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¿Qué quieres de mí?

Estás muy cerca, intento no tropezarme porque sé que tú nunca te equivocas, sigo
esquivando lo que tengo delante para no detenerme nunca, porque sé que en solo una fracción de
segundo podrías darme caza.

¿Qué quieres de mí? Llevo huyendo de ti muchísimo tiempo, siempre en una carrera agónica e
inexorable que ya ni siquiera recuerdo cuando empezó, quizás porque nunca hubo un comienzo, porque
fue así desde que el universo tiró de mí y me sacó de aquél agujero de la inexistencia, pero sé que desde
entonces no he parado de hacerlo, que este es mi estado natural, y que así lo será eternamente.

¿Qué quieres de mí? Tus ojos asesinos me fulminan, eres tan inmenso y oscuro como el peor de los
abismos, el único sonido que produces es el del eco del silencio, tus garras podrían despedazar galaxias
enteras y tus dientes solo quieren jugar con mis huesos que están llorando. Tengo miedo, sé que me
pisas los talones, siento tu respiración y percibo cómo tus fauces se abren de forma retorcida para
engullirme y encerrarme en la oscuridad de tu ser.

¿Qué quieres de mí? Yo no tengo nada que ofrecerte, estoy vacío, simplemente corro con todas mis
fuerzas, lucho contra la cuerda que tira de mi cuello con tanta fuerza y de la que tú, de forma cruel, tiras
entre risas para jugar con la insuficiencia de mi ser.

¿Qué quieres de mí? Si inmenso eres como cada uno de los océanos de la Tierra que gobiernas, de
fuerza inmortal y energía inabarcable, yo no tengo nada que ofrecerte, lo juro ante todo lo divino,
puedes olvidarme, dejarme ir, permitir que me oculte en algún lugar, porque allí me quedaré hasta el
final de los tiempos, escondido, completamente solo, encogiéndome para volverme lo más pequeño
posible, abrazando a todos mis infiernos y sus demonios para solo abrir los ojos de vez en cuando y así
asegurarme de que no has regresado para pegarme el tiro de gracia.

¿Qué quieres de mí? Me estoy asfixiando, no puedo más, mis pulmones tiemblan y suplican, me ruegan
que me detenga y permita que me des tu tierno abrazo, que acepte la naturaleza de mi condición, que
comprenda la osadía estúpida que realicé el día que me atreví a pensar que podía escapar de ti. Necesito
detenerme, descansar, mi cuerpo vibra como una bombilla que está apunto de apagarse para siempre, ni
siquiera sé qué me espera cuando lo haga, porque nunca te he visto, no sé cómo eres, no me he atrevido
a mirarte a los ojos ya que solo he sabido darte la espalda, y cuando frene en seco me giraré y podré al
fin conocerte, tú que tanto dolor me infliges.
Jadeos, aire que se escapa de mi boca como el humo de una hoguera nocturna que asciende a las
estrellas. Ya no corro, me detengo, mis respiración acelerada retumba en el silencio y la oscuridad, la
sangre caliente de mi cuerpo pierde fuerza y me obliga a arrodillarme ante ti, entonces agacho la cabeza
y espero a que lo hagas, que entres por mi boca y me llenes de tu oscuridad hasta que no quepa más en
mi diminuto cuerpo.

Y en ese momento, siendo minúsculo, esperando tu último susurro lleno de espinas, bajo la sombra
colosal que genera tu cuerpo, siento multiplicado el miedo que generas en mí, ese terror visceral y
primitivo que controla cada uno de mis átomos y se engancha a mi garganta como un parásito, pero es
justo esa misma sensación de horror la que pone mis motores en marcha, la que me da energía, porque
el pánico es infinito y poderoso, pero las ganas de vencerlo y sobreponerse a él lo son más, entonces
siento que mi corazón late, mi sangre hierve y mis pulmones chillan desgañitándose, y así es como mis
piernas se yerguen como las de un titán y, de pie, aún siendo mucho más insignificante que tú y
temiéndote con todas mis fuerzas, puedo mirarte a los ojos y preguntarte con decisión por fin: ¿Qué
quieres de mí?

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