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relato teatral
de
JOSÉ CABALLERO
MÉXICO
2007
FRENTE AL OLVIDO
relato teatral
de José Caballero
MARÍA GUADALUPE
Ay, mis hijos… Así decía la abuela cuando le pedíamos hablar de sus recuerdos. Pero
siempre nos cumplía. A mí, la verdad, nada me gusta más que oír historias del pasado.
Aunque la historia duela y se clave en el pecho como una espada ardiente. Sólo así he
podido ir entendiendo porqué soy como soy. Porqué mis padres guardan silencio y miran
hacia el norte mientras los ojos se les van haciendo de agua…Y porqué en donde vivo
todos guardan en los labios un suspiro de tristeza…Ay, mis hijos…–decía la abuela y
comenzaba a contarnos de la tierra donde nació y creció, donde la bautizaron y conoció al
abuelo, donde parió a sus hijos y sepultó a sus padres…La tierra que tuvo que dejar
cuando todo empezó. El Frontón de Santa Isabel… Unas cuantas casas allá, al norte de
Matamoros, al otro lado del Río Grande…Decía la abuela que un día, muy de mañana,
cuando todavía no calentaba el sol, llegó Tomás, el mayor de mis tíos, con la noticia. Los
americanos se acercaban por el camino de Corpus Christi. Hacía ya tiempo que se sabía
que venían a invadir nuestro país. El gobierno del centro los había dejado entrar a Tejas,
les dieron tierras para que cultivaran y levantaran sus templos. Y habían de pagar de
modo ingrato. Pero nadie en el gobierno quiso oír cuando los nuestros opinaban que no
estaba bien, que esos herejes traían ganas de quedarse con lo nuestro. Oídos sordos… Los
dejaron solos y cuando quisieron reaccionar ya fue muy tarde. Decía la abuela que los
pocos soldados nuestros se hallaban a varias leguas y los habitantes de Santa Isabel no
llegaban a cien contando a los ancianos y a los niños. Tampoco tenían bastantes armas ni
parque…Así que se juntaron frente al granero pa’ decidir entre todos lo que fuera mejor.
Alguien dijo que debían defenderse aunque fuera a piedrazos, otro que no, que lo mejor
era rendirse, que total, qué les podían hacer si la mayoría eran mujeres y chamacos. Lo
interrumpió la abuela: “¿Cómo puedes hablar así? ¿Y si nos matan o peor, nos violan?
Vienen para aprovecharse de nuestro trabajo, vivir en nuestras casas y devorar nuestros
animales y nuestras cosechas y tú piensas en entregarlas sin luchar? ¿Pero qué clase de
hombre eres tú, Román?” “¿Y qué propones, dijo él con el rostro rojo de coraje y de
vergüenza?” “¡Yo prefiero quemarlo todo!…” Decía la abuela que cuando las palabras se
le escaparon de la garganta sintió en lo más hondo del pecho como cuando se echa fuego
en un montón de paja. Todos guardaron silencio y se le quedaron viendo, como si fuera
un aparecido. Silencio. Pero que de pronto, todos a una, como una parvada que huye al
sonido del primer disparo, echaron a correr para sacar de sus casas lo más posible y
echarlo en las carretas y los lomos de los caballos. Dice la abuela que cuando empezaba a
caer la tarde, vio a mi abuelo encender una antorcha y caminar hacia su casa. ¡Espérame
Tomás! –le gritó ella. Él se detuvo y la miró con la cara bañada en lágrimas. Déjame a
mí, –le dijo. Él le entregó el trozo de madera ardiendo y la abuela avanzó muy
lentamente. Dice que mientras corría de un lado a otro propagando el fuego le parecía ver
a los yanquis avanzando por el camino que venía de Corpus Christi. Como una ola
II
JOSEFA
Hace tanto que no voy a un baile… Después de todo lo pasado quién iba a tener ganas de
bailar. Pero ahora que se largaron esos sinvergüenzas poco a poco la vida va regresando a
la normalidad. Todavía quedan los destrozos que dejaron a su paso, las paredes de las
casas horadadas, el rastro de los cañones en las torres de la iglesia… No hace ni dos años
pero todo viene a mi recuerdo como si hubieran transcurrido más de cien. Qué extraña es
la memoria… Mi último baile fue la noche del 12 de septiembre de 1846, en la fiesta que
el Sr. Garza Flores ofreció por el cumpleaños de la Beatriz, su hija más chica. La misma
noche que supimos que llegaban los americanos. Yo bailaba sintiéndome en el cielo en
los brazos del Gabriel, el hijo mayor del dueño de la casa, cuando vi que se formaba un
corro alrededor de un oficial. Los enemigos se habían concentrado en Cerralvo y se temía
que atacaran en cualquier momento. El alboroto que se armó canceló el baile de
inmediato. El miedo hacía que todo fueran gritos, salidas intempestivas, hasta hubo algún
desmayo. Ustedes pensarán que alguna señora, pero no. Fue don Roque Martínez, el del
peinado de atrás para adelante, lleno de churritos. Pos también… a su edad ya no estaba
pa’ sustos… Pobre. O ni tanto. Tuvo la suerte de morirse a los dos días. Así no vio la
ruina de nuestra amada Monterrey. Los soldados, ayudados por la gente, habían
empezado a hacerse fuertes al interior de la ciudad. Durante varios días, veía yo a los
hombres correr de aquí para allá con costales, madera, piedras y todo lo que sirviera para
resguardarse y estorbar el paso del enemigo. Y mientras mis hermanas, mis primas, mis
amigas se refugiaban en las casas, según ellas pa calmarse –yo digo que más bien para
ponerse más nerviosas, a mí me dio curiosidad. Fui a buscar a don Gabriel y le pedí que
me dijera qué podía yo hacer. “¿Qué puede usted hacer? –me preguntó frunciendo la
nariz. “Usted es una señorita, su lugar está con las de su clase. Váyase a bordar o a
cocinar”, y soltó la carcajada. Entonces le lancé una mirada así como diciéndole “¿Se está
riendo de mí?” Fingió una tosecita y recompuso el cuerpo. ¿Está usté hablando en serio,
María Josefa? ¡Estoy hablando muy en serio, don Gabriel! Se me quedó viendo un
instante y luego dijo: ¿Sabe usté disparar? Aprendo –contesté. Entonces me llevó al patio
trasero. ¡Matías! –gritó. Y un mozo apareció como un relámpago. Diga, patrón. Traite un
par de fusiles y una caja de parque y le enseñas a disparar aquí a la señorita. Matías peló
III
LA VIUDA
¡ Que saquen de aquí a esas pinches viejas!
Dicen que así ordenó el general en jefe.
Nomás que sacarnos a nosotras era sacar también a las criaturas.
Y nosotras no nos quisimos ir. ¿Qué íbamos a hacer por nuestra cuenta? Y además quién
sabe si nuestros hombres nos dejaran ir.
Éramos un ejército detrás del otro. Nomás que nuestras armas eran las del consuelo y
nuestra fuerza la necesidá.
Éramos casi dos mil siguiendo a nuestros hombres. Unas solas, otras cargadas de hijos.
Unos tres mil en total.
Además no hacíamos poco. Cocinábamos lo que hubiera, lavábamos la ropa. A veces
hasta cargábamos las armas. ¿Quién cargaba a los animales y los arreaba para cruzar los
cerros? ¿Quién iba a hacer los frijoles, las tortillas y la salsa?
Y luego… siquiera se hubieran ido por su voluntá, pero no.
Al esposo de Mercedes lo sacaron de la iglesia. Estaba arrodillado rezando, con los ojos
cerrados y antes de terminar la Ave María sintió que lo agarraban por los dos brazos. Ni
tiempo tuvo de protestar. Por más que pidió ayuda a grito pelado, ni el pagrecito hizo
algo por él.
IV
EL GENERAL EN JEFE
Toda mi vida he procurado tomar con calma los vaivenes. Poner al margen mi vida
privada de la luz pública y los negocios públicos de mi vida privada. Pero esa noche
estaba eufórico. Mis tratos secretos con el presidente de los Estados Unidos iban viento
en popa. Vivíamos en la Habana, donde había llegado después de aquél infame golpe que
me condenó al exilio. Y de donde no habían tardado ni dos años en rogarme que volviera.
V
EL JAROCHO
Llegaron. Desplegaron sus naves a lo largo de la costa, más allá del fuerte. Desde el
muelle podíamos ver las columnas de vapor que ennegrecían el horizonte. Los rumores
llegaron un poco antes. Que venían a cobrar no sé qué deudas. Otra vez. No hacía tanto
que los franceses habían estado en este puerto reclamando las perlas de la virgen por unos
pinches pasteles. Ahora los yanquis… ¿Qué se les debía? Sólo Dios… Los del gobierno
decían que sí, que había algunas deudas pero que pagarían en cuanto hubiera con qué.
¿Entonces? Pero, decían otros, estos cabrones güeros están reclamando también deudas
inventadas, fraudulentas. ¿Lo puede usted creer? ¿Los americanos? No hombre, si son un
pueblo laborioso, disciplinado, cristiano, ¡cuándo se van a dejar llevar por la ambición de
lo ajeno! Sus partidarios afirmaban… Sí, ¿no puede usted creerlo? También en Veracruz
había uno que otro que estaba de parte de esos sanababiches huele a paja, y aseguraban
en discusiones de café que venían a ayudarnos a darnos a nosotros mismos un gobierno
justo y liberarnos de los infames tiranuelos que nos desgobernaban… La democracia,
pué… La libertá… ¡Hijos de su…! Otros más decían que todo eso era cierto, pero que la
razón verdadera es que querían extender a nuestro país el negocito ese de los esclavos.
Vaya usté a saber. El caso es que pusieron sus barcos frente al fuerte y desde ese día no
dejaron pasar un solo barco que viniera del otro lado del océano, ni de ninguna parte.
Bueno, si descontamos el barco del hijo’e puta del Quinceuñas… Así es como nos
ayudaban a liberarnos de los tiranuelos, dejando pasar a ese cabrón cojo hijo de su
reputísima madre que nomás volvió a hacer de las suyas. ¡’jo de la chin’…! ¡Je! Pero el
VI
LA ENFERMERA
Un, dos, tres… Dos, dos, tres… Tres, dos, tres… cuatro, dos, tres… Bailar, valsear,
bailar… Morir, dormir, soñar… Jugar, amar, matar… Incendiar, disparar, asesinar…
Matar, matar, matar…
Los hombres juegan de modos peligrosos. Casi todos sus juegos terminan en la sangre.
Como sus sueños. Y sus amores.
Por eso yo pedí aliviar el dolor de los hombres.
Y me fue concedido.
Demasiado se sufre en este mundo como para detenerse en nimiedades cuando se trata de
acariciar una frente enfebrecida o besar un par de labios tumefactos. El dolor humano
merece alguna recompensa, aunque sea al final, ¿no es así?
Trabajo en el hospital central de Veracruz. Ya no sé desde cuándo. Pero a últimas fechas
no he tenido tiempo de descanso. Los médicos acostumbran, después de que la
enfermedad tuvo término fatal, hacer un examen para asegurarse más claramente del sitio
de la dolencia, de las causas y del diagnóstico. No es tarea grata introducirse en los
sangrientos sitios donde la vida se ocultaba misteriosamente; pero así se hace, en
beneficio de los vivos y para prevenir la repetición de semejantes efectos. Y yo siempre
estoy ahí, atenta a la necesidad, dispuesta a que mi mano adormezca el dolor o cierre los
ojos de la desdicha.
Ustedes ya lo saben. Estalló la guerra. Y esta ciudad ha vivido sitiada de modo
inconcebible. Las historias antiguas, de Troya y de Numancia, vienen a mi memoria
cuando miro la ruina y la desolación que reina en este puerto.
Y todos los días entran por una puerta hombres y salen por la otra cadáveres, víctimas
impensadas de la alevosía. Rehenes del amor a su tierra y de su integridad.
LA PERIODISTA AMERICANA
Le dije: mi nombre es Jane Storm. Jane McManus Storm. Y extendí la mano. El Señor
Presidente de los Estados Unidos de América James Knox Polk comander in chief of the
U.S. Army, la estrechó entre la suya con una cortesía gélida. Nos señaló un sofá y se sentó
frente a nosotros para iniciar la entrevista. Moses Beach, editor del periódico en que yo
colaboraba en ese entonces, The New York Sun, me había traído a la Casa Blanca para
que le expusiera a Mr. Polk las ideas que tenía sobre nuestra participación en la guerra
con México y la mejor manera de llevarla a un happy ending.
Las colonias norteamericanas lucharon, desde un principio –comencé, por conservar las
instituciones políticas inglesas, tales como el gobierno representativo, la ley común, el
sistema de jurado popular, la supremacía de la ley, el sistema de impuestos y la
subordinación del ejército a la autoridad civil. Gozábamos de unidad nacional, arraigo
institucional, soñábamos con la idea de una patria nueva y promisoria. Las colonias
españolas, por el contrario, en trescientos años, nunca contaron con un gobierno
representativo ni hubo subordinación del ejército ni de la iglesia al poder civil en razón
de los fueros ni se dio unidad nacional ni arraigo institucional ni identificación con el
país.
Nosotros no rompimos con nuestro pasado, nos convertimos en anglosajones modernos,
plenamente convencidos de nuestra nacionalidad; ellos rechazaron lo español, pero
también lo indígena y, por lo tanto, cayeron en una confusión al no saber ni qué eran ni
cómo deseaban ser en todos los órdenes de su vida.
La cerrazón española impidió abrir sus puertas al mundo y dejó de poblar masivamente
sus colonias, mismas que hoy, en la actualidad, se hubieran convertido en países libres y
progresistas como el nuestro, poblado por veinte millones de personas esforzadas, libres,
alfabetizadas, dotadas de una mística del progreso y deseosas de construir un futuro en
una nueva patria en donde los pobres, los ignorantes y los flojos, a diferencia de México,
desde luego, no tienen cabida.
Nuestros colonos eran hombres que llegaban a América con sus familias para glorificar a
Dios por medio del trabajo y a vivir una vida honesta y próspera creando una comunidad
ejemplar encargada de regenerar el mundo. Para nosotros trabajar es orar. Para los
españoles el trabajo es impropio de su categoría social. Los conquistadores no eran
colonos: ellos venían solteros, a enriquecerse a costa de los demás con la esperanza de
gozar su fortuna en España. Ellos procrean hijos por doquier. Prostituyen a la gran
familia azteca. Su avidez por el lujo y la vida material no se satisfacía por medio del
trabajo, sino del despojo, del privilegio y de la influencia. Después de comerse el fruto
tiran la cáscara mexicana. ¿Eso se entiende por patria? El rencor que crearon entre las
masas aborígenes desposeídas de su religión y de sus bienes envenenó el alma mexicana.
Nosotros, desde muy temprano, logramos separar la Iglesia del Estado y elegimos a
nuestras autoridades religiosas y a las civiles, con excepción del gobernador; ellos nunca
eligieron a sus líderes políticos ni eclesiásticos, nunca eligieron a nadie. ¿Qué mexicano
votó alguna vez para elegir al cura de su parroquia…? Nosotros proponemos la tolerancia
religiosa; ellos aceptan los dictados de una iglesia autoritaria que invita a la resignación y
a la miseria, para controlar mejor a la feligresía y cobrar más limosnas, cuyo importe
siempre ocultan. Nuestras fincas sureñas prosperaron gracias a la esclavitud, nuestro
LA VIUDA
Nunca me imaginé lo qu’ iba a sucedernos.
El burro tuve que venderlo al poco rato. Se nos había acabado la comida y con lo que me
dieron por él aguantamos otro tanto. Pero no era l’hambre lo más canijo. También estaba
el frío. Una noche pensé que se me morían las criaturas. El más chico se me puso morado
y yo lloraba de angustia sin hallar qué hacer. Bendito Dios a alguien se le ocurrió
prenderle fuego aquí y allá al bosque de palmas. La lumbre se trepó hasta lo más alto y
un como mar de fuego se levantó en el aire, con unas olas horrorosas pero que nos
cobijaba con la calor. En medio de la noche se veían los soldados, sus hijos y sus
mujeres, todos hambrientos, secos, como un ejército de cadáveres.
Pero los cadáveres los vimos al día siguiente. Había cientos de cuerpos a los que el frío
les había helado l’alma. Yo de milagro salvé a mis críos. Esa vez. Porque un tiempo
después se me fue el más chiquito. ¿Pus cómo iba a aguantar? ‘Tábamos en el desierto,
pa’ donde voltéabamos no se veía más que cielo y hierba y nada de agua. Y cuando había
sabía toda salada…
Y después… en la pelea perdí a Juan. Ya tenía un par de días que habíamos visto a los
que les llamaban yanquis. El señor Santa Anna los anduvo persiguiendo hasta que se los
topó en un lugar que le dicen la Angostura. El lugar era un llano grande, grande,
grandísimo y al fondo, llegando a unas lomas y barrancas estaban los señores esos. No
supe a qué horas se empezaron a dar y así siguieron hasta la noche. Cuando estaba todo
oscuro se veía en el cielo una como nube de fuego que subía y bajaba hasta que los
enemigos se retiraron. Al día siguiente siguieron los balazos, los cañones. Dicen que los
nuestros iban ganado, que habían hecho retroceder a los tales yanquis hasta que sólo les
quedaba una lomita que defender, pero entonces se soltó el aguacero. Dicen que esa vez
ganamos los mexicanos, pero yo no sé. Lo único que sé es que al día siguiente el general
en jefe ordenó retirada. Y yo me dije: ¿así es la guerra? ¿Así se gana? Pero olvidé mis
pensamientos cuando vi que mi Juan no regresaba. Dejé encargados a los dos hijos que
me quedaban y corrí a donde estaban tirados muchos cuerpos. Y sí, ahí lo encontré. La
bala la había entrado por un lado de la cabeza, cerca del ojo, le rompió los dientes y le
ahujeró la lengua, y terminó saliéndole por el cuello. Lo imaginé cayendo como si fuera
un héroe, bañado en su misma sangre y mandando su último pensamiento a nuestros
hijos. Mi borrachito había muerto por la señora patria. Y yo… yo tuve que conseguirme
otro marido. Como otras muchas me junté a otro soldado hasta que murió, y a otro, y a
otro. A fin de cuentas, qué puede hacer una mujer descalza con dos bocas con hambre y
si además hay hombres que de solos también mueren…
IX
EL YANQUI
En los diarios comenzaron a convocar voluntarios para la guerra. Decían que México
había invadido nuestro territorio y matado americanos. Una vez más, como en el Álamo.
Para mí fue un asunto de conciencia. No podíamos permitir que un gobierno despótico
como el mexicano propagara de nuevo su injusticia en Texas y en el resto de la unión.
Así que me alisté. Quiso la suerte que me enviaran con 4º regimiento de infantería de
X
MARGARITA
¡Ja, ja, ja, ja, ja! Me critican por mi risa, porque disfruto reír. ¡Cómo serán! Como si
hubiera algo mejor que reírse. Y nada, nada, nada me produce más risa en este mundo
que la compañía de un hombre. Más risa y más placer… Y entre los hombres no hay
ninguno que pueda compararse a un soldado, ¿no es así? Sobre todo si hablamos de los
soldados como los que siempre acompañan al general Santa Anna. Donceles apuestos,
con uniformes lujosos, con los pechos cubiertos de medallas, plumas en sus sombreros…
Esta guerra con los americanos ha sido espantosa, es verdad, pero al menos nos ha traído
una rica variedad de soldados… ¡Ja, ja, ja!
Una tarde, a principios de agosto, cuando todo mundo sabíamos que los americanos no
tardaban en llegar a México, anunciaron que el presidente iba a pasar revista al Ejército
del Norte en Peralvillo. Mis amigas y yo nos levantamos muy temprano y muy
perfumadas cogimos un coche y nos fuimos a asomar. Fue tan emocionante. El señor
presidente era el más elegante, pero también todos los que lo acompañaban, lujosos,
espléndidos. En cambio el otro ejército, el que venía del norte, se veían muy modestos y
la verdad muy cansados, mal comidos. Sólo algunos oficiales conservaban algo de
apostura.
Los seguimos a la colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe donde se cantó una misa
solemne. Lo bueno que llevábamos nuestras mantillas y nos pudimos colar; después
tocaron las bandas y dispararon los cañones y el general Santa Anna hizo leer una
proclama. Después él y el general Valencia pasaron revista a las tropas que los aclamaban
con un júbilo indescriptible. Se veía que los dos generales se llevaban tan bien… Pero
dicen que a la hora de las batallas se pusieron uno contra el otro… Quesque por
envidia… Quesque por ambición.
¡Ay, pero no hay que hablar de cosas tristes! ¡Ja, ja, ja! No tengo compostura, ¿verdad?
XI
PADIERNA
VOCES
- Pero el gozo se fue al pozo.
- Los ánimos festivos de los capitalinos se apagaron en cuanto se dieron cuenta de
que el general yanqui había decidido no entrar por el Peñón.
- ¿Era un buen estratega?
- ¡Yo qué sé! Lo que sé muy bien es que ese traidor Manuel Domínguez, mandó a
sus hombres a espiar los movimientos en la capital.
- Por eso Scott decidió dirigirse al sur, entrar por Tlalpan y proseguir hacia el
rancho de Padierna.
MARTÍN
Entramos en la estancia y yo, en el lenguaje más pulcro que pude, le expuse la situación
de las tropas del general Valencia.
SANTA ANNA
–No me diga usted, no me diga usted, ése es un ambicioso insubordinado que lo que
merece es que lo fusilen… ¡Borrachón!
MARTÍN
–Señor, vuestra excelencia hará lo que crea justo; pero ese ejército no puede
sacrificarse…
SANTA ANNA
–Usted no debe darme lecciones… ¡estamos! No empiece yo mis escarmientos por
ustedes… ¡Auxilio!, ¡auxilio! y exponer yo mis tropas a la lluvia, al desvelo… por un…
ABELARDO
Aquí no es posible repetir las palabras que saltaron de los labios de su alteza…
ABELARDO
–Es que aquellos soldados no están bajo de techo… ni divirtiéndose.
SANTA ANNA
–En silencio; lárguense ustedes de aquí… ¡Fuera malditos…!
ABELARDO
Y nos salimos llenos de rabia y de dolor…
VOCES
- La noche estaba oscurísima…
- Llovía tupido…
- Constantes relámpagos alumbraban la serranía…
- Y se reflejaban en las corrientes que descendían de las lomas…
ABELARDO
Después de una penosísima travesía llegamos al campo…
VOCES
- Ni una avanzada, ni un rumor, parecía un desierto…
- La tiniebla espesísima, las fogatas apagadas…
- El ruido de la lluvia, percibiéndose en las hojas y ramas de los árboles…
- Que aparecían y desaparecían como fantasmas con los relámpagos…
ABELARDO
Llegamos a la tienda del general Valencia, quien nos recibió en la puerta…
MARTÍN
–¿Qué dice Santa Anna? – Me preguntó Valencia. Le di cuenta de nuestra comisión.
Entonces, como una explosión, desencajado, loco, perdido en tempestades de ira, gritó
Valencia:“¡Traidor, nos ha vendido, nos entrega para que nos despedacen y acaben con la
patria!...”
ABELARDO
A esos gritos en la negra sombra, surgían como fieras grupos que sospechaban lo que
sucedía… Al relampaguear se veían soldados huyendo en varias direcciones, se oían
como aullidos de mujeres… estallaban truenos de fusil y de pistola, corrían caballos
sueltos desbarrancándose en la ladera… Al amanecer, los americanos, inclinaron su
artillería y la nuestra sobre las fuerzas dispersas que huían por el descenso de las lomas y
quedaron regueros de cadáveres; heridos que se arrastraban moribundos; carros hechos
pedazos y mujeres enloquecidas de aullar, con los brazos levantados y los ojos de lobas
perseguidas… Aquella avalancha rodaba, se escurría loca, espantosa, en dirección de
Churubusco.
MUJER 1
Churubusco es una pequeña aldea, distante dos leguas de México, situada en donde se
unen los caminos de Tlalpan y Coyoacán. Está formada por un grupo de humildes chozas
de adobe, levantadas en un suelo fértil y pantanoso, donde la vegetación crece
exuberante. Sus sembrados producen la caña corpulenta del maíz, y las milpas se
prolongan hasta la misma iglesia y convento de Churubusco.
MUJER 2
Serían las siete de la mañana cuando escuchamos el tiroteo lejano sobre las lomas de
Padierna. No pasaron ni veinte minutos y cesó. Teníamos que disponernos a defender
Churubusco.
HOMBRE 1
Entonces llegó hasta nosotros el general en jefe. Nos confirmó que el enemigo venía
sobre su retaguardia, y después de recomendarnos que hiciéramos una defensa vigorosa,
se retiró. Tras él se fueron las tropas. Supimos entonces lo que se esperaba de nosotros:
sacrificio.
HOMBRE 2
Vimos desfilar nuestro destino junto con los cinco mil soldados que seguían a Santa
Anna, a los que llamaban la flor del ejército, retirándose sin combatir. Ahí nos quedamos
en el convento unos seiscientos cincuenta paisanos, mal armados, para enfrentar el
empuje de todas las fuerzas de los Estados Unidos.
LA PERIODISTA AMERICANA
Hasta ahí llegó el victorioso ejército de los Estados Unidos, precedido por el terror que
había preparado todos sus triunfos.
LA ENFERMERA
¿Es necesario volver a contar esta batalla?
¿Acaso no saben todos lo sucedido?
LA PERIODISTA AMERICANA
Que los americanos avanzaron confiados hasta casi llegar a los muros y los recibieron
con una descarga mortífera.
Que estuvieron aturdidos un momento pero al cabo reanudaron el ataque.
MUJER 1
Que el parque se acabó y cuando abrimos las cajas de municiones que había mandado
Santa Anna era de un calibre distinto al de nuestras armas y sólo les sirvió a los
Sanpatricios.
MUJER 3
Que en medio de la refriega el general Anaya quedó momentáneamente ciego pero jamás
abandonó el campo de batalla.
HOMBRE 1
Que cuando no encontramos más proyectiles guardamos silencio.
MUJER 1
Que jamás levantamos la bandera blanca.
CHEMA
Que entre los vencedores que hacían su entrada triunfal en Churubusco se contaba una
cuadrilla de bandidos que capitaneaba el traidor Manuel Domínguez.
JARAUTA
Que estos maleantes, como auxiliares del ejército americano, hacían la guerra a su patria
con más encarnizamiento que los mismos enemigos.
EL YANQUI
Que la cólera de los invasores se cebó sobre los pobres sobrevivientes irlandeses que
lucharon con los mexicanos por motivos de fe y de conciencia.
MUJER 1
Que finalmente izaron su odiada bandera en el convento, pero que estaba casi deshecha
por nuestros tiros.
LA ENFERMERA
¿Hay alguien aquí que no haya oído más de una vez la historia de la más honrosa de las
derrotas?
¿Es realmente necesario recordarla?
XIII
EL CASTILLO Y EL PALACIO
MARTÍN
Parece que estoy viendo el campo…
Por las lomas de los Morales se veía como una inmensa culebra aterciopelada entre cuyos
pliegues reverberaban haciéndose olas las espadas. Aquello era la caballería con cinco
mil hombres como trinquetes.
Nosotros estábamos en el cerro como en un balcón, dando la espalda al sol; a la izquierda
azuleaba, como si se hubieran derretido los montes, la tropa yanqui; a la derecha clarito
se veía la caballería; en el centro, en los edificios, estaban las fuerzas de León, Balderas y
Echegaray.
León era acendrado, ancho de cuerpo, muy severo y muy aquello de atento con todos.
XIV
LA CAÍDA
CHEMA
(Canta.)…Al mero sonar en la catedral la alba de Dios,
llegó un cabo que apenas alcanzaba resuello
y nos dijo: -Ahí vienen los yanquis,
van entrando derecho derecho
por la Alameda y por la Mariscala.
Todos nos pusimos en pie, unos montaron a caballo; yo corrí hasta llegar a la derecha de
Plateros.
MARÍA GUADALUPE
Temblaban las carnes; en todos los ojos había lágrimas, y era natural; figurémonos que a
nuestra misma madre la ponen en vergüenza y le azotan la cara a nuestros ojos. Yo tenía
el pulpejo desta mano entre los dientes, y salió sangre, porque me la mordía viendo
aquéllas cosas…El general yanqui, un tal Scott, estaba con su gury gury en el balcón de
Palacio, como quien predica en el desierto, mientras unos grupos de mujeres le
gritábamos: “¡Cállate, costalón…!, ¡pelos de elote…!
CHEMA
En la esquina de la plaza del Volador, y subido como en alto, estaba un hombre que
hablaba muy al alma: -Las mujeres nos dan el ejemplo, qué ya no hay hombres?, ¿qué no
nos hablan esas piedras de las azoteas? Cuando él estaba más enfervorizado por detrás de
él sonó un tiro de fusil y pasó silbando una bala; un grito de inmenso regocijo y
explosiones de odio, de burla y de desesperación, acogieron aquello…Los yanquis se
fueron sobre el tiro, acuchillando la gente, atropellando a las mujeres y a los niños…
JARAUTA
Me detesta el clero de esta ciudad así como de todo el país. Dicen que soy un cura que
huele más a pólvora que a incienso. ¡Cabrones! Ese día las campanadas de catedral
estallaban como burbujas de oro en el aire vehemente de aquella mañana del 14 de
septiembre de 1847, como dándoles la bienvenida a los yanquis que se apoderaban de
nuestra ciudad. ¿Qué más podría esperarse de nuestra Iglesia descristianizada? En el
momento en que el soldado yanqui empezó a izar la bandera norteamericana en Palacio
Nacional… el corazón me dio un vuelco –el mundo entero dio un vuelco. Ya estaba ahí,
en el aire de la mañana transparente, lo que tanto temimos desde meses atrás, la bandera
flameante de las barras y las estrellas. Yo no lo podía permitir… ¿Para esto anduve a
salto de mata persiguiendo a estos malditos desde Veracruz hasta Tlalpan, cayéndoles
ABELARDO
Todo mi ser dudaba, pero el miedo pudo más y salí corriendo hacia los portales para
abandonar la plaza, torcido, desencajado, la cabeza sumida, pensando hipnóticamente que
una de esas balas que intermitentemente escuchaba disparar estaba destinada a mí, que
corría hacia ella sin remedio. O que uno de esos cuchillos y una de esas bayonetas que
atisbaba destellantes, me aguardaban para poner fin a mi carrera vergonzante. Tropezaba,
resbalaba, me empujaban, caía, volvía a levantarme… En una desas ocasiones en que caí,
alcancé a ver –dentro de una nube de polvo- a un grupo de mujeres que arañaba, mordía,
escupía, desnudaba a un soldado yanqui, quien se crispaba y retorcía como si
convulsionara. Otro más parecía ya muerto. Materias blanquecinas y viscosas surgían de
entre los mechones de pelo rubio y la cara –una cara brutal que no había apaciguado la
muerte- estaba cubierta de sangre.
Todo ocurría como en los sueños. La lucha, los golpes entre los contendientes, los gritos,
los disparos, los cadáveres regados, eran imágenes reales, pertenecían al mundo de la
realidad real, por decirlo así, pero flotaban en una atmósfera más bien neblinosa.
Estaba a punto de alcanzar los portales, cuando una mano como garra me atrapó por un
tobillo. Caí al lado de un yanqui herido que echaba espumarajos por la boca y tiraba
manotazos desesperados hacia todos lados, aunque apenas si lograba mover el resto del
cuerpo. Quedé tendido boca arriba y el yanqui aún alcanzó a asestarme un fuerte
puñetazo en la cara. No lo pensé dos veces. Saqué mi cuchillo de su funda y le asesté una
puñalada en el pecho acezante. El yanqui abrió unos ojos enormes, con un fulgor postrero
que me regalaba sólo a mí, y las palabras –supongo que insultos- se le removieron
convulsas atrás de los dientes, obligando a retraerse a la boca sangrante.
Lo peor del sufrimiento, y en especial del sufrimiento de la agonía, es la soledad que lo
acompaña, y aquel pobre yanqui –que quizá ni siquiera sabía bien a bien a qué había
venido a nuestra ciudad debió sentirse de veras solo en aquel momento. Pero había que
herir de nuevo. El problema era arrancar el cuchillo, hundido hasta la empuñadura. Lo
hice con una fuerza innecesaria, provocándome un tirón en el hombro, y con ese mismo
impulso lo dejé caer otra vez en la casaca azul, muy sucia y con manchas crecientes de
sangre. Los ojos se le pusieron blancos, tragó una última bocanada de aire y descolgó la
quijada, echando nuevos y aún más abundantes espumarajos sanguinolentos. Las manos,
LA ENFERMERA
Ya la noche estaba de lleno en la ciudad. Todo estaba tan negro que ni las manos se
veían. Tiros por allí, bocanadas de gritos por allá… los perros husmeando la sangre, los
muertos muy desnudos en medio de las calles. El pueblo había estado como fiera y como
llama, como mar y como aire fuerte, que vuela bramando…
LA PERIODISTA AMERICANA
¡Falso, mil veces falso! Es un embuste esto del patriota mexicano que disparó a la cabeza
del soldado que izaba la bandera americana. ¡Falso! A esa bandera se le rindió homenaje.
Hubo saludos marciales, sonido de clarines, honores a los Estados Unidos. Ningún
herido. Ningún disparo. Ninguna cabeza ensangrentada. Ningún invasor caído. La
sociedad mexicana, en pleno, asiste al evento. Festeja la futura imposición del orden, las
clases acomodadas agradecen el sosiego. Los invasores son amantes de los negocios. Los
estimularán. El clero sabe que se abre un paréntesis de paz. Nadie atentará en contra de su
patrimonio ni impedirá el ejercicio del culto católico. ¿Por qué no acceder a la anexión
total de México a los Estados Unidos y prescindir de una buena vez de arañas como los
Gómez Farías?. Scott recibe vítores y aplausos en el último tramo rumbo a la plaza de la
República. Pronto recibirá una invitación para una comida en su honor en el Desierto de
los Leones donde Mr. Miguel Lerdo le habrá de rogar que acepte ser presidente de facto,
dictador, tirano de la República Mexicana. ¡Qué gran comienzo para la realización del
Destino Manifiesto! Hoy México, mañana el mundo…
XV
EL TRATADO
LA ENFERMERA
Miércoles 2 de Febrero de 1848, los comisionados mexicanos don José Bernardo Couto,
don Miguel Atristain, don Manuel Rincón y don Luis Gonzaga Cuevas se dieron cita con
el negociador americano Nicolás Trist, en la casa número 10 de la avenida Morelos, en la
ciudad de Guadalupe Hidalgo, ubicada en las orillas del lago de Texcoco, a una legua de
la ciudad de México, para firmar el tratado de paz.
LA VIUDA
El lugar más sagrado sobre la tierra… Donde apareció milagrosamente nuestra madre la
virgencita de Guadalupe para decirnos que México quedaba bajo su protección…
EL GENERAL EN JEFE
“En el nombre de Dios todopoderoso: los Estados Unidos Mexicanos y los Estados
Unidos de América, animados de un sincero deseo de poner termino a las calamidades de
la guerra que desgraciadamente existe entre ambas repúblicas, y de establecer sobre bases
sólidas relaciones de paz y buena amistad, que procuren recíprocas ventajas a los
ciudadanos de uno y otro país y afiancen la concordia, armonía y mutua confianza en que
deben vivir como buenos vecinos los dos pueblos…”
EL JAROCHO
¿En el nombre de Dios?¿Y qué tiene que ver Dios en sus enjuagues? Ora resulta que el
destino por el dedo de Dios se escribió ¿Y nadie piensa ya hacer nada? Uh que la…
MARÍA GUADALUPE
¿Cómo terminó todo? Las familias fueron partidas a la mitad. Las familias tenían tierras y
hogares. De pronto alguien puso una frontera nueva y parte de la familia quedó de un
lado, parte del otro. De un día para otro quedamos enemigos.
LA PERIODISTA AMERICANA
La guerra le dejo a Estados Unidos los campos de Texas y el otro de California. Menos
de trece mil soldados muertos a cambio de dos millones de kilómetros cuadrados. No fue
un mal negocio, ¿O sí?
LA VIUDA
La guerra le dejó a México más de veinticinco mil soldados muertos. Los civiles nunca
pudimos contarlos.
ABELARDO
La guerra le quitó a México más de la mitad de su territorio. Y faltaba que Santa Anna
vendiera años después la Mesilla a los yanquis…
EL YANQUI
La guerra contra México le dejó al gobierno de los Estados Unidos el guión para sus
futuras representaciones.
JOSEFA
Pero la mayor pérdida no puede medirse en tierras, ni siquiera en vidas.
JARAUTA
Esa guerra acabó de destruir la confianza entre nosotros.
LA ENFERMERA
Esa guerra no fue sólo militar, fue una guerra del alma, una guerra del espíritu. Fue por
una manera de ser, por una manera de entender la vida. Y la muerte…
MARGARITA
¡Ay, sí!¡Que se queden! Son tan guapos…rubios como el mismo sol, grandes, fuertes. En
cuanto pasó el reborujo, mis amigas y yo nos fuimos muy arregladas para verlos. Había
tanto de donde escoger… en esos momentos la ciudad se puso de lo más bonita. Muy
animada, ¿no? Pronto comenzaron a abrir los teatros y empezaron a presentarse chous
bien divertidos. Mi comadre, la Cañete era la adoración de lo jefes americanos, y la calle
de Vergara, todos los días parecía carnaval. En el teatro Nuevo México se presentaban
obras en alemán y en inglés, claro. Veri biutiful. Y nosotras nos la pasábamos de lo lindo
ol nait long. A veces en la calle del Coliseo, otras en el callejón de Belemitas para acabar
nuestras partis en el hotel de la Bella Unión. Que nombre más adecuado, ¿verdá? Y es
que allí estaban todos los oficiales. En los pisos bajos había salones de juego; en los
primeros pisos cantinas, billares, y salas de baile y en los altos…Bueno, en los altos
estábamos nosotras. De día la ciudad también se volvió de lo más nice. Las sastrerías
mexicanas se convirtieron en tailors chops, las peluquerías en barber chops y así todas las
tiendas y fondas y mesones. Todos pusieron sus letreros in inglish. ¡Ai fil sou exaited! De
ahora en adelante México se convertirá en un país de lo más civilizado gracias a la
llegada de tantos güeritos. Ai lob dem.
VOCES
- No amo mi patria.
- Su fulgor abstracto es inasible.
- Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos…
- …cierta gente…
- …puertos…
- …bosques de pinos…
- …fortalezas…
- …una ciudad deshecha…
- …gris…
- …monstruosa…
- …varias figuras de su historia…
- …montañas…
- –y tres o cuatro ríos.
FIN