar seis flechas a través del arco móvil de
los Caciques del Búho. Desde allí, seguirán el estandarte del jaguar. Esos estandartes los acom-
pañarán a lo largo de todo el camino hasta la meta. La próxima posta es el Cacique de Piedra.
Allí deben hacer pasar cinco flechas a través del aro giratorio.
»A continuación, subirán corriendo hasta la Montaña de la Flor. Allí encontrarán a los Caciques
del Águila. Deberán hacer pasar cuatro flechas a través de su aro móvil. Desde allí, correrán hasta
la Pradera Azul, donde deberán hacer pasar tres fie chas a través del aro móvil de los Caciques de
la Concha Blanca. Hay un largo valle más allá de la Pradera Azul. Corran hasta ese valle hacia la
Puerta del Sol. Hagan pasar dos flechas a través de ese aro móvil. Entonces deben encontrar su
máscara, la que lleva su marca. Después de haber cogido su máscara, corran de regreso hasta la
Cancha de Pelota. Arrojen la máscara a los pies del Quetzalcoatl. Luego disparen una flecha a
través del arco de la Cancha de Pelota.
»Todo el que no regrese a la Cancha de Pelota será azotado y convertido en esclavo por un
plazo de diez años. Luego los jueces evaluarán el desempeño de cada uno de ustedes. Su de-
cisión es inapelable. No se formularán preguntas, porque ésa es la ley.
»Si hay aquí algún arquero o arquera que no quiera participar en la carrera, que hable ahora. Se
le quitará el bastón. Si esperan hasta mañana para decidir, recibirán cinco azotes con el látigo,
luego serán libres de regresar a sus casas.
»Nada se repetirá. Es la ley. Ustedes han sido entrenados para recordar. Ustedes son magníficos
arqueros y arqueras. Es deseo de todos los caciques que encuentren su discernimiento en esta
carrera final. He dicho.
»Sólo un hombre habló de inmediato y se disculpó. A la mañana siguiente, otros seis se
excusaron. Fueron azotados y se les dijo que regresasen a sus casas. Yo hablé con cada uno de
esos hombres y mujeres más tarde; todos se habían puesto nerviosos y olvidaron las instrucciones.
»Yo era ahora el número cuarenta y seis, una ligera mejora. El juego comenzó. Uno a uno, a
medida que se pronunciaban los nombres, los jugadores corrieron hacia adelante. Yo observaba.
Todos observaban. El primer hombre fue lento y falló los disparos. La segunda persona era una
mujer, que pareció ser incluso peor. Ahora había tres personas tratando de disparar sus flechas
a través del aro, todas al mismo tiempo. De repente, sonó un cuerno.
»-¡Detengan los juegos! -gritó un cacique— ¡Deshonra!
»El cacique señalaba a dos de los hombres que habían estado tratando de lograr que sus flechas
atravesasen el aro. Estos hombres habían comenzado a correr. Habían hecho trampa. Dieron
por sentado que las numerosas flechas se confundirían, pero no fue así. Ambos fueron
eliminados.
»El cuerno volvió a sonar. Otros tres participantes fueron eliminados. Yo comencé a
preguntarme cómo los pregoneros podían llevar un recuento tan preciso. Cada una de
nuestras flechas estaba pintada de un modo distinto, y tenían plumas de colores diferentes. El
ojo del arquero es entrenado durante muchos años para discernir el movimiento, el color, el
tamaño y el lugar hacia el cual terminará por llegar cualquier objeto. No sabíamos que quienes
informaban a los Caciques del Juego eran también arqueros y arqueras que se hallaban
superando su propia prueba,
«Cuando finalmente llegó mi turno, aún se hallaban disparando once competidores. No me di
prisa, pero muchas de mis flechas se desviaron. Tuve que utilizar dieciséis flechas para lograr
finalmente que siete de ellas atravesaran el aro. Corrí lo más rápido que pude hasta la
próxima prueba: el Aro de los Búhos. Cuando llegué allí, estaba tan exhausta que no podía
sostener el arco. Tuve que sentarme y recuperar fuerzas. Esa vez disparé quince flechas antes de
conseguir que seis atravesaran el aro.
»Corrí, troté y caminé hasta el aro siguiente: el Aro de los Caciques de Piedra. Tuve que
utilizar ocho flechas para conseguir que cinco cumplieran su objetivo. En cada lugar en que
éramos sometidos a prueba se nos entregaban más flechas. La próxima posta fue la de los
Caciques del Águila. Actué como antes, preservando mis fuerzas. Hasta me detuve en una oca-
sión para beber un poco de agua. Vi a un hombre, un hermano, renqueando y solo. Tenía espinas
de cactus clavadas en un pie. Lo hice sentarse y lo ayudé a quitarse las espinas. Otros pasaron junto
a nosotros mientras procedíamos a hacer esto.
»No tardé en quitarle todas las espinas y ambos remidamos la carrera. El hombre lesionado era
veloz y pronto estuvo mucho más adelante que yo. No me apresuré. La posta de los Caciques del
Águila se encontraba mucho más lejos de lo que había calculado. Al avanzar dejé atrás a muchos
arqueros y arqueras. Cuando llegué al Aro de los Caciques del Águila, fui cautelosa. Sólo
efectué cuatro disparos y las cuatro flechas atravesaron el aro.
»Aún faltaba recorrer una larga distancia hasta llegar al Aro de los Caciques de la Concha Blanca.
El sol estaba alto antes de que hubiese conseguido llegar allí. Me sentía cansada y sedienta. No
me había dado cuenta de lo cansada que estaba y me quedé dormida. El mundo a mi alrededor
se convirtió en un universo de color y sonido. No sabía dónde me encontraba. La luz procedía de
un círculo resplandeciente que se hallaba delante de mí. Cuando me enfrenté a la luz, vi que
era una guerrera que llevaba un escudo y una lanza de oro.
»—¿Quién eres? -pregunté.
»-Soy la que te alimenta —respondió la guerrera.
»Era bella y su perfume impregnaba el aire; era el aroma más fragante que conocí en mi
vida. Su rostro estaba tan radiante, que infundía una respetuosa admiración.
»—¿Eres una diosa o una humana, como yo?
»-Soy la que camina contigo para mostrarte el camino -dijo ella-. A través de mí puedes ser
iniciada. A través de mí puedes saborear la victoria. Sigue tu camino y recoge las cargas del pueblo.
Ninguna mujer es respetable hasta que escucha a su corazón.
»Tan pronto como la guerrera dijo esto, su escudo comenzó a resplandecer como el sol y yo
empecé a sentir miedo. Me desperté sobresaltada y me di cuenta de que el sol, que había estado
castigándome, había descendido considerablemente. Bebí un poco de agua, la suficiente para
aplacar mi sed, y rei-nicié la marcha. No me crucé con ningún hombre o mujer, y ello comenzó
a preocuparme. Llegué al lugar de los Caciques de la Concha Blanca avanzada la tarde. Disparé
mis tres flechas a través del aro y me senté a descansar. Aún me quedaba un aro móvil más: la
Puerta del Sol. Se hallaba colina abajo y me dirigí hacia él trotando y caminando, pero incluso
entonces tuve que sentarme a descansar de tanto en tanto. En ningún momento me crucé con
nadie.
«Había oscurecido en el momento en que llegué a la Puerta del Sol, pero el aro había sido
iluminado con antorchas. Vi nueve arqueros y arqueras durmiendo allí. Disparé mis dos flechas a
través del aro y emprendí el regreso. De repente, recordé las máscaras. Habían dejado cinco
máscaras. En un momento las conté y me aseguré de que tenía la máscara correcta. Un cacique
sostenía una antorcha de modo que pudiese verlo.
»Casi me di de bruces cuando recogí la máscara. Era muy, muy pesada. Mi máscara estaba
hecha de oro macizo. Eso es pesado, créanme. Tardé casi una hora en despellejar la corteza que
necesitaba para improvisar una eslinga que me ayudase a cargar el peso. Me colgué la máscara a
la espalda y comencé a regresar a las Canchas de Pelota.
»A medida que avanzaba, la máscara de oro parecía hacerse más pesada. Adelanté a dos
mujeres que llevaban las máscaras en sus brazos. Les indiqué a gritos que se hiciesen unas es-
lingas improvisadas.
»Yo estaba muy intranquila. Todo lo que podía hacer era colocar un pie cansado delante del
otro. Me resultaba casi imposible respirar. La marcha era muy lenta. Para entonces, ya era
muy de noche. Si los estandartes no hubiesen estado allí, me hubiese perdido fácilmente.
»Me sentía débil, y tropecé y me tambaleé muchas veces. El camino parecía ser sumamente
escarpado y hubo momentos en los que pensé que iba a tener que arrastrarme. Me pregunté si
los estandartes no estarían conduciéndome a algún otro destino que no era las Canchas de
Pelota.
»El alba estaba comenzando a vetear el horizonte cuando una vieja me detuvo.
»-Por favor, hija mía -rogó la vieja-. Estoy enferma, ¿no puedes ayudarme?
«Caminando a tropezones, me detuve y le di a beber agua. La mujer se mostró agradecida.
»-Usted debería estar de regreso en su campamento —dije yo-. ¿Por qué está aquí, a la
intemperie y sola?
»-He pasado aquí toda la noche -respondió la vieja-. Vivo sola con mi nietecita. Estaba fuera
recogiendo leña cuando me torcí el tobillo. Temo que mi nietecita pueda correr el peligro de
hacerse daño.
»La vieja me miró con ojos implorantes. Yo me detuve allí, debatiéndome entre asistirla y
enviarle ayuda cuando llegase a mi destino. Le expliqué que estaba participando en una im-
portante competición. Entonces ella insistió en que continuase mi camino y que al llegar le
enviase ayuda. Pude comprobar que la vieja sufría. Me encaminé hasta los árboles cercanos y
comencé a construir una narria para llevarla de regreso a su campamento.
»El sol brillaba alto sobre el horizonte antes de que yo hubiese terminado mi trabajo. Sabía
que había perdido la carrera, de modo que no me preocupé por darme prisa; sin embargo,
avanzaba a paso vivo. Torpemente, tiré de la narria hasta llevar a la vieja a su campamento y una
vez allí, la ayudé a entrar a su tienda. Ella me agradeció y se metió dentro. Sólo me había alejado
cinco pasos cuando la vieja me llamó.
»-Come esto mientras caminas -me dijo-. Conserva el valor, hija mía. Nada puede cambiar
el resultado de la carrera.
»La vieja me entregó un chai de un rojo brillante que envolvía un montón de fruta. Lo cogí
con dedos temblorosos y le agradecí su amabilidad.
»Me di cuenta de que ya no era capaz de pensar con claridad. Caminé hasta la Cancha de
Pelota comiendo la fruta. Estaba famélica. Sólo había unas veinte o treinta personas cuando
llegué. Me puse la máscara y disparé mi última flecha a través del aro. Luego me dirigí hasta mi
tienda y me dormí. Nadie había pronunciado una palabra cuando completé la carrera. Yo quería
formular muchas preguntas, pero como estaba prohibido, no lo hice.
»Me dormí hasta el anochecer. Me desperté sintiendo impaciencia. Estaba molesta cuando
pensé en regresar a la carrera. Di vueltas durante un rato, y luego comí algo. Volví a sentirme
cansada y nuevamente me fui a dormir.
»A la mañana siguiente me despertaron a sacudones y me dijeron que me encaminase hacia la
Cancha de Pelota. Me vestí y partí hacia allí. Ocupé mi puesto en la Línea de Contienda; eso fue
en el Lugar del Águila. Conté a los arqueros y arqueras que estaban junto a mí; eran treinta,
quince hombres y quince mujeres.
«Aproximadamente cien caciques con brillantes tocados emplumados y adornos de oro
estaban sentados a lo largo de uno de los lados de la Cancha. Las vestiduras que llevaban eran de
color rojo. Permanecimos en silencio, esperando. Después de lo que pareció una cantidad
interminable de tiempo, cincuenta y tres viejas se introdujeron en la zona conocida como el
Cuidador del Fuego. Se dice que es el Lugar de la Pureza. Dos grandes cuencos, uno de agua y
otro de fuego, señalizaban ese lugar.
»Yo había visto a esas mujeres antes; fueron muchas veces a observarnos practicar con nuestros
arcos. Cada vez que venían, las viejas llevaban máscaras de la Tierra, del Aire, del Fuego y del
Agua. Estaba bastante acostumbrada a verlas.
«Nosotros seguíamos esperando, mientras llegaron otros y se sentaron en lugares escogidos
de honor. Entonces sonó el cuerno. Veinte caciques entraron a la Cancha; todos iban vestidos con
Túnicas Quetzal.
«Uno de los caciques dio un paso hacia adelante.
»-La carrera ha terminado -anunció-. Ahora cada uno de los arqueros y arqueras que
siguen en la competición se adelantarán y formularán una pregunta personal. Deben susurrar
esa pregunta a los Caciques Quetzal para que sólo la oigamos nosotros.
«Después de pronunciar esas palabras, volvió a sentarse. Nosotros conocíamos la regla:
debíamos adelantarnos uno a uno, comenzando por la izquierda y continuando con las filas
hacia la derecha. Yo estaba en algún lugar en el medio. Cuanto más se acercaba mi hora de hablar,
más frustrada me sentía. Amaba a Arena Dorada más de lo que era capaz de expresar. Sabía que
estaba derrotada, pero mi corazón no lo dejaría marcharse.
»Cuando llegó mi turno, avancé hasta los Caciques Quetzal. Las palabras salieron a
borbotones de mi boca.
»-Ahora que he perdido -susurré-, ¿no hay algo que pueda hacer para casarme con Arena
Dorada? Lo amo.
»Como era de suponer, los Caciques Quetzal nunca respondieron, como tampoco lo
hicieron con los demás. Retrocedí y ocupé mi lugar en la Línea de Contienda. Los Caciques
Quetzal se fueron en fila y lo mismo hicieron las viejas. Un Cacique del Arco nos dijo que nos
sentásemos en el suelo. Lo hicimos.
»De inmediato se nos dio alimento y una bebida dulce, cacao. Los Caciques Quetzal
regresaron pasada la medianoche. Detrás de ellos también lo hicieron los Caciques del Aro, en
fila. Los Caciques de la Puerta del Sol, los Caciques de la Concha Blanca, los Caciques del Águila,
los Caciques de la Piedra y los Caciques del Buho, en ese orden. Todos se sentaron. A continuación
aparecieron las viejas, pero se habían quitado las máscaras. Reconocí a una de ellas como a la
vieja a quien yo había ayudado. No renqueaba.
»La jefa de las viejas se quedó de pie y comenzó a llamarnos por nuestros nombres. Yo fui la
última. Después de pronunciar nuestros nombres, la anciana volvía a sentarse. Uno de los Ca-
ciques del Quetzal se puso de pie.
»-Todos vosotros recibiréis un regalo adicional -nos anunció-. Cuando escuchéis vuestros
nombres, poneos de pie y recibiréis vuestro regalo.
»Un Cacique del Búho se puso de pie. Comenzó a pronunciar los nombres. Cuando cada hombre
y cada mujer iban ha cia el frente, las viejas colocaban una bella manta sobre sus hombros.
Luego se entregaba a cada hombre y a cada mujer un arco magnífico y un carcaj de flechas.
La guerrera Lluvia fue asignada al último arquero.
»En ese momento yo era la única arquera que permanecía en mi lugar en la Línea de
Contienda. Entonces, un Cacique de la Puerta del Sol se puso de pie.
»-Cada uno de vosotros -dijo- ha dado muestras de bondad. Ayudaron a vuestros hermanos
y hermanas, por eso os rendimos honores. Todos vosotros habéis ganado la carrera. A quien más
honramos es a la mujer Túnica Amarilla. Ella no sólo fue bondadosa con sus hermanas y
hermanos, sino que fue la única que ayudó a su Abuela. Por esta ayuda que brindó a su Abuela,
¡ahora se convierte en la esposa de Arena Dorada!
«Todos se pusieron de pie y lanzaron vítores. Yo lloraba de alegría.
«Arena Dorada es ahora un hombre chamán. Yo dependo de él para toda mi vida. Él trabaja
con los poderes del norte. Arena Dorada ha permanecido junto a mí durante todos estos años.
Cuando no estamos juntos, yo le hablo en mis plegarias. Él ha estado en mi corazón y en mi
fortaleza. Él creyó en mí y sintió afecto por mí. El me hizo un amuleto.
Abrí los ojos cuando Agnes terminó el relato. Había estado soñando junto con ella. Hablamos
durante un largo rato sobre los cabellos retorcidos y el carácter sagrado de sus historias didácticas.
Agnes insistió en que los cabellos retorcidos eran uno de mis amuletos, y dijo que en los viejos
tiempos yo habría caminado por la gran carretera de la sal contando cuentos a toda la gente.
Explicó que la Abuela del Bastón era uno de los últimos cabellos retorcidos vivientes, pero que
ahora prefería pintar sus historias sobre cueros de búfalo a relatarlas oralmente. Me di cuenta de
que existía muy poca gente, incluso indios, que conociesen a Bastón. Para el profano, su función
real estaba encubierta. Si un antropólogo curioso o un reportero gráfico aparecía por allí a
fisgonear, se les decía que Bastón criaba búfalos y nada más.
Agnes y yo salimos a dar una caminata, sin alejarnos mucho de la tienda de Bastón. Agnes me
había ordenado que llevase dos potes de fruta y me prohibió formular preguntas. Caminamos
hacia el sur de un afloramiento de rocas y llegamos hasta una fuente surgente. La zona que
rodeaba a la fuente era pan tanosa y pronto torné conciencia de la presencia de insectos
zumbadores.
-Traiga dos jarras de agua -dijo Agnes.
Ya era una hora avanzada de la tarde. Llevé las jarras sosteniéndolas delante de mí, tratando
de no derramar el agua. Bastón tenía una lata llena de agua, por lo que me pregunté por qué
estábamos llenando las jarras. Me sentía hambrienta, pero Agnes me ordenó que no comiese.
Dijo que podía beber el té navajo utilizando el agua de la lata. También me indicó que
mantuviese los potes de fruta conteniendo el agua de la fuente cerca de mí en todo momento;
hasta que ella me los pidiese, dijo, mantener los potes felices era responsabilidad de una
guerrera. El agua de la fuente es buena porque procede de un lugar de origen.
-La Mujer de Cristal está aquí en espíritu —dijo Agnes, cogiendo un fardo que estaba junto al
pozo del fuego y procediendo a desenvolverlo.
Sacó un vestido blanco confeccionado con trozos de cuero de ante cosidos a mano. Las
puntadas eran muy toscas y había sido decolorado al sol hasta quedar de un blanco puro.
-Usted sólo debe usar el blanco -dijo Agnes-. Venga hacia aquí. Bastón hizo este vestido
para usted. Ella sabe cosas que serán...
-Pero, ¿cómo lo sabe?
-La Mujer de Cristal le habla con frecuencia. Póngase el vestido.
Agnes sacó de entre sus ropas un pequeño morral mientras yo me cambiaba. Comenzó a
preparar el terreno barriéndolo con una gran pluma.
-Quítese todas las joyas. No lleve nada que no sea de color blanco. Envuélvalas y póngalas
fuera de la vista.
-¿Por qué debo hacer esto, Agnes?
-Porque la Mujer de Cristal odia los objetos brillantes. No vendrá si algo disipa su poder.
Ayúdeme a encender estas lámparas.
Encendí las dos lámparas. Agnes estaba trasladando el recipiente que contenía el fuego, un tambor
de aceite de unos doscientos litros cortado a una altura aproximada de cincuenta centímetros,
colocado sobre el suelo en el centro de la tienda de tierra. Entre ambas llevamos al exterior el
tambor y todos los objetos de metal. Agnes trabaja metódicamente, enrollan do las pieles y las
alfombras tejidas, poniéndolas en la repisa y dejando al descubierto el piso de tierra. Sacó de
entre sus ropas un morral de mayor tamaño y trazó un círculo con un palo directamente debajo
del agujero de salida del humo. Mientras realizaba esta operación no dejaba de mirar por el
agujero hacia arriba. Sobre el círculo que había trazado, esparció una abundante cantidad de
una sustancia de un blanco amarillento.
-¿Qué es eso? -pregunté.
-Polen de maíz -respondió Agnes.
Al terminar la tarea, tenía ante sí un gran montículo circular de polen directamente debajo del
agujero para la salida del humo.
-Quiero que salga de la tienda con sus jarras de agua y espere hasta que la llame. Mientras
usted espera, yo prepararé la Cola de Lagarto.
-¿Qué es la Cola de Lagarto?
-Le explicaré todo lo que necesita saber cuando nos llame la Mujer de Cristal. Tiene que ser
un momento especial. La Mujer de Cristal está relacionada con cierta estrella lejana que alguna
vez le señalaré en el firmamento. Ahora salga de la tienda de tierra. No deje que el agua gotee o se
derrame de las jarras. Si no lo logra, no es una buena chamán. Mientras espera, esté atenta a oír
la voz de la hermana viento. A menudo canta antes de la llamada de la Mujer de Cristal.
Agnes me había dado permiso para irme. Cogí las dos jarras de agua, con cuidado para no
derramar ni una gota, y salí de la tienda. Me senté no lejos de la entrada y apoyé la espalda contra
un montón de una hierba pequeña, muy común en las praderas en que vive el búfalo. Ya
brillaban las estrellas, parecía verse la Vía Láctea completa, y la luna destacaba baja sobre las
colinas. La fragancia de las flores y de la hierba impregnaba el aire. Yo era consciente del más
mínimo sonido. Comenzó a soplar viento y en realidad parecía estar cantando, emitiendo un
silbido suave, femenino, semejante a un gorjeo, que intensificó la sensación placentera cuando me
acarició el soplo de la brisa. Me relajé y dejé que el canto del viento me aportase sosiego. Luego,
el sonido se volvió estridente y se desvaneció. La forma repentina en que sucedió todo esto
hizo que me sobresaltase y me mantuviese alerta.
-Lynn, la Cola de Lagarto está preparada. Traiga las jarras de agua y haga exactamente todo
lo que le diga.
Agnes retiró de la abertura de la tienda la piel de búfalo y yo entré con mis jarras. La débil
luz de una vela iluminaba el interior. Me impactó la sensación de que dentro de la tienda la
realidad era drásticamente diferente. Me detuve ni bien entré a la tienda. Directamente delante
de mí había una estrella, también dibujada con polen de maíz. Estaba al este del centro a medio
camino de la entrada, donde ahora nosotras permanecíamos paradas. Partiendo de una línea
entre el centro y el oeste se veían dos brazos, uno que iba directamente hacia el sur y el otro que
iba en línea recta hacia el norte. Con toda seguridad, estos brazos también fueron trazados con
polen de maíz. La línea se interrumpía en el oeste.
-Escuche atentamente -dijo Agnes—. Camine hacia el sur y coloque una jarra de agua sobre
el círculo de polen de maíz, luego vaya hacia el oeste, donde se sentará, pero antes de sentarse
vaya hacia el norte. Coloque la otra jarra de agua sobre el círculo de polen de maíz y regrese
hacia el oeste. Siéntese directamente frente a mí; usted estará en el oeste y yo en el este.
¿Entendido?
-Sí, creo que sí. ¿Puedo preguntar qué estoy haciendo?
-El montículo del centro se llama Montaña Central. El sendero de polen de maíz recibe el
nombre de Cola de Lagarto. El cristal en el centro es de carácter masculino. Podría decir que es
un transmisor. Tenemos que darnos prisa y aprovechar el momento. Haga lo que le digo.
Entramos al círculo desde el este. Dejé las jarras de agua sobre los círculos de polen de maíz en
el sur y en el norte, y luego me senté directamente frente a Agnes, en el oeste. Agnes extinguió
la luz mortecina de la vela, y en un momento el polen de maíz brilló en la oscuridad. Había luz
suficiente para poder ver y Agnes apareció como una forma luminosa de un azul grisáceo.
Desde mi perspectiva, las líneas que brillaban tenuemente a la simple luz mortecina semejaban
toscamente la figura erguida de un hombre.
Agnes dispuso tres cristales sobre el suelo de tierra. Los cristales tenían el tamaño de un puño.
Colocó cinco sobre su lado izquierdo y a continuación depositó cinco cristales similares sobre su
lado derecho.
-Éstos son los cristales que brindan ayuda —explicó Agnes—. Estos ayudantes son amigos de la
Mujer de Cristal.
Agnes procedió a clavar en el suelo de tierra seis bastones de oración, tres a cada lado del
lugar en que ella estaba sentada, delante de cada cristal. Ahora ya no sobresalía nada delante de
cada cristal de ayuda. Cada bastón había sido envuelto con cuerdas y de ellos colgaban plumas
ornamentales.
-Lynn, a parar de este momento debe sentarse perfectamente erguida. La noche es el
momento de la introspección. Ahora comenzaremos a prepararnos para procrear a la Mujer de
Cristal. Éste es el momento propicio.
Permanecimos sentadas varios minutos y luego Agnes comenzó a cantar en cree. Era la
primera vez que yo oía la canción y no tenía idea del significado de la letra. Cuando terminó de
cantar, comenzó a orar. Levantó los brazos y echó la cabeza hacia atrás. Pude ver una estrella
reflejada en el cristal que se hallaba entre nosotras. El resplandor de la estrella deber haber
penetrado en la tienda a través del agujero de salida del humo, haciéndola visible. Cuanto más
fijaba mi mirada en la estrella, más intensa se hacía su luminosidad.
Agnes extrajo un morral que llevaba debajo de su blusa Pendleton y desató la tirilla de cuero
que cerraba la boca. Hundió sus dedos en la sustancia contenida en la bolsa y se frotó con ella
el centro de la frente. Luego se llevó la sustancia a la lengua.
En ese momento me di cuenta de que en el regazo de Agnes había un cristal de gran tamaño.
Agnes movió el cristal hasta que éste reflejó a la estrella rutilante con una luz fría, de un blanco
azulado, que procedía del cristal central. Agnes pareció caer en trance, y no pronunció ni una
palabra durante un largo rato. Había inclinado la cabeza hacia adelante y parecía estar
concentrada en el cristal que relucía en su regazo. Finalmente, levantó la cabeza y me miró. Yo
era consciente del malestar que sentía en el estómago. Según Agnes, ésa era la zona de mi
voluntad.
-Lynn, usted se cayó de su camino cuando no cortó las cuerdas que llevaban desde usted hasta
su libro. Todavía está atada por un cordón umbilical espiritual. Hay que romper esas cuerdas.
Usted está ligada por su propia acción. Al terminar de escribir el libro, debía separarse de él.
Como un niño que se separa de sus padres, usted necesita atravesar por un rito de iniciación.
Debe firmar su libro con sangre, para poder seguir su camino. Cumpla con esto
ceremonialmente realizando una ofrenda. ¿Está de acuerdo?
-Sí, pero no sé qué hacer. Hubo un momento de silencio.
-Ya lo sé -dijo Agnes-. Yo la guiaré.
Nuevamente, la cabeza de Agnes cayó hacia adelante. Parecía hallarse inconsciente. Me
pregunté si alguna vez sería capaz de viajar con ella en un trance onírico. Comencé a sentirme
incómoda, las piernas me dolían, pero sabía que no debía moverme.
Mis ojos comenzaron a hacerme trampas. Las líneas del polen de maíz presentaban una
especie de brillo apagado y penetrante, que comenzó a suavizarse y desvanecerse. Pensé en mi
libro y en su mensaje, y cerré los ojos. Yo sabía que Agnes tenía razón. El estómago aún me dolía y
sentía ganas de retorcerme, pero logré permanecer inmóvil.
Agnes no me había dicho qué debía hacer. Echándome hacia atrás, comencé a sentirme
desasosegada. No estaba en contacto con mi cuerpo. La inmovilidad comenzó a provocarme
mareos. Estaba a punto de moverme cuando Agnes pronunció sus plegarias agradeciendo los
poderes venideros. La ceremonia había concluido.
Agnes me dio complicadas instrucciones sobre cómo limpiar todo. Tan pronto como realicé
las tareas, dijo:
-Vamos, salgamos afuera a sentarnos un rato.
Me levanté y la seguí. Mi sentido de la realidad era distorsionado y confuso. Había bastante
luz al otro lado del cuero de búfalo, y, de repente, el entorno que me rodeaba se me volvió más
nítido. Nos sentamos y yo traté de sosegarme.
-¿Qué sucedió durante la ceremonia, Agnes? -pregunté-. Usted estaba muy lejana.
-Es muy difícil de explicar. La sustancia que froté sobre mi ojo de la clarividencia es roja y
procede de una planta maestra. De inmediato me la llevé a la lengua. Sin una palabra de ad-
vertencia, las hierbas saltan a través del mundo vegetal y viajan conmigo hacia la tienda del
sueño. Se tarda muchos años en aprender esto. No está al alcance de todos y no es para usted.
-¿Recuerda lo que me dijo?
-Claro que lo recuerdo. Ésa es mi tarea, recordar, porque soy una mujer chamán.
-Pensé que se hallaba en estado de trance -dije.
-Lo estaba, pero también era consciente de todo lo que sucedía. Fui llevada a un lugar que es
sagrado para las abuelas.
Lo primero que hice fue invocar a los cuatro espíritus de lagarto para que me ayudasen a retener
a la Mujer de Cristal. Estos espíritus se fueron en el preciso momento en que los invoqué.
Entonces pedí ayuda a mi planta maestra. El cristal que estaba en mi regazo era femenino y fue a
través de él que pude vislumbrar otra cara de la forma. Mis cristales ayudantes también me
dieron poder, volviéndose protectores a la vez. Cuando todo se desarrollaba como debe ser, vi
descender a la Mujer de Cristal. Tiene forma de mujer y ostenta todos los colores del arcoiris. La
Mujer de Cristal saltó fuera del cristal sobre la Montaña Central y, como un remolino de luz
flameante, avanzó hacia adelante y se posó sobre la estrella de polen de maíz. Es necesario que la
estrella de polen de maíz esté entre mi cuerpo y el cristal sobre la Montaña Central, porque la
Mujer de Cristal desea poseer al vidente. Su belleza es inimaginable. Resplandece como un
millón de joyas. Su sonido es muy fuerte, como el chasquido de un látigo. Lo único que impide
a la Mujer de Cristal apoderarse de mí es la ley que no le permite abandonar la estrella de polen
de maíz.
-¿Qué sucedería si la Mujer de Cristal se apoderase de usted, Agnes?
-Me desintegraría en mil trozos de piedras preciosas. Me haría añicos como un vidrio
aprisionado en mundos imposibles de explicar. Dicho en su lengua, sería una demente.
-¿Qué ocurre cuando la Mujer de Cristal se yergue delante de usted? -pregunté.
-La Mujer de Cristal tiene un espíritu de estrella. ¿Recuerda que una vez le dije que usted
puede atrapar a un espíritu?
-Sí.
-¿Sabe lo majestuoso que es el Abuelo Sol? Todos los hijos del Abuelo Sol, los planetas, giran
a su alrededor. Una estrella es lo mismo que el Abuelo Sol. Una estrella tiene un espíritu
magnífico y noble, igual que el Abuelo Sol. Nada viviría sin él. Utilizar el cristal es como hacer
que se manifieste el otro reflejo: el espíritu del mundo. Existen cuatro mundos. Tres son materiales.
El cuarto tiene dominio sobre todos los demás reinos; se lo llama mundo del arcoiris.
La Mujer de Cristal me dijo cómo fue que usted dejó el sendero. El espíritu de la estrella
descendió hacia el cristal masculino. La Mujer de Cristal saltó sobre la estrella. Ella me dijo sólo lo
necesario.
-¿Realmente pudo oír sus palabras?
-Sí, su voz es tan hermosa como su figura.
-¿Cómo es que la Mujer de Cristal sabe todo sobre mí?
-La Mujer de Cristal tiene muchos aspectos. Como dije, energía de estrella. El espíritu del
agua es acompañado por los lagartos hasta el cristal sobre la Montaña Central. Sus filamentos
también están ligados al cristal que se halla sobre la Montaña Central. Y, por último, es el poder de
la planta maestra que entrelaza todos los aspectos. La Mujer de Cristal sabía de usted a partir de
sus filamentos. Al dar vueltas delante de usted, sus filamentos sujetaban el espíritu de algo, pero
yo no supe qué. Ahora sé que es el libro que ha escrito y que debe ser arrancado de usted. Yo
debería haberlo sabido, pero se requería una conversación con la Mujer de Cristal para hacerme
comprender.
-Bien, ¿qué debo hacer ahora?
-Mañana presentaremos una ofrenda. Usted estaba intranquila durante la ceremonia. Eso se
debe a que ha cedido algo de su poder. Las mujeres hacen esto, y luego se sienten extrañas en su
situación. Y el estómago le duele porque su voluntad ha crecido enclenque. Usted no ha estado
viendo con su cuerpo-mente, esos ojos que se hallan justo debajo de su estómago. La ceremonia
restablecerá su relación con Wakan, su fuerza vital. Esta noche estoy muy cansada. Los encuentros
con la Mujer de Cristal resultan muy extenuantes. Es muy lista y sabe prácticamente todo lo
que hay que saber. Me voy a la cama.
La explicación que me dio Agnes me pareció suficiente. No obstante, no sabía si debería
tomarla en su significación literal o extraer mis propias conclusiones. Una cosa era segura: su co-
nocimiento era vasto. Su mundo se volvía cada vez más misterioso.

Por la mañana nos dirigimos hacia la cabaña de Agnes. Ella parecía alborozada, y su estado de
ánimo resultaba contagioso. Me dijo que me detuviese junto al colmado en Crowley y que
comprase cintas de varios colores.
Crowley estaba casi desierto cuando aparcamos ante el negocio, salvo algunos viejos que se
hallaban de pie en torno a la puerta. Mientras yo me encontraba escogiendo las cintas, una india
diminuta de cabellos blancos que llevaba un vestido de percal de color rosa pasó junto a mí, se
inclinó y habló para sí.
De pronto, la mujer se tambaleó hacia adelante y tropezó, derribando una pila de papeles de
colores, que se esparcieron por el suelo.
-Déjeme ayudarla.
Rápidamente recogí los papeles y se los entregué a la india. Ella murmuró algo que no pude
entender. Lanzaba miradas rápidas y furtivas de un lado a otro, como las de una comadreja. Me
dije para mis adentros que la mujer se estaba comportando de una manera muy extraña. Sus
movimientos eran semejantes a los de un niño.
La india cogió los papeles que yo le entregaba, dando la sensación de hacer una
reverencia mientras sacudía la cabeza. Comenzó a dar vueltas y pasó al otro lado del
mostrador. El hombre que se hallaba detrás de la caja registradora dijo:
-Bien, Phoebe, ¿algo más por hoy?
Phoebe me dirigió una mirada recelosa, luego sacó un pequeño bolso de cuentas y pagó al
cajero. Volvió a mirarme de soslayo, diciendo algo en cree que no pude entender. A conti-
nuación, se marchó de la tienda. El cajero sonrió y se encogió de hombros.
-Agnes -dije cuando regresé al coche- tengo curiosidad por una mujer a la que acabo de ver
en el colmado. Tiene el cabello blanco recogido en un moño alto y mide aproximadamente un
metro y medio. Creo que su nombre es Phoebe.
-Sí, la vi salir.
-Hay algo peculiar en esa mujer. ¿Tiene alguna idea acerca de qué es lo que hace con todos
esos papeles de colores?
-Sí, creo que sé qué hace con los papeles. Es parte de su mundo de ficción. Recorta
muñecas. Phoebe tiene casi ochenta años. La mayoría de la gente piensa que está loca, pero yo
prefiero pensar que es complicada.
La vieja no me pareció amenazadora, pero sentí que un nudo de aprensión se apretaba en mi
nuca. Nos dirigimos de regreso a la cabaña en silencio y yo aparté a Phoebe de mis pensa-
mientos.
-¿Para qué son las cintas? -pregunté, mientras bajábamos por el sendero.
-Para su ofrenda. El rojo representa el sur, el blanco el norte, el negro el oeste y el amarillo es
para el este.
Agnes comenzó a trajinar por la cabaña, abriendo las ventanas, colgando algunas hierbas que
había recogido y poniendo a calentar agua para preparar café. Me entregó mi vieja camisa y me
dijo que la cortase en cuadrados de quince centímetros de lado.
-¿Dónde está su libro? Póngalo sobre la mesa.
Cogí un ejemplar de Mujer Chamán de entre mis cosas y lo coloqué junto a mi taza de café.
Una vez que los cuadrados de tela estuvieron cortados, Agnes me mostró cómo convertirlos en
pequeños zurrones y llenarlos con tabaco mezclado con hierbas diversas. Até cada zurrón con las
cintas de colores. Luego, después de conseguir dos de mis plumas, llevamos el libro y los fardos
al exterior, depositándolos debajo de un árbol. Agnes extendió su manta chamánica y nos
sentamos sobre ella, una frente a la otra. La vieja india sacó su pipa y rezó hacia los cuatro
puntos cardinales, el Gran Espíritu y los poderes del universo y las abuelas, y les pidió que
atendiesen mi ofrenda. Yo fumé la pipa. Luego Agnes cortó un pequeño mechón de su cabello y
del mío e hicimos con ello un manojo, que atamos con cinta de color rojo.
Agnes rió.
-Esto es por si no tengo ningún poder sobre su libro -dijo-. Déme la mano.
Sujetándome la mano, me perforó un dedo con la punta punzante de su cuchillo de caza. Yo
di un respingo.
-Ahora manche la portada y la contraportada de su libro con sangre. Rece para que su sangre
se libere de usted, y déjela crecer y encontrar su propio camino. Ahora su sangre se ha separado
de usted. Eso es bueno.
Volví a dejar el libro en su lugar y Agnes cantó en cree. La emoción me embargó y comencé a
llorar. Me di cuenta de que me sentí como una madre con su hijo. Agnes me hizo atar todos los
fardos a las plumas. Después de haber pronunciado nuestras palabras finales y de enrollar la
manta, me indicó que fuese hasta el cruce de la carretera y atase el fardo completo a la rama de
un árbol donde estaría segura que alguien lo encontraría y lo cogería. No importaba quién lo
cogiese, o si sería el espíritu del árbol quien se apoderase de él.
No tardé en cumplir las indicaciones de Agnes.
Cuando regresé, el sol estaba brillando y me sentí mejor que nunca en mucho tiempo. Me uní a
Agnes para dar una caminata. Nos dirigimos hasta el arroyo, nos sentamos en la orilla y
compartimos un poco de cecina. Era un lugar encantador, cubierto de vegetación, y el agua caía
lentamente en la distancia. Una bandada de gansos salvajes pasó volando por encima de nuestras
cabezas.
-Mire —dije, señalando las aves.
-Sí. Son los ayudantes del sueño terrenal.
-Esto parece un sueño, comparado con lo que estoy habituada a soportar en Los Angeles.
Me sentía feliz. Era la primera vez en varias semanas que me había sentido completamente
segura. Sabía que sucediese lo que sucediese, Agnes estaría allí para ayudarme. Con aire
ausente, comencé a arrojar piedras al agua agitada del arroyo.
-¿Cómo saber que debería estar arrojando piedras al arroyo? Tal vez debería estar extrayendo
piedras.
De pronto, el rostro de Agnes se parecía al de un pájaro y sus ojos parpadeaban. Yo sabía
que se estaba divirtiendo a mis expensas.
-Creo que acaba de hacer una ofrenda de dos piedras al agua. El agua ahora me dice que
usted puede sacar dos piedras. El agua también me da permiso para que le enseñe algo sobre el
poder chamánico de las piedras.
-¿Qué debería hacer? -pregunté, tratando de conectar con la actitud jovial que demostraba
Agnes en ese momento.
-Bien, cierre los ojos, Lynn. Luego extienda una mano, saque una piedra del arroyo y siéntala
y véala como si le perteneciese. Si lo hace, manténgala un rato en la palma de su mano de
modo que encaje como ésta.
Agnes colocó una piedrecilla de color gris que se acomodó tranquilamente en la palma de su
mano.
-Ahora continúe y vea si puede encontrar algo.
Cerré los ojos, sumergí mi mano derecha en el arroyo y exploré en busca de piedras. El agua
estaba helada y muy pronto la mano se me entumeció. Después de rechazar varias piedras, palpé
una piedrecilla que tenía varias caras pulidas. Con los ojos aún cerrados, la saqué del agua y la
sostuve en mi mano. Sentí que la forma de la piedra respondía a la que estaba buscando.
-¿Puedo abrir los ojos, Agnes?
-Sí, y manténgalos abiertos. Quiero que encuentre otra piedra y extienda la mano hasta ella y la
coja.
Volví a registrar el fondo arenoso. Formulé mi reclamo a una piedra negra que brillaba
tenuemente debajo de la corriente cristalina.
-Ésta -dije yo, estirando mi mano para coger la piedra.
-Ahora siéntese aquí frente a mí y déjeme decirle algo sobre sus piedras. Retenga en su
mano izquierda la que acaba de escoger, haciéndola girar. Su muñeca es el sur. Cada piedra tiene
siete caras. La primera cara es sonora.
-Agnes, ¡no irá a decirme que esas piedras emiten un sonido!
-Sí, voy a tratar de describirle su gran desconocimiento, y cómo malinterpreta y entiende
erróneamente las cosas que la rodean. Las piedras realmente emiten un sonido. Todas las cosas
que el Gran Espíritu ha puesto aquí gritan continuamente para ser oídas. El problema es que son
pocos los que escuchan. Recuerdo la primera vez que oí a las piedras gritar. Era un día muy
parecido al de hoy. Yo era una muchacha como usted, llena de falso orgullo. Anhelaba ser una
mujer distinta a la que pensaba que era. Me empequeñecía en mi mente. Yo era joven entonces y
creía que era muy fuerte. No era la vieja que ahora tiene frente a usted.
»En aquellos tiempos no trataba de explicar las cosas que sucedían en mi corazón. Estaba
muy desalentada. No había hecho las paces con la sabiduría. Un día me dirigí al gran cañón. Me
senté sobre un pedrejón, ignorando entonces que la piedra me había llamado. Contemplé la
espuma blanca del arroyo cuando éste describía una curva en dirección a la desembocadura del
cañón. Era mediodía y yo fumaba un cigarrillo tras otro mientras examinaba las formaciones
interminables y la disposición aleatoria de las piedras esparcidas sobre el lecho del cañón.
Pensaba que el agua que corría precipitadamente estaba emitiendo su sonido sólo para mí.
«Había tanto dolor dentro de mí ese día, que creí que una parte de mí gritaba y se ahogaba
en el torrente del arroyo. Cuando dejé que ese sentimiento se adueñase de mí, súbita mente fui
consciente de que las piedras percibieron mi dolor y estaban llorando conmigo. No suponga que
oí ese sonido sólo mediante mis oídos; lo oía con toda mi conciencia. Me dirigí corriendo sin
parar hasta la casa de mi madre. La encontré lavando ropa.
»-Madre -dije-. Oí llorar a las rocas. ¿Puede ser verdad?
»Mi madre me miró.
»-Hija mía, en estos días estás recorriendo un camino poco transitado, el camino de una mujer
chamán. No sé nada de estas cosas, pero he oído decir que las piedras son un camino hacia el
conocimiento. No temas, hija. Es una buena señal.
»De modo que, ya ve, ello fue el comienzo para mí y mi largo aprendizaje sobre las piedras. La
piedra que está en su mano me habla y me dice muchas cosas.
-Agnes, ¿sabía que en la ciudad se venden piedras amuleto? Ella no pareció interesarse por
mis palabras y dijo:
-Ya tengo demasiadas piedras amuleto y no dispongo de sitio para ninguna más.
Tuve que reírme; no había captado la ironía que encerraban las palabras «piedras amuleto1».
-¿Usted considera a sus piedras como amuletos, Agnes?
-Oh, sí, pero a veces me pregunto si ellas no me consideran a mí como su india amuleto.
¿Qué es un amuleto sino alguien que es amistoso? He tenido muchas piedras que son bastante
feroces. Han habido algunas que posiblemente no pude conquistar, algunas que no me atrevería a
ofender. Han habido otras cuya conservación comportaba una gran responsabilidad.
-Por lo tanto, ¿está diciéndome que todas las piedras producen sonidos?
-En absoluto. Algunas piedras son silenciosas. Es necesario inducirlas a que hablen.
-¿Me dirá algo de las otras caras de una piedra?
-Como dije, son siete. La segunda cara es la visión. Miré a Agnes en un estado de perplejidad.
-Estoy diciendo que las piedras pueden verla. Cualquier piedra puede hacerlo. Los ojos de una
piedra son más difíciles de explicar que el hecho de que hablen. De momento, diré que las
piedras están en la mente del gran espíritu. El gran espíritu ve dentro de usted y de mí, y el gran
espíritu ve desde dentro de la piedra. Existe una diferencia. Muchas piedras pueden ver a una gran
distancia, como un cristal. Si usted ve algo que sucede dentro del cristal a una gran distancia o
incluso en el futuro, no fue usted quien lo vio. Fue el cristal, y usted vio lo que el cristal vio. Más
correctamente, los ojos del cristal lo vieron. Los ojos de una piedra son mil veces mejor que los
suyos o los míos. Las piedras tienen que desarrollar ese poder. Usted puede aprender de la
mayoría de las piedras. Muchas piedras proceden de otros mundos. Como los meteoros. Con
ellos usted puede ver a los hijos de las estrellas. Muchos de esos meteoritos están perdidos y
quieren volver a casa. Si usted los tranquiliza, ellos le mostrarán mundos brillantes adonde
pocos se atreven a ir.
»Si usted tuviese ojos como las piedras, podría explorar el universo, y tanto el futuro como
el pasado. Sí, podría regresar a los tiempos antiguos. Si le dijese que las piedras han visto todo
el conocimiento, le parecería absurdo. Sin embargo, eso es cierto, y las piedras están esperando
revelar sus secretos. Existen piedras que tienen ojos que pueden mostrarle los tesoros más
valiosos que haya visto jamás.
-¿Y se puede ver con los ojos de una piedra, Agnes?
—Sí. Cualquiera puede, pero es muy difícil de describir. En primer lugar, se distingue una
bruma o neblina fría. Luego se capta una visión fugaz. Usted tiene que capturar esa visión y
detenerla, y a continuación puede ver lo que ve la piedra. Algunas piedras son muy engañosas y
tratarán de tenderle trampas. Usted sabe esto por los colores que ellas le muestran. Si los colores

1
- En inglés «piedra amuleto» es pet rock, pero pet también significa «enojo
pasajero». (N. de la T.)
son demasiado perfectos, entonces usted sabe que son parte de su sueño. Pero si usted ve
colores corrientes, sabrá que están tratando de decirle algo que debería saber. A veces las
piedras le mostrarán cosas dolorosas que no deseará ver. Otras veces simplemente le
mostrarán lo que está a punto de suceder.
Yo hice saltar la piedra que tenía en la mano. Estaba comenzando a parecerse más a una
pelota de cristal que a una piedra. Mi mente era un hervidero de tantas preguntas, que no sabía
cuál de ellas formular.
—Quiero aprender a ver con las piedras, Agnes.
-Las piedras no tienen ningún problema para ver. Usted sí. Las piedras son muy lentas y se
han sentado a esperar tranquilamente desde el inicio, desarrollando los poderes de los que
estamos hablando. Verdaderamente, en el interior de todas las piedras hay un ojo. Las leyes que
las rigen no las restringen a límites inmediatos. Los ojos de una piedra pueden llegar de un salto a
cualquier lugar. Pueden brindar una vía de acceso al laberinto sagrado, que la gente chamán llama
el mundo de cristal, donde ellos van a encontrar las preguntas a las cosas. Usted puede aprender a
ir hacia esas puertas de acceso. Las piedras pueden mostrarle en qué va a convertirse usted.
Pueden mostrarle cosas perdidas y olvidadas. Pueden mostrarle quién robó algo y qué hizo con
ello. Es el ojo de la piedra quien se lo mostrará.
-¿Qué son las demás caras?
-La tercera cara es el olfato. No son muchos los humanos que pueden oler cosas que no valen
nada, pero créame, las piedras pueden captar aromas que estaban en el aire miles de años atrás.
Las piedras pueden oler las fragancias más sutiles y delicadas.
-Supongo que va a decirme que hay una nariz en cada piedra. Agnes rió.
-No, no exactamente. La piedra es una nariz. La caza al acecho tiene que ver con el olfato. Los
viejos rastreadores que perdían el rastro sabían a quién preguntar. Preguntaban a las piedras si
habían olfateado a su presa, y las piedras les señalaban la dirección correcta. Esto se debía a la
capacidad de oler que tienen las piedras. La piedra que tiene en su mano la huele a usted y
recordará su olor durante un milenio. Esa piedra la reconocerá a pesar de las trampas que usted le
tienda, o del modo en que trate de ocultarse. Cuando yo busco a alguien, cojo una piedra que
conoce a la persona. La piedra husmea y descubre a la persona y yo nunca dejo de encontrarla.
Ninguno de nosotros puede esperar desarrollar nuestra capacidad para oler hasta alcanzar el
nivel del olfato de una piedra. Sin embargo, es una buena idea, para conocer lo talentosas que
son.
-¿Qué es la cuarta cara, Agnes?
-El sabor.
-¿Va a decirme que las piedras son auténticos gourmets, no es cierto?
-Sí, pero me doy cuenta de que estoy yendo demasiado rápido para usted. Usted tiene
limitaciones que le llevará tiempo borrar. Sí, una piedra puede comer. Ésa es una cara. La quinta
cara es el tacto. Una piedra tiene la capacidad de palpar. La sexta cara es la emoción. Una
piedra es emotiva y tiene la capacidad de provocar emoción en los demás. La séptima cara es la
conciencia. Ya he dicho que el gran espíritu está contenido dentro de una piedra. Las piedras
son como personas y tienen diversos grados de autoconciencia. Las piedras son como las demás
cosas vivientes. Sólo que ellas son de una cualidad más densa.
Hizo una pausa y prosiguió:
-Déjeme mostrarle una rueda chamánica diferente. Como usted sabe, existen muchas
ruedas.
Agnes alisó una zona de terreno llano, cogió una vara y dibujó un gran círculo. Luego dibujó
doce radios, explicando qué representaba cada uno de ellos. Eran zonas de aprendizaje interno,
tales como la capacidad de amar, compartir y curar. Cada radio tenía un color correspondiente.
-Déme sus piedras, Lynn. Le entregué mis piedras.
-Ahora observe -dijo-. ¿Recuerda que le dije que su muñeca era el sur? Esta piedra irá en esta
rueda exactamente del modo en que lo hizo en la palma de su mano. Cuando usted entregue a
alguien una piedra o cualquier otra cosa, hay un significado en ello. Cuando coja una piedra y la
retenga, hay un significado importante en ello. Un día será capaz de leer cosas como éstas sin la
ayuda de la rueda, pero por ahora la utilizaremos.
Agnes colocó la piedra en el centro del círculo y comenzó a leerla.
-Sus dos piedras son negras. El negro simboliza el aprendizaje y la búsqueda de la luz. Ahora
usted comprueba que, en su caso, resulta adecuado actuar desde el oeste, a partir del sueño y la
introspección. Los ángulos me muestran que sus objetivos son la curación y la creatividad. El
púrpura es un color muy bueno para que lo lleve junto a usted en todo momento. Un día
trabajará con cristales. Mire; resulta interesante que sus dos piedras tengan cinco ángulos.
Agnes demostró lo que decía enseñándome que cada piedra podía apoyarse sobre cinco
lados diferentes sin caerse o moverse.
-Ya ve -prosiguió- esto vuelve a referirse a la creatividad. El cinco es el número de lo humano
y el número de las manos. Usted tiene cinco dedos. Esto me dice que su poder vendrá de su
trabajo de introspección y del sueño.
»Un día le enseñaré a utilizar las piedras para obtener poder personal. Antes de poder
trabajar con cristales, tiene que aprender a trabajar con las piedras. Una piedra personal con-
tiene la memoria del universo y debería ser llevada en un zurrón. Un zurrón es una especie de
vacío, un útero. Así como el universo está contenido en el vacío, usted debería guardar sus
piedras personales en un zurrón.
Agnes comenzó a desatar un fardo.
-¿Qué vamos a hacer ahora? -pregunté.
El fardo contenía varios trozos de tela y cuero. Agnes seleccionó un trozo de cuero de cierva.
Desplegó varios instrumentos, cuchillos y tijeras.
-Déjeme que le muestre.
Me indicó que cortase un círculo y también una tirilla de la piel de cierva. Cogí las tijeras y en
unos pocos minutos terminé mi labor.
-Ahora perfore doce agujeros para completar su rueda chamánica. Recuerde que la rueda
simboliza el equilibrio del espíritu.
Di una vuelta alrededor del círculo de piel de cierva perforándolo con un punzón.
-Ahora pase la tirilla por los agujeros. Muy bien. Éstas son sus primeras piedras personales.
Cada una de ellas entrará en su propio saquete sagrado de sabiduría.
Repetí el proceso e hice otro saquete. Esta vez fui un poco más diestra. Agnes hizo un gesto
de aprobación con la cabeza y durante un rato, después que hube terminado con mi tarea, se
quedó mirándome fijamente con severidad.
-¿Lo hice bien? -pregunté.
Agnes examinó el producto de mi trabajo y me lo devolvió. Me miró. Parecía estar
esforzándose por encontrar las palabras adecuadas.
-Hay mucho para enseñar. Sólo estaba pensando; éstas son sus primeras piedras personales.
Llévelas con usted en su saquete junto con la pluma para que la morada de su yo más elevado y
sus principios vivan de ellas. Coloque dentro del saquete una semilla y un grano de maíz. Espere
hasta que el maíz llegue hasta usted. Podría encontrarlo mientras prepara la cena. Podría
encontrarlo sobre la tierra. Ponga dentro una hierba ayudante, la hierba que ayudará a curar
cualquier insuficiencia que usted pueda tener; la salvia iría bien.
Agnes revolvió en su fardo y sacó dos ramitas de salvia, entregándomelas.
-Póngalas en su saquete.
Encontró dos trozos de plumón de águila.
-Esto debería ir dentro de su saquete. Los cogí y los metí dentro de los saquetes con las piedras y
la salvia.
-Lo sepa o no, he estado hablándole sobre el alumbramiento. El alumbramiento fue cuando las
piedras salieron de la tierra. Otros fuegos sagrados estaban aquí antes de nosotros. Las piedras
son las cuidadoras de las colinas. Los secretos de las generaciones están escritos sobre las
piedras desde el alba del alumbramiento. Las piedras son utilizadas universalmente para hacer
herramientas, armas, rituales, lechos de fuego, amuletos. La Madre Tierra en un tiempo fue
piedra. Ahora nosotros vamos en busca de los trozos.
-¿Está diciendo que en un tiempo fuimos piedra?
-Sí. Le hablaré de una ceremonia. Cuando nace un nuevo niño, yo busco una piedrecilla
blanca que tenga un agujero natural. Las piedras con agujeros naturales tienen un bello espíritu
chamánico. Son sumamente poderosas, incluso las diminutas. Cuando encontramos una de esas
piedras blancas con un agujero, hacemos un saquete y colocamos dentro de él pelo de puerco
espín o de ante. Luego metemos la piedra. Y por último, atamos el saquete alrededor de la
muñeca del niño. Es un regalo que la madre tierra hace a la criatura. Esa piedra diminuta
contiene la sabiduría de las generaciones. Es la primera piedra personal del niño y hay muchas
oraciones de agradecimiento entre la gente. Ahora vamos a preparar la cena. Ruby está por llegar.
De repente me invadió una profunda sensación de aprensión ante la idea de ver a Ruby.
Pensamientos referidos a Perro Rojo, mi razón para el aprendizaje de nuevos mundos y modos de
ver, se agolparon en mi mente. Regresamos rápidamente a la cabaña. Me dolían los dedos por
sujetar con tanta fuerza los saquetes con las piedras.
Una hora más tarde, Agnes, Ruby y yo nos hallábamos sentadas en silencio en torno a la mesa.
No parecía momento oportuno para formular ninguna pregunta a Ruby. Ruby giraba
continuamente la cabeza en dirección a la puerta con mirada ansiosa, como si estuviese
esperando a alguien. Fumaba un cigarrillo detrás de otro, arrojando las colillas al suelo y ensu-
ciando lo que luego yo tendría que limpiar. Si trataba de irritarme, lo estaba haciendo bien.
Agnes recogió los platos y los llevó al fregadero. Se arremangó las mangas de su blusa
Pendleton y comenzó a lavarlos. Lavar los platos era habitualmente una tarea que me corres-
pondía, y me pregunté por qué Agnes estaba haciéndolo.
Ruby extendió un brazo y me dio una palmada en la rodilla.
-Lynn, sus acciones son valientes y correctas —dijo-. Era arriesgado.
-¿Qué era arriesgado? -solté abruptamente.
-Era arriesgado oponer a una idiota como usted contra Perro Rojo.
Agnes se acercó y colocó delante de nosotras tres vasos de cartón con té.
-Agnes —dijo Ruby-, hay que hacer algo en relación con el peligro en que se halla Lynn.
Perro Rojo podría venir aquí y entrar por la fuerza en cualquier momento. Lynn no sabe
cómo defender su espacio. Se acabó el tiempo de soñar. Ahora es el momento de actuar. Me
alegro de que esté aquí, pero me temo que no puedo ayudarla.
-¿Qué quiere decir con eso de que no puede ayudarme? ¡Tiene que ayudarme!
Entregué a Ruby dos paquetes de cigarrillos. Ella rió y me los devolvió haciéndolos deslizar
sobre la mesa con un pequeño empujón.
-No fumo esa marca. No tengo ningún uso para sus cigarrillos.
Miré a Agnes con ansiedad, tratando de adivinar qué debería hacer. Intenté decir algo, pero
Ruby me indicó silencio con un movimiento de su mano. Cogió su vaso de cartón y por un
momento me dio la espalda. Me preguntaba qué podía estar haciendo. Cuando me devolvió
el vaso, el té caliente salía a chorros en todas las direcciones. Salté de mi silla pegando un
aullido y arrojé el vaso al fregadero. Agnes y Ruby se reían y se daban palmadas en las piernas,
mientras yo me quedé mirándolas boquiabierta sin dar crédito a lo que veía.
Ruby dijo:
-Usted es como ese vaso, Lynn. Está llena de agujeros. Una vez más miré a Agnes en busca de
algún tipo de seguridad. Sus ojos negros tenían un brillo siniestro.
-Ruby tiene razón, Lynn -dijo Agnes señalando la región abdominal de mi cuerpo-. Allí, allí
y allí; por todas partes.
-Están tomándome el pelo, las dos. Nuevamente están tratando de asustarme. No les creo.
-Piense lo que quiera, pero usted es como un cedazo -sentenció Ruby-. Se le ha escurrido el
poder, se le ha derramado. Está volviéndose más débil que nunca. No tiene ninguna protección
en absoluto. Debido a su actitud está expuesta e invitando al infortunio. En este momento todo
tipo de cosas podría herirla.
-Está atrayendo influjos como una llama atrae a las mariposas nocturnas -dijo Agnes-. Debe
tener mucho cuidado, porque se halla en un lugar peligroso.
-Yo creía que mis actos me protegían.
Agnes y Ruby se miraron una a la otra y luego volvieron sus ojos hacia mi rostro expectante.
Yo no sé cuál era el proceso psicológico real, pero sabía que lo que me decían era cierto.
Llegué a ser consciente por un instante fugaz del enjambre de agujeros esparcidos por todo mi
cuerpo, a través de los cuales era inundada. El modo extraño en que me había sentido comenzó
a cobrar algún sentido.
-Creo que entiendo. ¿Qué debería hacer para protegerme?
-Lynn, usted es mi aprendiza y es ley que debo ayudarla. Debe aprender a ser una mujer
con habilidad, y con ello quiero decir que debe saber cómo protegerse de Perro Rojo. Debe
tomar la decisión de aprender a ayudarse. Debe aprender a construir escudos chámanicos.
-¿De qué clase de escudos está hablando?
-Existen tantos escudos como peligros de los que hay que protegerse. En este preciso
momento tiene que aprender a escudar lo que se desvanece en su cuerpo espiritual.
-¿Por qué de repente me encuentro ante un peligro tan grande?
-Siempre lo ha estado, pero ahora usted lo atrae porque posee más conocimiento.
-¿Cuántos escudos debo construir?
-Para una protección adecuada -contestó Ruby—, debe construir cinco escudos. Ése es el
número para la guerrera.
-¿Qué tengo que hacer para aprender? Ruby bebió un sorbo de té.
-Todo. Tiene que aprender todo. Si puede construir los escudos y aprender su significado,
puede conocer la región de la ley sagrada y encontrar a sus hermanas.
-¿Qué es eso de la región de la ley sagrada y quiénes son mis hermanas?
-Aprenderá todo esto mucho más tarde -intervino Ruby-. La mayor parte de las personas se
protegen a sí mismas por naturaleza; no saben qué es la confianza. Usted confía y debe
aprender a protegerse.
-De momento, Lynn -dijo Agnes-va a tener que aprender a concentrar la energía protectora.
Esto forma parte de la construcción de escudos.
Ruby sacudió la cabeza expresando desagrado. Sus manos se aferraron al borde de la mesa.
Las dos mujeres se inclinaron hacia mí. Aspiré profundamente. Era alguna especie de examen.
-¿Qué hacen? -pregunté.
Ruby volvía a pasar sus manos por el contorno de mi cuerpo, a una distancia de unos quince
centímetros. Ruby sacudió la cabeza negativamente.
-Todavía hay montones de agujeros.
Fuera de la cabaña podía oír al viento agitándose entre los árboles. A través de la ventana se
veían las ramas de árboles frondosos. Agujeros en mi cuerpo; todo parecía increíble. Ruby
comenzó a reírse entre dientes y luego volvió a ponerse seria.
-En los viejos tiempos -dijo Agnes- las mujeres construían todos los escudos. Para construir
un escudo en la manera correcta, tiene que destruir las partes conflictivas de usted misma. Un
escudo es un amuleto protector. También es un espejo. Hay escudos prácticamente para todo.
Hay escudos con tanto poder que conducen a la victoria en las batallas. Hay escudos que le
darán valor. Hay escudos que la protegerán del ataque de un hechicero. Hay escudos que traen a
los aliados en tiempos de necesidad. Pero recuerde que un aliado no puede luchar por usted;
sólo puede hacerlo con usted. Hay escudos de la verdad, y si usted detenta ese poder nadie
puede mentirle. Los escudos no sirven sólo como defensa. Persisten como un registro de quién
es usted en el mundo en todos sus aspectos: mental, emocional, físico y espiritual. Representan
la sacralidad que hay dentro de usted. Pueden ser colocados fuera de las tiendas para decir a la
gente quién es usted.
Ruby encendió un cigarrillo y empujó hacia atrás su silla. Daba la sensación de estar
esperando que yo dijese algo. Exhaló una bocanada de humo hacia el cielorraso e hizo girar el ci-
garrillo entre sus dedos.
-Lynn -comenzó a decir—, las palabras inglesas a veces me resultan desconocidas, pero me
gustaría contarle una historia. Mi gente dice que un guerrero llamado Lago de la Montaña quiso
construir un escudo. Lago de la Montaña se dirigió a una mujer que construía escudos y le pidió
que le ayudase.
»-Daré muchas ofrendas y haré la búsqueda de la visión. Canjearé cualquier cosa. Quiero un
escudo que contenga todo el poder.
»-Eso no es posible -dijo la mujer que construía escudos-. Ése es el escudo que usted ya
tiene, pero que no está despierto. Consideramos que es imprudente de su parte buscar esos
poderes antes de tiempo.
»El guerrero insistió.
«-Quiero ser el guerrero más poderoso -dijo Lago de la Montaña-. Hónreme con un escudo que
contenga todo el poder.
»La mujer que confeccionaba escudos realizó una ceremonia y relató todo esto a su gente,
discutiendo durante la noche sobre qué cabía hacer. Al día siguiente, el guerrero volvió a
presentarse ante la gente de la tribu.
»-Hemos llegado a un acuerdo -le dijeron-. Le haremos un escudo que contenga todo el
poder. Sus buenas acciones son bien conocidas y le honraremos de este modo.
»Lago de la Montaña se marchó y realizó su búsqueda de la visión y contó a las mujeres lo
que vio. Luego esperó a que su escudo estuviese terminado.
»Por todo el pueblo corrió la voz de que las mujeres que confeccionan escudos estaban
haciendo al guerrero un escudo con todo el poder, incluido el poder de la perfección. Cuando el
escudo estuvo terminado, las mujeres llamaron al hombre ante ellas. Tres amigos acompañaban
al guerrero.
«-Hemos hecho lo que nos pidió —dijeron las mujeres, y el escudo fue despertado en una
ceremonia.
»El guerrero contemplaba el escudo con orgullo. Los símbolos procedentes de su búsqueda de
la visión fueron hermosamente ejecutados. El guerrero se colocó el escudo en el brazo y lo
sostuvo en una actitud de defensa. Al hacerlo, de repente el guerrero estalló en llamas. En unos
instantes, todo lo que quedó del guerrero fueron sus cenizas. Desde entonces, un escudo con el
poder personal total ha sido llamado un sacrificio o el escudo de la puerta de acceso. Ahora los
escudos se construyen para objetivos especiales. La construcción de escudos es un asunto serio y
sagrado.
—¿Lo que me espera es estallar en llamas?
-Lynn, le mostraré lo que tiene que esperar -repuso Agnes. Avanzó hacia el otro extremo de la
cabaña y se arrodilló junto a la cama. Buscó debajo de la cama hasta que sacó un fardo circular. El
fardo estaba compuesto por varias pieles de animal. Colocó el fardo sobre la cama y desató los
cueros sin curtir.
-Es un antiguo escudo chamánico -explicó Agnes.
El escudo era soberbio. Se veía enorme dentro de la diminuta cabaña. La estructura circular
prácticamente cubría toda la cama. Varios grupos de plumas de halcón colgaban del borde
inferior. Parecía estar impregnado de una fuerza natural. Me excitaba, y por un momento me
olvidé de todo y me perdí en la contemplación de su hermosura.
-Es el escudo más bello que he visto en mi vida —exclamé.
-También a mí me gusta —dijo Ruby, inclinándose para apreciarlo mejor.
-No lo toques, Ruby -ordenó Agnes-. Sé que te gustaría poner tus garras sobre él.
Ruby se apartó con enojo.
-Mire esto —dijo Agnes.
Del bolsillo que estaba oculto debajo del borde superior, Agnes extrajo un pañuelo de
encaje amarillento. Se veía tan viejo que pensé que podría convertirse en hilachas.
-Este escudo perteneció a mi abuela -explicó Agnes—. Y este pañuelo se lo canjeó en 1893 la
esposa del gobernador general.
-Buen fetiche -dijo Ruby, tocando suavemente el encaje-. Resistente.
-Agnes, gracias por mostrármelo -dije-. Ruby, ¿usted puede hacer escudos como éste?
-No exactamente como éste. Este escudo pudo ser un gran amigo para una persona chamán.
No es el tipo de escudo que yo utilizaría. Usted es una aprendiza y está en el comienzo. No estoy
segura de si usted sabe algo. Éste es un escudo femenino. Algunos escudos son mitad masculinos
y mitad femeninos, en equilibrio. Algunos son sólo masculinos. Todos los escudos son para el
individuo. El gran escudo, la rueda chamánica, es para todas las personas.
»Un escudo ideal para usted sería un escudo equilibrado, el tipo de escudo que le aportará
conocimiento y reflejará las cosas particulares que usted necesitará saber y trabajar con ellas. Su
primer escudo tendrá que ser un escudo que tenga un poderoso amuleto de agua o un escudo
del espíritu. ¿Conoce el amuleto de la tortuga?
-No, ¿qué es? Agnes respondió:
-Una tortuga es representante de la madre tierra, pero lleva sobre su lomo los grandes
escudos. Es la guardiana del conocimiento de los clanes del espíritu que están esparcidos por
toda la tierra; algunos clanes del espíritu son visibles y otros son invisibles. Todos pertenecen a
uno de esos clanes del espíritu.
»Hay un problema. Usted tiene que reconocer a su clan espiritual y eso no es tan fácil. Se
requiere un acto de poder. Si usted realiza un acto de poder, será sometida a prueba por un clan
espiritual. Si tiene suerte, ése será el que le corresponda. Existe la posibilidad de que sea
sometida a prueba en vano. Cuando se enfrente a la prueba, debe permanecer inmóvil. Levante
los hombros y esté orgullosa de lo que ha conseguido. Deje que el representante del clan
espiritual la someta a prueba y, haga lo que haga, no se aleje corriendo presa del pánico.
-¿Qué sucede si uno encuentra a su clan espiritual? -pregunté.
-Entonces usted puede ser uno de los invisibles. Tendrá el poder de la verdad. Todo estará a
sus órdenes. Puede conseguir todo lo que quiera.
-¿Cómo se originaron esos clanes espirituales?
-Se originaron en los tiempos antiguos. Verá, ahora no es la única época en que el hombre
andaba trastabillando al borde del desastre. La especie humana está dirigiéndose hacia el ca-
taclismo. En aquellos viejos tiempos existían poderes como el sol; poderes que harían que la
bomba atómica se pareciese a un petardo. Hubo una guerra sobre la madre tierra, nunca
hasta entonces o desde entonces se ha visto algo semejante. La gente que sobrevivió decidió que
una guerra tan monstruosa jamás volvería a repetirse. Los clanes espirituales se constituyeron
para contener todo el conocimiento. La mitad de los clanes espirituales es visible y la otra mitad
es invisible.
-¿Y usted dice que yo pertenezco a uno de esos clanes?
-Con toda seguridad. Todos los que están sobre la madre tierra pertenecen a un clan
espiritual. El problema es que tienen que encontrarlo. Los clanes espirituales no saben quién es
usted. Usted no sabe quiénes son ellos. Es un poco como dar vueltas en la oscuridad.
-Construir sus escudos la ayudará en esta búsqueda -prosiguió Agnes—. Cuando construya un
escudo, debe estar unida dentro de usted misma. Con cada escudo cruzará al otro lado hasta
una cualidad que alberga dentro de usted, separada de sus opiniones habituales acerca de la
existencia. Entonces esta cualidad podrá ser imbuida de luz. Cada uno de nosotros es como
un trozo del gran espejo del humo, reflejando todos la misma luz.
»Sus escudos son como pinturas. Cuando tenga una visión auténtica, no existirá ninguna
duda de que usted entra en esa visión. Los diseños de su escudo serán la incubación de su vi-
sión. Nosotros lo llamamos el huevo que flota dentro del sueño. El huevo flotante debe ser
llevado hasta el nido, y ese nido es su escudo.
-Se requiere una gran destreza para construir el escudo en forma apropiada. Le contaré la
historia de Cara Pintada.
»-He perdido mi cara -dijo la muchacha a su abuela.
»-No has perdido nada; has perdido tu pintura.
»-¿Qué debo hacer, abuela?
»-Debes aprender a verte dentro del espejo del humo hecho añicos, que es una ilusión.
«Entonces Cara Pintada se puso a trabajar en todas las vivencias y visiones de la vida,
haciendo encajar los trozos rotos del gran espejo del humo, como si se tratase de un rompeca-
bezas. Cuando terminó su tarea, supo quién era ella. Era Cara Pintada.
»Es mi responsabilidad como su maestra chamán dotarla de habilidad, la habilidad necesaria
para volver a hacer encajar, reuniéndolos, los trozos rotos del gran espejo del humo. Descubrirá
que el espejo es en realidad cuatro espejos. Cuatro Espejos fue un gran maestro como su Jesús, y
ellos dicen que hasta su nombre sagrado destruye la menüra. Cuando usted desarrolle su voluntad,
comenzará a entender los aspectos internos y externos de estos dibujos, llevándolos hacia
adentro a partir del borde de su visión hasta el centro de usted misma: la unión de los caminos
del lobo. Un día será capaz, con el foco de su atención, de establecer sus escudos personales y
de utilizar el gran amuleto representado en cada uno de ellos. Será capaz de ver cómo estos
poderes maravillosos se enlazan y cómo le pertenecen.
»Lynn, a menudo usted oscila de una a otra dirección como una pelota de goma, impulsada
por fuerzas que desean controlarla. En su mundo, estas fuerzas podrían ser políticas o sociales o
lo que fuese; pero todas ellas son formas de hechicería.
Ésa es la razón por la cual es importante para usted construir cuatro direcciones. Necesita ser
capaz de trabajar en todas las direcciones, si bien su lugar sobre la gran rueda está en el norte.
-Pensaba que usted dijo que tengo que construir anco escudos.
-Una persona chamán tiene cinco caras. La primera es la cara del consejo. La segunda es la
cara del alimento o la dieta. La tercera es la cara de la historia. La cuarta es la cara de la sabiduría.
Y la quinta es la cara de la maestra. Estas caras se hallan dentro de la cuarta. Verá, usted es el
quinto escudo. El norte es donde usted experimenta la sabiduría. Será el escudo más fácil para
usted, pues ya se encuentra próxima a ese poder. Su tótem es el búfalo hembra. El norte,
entonces, es su árbol cen-trador.
»No todos los guerreros y guerreras tienen que trabajar con cinco escudos. Para algunos no
existe ningún escudo y ningún descubrimiento. No hay iniciación para ellos. No hay ninguna
danza, ninguna canción.
Ruby dejó de hablar y movió la cabeza. Había cogido los paquetes de cigarrillos y estaba
restregándolos sobre la mesa lentamente. Me pregunté si había alguna significación en su ac-
cionar. En ese momento siguió hablando:
-Mire a los matrimonios. El matrimonio es un fetiche poderoso. A veces puede resultar
confuso. Un hombre puede decir: Mi mujer es una estrella. Yo soy el piloto. Yo produzco para
ella.
»Una mujer puede destruir a un hombre por medio de su cuerpo, su lenguaje y sus
pensamientos. Pero al destruirlo a él, se destruye a sí misma. Se abandona a la inteligencia del
hombre. La mujer dice: Mi identidad está vinculada a la de él, mi marido. Pero su sueño
debería tener su propia identidad. Hay muchas lecciones en el vínculo. Pero ¿qué derecho
tenemos para mantenerlo?
»Algún día, todos los escudos chamánicos se irán. Los escudos chámanicos están enlazados
para formar una cuadrícula sobre la madre tierra con el fin de ayudar durante la purificación.
»Cada persona tiene su propio amuleto. Honre a toda persona y dé la bienvenida al escudo
amuleto que hay dentro de ella.
»En nuestro mundo, formamos una mano: cinco mujeres chamanes o cinco hombres
chamanes. Con la mano usted tiene los números, la vida, la unidad, la igualdad, la eternidad, la
maestra. Se suman a la perfección. En los consejos de mujeres cambiamos las posiciones, de
modo que cada persona experimente las demás posiciones y pueda convertirse en una persona
total; en el cambio hay crecimiento.
«Usted aún está aprendiendo el camino. En un día muy cercano comprenderá el significado de
la hermandad de los escudos. Yo no puedo explicárselo de mejor manera. Simplemente debe
darse cuenta de que en su andadura terrenal, cada escudo pertenece a un escudo único de mayor
tamaño. Tiene que convertirse en dueña de los escudos y, cuando lo haya conseguido, descubrirá
el destino de la guerrera.
Alrededor de Ruby el humo estaba suspendido en el aire. La india fumaba un cigarrillo tras
otro mientras hablaba. Ag-nes se mantuvo observando todo el rato, aparentemente a punto de
decir algo; pero no la interrumpió. Ruby había hablado, escogiendo sus palabras con mucho
cuidado a fin de que yo pudiese entender su inglés con marcado acento indio. Nunca la había
oído hablar tanto, ni con tanta profundidad. Me asombraba comprobar lo bien que me conocía,
ciertamente en algunos aspectos mejor que yo misma. Extendí una mano y volví a poner en su
regazo los cigarrillos que ella había rechazado al comienzo de la charla. Ruby los cogió y esta
vez se los llevó al corazón, colocándolos luego sobre la mesa.
-¡Vaya, me los gané! -exclamó.
Durante un segundo me miró sonriente. Todo fue demasiado breve. Se sentó erguida y
orgullosamente. Luego dijo:
-Lynn, la ayudaré en su viaje hacia el escudo-equilibrio. La asistiré principalmente a través
de Agnes, porque usted es su aprendiza. El espíritu de Agnes es distinto al mío. Usted necesita a
alguien que sea mucho más tolerante y amable que yo. Naturalmente, yo le sirvo para un
objetivo diferente. Yo merodeo para alimentar su miedo.
-¿Qué quiere decir? No me gustan sus palabras.
Ruby se hallaba sentada parcialmente a oscuras en medio de las crecientes sombras de la
noche que inundaban la cabaña. Yo me mantenía alerta. De repente sus ojos brillaron como los
ojos azules de un perro esquimal siberiano. Comenzaba a sentirme incómoda; su mirada me
producía una sensación de calor alrededor del ombligo.
-Usted ve en mí todas sus propias dudas -dijo Ruby-. Ve su rabia. Ve muchas cosas que no le
gustan, incluso su propia ceguera. No le gusta mucho estar a mi alrededor, porque me teme.
Llegará un momento en que se aceptará a usted misma en su totalidad y me resultará
indiferente. Dejaré de ser una amenaza para usted. Usted también llegará a resultarle indiferente
a Agnes. En este momento no es capaz de eso. Aún no es consciente. Pero eche una mirada al
adversario: el payaso sagrado que somete a prueba todas sus creencias. Cuando se haya liberado
de sus miedos para dejarlos revolotear espontáneamente, recordará que el antiguo camino de la
fuerza es femenino, es el camino del útero. Es receptivo. Usted puede sostener los escudos y llegar
a tener confianza en sí misma. Cuando llegue a resultarme indiferente, su miedo desaparecerá.
Ése será un gran momento chamánico para usted. Entonces habría sitio para los demás. Por
consiguiente, ahora Agnes y yo hablaremos sobre su sendero del escudo. Vaya afuera y corte
algo de leña.
El destello de vieja loca volvió a brillar en los ojos de Ruby. La primera vez que la vi, Ruby se
encontraba de pie sobre el porche de su cabaña blandiendo un cuchillo de carnicero. Pensé que
iba a cortarme en pedacitos. Desde ese encuentro, nunca he sabido qué decirle.
Salí de la cabaña siguiendo las instrucciones de Ruby. En el exterior, tropecé con un tronco
que había sido dejado caer sobre los escalones. Agnes y Ruby rieron, y Agnes se levantó y cerró la
puerta. Estaba oscureciendo. Por encima de mí se tendía un manto de estrellas que iluminaba el
cielo. Una luna nueva, dorada, se suspendía sobre las copas de los pinos. El viento había cesado.
Yo había mantenido una importante conversación con mis maestras, y me sentía alborozada.
Ruby tenía razón. Ella reflejaba todos mis miedos, y yo odiaba verlos frente a mí.
Encendí el farol, que comenzó a chisporrotear cuando la llama se afianzó. Cogí el hacha y
empecé a cortar un par de troncos pequeños. Un buho ululaba en el árbol que estaba di-
rectamente encima de mí. Dejé de cortar leña y apoyé el hacha contra la pila de madera. El buho
volvió a ulular. Retrocedí unos pocos pasos alejándome del árbol y me quedé mirando fijamente
sus ramas. Pude ver al buho posado sobre una rama mirándome con ojos vidriosos, ojos parecidos
a los de Ruby.
Pensé en los numerosos nativos americanos que temen y desconfían del buho. Agnes dijo que
era un presagio de cambio ver a un buho de cerca, y para mí el cambio siempre había sido
bienvenido. Estaba contenta de confiar en el buho y considerarlo mi amigo. Me llevé una mano a
un bolsillo de los téjanos y encontré un poco del tabaco de mi ofrenda. Esparcí un poco de
tabaco debajo del árbol.
-Esto es para ti -dije al buho.
A continuación, volví a ponerme a trabajar, a pesar de que mis músculos se quejaban por el
ejercicio al que no estaban acostumbrados. Por lo menos transcurrió una hora hasta el
momento en que la puerta de la cabaña se abrió, arrojando hacia afuera un rayo de luz. Ruby y
Agnes se asomaron a la puerta, con los brazos de una en torno al cuerpo de la otra. En ese
preciso instante, el buho gritó encima de mí una vez más.
Durante un rato, las dos mujeres permanecieron paradas en el porche charlando en cree. Al
principio Agnes se reía a carcajadas y luego Ruby hizo lo mismo. Yo continuaba cortando leña.
Ellas me observaron un momento y seguidamente Ruby dio un codazo a Agnes.
Ruby caminó en dirección a mí y se detuvo, rotando la cabeza hacia la derecha y hacia la
izquierda como si pretendiese verificar que no había nadie por los alrededores. Luego se inclinó
hacia mí y susurró en un tono siniestro:
-Lynn, realmente usted no tiene muchas posibilidades aquí afuera.
-¿Qué quiere decir?
Se apartó con tanta rapidez sumiéndose en la oscuridad, que me pregunté si no había
desaparecido. La llamé.
-Ruby, ¿no quiere que la lleve en coche a su casa? Pero ella se había ido. Una vieja ciega que
recorrería una distancia de catorce kilómetros para regresar a su cabaña.
-¿Siempre se niega a ir en coche? -pregunté a Agnes. Agnes se rió entre dientes.
-Sólo cuando está en un aprieto. Regresamos al interior de la cabaña.
Agnes parecía regocijada. Se puso a buscar algo en los cajones de un baúl. No parecía
prestarme atención.
-No se preocupe —dijo-. Tenemos mucho trabajo por hacer. Mañana comenzaremos a construir
su primer escudo. Puso algunos fardos de cuero y otras cosas sobre la mesa; un punzón, tijeras,
cuchillos, un trozo largo de tira de cuero trenzada. Por último, sacó de debajo de la cama un árbol
joven, largo y curvado. Agnes había calzado los dos extremos del árbol joven en un trozo corto
de tubería de desagüe, de modo que en vez de estar erguido, formaba un círculo. Yo la observé
juntar los dos extremos hasta obtener un círculo de unos noventa centímetros de diámetro.
Agnes realizó todo esto hábilmente después de hacer unos pocos cortes con el cuchillo; y
luego, utilizando la tirilla de cuero, procedió a atarlo. Ahora era un arco perfecto, que levantó
para que yo lo inspeccionase. Agnes me miró con seriedad.
—La próxima vez debe hacerlo usted. Pruebe y recuerde cómo lo hice yo.
-Lo haré —acepté, impresionada por su destreza.
De inmediato nos fuimos a la cama. Me tendí silenciosamente en la oscuridad, tratando de
comprender el significado de mi nuevo sendero del escudo. Estaba excitada, pero al cabo de un
rato me quedé dormida.

Al día siguiente preparé los cueros y los extendí sobre el círculo formado con el árbol
joven. La tarea requirió un esfuerzo de concentración tan intenso, que antes de que me diese
cuenta ya era la hora de cenar. Agnes permaneció dentro de la cabaña cosiendo mientras yo
trabajaba en el porche. Con gran voracidad, comí galletas y estofado hecho con carne de
animal de caza.
Después de la cena, Agnes empujó el respaldo de su silla contra la pared y permanecimos un
rato sentadas sin hablar. El modo en que Agnes me miraba me hacía sentir incómoda. Sus ojos
exploraban mi rostro.
-Antes de que construya su primer escudo, hay algunas cosas que necesita saber. En primer
lugar, sólo las mujeres pueden construir sus propios escudos. Un hombre nunca puede hacerlo.
Sería desastroso. Un hombre puede construir el escudo de otro hombre, pero nunca su propio
escudo. Según la antigua costumbre, un guerrero tendría una visión o un signo para saber quién
era la persona que le construiría el escudo; pero un escudo nunca podía construirse sin la ayuda
de una mujer. Las mujeres eran las dueñas del escudo. Como dije, los escudos podían ser de
carácter femenino o masculino. Los escudos equilibrados eran mitad femeninos y mitad
masculinos. La tarea se realizaba con energía. Las cosas utilizadas para la construcción del
escudo eran ellas mismas masculinas o femeninas.
-¿Puede darme un ejemplo?
-Claro. Por ejemplo, con los colores. El azul y el verde son masculinos, y el naranja y el rosa
son femeninos. Ciertas pieles de animales son masculinas, en tanto que otras son femeninas.
Finalmente, estas energías son despertadas.
-¿Cómo se realiza eso?
-El escudo se despierta rezando a la galaxia, la Vía Láctea. Se reza al espacio infinito. Se reza
al sol. Se reza a los siete planetas: la Tierra. Júpiter. Marte. Neptuno. Mercurio. La Luna. Venus.
Cuando se reza, la galaxia aparece en el escudo. Y uno pide el amuleto que quiere. Protégeme de
los disparos. Protégeme de la enfermedad. Se puede pedir al planeta Mercurio que nos proteja
del mal. Se pide rapidez de mente y cuerpo. Se pide al Sol y a Júpiter protección contra la locura
de la masificación. Un escudo femenino tiene las cualidades de tiempo y espacio. Un escudo
femenino confiere valor al guerrero.
»Ahora estoy hablando en su idioma. En mi propio idioma, las palabras son mejores. A Marte
se pide fuerza. A la Madre Tierra se le piden carisma y poderes curativos. Se reza a la Luna en
busca de imaginación e intuición. Otro modo de decir esto es "Los Siete Espíritus Guardianes
del Gran Sueño". Se reza al Amuleto Bienamado, a las cosas animales. ¿No reaparecemos
gracias a los animales? Se reza a la Mujer del Búfalo Blanco pidiendo poderes curativos. Ella es la
guardiana del mundo vegetal. ¿No reaparecemos gracias a las plantas?
«Algunos escudos son purificados debajo de las piedras para darles poder. Otros son
enterrados durante un período de tiempo debajo de árboles o debajo de la Madre Tierra.
»Las personas chamán ven las diferentes clases de amuletos en los escudos. Usted ve el color
y el poder reales de un escudo. No puede comerse este poder. No puede robarlo, a menos que
sepa cómo. No puede quemarlo. La energía continuará existiendo.
»Hay muchos modos de construir escudos. A mí me gusta hacerlos con madera de sauce. Se
construye un aro con madera de sauce, luego se corta el cuero sin curtir en forma de círculo. Se
extiende el círculo de cuero sobre la estructura de madera de sauce. Para el suyo puede usar
piel de ciervo. A veces verá un caparazón de tortuga con pirámides talladas en su superficie y
una sarta de cuentas de bronce formando un círculo sobre la concha. O bien puede trenzar crin
de caballo sobre el borde del escudo con cuatro plumas blancas. Un hueso de caballo grabado
con cualquier clase de serpiente es bonito. O soles pintados entre los huesos de caballo.
-¿Las diversas partes del escudo tienen un nombre específico? -pregunté.
-Sí, la parte inferior del escudo recibe el nombre de escudo de la bendición, el cuerpo
principal. La parte superior del escudo toma el nombre del dueño, o del grabado o imagen que
aparece en la parte superior. El escudo en su conjunto es conocido como protección. Existen
nombres para los diferentes diseños. A menudo pueden verse pirámides masculinas y femeninas
en el diseño de un escudo. Como he dicho, los colores tienen significado. El blanco, por ejemplo,
puede ser masculino o femenino según el modo en que usted combine el color. El blanco y el
rojo mezclados es algo más femenino. El este, en la vieja usanza, era rojo; pero ahora el rojo está en
el sur. El dorado es para las criaturas del sol. El dorado es el este.
-¿Puede hablarme de mi primer escudo?
-Lo más importante a recordar es que todo lo que está sobre un escudo se halla allí por
alguna razón. Tiene poder y significado especiales para el portador del escudo. Un símbolo es la
representación de una idea. La idea procede de los sueños o visiones. El escudo es el corazón de
una guerrera. El corazón es la fuerza que enlaza todas las cosas de este mundo. -Agnes extendió
un brazo y con suavidad me tocó el dorso de la mano-. Venga, vamos a dormir un rato.
Cuando me desperté, Agnes se ocupaba de triturar hierbas secas entre dos piedras planas
hasta convertirlas en polvo fino.
Me lavé, me peiné y me vestí. Cuando estuve lista, me senté y me puse a observarla. Agnes
vertió el montón de polvo en una jarra de agua y la agitó.
-¿Qué está haciendo? -pregunté.
-Para usted -respondió-. Se aprende observando a los roedores. Yo la llamo agua de ardilla
listada. Entregándome la jarra, dijo:
-Bébala.
Desenrosqué la tapa y olí el contenido.
-Esto no huele bien, Agnes.
-Es para darle fuerza, para reconstruirla. Es el camino ve-que necesita. Beba -insistió.
-De acuerdo, mamá, comeré mi ración de espinacas. Bebí la mezcolanza. Tenía un sabor
ligeramente amargo, pero al instante supe que a mi cuerpo le apetecía.
-Necesita pasar más tiempo a la intemperie y poseer más del poder luminoso del Abuelo Sol.
Necesita músculos fuertes. Deje que sus pisadas caigan suavemente sobre la tierra. Reconozca al
poder como a una hermana verdadera. Escuche atentamente a su voz interior. Tenemos mucho
por hacer y muy poco tiempo para realizarlo. Necesitamos al sol.
Agnes se detuvo. Se dedicó a explorar los alrededores de la cabaña, reuniendo varias cosas.
-Traiga el aro -me indicó, señalándolo-. Venga conmigo. Yo la seguí hacia el exterior. Agnes
llevaba algunos bastones y un fardo de cuero. No nos alejamos mucho. Al lleg a r a un punto
determinado, me hizo señas para que me sentase en el suelo.
Ponga el aro aquí, entre nosotras.
En ese momento nos hallábamos sentadas, una frente a la o da, en la cima de una pequeña
colina. Los pajarillos gorjeaban v yo me sentía rodeada de vida. Al cabo de un rato, Agnes habló.
-Lynn, hace mucho tiempo asistí a una reunión importante de la Sociedad de la Tienda Roja.
Sólo se permitía la concurrencia de mujeres. Para llegar hasta allí viajé durante varias semanas, en
compañía de otras mujeres. Las tiendas se levantaban en un bello lugar, en lo alto de las
montañas. Llegamos en un día apacible a finales de la primavera, cuando las abejas y las
mariposas volaban por todas partes. Fuera de las tiendas se alzaban los cuatro grandes escudos
de la Tienda Roja, y experimenté un gran gozo al verlos allí emplazados, preparados para las
renovaciones.
»En las Tiendas Rojas se desarrollaban muchas conversaciones ininterrumpidas, íbamos
pasando el bastón de la palabra entre las mujeres que nos encontrábamos allí. Muchos corazones
se abrieron al Gran Espíritu. Todas las Tiendas Rojas tenían poder. Todas nosotras aprendimos
unas de las otras e intercambiamos amuletos. En una reunión advertí que había un escudo que
colgaba dentro de la tienda adornado con lar gos cabellos rubios: era un cuero cabelludo humano.
Comprendí que se trataba de un escudo con un gran poder, pero por mi vida que no pude
descifrar el significado oculto. No sabía cómo hacer para saberlo. Ese escudo con largos
cabellos rubios era muy masculino, y sin embargo estaba confeccionado de tal modo, que lo
masculino no hacía más que aumentar la femineidad cabal que se desprendía de él. Sacudí la
cabeza intrigada.
«Pregunté a mi hermana qué pensaba ella que podría ser el significado apropiado del escudo.
Ella también sacudió la cabeza como expresión de asombro. Después de concluida la
reunión, fui a ver a la jefa más anciana.
»-Abuela, ¿cuál es el amuleto de este escudo misterioso? -le pregunté.
»La Abuela me miró con amabilidad.
»—Ese escudo recibe el nombre de Destructor-de-los-Niños. Es un buen escudo, un escudo
con mucha dignidad y significado. Cada vez que un hombre mata al niño que hay dentro de sí
mismo, y odia su condición de mortal y comienza a tratar a los niños inocentes en forma nociva,
es un chamán muy malo. La primera ley, hija mía, es que todos los poderes proceden de la
mujer. La segunda ley es no hacer nunca algo que perjudique a los niños. ¿No son los niños el
centro del primer escudo? Siempre hay que proteger a los niños. La advertencia de este escudo
es que se arrancarán muchos cueros cabelludos a las personas que han perjudicado a los
niños.
»-¿De dónde procede ese cuero cabelludo, abuela? -pregunté.
»La vieja habló con tristeza:
»-Como sabes, hija mía, hasta no hace mucho tiempo era responsabilidad de una guerrera
desafiar, combatir y destruir honorablemente a quien perjudicase a los niños. Esa larga cabellera
rubia es el cuero cabelludo de un soldado blanco que se ocultaba en los matorrales, hacia el
sur, y disparaba matando a los niños que encontraba a su paso. El soldado disfrutaba al hacerlo.
La Mujer del Escudo, que ya había matado a otros dos cazadores, arrojó una hachuela al pecho
del soldado. Luego le quitó el cuero cabelludo, cuando el hombre aún la contemplaba con los
ojos muy abiertos. Creo que estaba sorprendido por el hecho de ser eliminado por una mujer.
«Después de hablar con la abuela, partí y me dirigí a mi casa. Pensé en ese escudo durante
mucho tiempo. Hoy en día el mundo ha cambiado, pero los principios de esta ley extraordinaria
deberían ser honrados por todos. Cuando usted perciba a una persona, formúlese la pregunta:
¿Esta persona respeta al niño que hay dentro de ella?, pues si lo hace, entonces respeta a todos los
niños del mundo.
-Agnes, es una historia increíble, que recordaré siempre. En el mundo actual se hace tanto
daño a los niños. ¿Qué es lo que convierte a un hombre o a una mujer en alguien que maltrata a
un niño?
-El hombre tiene un útero, como la mujer. Muchas mujeres no son hermanas y no han
desarrollado sus úteros, y muchos hombres no han desarrollado sus úteros. Cuando el útero de
una persona no está vivo, no existe comprensión de su fruto. Estas personas interfieren con la
autorrealización de un niño. Perpetúan el sueño infinito.
Hice un gesto de asentimiento con la cabeza y los ojos claros y penetrantes de Agnes se
centraron en mí.
-Lynn, usted se halla en el origen. Yo, como su maestra y consejera, también estoy en el
origen. Toda vida, y en particular la vida de una mujer chamán, está en el origen. Un día llegará a
comprender esto. Su camino nace aquí -dijo Agnes, llevándose un puño al corazón-. Aquí está la
luz que sale de la oscuridad. Aquí moran los secretos que son como buenos alimentos que la
nutrirán. Aquí es donde nacen las palabras, las palabras capaces de revelarle la gran mentira y la
gran verdad.
Agnes cogió el aro de sauce y lo levantó sosteniéndolo delante de mí.
-Este aro se convertirá en su primer escudo. Será un escudo muy bueno y resultará una
herramienta útil cuando lo haya terminado. Este escudo comienza en el origen que se halla en el
sur, en el agua. Mire y trate de ver las mentiras que están más adelante, pues hay olores y cosas que
crecen y están emitiendo señales. Hay cerezos silvestres con ojos como zafiros. En la antigua
usanza, esto se llamaba Escudo de la Mujer del Río Fangoso, el escudo de la sangre de la mujer.
-¿Es también un escudo del niño? —pregunté.
-Sí, hemos dicho que es el escudo Destructor de los Niños. Es el escudo de los silenciosos. Es
un escudo del camino del espíritu.
-Mi primer escudo tendrá muchos significados -dije.
-Muchos -enfatizó Agnes. Volvió a dejar el aro en el suelo y me señaló el borde inferior más
cercano—. El altar sagrado estará allí, en el sur de su escudo. Aquí están las enseñanzas de las
grandes esferas. La vegetación crece allí también, las plantas sagradas de la maestra. El tabaco
fue la primera.
Agnes desplazó su mano hacia la izquierda y señaló con su dedo índice. Me di cuenta de que
estaba refiriéndose al lado izquierdo del aro.
-Esta parte de su escudo enseña cosas de su cuerpo y de su corazón. Es el conocimiento de
los remedios y venenos de las plantas. La pipa chamánica está aquí y la calabaza curativa. El
equilibrio vegetal está aquí y en la pintura del escudo.
-Aquí arriba, sobre su escudo -continuó Agnes, señalando la zona del aro más cercana a ella,
la parte que reconocí como el norte-, es el arte de viajar y oír a la distancia. Está bailando las
siete aguas. Está trabajando con cristales y aprendiendo de los cristales de la gran rueda. En el
centro está el árbol chamán, la mujer chamán que usted llegará a ser un día.
Agnes y yo hablamos al fin sobre los diversos significados de las direcciones del escudo del sur.
Entonces ella comenzó a instruirme en el arte real de la construcción de un escudo. Este aspecto
de la construcción de escudos, si bien era importante, en realidad parecía secundario en relación
con las enseñanzas que Agnes trataba de impartirme.
-Es vital -dijo Agnes-, que preste atención al más mínimo detalle en el modo exacto que yo
le digo. Lo que estamos buscando es la alineación adecuada del yo. Si usted puede lograrlo, todas
las demás formas rituales vendrán a continuación.
Durante los dos días siguientes preparé un cuero de ciervo, como me indicó Agnes. Restringí
mi actividad a una zona llana y cubierta de hierba, no muy lejos de la cabaña. Agnes aparecía una
y otra vez para darme instrucciones y observar el proceso. Cuando estaba a punto de terminar la
tarea, la vieja chamán llegó y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, deslizando su mano
sobre el cuero.
-Sí. Usted debe llegar a ser tan suave como lo es este cuero de ciervo. Este cuero no es el
cuero de un escudo de guerra. Este es el cuero de su escudo del sur y requiere suavidad.
-¿Cómo llegaré a ser tan suave como este cuero? -pregunté.
-Nuestros cuerpos tienen escudos naturales, pero eso es un problema. Perdemos nuestra fluidez.
Si usted es fluida y se cae dentro de un agujero, no se hará daño. Si es rígida, se romperá el
cuello. Quiero que usted se despoje de los escudos de su cuerpo y los sostenga delante de su
cuerpo. Quiero que sea fluida. La fluidez es un gran poder de la guerrera. Su primer escudo es
una etapa feliz, una celebración. La fluidez le permitirá avanzar del modo que es más natural. La
fluidez le permite ser usted misma.
Esa tarde, momentos después, yo estaba estirando y ajustando el cuero en torno al aro de
sauce. Agnes salió una vez más y se sentó frente a mí. Sonreía de tanto en tanto ante mis
intentos desmañados de ajustar el cuero al aro. Me brindó muy poco aliento.
Cuando estaba a punto de terminar, pregunté:
-¿Cree que éste es un trabajo aceptable? Agnes lo miró con una expresión de duda.
-El cuero debe estar más tenso -comentó. Le brillaban los ojos-. Tengo algo para usted en la
cabaña.
Observé a Agnes mientras se dirigía hacia su casa, desapareciendo a través de la puerta. En
unos pocos instantes estuvo de regreso. Yo sentí cierta quietud en el aire. La vieja sostenía varias
plumas.
-Aquí hay algunas plumas de águila para que las ponga sobre este escudo -dijo,
entregándome tres plumas.
-¡Plumas de águila! Gracias, Agnes.
Yo sabía que las plumas de águila eran muy significativas en su mundo, y cada vez que obtuve
una fue en alguna ocasión importante. Examiné las plumas y me sentí ofendida.
-¡Agnes, éstas no son plumas de águila!
-Sí, lo son.
-No, Agnes. Reconozco a las plumas de águila sólo con verlas y éstas no son plumas de águila.
-¿Qué clase de plumas son? Estaba desconcertada.
-Creo que son plumas de pavo.
-Veo que no siente ningún respeto por las plumas de pavo.
-Bueno, no son plumas de águila.
-Yo dije que eran plumas de águila -insistió Agnes.
-Agnes, perdóneme, pero las plumas de pavo no pueden ser plumas de águila.
-Pueden serlo y lo son.
-Agnes, usted tiene un gran poder y a veces puede hacerme creer que lo blanco es negro, pero no
puede cambiar la realidad. Sé que éstas son plumas de pavo.
-Usted no sabe nada.
Estaba comenzando a sentirme molesta. Agnes tenía un carácter muy orgulloso, pero yo no
podía imaginar por qué estaba tratando de colarme plumas de ganso. Eso era demasiado; pero
luego al agravar las cosas insistiendo en que eran plumas de águila me pareció que estaba
aprovechándose de mí. Me puse arrogante, cogí el escudo y comencé a ocuparme del cor-
doncillo en el lado interno.
Agnes se rió de mí. Levanté la vista y adopté una postura de indignación legítima. Estaba
comenzando a sentirme muy herida. Agnes volvió a reír y me miró como si yo fuese la persona
más ridícula que vio en su vida. Permanecí sentada sin moverme, pero el carácter travieso de su
mirada me amilanaba.
-No es de extrañar que nunca hayamos podido entendernos -dijo Agnes.
-¿Quiénes? -pregunté.
-Mi gente y su gente.
-¿Por qué dice eso?
-Estuvieron todo el tiempo acumulando resentimiento y creció mucho odio entre nosotros.
Era inevitable, porque mi gente tiene mucho orgullo y carácter. Los suyos estaban muertos de
miedo y querían disparar a los que se reían de ellos. Sin embargo, ustedes los blancos siguen
resultándome muy divertidos. Tengo que reírme de usted.
-¿Qué es lo divertido, Agnes?
-Usted nunca se libera. Toda palabra para usted es una integridad o, por el contrario, está
lejos de serlo. Le gusta forzar el significado de algo para ajustarlo a su propia estupidez.
-¿Está hablando de las plumas de pavo?
-Sí. Verá, el pavo es conocido como «águila del sur». Usted está construyendo un escudo del
sur, por consiguiente, ¿qué mejor poder para colocar en él? Nosotros llamamos al pavo
«águila del búfalo» o «águila de la revelación». Tenemos idiomas muy disímiles. No es de extrañar
que mi gente y la suya estuviesen siempre cogiéndose del cuello. Pero ello le vendría bien para
dejar de ser tan susceptible.
-¿Es el pavo el águila del búfalo, del mismo modo que el búho es llamado el águila
nocturna?
-Sí. Cuando confeccione su escudo del águila nocturna, su escudo heyoka, colocará sobre él
plumas de impostor. El águila nocturna se viste con plumas de impostor. Nos hemos engañado
nosotros mismos cuando caminamos por este mundo de un modo tan extraño que creemos que
una pluma de pavo no puede ser una pluma de águila. Todo está en el significado, no en el nombre.
Lo mejor que puede hacer ahora es aprender sobre la impostura y cómo deshacerse de ella. Está
completamente equivocada. El noble pavo se ha entregado para que usted pueda tener estas
simples plumas. Las plumas de pavo tienen poder chamánico, poderes para enseñarnos y
poderes para curarnos. Si alguna vez hubiese cazado un pavo silvestre, sabría lo estupendamente
versados que son y qué gran honor es llevar las plumas de ese ave sobre su escudo.
»El halieto es el águila del oeste, llamada también águila pescadora o águila del sueño, a
quien nosotros, los indios, llamamos halieto amado. El águila del norte o águila del día es la que
usted llama águila. Para mí, todas son águilas, mientras para usted, que sabe tanto sobre
animales alados, el águila de la revelación es la carne adecuada para devorar durante las va-
caciones.
Sentí que mis mejillas enrojecían. Agnes se encogió de hombros, dio medio vuelta y se
marchó sin darme tiempo a disculparme.
Esa noche soñé con escudos pintados y oí música de tambores y flautas. Luego me vi a mí
misma de pie ante la luz teñida de rojo de una hoguera de campamento. Comenzaba a bailar al
ritmo del tambor. Estaba esperando que otra mujer se uniese a la danza, y sabía que pronto
muchas estarían bailando conmigo. Mientras bailaba, sentí un calambre muscular en la ingle y
en la región lumbar. Comprendí que el fuego se volvía más brillante y más caliente. Me
desperté y abrí la cremallera de mi saco de dormir.
-Maldita sea -dije—. Es ese período del mes.
Me levanté y saqué una caja de tampones de mi mochila. Agnes estaba sentada a la mesa
adornando con cuentas un pequeño bolso de cuero. Me observaba con curiosidad mientras yo
abría precipitadamente la caja.
-Mujer, espere un momento.
Levanté la cabeza bruscamente para mirarla con expresión de sorpresa. Me pregunté sobre
qué iba a ser esta nueva confrontación. Me sentía inexplicablemente estúpida.
-¿Qué va a hacer con su sangre?
-¿Qué?
-¿Qué va a hacer con su femineidad, su sangre?
-Voy a usar un tampón, como hago siempre.
-Oh, eso está bien, hija mía. Usted, que habla hasta por los codos sobre los símbolos y el
poder de la mujer. Use un tampón y arroje su sangre por algún retrete con toda la mierda. Su
sangre es un buen símbolo. Quizás podamos ponerla sobre su escudo. Debería aportarle
muchísimo poder. Sería una muestra de respeto por usted misma y sus hermanas. Aprecio el modo
en que ustedes, las mujeres civilizadas, tratan las ofrendas de su cuerpo.
-Y bien, Agnes, ¿qué se supone que debo hacer? No puedo ir caminando por ahí sangrando.
Sé que éste es mi momento de poder, de todas maneras, por cuatro días, pero ¿qué puedo
hacer?
Yo estaba atónita por su tono y su utilización de las palabras.
-Ésa es una buena idea. Le construiremos un escudo oculto para que vaya junio con la
sangre oculta. No queremos que nadie sepa que usted realmente sangra. Cuanto más apartado
esté de nuestra vista, más podemos olvidarnos de ello. Sus guerreros la preferirán de ese modo
mientras no lo sepan.
-Agnes.
Yo estaba sangrando y decidí permanecer allí. No sabía que hacer. Agnes me entregó un trapo
de cocina limpio y, arrojando un poco de pan y queso en una bolsa, me dijo que la siguiese y
me pusiese una blusa. Me vestí de prisa y usé el trapo de cocina. Nos encaminamos hacia el
sendero descendiendo hasta el Arroyo del Hombre Muerto. La mañana era diáfana y
tonificante. Sentí una leve brisa sobre mis mejillas. Cuando llegamos a la orilla del agua, Agnes
caminó más lentamente. Extendió un brazo hacia abajo y comenzó a palpar un trozo de musgo
tras otro. Finalmente, encontró una zona cubierta de musgo que pareció gustarle. Había álamos en
las cercanías y el musgo estaba parcialmente resguardado de la luz.
-En ese lugar.
Agnes señaló hacia el musgo con una amplia sonrisa, exhibiendo sus dientes blancos y
parejos.
-Ése es un musgo bonito -dije yo, preguntándome por qué permanecíamos allí examinando
las riberas musgosas del Arroyo del Hombre Muerto.
-Puede sentarse en ese lugar durante un rato mientras yo le hablo acerca de usted misma. El
musgo es suave y mullido, y no le hará daño. Es el lampón más antiguo. Siéntese allí y entregue
su sangre a la Madre Tierra con alegría, y conozca su período de poder. Su sangre es sagrada y
habla de su femineidad. Esté orgullosa de su período. No es el «flujo», como lo llaman ustedes,
las mujeres blancas.
Me quité las bragas, dejé el trapo de cocina junto a mí y me senté cautelosamente sobre el
musgo, cruzando las piernas. El contacto con el musgo frío resultó sedante y agradable. Me
producía un cosquilleo y no pude evitar reír tontamente. Agnes se sentó frente a mí sobre su
manta, disponiendo queso y pan para ambas.
Comí con voracidad. Agnes contemplaba el fluir del agua del arroyo. Comenzó a hablar
muy tranquilamente.
-Puesto que las mujeres estamos relacionadas con el agua, es bueno permanecer cerca de las
aguas en movimiento durante el período de la luna. Nosotras nacemos de las primeras palabras
de la primera madre. Somos del vacío y traemos con nosotras el vacío. Nuestra sangre es el
cuerpo de la primera madre. Es sagrada. Se dice que nació del agua y de la tierra, y ésa es la
razón por la cual la sangre regresará a la tierra y su espíritu a las aguas del sueño sagrado. Su
poder será respetado por todo el mundo, y todos los hombres la conocerán como el origen. Y
ahora que usted ha transformado su cuerpo en el período del útero, tenga cuidado de que su
semilla de sangre de nuestra primera madre sea bien recibida de un modo sagrado, porque es
de su cuerpo. Su carne ha sido quemada para poder darle vida a usted. Su humo llevará sabiduría
a su camino. El humo es un regalo del corazón de la primera madre. Bendiga su memoria,
pues ella vive dentro de usted. Cuando usted come, es ella quien come. Cuando usted fuma,
es ella quien lleva su mensaje hasta zonas remotas. Cuando usted sangra, es ella quien sangra.
Cuando entrega su cuerpo para ser dividido en amor, deja todas las partes de usted perdurar
en su nombre de modo que su amor pueda ser total en este gran mundo.
»Durante muchísimo tiempo el recuerdo de la que nos da la vida ha permanecido oculto.
Nosotros olvidamos que nuestra luna es nuestro período de celebración para la que vive
dentro de nosotras. Las mujeres que están en su período se han reservado porque es su
período de poder, su período para mirar hacia adentro y alimentar su fuerza interior. Las mujeres
no participan en ciertas ceremonias en este período, porque su poder es tan grande que altera
por completo el poder y los objetos de poder de cualquier hombre. Algunos hombres chamanes
usan armiño en los sudaderos para protegerse en ese período, pero ello no funciona. Se engañan
a sí mismos. En la antigua usanza había tiendas especiales para las mujeres en su luna, y la
mayoría de las mujeres del campamento sangraban casi al mismo tiempo. Eso se debe a que
nuestros cuerpos se adaptan a la armonía de sus hermanas. En aquellos tiempos dormíamos y
nos levantábamos con el sol. Nuestras horas de trabajo eran las mismas, y usted podría decir que
sangrábamos juntas a causa de la luz de la Abuela Sol; en aquellos tiempos era Abuela, no
Abuelo. Es tanto lo que se ha olvidado.
»¿Qué está soñando la gran madre tierra cuando se entrega lentamente a su sopor? Esta
noche oscura parece no tener fin y ella se despertará una mañana, se desperezará y sentirá asom-
bro y enojo al comprobar que los huesos de su cuerpo están siendo desintegrados célula por
célula. Y qué remedio habrá para esa noche oscura que hay dentro de cada uno de nosotros y
que no podemos conocer, pero que se romperá como una flecha cuando se quiebre su noble
espalda si nosotros no despertamos con ella. ¿Con qué quiere que carguemos su noble cuerpo
terrenal? ¿Cuando ella sangre y se purifique a sí misma recordará quiénes somos o qué
llegaremos a ser?
«Mientras usted está sentada aquí, sueña con la gran madre. Su regazo es su altar. Ponga su
esencia en sus plegarias, como ponemos nuestra sangre en la vida de ella, y pida equilibrio y
entendimiento en esta vida. Déle su sangre para que ella la oiga en sus sueños y nos recuerde
cuando se despierte.
Agnes se puso de pie.
-Voy a dejarla sola con ella.
La vieja chamán se inclinó doblando la cintura y colocó ambas manos sobre la tierra. Luego
sacó un tampón de la caja y me lo entregó. Yo la miré con expresión de sorpresa.
—No hay motivos para que no utilice las comodidades del mundo civilizado. Necesitamos ser
capaces de usar todas las cosas que nos ayuden a vivir con mayor comodidad. Pero mientras
comemos con el pensamiento de la gran revelación, debemos utilizar todo dispositivo con
conocimiento, de modo que ello se entregue a la plenitud de nuestras vidas y no nos despoje de
nuestra dignidad.
Después de decir esto, se volvió y ahuecó sus manos en dirección al viento. Reproduciendo el
sonido de un wapití silbador, se alejó del riachuelo y en una vuelta del camino desapareció de la
vista.
Encima de mi cabeza, el sol estaba comenzando a adueñarse del cielo. Me tendí sobre el
musgo dejando que los rayos del sol calentasen mi cuerpo. Los pájaros estivales jugaban en las
copas de los árboles. Contraje los dedos de mis pies desnudos a orillas del arroyo. Permanecí
allí tendida el resto de la tarde pensando en mí misma como mujer, y dándome cuenta de las
numerosas capas culturales que aún necesitaba quitarme. Siempre me asombró lo poco que
sabía de mí misma. Mientras estaba allí tendida de espaldas, sentí que se producía un
intercambio real de energía entre mi cuerpo y la tierra. Los insectos zumbaban sobre el fango
oscuro del río, la luz del sol filtrándose a través de las temblorosas hojas verdes incitaba la
fragancia de la femineidad y el crecimiento de vegetación nueva. Sentí una conexión muy
real, como si estuviésemos respirando el mismo aire, exactamente con el mismo ritmo.
Cuando emprendí el regreso a la cabaña, era una hora avanzada de la tarde. Trabajé en el
escudo hasta después del anochecer. Antes de irme a la cama, Agnes me dijo que el escudo
físico estaba terminado.
-Lo que perdura es el espíritu —sentenció.
Durante el desayuno, a la mañana siguiente, me sentía maravillosamente bien. Estaba
desacostumbrada a semejante sensación de bienestar físico y mental. Tal vez no fuese más que
una ilusión, pero de todos modos decidí disfrutarlo.
-Traiga su escudo -dijo Agnes, una vez que los platos estuvieron lavados—. Quiero llevarla a
cierto lugar. Dése prisa. No tenemos mucho tiempo.
Yo siempre estaba urgida por el tiempo, y a Agnes le encantaba imitarme cuando actuaba con
tanta prisa.
Cogí el escudo y seguí a Agnes hasta mi coche. Coloqué el escudo en el asiento trasero y me
coloqué detrás del volante.
-¿Hacia dónde? -pregunté.
La mano de Agnes apuntó hacia una dirección.
-Siga la carretera hacia allí y doble a la derecha.
Llevábamos poco más de una hora de camino cuando Agnes me indicó que me detuviese.
-Sígame -dijo-. Traiga su escudo.
Caminé detrás de ella por lo menos otra hora. Agnes me guió y juntas descendimos por
un sendero bordeado de chopos y salvia. El aire era lozano. Un viento frío soplaba desde el
sudeste. A lo lejos podía ver las cumbres grises de las montañas bajas. El sendero terminaba en
un río cuyas aguas corrían rápidamente Yo quería detenerme y descansar, pero Agnes
continuó avanzando. En un momento dimos una vuelta y nos encontramos ante una cascada.
La cascada caía desde una cama de roca alta encima de nosotras, y ahora estábamos en una
zona con forma de taza. En el lugar en que el agua golpeaba en el fondo de la rebalsa
flotaba una pesada niebla.
-Esto es muy bello —dije.
-Hay muchos ayudantes aquí -dijo Agnes, indicando las cascadas-. Me han dicho que usted verá
aquí a su escudo. ¿Puede encontrar el camino de regreso al coche?
-Agnes, no irá a dejarme aquí ¿verdad?
-Tendrá mucha compañía -dijo, señalando al agua que caía a plomo-. Ya he oído que le
hablaban.
-¿Me esperará en el coche?
-No. ¿Recuerda el camino de regreso a la cabaña?
-Creo que sí.
-Debería haber prestado más atención, Lynn. Ponga su escudo allí, cerca del borde del agua.
Agnes continuó explicándome que debería escuchar el consejo del agua, lo que el agua quería
compartir conmigo. Dijo que debería utilizar mis oídos. Me indicó que fijase la mirada en el
punto donde la cascada de agua caía en la rebalsa hasta que la visión se hiciese borrosa.
-Ésta es la región de las criaturas del agua, las conocedoras de todas las cosas nacidas del
agua. Es la puerta de acceso al mundo subterráneo donde moran los antepasados. Éste es el
lugar en que sus guardianas pueden llegar hasta usted.
Dijo que no debería esforzarme conscientemente por alcanzar ningún estado mental, sino
simplemente soñar; el borde del agua era un canal de gran movimiento y flujo, y sin tener en
cuenta lo que yo hiciese, las criaturas del agua querían compartirlo conmigo.
-Espero que esta noche encuentre el camino de regreso a casa -concluyó.
Asentí con la cabeza, dando a entender que había comprendido. Agnes me miró con severidad.
-¿Está segura de que no quiere que la lleve de regreso? -pregunté.
Pude comprobar que no tenía ninguna intención de esperarme.
-Vaya y ofrezca amistad a los secretos —dijo.
La observé mientras subía por el sendero y luego llevé mi escudo al lugar que ella me había
indicado. Decidí relajarme y me puse a cantar una canción religiosa. El sol relumbraba sobre la
superficie de la rebalsa, haciendo que mis ojos lagrimeasen. Miré por encima del escudo que se
hallaba delante de mí hacia el agua espumosa. No tenía idea de lo que me esperaba.
Canté en voz baja y estuve observando un largo rato. El sonido monótono y estridente del
agua parecía contener voces indistinguibles. Sentía una presión molesta en los oídos. Durante
unos pocos segundos, el sonido fue haciéndose más y más fuerte. En el momento preciso en que
pensé que no podría soportarlo más, el sonido recuperó su normalidad.
Pronto el tiempo comenzó a jugarme malas pasadas. Mis pensamientos, que normalmente
parecían marchar en una formación bien disciplinada, comenzaron a arremolinarse a la deriva, y
algunos empezaron a vagar sin saber hacia dónde se dirigían. Por alguna razón, esta vivencia no
me resultó atemorizante en absoluto. De hecho, sentí que era una situación mental bastante
graciosa. Ya no estaba al mando de mis tropas. Mi ejército estaba desorganizado. Tuve el súbito
discernimiento de que el mandatario de ese grupo abigarrado se hallaba localizado en algún
lugar de mi estómago. Lo sentía allí como una especie de miedo, y me di cuenta de que la clave
para controlar mi mente residía en ser crítica.
-Construir escudos es una estupidez -logré decir en voz alta.
Mis pensamientos no prestaron la más mínima atención y se alinearon en una formación
compacta, pero ciertamente yo había aguijoneado su interés. Todos parecían estar mirándome
con expectación. Entonces supe que si podía interrogarlos y censurarlos se precipitarían a
hacer exactamente lo que yo ordenase. No me mostraba renuente a actuar de ese modo, sólo que
no me pareció relevante.
Tuve otra gran revelación. La censura no era la única clave para mantener mis pensamientos
a la expectativa. El misterio cumpliría el mismo propósito.
-¿Por qué hacer escudos? -pregunté.
Fue entonces que mis pensamientos se convirtieron en algo parecido a detectives aficionados.
Pude verlos al acecho como Sherlock Holmes, examinando las pistas con una lupa. Cada uno de
estos pensamientos-detective me presentaría una respuesta.
Me di cuenta de que mi mente era algo así como un almacén de energía. Estaba dispuesta a
dispararse en cualquier dirección. La energía consumida por la mente es como una corriente
infinita de agua.
El agua que caía sobre el lado del farallón estaba iluminada por el sol y refulgía como un
collar de espejos. De repente me vi atraída por la infinita variedad de diseños luminosos que se
originaban en el interior de la cascada. Yo no veía ni oía del modo corriente: las imágenes y el
sonido parecían proceder de la misma fuente. Las relaciones y correspondencias eran confusas.
Mi mente estaba buscando fundirse con esa pulsación. Mi «yo» estaba tratando de liberarse y
unirse a esa armonía más elevada. Estaba atrapada en el instante y allí no había ningún camino de
salida. Ni yo quería que lo hubiese.
Me arrodillé sobre una lengua de tierra arenosa, con el escudo frente a mí, mientras el agua
procedente de la rebalsa formaba remolinos a mi alrededor. La cascada, de no más de treinta metros
de altura, caía dentro de una gruta oscura.
Comencé a mirar a los pedrejones cercanos a la cascada. De repente, entre las formas
variadas, apareció una gran mujer de piedra. Es probable que su cuerpo de pedernal gris fuese de
unos quince metros de altura por tres metros de ancho en la base. La mujer de piedra tenía una
larga cabellera y un rostro bastante extraño, y vestía una camisa blanca.
Dentro de su forma de piedra había muchas otras formas. Tenía la mirada clavada en un
punto del agua más allá de mi escudo. Cuando centré mis ojos en esa zona, el sonido del agua de
la cascada se volvió atronador, haciéndose más y más fuerte. El agua despedía destellos en el punto
en que la mujer de piedra tenía fijos los ojos. Tuve una visión de Agnes sosteniendo la cascada en
su mano. La visión ascendía más y más en forma de luz. En la otra mano, sostenía un escudo del
que colgaba una pluma moteada de águila.
Volví a mirar la cascada. El agua estaba hecha de luz y Agnes seguía sosteniéndola. El agua
brotaba de sus manos. Yo la seguí cuando se elevó zigzagueante. El cielo parecía dar vueltas, gi-
rando sobre mí en el sentido de las agujas del reloj. Comencé a sentirme muy mareada. Miré
nuevamente hacia la rebalsa y constaté que Agnes había desaparecido. El sonido del agua se
volvió aún más fuerte. Traté de encontrar nuevamente a la mujer en las piedras. Fuera de la
cascada aparecieron muchos pájaros como joyas con alas de arcoiris. Gorjeaban para mí. Eran
maravillosos. Era como si el mismo arcoiris hubiese cobrado vida y acompañase a las criaturas
majestuosas. Las aves poseían una belleza hipnótica. Entonces una vez más vi a la mujer de
piedra. Sus ojos volvían a estar clavados en un punto sobre el agua justo delante de mi escudo.
Cuando dirigí mi mirada hacia ese punto, el agua comenzó a formar remolinos. Parecía estar
vibrando, y me sentí cayendo hacia atrás. Adapté mi mirada y recuperé el equilibrio. El remolino
se volvió de mayor tamaño y comenzó a dar vueltas violentas. Yo no podía apartar la vista de él. Me
atrapaba, haciéndome girar, haciendo que todo girase. Yo sabía que la poderosa mujer de piedra
había enviado ese remolino. Bramaba y devoraba, llegando a resultar insoportable. Entonces,
del centro del remolino surgió un enorme escudo. Era perfectamente real y estaba delante de la
cascada. El dibujo sobre el escudo era una espiral misteriosa. Yo nunca había visto algo
semejante. La sucesión de imágenes era abrumadora. Había tanta luz, sonido y belleza
vertiéndose dentro de mí, que algo estalló en mi interior y perdí el conocimiento.
Cuando volví en mí, era de noche. No me asusté. Me hallaba tendida de lado sobre el suelo.
Me puse en pie con torpeza y me metí en el agua para alcanzar mi escudo, que estaba flotando
en la superficie de la rebalsa. La luz de la luna relumbraba sobre el agua y las piedras. Yo sabía
que ése era un lugar de grandes energías convergentes, y era obvio que Agnes me había llevado
allí con ese propósito. Sentí una especie de vértigo y supe que debía irme. Dije adiós a la cascada,
a la mujer de piedra y al lugar del poder, haciendo una ofrenda de tabaco. Llevando conmigo el
escudo mojado subí por el sendero hasta llegar a mi coche.
Cuando regresé a la cabaña de Agnes en mitad de la noche, me sentía radiante de energía y
excitación. Experimenté alivio al ver una luz en la cabaña, pues me moría de ganas de contar a
Agnes lo que me había sucedido. Irrumpí en la cabaña. Agnes se rió ante la expresión que vio
en mi rostro y se levantó para servirme un poco de té.
—Lynn, veo que vamos a permanecer levantadas el resto de la noche. Siéntese y cuénteme
antes de que reviente de curiosidad.
Yo me hallaba en un estado de ánimo exultante y las palabras salían a borbotones de mi
boca. Hablé durante un largo rato. Cuando terminé de contarle todo, habíamos bebido tres
tazas de té. Finalmente me quedé en silencio, esperando una explicación. Las maderas de la vieja
cabaña crujieron. El viento parecía estar trepando por las paredes.
-El poder chamánico es el poder de llevar armonía y equilibrio a su vida y a la vida de los
demás. Cuando usted comienza a equilibrarse de un modo chamánico, empieza a ver visiones
fugaces mágicas porque está diciéndole a las criaturas de la tierra que cree en la belleza. Como
narradora de cuentos debe comprender esto. Usted está convirtiéndose en una mujer hilandera.
Aprender el chamanismo es hilar o entretejer el concepto de vida en formas tangibles. Elevarse
más allá de la visión corriente y ver las fuerzas que nos dan vida. Esa es la razón por la cual yo
estoy enseñándole a entender las cosas con todo su ser, con todos sus sentidos. Con su vista,
oído, gusto y olfato, con todo lo que usted es como mujer. Lo que le sucedió hoy, le sucedió a
todo lo que es usted. Ésa es la razón por la cual el acontecimiento fue mágico y la embriagó.
Usted soñó más allá de la imaginación en el espacio reservado a los chamanes, a los videntes. Ese
mundo solitario donde la locura y el genio son familiares a una persona chamán. Usted está
destinada a caminar allí en los grandes misterios de esta dimensión. Nunca piense que descubrió
ese camino simplemente porque ha trabajado duro y durante mucho tiempo y a través de muchas
vidas. Usted está ahora y siempre en el viaje final, la mayor aventura, siguiendo su camino hasta el
origen por el buen camino rojo.
»Su símbolo en el día de hoy fue el remolino. Algunos lo llaman los troncos del remolino o el
remolino del cual nacen todas las cosas. Lo que usted vio fue la puerta de acceso a su inocencia,
un espiral, una apertura hacia el conocimiento de su femineidad. Los pájaros del arcoiris le
hablaron de los colores del arcoiris, uno para cada uno de los círculos, siempre ensanchándose,
del espiral y la pluma para el escudo procedente del Águila Moteada. La mujer de piedra de la
cascada la bendijo y le dio la bienvenida a su mundo de piedras del río. Ponga una piedra en su
escudo interno.

Apenas si dormí en toda esa noche. Muy temprano a la mañana siguiente, terminé de pintar el
escudo.
Luego de desayunar me marché en dirección a la cabaña de Ruby para que diese su
aprobación a mi escudo. Me hizo muy bien caminar. No había recorrido ese sendero durante
mucho tiempo. El viejo y conocido estanque donde una vez me encontré con mi hermana
libélula me pareció una visión remota, pero bienvenida. Era casi medianoche cuando llegué al
borde del estanque. Me senté sobre la piedra junto al agua y comí un poco de cecina,
depositando mi escudo en ella con cuidado, de modo que no se ensuciase.
Necesitaba con urgencia reflexionar sobre los últimos meses de mi vida. Todo, el escudo,
Ruby, la adquisición de tanto conocimiento nuevo, parecía milagroso. Manitoba con su cielo
siempre cambiante, su clima siempre tonificante, su gran paz, me acercaban cada vez más a
Agnes y sus enseñanzas. Me sentí nutrida por ella. ¿Era posible para mí continuar mi vida a este
ritmo? Tantas cosas resultaban nuevas. Algunos días lloraba dentro de mí debido a las muchas
muertes diminutas que parecía estar sufriendo. En otras etapas de mi vida yo pensaba que el
tiempo es simplemente una unidad de medida. La muerte no existe; sólo existe la metamorfosis.
Me puse a caminar a toda prisa y luego corrí durante un rato. El silencio era profundo.
Seguí corriendo un largo trecho. Me palpitaba el pecho y comencé a respirar con dificultad.
Siempre había pensado que la reserva tenía ojos en todas las piedras y matorrales. Descendí
hasta un sendero. Comencé a pensar que Perro Rojo estaba acechando en algún lugar cercano,
dispuesto a matarme. Tuve que apartar de mi mente su recuerdo, aspirando profundamente el
aire límpido. No me permitiría volver a pensar en él por un largo rato.
Más abajo vi la cabaña de Ruby. Había caminado y corrido prácticamente toda la mañana, y su
cabaña me pareció estar más lejos de lo que yo recordaba. Me detuve un momento, observando
el lugar y la gran soledad. De la chimenea ascendía un espiral de humo, pero no se movía nada
más. Todo era apacible. Permanecí allí un largo rato tratando de llegar a estar tan calma como el
día, intentando, con dificultad, centrarme en mí misma. Cuando me sentí bien, comencé a
descender el sendero.
A medida que me acercaba, oí sonidos destemplados procedentes del interior de la cabaña.
La puerta se abrió de repente y Ben apareció en el porche de Ruby. Tenía un pañuelo atado
alrededor de la cabeza y comenzó a barrer con una escoba provista de un mango largo. Luego
salió Drum con un trozo de papel. Se arrodilló junto a Ben y Ben barrió la basura hacia el papel.
A continuación apareció Ruby. Su comportamiento era muy amenazante.
-Hagan un buen trabajo, muchachos -dijo.
-Hola, Ruby -grité.
Aún cuando Agnes me había contado que Ben y Drum eran ahora aprendices de Ruby, fue todo
un impacto verlos allí. Siempre los había considerado mis enemigos.
Cuando hablé, Ben y Drum se mostraron sorprendidos. Ninguno de los dos me había visto.
Drum, que estaba arrodillado sosteniendo el papel, levantó bruscamente los brazos, despa-
rramando el polvo por todas partes. Parecía que Ben hubiese saltado sobre sus pies.
-Es ella —dijo Drum.
-¡Torpes imbéciles! -gritó Ruby, quitándole la escoba a Ben. Ruby comenzó a golpear a Drum con
el palo de la escoba y luego se volvió hacia Ben, gritándole en cree.
-No estamos asustados -se disculpó Drum-. Ella se presentó de golpe ante nosotros. Yo no le
tengo miedo.
Drum continuó hablando, ahora en cree.
Los ojos de Drum le traicionaban. Evidentemente, tanto él como Ben estaban aterrorizados
ante mi presencia. Eso me hacía sentir estupendamente.
Ruby arrojó la escoba sobre el piso del porche.
-Ahora, háganlo bien -dijo-. Y también quiero que limpien las ventanas. Ella no importa.
-Dirigiéndose hacia mí, hizo un movimiento con la cabeza—. Yo hablaré con Lynn.
-Sí, señora -dijeron los dos hombres. Ruby se volvió hacia mí.
-He aceptado a estos muchachos en calidad de aprendices, como estoy segura que ya le han
dicho. Si le causan algún problema, déles un buen puñetazo.
Ruby dio medio vuelta y volvió a entrar en la cabaña.
Me arriesgué y permanecí allí apoyada contra el porche. Ben y Drum ponían vehemencia en
su esfuerzo por limpiar la basura desparramada.
—Hola —dije.
Ambos estaban decididos a no mirarme y sólo dieron una respuesta apagada, sin dejar de
trabajar.
Observé un gran cambio en los anteriores aprendices de Perro Rojo. No sólo llevaban el
cabello peinado y recogido con trozos de cuero sin curtir, sino que sus ropas estaban limpias y
eran de buen gusto. Parecían personas totalmente diferentes. Incluso su postura se había
modificado sutilmente. Yo los recordaba como desgreñados, desaliñados y a veces encorvados.
Ahora se mantenían erguidos, con el pecho levantado y los hombres hacia atrás. Se veían muy
pulcros, limpios y sosegados.
Yo dije con tono sincero:
—Tienen un aspecto muy bueno ahora.
Esperé que volviesen a responder con monosílabos, pero recibí otra sorpresa. Ben y Drum
hicieron una pausa en la tarea que los mantenía ocupados. Fueron muy corteses.
—Usted también tiene muy buen aspecto, señora —dijo Drum.
—Sí, señora. Es un placer verla -añadió Ben.
No podía crear en sus buenos modales. Volví a recordar la primera vez que encontré a la
pareja. En aquel momento pensé que eran las dos personas más groseras que había visto en mi
vida. Me habían inspirado miedo y también la sensación de que no podía tomármelos en serio.
Los clasifiqué como oponentes y tuve la impresión de que eran el tipo de gente que debe ser
considerada perniciosa. Y en realidad me hicieron mucho daño.
En ese momento, Ruby asomó la nariz por la puerta como si quisiera oír lo que hablábamos.
Ben y Drum se apresuraron a reanudar su tarea y se pusieron a barrer con mayor rapidez.
—Lynn, ¿qué está esperando? Ya es hora de que entre y tome un poco de té. Y traiga su escudo.
Era la primera vez que Ruby me había invitado realmente a entrar a su cabaña sin ningún
motivo aparente. Era como si yo hubiese vencido alguna barrera invisible, y eso me encantaba.
La cabaña de Ruby era similar en su interior a la cabaña de Agnes, con una diferencia. El lugar
estaba patas para arriba. Todos los cajones de la cocina se hallaban abiertos. Una extra ña
colección de platos y jarras desparejos descansaban sobre el mostrador junto al fregadero. July
se encontraba sentada en el suelo rodeada por un amplio surtido de ollas y sartenes. Estaba
lavándolos cuidadosamente en una antigua tina. Había un fuerte olor a jabón de lejía.
Se veían dos camas, una de gran tamaño y otra que se parecía más a un catre. En ambas, los
colchones estaban enrollados. Una pila de sábanas y mantas descansaba sobre una silla de
madera.
-¡Lynn! —exclamó July, con gran sorpresa. Se levantó y me dio un caluroso abrazo, apresurándose a
retomar su trabajo.
-Podemos hablar en otro momento -dijo-. Ahora ... -hizo un gesto señalando los platos.
Pasé con cuidado por encima de las pilas de papeles, telas y artículos de cocina que estaban
desparramados por el suelo. Me senté ante una mesa de madera recién pintada y deposité
sobre ella mi escudo, con mucho respeto. Ruby se sentó frente a mí.
-¿Me trajo cigarrillos? -preguntó.
-No, Ruby. ¿Se suponía que debía hacerlo?
-Sí. La próxima vez que venga, tráigame un cartón.
-Lo haré con mucho gusto —dije.
Ruby se volvió hacia July y habló primero en cree y luego en inglés en consideración a mí.
-Haznos un poco de té.
July comenzó a buscar algunos utensilios para beber. Encontró un poco de té de hierbas que
puso a la luz del sol dentro de una jarra de vidrio que estaba en la ventana y sirvió dos tazas,
filtrándolo con un trozo de tela. Depositó las tazas sobre la mesa.
-Quiero quedarme a solas con Lynn —dijo Ruby bruscamente-. Ve afuera y ordena la pila de
madera. Di a Ben y Drum que no entren. Manténlos ocupados. Esos dos se pondrán a
holgazanear a la primera oportunidad que tengan.
July abandonó la cabaña sin decir una palabra ni levantar la mirada, cerrando suavemente la
puerta detrás de ella. Yo la oí cortar leña y luego distinguí el ruido que producía la madera al
esparcirse.
Como si Ruby leyese mis pensamientos, dijo:
-Mantengo un orden estricto aquí. Lo hago deliberadamente porque no tienen ningún jefe entre
ellos. Ni siquiera usted lo es.
Volvió su rostro quedando de perfil como si estuviese mirando hacia afuera a través de la
ventana. Algo en el modo en que lo hizo me enervó por completo. Era casi como si fuese a
abalanzarse sobre mí en cualquier momento desde el costado. Sorbí un poco de té de mi taza.
Estaba muy bueno, y supe que fácilmente podía llegar a aficionarme a él. Recorrí con la mirada
la cabaña inundada por la luz del sol. Ruby no decía nada y yo sentí como si estuviese
provocándome. Mantuve la boca cerrada. Cruzaba y descruzaba las piernas, mientras comenzaba
a impacientarme en mi silla. Ruby seguía sin decir nada. Yo me retorcía en mi silla, sintiéndome
cada vez más incómoda. Estaba absorta en la idea de que Ruby iba a ser la primera en hablar.
Pero cuanto más lo esperaba, ella se mantenía enhiesta y mirando por la ventana haciendo que
me sintiese una tonta. Tuve que contener la respiración. Ruby no dio indicios de haber reparado
en mi escudo.
Finalmente, extendió una mano muy lentamente y me cogió un brazo, levantándolo. Con la
misma lentitud, me lo apretó con firmeza.
-Estoy esperando que se tranquilice -dijo. Mi reacción fue la de sentirme aún más nerviosa. Ella
sacudió levemente la cabeza y continuó.
-¿Qué sabe ahora del sur?
-Agnes me dijo que es la posición de la confianza y la inocencia.
Ruby se apresuró a interrumpirme.
-Dije ¿qué sabe usted del sur?
Ella seguía mirando por la ventana. Yo hablé durante un largo rato, repitiendo casi todo lo
que había aprendido. Terminé diciendo:
-El sur es rojo.
Durante todo el tiempo que estuve hablando, Ruby mantuvo sus manos apoyadas sobre mi
escudo como si estuviese poniendo a prueba el poder del mismo.
-¿Sabe por qué es rojo?
-No.
-Entonces, si no sabe por qué es rojo, ¿de qué sirve que sepa que es rojo?
-Supongo que de nada -repuse.
-¿El rojo le recuerda algo?
-Bueno, sí, la sangre.
-Por consiguiente, si hubiese pensado en ello, sabría que el rojo del sur podría tener algo que
ver con la sangre.
-Sí.
-¿Y exactamente qué es lo que piensa que tiene que ver con la sangre?
-No lo sé.
-La sangre es física, ¿no es cierto? Nosotras las mujeres somos físicas, ¿no es verdad? ¿Y no
sangramos nosotras?
-Todos los meses -respondí.
-De eso quiero que tome conciencia —dijo Ruby-. Los indios dicen que la vagina de una
mujer está en el sur. Usted ha puesto su sangre en su escudo. Eso es bueno, pero todavía necesita
que le digan algunas cosas nuevamente. El sur tiene poder, y cuando usted sangra, usted está en su
luna, ¿correcto? Es un período de poder. El hombre también tiene un ciclo mensual. Ése es su
período de poder. Si es sensible y toma conciencia de ello, sabe cuándo es ese período. Él no
sangra, y por lo tanto su período de poder nunca es tan fuerte como el de una mujer. Pero para
el hombre es diferente. Cuando se apodera del poder, huye; una mujer entra en la tierra. Una
mujer que está en su luna tomará el poder de un hombre chamán con facilidad. Puede vencerlo.
Algunos hombres chamanes, cuando participan en una ceremonia con una mujer que está en
su luna, creen que pueden tomar más poder de ella, pero esto nunca funciona.
»Usted ha luchado con uñas y dientes y construyó su primer escudo. Su segundo escudo, su
escudo del oeste, también es importante. De momento, debe identificarse con el sur, con-
virtiéndolo en su aliado. Debe vivir a gusto en el sur interno y recordar el sentimiento del sur, sin
olvidar nunca el camino de regreso a él. En las ceremonias y cuando necesite el conocimiento
de esa dirección, tiene que recordar cómo llevarlo dentro de usted. Algunos hombres chamanes
tienen cuatro vientos para ayudarlos. Una mujer chamán puede tomar cuatro montañas. Eso
quiere decir que la chamán podría tomar cuatro maridos, un hombre del norte, uno del sur, uno
del este y uno del oeste. Si alguien necesita una ceremonia del oeste, ella utilizará a su hombre del
oeste, su energía del oeste para ayudarla en esa ceremonia. Para algunos esto funciona muy bien.
«Usted ha llegado a ser consciente de su sexo, su vagina. Eso hi llevará hacia el sur. El escudo
del sur es la madre o escudo maternal. Corno sabe, es la ley, para proteger a los niños, para
alimentarlos y acariciarlos. Ahora repita todo lo que he dicho a fin de que yo sepa que es lo que
entendió.
Yo repetí todo lo que recordé.
Ruby deslizó un dedo alrededor del borde de su taza. Me miró fijamente por un instante.
Había extrañeza en su voz cuando preguntó:
-¿Todavía está sangrando?
-Sí -dije.
-Bien, ahora es cuando usted atrae los poderes que necesita.
Entonces, Ruby se afirmó sobre mi escudo y dijo que lo conservaría durante unos pocos
días. En cierta medida expresó entre gruñidos su aprobación a mi escudo.
Hablamos durante casi otros diez minutos y en un momento dado yo dije:
-Sabe, Ruby, me estoy sintiendo tan increíblemente bien y equilibrada desde que hice este
escudo, que realmente pienso que no necesito ningún otro. Realmente me siento estupenda.
-¿De veras? -dijo Ruby, volviéndose lentamente desde la ventana.
Se paró junto a mí y suavemente deslizó sus dedos desde mi cabeza, descendiendo por mi
cuerpo hasta llegar a mis pies.
-¿Cómo la hace sentir esto? —preguntó, mientras ejercía una fuerte presión sobre la parte
externa de mi rodilla derecha.
Un impacto de dolor atravesó mi rodilla, ascendiendo por la parte externa de mi muslo y mi
costado derechos, llegando hasta mi oído en ese lado. Una explosión de sonido bramó mo-
mentáneamente en mi cabeza y de repente me sentí transportada por el aire, apartándome de
Ruby con todas mis fuerzas.
-¡Maldita sea, Ruby! Eso duele horriblemente -aullé.
-Me dijo que estaba equilibrada. Si estuviese equilibrada, no sentiría ningún dolor en absoluto.
Estaba poniéndola a prueba para comprobar si tiene que trabajar más. Creo que sí, ¿no le
parece?
-De acuerdo —acepté, volviendo a sentarme y frotándome la pierna dolorida.
Estaba muy asustada. Ruby me dijo que me marchase sin decir nada a July, Ben o Drum. Me
sentía decepcionada, porque quería contarles todo a ellos. Ruby me indicó que regresase di-
rectamente a la cabaña de Agnes sin detenerme, ni siquiera a descansar.
Estaba exhausta cuando llegué a la cabaña de Agnes. Era la hora del crepúsculo. El sol de la
tarde se hundía sobre las llanuras. Al verme, Agnes pareció alegrarse más de lo acostumbrado.
Cenamos y yo aún me sentía cansada y un poco agitada, pero Agnes quería hablar. Me preguntó
qué había llegado a saber. Le conté mi experiencia con Ruby.
-Si Ruby se quedó con el escudo, eso quiere decir que está terminado y que podemos
continuar con el escudo del oeste. Ruby es muy estricta, pero es buena con usted. No hay nada de
malo en las ayudadoras, algunas ayudadoras. Existen muchos peligros en trabajar con Ruby. No
obstante, como ve, ella no toleraría ninguna vacilación o idiotez.
-¿Qué quiere decir? -pregunté.
-Ruby es una maestra muy tenaz. Puede recorrer la mente de alguien antes de que éste se
dé cuenta de lo que le afecta. Le resulta fácil hacerlo, pero no es tan fácil para alguien que se
mete en su telaraña.
-Lo entiendo muy bien. A propósito, hoy vi a Ben y Drum. Se comportaban como dos topos.
Estaban asustados y resultaban muy divertidos. Y también hoy sentí la presencia de Perro Rojo,
demasiado cerca.
-Ése es el motivo por el cual le estamos enseñando los escudos.
Se inclinó hacia adelante y me dio una palmadita en una mano.
-No se preocupe, hay razones para todo, y los escudos la protegerán y le enseñarán lo que
necesita saber.
Estudié el rostro de Agnes por un momento. Sus ojos oscuros mostraban preocupación. De
pronto me resultaba tan encantadora y hermosa, que quise mantenerme fiel a ella.
-Lynn, debe sujetar su amuleto de loto muy fuerte. No sólo físicamente, sino también en el
cuerpo del sueño. Quiero que esta noche sueñe con su amuleto y luego escriba sus senti-
mientos en forma de relato en su diario como primera tarea de la mañana. Luego deberá
leérmelo. Ahora, vamos a dormir.
Coloqué mi diario cerca del saco de dormir y me metí a rastras dentro de él, quedándome dormida
casi instantáneamente después de concentrarme en el tema del sueño. Tuve un bello sueño
chamánico y lo escribí en mi diario al alba. Entonces desperté a Agnes y se lo leí:

Loba Negra, con su mente semejando un billón de senderos, salió trotando de entre los pinos y olfateó el aire
límpido y fragante. Los árboles se quedaron inmóviles, vigilantes y las praderas se hicieron más silenciosas. El
rostro de plata de la luna estaba elevándose. Una senda resplandeció delante de los ojos de la loba y se
convirtió en un camino que serpenteaba descendiendo hacia los tramos más oscuros del valle. Apartándose
hacia un lado, la loba siguió ese camino.
Una electrizante melodía de ecos llegó a oídos de la loba, que se detuvo manteniéndose en una tensa
espera. Los ecos flotaban sobre el suelo cubierto de pinaza, rebotando como una sonda de ultrasonidos que
susurrase junto a las montañas. La loba retrocedió, sintiendo la embestida de olas invisibles que aguijoneaban
los pelos de sus delicadas patas. Caminó a saltos, como si estuviese avanzando a través de una ciénaga caliente.
Entonces, en forma súbita la marea cesó. La loba se detuvo ante ese contramovimiento y volvió a olfatear,
ahora oyendo los ecos que se alejaban mientras se agitaban a través del matorral de arbustos espinosos. La
loba sabía ahora cuál era el lugar chamánico del cual provenía el canto y sus ojos centellearon de placer.
La luna se elevó más y más alto en el cielo nocturno mientras la loba avanzaba a lo largo de la charca
seca, trotando en dirección al ojo rojo resplandeciente, donde moraban los de dos piernas. Se desplazó
describiendo un círculo amplio cuando llegó ante una muralla dotada de una fuerza tenebrosa que se elevó
surgiendo de la tierra. Luego saltó por el lado de un barranco, arrasando las ramas de los sauces que
estaban rezando.
Una vez que se encontró en la parte más alta de la cuesta, se vol vió y miró hacia atrás, calculando la
distancia, midiendo los colores danzantes que se movían en círculos sobre el fondo del valle. De momento, la
Loba Negra no tenía que ir lejos. Un aullido de celebración arrancó de su garganta y la loba sintió su
parentesco con la Abuela Luna que mostraba su cara y parecía devolverle una canción de una música
tenebrosa, que le pertenecía. Sus zarpas se clavaron en el terreno húmedo cuando bajó de la cuesta.
La hierba púrpura y malva ondulaba movida por el viento. En ese momento, la decisión de la loba era
irrevocable, de modo que continuó su marcha sin precipitarse. Cuando la ansiedad se apoderó de ella,
comenzó a caminar más de prisa. Más adelante, hacia el río, las formas de los árboles se alzaban borrosas a la
distancia. Allí, sabía la loba, entre las piedras oscuras, los dientes invisibles de la madre tierra, se enfrentaría
cara a cara con su hermana.
Loba Negra corrió. Se regocijaba al sentir los músculos distendidos y el viento de la noche contra su pelaje.
Sus zarpas rozaban la tierra para desprenderse rápidamente de ella, creando un ritmo hipnótico, como el de
un tambor, que hacía latir al sendero reluciente. Se detuvo a escuchar y mirar. Los bosques estaban ahora
allí delante, lo bastante cerca como para oír el susurro de las hojas, y el río se abría paso incesante. La
envolvía el polvo que levantaba a su paso, creando la apariencia engañosa de niebla. Siguió avanzando. En
las sombras del bosque, junto al suelo, había un reflejo de luz de un naranja blanquecino. La loba captó el
aroma y supo que había llegado al lugar donde esperaba su hermana. Entró a un pequeño claro en el
bosque, y el corazón disminuyó la velocidad de sus latidos hasta retomar su ritmo normal. Se acercó a la figura
luminosa que se vía más adelante, evitando los charcos de luz de luna que salpicaban aquí y allá. La loba
escogió emerger desde la oscuridad hacia la zona iluminada delante de la manta. Sobre la manta se hallaba
sentada una de dos piernas, una mujer joven y rubia. Estaba fumando su pipa sobre un escudo chamánico,
y el humo se elevaba en espiral para unirse a las estrellas que brillaban en lo alto del firmamento. La loba
supo que debía ocupar su lugar de honor frente a la pipa. Olfateó el aroma del tabaco sagrado, con el hocico
tembloroso, y llegó con sus patas delanteras hasta el borde del círculo, fundiéndose con la luz cuando tocó la
manta. Al sentarse, la de dos piernas era de la misma altura que la loba. Lenta mente sus ojos centelleantes se
encontraron. De inmediato surgió el entendimiento y por la eternidad sus miradas permanecieron unidas en
el parentesco de la aceptación. La loba y la mujer rubia fueron una.

Cuando terminé la lectura, miré a Agnes. La vieja chamán no dijo nada. Se limitó a
contemplarme sonriente, expresando su deleite con un movimiento de cabeza.
El Escudo Portador del Sueño: El oeste
“Ábrete a la ilusión que te llama…”

Philip Lamantia, Becoming Visible.

Ruby Plenty Chiefs y July llegaron a la cabaña de Agnes avanzada la tarde. Me gustaba July y
deseaba poder pasar más tiempo en su compañía. Su larga y reluciente cabellera negra era
hermosa y sus ojos vivaces parecían confiados y amistosos.

July traía un poco de esturión blanco que había ahumado recientemente. Todas nos
sentamos en torno a la mesa de Agnes cuando July desenvolvió el paquete hecho con papel de
diario. La boca se me hacía agua de antemano, saboreando el festín. Comenzaba a sentir
punzadas de hambre, pero Ruby extendió el brazo y volvió a cubrir los dos pescados con el papel
de periódico.

—Más tarde —dijo Ruby-. Primero debe aprender algo.

Sentí que mi hambre se confundía con mi frustración. Me pareció como si Ruby estuviese
siempre arrebatándome de las narices lo que yo quería. La temible mirada que destacaba en su
rostro me decía que se mostraría insensible a cualquier protesta.

-Pronto oscurecerá —continuó Ruby, indicando que tanto July como yo deberíamos
escuchar-. Agnes y yo vamos a enseñarte a ti y a Lynn los poderes chamánicos de sus escudos del
oeste. Vamos a conducirlas secretamente a la tierra chamán. Vamos a enseñarles la
introspección. La introspección reside en el oeste. Vamos a celebrar una ceremonia. Más tarde
podremos deleitarnos con el pescado ahumado.

Yo tenía ganas de discutir.

—¿Cómo puede mostrarle a alguien como es mirar hacia dentro cuando, por su propia definición,
lo que hay que ver se halla en el interior y no en el exterior?

—El interior es exterior —replicó Ruby en tono enérgico. July y yo nos miramos
desconcertadas.

—Vamos a llevarlas a que conozcan a la Mujer de la Sombra -dijo Agnes.

—¿Se refiere a la otra cara de nosotras mismas? -se apresuró a preguntar July.

—No —respondió Ruby-. Eso sería conciencia heyoka, la comprensión de la verdadera relación
con el Gran Espíritu. Eso es el yo de las Cuatro Espejos y es chamanismo del camino del este. Del
mismo modo que las hormigas entran en la kiva o cámara ceremonial, iremos hacia el oeste, en la
parte inferior, en la tierra, en los lugares donde se desplaza la niebla negra.

—Hacia el lugar donde se llevan los bastones de la oración -añadió Agnes—. Los bastones de
orar son altares silenciosos de la tierra que son masculinos; necesitan el poder femenino de la
tierra para tener equilibrio.

—Vamos al lugar de la gran maduración -continuó Ruby-. Hay momentos en los que una
aprendiza tiene visiones y debido a su grandeza, su sentido de la vista se vuelve desequilibrado,
haciendo que vea todo como cosas vivas, toda piedra, toda máquina, todo bastón. Pero si su gran
visión es cierta, la aprendiza comienza a desarrollar y ve que algunas piedras y, sí, incluso
máquinas, están vivas y algunas están muertas. Estas cosas muertas han pasado a través de la puerta
de acceso del Oeste. Ello depende de la vida que hay dentro del objeto. La aprendiza comienza a
ver la sacralidad que hay en las cosas, la energía, sus colores, su forma luminosa, su ser de
sombra.

Mientras Ruby hablaba, fuera de la cabaña la oscuridad iba en aumento. La vieja india se
servía café una y otra vez, llenando la taza hasta que el líquido caliente le quemaba el dedo que
mantenía apoyado en el lado interior del borde.

—En el comienzo del oeste —dijo Ruby-, entonamos el canto sagrado. Danzamos con nuestra
intuición. Es el camino de la calabaza. Somos portadoras del Escudo del Sueño.

Ruby se levantó e hizo un gesto con la cabeza dirigido a Agnes. Al cabo de un rato, Agnes me
entregó un gran fardo que sacó de debajo de su cama.

—Tome, esto es lo que necesitará. No lo abra ahora.

Parecía una envoltura de pieles de animales. Agnes cargó con un fardo más pequeño, que
arrojó por encima de su hombro. Entregó otro a July.

-Coja las llaves de su coche. Tenemos que viajar unos cuarenta kilómetros, algunos de ellos
por carreteras polvorientas.

Nos dirigimos al coche. Ruby y July se sentaron en la parte trasera. Como de costumbre,
viajamos en silencio. Ya era una hora avanzada de la noche. En algún lugar a la distancia se oyó
el rugido de un trueno.

-Más adelante doble a la derecha -dijo Agnes, rompiendo el silencio.

-Se parece a otro de sus senderos para vacas -dije yo sonriendo.

Aminoré la velocidad y giré. El sendero de vacas descendía rápidamente y nos encontramos


avanzando por una hondonada que se parecía a una grieta en la tierra. Me quedé maravillada
mientras traqueteábamos a lo largo del sendero desigual. La profunda cuña en el interior de la
tierra no era visible desde la carretera principal.

-Muy pocos de los de mi gente tienen conocimiento de este lugar. -Hizo una pausa-. Y
ninguno de los suyos.

Se volvió hacia mí y me sonrió.

En el fondo del barranco giramos abruptamente, siguiendo a lo largo del borde de una
ciénaga. Avanzamos tal vez unos dos kilómetros y entonces Agnes me ordenó que detuviese el
vehículo. Las cuatro bajamos del coche.

Encima de nosotras se elevaba el gran semicírculo de un farallón. Realicé un par de flexiones,


corrí un poco por el lugar e hice algunas respiraciones profundas.

Ruby se volvió lentamente, olfateando el aire. Desde el fondo del farallón mirando hacia
arriba, podía ver muchísimos colores bellos: sombras de malva, rosa, rojo-naranja y gris, que
iban hacia el color tostado. La pared del farallón estaba formada por piedras sedimentarias,
estratificadas, erosionadas y silenciosas, como los huesos de una ciudad sumeria corroída que
indicaban vagamente que en ese lugar puede haber existido vida. Los eones de la lluvia y del viento,
y antes de eso la erosión del agua, habían esculpido las formaciones rocosas perpendiculares de
modo que la superficie parecía haber sido redondeada con infinito cuidado por un par de manos
gigantes.

En una época de intensas lluvias, el aflujo de aguas se precipitaría en torrentes sobre el borde
y crearía una cascada temporaria, directamente en la cuenca de grandes piedras desordenadas que
se veían más abajo. Esa antigua cascada nos hubiese empapado si nos cogía en el sitio en que nos
encontrábamos paradas. Yo podía imaginar la caída vibrante de agua blanca, oír su acometida y
percibir el poder de su bramido cuando movía piedras gigantescas y las trituraba convirtiéndolas
en guijarros. En ese momento, un chorro de un púrpura oscuro daba una idea del potente flujo
de agua que solía circular por allí.

Pinos y tamariscos se retorcían y serpenteaban a través del sendero. Me detuve para


examinar los pequeños y rugosos conos en busca de piñones, que ya habían sido arrasados por
las ardillas. Descendimos rápidamente hacia un arroyo protegido del sol por los imponentes
farallones que se inclinaban encima de nosotras. Matorrales de salvia moteaban la tierra oscura
y barrían con sus ramas el camino que transitábamos. Pisadas de ratones y huellas de ciervo eran
los únicos rastros que pude ver. Pequeños pájaros, tal vez vencejos de pecho blanco, volaban
raudamente introduciéndose en grietas ocultas por encima de nosotras; cada llamada, cada
movimiento resonaba y el eco nos lo devolvía, a nosotras y al silencio.

Agnes había llamado a este lugar las Murallas Heyoka, el espejo repetidor de todo movimiento
de vida en la zona. Los farallones nos desafiaron cuando atravesamos una zona pantanosa y
comenzamos nuestro camino ascendente por la cara frontal del farallón de mayor tamaño.
Apenas había lugar suficiente para apoyar los pies sobre las piedras grises, lo cual nos obligaba a
trepar con cuidado. Agnes nos guiaba.

Cuando estábamos casi a mitad del ascenso, de repente Agnes dio la vuelta en una grieta en la
piedra y desapareció. Unos pocos minutos más tarde las demás trepamos hasta el mismo lugar
y dimos la vuelta: delante de nosotras apareció la oscura boca de una gruta ceremonial. Estaba
completamente oculta de la vista, a menos que uno tropezase con ella.

Era el ocaso, y las sombras púrpuras iban haciéndose de mayor tamaño. Se había levantado
viento, que soplaba contra mi cara diminutas partículas de arena. Arrastrándome logré entrar a
la boca de la gruta. Una vez dentro, descubrí que no podía ponerme de pie. Me restregué los ojos.
El interior de la cueva, de unos seis metros de profundidad, era del tamaño de una habitación de
tamaño normal, y sus paredes se hallaban cubiertas con petroglifos y pinturas. Los garabatos
sobre una de los lados parecían ser antiguos. El lado opuesto había sido embadurnado con una
capa de yeso, encima de la cual alguien había pintado unos dibujos elementales.

-A veces este lugar es llamado «El Lugar Donde se Lanzan las Flechas Cruzadas». Ésta es una
cueva ceremonial. Nunca digan a nadie dónde está.

Agnes señaló hacia un gran dibujo de una cruz gamada invertida, como troncos giratorios
pintados de rojo.

-Es desde el centro, aquí, donde mora el Gran Espíritu.

Luego se arrancó varias hebras de cabello y las colocó en un profundo agujero cavado en el
suelo de la gruta, cerca de los restos de un fuego. Todas hicimos lo mismo.

-Para las Abuelas -dijo Agnes.

En el exterior la oscuridad iba en aumento y el viento producía silbidos espectrales. Miré a


Agnes y a Ruby en busca de seguridad, pero no pude distinguir sus expresiones en medio de las
sombras del anochecer, que se hacían más intensas.

Agnes cogió mi fardo y me lo entregó. Luego hizo que me volviese de modo que quedase
mirando hacia el fondo de la cueva.

Por un momento hubo un gran silencio.

-Vamos, todas. -Agnes cogió a Ruby por el codo-. Vamos a descender a un lugar oculto desde
hace mucho tiempo. Sólo tenemos un rato más antes de iniciar el descenso.

Agnes levantó la antorcha que había encendido. Todas nos arrastramos a nivel del suelo
avanzando hacia un voladizo en la roca viva. Descansando sobre el voladizo rocoso se veía una lá-
mina gruesa de granito liso y redondo.
-Esta piedra cubre la puerta de acceso —dijo Agnes-. Muévanla con cuidado, pues protege el
camino.

July y yo nos arrodillamos y, con un gran esfuerzo, logramos mover la piedra. En ese momento,
mis ropas estaban húmedas. Sentía mucho frío y un poco de miedo. Al clavar la mirada en el
hueco, pude ver los dos primeros peldaños de una escalera de troncos de madera. Descendía
hacia una oscuridad total. Agnes nos indicó que avanzásemos.

Yo había supuesto que era la única que estaba asustada, pero July se cogió de mi brazo.
Temblaba ligeramente. Se inclinó hacia adelante y me susurró:

-Lynn, tengo miedo. Vamos a ser engullidas por los espectros de nuestros antepasados. Ellos
nos llevarán a la tumba y no seremos capaces de regresar, excepto en sueños. Estamos acabadas.

Yo respiré hondo. No sabía qué decir, pero traté de tranquilizarla con un breve abrazo. Pero el
miedo de July era contagioso. Llegué a sentirme desesperadamente tensa y entonces mis
propios músculos comenzaron a crisparse.

-Primero usted, Lynn —dijo Ruby.

Bajar por la escalera significaba el descenso hacia lo desconocido. El corazón me latía con
violencia. Bajamos lentamente hacia una oscuridad indescifrable como los infiernos mitológicos.
Me aferré a la escalera, presa de una intensa ansiedad. Levanté la vista y vi a July, que eclipsó la
luz de la antorcha cuando comenzó a descender. Parecía una oscuridad voraz, casi tangible, donde
toda luz era absorbida. No había manera de decir a qué profundidad me hallaba, pero era mucho
más de lo que yo había esperado. La escalera debe haber sido por lo menos de unos quince
metros de largo. Cuando finalmente mis pies tocaron el fondo, me alejé de la escalera
retrocediendo y esperé a July y las demás. Me preguntaba que nos sucedería si la escalera llegaba
a romperse. ¿Nos encontraría alguien? Miré a mi alrededor y me encontré con una caverna
sombría con una cama de roca en un extremo. Olía a suelo polvoriento y seco, y sobre las
paredes se distinguían petroglifos parcialmente borrosos. Deslicé mis dedos a lo largo de los
antiguos surcos, una curva en espiral con una figura semejante a una serpiente en un extremo.
Yo quería poner un símbolo sobre esa pared y me pregunté si, en otro tiempo, hubiese podido
dejar aquí mi marca para guiar a otras mujeres, como yo misma. Ruby siguió a July, y luego llegó
Agnes, trayendo la antorcha.

Agnes nos indicó a todas que deberíamos depositar nuestros fardos en un extremo, frente a la
cama de piedra. Nos dijo que tratásemos de leer los símbolos sobre las paredes mientras ella y
Ruby hacían los preparativos.

Ahora las sombras se agitaban en el espacio subterráneo. Nos hallábamos en un confín


circular semejante a una cámara ceremonial o kiva. Los símbolos estaban tallados en las pare-
des, que habían sido cubiertas con una sustancia parecida a la creta. Se veían representaciones de
búfalos y cazadores sosteniendo lanzas y cuchillos; había signos de tipis y cabañas y otras insignias
diversas, y muchos símbolos sagrados cuyo significado se me escapaba. Pronto Ruby y Agnes
estuvieron de pie junto a nosotras. La luz de la antorcha nos bañaba con sus destellos de oro, un
color semejante al de la miel silvestre. Las sombras se balanceaban sobre las paredes como
gigantescas víboras del desierto.

Agnes clavó la antorcha en una grieta de la pared. Todo presentaba un aspecto extraño y
distorsionado bajo la luz temblorosa. Las sombras parecían fusionarse con las demás partes de
nuestros cuerpos y luego proyectarse hacia adelante. Los ojos estaban jugándome malas pasadas.
El rostro de July se alargaba como si fuese un Modigliani, y en forma inesperada se retraía
recuperando la normalidad. También Ruby cambiaba ante mí. Sus caderas se proyectaban hacia
la derecha, luego se replegaban sobre sí mismas hasta parecer tan delgadas como una barandilla.
Agnes parecía estar creciendo de la tierra que se hallaba a sus pies. Había que esforzarse para
mantener todo en el marco de referencia adecuado. Sentí una enorme protección dentro de
esas paredes, como si pudiese retroceder hacia los brazos de la Gran Madre.

-Quítense las ropas y las joyas a fin de que puedan ser pintadas -dijo Agnes. Su voz sonaba
amortiguada en el espacio comprimido-. Más allá de este punto, no pueden llevar nada.

-July, tú también debes ser pintada -dijo Ruby. July y yo nos quitamos las ropas y los
brazaletes. Agnes me pintó a mí y Ruby pintó a July.

-Este lugar recibe el nombre de Árbol del Sueño, y ustedes son Doncellas de la Mariposa
Blanca que han venido aquí a aprender.

Agnes me pintó con diversos colores de las piernas para arriba. El dibujo era
desconocido, pero había arcos sobre mis brazos y dos lunas junto a mis pechos.

-Aquí podemos ver con el ojo de una serpiente. Esta pintura es llamada «Escogiendo el
Camino del Altar». Estoy pintándola para explicarle que hay una desviación dentro de usted.
Estoy pintándola para protegerla.

Trazó un tajo de color sobre mi barbilla y dos líneas meticulosas sobre mis mejillas. Lancé una
mirada en dirección a July, que estaba recibiendo un tratamiento similar por parte de Ruby.
Después de que Ruby y Agnes hubiesen terminado, July y yo fuimos colocadas a una distancia
de unos dos metros, una enfrente de la otra. La pintura sobre mi cuerpo me provocaba una
extraña comezón, como si me tensase la piel. Estábamos dispuestas aproximadamente en
ángulo recto, con Ruby a la izquierda de July y Agnes a mi izquierda. Ruby comenzó a cantar, y
luego se le unió Agnes. Mientras las dos viejas cantaban, Agnes quemó salvia, cedro y una ristra
de hierba fragante. El mensaje de la canción, creo, era para preparar nuestro camino sagrado.
De momento había una luz débil, suficiente para vislumbrar las formas indistintas de las otras
tres mujeres. Sabía que pronto la antorcha se extinguiría y que no habría más lumbre agitándose
o sombras ondulantes. Quedaríamos sumidas en la oscuridad más absoluta.

Las dos viejas dejaron de cantar.

Agnes se arrodilló y dijo:

-Hemos bendecido y expulsado de aquí todo lo indeseable, equilibrando este lugar sagrado.
Estamos listas para comenzar las grandes enseñanzas. Nos hallamos en el lugar en que se
juntan dos mundos, el espiritual y el físico. Estamos en el útero de nuestra madre, la tierra. Todas
las cosas están contenidas aquí.

Mientras hablaba, Agnes desataba diversos fardos. Luego distribuyó varios polvos en
recipientes de cerámica.

-Nos encontramos en el pasadizo que conduce al gran sueño. Cuando se desciende hasta aquí
es cuando se nace, y cuando se asciende para salir de aquí el cordón se corta, y una queda
separada de su madre. Pero ella renacerá en usted. Usted es el lugar que le corresponde y
nosotras estamos en la guarida del regreso eterno. Aquí aprenderá a ver lo que permanece
oculto, a ver con los ojos de una mujer chamán. Imagine que es una semilla dentro de una
vaina sagrada que espera ser alimentada y nacer con los códigos secretos de todos los antepa-
sados dentro de usted.

Me arriesgué a mirar a July. Parecía claustrofóbica; sus ojos giraban rápidamente dentro de sus
órbitas. No me miraba. Me estremeció un ligero escalofrío. Pero el frío provenía de mi interior
más que de la humedad. La luz temblorosa de la antorcha resultaba confortante. Sin embargo,
me hallaba en un entorno y en unas circunstancias tan desconocidos que comenzaba a sentirme
amilanada. Una sensación de pesadez se había apoderado de mi cuerpo y mis músculos estaban
tensos.

Ruby dijo a July que permaneciese en el lugar en que se hallaba y a mí me condujo hasta un
saliente en la roca a la altura de la rodilla, a menos de un metro de distancia detrás de nosotras.
Nos anunció que Agnes tardaría unos minutos en realizar ciertos preparativos necesarios para la
ceremonia. Desde mi nueva perspectiva, la suave luz amarilla de la antorcha parecía languidecer.
Sorprendentemente, no sentía frío. La tierra conservaba el calor de nuestro cuerpo. Observé a
Agnes inclinada sobre sus recipientes, mezclando polvos y rezando en voz baja. Ruby condujo a
July hasta un punto delante de mí, que distaba poco más de un metro del lugar en que yo estaba
sentada.

—Quédate aquí frente a Lynn —dijo Ruby. Agnes se incorporó, sosteniendo uno de los
recipientes de cerámica en una mano.

-Permanezca sentada, Lynn -me indicó, acercándose. Su sombra se elevaba por encima de
nosotras sobre la pared-. Vamos a presentarla a la Mujer de la Sombra. Para usted, la Mujer de la
Sombra llegará a través de July. Ella actuará como ese origen. Yo he trabajado con la Mujer de la
Sombra durante muchos años, y ella me ha enseñado algo. Si usted mira a su alrededor, incluso
aquí, se dará cuenta de que no ve lo que cree ver. En primer lugar, vemos hacia atrás.

Agnes levantó los brazos y los cruzó.

—Se lo explicaré. La mente capta su visión y la readapta. Cuando hable a la Mujer de la


Sombra comprenderá que también hemos realizado otras compensaciones. Con la visión
natural usted puede ver las energías, las luces que emiten los animales y los de dos piernas.
Pero tiene que perfeccionar su visión para ver estas cosas. En este preciso momento, si apren-
diese a tener una visión auténtica resultaría abrumada por todo lo que encontraría aquí para
aprender. Es demasiado para una mente desentrenada. Los de dos piernas han readaptado sus
mentes para aceptar muy poco. Nos hemos escudado nosotras mismas contra la visión sagrada.
Es entonces cuando un escudo puede llegar a ser la destrucción. Es un mal asunto cuando los
niños pequeños ven luces alrededor de las plantas y los padres les dicen que deberían dejar de
mentir acerca de lo que ven. Cuando vea sombras dentro de las sombras, podrá entrar en el trance
sagrado a voluntad, y ver y decir la verdad.

Agnes sostuvo el recipiente de arcilla delante de mí. Tenía dificultades para hablar y se
quedó callada un momento.

-Mire esto. Usted debería estar llena de admiración y asombro ante el hecho de que este
recipiente mágico pueda existir aquí como nunca ha existido antes en el gran sueño. Es una
tragedia para el mundo que ellos le hayan quitado sus ojos. Ellos le dicen que el espíritu de una cosa
es una mentira, que su sacralidad está fuera de usted. Pero existe un Gran Espíritu, y dentro de
él nacen numerosos espíritus.

Ruby extinguió la antorcha y de repente todas nos encontramos sumidas en una profunda
oscuridad.

-Existen procedimientos para llevar los espíritus a la luz y recordarlos —continuó Agnes-. Eso
es lo que vamos a hacer ahora. Mire a la Mujer de la Sombra. Mire directamente delante de
usted.

Hubo un momento de absoluto silencio, de oscuridad total. Entonces, una súbita explosión de
intensa luz blanca me cegó y duró quizás durante diez segundos.

Oí a Agnes decir:

-Lynn, mantenga los ojos abiertos y mire atentamente a July.

July parecía espectral. Estaba bañada por la luz más vivida que vi en mi vida. La luz brotaba
de los polvos ardiendo que Agnes había arrojado al aire delante de mí. July destacaba con tanta
nitidez, que casi se parecía a un holograma. Luego el destello de luz se extinguió y nuevamente
quedamos hundidas en una oscuridad total, permaneciendo sólo la forma rosada perfectamente
luminosa de July, de pie allí. Yo no sabía si se trataba de su imagen consecutiva o de algún otro
fenómeno, pero el efecto en su conjunto era impactante.

-Mantenga los ojos abiertos, Lynn -volvió a decir Agnes-. No los cierre.

Ahora ya la imagen luminosa no era tan dispersa como una especie de fundido hacia la
izquierda en una serie de reproducciones como los cuadros en una secuencia cinematográfica.
Comencé a pensar que la experiencia reciente me recordaba una exhibición de fuegos de
artificio que había visto una vez. Tan pronto como este pensamiento atravesó mi mente, la
forma luminosa se desvaneció.

—La próxima vez mantenga su concentración por más tiempo -dijo Agnes.

La luz estalló otra vez. Fue como si de repente July hubiese sido golpeada por el haz de luz de
un reflector de inconmensurables bujías. El polvo chisporroteó en el aire y se disolvió. Una vez
más vi la forma luminosa de la imagen consecutiva de July. En esta ocasión me pareció más
cercana, e incluso más vivida. Debo haber articulado algún sonido. Agnes dijo:

-No hable. Retenga la imagen. Está viendo lo que ve la madre tierra. Es así como ella conoce a
sus hijos y sabe cuándo están enfermos. Mire a esa zona en su lado derecho. Hay menos
luminosidad allí. ¿Por qué piensa que es? ¿Ahora que ve?

-Hay una forma rosácea en ese punto. Ahora puedo ver en el interior de ella. Puedo ver su
esqueleto.

-Describa la forma rosada.

-Ahora, se parece a una mujer anciana. Está en proceso de marchitarse y convertirse en una
abuela.

-Ahora mantenga su mente inactiva -me ordenó Agnes-. Ahora díganos que está
sucediendo.

-Miren esas plumas. Se parece más a un pájaro gigante. Oh, está comenzando a alejarse
volando. Debe tener el amuleto del águila, el amuleto del pájaro. Miren esas alas.

-Esta vez -me indicó Agnes—, mire y vea a la Mujer de la Sombra como una diosa.

Nuevamente hubo un destello y July apareció iluminada.

-Oh, Dios mío, vuelve a ser joven.

Otra vez se produjo un destello. July quedó iluminada y luego reapareció la forma opaca. El
rostro radiante de July era el de una muchachita. La visión que tenía ante mí se transformó,
pasando de ser una muchachita hasta convertirse en lo que quizás July llegaría a ser un día, una
mujer vistiendo calzones de ante con largos flecos. Las cuentas de su cinturón tenían una
especie de brillo cristalino en el resplandor crepuscular. Pude descubrir algunos símbolos. Su
cabello era blanco y colgaba reluciente hasta su cintura. Llevaba la pipa sagrada. Su forma
luminosa me ofrecía la pipa. Luego comenzó a alargarse y disolverse; su imagen se desvaneció y
ascendió hacia la derecha cuando mis ojos se esforzaban por retenerla. Me hallaba tan absorta
contemplando esa forma espectral, que comencé a inclinarme hacia la derecha y perdí
equilibrio. No tenía conciencia de estar arriba o abajo, sólo tenía la sensación de estar flotando,
de una manera fantástica. Traté de aferrarme, intentando estabilizarme, sujetándome a la pared
con una mano y al reborde con la otra.

Aunque estaba completamente oscuro, Agnes y Ruby llegaron rápidamente a mi lado, para
sostenerme. Agnes dijo que esas nuevas visiones eran demasiado para mi mente desentrenada, y
que era hora de que yo representase el papel de la Mujer de la Sombra para el bien de July.

Ocupé el lugar de July y el proceso volvió a repetirse. Estuve momentáneamente ciega cuando
el polvo estalló delante de mí. Solo podía ver la luz.

-July, ¿qué ves? -preguntó Ruby.

-Oh, Lynn, puedo verte... La voz de July se apagó.


-Concéntrate mejor esta vez.

Hubo otro destello luminoso. Cuando se desvaneció, July dijo:

-Mire Agnes, parece que ella tiene una cabellera rubia a sus pies. Sus pies son dorados y ese
cinturón… ¡Oh!

-¿De qué color soy? -pregunté. Nuevamente se produjo un estallido de luz.

-Eres de un blanco dorado, si eso es posible, y te pareces a alguna diosa procedente del norte,
quizás de Noruega. Representas unos veinte años. Tienes la cabellera más hermosa. Oh, Dios
mío, te has convertido en una vieja.

July casi aullaba de excitación.

La luz volvió a cobrar vida. Esta vez, cuando la luz se apagó, Agnes habló:

-Lynn, usted está de pie allí mostrándonos en oro brillante su yo indio. Tiene largos cabellos
negros y lleva un escudo de guerrera con un gran águila azul en él. Mira al cinturón que ella
lleva en su cintura, July. Esos son símbolos de las soñadoras. Ahora representa unos treinta y cinco
años, y va haciéndose muy, muy vieja.

Yo oía el jadeo de July. Luego Agnes y July dieron palmadas como dos niños dominados por la
excitación.

-¿Qué ves ahora? -pregunté.

-Por un momento apareció como la Mujer de la Piel de Castor Blanco, portadora de la pipa
sagrada del pueblo cree —dijo Agnes-. No tenemos más para enseñarles de momento. Re-
cuerden lo que han visto.

Un gran silencio y oscuridad nos envolvieron. Yo pude ver por un instante en el increíble
vacío dejado por las fuerzas de creación. Una sombra fue arrojada por la vida misma a través de
la inmovilidad de mi conciencia. En esos cuadros de luz oscilante tuve una visión fugaz de la
fuente de poder.

Después de las enseñanzas, trepamos hacia arriba por la escalera y tapamos la entrada.

Preparamos un pequeño fuego con el manojo de ramas que Agnes había traído con ella. Nos
sentamos las cuatro sobre el piso de la cueva encima de la caverna subterránea. July y yo
repetimos todo lo que habíamos visto mientras Agnes y Ruby nos escuchaban.

-No puedo creerlo -dije-. ¿Qué antigüedad tienen esas enseñanzas? -pregunté.

-Son antiguas -respondió Ruby-. Nadie sabe durante cuanto tiempo las mujeres han estado
instruyéndose unas a otras de esta manera. Hace mucho tiempo las mujeres chamán descendieron
hasta la madre tierra y salieron a través de su ombligo en una forma luminosa. Sólo el espíritu
puede tratar a otro espíritu y curarlo. Esta práctica es para curar al corazón y a la mente del
espíritu.

-Lynn -dijo Agnes—, originalmente, estas enseñanzas eran enseñanzas del sur procedentes de
la tierra de las kivas. Cuando descendemos, aprendemos lo relativo al ascenso. Cuando nos
adentramos en la tierra, también salimos del espíritu. Cuando la escalera va hacia abajo, el espíritu
asciende. Y cuanto con mayor lentitud avanza el cuerpo, con mayor velocidad viaja el espíritu.

-Ésa la es clave hacia la iluminación, ¿no es cierto? -pregunté.

-Sí -respondió Agnes-. Eso la entrena para ver la forma luminosa de todas las cosas.
-Ésta es una cueva de la madre, un lugar de poder —dijo Ruby-. Aquí estamos cerca de las
abuelas. En el comienzo, las enseñanzas de la kiva eran enseñanzas de las mujeres. Las mujeres
abandonaron la kiva porque usaron su poder para el maíz en crecimiento. Si entrasen en la kiva,
las mujeres no podrían traer hacia abajo el poder que brota de una grieta en el cielo, y perderían
el poder chamánico en crecimiento. En la antigua usanza, el introducirse en una cueva de la
madre era como viajar hacia el útero. Las mujeres no siempre tienen la necesidad de aprender
del útero, pero tienen poder sobre la cueva de la madre. Las mujeres heyoka siempre han
poseído este poder y nosotras podemos llegar e ir hasta allí cuando nos plazca.

Agnes interrumpió.

-Ruby, pienso que hemos dicho bastante. Lynn parece cansada. Da la impresión de estar
viendo a un fantasma.

Dos días después de las enseñanzas en la cueva de la madre, el tiempo cambió. Yo me había
levantado temprano en la mañana, después de escuchar caer la lluvia en forma intermitente toda
la noche. Agnes se hallaba en algún lugar fuera de la cabaña cuando me desperté, de modo que
decidí ir en coche hasta Crowley y llenar el tanque de gasolina, pues ya estaba casi vacío. Era
temprano y pude ver los pájaros despertarse con el sol. Mientras conducía, me llevé una mano a
un bolsillo de mis tejanos y sentí la pequeña piedra que había recogido de la cue va de la madre.
Su tacto era suave y agradable cuando la restregué entre mis dedos. Me alegraba de tenerla
conmigo, puesto que la piedra me recordaba mis vivencias. Agnes había dicho que la piedra era una
gran responsabilidad, que yo la había elegido bien, pero que sería necesaria de mi parte la
resolución de una guerrera. Me dijo que la piedra podía hacerme mucho bien si aprendía a
utilizarla de forma adecuada.

Di vueltas con el coche durante un rato por los caminos vecinales y llegué a la gasolinera en el
momento en que estaban abriendo. Había una vieja camioneta Dodge sobre el lado opuesto de las
bombas. Seis chavales indios estaban en la parte trasera comiendo pollo, compartiendo lamidas
con un perro galgo de gran tamaño y de pelo amarillento. Di al empleado, un viejo mestizo, un
billete de veinte dólares y le pedí que llenase el tanque mientras yo me dirigía a usar el retrete.
Mientras caminaba, percibí grandes sombras voluminosas que se cernían sobre mí. La luz
resplandecía sobre el pavimento húmedo y el olor de agua de lluvia y cemento grasiento
agredió mis fosas nasales. Levanté la vista por encima de la vieja gasolinera pintada de blanco y
rojo, hasta las nubes que cubrían el cielo. Se parecían a grupos de vellones arrastrados por el
viento y atravesados por ríos de un azul reluciente.

Encendí la luz del retrete y me encontré ante un típico excusado de gasolinera: un water,
toallas de papel usadas esparcidas por el suelo mojado, el olor acre de orina. El grifo de agua
fría goteaba lentamente. Trabé la puerta. Después de usar las instalaciones, me lavé las manos y
me dispuse a abandonar el lugar. Alargué el brazo para apagar la luz y abrir la puerta. Cuando
apagué la luz, se produjo una especie de suspensión en la que, de repente, tuve muy poca
sensación de movimiento o gravedad. Me hallaba fuera del tiempo y del espacio. El único
recordatorio que tenía de mi cuerpo real era la sensación de un incesante estampido en mis
oídos. En el momento en que toqué la pared de cemento encalado y accioné el interruptor de la
luz, la pared se volvió de adobe, de barro, como el interior de una kiva, y no había ni puerta, ni
lavabo, ni salida visible. En forma súbita, el piso y mi cuerpo comenzaron a sacudirse. Me sentía
como si estuviese a horcajadas de un albatros en un vuelo transdimensional. Entonces, de la
misma manera repentina, me quedé totalmente inmóvil.

Al tantear la pared de adobe sentí que parte de su revestimiento se desprendía,


desmenuzándose entre mis dedos. Me di cuenta de que estaba en un recinto pequeño y
circular. El pánico se apoderó de mí. Mi cuerpo quería libertad y el terror llegó a
apesadumbrarme. Apoyé la espalda contra la pared y me deslicé hacia abajo hasta quedar de
rodillas. Fue entonces que comprendí que llevaba puestas polainas de piel de ante que me
impedían flexionar las rodillas. Oí encima de mi cabeza pasos lentos y deliberados. Di alaridos
pidiendo ayuda, pero los pasos no cesaron, manteniendo la misma cadencia hasta llegar a resultar
incluso más nítidos.

Luego cesaron los pasos y oí un sonido semejante a un silbido, como el sonido que produce
el aire al ser impulsado a una velocidad supersónica. Un súbito rayo de luz horadó la oscuridad.
Podía ver a través de un agujero redondo encima de mí. Dos indios con larga cabellera negra
apartaban a empellones una piedra que cubría el agujero y se aprestaban a introducir en mi kiva
una larga serpiente de cascabel. En vez de gritar pidiendo ayuda y sentirme asustada, una
sensación de calma se apoderó de mí. Comencé a cantar en un idioma que desconocía.
Irracionalmente, sabía que estaba siendo sometida a un antiguo ritual de iniciación. Traté de
conservar la calma y de entender lo que estaba sucediéndome, pero mi mente se resistía,
aterrorizada, cuando la piedra fue deslizada nuevamente hasta su lugar obstruyendo el agujero.
Sabía que cerca de mí había una serpiente; podía oír su silbo sosegado. Tenía miedo de
parpadear, de modo que cerré los ojos y comencé a soñar, obligando a mi mente a tranquilizarse.
Sabía que, moriría si no permanecía en mi centro.

De repente, una imprecación rompió el silencio.

-Oiga, señora, ¿quiere salir y mover el coche? Tengo otro cliente-. El hombre golpeó con
violencia la puerta—. Eh, señora, ¿se siente bien? Lleva una hora ahí dentro.

Podía oír los golpes y luego el ruido de llaves cascabeleando en la puerta. La luz del día
inundó el retrete desagradablemente húmedo. La luz me hirió los ojos cuando se concentraron
sobre los dos indios que me miraban fijamente. Yo estaba agazapada contra la pared, junto al
lavabo, sentada sobre el suelo. Algo chasqueó y me incorporé, me sacudí las ropas y murmuré
unas palabras de disculpa.

-Lo siento. No me sentía muy bien. Ahora estoy mejor.

Con dificultad para controlar mis actos, lancé una rápida mirada a mi alrededor en busca
de la serpiente y palpé la pared pintada en torno al interruptor de la luz. No había el menor
indicio de la serpiente, ni del recinto semejante a una kiva.

Me subí a mi coche y me marché sin esperar el cambio. Por el espejo retrovisor, pude ver a los
dos hombres mirándose uno al otro y luego sacudiendo la cabeza con un gesto de incredulidad.

Tardé varios días en asimilar lo que me había sucedido en la gasolinera. Cuando pregunté a
Agnes acerca de ese acontecimiento, ella dijo:

-Se deslizó hacia otra vida.

La experiencia de la cueva de la madre realmente había abierto mi visión a otras realidades.

Durante los días siguientes, preparé mi escudo. Agnes, con su sabiduría infinita, estuvo
siempre allí para guiarme cuando yo la necesitaba. No me di prisa en mi trabajo. Con el escudo
sobre mis rodillas, finalmente terminé plegando el cuero sin curtir alrededor del borde de
madera de sauce. Lo probé, y me pareció equilibrado y compacto. Sólo faltaba el dibujo sobre la
cara frontal. Agnes me dijo que lo llevase conmigo y me condujo nuevamente hasta la cueva de
la madre.

De pie a la luz de antorcha cerca de la entrada, Agnes susurró que tendría que descender a la
caverna con mi escudo, colocarlo delante de mí, sentarme una vez más y soñar. Con el escudo
en una mano, descendí por la escalera de troncos. Comencé mi vigilia haciendo lo que se me
indicó. Oí la voz de Agnes procedente del exterior.

-Lynn, debo cerrar la entrada con la piedra. Yo sabré cuando usted reciba su enseñanza. Sólo
entonces quitaré la piedra.

Sentí una oleada de pánico cuando Agnes comenzó a empujar lentamente la lámina de
piedra sobre la abertura. A cada chirrido de piedra contra piedra, la luz iba extinguiéndose gra-
dualmente. Pasé un momento de claustrofobia, y luego comencé a sentirme un poco mareada.
Me pregunté si volverían a presentarse las experiencias vitales del pasado. En la total oscuridad,
sólo podía oír los latidos de mi corazón.
Las horas transcurrían mientras yo permanecía sentada en esa oscuridad semejante a la de
un útero. Aspiré profundamente, tratando de aliviar la tensión de la espalda y del cuello. Observé
mi respiración. Entonces comencé a tomar energía di: la tierra del modo en que Agnes me
había enseñado. Ella me había indicado:

- Lynn, escuche y sienta a la tierra respirar debajo de usted. Escúchela con atención, tiéndase
sobre ella y un día llegará a ser una profetisa de la tierra. Será capaz de ver el tiempo antes de
que llegue, seis meses más tarde. Sentirá la lluvia, el trueno y los desastres antes de que sucedan.
Ella le hablará. Para aprender esto mejor, abra los centros de energía que están en el interior de
su propio cuerpo. Vea el rojo del centro en la base de su columna vertebral. Luego lleve su mirada
hacia arriba hasta el naranja que está en su bajo vientre, luego al amarillo sobre su plexo solar y
siga ascendiendo por su cuerpo hasta la coronilla de su cabeza.

Hacia el momento en que había visualizado todos los colores, me di cuenta de que el habitual
ruido sordo y monótono dentro de mi cabeza estaba cambiando claramente de tono. Era como si
estuviese ejecutando una escala cromática en el interior de mi cabeza. Descubrir esto me produjo
una enorme e x c it ación. Seguí atrayendo energías a través de los sonidos que oía,
empeñándome en retener los colores vividos.

De repente, al parpadear, fui consciente de un resplandor, como si una luciérnaga hubiese caído
frente a mí. Parecía saltar de lado a lado, y hallarse situada en algún lugar en el centro de mi
escudo. Mientras yo la observaba, la luciérnaga iba dejando un pequeño rastro fosforescente
formando un dibujo concéntrico. Estaba tan asombrada por este punto vibrante de luz, que me
pregunté si mis sentidos no estarían jugándome una mala pasada. Cuando más fijamente la
miraba, la luz parecía recorrer una zona más amplia. También iba cambiando gradualmente de
colores, primero rosado y luego un rojo vivo. Lo próximo que supe fue que la luz iba desplegándose
desde el centro en un diseño más desconcertante que me recordaba a uno de esos juegos en
que los niños tratan de mover una bolita, intentando llevarla hasta el centro de un complicado
laberinto. Sabía que yo era esa bola que rebotaba de un extremo cerrado a otro. Era como si
no hubiese manera de entrar o de salir de la difícil situación que se presentaba delante de mis ojos.
Este fenómeno parecía atrapar mi conciencia y aprisionarla dentro de sus formidables
paredes. Estaba en un callejón sin salida, tanto en tiempo como en espacio, en luz como en
sombra. En ese momento llegué a sentirme carcelera y encarcelada; yo era mi propia desgracia
debido a mi incapacidad para abrirme paso a través del laberinto. Mi conciencia había caído en
una trampa. Yo luchaba por salir, por alejarme, por despejar mi cabeza. Cuando logré hacerlo, vi
dos grandes garras posadas sobre la parte superior del laberinto. Eran de un rojo luminoso.
Atemorizada, rápidamente miré hacia arriba. Ante mí, una enorme osa de un gris luminoso me
miraba fijamente a los ojos.

-Soy la Abuela Osa -me comunicó la forma-. Ven a bailar conmigo, hija mía. Ven a vivir
conmigo en el más allá, donde no existen ni el hambre ni la sed.

Podía ver todos los detalles del imponente cuerpo de la osa. Parecía juguetona mientras bajaba
la cabeza, pero yo quería salir corriendo.

—Tengo mucho miedo, Abuela.

—Yo cogeré tu mano y te conduciré a través del miedo. Juntas recorreremos el camino sagrado.

-¿Ahora estoy caminando por el camino sagrado?

—Sí, enfrenta a tus miedos, nieta mía. Éste es el camino chamánico que buscas. Recuerda tu
femineidad. Recuerda quién eres.

—Gran osa del espíritu, ¿qué es el laberinto que está delante de mí?

La osa levantó su enorme pata y, con una fuerza imprevista, de un zarpazo barrió las partes
norte y este del laberinto luminoso, dejando las largas huellas de su garra en la arena.

Yo di un salto hacia atrás.


-Esto es quién eres tú -dijo la presencia, señalando el laberinto en ruinas.

Yo miré atentamente.

-Encuentra el norte y el este dentro de ti misma. Sólo con ellos puedes completar tu camino.

Yo examiné el laberinto en ruinas trazado en la arena, tratando desesperadamente de


memorizar lo que había quedado mientras se desvanecía. Levanté la vista para hablar a la Abuela
Osa, pero descubrí que había desaparecido.

Me senté en silencio, en ese lugar oscuro, recordando aún el sonido de la voz de la osa.
Parecía oírla en la profundidad de mi ser. Tuve una sensación de expansión, que momentánea-
mente pasaba de un salto más allá de las fachadas y de las presunciones de poder e introspección
en el mundo atemporal de fantasía. Entonces debo haberme adormecido, porque lo siguiente
que recuerdo es ver a Agnes retirando la piedra. La antorcha que sostenía Agnes arrojaba hacia
abajo un rayo suave de luz dorada. Al principio me hizo daño en los ojos. Cuando bajé la vista
hasta mi escudo, comencé a temblar. Había huellas de garras sobre la cara de cuero. Las toqué y las
lágrimas afluyeron a mis ojos. Llevando el escudo conmigo, trepé lentamente por la escalera.

¡Qué bendición es ver, salir de la oscuridad a la luz del día! Agnes me dijo que todavía no
hablase de mi visión, que la conservase en mi corazón. Yo tenía tantísima energía que necesitaba
hablar, de modo que expuse a Agnes mis pensamientos sobre el tema de la oscuridad mientras nos
dirigíamos a casa. Mi experiencia se había instalado en mí de un modo muy reflexivo.

-Tanto la noche como el día son buenos —dijo Agnes—. Ambos hablan un idioma. El idioma de
la noche es diferente del lenguaje del día. El lenguaje de la noche está dentro de usted. La
mayoría de los de dos piernas han olvidado el idioma de la noche, pero sería bueno que lo
recordasen, pues una noche larga llega antes de que rompa el alba.

Después de habernos puesto cómodas en el interior de la cabaña, hablé a Agnes de mis


experiencias con la osa luminosa. Agnes me pidió una descripción exacta de todo lo que había
hecho desde el momento en que ella cerró la abertura. Asentía con la cabeza mientras yo
hablaba, y sonrió aprobado-i amenté cuando le hablé de los colores y sonidos. Proseguí durante un
largo rato, tratando de recordar todos los detalles. La noche volvió a pasar ante mí en imágenes
vividas. Por una vez, supe que Agnes era verdaderamente feliz con mis esfuerzos. Me miraba
fijamente mientras yo trataba de recordar algo más, y luego se levantó bruscamente y se dirigió
hasta un cajón de la cómoda. Lo abrió y hurgó en su contenido hasta que encontró un pequeño
atado de tela roja en el fondo del cajón. Me lo entregó, colocándolo en mi mano izquierda y
cubriéndolo con su mano derecha. Sosteniendo mi mano, Agnes se quedó mirándome a los ojos
un largo rato. Sus ojos dulces eran cálidos y tiernos, y su luz era un río de amor que corría
profundo y lejano, adentrándose en las cavidades de mi corazón. Yo estaba completamente
desarmada. Agnes dijo:

-Esto es para su escudo. Cósalo sobre el lado izquierdo y pinte huellas de oso que conduzcan
hacia el norte. Siempre le resultará difícil crear algo nuevo en el invierno. Para usted es mejor
trabajar en otras estaciones del año. Sepa esto sobre usted misma y descanse en los meses de
verano con su aliada, la gran madre osa gris. Le resultará útil aprender a soñar con ella, pues
su fuerza chamánica es poderosa.

Cogí el atado de tela roja y cuidadosamente lo desenvolví. Me encontré con una bolsa
pequeña de piel marrón y gris, y dentro de ella había una garra de oso.

-Gracias, Agnes -dije, con emoción. Sabía lo valiosas que eran estas cosas para Agnes-. ¿Dónde la
consiguió?

-Cuando encontré a las soñadoras, ése fue el regalo que me hicieron. Está plena de
propiedades chamánicas y le traerá mucho poder.

Abracé a Agnes.
Ambas estábamos exhaustas. Me salpiqué la cara con agua y me arrastré dentro de mi saco
de dormir. Me quedé dormida antes de terminar de cerrar la cremallera. A la mañana siguiente
me desperté antes del amanecer. Me levanté y me vestí en silencio, dejando dormir a Agnes.
Avancé cautelosamente hacia el exterior de la cabaña con mi escudo, mi bolsa con la garra de
oso y pinturas. Decidí no regresar hasta que mi escudo estuviese terminado. Caminé casi dos
kilómetros hasta llegar a uno de mis lugares favoritos debajo de unos álamos en la cumbre de
una colina cubierta de hierba. Trabajé con mucha aplicación todo el día. Este escudo tenía la
cualidad de atraerme hacia el interior de mí misma. Cuando regresé a la cabaña, Agnes
percibió mi necesidad de tranquilidad. Con un movimiento de cabeza dio su aprobación a mi
escudo terminado.

Al día siguiente pasé unas pocas horas lavando ropa y escribiendo cartas. Avanzado el día
envolví mi escudo en una manta y lo coloqué en el maletero del coche. Agnes y yo fuimos hasta la
cabaña de Ruby. Llegamos a la hora del crepúsculo y entramos a la cabaña, con el escudo y un
paquete que Agnes había llevado para Ruby. Dejamos nuestras cosas junto a la puerta.

Ruby y July acababan de sentarse a la mesa, disponiéndose a comer, y Ben y Drum estaban
muy ocupados corriendo de un lado a otro, preparando cosas y sirviendo la cena. Una vela par-
padeaba, arrojando una luz agradable sobre la mesa. Un pote de frutas con encantadoras flores
silvestres añadía colorido a la escena. Hasta había un mantel a cuadros blancos y negros. Ruby
nos invitó a Agnes y a mí a sentarnos y comer con ellas, y nosotras aceptamos encantadas.

-Ben y Drum pueden comer más tarde -dijo Ruby.

Oí a Ben murmurar algo. July me guiñó un ojo. La decepción de Drum era obvia. Pero era
evidente que no se atrevería a quejarse. Cabizbajos, los dos hombres se movían con torpeza de un
lado a otro sirviendo bistecs de venado cocidos a la perfección y puré de patatas.

-Ruby, esto es realmente un festín -dijo Agnes, cortando su carne con gesto hambriento.

Ruby no prestó atención y permaneció sentada con una mirada petulante en su rostro,
pareciéndose a una niña de noventa años.

-Mi café está frío -dijo Ruby.

Drum cogió la taza de Ruby al instante, volvió a verter el líquido humeante en la olla. No tardó
en volver a llenar la taza de Ruby.

-Seguro que se demoraron mucho en la preparación de la cena —continuó Ruby—. Me


gustaría que estuviese lista cuando yo quiera.

Pinchó un trozo de carne y volvió a hablar.

-No tenemos tenedores decentes -siguió quejándose-. Ben, tráeme una servilleta. No hay sal en
esta comida. Nunca condimentan nada en forma adecuada.

Agnes y yo nos lanzamos una mirada interrogativa por encima de nuestros platos. Yo no podía
imaginar qué estaba tramando ahora Ruby.

-Pero nosotros pusimos exactamente la cantidad de condimento que usted nos dijo
-protestaron Ben y Drum.

-Bueno, no lo hacen bien -dijo Ruby con irritación.

-Realmente, Ruby, opino que esto está bastante bien —dijo Agnes.

-Yo no como puré de patatas -dijo Ruby, ignorando las palabras de Agnes-. Es malo para los
dientes. Drum, sabes que no me gusta.
Drum se quedó boquiabierto.

-Pero a usted siempre le ha encantado el puré de patatas.

-Bueno, ahora no me gusta. -Comió un bocado diminuto y arrugó la nariz. De pronto su


atención se volvió hacia mí-. Lynn, ¿qué es eso que está manoseando?

-Son mis vitaminas.

-Trae a Lynn un vaso de agua -ladró. Drum se apresuró a cumplir la orden-. Esas píldoras
me suenan a drogas.

-Pues no lo son. Son vitaminas orgánicas. Hemos hablado sobre mis vitaminas.

-Por mi parte, las considero drogas. -Empujó su plato hacia July-. July, no quiero todo esto.
Cómetelo tú.

Ben se inclinó hacia adelante, obviamente desfalleciente de hambre.

-Lo comeré yo.

-Ben, es así como tratas de engañarme y comer mi comida.

-Ruby tiró de su plato hacia ella-. Bien, no creas que voy a tolerarlo.

Ruby comenzó a tragar enormes bocados de comida. Comió todo lo que estaba en su plato
y dijo a Ben que le llevase todas las sobras.

-Trae también más puré de patatas -ordenó. Se comió las sobras en un instante—. Estos dos
hombres jóvenes y saludables serían capaces de quitarle la comida de la boca a una anciana—se
quejó Ruby, hablando con la boca llena-. Después de todo lo que he hecho por ellos.

Agnes cogió el paquete que había dejado junto a la puerta.

-Aquí tienes, Ruby, algunas bayas para tu alacena.

Agnes entregó el paquete a Drum.

Ruby empujó la silla apartándose de la mesa, se levantó, se llevó las manos a las caderas y
con un tono muy malhumorado dijo:

-¿Por qué me traes bayas para mi alacena? ¿Estás diciendo que no tengo nada en mis
alacenas?

Agnes volvió a sentarse, sin prestar atención a Ruby.

—Sólo pensé que podrían gustarle, querida -dijo.

Levantó la vista hacia el cielorraso de la cabaña sacudiendo la cabeza de un lado a otro.

Ahora ya Drum había desatado el paquete. Pude avistar a Ben y Drum cayéndoseles la baba
a la vista del contenido.

-Bueno, también podríamos tener esas bayas para el postre. Drum, prepáranos las bayas y no
toques ni una.

Ben y Drum se miraban uno al otro y suspiraron resignados.


Cuando el postre estuvo preparado, yo pedí a Ruby que aprobase mi escudo.

-¿No puede esperar hasta mañana? Cada vez que usted aparece por aquí nunca consigo pasar
un momento con Agnes. Las dos pueden dormir aquí esta noche. Pueden usar las mantas de Ben
y Drum. Espero que estén limpias. Ben y Drum pueden dormir en su coche.

Yo miré a Agnes en busca de apoyo. Ella sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

-Agnes y yo queremos estar solas para jugar al ajedrez -dijo Ruby-. Ustedes los jóvenes
lárguense de aquí después de que usted haya lavado los platos.

-Ajedrez -dije yo, atónita.

—Sí, ajedrez. ¿Quiere decirme qué hay de malo en jugar al ajedrez?

—Nada -respondí-. Si eso es lo que quiere.

Unos pocos minutos más tarde, los platos estuvieron lavados. Limpiamos y ordenamos la
cabaña dejándola reluciente y salimos al porche a la luz de la luna, mirándonos fijamente y
preguntándonos qué hacer. De repente, desde el interior de la cabaña, nuestros oídos fueron
agredidos por una explosión de carcajadas. July y yo nos dirigimos una mirada de inteligencia y
entonces comenzamos a reírnos entrecortadamente. Ben y Drum se miraban los pies y pateaban
algún guijarro de las viejas maderas del porche.

—Eh, tíos —dijo July—. Bajemos hasta acercarnos al Farallón del Hombre Muerto y hagamos
una fogata. Es obvio que Ruby y Agnes no nos quieren por aquí. Podemos ir a hablar.

Todos parecimos estar de acuerdo, y empezamos a descender por el sendero que conducía
hasta el Farallón del Hombre Muerto, recogiendo leña para el fuego a nuestro paso. Cuando
llegamos al farallón, encontramos una zona elevada e hicimos una pequeña fogata dentro de un
círculo de piedras. El terreno estaba húmedo y el aire olía a maleza y hojas en descomposición. El
agua corría a toda velocidad sobre las piedras del farallón con un sonido sedante. Drum nos
contó un chiste y logró que todos nos relajásemos y riésemos tontamente.

Pregunté a Ben y Drum qué había sucedido a Perro Rojo. El estado de ánimo distendido se
convirtió en tensión.

-No sé si Ruby se molestaría si hablamos sobre esto -dijo Drum seriamente.

Con el bigote colgando a los lados de sus labios, se parecía más a un sherpa tibetano que a
un cree. Dirigió sus ojos hacia mí y pude ver que refulgían a la dorada luz del fuego.

-Yo sé que Perro Rojo sufrió una grave afrenta y padece una seria enfermedad cardíaca. Dijo
que usted ha sido facultada por Agnes. Dijo que usted sola nunca hubiese tenido la habilidad
para robarle a él. Estaba furioso y nos echó. Dijo que tenía que ir a buscar a otra mujer poderosa.
Nos advirtió que no volviésemos nunca, que éramos indignos del conocimiento prohibido. Nos
maldijo por la pérdida de la cesta del poder, y dijo que debido a nuestra negligencia él iba a
tener que buscar nuevas armas.

-Yo no le robé la cesta a Perro Rojo -protesté-. Simplemente cogí algo que pertenecía a los
antepasados, la cesta matrimonial, y la devolví a las guardianas adecuadas: las tejedoras y las
soñadoras.

-Eso es lo que queremos decir —soltó sin tino Ben-. Drum y yo no queremos ofenderla.

-Eso está bien -repuse sonriendo-. Ajústense a la verdad.

Entonces me di cuenta de que Ben y Drum nunca confiarían en mí. Sus ojos brillaban de
miedo y siempre sospecharían alguna treta por mi parte. Al menos para esos dos hombres, yo
era una mujer peligrosa, con quien había que ser cauteloso. Ese pensamiento me colmaba de un
extraño orgullo.

-¿Ha pasado algo interesante mientras estuve ausente? -pregunté.

-Bueno, sucedió algo divertido —dijo July-. Un día apareció por aquí un tipo y rogó a Ruby
que le enseñase.

July se rió, en tanto Ben y Drum gruñeron. Evidentemente, conocían la historia.

-El hombre manifestó que quería ser hechicero. Ruby no dijo nada. Se limitó a escuchar. Él
hombre prosiguió hablando de las cosas que había aprendido en los libros.

»-¿Por qué acude a mí? —preguntó Ruby—. Yo soy una mujer chamán, no una hechicera. Ya lo
sabe todo.

»—No me importa lo que es usted. Necesito experiencia —dijo el hombre-. En realidad, quiero
ser su aprendiz. He oído decir cosas extraordinarias de usted.

»-Pienso que debe regresar al infierno del que procede -dijo Ruby-. Nadie sabe nada por aquí.
No somos más que un puñado de indios paletos y blancos incultos. Alguien le ha contado un
montón de mentiras.

»El hombre no quiso tomar las palabras de Ruby como una respuesta y comenzó a llevarse la
mano al bolsillo.

«-¿Cuánto dinero tiene? -preguntó Ruby.

«-Seiscientos, pero puedo conseguir más.

»—Démelo —dijo Ruby, y se guardó el dinero en el bolsillo de la blusa-. Yo le enseñaré. Venga


conmigo. Coja esa pala que está allí y yo le enseñaré alguna hechicería.

»El hombre siguió a Ruby hacia los matorrales. Llegaron a un terreno llano y Ruby dijo al
hombre que lo alisara. El hombre se puso en cuatro patas y sacó las piedras y ramitas, y arrancó la
hierba seca.

»-Póngase de pie mirando hacia el oeste -dijo Ruby.

»El hombre lo hizo. Con un bastón, Ruby dibujó un largo rectángulo a sus pies.

»-Diga al rectángulo: "Éste es un rectángulo mágico. Ésta es mi tumba y yo soy alimento para
los gusanos".

»El hombre repitió las palabras.

»-Ahora camine alrededor de este rectángulo y dígalo cuatro veces en dirección a cada uno
de los cuatro puntos cardinales.

«-¿Está poniendo poder en el rectángulo? -preguntó el hombre.

»—Estoy poniéndolo a usted dentro del rectángulo —respondió Ruby.

»-Oh -exclamó el hombre.

«Esta vez el hombre comenzó a sentir un poco de miedo. Pero decidió continuar. Hizo
exactamente lo que Ruby le dijo que hiciese.
»-Ahora coja la pala y excave un agujero de poco más de un metro de profundidad aquí,
dentro de estas líneas que he trazado.

»El hombre comenzó a cavar. Ruby examinaba el trabajo, fumó algunos cigarrillos y
observaba. El hombre quiso formular algunas preguntas, pero Ruby lo interrumpía cada vez que
lo intentaba. La excavación ocupó al hombre la mayor parte de la tarde, pero finalmente logró
cavar el hoyo del modo en que lo quería Ruby.

»—Ahora tiéndase dentro del hoyo —ordenó Ruby.

»El hombre se sentía muy incómodo y trató de protestar, pero Ruby insistió en que se
metiese dentro del hoyo. Cuando lo hizo, Ruby dijo:

»-Una sus manos sobre su pecho y diga adiós a todo lo que aprecie. Es buena psicología.
Hágalo como una plegaria. Déle todo lo que ha conseguido. Usted sabe cómo la hechicería medra
con la emoción.

»El hombre comenzó a llorar y a decir adiós a sus hermanas, a su coche y a sus diplomas
universitarios.

«-Suficiente -dijo Ruby-. A partir de todas sus lecturas, debe saber que la tierra tiene
emanaciones buenas.

»—Por supuesto —dijo el hombre.

»—Entonces, ¿comprenderá eso mientras yo lo entierro?

»-Bien, yo...

»En ese momento Ruby estaba arrojando paladas de tierra sobre el hombre. El hombre dio
un salto cuando la tierra comenzó a llenarle los ojos, y se puso a escupir y manifestar su desagrado.

»-¿Qué está haciendo?

»-Estoy enterrándolo -dijo Ruby-. Ésta es su tumba.

»-¿De qué está hablando? Usted está loca.

«-Maldita sea —exclamó Ruby—. Olvidé la parte del ritual. Olvidé golpearle en la cabeza con
esta pala como a los demás.

»El hombre perdió la calma, bregó por salir del hoyo y se alejó corriendo.

«-Vuelva aquí -vociferó Ruby-. Su tumba está esperando. Los gusanos están esperando.

Todos rodamos por el suelo, desternillándonos de risa en el momento en que July concluyó
su relato. Cuando estuvimos calmados, Ben agregó un poco más de madera sobre las brasas
consumidas, abanicando el fuego con su mano, y pronto comenzó a arder otra buena hoguera.
Todos nos distendimos y volvimos a ponernos cómodos.

-Eso me recuerda algo que sucedió una vez en que estaba con Agnes -dije-. Regresábamos
en el coche desde el almacén. de Crowley y había un Cadillac rojo de gran tamaño aparcado
sobre la colina. Dentro del coche estaba sentado un hombre. El hombre corrió hasta mi coche y
preguntó a Agnes si ella era Agnes Whistling Elk. Agnes dijo que lo era. El hombre aseguró que
llevaba meses buscándola.

»-¿Qué puedo hacer por usted? -preguntó Agnes.


»El hombre dijo su nombre a Agnes y agregó que era millonario. Manifestó que tuvo la
corazonada de que ella podía ayudarlo a convertirse en un avatar o encarnación divina de las fi-
nanzas.

-¿Qué es un avatar financiero? -preguntó Drum. Ben y July también querían saberlo.

-Es una persona que se realiza a través del dinero. Alguien con poder como Ruby y Agnes,
pero que lo encuentra a través del dinero.

Ben, July y Drum estuvieron un rato discutiendo este concepto. Se sentían contentos de
hallarse Transitando por el camino chamánico, pero todos estaban de acuerdo en que el dinero
sería un difícil camino hacia la autorrealización.

-Sigamos -apremió Drum-. ¿Qué sucedió con el dinero de este tipo?

-Agnes le dijo que una fuerte corazonada era una buena motivación. Dijo que se requería
valor para seguir una corazonada. Le preguntó qué pensaba que podía hacer ella por él. El
hombre respondió que ella podía enseñarle y despertar sus otros poderes que lo capacitarían
para obtener aún más dinero. Agnes le preguntó cuánto estaba dispuesto a pagar. El hombre
contestó que mil quinientos dólares era un precio justo, considerando que sus necesidades eran
sencillas. Agnes exigió más. Se pusieron a regatear. Juro que el regateo duró más de una hora.
Finalmente acordaron un precio de tres mil dólares por las enseñanzas de Agnes. Agnes pidió
al hombre que le diese tres mil dólares. El hombre contó el dinero y se lo entregó a Agnes en
billetes de cien dólares. Entonces Agnes le preguntó al tipo si tenía una cerilla. Él buscó por todo
su coche y regresó con una cerilla de madera que encontró en la guante ra. Agnes estaba
sentada sobre el capó de mi coche con las piernas cruzadas cuando el hombre regresó con la
cerilla. Sosteniendo el dinero en su mano izquierda, procedió a prenderle fuego. Por un
momento el hombre estuvo tan atónito que no acertó a reaccionar. Luego comenzó a maldecir,
arrancando de las manos de Agnes los billetes en llamas y arrojándolos al suelo. Luego recogió
los billetes quemados, se los guardó en el bolsillo y dijo a Agnes que estaba completamente
loca. Se metió en su coche y se alejó de allí a toda velocidad. Ben gruñó y todos comenzamos a
reír.

—Hay más -dije-. Me acerqué a Agnes y le pregunté por qué había quemado el dinero del
hombre. Ella me contempló con extrañeza. Había una mirada de compasión en su rostro.

»-No hice más que mostrar a ese hombre la respuesta que estaba buscando. Por supuesto, su
sendero está obstruido y no alcanzará la verdad en esta vida. Está demasiado agobiado por el
dinero para entender su libertad. Su corazonada fue correcta, pero su fe era escasa. Espero que
regrese, pero sé que no lo hará, y nunca encontrará una guía.

En medio de nuestras risas, se oyó el grito de un somorgujo en las cercanías de los árboles. Yo
estaba disfrutando muchísimo en compañía de estos otros aprendices. La fragancia del humo
persistía en el aire. Miré a través del fuego a Ben y Drum. Los pocos trozos de madera verde
despidieron una explosión fortuita de chispas cuando la savia llegó a las llamas.

—¿Hay alguien a quien Perro Rojo tema? —pregunté.

Ante la mención del nombre de Perro Rojo se produjo un cambio evidente en el


comportamiento de Ben y Drum. Sus ojos iban de un lado a otro. Había desaparecido el deleite que
les vi experimentar durante la mayor parte de nuestra conversación.

Con gran nerviosismo, Ben comenzó a hacer crujir sus nudillos ruidosamente y luego dijo:

—Bien, había un hombre de poder que realmente estaba enemistado con Perro Rojo. Este
hombre no es de Canadá. Recuerdo a Perro Rojo hablarnos una vez de una ceremonia en
Oklahoma donde este chamán llamado David Carson hizo algo extraordinario. Carson llegó y...

En forma repentina, Drum saltó como un resorte. Literalmente cogió la cabeza de Ben con
su mano izquierda y le cubrió la boca con su mano derecha. Drum luchaba por zafarse.

—Idiota. Maldito idiota -aullaba Drum con voz ronca. Ben logró liberarse con un tirón
violento. Tardó un minuto en recobrar el aliento.

—¿Estás loco, Ben? Él nos advirtió que nunca lo deshonrásemos con esa historia. No vivirás
mucho tiempo si eres tan estúpido. Perro Rojo nos despedazará a los dos.

Ben asintió con un movimiento de cabeza, diciendo:

-Tienes razón, Drum. Tienes razón. El sólo nos contó esa historia para asustarnos.

Escupió en el suelo, confundido.

Yo no sabía qué decir, por lo que me mantuve en silencio. Ben parecía humillado. July acudió
en su ayuda.

-David Carson me suena como un chamán digno de recordar -dijo, riendo-. Ruby me ha
dicho que Carson es un heyoka, igual que ella. Eso es todo lo que sé. Tíos, ustedes se asustan de
todo. Ya basta de historias. ¿Por qué no cantamos un rato?

Comenzamos a cantar una canción a la gran madre tierra que Ruby nos había enseñado años
atrás. Como siempre, el ritmo nos atrapó y seguimos cantando durante una hora o más, hasta que
el fuego se desvaneció convirtiéndose en un resplandor de un rojo oscuro.
El Escudo del Búfalo Erguido: El norte

Los cree de los Pantanos dicen que las historias viven en el mundo y que pueden escoger habitar en las
personas, quienes entonces tienen la opción de volver a narrarlas en el mundo.
Todo esto puede formar una relación simbiótica: Si la gente nutre una historia adecuadamente, dice
cosas sobre la vida.
Lo mismo resulta cierto con los sueños y los nombres...

Howard A. Norman, The Wishing Bone Cycle.

Al día siguiente, a la hora del crepúsculo, Agnes y yo fuimos a dar un paseo. Observamos la
bajada corta de un águila, que comenzó a dar vueltas por encima de nuestras cabezas. En el mo-
mento en que nos sentamos sobre un afloramiento de roca de color gris, el sol descendía detrás
de los imponentes pedrejones, cuyas siluetas se grababan en negro contra el cielo coloreado de
rosa. El viento soplaba desde el sudoeste, trayendo la fragancia de los pastos de verano, y las
brisas verdes eran balsámicas y cálidas. El movimiento de las sombras oscuras a través de las
rocas resultaba hipnótico y me arrulló hasta adormecerme.
De repente, me sobresalté y me puse en guardia. Allí, de pie y solo en una grieta de las piedras,
a unas trescientos metros de distancia, se alzaba la figura de un hombre. Estaba muy erguido,
como una sombra oscura recortada contra el cielo. El perfil de su barba cobriza relumbraba al
caer la luz de la tarde. Yo sabía que era Perro Rojo.
-Agnes -susurré.
No hubo respuesta. Me volví para atraer su atención. Agnes estaba dormitando. Contuve la
respiración y la sacudí suavemente para despertarla.
-Allí arriba está Perro Rojo —susurré con tono apremiante.
Hice un gesto con la cabeza y observé las reacciones de Agnes. Sin volver la cabeza, los ojos de
Agnes se mantenían alertas. Arrugó el entrecejo.
-¿Dónde?
-Allí arriba.
Me volví para indicarle la dirección, oyendo el grito de un cuervo a mi izquierda. Otro
cuervo respondió desde mi derecha.
-Él estaba allí. Yo lo vi.
Agnes me dio un golpecito en la rodilla y preguntó:
-¿Está segura de que no es usted quien quiere que él esté allí?
-Por supuesto que no quiero eso.
-Hay muchas personas que incitan a sus miedos, y así los miedos están seguros de persistir
-dijo Agnes, y luego rió-. Perro Rojo no está allí arriba. Está allá.
Agnes inclinó la cabeza hacia la derecha y entrecerró los ojos. Cuando dijo esto, yo vi una
mancha de luz en la dirección en que ella se inclinó. Me sentí un poco aturdida.
-No, él está allí arriba -dijo Agnes, apuntando con su mano. Nuevamente yo vi una mancha de
luz. Estaba segura de que iba a desmayarme.
-¡No, él está detrás de nosotras!
Yo salté involuntariamente, presa de un terror incontrolable. Hubo otra mancha de luz y yo me
desplomé hacia mi izquierda. Agnes me cogió y me sostuvo con firmeza.
-Agnes, ¿qué está haciendo, tratando de matarme?
Mi corazón se había desbocado. Pensé que Agnes se burlaba de mí y que iba a perder el
conocimiento en cualquier momento si ella continuaba. No lo hizo. En vez de ello, me frotó la
región lumbar con movimientos circulares. El masaje pareció liberar alguna tensión en mi
garganta y en mi pecho.
-Deje de incitar, Lynn —dijo Agnes, dándome palmaditas en la rodilla-. Cuando usted está
cazando, un modo de llamar a su presa es encontrar un lugar en su mente que le dé la bien -
venida. Su presa sentirá curiosidad y se acercará, y entonces usted podrá capturarla. Sus miedos
funcionan de la misma ma ñera. Es el enemigo tentándola hasta su muerte. Deje de incitarlo y
manténgase fuera de la vista. De lo contrario, atraerá a su enemigo y eso podría no resultar
bueno para usted.
—¿Está diciendo que mi pensamiento provocó que viese a Perro Rojo?
—Sí, está pidiendo poder para traerle hasta usted y haría mejor en dejar de hacerlo, se lo
advierto. Está atrayendo hacia usted fuerzas poderosas que no significarán nada bueno.
-¿Qué puedo hacer? -pregunté exasperada.
Agnes me frotó la región lumbar una vez más y luego permaneció en silencio.
—Vamos -dijo.
Durante los dos días siguientes, Agnes se mantuvo silenciosa. Nuestra relación había sido
tan amistosa recientemente, que ese súbito tratamiento frío hería mis sentimientos. Cada
vez que trataba de hablar, Agnes colocaba una de sus manos sobre mi boca y sacudía la cabeza.
No parecía estar interesada en enseñarme nada. Entonces tuvo lugar un acontecimiento sor-
prendente.
Mientras caminaba cerca de la cabaña, vi una pluma de pájaro carpintero volando a ras del
suelo. La cogí pero, al hacerlo, por alguna razón la dejé caer. La pluma era pequeña, de un color
oscuro como el de un-sorbete de frambuesa. Corrí detrás de la pluma, la cogí y la alcé del suelo,
y entonces nuevamente se me cayó de la mano. Me sentía frustrada por mi incapacidad para
sujetar la pluma e intenté volver a cogerla infructuosamente.
Agnes apareció de pronto en la puerta de la cabaña y me gritó:
-Lynn, ¡déjela! No va dirigida a usted.
-Tonterías -le repliqué también a gritos, y me dediqué a seguir persiguiendo la pluma
voladora.
Nunca la vi caminar con tanta rapidez. Antes de que supiese lo que estaba sucediendo,
Agnes me tenía sujeta por los hombros y me sacudía.
-Le dije que la dejase -dijo.
-¿Pero por qué?
Agnes dejó de sacudirme.
-Esa pluma pertenece al windigo, el espíritu de la montaña con corazón de hielo. La pluma
le pertenece y él la envía para atraparla. Yo oí a la pluma decirle que fuese y usted estaba si-
guiendo ciegamente sus instrucciones.
-Bueno, ¿cómo se supone qué debo saber cuando una pluma está diciéndome algo?
-Lynn, yo no sé qué es lo que la protege. No tengo la más mínima idea de cómo ha eludido
a los numerosos windigo que avanzaban sobre usted. Estos espíritus son muy numerosos, y
están atrayéndola hacia su muerte.
-Usted ha mencionado antes las historias de los windigo.
-Deseo poder explicarlo con mis palabras. Esa pluma ha sido apresada por un espíritu que le da
vida y la anima. Casi todo vegetal, animal o cosa puede ser apresada por un windigo. En este caso,
la montaña es un windigo. ¿Ve esa montaña allá arriba?
-Sí.
-Bajo ninguna circunstancia, nunca se dirija allí. Si lo hace, no tiene salvación. Para usted, esa
montaña es un windigo, su muerte. La montaña envió la pluma para que fuese en su busca y la
llevase hasta él. Él sostiene que usted le pertenece, y para usted él es la muerte.
-Agnes, a menudo he tenido el impulso de ir hacia esa montaña. La única razón por la cual
nunca he ido es porque está muy lejos.
-Le aseguro que no hubiese regresado jamás.
-¿Cómo puedo reconocer a un windigo, Agnes?
-Veo en sus ojos que no está tomándome en serio, pero le aseguro que estoy expresando
claramente mi preocupación por usted. Alguna parte de usted no me cree, pero existe otra
parte de su ser que conoce la verdad. Aprenda a soñar cuando está despierta y entonces verá lo
que ve el Gran Espíritu. Verá a los windigos que están tratando de darle alcance. Sabrá cuando
estará en peligro. Usted no tendría que morir de una muerte tonta. Puede salvarse y salvar a
otros. Se dice que el único modo de matar a un windigo es fundir su corazón de hielo. No se deje
engañar tan fácilmente.
Esa noche nos sentamos en el porche. Yo descansaba con mi espalda contra la pared cerca
de la puerta, y Agnes estaba sentada con las piernas cruzadas y las manos sobre las rodillas.
Acababa de oscurecer y la luna brillaba a través de las nubes. Un búho comenzó a ulular.
La luz de la luna esculpía los pómulos de Agnes.
-Los viejos que solía tratar decían que hay que hacerlo simple. Cuando haga su fardo, no haga
uno de confusión.
-¿Se refiere a la inocencia? -pregunté.
-No, a la simplicidad. Es muy diferente. La he visto vacilar ante la simplicidad. Usted ha
adquirido grandes montañas de conocimiento. Pero ese aprendizaje no se ejercita a través de la
experiencia, no puede ser comprendido. Usted es como alguien con una camioneta nueva y un
nuevo juego de herramientas. Su verdad son sus herramientas. Cuando parte para realizar su
trabajo del día, deja sus herramientas en la parte trasera de su camioneta. Como la mayoría de
la gente, usted no siente con su yo total. Ésa es la diferencia entre el conocimiento y la sabiduría.
Entremos. Vamos a tomar un poco de té.
Nos incorporamos y entramos a la cabaña. Agnes encendió un farol e hirvió un poco de agua.
Agnes estaba sentada en su silla habitual ante la mesa de la cocina, con los pies sin zapatos, pero
con medias, enrollados en torno a los travesaños de las patas de la silla, como suelen hacer los
niños. Serví en nuestras tazas un poco de té caliente y luego me senté a su izquierda.
-Mire dónde se sienta, Lynn. ¿Qué le dice eso?
Yo no sabía qué decir. Después de pensar un momento, llegué a la conclusión de que si la
mesa era redonda como una rueda chamánica, Agnes estaba sentada en el oeste, un lugar que
correspondía al poder de la mujer, según me había dicho a menudo. Entonces dije:
-Estoy sentada en el norte. ¿Está bien?
-Sí. Su cuerpo ha ocupado su lugar en el norte. Usted no se dio cuenta, pero desplazó su silla
desde su posición habitual en el este. Su cuerpo aprende sabiduría antes que su mente.
-Normalmente, usted se sienta frente a mí -continuó Agnes-, lo cual implica que se prepara
para recibir la enseñanza. Su cuerpo habitualmente me interpreta como a una maestra sentada
en el norte, y usted normalmente adopta la posición de una pupila sentada en la confianza y la
inocencia en el sur. Pero esta noche ha sucedido una cosa inusual.
Agnes permaneció callada por un momento. Cogió su taza v bebió un sorbo de té, pero no
dejaba de observarme. Empegó a reírse entre dientes y yo comencé a retorcerme en mi asiento.
Sus ojos parecían bailar a la luz del farol. Yo llegué a sentirme incluso más quisquillosa y estaba
demasiado confusa para saber qué decir. Agnes volvió a dejar su taza sobre la mesa e irguió el
torso, elevándose en su silla. Echó la cabeza hacia atrás. Se veía orgullosa y fuerte, y muy ágil.
-Todo el conocimiento de su raza está obsesionado con las nalgas -sentenció Agnes,
meneando las caderas de manera extravagante y girándose lentamente sobre la silla.
-Agnes, por favor, tenga cuidado —dije yo, reaccionando ante su comportamiento juguetón.
Ella hizo un gesto indicándome que guardase silencio.
-Cada vez que uno hojea una revista se encuentra con una docena de anuncios con las nalgas
de alguien embutidas en un par de tejanos ajustados. Su gente está obsesionada con las nalgas, y
hay una razón para eso. ¿Sabe cuál es esa razón?
Yo no dejaba de contemplar a Agnes.
-No, realmente no lo sé. ¿Se trata de una especie de obsesión con el sexo?
-No sólo eso. Lo que significa realmente es esto. Agnes hizo un gesto con el brazo, como un
movimiento de barrido, indicando la mesa.
-Los médicos, los maestros y los jefes dicen continuamente: «Mire dentro de usted mismo».
Agnes se inclinó flexionando la cintura como si estuviese buscando algo en el centro de la
mesa. Me pusiese donde me pusiese, todo lo que podía ver eran las nalgas de Agnes a la altura de
mis ojos.
-¿Qué ve? -preguntó ella, dándose palmadas en el trasero. Yo lancé una risotada.
-Eso es. Cuando usted mira hacia adentro, todo lo que muestra a quienes están detrás de usted es
su trasero.
Agnes se irguió y, con un movimiento rápido, saltó al centro de la mesa.
-Esto es lo que usted necesita hacer, Lynn. -Volvió su cara hacia mí. Yo me quedé mirando
fijamente sus ojos socarrones-. Tiene que mantenerse erguida dentro de su círculo. Vuélvase y
enfrente a quienes la siguen y mírelos directamente a los ojos.
-Usted tiene una manera bastante gráfica de hacerme ver las cosas, Agnes —dije.
Ambas nos reíamos con ironía.
Me levanté de un salto y me subí a mi silla a fin de ayudar a Agnes a bajarse de la mesa. En
vez de permitirme que la ayudase, ella saltó en el aire. Todo lo que vi en ese momento fueron sus
calcetines de rayas rosas y blancas. Aterrizó suavemente sobre ambos pies, se giró rápidamente y
se paró sobre una pierna con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, imitando una
postura de las artes marciales. Yo, por mi parte, perdí el equilibrio en mi silla. Agnes avanzó hasta
a mí a grandes zancadas e impidió que me cayese.
-Quédese allí -dijo-. Vamos a ver si puede mantener el equilibrio mientras hablamos.
Me sentía un poco ridícula allí de pie sobre la silla, pero cuando Agnes hizo lo mismo, me
pareció la cosa más natural del mundo.
-Pararse sobre una silla será bueno para usted si consigue hacerlo.
Me soltó el brazo y dio unos pocos pasos hacia atrás. Una pata de la silla se bamboleó, y
tardé un momento en recuperar el equilibrio. Agnes dio la vuelta detrás de mí.
-No se mueva. Simplemente escuche -dijo-. Voy a hacerla saltar a fuerza de golpes.
Prepárese.
-No me haga daño, Agnes.
-No, no la tocaré. -El tono de su voz había bajado una octava—. Al desplazar su silla esta
noche hacia la posición del norte, su cuerpo elige permanecer de pie dentro de su aro sagrado para
poner fin a esa tontería periférica de mirar hacia adentro. Atérrese a esa perspectiva. Bienvenida al
círculo.
La voz de Agnes sonó como si procediese del suelo detrás de mí y me volví para ver dónde
estaba. Perdí el equilibrio y me caí de la silla, dando con mi culo contra la tetera. Agnes me sujetó
en mitad de la caída y de alguna manera impidió que fuese a parar al suelo. Luego me ayudó a
incorporarme.
-Salgamos -dijo Agnes-. Quiero mostrarle algo sobre el equilibrio.
Yo la seguí en dirección al exterior. Nos alejamos unos veinte metros de la cabaña y allí nos
detuvimos a la luz de la luna.
-Quiero que me derribe de un golpe de la manera en que pueda hacerlo -dijo.
-No habla en serio, ¿verdad, Agnes?
-Sí, hablo en serio. Derríbeme de un golpe.
-¿Quiere decir que la empuje?
-Trate de derribarme de un golpe. No puede hacerlo.
-Claro que puedo.
-De ninguna manera. Vamos. Yo no me resistiré.
Agnes siguió instándome a que la derribara de un golpe, pero yo fui instintivamente
cauta. No quería hacerle daño. Pensé que sería un asunto fácil hacerle perder el equilibrio y
empujarla hacia el suelo, especialmente si ella no iba a oponer resistencia.
-De acuerdo, le daré un golpe, Agnes. Pero no me maldiga si le hago daño.
Sentí mis músculos tensos y arremetí contra Agnes. En vez de cogerla, como era mi
intención, me encontré a mí misma en el suelo. De alguna manera, Agnes me había esquivado.
-Vuelva a probar -dijo Agnes-. Quizás pueda hacerlo mejor la próxima vez.
Volví a intentarlo. Agnes desvió su cuerpo ligeramente hacia la izquierda, y nuevamente fui a
parar contra el suelo delante de ella. Agnes se rió.
-No está empleando la fuerza suficiente -dijo—. ¿No quiere hacerme caer?
-Oh, Agnes, realmente quiero hacerlo. Estoy intentándolo.
-Entonces arriésguese. Propóngaselo y hágame caer.
Cargué contra ella con todas mis fuerzas. Agnes apartó ligeramente su cuerpo y yo me desinflé
mientras caía violentamente sobre la hierba. Logré sentarme respirando con dificultad.
-¿Cómo puede hacerme eso? Ni siquiera consigo acercarme a usted.
-Es mi forma luminosa que sale al encuentro de su forma luminosa -dijo Agnes,
extendiendo una mano para ayudarme a ponerme de pie-. Cuanto más enérgicamente lo
intenta, más fácil es para mí. Mi forma luminosa simplemente da a la suya un golpecito y usted
cae al suelo, fundamentalmente debido a sus propios esfuerzos. No se muestre tan perpleja. -Los
ojos de Agnes centelleaban-. Terminemos con este asunto. Recuerde, usted puede utilizar su
energía con eficacia si está centrada.
-Agnes —dije, tratando de recuperar el aliento-, vaya con calma conmigo, o se quedará sin
aprendiza.
-Piensa que tal vez estoy enseñándole lo indefensa que está, pero no se trata de eso. Usted
tiene las mismas ventajas que tengo yo. De hecho, más, pues yo soy vieja. Estoy ayudándola a
que llegue a ser consciente de su potencial. Vamos a sentarnos al porche un rato.
Nos acomodamos en los escalones del porche. Me sentía muy bien sentada cerca de Agnes,
bañada por su aura especial. Ella apoyó su brazo suavemente alrededor de mis hombros.
—Usted siempre se enfrenta a opciones -dijo—. Tiene la opción de crear o tiene la opción de
destruir con su poder. Cuando se enseña a las aprendizas acerca del poder, es muy importante
llevarlas a través de sus miedos al comienzo, pues el mal y la manipulación son provocados por
la codicia y la envidia, que nacen del miedo. Yendo a través de sus propios miedos, tiene que
aprender cosas sobre usted misma. Es difícil tomar conocimiento de uno mismo sin hacer un
acto de poder o un acto de belleza.
—¿Qué quiere decir?
—En primer lugar, déjeme explicar qué quiero decir cuando hablo de poder. Es una palabra
cuyo significado ha sido deformado en su mundo. Cuando usted dice poder, la gente comienza a
sentir miedo. Piensan en la policía y en los recaudadores de impuestos y en alguien que tenga
poder sobre ellos. Yo no me refiero a eso cuando hablo de poder. El poder, a mi manera, es el
entendimiento del espíritu, de la energía chamánica que fluye a través de todos los seres. Una
persona chamán puede traducir esa energía en curación y transformación para sí misma o para
los demás. El poder es fuerza y la capacidad para vernos a través de nuestros propios ojos y no
a través de los ojos de otro. Es ser capaz de colocar un círculo de poder a nuestros propios pies y
no tomar poder a partir del círculo de algún otro. El poder verdadero es amor.
»E1 problema es el mismo para hombres y mujeres, pero para las mujeres es más difícil.
¿Cómo llega a la sabiduría una mujer de su sociedad? En realidad, una mujer no carece de poder,
y tampoco el hombre. Debido a la impostura, es difícil para una mujer levantar el arco de
autoridad en su propia vida. Como guerrera, Lynn, debe recogerlo y aprender a usarlo. Muchas
mujeres contemplan al arco de la autoridad como a un objeto externo a ellas mismas y temen
recogerlo. Si usted habla a una persona que permanece en una posición carente de poder y le
dice que coja su poder, la persona se vuelve temerosa porque esa acción implica cambio. La
persona debe adentrarse en el mundo de lo desconocido para llegar a ser poderosa. Si una
persona tiene poder, como lo hacen las mujeres, y no lo utiliza, el poder descansará dentro de ella
y no tendrá lugar para centrarse. Es entonces que el poder se torna deformado y maléfico.
Puede volverse contra la persona que lo ha invocado. Si una persona se aparta de su poder,
sufrirá problemas de espalda y toda clase de dolencias físicas. El peligro mayor, si usted no ha
abandonado su miedo convirtiéndolo en su aliado, es que no tendrá ningún objetivo y ningún
rumbo, y su poder se volverá desamparado y efímero. La destruirá.
-¿Conoce a alguien a quien le haya sucedido esto?
-Hay muchos -dijo Agnes—. Déjeme hablarle de una aprendiza que tuve una vez. Era una
buena mujer. Quería curar a la gente y pasó los primeros años de su vida pidiendo recibir poder
para poder utilizarlo de un modo útil. Estudió todas las ruedas, todos los diámetros, todos los
amuletos. Era una aprendiza dedicada, pero tenía un gran problema. Tenía la extraña idea de
que debía controlar todo lo que la rodeaba. Utilizó su poder para conseguir un marido e hijos, y
luego usó su poder para manipularlos. Se trasladó a Calgary, pero sus pasos volvían a
conducirla hasta mí de tanto en tanto.
»La envidia y la necesidad de controlar a los demás es donde se incuban la brujería y la
hechicería. Creo que nunca debería interferir con el libre albedrío de los demás, a menos que
ellos le pidan ayuda. Esta aprendiza mía comenzó a utilizar los poderes chamánicos que yo le
había enseñado para castigarme. Yo cooperé con las energías que ella enviaba para controlarme.
Un día la sorprendí. Dejé de cooperar y comencé a controlarla, en gran medida en contra de mi
deseo de actuar de ese modo.
-¿Qué sucedió?
-De manera imprevista, le mostré su propio miedo. El reflejo del espejo era insoportable. A
la mujer le dieron rabietas y por todos los medios trató de continuar manipulándome. Usted debe
entender que su fracaso consistió en que su miedo se apoderó de ella. Era incapaz de soportar al
demonio de su propia creación. Su miedo tenía una boca enorme y estaba devorando su fuerza
vital. La mujer estaban tan consumida por el miedo, que lo único que podía hacer era
manipular más. No podía enfrentarse a esa criatura devoradora y liberarse de ella.
»Puesto que no pudo enfrentarse a sí misma, comenzó a pensar que yo era el monstruo que
estaba devorándola. Juró que iba a matarme mediante el poder que yo le había enseñado. Lo ha
intentando muchas veces, pero hasta ahora sin éxito. Aún sigue prisionera del miedo.
-¿No puede hacer algo por ella?
-No. Yo no puedo enfrentarme a su miedo por ella. Ella tiene que encontrar su propio valor.
Cualquier cosa que yo hiciese no haría más que reforzar su gran miedo y prolongaría su dolor.
—¿Tiene ella algún poder, Agnes?
—Sí, tiene gran poder y capacidad. Lisonjea al poder y el poder se une a ella. Pero no puede
avanzar con él hacia un acto de belleza porque está demasiado asustada. No ha encontrado su
voz. Estoy preocupada y pienso en ella con frecuencia. Cada día le envío amor y buenos
ensalmos.
Nos sentamos en el porche durante un rato, contemplando la luna desplazarse velozmente
sobre las formas oscuras de los árboles. Una nube pasó por encima de nosotras, eclipsando la
luz de la luna. La voz de Agnes sonó consoladora al anunciar que era hora de ir a dormir.
Cuando me abracé a ella, me sentí segura y protegida.

A la mañana siguiente, temprano, fuimos despertadas bruscamente por unos golpes contra la
puerta. Agnes se levantó de la cama descalza y avanzó torpemente hasta la puerta.
-¿Quién es?
Ruby gritó desde el exterior.
-Caperucita Roja. ¿Quién piensas que soy? Agnes abrió la puerta, retrocedió y dijo:
-Entra, Caperucita Roja.
Ruby entró a la cabaña pavoneándose. Traía un gran bolso. Exclamó:
-¡Qué ojos más grandes tienes, Abuelita!
Agnes gruñó como el lobo feroz y todas estallamos en carcajadas.
Resultaba extraño ver a Ruby endomingada. Se contoneaba por la cabaña tocada con un
sombrero pequeño, redondo y sin alas, con un velo recogido sobre el borde. Se había pintado los
labios de un rojo brillante. Llevaba el cabello recogido en un bonito moño sobre la nuca y un
collar de perlas colgaba sobre su vestido de flores. Con medias y zapatos negros acordonados de
tacones altos parecía estar jugando a emperifollarse. Incluso alcancé a ver un pañuelo con
puntilla de encaje asomando por la pechera del vestido.
-¡Vaya, qué elegante se la ve! -comenté. Ruby me ignoró. Se enfrentó a Agnes, parándose
primero sobre un pie y luego sobre el otro. -Vamos —dijo con impaciencia.
-¿Vamos adonde? -pregunté tartamudeando.
-Vamos a ver a mi prima en El Paso. Vive sola. Ruby se arrojó sobre una silla de la cocina y
suspiró. Dirigiéndose a Agnes, dijo en tono severo:
-¿Por qué no estás lista?
-Oh, me olvidé. Y olvidé decírselo a Lynn -respondió Agnes. Se volvió inocentemente hacia
mí—. Necesitamos un descanso de todas ustedes, niñas. Necesitamos pasar algún tiempo con
gente de nuestra misma edad.
Agnes estaba vistiéndose.
-¿Y qué pasará con mi escudo?
-¿Qué pasa con su escudo?
Agnes regresó y se dedicó a revolver un cajón de la cómoda. Encontró un bolso negro, lo dejó
encima de la cómoda y cerró el cajón de un golpe.
-Bien, ¿qué debo hacer a continuación?
-Hágalo. No necesita ninguna ayuda más de mí.
-¿Pero cómo sabré si estoy haciéndolo bien?
-Utilizando su propio criterio.
-Pero necesito tener visiones, o sueños, o algo.
-Entonces, téngalos.
-¿Pero cómo?
El pánico comenzaba a apoderarse de mí.
-¿Quiere decirme que después de todo esto no sabe cómo soñar su propia visión?
Agnes se había puesto un vestido de topitos azules sobre fondo blanco, y calcetines y zapatos
marrones de tacón bajo. De un viejo joyero pintado de verde sacó un broche de oro, que
prendió a un pañuelo para el cuello de color blanco.
-Pensé que iba a ayudarme. Yo dependo de usted.
-Voy a ayudarla. Voy a salir de aquí.
Siguiendo a Agnes mientras trajinaba por la cabaña, dije con voz lastimera:
-¿Dónde voy a tener mi visión del norte? Déme una pista. Agnes y Ruby rieron. Luego Ruby
dijo:
-Lynn, ¿por qué no va hasta el Polo Norte? ¿No es allí donde Santa Claus tuvo su visión?
-Ustedes dos están tratando de tenderme una trampa. NO creo que vayan a marcharse.
-Oh, sí, nos vamos -dijeron las dos viejas al unísono.
Bueno, ¿cómo van a ir hasta allí? Agnes extendió una mano. Yo pregunté:
-¿Qué es lo que quiere?
-Quiero las llaves del coche. Démelas.
-Ni siquiera sabe conducir, Agnes.
Ambas se echaron a reír de manera incontrolable. Sin dejar de reír, Ruby dijo elevando la voz:
-Agnes puede conducir muy bien. Recuerdo una vez en que hizo salir de la carretera a tres
tipos blancos. Esos tipos pensaban que éramos un par de indias locas, de modo que se lo con-
firmamos.
Había lágrimas en los ojos de Ruby a causa de la risa.
Mientras Agnes iba de aquí para allá, empacando rápidamente, finalmente me di cuenta de
que podría ser verdad que estuviesen por marcharse. Las mujeres comenzaron a marcharse,
cargando con sus viejas maletas destartaladas.
Al llegar a la puerta, Agnes se volvió y me dijo:
-No olvide mantener este lugar limpio y ordenado, y no se coma toda la cecina.
Tartamudeando, pregunté:
-¿Cuándo estará de regreso?
-Cuando sea el momento oportuno. Oh, a propósito, déme veinte dólares para la gasolina -y
acompañó sus palabras con una amplia sonrisa.
Durante un momento nos quedamos mirándonos fijamente. Yo estaba muy inquieta, pero
cogí mi bolso y luego de revolver en su interior saqué el billete y se lo entregué.
-Agnes, dígame qué es lo que debería hacer a continuación con el escudo. ¿Qué cuero quiere
que utilice?
-¿Realmente, tiene importancia? -preguntó Agnes.
-¡Diablos, claro que la tiene! Es crucial.
-Oh, Lynn, deje de fastidiar con tonterías -dijo Ruby-. Estropeará mi viaje. De todas
maneras, un escudo del norte no la ayudará mucho contra Perro Rojo.
Agnes y Ruby subieron muy rápidamente por el camino hasta mi coche. Al caminar detrás
de ellas, tuve la sensación de que mi actitud les resultaba divertidísima. Arrojaron sus viejas
maletas en el asiento trasero y entraron al coche cerrando las puertas de un golpe. Yo me
abalancé sobre la ventanilla del conductor, donde estaba sentada Agnes. Ella me dirigió una
mirada turbia y bajó el vidrio.
-Oh, ¿qué pasa, Lynn? —dijo, resoplando.
-¿No va a dejarme una dirección, o un número de teléfono, o algo? ¿Cómo haré si necesito
localizarla?
-Mire, Lynn. Hemos estado en contacto y creo que volveremos a estar en contacto. De todos
modos, no puede escribir ni telefonear desde aquí, por lo que una dirección o un número de
teléfono no le servirían de nada. Y además, yo tendré su coche. Ahora dígame, ¿cuál de éstas es la
marcha atrás? No soporto estas cajas de cambio modernas.
-Agnes, usted aseguró que podía conducir —dije alarmada.
Tuve una visión fugaz de mi coche destrozado contra un árbol y me pregunté qué diría a los
inspectores de la compañía de seguros. Me imaginé llegando a un hospital apartado para visitar
a Agnes y Ruby, que se parecerían a un par de momias, y me vi disculpándome ante todos por
haberles dado las llaves de mi maravilla tecnológica.
De repente, se oyó el rechinar de las ruedas y se produjo una explosión de polvo cuando el
coche comenzó a bambolearse hacia atrás, se quejó hasta detenerse, y luego onduló hacia
adelante, coleando al avanzar sobre el ripio. Partieron en medio de un remolino formado por los
gases del tubo de escape y escombros voladores. Yo permanecí allí de pie, tragando polvo,
mirando hacia las verdes y bellas praderas de Manitoba, y sintiéndome totalmente abandonada
e indefensa.
Regresé caminando lentamente a la cabaña. Confusa y con rabia, desenterré de debajo de la
cama desordenada de Agnes un sauce joven, recientemente cortado, encontré una gran atado de
cuero sin curtir y coloqué todo sobre la mesa. Me senté y comencé a curvar la madera, tratando
de formar con ella un círculo. Mis dedos resbalaron y el árbol joven se zafó de mis manos,
golpeándome en la barbilla y cayendo con fuerza sobre la mesa.
-¡Esas dos viejas brujas! -maldecí-. Me dejan aquí para hacer esto yo sola.
La mano y la mejilla me escocían. Me levanté y di una patada a la silla. Me serví una taza de
té para tranquilizarme, me senté y con gran cuidado volví a comenzar.
Sin Agnes para guiarme, sentía temor ante cada paso que daba en el proceso de montar el
escudo. En un momento dado me enfurecía; en el momento siguiente me reía ante lo absurdo de
mi situación.
La idea de que Agnes me había abandonado no me molestaba tanto como la indefinición de
su retorno. En mi vida normal en Los Ángeles, yo mantenía un calendario de encuentros
ycomidas programadas. Tenía una idea relativamente clara de lo que haría de un día a otro y con
quién estaría haciéndolo. Eso me daba una sensación de seguridad, y me di cuenta de que
había hecho cierto presunciones en mi trato con Agnes. En efecto, su partida inesperada hacía
que me sintiese como si hubiesen tirado de la alfombra debajo de mis pies. No podía contar
con Agnes. Ella me lo advirtió: cuidado con la certidumbre.
Imaginé que Agnes podría estar ausente durante un mes, o quizás seis meses. No había
manera de que yo pudiese permanecer en Canadá durante todo ese tiempo.
Permanecí un rato preocupándome por Agnes. ¿Qué pasaría si tuviese alguna dificultad con el
coche? ¿Qué pasaría si necesitaba mi ayuda? Finalmente decidí que Agnes era una mujer chamán
que viajaba continuamente y que de algún modo había logrado aprender más y arreglárselas
mejor que nadie de todos cuantos había conocido. Ella sería capaz de salir airosa de cualquier
situación.
Eso me excluía a mí. Yo estaba tratando de construir un escudo de poder a partir de una
perspectiva de relativa ignorancia. Ahora sabía físicamente cómo hacer un escudo; pero carecía
de las enseñanzas relevantes que sustentan la confección del escudo. Me sentía incapacitada.
Cuanto más evaluaba mi situación, más sentía que Agnes había traicionado mi aprendizaje.
Comencé a preguntarme si alguna otra persona podría instruirme para confeccionar mi escudo
del norte. Quizás alguna otra mujer chamán podría habilitarme para superar mis limitaciones
de conocimiento y destreza.
Comprendí cuánto necesitaba la interacción con la gente. Necesitaba desesperadamente
hablar con alguien. Empecé a hablar en voz alta para mí misma.
Traté de convencerme verbalmente de que disfrutaba con el silencio y la soledad. Pero,
irracionalmente, temía que cada sonido y ruido de hoja al caer fuese Perro Rojo. Nunca le te-
mía, salvo cuando me encontraba lejos de Agnes o Ruby, si bien a menudo pensaba que la
misma Ruby podría ser más temible que Perro Rojo.
Durante los días siguientes trabajé en el escudo. Volqué en él las habilidades que había
aprendido, y pensé en Agnes y en lo que ella significaba para mí. Muchas sensaciones se agitaron
dentro de mí mientras iniciaba una nueva serie de rituales ahora que Agnes ya no estaba junto a
mí. Varias veces me dirigí a ella, olvidando que se había marchado. Al final de cada día mi
corazón se sentía colmado, y esperaba verla aparecer en cualquier momento. Durante esos
momentos de esperanza, sentía como si las musas estuviesen bailando conmigo. Volvía a ha-
llarme en el comienzo, pero lo veía por primera vez.
Yo no estaba acostumbrada a vivir sola y aislada. Mientras trabajaba, perdí la noción del
tiempo. El escudo y Agnes surgían en mis pensamientos; ambos eran una presencia dentro de
mí. Me agobiaban las imágenes apremiantes de mi viaje hacia el norte. La vida como yo la
conocía había dejado de tener importancia.
Agnes llevaba ausente más de una semana cuando me desperté en mitad de la noche de un
profundo sueño para ir al baño. Caminé con dificultad por la cabaña a oscuras, débilmente
consciente de un ruido seco. Aún medio dormida, creí ver una sombra oscura pasar ante mi
vista al abrir la puerta de la cabaña.
Después de orinar estuve completamente despierta. Con cautela, regresé al interior de la
cabaña y cerré la puerta. Los dientes me castañeteaban debido al aire helado de la noche.
Traté de calmarme respirando profundamente. Me mantuve muy alerta, y el sentido y alcance
de mi vista se agudizaron en la cabaña a oscuras. Sin advertencia, algo pasó rozándome vio-
lentamente la coronilla con un sonido semejante al de un silbido. Yo me encontraba demasiado
sorprendida para gritar, y todo lo que pude pensar fue que el espíritu de Perro Rojo había
entrado de alguna manera a la estancia y estaba tratando de matarme. Me tiré al suelo y, a gatas,
avancé hasta agazaparme debajo de la mesa. Empujé una silla, poniéndola delante para mayor
protección, y me mantuve expectante. Se oyó un estampido y el ruido de una lluvia de vidrios
rotos seguido por el sonido de alas batiendo el aire. El ruido fue tan enorme, que me sentí aún
más aterrorizada y empujé otra silla para enjaularme debajo de la mesa.
Entonces se oyó otro estrépito y más astillas de vidrio cayendo al suelo. Debo haber
retrocedido tanto que ya no me hallaba debajo de la mesa, pues sentí que la criatura me rozó el
hombro y me tiró del cabello. Ahora yo daba gritos, sin saber qué era lo que estaba dentro de la
cabaña, o de dónde provenía. Había perdido todo autocontrol, consciente sólo del peligro,
cuando la luz de la luna que entraba por la ventana fue borrada momentáneamente por la forma
de un cuervo enorme batiendo sus alas contra el vidrio en su intento por salir. Había sangre en la
ventana en el lugar en que el cuervo había golpeado sin cesar, una y otra vez en el mismo punto. Me
sentí tan aliviada por el hecho de que ese alboroto no fuese causado por Perro Rojo o alguno de
sus aliados, que comencé a llorar. Me precipité a abrir la puerta e intenté hacer que el cuervo
saliese. Pero no lo hizo. El cuervo se volvió y voló hasta la puerta y luego regresó directamente
hacia la ventana. En un momento dado se golpeó hasta quedar inconsciente, se recuperó, y per-
maneció sobre el alféizar de la ventana dando picotazos al vidrio. Volvió a volar por la habitación
acercándose al cielorraso, regresó al alféizar de la ventana, permaneció allí, se giró como si
hubiese tomado una decisión y salió volando por la puerta. Yo me fui derecho a la cama y no me
moví hasta que me desperté al amanecer.

Me quedé impresionada al ver a Agnes de pie, a los pies de su cama, sosteniendo delante de
ella mi escudo sin terminar. Iba vestida como de costumbre y en la otra mano sostenía una lanza
imaginaria, como si fuese a atacarme.
-¿Su escudo da la impresión de tener algún poder? -preguntó.
-Mi escudo no lo sé, ¡pero ciertamente usted tiene un aspecto portentoso!
-La casa está destrozada, de modo que quise estar preparada para lo que fuese.
Agnes se rió, apoyó el escudo contra la cama y me dijo que me levantase.
-Agnes, tan pronto como me levante le contaré lo que sucedió.
-Espero que lo haga. Debe haber sido alguna fiesta. Encendió el fuego y preparó el
desayuno mientras yo me vestía.
-¿Sufrió alguna hechicería? -preguntó.
Hablé a Agnes de mi proceso mental desde que ella se había marchado, de todas las cosas
que se cruzaron por mi imaginación.
-No pasó nada. He perdido los estribos, eso es todo. ¿Dónde ha estado?
-¿De qué se asustó?
Conté a Agnes el incidente del cuervo.
-¿Aprendió algo de esa experiencia?
-Bueno, no voy a salir más de noche a hacer pipí. Voy a esperar hasta la mañana.
Reí, pero Agnes me contemplaba impasible.
-Para mí la lección es clara. Ese pájaro es usted, golpeándose la cabeza una y otra vez
contra una barrera invisible. No importa cuánto tiempo persista en su camino equivocado;
nunca alcanzará la libertad. El pájaro tuvo que detenerse y mirar a su alrededor en busca de otra
salida. Una vez que descubrió el camino, con muy poco esfuerzo estuvo libre.
-¿Cómo se aplica eso a mí y a mi situación?
-Quizás está en el caballo equivocado. Quizás usted debe estar en Turquía con esos sufíes
de los que me ha hablado. Quizás debería estar dando vueltas ejecutando la danza de poder de
los sufíes.
La respuesta de Agnes fue tan inesperada que me quedé atónita por un momento. Entonces
capté el brillo de sus ojos y ambas nos echamos a reír.
-Hablo en serio. ¿Cómo se aplica eso a mí?
-Usted cree que por que le dije que ejecutase un acto de poder y realizase una ofrenda,
estaba diciéndole que se hiciese escritora. Pero yo no le dije cómo utilizar su conocimiento. Usted
pudo haber hecho muchas cosas, pero escogió dejar su impronta sobre el papel. Respeto su
acción. No obstante, ahora usted cree que es una escritora. No lo es. Eso es una expresión de su
escudo invisible. Usted es una mujer que está viviendo su experiencia chamánica, que realizó la
acción de escribir y continúa definiéndose por sus acciones.
-Existen niveles de aprendizaje en la vida de toda aprendiza -prosiguió Agnes.
Cogió el bastón que usaba para atizar el fuego y dibujó una serie de líneas zigzagueantes
sobre la superficie de la mesa.
-Cuando alcance la cima de la montaña -dijo, apuntando con el bastón -tiene que descender
con el objeto de escalar la montaña siguiente en su viaje. Muchas veces pensará que su viaje
está terminado cuando llegue a la cima de la montaña. No hay que engañarse. Ésos son
momentos de gran decepción, como el pájaro volando contra la ventana. Puede sentarse en la
montaña para siempre, diciendo: «Ésta es quién soy. Soy una escritora. Soy una maestra. Soy
una mujer chamán.» ¿No ve que está sentada sobre su propio ego? Agnes borró el dibujo con la
manga.
-¿Qué debería hacer cuando crea que he alcanzado una cumbre?
-Déjeme decirle algunas reglas sobre los diferentes niveles de aprendizaje que alcanzará.
Cuando la portadora del escudo alcanza la cima de la montaña, nunca busca aprobación, pues la
aprobación se basa en la duda. Una portadora de escudo no tiene ninguna expectativa, nunca
siente temor ante nada, no tiene creencias, no formula juicios ni establece comparaciones. Una
portadora de escudo nunca compite. Se considera a sí misma en oposición con un contrario, no en
competición.
»Éstas son las reglas de la portadora de escudos. Recuérdelas bien. En su confianza e
inocencia, nunca subestime a su enemigo. En el oeste dentro de su introspección, valore y re-
conozca cualquier posible jugada que su enemigo podría hacer. En el norte, en su sabiduría,
sepa que un enemigo puede asumir cualquier potencialidad. En la iluminación, en el este, se da
cuenta de que un ejército propio nunca se agota a sí mismo de ninguna manera. Parada en el
centro, usted puede ver que un gran jefe guerrero conoce todos los territorios, internos y
externos, en los cuales hay ejércitos. Recuerde que la ignorancia es su mayor enemigo.
Conversamos un rato más, y luego Agnes comenzó a ordenar la cabaña desmantelada. Cuando
todo estuvo tolerablemente ordenado, Agnes me dijo que fuese hasta mi coche y trajese algunas
cosas que estaban en el maletero. Me quedé sorprendida ante lo que encontré: un ala de buho,
algunos cueros viejos que podrían haber sido de ciervo macho, trozos de un espejo roto, un
sauce joven, porcelana rota que parecía procedente de la dinastía Ming, y algunas otras cosas. No
podía imaginar la construcción de un escudo con partes de esas cosas, pero bajé hasta la cabaña
de Agnes cargando con todo. Agnes se negó a hablar de la extraña colección de objetos, y me dijo
que los pusiese debajo de su cama y me olvidase de ellos. Me indicó que terminase de trabajar en
mi escudo.

Un poco después del mediodía, Agnes me pidió que la siguiese. Nos echamos a andar por la
carretera, encaminándonos hacia el norte, descendiendo por una hondonada poco profunda, y
luego subimos hasta aparecer por el lado opuesto. El viento soplaba suavemente. El suelo
parecía relativamente firme. Había manchones de un verde intenso mezclados con magníficos
colores ocres, terracotas y naranja de finales de temporada. Pronto llegaría el otoño. Incluso
ahora podía verse una insinuación de amarillo en las hojas temblorosas de los árboles. Por todas
partes, florecillas silvestres de color blanco salpicaban la meseta cubierta de hierba que se
extendía interminablemente hasta las colinas sobre el horizonte delante de nosotras. Parecían
gigantes nacidos y vueltos a nacer cada minuto, para luego morir cuando la luz cambiaba. Levanté
la vista para contemplar las abigarradas formaciones nubosas en movimiento mientras
caminábamos sin cesar a través de la infinita luz del día y la vasta quietud.
Agnes se detuvo en la cima de un otero cubierto de hierba.
-Aquí -dijo Agnes, indicándome un lugar para que me sentase.
Hizo un gesto hacia el cielo donde las nubes estaban comenzando a bullir.
-La he traído aquí para mostrarle el baile del viento -me explicó Agnes.
Comenzó a cantar con voz suave, sacudiendo ligeramente la cabeza hacia adelante al compás
de la canción.
-Nubes -dijo Agnes, alzando una mano-. Carne-del-cielo, conviértete en la maestra-asistente
de Lynn.
Después de pronunciar esas palabras, continuó con su canto.
Yo observaba como se desplazaban las nubes oscuras, iluminadas de ámbar y blanco por el sol.
Las nubes comenzaron a describir un lento círculo en la distancia, formando distintos dibujos
una y otra vez. La interminable sucesión de formas y colores me mareaba. Un rayo partió el
cielo, debajo de la formación aplanada en ese momento, y a continuación se oyó el fuerte
rugido de un trueno, casi antes de que el fragmento de luz hubiese desaparecido.
Agnes dijo al rayo:
-¡Alto! La gran serpiente retuerce su cola y pica a la tierra. Nosotros a veces decimos fuego-
que-cae-del-cielo. ¡Alto! Es mi aliada agitando su cuerpo de luz flameante. Es bueno.
Hubo otro tamboreo de rayo y trueno debajo de las nubes distantes. La lluvia comenzó a
caer desde las nubes, pero a nuestro alrededor, en un radio de unos dos kilómetros, el suelo estaba
completamente seco y el cielo lucía despejado. La nube que se había concentrado comenzó a
desplegarse. Los relámpagos seguían estallando debajo de ella. El olor de la lluvia de finales del
verano llegaba hasta nosotras a través de las praderas. Sentí corno si las nubes, el relámpago y la
lluvia estuviesen actuando para nosotras en una maravillosa obra elemental. El espectáculo era
vivificante.
-Observe atentamente ahora, Lynn. Un ser mágico está a punto de hacer su aparición. Es la
bruma engalanada conocida como arcoiris.
En el momento previsto, hizo su aparición un hermoso arcoiris.
-Oh, Agnes, es bellísimo. La perfección.
-Sí, cruza al otro lado del mundo y nos ha traído armonía. Un arcoiris es una gran maestra.
Ha venido como una asistente. Su presencia espiritual la escogió a usted, de modo que cójala y
aprenda de ella antes de que se desvanezca.
-¿Qué quiere decir?
-Ella ha venido a enseñarle sobre el pensamiento.
-¿Qué debería hacer yo? ¿Cómo puede ayudarme ella?
-Recordándole que usted se halla en el norte. Formule usted misma la pregunta: «¿Cómo es
ella en mis pensamientos?
-¿Cómo?
-Un arcoiris aparece para ser un lazo de conexión desde un punto hasta otro punto. Lo mismo
se aplica al pensamiento. No tiene ni principio ni fin. Esto también se aplica al pensamiento.
Usted no puede asirse de un arcoiris; usted no puede asirse del pensamiento. Puede ser débil o
fuerte, luminoso u oscuro. Lo mismo se aplica al pensamiento. Ella es capaz de construir algo
donde no hay apariencia de nada. También lo hace el pensamiento. Es coloreada por el sol, el
cielo, el viento, como si fuese coloreada por la emoción. Para algunos es más difícil ir más allá
del pensamiento que ir más allá de este hermoso hijo del arcoiris.
El arcoiris ya había comenzado a disolverse gradualmente hacia arriba desde su base. Luego
la línea coloreada de luz comenzó a modificarse y quebrarse, y lentamente desapareció de la vista.
Ya no podía ver la lluvia debajo de las nubes y la actividad eléctrica había cesado hacía rato. Las
nubes habían cambiado; luego de separarse, parecían arremeter divididas y una formación
flotaba a la izquierda y la otra a la derecha. En forma brusca, la oscura y densa masa de nubes se
había transformado en un par de borlas ondulantes.

Al día siguiente, llevé mi escudo hasta el Farallón del Hombre Muerto. Sentada encima del
tronco de un viejo árbol seco, me dediqué a trabajar sobre el cuero estirado y rígido. Lo sostuve
apretado contra mi estómago. Estaba orgullosa de mi obra.
Hojas brillantes, doradas, arrancadas de los árboles por el viento caían suavemente al suelo
musgoso. Cuando volaban junto a mis pies, me di cuenta de que el tiempo más frío anunciaba su
aparición en un futuro no muy distante. El agua en el farallón murmuraba al deslizarse sobre las
piedras. La estación cambiante oscurecía mis pensamientos. ¿Es la vida simplemente el proceso de
abordar la muerte?
Seguramente un día iré hasta la tierra de los espíritus, pensé. ¿Es la vida dolor y sufrimiento
interminables, sin razón o significado? ¿Es eso lo que hace insoportable el dolor? ¿El acto
concentrado de construir mi escudo me hace despertar a mi yo más elevado? Tal vez el trabajo y
los símbolos viven dentro de mí y hacen comprensible mi sufrimiento y, por consiguiente,
soportable. Contemplé mi imagen reflejada en el agua y me pregunté si el escudo también me
mostraría mi reflejo. Pensé en las palabras de Agnes. «Digamos que usted está fuera de
equilibrio con el gran sueño. Eso podría simbolizarse mediante una osa herida sobre su escudo.
La osa es una soñadora. Por lo tanto, tome el amuleto de la osa herida, simbolícelo y póngalo
sobre su escudo. De este modo se equilibra a usted misma con el sueño.»
Pensé en el laberinto fantástico que había visto. Agnes dijo que un laberinto era como una
tela de araña, y que yo había construido una telaraña de palabras. Iba a tener que desenmarañar
esa telaraña y encontrarme a mí misma en el centro del laberinto. Los símbolos, tales como la
osa herida, eran el hilo que me ayudaría a encontrar el camino. En el principio, me había dicho
Agnes, fue la araña, y en el principio fue el Verbo.
Mis pensamientos fueron traspasados por un miedo súbito, que me hizo aferrarme a mi
escudo. Por un instante, tuve la vaga sensación de que estaba siendo observada. Miré a mi al-
rededor en busca de confirmación a mi sospecha. Encima de mí, en un árbol, una ardilla
colgaba hacia abajo como una lágrima y meneaba la cola. Sus ojillos redondos e inteligentes pa-
recían muy interesados en lo que yo estaba haciendo. De repente, el animal trepó precipitadamente
por el árbol, se deslizó por una rama y saltó hasta otro árbol, corrió una corta distancia a lo largo
de otra rama y se detuvo. Giró la cabeza para volver a mirarme y luego azotó el aire moviendo su
cola de un lado a otro. Pronto la curiosidad se apoderó de ella. Regresó, saltando de rama en
rama, volviendo a su posición inicial, a una distancia no mayor a cuatro metros y medio de mí.
La gracia frenética de la ardilla me recordaba a un bailarín de ballet o a un artista del trapecio.
Me reí ante las bufonadas de la ardilla y proseguí con mi trabajo, ignorándola. La ardilla
comenzó a hacer un sonido semejante a un rechinar airado. Yo seguí sin prestarle atención. Dejé
de trabajar en mi escudo durante un rato y observé los escurridizos y cambiantes azules y
púrpuras sobre la superficie del agua del farallón. Fuera del ángulo de mi visión, advertí que la
ardilla había descendido hasta el suelo y estaba parada en la base del árbol apoyada en sus
patas traseras. Hizo una amonestación tan ruidosa, que me vi obligada a mirarla. Cuando lo hice,
la ardilla volvió a subirse rápidamente al árbol.
Una vez más decidí no reparar en ella. Se mostró tan quisquillosa ante esta afrenta, que
consideré que había herido el ego del animal. Decididamente, la ardilla era alocada, pensé.
Entonces la oí aproximarse, sin dejar de mostrarse quisquillosa, expresando su protesta con
chillidos. Cuando me atreví a lanzarle una mirada, estaba a menos de un metro y medio de mí.
Era casi como si esta ardilla estuviese tratando de decirme algo. Se paró allí desafiante, con su
cola roja chasqueando y bailando de un lado a otro, regañándome, o por lo menos así me lo
parecía a mí.
-Piérdete -dije.
Esto realmente irritó al animalito. Saltó en el aire como un resorte. Pero en vez de volver a
correr en dirección al árbol como yo había esperado, saltó directamente sobre mi escudo y le dio
un mordisco. Luego se alejó corriendo y lo mismo hice yo, gritando y arrojando el escudo fuera
de mi regazo y tirándolo al suelo.
No podía confiar en esa maldita ardilla. Yo estaba más asustada de ella que ella de mí. De todas
maneras, ¿qué era una ardilla, sino una especie de roedor demasiado crecido? Pensé que podría
estar rabiosa. Encontré un estupendo palo para utilizar como defensa y librarme de ella. La
perseguí por los alrededores durante un rato hasta que la ardilla trepó por el tronco del árbol e
instaló su cuerpecito rojo sobre una rama directamente encima de mí. Comencé a buscar en el
suelo una piedra o algo similar, cuando la ardilla me arrojó una castaña y me golpeó en la
coronilla.
-¡Ay! -gemí.
Podía leer los titulares de los periódicos: «Lynn Andrews, conocida por su extraño
comportamiento, casi indio, muerta por una ardilla en una disputa territorial en algún lugar del
desierto de Manitoba. Fuentes confiables (la ardilla) indican que la Sra. Andrews fue golpeada
por un misil desconocido mientras estaba confeccionando algún artefacto indio desconocido.»
-¡Ganaste, pequeña tonta! -vociferé.
Cuando iba a levantar mi escudo, apareció Agnes. Se partía de la risa.
-He estado observándola —dijo-. Esa ardilla aprendió mucha sabiduría de usted. Espero que
usted haya aprendido otro tanto de ella.
Me pasó un brazo por los hombros y me estrechó con afecto, sin dejar de reírse. Caminamos un
trecho a lo largo del borde del farallón. Agnes me dijo que me sentase con el escudo entre
nosotras.
-Le explicaré el significado de las acciones de la ardilla. Me relajé mientras miraba los ojos
oscuros de Agnes por encima del escudo.
-¿Encuentra algún significado en las acciones de la ardilla? -pregunté finalmente.
-Sí. Para la ardilla, usted era un signo chamánico. Vino a aprender de usted. Se enfrentó a
su gran miedo y se acercó a hurtadillas hasta usted para aprender de sus poderes. Vio la
energía de su escudo y se preguntó si podía hacer que le revelase su poder. La ardilla vio su
escudo mejor que usted. La ardilla es muy sabia. Los de dos piernas han aprendido de ella a lo
largo de los siglos. Ella conoce el giro de las ruedas de las estaciones, y almacena alimento y se
prepara para el invierno. La ardilla sabe muchas cosas sobre alimentos que los humanos aún
no han aprendido. Están familiarizadas con los espíritus y la magia de los árboles. Conocen
lugares secretos de poder, lugares que irradian energía suficiente para volver locos a los humanos.
Conocen lugares invisibles y llevarán el amor de un árbol a otro. La razón por la cual la ardilla
mordió su escudo fue para entender si usted estaba haciendo un amuleto de comida para
almacenar como alimento destinado a las estaciones cambiantes. Se consideró a sí misma como
un adversario más peligroso que usted, pero estaba más asustada de su escudo que de usted.
Incluso cuando usted trató de darle caza, la ardilla la eludió sin esfuerzo. Aun entonces, no tomó
la senda del árbol. Se desprendió de sus posesiones invalorables cediéndolas a su escudo. Utilice
esa nuez en alguna parte del dibujo de su escudo, pues es un buen signo chamánico procedente
de una amiga que ha dado poder a su escudo. A cambio, quiero que regrese y deje polvo de
tabaco para la ardilla en la base de este árbol.
Agnes extendió sus brazos señalando los árboles. Tranquilamente se puso a cantar, primero
en cree y luego en inglés:

Tú eres el espíritu de la ardilla


Tú recorres las sendas del árbol
Tú eres la ardilla recolectora
Tú eres la ardilla saltarina conocida en todo el mundo
Tú eres la memoria del árbol, la buena ardilla chamánica
Tú me traes la luz desde el camino sombreado por las hojas
Tú recorres las sendas del árbol que brillan al sol
Tú eres la criatura chamánica vidente
Tú eres la ardilla chamán con su magnífico pelaje cálido
Ardilla del buen alimento, ardilla de la ofrenda
Tú eres la ardilla sanadora
Enseñante del alfabeto del árbol
Amiga de la ardilla de la mujer-misterio.

Las palabras de la canción de Agnes y el modo en que las cantó me colmaron con la fuerza
más increíble, junto con una sensación de salud radiante. El arroyo pareció dejar de fluir y se
volvió cristalino, como si estuviese cediendo su energía. La imagen de Agnes saltó hacia mí
desde el otro lado del escudo como si yo me hubiese puesto gafas con cristales tridimensionales.
Sujeté el escudo para ayudarme a mantener el equilibrio. Pensé que era extraño que también
Agnes sostuviese el escudo, sin soltarlo. Ella comenzó a tirar de él muy ligeramente. Me afiancé
con firmeza y traté de resistir. Agnes seguía tirando del escudo muy lentamente. Cuando volví a
mirar a Agnes, sufrí otra ilusión óptica. Esta vez, en lugar de su cuerpo abalanzándose sobre
mí, parecía retroceder en la distancia. Yo traté de convencerme a mí misma de que eso no estaba
sucediendo. Aunque un fenómeno similar me había ocurrido con anterioridad en mi
aprendizaje, comenzaba a sentirme aterrorizada. Quería huir, pero estaba demasiado
sobrecogida de terror para moverme. Perdí el contacto con el lugar en que me hallaba.
Nuevamente bajé la vista hasta mi escudo para equilibrarme a mí misma. Para mi horror, mis
manos me resultaban desconocidas. Algo les había sucedido. Eran viejas, los dedos eran
nudosos y arrugados, y las uñas parecían garras. Me levanté la manga del brazo izquierdo y
comprobé que también mi brazo era viejo y arrugado. Sentí mi rostro algo desagradable, y mi
piel se volvió arrugada y seca. Me cogí un mechón de cabellos y vi que estaba completamente
blanco.
-¿Qué está ocurriendo?
Mi voz procedía de las profundidades de mi ser y no se parecía en absoluto a la voz de mi
existencia corriente.
Agnes era otra persona. Se inclinó sobre el escudo y no aparentaba más de treinta años.
Continuó girando el escudo hasta que yo me quedé sosteniendo el borde superior o norte.
Ahora Agnes era aún más joven, una adolescente primero y luego una niña.
-Oh, Abuela, por favor cántame tu canción del norte -dijo la niña.
Nunca supe que conocía una canción del norte. Pero entonces comencé a cantar. Mi voz sonó
como si estuviese cantando una anciana india, vibrante, profunda y ligeramente bronca.

Yo procedo del lago del remolino


El lago es mi puerta de acceso
Permanezco en el lago y sé de mi muerte
Soy una mujer del espíritu
Soy una mujer de la palabra
Escribo de mi muerte en tiempo sagrado
El tiempo sagrado nace del lago.
Soy una mujer del espíritu
Te traigo la luz del más allá
Un camino iluminado por la Abuela Luna
Soy una recolectora de palabras
Mis sendas de la loba iluminadas por la luna
El lago del remolino da a luz mis palabras
Yo permanezco en el lago y conozco mi muerte
Las palabras de la chamán regresan a su espíritu
El espíritu perdido de la gran esfera terrestre
Yo devuelvo a las mujeres de misterio
Las palabras del espíritu que se han perdido.

-Oh, gracias, Abuela. Me has dado tu bendición.


Entonces comenzó a avanzar, acercándose más a mi visión y a su edad rápidamente. Llegué a
ser consciente de mis manos mientras Agnes giraba el escudo de modo que nuevamente yo
estuviese sujetando el borde del sur. Mis manos volvieron a ser normales. Palidecí y olvidé respirar.
Caí de bruces sobre el escudo, jadeando. Durante un momento estuve respirando con dificultad,
pero cuando recuperé el aliento todo pareció normal.
Agnes estaba llevando la cabeza hacia un lado, mirándome fijamente y riendo.
-Señorita, debería tener más cuidado. La vejez está rondándola. Espero que le gusten los
hombres maduros, Abuela.
-¡Dios mío! ¿Cómo me sucedió todo eso?
-No le sucedió a usted. Verá, intercambiamos los egos por un rato. Ciertamente, necesita
grandes exhibiciones chamánicas para convencerla de que debe enfrentarse a usted misma. No
me molestaría en atender a la espiritualidad última si usted no lo necesitase. Los signos eran
correctos. Era hora de que usted fuese mi maestra por un momento.
-¿Qué signos?
-La ardilla y su reacción. Yo no estoy avergonzada de aprender de una aprendiz. A menudo
convierto a la gente en vieja y le robo su juventud -dijo Agnes con un guiño y una risa burlona-.
¿Cómo piensa que he vivido para ser esta vieja que ve delante de usted?
Se incorporó y se volvió abruptamente para marcharse, diciendo por encima del hombro:
-Será mejor que anote su canción del norte antes de que se le olvide.
Esa noche pregunté a Agnes qué se suponía que debía hacer con la cara norte de mi escudo.
Quería saber cuándo iba a ir a buscar una visión. Agnes dio una palmada y luego me cogió por la
cabeza. Dijo que yo debía poner mis vivencias en la pintura sobre el escudo. Manifestó que yo
había tenido muchas visiones para mi propio bien.
Al día siguiente me sentí muy calma y relajada. Desde muy temprano, comencé a trabajar en
la cara del escudo. Pinté un búfalo en la parte inferior o sur del escudo. En la parte supe rior
pinté varias estrellas representado la vía láctea y pegué dos plumas de águila adornadas con
cuentas. Cuando se lo mostré a Agnes, ella comentó que se trataba de una cara muy cósmica. Dijo
que hablaba de la ofrenda de la gran mente. Me indicó que se lo llevase a Ruby para obtener su
aprobación. Ruby se mostró muy encantada con mi escudo.
El Escudo del Fuego que cae del Cielo: El este

Sólo déjame hablar mi idioma


en tu alabanza, silencio de los valles,
ribera norte de los ríos,
tercer rostro rechazado,
¡vacío!
Déjame hablar la lengua madre...

Úrsula K. Leguin, Hard Words and Other Poems.

Decidí que era hora de hacer mi escudo del este. Cuando Agnes abandonó la cabaña durante
un momento para ir a buscar leña, me levanté de un salto y comencé a mirar debajo de la cama
en busca de los materiales que me había dicho eran para ser utilizados en la construcción del
siguiente escudo.
-Ah, ah, ah, mantenga sus manitas fuera de la lata de galletas.
Me incorporé avergonzada. Me volví para ver la silueta recortada contra el vano de la puerta
abierta. Agnes me apuntaba con su dedo admonitorio.
-Muy desobediente -me reconvino.
-¿Por qué no puedo mirar?
-No necesita saberlo -respondió irritada—. Ése es el modo en que debe precederse. Además,
usted ya ha visto una vez los elementos que componen un escudo.
-No veo cómo alguien puede hacer un escudo con esas cosas. Parecían un montón de
cachivaches.
-El escudo del este no es broma. Es el escudo de la heyoka —dijo Agnes, dirigiéndose al
fregadero.
-Suena misterioso. ¿Estaré en condiciones de ir a trabajar pronto?
-Sí, tal vez, pero primero debe conocer su barrera heyoka. Usted llegará a ser el alimento de
los ecos. Es donde se realiza el escudo del este. Allí encontrará a la rueda del gran espíritu donde
el sonido se copia a sí mismo. Todas las cosas son mantenidas unidas por el sonido, y el ruido más
débil se repite a sí mismo muchas veces. Así como la superficie del agua fue el primer espejo para
los ojos, del mismo modo la barrera heyoka es el primer espejo para los oídos. Pero es más que
eso, pues ayuda a la apertura de su ojo de la clarividencia, la apertura para siempre. Así como
cuatro espejos pueden enseñarle la estructura simple de la eternidad, el sonido puede hacer
añicos la apariencia engañosa, dispersando sus fragmentos en torno al círculo sagrado y
capturarla a usted allí.
Tuve que aferrarme al brazo de Agnes.
-Ya comienza otra vez, Agnes, no puedo seguirla. ¿Qué es la barrera heyoka?
-Es un lugar, como una cámara de eco natural, pero es mucho más que eso. Le revelará
enseñanzas acerca del otro lado de usted misma. Eso es lo que realmente es heyoka en todas
partes.
Agnes vestía una camisa Pendleton de color cacao, vieja y gastada en los hombros. Sacó un
espejo del bosillo y me lo entregó. Era redondo y parecía haber sido quitado de una polvera de
cartera.
-Quiero que utilice este espejo como el espejo retrovisor de un automóvil. Quiero que lo
sostenga delante de usted, a un lado de su cuerpo, y que observe atentamente lo que sucede
detrás. Sea sólo vagamente consciente de lo que hay delante. Lo importante es lo que está
detrás. Debe observar muy atentamente. Quiero que deambule como lo hace normalmente,
pero mantenga un ojo atento a lo que sucede detrás de usted.
-Agnes, no puedo imaginar por qué quiere que haga algo tan extraño.
-Es una forma de acumular poder y le ayudará a vencer la barrera. Puede comenzar en este
preciso momento.
Agnes me tomó de los hombros y me volvió en dirección al este, luego desplazó mi mano que
sostenía el espejo y la colocó a unos cincuenta centímetros delante de mí, a la altura dé los ojos.
-Describa lo que hay detrás de usted en este momento.
-Bueno, veo los troncos de la cabaña, la ventana, sus manojos de hierbas, y si lo levanto un
poco más, puedo ver todas las ollas y platos sobre la repisa de la cocina.
—Muy bien. Ahora comience a deambular sin dejar de sostener el espejo delante de usted y
cuénteme qué es lo que ve. Mantenga la mayor parte de su concentración sobre el reflejo en
el espejo. Ahora sígame fuera de la cabaña.
En vez de experimentar la sensación conocida de ser yo la que salía hacia fuera de un
recinto, parecía que todo lo que me rodeaba estaba alejándose de mí. Mi visión periférica se vio
oscurecida por este repentino cambio de perspectiva y ya no podía confiar en saber qué era lo
que estaba delante.
-Lynn, camine hacia su izquierda. Camine hacia su derecha. Muy bien. Ahora le daré una
tarea. Vaya a coger esa piedra blanca y tráigamela.
Mientras caminaba hacia la piedra tuve la sensación de seguir parada allí durante un
momento, pues el reflejo se adelantaba siempre a mí. Le entregué la piedra.
-Más atención al espejo -dijo Agnes.
Me hizo ir a coger varias piedras más y llevárselas. Debido al insólito efecto espacial del
espejo, llegué a olvidar lo que estaba haciendo, y tuve que detenerme y hacer un esfuerzo por
recordar la tarea que estaba tratando de ejecutar. Durante un largo rato hice lo que ella me dijo.
Constantemente Agnes me hacía realizar cosas específicas como coger bayas, traer agua o recoger
leña. Este proceso se prolongó a lo largo de tres días. En esas noches mis sueños fueron muy
extraños. La primera noche soñé con una amiga de Los Ángeles que tenía una comunicación
urgente para mí. Sus palabras parecían flotar junto a mí y no podía entenderlas. Sólo pude
captar palabras deshilvanadas. Me desperté y luego volví a tener el mismo sueño. Trabajé
durante dos días más, sosteniendo el espejo alzado delante de mí. Mis percepciones espaciales
llegaron a modificarse. Resultaba muy interesante y muy confuso. Al término del tercer día,
Agnes dijo:
—Suficiente. Deambule un poco y oriéntese. Luego dígame qué siente.
Entregué el espejo a Agnes. Al hacerlo, experimenté una extraña sensación de pérdida.
Los ojos me dolieron por un momento. Corrí un poco por el lugar e hice unas docenas de
flexiones. A continuación, me senté cerca de Agnes sobre los escalones del porche en un
estado de agitación. Agnes permanecía en silencio, esperando que yo hablase.
-Primero de todo, me doy cuenta de que veo una cosa cuando miro, pero hay un montón de
otras cosas de las que no soy consciente que están sucediendo. Es como una diferencia en
tiempo respecto de lo que percibo normalmente. El mundo ahora parece más redondo. No
tengo idea de lo que eso significa, pero me fascinaba la manera en que las cosas se alejan de mí.
¿Por qué me hace realizar esto, Agnes?
-Ya le dije que forma parte de la preparación para su escudo del este. Es una oportunidad de
acumular poder. El este es el único camino hacia el centro, hacia el núcleo. Cuando estaba
deambulando y tuvo la sensación de que el mundo seguía parado, ésa es la verdad. Es una
destrucción del mundo tal como usted lo conoce.
-Seguramente. Hizo estragos en mis normales procesos lineales.
-Ahora el mundo volverá atrás simultáneamente de un modo diferente. Pero sólo será un eco de
lo que usted conocía antes.
Una bandada de cuervos pasó graznando por encima de nuestras cabezas y otra le respondió
desde un matorral.
-Los ojos tienen un parentesco más cercano con los oídos de lo que uno percibe. Sus ojos
resuenan y esto provoca la visión. Todo objeto, vegetal, animal y humano tiene un sonido
distinto. Le he dicho que Ruby es la Guardiana-de-la-Cara-de-los-Escudos. Cada escudo tiene
una cara singular, del mismo modo que un ser humano tiene un rostro singular. Cada cara
emite un ruido singular. Ahora quiero que entre a la cabaña, se tienda sobre la cama y descanse.
Compruebe como sus pensamientos pueden hablarle de los sonidos de las caras. Luego, cuando
regrese, dígame qué descubrió. Mientras usted hace eso, yo iré hasta el árbol, le hablaré y
prepararé un amuleto para su escudo del este.
Asentí con un movimiento de cabeza y entré a la cabaña. Me tendí cómodamente sobre la
cama de Agnes y me relajé tan profundamente, que pronto perdí la noción del tiempo. Di un
salto cuando abrí los ojos y me encontré con Agnes mirándome fijamente.
Me levanté y volví a ponerme los calcetines. Afuera estaba oscuro y Agnes había encendido
una lámpara. Nos sentamos a la mesa.
-Hábleme de las caras -dijo Agnes con tono perentorio.
-Bien -comencé a responder- supongo que en el amor, en la política y en nuestros asuntos
cotidianos el rostro humano constituye una parte confusa de nuestra conciencia. Mire a Helena de
Troya. La historia dice que su cara lanzó al agua a miles de barcos y quemó las torres de Ilion.
Después existe el arte, por supuesto. Lo que se recuerda en un cuadro de Rembrandt como La
última cena es el rostro de Cristo.
Yo no estaba segura de que Agnes entendiese mis referencias culturales, pero ella asintió la
cabeza animándome a seguir.
-Nunca he dejado de pensar en lo importante que son esas caras. Supongo que forman una
gran parte de nuestra realidad.
-Sí, ¿y qué pasa si uno fuese a cambiar las caras?
-¿Cómo puede uno cambiar su cara?
-Es simple. Haciéndose accesible o colocándose una máscara. La construcción de máscaras
es un antiguo arte chamán. Hablaremos mucho sobre esto más tarde, pero quiero que piense
atentamente y que me diga si entiende. Existen muchas clases de máscaras. Existen máscaras de
personas: guerreros, chamanes muertos, máscaras que encarnan el espíritu de animales y objetos
de búsqueda; existen máscaras guardianas del espíritu como la máscara del lobezno; y existen
máscaras que se alían con el espíritu del sol, o de la luna, o del corazón de un gran cazador
como el lobo. Estas máscaras pueden ser mágicas y llevar poderes a cualquier empeño, ya se trate
de la caza, de un baile invocando a la lluvia pidiendo cultivos fértiles, o de la búsqueda de
facultades dentro de los misterios de la curación y el sueño. Reflexione sobre su capacidad
para modificar su cara, para llegar a ser una criatura opuesta a su sensibilidad habitual, para
convertirse en una lobezna, por ejemplo.
Agnes me golpeó bastante fuerte tres veces en un brazo.
-Tranquila. Míreme muy atentamente y dígame lo que ve.
La luz de la lámpara osciló, cincelando profundas sombras debajo de sus ojos. Su rostro se
volvió bastante masculino, luego las sombras debajo de sus ojos parecieron inclinarse a lo largo de
su nariz. La nariz se convirtió en un hocico y, en lugar de Agnes, de repente me encontré con un
oso sentado en su sitio.
-Nuevamente está hipnotizándome —dije.
-Estoy mostrándole una cara —repuso Agnes—. ¿Quién soy?
-Usted es un oso.
-Oh, ¿de veras?
En un abrir y cerrar de ojos, Agnes se había convertido en un lince, con la boca abierta y oscura
como una noche sin estrellas, gruñendo.
Di un salto hacia atrás.
-Es fascinante, pero por favor, deténgase. Me está dando un susto de muerte.
El lince se convirtió en un bulto oscurecido y de pronto volvió a ser Agnes.
-¿Cómo lo hace, Agnes? ¿Alguien más sentado aquí vio lo que yo vi? Es increíble.
-Depende de la persona y de la fuerza con que yo proyecte la imagen. Eso es lo que estoy
enseñándole. Estoy mostrándole lo que usted imagina que es cierto. Reflexione sobre cómo usted
puede cambiar cuando está enamorada. Amor es una palabra para la transformación. Y
existen muchos seres que merecen nuestro amor. No tiene que ser un hombre lo que usted
busque. Cuando usted dice «Te amo», está diciendo «Te transformo». Pero puesto que usted
sola no puede transformar a nadie, lo que realmente está diciendo es «Me transformo a mí
misma y a mi visión». Yo siempre estoy viviendo en la morada del amor y lo comparto con usted.
El sonido cambia en ciertos estados, tales como cuando usted está enamorada, o cuando está
aprendiendo de una planta maestra, como el peyote. Le he dicho que el lagarto es un gran
aliado. ¿Sabe que el lagarto puede hacer volver a crecer su propia cola? Eso es porque él sabe
cómo producir su propio sonido. Si usted sabe cómo producir el sonido de una cosa,
digamos, de una piedra, entonces la piedra misma pronto continuará la acción. Los grandes
chamanes han sabido estas cosas, pero es un conocimiento muy peligroso y debe ser practicado
con gran cuidado. Las máscaras tienen el poder de transformar, como lo hacen los sonidos.
-Entiendo lo que usted dice, Agnes, pero, ¿en cierto modo, no estamos todos llevando
máscaras?
-Sí. Somos embusteros, impostores. Nos hemos engañado a nosotros mismos. Tal vez yo uso una
máscara cuando me presento ante usted tal como me conoce. Usted piensa que haré esto o
aquello, pero no sabe si estoy usando una máscara o no. Sólo le he mostrado un oso y un lince.
Usted cree que la máscara es algo distinto a la visión que tiene de mí como mujer chamán.
Pero ¿cómo sabe que yo soy una mujer chamán? Eso bien puede ser sólo lo que usted ve. Usted no
lo sabe. Sólo puede suponer, y es por eso que no sabe quién está usando una máscara y quién
no. Si usted conoce a una persona que verdaderamente es una impostora, la máscara que esa
persona está usando debería existir en algún lugar; esa máscara sería lo que esa persona es
realmente, y es precisamente la máscara heyoka. Miré fijamente a Agnes. Nunca había pensado en
cosas semejantes.
-Ahora vaya a la cama y sueñe -me ordenó—. Está cansada.
Esa noche, tendida dentro mi saco de dormir, permanecí muy despierta. Visiones de
máscaras grotescas flotaban a través de mi mente. Pedí a Agnes que me contase un cuento para ayu-
darme a dormir.
-Había una vez un guerrero -comenzó a relatar Agnes-. La gente lo llamaba Ojo Grande. Un
día Ojo Grande estaba caminando y se cayó dentro de un pozo lleno de serpientes. Permaneció
allí dentro durante varios días y fue mordido muchas veces. Estuvo a punto de morir, pero en el
momento de la muerte fue hacia la casa del espíritu de la serpiente, donde la gran serpiente le
habló.
»-Te dejaré vivir, Ojo Grande, si haces lo que te diré -dijo la serpiente del espíritu.
»-Lo haré —prometió Ojo Grande.
»—No respondas demasiado rápidamente, no sea que lo olvides -le advirtió el espíritu de la
serpiente.
»—Le prometo que nunca lo olvidaré -dijo Ojo Grande-. He visto lo que sucede cuando se
incumple una promesa hecha a usted.
»—¿Y qué es lo que pasa? -preguntó el espíritu de la serpiente.
»-Usted se convierte en un rayo en el cielo, y yo no quiero que me muerda por incumplir mi
promesa.
»-Has hablado bien, Nieto -dijo el espíritu de la serpiente-. Pues mi furia es verdad.
»-¿Qué tengo que hacer? -quiso saber Ojo Grande.
»-Debes prometer hacer cuatro máscaras Tentadoras-de-la-Serpiente al cabo de nueve años.
»-Lo haré, Abuelo Serpiente -prometió Ojo Grande.
»Así fue que el espíritu de la serpiente dejó vivir a Ojo Grande para que se convirtiese en un
gran hombre chamán. Ojo Grande fabricaba importantes amuletos para las personas.
»Un día, al final del período de nueve años, Ojo Grande comenzó a trabajar en las máscaras como
se le había indicado. Se ofreció un baile en honor del Abuelo Serpiente. Cuatro bailarines se
pusieron máscaras y bailaron.
»Ojo Grande dijo que se había puesto enfermo y pidió a un amigo que lo llevase a su tienda y
cerrase la entrada. En el interior de la tienda, Ojo Grande comenzó a agitarse y sufrir convulsiones.
El espíritu de la serpiente se apoderó de Ojo Grande, que comenzó a rodar por el suelo debajo
de los cueros de la tienda. Luego, Ojo Grande, poseído por el espíritu de la serpiente, salió
reptando de la tienda y se aprestó a unirse a las mujeres. Las mujeres lo vieron y le dieron la
bienvenida. Uno de los maridos, que era uno de los bailarines enmascarados, cogió un bastón y
lo golpeó, pensando que las mujeres se hallaban en peligro. La serpiente trató de escapar, por lo
que las mujeres se reunieron y le mostraron un lugar oculto. La serpiente se arrastró
metiéndose dentro de un agujero en un tronco, descomponiéndose en pedazos sangrantes.
»Cuando el marido dio vuelta el tronco, Ojo Grande cayó de su interior y su espíritu de
serpiente desapareció. Había recobrado su forma humana. Estaba ileso y retornó al baile como
si no hubiese sucedido nada.
El día empezaba a clarear y hacía frío. Agnes abrió las ventanas y la puerta para dejar entrar la
suave brisa. El sol, o «luz de la casa», como lo llamaba Agnes, fluyó a torrentes a través de la
estancia. Ella saludó con un movimiento de su mano a los dibujos semejantes a hojas que la luz
formaba sobre la mesa como si fuesen animales domésticos.
-Tome esto -dijo Agnes, entregándome un pequeño telar de cuentas-. Tengo trabajo que
hacer hoy. Pruebe y termine parte de ese cinturón que estaba tejiendo.
Yo tomé el trabajo inconcluso y salí para sentarme en el porche. Un gamo elevaba su
cabeza desde una mancha de pradera no muy lejos del lugar en que me hallaba y dejó de pastar
por un momento. La hierba colgaba de las comisuras de su boca. El animal me miró con
curiosidad y luego volvió a dedicarse a la pastura.
Comencé a pensar en las máscaras y en lo sutiles que eran las variaciones de defensa. Ansié con
toda mi alma entender lo que Agnes me había enseñado. Sentí el poder de la tierra creciendo
dentro de mí mientras trabajaba con los hilos en el telar. En esos días me encontraba menos
temerosa y más estimu lada, y trabajé a lo largo de la tarde, casi sin advertir el paso del tiempo.
Finalmente, me dirigí hacia el lugar en que se encontraba Agnes sentada ante su propio
telar de cuentas.
-Mire esto.
Le mostré el cinturón parcialmente terminado. En realidad, había avanzado poco.
-Hmmm -dijo Agnes, mientras examinaba unos pocos centímetros de trabajo, tirando con
fuerza aquí y allí con sus dedos ágiles y morenos-. Está aprendiendo. Está bien.
Volvió a entregármelo.
-¿Qué debería hacer ahora? -pregunté, sentándome sobre el suelo junto a ella.
Durante un rato Agnes se quedó absorta en sus pensamientos mientras continuaba ensartando
cuentas. Finalmente, levantó la vista y dijo:
-Ahora debe quedar embarazada.
-¿Embarazada? —exclamé atónita.
-Sí, debe dar cuerpo o forma perceptible a ciertas cosas no nacidas aún antes de que usted
iniciase este escudo. Al recuperar la Cesta Matrimonial de Perro Rojo, aprendió a desarrollar su
útero de modo que pudiese convertirse en un receptáculo adecuado para su presa. Usted
concentró su poder en su útero de modo que pueda cumplir la tarea. Ahora su útero es fértil
para plantar el próximo escudo. La semilla que siembre debe ser llevada dentro de usted. Debe
quedar preñada durante el próximo encuentro con sus guardianes. Le diré más. ¿Por qué me
mira de esa manera?
-Agnes, ¿cómo puede decir que debo quedar embarazada? Yo no puedo quedar
embarazada...
-Oh, sí que podrá.
El rostro adusto de Agnes se deshizo en una amplia sonrisa mientras observaba mi aflicción.
-Oh, no -protesté.
-Oh, sí, hay más de una manera de quedar embarazada a los ojos de los guardianes. No se
preocupe, es sólo un modo de engañarlos. Es como un baile, el modo que tienen de jugar.
Basta de niños para usted o para mí.
Volvió a sonreírme.
-Esté atenta. Debe parecer estar embarazada... Cíñase al vientre cosas aún no nacidas. Quiero
que encuentre un determinado huevo de un ave salvaje de un nido especial y lo traiga aquí.
Luego lo pondremos en una tira de cuero de lobo con algunas otras cosas sagradas, y cuarenta y
cuatro semillas. Todo esto será envuelto alrededor de su vientre con su calabaza adornada con
cuentas y plumas. Es muy importante que efectúe el robo de este huevo durante la luna nueva,
mañana por la noche. Sería mejor que bajásemos ahora hasta el arroyo y buscásemos un nido.
-Pero, Agnes, ya está oscureciendo -dije con nerviosismo-. No puedo ponerme a trepar en
busca de huevos cuando afuera está oscuro como boca de lobo.
—Es el único momento adecuado. Yo la ayudaré.
Seguí a Agnes al interior de la cabaña en busca de un trozo de pan y luego volvimos a salir
adentrándonos en la noche, dirigiéndonos hacia el norte a través del arroyo que seguía al farallón.
Yo tropezaba y caminaba haciendo eses en medio de la oscuridad. Agnes me aconsejó utilizar la
visión nocturna que ella había trabajado tanto tiempo conmigo para que la desarrollase. Me caí
dos veces, pero Agnes me hizo avanzar a empujones delante de ella y pronto comenzamos a ir
más de prisa cuando mi visión mejoró. Agnes refunfuñaba y me empujaba hacia adelante a paso
firme. Una vez más volví a sorprenderme por la rapidez con que avanzaba. Era tan ágil como
una muchachita.
Cuando nos adentramos en la parte estrecha del arroyo, pude ver asombrosamente bien. En
ambas orillas asomaba la sombra vaga de las superficies escarpadas y erosionadas de las paredes
rocosas por las que fluía el arroyo, formado muchísimo tiempo atrás, cuando el farallón era un
torrente incontenible.
Era muy fácil clavar algo en el granito poroso. Reconocí por lo menos la madriguera cercana
de un zorro. Agnes disminuyó el paso y luego se detuvo abruptamente. Simultáneamente nos
dejamos caer al suelo para permanecer allí un largo rato, observando silenciosamente los
riscos. En la cabaña, Agnes me había dicho que ésta era la morada de lo que ella llamaba el pá-
jaro esquivo del invierno. A finales de la primavera, la hembra anida en la roca blanda para
poner sus huevos en lo alto sobre la cara del farallón, a salvo de los de cuatro patas. En las noches
oscuras, especialmente en las de luna nueva, el pájaro hembra solía realizar vuelos cortos y
rápidos para cazar lombrices e insectos de la noche que salían a la superficie sólo en la oscu-
ridad.

Agnes me hizo observar determinados farallones que sobresalían a nuestra derecha.


Examiné atentamente cada sombra y grieta. El granito allí era más alto y menos accesible. Las
paredes escarpadas parecían un emplazamiento probable para un refugio seguro y tranquilo.
Permanecí tendida e inmóvil, observando durante un largo rato, que debe haber sido como
mínimo de una hora. De repente, una sombra bajó en picada como una flecha rozando la tierra
y desapareció. Volvió a pasar como un relámpago, sólo para desaparecer dentro del farallón a
mitad de camino hacia la parte más alta. Creí que se trataba de un murciélago de gran tamaño,
pero Agnes dijo que era el pájaro del invierno. Yo había descubierto su escondrijo en las dos
primeras horas, un signo, dijo Agnes, de que estaba yendo hacia mi poder del este.
-Ahora la dejaré. Encuentre su camino hasta el nido. Yo estaré en la cabaña -Me entregó algo
que al tacto me pareció estar hecho con piel de un animal peludo—. Use esta máscara cuando
se acerque cautelosamente al nido. La ayudará en su tarea de cazadora al acecho.
La máscara me resultaba totalmente desconocida. En las sombras de la noche, deslicé mis
dedos cuidadosamente sobre su superficie. En ciertos lugares se le había quitado el pelo para darle
forma, y también alrededor de los ojos y de la boca. Me la puse y se adaptó muy bien y
cómodamente a mi cabeza y a mi rostro.
Luego Agnes se marchó rápidamente. Sin hacer ruido, desapareció en un bosque de álamos.
La cosa más importante que Agnes me había dicho sobre cazar al acecho fue que la actividad de
ser una cazadora al acecho era un gran acto de embuste, y que nunca hay que dejar que la presa
sepa que uno está atrayéndola con engaños, o que uno quiere capturarla. Durante un segundo
me vi a mí misma agazapada en la soledad oscura usando una máscara cubierta de pelos.
¿Realmente estaba haciendo eso? Luego volví a centrar mi atención. Me pregunté si podría
trepar hasta ese saliente punzante sin que me oyese el pájaro de invierno. Lo que quería era que
el pájaro de invierno volase desde su nido el tiempo suficiente para que yo pudiese coger un
huevo y marcharme antes de que el ave se diese cuenta de lo que estaba haciendo. Era de vital
importancia que no inquietase al ave.
Me froté las manos y el cuerpo con hojas con el propósito de que los huevos que quedasen en el
nido no se contaminasen con el olor humano y la madre pájaro siguiese aceptándolos.
Comencé a sentir cierta rigidez en mis músculos tensos. No me atrevía a girar la cabeza. La
máscara hecha con piel de animal me daba calor y el olor a cuero iba disminuyendo. Sentía las
mejillas como cuando las quemaba el sol, y tenía la extraña sensación de que la máscara estaba
modelando mis rasgos. Parecía no poder formarme una definición clara en mi mente acerca de
dónde terminaba la máscara y dónde comenzaba mi rostro. El calor que sentía iba en aumento.
De repente el sentido y alcance de mi vista cambiaron. Varios aspectos del espacio que me rodeaba
se volvieron más perceptibles.
Lynn, la cazadora al acecho del pájaro de invierno, pensé. Iba sintiéndome más y más como
un cuatro patas que vivía con su vientre pegado al suelo. Me deslicé hacia adelante un corto
trecho. La impresión de parecerme a un animal iba en aumento. Era una sensación
voluptuosa, que intensificaba todos mis sentidos. Mi cuerpo estaba desarrollando una mente
por su cuenta.
Era consciente del más leve sonido: cada ráfaga de viento, cada ruido imperceptible, cada
crujido, golpecito y crepitar. Se estaba haciendo tarde, y no tenía idea del tiempo que había
permanecido en esa posición fija. Pero sabía cuando era el momento de moverme. Descubrí en el
escondrijo del ave una larga sombra extendiéndose desde la base del farallón y silenciosamente lo
atravesé a gatas hasta que estuve directamente debajo del nido. Ahora me hallaba a una
distancia no mayor a tres metros, pero no me atrevía a moverme. Permanecí inmóvil,
respirando con dificultad, esperando ver otra sombra de pájaro bajando en picada. Finalmente,
sucedió: una súbita forma negra se desplazaba por una franja estrecha alejándose hacia mi
derecha. En ese punto parecía haber una luz débil que se reflejaba a partir del reborde del
diminuto nido excavado en la roca. Si era capaz de pisar sobre un par de grandes pe drejones,
podría alcanzar el nido de un salto.
De repente, otro pájaro de invierno salió en picada del nido, siguiendo la misma trayectoria que
el anterior. Furtivamente, me lancé hacia adelante y salté hasta la parte superior del primer
pedrejón y luego hacia el próximo, abrazándome al farallón. Yo sabía que la máscara estaba
cambiándome de alguna manera, pero no se me ocurrió pensar que también mi conciencia
estaba modificándose. Un extraño sonido brotó de mi garganta cuando busqué a tientas el nido.
Dentro del nido había tres huevos ocultos, y cogí uno de ellos.
Tuve un momento de extraordinario júbilo. Durante un segundo había actuado por puro
instinto, sin pensamiento racional. Con increíble agilidad, me puse de pie y salté hacia las
sombras del peñasco. En unos segundos estuve fuera de la vista, corriendo con pie firme a través
de los álamos, sosteniendo el huevo con ambas manos. Yo estaba en una especie de delirio. Un
desconocido sonido retumbante, como un gruñido, llegaba desde lo más profundo dentro de mí.
Me detuve un momento antes de entrar al claro del bosque, insegura y vigilante. Deposité el
huevo sobre la suave hierba y traté de quitarme la máscara. Mi rostro estaba entumecido. Fui
presa del pánico al comprobar que la máscara parecía adherida a mi cara. Se había ajustado
debajo de mi barbilla y no parecía haber manera de quitármela. Era como si me hubiese
convertido en un animal de hombros para arriba. Me tendí de costado sobre la hierba,
acurrucándome en torno al huevo para protegerlo. Seguí tirando de la máscara, porque quería
terminar con las extrañas sensaciones que me provocaba. Pero me encontré gruñendo, y luego
hice todo lo que pude para no devorar el huevo. De pronto pensé que Agnes me había dado una
máscara de poder por si se presentaba esa posibilidad. Mi discernimiento se había vuelto
confuso, pero sabía de alguna manera que se suponía que iba a aprender de la máscara más que a
combatirla. Estaba apresada dentro de una conciencia semejante a la de un lobo. Yo sabía que si
veía a una loba o lobezna, sería capaz de hablar de alguna manera inefable. Me pregunté cuántas
veces había sido un animal en otras vidas y por qué los humanos piensan que los animales son
de algún modo menos conscientes que las personas.
Me tendí sobre la tierra como una criatura pequeña, cubierta de pelos, protegiendo mi huevo
prohibido. Iba sintiéndome más débil progresivamente, pero mis instintos de hambre y
subsistencia se hacían más fuertes. Comencé a lamer el huevo con suavidad. De repente, me
puse en alerta. Desplacé el huevo contra mi estómago, mirando a mi alrededor en todas las
direcciones. Percibía el peligro, si bien no había oído nada. Llegué a tener conciencia de un par
de ojos de un brillo extraordinario no muy lejos, encima de mí. Entonces una forma indefinida se
abalanzó hacia mí saliendo de las sombras. La máscara se desprendió de mi rostro y el huevo
desapareció. Se había violado alguna regla instintiva de autoprotección. Me sentí muy
desorientada y me desvanecí.
Cuando me desperté, estaba tendida de espaldas sobre el porche de la cabaña. Traté de abrir
los ojos, pero mis párpados estaban cubiertos por una pesada capa de una sustancia que me
pareció grasa del coche. Agnes estaba sentada junto a mí. Puso una de sus manos sobre la
coronilla de mi cabeza y la otra sobre mi plexo solar.
-Siga tendida durante un rato -dijo.
Yo tenía un horrible dolor de cabeza, justo detrás de los ojos. Traté de sentarme, pero Agnes
me lo impidió.
-Relájese -me ordenó-. Quiero hablar con usted. Cogió la máscara que estaba sobre su regazo y
la sostuvo delante de mí, sobre mi rostro. Era una lobezna.
-Ésta es su muerte, una de ellas -dijo, con voz airada-. Eso es todo lo quedó de una vida. En
un tiempo usted fue el espíritu de este ser, una lobezna. Y ahora la sostengo en mi mano
delante de usted; de usted, que está observando con altivos ojos humanos. Pudo ser una
máscara de piedra o de luz o un espejo, pero siempre es una maestra a través de la cual emerge
la verdad. Usted ha usado muchísimas máscaras. Ha aprendido a mezclarse, a atraer con
añagazas. Pocos son conscientes de que usted está acumulando conocimiento en cada
momento. Usted es la gran transformista.
»Esta máscara de lobezna es vieja y muy poderosa. Tiene el poder de llevarla más allá de la
transformación y volverla a traer a su tiempo vital. Esta noche llegó para usted. Usted le dio la
bienvenida. Estaba preparada para el viaje. Yo no sabía que esta máscara iba a apoderarse de
usted, pero vi muchos signos nefastos. Me apresuré a regresar para encontrarla. Llegué allí
justo a tiempo. Si hubiese comido ese huevo en el estado en que yo la encontré, no hubiese
regresado nunca.
-El huevo -dije, tratando de sentarme.
-Aquí está.
Agnes levantó el pequeño huevo de color canela. Me lo entregó.
-Con cuidado -me advirtió.
El huevo estaba caliente y lo sostuve con suavidad, sin dar crédito a lo que veía. Rememoré
los acontecimientos de la noche, pero como si fuese a partir de un sueño. Sólo mi mismo rostro
sensible y el huevo autenticaban la lucha.
-Esa máscara era tan poderosa. ¿Cómo pudo transformarme de ese modo? Usted pudo
haberme advertido.
-Eso la hubiese defraudado. Una vez que ha tenido la experiencia, es el momento de
formular advertencias. Usted tuvo éxito, un buen signo. Vamos. Basta de charla. Creo que es hora
de ir a dormir.

Ya era una hora avanzada del día cuando me levanté y finalmente comí un poco. Sentía una
presión en los oídos y no tenía ganas de hablar. Agnes sugirió que saliésemos a dar un breve
paseo.
Cuando estuvimos en el exterior, vi que ella sostenía un viejo cascabel de calabaza. Una que
otra vez, Agnes hacía sonar el cascabel sobre mi cabeza. Su sonido era distinto al de los demás
cascabeles que había oído.
-¿Por qué suena de esa manera tan curiosa?
-Porque dentro de él hay diminutos fragmentos de joyas -contestó Agnes, sacudiendo el
cascabel con una sonrisa-. Las joyas hablan al mundo de las piedras duras si son utilizadas del
modo correcto. Las piedras preciosas retienen el poder; las piedras semipreciosas envían poder.
Escuche y óigalas hablarle. Estas piedras harán desaparecer su inquietud.
Agnes llevó el cascabel hasta mi oído derecho y lo agitó. Mis oídos sintieron como si fuesen a
reventar. También era un sonido sedante y comencé a sentirme arrullada, alcanzando un estado de
gran relajación. Era un sonido encantador.
-¿Puedo tenerlo en mis manos?
Agnes me entregó el cascabel. Estaba totalmente adornado con engarces y embastes de
peyote con viejas cuentas artesanas de colores rojo, negro, amarillo y blanco. En el extremo del
bulbo llevaba pegada una pluma de águila. Me sentí tremendamente bien al sostenerlo en mi
mano. Lo agitaba continuamente mientras caminábamos. En el momento en que regresamos a
la cabaña, me sentía renovada. La presión en mis oídos había desaparecido por completo.
-No vamos a comer ahora -dijo Agnes, preparando té-. Tomaremos un poco de té y
descansaremos. Al atardecer fumaremos la pipa. July y Ruby vendrán aquí. Usted necesitará que to
das la ayudemos a exaltar a su guardiana Uevará un fardo especial cuando enfrente a la barrera
heyoka. Este fardo contendrá el huevo del pájaro del invierno, y las cuarenta y cuatro semillas
ceñidas alrededor de su cuerpo. Será conducida a un lugar en el que ha estado antes; una vez
compartimos allí la ceremonia del cascabel de la madre. Es un lugar de iniciación y poder de la
mujer. Usted debe ser muy fuerte, muy resistente. Ningún cobarde regresará solo del mundo
de los opuestos. Éste no es un paseo de domingo. Enfrentarse a los guardianes es un acto muy
peligroso. Si sus guardianes descubren su añagaza, yo no puedo ser responsable de lo que
suceda. Diré una cosa más. Debe relajarse más allá de la barrera. Si permanece tensa o rígida la
experiencia fracasará. Puede quedar hecha añicos o ser partida en dos.
—Se parece a la historia de Humpty Dumpty -dije, intentando introducir una nota de humor.
La mirada de Agnes fue severa y distante, y comencé a sentirme incómoda.
Descansé durante un rato hasta que Agnes me dijo que era hora de comenzar. Me hizo llevar
una pila de mantas hasta un pequeño bosquecillo de siempre verdes, no muy alejado de la
cabaña. Extendí y alisé una manta sobre el suelo y Agnes se sentó sobre el extremo que
apuntaba hacia el oeste. Con meticulosidad, dispuso sobre la manta varios artículos, que colocó
delante de ella. Luego volvió su atención a la bolsa de su pipa y procedió a sacar de ella las dos
piezas que la formaban. Comenzó a levantarse viento y Agnes se puso alrededor de los
hombros una manta de artesanía. Los colores negro y gris se desvanecían en la luz del
crepúsculo.
La piedra roja de la cazoleta de su pipa descansaba en la palma de su mano izquierda. Agnes
llevó la cazoleta a sus mejillas y a su frente. Luego sacó de su envoltura de cuero rojo el viejo
cañón torcido. Sosteniendo el cañón y la cazoleta por encima de su cabeza y ofreciendo la pipa a
su pueblo, hizo encajar el cañón en la cazoleta tallada y así quedó montada su pipa. De su
bolsita de tabaco, hecha con piel de ante, sacó hojas espinosas secas y las desmenuzó,
poniéndolas dentro de la cazoleta de la pipa mientras pronunciaba sus plegarias. Sosteniendo la
cazoleta en la mano izquierda y el cañón en la derecha, los levantó por encima de la cabeza y
elevó más plegarias al círculo sagrado de sus antepasados. Luego inclinó el cañón de la pipa
hacia la madre tierra, a quien podemos ofrecer nuestro humo sagrado y transitar por el camino
chamánico con la Mujer Blanca de Piel de Castor, que trajo la pipa sagrada al pueblo cree.
Invocó a los poderes de las cuatro direcciones, y colocó el tabaco y las plegarias en la cazoleta
para todos los seres vivos de la tierra.
Agnes encendió la pipa, aspirando el poder de la mujer y la llama a través del tabaco hasta que
un brillante destello amarillo y rojo destacó en la oscuridad. Yo observaba su rostro a través del
humo que ascendía serpenteante desde el cuerpo de la pipa. Hizo girar el cañón en el sentido de
las manecillas del reloj describiendo un círculo y me la entregó. Aspiré el humo caliente a través
del cañón de madera, lo hice llegar hasta mis pulmones y me calentó el corazón. Cerré los ojos
y soñé durante un momento con los poderes de arriba y de abajo y abrigué el ánima de la madre
sagrada que guardaba en mis pulmones. El ánima impregnaba mi cuerpo y mi alma. Devolví la
pipa a Agnes. Ella la cogió y la levantó en celebración del pueblo, y luego desarmó la pipa.
Luego envolvió todo con el humo procedente de una trenza de hierba fragante y comenzó a
guardar sus cosas.
Yo levanté la mirada para ver a Ruby y July de pie detrás de Agnes. No las oí llegar, y no sabía
cuánto tiempo llevaban allí. Comencé a decirles algo, pero Ruby me indicó con un gesto que
permaneciese en silencio y esperase hasta que Agnes terminase de guardar su pipa. Cuando
terminó, Agnes extendió un brazo y me dio una palmadita en la muñeca.
Recogimos todo. Ruby transportaba envuelto en una manta algo de gran tamaño, que había
depositado sobre un trozo de terreno liso, a unos treinta metros de distancia del lugar en que
habíamos fumado la pipa. Hicieron que me volviese de cara al este, y Ruby colocó una de sus
manos sobre mi estómago, presionando ligeramente.
-Está preparada —dijo Ruby a Agnes.
Agnes y Ruby me despojaron de mis ropas y las entregaron a July.
—Llévalas a la cabaña —indicó Agnes a July.
July se marchó. Agnes abrió la manta que estaba sobre el suelo. Su contenido tuvo un efecto
alarmante sobre mí. Mi cuerpo se tensó mientras miraba con asombro una forma cubierta de
pelos. Di un paso hacia atrás, no tanto impulsada por el .
miedo como por la sorpresa. Una sensación de calor recorrió mi región abdominal.
-Protege su izquierda -dijo Agnes.
Ruby se acercó hacia mí y se puso a mi izquierda.
-¿Qué es esa cosa? —pregunté.
-Eso se llama Faja del Trueno -dijo Agnes-. Es su ayudante. Sosténgala y rece con ella.
Ruby me entregó la faja.
July había regresado desde la cabaña. Miré con más atención la extraña cosa cubierta de
pelos. Presentaba el mismo color pardo grisáceo que yo asociaba con el otoño. Tenía forma de
pera, con una zona ligeramente cóncava que encajaba perfectamente debajo de mis senos y
sobre mi estómago. Ruby y Agnes ataron el manojo alrededor de mi cintura con tiras de
cuero sin curtir. Me sentí un poco desconcertada. July prestaba mucha atención al proceso. Una
ráfaga de viento agitó suavemente sus oscuros cabellos, que le acariciaron la cara. Cuando la
miré, July me sonrió.
-Ciertamente, me siento diferente —dije.
-Está embarazada -dijo Agnes, con tono grave-. Esto se llama el procedimiento maternal
para embaucar a los guardianes. Hemos tenido buenas ceremonias y sabemos que usted es
bienvenida. Cuando usó la máscara se dio cuenta de otras vidas dentro de usted, y eso fue el signo
apropiado.
-¿Por qué tengo que engañarlos? ¿No hay otra manera de hacerlo?
-Les gusta ser engañados, luego la respetarán. Los ojos de Ruby presentaban un fulgor
extraño.
-Sí. Para los seres luminosos, usted lleva un niño en su seno. Ellos ven al impostor
luminoso, la vida falsa que está dentro de usted.
-Agnes, ¿es ésta la razón por la cual quería el huevo del pájaro de invierno y se tomó tanta
molestia para encontrar las cuarenta y cuatro semillas?
-Para moldear al impostor luminoso -dijo Agnes-. Para hacer que los guardianes lleguen a usted
y para que usted atraviese la barrera.
-¿Se siente embarazada? -preguntó Ruby.
Pensé en ello durante un momento. Me sentí muy extraña, experimentando un malestar
indefinido. Si en algún momento había olvidado cómo era estar en la última etapa del emba
razo, lo recordé rápidamente. Me sentí como un sapo disecado extremadamente sensible.
-Sí, me siento muy embarazada. ¿Tendré mellizos?
Todas reímos. Ruby ajustó un collar alrededor de mi cuello. Del collar pendían varios trozos de
concha marina, fragmentos de cerámica atados con cuerda anudada, viejas cuentas artesa-nas y
dientes de animales, todos entrelazados.
Extendí la mano hasta el collar para tratar de verlo mejor. Ruby me cogió la mano.
-No —dijo con voz inflexible-. July, envuélvela con la manta.
July cogió la vieja manta que había contenido la Faja del Trueno y la puso en torno a mis
hombros. Si al menos pudiesen verme ahora mis parientes de California, pensé. Agnes me
informó que la manta era una manta de alumbramiento, que muchos niños habían venido al
mundo sobre la misma manta en que yo estaba envuelta.
Después de todo eso, Agnes me entregó un recipiente de cerámica roja con algo que llamó
bastón punzante sobresaliendo de la boca del mismo. Dijo que podría llegar a necesitar el
recipiente y el palillo para recoger algo para mi escudo. Le pregunté qué quería decir, y ella
dijo que la lección era para que yo hiciese deducciones por mí misma.
Luego todas nos pusimos en marcha en dirección al mismo lugar sagrado donde había realizado
una ceremonia del cascabel hacía mucho tiempo. Avanzamos dejando atrás el ángulo derecho
de la cabaña y pasamos a través de una gran grieta en las piedras negras, que era imposible
distinguir a menos que uno se acercase a ellas exactamente desde la derecha. Comenzamos a
descender el estrecho sendero engañoso que iba en declive hasta un precipicio abrupto.
Calculaba cada uno de mis pasos con gran cuidado, y apretaba mi cuerpo torpe y embarazado
contra la suave superficie de la roca para mantener el equilibrio. Pasamos a través de un
pliegue poco profundo en las piedras y estuvimos de pie sobre el borde escarpado de un
profundo abismo. Una enorme pared al este se elevaba orgullosa e imponentemente al fondo,
desde el cauce del arroyo que parecía casi circular. De uno a otro lado había una distancia de seis
a nueve metros y el lugar se asemejaba a un anfiteatro prehistórico. En lugar de recorrer todo el
camino conmigo, Agnes, Ruby y July tomaron otro sendero y en el momento en que yo llegaba al
fondo, ellas habían alcanzado lo alto del borde rocoso encima de mí. Estaban paradas en tres de
los cuatro puntos cardinales: July apuntando al sur, Agnes al norte y Ruby al oeste. A mí me
habían dicho que me colocase de cara al este, cerca de una pequeña pila de piedras. Situarse de
cara al este significaba hacer frente a la pared escarpada de roca estratificada: púrpura, rosa,
gris y negro. Me sentí insignificante cuando levanté la vista para contemplar la impresionante
cara al reflejo del sol agonizante. Sentí el viento del oeste soplar sobre mí.
Deposité el recipiente de cerámica y el palillo raspador a mis pies, luego dibujé a mi
alrededor un círculo sagrado de tabaco. Impregné con poder la línea trazada pronunciando ora-
ciones, como me había dicho Agnes. Me llevó un largo rato ejecutar esta ceremonia inicial, y
pude sentir que en mi cuerpo se producían cambios sutiles: una apertura, una dilatación, como
cuando en la última etapa del embarazo el cuerpo se prepara para el alumbramiento. Comencé
a cantar a la pared mi canción del alumbramiento, y pedí a mis guardianes que me permitiesen
conocerlos.
De repente Agnes gritó mi nombre desde el norte.
-Hola, Lynn.
Las palabras reverberaron, resquebrajando el silencio. El eco repitió sus palabras y luego
lentamente fue desvaneciéndose. Luego gritaron July desde el sur y Ruby desde el oeste. Cada
una de las voces me afectó de una manera diferente, llegando a distintas partes de mi cuerpo.
En forma súbita, sus voces gritaron mi nombre al unísono.
-Hola, Lynn.
Un torrente de sonido fragoroso y retumbante agredió mis oídos: «Hola, Lynn, Lynn», una y
otra vez. Traté de replegarme para proteger mis oídos de los ecos ensordecedores, pero mi
cuerpo estaba siendo sacudido en cada una de sus fibras. Los ecos continuaron en una cortina
de sonidos enloquecedores. La textura de mi nombre resonaba, envolviéndome como un
capullo, y sentí que mi cuerpo era destrozado en fragmentos diminutos que fluían como chispas
en el espacio.
El ruido continuó, volviéndose más profundo e intenso, palpitando como el latido seco y
caliente de las alas de mil murciélagos junto a mis oídos. Vi sombras semejantes a pájaros
saliendo de mí, como si estuviesen saltando en paracaídas de mi cuerpo. No tenía la más
mínima idea de qué eran esas criaturas, pero sabía que estaban escapando de mí. Pensé que tal
ve/ yo estaba agonizando y que iba a reunirme con el Único, y que ellas estaban perdiendo a su
huésped.
-¿Por qué debería tener derecho a nacer? -Oí que decía una voz resonante-. Usted ha sido lo
que es. Nadie más puede ser lo que usted es y usted ha sido desgarrada a tirones. ¿Por qué
nació usted cuando tantos han muerto injustamente?
La pared delante de mí pareció partirse en dos mitades y desplomarse, revelando una luz
diabólica. Fue como si se hubiese aplastado a una concha, una concha que contenía al sol. Era
imposible mirar la luz. Me aterroricé al darme cuenta de que la luz era reflejada desde el
interior de mi cuerpo, y que lo que veía era mi propio ser arrancado del gran misterio de luz en
este mundo de oscuridad.
-Adiós, Lynn. Adiós, Lynn.
Me pareció como si el sonido hubiese surgido detrás de mí, de una entidad que vivía por su
cuenta, fundiéndose con mis pensamientos y separándolos. Me giré al oír las voces. Mi primer
pensamiento fue que Agnes y Ruby habían descendido del borde de la roca y estaban de pie
detrás de mí fuera del círculo. Lo que vi fueron dos columnas de luminosidad gris.
-¿Quiénes son ustedes? -pregunté.
Las lágrimas de miedo que resbalaban por mi rostro a causa del viento me produjeron una
sensación de frío.
-Somos sus maestras del más allá. Usted ha sido admitida aquí por los guardianes. En vez
del amor, enseñamos el odio. Ésta es la verdad. Somos la mano izquierda del poder. No podemos
engañarla. En vez de poder enseñamos debilidad. Esa es la verdad. En nuestro círculo, todos
los hombres son poderosos e impulsan el vacío. Somos hombres chamanes que hemos dado
nuestro poder a las mujeres chamanes. Ésa es la verdad. Somos los magos del dolor y de la
decepción. Aquí no existen barreras. Aquí buscamos lo esencial.
¿Había desechado mi cuerpo y mis sentidos? Estaba aterrorizada y mi terror iba
convirtiéndose en un dolor insoportable dentro de mi estómago, sensaciones prolongadas y
desgarrantes, como los dolores del parto.
-¿Son ustedes Agnes y Ruby? -pregunté.
Las columnas refulgentes de luz comenzaron a disolverse. Las formas que yo pensé podrían ser
Ruby y Agnes empezaron a remolinear y luego desaparecieron. Dos hombres jóvenes parados allí
en silencio me contemplaban. Parecían agresivos, fuertes, mezquinos y malvados. Vestían téjanos,
botas de cowboy y camisas a cuadros de mangas largas. Parecían versiones masculinas más
jóvenes de mis mujeres chamanes. Examiné cada uno de los poros de sus rostros oscuros, los
músculos de sus manos. Me sentí ultrajada por esta realidad. ¿Cómo podía suceder esto?
Finalmente, pregunté con voz tímida:
—¿Cuáles son sus poderes?
No estaba completamente segura de haber pronunciado esas palabras o de haberlas
pensado.
—Conocemos todos los secretos, pero no sabemos nada de lo revelado. Nuestros son los
poderes heyoka que usted ha pedido para más allá de las barreras. Somos las mujeres-hombres de
los contrarios arriba-abajo y hacia atrás-hacia adelante. Nuestro es el camino serpenteante que se
bifurca replegándose en sí mismo. Nuestro el coyote furioso que conoce la paz. La hemos
ridiculizado y dejaremos de ridiculizarla. Créanos o moriremos, del mismo modo en que nosotros
debemos creer en usted o usted morirá. Somos los renegados del poder. Este ensalmo vivirá dentro
de usted y producirá su efecto mágico.
-Hola, Lynn.
Entonces oí voces que hablaban al unísono y resonaban de risco en risco. El sonido estaba
amenazando mi capacidad de pensar de manera coherente, una palabra detrás de la otra en un
desfile fúnebre de sonidos que dejaban una amplia cicatriz en mi percepción.
-Hola, Lynn. Hola, Lynn. Hola, Lynn.
Observé a Agnes y Ruby dar muerte a su masculinidad cuando ellas lentamente retrocedieron
apartándose de mí y desaparecieron totalmente en la oscuridad. Entonces vi una cegadora luz
plateada y sentí el calor de un impacto explosivo. Fui catapultada hacia atrás; luego de algún
modo mi trayectoria se volvió circular y me arrojó hacia adelante. Fui lanzada hacia abajo por
un túnel acanalado como si estuviese experimentando el misterio de la concepción y del
alumbramiento. La siguiente cosa que vi, era que estaba arrodillada sobre el suelo dentro del
círculo con el recipiente entre mis piernas. Me acariciaba un viento suave y sentí un ligero
malestar en el estómago. Me incorporé con el recipiente y abandoné el círculo de la misma
manera en que había penetrado en él. Sabía que ya no estaba embarazada. Me había dado a luz a
mí misma. Me dirigí a la pared de roca, llorando. Comencé a arañarla en una zona enrojecida
con el palillo punzante. La superficie se iluminó como la luz del alba cuando la arañé. Las
partículas diminutas que cayeron en el recipiente parecieron ser parte de la carne de Dios: la
sustancia de Dios.
Yo sabía que estaba aventurándome en un reino inconcebible de éxtasis y dolor, que desgarraba
mi susceptibilidad. De algún modo, ello se reflejaba en la belleza de la piedra y en mi
interacción con ella. Acaricié la piedra con mis dedos. La tersa superficie roja se ablandó y
comenzó a ceder bajo la ligera presión. La sentí como una piel elástica. A medida que la piedra se
ablandaba, algo dentro de mí también cedía. Sentí que mis músculos chasqueaban en lo
profundo de mi cuerpo, como si fuesen instrumentos musicales que están siendo desencorda-
dos y encordados, para crear una nueva armonía. Con cada arañazo de roca, me acercaba
más al núcleo. Todo lo que el teatro, los pensamientos y las emociones falsas habían estado
alimentando fluía con violencia de mi cuerpo. De repente supe que en la hechicería nociva y en la
magia falsa existe una reacción en contra del amor, y que esta piedra en su maleabilidad, en su
vulnerabilidad, estaba enseñándome algo sobre la protección. En la mezcla de piedra, sonido,
emociones y amor sentí una destilación alquímica. Supe que esto era una muerte de mi propio
potencial destructivo, porque para tener esa experiencia había liberado mucho de mí.
Las lágrimas resbalaban por mi rostro. Sentí que estaba de pie en un santuario de gran
significado, y que de algún modo la sustancia de Dios cuidaba de todas las cosas más de lo que
era humanamente posible saber. Caí de rodillas y lloré de alegría hasta que sentí la mano de
Agnes descansando sobre mi hombro.
Más tarde, en la cabaña, Agnes se negó a hablar conmigo de la visión. Dijo que hablar de ella
sería negarla, y que yo debería esforzarme por llevar siempre conmigo la visión.
-Al menos -dijo Agnes-, usted se fundió con el mal y se abrió paso hacia el amor. Ponga la
experiencia y el amor en su escudo.
Agnes dijo que el escudo del este era un escudo hacia atrás, que yo debería volver su cara
hacia adentro. También dijo que el escudo del este era un escudo carente de forma y que podía
hacerse de cualquier modo que yo viese que se adaptaba, siempre y cuando mantuviese la
conciencia de la visión. Me dijo que no pensase en mí misma como lo hacía normalmente, sino
que dejase que las guías heyoka me diesen instrucciones. Iba a dejar que mi espíritu hiciese el
escudo. Agnes dijo que el escudo heyoka no era realmente un escudo, sino el reconocimiento
de la aceptación del espíritu.
-Los escudos heyoka que cuelgan en los museos siempre han sido un misterio -dijo-. Se han
contado historias fantásticas respecto de sus poderes, algunas ciertas, otras falsas. El escudo
heyoka pareció enloquecer a la mayoría de los no-indios, algo tosco hecho por salvajes
incapaces de protegerse a sí mismos. Pero cuando yo veo un escudo heyoka, sé que estoy
contemplando algo que la persona corriente no puede entender. Lo que veo me da la
bienvenida, pues yo veo al escudo de un heyoka y experimento una gran alegría. Es un escudo
que dice: «No estoy engañándote. He celebrado consejo con el ridículo. No estoy asombrada de
nada, pues sé que todas las cosas no son más que la voluntad del Gran Espíritu».
-Si no va a hablar sobre mi visión, ¿me dirá qué estoy realmente haciendo cuando construyo
mi escudo heyoka? -pregunté.
-Está tratando de completar su círculo.
-¿Qué significa eso?
-Todo nace perteneciendo a un círculo.
-No entiendo.
-No tendrá poder hasta que no haya completado su círculo.
-¿Usted se refiere a un círculo de personas?
-Sí. En su caso, un círculo de mujeres. La tarea de la cazadora, la tarea de la guerrera, es la
acumulación de poder personal suficiente para ser capaz de unirse con su círculo una vez que lo
encuentre.
-¿Cómo puedo lograr eso?
-Usted encuentra su círculo sólo cuando está preparada, y nadie triunfará nunca en esta gran y
valiosa lucha sin estar cercana a la auto-consumación. Su círculo ha estado llamándola desde
el día de su nacimiento. Usted nunca ha tenido el poder personal para escucharlo. Se ha
enfrentado a los de su círculo muchas veces en el pasado, pero eran invisibles para usted. Es su
responsabilidad no dudar nunca de la existencia de esta hermandad. Antes de que pueda
entrar y ser admitida en su sociedad, debe aprender muchas cosas. Cuando usted se una a
ellas, ellas le darán dotes y el poder de ellas llegará a ser su poder.
Agnes me señaló mi trabajo, y no diría nada más sobre el escudo del este. Yo recordé que un
amigo me dijo una vez que cuando se ve a la divinidad, todo parece histéricamente divertido.
Seguí contemplando mi extraña colección de materiales: el montón de raspaduras del risco, el
viejo cuero de ciervo, trozos de madera curvada, plumas de búho, llaveros con tipis de plástico,
un cascabel de calabaza sin semillas en su interior, un cuchillo de caza con una hoja oxidada y
rota, varias monedas de cinco centavos artesanales hechas en madera con cabezas de indios
talladas en sus caras, para no hablar de los huesos de pollo y de una vieja flecha heyoka torcida
con la punta vuelta hacia adentro, y me sentí impresionada por la absurdidad del dilema
humano. Armé el escudo, y me reí sin ninguna razón aparente. Cada paso del proceso parecía
incluso más absurdo, hasta que de repente comencé a reír a carcajadas. Sabía que era
admisible hacer un trabajo chapucero, y que también era maravilloso. El escudo comenzó a
parecer como una colección kitsch del mundo indio chamánico.
Parecía constituir un acto importante en el orden de los acontecimientos, y que iba a
descubrir un camino para utilizar las raspaduras procedentes de la barrera heyoka. Finalmente,
utilizando mi propia saliva para preparar una mezcla, coloqué las raspaduras sobre toda la piel
del ciervo. Estaba colocando la última pluma de búho sobre el borde cuando Agnes apareció y
me la arrancó de la mano.
Me sonrió, diciendo:
-Nunca termine un escudo heyoka. Y ahora es el momento de que sea especialmente
cuidadosa. Recuerde que un escudo heyoka atrae al enemigo. Es un escudo inacabado, pero su
poder es inmenso e irresistible para quienes lo entienden. Esté segura de todo lo que hace. Y
ahora usted está firmemente en el camino. Ha sido iniciada en mi mundo heyoka.
A la mañana siguiente, después de haber terminado el escudo, fui en mi coche hasta
Crowley a comprar algunos cartones de cigarrillos para llevar a Ruby. Los compré en el colmado
de costumbre y luego decidí dirigirme hasta una pequeña ciudad cercana a la reserva para
comer algo. También daba vueltas a la idea de comprar regalos para Agnes, Ruby, July, e incluso
para Ben y Drum. Los residentes locales me miraban fijamente cuando entré a la comunidad. Lo
atribuí al hecho de ser una extranjera. Me encontré a mí misma curiosamente interesada en las
casas limpias y de aspecto confortable. Los patios se veían pulcros y ordenados. El tránsito era
escaso y la zona del centro de la ciudad se reducía a un par de manzanas de largo. Era como
estar en una ciudad corriente en cualquier parte. Aparqué el coche, entre a una cafetería y pedí
un bocadillo. Cuando salía de la cafetería, vi a una vieja envuelta en una manta india, con sus
cabellos blancos recogidos en un moño. Llevaba una pila de revistas amarillentas. Después de un
momento, la reconocí como la mujer que había visto en la tienda de ramos generales de
Crowley.
-¿No es usted Phoebe? -pregunté.
-Sí, creo que lo soy.
Phoebe iba con el mismo vestido de tela estampada que llevaba puesto la última vez que la vi.
La pila que llevaba en sus brazos contenía treinta o cuarenta revistas. Su barbilla se apretaba
sobre una fotografía de Marilyn Monroe.
-Ayúdeme a llevar esto -dijo, entregándome la pila de revistas.
Yo no tuve otra opción que hacerme cargo de ellas. Las cogí antes de que se cayesen a la acera.
-Mi lugar es sólo una rampa -dijo la mujer.
Yo estaba empezando a cansarme. Pensé que Phoebe estaba siendo bastante insolente al
pensar que yo la llevaría en coche hasta su casa.
-Tengo un poco de prisa —dijo la vieja, dándome un suave codazo en el brazo señalando mi
coche.
Entonces vi con toda claridad que iba a tener que hacerme cargo de ella. Phoebe se dirigió de
inmediato hacia mi coche y se introdujo en la parte trasera. Me pregunté cómo sabía cuál era
mi coche. Tuve que acomodar la carga de revistas sobre el capó para abrir la puerta, que ella
había cerrado. Phoebe no hizo ningún intento para ayudarme cuando amontoné las viejas
revistas sobre el asiento junto a ella. Me puse detrás del volante.
-De acuerdo, ¿adonde vamos, Phoebe?
-Usted lo encontrará -dijo la vieja-. Siga carretera abajo. No tenía la más mínima idea acerca
del lugar al que me dirigía, y mi exasperación iba en aumento. Phoebe comenzó a cantar en
voz alta y desentonada. La canción carecía de sentido y parecía hablar desde el punto de vista de
un niño que estaba recortando muñecos de papel. Me pregunté si sería retardada. Volví a
preguntarle si estábamos en algún lugar cercano a su casa. Hasta ese momento había
conducido en dirección descendente toda la calle que atravesaba la ciudad. Phoebe dijo que no.
-Doble aquí -dijo, señalando una larga carretera polvorienta bordeada de árboles.
Casi unos dos kilómetros más adelante, detuve el coche frente a una casa decrépita con el techo
de tejas de madera hundido. Los vidrios de las ventanas estaban rotos y habían sido sustituidos
por cartones.
-Este lugar está abandonado -dije-. Usted no puede vivir aquí.
-Solía vivir aquí -dijo Phoebe.
-Vamos, Phoebe. Me tiene sin cuidado dónde solí a vivir. Tengo que regresar a la ciudad. Por favor,
dígame dónde vive ahora. Comenzó a cantar nuevamente.
-Por favor, Phoebe. -Con la cabeza y los brazos apoyados sobre el volante, pregunté-: ¿Dónde
vive?
Ella volvió la cabeza y me miró como si no hubiese registrado absolutamente nada de lo que
yo había dicho. Señaló una de las revistas que había caído al suelo.
-Sé que usted fue enviada aquí por mis papeles —dijo, recogiendo la revista y hojeándola para
mirar las fotografías.
-No sé de dónde sacó esa idea -dije.
Di la vuelta con el coche y comencé a regresar por el camino por el que habíamos llegado.
Obviamente, la vieja era una demente, probablemente sufría psicosis senil. Acababa de decidir
llevarla de regreso a la ciudad y dejarla en el lugar en que la había encontrado cuando ella me
entregó un abanico que había confeccionado con una página arrancada de la vieja revista. El
abanico me recordó a un trabajo origami japonés.
-¿Es para mí? Gracias, Phoebe. Lo guardaré como un tesoro. Pero por favor, Phoebe, ¿no
puede recordar dónde vive? ¿No puede mostrarme el camino?
-Deténgase allí, en esa casa verde de la esquina -dijo.
Pasaba las páginas de la revista con gran rapidez.
Me dirigí hasta la casa y me detuve ante ella sin parar el motor. Phoebe salió de un salto y
caminó de prisa, subió a la acera, atravesó la puerta de una valla de estacas puntiagudas y entró a
la casa.
-Phoebe, espere un minuto. ¿Qué pasa con las revistas?
Paré el motor y salí del coche. Cargué con las revistas y subí a la acera a toda prisa. La puerta
principal aún estaba abierta. Entré a la casa y deposité las revistas sobre una mesa de café. Me
volví para marcharme. En vez hacerlo, me detuve allí mismo. Me encontraba ante Perro Rojo.
-Quiero hablarle. Siéntese.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Estaba demasiado impactada para ponerme a considerar
cómo era que me había metido en esa situación. Mis ojos parecían parpadear y negarse a aceptar
su presencia. Perro Rojo cerró la puerta y le echó el cerrojo.
-Vamos —dijo—. Tome asiento. Haga de cuenta que está en su casa.
Me deslicé en una silla. Perro Rojo se acercó y me miró con una mirada dura, sin pestañear,
exhalando una furia reprimida con cada respiro. Yo sabía que estaba dispuesto a arrancarme los
ojos y empujarme al vacío.
Vestía una camisa de color azul cielo, téjanos y unas costosas botas de vaquero. No parecía tan
viejo como yo lo recordaba. En la chimenea ardía el fuego, y sutiles cambios de color res-
plandecían sobre la camisa que se ceñía a su torso. En gran parte contra mi voluntad, comencé a
temblar violentamente. Le miré las piernas y eché un vistazo alrededor de la habitación en
busca de la silla de ruedas. Él me leyó el pensamiento.
-Esa silla de ruedas no era más que una añagaza. Cálmese, Lynn. ¿Le apetece beber algo?
-me preguntó, con gran sarcasmo.
-Sí -logré decir, sabiendo que no bebería nada que él me diese, pero quería ganar tiempo.
Perro Rojo se dirigió a la cocina. Mis ojos se apresuraron a recorrer la habitación con
desesperación, buscando una vía de escape. Había cerrojos en todas las puertas y ventanas. El
cuarto era caótico: una gran mezcolanza de flores de plástico, pilas de papel de colores,
periódicos, estantes con muñecas, algunas antiguas muñecas indias y otras vulgares muñecas de
plástico, y toda clase de chucherías y baratijas. Se veían muchos juguetes de cuerda y cubos para
construcciones, e incluso un hámster dentro de una jaula roja que continuamente jugaba mon-
tado en una noria. Había una jaula con dos periquitos que chillaban cada vez que uno de los
numerosos gatos de la casa se acercaba demasiado a ellos. Perro Rojo regresó pronto con lo
que parecía ser vino con hielo y dos vasos. Las manos me temblaban y los cubitos de hielo
estuvieron a punto de caerse precipitadamente del vaso. Estaba tratando de no traslucir mi te-
mor, pero la bebida resultó ser Koolaid de frambuesa. Me limité a olisquear el aroma azucarado.
-No apruebo el alcohol -dijo él, como si volviese a leerme el pensamiento y disfrutando
enormemente con mi evidente terror.
Deposité el vaso sobre la mesa de café. Phoebe trajo un plato de tostadas untadas con
mantequilla de cacahuetes y bocadillos de jalea. Los dejó junto a mi copa y luego se dirigió
hasta una antigua máquina de coser, poniéndose a pedalear. Luego se detuvo y se abanicó
frenéticamente con uno de los numerosos abanicos de papel viejo que estaban sobre una mesa.
Los abanicos tenían dibujos religiosos de Jesús, María y José. Perro Rojo no le prestó la más
mínima atención y cogió un bocadillo.
-Hace tanto calor -se quejó Phoebe—. Estas moscas me vuelven loca.
Comenzó a pedalear nuevamente la vieja máquina de coser. Por mi parte, podía decir que
estaba bastante fresco y que no había moscas en la casa. Tampoco había hilo, ni ninguna tela en
la máquina de coser. Con el sonido de la máquina de coser, el hámster, los periquitos y los gatos,
la habitación se parecía a un motor preparándose para ponerse en marcha. Ni Phoebe ni Perro
Rojo parecían advertirlo. Yo pensé que me había metido en una casa de locos y me pregunté si iba
a ser capaz de salir con vida.
Perro Rojo se recostó en su asiento y terminó de comer su bocadillo de mantequilla de
cacahuetes.
-Sabe, Lynn, las enseñanzas de sus maestras son erróneas -dijo.
-No, no es eso lo que sé. Perro Rojo sacudió la cabeza.
-Error fatal. Ellas le dijeron que yo soy su enemigo, aunque usted no es una rival digna para
mí. ¿Por qué cree que le están enseñando a construir escudos?
-Para llegar a ser poderosa.
Perro Rojo rió burlonamente.
-Tonterías. Usted está aprendiendo a hacer escudos y a acumular poder para protegerse contra
mí. Sin embargo, aquí estoy yo, ¿y cómo podría impedirme hacer lo que quiera? Como ve, yo
no soy vengativo. La he traído para hablar con usted razonablemente. No tenga miedo.
Cogió otro bocadillo de la fuente, lo examinó y volvió a dejarlo.
-De ninguna manera voy a confiar en usted. Pensé que Perro Rojo montaría en cólera, y ansié
haberme quedado callada.
-Mujer estúpida -dijo-. Agnes le enseñó a ser visible. ¿Es visible ella? ¿Es visible Ruby? ¿Soy
visible yo? Por supuesto, yo puedo llevarla hasta ellas y ellas pueden llevarla hasta mí, pero trate
de encontrar a cualquiera de nosotros si nosotros no queremos que lo haga. La miro y me
produce piedad. La visibilidad es su castigo. Una auténtica persona de poder se confunde con el
entorno, usted no puede verla. Así es como estas personas de poder retienen lo que tienen.
Usted ha pedido poder y está encontrándolo y tal vez será como yo. Ésta es la más solitaria de las
circunstancias. Usted es una mujer blanca que no encaja en ninguna parte, como yo. La mayoría
del mundo de los nativos no la entiende. Agnes la ha conducido a través de la magia, y usted
nunca puede volver a participar del sueño de la mayoría. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Adonde va a
ir?
-Regresaré a casa y llevaré la vida de costumbre. Perro Rojo levantó su mano como si quisiese
atajar lo que yo dije.
-Nadie la reconocerá. Le apretarán las clavijas hasta conseguir que se conforme y actúe como esa
persona que ellos conocieron una vez. Usted no sería capaz de utilizar su conocimiento, porque
si lo hace, ellos llegarán a temerle. En su poder ellos sólo experimentarán la falta de su propio
poder. No verán que usted ha cambiado y no sabrán quién es usted. Se pasará el tiempo buscando
su círculo. ¿Cree que alguna vez encontrará a sus hermanas? Claro que no. Ni todos los escudos
del mundo pueden darle la hermandad, porque la hermandad no existe. Si la hermandad
existiese, ¿no cree que yo tendría conocimiento de ella? Le robaría el poder. Pero yo siempre
he tenido que retener mi poder femenino en la forma de objetos sagrados como la cesta
matrimonial. He recorrido el mundo para encontrar a una mujer que pudiese darme el poder
que busco. Ninguna ha demostrado valer la pena. ¿Y usted encontrará a un hombre auténtico?
En este momento tengo el poder de Phoebe. No la subestime. Es enormemente fuerte.
-¿Phoebe? -No podía imaginar a Perro Rojo con esa extraña viejecita-. ¿Qué clase de poder
terrenal puede tener Phoebe?
-Sus papeles la trajeron a usted aquí. Ella pudo matarla en ese momento. Como ve, no quiero
matarla porque deseo tener poder. Destruirla ahora me deshonraría, porque es muy débil y
estúpida. Phoebe, ven aquí un momento. Quiero que ahumes a Lynn. Quiero que mires dentro
de ella y que me digas qué ves.
Phoebe se acercó desde la máquina de coser. Canturreando, se inclinó hacia abajo y me miró
a la cara de un modo demente.
-La mujer en el espejo, que ella creía que era, una simple mujer en el tiempo. Su voz preguntó
qué era lo que se reflejaba allí, qué era lo que se reflejaba allí, donde estaba ella. Ella entendió;
detrás de ella estaba la forma de las cosas, y una casa y el rincón donde el ratón observaba cosas
que eran las formas. Cada cosa y forma gritó una pregunta a partir del reflejo del tiempo en el
espejo dentro de la casa. Las formas construidas lanzaban sus sombras y reflejaban la luz de los
átomos de sustancia, pero no hubo novela de la noche ni obra de teatro y muy poco para
decir... por la mujer llamada Lynn en lo que había sido hecho, o gran cosa para decir sobre la
doncella que fue en un tiempo. El espejo reflejó su mente y el mobiliario de su pensamiento, sin
pestañear nunca porque todo procedía del pasado, nada perduraría. Ella iba y venía entre sus
muebles y posesiones, sin pensar ni una vez en lo que entendía, puliendo la mesa y sin ser capaz
de encontrar esa regla perfecta que mediría sus facultades. ¡Qué sumisión! Y qué cruel la
tonta que no dijo lo que quería que dijese la tonta ese día. Ojalá que el reflejo fuese parte de la
perfección que ella soñaba que sería, espere y verá. ¡Ojalá! ¡Ojalá! Oh, cómo creció el niño. Ella
desapareció marcando las notas en un drama anticuado que calificaban sus pares. Duró tantos
años, tantos, ¿cómo? Cansada, avanzando en medio del desorden y untando el pan con
mantequilla. ¿Por qué debería yo ocuparme de fruslerías cuando hay tanto por hacer? ¿No le
parece? Escribiré, pintaré, ¡para usted, para usted! Para mí no hay tiempo sin ton ni son, nada
agradable excepto para mi orgullo, ¿por qué ocultarlo? Yo no siento culpa... ni vergüenza, una
madre modelo, ¿qué más? En el espejo esperando, esperando, esperando el día en que tenga algo
que decir.
Perro Rojo la interrumpió.
-Suficiente, Phoebe. Tal vez Lynn se dé cuenta de que tú la ves a ella mejor de lo que ella cree.
Las palabras del sonsonete de Phoebe me produjeron escalofríos. La vieja se dirigió hasta un
estante que estaba lleno de viejas sombrereras de cartón.
-¿Dónde dejé mis tijeras? -preguntó, levantando las tapas de las cajas y revolviendo en el
contenido de éstas-. Oh, aquí están.
Sacó de una caja un par de tijeras y lo levantó hacia la luz, abriéndolas y cerrándolas.
-No me gusta el modo en que esa señora blanca me miró ayer en la tienda.
Perro Rojo la observó atentamente.
-¿Por qué no le das un meneo, Phoebe? ¿Por qué no le cruzas los brazos sobre el pecho y la
tiras al suelo?
-Sí, la mujer de la tienda encontrará la puerta al nunca más. La cubriré con papeles hasta
la tumba por lo que hizo.
Sacó un papel negro y grueso de una de las cajas de sombreros. Comenzó a cortarlo con las
tijeras y el recorte empezó a tomar la forma de una muñeca de papel con las manos levantadas
junto a la cabeza, con los dedos extendidos. Luego cortó los ojos y una boca con forma de
rombo. Agregó una falda negra encima de las rodillas, luego cortó dos piernas con los pies
separados y grandes dedos puntiagudos. La sostuvo en alto para que la viese Perro Rojo.
-La recorté de papel negro para que le dé asco -gritó Phoebe.
Yo no tenía la más mínima idea de lo que estaban haciendo, pero sospechaba que algo
diabólicamente perverso estaba a punto de suceder. No me atreví a formular ninguna pregunta.
Alguna fuerza potente alrededor de ellos dos estaba volviéndose tenebrosa. Phoebe estaba
ahora recortando una forma rectangular de un papel de color marrón y tendió la muñeca negra
sobre la parte superior del rectángulo como si estuviese tendida en una cama. Comenzó a cantar
en una lengua india y Perro Rojo abandonó la habitación, con un destello de placer en sus ojos.
Regresó al instante con algo de incienso que despedía un humo acre.
El conjuro maligno continuó. Colocaron la muñeca de papel y la cama sobre un pequeño
altar junto a la pared. Phoebe murmuraba para sus adentros cuando depositó flores de plástico y
cigarrillos de chocolate. Luego encendió velas. Una y otra vez hizo pasar la muñeca a través
del humo del incienso. Perro Rojo le entregó un frasco pequeño conteniendo un fluido rojo que
parecía ser sangre. Phoebe roció el líquido sobre la muñeca. Luego cogió una vaina de
legumbre que tenía una forma semejante a la de un diminuto cuerno de toro (puede haber
sido una vaina de acacia) y la clavó en el cuerpo de la muñeca, en el lugar donde debería
estar su estómago. Una y otra vez arrojó su aliento sobre la muñeca, sin dejar de cantar. Yo
observaba horrorizada. El procedimiento era increíble. De modo que eso era lo que Perro Rojo
estaba haciendo con esta mujer. Estaba aprendiendo alguna forma vil de magia negra. Había
tanto poder terrible alrededor de esta viejecita, que podía sentírselo crepitar. En su inocencia
excéntrica, Phoebe había perforado un gran depósito diabólico y estaba manejándolo con la
madurez emocional de un niño de siete años.
Yo no pude soportarlo más y comencé a alejarme en dirección a la cocina; quizás hubiese una
puerta abierta. Perro Rojo se abalanzó de un salto y a empujones me llevó de nuevo a mi silla.
Hizo un gesto de asentimiento a Phoebe, sin dejar de observarme. Entonces Phoebe envolvió
todas las ofrendas, la muñeca y otros objetos, y le dijo que trajese una pala a fin de que ella
pudiese enterrarla y terminar con la muñeca. El rostro de Phoebe se veía desfigurado por la
ira. Simultáneamente, sus ojos me traspasaron con la clase de poder tenebroso que sólo un
odio irracional puede encontrar. Sentí que me consumía por dentro.
Mientras presenciaba ese ritual horrible, me di cuenta de que Perro Rojo, en su obsesión
por obtener poder, era realmente muy loco. En su delirio, estaba viendo dentro de mí lo que
pensaba que era él mismo. Puesto que él nunca había desarrollado el aspecto femenino dentro
de sí mismo, no podía verme claramente. Pensé que quizás podría escapar con vida de las
manos de este hombre loco, si lograba mostrarme tan vulnerable y estúpida como me sentía, y
tan débil como él dijo que era yo.
Perro Rojo salió fuera de la casa y presumiblemente enterró el material que habían utilizado.
Regresó y se sentó en la si lia tapizada con una tela de flores que estaba junto a la chimenea.
Phoebe abandonó la habitación y no regresó. Perro Rojo volvió su atención hacia mí.
-Puede tener curiosidad por saber que fue lo que le sucedió a Phoebe. Cuando era joven,
se asoció con un hechicero muy malvado. No era una buena persona, como yo. Phoebe
pronto se cansó de él, pero cuando trató de abandonarlo, él la dejó con la mente de una niña.
Ahora ella practica la brujería del sur que él le enseñó en su simple confianza e inocencia.
Phoebe todavía tiene el poder que él le enseñó y más, pero es una mujer cuyos recuerdos e
historia pertenecen sólo a su amante olvidado. Supongo que es capaz de ver que no se puede
jugar con nosotros —concluyó, contoneándose un poco en su silla.
El gato que estaba a sus pies maulló y se alejó de un salto. Para mí, Phoebe y Perro Rojo
estaban conjurando la destrucción de la tierra, ambos fugitivos del amor, lanzados a un abismo
solitario. La vida para ellos era confusión, lucha y venganza, la marca del dolor sobre nuestro
sueño sagrado.
Miré a Perro Rojo y comencé a sollozar incontrolablemente, sujetándome la cabeza con las
manos.
-Bueno, me alegro de ver que usted es consciente de su estado precario. Diablos, ese asunto
del papel es sólo el primer grado. Si hubiese querido, podría haber hecho algo mucho peor.
Simulé que no podía dejar de llorar. Él me entregó un pañuelo de colores para que me
sonase la nariz.
-Maldita sea, deje de lloriquear. Vaya mujer chamán que es.
-No puedo evitarlo. Estoy muy asustada.
-¿Qué teme? Ciertamente, no a mí. Usted no supone ningún desafío —dijo despectivamente-.
Mírese. Le llevará años estar lista para mí. Soy demasiado peligroso para que usted vuelva a
aceptar el reto. Sin Agnes, usted no es nada.
Ahora yo era completamente incapaz de controlarme o de dejar de sollozar.
-Voy a dejarla marchar. Realmente no lo había planeado, pero he decidido hacerlo. Ahora
deje de lloriquear. Venga aquí. Le diré algo. Voy a hacerle un pequeño regalo para que se sienta
mejor.
Si no hubiese estado tan aterrorizada, habría sospechado de su conducta dócil. Perro Rojo
cogió las tijeras de Phoebe y comenzó a recortar un dibujo circular muy bello, no distinto a un
copo de nieve adornado con dibujos ondulantes. Estaba utilizando papel negro y trabajaba muy
rápidamente. Colocó la pieza terminada sobre mi regazo y dijo:
-Tome. Esto representa el espíritu del aire. Déselo a Agnes y dígale que las amenazo a las dos
cada vez que respiran. Ahora recupere a su querida maestra. Si vuelvo a pescarla acosándome,
Phoebe se parecerá a Albert Einstein en comparación con el modo en que la dejaré a usted.
Me marché de esa casa de locos tan rápido como pude. De alguna manera, logré conducir de
regreso a la Reserva y encontré el camino hasta la tabana de Agnes. Aún seguía llorando
mientras conducía camino abajo en dirección a la casa. Agnes estaba sentada frente a la cabaña,
rodeada por todos mis escudos. Me gritó que me detuviese y que no me acercase.
-He estado enviándole poder. Sabía que se encontraba en un gran peligro. El poder del
escudo heyoka la atrajo hasta él. Usted tiene algo que realmente está desuñado a mí. ¿Qué es?
-Tengo un recorte de papel con la forma de un copo de nieve. Eso es todo lo que tengo.
-Eso es algo de la hechicería de Perro Rojo que contiene las semillas del mal para mí. La ha
engañado por completo. Su regalo me habría matado. Ése es su modo de destruirla. Llévelo
lejos de la cabaña. Rómpalo en pedazos y entiérrelo en cuatro lugares separados y luego regrese
rápidamente.
Hice lo que Agnes me indicó. Corrí de regreso junto a Agnes y casi caigo sobre ella sollozando
con alivio y terror. Le conté todo lo que había sucedido. Ella se mantuvo palmeándome la
espalda y luego comenzó a reír. Yo me aparté con brusquedad y la miré alarmada.
-¿Por qué se ríe?
-Usted también lo engañó a él. Sí, lo hizo. Su vulnerabilidad es su mejor escudo. Usted
estaba tan expuesta que él no pudo ver su poder. Lo cegó con su inocencia.
-Entonces ¿por qué estoy construyendo esos escudos?
-No se confunda. Estos escudos la salvaron porque representan su poder. Estos escudos la
definen a usted y a su fuerza. Muy pronto aprenderá a reunirlos y utilizarlos como un todo. Perro
Rojo la dejó marcharse porque está trastornado. Él piensa que usted es como él, que necesita a
alguien fuera de usted misma para tener poder. Pero usted no necesita eso. Él piensa que todos
quieren ser hechiceros. Oh, esto es demasiado bue no -Agnes hablaba entre chillidos y risas-.
Usted es una buena aprendiza. Creo que está libre de él por un tiempo.
Me enjugué las lágrimas y sonreí, y luego también tuve que reírme. Hablamos del incidente
hasta después de la cena, mientras Agnes me dispensaba una cantidad inmoderada de cariño y
atenciones. Sabía que lo necesitaba.
Al día siguiente decidí ir a visitar a Ruby caminando, en vez de hacerlo en mi coche. Necesitaba
el ejercicio para volver a conectarme con la tierra. Me puse en marcha con una mochila
conteniendo los cigarrillos y mi escudo recientemente «inacabado». Me sentía muy intranquila y
sostuve un diálogo graneado conmigo misma a lo largo del camino. Todavía estaba muy
agitada y deprimida por mi encuentro con Perro Rojo. El hechicero había expresado muy bien
un montón de cosas. Aun cuando yo sabía que él veía la realidad de un modo distorsionado, sus
palabras me hacían sentir menos segura de mis decisiones. Las visiones que tuve ante la barrera
heyoka, si bien fueron gratificantes, también habían sido muy confusas. ¿Realmente había visto
a Agnes y Ruby como hombres jóvenes? Estaba segura de la percepción que tuve. ¿Yqué
significaba ello para mí y para mi vida en Los Ángeles? Comprendí que el mundo no es como
parece y que la mayoría de nosotros tiene todo trastocado, pero, ¿qué iba a hacer, trastocar mis
actividades y mi comportamiento de un modo que parecería absurdo y necio a todos cuando
volviese a vivir en mi casa? Recordé la primera vez que regresé de Canadá. Fue muy difícil para
mí, porque no podía explicar nada sobre mis experiencias. Mi hija se consideró excluida, y mis
amigos se sintieron desconcertados por lo inverosímil de mis vivencias. Me había resultado
enormemente difícil volver a casa para pagar facturas y ganarme el sustento, para no hablar de
la representación de los juegos sociales. La comprensión de este camino heyoka fue incluso
más difícil. No podía resolver cómo aplicar esta filosofía para mí misma. De modo que decidí
obtener algunas respuestas de Ruby cuando le mostrase el escudo inconcluso. Suponía que era
lo que Agnes quería que hiciese, pues ella se negó a darme alguna explicación. Entonces, una vez
más, tal vez Agnes quería que las respuestas me llegasen a mi debido tiempo. Como consecuen-
cia de ello, yo me sentía deprimida e insegura. Era indudable que necesitaba despejar mi mente.
Seguía viendo aquellos horribles recortes de papel de Phoebe. ¿Realmente había sucedido todo
eso?
Cuando llegué a la cabaña de Ruby, el cielo estaba encapotado y una ligera brisa movía la copa
de los árboles. Ruby estaba parada en la puerta, secándose las manos con una toalla.
-Hola, Ruby. Estoy aquí.
-Me pareció que era usted. Tiene el escudo, ¿no es cierto?
-Sí —dije, levantándolo para mostrárselo como si estuviese ofreciéndole la luna.
Ruby lo cogió y de inmediato me dirigió una de sus grandes sonrisas de satisfacción. Tan pocas
veces había visto esa expresión en su rostro, que por un momento Ruby me pareció una extraña.
-¡Alto! -exclamó-, éste es verdaderamente un escudo, Lynn.
Examinó atentamente cada centímetro del escudo. Apoyando la palma de su mano sobre la
cara del escudo, Ruby era capaz de conocer los colores que utilicé y de hacer comentarios
acerca de su pertinencia. Leyó mi escudo con minuciosidad. Nunca estuve más impresionada
con su capacidad para ver sin ojos que en ese momento.
-¿Dónde estájuly? ¿YBen y Drum? -pregunté, como si acabase de darme cuenta de su
ausencia.
-Los he enviado a cada uno de ellos a realizar un viaje diferente. Estarán de regreso el lunes,
dentro de tres días. Estarán fuera el fin de semana.
Ruby me indicó que entrase y me sentase a la mesa. Colocó t-1 escudo entre nosotras con gran
cuidado. Luego hizo algo de lo más insólito en ella. Arrastró su silla alrededor de la mesa para
sentarse junto a mí.
-Sólo quiero estar un poco más cerca de usted -dijo-. Eso me ayuda a verla mejor. Lo que
voy a decir es importante. No lome notas. Simplemente escúcheme. Trataré de despejar su
confusión. Sé que ésta atravesando un período muy duro para usted.
Encendió un cigarrillo y lo sostuvo elevado en el aire durante un instante. Yo sabía que era
su modo de rezar.
-Quiero ponerla en el camino correcto -dijo finalmente-. Y el camino correcto es aquel
donde se unen todos los caminos. Hay muchas caras en el camino heyoka. Su cara heyoka es
inusual. En general, la humanidad conoce al heyoka como
mendigo, payaso, coyote, tonto, tramposo. Agnes me habló de las historias que usted le contó de
Buda. Si entendí correctamente, Buda fue un gran heyoka.
Ruby había caído en un estado como de trance y se expresaba con más claridad de la que yo
pensaba que era capaz, aunque su inglés seguía siendo muy tosco.
-En primer lugar, está el Abuelo Sol, quien en un tiempo fue joven y ahora es un abuelo
de grandes poderes, pero un día el sol irá hacia el vacío. Y ése es el poder del heyoka, el vacío.
¿Lynn, en qué cree usted?
-Trato de aferrarme al presente.
-Hmm. ¿Recuerda quién es usted?
-Bueno, sí -respondí, no muy segura de lo que ella quería decir.
Ruby prosiguió.
-El heyoka no respeta ningún ritual, sistema filosófico o creencia. La historia está
contenida dentro de este poder. Acogerla a usted dentro de la historia y hacerla vivir es un
poder del heyoka. Para llegar a ser Caballo Loco o George Washington. Es el poder de muerte,
corrupción del cuerpo por la llama y regreso a la tierra. En la mujer, hombre, o viceversa, el heyo-
ka ha sido el gran amante de los niños, curándolos y protegiéndolos. Para alguien que no
participa de esta tradición, un indio heyoka parecerá actuar de modos extraños. El pueblo
heyoka llegará y rogará por comida durante las ceremonias. La mujer chamán no se atrevería a
molestarlos, porque un heyoka tiene el poder para destruir el ritual. Él es el alterador del ritual,
el tramposo, él pone a prueba sus creencias para ver si son reales. Para ser una heyoka usted tiene
que ser iluminada; ser un heyoka la hace una mujer o un hombre vueltos hacia atrás, porque
usted ve el reflejo de la vida, como lo vio al caminar sosteniendo un espejo.
»Quiero darle una meditación, una que me fue dada hace mucho tiempo. Imagine que está
inclinándose sobre una piscina de agua, el primer espejo. Usted se zambulle dentro del agua y su
reflejo sube para encontrase con usted. ¿Qué sucede con su reflejo en el nivel de la superficie
de la piscina? Piense un minuto.
»Puede ver que esto es una especie de encrucijada. Si usted puede desenmarañar todo esto,
puede ir más allá de la encrucijada. Es sólo otro símbolo. Ir más allá de lo que es conocido
como la Mujer del Búfalo Blanco, para usted sería lo desconocido. Usted tiene la muerte
verdadera con el esclarecimiento; éste es uno de muchos misterios. El fin es el lugar donde
siete caminos se bifurcan hacia el sueño. Elija uno de los caminos si quiere poder, o puede
regresar corriendo y diciendo: "He ido demasiado lejos". Cuando baja la vista ve siete auras:
vuelva a encontrar los brazos trenzados y serpenteantes del heyoka, y conozca el amor y la
confianza.
»Una heyoka tiene el poder del calor y del frío. Puede meter la mano dentro de una marmita
conteniendo comida hirviendo y comer de ella sin quemarse. El mundo tiene necesidad de poder
para comprender de este modo, porque es el poder del vacío, de la mujer. Los hombres enseñan
a las mujeres, las mujeres enseñan a los hombres. Ninguna otra tradición nativa enseña al sexo
opuesto. Necesitamos curar a la mujer que hay dentro de todos nosotros.
»Somos como el agua. La heyoka tiene que ver con el erotismo original que procede de los
inicios de la vida, de sus células. Nuestras células se contraen y expanden, y producen re-
generación y vida. Nosotras, como formas de vida, reproducimos este efecto en amor y en
conocimiento. A veces utilizamos plantas para abrirnos paso a través de una barrera mental en
las moradas interiores. Ésta es la razón por la cual el fenómeno de expansión y contracción puede
ser entendido en amor. Porque lo heyoka tiene que ver con el amor. Es el útero, el vacío. Si
nosotras somos el lago, como yo la veo a usted en mí, yo estoy en usted. Nosotras somos el gran
espejo. No somos más que el reflejo de los demás. Si no tengo a nadie a mi alrededor, sólo me
tendría a mí misma para definirme.
»Los agujeros negros en el universo son símbolos. Todo va hacia atrás, hacia sí mismo, en
una visión heyoka. La vida es mala, la muerte es buena, porque hemos sido engañados por
nuestras propias ilusiones. El procedimiento tiene que ver con la paradoja de la vida: que yo la
ame significa que la odio en algún nivel. ¿Entiende?
Ruby prosiguió sin esperar mi respuesta.
«¿Recuerda ese sueño que tuvo sobre mí? Cuando usted pensó que estaba viendo dentro de mi
cabeza, un tapiz detrás de mí, esos nudos que vio eran mis maestras heyoka. Usted puede ser
fácilmente confundida por una heyoka al pensar que ellas practican la magia negra, porque
tratan con el vacío: la muer te y el renacimiento. Pero no se trata de eso. Una de las razones por
las cuales este chamanismo es tan poderoso, es porque es el destructor de héroes. Los héroes
temen a los heyokas, porque una heyoka puede ver a través de ellos, puede ver sus pies de
barro. Las personas que se autodefinen sólo a partir de ellas mismas a menudo son poderosas,
pero no üenen ningún útero. Necesitan la propiedad del útero para ser hermanas y hermanos,
una y otra vez.
»Yo puedo introducirme en una reunión y llevar a las personas por el camino sinuoso de la
confusión. Yo puedo meterme dentro de su cabeza y trastocar sus pensamientos y usted no sabría
qué está haciendo. Si puedo confundirla, entonces usted sabe que debe hacerse más fuerte. Mi
vida es un magisterio. Permanezco en la sencillez, porque es lo más sensible. No estoy
fanfarroneando. Es sólo lo que es. El heyoka siempre tendrá un paso nuevo y diferente. Estoy
segura de que esto suena extraño, pero éste es el procedimiento más poderoso si es capaz de
entenderlo. Es un procedimiento de belleza y amor. Ellas dicen que una heyoka recuerda el
sendero y toma uno diferente. ¿Cómo es eso? Si usted encuentra a una heyoka, quiere cerrar sus
ojos y pasar junto a ella rápidamente, porque cualquier confrontación cambiará su vida para
siempre.
Ruby dejó de hablar, me tomó la mano durante un momento y luego leyó mi pensamiento.
—Sé que todavía no está plenamente explicado el comportamiento extraño de las heyoka.
Ellas proceden de esta idea: una heyoka es alguien que toma conciencia, que camina hacia atrás
porque sabe que Dios está detrás de ella. Confían y caen hacia atrás; saben que el Gran Espíritu
las atrapará. Ellas la hacen verse a usted misma y a sus ilusiones. Ellas bailan la danza de la paz
en un tiempo de guerra.
Luego Ruby se giró en su silla y me dio un gran beso en la mejilla. Estuve a punto de caerme
de la silla de la sorpresa.
—Ahora descanse un rato mientras yo voy a rezar sobre su escudo.
Ruby se marchó y yo me tendí sobre su cama. Todo lo que ella había dicho sonaba a verdad y
danzaba a través de mi mente. Me sentí mucho mejor y menos confusa. ¡Cómo había llegado a
amar a esa vieja mujer!

El Escudo hecho de Sombras: El yo

Por un acuerdo, la luna


crece hasta ser luna llena, y comienza
a devolvernos nuestra propia visión nocturna.

Las órbitas que seguimos.


Las esperanzas que perseguimos extraviadas
en la nave del futuro aún no merecedora del mar.

Las estrellas ya no son luminosas


y los puños en el cielo traen consigo
la ira de la tierra. No hay
camino para huir.

Si a la vista de la luna
podemos liberar nuestros ojos de sus
posiciones fijas

aquí
las posibilidades de distancia
se abren en los mares que perduran.

Sin aliviar
la soledad
llegamos a estar donde estamos.

La vida es frágil.
Nuestros fragmentos están unidos
al mismo rompecabezas.

Jack Crimmins, Thread the Silence Like a Needle.

Quité los platos de la mesa y los lavé a conciencia. Agnes puso su mano sobre la mía. La piel
de sus dedos ahusados resultaba al tacto fina y resbaladiza como la piel del vientre de una lagartija.
Nos quedamos mirándonos durante un largo momento.
-Hay alces alimentándose detrás de la cabaña —dijo. Miró hacia afuera y prosiguió-: No
están contentos. Esta tierra no es el lugar feliz que fue en un tiempo.
Yo dirigí una mirada penetrante a Agnes, pues no estaba acostumbrada a oír un tono triste
en su voz. De repente su estado de ánimo había cambiado.
-Estoy terriblemente triste -dijo-. Por los animales, quiero decir. También lo percibo.
Agnes permanecía allí inmóvil, como si sus pensamientos estuviesen a muchos kilómetros
de distancia. Pensé que tal vez resbalaban lágrimas por sus mejillas. Pero cuando se volvió hacia
mí, estaba transformada. Me contemplaba con un destello infantil, una mirada de coyote debajo
de sus párpados envejecidos y arrugados. Di un paso hacia atrás desde la mesa hacia las
sombras de la noche que estaban formándose.
-Todas hemos cambiado -dijo, moviendo sus manos como si estuviese alisando algo—.
Creo que nos entendemos una a la otra.
Se desabotonó el bolsillo de su blusa Pendleton. Dentro se veía una pequeña bolsa
chamánica, que sacó del bolsillo y me entregó. Yo la cogí y la apreté con fuerza, sintiendo las
aristas de las piedras semipreciosas en el interior.
Agnes dijo:
-Usted debería tener una serpiente y vivir con ella. Se darán poder la una a la otra.
-¿Una serpiente? -atiné a balbucear.
-Sí, las serpientes de cascabel son una buena protección para las mujeres.
-Pero, en realidad, no me sentiría tranquila viviendo con una serpiente.
-Tampoco se sentía tranquila viviendo conmigo. También tendría que acostumbrarse a vivir
con una serpiente de cascabel hermana. Viene a ser lo mismo.
Con frecuencia, Agnes hacía esto, confundirme vagamente antes de que me entregase a la
noche para enfrentarme a lo que yo creía que era otra situación de vida-y-muerte. Tenía la
sensación de que ella estaba tratando de desconcertarme. Me había asustado medianamente en
el pasado hasta hacerme vulnerable a algo nuevo. Esta noche no podía siquiera mirarla. Había
algo extraño en el modo en que ella se movía y me hablaba. Yo sólo quería marcharme y
comenzar a escalar mi montaña. Apilé mis cuatro escudos uno sobre otro, coloqué mi fardo
chamánico encima, y luego apreté la pila contra mi estómago. A continuación salimos al exterior.
-La luna está alta en el este. Ha salido una estrella, una estrella mágica que me dice que todo
está dispuesto -dijo Agnes, señalando hacia una estrella diminuta que no parecía demasiado
importante entre tantas otras. Brillaba en la distancia, justo encima de los árboles. Pero Agnes se
parecía a Tonto hablándole al Llanero Solitario-. Algunos indios llaman a esa estrella la estrella-
que-llama-a-los-delfines-que-vienen-del-mar.
-Usted habla como Tonto —dije, un poco molesta.
-Estoy hablando muy en serio. Esa estrella es imponente. Impone respeto.
Hizo varios movimientos espasmódicos con los hombros y luego, cogiéndome del brazo, me
llevó bailando sendero arriba hasta mi coche.
-Conduciré yo -dijo Agnes.
Comenzó a subir al coche poniéndose detrás del volante, mientras yo dejaba los escudos en
la parte trasera.
-Agnes, no vaya a darme un susto de muerte. Además, no creo que mi póliza de seguros
contra accidentes la cubra a usted. Por favor, déjeme conducir a mí.
-Después de esta noche, no necesitará ningún seguro. —Lentamente se desplazó hacia el
asiento contiguo al del conductor-. Las máquinas como ésta se apoderan de su energía. Adelante,
póngase en marcha.
Mientras avanzábamos en silencio, yo seguía pensando en Agnes y en su comportamiento
extemporáneo. Me sentí casi tan sagrada como mi coche. Yo había pensado que la ceremonia
que iba a realizar esa noche sería la más importante de todas. A veces todo carecía de sentido.
Luego recordé una experiencia que viví con Agnes años atrás. Yo tenía disentería y había estado
alucinando a causa de la fiebre. Había mirado a Agnes y de repente me había dado cuenta de
que el conocimiento es una especie de muralla que tiene que ser derribada con el objeto de
experimentar el esclarecimiento. Comprendí la gran simplicidad de todo ello y reí. Había
doblado una esquina difícil en mi camino, y me reí a lo largo de todo ese día y también al día
siguiente. Era tan obvio y no obstante tan escurridizo. Cada vez que esa revelación volvía a mí,
me reía a carcajadas. Una maestra te oculta las verdades absolutas que estás buscando. ¿Y qué es la
verdad? preguntó Poncio Pilatos, lavándose las manos.
Y ahora, mientras transitábamos por una carretera completamente desierta hacia las montañas
grises en la noche, Agnes se reía entre dientes como si supiese lo que yo estaba pensando.
Ambas no echamos a reír hasta que las lágrimas bañaron nuestras mejillas. Luego volvimos a
quedarnos silenciosas, excepto por sus periódicas indicaciones de doblar a la izquierda o a la
derecha en varias carreteras de ripio difíciles para la visión. De alguna manera, nuestro humor
hizo que me sintiese fuerte y equilibrada. Me había liberado de la vanidad, una pizquita del
sueño de la mayoría.
Ascendimos por una larga serie de caminos en zigzag y luego Agnes se inclinó abruptamente
hacia adelante y me dijo que girase a la izquierda hasta acercarnos a un bosque oscuro y me
detuviese allí. Salimos del coche y yo cogí mis escudos. Esta zona en las colinas era totalmente
desconocida para mí. Una ligera niebla parecía descender desde la cima de la montaña,
desplazándose alrededor de un revoltijo de grandes pedrejones. Cuanto más miraba los pedrejones
de mayor altura, más altos parecían hacerse. Agnes me dijo que dejase mis escudos sobre el
capó del coche por un momento y fuese con ella. Me condujo hasta la base de una imponente
piedra de color oscuro. Sacó su bolsa de tabaco y me entregó un poco. Depositamos las
ofrendas de tabaco sobre una piedra lisa para el espíritu de la montaña. Después de esta
formalidad, Agnes me dijo que trajese mis escudos, los envolviese en una manta y la siguiese.
Indicó un sendero oculto que ascendía serpenteando entre las piedras en una pendiente muy
escarpada. Yo avanzaba a gatas detrás de Agnes cuando comenzamos nuestro ascenso. A cada
paso tropezaba y resbalaba, equilibrando mis escudos lo mejor que podía. Me mantenía a
cuatro patas casi todo el tiempo. Finalmente, llegamos a la cumbre. Me senté junto a Agnes
en la tierra, jadeando, tratando de recobrar el aliento. La luna nueva era apenas una astilla en
el cielo cubierto de estrellas, y sin embargo bastaba para hacer que dos o tres coyotes le
ladrasen como cachorros. El gañido de los coyotes llegaba desde el oeste y yo miré atentamente
a mi alrededor. La cumbre de la montaña consistía en una gran superficie plana de unos noventa
metros de ancho máximo. Había tres pilas notables de piedras de forma piramidal. Una gran
distancia yerma se extendía en todas direcciones alrededor de nosotras, interrumpida sólo por los
montones de piedras. Me acerqué a una de las pirámides. Estaba cubierta por una vegetación de
apariencia musgosa y parecía antigua, habiéndose formado a partir de amontonamientos
rocosos a lo largo de las eras. Ahora que yo estaba orientándome, advertí que había un gran
círculo de piedras en torno a nosotras y que las tres pilas piramidales estaban en el centro del
círculo, o un poco más arriba de él. Me di cuenta de que estaba parada en el medio de una
rueda chamánica antigua y gigantesca. Me volví hacia Agnes y me estremecí cuando las fuertes
emanaciones de la cumbre de la montaña comenzaron a llegar hasta mí.
-La Abuela Montaña es muy vieja —dijo Agnes-. Fue muy sagrada para los antepasados. Estará
aquí mucho tiempo y ha visto muchas cosas. Siempre muéstrele respeto y ríndale honores
haciéndole una ofrenda de tabaco antes de llegar hasta aquí. Ella invoca a muchas clases de
poder y muchas clases de poder le responden. Aquí, dentro de la rueda antigua, nacen muchos
poderes nuevos. Este círculo es el escudo terrenal de los seres celestiales. Sus cuatro vientos
pueden soplar suavemente sobre usted durante todos los años venideros. Ellos pueden iluminar
sus escudos.
Permanecimos en silencio durante un momento, y luego Agnes me ayudó a extender mi manta
unos pocos metros al sur de las tres formas piramidales. Me tomé cierto tiempo para satisfacer a
Agnes. Ella limpió la manta de guijarros y ramitas. Luego me indicó que debería sentarme
sobre la manta.
-¿Qué debería esperar esta noche? -pregunté.
-No hay manera de decirlo -sentenció Agnes-. Puede ver el espíritu refulgente de la montaña
y ser conducida a viajes incomprensibles. Puede ser un pájaro mágico o un coyote o un perro.
Puede volar mágicamente hasta Sskuan y no bajar nunca de esa montaña sagrada.
Señalando las montañas, prosiguió:
-Tal como arriba, lo mismo abajo. Lo importante es ser serio, estar atento, para permitir que su
conocimiento sea equilibrado con la sustancia. La rueda chamánica es la forma perfecta para
todo contenido. Es forma. En el origen fue Wakan, y Wakan es el gran vacío. Ella es el gran
círculo. Ella es todo: lo bueno, lo malo, el tiempo, el espacio, la suma de todas las cosas reunidas
en una. Luego llegó Sskuan, el rayo del esclarecimiento. Él iluminó a Wakan en sus dos aspectos.
Él es el gran espejo. Wakan miró hacia adentro y encontró a su hombre. Entonces se casaron y
bailaron y se convirtieron en uno, el sol. ¿Cómo podemos hablar de ello? Aquí arriba, hemos
atravesado la frontera hacia otra tierra, la tierra de los seres celestiales. Todo está cambiado aquí,
todo está detrás de nosotras, todo es diferente y contradictorio.
Agnes comenzó a cantar suavemente, con el rostro levantado hacia la rodaja de luna, como
una loba. Sentí una presión en la espalda a la altura de los hombros, como si las piedras de la
antigua rueda chamánica estuviesen tratando de apretarme. Las pirámides parecían
resplandecer, iluminándose primero de un color grisáceo, que iba volviéndose extrañamente
blanquecino.
-Antes de marcharse, quiero fumar la pipa con usted aquí sobre la Montaña del Abuelo -dijo
Agnes.
Luego me indicó cómo sacar mi pipa. Extendí sobre la manta el contenido de mi fardo
chamánico y até el bolso chamánico de Agnes a mi cintura. Fumamos en honor de los abuelos,
los cuatro puntos cardinales, la madre tierra y el padre cielo. La cazoleta de la pipa se volvió de
un rojo incandescente y de ella se elevaron plumas de humo que brillaban tenuemente.
Ofrecimos nuestras plegarias y nos frotamos con hierba fragante. Cuando terminamos esa
operación, separé mi pipa y la guardé, ofreciendo el tabaco a las piedras, pues no había árboles
alrededor.
—Recuerde mantener su atención -dijo Agnes, extendiendo sus brazos para cogerme las
manos. Me dobló los dedos hacia las palmas-. Pase lo que pase, manténgase centrada y trabaje
con la energía aquí esta noche. No intente nombrar nada. No limite su percepción y no la
pierda. Todo los que han visitado este lugar obteniendo habilidad o poder bloquearían su cami-
no. Usted es una embajadora del poder. No se sienta abrumada o asustada, o puede ser
arrebatada de mí. Si todavía está en este mundo y no ha sido llevada, baje de la montaña al alba.
Yo estaré esperando. Si no baja, sabré que ha hecho su ofrenda al poder, y aquí nuestros caminos
se separan.
Agnes se apretó contra mí en un breve abrazo y luego desapareció en las sombras de la noche.
Pude oír el ruido provoca do por una piedra al desprenderse en forma accidental y caer por la
abrupta pendiente cuando ella empezó a descender por el sendero.
Al verme sin Agnes, el pánico se apoderó de mí. Resultaba extraño como su presencia casi
hacía tolerable cualquier situación. ¿Qué había querido decir con eso de «arrebatada»? De
repente, tomé conciencia de las pirámides de piedra. Entonces se me ocurrió la curiosa idea de
que eran tres compañeras y yo era la cuarta. Lamenté no haber preguntado a Agnes acerca de
ellas antes de que se marchase. Las emanaciones procedentes de la rueda chamánica parecían
avanzar hacia mí, y yo era muy cautelosa con mis movimientos. Me llevé hacia atrás los me-
chones de cabello que caían sobre mis ojos. Entonces me di cuenta de que había actuado
con mucha imprudencia. Las fuerzas primordiales moraban aquí, y un movimiento en falso no
sería tolerado. Las grandes piedras de la circunferencia externa de la rueda parecían estar
respirando y aumentar de tamaño.
Comencé a rezar. Volví a oír el aullido de los coyotes, o tal vez era el aullido del viento a la
distancia. Comencé a sentir la piedra fría debajo de la manta. Con mucho cuidado, desenvolví
mis cuatro escudos y los coloqué a mi alrededor, cada uno de ellos apuntando a uno de los cuatro
puntos cardinales. Estaba orgullosa del modo en que lo había hecho. Me concentré en el
simbolismo que había puesto en cada escudo. Mis sueños y mis visiones eran un aspecto de la
forma simple y el material con que fueron construidos. Los escudos simbolizaban el concepto de
quien soy yo en mi totalidad. Juntos eran la rueda chamánica fundamental, el mapa de mi ser
externo a mi ser interior. Al concebirlos engendré el misterio de mi unicidad. Yo nunca los había
exhibido antes. Estaba sobrecogida por su belleza y la manera en que me hacían percibirme
a mí misma. Eran mi auténtica personificación. El quinto escudo era yo, el vacío, la abuela, la
identidad. Me senté delante de mi escudo del sur y canté su canción de confianza e inocencia.
Repetí este procedimiento delante de cada escudo, orando y cantando frente al del oeste en
demanda de buenos sueños chamánicos y el renacer de mi espíritu. Recé y canté hacia el norte
pidiendo entendimiento y sabiduría para realizar mis sueños y visiones. Luego al escudo heyoka
del este le canté en demanda de esclarecimiento. Efectué ofrendas de tabaco a cada escudo y a
continuación fumé nuevamente la pipa en el centro, el lugar de los Jefes del Arcoiris, la sede del
escudo invisible donde se unen todo conocimiento y espíritu para asegurar forma y rumbo.
Extendí mis brazos hacia el cielo. Agnes me había enseñado a abrirme en este punto de la
ceremonia y a retener una imagen de mis escudos como partes de un espejo hecho añicos que se
acomodan al instante para conformar un todo. Retuve esta imagen, que fue haciéndose más y
más visible, y más y más grande en mi mente, y luego el espejo roto volvió a rehacerse,
entretejido y entrelazado a través del tiempo y de mi experiencia en una tela de sustancia ilusoria
llamada vida, que cuando recibe calor se evapora en metáfora y a su debido tiempo debe ser
destilada una vez más mediante cuidados en una nueva forma. Entonces supe que esa vida debe
ser transferida a otra, luego a otras, escritas en el viento en los cuatro puntos cardinales del
corazón.
De repente, en algún punto de mi espalda o de mi cabeza, oí el crujido más increíble y la
rueda reflejada comenzó a girar en torno a mí, dentro de mí, como un remolino multicolor que
me absorbía hacia mí misma. Era como si fuese absorbida hacia mí misma y luego me volvía en
sentido contrario, como un feto. Todo el cielo parecía estar tachonado de luces centelleantes:
rojas, doradas, blancas, azules. Mi espalda se arqueó involuntariamente como si me hubiese
sacudido un fuerte viento, y fui arrojada de plano sobre mi espalda como si un enorme peso
estuviese presionándome hacia abajo. Podía sentir la tierra debajo de mi manta volviéndose cálida
y ondulante con un ritmo vibrante. Ahora había cosas plateadas bailando encima de mí en el
aire y más luces se volvieron visibles, luces en todas partes que llegaban del cielo oscuro. No
podía moverme.
Luché con todas mis fuerzas para lograr ponerme de pie. Soplaba un viento tan fuerte que
parecía estar arrancándome violentamente el cabello. Pensé que mis escudos se habían elevado
junto conmigo, quedando separados de la superficie plana de la meseta. Estaban
aproximadamente al nivel de mis hombros o un poco más arriba. Ciertamente, iban a ser
arrastrados por el viento, pero no podía moverme para salvarlos. Parecían girar a una velocidad
asombrosa. Por un momento creí estar parada en un lugar diferente. Mis escudos estaban
separándose y ahora había varios escudos, enormemente agrandados, que bailaban encima de
mí. Era imposible calcular la distancia a que se hallaban. Los escudos despedían reflejos
titilantes que iluminaban la noche. Había muchos escudos revoloteando a mi alrededor a
niveles diferentes. Yo observaba este fenómeno, con la mirada fija, sin pestañear. Un haz de luz
cayó sobre mí; luego otro haz, en un círculo. La luz parecía vibrar a una frecuencia
increíblemente alta. Estaba llenando por completo mi mente, produciéndome una sensación de
vértigo. Comencé a perder el conocimiento, y luego todo desapareció de la vista.
Lo próximo que supe fue que era el alba. Yo estaba tendida de espaldas. Con mucho cuidado
moví mi dolorida cabeza para mirar a mi alrededor. No estaba segura exactamente del lugar en
que me hallaba. Mis escudos habían desaparecido. Caminé alrededor del círculo y miré más allá
de las pirámides de piedras. Me pregunté si habían sido arrastrados montaña abajo por el
viento. Luego me pregunté si mis escudos realmente se habían elevado del suelo para correr por
el espacio. ¡Qué sueño increíble había tenido! Me sentí un poco quemada por el sol y no
podía imaginar como eso pudo haberme ocurrido durante la noche.
Enrollé la manta y recogí mis cosas. Estaba sintiéndome muy bien. Descendí la montaña
corriendo, deslizándome y tropezándome. Me daba prisa para llegar cuanto antes al lugar en que
se hallaba Agnes. Necesitaba una explicación. Quería que ella me explicase qué había sucedido
exactamente. Mi cerebro estallaba de incredulidad.
Agnes estaba sentada encima del capó del coche, envuelta en una manta echada alrededor
de sus hombros. Su rostro se veía muy serio y se volvió para verme llegar, ciñendo aún más la
manta en torno a su cuerpo.
-Agnes, no puedo creer lo que ha sucedido.
-Lo sé. Ha visto demasiado. Quiero que coma mientras me habla de sus experiencias. He
traído un poco de comida que podemos compartir. Creo que debe estar hambrienta.
Aun cuando estoy terriblemente asustada, normalmente puedo comer algo, y me alegró que
Agnes hubiese pensado en llevar provisiones.
Juntas nos dirigimos hasta un pino cercano, debajo de cuyas ramas nos sentamos. Entre
precipitados mordiscos a la comida, le conté todo y seguidamente le supliqué una explicación.
-Ellos han cogido sus escudos -dijo Agnes-. Toco a la tierra
en señal de agradecimiento. Usted vio a los escudos voladores del cielo.
-¿Quiénes son ellos?
-Los escudos voladores. Lo que usted vio se llama el Vuelo de la Séptima Luna.
-¿Quiere decir que mis escudos estaban volando a mi alrededor? ¿Realmente?
-No, Lynn. Los seres celestiales bajaron para rendir honores a usted y a sus escudos.
Vinieron porque usted tenía poder para invocarlos.
Me mantuve en silencio un rato prolongado.
-¿Quiere decir que esos escudos voladores son algo semejante a platillos voladores?
-Escúcheme, le contaré una historia que procede de las antiguas fajas chamánicas. Hace
muchísimo tiempo, las ruedas chamánicas estaban en el espacio exterior. Eran bellas y tenían
todos los poderes excepto uno. No podían tocar. Las ruedas chamánicas miraban hacia abajo y
veían a la madre tierra. Veían a muchas criaturas que podían tocar, pero no tenían sensación. Las
ruedas chamánicas se dijeron una a la otra: «¿Por qué no bajamos y entramos en los cuerpos de
esas criaturas, de modo que sus egos puedan sentir y las ruedas chamánicas puedan tocar? Miren,
allí abajo están todas esas criaturas caminando de un lado a otro que no pueden conocerse entre
sí.» Así fue como las ruedas chamánicas bajaron y llenaron los cuerpos de esas criaturas. Es el
momento en que la rueda chamánica recibe el nombre de concepción. En la concepción, la luz
chamánica se vuelve brillante y luego escoge un color. Yo siempre sé cuando una mujer ha
concebido, debido a las luces grandes y pequeñas. El poder ha entrado en el cuerpo de esa mujer.
En la muerte, la rueda chamánica regresa a su espacio exterior y el cuerpo ligado a la tierra
vuelve a la madre tierra.
«Nosotras somos dos seres y somos mujeres. En este tiempo nuestros cuerpos y las ruedas
residen juntos. Si nosotras nos mostramos reticentes, el "yo" todavía quiere ser jefe. Al "yo"
no le preocupa a quién hace daño en la medida en que consiga lo que quiere. Nosotras tenemos
que usar al "yo" para aprender nuestras lecciones sobre nuestro sendero terrenal -dijo Agnes-.
Nuestra rueda chamánica crea sensación y sentimientos para darnos equilibrio.
Ahora yo estaba realmente silenciosa. No volví a pronunciar ni una palabra. Cuando llegamos a la
cabaña, me dirigí directamente a la cama, aún cuando estábamos a mitad del día. Siempre
había creído que los ovnis y las conversaciones con extraterrestres eran tonterías. Seguía
pensado que debía estar alucinando, pero Agnes había dicho que sólo habíamos fumado corteza
de sauce rojo.
Tuve un reposo muy perturbado. Dormí hasta la mañana del día siguiente e incluso
entonces me costó despertarme. En mis sueños confusos oí un extraño ruido monótono y vi
luces multicolores. Hablé de ello a Agnes, y ella explicó que nuestros cuerpos y mentes son
como antenas y receptores de radio. Le pregunté si ella quería decir que podíamos captar
frecuencias de AM y FM.
-Sí, esas ondas de AM y FM están en el aire y nos rodean en todas nuestras vidas, pero nunca
somos conscientes de ellas hasta que aprendemos a sintonizar nuestros sentidos o radios, y
entonces podemos sintonizar con muchos mundos que viven conjuntamente con nosotros, AM y
FM y muchas otras desconocidas para nuestros estados habituales de ser. Algunas personas
tienen dentro de ellas una cierta cantidad de piedras semipreciosas. Estas personas son como
los receptores de radio. La información está allí para todos. Somos como antenas. Algunos de
nosotros somos sintonizados estupendamente. El conocimiento está allí para todos. Realmente,
la vida puede ser difícil para las personas que tienen esa piedra semipreciosa dentro de ellas,
porque ven muchísimo.
Dije a Agnes que me sentía desorientada a causa de la pérdida de mis escudos personales.
-Sí, veo que la domina cierta ansiedad. Ni siquiera recuerda cuánto tiempo permaneció en la
montaña. Podría haber sido una noche o incluso una semana. ¿Cómo lo sabe?
Era cierto que había perdido la noción del tiempo desde que había visitado a Agnes. No
obstante, sabía la fecha aproximada.
-Tuvo que ser una noche -dije obstinadamente-. Usted me esperó.
-Lynn, usted ha entrado en el útero del gran misterio. Vio muchas cosas que recordará sólo
lentamente, porque todavía está más allá de su poder personal el saber. Ha llegado nuevamente
desde ese gran útero. A través de ese nacimiento conocerá el gran misterio, pues usted es de él.
Usted es hija de ese misterio y a partir de ese nacimiento llega la vida inmortal. Recordará los
detalles cuando comience a identificarse con el vacío que es mujer. Dentro de la mujer y dentro
del hombre, usted se sienta en el centro del escudo del yo, de la identidad, en el lugar de las
abuelas. Usted renunció a sus mentiras. Todos vivimos una mentira hasta que volvemos a nacer a
través del vacío. Y cuando usted lo recuerde todo, será una mujer chamán que muestre a los
demás que la muerte no existe.
Me invadió tal melancolía, que comencé a llorar. ¿O era feliz? No lo sabía. Agnes me rodeó con
sus brazos y me tranquilizó. Me volví menos plañidera. Miré hacia afuera a través de las ventanas
de vidrios irregulares hacia los árboles otoñales. Quedaban muy pocos días cálidos por delante.
-¿Se siente con ánimos para ir de picnic?
-Claro, ¿dónde? —dije, secándome los ojos.
-Le gustará. Es un lugar muy hermoso. Prepare algunos bocadillos.

En treinta minutos estuvimos en marcha, traqueteando por la carretera polvorienta y cantando a


viva voz. La canción hablaba de pavos salvajes y de un topo. Inventábamos la letra mientras
avanzábamos.
-¡Oh, qué lago magnífico! -exclamé, deteniendo el coche. Mi depresión se había
desvanecido.
-Sí, el río se une con el lago más allá -dijo, señalando desde el asiento delantero. La niebla
remolineaba sobre la superficie del agua cubierta de blanco y se elevaba en penachos retorcidos.
Agnes continuó-: Vamos a subir por el río en canoa unos tres kilómetros.
Descendimos por un sendero a través de los torrentes y salimos a un pequeño saliente
cubierto de guijarros donde estaba amarrada una canoa.
-Nunca he visto antes una auténtica canoa hecha de corteza de abedul -dije, sorprendida ante
el descubrimiento.
Atraje la canoa hasta la orilla y ayudé a Agnes a saltar a ella.
-¿De dónde sacó esto?
-La tengo desde hace mucho tiempo. Me la hicieron unos indios amigos. Espero que sepa
remar. Las corrientes no son muy fuertes.
-Solía tener una canoa en el Lago Arrowhead, en California -dije-. Puedo maniobrarla.
-Entonces, vamos.
Pusimos nuestras mantas y la comida en el interior de una división semejante a una cesta
en el centro de la canoa y con gran cuidado subimos a bordo. Agnes dio el impulso de arranque y
luego cortó el agua con golpes rápidos y precisos del no. Ondas oscuras golpeaban los lados
de la pequeña embarcación cuando giramos hacia la desembocadura del río. Nos rodeaban el
silencio y la quietud. Una pesada niebla se aplazaba a través de los pinos y vino a instalarse
encima de so tras. La experiencia era como un sueño, con la niebla primero abriéndose y luego
envolviéndonos. Los rayos del sol se dieron paso a través de la semioscuridad. El agua se había
i nado y era como una pizarra aceitada. El sonido de nuestros remos era amortiguado y rítmico.
De pronto fuimos arrastradas río arriba, a contracorriente. Me reí entre dientes para mí misma.
-¿De qué se ríe? -preguntó Agnes.
-Sólo estaba pensando -respondí-. Ésta es una verdadera metáfora buena para mi vida:
remando a contracorriente en la bruma.
-Oí una mejor, sólo que era sin un remo —dijo Agnes.
-Eso también -acordé, riendo con ganas.
Cuando la neblina se estabilizó, el aire era húmedo y frío. Me cerré la parka en torno al
cuello. A cada golpe de remo, el agua se agitaba en remolinos espumosos. La corriente era pe-
rezosa y lenta. Avisté un trozo de playa de arena alrededor de un recodo sereno del río.
-¿Qué le parece ese lugar? -pregunté.
-No es seguro -dijo Agnes con brusquedad-. País indio.
De modo que seguimos remando, pero yo me sentía feliz y fuerte y como si pudiese
continuar para siempre. Los cuervos graznaban encima de nosotras muy cerca de nuestras
cabezas, dejando sobre el agua un rastro de sombras de un color azul grisáceo. Una y otra vez
avistaba brevemente el cielo sin nubes. Me sentía devorada en un escenario inmenso, alejado de
este mundo. Agnes comenzó a remar hacia atrás, diciendo:
-¿Alguna vez observó cuánto más rápido podemos avanzar cuando remamos juntas? Mire lo
que sucede a la canoa cuando yo remo contra usted. -Comenzamos a hocicar e inclinarnos
peligrosamente-. Ésa es la diferencia entre las mujeres blancas y las mujeres indias que siguen
el procedimiento antiguo. En su sociedad, las mujeres se reúnen en grupos pequeños y luchan
unas contra otras, en vez de darse poder y rumbo en forma recíproca. Es una gran tragedia para el
mundo que sus mujeres no tengan clanes y tradiciones. Con la ayuda de las demás mujeres usted
puede hacer prácticamente todo. La canoa estaba coleando en un círculo.
-Vamos, Agnes. Estoy muerta de hambre.
En respuesta, Agnes niveló la canoa con golpes de remo calculados y uniformes, impulsándola
río arriba para remontar la corriente. Llegó a ser cada vez más evidente que estaba llevándome a
un lugar específico. Todavía no podía ver muy bien en la distancia debido a la neblina fría y gris.
Hierbas secas como barbas de viejo colgaban hacia el agua, y pude ver raíces oscuras y sin
sombra, de innumerables formas y tamaños. Se veían grupos de cola de caballo. Pasamos con
nuestra canoa a través de los lirios acuáticos lo bastante cerca como para estirar el brazo y tocar
la hierba fangosa de la orilla. Luego doblamos por un recodo y algo resplandeció tenuemente
más adelante. La niebla era demasiado densa para ver a través de ella por un momento y a
continuación, cuando volvimos a deslizamos hacia la luz del sol, vi una hilera de quince canoas
sobre una franja de playa. Remamos rápidamente. La bruma cubría por completo los árboles de la
orilla cuando atracamos entre las demás canoas amarradas a la playa. Arrastramos la embarcación
hacia adelante y la volcamos.
-¿Qué son todas esas canoas? -pregunté.
-Pertenecen a los cazadores -contestó Agnes.
-No querrá que hagamos nuestro picnic rodeadas por un montón de cazadores.
-Éstos son cazadores especiales -especificó Agnes.
Ahora me encontraba siguiéndola por un sendero a lo largo de la orilla del río. Agnes dobló
a la derecha y sólo pude ver su silueta imprecisa en la niebla. Estábamos en un bosque de
álamos de cenagal. Agnes extendió un brazo hacia atrás para cogerme de una mano y tirar de
mí detrás de ella. Cuanto más caminábamos, más tupidos se volvían los matorrales y las zarzas.
La visibilidad era casi nula.
Emergimos de los matorrales en un claro extenso cubierto de bruma. Sobre la parte superior
de la niebla ondulante creí ver varios escudos apoyados sobre grandes trípodes. El espectáculo
era embriagador y yo me quedé parada, en un estado como de trance, preguntándome si
realmente los había visto o M mi mente estaba jugándome malas pasadas. En ese momento la
bruma aceleró su desplazamiento, envolviendo todo.
-¿Eso fue un espejismo? -pregunté.
Agnes volvió a cogerme la mano y caminamos directamente hacia el banco de niebla; nos
desplazamos cautelosamente por la hierba húmeda. Mis ropas estaban mojadas por el rocío. No
podía ver nada; hasta Agnes era apenas discernible junto a mí. La bruma parecía ser una
sustancia de un gris perlado, y cada vez que un rayo fugaz de luz se filtraba a través de ella, ad-
quiría un brillo lechoso.
-Aquí -dijo Agnes de repente-. Párese aquí, observe y dígame qué ve.
Como si estuviese rompiendo el alba, las barreras de bruma fueron separadas por un haz de
luz. Vi un claro delante de nosotras, y fuera del silencio y la inmovilidad de la bruma surgió una
composición de escudos chamánicos de colores intensos romo soles dorados refulgiendo
espléndidamente a la intensa luz del día. Los conté. Había cuarenta y cuatro escudos, una
cantidad abrumadora.
-Mire con atención cada escudo -dijo Agnes, observando mi reacción con gran interés.
Ahora me daba cuenta de que estaba parada en medio de un círculo de escudos. Los
escudos eran de prodigiosos diseños pintados en todas las tonalidades de amarillo, rojo oscuro,
blanco, marrón, azul pálido, turquesa y negro azabache, algunos con plumas moteadas de plata
y negro, o plumas de halcón, águila y búho agitándose en la brisa. Eran exquisitamente
maravillosos con sus adornos de cuentas, pieles y flecos. El poste delante del que yo estaba parada
sostenía mi propio escudo del norte.
Una combinación de temor y alegría me hizo estremecer. ¿De dónde procedía mi escudo y
qué eran todos los demás? Fue entonces que vi que mi escudo estaba flanqueado por el
escudo de la mano izquierda de Agnes y el escudo del Espíritu-del-Ciervo de Ruby. Traté de
recordar todo lo que Agnes me había contado sobre una hermandad de los escudos. Recordé
que Perro Rojo había dicho que tal cosa no existía. ¿Y qué hay de los escudos celestiales? Ante ese
pensamiento realmente llegué a sentirme confusa.
-No entiendo.
En ese preciso momento se levantó un repentino y fuerte viento, que empujó la bruma
hacia abajo, y luego la ahuyentó. Detrás de los trípodes distinguí una enorme estructura de
troncos y piedra, que se parecía a una cabaña de cazadores. No podía imaginar por qué esa
cabaña aparecía allí, en medio de ese sitio ignoto. Cuando miré a mi alrededor me quedé
aún más impactada. Agnes estaba parada a mi derecha delante del trípode que sostenía su
escudo. Ruby se hallaba a mi izquierda. Había otras cuarenta y una mujeres en el círculo,
delante de sus escudos. Eran de edades diversas, principalmente mayores de cincuenta años.
No todas eran indias. Toda la atención parecía centrarse en mí. Yo no sabía qué decir, qué se
esperaba que dijese, ni tan siquiera por qué había sido llevada allí.
El corazón me latía con violencia. De repente, la más vieja de las indias que yo había visto en
mi vida, con largas trenzas de cabello blanco y llevando un vestido de color malva y un pañolón
con flecos, avanzó hacia el centro del círculo. La anciana dijo:
-Mi nombre es Grace Walking Stick. Le damos la bienvenida. Me miró directamente a los ojos, y
yo le devolví la mirada. Era como fijar la vista en el desierto.
-¿Recuerda quién es usted? —me preguntó la india anciana.
-Sí -respondí.
-Entonces contemple con atención a cada una de nosotras.
Contemplé a todas las mujeres allí presentes y con lágrimas de alegría inexplicable
comprendí que algo dentro de mí reconocía a todas y cada una de las mujeres. También vi la
reencarnación del sueño solitario de las mujeres en la tierra. Con éste llegó el terrible esfuerzo
del conocimiento, y vi las consecuencias irrevocables de la acción. Fui arrastrada hacia esa vi-
sión, hacia esa alegría misteriosa de ser, ese espejo de los hechos gozosos y brutales de la vida y
de la muerte, del dolor y del placer. Mi mente siguió un laberinto de símbolos, imágenes e ideas
primigenias, cada una de ellas de alguna manera más fascinante que la anterior, si bien detrás de
cada de una de ellas se percibía una soledad terrible y dolorosa. Como poca gente se ha
rendido nunca ante un sentimiento de amor, yo lo conocí, lo respiré. Y ahora, fuera de esa
oscuridad, estaba formándose un puente, la rueda kármica. Supe que desde ese momento en
adelante siempre reconocería mi parentesco con esas mujeres.
-Hay una regla -dijo Grace-, Nunca debe revelar a nadie la identidad de ninguna de nosotras.
Dije que había comprendido. Me quedé sorprendida al comprobar que ya conocía a muchas de
ellas. Cada una era especial. Lo que vi reflejado en sus rostros era la perfección. Cada una de
ellas era una mujer realizada y afectuosa, una mujer esclarecida. Ellas constituían mi hermandad.
Había encontrado mi círculo.

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