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1.

La intención primera de Dios, en efecto, la que pone en marcha toda


su acción, es el designio de salvar a los hombres: «Dios, nuestro
Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2, 3-4). Esta intención pone
en marcha todo un plan, La liberación y salvación se experimenta y
descubre, se expone y testimonia como obra propia y exclusiva de
Dios. Nada de lo humano salva al hombre. La liberación y salvación
se experimenta y descubre, se expone y testimonia como obra
propia y exclusiva de Dios. Nada de lo humano salva al hombre.

2. Aunque Dios actúa la salvación a


través de hombres, todos tienen conciencia de que la salvación es
obra de él.
Ellos se saben enviados, mensajeros, legados. Obran la salvación
en virtud del
poder de Dios que en ellos y por ellos actúa.
Hechos concretos de la historia de grupos, de
comunidades o de personas han sido vividos, experimentados y
vistos como
hechos salvíficos, como verdaderas intervenciones salvadoras de
Dios. Estos hechos son transmitidos no como meros hechos
históricos, sino como
hechos interpretados, hechos con un sentido
En ellos, los primeros testigos, y a
través de ellos, las generaciones sucesivas, que recitaban aquel
«credo» como
expresión de su propia fe, descubrieron una dimensión profunda,
por encima y
más allá de las apariencias: esos hechos no son simples hazañas
humanas,
gloriosas o penosas, sino que en ellos se daba una presencia
manifiesta u oculta,
velada o patente, pero real y efectiva, de una fuerza metahistórica,
con nombre
personal: Yavé, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. En esos
hechos, esa
fuerza personal estaba a la obra,
La historicidad afecta al hombre como algo constitutivo de su mismo
existir
en el mundo, de su íntimo realizarse como persona humana. El
estar situado en
el mundo, en un espacio y un tiempo, pendiente de todo el
acontecer anterior a
él, en tensión perenne hacia la realización de sí mismo, en un
constante
decidirse, en libertad, como constructor de su propio destino en el
mundo, es
algo inherente a la misma condición del hombre en cuanto humana.
La historia de la salvación no se pierde en la nube de los tiempos.
No reviste
carácter atemporal. Se inserta en nuestra tierra, en unos concretos
tiempos de
la evolución de la humanidad. La salvación de Dios no sería la
misma, no se
entendería de la misma manera ni se expresaría con las mismas
categorías si se
hubiera desarrollado en otros lugares y en otros tiempos.
Los hechos histórico-salvíficos aparecen en la Escritura actual
no como
hechos aislados, independientes, sino ligados entre sí, en
dependencia mutua,
5condicionándose unos a otros en su sucederse, formando cadena,
como partes
complementarias de un todo armónico, de un mismo y único plan.
se ve cómo toda la historia de la salvación responde a
un plan, y cómo ese plan tiene su realización perfecta en la
existencia de Jesús
de Nazaret, existencia que culmina con su muerte y resurrección. El
constituye
la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4, 4; Ef 1, 10), la manifestación de
Dios y de
su plan salvador (cf. Jn 1, 1-18; Ef 1, 3-14), en él tiene su cabal
realización todo
lo que la escritura atestigua, que era como una figura de lo futuro
Cristo,
como encarnación del plan salvador de Dios, unifica la variedad de
salvaciones
atestiguada en la Escritura, ilumina su oscuridad, simplifica su
multiplicidad.
Así, en él toda la Escritura recibe unidad, toda la historia halla su
sentido.
Sólo hay historia verdadera cuando hay conciencia, es decir,
cuando los
hechos son contemplados por el hombre como realizaciones de
su libertad,
cuando es descubierto el sentido de los hechos, sus
conexiones con otros
acontecimientos pasados o futuros, la trascendencia del
acontecimiento para la
generación que lo vivió y para las generaciones posteriores. Así
también la
historia de la salvación se constituye esencialmente cuando los
hechos que la
forman son reconocidos como hechos salvíficos, cuando la
conciencia del hombre
que vive el acontecimiento, personal o colectivo, descubre en él esa
dimensión de
intervención salvífica de Dios.
Este sentido no aparece del mero análisis de las conexiones socio-
económicas,
políticas, culturales o históricas que han originado el hecho. El
reconocimiento
del carácter salvador de un hecho es fruto de la acción
concientizadora de Dios
sobre los autores del hecho, o sobre alguno o algunos de los
testigos del mismo.
Esto quiere decir que el carácter salvífico de un hecho es
conocido sólo por
revelación, y es reconocido sólo en la fe. El «vidente» de ese
carácter salvífico es,
en realidad, un profeta. A él le es desvelado el misterio de la acción
de Dios, y él
lo transmite a los demás.
Por tratarse de un hecho salvador, portador y manifestador de la
acción
salvífica, el hecho se reconoce como cargado de sentido no
sólo para estos
hombres o esta generación concreta que lo vive, sino también
para las
generaciones venideras, con las que la generación actual se sabe
solidaria en el
orden de la salvación o del juicio. A esto se debe el que el hecho no
se deje
perder. Es recogido y transmitido. El hecho completo, es decir,
con su
interpretación, enriquecido con el sentido salvífico del mismo.
La comunidad, pues, es, por una parte, el lugar de la acción de
Dios. A ella se
destina la salvación obrada. En ella y de ella surge el intérprete
autorizado, el
profeta, el apóstol, que desvela el misterio del hecho. La
existencia de la
comunidad, su aceptación de la interpretación salvífica de la
historia, hace
posible la historia pública de la salvación. Sólo se da, pues,
historia de la
salvación cuando una comunidad que se entiende a sí misma como
Pueblo de
Dios, trae a la memoria los hechos salvíficos del pasado, que
condicionan su
existencia actual, que desvelan sus relaciones con Dios, que
aseguran su camino
hacia la salvación futura. La comunidad, la iglesia, pertenece,
pues, a la
historia de la salvación, como sujeto en cuyo favor la salvación es
operada, como
atmósfera vital que arropa al testigo e intérprete, como sujeto
receptor de la
interpretación normativa, como sujeto transmisor de la
interpretación recibida.
La historia de la salvación viene constituida por las grandes
acciones de Dios
en favor del hombre. Pero hay que afirmar también con la misma
intensidad
que es la historia de la acción del hombre.
El hombre es el destinatario de la salvación. «No se ocupa de los
ángeles,
sino de la descendencia de Abrahan» (Heb 2, 16; cf. Sal 8). Toda la
acción de
Dios se dirige, como vimos, a salvar a los hombres, a hacerles
realizar el éxodo
desde la esclavitud a la libertad, desde la lejanía de Dios a la
comunión con él,
desde el odio y el egoísmo al amor.
Diferencia entre historia e Historia de la Salvación:
 La primera se centra en la cronología de los hechos.
 La segunda tiene dos elementos propios:
- Teje un hecho con el otro, dando sentido y unidad a la dirección de los acontecimientos.
- La fe. Por una parte los héroes actúan movidos por la fe en una Promesa. Por otra parte
sólo la fe nos hace descubrir la trascendencia de los hechos.

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