Está en la página 1de 5

MARICÓN EL ÚLTIMO

Maricón el último, decían los hijos de puta, para después salir a correr hacia la portería como si su vida
dependiera de ello. No sé qué significa maricón, pero correré hasta que me revienten las piernas porque
no puede ser nada bueno. Tan pequeño y ya huyendo, tan inocente y ya sucio, preparándose
inconscientemente para la hostia que le va a venir. Ojalá me hubieran avisado.

El otro día caí en por qué tengo tanto miedo a los hombres heterosexuales, es un miedo abstracto, no
tan literal, un miedo visceral, instintivo, terror primitivo como el que puede sentir el hombre ante el
fuego. Para mí un hombre heterosexual es como una rana con la piel marcada por colores exóticos y
formas geométricas, no sé por qué, pero algo me dice que no debería acercarme.

No me di cuenta hasta hace poco, pero creo que tengo un trauma en mi infancia que ha marcado toda
mi vida. Hasta ahora yo lo veía como un episodio importante, pero algo que fue transitado y olvidado,
pero creo que no, realmente el miedo cambió de forma pero el contenido era el mismo. Uno se piensa
que sufrir un trauma quizás es quedarte en una esquina de tu habitación llorando, pero a lo mejor la
vida sigue y tú también, pero el trauma está ahí.

Yo le caía de puta madre a todo el mundo en mi escuela, chicos y chicas, la cosa fluía y yo era
graciosete. Y esto es algo que no le pasaba a los demás. En el colegio, cuando aún somos niños, la
comunicación entre los géneros no fluye tanto como de adolescentes, es un chicos contra chicas, los
chicos dan asco, huelen mal, las chicas dan asco, chillan mucho. Los chicos juegan a fútbol y las chicas
saltan a la comba, la división es mucho más rígida, y si un chico entra en el grupo de las chicas será un
intruso, un extranjero, y además, un maricón, así como una chica será una marimacho, una bollera.
Luego con la adolescencia eso se diluye, a ambos bandos les interesa mezclarse con el despertar sexual.
El caso es que yo me movía entre los dos ejércitos, a mí me fluía esa mierda y hasta entonces todo iba
de chill.

Pero luego llego él, un chaval, llamémosle hijo de puta, porque el trauma no está superado. Llegó como
en 4º de primaria, un poco tarde, nuestro grupo ya estaba muy formado, pero el chaval arrasó. Era
diferente, carismático, guapo y vestía mucho mejor que todos los demás chicos, revolucionó a todas las
chicas y causó la envidia de todos nosotros; se integró muy rápido. Recuerdo que corría muy rápido y
jugaba bien a fútbol, lo que en ese momento significaba tenerla grande. Y aquí ocurrió algo súper
gracioso y particular, digamos que este chaval se hizo amigos de todos los chicos, digamos que había
muchos de ellos que eran como él, atléticos, amantes del fútbol, agresivos y líderes, digamos que podía
fijarse y arrimarse para entablar una amistad con cualquiera de ellos, puesto que tenían mucho que ver.
Pero no, se fijó en mí. A día de hoy sigo sin saber si ese chaval estaba enamorado de mí, porque
adquirió una verdadera obsesión. Quería estar conmigo todo el rato, me pedía que quedáramos por las
tardes para jugar cada día y, si yo no quería, iba a mi casa y llamaba a mi telefonillo igualmente. Te
juro que me sentí acosado, estaba obsesionado conmigo, y yo no era lo que se supone que le mola a
esta gente, a mí no me gustaba el fútbol ni liarme a hostias. Yo me lo pasaba bien con él, pero sin más,
yo qué sé, estaba con el tío guay de la clase, y en el fondo, aunque no lo supiera en ese momento, me
ponía muy cachondo.

Aquí igual me columpio, pero creo que era porque vio que había algo diferente en mí. Y ojo, algo
diferente que no era ni bueno ni malo, sino diferente, algo que no cuadraba, además era algo que no
entendía ni él pero ni siquiera yo, simplemente había algo latente. Este chaval es raro, voy a acercarme
a él, a ver qué encuentro. Y lo encontró, el hijo de puta lo encontró, lo descubrió antes que yo y lo
entendió antes de que yo pudiera siquiera imaginármelo; pero no le bastó con eso, porque quiso
contarles a todos los demás lo que había descubierto.

Un día empezó a llamarme maricón. ¿Cómo? ¿Por qué dices eso? Yo no entendía nada. Luego aquello
se diluía, pero al poco volvía a repetirlo, cada vez más, y seguíamos quedando, y el indagaba más en el
asunto, metiendo el dedo en la llaga, sabiendo que estaba encontrando algo. Y yo seguía sin entender.
Un día, en un autobús en el que estábamos todos de camino a una excursión, dijo delante de toda la
clase: "Tú eres maricón". ¿Por qué siempre dices eso?, dije yo. "Porque eres..., eres como una flor".
Como una flor, dijo. Como una flor, el muy hijo de puta. Y todos se rieron, y él se rió, y yo no me reí
una puta mierda. Como una flor, qué cojones quiere decir eso. No lo entendí hasta años después. Como
una flor, que soy maricón y se nota a kilómetros, vaya, que huele, que canta, que no hay por dónde
esconderlo, que un niño de 11 años pudo verlo antes que yo.

Y así el rumor se extendió, y de lo que antes nadie era consciente, ahora era evidente. Miradlo, es
evidente, mirar como mueve esa mano, mirar cómo habla, es maricón. El hijo de puta consiguió
ponerme a todos en contra, consiguió que todos supieran algo que yo todavía no entendía. Un día,
merendando todos los chicos juntos, dijo: "vamos a decir todos quién es el más maricón de aquí, de uno
en uno". ¿Cuánto daño es capaz de hacer una persona tan pequeña? Ya os imagináis cuál fue el
resultado de la votación democrática.

Mucho sufrimiento y dolor, mucha confusión y no entender, llegar a casa y pensar que son habladurías,
que tú lo tienes clarísimo, que ya se les pasará, pero no se les pasó nunca.

Con este escenario chunguísimo yo seguía siendo su amigo y quedando con él, evidentemente quería
hacer como si no pasara nada, quitarle importancia. Solo son cosas que se dicen. Recuerdo que él
siempre me decía, entre broma y broma, que me quería pegar, que le encantaría tener una excusa para
pegar, que quién ganaría, que él era más fuerte que yo seguro. Yo le seguía un poco el rollo, pero en el
fondo no entendía por qué tanta obsesión con aquella pelea hipotética.

La tensión siguió subiendo y, un día, dejamos de ser amigos. Yo no sé qué cojones pasó, pero nos
enfadamos. Al parecer yo hice algo, no me acuerdo, pero el caso es que le puteé mazo y el se enfadó
muchísimo conmigo. Dejamos de hablarnos, la tensión era muy alta, pero claro, nos veíamos todos los
días y teníamos amigos en común. Corría el rumor de que quería pegarme y, un día, volviendo a casa
con él y con otro amigo, empezó a echarme en cara aquello que yo había hecho y tanto le había
fastidiado.

Y allí, delante de nuestro amigo, me pegó una hostia en la cara. El miedo en el corazón, la mente en
blanco. Dije dos tonterías y me fui de allí con completa serenidad, ellos se quedaron riéndose de mí.
Caminé hasta mi casa como cada día, tranquilo, pensando en mis cosas, sin darle mayor importancia.
Entré en casa, mis padres aún no habían llegado, solo estaba mi perra, que se había meado en la cocina.
Entré al cuarto de baño, cerré la puerta, me senté en el suelo y rompí a llorar.

Las horas después fueron terror en la garganta, no querer volver a salir de la cama y ver jamás a todos
mis compañeros porque, por supuesto, se lo contó a todos. La humillación, el desprestigio. ¿Cuántos
tenía? ¿11 años quizás? 11 años y calado de miedo.

Y pasaron los años, y yo me volví un chaval mucho más tímido, introvertido, inseguro y desconfiado. Y
siguieron pasando los años, y tomé distancia con aquél acontecimiento, y me reí de él, y lo banalicé, y
pensé que menuda tontería, que era solo una historia de cuando era un crío. Y el otro día me di cuenta
de algo.
Siempre pensé que el chaval me partió la cara por aquello que le había hecho yo en su momento,
posiblemente él también lo pensaba, ese fue el motor, la excusa, pero eso es lo que era, una excusa. No
me pegó por aquello, me pegó por maricón. Desde el día que me vio supo que había algo distinto, algo
que no hacían los demás chicos, lo averiguó y supo que esto estaba mal y había que castigarlo. Quería
joderme, estaba obsesionado con ello, y hasta que no lo hizo, no descansó. A quién cojones le
importaba lo que le hiciera yo en su momento, a nadie, él solo quería pegarme por maricón, nuestro
amigo que lo vio y no hizo nada se rió de mí por maricón, todos los de mi clase que nunca le
condenaron lo hicieron porque yo era un maricón. Nunca se metió con los demás de la misma forma,
nunca se atrevió a cuestionar al resto de chicos, nunca les puso la mano encima, lo hizo conmigo, con
el que supuestamente era su mejor amigo pero que, antes de eso, era maricón.

Pocos meses después de aquél acontecimiento estaba masturbándome mientras veía a hombres en la
pantalla de mi ordenador, para justo después de correrme sentirme la persona más asquerosa del mundo
y, con mucho dolor, darme cuenta de que tenían toda la razón; soy maricón, tenían razón, no estaban
equivocados, estoy mal. Una decepción.

¿Qué cojones interioriza un chaval de 11 años de todo esto? ¿Qué poso queda en la mente de un niño
cuya personalidad está por formar y va a entrar en la puta adolescencia? Miedo, muchísimo miedo. La
alerta que absorbí como una esponja fue clara: no llames la atención, no seas tu mismo, habla lo menos
posible, no te fíes de nadie, ten cuidado, no salgas de casa. Y sobre todo, no te fíes de el hombre hetero,
te va a hacer daño.

Perdí todos mis amigos y, a partir de ahí: me acerqué a un chaval súper afeminado y me hice su amigo,
me acerqué a mujeres, me acerqué a un chaval que aparentemente era hetero pero después resulto ser
mi mejor amigo y bisexual. Y a día de hoy, miro a mi alrededor y me doy cuenta que ese es mi entorno,
mujeres y gente LGTB, zona segura. Claro que yo no soy ya la misma persona, claro puedo escribir
este texto, contar lo que me pasó y banalizar el tema, pero aún a día de hoy, cuando por casualidad me
encuentro con un grupo de hombres heterosexuales, cuando me veo forzado a tener una conversación
con uno, hay algo subyacente en mi comportamiento, en todo lo que siento. Evidentemente no tiemblo,
ni lloro, ni siento miedo, si esa persona en cuestión quisiera hacerme daño le partiría la cara y ya está,
porque uno ha sufrido tanto que ya no está para mierdas, pero aún así hay algo extraño. Incomodidad.
¿Quién es este? ¿Qué quiere? ¿Va a hacerme daño? ¿Se está riendo de mí? Qué exagerado, podrás
pensar, menudo drama. Los cojones exagerado, hijo de puta. Díselo al chaval de 11 años. Yo no cuento
esta historia con tanto detalle porque tenga buena memoria, me acuerdo de cada puta frase, cada puta
risa y cada puta mirada porque lo tengo fijado con fuego en mi ADN. Que luego me digan que parezco
heterófobo, pues sí, soy heterófobo, y dime a la puta cara que no puedo serlo, que te la voy a partir, hijo
de puta, dime que no puedo intentar devolver un ápice de lo que me hicieron sentir a mí, dime que no
estoy en mi derecho. ¿Lo peor? Que tampoco fue para tanto, que hay gente que lo pasó mucho peor,
pero qué cojones me importa, para cada uno es como lo siente, y a mí me jodieron pero bien. A día de
hoy sigo soñando con él, con el colegio, con el fútbol y el patio, con las risas y las clases, con los
apellidos y el sol. Él no se acuerda de nada.

Y creo que este tipo de cosas es lo que te hacen sentirte una minoría, y no los números. Este es el tipo
de cosas que me llevan al odio visceral, a poner el grito en el cielo cuando a día de hoy alguien me
cuestiona a mí o a los míos. Y seré radical, exagerado y violento, pero cómo no serlo. Radical es
hacerle eso a un chaval que va al colegio y no se está enterando de nada. Porque cuando grito y se me
va la fuerza por la boca no solo me estoy defendiendo a mí, estoy defendiendo también a ese chaval
que estaba solo y nadie le ayudó, estoy gritando lo que no me dará tiempo a gritar antes de morirme
para hacer un poco de justicia. Esto es hasta triste, pero hay veces que a día de hoy estoy deseando que
alguien venga a hacerme lo mismo, porque ahora sí estoy preparado, porque ahora sí sé que soy
maricón, porque así tendré yo una excusa para partirle la cara, porque la herida no está cerrada y quiero
arreglar lo que no pude en su momento. Y así gritaré con todas mis fuerzas siempre que me sienta
atacado y cuestionado, porque uno crece y madura y gana autoestima y seguridad y pierde el miedo y
se empodera y grita a los cuatro vientos que es maricón y se defiende de la homofobia y lucha contra
ella, sí, uno hace todo eso, pero siempre te queda la heridita que te hicieron cuando eras un niño y te
dijeron, sin tú entender por qué, que si te quedabas el último serías maricón.

También podría gustarte