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La mediación educativa, una reflexión desde mi propia práctica

Llevo tiempo escuchando la palabra mediación y digo palabra porque eso me ha


significado: una definición de diccionario complementada por el sentido común;
por lo tanto, la manera en que he mediado el proceso de aprendizaje tiene un
mucho que ver con la intuición y muy poco con el saber práctico. Si trato de
conceptualizar esta categoría desde mi hacer lo más seguro es que defina las
peores prácticas educativas ya desde hace tiempo criticadas y superadas.

Para no hacer de este escrito largo diré que para mí la mediación era sinónimo de
intervención, en consecuencia, mediaba de manera natural, incluso sin saberlo.
Pero no todo ha sido desorden, caos e ignorancia, siempre he seguido un
procedimiento bastante sencillo:

“al entrar al aula lo primero que hago es hablar; lo segundo continuar


hablando y lo tercero cerrar hablando; me parece una buena planeación
didáctica porque tiene un inicio, un desarrollo y un cierre. Debo confesar
que de vez en cuando si estoy de ánimo dejo que se dé un cuarto paso:
hacer como que escucho”.

Dejando a un lado el sarcasmo y tratando de ser demasiado positivo veo que en


mi práctica docente recurro siempre a la palabra como forma de mediación y
rehuyó a los mediadores simples, jamás utilizo plumones, pizarrones, proyector ni
ningún recurso didáctico material.

De acuerdo con lo dicho en el parágrafo anterior, la mediación sería un dispositivo


de la mente para intervenir sobre la realidad por medio de mediadores simples
(soportes físicos) y más complejos (el lenguaje). Pero ¿para qué se interviene
sobre la realidad? para adaptarla, transformarla y producirla.

En el caso de la educación la mediación sería un proceso de negociación,


significación y resignificación de la cultura a través de la relación entre docentes y
discentes por medio del uso de los mediadores físicos y simbólicos.
Pero la educación como lo mencionara Freire no es un acto inocente en el sentido
de no existir intereses y posiciones, por el contrario, la educación es un acto
político y tiene así una intencionalidad. De ahí que la mediación sea un acto
intencionado en donde el sujeto mediador no es un ente despersonalizado e
interviene desde la imparcialidad que le da el ser y saberse una persona social,
cultural e históricamente construida.

Metafóricamente hablando, en una charla con Freire me comentó que el proceso


educativo también es un acto de conocimiento y como tal colectivo y liberador. La
mediación además de ser intencionada, tendiente la transformación también es un
proceso de conocimiento y reconocimiento de los otros que se erige sobre la
dialogicidad es decir, sobre un acto comunicativo donde no se busca imponer una
cosmovisión sino negociarla.

La mediación implica sujetos (docente-discente), instrumentos (lenguaje, el


currículo), herramientas (planes y programas) y entornos (escuela, aulas), este
último no como contenedor de prácticas, sino como espacio creado
intencionalmente como foro de resignificación y significación de aprendizajes,
dicho en palabras de Bruner foros culturales.

Un gran sabio dijo “no hay docencia sin discencia” ya que quien enseña aprende
del que se le está enseñando, generándose así un circulo virtuoso de enseñanza-
aprendizaje-enseñanza. La mediación es un proceso de docencia-discencia en el
que se establecen relaciones de acompañamiento entre pares; donde (por muy
contradictorio que parezca, -contradicción que en realidad es un reto-) expertos y
novatos no ocupan un lugar fijo, sino cambiante en donde el saber se comparte.

A lo largo del diplomado he visto muchas de estas cualidades que le atribuyo a la


mediación en mis compañeros profesores, es posible que, si hubiera jugado a
conceptualizar la mediación a partir de la práctica de ellos, este escrito habría sido
un ejercicio de reflexión más completo. Para cerrar diré que la mediación es un
acto reflexivo.
Julio lira

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