Está en la página 1de 169

DOSSIER

Álvaro 2
MUTIS
ÁLVARO MUTIS
DOSSIER II
Álvaro Mutis

Álvaro Mutis
Dossier II
Editado y publicado por Ediciones del Sur. Córdoba. Argentina.
Septiembre de 2004.

Distribución gratuita.

Visítenos y disfrute de más libros gratuitos en:


http://www.edicionesdelsur.com
ÍNDICE

ARTÍCULOS ....................................................................... 7
30 Maqroll ganó el Cervantes de Literatura 2001,
por Iván R. Méndez ............................................................. 8
Un Cervantes para un Quijote, por Guillermo Tribin
Piedrahita ................................................................... 12
Álvaro Mutis, Premio Cervantes 2001, por Juan
Jesús Aznares ................................................................... 16
Música de naufragios, por Juan Bautista Diuzeide ....... 21
Premio Cervantes 2001: Alvaro Mutis,
por Ángelica Garzón ..................................................... 26
“El hombre ha perdido su noción de humanidad
y ha fracasado como especie”, por Carmen Sigüenza 29
Entrega del Premio Cervantes. Álvaro Mutis
escritor ..................................................................... 33
Mutis, el poeta que con “Maqroll el Gaviero”
se hizo narrador ...................................................... 36
Álvaro Mutis, Premio Cervantes 2002. España
desde Colombia, por Juan del Moral ............................ 39
Álvaro Mutis habla sobre el origen de Maqroll
el Gaviero, y afirma: nunca he dejado la poesía
por la novela, por José Lara ...................................... 45
Álvaro Mutis en el Congreso de la Lengua .......... 48

ENTREVISTAS .................................................................... 51
¿En qué época le hubiera gustado vivir?,
por Gloria Valencia de Castaño ..................................... 52
“El placer de escribir está en encontrar a
alguien que recuerda un personaje que he
creado”, por Marta Rivera de la Cruz .......................... 59
Mutis: “Siempre he escrito lo mismo” ................... 77
12 preguntas para un Cervantes ........................... 81
Fallamos como especie ........................................... 87
Mutis: “Ganar tres premios en España es
abusivo”, por Guillermo Tribin Piedrahita ..................... 90
Álvaro Mutis: “Escribo para perpetuar la tierra
de mi niñez”, por José Font Castro ................................ 94
Entrevistas con Álvaro Mutis ................................ 102

OPINIONES ....................................................................... 117


Mi amigo Álvaro Mutis, por Gabriel García Márquez . 118
Mutis es... ................................................................ 127
Escritores españoles felicitan a Álvaro Mutis ..... 130
Palabras de S.M. El Rey ......................................... 132

MISCELÁNEO ..................................................................... 136


Manifiesto . Contra la muerte del espíritu,
por Álvaro Mutis y Javier Ruiz Portella ......................... 137
El affaire Mutis-Poniatowska, por Julio César
Londoño ...................................................................... 147

Índice de pinturas ........................................................ 166


Índice volumen I ........................................................... 167

6
Artículos
30 MAQROLL GANÓ EL CERVANTES DE LITERATURA 2001

por Iván R. Méndez


analítica.com - 13/12/2001

“Vivimos en una fea época de


confusión en donde los pedantes
encuentran amplio campo al
ejercicio de su necedad”.
ÁLVARO MUTIS
De lecturas y algo del mundo,
Seix Barral, 1999

NO FUE menos difícil, para Maqroll, la batalla por el Pre-


mio Cervantes de Literatura 2001 que sus andanzas por
muladares y puertos de todo el globo. Aquí, en las letras
de la Academia que tanto rehuye, debió enfrentarse al
ingenio de Monterroso, los senderos psicológicos de Goy-
tisolo, las prédicas de Savater y el humor de Bryce Eche-
nique, entre otros contendientes. Pero nuevamente Maq-
roll el Gaviero triunfó, aunque para él “la vida se nos
viene encima como una bestia ciega. Se traga el tiempo,
los años de nuestra existencia, pasa como un tifón y nada
deja”. Así, Álvaro Mutis (Bogotá, 1923) creador de esta
saga de personajes que habitan uno solo, que es muchos
sin necesidad de heterónimos, obtuvo la visibilidad y el
reconocimiento que lo marcan como uno los más gran-
des escritores de Hispanoamérica, junto a Borges, Um-
bral y María Zambrano, sus vecinos en esta suerte de No-
bel literario español acompañado de 15 millones de pe-
setas... Pero nada es perfecto, pues así como la Acade-
mia Sueca se privó de Jorge Luis Borges como uno de
sus galardonados, la no menos arbitraria Academia es-
pañola se empecina en no premiar al Gabo.

Tres en España

El diario ABC sugiere que el jurado fue “a la medida


de Mutis”, pues el ex presidente colombiano Belisario
Betancourt y el español y compañero editorial Arturo
Pérez-Reverte compartieron la faena junto a Cela, Hie-
rro, Umbral (ganador de la edición del 2000), Víctor Gar-
cía de la Concha, Alberto Cañas, José García y Murcia
Victorino. No obstante, el presidente del jurado afirmó
que Mutis triunfó por mayoría, y remató definiéndolo
como “un caballero andante de la palabra”. De esta ma-
nera, España reconoce a Maqroll como un personaje uni-
versal, emblemático, quizá, del trasiego cotidiano y ocul-
to de las cosas, ya que en 1997 le otorgaron el Reina So-
fía de Poesía y el Príncipe de Asturias de las Letras.

Ajustes

Álvaro Mutis nació en una familia de diplomáticos,


de allí su tránsito por Bruselas siendo apenas un niño,
que lo signó con su pasión por las letras francesas y la
historia universal. Sin embargo, su vida ha sido tan atro-
pellada como la de Maqroll, puesto que dirigió la “Radio
Nacional, donde fue locutor de noticias, y actor de ra-

9
dionovelas. Después, fue asesor, vendedor y gerente de
varias empresas. Finalmente se dedicó a colocar pelícu-
las de la Twenty Century Fox y Columbia Pictures, como
gerente para América Latina por más de 12 años”. Asi-
mismo, unos manejos un tanto snob de unos fondos asig-
nados, le aportaron una dosis de cárcel magistralmente
retratada en su correspondencia con Elena Poniatowska
, quien nos aseguró que Mutis es el centro de las fiestas
en Ciudad de México, ya que sus carcajadas son incon-
fundibles. Un hombre alegre, aunque portador de una
filosofía que nos indica que “la vida hace, a menudo, cier-
tos ajustes de cuentas que no es aconsejable pasar por
alto. Son como balances que nos ofrece para que no nos
perdamos muy adentro en el mundo de los sueños y de
la fantasía y sepamos volver a la cálida y cotidiana se-
cuencia del tiempo en donde en verdad sucede nuestro
destino”.

Lenguaje profundo

Mutis es un novelista súbito: seis novelas en siete


años que le trajeron otra musicalidad y un cierto toque
de nihilismo elegante a las letras del mundo. Para él,
“el azar es siempre sospechoso, son muchas las másca-
ras que lo imitan”, sentencia clave para entender las re-
laciones del Gaviero con Ilona, Warda, Antonia… que
confirman que “los hombres somos una especie inconse-
cuente y fantasiosa y es allí donde perdemos siempre la
partida”. En el libro de Eduardo García, Celebraciones
y otros fantasmas: una biografía intelectual de Álvaro Mu-
tis (TM, 1993), el escritor señala entre sus preferencias
poéticas a Joe Bousquet quien definió a la poesía como
“la lengua natural de lo que nosotros somos sin saberlo”.
Asimismo, revela su pasión por Garcilazo, Racine y Villón.

10
Apenas pistas podemos esbozar de este sigiloso pen-
sador y músico de la palabra, pero sus poemas y nove-
las están allí, a la vuelta de un estante, esperándote para
decirte que “hace mucho que las cosas nos dejaron para
poblar otros dominios y manifestar allí su especial su-
pervivencia”.

11
UN CERVANTES PARA UN QUIJOTE

por Guillermo Tribin Piedrahita


El Almanaque. 19/diciembre/2001

ÁLVARO MUTIS, con su brillante pluma, con una carrera


excepcional como escritor y poeta, fue galardonado con
el Premio Cervantes de las Letras, considerado como el
Nobel de la literatura en lengua española, y a sus 78 años
—nació en Bogotá en marzo de 1923— entregó algo in-
esperado a su país, Colombia: borrar de un plumazo —nun-
ca mejor dicho— la diaria información de la violencia te-
rrorista para dar paso a la alegría por la obtención de un
galardón que bien merecía su estupenda obra literaria.
Puede decirse sin exageraciones que se ha otorgado
un Cervantes a un auténtico Quijote de las letras, y como
él mismo lo afirmó en México tras conocer la noticia, fue
el propio Miguel de Cervantes Saavedra el que “me dio
el premio”.
Mutis, un viajero incansable a quien le ha obsesiona-
do la transhumancia, que se refleja muy bien en su obra,
reside en México desde 1955 cuando abandonó su Colom-
bia natal voluntariamente, para exiliarse debido a la dic-
tadura del general Gustavo Rojas Pinilla, quien en el úni-
co golpe ocurrido en ese país durante el siglo XX, derro-
có al entonces presidente constitucional, Laureano Gó-
mez Castro.
Las primeras páginas de todos los diarios y las pri-
meras noticias con las que se abrieron los informativos
radiales y televisivos colombianos del 12 de diciembre,
estaban consagrados al autor de “Empresas y tribula-
ciones de Maqroll y el Gaviero”, su obra cumbre, mien-
tras que en España, Estados Unidos y México, entre otros
países, también se le dedicaban varias páginas para exal-
tar su figura, su estilo y su prestancia como escritor y
poeta.
En esa obra reunió sus libros “La nieve del almiran-
te”, “Illona llega con la lluvia”, “Un bel morir”, “La últi-
ma escala del Tramp Steamer”, “Amirbar”, “Abdul Bas-
hur, soñador de navíos” y “Tríptico de mar y tierra”.
Es la primera vez que un colombiano obtiene el Pre-
mio Cervantes de las Letras, al que también fue candi-
dato su compatriota y prestigioso escritor y premio Nobel
de Literatura Gabriel García Márquez, quien en un acto
de humildad para unos, de soberbia para otros, rechazó
su nominación, por considerar que “todo lo que he sido
y puedo ser en el futuro dentro de la literatura mundial,
ha sido recompensado con el Nobel. No quiero recibir nin-
gún otro premio literario”.
Mutis en un “cervantino empedernido” que nunca
ahorra elogios para el que siempre ha considerado el “más
grande de los escritores españoles”, y por quien siente
verdadera veneración por “la conmovedora vida de Cer-
vantes, llena de dificultades, de escollos, que fue ven-
ciendo con una paciencia y una nobleza enorme”.
Por su sangre, como por la de casi todos los colom-
bianos, corre sangre española. Uno de los más ilustres
antepasados suyos fue José Celestino Mutis, botánico y
matemático español, que nació en Cádiz en 1732 y murió

13
en Bogotá en 1808. Fue director científico de la expedi-
ción destinada a las plantas de Nueva Granada, mate-
riales que a su muerte pasaron al Jardín Botánico de Ma-
drid.
El mundo de las letras, sin fisuras, elogió y estuvo
de acuerdo por la concesión de ese premio para Mutis,
máximo “exponente de una extraordinaria literatura en
narrativa y poesía”, como lo han definido varios escrito-
res iberoamericanos.
Este premio es considerado de “mucho más valor”
porque “había 25 candidatos y la mayor parte figuras de
una relevancia extraordinaria”, como dijo el presidente
de la Real Academia Española de la Lengua, Víctor Gar-
cía de la Concha, uno de los once miembros del jurado.
Entre los finalistas figuraban escritores de renombre
como Fernando Arrabal —finalista—, Javier Marías, Juan
Goytisolo o Ana María Matute.
Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz y Guillermo
Cabrera Infante (Cuba); Jorge Luis Borges, Ernesto Sába-
to y Adolfo Bioy Casares (Argentina); Juan Carlos One-
tti (Uruguay), Octavio Paz y Carlos Fuentes (México);
Augusto Roa Bastos (Paraguay), Mario Vargas Llosa (Pe-
rú) y Jorge Edwards (Chile), fueron los doce escritores
latinoamericanos que precedieron a Mutis en la obten-
ción del Nobel de las Letras Españolas.
Mutis romperá un acuerdo con García Márquez y el
pintor Fernando Botero, suscrito en marzo pasado, de
no “volver a España mientras se exija la visa de entrada
a los colombianos”, y el 23 de abril de 2002 —fecha de la
muerte de Cervantes-— estará recibiendo el premio de
manos de Su Majestad Juan Carlos I en la Universidad
de Alcalá de Henares (Madrid).
Este galardón se une, entre otros, a los premios Prín-
cipe de Asturias y Reina Sofía de España (1997) y al In-

14
ternacional Neustadt, de la Universidad norteamerica-
na de Okllahoma (2000).
“No espero nada de la vida, sólo la dejo pasar”, dijo
filosóficamente Mutis, a quien le hubiera gustado vivir
en el siglo XVIII “con toda su carga de cinismo, de liberti-
naje, de elegancia, de bien escribir”.

15
ÁLVARO MUTIS, PREMIO CERVANTES 2001

por Juan Jesús Aznarez | México


El País - 23/12/2001

EL ESCRITOR colombiano Álvaro Mutis (Bogotá, 1923), afin-


cado en México desde hace varias décadas, último pre-
mio Cervantes, se declara devoto del autor del Quijote,
poco interesado por la política, monárquico, anarquista
y convencido de que la poesía sobrevivirá al hombre. ‘Lo
mejor es dejar que pase la vida. No tratar ni de arreglar,
ni de cambiar las cosas. Van a venir desventuras, van
venir momentos gratos, y ya. Siempre ha sido así’.
El vagabundeo del apátrida Maqroll, su errante pe-
ripecia por tierras y mares de leyenda, conduce en bue-
na medida a la trayectoria de su genial creador: Álvaro
Mutis, ganador del último Premio Cervantes de Litera-
tura. La compilación Empresas y tribulaciones de Maq-
roll el Gaviero (Alfaguara) agrupa una de las más nota-
bles narraciones de la literatura hispanoamericana. El
colombiano afincado en México es, sobre todo, un soña-
dor que se declara monárquico. ‘Pero tal vez sea un anar-
quista como lo pueda ser Maqroll’, dice en conversación
con este diario. Nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923,
día de San Luis Rey de Francia, y no descarta la influen-
cia del santo en su devoción por la monarquía.
El hombre de la gavia, que aparece en los primeros
poemas del autor, escritos a los 19 años, es protagonis-
ta de siete novelas, y en ninguna de ellas se menciona
la edad, nacionalidad o evolución de su carácter. El aven-
turero tiene existencia propia en la de su hacedor, un
dudoso pasaporte chipriota, y, en ocasiones, es la pro-
longación novelesca de los anhelos de Mutis, no su álter
ego. El Gaviero gravita sobre un intelectual que escribió
poesía durante 40 años, y a los 63, en 1986, su primera
novela: La nieve del Almirante. ‘Siempre tuve la certeza
de seguir trabajando con los elementos, los sueños, el
ámbito personal de las certezas y desesperanzas que me
acompañaron durante mi intento de ser poeta’.
Devoto también de Miguel de Cervantes, mitad Qui-
jote mitad Sancho él mismo, el colombiano se muere de
risa con cada lectura de la obra cumbre, pero también
toma conciencia de la condición humana, de sus muchas
debilidades, presentes en el hidalgo y en su escudero.
Sostiene que Don Quijote no estaba loco, ni mucho me-
nos, y que eso lo sabía Cervantes. El de La Mancha com-
bate contra los molinos de viento, contra los gigantes,
‘contra la realidad plana que nos ataca cada día, ahora
por Internet, por e-mail y por todos esos sistemas espan-
tosos’. Agonizando el caballero andante, Sancho Panza,
la realidad misma, cambia de bando y pide a su señor
seguir en los sueños, rechazar la fea realidad, soñar para
cambiar el mundo. ‘Lo que Colombia necesita, por ejem-
plo, es que la saquen de esa realidad y regresar a los sue-
ños’. Mutis detesta la política, casi una maldición, nun-
ca ha votado, y habla de ella cuando se le pregunta. Cree
que el presidente venezolano, comandante Hugo Chávez,
abusa de la figura de Simón Bolívar, sobre quien el ga-

17
nador del Cervantes escribió una novela de casi 300 pá-
ginas.
El libertador americano adquiría en ellas el perfil
diseñado por la documentación histórica sobre su com-
portamiento: fue un político inmaduro, lego en la con-
ducción de hombres, y nada sagaz en el cálculo. ‘Pero era
adorable, un romántico perdido’. El caso es que no le gus-
tó el manuscrito y lo quemó en la chimenea de casa. Su
buen amigo Gabriel García Márquez habría de retomar
la idea y al prócer en El general en su laberinto. ‘Los po-
pulismos abusivos acaban finalmente con más pobres,
más desorden, y más miseria, moral también. Chávez no
sabe de qué está hablando’, piensa Mutis.
Sorprende la jovialidad, la arrolladora simpatía de
un hombre espantado por la demencia y depredación de
la que son capaces sus semejantes. ‘Es que lo mejor es
dejar que pase la vida. No tratar ni de arreglar, ni de cam-
biar las cosas. Van a venir desventuras, van a venir mo-
mentos gratos, y ya. Siempre ha sido así’.

—Sabrá usted que algunos de sus seguidores consi-


deran una boutade su fervorosa adscripción monárquica,
gibelina y legitimista.
—Nada de boutade, por Dios. Tengo grandes sospe-
chas, y cada vez más justificadas estos días, en la demo-
cracia, y el rechazo más absoluto a la dictadura, que fi-
nalmente es una democracia disfrazada porque popu-
laridad igual a la de Perón, en la Argentina, y a la de Fran-
co, en España, pues no hablemos de eso...

—¿Y el voto?
—No hablemos del voto popular. Acuérdese de aque-
llo que decía Ortega y Gasset: ‘Cuando muchos creen en
una cosa es para una idiotez o una bellaquería’. En cam-

18
bio, el régimen monárquico, por lo menos, tiene una re-
ferencia a algo que nos trasciende. Hoy día, pensar en la
monarquía es un poco fuera de lugar, pero, sin embargo,
tenemos en España, y digo tenemos, una monarquía ejem-
plar.

—Más parece anarquista que monárquico


—Le voy a contar lo siguiente. Un amigo francés, mi
traductor en francés, un antiguo trotskista, cuando le
decía yo todo este rollo de la monarquía, me dijo: ‘Oye,
tú lo que eres es un anarquista’. ‘No, nunca, yo no pongo
una bomba’. ‘No, no estoy diciendo eso, pero eres un anar-
quista’. Tal vez lo sea como lo pueda ser Maqroll tam-
bién.

Presente en todas sus novelas el aliento poético, Ál-


varo Mutis ha sido mucho más además de posible anar-
quista, o monárquico, confeso enamorado de España y
de los cafetales colombianos, y autor de una inmensa pro-
ducción poética. ¿Le hubiera gustado hacer alguna de
las burradas de Maqroll? Se ríe. ‘Yo hubiera hecho el ne-
gocio de las alfombras en Marruecos, un poco mejor para
no caer en manos de la policía en Marruecos, aunque yo
caí en manos de la policía aquí y me salvé de milagro’.
Álvaro Mutis, ganador de los premios Príncipe de
Asturias y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, es hijo
de diplomático, un dichoso caballero, y huyó de la dic-
tadura del general colombiano Gustavo Rojas en 1956
perseguido también por una audacia digna de El Gaviero:
siendo ejecutivo de Esso, escamoteó fondos de esa mul-
tinacional petrolera y cumplió 16 meses de prisión en la
penitenciaría mexicana de Lecumberri. La experiencia
fue terrible, y fecunda. Aquel presidio arrumbó definiti-
vamente su flanco frívolo, al joven consentido y capri-

19
choso. ‘Nunca juzgo, porque todos tenemos algo de lo que
juzgamos’. Escribió entonces el testimonio Cuaderno del
Palacio Negro.
El rescate del pasado es una constante. Al abundar
sobre sí mismo, sobre Los emisarios, o sobre los poemas
Crónica regia y Alabanza del reino, Álvaro Mutis dice
explorar, no sin dificultades, titubeos y ráfagas de duda,
una nueva manera de contar lo mismo, lo de siempre, lo
único que ya para él es contable: ‘Los fantasmas que, des-
de mis ávidas y desordenadas lecturas de adolescente
en la finca de café y caña de azúcar que había fundado
mi abuelo materno, me visitan con asiduidad’.
Su pugilato con las palabras y las ideas es a brazo par-
tido. ‘El trabajo siniestro de escribir’. Durante muchos
años fue locutor de radio, relaciones públicas de la aero-
línea Lansa, gerente de ventas de la Twentieth Century
Fox, y de Columbia Pictures, y prestó su voz a la serie
Los Intocables. Alguna vez ha dicho que hubiera querido
morir en Coimbra, desterrado por el Conde Duque, ale-
jado de la Corte y ya muertos sus viejos amigos. Le sir-
ven los últimos deseos del señor Mariscal: ‘Dadme un si-
tio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y
una mortaja de lino’. Pero la poesía, apuesta, nunca mo-
rirá. ‘Morirá el último hombre y seguirá habiendo poe-
sía’.

20
MÚSICA DE NAUFRAGIOS

por Juan Bautista Diuzeide


Página/12 - 30/12/2001

¿Quién es Álvaro Mutis, recientemente


distinguido con el Premio Cervantes? A
continuación un rápido repaso por la obra de
uno de los escritores colombianos más
importantes de su generación.

EL COLOMBIANO Alvaro Mutis es un autor de los más re-


conocidos en el ámbito hispanoparlante. Traducido al fran-
cés, al italiano, al inglés, su obra ha sido poco o nada dis-
tribuida en Argentina. Nacido en Bogotá el 25 de agosto
de 1923, Mutis suele privilegiar otras coordenadas de
tiempo y lugar: “Uno no nace donde lo dio a luz su ma-
dre, uno nace donde, en un momento dado, en un rincón
del mundo, el mundo dice tú eres yo y yo soy tú”. En su
caso, la finca Coello en la región de Tolima, en la con-
fluencia de los ríos Coello y Cocora. Esa finca significa-
ba para el niño Mutis vacaciones. Su poesía es acaso el
intento —siempre fallido y siempre renovado— de re-
encontrar aquel tiempo perdido. La mayor parte del año
la pasaba con su padre diplomático en la legación colom-
biana de Bruselas. En medio estaba el océano Atlántico,
que demoraban un par de semanas en cruzar a bordo de
cargueros con una cubierta para (selecto) pasaje hasta
el puerto de Buenaventura, y de allí en carro, tren y ca-
ballo, hasta la finca. De tales travesías le quedaron a Mu-
tis el aprecio por los navegantes, el amor al mar y los
barcos, la afición a los instrumentos y cartas náuticas,
que atesora.
Publicó sus primeros escritos en diarios y revistas
de Colombia, de donde tuvo que irse a causa del empleo
antojadizo de unos fondos de la Standard Oil, para la
que trabajaba. Según él, una suma desviada para ayudar
a algunos amigos en peligro, opositores a la dictadura
militar de Rojas Pinilla. El destino elegido fue México.
Pero hubo un juicio y el gobierno solicitó su extradición.
Mientras esperaba un veredicto, pasó 18 meses preso
en el penal de Lecumberri. Para su dicha, el gobierno
colombiano cayó y fue puesto en libertad. Adentro había
empezado a escribir lo que sería el Diario de Lecumberri.
Desde 1956 vive en México. Sin horario fijo, cuando
se le da la gana, escribe en una anacrónica —y bellamen-
te diseñada— Smith Corona.
Sus libros de poemas son La balanza (1948), Los ele-
mentos del desastre (1953) —elegido en una reciente en-
cuesta como uno de los quince libros más importantes
de la literatura colombiana—, Reseña de los hospitales
de ultramar (1959), Los trabajos perdidos (1965), Summa
de Maqroll el gaviero (1973), Caravansary (1981), Los
emisarios (1984), Crónica regia y alabanza del reino (1985),
Un homenaje y siete nocturnos (1987). Sus novelas y re-
latos: Diario de Lecumberri (1960), La mansión de Arauca-
íma (1973), La nieve del almirante (1986), Ilona llega con
la lluvia (1987), Un bel morir (1989), La última escala

22
del tramp steamer (1989), Amirbar (1990), Abdul Bashur,
soñador de navíos (1992), Tríptico de mar y tierra (1993).
Se enoja y protesta cuando se le señala una presun-
ta influencia de Joseph Conrad. Su mayor influencia, pro-
pone, es Charles Dickens. Ni qué hablarle tampoco del
realismo mágico, “una fórmula inventada en Europa para
intentar explicarse el fenómeno de Latinoamérica”. Di-
cho esto, téngase en cuenta, por quien durante muchos
años fue la primera persona a quien Gabriel García Már-
quez —amigo desde siempre— daba a leer sus novelas.
En 1959 la revista Mito publicó “Los hospitales de
ultramar”. Allí pudo leerlo Octavio Paz, a quien se debe
el primer escrito crítico de importancia dedicado a su
obra fuera de Colombia. El mexicano develó ya desde
esos inicios algunas constantes temáticas y formales: “la
precisión en el horror chabacano; la alianza del esplen-
dor verbal y la descomposición de la materia, la descrip-
ción de una realidad anodina que desemboca en la reve-
lación, apenas insinuada, de algo repugnante; la fami-
liaridad con las imágenes desordenadas de la fiebre, el
gusto por las cosas concretas e insignificantes que, a fuer-
za de realidad, se vuelven misteriosas; la predilección
por el encuentro de objetos cotidianos y vulgares en un
escenario extraño, la evocación de la lejanía por medio
de objetos infinitamente cercanos o, a la inversa, la re-
ducción de lo remoto a una proximidad inmediata, de
pronto amenazante”. Anotemos otras: el paso del tiem-
po, el fracaso, la derrota, la enfermedad, el clima opre-
sor, el erotismo, las epifanías. La tensión entre prosa y
verso, imaginación y reflexión metapoética, memoria y
olvido. La nada como destino que es a la vez catástrofe
y salvación: “esa otra orilla donde el tiempo/ no reina ni
ejerce ya poder alguno/ con la hiel de sus conjuros y ma-
quinaciones” (“Nocturno en Valdemosa”).

23
Especialmente provocador a la hora de las cuestio-
nes políticas, Mutis afirma “la sola palabra modernidad
me pone los pelos de punta”. Como si fuera poco se dice
“monárquico”. “Nunca voté. Nunca creí ni tuve fe alguna
en las intenciones de hombres que desean mejorar la vida
de sus semejantes. Me parece que se trata de una espe-
cie muy sospechosa de seres. Creo que sus afanes condu-
cen a los campos de concentración o las purgas stalinistas
(...) Estoy de acuerdo con Borges cuando dice que la de-
mocracia es un abuso de la estadística. Uno de los perso-
najes más siniestros, uno de los más enfermizos y dia-
bólicos asesinos, Adolf Hitler, fue elegido canciller de
Alemania por la mayoría. El evento político más recien-
te que realmente me preocupa, y al que aún no logro re-
signarme, es la caída de Bizancio en manos de los tur-
cos en 1453”.
Dichosos los escritores que logran al menos un per-
sonaje indeleble. Álvaro Mutis revista en esa galería de
tocados por la gracia merced a Maqroll el gaviero, mari-
no existencialista sin conchabo ni rumbo fijos. Un anar-
quista nato que pretende ignorarse o que se ignora como
tal, se lo caracteriza en el cuento Jamil. Siempre al filo
del desastre y rodando por los rincones más apartados
del mundo, sin cuidar un instante de lo que pudiera suce-
der mañana. Con amigos de la misma calaña siempre tie-
nen planes tan fabulosos como insensatos para convertir-
se en potentados. Martingalas que bordean lo delictuoso
cuando no ingresan de lleno en el territorio de lo pro-
hibido y que, la mayoría de las veces, resultan fracasos
completos. Cuando triunfan, dada su irrefrenable voca-
ción de catadores de hembras soberbias, licores traicio-
neros y manjares picantes (los adjetivos son intercam-
biables), ese dinero se les escurre como agua en una clep-
sidra.

24
Hay un guiño cervantino en la narrativa de Álvaro
Mutis: él mismo aparece en su obra como alguien que
escribe acerca de Maqroll el gaviero, quien está al tanto
de la existencia de tal biógrafo. “Maqroll es todo lo que
quise ser y no fui. Todo lo que yo he sido y no he confe-
sado. Maqroll ha estado conmigo desde que escribí mis
primeros poemas, a los 19 años”, dice Mutis, el último
ganador del premio Cervantes.

25
PREMIO CERVANTES 2001: ALVARO MUTIS

por Angélica Garzón


Deverdad - enero 2002

“...si el viaje persiste por días y


semanas, si nadie te habla y,
adentro, en los vagones atestados
de comerciantes y peregrinos te
llaman por todos los nombres de
la tierra, si es así, no habré
esperado en vano el breve dintel
del cloroformo y entraré amparado
por una cierta esperanza”.

(Breve poema de viaje)

A FUERZA de innumerables viajes el escritor colombiano


Álvaro Mutis ha creado a Maqroll el Gaviero, el más em-
blemático de sus personajes, un navegante que arrastra
por aguas del trópico su soledad y le lleva a enfrentarse
a la muerte de toda ilusión. ¿Su alter ego? Tal vez.
Los viajes de Mutis comienzan en Bogotá, donde nace
en 1923, vive de los tres a los nueve años en Bélgica, para
regresar a Colombia ante la repentina muerte de su pa-
dre. Pasa una parte muy importante de su infancia en el
Viejo Caldas, una región cafetera donde su abuelo tenía
tierras. Tiene que huir a México en 1956 porque la mul-
tinacional ESSO, para la cual trabajaba de relaciones pú-
blicas, lo acusa de malversar fondos en proyectos cultu-
rales, delito del que, dice García Márquez, “disfrutamos
muchos escritores y artistas, y que sólo él pagó”.
Llega con dos cartas de presentación, una de ellas
para Buñuel. Gracias a ello consigue trabajar en una com-
pañía de publicidad, pero tres años más tarde es encar-
celado por ese delito que le persigue. Pasa 16 meses en
la cárcel y considera que fue una de las experiencias más
importantes de su vida, ya que además de escribir “Dia-
rio de Lecumberri” (1960), algunos de los poemas de los
Relatos Perdidos, (1965) y montar una obra teatral con
otros presos llamada “El Cochambres” cambió toda su
visión del dolor y el sufrimiento humanos; y que como él
mismo plantea, en el medio frívolo en que se movía, pa-
saban desapercibidas. Al salir, empieza a trabajar como
representante de ventas de una de las principales distri-
buidoras de películas para Latinoamérica, sigue viajando
durante 23 años, hasta que se retira para dedicarse com-
pletamente a la literatura.
Es un exiliado eterno, dice “...somos exiliados de nues-
tra infancia, de nuestra vida misma”. Pero es de la pro-
fundidad de “Coello” una finca de café y plátano de su
abuelo de donde provienen sus obras. En La mansión de
Araucaima (1973 ), en Cocora (1981) o en Almirbar (1990)
recrea la vida con personajes que reflejan el paisaje don-
de viven: apasionados y misteriosos. O el contraste en-
tre América y Europa que se expresa en Un bel morir
(1989).
Álvaro Mutis es uno de esos célebres desconocidos,
antes del Premio Cervantes había recibido entre otros
el Príncipe de Asturias de las Letras y Reina Sofía de
Poesía. En 1986 La nieve del Almirante recibió el pre-

27
mio a la mejor novela extranjera en Francia, por Ilona
llega con la lluvia fue condecorado con el Águila Azteca
en México (1987) y recibe en 1990 el premio Nonino en
Italia.
Dice que los premios le sirven en la afirmación de
una serie de convicciones que ha tenida desde niño. Pero
seguramente de los que se siente más orgulloso es de los
que recibe en España. En una conferencia dada en la
Universidad Complutense de Madrid en 1997 decía: “...ten-
go necesidad de España... ¿por qué no decimos de una
vez la patria, la otra patria, no la madre patria, que es
una forma de distanciar en cierta forma, aunque parez-
ca tan cariñosa?” Para luega añadir: “...creo que noso-
tros los iberoamericanos... tenemos todavía la posibili-
dad de escapar de la despersonalización y de este infier-
no llamado globalización en donde nos quieren meter
civilizaciones que bien poco tienen que ver con nosotros
y con nuestra tradición”.
Y ha sido consecuente con estas declaraciones. For-
mó parte del grupo de intelectuales colombianos que tras
la aprobación de la nueva política de migraciones y re-
glamentar el visado para entrar en España, exigieron
en una carta al gobiemo español derogar la medida, y de-
clararon “...con la dignidad que aprendimos de España,
no volveremos a ella mientras se nos someta a la humi-
llación de presentar un permiso para poder visitar lo
que nunca hemos considerado ajeno”. Después de este
viaje, Mutis recibe el premio Cervantes, que es un ho-
menaje a toda una generación de escritores y artistas de
Latinoamérica.

28
“EL HOMBRE HA PERDIDO SU NOCIÓN DE HUMANIDAD
Y HA FRACASADO COMO ESPECIE”

por Carmen Sigüenza - Madrid


Diario de Noticias, 22/4/2002

Álvaro Mutis recogerá mañana martes el


galardón más importante de las letras hispanas,
el Premio Cervantes. Lo hará de manos de Juan
Carlos I, circunstancia que le hace doblemente
feliz porque este autor, que asegura que “el
hombre ha perdido su noción de humanidad”, ha
confesado profesar “una gran admiración y
devoción” hacia la figura del monarca, y ser un
rendido admirador de Cervantes, cuya vida
confiesa haber sido para él “una lección
entrañable y un conmovedor ejemplo de lo que es
el destino humano”, con una obra “espléndida y
siempre moderna”.

EL ESCRITOR colombiano Álvaro Mutis recibirá mañana el


Premio Cervantes de manos del Rey, Juan Carlos I. “Es-
toy muy conmovido”, dice el autor Álvaro Mutis, que na-
ció en Bogotá en 1923, en vísperas de recoger el Premio
en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
“Vivir esa ceremonia es una experiencia en la vida muy
importante, sobre todo, si viene de la mano del Rey Juan
Carlos, alguien por quien siento verdadera devoción des-
de hace muchos años”.
Devoción y “veneración” que también profesa por el
autor de El Quijote, tema sobre el que girará el discurso
de aceptación del prestigioso Premio.
“La vida de Miguel de Cervantes siempre ha sido para
mí una lección, un entrañable y conmovedor ejemplo de
lo que es el destino humano, porque a pesar de que vi-
vió situaciones terribles creó una obra espléndida y siem-
pre moderna”, asegura Mutis, quien leyó El Quijote por
vez primera con tan sólo 12 años de edad. Mutis confie-
sa que lo que más le gusta es su muerte porque “demues-
tra la sabiduría de Cervantes al hacerlo morir en una
especie de aceptación total”.
El Premio que recibirá mañana viene a sumarse al
Príncipe de Asturias de las Letras y al Reina Sofía de Poe-
sía, los tres grandes galardones literarios de España.
El próximo día 23 será una intensa jornada para el
creador de Maqroll el Gaviero, ese álter ego que ha verte-
brado casi toda la obra del escritor colombiano y a quien
no ha querido invitar a la ceremonia de entrega.
“No le pongo en estas fiestas porque me crea proble-
mas”, asegura con humor Álvaro Mutis, un hombre que ha
vivido intensamente, siempre alegre y enérgico, como di-
cen sus amigos, pero muy crítico y escéptico con el mundo.
“El hombre ha perdido su noción de humanidad. Nos
hemos convertido en unas sombras movidas por máqui-
nas y por instrumentos electrónicos que ya nada tienen
que ver con nosotros”, recalca el escritor, quien conside-
ra que el hombre “ha fracasado como especie”.

30
Oriente Medio

Un Álvaro Mutis que nunca habla de política y que


se confiesa “gibelino, monárquico, legitimista y anarquis-
ta”, pero que pone tono firme y serio a la hora de comen-
tar la situación de Oriente Medio: “Me parece gravísimo,
me parece terrible. Yo creo que los palestinos tienen de-
recho a su tierra y mientras no se despierte el mundo a
esa realidad seguirá esta matanza absurda”.
Una mirada pesimista que también abarca a su país
natal, Colombia y, en general, a toda Latinoamérica.
“Siempre ha estado en crisis, porque somos un con-
tinente un poco adolescente todavía —dice—, pero tam-
bién hay países europeos que han vivido en crisis duran-
te muchos años, y las crisis ayudan a despertar al hom-
bre y hacerlo consciente. No digo que estas situaciones
sean positivas, porque se sufre, pero en sí son una ex-
periencia profunda que a un escritor le sirve para tomar
una importante lección”.
Reflexiones como éstas son las que llevan a Álvaro
Mutis a preguntarse: “¿Cómo no voy a ser pesimista, quién
no va a ser pesimista?, basta leer la historia, ¿no? Opti-
mista es alguien al que no le han dado todos los datos”,
precisa.
Hace algún tiempo Álvaro Mutis creía que un buen
revulsivo para mejorar la condición humana era la poe-
sía. “Ejerce un poder salvador en el hombre —decía—.
Permite seguir viviendo con el menor asco y la menor
náusea posible”, una lección que le trasmitió su amigo y
también escritor, el guatemalteco Luis Cardoza y Ara-
gón. Hoy, sin embargo, este colombiano, afincado en Mé-
xico en la actualidad, dice que la literatura y la poesía
no ayudan a que el hombre sea un poco mejor. “Ceo que
ayudan a mejorar individualmente, a tener más concien-

31
cia de sí mismo. Pero que ayuden a mejorar al hombre
todavía no se ha demostrado porque la historia es una
sucesión de desastres y los errores del hombre son real-
mente aterradores”.
Álvaro Mutis, que se siente, sobre todo, “un servidor
de la poesía”, ha teñido siempre toda su obra literaria
con un denominador común: el paisaje de tierra calien-
te; los cafetales, los ríos “torrentosos”, la naturaleza sal-
vaje y los mares de América y Europa, siempre entrete-
jidos.

32
ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES.
ÀLVARO MUTIS ESCRITOR

EFE – Madrid
Diario de Noticias – 24/4/2002

“Siempre he sentido que mi obra


caminaba desamparada por
sendas ajenas a mi vida diaria”
ÁLVARO MUTIS

EL ESCRITOR Alvaro Mutis ensalzó ayer, en su discurso de


agradecimiento del Premio Cervantes, la figura del au-
tor de El Quijote, un hombre de “destino adverso y sem-
brado de injusticias”, creador de una obra en la que “el
genio está presente en cada línea para mostrar, con lú-
cida evidencia, nuestro precario paso por la tierra”.
En un discurso de tres folios, sin duda uno de los más
breves que se recuerdan en los veinticinco años de histo-
ria del Premio, si se exceptúa el de Borges, Mutis agra-
deció el galardón y dijo que España, al concedérselo, otor-
ga a su obra “un lugar y un porvenir que, a tiempo de lle-
narme de felicidad, me la entrega identificada con mi
propio destino”.
El creador de Maqroll el Gaviero confesó al comien-
zo de su discurso que la concesión de este premio ha des-
pertado en él “las más antiguas y entrañables vetas” de
su conciencia, tanto por lo que le ha supuesto a título per-
sonal como porque ha incrementado la “veneración in-
declinable” que siente por Cervantes desde su más tem-
prana juventud.
La relación de este colombiano de 78 años con su pro-
pia obra ha estado marcada por “el rigor de una autocrítica
implacable y la angustia de no haber alcanzado la pleni-
tud y claridad de lo que he querido decir”.
“Como jamás he vivido de mi vocación literaria y me
he ganado el pan en oficios muy distantes de las letras,
he tenido siempre la sensación de que mi obra camina-
ba desamparada por sendas ajenas a mi diaria rutina”,
afirmó el escritor con la voz pausada y tranquila con la
que leyó todo el discurso.

Reconocimientos

El que el Premio Cervantes se conceda en España es


algo que llena de especial satisfacción a Mutis, porque
“los españoles, las letras y las artes, la historia de esta
nación, conforman las circunstancias de mi existencia,
la materia siempre esencial de mis sueños y el apoyo que
me rescata en los días de angustia y desconcierto”.
El escritor, cuya obra ha sido reconocida también con
premios tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias
de las Letras, el Nacional de las Letras de Colombia o
el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, pidió “indul-
gencia” por la incursión que hizo en su discurso en las
confesiones personales, pero “debo reconocer que es para
mí muy importante ponerme en orden frente a tan ge-
nerosa y obligante distinción como ha sido este Premio
Cervantes”.

34
Y tras las disculpas, Mutis habló de su “veneración
indeclinable y cada día más cálida” por la persona y la
obra de Cervantes. “Creo que es difícil encontrar en la
historia de las letras de Occidente, un destino más ad-
verso, más sembrado de injusticias, olvidos y amargos
altibajos, que el que tuvo que padecer el entrañable au-
tor de una obra literaria incomparable y luminosa”.
Desde que leyó en su adolescencia una edición esco-
lar de El Quijote, que dejó en él “una impresión inolvi-
dable”, la obra cervantina ha sido para él “un ejercicio y
una compañía siempre lista a despertarme sorpresas y
lecciones inagotables”, dijo Mutis, autor de una obra poé-
tica definida por García Márquez como “hermosura qui-
mérica” y “desolación interminable”, según evocó ayer
el Rey en su discurso.
Cuando Álvaro Mutis se acerca a cualquier obra de
Cervantes, lo hace siempre con “el mismo acongojado
sentimiento de compasión y asombro”, ya sea al volver a
recorrer las páginas de El Quijote o las de las Novelas
ejemplares, los Entremeses o las del Persiles y Segismunda.
“Me intriga, y así será hasta el fin de mis días, que este
hombre que he llegado a querer con afecto que me atrevo
a llamar familiar, haya logrado una obra en donde el genio
está presente en cada línea para mostrar, con lúcida evi-
dencia, nuestro precario paso sobre la tierra”, dijo Mutis,
quien tras estas palabras leyó un soneto de Borges, titula-
do Un soldado de Urbina, en el que el escritor argentino
hace “un retrato absoluto de Don Miguel”.
El escritor finalizó su discurso agradeciendo a Es-
paña la concesión del Cervantes, un premio “que no pue-
de ser más precioso para mí y viene a poner orden y ar-
monía en el discurrir tan a menudo ajeno e indescifra-
ble de mi vida”.

35
MUTIS, EL POETA QUE CON “MAQROLL EL GAVIERO”
SE HIZO NARRADOR

Madrid, España / EFE


Abril 2002

EL COLOMBIANO Alvaro Mutis, que recibió este martes el


Premio Cervantes 2001 de manos del Rey Juan Carlos,
es el creador del famoso personaje Maqroll el Gaviero,
que vertebra una obra reconocida internacionalmente
por su altísima calidad poética y narradora.
Nacido en Bogotá el 25 de agosto de 1923, Mutis pasó
buena parte de su infancia en Bélgica, donde su padre
ocupaba un cargo diplomático. A Colombia volvió en 1934
y allí escribió y trabajó como periodista y relaciones pú-
blicas hasta 1956 cuando se trasladó a México, donde hoy
reside.
Al igual que Gabriel García Márquez, publicó sus pri-
meros poemas y críticas en el diario bogotano “El Espec-
tador”, y desde 1947 ha escrito obras de poesía como “La
balanza”, “Caravansary” y “Los emisarios”, además de
novelas y libros de relatos como “Los trabajos perdidos”,
“La mansión de Araucaima, “Amirbar”, “Un bel morir” e
“Illona llega con la lluvia”.
En 1953 se publicó en Buenos Aires “Los elementos
del desastre”, libro en el que aparecía por primera vez
el personaje “Maqroll el Gaviero”, presente después en
casi toda su obra poética y narrativa, y que, según el au-
tor, inventó “para no tener problemas de identidad”.
En 1996 presentó en México una recopilación de las
obras de este personaje bajo el título “Empresas y tribu-
laciones de Maqroll el Gaviero”. En España, apareció
recientemente una nueva edición completa de esta com-
plicación con los libros “La nieve del Almirante”, “Illona
llega con la lluvia”, “Un bel morir”, “La última escala del
Tramp Steamer”, “Amirbar”, “Abdul Bashur, soñador de
navíos” y “Tríptico de mar y tierra”.
En 1956, durante la dictadura del general Gustavo
Rojas Pinilla, Mutis se exilió en México debido a que la
empresa petrolera Esso, en la que trabajaba en Colom-
bia como jefe de relaciones públicas, le demandó por pre-
sunta malversación de fondos.
Dos años más tarde, y a raíz de la extradición pedida
por el Gobierno colombiano, el escritor fue encarcelado
en la prisión mexicana de Lecumberri durante quince
meses. Una vez derrocada la dictadura militar en Co-
lombia, fue sobreseído el proceso contra Mutis, que, sin
embargo, decidió fijar su residencia en México. El autor
contó sus experiencias de la cárcel en su poemario “El
diario de Lecumberri”, aparecido en México.
El propio escritor ha relatado que aquel encarcela-
miento fue para él “una lección que nunca olvidaré so-
bre los estratos más intensos y profundos del dolor y del
fracaso”.
Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1997, Médi-
cis de Francia, Nacional de las Letras de Colombia y Rei-
na Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros muchos
galardones, Mutis, que se considera a sí mismo más poe-

37
ta que prosista, es doctor “honoris causa” por la Univer-
sidad del Valle (Colombia).
Ha recibido distinciones entre las que figura la Or-
den de las Artes y de las Letras de Francia, el Águila
Azteca de México, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio de
España y la Cruz de Boyacá, en Colombia. Otros libros
suyos son “Reseña de los hospitales de Ultramar”, “Cró-
nica regia” (sobre el reinado de Felipe II), “Cita en Ber-
gen”, “Jamil”. En 1994 apareció una biografía sobre él
titulada “Celebraciones y otros fantasmas”, de Eduardo
García Aguilar, escritor y compatriota suyo.
Hace tiempo Mutis pensaba que un buen revulsivo
para mejorar la condición humana era la poesía. Hoy no
lo considera así. “Creo que ayuda a mejorar individual-
mente, a tener más conciencia de sí mismo. Pero que ayu-
de a mejorar al hombre todavía no se ha demostrado, por-
que la historia es una sucesión de desastres y los erro-
res del hombre son realmente aterradores”, declaró re-
cientemente el autor.
Aun así, Álvaro Mutis se siente, sobre todo, “un servi-
dor de la poesía”, a la que ha teñido, como a toda su na-
rrativa, con un denominador común: el paisaje de tierra
caliente; los cafetales, los ríos “torrentosos”, la natura-
leza salvaje y los mares de América y Europa.

38
ÁLVARO MUTIS, PREMIO CERVANTES 2002.
ESPAÑA DESDE COLOMBIA

por Juan del Moral


Deverdad Nº 6 – mayo 2002

Vivimos en un mundo que parece


una novela de ciencia-ficción donde
rige la demencia.

“UN NOVELISTA colombiano escribió alguna vez: ‘Al entrar


a España no tengo la impresión de llegar, sino la de vol-
ver’. Quizás a muchos españoles les resulte extraño este
sentimiento, pero les aseguramos que esa sensación es
la tópica del criollo, la del indiano, la del colono o del
colonizado nacido en esos territorios de lo que fue el an-
tiguo imperio de España. Si nos atrevemos a hacerle un
reclamo a esa gran nación que nos enseñaron a conside-
rar, con razón o sin ella, como nuestra Madre Patria, es
por el hondo convencimiento que tenemos de no ser aje-
nos a España...
“...nunca hemos renegado, ni podríamos hacerlo, de
nuestro pasado español. Nuestros clásicos son los clási-
cos de España, nuestros nombres y apellidos se origina-
ron allá casi todos, nuestros sueños de justicia, y hasta
algunas de nuestras furias de sangre y fanatismo, por
no hablar de nuestros anticuados pundonores de hidal-
go, son una herencia española.”
Así comienza la carta que un grupo de escritores co-
lombianos, encabezados por el Nobel García Márquez y
los escritores Álvaro Mutis, Fernando Vallejo y William
Ospina, entre otros, remitieron al gobierno español ne-
gándose a pisar España mientras no se eliminara el re-
quisito a los ciudadanos colombianos de llevar visado
para entrar en nuestro país.
La carta refleja en cada uno de sus párrafos la pro-
funda unidad, no sólo cultural sino de pensamiento, de
valores, de forma de concebir el mundo, que como un cor-
dón umbilical multidireccional nos une a toda la comu-
nidad hispana. Un sentir que funde el sentido del honor
castellano con el disfrute de la vida del Al Andalus mu-
sulmán y que se potencia y enriquece al cruzar el Atlán-
tico. Ese pensamiento parido en España y formado en
todo el mundo hispano, tan lleno de vida, que se opone,
como la luz a la oscuridad, al frío interés de la globaliza-
ción anglosajona que impera en nuestros días, está pre-
sente de una manera muy especial en la obra y el pensa-
miento de nuestro más reciente premio Cervantes —el
Nobel de las letras castellanas— el colombiano Álvaro
Mutis.

El honor de capa y espada

Álvaro Mutis se define así mismo como “monárqui-


co medieval” en el sentido profundo. “un personaje de
otra época perdido en un mundo que parece una novela
de ciencia-ficción donde rige la demencia”. Un hidalgo
de estirpe española que antepone el honor al interés, el

40
corazón a la razón. Por eso su vida está llena de maravi-
llosas locuras propias de manicomio para cualquier ejecu-
tivo “eficaz”, como invertir los beneficios de la multina-
cional para la que trabaja en financiar proyectos cultu-
rales y luego pagar con la cárcel la osadía. O impregnar
sus escritos de maravillosa dignidad propia de nobles
sin fortuna, en un mundo que resquebraja los valores
con el cuchillo del frío interés monetario. Considera la
monarquía como un poder social que viene de lo alto y
ordena el caos de la sociedad por una condición que so-
brepasa al cargo político. El honor, la palabra, la fideli-
dad a unos valores y a un territorio. Una forma de conce-
bir la sociedad hecha añicos por el mercantilismo anglo-
sajón y el puritanismo protestante, que impone a sangre
y fuego el frío interés del dinero haciendo añicos los prin-
cipios.
Un pensamiento éste, que hunde sus raíces en las tra-
gedias de capa y espada de Calderón de la Barca o en las
aventuras y desventuras de “Don Quijote de la Mancha”.
En lo mejor de la nobleza española que se lanzó a la con-
quista de un nuevo mundo, movida en primer lugar por
la fe, y que educó a cuantos encontró por el camino en
sus mismos valores. Unos valores que el paso del tiem-
po no ha logrado borrar. “Hubiera querido vivir duran-
te buena parte del reinado de su Muy Católica Majestad
el Rey Felipe II, gozando del favor y del aprecio del mo-
narca. En un vasto palacio madrileño destartalado e in-
cómodo, complicado en todas las intrigas del palacio real,
participando en la caída de Antonio Pérez (el espía in-
glés en la corte, que luego fraguó la “leyenda negra” es-
pañola, siendo cómplice y gestor de la muerte del pálido
infante Don Carlos) y formando parte de la comitiva que
viajó a París para acompañar a la dulce esposa francesa
del pálido monarca(...) Hubiera querido morir en Coimbra,

41
desterrado por el Conde-Duque (primer ministro del Rey),
alejado de la corte y muertos ya mis viejos amigos Cal-
derón de la Barca y el venenoso arcediano de la catedral
de Córdoba, Don Luis de Góngora, me hubiese conten-
tado para mi muerte con aquello que dicen las letanías
del señor Mariscal: “Dadme un sitio seco, un ataúd de
pino, las plegarias de un monje y una mortaja de lino”.
Así se pronunció Álvaro Mutis al recoger el Premio
Príncipe de Asturias de las letras, meses atrás, y así de-
finió el porqué en una rueda de prensa: “Jamás he ocul-
tado mi admiración por la Edad Media. Y es que duran-
te el Medioevo existía una comunicación de persona a
persona, una noción de individuo que hemos perdido com-
pletamente. Sin embargo, preferiero el siglo XVII. Un si-
glo en el que la elegancia y el bien decir estaban puestos
a marchar en la forma más bella: había cinismo y era una
época de bien escribir, además de libertinaje. Nuestro
presente me parece siniestro. El hombre ha vuelto a una
edad oscura y tenebrosa. Y la respuesta militar de Es-
tados Unidos contra Afganistán, lo que está sucediendo
en Palestina, el ataque a Irak, lo está demostrando. La
globalización es una sandez típica de nuestro tiempo.
Un plan de mercado y es que le recuerdo que vivimos
en un gran supermercado. Globalizarnos indica y supo-
ne la pérdida de la personalidad, la pérdida de la iden-
tidad nacional, la pérdida del amor por nuestro suelo,
parte esencial nuestra”.
El pensamiento de Mutis no refleja a un hombre re-
trógrado, anquilosado en el pasado, sino avanzado, li-
bre, que se enfrenta a la frialdad del pensamiento único
con la viveza de los principios, tan vivos, tan presentes
en nuestra cultura, como las obras que la representan,
como “El Quijote”.

42
El Quijote del trópico

Dice Gabriel García Márquez: “Todos somos Maqroll


el Gaviero”. El personaje emblemático que desde “Los
elementos del desastre”, el poemario que Mutis publicó
1953, ha protagonizado la mayor parte de sus relatos.
Todos nos podemos vernos reflejados en Maqroll, el na-
vegante que arrastra por aguas del trópico su soledad y
le lleva a enfrentarse a la muerte de toda ilusión. Como
todos, salvando las distancias, nos identificamos con “Don
Quijote”, el hidalgo que recorre el mundo para desha-
cer entuertos, o “Sancho Panza”, su fiel escudero labrie-
go que aporta sensatez al idealismo de su amo al tiempo
que se entrega a sus causas nobles.
Para Mutis, como para Cervantes, la vida es un viaje
sin fin cargado de aventuras. Pero no un viaje de gran-
des personajes épicos, héroes aleccionadores a los que
imitar, como en las grandes novelas épicas de caballe-
ría y viajes; sino personajes corrientes que emprenden
un trayecto cargado de vida. No es extraño que fuera el
errante soldado manco de Lepanto quien inmortalizara
al hidalgo Quijano en la novela más universal de la his-
toria. Como tampoco lo es que Mutis, el viajero infatiga-
ble, sea el autor de algunos de los mejores libros de via-
jes escritos en las últimas décadas.
Hijo de un diplomático colombiano en Bruselas, re-
gresa a los nueve años a Colombia tras la muerte de su
padre. Huye a México en 1956 porque la multinacional
ESSO, para la cual trabajaba de relaciones públicas, lo acu-
sa de malversar fondos en proyectos culturales. Es en-
carcelado por ello durante año y medio, y posteriormen-
te desempeña los más variopintos trabajos que le hacen
viajar por todo el mundo.

43
La vida se convierte en la mejor fuente de inspira-
ción para el arte. La literatura de Mutis está impregna-
da de experiencias personales que le dan ese carácter
de autenticidad. Y como en lo mejor de la tradición lite-
raria castellana, adopta el punto de vista del pueblo, de
los oprimidos, de los que sufren. Algo que pasa a mar-
car de forma especial su obra y su vida tras su estancia
en la cárcel, la cual considera como una de las experien-
cias más enriquecedoras de su vida. Adoptar ese punto
de vista le hace conectar con lectores de todo el mundo
y difundir otros valores opuestos a los dominantes.

44
ÁLVARO MUTIS HABLA SOBRE EL ORIGEN DE MAQROLL
EL GAVIERO, Y AFIRMA: NUNCA HE DEJADO LA POESÍA
POR LA NOVELA

por José Lara


Conaculta – México, 24/10/2002

POCOS son los autores que aceptan su destino literario a


la sombra de un personaje. Álvaro Mutis es uno de ellos
y la presencia de Maqroll el Gaviero en siete de sus re-
latos es testimonio de una especie de exaltación, culto,
o tal vez mitificación de la figura arquetípica del aven-
turero.
En el texto Sombra y destino de Maqroll el Gaviero
publicado en el libro Del siglo XX al Tercer Milenio (tomo
II), editado por el Conaculta como parte de las activida-
des realizadas por el programa Creadores en los Esta-
dos a lo largo de los años 1999 y 2000, donde éstos re-
flexionaron y discutieron públicamente sobre sus dis-
ciplinas de cara al nuevo milenio, Álvaro Mutis cuenta
cómo nació este personaje y cómo resolvió qué elemen-
tos acompañarían su obra.
El origen de Maqroll ocurre a través de la poesía es-
crita por Mutis. El primer poema donde aparece el Gavie-
ro se titula Hastío de los peces y está en el libro Los ele-
mentos del desastre, publicado en 1953 en Buenos Aires,
Argentina.
El texto es un viaje por la memoria del aventurero
que, al recordar los avatares de su vida, se muestra so-
berbio como el Ulises descrito por Dante en su “irresis-
tible afición por adquirir experiencia del mundo, y de
los vicios y virtudes de los hombres” (Canto vigesimosexto
del Infierno).
En la parte final del poema, aludiendo a un viaje in-
terminable, Maqroll dice: “En otra oportunidad relataré
mi vergonzosa huida y mi consecuente castigo”, lo cual,
en la experiencia de Álvaro Mutis, vaticinó las sucesi-
vas narraciones dedicadas al Gaviero.
La reseña de los hospitales de ultramar es el único
libro de poesía dedicado a este personaje y está narrado
en primera persona; y la obra La nieve del almirante, que
en un principio fue una larga prosa, abrió el camino de
Maqroll hacia el mundo de la novela:
“He escrito siete novelas con él y no digo que es otra
persona distinta a la que aparece en mi poesía, pero sí
que es una persona más cercana, enriquecida con hechos
de su vida, de su pasado, de amistades, relaciones amo-
rosas, de toda una serie de experiencias que lo hacen mu-
cho más presente y mucho más cercano de lo que era en
la poesía”.
A decir de Álvaro Mutis la presencia de Maqroll es-
tuvo con él durante mucho tiempo sin darse cuenta, y
con él, el escepticismo y la desesperanza que existían en
sus primeros poemas. “Maqroll me fue útil. Puede ser sim-
plemente un truco literario, yo creo que sí es válido, es
un artificio literario. Si funciona o no, el lector lo sabe”.
Galardonado con el Premio Cervantes 2001, Álvaro
Mutis es autor de La nieve del Almirante, Ilona llega con
la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp

46
Steamer, La muerte del estratega, Amirbar, Abdul Bashur,
soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra, entre otras
obras.
En las reflexiones hechas por este autor en las ciu-
dades de Saltillo y Torreón, Coahuila, los días 26 y 27
de septiembre del año 2002, Mutis aseguró no sentirse
como un novelista. “Estos siete libros son el desarrollo
de temas, visiones, ambientes que están en mi poesía.
No creo que mis relatos merezcan el título de novelas,
como sí lo merecen Conversación en la Catedral o la Fies-
ta del chivo. Yo nunca he dejado la poesía por la novela,
siempre estoy metido en un poema. Conversación en la
Catedral pertenece a la gran tradición novelística fran-
cesa, o rusa, o inglesa del siglo XX. Las mías no”.

47
ÁLVARO MUTIS EN EL CONGRESO DE LA LENGUA

EFE
Elmundolibro.com - 19/11/2003

“La poesía revela al hombre la


verdad sobre sí mismo”

EL ESCRITOR colombiano Alvaro Mutis atribuyó hoy a la


poesía la capacidad de poder revelar “la secreta verdad
del hombre sobre sí mismo, su mundo y la naturaleza”,
dentro de lo que consideró una “necesidad urgente” que
a su juicio acompañará a la condición humana hasta el
final de su existencia. Hacía éstas declaraciones en el
ámbito del IV Congreso de la Lengua que se celebra en
Valladolid y que tiene la poesía como tema central.

Siempre habrá poesía

“Por eso siempre habrá poesía, esa voz secreta de los


rincones más escondidos y menos frecuentados por el
propio dueño del alma, a veces sin saberlo”, apostilló el
poeta y prosista nacido en Bogotá hace ochenta años y
cuya obra ha merecido los premios Príncipe de Asturias
de las Letras (1997), Reina Sofía de Poesía Iberoameri-
cana (1997) y Cervantes de Literatura (2001).
Mutis, durante su participación en el IV Congreso
Internacional de la Lengua que mañana se clausura en
Valladolid, se mostró convencido tanto de que la crea-
ción poética “no es un arte de moda” como de su “urgen-
te necesidad”, ya que “hasta el último hombre que que-
de en la tierra, antes de morir se despedirá de forma poé-
tica”.

Incapaz de explicar qué es la poesía

El creador de ‘Maqroll el gaviero’, uno de los perso-


najes más reconocidos de la literatura internacional, que
aparece en siete novelas y la recopilación poética que
lleva su nombre, se mostró incapaz de explicar “de for-
ma rotunda” qué es la poesía, “con tanta carga de miste-
rio y de uno mismo que resulta prácticamente imposible
trasladar al lenguaje”.
Tan sólo “en ciertos momentos” lo lograron a su jui-
cio creadores como Pablo Neruda y T.S. Elliot, “al tras-
pasar esa zona e iluminarla”.
Reconoció, en esta línea, que la necesidad de la poe-
sía “ha resultado ser una de mis obsesiones, que se ha
agudizado y hecho más crítica y torturante a medida que
han pasado los tiempos”, y que ha quedado plasmada en
la “Summa de Maqroll el gaviero”, donde reunió los poe-
marios escritos entre 1948 y 1970.

Reflexión, pero tambien lectura

Alvaro Mutis alternó sus reflexiones sobre la lírica


con la lectura de algunos de entre una selección de poe-
mas, cada uno de los cuales desvela claves de su biogra-

49
fía y de su producción poética, como el dedicado a Cádiz
“donde nacieron mis antepasados, de la que soy ciuda-
dano honorario y donde siento que están mis raíces cada
vez que paseo por sus playas, calles y plazas”.
Es en Cádiz donde está “el secreto de mi sangre, la
voz de los míos” porque “allá en el fondo soy un gaditano
de tierra caliente”, añadió sobre la denominación que
recibe en Colombia la región más próxima a la línea del
ecuador, el Departamento de Colima, “donde mi abuelo
tenía una hacienda y está realmente mi patria”.

Alvaro Mutis, figura literaria imprescindible

Este poeta y narrador colombiano, que se inició en


los versos con “La balanza” (1947), pasó parte de su in-
fancia en Bélgica y desde 1960 reside en México, recitó
también al auditorio la Oración de Maqroll el Gaviero,
de quien quiso aclarar que “no es un doble mío como han
dicho, ya que en muchas cosas es bastante distinto y está
alejado de mi vida y mi carácter”.
“A veces incluso hace viajes y emprende gestas que
me hubiera gustado hacer pero que nunca pude porque
no tuve ni su fuerza, ni su independencia de espíritu”,
apostilló Mutis, quien como prosista arrancó en 1960 con
“Diario de Lecumberri” (1960), “La mansión de Araucaima”
(1973) y “La nieve del almirante” (1973).

50
Entrevistas
¿EN QUÉ ÉPOCA LE HUBIERA GUSTADO VIVIR?

por Gloria Valencia de Castaño


Bogotá, 1995

GLORIA: Cuéntenos Álvaro: ¿en qué época del mundo le


hubiera gustado a usted vivir?
Álvaro Mutis: Hubiera querido vivir durante buena
parte del reinado de su muy católica majestad el rey Fe-
lipe II, gozando de la confianza y aprecio del monarca.
En un vasto palacio madrileño, destartalado e incó-
modo hubiera reunido una pequeña corte de enanos y
monstruos, entre servidores y bufones, a quienes les hu-
biera recordado a toda hora sus deformidades y lacerías.
Complicado en todas las intrigas del palacio real, par-
ticipando en la caída de Antonio Pérez, siendo cómplice
y gestor de la muerte del Infante don Carlos, formando
parte de la comitiva que viajó a París para acompañar a
la dulce esposa francesa del pálido monarca, hubiera co-
nocido de cerca al bearnés Enrique IV y hubiera estado
de acuerdo con él en aquello de que “París bien vale una
misa”.
En una misión secreta ante el Príncipe Guillermo de
Orange, después apodado el Taciturno y quien ya comen-
zara a inquietar los estados de Flandes, hubiera querido
pasear por la jocunda y coprofílica, sensual y glotona
región de los Países Bajos y Ana de Saboya, la casquiva-
na y desordenada esposa del príncipe, me hubiera he-
cho demorar más de la cuenta.

Gloria: Muy seguramente.


AM: Mi principal misión en el gobierno de Felipe hu-
biera sido la organización y desarrollo de la santa Inqui-
sición en tierras de Indias. Hubiera establecido tribuna-
les de la Santa Hermandad en todas y cada una de las
ciudades fundadas en los nuevos dominios de la corona
española y bajo un régimen implacable de acusaciones
secretas, vigilancia continua y duros tormentos hubiera
matado todo espíritu de independencia, hubiera extir-
pado hasta la mínima noción de libertad en tan aparta-
das regiones.
Con un sistema de rehenes cautivos en las cárceles
de España o vigilados en sus destierros de la corte, hu-
biera conseguido implantar un severo régimen de terror
entre los españoles que quisieran residir y establecerse
en las Indias obligándolos a tornar a España después de
cumplido un determinado plazo, a fin de que no echaran
raíces en los nuevos territorios de la Corona.
A los naturales de esas regiones los hubiera embarca-
do en su totalidad y vendido a los venecianos para que
los utilizaran en la construcción de sus malsanos y féti-
dos canales o de sus amplios y hermosos hospitales y
palacios.

Gloria: ¡Qué cosa tan monstruosa!


AM: No creas. En la querella de Lope y de Góngora
contra Cervantes hubiera estado de parte de aquellos y
al autor de las Soledades lo hubiera hecho huésped de

53
mi casa para tirarle la lengua sobre todos los chismes y
mezquindades de las gentes de su oficio.
Hubiera participado en la intriga que llevó a Luis de
León a la cárcel y hubiera patrocinado la presentación
de los Autos Sacramentales de Calderón en la Corte.

Gloria: Cuénteme una cosa. ¿Pero cuáles son las ca-


racterísticas de la época de Felipe II que lo han llevado
a escoger aquella época como la precisa para haber de-
seado vivir en ella?
AM: Primero la vastedad universal de su influencia,
la tremenda y buida autoridad del monarca, el magnífi-
co desorden de las Cortes vecinas. Enrique III y sus mig-
nons en Francia, Isabel y sus piratas en Inglaterra, Cal-
vino el anverso y gemelo hereje de Felipe en la fría y ce-
ñuda Ginebra, los tripones y congestionados electores
alemanes, Venecia en una dorada decadencia.
También me atraen de la época la proliferación de
la miseria que hacía por contraste más amable el goce
de los bienes terrenales y del poder, la abundancia de
ejércitos mercenarios, suizos y alemanes, polacos e ita-
lianos, suecos y borgoñones que recorrían Europa aso-
lando regiones en una sola ola de crueldad y borrache-
ra. Los reitres y lansquenetes que dibujara Caló son, para
hablar en términos de Reader’s Digest, mi personaje inol-
vidable.
La actividad febril de la recién nacida Compañía de
Jesús, con su admirable fundador cuyo manual de con-
fesión es uno de los libros más importantes que jamás
se hayan escrito. El prestigio de las Indias con su leyen-
da del Dorado y la gesta increíble de los conquistadores
que hacía perder la cabeza a los hidalgos hambrientos
de provincia e inquietaba y revolvía al vasto imperio de
los pícaros.

54
La estricta vigilancia de las conciencias y el conti-
nuo hurgar en la vida privada permitidos a la santa In-
quisición y que hacían más hermosa y deleitable la liber-
tad de los grandes y privados. La poesía de la época, en-
vuelta ya por las primeras redes del Barroco y bucean-
do al fin por regiones de imaginación y de sueño. La mís-
tica de san Juan de la Cruz y santa Teresa disparada ha-
cia lo alto desde la piojosa y mugrienta tierra de La píca-
ra Justina y de Rinconete y Cortadillo. La fábrica sombría
e inútil, gratuita e incómoda del Escorial con el panteón
de los Infantes y sus cuadros del Bosco. Éstas y muchas
otras cosas de la época me llevan a escogerla como la
más adecuada a mis preferencias y la más ajustada a mis
ideas.

Gloria: Sí, me doy cuenta perfecta Álvaro. Y cuén-


teme, ¿en esa época cuál es la persona cuya amistad us-
ted hubiera querido, la que hubiera preferido entre to-
das?
AM: Sin duda la de Teresa de Ávila, la inquieta fun-
dadora de Conventos, la aguda y locuaz andariega, la
terca y firme solicitante en la Corte, la incansable y sa-
gaz castellana ante quien todos acababan por rendirse,
hasta el mismo Felipe a pesar de su pálida reserva. Mu-
cho hubiera gozado oyendo a la santa contar sus andan-
zas y negocios y de pronto disparar el certero dardo de
su ingenio contra algún espeso hidalgo que se negara a
venderle unas tierras para un convento o se opusiera al
trámite de unos mineros dejados como herencia para la
Orden.
Qué bueno irritarla criticándole algún párrafo de los
reglamentos de la Orden para verla en todo el esplen-
dor de su verbo analizando sabrosamente las debilida-

55
des humanas y justificando las reglas por ella misma dic-
tadas, para el mejor orden de sus conventos.
Cuán grato oírle hablar de las incómodas posadas
asturianas, de la vanidosa miseria de los andaluces, de
la cicatera hospitalidad de los castellanos, de la fenicia
seguridad de los catalanes. Mucho me hubiera criticado
la santa mi colección de enanos y monstruos, pero mu-
cho hubiera sido también la ayuda que le hubiera pres-
tado en la Corte para sus fundaciones y trabajos.
En el fondo me hubiera despreciado un poco y yo le
hubiera temido otro tanto.

Gloria: Cuénteme Álvaro, ¿cuál es para usted el ras-


go más saliente y definitorio digamos, de esa época?
AM: La herejía. Su florecimiento magnífico, las lu-
chas que desencadenara, los varios y muy bellos aspec-
tos con que se presentó de repente. Nunca antes ni des-
pués el hombre se presentó tan total y definitivamente
a la herejía o se sumó a ella con tan tremendo ardor vi-
sionario.
Desde la herejía musulmana mezclada con capitosas
sugerencias de magia hasta la fría llama en que ardían
Calvino o Melanston pasando por el inteligente y peli-
groso compromiso de Erasmo o la exuberancia vital de
Lutero. La herejía de alcoba de un Enrique. La herejía
juguetona e intrascendente del bearnés y la batalladora
y probada herejía de Guillermo el Taciturno.
La herejía mezclada con pantagruélicas indigestio-
nes e interminables borracheras del gran elector de Ba-
viera o la herejía cerebral y casi matemática de un Zwin-
glio.
“Prefiero no reinar a reinar sobre herejes” fue la sen-
tencia sobre la cual fundamentó su reinado Felipe II. Bien
sabía él que tendría que luchar contra la más rica fauna

56
de herejías de la historia de la cristiandad, la más rica
y la más próspera.
Y en su lucha contra la herejía, en su implacable vi-
sión de ungido de Dios que veía en aquella la fuente de
muchos y muy graves males futuros, hubiera querido
acompañar al monarca. Que hubiera hecho hoy el balan-
ce de su reinado, perdido la batalla dejando en sus dé-
biles sucesores la liquidación desastrosa de su gran im-
perio, no disminuye en nada la grandeza de sus propósi-
tos ni los sanos principios que los inspiraron.
Si Felipe gana su lucha contra los herejes nos hubié-
ramos evitado males tan tremendos como la igualdad,
fraternidad, libertad, el liberalismo manchesteriano, la
libertad de cultos, la igualdad de las personas ante la
ley, la clase obrera, el abolicionismo de la esclavitud, la
libertad de las colonias y tantas otras ñoñeces de nues-
tra época.

Gloria: ¡Ajá, muy interesante eso, qué tal! ¿ah? Bue-


no Álvaro, ¿y de dónde hubiera derivado usted los dine-
ros para sostener esa corte de enanos y de monstruos y
estar ante el rey siempre decorosamente?
AM: Ante todo hubiera cobrado fuertes sumas a los
moros para librarlos de la santa Inquisición y después
los hubiera acusado ante la misma haciendo llegar a mis
manos buena parte de sus bienes. Hubiera conseguido
para los Friger el préstamo que fue necesario para ar-
mar la Invencible y al mismo tiempo hubiera avisado a
la corte inglesa, a cambio de oro, sobre la fecha y hora
de zarpe de la flota.
Hubiera sido abogado de la compañía ante la Corte
para gestionarle las fundaciones de ultramar y, otra fuen-
te magnífica para costear la complicada y lujosa vida de
la Corte hubiera sido el comercio de esclavos en Santo

57
Domingo y Cartagena de Indias, comprándolos a bajo pre-
cio en la costa de oro a los negreros portugueses a quie-
nes a mi vez les conseguiría licencias para traficar entre
los puertos mediterráneos españoles y la costa argelina.

Gloria: Afortunadamente no vivió usted en esa épo-


ca Álvaro, porque habría pasado a la historia como uno
de los monstruos, el más grande de su colección.
AM: No crea, nadie me hubiera conocido.

Gloria: ¡Qué horror! Cuénteme, ¿y dónde hubiera pre-


ferido morir?
AM: Desterrado en Coimbra por el Conde Duque,
alejado de la corte y muertos ya mis viejos amigos don
Pedro Calderón de la Barca y el venenoso arcediano de
la catedral de Córdoba, don Luis de Góngora.
Me hubiera contentado para mi muerte con aquello
que dicen las letanías del señor Mariscal: “Dadme un si-
tio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y
una mortaja de vino”.

Gloria: ¡Ajá! ¿Y hubiera usted cultivado entonces,


como hoy, la poesía? ¿Las letras?
AM: No. No es ese un oficio de grandes. Hubiera es-
crito en mi destierro una pequeña historia de la santa
Inquisición bajo el título de “Brújula de las equivocacio-
nes o el cepo de los infieles”, en donde hubiera puesto en
evidencia todas las largas y complicadas intrigas e infa-
mias llevadas a cabo al amparo de la santa institución y a
menudo con el consentimiento de sus altos oficiales.

Gloria: Creo que son suficientes estos improperios


Álvaro y un millón de gracias por su participación en
este programa.

58
“EL PLACER DE ESCRIBIR ESTÁ EN ENCONTRAR
A ALGUIEN QUE RECUERDA UN PERSONAJE
QUE HE CREADO”

por Marta Rivera de la Cruz


Universidad Complutense, 1997

INVITADO por el Club de Debate de la Universidad Complu-


tense, Álvaro Mutis visitó la Facultad de Ciencias de la
Información para participar en un coloquio con los alum-
nos. La Facultad, que festeja sus veinticinco años de an-
dadura académica, está un poco revuelta estos días: se
celebran congresos, conferencias, seminarios. La reunión
con Mutis coincide con la emisión en directo, desde el
salón de actos, del programa de radio “Protagonistas”,
dirigido por Luis del Olmo. Sin embargo, son muchos los
que han preferido escuchar a Mutis y el aula elegida para
el coloquio se llena hasta la bandera.
Álvaro Mutis llega casi puntual, altísimo, sonriente,
cómodo en su piel de escritor de moda y premiado re-
ciente. Tiene la sonrisa constante, que a menudo quie-
bra en una carcajada sonora, inmensa. García Márquez
lo definió una vez como “fabulosamente simpático”. Al
ver a Álvaro Mutis uno tiene la impresión de estar ante
un hombre dichoso, que disfruta enormemente con sus
tareas de creador, con el contacto con la gente, con el
cultivo de la amistad. Mutis es un colombiano que vive
en Méjico En dondequiera que se viva —dijo una vez en
entrevista concedida a Lionel Giraldo— como se quiera
que se viva, siempre se es un exiliado. Somos exiliados
de nuestra infancia, de nuestra vida misma. Precisamen-
te al exilio brindó un poema de “Los elementos del de-
sastre”:
... y olvido así quien soy, de dónde vengo
hasta cuando una noche
comienza el golpeteo de la lluvia
y corre el agua por las calles en silencio
y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
gira hasta el alba su vocerío vegetal
su destronado poder, entre las ramas del sombrío
chorrea aún en la mañana
acallando el borboteo espeso de la miel
en los pulidos calderos de cobre.
Es entonces cuando peso mi exilio
y mido la irrescatable soledad de lo perdido

Exiliados de nuestra infancia. Si de ella somos, como


decía Saint Exupery, Mutis pertenece al recuerdo vago
de una Europa vista desde la óptica del hijo de un di-
plomático, allá en Bruselas, y luego de la del niño que
regresa del continente para descubrir el trópico, la tie-
rra caliente, las plantaciones inmensas, los cafetales,
las quebradas, las tormentas apocalípticas, el universo
particular de la finca “Coello”, allá en Tolima, el paraí-
so irrecuperable. La vida de Mutis ha sido intensa, par-
ticular, a ratos extremadamente difícil, como el período
tremendo que pasó en el penal de Lecumberri por cau-

60
sa de un error. Dieciocho meses privado de libertad, que
le sirvieron, sin embargo, para enriquecer su experien-
cia personal. Así se lo reconocía en una entrevista con-
cedida a Elena Poniatowska en la cárcel donde cumplía
condena por un delito que no había cometido: Estos me-
ses de encierro los considero como una terrible pero fe-
cunda experiencia humana, que me ha acercado a mi co-
razón y a mis asuntos. Yo antes era un ‘niño bien’ , y de
esta vida tan fácil viene naturalmente una insensibiliza-
ción. Éste ha sido un trance importante, doloroso, pero se
han abierto una cantidad de puertas a la sensibilidad y
creo que por primera vez sé lo que es el contacto humano
verdadero.
Fue allí donde escribió su “Cuaderno del Palacio Ne-
gro”, un testimonio inolvidable de su vida en la cárcel, y
también cartas, muchas cartas: Siempre he vivido para
la relación humana. Pongo allí muchísimo. La segrega-
ción de mi mundo afectivo es terrible. Cómo quiero yo a
mis amigos, caramba. He escrito muchas cartas, sí. Pero
ni una sola ha quedado sin respuesta. Porque en la cár-
cel Mutis hizo muchas cosas. Exploró de forma exhausti-
va la biblioteca de la penitenciaría. Y leyó, leyó. Y dirigió
la puesta en escena de una obra teatral, “El cochambres”,
del también preso Rolando Rueda de León. Y siguió es-
cribiendo. Y salió del penal con una experiencia tremen-
da a sus espaldas, y, sobre todo, sin rencores acumula-
dos. Salió a la vida, a leer, a escribir, a publicar, a seguir
dando forma a su Maqroll, que ya tenía vida propia. Leer,
escribir, vivir. Y hablar, claro. Y cultivar a los amigos
que quiere tanto y que le quieren tanto a él que García
Márquez venció una vez más su miedo visceral a los avio-
nes para estar a su lado en Oviedo cuando recogió el pre-
mio Príncipe de Asturias.

61
Sin duda, éste ha sido el “año español” de Álvaro Mu-
tis: Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio
Reina Sofía de Poesía. Dos premios casi de golpe, y los
dos muy merecidos y muy propios para un monárquico
confeso, como Álvaro Mutis, que una vez contó a la pe-
riodista Gloria Castaño Hubiera querido vivir durante
buena parte del reinado de su Muy Católica Majestad el
Rey Felipe II, gozando del favor y del aprecio del monar-
ca. En un vasto palacio madrileño, destartalado e incó-
modo, complicado en todas las intrigas del palacio real,
participando en la caída de Antonio Pérez, siendo cóm-
plice y gestor de la muerte del pálido infante don Carlos
y formando parte de la comitiva que viajó a París para
acompañar a la dulce esposa francesa del pálido monar-
ca (...) Hubiera querido morir en Coimbra, desterrado por
el Conde Duque, alejado de la Corte y muertos ya mis vie-
jos amigos don Pedro Calderón de la Barca y el venenoso
arcediano de la catedral de Córdoba, don Luis de Góngora,
me hubiese contentado para mi muerte con aquello que
dicen las letanías del señor Mariscal: “Dadme un sitio
seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y una
mortaja de lino”.
Hace cuarenta años de eso. Ahora llegan los premios,
que agradece profundamente: para mí el tener estos pre-
mios y el tener este contacto con ustedes es algo muy im-
portante en la consolidación, en la afirmación de una se-
rie de convicciones que he tenido desde niño.
Sin embargo, Álvaro Mutis reconoce que le aterra el
lado público del éxito. Desde la concesión del Príncipe
de Asturias me han hecho unas trescientas entrevistas...
¡Y las que me quedan!
Y a pesar de todo, ha aceptado la invitación de la Com-
plutense para hablar con los estudiantes y la de la re-
vista Espéculo para contestar algunas preguntas, que

62
seguramente ya le habrán hecho o que es posible que le
hagan. Es difícil encontrar a alguien que acepte con tan-
ta bonhomía la esclavitud del triunfo. A lo mejor es que,
por encima de todo, Mutis parece disfrutar intensamen-
te con cada cosa que hace. Saluda a los estudiantes: Les
quiero decir que estoy feliz de estar con ustedes, que es-
toy feliz de estar en este país porque tengo necesidad de
España. A veces pienso que los españoles debieron haber
hecho lo que los portugueses: instalar la corona en Améri-
ca y todo hubiera ido más suavemente. Pero, bueno, hay
la idea del lugar común, de la madre patria, que no ha
servido realmente para nada. ¿Por qué no decimos de una
vez la patria, la otra patria, no la madre patria, que es
una forma de distanciar en cierta forma, aunque parez-
ca tan cariñoso? Mutis aboga por un proyecto común para
España y Latinoamérica: creo que nosotros, los iberoameri-
canos, o sea, los españoles y los hispanoamericanos, tene-
mos todavía la posibilidad de escapar de la despersonali-
zación y de este infierno llamado la globalización en don-
de nos quieren meter civilizaciones que bien poco tienen
que ver con nosotros y con nuestra tradición.
Mutis habla del placer de leer, soy un lector devorante,
dice, y recuerda a los estudiantes que debe leerse úni-
camente por gusto: A lo que quiero llegar es que la lectu-
ra obligada es nefasta. A los jóvenes aquí presentes, nun-
ca lean nada por obligación. Lean por placer, tengan una
profunda sospecha —estoy hablando de Literatura, ¿eh?,
no de química ni de trigonometría ni ninguno de esos ho-
rrores— si les aburre un libro, acuérdense de mí, por fa-
vor, ciérrenlo y no sigan leyendo, y si es posible tírenlo.
Lean cuando sientan que el libro comienza a formar par-
te de ustedes, cuando sientan que se crea una compañía.
Todo libro que no sea una compañía ya es sospechoso. A
veces cuesta trabajo llegar a ese estatus, a esa situación...

63
a mí me pasa con la poesía de Antonio Machado, que no
me puedo mover de donde vivo a ningún sitio sin llevar
conmigo “Campos de Castilla”. Claro que éste es un caso
extremo... Pero, repito, al comienzo es posible que haya...
no sé, un proceso de conquista. Pero sepan que sin el pla-
cer de esa comunicación con el libro todo es inútil. Y a modo
de anécdota cuenta cómo fue un profesor suyo del ba-
chillerato de cuyo nombre no quiero acordarme... vaya,
creo que esta frase ya la dijo alguien... quien durante años
le arruinó la lectura de Galdós y de Cervantes a base de
exámenes y resúmenes obligados de los textos, y tuvo
que pasar mucho tiempo hasta que Mutis se enfrentó por
cuenta propia con las novelas de Galdós nunca he dis-
frutado tanto con un libro como cuando me sumergí en los
Episodios Nacionales. También recuerda las circunstan-
cias de su acercamiento a Cervantes: El primer ejemplar
de “El Quijote” que me dieron a leer estaba expurgado,
había que leerlo por obligación y escribir no sé cuántas
planas sobre cada capítulo. Fue un suplicio espantoso lo
tuve que hacer y no encontré ningún placer ni pude ver
la maravilla que tenía delante. En una ocasión, cuando
me quedé en la hacienda de mi abuelo que después fue de
mi madre durante unas larguísmas vacaciones me en-
contré un Quijote y empecé a leerlo, y pensé: éste es el li-
bro más divertido y más extraordinario que ha habido; y
me ocurrió algo que me pasa cada vez que lo leo: me re-
conozco a mí mismo, esa mitad de Quijote y de Sancho que
tenemos adentro está ahí, presentado con una profundi-
dad, con una gracia, con una intensidad que hacen de la
lectura una maravilla.
Y además de la lectura por placer, porque para Mu-
tis no hay otro modo de acercarse al libro, habla el autor
de la necesidad de releer: El haber leído una vez, casi
siempre —y lo digo en forma terminante— no basta. La

64
relectura da sorpresas extraordinarias. Pueden pasar
dos cosas: el libro que nos llamó la atención y que nos acom-
pañó durante un tiempo, de pronto se vuelve a leer y se
piensa, pero bueno, qué veía yo en esto... Porque uno está
llevando a esa lectura una experiencia propia. Y cam-
biamos muchísimo. En la vida cambiamos mucho y de
una forma muy radical. Así que puede suceder que un
libro, en una segunda lectura, no nos diga nada. Pero pue-
de suceder al contrario, y ése es el regalo más grande que
puede hacer, es decir, pero cómo no vi yo esto, qué mara-
villa, pero yo me acordaba mal de este libro. A mí me aca-
ba de ocurrir con “Lord Jim”, de J. Conrad, que es un au-
tor que quiero mucho. Pues releí “Lord Jim” hace seis me-
ses y pensé: yo debí haber leído otro libro, porque éste es
radicalmente distinto al que yo recordaba. La vida te va
cargando de experiencias a través de las cuales estás vien-
do cosas que en un momento dado el autor puso en el libro
y tú no podías ver ni percibir, te pasaron por encima.
La última recomendación que hace Mutis a los lec-
tores es la de la paciencia: cualquier relación, sobre todo
al comienzo, está hecha de extrañezas. Con los libros pasa
igual que con las mujeres y con los amigos: hay que tener
paciencia para llegar a entenderlos y a quererlos. Nin-
guna relación es fácil al principio y cuenta ante un di-
vertido auditorio que hace días estuvo a punto de desis-
tir de la lectura de un biografía sobre San Luis Rey de
Francia: entonces empezó a trabajarme adentro una es-
pecie de remordimiento. Y me dije: bueno, pero un mo-
mento... este señor, el autor, ha dedicado toda su vida a
este trabajo... ¿por qué no le doy yo un poco de mi tiem-
po? Y volví. Y volví y tuve el premio magnífico de que las
páginas que me faltaban de aquel trabajo árido entra-
ban en el santo, en el hombre, y lo describían maravillo-
samente.

65
Y si leer es un gran placer para Mutis, confiesa a todo
el mundo que escribir no lo es tanto: Cuando escritores,
colegas míos cuya obra admiro, me dicen que sienten un
placer infinito al escribir, no es que no les crea... es que
me cuesta un trabajo horrible imaginar eso. Para mí es-
cribir es una lucha con el idioma. El pintor tiene un lien-
zo en blanco, y lo va llenando de colores. Pero el lienzo
está en blanco, entregado a él totalmente, a lo que él haga.
El músico tiene una gama de sonidos, una manera de
aprovechar esos sonidos. En cambio, los escritores nos
las tenemos que ver con las palabras, con las que habla-
mos con el peluquero, peleamos con el taxista, discutimos
con el amigo, hacemos una vida diaria que gasta y des-
gasta las palabras. Y esas mismas palabras son las que
tenemos que sentarnos a usar para darles un brillo, para
darles eficacia, para que nos ayuden a que Maqroll el
Gaviero no haga más burradas de las que normalmente
hace. Entonces esas palabras, cuando se unen unas con
otras en una forma inesperada toman un brillo especial,
saltan y se escapan de esa cosa usual, gris cotidiana...
Ahí está el sufrimiento: en buscar la otra palabra, la ma-
nera de usar algo que está gastado y usarlo como nuevo.
Y a mí eso me hace sufrir y me parece un infierno.
Dice que no abre nunca un libro suyo una vez publi-
cado porque cada vez que lo hago digo, pero, ¡por Dios!,
pero cómo no me di cuenta de esto, pero, ¡por Dios!, cómo
a este hombre no acabo yo de hacer el trazo de su destino,
pero por qué soy tan perezoso, qué torpeza es esto, pero
cómo una mujer va a contestar esto cuando está abraza-
da a un hombre ... Y Maqroll a veces me ha regañado...
Un día, cuando estaba escribiendo la penúltima obra mía,
“Abdul Bassur, soñador de navíos”, me quedé dormido y
desperté y casi les puedo decir que oí a Maqroll diciendo:
“así no hablo yo”. Bajé a las ocho de la mañana, vi la fra-

66
se y tuve que reconocer: tiene toda la razón, así no habla
él. Eso no es ningún placer.
Sin embargo, la compensación del escritor viene des-
pués, el saber que me leen personas en España, en Amé-
rica latina y en otros países, pero fundamentalmente en
España, para mí es la justificación del trabajo siniestro
de escribir.
Un trabajo siniestro, dice, y al que, sin embargo, se
ha dedicado en cuerpo y alma y siempre a través de mu-
chas otras ocupaciones, porque Mutis ha sido relaciones
públicas de una petrolera, ejecutivo de la industria ci-
nematográfica y hasta actor de radio. Pero el trabajo de
escritor, tan doloroso, tan poco placentero, gana al final
la partida a todo lo demás.
Antes de empezar lo que será la entrevista con Espéculo
me recuerda las palabras de Pavese, “laborare stanca,
trabajar cansa”, dice, pero, a pesar de eso, Mutis ha tra-
bajado y ha escrito mucho desde que Zalamea Borda pu-
blicó sus primeros textos en el suplemento literario de
“El Espectador”, de Bogotá. Obra en prosa, obra en ver-
so, ambas de igual hondura. Gravitando sobre toda la
obra, el personaje de Maqroll el Gaviero, seguramente
el último héroe de la literatura contemporánea, “una esen-
cia individual que sobrevive en un mundo épico”, en pa-
labras de Guillermo Sheridan. Un aventurero y protago-
nista de novelas que nació, sin embargo, en un poema
de “Los elementos del desastre”. Álvaro Mutis, que es-
cribe sus poesías como si fuesen relatos y sus narracio-
nes como si fueran poemas, se escandaliza cuando al-
guien le habla de la muerte de la poesía: La poesía no pue-
de morirse nunca; se acabará el mundo, morirá el último
hombre y seguirá existiendo. Porque Mutis, parafrasean-
do a Cardoza y Aragón, sigue defendiendo a ultranza que
la poesía es la única prueba completa de la existencia del

67
hombre, el principio y el final de todas las palabras”. De-
cía Álvaro Mutis, en entrevista con Gabriela Rábago, la
inmensa recompensa está en el poema. Como escribía en
“Los elementos del desastre”: Cada poema invadiendo y
desgarrando / la inmensa telaraña del hastío.

—Queda claro que la poesía está viva y goza de bue-


na salud. Pero, ¿y el realismo mágico? ¿Ha muerto?
—Lo que yo realmente dudo es que algún día haya
existido. Ese tipo de fórmulas convencionales inventa-
das en Europa para explicar el fenómeno de Latinoamé-
rica. Cuando se creó esta fórmula, esta idea del Realis-
mo Mágico, ya creyeron arreglar todo. Todo es realismo
mágico. Y encaja. Piensan en García Márquez, por ejem-
plo, piensan en “Cien años de soledad” y ya relacionan
al autor con el realismo mágico, y se les olvida que ese
mismo autor escribió “El coronel no tiene quien le es-
criba”, que es la realidad misma, es un libro desnudo,
maravilloso, despojado, donde no aparece nada que no
sea cotidiano y terrible. Bueno, y en Francia esto ha lle-
gado a convertirse en una manía: todo es Realismo Má-
gico si viene de Sudamérica. Yo quisiera que se senta-
ran y me dijeran cuál es el Realismo Mágico. El paisaje
es así. Y el referirse al paisaje con cierta exaltación no
tiene nada que ver, porque los escritores latinoamerica-
nos están describiendo su verdad. Ni lo están magnifican-
do ni les parece mágico; es que es así.

—¿Cree usted, entonces, que el problema es que los


europeos desconocemos la realidad latinoamericana y
cada vez que algo nos sorprende lo relacionamos con la
magia?

68
—Exactamente eso. Ésa es la sordera, la tremenda
ceguera.

—Dicen que fueron su obra y la de García Márquez


las primeras en las que el paisaje sudamericano no fue
un mero adorno.
—Bueno, eso no es exactamente así. Por ejemplo, José
Eustasio Rivera en “La vorágine” tiene momentos ma-
ravillosos de descripción del paisaje. Y un escritor muy
olvidado, Tomás Carrasquilla, ha descrito de un modo
muy eficaz las minas de oro y el paisaje de la cordillera.
Lo que sí sucede es que quizá los que escribimos más ade-
lante incorporamos el paisaje como un personaje con
alma, que actúa sobre los personajes y determina su
destino. Pero eso no tiene nada que ver con el realismo
mágico. Es que es así.
Es así. Cuando Mutis retrata la selva lo hace de un
modo descarnado, hablando de un paisaje hostil al hom-
bre, de una realidad atroz que corrompe al ser humano.
En “La nieve del Almirante” leemos: La selva tiene un
poder incontrolable sobre la conducta de quienes no han
nacido en ella, y esas palabras recuerdan a las que es-
cribió Conrad sobre el Congo en “El corazón de las ti-
nieblas”:

—Yo no conozco el Congo; sí “El corazón de las tinie-


blas”. Conrad es un escritor a quien yo admiro mucho.
Yo creo que a veces comparan con ella “La nieve del al-
mirante” porque las dos describen el remontar de un
río. Tal vez si yo hubiese descrito el descenso de un río...
Mire, la selva amazónica no tiene nada que ver con nin-
gún otro paisaje del mundo, para mí es horrible, algo
infernal. La primera condición del paisaje amazónico es
su monotonía implacable. Lo que ves el primer día lo vas

69
a seguir viendo durante todo el recorrido, pero con de-
talles que se pueden volver alucinantes, la misma boa
con la boca abierta a la orilla del río, los mismos pájaros
dando alaridos en los árboles, la misma inundación, por-
que no hay tierra, todo son charcos, y agua, y agua y hu-
medad, y humedad, y muy poco color. Es alucinante. Y
entonces uno se encuentra ya a esos suecos, noruegos,
franceses, que han enloquecido, que están allí y han olvi-
dado su idioma. Yo conocí a un señor que supe que era
noruego porque me lo dijo gente del ejército que tenía los
papeles de él. Pero aquel hombre había olvidado su pro-
pia lengua, y hablaba en una mezcla de español y del
idioma de los indios. El poder destructor de la selva es
terrible. Además, yo viví mucho la selva, porque cuando
trabajé en la ESSO, la compañía petrolera colombiana, acom-
pañé a dos ingenieros que iban a determinar las zonas
donde había petróleo —por cierto, que no hacen una sola
prospección, nada más que marcan en el mapa—. Yo los
acompañe durante varias semanas por la selva, y descu-
brí todo ese horror.

En el recuento de las visiones de Maqroll podemos


leer: Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira,
volvieron a ser los mismos para él después de su aterra-
dora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la sel-
va. Siempre Maqroll, el referente eterno. Y, sin embar-
go, Mutis ha creado otros personajes inolvidables, en es-
pecial ciertos caracteres femeninos. Es imposible no re-
cordar, a Flor, a Amparo, a Ilona, que llegó con la lluvia
y se fue de repente después de una trampa del azar. Y
Susana “Wita”, la mujer del capitán: un personaje casi
imperceptible, que aparece de una forma fugaz y que el
autor hace morir, quizá para volverla eterna. Muerta ya
Susana, dice de ella Maqroll: tenía esa rara condición de

70
transmitir la felicidad, de hacerla brotar en cada instan-
te, así, gratuitamente, sin razón alguna, porque sí, porque
venía con ella, con sus gestos, con su risa, con su amor por
la gente, por los animales, por los atardeceres en el tró-
pico... cuando perdemos a alguien así, sabemos que una
ración más de la escasa dicha que nos es concedida se ha
ido para siempre.
Es el lamento más hermoso, la mejor elegía, las pa-
labras que provocan una inmensa piedad, pero más por
el vivo que por Susana muerte, más por el que sufre la
pérdida que por la mujer eternizada para siempre en un
recuerdo tan grande, en un recuerdo tan hermoso, y Ál-
varo Mutis sonríe con una ternura intensa y entorna los
ojos cuando se le habla de Susana, la esposa de Wito.

—Ése es un personaje que yo quiero mucho. No qui-


se desarrollarlo más y que estuviera más presente por-
que, como tenía que entrar después Ilona, sentía que me
descompensaba un poco, que iba como a tomarle terre-
no a Ilona, a la que quería yo darle toda la novela que
pudiera. Pero la esposa de Wito es un tipo de mujer que
yo quiero muchísimo, y me alegra enormemente que des-
pués de tanto tiempo de terminar yo el libro alguien se
acuerde de ella. Ése es el placer de escribir: encontrar a
alguien que le recuerda a uno un personaje transitorio,
pero al que yo doy mucha importancia y la quiero mu-
cho. Gracias por hablarme de ella.

Es una palabra que escucharemos muchas veces de


la boca de Mutis, que tiene una admirable tendencia a
la gratitud, hija quizá de su vocación por disfrutar de to-
das las cosas de la vida. Mutis es generoso. Habla con
los estudiantes sin prisa, con cariño, firma libros, hace
preguntas a su vez, inquiere lugares de procedencia y

71
ríe cuando un muchacho colombiano le dice que nació en
Aracataca, “¡caramba, sólo eso faltaba!”, y hay en su voz
un matiz de afecto al recordar al señor de Macondo, su
amigo eterno Gabriel García Márquez, Gabo, a quien ce-
dió el proyecto de componer “El general en su laberin-
to”. El libro está dedicado a él: “Para Álvaro Mutis, que
me regaló la idea de escribir este libro”. Un reconocimien-
to justo que Mutis dice no merecer:

—Nunca regalé a Gabo..., eso es generosidad de él.


Yo escribí esa novela, completa, una novela que tenía casi
trescientas páginas. La leí y la quemé. Saqué un frag-
mento, que se llama “El último rostro”, donde pensé que
estaba concretado lo que yo quería decir de Bolívar. El
resto no me gustó. Hubiera podido publicarse, pero no
soy yo, es alguien tratando de demostrar una tesis. Y un
día, pasado un tiempo, fue a mi casa Gabriel y me dijo,
oiga, yo no puedo creer que usted haya quemado esa no-
vela, dígame la verdad, y yo, pues sí la quemé, pregún-
tele a mi mujer, la quemé aquí, en la chimenea de la casa,
y él, qué loco tan increíble, pero ¿por qué la quemó?, y
yo, porque no me gustó. Y entonces él me dijo, pues yo
la voy a escribir, y yo le contesté, me parece muy bien,
nadie lo hará mejor. Aquí está toda la documentación, y
le di los libros que yo había leído, la correspondencia de
Bolívar, en fin, una serie de documentos históricos esen-
ciales, y se lo llevó todo, y se marchó de mi casa diciendo
“Ya sabrás de mí”. Cuando terminó la novela me la dio,
porque siempre me muestra sus originales antes que a
nadie y me dijo, a ver, ¿va a quemar ésta también? Y allí
estaba el Bolívar que debía haber escrito yo. Pero lo es-
cribió él. Perfecto.

72
Y así fue. García Márquez concibió un Bolívar dis-
tinto al retratado por Mutis en “El último rostro”. Fue
el propio Mutis, en declaraciones a Jean Luis Ezine, del
“Nouvel Observateur”, quien marcó la diferencia entre
su personaje y el de García Márquez: Él ve en el liberta-
dor a un hombre sagaz, lo que desgraciadamente no era;
a un hombre capaz de cálculos políticos cuando se com-
portó sobre todo como un niño consentido: en fin, a un con-
ductor de hombres dotado de una madurez que jamás po-
seyó, en un continente donde la madurez ha brillado siem-
pre por su ausencia. Mutis entendió a Bolívar como un
héroe romántico; García Márquez presentó a un hom-
bre de carne y hueso, al borde del abismo, cercano al fi-
nal. También se sabe cercano a ese final el Bolívar de
“El último rostro”, y así lo resume en una frase: “Ya hay
pocas cosas que puedan herirme”.
Pero Mutis hizo al Gabo un regalo más: el adjetivo
“homérico”, que García Márquez emplea por primera vez
en “El amor en los tiempos del cólera”, en 1985. Veinti-
trés años antes, en 1962, Mutis empleaba el término “ho-
mérico” para calificar una carcajada en el cuento “Isaac
salvado de las jaulas”.

—Acabo de descubrir esa circunstancia —se ríe—,


eso de que Gabo empleara el adjetivo... Yo soy un gran
lector de Homero, y es que además Homero es un ejemplo
elocuente de lo que debe ser el éxito literario. Yo siempre
pienso que el más grande poeta y escritor del occidente,
Homero, no sabemos si se llamaba Homero, ni si existió,
ni cuándo existió. “La Ilíada” y “La Odisea” no sabemos
realmente quien las escribió. Y el caso es que no importa.
Para mí ese anonimato es la mayor forma del éxito. Los
libros son los que tienen que vivir, no uno. Es como los pre-
mios. ¿Usted cree que alguien serio que ha vivido una vida

73
plena, intensa, llena de trabajos, de sinsabores, de ma-
ravillas, puede creer que le están dando un premio a él?
Claro que no. El premio es para los libros, que salen
como huerfanitos a las vitrinas de las librerías. Ellos son
los que necesitan el premio. Y ellos son los que van a dis-
frutar el premio porque el lector va a entrar en la librería
pidiendo el último premio Príncipe de Asturias. Ése es el
libro, no soy yo, de veras no soy yo.

La literatura trascendiendo al hombre. Mutis ya lo


ha escrito más veces, y recuerdo ahora el último poema
de “Los elementos del desastre”: De nada vale que el poe-
ta lo diga... el poema está hecho desde siempre. Viento so-
litario. Garra solitaria y quebradiza de un ave poderosa
y tranquila, vieja en edad y valerosa en su trance.
Es quizá porque piensa así que Álvaro Mutis renie-
ga de la función social del escritor, del compromiso po-
lítico. Lo ha hecho siempre, y siempre ha confesado que
no le interesa la política —el último hecho político que
me preocupa es la caída de Bizancio en manos de los in-
fieles en 1453— ni las luchas por el poder, y no cree que
el escritor tenga por qué convertirse en ideólogo ni en
abanderado de ninguna causa. Así lo afirmaba en 1952,
en una entrevista en el programa de radio “Noticias lite-
rarias”, dirigido por Felipe Lleras Camargo y J.M. Álva-
rez D’Orsonville, en Bogotá: La tan llevada y traída fun-
ción social del escritor es una patraña en la cual se escu-
dan los segundones de la literatura. Hablar de función
social en la obra de arte es igual a que se hablara de fun-
ción fisiológica cuando la prosa de determinados escrito-
res nos conduce diligentemente a los caminos del más pro-
fundo sueño.
Más adelante, lo ratificaba ante García Márquez: la
única función que debe tener una obra de arte es crear

74
valores estéticos permanentes. Si de casualidad o de ca-
rambola estos valores estéticos coinciden con una visión
determinada de la situación del mundo o del país, eso no
significa que las masas deban exigírsela al intelectual,
para la solución de los problemas de las masas.
Han pasado muchos años y muchas cosas, pero Mu-
tis sigue pensando lo mismo. El escritor debe dedicarse
a la literatura y huir del canto de sirenas del poder: El
poder político es una maldición. Y todo compromiso que
el escritor tenga con el poder político es una prostitución
lamentable, un error brutal que va a pagar caro. Porque
el político no perdona. Para el político el escritor es un
escalón para subir, que rechaza una vez que llegó arri-
ba. Si quiere saber alguien lo que es el horror de vivir en
la política que lea las “Memorias de Ultratumba”, de Cha-
teaubriand, en donde está todo el viacrucis siniestro de
alguien que de veras creyó que existía eso.
Literatura y sólo literatura. Leer y escribir. Es difí-
cil precisar qué ha leído Mutis. Al hablar de sus referen-
tes da los nombres de Tomás Rueda Vargas, Alfonso Ló-
pez, Aurelio Arturo, Conrad, Neruda, Dostoievski, Di-
ckens, Joyce... cita a Cervantes, a Machado, a Gracián, a
Borges, de quien dijo una vez en una conversación con
José Miguel Oviedo: Borges es un escritor para escrito-
res. En 1976 confesaba a Guillermo Sheridan en una en-
trevista publicada en la Revista de la UNAM: Creo que no
hay una sola palabra, un solo tono de Borges en todo lo
que escribo. Leído esto, el comentario que sigue es una
insensatez, pero Álvaro Mutis parece invitar constante-
mente a ir más allá. Así que se lo digo, la vida de Maq-
roll es un aleph, y Mutis abre un poco más los ojos y se
acaricia la barbilla antes de contestar.
—No lo había pensado nunca. Pero es posible, me gus-
ta. Un aleph.

75
Todo lo admite Álvaro Mutis. Lo admite y lo incor-
pora, inmediatamente, como motivo de reflexión. No re-
chaza nada. Lo escribió en una ocasión: que vengan to-
das las influencias. Con ellas haremos la obra de arte. Y
Maqroll, el héroe inmenso, puede colocarse en el epi-
centro del aleph. Dijo una vez el propio Mutis: Maqroll
es todo lo que quise ser y no fui. Todo lo que yo he sido y
no he confesado. Lo que es Maqroll él, por su cuenta. Y lo
que pienso ser, algún día, en otra reencarnación. Ésta es
la oración de Maqroll el Gaviero, y posiblemente tam-
bién la de Álvaro Mutis: ¡Oh, señor! ¡Recibe las preces
de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir
envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las gra-
derías de una casa infame e iluminado por todas las es-
trellas del firmamento! Recuerda, señor, que tu siervo ha
observado pacientemente las leyes de la manada. No ol-
vides su rostro.
Maqroll el Gaviero, Maqroll el amigo, el amante y el
lector, Maqroll el protagonista de una inmensa novela
cuyo único escenario es el viaje. Maqroll es el ciudadano
de un universo eterno, inabarcable, inacabable; es el hom-
bre que trasciende a la muerte porque sabe que será in-
mortal en tanto siga vivo. Que sean las palabras de Mu-
tis, que es como decir las palabras de Maqroll, las que
pongan término a esta conversación infinita:
Es preciso tener las más bellas palabras listas en la
boca para que nos acompañen en el viaje por el mundo
de las tinieblas.
Es menester lanzarnos al descubrimiento de nuevas
ciudades. Generosas razas nos esperan.
Buscar e inventar de nuevo. Aún queda tiempo. Bien
poco, es cierto. Pero es menester aprovecharlo.

76
MUTIS: “SIEMPRE HE ESCRITO LO MISMO”

BBC Mundo - 29/1/2002

ÁLVARO MUTIS llegó a Madrid con motivo del Premio Cer-


vantes 2001, máxima distinción a la creación literaria en
lengua española. Para este autor colombiano, estar en
España es “una necesidad física”.
En su presentación ante la prensa en la Casa de Amé-
rica no quiso profundizar en el tema, aunque reconoció
que haber firmado hace un año una carta de protesta con-
tra la nueva legislación de inmigración a España, habría
sido “una ligereza”. Desde la perspectiva actual lo ex-
plica como gesto de amistad y solidaridad hacia García
Márquez y Botero.
En pocos días Álvaro Mutis será nombrado “Hijo
Adoptivo” de la ciudad de Cádiz, desde donde partieron
sus antepasados hacia Colombia. Por más que deje de
circular con la introducción del euro, Mutis siempre lle-
va consigo un billete de 2.000 pesetas, porque lo adorna
el retrato de José Celestino Mutis, hermano de su bis-
abuelo.
“Por un problema jurídico”, Mutis se radicó en 1956
en México. Durante más de 40 años su creación literaria
estuvo dominada por la poesía. “Hace poco” que también
se dedica a la narrativa, que ve como una extensión de
sus poemas. Tal vez por ello responda con un “no sé”,
cuando se le pregunta sobre la línea divisoria entre am-
bas formas de escribir.
Nunca pensó que fuera a recibir el Premio Cervan-
tes. “Quiero mucho a Don Miguel”, dice hablando del au-
tor de Don Quijote, a quien admira por su obra y como
persona. Con casi una veintena de premios internacio-
nales que ostentar, Mutis se presenta como un hombre
modesto que admite sus dudas y que incluso afirma ha-
ber escrito “siempre lo mismo”.
El corresponsal de la BBC en Madrid, Marcelo Risi,
conversó con Álvaro Mutis.

—Todos se dirigen a usted llamándolo “maestro”.


—Con tal de que no me digan maestro ni me digan
doctor, pueden meterse hasta con mi mamá. Señor Mu-
tis nomás. Piense usted, que yo no acabé bachillerato,
porque no aprendí a manejar los quebrados en la arit-
mética. Me causó tal angustia el pensar que tendría que
aprender eso que resolví no estudiar más. Entonces con
que me diga señor, que ya también es un compromiso
muy grande, quedo contento.

—Tanto en su poesía como en su narrativa usted ha-


bla de sus obsesiones, y del ambiente que los encierra.
—Primero que todo, el contacto con la naturaleza.
Este misterio que siempre nos enfrentará la naturaleza
a nuestra condición humana. Yo siento la naturaleza tan
superior a nosotros que me hace un bien enorme meter-
me en un bosque, recorrer un cafetal, sentarme al pie
de un río tormentoso. Esas fuerzas para mí son esencia-
les y ésas son las que quiero que acompañen los episo-

78
dios y las situaciones en mis libros y las que canto en mis
poemas.

—¿Existe conciencia sobre esa fuerza de la naturale-


za en este mundo que se dice globalizado? Es casi una
visión romántica la suya.
—Es una visión romántica. Lo que hoy día parece que
quiere el mundo es destruir totalmente a la naturaleza,
no soñar, no entrar en contacto un hombre con un hom-
bre. Y la famosa globalización. O sea, que no seamos nada,
cuando quieren que seamos todos los mismos, es ser nada.
Nosotros somos de una tierra determinada con un pasa-
do, con un destino que nos marca. Borrar eso es borrar
nuestra condición humana. Y como vamos bastante ade-
lantados en ese crimen siniestro, me da una tristeza pro-
funda”.

—Ahora recibe el Premio Cervantes. ¿Qué significa


un premio? ¿Cómo lo recibe usted?
—Yo siempre he sostenido que los premios son para
los libros, para el trabajo que uno ha hecho. Eso es lo que
están premiando. Esos libros tantas veces anónimos en
las vitrinas de las librerías, en el momento que tiene la
franjita que dice “Premio Cervantes”, “Premio Príncipe
de Asturias”, “Premio Medicis”, que lo tuve en Francia,
(el libro) ya está acercándose al lector. Y el lector ya
entra en contacto con el libro. Yo creo que los premios
son para el trabajo que uno ha hecho, el pensar que se
lo están dando a uno como persona sería de una egola-
tría bastante, bastante ingenua.

—Hay quienes afirman que los premios no son ne-


cesariamente justos, porque premiar a uno significa no
premiar a otro.

79
—Eso siempre es cierto. A mí me habían dicho que
el Premio Cervantes iba a ser para un poeta que yo ad-
miro enormemente y un amigo entrañable, que es el poe-
ta Gonzalo Rojas, el chileno. Yo hubiera sido feliz que
Gonzalo tuviera ese premio porque lo merece inmensa-
mente.

—Ya que menciona a otro autor latinoamericano, hay


algo así como un momento concreto por el cual atravie-
sa la literatura latinoamericana. ¿Se puede generalizar?
—No creo. Yo nunca he creído en esa especie de re-
glamentación de la literatura. ¿Cómo está en este mo-
mento la poesía en el Ecuador? Qué voy yo a saber. A lo
mejor hay alguien que no conocemos que está escribien-
do una poesía extraordinaria y que dentro de unos años
será el gran poeta. El arte no sucede con la regularidad
con la cual pasan los metros por las calles.

80
12 PREGUNTAS PARA UN CERVANTES

Librusa.com - 4/2/2002

EL ESCRITOR colombiano Álvaro Mutis ha obtenido el pre-


mio Cervantes, el galardón más importante de las letras
hispanas. El Premio le fue concedido por amplia mayoría
de un jurado encabezado por el director de la Real Aca-
demia Española, Víctor García de la Concha, quien afir-
mó que Mutis es un “caballero andante de la palabra. Un
ensayista y narrador que desde su primer libro, ‘La Ba-
lanza’, busca, como si se tratara de una saga, la coheren-
cia del poeta”.
Mutis nació en 1923 en el seno de una familia de di-
plomáticos y aristócratas; parte de su niñez la pasó con
su padre Santiago en Bruselas, donde era diplomático.
Allí se apasionó por la literatura francesa y por la histo-
ria. A pesar de ser un hombre que dice temer a las mul-
titudes, Mutis es el escritor colombiano más conocido
en Estados Unidos, América y Europa después del Nobel
Gabriel García Márquez.
Desde hace más de cuatro décadas está radicado en
México, donde se exilió voluntariamente debido a la dic-
tadura del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-57). Es-
cribir es su labor y oficio, el cual alterna con conferen-
cias en congresos internacionales y universidades. A Mu-
tis le tocó triunfar en el exterior para que lo conocieran
en Colombia. En abril de 1997 el autor colombiano fue
galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las
Letras, y en junio del mismo año obtuvo el Premio Rei-
na Sofía de Poesía Iberoamericana. En octubre pasado,
Mutis fue nuevamente distinguido, en esa ocasión con
el Premio Internacional Neustadt de la Universidad de
Oklahoma, considerado como el Nobel americano de li-
teratura. Mutis es el decimotercer autor latinoamerica-
no que obtiene el Cervantes, instituido en 1975 por el
Ministerio español de Cultura para reconocer las más
destacadas obras literarias en lengua española.

—Recuerdo cuando usted dijo que los libros van bus-


cando su lugar y su momento. Sin embargo, parece aho-
ra que sus libros han encontrado un lugar y un momen-
to en el premio Cervantes, sin duda un gran reconoci-
miento a la totalidad de su obra.
—Estoy completamente de acuerdo con usted. Siem-
pre he dicho que los premios son para los libros, no para
el autor. El premio Cervantes le dará una oportunidad
a mis libros que están parados en las vitrinas de libre-
rías. Y así espero que el Cervantes les permita a estos
libros alcanzar las manos de algún lector.

—Usted se define también como un gran admirador


del Quijote. Dice que a través de él se escapa de la ruti-
na diaria, de lo gris y neutro de la vida de nuestro siglo.
—Así es, pero también hay muchas otras consecuen-
cias que tiene para mí la lectura del Quijote. Realmente
no es una obra que leo cada año, pero es un libro que dis-
fruto tremendamente. Siempre que lo leo vuelvo a reír

82
como lo hice la primera vez. Entonces tenía catorce años
y el libro me impacto. Además el Quijote es una lección
de la vida profunda y definitiva.

—En distintas entrevistas sostiene que le produce


un profundo hastío esta época siniestra de barbaridad,
de violencia, de crímenes organizados y masivos, de holo-
caustos aterradores. ¿Por qué llega a definirse como un
hombre medieval perdido en este siglo?
—Jamás he ocultado mi admiración por la Edad Me-
dia. Y es que durante el Medioevo existía por lo menos
una comunicación de persona a persona, había una no-
ción de individuo que hemos perdido completamente. Sin
embargo, más acertado sería decir que hubiera preferi-
do vivir en el siglo XVIII. Fue un siglo en el que la elegan-
cia y el bien decir estaban puestos a marchar en la for-
ma más bella: había cinismo y era una época de bien es-
cribir, además de libertinaje. Nuestro presente me pa-
rece siniestro. Hemos caído y nos hemos vuelto sombras.
Ya no existimos como seres. El hombre ha muerto. Vi-
vimos a través de aparatos electrónicos. Tampoco sabe-
mos quién es quién y lo que está sucediendo en el mun-
do es tan irracional y tan absurdo que realmente a ve-
ces me da la sensación de estar viviendo una novela de
ciencia ficción.

—También asegura que no tiene esperanzas de que


el hombre pueda sobrevivir a su propia miseria.
—Es así. Lo peor del caso es que hemos fallado como
especie y diariamente lo demostramos. Somos la única
especie que se dedica a destruir el medio que le da de
vivir.

83
—Si fallamos como especie también fallamos como
civilización.
—Desde luego. Mire usted lo que está pasando. El
hombre ha vuelto a una edad oscura y tenebrosa. Y la res-
puesta militar de Estados Unidos contra Afganistán lo
está demostrando. De haber tenido la oportunidad ja-
más hubiera escogido vivir en esta época. Me duele por
mis hijos y aún más por mis nietos. No hemos sabido cons-
truir un planeta estable.

—El hombre profundiza cada vez más en esa pala-


bra que a usted le pone la piel de gallina: la globalización.
¿Qué es la globalización para Álvaro Mutis?
—La globalización es una sandez típica de nuestro
tiempo. Es un plan de mercado y es que le recuerdo que
vivimos en un gran supermercado. Globalizarnos indica y
supone la pérdida de la personalidad, la pérdida de la
identidad nacional, la pérdida del amor por nuestro suelo,
parte esencial nuestra. Todo esto lo hemos dejado de lado
en nombre de la globalización y nos estamos convirtiendo,
repito, en sombras. La globalización es un crimen.

—¿Piensa que América Latina tiene conciencia de lo


que implica y significa la globalización, tal y como hoy la
conocemos?
—No hay conciencia y no la hay porque todo el con-
tinente va empujado por la miseria y la rutina. Lo peor
del caso es que a nuestros gobernantes les parece que la
globalización es perfecta. Triste es también reconocer
que nuestros gobiernos no tienen la menor idea en lo que
se están metiendo y a qué costos lo hacen.

—Usted siempre se ha mostrado un gran admirador


del sur de España y de la cultura árabe. Más allá afirma

84
incluso que uno de los grandes errores de Occidente es
no haber escuchado nunca ni reconocido la importancia
del Islam.
—Yo desciendo de gaitanos. En el billete de dos mil
pesetas español está el retrato del hermano de mi bis-
abuelo, el sabio José Celestino Mutis. Somos gaitanos y
yo soy ahora hijo adoptivo de Cádiz. Creo que el reino
de los Omeyas, en Córdoba y Andalucía fue un ejemplo
admirable de comprensión y tolerancia. Basta con ir a
Toledo y ver Santa María la Blanca, y también apreciar
la capilla donde iban los mozárabes a escuchar misa to-
dos los días en la catedral convertida en mezquita. Ob-
viamente hay extremistas árabes que están al borde de
una demencia terrible, pero eso no es el Islam.

—Quiero citarle a Borges cuando decía que la demo-


cracia es un engaño de la estadística. ¿Sigue consideran-
do que la monarquía absoluta era la fórmula perfecta de
gobierno?
—Desde luego. El hombre gobernando por una ley
que viene de lo alto. Por una condición que lo supera,
sea quien sea el gobernante. Soy todavía monárquico legi-
timista y civilino, es decir, partidario del imperio sacro-
romano. La democracia es un engaño barato, pero reco-
nozco que la oportunidad de las monarquías absolutas
ya pasó. No me interesa la política ni tampoco el desa-
rrollo material instalado después del racionalismo. Lo
que sí me interesa es el progreso interno del hombre.

—¿Por qué considera que la poesía es uno de los ca-


minos que rescatan al hombre de su tremendo y triste
destino?
—Porque el poeta tiene la visión de descubrir lo que
hay detrás de cada cosa, detrás de cada momento. Lo

85
verdadero y lo escondido detrás de cada ser, objeto y tro-
zo de naturaleza que se le presenta. Mire la visión ex-
traordinaria de las Torres Gemelas de Nueva York que
tuvo Rafael Alberti en 1980. Alberti se las imaginó y las
vio destruidas. Ésa es precisamente la magia y el poder
de revelación poética.

—Ante todo usted se considera poeta y después na-


rrador. ¿Cuándo se produjo el cambio de rumbo de poe-
sía a prosa, o sería más acertado decir que su prosa es
una larga extensión de su poesía?
—Lo que acaba de decir es lo correcto. Yo he consi-
derado mis novelas como parte de mi poesía. Es el mis-
mo ritmo, las mismas obsesiones, los mismos afectos. El
ambiente en el que se desenvuelven los personajes de
mis novelas es también el ambiente en el que viven y res-
piran mis poemas. Nunca he sentido que abandono un
género para ir a otro. Tampoco hago distinciones. Soy
poeta y narrador, pero no novelista. Para eso está Balzac,
Dickens o Tolstoi.

—Finalmente, ¿ve alguna solución a la explosiva si-


tuación que vive Colombia, en medio del fuego entre para-
militares, la guerrilla de las FARC y el Ejército de Libera-
ción Nacional?
—Sobre mi país opino solamente cuando me encuen-
tro en Colombia, asumiendo los riesgos que supone man-
tener ideas como las que tengo. Opinar fuera de Colom-
bia supone también riesgos, pero mínimos. Solamente
me gustaría decirle que sufro terriblemente con lo que
está sucediendo en mi país. Allá están mis hijos y pien-
so en ellos cada minuto. Los veo viviendo en un país ate-
rrador y aterrado por años de conflicto armado. Es como
si Colombia compitiera por una vocación de masacre.

86
FALLAMOS COMO ESPECIE

Extracto de entrevista exclusiva otorgada


por el escritor colombiano a Tierramérica.

MI FAMILIA toda se crió en haciendas. Y yo, aunque nací


en Bogotá, tengo en la sangre esta condición de perso-
na del campo muy consciente de la relación con la natu-
raleza, con toda ella: los animales, el cielo, el sistema
solar, la vegetación, los minerales, los ríos, sobre todo
los ríos. Uno de mis antecesores fue José Celestino Mu-
tis, un sabio un científico amigo de Humboldt, que hizo
la expedición botánica en Nueva Granada.
A esa memoria, a esa historia vivida, atribuyo mi pre-
ocupación, mi vigilancia constante y mi necesidad de es-
tar relacionado con la tierra caliente, a tal punto que
aquí, en mi jardín, en mi hogar de Ciudad de México, ten-
go dos plantas de café, una de plátano, una de mora, las
tengo ahí porque necesito el contacto con ellas.
Todo lo que he escrito tanto en poesía (siete libros)
como en prosa narrativa (siete novelas y un libro de rela-
tos) ha buscado mantener esa relación con la tierra ca-
liente, con aquellas fuerzas vitales que me despiertan la
imaginación. Yo no escribo sino para mantener viva en
mí esa presencia de la tierra caliente. Voy al campo e
instantáneamente entro a un estado de ánimo muy par-
ticular, armado no de una alegría desbocada sino de sere-
nidad y equilibrio, y siento que el cuerpo y el alma me
están diciendo ‘estamos en contacto con lo nuestro’.
Sin embargo, los hombres hemos trabajado minucio-
samente para destruir la tierra caliente, para transfor-
mar las ciudades en infiernos. Y no estoy diciendo nada
nuevo: no vamos a morir por la bomba atómica, ni por el
SIDA, sino de hambre. El otro día vi el mapa del hambre
de la FAO en Roma.
Descubrí que el país más rico del mundo (Estados
Unidos) tiene ya las manchas rojas del hambre. Un niño
famélico padece daños genéticos que cuesta 100 años re-
vertir. ¡Pensemos en los centenares de millones de ni-
ños en el mundo que ya tienen esa lesión! Se trata, cla-
ramente, de un esquema de suicidio, nos estamos ma-
tando. Es una verdadera crisis civilizatoria.
Fallamos como especie. ¿Se puede argumentar en con-
trario cuando en un mundo, supuestamente tan progre-
sivo y tan lleno de avances técnicos, sucede un crimen
como el de Yugoslavia? Porque no se trata de un crimen
en nuestro pobre continente o en África, sino de una ma-
sacre planeada que pertenece a lo diabólico y que ocu-
rre en pleno centro de Europa, a 45 minutos en jet de
Roma, a una hora de París. Los costos de estos conflic-
tos son inconmensurables. Va a requerirse más de un
siglo para reparar los daños ambientales sobre todo la
defoliación de los bosques que se perpetraron durante
la guerra de Vietnam. Esta falta de lógica, esta irracio-
nalidad indican que estamos en un proceso de suicidio.
Y me parece muy conmovedor que organismos inter-
nacionales, gobiernos y entidades privadas traten de crear
y establecer una conciencia en torno a este alejamiento,
a este dar la espalda a la naturaleza que nos está llevan-

88
do a la muerte. Pero, aunque yo creo profundamente en
la vida, no dejo de ser escéptico frente al estado de cosas
en este fin de milenio.

89
MUTIS: “GANAR TRES PREMIOS EN ESPAÑA ES ABUSIVO”

por Guillermo Tribin Piedrahita


El Almanaque - 2002

EL ESCRITOR colombiano Álvaro Mutis, que el 23 de abril


recibirá el Premio Cervantes de las Letras afirmó, con
el desparpajo y el buen humor que le han caracterizado
a lo largo de sus 78 años de edad, que considera “una
cosa un poco abusiva” haber ganado los tres principales
galardones literarios que se entregan en España.
Además del Cervantes, considerado el Nobel de las
Letras Españolas, concedido el 12 de diciembre pasado,
Mutis recibió en 1997 los premios “Príncipe de Asturias”,
de las letras y el “Reina Sofía”, de poesía.
Al mismo tiempo, Mutis en declaraciones ofrecidas
en la Casa de América, de Madrid, reconoció pública-
mente uno de sus “pecados”: haber suscrito una carta,
junto a su amigo y premio Nobel de Literatura Gabriel
García Márquez y al pintor y escultor Fernando Botero,
entre otros, donde anunciaban que nunca más volverían
a España por la imposición de la visa a los colombianos,
a partir del 1º de enero de 2002.
“Esta carta la firmé por una solidaridad con amigos
de muchos años (García Márquez y Botero). Yo, por es-
tar a su lado, por acompañarlos en eso, cometí la ligere-
za de firmar esa carta”, añadió Mutis, quien aclaró que
no “soy oportunista” y que no volver a España es, para
él “algo inconcebible”, por lo que no cumplirá ese com-
promiso.
Mutis, creador del famoso personaje de “Maqroll el
Gaviero”, su obra cumbre, dijo que no ha dicho nada a
éste sobre la concesión del premio Cervantes, por te-
mor a que le pida una parte del dinero que lleva incor-
porado el galardón.
“No le he dicho nada, porque seguro que me va a pe-
dir una ‘tajada’ con el pretexto de que necesita arreglar
algún barco”, dijo con ironía un Mutis relajado, contento
de encontrarse en Madrid y quien el 5 de febrero reci-
birá el título de ”hijo adoptivo” de la ciudad andaluza de
Cádiz.
“Es la única ciudad donde no me dicen señor Mutis
o cosas peores y una ciudad que me llega al alma”, ex-
presó el escritor.
Nuevamente se volvió a declarar un “devoto” de Cer-
vantes, y con modestia —como se reconoció en el acto
del salón Bolívar de la Casa de América—, manifestó
que “los premios son para los libros, no para uno”, pero
hizo una defensa de éstos “porque son buenos para que
los libros salgan de las vitrinas y vivan en manos de los
lectores”.
Precisó Mutis que es muy exigente a la hora de es-
cribir, pero que “nunca abro un libro mío ya editado, por-
que empiezo a leer y me digo: ‘Ay, por Dios, esto no era
así’, y empiezo a sufrir muchísimo”.
Añadió que siempre que escribe “me entra una auto-
crítica muy aguda sobre la justeza de cada palabra”, por-
que quiere que sea exacta.

91
El ritmo de la frase, para que “tenga una respiración
normal, un andar rítmico” es otra de las preocupaciones
de unos de los escritores iberoamericanos más galardo-
nados, porque también ha sido premiado por su obra poé-
tica.
Esa autocrítica le ha llevado a quemar “en la chime-
nea dos novelas, una de ellas sobre los últimos días del
libertador Simón Bolívar”.
“No estaba satisfecho con su contenido final”, dijo
para explicar esa “quema” de dos obras que hubiesen en-
grosado en la larga lista de sus novelas bien recibidas
por el público y traducidas a más de 35 idiomas.
“Es que cada vez que acabo un relato o una poesía no
me quedan sino dudas”, afirmó para informar que en su
novela “Los elementos del desastre”, publicada en 1953
en Buenos Aires, apareció por primera vez el personaje
de Maqroll el Gaviero, que le ha acompañado en el res-
to de su obra narrativa y poética.
“Yo he querido matar a Maqroll desde hace varios
años, pero un amigo y escritor francés me dijo que eso
no podía ser así, porque este personaje tenía que morir
conmigo. Y estoy ahora de acuerdo, por lo que seguirá
viviendo junto a mí” como lo ha hecho durante 49 años.
Otras de sus obras como “La Balanza”, “Caravansary”
“Los Emisarios”, en su faceta de poeta, y “Los trabajos
perdidos”, “La mansión de Araucaima”, “Un Bel morir”,
“La última escala del Tramp Steamer”, “La Nieve del Al-
mirante”, “Illona llega bajo la lluvia”, “Amirbar”, “Abdul
Bashur, soñador de navíos” y “Tríptico de mar y de tie-
rra”, han convertido a este “cervantino empedernido”
en uno de los escritores de mayor renombre mundial du-
rante el siglo 20.
Álvaro Mutis siente dolor por la “muerte” de la pe-
seta, y mostró a su auditorio de la Casa de América un

92
billete de 2.000 pesetas, que “siempre cargo conmigo”
porque en él está impreso José Celestino Mutis, el her-
mano de mi bisabuelo”.
José Celestino Mutis, un botánico y matemático naci-
do en Cádiz y muerto en Bogotá, fue director científico
de la operación Botánica del reino de Nueva Granada
Apolítico de toda la vida, Mutis que vive en México,
país adonde viajó en 1955, afirmó que la grave situación
que vive Colombia le preocupa y le duele.
No se pronunció sobre el “proceso de paz” que el go-
bierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revoluciona-
rias de Colombia (FARC) adelantan actualmente —en me-
dio de una ola inusitada de violencia terrorista—, pero
sí afirmó rotundo que “me duele profundamente, por-
que quiero mucho a mi país”.
Calificó la situación de América Latina —y en espe-
cial la que se vive en Argentina, Colombia y Venezuela,
como “una especie de imposibilidad de ser en todos es-
tos países”.
“Latinoamérica —precisó Mutis— vive una adoles-
cencia lamentable, que está costando muchas vidas”, y
aunque aclaró que los “datos que tiene no son los más
minuciosos”, reconoció que “nuestras naciones tienen me-
nos de 200 años de vida independiente” y sus actuales
problemas “me causan mucho dolor”.
Álvaro Mutis seguirá cautivando auditorios por su
estilo literario, su facilidad de palabra , su ironía y su
buen sentido del humor durante esta “Semana del Au-
tor” que la Casa América ha organizado en su honor y,
mientras llega el día para sentirse un auténtico “hijo adop-
tivo de Cádiz”, Maqroll el Gaviero aprovechará la mejor
ocasión para lanzarle un “sablazo” que le permita reci-
bir parte del premio Cervantes, asustando al escritor
con “hundir un barco”.

93
ÁLVARO MUTIS: “ESCRIBO PARA PERPETUAR
LA TIERRA DE MI NIÑEZ”

por José Font Castro


Fuente: Jornal de Poesía, Banda Hispánica

POETA y novelista Álvaro Mutis Jaramillo nació en Bo-


gotá el 25 de agosto de 1923, hijo de Santiago Mutis Dávila
y Carolina Jaramillo. De 1925 a 1939 residió en Bruse-
las y estudió en el Saint Michel de los jesuitas, pero en
vacaciones retornaba al Tolima. Estudió en el Rosario.
En 1941 se casó con Mireya Durán, con quien tuvo tres
hijos. En 1942 comenzó a trabajar en radio; en 1946 fue
jefe de redacción de Vida. En 1948 publicó, con Carlos
Patiño, su primera poesía: La Balanza, al que siguió, en
1952, Los elementos del desastre. Jefe de publicidad de
Colseguros y Bavaria, de relaciones de Lansa y luego,
en 1954, de la ESSO. En 1956 viajó a México pues la ESSO
lo demandó. Allí escribió Reseña de los hospitales de ul-
tramar (1959); en 1959 estuvo 15 meses en la cárcel de
Lecumberri, donde escribió Cuatro relatos (1958), Los
trabajos perdidos (1965) y el Diario de Lecumberri (1960).
Libre, se vinculó a la Century Fox hasta 1988. En 1973
publicó La mansión de Araucaima, en 1982 Caravansary,
en 1983 ganó el premio nacional de poesía, en 1984 Los
Emisarios, en 1985 Crónica vieja y alabanza del reino,
al año siguiente apareció su primera novela La nieve del
Almirante; seguirían Ilona llega con la lluvia (1987), Un
bel morir (1989), La última escala del Tramp Steamer
(1989), Amirbar (1990), Abdul Basuhr, soñador de navíos
(1990). Mutis ha ganado el Médicis, de Francia, al mejor
libro traducido al francés en 1989; el Honoris Causa de
las Universidades del Valle (1988) y de Antioquia (1993),
y los Reina Sofía y Príncipe de Asturias.
Álvaro Mutis (o si prefieren, Maqroll el Gaviero, para
nombrarlo con la metáfora que ha creado de sí mismo)
continúa todavía muy alerta, oteando el horizonte desde
su puesto de centinela en lo alto del palo mayor, para
desentrañar las posibles asechanzas que le reserva el
tiempo a lo que aún queda de la travesía. Porque “el ga-
viero, el tipo que está allá arriba en la gavia desempe-
ñando el trabajo más bello que puede haber en el barco,
es el poeta, el que ve más lejos y ve por los demás”. Maq-
roll, un mito que nace predestinado a implantarse fir-
memente en la literatura, comienza su periplo en 1953,
en el poemario Los elementos del desastre. Para enton-
ces Mutis, su creador, le lleva una buena ventaja, ya que
inició su andadura 30 años antes y promete continuar
un buen trecho, porque aún no da señales de cansancio.
Y es que a pesar de haber sido galardonado con los más
importantes premios, el silencio es un premio que no se
ha ganado todavía.
Mi relación con Mutis a lo largo de estos cuarenta
años se ha desenvuelto a base de encuentros, en muchos
casos casuales encuentros en diferentes lugares, pues
ambos nos fuimos casi al mismo tiempo de Colombia y
hemos sido, además, viajeros inpenitentes. Ahora, al bor-
de de celebrar su emblemático cumpleaños, nos hemos
vuelto a encontrar en Madrid y Álvaro me sorprende

95
tan vital como lo conocí en el Bogotá de 1952, estrenan-
do entonces un oficio casi desconocido en Colombia y que
parecía inventado especialmente para él: las relaciones
públicas. Como no podía darse el lujo de vivir de la poe-
sía, tuvo que resignarse, como la mayoría de sus colegas
a ser poeta a propósito de ser paralelamente otra cosa;
de ser, por ejemplo, jefe de Relaciones Públicas. Y du-
rante los 50 lo fue de la Colombiana de Seguros, de Bava-
ria, de Lansa y de Ecopetrol; posiciones a través de las
cuales fue una especie de mecenas de la intelectualidad
de aquellos tiempos, pues no había revista a la que no
socorriera con anuncios, ni escritor en apuros que no se
beneficiara de su generosidad, que muchas veces con-
sistía en pagarle anticipadamente un artículo que a lo
mejor nunca escribiría (aún le debo uno para Lámpara).
Luego en México, a donde recaló en 1956 y se quedó des-
de entonces, trabajó en publicidad y posteriormente fue
contratado, primero por la Century Fox y luego por la
Columbia Pictures, para vender en América Latina sus
series televisivas, trabajo éste que le permitió viajar du-
rante 23 años por todo el continente y en el cual se ganó
la jubilación. Desde entonces, todas las horas del día las
ha dedicado a escribir, a recuperar el tiempo perdido.
En esos años 50, Mutis, a pesar de su juventud, re-
basaba las condiciones necesarias para actuar como rela-
cionista, pues además de su talento creativo exhibía una
sólida cultura que, si no era indispensable para su acti-
vidad cotidiana, sí lo era para su oficio nocturno de es-
critor, para recrear los mundos que hirieron de niño su
imaginación; lo mismo que para su vocación de gran con-
versador, para animar las tertulias que solía organizar
en restaurantes de moda y clubes elegantes, pues era
un elitista que no solía frecuentar cafés como el Auto-
mático, tan célebre en esa época. Contaba, entre sus in-

96
terlocutores habituales, nada menos que a Gómez Dávila
y Téllez, dos nombres que, junto con los de Carranza,
Volkening y Eiger, ha entronizado en los altares de su
memoria como sus auténticos mentores ¿Será exagera-
do de mi parte decir que fue Mutis quien introdujo (o
popularizó) en Colombia a Proust y a Saint-John Perse?
Al menos en los cincuenta era de los pocos que los ha-
bía leído en su francés original y es gracias a su influen-
cia que los más jóvenes comenzamos a leerlos. Dotado
de una estupenda presencia —era el joven más bien pa-
recido y elegante de su ciudad y de su tiempo—, derro-
chaba y derrocha todavía una simpatía envolvente y una
elocuencia desbordante que suele subrayar con despei-
nadas carcajadas. Nunca ha tenido pose intelectual y ni
siquiera se ha llamado a sí mismo poeta, sino modesto
servidor de la poesía, como lo proclamó solemnemente
al recibir el año pasado el “Reina Sofía”, al mes de ha-
ber recibido también el “Príncipe de Asturias”.
Por la séptima, que era por donde discurría la vida
de la capital, saludaba a sus amigos de una acera a otra
con su inconfundible voz de trueno, la misma que prota-
gonizaba a veces los fabulosos montajes teatrales de
Bernardo Romero en la Radio Nacional; y la misma tam-
bién que por aquellos días identificaba la recién nacida
H.J.C.K y que medio siglo después ha vuelto a identifi-
carla. La misma voz que tiempo después se hizo famosa
en todo el Continente al narrar la serie de Los intoca-
bles. Esa voz, así como la carcajada, el talante, la lucidez
—y la luz de unos ojos enmarcados por unas mefistoféli-
cas cejas, lo mismo que una sonrisa que no le abandona
mientras habla— se mantienen presentes con la frescu-
ra de antaño en el Mutis de hoy.
Sí, nació en Bogotá, pero a los dos años se lo lleva-
ron a Bruselas, donde su padre, Santiago Mutis Dávila

97
—biznieto de Manuel Mutis, hermano de José Celesti-
no— fue nombrado diplomático. Allí creció hasta los nue-
ve y, por supuesto, fue en francés que aprendió a leer, a
escribir y quién sabe si también a pensar. Pero no obs-
tante las vivencias que le deparó esa infancia europea,
es la finca de tierra caliente llamada Coello, en el Tolima,
surcada por plantaciones de café y caña, el lugar de sus
más entrañables querencias. Allí transcurrió buena par-
te de su niñez y adolescencia.
Lector compulsivo desde la niñez, para quien la his-
toria de Europa se le antojó desde un comienzo como el
más fascinante de los cuentos, fue, como siempre ocu-
rre, un mal estudiante, que al fin nunca sacó el bachi-
llerato, porque la lectura, la poesía y el billar del Café Eu-
ropa y del Café París —que estaban a dos calles del del
Rosario donde estaba matriculado— no le dieron tiem-
po para ello. En 1948, publica con Carlos Patiño, La Ba-
lanza, donde se alternan poemas de los dos, pero este
libro, que ambos repartieron entre algunos libreros ami-
gos, fue de las muchas cosas que ardieron el 9 de abril...
Desde entonces ha publicado 22 libros en casi 100 edi-
ciones.
Maqroll, su álter ego, omnipresente tanto en los poe-
mas como en las novelas, nace de la necesidad de ganar
credibilidad. Las tribulaciones interiores que acosan a
este joven veinteañero, producto de sus prematuras y
abundantes lecturas, y que parecieran no tener nada que
ver con un joven bogotano y casi calentano, requieren
una voz y un protagonista en consonancia con ellas, tan-
to en edad como en vivencias. Para ello nace Maqroll,
un hombre que inventó pensando en la palabra Kodak,
escogida por su fabricante debido a que su fonética se
pronuncia y suena igual en todos los idiomas. ¿Era que
ya presentía que Maqroll desbordaría el castellano, que

98
sería traducido a 15 idiomas, entre los cuales hebreo,
griego, sueco, ruso, rumano y danés? Es Mutis, con Gar-
cía Márquez, el colombiano más traducido.
¿Cómo era Maqroll? Nunca lo ha revelado. En La nie-
ve del almirante hay una breve descripción, quizá la úni-
ca de toda la obra, que se refiere a su barba hirsuta y en-
trecana que le cubre buena parte del rostro; y dice que
era de pocas palabras y que sonreía a menudo, pero solo
para sí mismo; y que tenía un aire salvaje, concentrado
y ausente. Nada más. ¿De dónde era? Tampoco lo dice,
aun cuando en una página deja entrever —sin querer
decirlo— que podía ser de flamenco. Lo único que nos
deja saber sobre este heterónimo que articula en gran
parte su obra, es que “no hay nada en Maqroll que no sea
mío. Yo no le he puesto a Maqroll nada prestado, no hay
un solo rasgo de Maqroll al servicio de un personaje, todo
lo que hay en él lo he vivido yo, sale de mí, de mi mundo”.
Mutis desde siempre se ha declarado apolítico y mo-
nárquico. Es una posición suya muy seria, a pesar de que
a veces la atribuya al hecho de haber nacido el día de San
Luis, Rey de Francia. Pero la raíz de esta actitud está
en sus lecturas de la historia de Europa —cualquiera
de cuyos episodios puede contar como si lo hubiera vivi-
do— que le despertaron auténtica fascinación por esa
institución, patente en sus poemas al rey Felipe II. En
este aspecto vive ausente de la actualidad. Declara que
el único hecho político que de verdad le preocupa “es la
caída de Constantinopla en manos de los turcos, sin de-
jar de reconocer que no me repongo todavía del viaje a
Canossa del Emperador sálico Enrique IV, en 1077, para
rendir pleitesía al soberbio Pontífice Gregorio VII, viaje
de funestas consecuencias para el Occidente Cristiano.
Por eso soy gibelino, monárquico y legitimista”.

99
Coherente con esa posición, es el único colombiano
que no nació ni liberal ni conservador y reitera que por
ser monárquico no permite que se le llame derechista,
un término que le huele a rancio. Dice no haber votado
nunca, pues no cree en la democracia. Y a propósito ex-
plica: “Estoy totalmente de acuerdo con Ortega y Gasset,
quien dijo que cuando las grandes mayorías se ponen de
acuerdo es para cometer un desmán o alguna bellaque-
ría”, Su intransigente monarquismo hace que mantenga
una estrecha amistad con reyes, comenzando por los es-
pañoles. Esta posición no le ha creado problemas, ex-
cepto una vez en Puerto Rico, cuando estuvo a punto de
ser linchado en la Universidad de Río Piedras por un
grupo de independentistas que le preguntó su opinión
sobre los episodios cuando E.U. se quedó con la isla. “Fue
un acto bárbaro —respondió— que aún es tiempo de rei-
vindicar devolviéndole esta isla a España, a la cual por
derecho pertenece”. (Temiendo declaraciones como ésta,
es por lo que su amigo Gabo nunca lo ha invitado a Cuba).
Por más de que no hable de la edad —la suya la di-
simula muy bien—, este es un tema que siempre le ha pre-
ocupado. En Bogotá un tonto incidente lo ha hecho asi-
milar esa aterradora edad. “Salía yo del Tequendama —
me contó— y un gamín, vendedor de lotería, me agobió
ofreciéndome un billete, con el truco de dejarlo caer al
suelo como si yo fuera turista. Lo mandé al carajo ¿Sa-
bes lo que me respondió el chino?: ‘Váyase a la mierda,
viejo h...’”
—¿Eso fue todo? ¿Y qué...? —le pregunté.
—¡Es que lo de viejo le salió del alma!
A sus 75, completamente realizado, creyendo a ratos
que ha llegado la hora de callar —pero sin callar—, dis-
frutando del amor, la ternura, la paciencia y el sentido
común de la dulce Carmen, su mujer —sin lo cual este

100
gaviero no se hubiera afincado nunca en tierra firme,
desde donde ahora columbra la sonriente lejanía del ca-
mino recorrido—, Álvaro reflexiona sobre la vida, la cual
ni a él ni a Maqroll les debe nada. Y reflexiona también
sobre la muerte, tema imprescindible para un poeta de
cualquier edad. “La verdadera muerte —me dice— no
es la que se presenta con una enfermedad. Ese es el fin.
La muerte que uno lleva adentro, con la que ha vivido
desde que nace, se manifiesta a estas alturas en forma
sigilosa, a base de alejar recuerdos e ilusiones, a base
de irnos aislando del presente y acercándonos al pasa-
do, a base de que muchas de las cosas que nos han inte-
resado tomen otra distancia. Es además un regreso muy
intenso a la niñez y a la juventud...”

—¿Por qué escribes, Álvaro?


—Para salvar los recuerdos de mi niñez, que es una
manera de perpetuar en la memoria los momentos más
felices que he vivido. Lo he dicho muchas veces: todo lo
que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar
Coello, ese rincón de tierra caliente del que emana la
substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis erro-
res y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que
no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo
sin límites que es para mí ese rincón del Tolima.

101
ENTREVISTAS CON ÁLVARO MUTIS

POESÍA Y LITERATURA

El oficio de escribir

“EN CUANTO a mi relación con la escritura [puedo decir]


que trabajo muy lentamente. Mi labor más intensa la hago
dentro de mí mismo, en la alquimia interior que puede
durar varios años. Por eso he dicho que cuando me sien-
to a redactar un poema, ya casi está escrito de antema-
no. En aeropuertos, aviones, cuartos de hotel —sitios
donde transcurre la mayor parte de mi vida— escribo
en pedacitos de papel frases, claves, que organizo más
tarde y son el origen de un poema. Estas notas son el úni-
co trabajo de escritura previo, lo cual de ninguna mane-
ra significa que crea en la inspiración. Jamás la he co-
nocido y nunca he publicado nada de forma repentina.
Respecto a mi poesía, opino lo mismo que Pablo Neru-
da: ‘Mis criaturas nacen de un largo rechazo’”.

Entrevista con Cristina Pacheco, Uno más Uno, México, 1981.


“Hago un largo trabajo solitario, no gráfico, de elabo-
ración, de pensamiento. Voy recogiendo estas cosas que
escribí, completándolas y enriqueciéndolas. También
voy rechazando. Muchos de ellos se me olvidan y a ve-
ces regresan con otras máscaras. Este trabajo de ir y ve-
nir, de destilar, de acariciar, de palmotear todas estas
imágenes y todo este mundo es un trabajo, en mí, muy
largo, previo a ese momento en el que me siento frente
a la máquina de escribir mirando estas absurdas notas
[…]
”Cuando pasa a la máquina de escribir, ya para mí
el poema comienza a ser. Pero ha transcurrido fácilmen-
te un año, dos años —el tiempo no me importa— durante
los cuales he estado verificando la verdad de lo que es-
toy diciendo […]
”Para lo único que sirve un poema es para constatar,
en palabras, un fracaso. El abismo que existe entre la or-
ganización, el mundo, el orden mágico que tú has visto y
aquello en lo que se convierten las palabras, es tan gran-
de que realmente lo que queda escrito en la página es
sólo la constatación escrita de un siniestro absoluto, de
un fracaso total […]
”No puede hablarse de un texto terminado. Te voy a
contar una anécdota muy bella que me refirió Fernando
Botero sobre Bonnard: cuando los museos compraban
sus obras, él en forma subrepticia y secreta, llevaba una
paleta y le daba toquecitos de pintura al cuadro, ya colga-
do. Ningún poema termina. Por eso es optativo del escri-
tor, en un momento dado, terminar en el sentido de pa-
sarlo a los demás, siendo consciente, eso sí, de que está
pasando algo que hubiera podido ser mucho más. Pero
hay un momento muy difícil de determinar, lleno de una
serie de señales, de púas y de luces de alarma, que te dice:
¡hasta aquí! […]

103
”Otra cosa que te podría decir […]: hasta que no está
en letras de imprenta, publicado en un libro o en una pá-
gina, yo no veo el poema. El poema escrito a máquina,
para mí, tiene algo de inmaduro, de inacabado. La letra
de imprenta como que le da al poema su armadura fi-
nal, su estructura definitiva.
”También me sucede que, una vez terminado el poe-
ma y sacado en es página amarilla [en la que mecanogra-
fío mis textos], me produce un inmenso fastidio y soy
totalmente incapaz tanto de recordarlo como de volver-
lo a leer porque no me dice absolutamente nada. Para mí
no hay un suplicio mayor que leer mi poesía en público,
porque es verdaderamente leer una serie de errores,
constatar una inmensa secuencia de cómo no se dice una
cosa […]
”Jamás he escrito pensando que alguien pueda leer
mis textos. Eso no quiere decir que yo anhele que no los
lea nadie o que no publique, pues sería una tartufería
absoluta. Pero yo, yo escribo para ordenar mi mundo,
escribo para poder seguir viviendo. Lo publico porque
pienso que compartido con otras personas adquiere sen-
tido.”

Entrevista con Rosita Jaramillo, Fabularia, 1982.

—¿Cuántas veces puede morir un hombre?


—Muchas. Más de las que él mismo sospecha. Con-
cluir un libro, un trabajo, produce una sensación de muer-
te. Todo trabajo de creación —concretamente poética—
es un proceso mortal. A medida que va dejando esos tes-
timonios, el poeta va muriendo y nada lo revive. Va de-
cayendo. Creo que por eso Rimbaud murió tan joven.

104
—Entonces la escritura es un acto suicida.
—Sí lo es. Vas dejando enterrados pedazos de ti mis-
mo y en muchos de ellos están la sustancia y la clave
que te habrían permitido vivir más.

Entrevista con Cristina Pacheco, Uno más Uno, México, 1981.

—La disciplina, el oficio, el trabajo cotidiano, ¿qué


aportan al resultado poético?
—Son un acto de invocación. Trabajar no es sólo es-
cribir. Trabajar puede ser, en la poesía, aprender a ver,
aprender a verte a ti mismo, a mirar ese otro lado de las
cosas y de los hechos, ese otro lado que tiene cada hora
de nuestra vida. Estarlo vigilando. Tratar de sorpren-
derlo siempre. Ahí está la poesía. El trabajo de escrito-
rio, de artífice, de artesano es desde luego necesario, pero
con él solo no se va a ninguna parte.

Y quise saber qué lugar le otorgaba entonces al arti-


ficio y al juego en el trabajo literario.
—Forman parte del trabajo de invocación. Cuanta
más capacidad lúdica tengas, más cerca estás de la ma-
gia. Pero tienes que ser honesto. No puedes jugar sólo
con las palabras por la belleza de las palabras. No pue-
des estar haciendo estos bordados, estas exquisiteces,
estos barroquismos que ocupan, en todos los sentidos, a
estos muchachos colombianos. En muchos de ellos hay
un inmenso talento, pero todavía no han empezado a en-
trar en contacto con este juego de condenados que es la
poesía. La poesía no es ni agradable de hacer ni agrada-
ble de ver después de ser hecha. Es un trabajo endemo-
niado.

105
”Mientras se realice en un mundo de complacencias
no se está haciendo nada. Esta poesía ya está muerta
[…]

Entrevista con Rosita Jaramillo, Fabularia, 1982.

“La única inspiración verdadera es el trabajo diario,


aburrido y necio, de escribir, borrar, quitar y volver a
poner hasta la locura. Y sabe que un poema —también
una novela, pero en un poema es más evidente— nunca
se termina. Decía Paul Valéry que un poema no se ter-
mina, sino que se suspende, se interrumpe. El poeta que
diga que escribió un poema y que considera que está to-
talmente terminado, o está mintiendo o es un tonto”.

Entrevista con Fermín Ramírez, Uno más Uno, México, 9 de


mayo de 1991.

“Escribir con conciencia es siempre un acto muy dolo-


roso y muy difícil. Es luchar contra las palabras, porque
yo tengo la convicción de que para cada cosa, cada emo-
ción, cada situación, cada lugar, hay una palabra. Mien-
tras no la encuentras, mientras estés defendiéndote con
sinónimos, no estás dando en el centro exacto de lo que
adentro tienes. El luchar contra esas palabras es agota-
dor, es desesperante”.

Entrevista con Martha Cantú, La Jornada, 4 de abril de 1987.

106
Poesía, Dios, otredad

“Recuerdo una frase que está en El rey Lear de Sha-


kespeare y que […] define al poeta en una forma como
nunca después llegó a definirse, y que creo que lo dice
todo. Dice: ‘Los poetas son los espías de Dios’. Esta con-
dición de espiar, de buscar en esa tiniebla que llamamos
la realidad, ese otro lado siempre oscuro, de denunciar-
lo y de ponerlo en evidencia. Ése es el trabajo y ésa es
la función esencial del poeta. Esa función no puede ser
placentera. No puede serlo porque estamos poniendo en
evidencia, poniendo en riesgo, además, nuestra propia
identidad. El poeta es el espía de Dios, en el sentido de
que les muestra a los otros hombres una parte que ellos
han querido ocultar, o necesitado ocultar, para seguir
viviendo una rutina cotidiana que les permite huir del
horror de verse a sí mismos, y de ver la fugacidad de su
destino y la inutilidad de su presencia en el mundo. De
ahí viene esta doble situación que es difícil de explicar.
La del placer de ver, de repente, que somos otra cosa y
somos lo mismo, y el dolor terrible de sentir que, para
decirlo, tenemos que usar uno de los medios más dete-
riorados que tiene el hombre para expresarse, que es la
palabra. Las palabras con las que todos los días habla-
mos y tienen que entrar en el poema y, al encontrarse,
decir otra cosa, que es el mensaje del espía. Yo pensaba
que con la prosa me iba a liberar un poco de esa función
de estar denunciado la otra orilla. No hubo tal. Me pasa
lo mismo: esa sensación de insuficiencia, de que no di-
mos en el blanco. De allí mi envidia inmensa por los pin-
tores o por los músicos”.

Entrevista de José Balza y José Ramón Medina, Folios,


Venezuela, 1992.

107
“Todo poema es la constatación de un absoluto fra-
caso. Creo que lo digo incluso en algún poema mío. La
palabra sólo sirve como un oscuro signo borroso, de algo
que quiero y necesito que permanezca: una imagen, un
estado de ánimo, una emoción, una constatación de una
verdad. En ese momento es esencial, necesito que per-
manezca. Entonces, la palabra —como un vago jeroglífi-
co, como un torpe jeroglífico— agarra, captura, deja unos
signos para que esto perdure. Así lo vivo yo. Entonces,
el objeto, el paisaje, al entrar en mi poesía, entrar a for-
mar parte de todo mi mundo, de todos mis demonios, de
todas mis ansiedades, de cómo veo las cosas y los seres,
entra instantáneamente. Si no participa en esto, no for-
ma parte de mi poesía, ni sirve para nada. Es decir, nada
que no pase —para decirlo en forma bien cursi— por el
corazón, me sirve a mí. Lo que pasa por el cerebro no me
dice nada”.

Entrevista con Jacobo Sefamí, Tras las rutas de Maqroll, 1993.

“Escribir resulta mucho más difícil de lo que se pien-


sa. No concibo el trabajo poético como un trabajo de ar-
tesanía, de artificio verbal, de preciosidad, así esa pre-
ciosidad llegue a los más excelsos niveles. No entiendo
la poesía sino como la entendió Rimbaud. O como la en-
tendió Neruda en sus mejores momentos. Acuérdate de
ese verso de Neruda: ‘Dios me libre de inventar cosas
cuando estoy cantando’. Y otro espléndido: ‘Mis criatu-
ras nacen de un largo rechazo’. Porque hay que recha-
zar, hay que tener en cuenta que la poesía es, únicamen-
te, ese rescoldo tibio que queda después de una inmen-
sa hoguera, de un intenso trabajo. Veo en los escritores
jóvenes colombianos (y en general la literatura francesa

108
actual también peca por eso) un regusto literario en la
literatura. Y ésta es la muerte, es la retórica. La litera-
tura momificada. No es poesía porque no es verdad.
”Creo, totalmente, que la poesía tiene un origen, tie-
ne una fuente religiosa. Creo que la poesía sucede en
esferas, en mundos herméticos superiores a nosotros y
que nos trascienden. El que no crea en una trascenden-
cia en el trabajo poético, está perdido. Creo que la poe-
sía es realmente mágica y esencialmente ceremonial.
No me interesa, no me acompaña ninguna poesía que no
tenga estas condiciones.”

Entrevista con Rosita Jaramillo, Fabularia, 1982.

La poesía es el más completo


de los conocimientos

“Una intuición poética es una visión intensificada y


profundamente enriquecida de la realidad. Tú ves la rea-
lidad cotidiana plana y ordenadamente: ves esta lámpa-
ra, este cuadro, me ves aquí tendido, hay la luz peculiar
de las cinco de la tarde. La poesía es sumar toda esta
circunstancia en dos palabras: una visión totalizadora.
Hay un crítico cuyo nombre no recuerdo que dice que
ese estado lo logra el poeta una o dos veces, por más gran-
de que sea. Baudelaire tiene dos o tres grandes poemas.
Los poemas que dieron en el blanco. Yo creo en eso to-
talmente […]
”[La poesía] es el conocimiento per se. Es el más com-
pleto de los conocimientos, sin duda el que va más lejos.
Igual al conocimiento que da la poesía sólo lo da la expe-
riencia mística, que en el fondo es lo mismo. Tú lees Las
moradas de Santa Teresa y estás leyendo poesía.

109
”[…] Crear esa nueva realidad enriquecida, esa visión,
esa certeza de que eso que el poema te está diciendo es
una verdad, es un pedazo de mundo resumido, hallado,
creado en ese instante, es la poesía. Neruda tiene un poe-
ma titulado ‘Barcarola’ que dice: ¡Si acercaras tu lengua a
mi corazón (éste es un ejemplo de los grandes momentos
de la gran poesía de Neruda y de lo que es la poesía) oi-
rías el corazón con su ruido de ruedas de tren con sueño¡
[…] Esto ya es llegar a la esencia misma de las cosas. Ahí
está todo: la noche, el viaje, mil cosas resumidas”.

Entrevista con Guillermo Sheridan, U. A. de México,


noviembre de 1976.

La poesía no necesita difusión

—Se habló en el Congreso de Escritores de Quito de


la necesidad de difundir la poesía, que resulta siendo un
tema recurrente de cuanto congreso o reunión literaria
se realiza. ¿Qué piensas tú de esa preocupación?
—Yo fui el primero en oponerme radicalmente y en
forma capital a este concepto de la difusión de la poe-
sía. No creo que la poesía necesite ser difundida. A na-
die se le ocurrió difundir a Dante o a San Juan de la Cruz
o al Romancero español. Nadie ha pensado en difundir
la poesía de Baudelaire, de Rimbaud, de Keats, de Eliot.
”La poesía, ella misma, tiene una carga de verdad, una
carga visionaria que le da una vida, una trascendencia,
una trayectoria en el destino del hombre. No creo que ga-
nemos absolutamente nada con llevarle Mallarmé al cam-
pesino que ara al pie del Chimborazo. Él tiene, ese cam-
pesino, su propia poesía, su propio canto, tiene su propia
noción poética del mundo que le basta y satisface inmen-

110
samente y que en ese momento son tan válidas como la
poesía de Mallarmé. Entonces tratar de insuflarle poesía
cuyos antecedentes, cuyos orígenes con completamente
ajenos a ese ser es una falsedad infinita. Yo creo que esa
noción de difundir la literatura y “culturizar”, entre gran-
des, inmensas comillas, a la gente forma parte de ese deli-
rio que vivimos de sociedad de consumo. La poesía nunca
ha necesitado ser difundida y me parece inclusive que es-
tos términos son antitéticos, son contrarios.

Entrevista con Rómulo Ramírez Rodríguez, Garcilaso, Lima,


1979.

MÚSICA, PINTURA, PSICOANÁLISIS

Música

“He definido la música como una segunda sangre que


circula en el cuerpo humano. Para mí, por lo menos, y
para muchos de mis amigos, la música es tan necesaria
como la sangre y como el aire. La música es el más sabio
de los inventos que haya conseguido el hombre. Vivo en
un mundo referido continuamente a la música. Así, po-
dríamos hablar de mis músicos favoritos: Bach, Chopin,
Bartok […], Brahms, Schumann, esos elementos condi-
cionales y esenciales que son para mí estas obras, estos
hombres y estos creadores de esas maravillas, de cate-
drales prodigiosas de sonido y delicias. Lo considero
también —para alguien que tenga un sentido, como lo
tengo yo, de lo místico y de lo religioso—, la más alta
oración que el hombre pueda hacer. Eso es la música”.

Entrevista con Gonzalo Valdés Medellín. Tras las rutas de


Maqroll, 1988.

111
“…si vuelvo al Sibelius que a mí me inquietó, es la
Quinta Sinfonía; fue la música que a mí me hizo escribir
[…] Un día que estaba escuchando por decimoquinta o
vigésima vez la Quinta Sinfonía de Sibelius, sobre todo
el tercer movimiento, aquel pizzicato que va sobre las
cuerdas en bajo […]
”Sibelius a mí me remueve, por razones muy miste-
riosas, capas muy profundas de recuerdos y de sensacio-
nes y de —odio la palabra, no la quisiera decir, pero en
fin, en su momentos no me viene otra— vivencias, es una
palabra de una pedantería fatal. Pero Sibelius a mí me
remueve instantáneamente; hay dos compositores que a
mí me sumen, me sumergen en un mundo de nostalgia,
de percepción, de sensaciones, de recuerdos, de imáge-
nes, que son: Chopin y Sibelius […]
”El más grande Chopin que yo conozco —dejando al
margen y en el lugar más alto a Dinu Lipatti— lo toca
Stefan Askenase, este viejo profesor, en Bruselas [que]
no es un concertista de mucha fama, pero Deutsche
Grammophon grabó toda la obra de Chopin con él y,
realmente, es un Chopin de una precisión, de una cali-
dad y, sobre todo, de una comprensión del auténtico sen-
tido de la música de Chopin, tan lejos de esa cosa geme-
bunda, enfática, siniestra, de señora en trance, en que
caen todos”.

—Si ilustráramos este pasaje belga, flamenco, de re-


cuerdos, ¿qué trozo de música escogería?
—La música coral, desde luego, toda la música coral
de la corte de Borgoña, Joaquín des Prez, y la música
anónima coral de la corte de Borgoña: hay discos esplén-
didos sobre eso. Yo la viví. Basta entrar un domingo en
la mañana o un sábado en la tarde en la Catedral de Mali-
nas, en la Catedral de Amberes, en la misma Sainte-

112
Gudule en Bruselas y oír estos coros de los oficios re-
ligiosos, para sentir toda la pureza de esta música, la ma-
ravilla de esta música que hizo el placer de Carlos V, y
sobre la cual Felipe II también sabía lo suyo.

Entrevista de Bernardo Hoyos, Tras las rutas de Maqroll,


1988.

Pintura

“Junto con Velázquez y con Goya, Delacroix es el pin-


tor que siento más cercano y que sigue deslumbrándo-
me como la primera vez que lo vi. Acabo de tener en Pa-
rís la espléndida, la única oportunidad, en casa de ami-
gos que tuvieron la gentileza de acogerme una noche en
una cena inolvidable, de ver cuatro cuadros de Delacroix
de una calidad espléndida y con esa condición escenográ-
fica, totalizadora, que me dejaron deslumbrado. Pregun-
té a los dueños de casa: ‘Éstos son Delacroix, ¿verdad?’
Y con esa elegancia de la gran clase francesa dijeron: ‘Sí,
son de la familia, los tenemos aquí’. Y volví a quedarme
atónito frente a este pintor que, además, seguramente
ustedes lo saben, fue un escritor admirable, autor de un
diario que es uno de los textos más importantes como
documento personal y como documento de un artista del
siglo XIX […]
”En estos cuadros de Delacroix había uno que es una
pequeña escena a orillas del mar. Pequeña escena en cuan-
to a que los personajes principales son de proporción muy
reducida en relación con la proporción del cuadro; y allí
me di cuenta de que lo que pasa es que el uso de los colo-
res en Delacroix tenía otro sentido completamente distin-
to del que se venía usando antes, y después no se volvió a

113
usar, porque no tiene nada que ver con los impresionistas,
que es en lo que se cree caer. Los fauves, tal vez los fau-
ves, algo intentaron repetir de nuevo, pero hay una dialé-
ctica del color en Delacroix [absolutamente] personal”.

Entrevista con Augusto Pinilla, Tras las rutas de Maqroll,


1993.

Psicoanálisis

“A mí, toda explicación que esté ligeramente teñida


de psicoanálisis me parece siempre profundamente sos-
pechosa, otra vez por lo mismo, por fácil. Una de las co-
sas que no entendió nunca Freud —que fue un hombre
que entendió muchas cosas y que abrió un campo inmen-
so y que estructuró una teoría que me ha parecido de lo
más importante de los últimos quinientos años— fue la
poesía. Tratar de explicar el fenómeno poético por pu-
ros elementos psicoanalíticos es caer en una absoluta
limitación. Suponte que yo escriba poesía porque no he
sido capaz de superar mi complejo de Edipo, eso no arre-
gla nada, no avanzas un paso en el goce de la poesía. Que
Baudelaire tuvo problemas de impotencia muy graves, y
tuvo un Edipo aterrador, bueno, ¿y qué? Es como decir:
Baudelaire salía de su hotel con 60 francos en el bolsillo
y regresaba con 47,25; el número de la habitación en que
vivía era el 14; tenía más trajes oscuros que claros… En
fin: estamos fuera de la poesía, viejo…”

—¿No le gustan los ensayos de Freud sobre Da Vinci,


sobre Goethe?
—Son hermosos, pero limitadores. El que me inte-
resa mucho es el de Moisés. Ahí sí dio en el blanco el tipo.

114
Moisés o la religión monoteísta es un texto sumamente
importante. Los ensayos sobre Da Vinci o Miguel Ángel
tocan con ingenio, con gracia, un aspecto de la vida de
los artistas; te permiten reconstruir el panorama que
circundó esa vida, pero junto a eso, levantas los ojos en
la Sixtina y las palabras de Freud dejan de existir. La
creación es un algo que está más allá. ¿Qué puedes ha-
cer frente a los Nocturnos de Chopin? ¿Frente a La pas-
toral?

Entrevista con Guillermo Sheridan, U. A. de México,


noviembre de 1976.

¿QUÉ SERÁ LO QUE LOS JÓVENES LLAMAN “VIVIR”?

—¿[Qué piensas de] esa actitud antiintelectual tan


de moda ahora que hace exclamar a muchos artistas: “pri-
mero está la vida que el leer y escribir”?
—¿Qué será lo que llaman vivir estos jóvenes tan vi-
venciales, para usar esa horrible palabra que se emplea
tanto ahora? ¿Qué será lo que llaman vivir? La experien-
cia de los burdeles me parece que no es vivir, tampoco el
alcohol tomado en los cafés. Y yo tomo alcohol todos los
días, siempre que puedo, a la menor provocación. Pero
no para vivir, sino al contrario para frenar la vida. Por-
que si se me viene encima como yo la veo sin alcohol, me
puede fundir, me puede desaparecer.
”Nunca he entendido muy bien (o tal vez sí, pero lo
que entiendo es tan peyorativo y tan mezquino que no
quiero saberlo) qué es lo que llaman vivir estos mucha-
chos… ¿Qué vivió Rimbaud a los dieciocho años? Una
experiencia homosexual con Verlaine, algunos proble-
mas esencial y lamentablemente burgueses con su fami-
lia en una pequeña ciudad de provincias francesa. Ja-

115
más él pensó que eso fuera la vida. Y, sin embargo, es el
más terrible, lúcido y perdurable testimonio de vida que
yo conozca, después de la Divina Comedia.

Entrevista con Rosita Jaramillo, Fabularia, 1982.

116
Opiniones
MI AMIGO ÁLVARO MUTIS

por Gabriel García Márquez*

ÁLVARO MUTIS y yo habíamos hecho el pacto de no hablar


en público el uno del otro, ni bien ni mal, como una va-
cuna contra la viruela de los elogios mutuos. Sin embar-
go, hace 10 años justos y en este mismo sitio, él violó aquel
pacto de salubridad social, sólo porque no le gustó el pe-
luquero que le recomendé. He esperado desde entonces
una ocasión para comerme el plato frío de la venganza,
y creo que no habrá otra más propicia que ésta.
Álvaro contó entonces cómo nos había presentado
Gonzalo Mallarino en la Cartagena idílica de 1949. Ese
encuentro parecía ser en verdad el primero, hasta una
tarde de hace tres o cuatro años, cuando le oí decir algo
casual sobre Félix Mendelssohn. Fue una revelación que
me transportó de golpe a mis años de universitario en
la desierta salita de música de la Biblioteca Nacional de
Bogotá, donde nos refugiábamos los que no teníamos los
cinco centavos para estudiar en el café. Entre los esca-

*Discurso leído por Gabriel García Márquez, en la Biblioteca Na-


cional de Colombia, durante la celebración del 70.º cumpleaños de Álva-
ro Mutis.
sos clientes del atardecer yo odiaba a uno de nariz he-
ráldica y cejas de turco, con un cuerpo enorme y unos
zapatos minúsculos como los de Buffalo Bill, que entra-
ba sin falta a las cuatro de la tarde, y pedía que tocaran
el concierto de violín de Mendelssohn. Tuvieron que pa-
sar 40 años, hasta aquella tarde en su casa de México,
para reconocer de pronto la voz estentórea, los pies de
Niño Dios, las temblorosas manos incapaces de pasar una
aguja por el ojo de un camello.
“Carajo”, le dije derrotado. “De modo que eras tú”.
Lo único que lamenté fue no poder cobrarle los re-
sentimientos atrasados, porque ya habíamos digerido
tanta música juntos, que no teníamos caminos de regre-
so. De modo que seguimos de amigos, muy a pesar del
abismo insondable que se abre en el centro de su vasta
cultura, y que ha de separarnos para siempre: su insen-
sibilidad para el bolero.
Álvaro había sufrido ya los muchos riesgos de sus ofi-
cios raros e innumerables. A los 18 años, siendo locutor
de la Radio Nacional, un marido celoso lo esperó arma-
do en la esquina, porque creía haber detectado mensa-
jes cifrados a su esposa en las presentaciones que él im-
provisaba en sus programas. En otra ocasión, durante
un acto solemne en este mismo palacio presidencial, con-
fundió y trastocó los nombres de los dos Lleras mayo-
res. Más tarde, ya como especialista de relaciones públi-
cas, se equivocó de película en una reunión de benefi-
cencia, y en vez de un documental de niños huérfanos les
proyectó a las buenas señoras de la sociedad una come-
dia pornográfica de monjas y soldados, enmascarada bajo
un título inocente: El cultivo del naranjo. Fue también
jefe de relaciones públicas de una empresa aérea que se
acabó cuando se le cayó el último avión. El tiempo de
Álvaro se le iba en identificar los cadáveres, para dar-

119
les la noticia a las familias de las víctimas antes que a
los periódicos. Los parientes desprevenidos abrían la
puerta creyendo que era la felicidad, y con sólo recono-
cer la cara caían fulminados con un grito de dolor.
En otro empleo más grato había tenido que sacar de
un hotel de Barranquilla el cadáver exquisito del hom-
bre más rico del mundo. Lo bajó en posición vertical por
el ascensor de servicio en un ataúd comprado de emer-
gencia en la funeraria de la esquina. Al camarero que le
preguntó quién iba dentro, le dijo: “El señor obispo”. En
un restaurante de México, donde hablaba a gritos, un ve-
cino de mesa trató de agredirlo, creyendo que en reali-
dad era Walter Winchell, el personaje de “Los Intoca-
bles” que Álvaro doblaba para la televisión. Durante sus
23 años de vendedor de películas enlatadas para Amé-
rica Latina, le dio 17 veces la vuelta al mundo sin cam-
biar el modo de ser.
Lo que más aprecié desde siempre es su generosi-
dad de maestro de escuela, con una vocación feroz que
nunca pudo ejercer por el maldito vicio del billar. Nin-
gún escritor que yo conozca se ocupa tanto como él de
los otros, y en especial de los más jóvenes. Los instiga a
la poesía contra la voluntad de sus padres, los pervierte
con libros secretos, los hipnotiza con su labia florida y
los echa a rodar por el mundo, convencidos de que es
posible ser poeta sin morir en el intento.
Nadie se ha beneficiado más que yo de esa escasa vir-
tud. Ya conté alguna vez que fue Álvaro quien me llevó
mi primer ejemplar de Pedro Páramo y me dijo: “Ahí tie-
ne, para que aprenda”. Nunca se imaginó en la que se ha-
bía metido. Pues con la lectura de Juan Rulfo aprendí
no sólo a escribir de otro modo, sino a tener siempre lis-
to un cuento distinto para no contar el que estoy escri-
biendo. Mi víctima absoluta de ese sistema salvador ha

120
sido Álvaro Mutis desde que escribí “Cien años de sole-
dad”. Casi todas las noches fue a mi casa durante 18 me-
ses para que le contara los capítulos terminados, y de
ese modo captaba sus reacciones aunque no fuera el mis-
mo cuento. Él los escuchaba con tanto entusiasmo que
seguía repitiéndolos por todas partes, corregidos y au-
mentados por él. Sus amigos me los contaban después tal
como Álvaro se los contaba, y muchas veces me apropié
de sus aportes. Terminado el primer borrador se lo man-
dé a su casa. Al día siguiente me llamó indignado:
“Usted me ha hecho quedar como un perro con mis
amigos”, me gritó. “Esta vaina no tiene nada que ver con
lo que me había contado”.
Desde entonces ha sido el primer lector de mis origi-
nales. Sus juicios son tan crudos, pero también tan razo-
nados, que por lo menos tres cuentos míos murieron en
el cajón de la basura porque él tenía razón contra ellos.
Yo mismo no podría decir qué tanto hay de él en casi to-
dos mis libros, pero hay mucho.
Me preguntan a menudo cómo es que esta amistad
ha podido prosperar en estos tiempos tan ruines. La res-
puesta es simple: Álvaro y yo nos vemos muy poco, y sólo
para ser amigos. Aunque hemos vivido en México más
de 30 años, y casi vecinos, es allí donde menos nos ve-
mos. Cuando quiero verlo, o él quiere verme, nos llama-
mos antes por teléfono para estar seguros de que quere-
mos vernos. Sólo una vez violé esta regla de amistad ele-
mental, y Álvaro me dio entonces una prueba máxima
de la clase de amigo que es capaz de ser.
Fue así: ahogado de tequila, con un amigo muy que-
rido, toqué a las cuatro de la madrugada en el aparta-
mento donde Álvaro sobrellevaba su triste vida de sol-
tero y a la orden. Sin explicación alguna, ante su mira-
da todavía embobecida por el sueño, descolgamos un pre-

121
cioso óleo de Botero, de un metro y veinte por un metro;
nos lo llevamos sin explicaciones e hicimos con él lo que
nos dio la gana. Álvaro no me ha dicho nunca una pala-
bra sobre el asalto, ni movió un dedo para saber del cua-
dro, y yo he tenido que esperar hasta esta noche de sus
primeros 70 años para expresarle mi remordimiento.
Otro buen sustento de esta amistad es que la mayo-
ría de las veces en que hemos estado juntos, ha sido via-
jando. Esto nos ha permitido ocuparnos de otros y de
otras cosas la mayor parte del tiempo, y sólo ocuparnos
el uno del otro cuando en realidad valía la pena. Para
mí, las horas interminables de carreteras europeas han
sido la universidad de artes y letras donde nunca estu-
ve. De Barcelona a Aix-en-Provence aprendí más de 300
kilómetros sobre los cátaros y los papas de Aviñón. Así
en Alejandría como en Florencia, en Nápoles como en
Beirut, en Egipto como en París. Sin embargo, la ense-
ñanza más enigmática de aquellos viajes frenéticos fue
a través de la campiña belga, enrarecida por la bruma
de octubre y el olor de caca humana de los barbechos re-
cién abandonados. Álvaro había manejado durante más
de tres horas, aunque nadie lo crea, en absoluto silen-
cio. De pronto dijo: “País de grandes ciclistas y cazado-
res”. Nunca nos explicó qué quiso decir, pero nos confe-
só que él lleva dentro un bobo gigantesco, peludo y ba-
beante, que en sus momentos de descuido suelta frases
como aquella, aun en las visitas más propias y hasta en
los palacios presidenciales, y tiene que mantenerlo a raya
mientras escribe, porque se vuelve loco y se sacude y pata-
lea por las ansias de corregirle los libros.
Con todo, los mejores recuerdos de esa escuela erran-
te no han sido las clases, sino los recreos. En París, es-
perando que las señoras acabaran de comprar, Álvaro
se sentó en las gradas de una cafetería de moda, torció

122
la cabeza hacia el cielo, puso los ojos en blanco y exten-
dió su trémula mano de mendigo. Un caballero impeca-
ble le dijo con la típica acidez francesa: “Es un descaro
pedir limosna con semejante suéter de cachemir”. Pero
le dio un franco. En menos de 15 minutos recogió 40.
En Roma, en casa de Francesco Rosi, hipnotizó a Fe-
llini, a Mónica Vitti, a Alida Valli, a Alberto Moravia, a
la flor y nata del cine y de las letras italianas, y los man-
tuvo en vilo durante horas, contándoles sus historias
truculentas del Quindío en un italiano inventado por él,
y sin una sola palabra de italiano. En un bar de Barcelo-
na recitó un poema con la voz y el desaliento de Pablo
Neruda, y alguien que había escuchado a Neruda en per-
sona le pidió un autógrafo creyendo que era él. Un ver-
so suyo me había inquietado desde que lo leí: “Ahora que
sé que nunca conoceré Estambul”. Un verso extraño en
un monárquico insalvable, que nunca había dicho Estam-
bul sino Bizancio, como no decía Leningrado sino San
Petersburgo mucho antes de que la historia le diera la
razón. No sé por qué tuve el presagio de que debíamos
exorcizar aquel verso conociendo Estambul. De modo que
lo convencí de que nos fuéramos en un barco lento, como
debe ser cuando uno desafía al destino. Sin embargo, no
tuve un instante de sosiego durante los tres días que es-
tuvimos allí, asustado por el poder premonitorio de la
poesía. Sólo hoy, cuando Álvaro es un anciano de 70 años
y yo un niño de 66, me atrevo a decir que no lo hice por
derrotar un verso, sino por contrariar a la muerte.
De todos modos, la única vez en que de veras me he
creído a punto de morir, también estaba con Álvaro. Ro-
dábamos a través de la Provenza luminosa, cuando un
conductor demente se nos vino encima en sentido con-
trario. No me quedó otro recurso que dar un golpe de
volante a la derecha sin tiempo para mirar adónde íba-

123
mos a caer. Por un instante sentí la sensación fenome-
nal de que el volante no me obedecía en el vacío. Car-
men y Mercedes, siempre en el asiento posterior, per-
manecieron sin aliento hasta que el automóvil se acostó
como un niño en la cuneta de un viñedo primaveral. Lo
único que recuerdo de aquel instante es la cara de Ál-
varo en el asiento de al lado, que me miraba un segun-
do antes de morir con un gesto de conmiseración que pa-
recía decir:
“¡Pero qué está haciendo este pendejo!”.
Estos exabruptos de Álvaro nos sorprenden menos
a quienes conocimos y padecimos a su madre, Carolina
Jaramillo, una mujer hermosa y alucinada que no volvió
a mirarse en un espejo desde los 20 años porque empe-
zó a verse distinta de como se sentía. Siendo ya una abue-
la avanzada andaba en bicicleta y vestida de cazador,
poniendo inyecciones gratis en las fincas de la sabana.
En Nueva York le pedí una noche que se quedara cui-
dando a mi hijo de 14 meses mientras íbamos al cine. Ella
nos advirtió con toda seriedad que tuviéramos cuidado,
porque en Manizales había hecho el mismo favor con un
niño que no paraba de llorar, y tuvo que callarlo con un
dulce de moras envenenadas. A pesar de eso se lo enco-
mendamos otro día en los almacenes Macy’s, y cuando
regresamos la encontramos sola. Mientras los servicios
de seguridad buscaban al niño, ella trató de consolar-
nos con la misma serenidad tenebrosa de su hijo:
“No se preocupen. También Alvarito se me perdió en
Bruselas cuando tenía siete años, y ahora vean lo bien
que le va”.
Por supuesto que le iba bien, si era una versión culta
y magnificada de ella, y conocido en medio planeta, no
tanto por su poesía como por ser el hombre más simpá-
tico del mundo. Por dondequiera que pasaba iba dejan-

124
do el rastro inolvidable de sus exageraciones frenéticas,
de sus comilonas suicidas, de sus exabruptos geniales.
Sólo quienes lo conocemos y lo queremos más sabemos
que no son más que aspavientos para asustar a sus fan-
tasmas. Nadie puede imaginarse cuál es el altísimo pre-
cio que paga Álvaro Mutis por la desgracia de ser tan sim-
pático. Lo he visto tendido en un sofá, en la penumbra
de su estudio, con un guayabo de conciencia que no le
envidiaría ninguno de sus felices auditores de la noche
anterior. Por fortuna, esa soledad incurable es la otra
madre a la que debe su inmensa sabiduría, su descomu-
nal capacidad de lectura, su curiosidad infinita, y la her-
mosura quimérica y la desolación interminable de su poe-
sía.
Lo he visto escondido del mundo en las sinfonías pa-
quidérmicas de Bruckner como si fueran divertimentos
de Scarlatti. Lo he visto en un rincón apartado de un jar-
dín de Cuernavaca, durante unas largas vacaciones, fu-
gitivo de la realidad por el bosque encantado de las
obras completas de Balzac. Cada cierto tiempo, como
quien va a ver una película de vaqueros, relee de una
tirada “En busca del tiempo perdido”. Pues una buena
condición para que lea un libro es que no tenga menos
de 1.200 páginas. En la cárcel de México, adonde estuvo
por un delito del que disfrutamos muchos escritores y
artistas, y que sólo él pagó, permaneció los 16 meses que
él considera los más felices de su vida.
Siempre pensé que la lentitud de su creación era cau-
sada por sus oficios tiránicos. Pensé además que estaba
agravada por el desastre de su caligrafía, que parece he-
cha con pluma de ganso, y por el ganso mismo, y cuyos
trazos de vampiro harían aullar de pavor a los mastines
en la niebla de Transilvania. El me dijo cuando se lo dije,
hace muchos años, que tan pronto como se jubilara de sus

125
galeras iba a ponerse al día con sus libros. Que haya sido
así, y que haya saltado sin paracaídas de sus aviones eter-
nos a la tierra firme de una gloria abundante y mereci-
da, es uno de los grandes milagros de nuestras letras:
ocho libros en seis años. Basta leer una sola página de
cualquiera de ellos para entenderlo todo: la obra com-
pleta de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vi-
dente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a
encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es sólo
él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos to-
dos.
Quedémonos con esta azarosa conclusión, quienes he-
mos venido esta noche a cumplir con Álvaro estos 70 años
de todos. Por primera vez sin falsos pudores, sin menta-
das de madre por miedo de llorar, y sólo para decirle
con todo el corazón, cuánto lo admiramos, carajo, y cuán-
to lo queremos.

126
MUTIS ES...

“MUTIS inventa a Maqroll el Gaviero como García Már-


quez a Macondo, Onetti a Santa María, Rulfo a Comala.
Maqroll es también una región de lo imaginario, aunque
creada mediante un habilísimo montaje de pequeñas y
grandes realidades”.
MARIO BENEDETTI

“Mutis es un poeta de la estirpe más rara en espa-


ñol: rico sin ostentación y sin despilfarro. Necesidad de
decirlo todo y conciencia de que nada se dice. Amor por
la palabra, desesperación ante la palabra, odio a la pa-
labra: extremos del poeta. Gusto del lujo y gusto por lo
esencial, pasiones contradictorias pero que no se exclu-
yen y a las que todo poeta debe sus mejores poemas. Lujo
y, ya se sabe, ‘orden y belleza’, es decir, economía en la
expresión”.
OCTAVIO PAZ
“Mutis es el reaccionario que al voltear la cabeza ante
el devenir no cae en el éxtasis de lo religioso, como Sol-
yenitzin. Tal vez como Quevedo, escéptico, sabe que en
el futuro no hay sino descomposición y polvo. Y por eso
su paisaje es amargo aunque no triste ni monótono: una
fuerza natural lo hace estallar en las luces de una glo-
riosa derrota. Mutis no propone nada, no protesta, no
alienta el cambio. Y si hoy lo vemos como un renovador
de la poesía colombiana, como una de las más altas vo-
ces de América, es por esa calidad intrínseca al arte que
no respeta las buenas intenciones de progreso sino la
verdad de la palabra”.
ARMANDO ROMERO

“Imaginemos por un momento, en una especie de


‘composición de lugar’, lo que se presentaría a nuestros
ojos ante una hipotética trasposición pictórica del taller
de Mutis: primero veríamos los cuadros más llamativos,
aquellos en los que resuena la grandeza de los mares y
los continentes, incluidos los trópicos, por los que el des-
esperanzado Maqroll ha paseado su infinita capacidad
de sobreponerse a la adversidad, luego veríamos, en una
pared aparte, a ‘Europa iluminada’, con sus capitales —
Marsella, Barcelona, París, las ciudades de Maqroll, tan
distintas de las de Barnabooth— ‘brillando en la noche’
para decirlo no obstante con las palabras de uno de los
poemas del personaje de Valéry Larbaud, y finalmente,
unas figuras que ejercen ya como dioses tutelares, ya
como dioses psicopompos, en ese mundo animado por
un secreto politeísmo: Cervantes, Dickens, Pushkin, Dos-
toievsky, Conrad, Baudelaire, Rimbaud, Proust, Valéry
Larbaud, Pessoa, Borges...”
RICARDO CANO GAVIRIA

128
“Las risas se oyen hasta el paseo de la Reforma. Ál-
varo Mutis, el poeta colombiano, hace su célebre imita-
ción de Pablo Neruda. Recién llegado de Colombia, to-
dos lo han recibido como al Mesías. Es el salvador de
las fiestas. Baile que te baile, de cóctel en cóctel, seduce
a la duquesa de Altamira, a la marquesa de Villamarci-
lla... Así como fluye el champaña, fluyen las historias de
Álvaro Mutis y sus carcajadas que levantan cualquier
reunión como las burbujas al champaña. Junto a él nada
es plano; y nada le gusta tanto a una mujer como sentir-
se espuma. Mutis cuenta chistes, está al corriente tanto
de los últimos movimientos literarios como de las ten-
dencias pictóricas más modernas. Habla de Goethe, de
Brigitte Bardot y de las misas negras. Y sobre todo se
ríe de oreja a oreja, hasta quedar exhausto. Declama en
francés y dice adivinanzas en slang. Tiene una reserva
de viajes verdaderamente inagotable. A los europeos les
habla de Siam, a los suramericanos de Europa y a los ‘de-
butantes’ les relata aventuras soñadas en la corte de Luis
XIV . Fiel lector de extrañas revistas (el Crapouillot, que
cuenta entre sus números uno dedicado a ‘L’érotisme chez
les papes’ o algo así como ‘El erotismo en las comunida-
des coptas del siglo XVI’), posee lujosísimas y muy raras
ediciones limitadas. Con Octavio Paz se pasa conversan-
do la noche entera acerca de las relaciones entre la mís-
tica y el porvenir del hombre. También a Paz lo seduce.
No dejará de hacerlo jamás. Tiene con qué. Cosmopoli-
ta, viajado, culto, sensible, bondadoso, mundano, encan-
tador, es el rey. Nada se le atora. Su charme derrite. Álva-
ro Mutis parte plaza. Cruza los salones con la gallardía
que lo caracteriza y sus dientes son rompevientos, rom-
peolas, rompelabios y, claro, rompecorazones...”

ELENA PONIATOWSKA

129
ESCRITORES ESPAÑOLES FELICITAN A ÁLVARO MUTIS

EL NOVELISTA y académico Miguel Delibes ha declarado


que Álvaro Mutis, galardonado con el Premio Cervantes
de Literatura 2001, encarna “el maridaje perfecto de la
tradición narrativa con la modernidad del tan traído y
llevado ‘boom’ sudamericano”. Por eso, ha considerado
“acertadísima” esta decisión del jurado, presidido este
año por Víctor García de la Concha.
El poeta José Hierro, miembro del jurado, comentó
que la forma de escribir de Álvaro Mutis “no sólo es poé-
tica, sino también narrativa”, como “si quisiera hacer una
odisea moderna”. Hierro precisó que “todos los que as-
piraban al Premio Cervantes eran excelentes” y que,
aunque en un principio no era su candidato, su obra es
muy importante, tanto la novelística como la poética.
“Intenta y consigue aproximarse a lo épico o narrativo”,
subrayó, “como si quisiera hacer una odisea moderna”.
Por su parte, el poeta, novelista y ensayista Luis Anto-
nio de Villena señaló que Álvaro Mutis, ganador del Pre-
mio Cervantes 2001, es “maestro y discípulo” de escrito-
res como Mario Vargas Llosa y Gabriel García Már-
quez. Para Villena, el escritor colombiano y su conocido
personaje Maqroll el Gaviero son “sucesores de la par-
te buena del ‘boom’ de literatura latinoamericana”.
Asimismo, el novelista y académico Luis Mateo Díez
remarcó que Álvaro Mutis es “un escritor muy original”,
con una obra en la que ha creado “un mundo personal y
legendario”. Añadió que el escritor colombiano es autor
de “una obra muy concentrada, muy nítida”, en la que poe-
sía y narrativa están “muy equilibradas”. “Su obra —ex-
plicó— es como una espiral que va creciendo” sobre una
mitología “muy personal”.
Valioso testimonio también el de Antonio Gala, para
quien Álvaro Mutis aporta un lenguaje y una forma de
escribir diferente al realismo mágico, tradicionalmente
asociada a los autores iberoamericanos, “lo cual es alen-
tador”, dijo. Para este insigne escritor, el colombiano
Álvaro Mutis es “un hombre de investigación y creación
literaria, con una obra magna a sus espaldas”, es decir,
“es un Premio Cervantes típico”, precisó Gala.
A propósito de la elección de Mutis, Luis María An-
són, director periodístico español integrante del jura-
do, destacó que Maqroll “es un aventurero, un filósofo y
un sentimental, entre otras muchas cosas, un personaje
que pertenece a ese mundo surrealista del ‘boom’ hispa-
noamericano”.

131
PALABRAS DE S.M. EL REY

LA ENTREGA del Premio Cervantes nos reúne una vez más


para celebrar a los cultivadores egregios de la lengua
castellana. Este año, venimos aquí para expresar nues-
tro reconocimiento a Álvaro Mutis, por la trayectoria
singular con que la ha vivido e interpretado. Sean pues,
mis primeras palabras, de cordial felicitación por esta
distinción por tantos conceptos merecida.
La literatura y el arte en general no son sólo fuente
de placer y de emociones, son también fuente de cono-
cimiento. Las grandes obras de ficción de la historia li-
teraria, aunque sean hijas de la imaginación y la fanta-
sía, están conectadas íntimamente con la realidad, de la
que descubren parcelas hasta entonces ignoradas, terri-
torios a los que nos vemos obligados a mirar a menudo
con ojos nuevos, un paisaje moral o emocional que des-
conocíamos.
Para Álvaro Mutis, El Quijote es, de entre todas es-
tas obras maestras que ensanchan nuestra capacidad de
percepción y nos proporcionan un conocimiento más in-
tenso del mundo, la que le ha acompañado con mayor
fidelidad en su ejemplar itinerario. Miguel de Cervan-
tes, según palabras del propio Mutis, ha sido para él un
compañero inseparable, un interlocutor siempre pronto
a responderle con su voz sabia y resignada, repleta de
consoladora fraternidad.
Y es que nadie quizá tan generoso como Álvaro Mu-
tis a la hora de reconocer el magisterio de otros escrito-
res, la influencia que estos han ejercido sobre su perso-
na y su obra. Él ha querido siempre compartir con los
demás el deleite que le ha proporcionado su experiencia
de lector, y lo ha hecho con un contagioso entusiasmo
del que sólo son capaces las almas más grandes y más
nobles. Antonio Machado, de quien siempre lleva un li-
bro, es otro de sus fieles compañeros, como lo es tam-
bién San Juan de la Cruz —el poeta por excelencia para
Mutis— y Galdós, Pessoa, Neruda, Álvaro Cunqueiro,
Octavio Paz o Gabriel García Márquez. Todos esos nom-
bres nos certifican su amplitud de miras y su concepción
de la literatura como un hecho plural, como plurales son,
al fin y al cabo, los hombres y sus visiones.
Mutis ha rendido un constante homenaje a lo largo
de su obra a la riqueza y pluralidad de la creación hu-
mana. Y por eso, no sólo la literatura, sino también la
pintura y la música, los pintores y los compositores, tie-
nen una presencia destacada en la poesía de Mutis y son,
podemos decir, como invitados permanentes de su obra.
Hay en la obra de Álvaro Mutis un asiduo reconocimien-
to de la labor civilizadora de la cultura. Este reconoci-
miento se hace explícito en sus muchos poemas de tema
histórico. Para Mutis, buscar al hombre en la Historia
es como buscarlo en el presente, porque todo lo que al-
guna vez fue, sigue viviendo para el poeta, que es capaz
de sentir de esa forma el dolor y las esperanzas de los
hombres pasados, de los actuales y de los que vendrán.

133
Dirigirse a la Historia es interrogarla sobre las verda-
des permanentes del Hombre, sobre sus avances mora-
les y sobre sus fracasos. Mutis es un humanista convenci-
do y siempre está dispuesto, como el más esforzado de
los caballeros, a romper una lanza por la dignidad y la
libertad de los hombres, conquistas siempre frágiles que
es preciso defender frente a la sinrazón, la violencia y
la ausencia de valores.
Su obra está hecha de la misma madera que la de esos
clásicos a los que él tanto debe y tanto admira. Los asun-
tos de sus libros y los espacios por los que transitan sus
criaturas son atemporales y, al mismo tiempo, remiten
a vidas concretas. En sus poemas y novelas se adivina
el lado común que comparten los hombres y a la vez las
diferencias que hacen de cada persona un individuo úni-
co. Maqroll el Gaviero, su genial creación, arrastrado de
un sitio a otro del ancho mundo por el ímpetu de su des-
tino, tiene reservado un lugar de privilegio en el ima-
ginario de las generaciones presentes y futuras. Cons-
truir un personaje de esas dimensiones, un personaje
tan impregnado de existencia real, sólo está al alcance
de unos pocos elegidos. Álvaro Mutis es uno de ellos.
Mutis, en todo lo que escribe, demuestra poseer una
curiosidad voraz y desbordada, contagiosa, que lleva al
lector a mirar en las múltiples direcciones que él pro-
pone y a participar de su enorme riqueza de perspecti-
va. El extraordinario escritor y gran amigo de Álvaro
Mutis que es el también colombiano Gabriel García Már-
quez, ha hablado refiriéndose a la poesía de su compa-
triota de “hermosura quimérica”, y de “desolación inde-
terminada”. Profundas y exactas palabras que nos ha-
blan de la poderosa impresión que causan en el lector
los poemas de Álvaro Mutis, su mirada de una extraor-
dinaria limpieza, que no juzga, que no condena, a veces

134
desolada, otras melancólica, y siempre y sobre todo pia-
dosa, capaz de descubrirnos los abismos de la vida y al
tiempo hacernos amar con intensidad esa misma vida.
Mutis es un ejemplo de valentía y libertad, de elec-
ción de un camino propio, de fe en el propio paso solita-
rio. En palabras suyas, Álvaro Mutis ha mantenido una
atención vigilante y sin tregua por España, transmitida
de una generación a la siguiente como algo muy seme-
jante a un rasgo familiar. Y es que España tiene en la
obra de Mutis una presencia privilegiada. Comparece
sobre todo en su poesía y, más concretamente, en algu-
nos de sus últimos poemas, que nacen de las vivas im-
presiones que han producido en su espíritu los encuen-
tros con las ciudades y las tierras españolas. Quizá sea
Álvaro Mutis uno de los poetas que ha hablado de Espa-
ña, de su historia y de su cultura, con un amor más hon-
do, libre de tópicos y prejuicios.
Para Álvaro Mutis, por fin, el destino y no el azar,
tiene una presencia determinante en la vida de los hom-
bres, aunque no sea siempre evidente. Y el destino, que
según el mismo ha escrito, se mueve en espiral, cierra
hoy uno de sus círculos, porque hoy une su nombre al del
escritor que más lo ha acompañado en todos los momen-
tos de su riquísimo itinerario vital, al de Don Miguel de
Cervantes. Enhorabuena, por su talento y su pasión que
tanto nos enseñan, y por su amistad sincera, que nos es-
timula y nos conforta.

135
Misceláneo
MANIFIESTO . CONTRA LA MUERTE DEL ESPÍRITU

Álvaro Mutis y Javier Ruiz Portella*

“SIN DENUNCIAR políticas gubernamentales, ni repudiar


actuaciones económicas, ni protestar contra específicas
actividades sociales”, el escritor colombiano Álvaro Mu-
tis, último premio Cervantes, y el editor y ensayista Ja-
vier Ruiz Portella —se decía en El Cultural de El Mun-
do del 19.6.2002— han lanzado un audaz Manifiesto con-
tra la muerte del espíritu, con la esperanza de abrir una
brecha ahora que es la vida del espíritu la que corre peli-
gro. Porque el materialismo, proclaman, impregna hoy
los más íntimos resortes de nuestro pensamiento y nues-
tras actitudes, mientras se desvanece “esa inquietud gra-
cias a la cual los hombres son y no sólo están en el mun-
do”. Es hora de actuar. O, al menos, de tomar la pala-
bra.

Quienes estampamos nuestra firma al pie de este Ma-


nifiesto no estamos movidos por ninguno de los afanes

*Este Manifiesto fue publicado por el periódico El Mundo, en el su-


plemento El Cultural el día 19 de junio de 2002.
que caracterizan habitualmente al signatario de procla-
mas, protestas y reivindicaciones. El Manifiesto no pre-
tende denunciar políticas gubernamentales, ni repudiar
actuaciones económicas, ni protestar contra específicas
actividades sociales. Contra lo que se alza es contra algo
mucho más general, hondo… y por lo tanto difuso: con-
tra la profunda pérdida de sentido que conmueve a la
sociedad contemporánea.
Aún sigue existiendo, es cierto, algo parecido al sen-
tido; algo que, por sorprendente que sea, aún justifica y
llena la vida de los hombres de hoy. Por ello, el presente
Manifiesto se alza, hablando con mayor propiedad, con-
tra la reducción de dicho sentido a la función de preser-
var y mejorar (en un grado, es cierto, inigualado por nin-
guna otra sociedad) la vida material de los hombres.
Trabajar, producir y consumir: tal es todo el horizon-
te que da sentido a la existencia de los hombres y muje-
res de hoy. Basta, para constatarlo, leer las páginas de
los periódicos, escuchar los programas de radio, rego-
dearse ante las imágenes de la televisión: un único ho-
rizonte existencial (si se le puede denominar así) preside
a cuanto se expresa en los medios de comunicación de
masas. Contando con el enfervorizado aplauso de éstas,
dicho horizonte proclama que de una sola cosa se trata
en la vida: de incrementar al máximo la producción de
objetos, productos y esparcimientos puestos al servicio
de nuestro confort material.
Producir y consumir: tal es nuestro santo y seña. Y
divertirse: entretenerse en los pasatiempos (se denomi-
nan con acertado término: “actividades de ocio”) que la
industria cultural y los medios de comunicación lanzan
al mercado con objeto de llenar lo que, sólo indebidamen-
te, puede calificarse de “vida espiritual”; con objeto de
llenar, más propiamente hablando, lo que constituye ese

138
vacío, esa falta de inquietud y de acción que la palabra
ocio expresa con todo rigor.
A ello se reduce la vida y el sentido del hombre de
hoy, la de ese “hombre fisiológico” que parece encontrar
su mayor plenitud en la satisfacción de las necesidades
derivadas de su mantenimiento y sustento. Resulta obli-
gado reconocer, por supuesto, que en semejante empeño
—muy especialmente en la mejora de las condiciones
sanitarias y en el incremento de una longevidad que casi
se ha duplicado en el curso de un siglo—, los éxitos al-
canzados son absolutamente espectaculares. También
lo son los grandes avances que la ciencia ha efectuado
en la comprensión de las leyes que rigen los fenómenos
físicos que conforman el universo en general y la tierra
en particular. Lejos de repudiar tales avances, los sig-
natarios del presente Manifiesto no podemos sino salu-
darlos con hondo y sincero júbilo.
Es precisamente este júbilo el que nos lleva a expre-
sar su asombro y su angustia ante la paradoja de que, en
el momento en que tales conquistas han permitido ali-
viar considerablemente el sufrimiento de la enferme-
dad, mitigar la dureza del trabajo, expandir la posibili-
dad del conocimiento (en un grado jamás experimenta-
do y en unas condiciones de igualdad jamás conocidas):
en un momento caracterizado por tan saludables prove-
chos, resulta que es entonces cuando, reducidas todas
las perspectivas al mero incremento del bienestar, co-
rre el riesgo de quedar aniquilada la vida del espíritu.
Lo que peligra no son, salvo hecatombe ecológica, los
beneficios materiales así alcanzados; lo que se ve ame-
nazada es la vida del espíritu. Lo prueba, entre mil otras
cosas, el mero hecho de que incluso se ha vuelto proble-
mático usar el término “espíritu”. Es tal el materialis-
mo que impregna los más íntimos resortes de nuestro

139
pensamiento y de nuestro corazón, que basta utilizar posi-
tivamente el término “espíritu”, basta atacar en su nom-
bre el materialismo reinante, para que la palabra “espí-
ritu” se vea automáticamente cargada de despectivas
connotaciones religiosas, si ya no esotéricas.
Se impone por ello precisar que no es la inquietud
religiosa la que mueve a los signatarios del presente Ma-
nifiesto, independientemente de lo que éstos puedan con-
siderar acerca de la relación entre “lo espiritual” y “lo
divino”.
Lo que nos mueve no es la inquietud ante la muerte
de Dios, sino ante la del espíritu: ante la desaparición
de ese aliento por el que los hombres se afirman como
hombres y no sólo como entidades orgánicas. La inquie-
tud que aquí se expresa es la derivada de ver desvane-
cerse ese afán gracias al cual los hombres son y no sólo
están en el mundo; esa ansia por la que expresan toda
su dicha y su angustia, todo su júbilo y su desasosiego,
toda su afirmación y su interrogación ante el portento
del que ninguna razón podrá nunca dar cuenta: el por-
tento de ser, el milagro de que hombres y cosas sean, exis-
tan: estén dotados de sentido y significación.
¿Para qué vivimos y morimos nosotros: los hombres
que creemos haber dominado el mundo…, el mundo ma-
terial, se entiende? ¿Cuál es nuestro sentido, nuestro
proyecto, nuestros símbolos…, estos valores sin los que
ningún hombre ni ninguna colectividad existirían? ¿Cuál
es nuestro destino? Si tal es la pregunta que cimienta y
da sentido a cualquier civilización, lo propio de la nues-
tra es ignorar y desdeñar tal tipo de pregunta: una pre-
gunta que ni siquiera es formulada, o que, si lo fuera, ten-
dría que ser contestada diciendo: “Nuestro destino es
estar privados de destino, es carecer de todo destino que
no sea nuestro inmediato sobrevivir”.

140
Carecer de destino, estar privados de un principio
regulador, de una verdad que garantice y guíe nuestros
pasos: semejante ausencia —semejante nada— es sin du-
da lo que trata de llenar la vorágine de productos y dis-
tracciones con que nos atiborramos y cegamos. De ahí
proceden nuestros males. Pero de ahí procede también
—o mejor dicho: de ahí podría proceder, si lo asumiéra-
mos de muy distinta manera— toda nuestra fuerza y gran-
deza: la de los hombres libres; la grandeza de los hom-
bres no sometidos a ningún Principio absoluto, a ningu-
na Verdad predeterminada; el honor y la grandeza de
los hombres que buscan, se interrogan y anhelan: sin rum-
bo ni destino fijo. Libres, es decir, desamparados. Sin
techo ni protección. Abiertos a la muerte.
Esbozar la anterior perspectiva no significa, ni que
decir tiene, resolver nada. Contrariamente a todos los
Manifiestos al uso, no pretende éste apuntar medidas,
plantear acciones, proponer soluciones. Ya ha pasado
afortunadamente el tiempo en que un grupo de intelec-
tuales podían imaginarse que, plasmando sus ansias y
proyectos en una hoja tan blanca como el mundo al que
pretendían modelar, iba éste a seguir el rumbo fijado.
Tal es el sueño —el señuelo— del pensamiento revolucio-
nario: este pensamiento que, habiendo conseguido poner
los fórceps del poder al servicio de sus ideas, sí logró —pe-
ro con las consecuencias que sabemos— transformar el
mundo durante unas breves y horrendas décadas.
El mundo no es en absoluto la hoja en blanco que se
imaginaban los revolucionarios. El mundo es un fasci-
nante y a veces aterrador libro trenzado de pasado, enig-
mas y espesor. No pretenden pues los firmantes del pre-
sente Manifiesto plasmar ningún nuevo programa de re-
dención en ninguna nueva hoja en blanco. Pretenden ante

141
todo, y ya sería mucho, conglomerar voces unidas por
un parecido malestar.
Ya sería mucho, en efecto: pues lo más curioso, por
no decir lo más inquietante, es que semejante malestar
no haya encontrado hasta la fecha ningún auténtico cau-
ce de expresión. Aún más angustioso que la propia muer-
te del espíritu, es el hecho de que, salvo algunas voces
aisladas, dicha muerte parece dejar a nuestros contem-
poráneos sumidos en la más completa de las indiferen-
cias.
Por ello, el primer objetivo que se propone este Ma-
nifiesto es el de saber en qué medida tales reflexiones
son susceptibles de suscitar un mínimo, mediano o (aca-
so) amplio eco. A pesar del pesimismo que embarga a este
Manifiesto, late en él la descabellada esperanza de pen-
sar que no es posible que sólo algunas voces aisladas se
alcen a veces para oponerse al sentir que caracteriza a
nuestro tiempo. En la medida en que dicho sentir siga
siendo dominante, es evidente que inquietudes como las
aquí expresadas sólo podrán plasmarse en un grito, en
una denuncia. Esto es obvio. Pero no lo es el que seme-
jante grito no figure siquiera inscrito en aquel talante
crítico, impugnador y trasgresor, que tanto había carac-
terizado a la modernidad, al menos durante sus inicios.
Como si todo fuera de lo mejor en el mejor de los mun-
dos, casi nada queda de aquella actitud crítica: lo único
que hoy mueve a la protesta son las reivindicaciones eco-
logistas (tan legítimas como encerradas en el más plano
de los materialismos), a las que cabría añadir los putre-
factos restos de un comunismo igual de materialista y
tan trasnochado que ni siquiera parece haber oído ha-
blar de los crímenes que, cometidos bajo su bandera, sólo
son equiparables a los realizados por el otro totalitaris-
mo de signo aparentemente opuesto.

142
Desvanecido el talante inquieto y crítico que honró
antaño a la modernidad, entregado nuestro tiempo a las
exclusivas manos de los señores de la riqueza y del di-
nero —de ese dinero cuyo espíritu impregna por igual a
sus vasallos—, sólo queda entonces la posibilidad de lan-
zar un grito, de expresar una angustia. Tal es el propó-
sito del presente Manifiesto, el cual, además de lanzar
dicho grito, también pretende posibilitar que se abra un
profundo debate. Ni que decir tiene que tanto las cues-
tiones explícitamente apuntadas aquí, como las muchas
otras que éstas implican, no pueden encontrar su cabal
expresión en el breve espacio de un Manifiesto. Por ello,
ya se verían abundantemente colmados los propósitos
de éste, si a raíz de su publicación se abriera un debate
en el que participaran cuantos se sintieran concernidos
por las inquietudes aquí esbozadas.
Apuntemos tan sólo algunas de las cuestiones en tor-
no a las cuales podría lanzarse tal debate. Si “el tema de
nuestro tiempo”, por parafrasear a Ortega, no es otro
que el constituido por esta profunda paradoja: la nece-
sidad de que se abra un destino para los hombres priva-
dos de destino y que han de seguir estándolo; si nuestra
cuestión es la exigencia de que se abra un sentido para
un mundo que descubre —aunque encubierta, desfigura-
damente— todo el sinsentido del mundo; si tal es, en fin,
nuestro “tema”, la cuestión que entonces se plantea es:
¿mediante qué cauces, a través de qué medios, de qué
contenido, de qué símbolos, de qué proyectos… puede
llegar a abrirse semejante donación de sentido?
La anterior paradoja —disponer y no disponer de des-
tino; afirmar un sentido establecido sobre el sinsentido
mismo del mundo—; todo este arriesgado pero enalte-
cedor ejercicio de equilibrio sobre el abismo, todo este
mantenerse en la movediza “frontera” que media entre

143
la tierra firme y el vacío: ¿no se parece todo ello al abis-
mo, a la paradoja misma del arte: del verdadero arte,
del que nada tiene que ver con el entretenimiento que
se vende hoy bajo su nombre? “Tenemos el arte para no
perecer a causa de la verdad”, es decir, de la racionali-
dad, decía Nietzsche. Quizá sí, quizá sea el arte lo que
pudiera sacar al mundo de su abulia y torpor. Para ello,
haría falta desde luego que la imaginación artística reco-
brara nuevo impulso y vigor. Pero ello no bastaría. Tam-
bién haría falta que, dejando de ser tanto un entreteni-
miento como un mero ornamento estético, el arte recu-
perara el lugar que le corresponde en el mundo; pasara
a ser asumido como la expresión de la verdad que el arte
es y que nada tiene que ver con la mera contemplación
efectuada por un ocioso espectador.
Ahora bien, ¿es ello posible en este mundo en el que
no sólo la banalidad y la mediocridad, sino la fealdad mis-
ma (fealdad arquitectónica y decorativa, fealdad vestimen-
taria y musical…) parece estar convirtiéndose en uno
de sus ejes centrales? ¿Es posible esta presencia viva del
arte en un mundo dominado por la sensibilidad y el aplau-
so de las masas? ¿Es posible que el arte se instale en el
corazón del mundo sin que reviva —pero ¿cómo?— lo que
fue durante siglos la auténtica, la vivísima cultura po-
pular? Dicha cultura ha desaparecido hoy, inmolada en
el altar de una igualdad que mide a todos por el mismo
rasero, que impone a todos la sumisión a la única cultu-
ra —la culta— que nuestra sociedad considera posible
y legítima. ¿No es pues la cuestión misma de la igualdad
—la de sus condiciones, posibilidades y consecuencias—
la que queda de tal modo abierta, la que resulta ineludi-
ble plantear?
Esbocemos una última cuestión, quizá la más decisi-
va. Toda la desespiritualización aquí denunciada está

144
íntimamente relacionada con lo que cabría denominar
el desencanto de un mundo que ha realizado el más pro-
fundo de los desencantamientos: ha aniquilado a las fuer-
zas sobrenaturales que, desde el comienzo de los tiem-
pos, regían la vida de los hombres y daban sentido a las
cosas. No hace falta insistir en la necesidad de dicho des-
encantamiento para explicar los fenómenos físicos que
conforman el universo. Imprescindibles resultan para
ello las armas de una razón cuyas conquistas materiales
(tanto teóricas como prácticas) están sobradamente pro-
badas. Ahora bien, ¿no son estas mismas armas y estas
mismas conquistas las que lo pervierten todo, cuando,
dejando de aplicarse a lo material, intentan dar cuenta
de lo espiritual? ¿No es el poder de la razón el que lo re-
duce todo a un mecánico engranaje de causas y efectos,
de funciones y utilidades, cuando pretende encarar la
significación del mundo, cuando intenta enfrentarse al
sentido de la existencia? El fondo del problema, ¿no es-
triba en este desmesurado poder que se ha atribuido el
hombre al proclamarse no sólo “dueño y señor de la na-
turaleza”, sino también dueño y señor del sentido? Sólo
gracias a la presencia del hombre, es cierto, surge, se dis-
pensa esta “cosa”, la más portentosa de todas, a la que
denominamos sentido. Pero de ello no se deriva en ab-
soluto que el hombre disponga del sentido, sea su dueño
y señor, domine y controle un misterio que siempre le
trascenderá.
Semejante trascendencia no es en el fondo otra cosa
que lo que, durante siglos, se ha visto expresado bajo el
nombre de “Dios”. Enfocar las cosas desde tal perspec-
tiva, ¿no equivale pues a plantear —pero sobre bases
radicalmente nuevas— la cuestión que la modernidad
había creído poder obviar para siempre: la cuestión de
Dios?

145
Dejemos abierta, al igual que las anteriores, esta últi-
ma cuestión: la de un insólito dios (quizá conviniera por
ello escribir su nombre con minúscula), la cuestión de
un dios que, careciendo de realidad propia —no perte-
neciendo ni al mundo natural ni al sobrenatural—, sería
tan dependiente de los hombres y de la imaginación como
éstos lo son de él y de ésta. ¿A qué mundo, a qué orden
de realidad podría pertenecer semejante dios? No po-
dría desde luego pertenecer a ese orden sobrenatural
cuya realidad física hasta ha sido desmentida… por Su
Santidad el Papa, quien en julio de 1999 —pero nadie
se enteró— afirmaba que “el cielo […] no es ni una abs-
tracción ni un lugar físico entre las nubes, sino una rela-
ción viva y personal con Dios”. ¿Dónde puede morar dios,
en qué puede consistir la naturaleza divina, si ningún
lugar físico le conviene, si sólo de una “relación” se tra-
ta? ¿Dónde puede morar dios, sino en este lugar aún más
prodigioso y maravilloso que está constituido por las crea-
ciones de la imaginación?
Plantear la cuestión de dios no es otra cosa, en últi-
mas, que plantear la cuestión de la imaginación, inte-
rrogarnos sobre su naturaleza: la de esa fuerza que, a
partir de nada, crea signos y significaciones, creencias
y pasiones, instituciones y símbolos…; esa fuerza de la
que quizá todo dependa y de la que el hombre moderno,
como no podía ser menos, también se pretende dueño y
señor. Así lo cree este hombre que, mirando con condes-
cendiente sonrisa a los signos y símbolos de ayer o de
hoy, exclama burlón: “¡Bah, sólo son imaginaciones!”, men-
tiras, pues.

ÁLVARO MUTIS y JAVIER RUIZ PORTELLA

146
EL AFFAIRE MUTIS-PONIATOWSKA

por Julio César Londoño

Julio César Londoño, cuentista y ensayista,


escribió este texto sobre la relación Mutis-
Poniatowska; un reportaje hecho con un 50% de
ficción, un 40% de investigación bibliográfica y el
resto de entrevista personal.

AL PRINCIPIO, el chisme no me interesó mucho. Que hu-


biera o no habido “algo” entre el escritor colombiano Ál-
varo Mutis y la periodista mexicana Elena Poniatowska
en los tiempos en que el escritor estuvo encerrado en la
cárcel de Lecumberri, en Ciudad de México, era algo que
me tenía sin cuidado. Primero, porque no conocía a la
condesa, y segundo, porque Mutis no es mi tipo. Encuen-
tro muy discreta su obra, y temo no ser el único que se
aburre con sus libros. La prueba está en que nadie se sabe
de memoria un verso suyo, y en que, pese a los premios
y a la buena prensa, ninguna de sus novelas se ha vendi-
do bien (el mediano éxito de Ilona llega con la lluvia le
debe mucho al efecto de “arrastre” que la versión cine-
matográfica produjo sobre las ventas del libro). Como
diría Cortázar si pudiera: “Aunque no ha podido conec-
tar un buen knockout, se está ganando la inmortalidad
por puntos”.
Nadie niega que a Mutis le sobra oficio, pero le fal-
tan ideas. Tiene mundo, oído, erudición, sensibilidad,
pero le falta la sal de la vida: inteligencia. Toda su obra
gira en torno a dos obsesiones: que la vida no tiene senti-
do, es una; la otra es tan nebulosa que debe citarse tex-
tualmente: “La experiencia me ha enseñado que la úni-
ca ley que puede regir la conducta del hombre es una ley
de origen divino que trasciende la condición religiosa.
Esta es la monarquía” (¿!). De no ser porque la ha repeti-
do tantas veces, uno pensaría que se trata de una boutade.
Con la segunda no se puede hacer nada, y con la pri-
mera ya se hizo mucho. Toda la literatura existencialista
bosteza sobre el postulado del sinsentido de la vida.
“Pero Álvaro es un gran tipo —dicen todos—: diver-
tido, afable, buen conversador”. Lo dudo. La experiencia
me ha enseñado que los que viven rodeados de gatos no
son gente de fiar.
No somos íntimos —cosa que ya habrá adivinado el
lector— y apenas lo conozco pero, a juzgar por sus en-
trevistas, es un tipo pesado. Maqroll por aquí, Maqroll
por allá. Mutis es el antónimo de Borges. Si al argentino
le preguntaban “¿A qué horas escribe?”, respondía: “A
las mismas de Paul Groussac: cuando tengo a alguien a
mano para dictarle... Milton decía que cualquier hora
era buena. Claro, como también era ciego...” Gentleman
hasta la médula, se las ingeniaba para no hablar de sí
mismo. Por eso sus entrevistas resultaban siendo, siem-
pre, un tour por todas las literaturas.
En cambio, si le preguntan a Mutis “¿Cómo se imagi-
na usted a Ulises?”, responderá: “Un gran hombre, sin

148
duda, un símbolo del ingenio y de la voluntad, un nave-
gante de un extraordinario parecido con Maqroll...”, y
no habrá quien lo pare.
De la condesa Poniatowska sólo sabía que había na-
cido en París en los años treinta en el hogar de un noble
polaco y una mexicana de apellidos distinguidos. El no-
ble y su familia viajaron a México en 1942 huyendo de la
plaga nazi, y años después Elena Poniatowska se natu-
ralizó mexicana y se dedicó al periodismo. Yo había leí-
do algunos reportajes suyos —muy buenos, por cierto—
escritos para Excélsior, y el guión de una radionovela
en el que campeaban la pobreza y el dolor; parecía escri-
to a dos manos entre Charles Dickens y Mariano Azue-
la. Pero hasta ahí. Sufro de la convicción de que la lite-
ratura es asunto de hombres. Y media francesa. De modo
que por ninguna de las dos puntas me interesó el “rollo”
Mutis-Poniatowska.
A Elena la conocí en 1960 o 1961, en una de las fies-
tas que daba Carlos Fuentes para celebrar las frecuen-
tes ausencias de sus padres, unos viejos ricos que no pa-
raban en casa. Estaban todos: Arturo Ripstein, Octavio
Paz, Marijosé, Álvaro Mutis, Jaime Labastida, Edmundo
Valadez, Armando Manzanero, José Emilio Pacheco, Car-
los Monsiváis. Había también un hombre elegante y dip-
sómano que resultó ser el embajador de Venezuela. Fuen-
tes lo soportaba porque tenía unas amigas guapísimas,
aunque ambiguas, equidistantes del modelaje y los ma-
sajes, que revoloteaban por toda la casa poniendo una
nota pagana en ese concilio de monjes de clausura.
De pronto alguien, seguro una mujer, le preguntó a
Paz si ese era el momento más feliz de su vida (el hom-
bre acababa de recibir un premio importante y jugoso).
Paz contestó que pos sí, que era un momento grato pero
que no podía asegurar que fuera el más dichoso porque

149
en su vida había habido muchos momentos felices —de
composición, de amor, de amistad, de familia, de simple
lectura— que eran incomparables entre sí.
Arreola me codeó: “Octavito puede que sea disparejo
con la pluma —susurró—, pero platicando es un maes-
tro, ¿verdad?” Entonces llegó una mujercita menuda que
fue recibida por todos con mucha calidez. Tenía una blu-
sa blanca de manga sisa, cuello alto y bordados en hoja-
rrota, un cinturón ancho, rojo, falda a la rodilla —negra,
ceñida— y zapatos cerrados de tacón afilado y del mis-
mo color del cinturón. Cuando se sentó, cruzó las pier-
nas y abrió la boca, entendí la razón del cálido recibi-
miento: era Elena Poniatowska, el conjunto piernas-cu-
lo-rostro-cerebro mejor balanceado de México, D.F.

Proust entre dos fuegos

Había sólo una persona en la fiesta más sedienta que


el embajador: Marijosé, la última conquista de Paz (cha-
parro y todo, Paz tenía fama de estar muy bien dotado y
su éxito con las mujeres era mayor que el del mismísi-
mo Fuentes). Era una joven rubia, exuberante y un tan-
to atolondrada. Al principio estuvo muy silenciosa pero
a la tercera copa empezó a reír a destiempo, a pregun-
tar quién era Proust, a flirtear con el embajador y a re-
negar de “estas fiestas donde hablan de gente que uno
no conoce”, mientras Octavio le imploraba “No tomes más,
mi amor”, y todos nos pusimos incómodos, excepto Arre-
ola, quien la encontraba “rechula”, hasta que Elena salió
al quite y, poniendo didácticamente su mano sobre el
muslo de Marijosé, le explicó que “Marcel Proust fue un
señor francés, rico e hipocondríaco, que se pasó la vida
entera en una habitación insonorizada, en un lecho que
fue escritorio, camilla de enfermo y —salvo uno que otro

150
desliz heterosexual— escenario de sus retozos con jóve-
nes vividores del lugar. Murió dejando una novela de
cinco mil páginas que los señores encuentran muy pro-
funda; en realidad Proust no dice nada, Mari, pero lo
dice de una manera insuperable”.
Mutis, que ama a Proust y se sabe de memoria y en
francés las cinco mil páginas, recitó con su bien timbra-
da voz la primera página de un ensayo límpido y concre-
to, “La muerte de las catedrales”:
”Supongamos por un momento que se ha extinguido
el catolicismo desde hace siglos, que se han perdido las
tradiciones de su culto. Sólo subsisten las catedrales, se-
cularizadas y mudas, monumentos hoy ininteligibles de
una creencia olvidada. Un día llegan unos sabios a re-
constituir las ceremonias que allí se celebraban en otro
tiempo, para las que se erigieron esas catedrales y sin
las cuales no se encontraba en ellas más que una letra
muerta, y un concurso de artistas, seducidos por el sue-
ño de devolver momentáneamente la vida a esos gran-
des navíos encallados, rehacen por una hora el escena-
rio del misterioso drama que allí se representaba en me-
dio de cantos y perfumes...”
Cuando Álvaro llegó a la parte en que Proust expli-
ca con piadosa poesía los símbolos de la liturgia cristia-
na, ya estábamos ebrios de metáforas sacras y celebrá-
bamos las mejores frases como si fueran goles de la se-
lección nacional (divulgado masivamente, este ensayo
haría más por la propagación del catolicismo que 150
horas de vuelo del papa).
En el momento pensé que la cosa no pasaba de ser
“un pulso” entre intelectuales. Ahora, evaluando retros-
pectivamente los sucesos de esa noche, comprendo que
se trataba de las primeras escaramuzas entre dos ena-
morados.

151
El caso es que la fiesta volvió a encarrilarse. Elena
aprovechó el alboroto para arrastrar a Marijosé a una
de las alcobas del segundo piso, y reapareció sola poco
después: “Marijosé les ruega que la excusen. Va a des-
cansar. Está un tris mareada”. Duquesa es duquesa.
Desde esa noche el caso Mutis-Poniatowska empezó
a intrigarme. Los círculos sociales e intelectuales de la
ciudad también andaban al acecho. No era para menos:
que una condesa ande en malos pasos con un ex presi-
diario no es un plato que se vea todos los días.
La cosa venía de atrás, según el novelista colombia-
no Fernando Vallejo —la tercera lengua más peligrosa
de América, después de Andy Warhol y Truman Capo-
te—, concretamente desde 1959, cuando Mutis estuvo
en la cárcel de Lecumberri purgando un desfalco.
—La condesita lo visitaba todos los domingos, viejo
—me dice Fernando con sus mejillas chapeadas y sus
ojitos ladinos—. Quería hacer una crónica de la vida de
la cárcel, decía. ¿No creés que con una o dos visitas ha-
bría bastado? Imagináte el cuadro: el pimpollito metiéndo-
se, arreglada y fragante, al nido de un gavilán sometido a
largos meses de abstinencia, ¿ah? Y ambos culiprontos.
Ambos insolentemente bellos...
Estuve de acuerdo con que la combinación de dandi
acuartelado y condesa intelectual era explosiva pero,
objeté, el adjetivo “culipronta” era excesivo para una mu-
jer de su clase.
—Hasta donde yo sé —reflexionó Fernando—, la cla-
se no es incompatible con la lascivia.
—Quizás —acepté—, pero ten en cuenta que las mu-
jeres son reticentes por naturaleza.
El hombre me miró con compasión.
—¿Cuál creés vos que sea el porcentaje de hombres
infieles? —preguntó—. Poné un número.

152
—95% —dije para ver a dónde quería llegar.
—¿Y con quién creés que se revuelca ese 95%? ¡Pues
con el 95% de las morrongas esas, hombre!
Mirá, viejo, la cosa es sencilla: toda mujer nace con
un número finito de noes en su laringe. El truco consis-
te en agotárselos. Entonces escucharás el anhelado sí, o
verás dibujarse en su rostro un mohín pícaro y equiva-
lente. Eso lo sabe hasta un marica.
Me sentí apabullado por esa aritmética sin resqui-
cios del novelista, y pasamos a otra cosa.

El reencuentro

A Elena la volví a ver en la Feria del Libro de Franc-


fort de 1982 (para la fecha, yo ya había leído, morbosa y
vanamente, casi toda su obra: ni rastro de Mutis). Esta-
ba almorzando sola en el restaurante donde nos alojá-
bamos los latinoamericanos. La saludé. “Recuerdo su ros-
tro pero no el cómo ni el cuándo”, me dijo con la sonrisa
tranquila de quien ha pasado por el mismo trance mu-
chas veces, y me señaló una silla frente a ella. Le hice
un recuento pormenorizado de la fiesta de México, omi-
tiendo apenas lo que mejor recordaba: su maldita mane-
ra de cruzar las piernas, superada tan sólo por la forma
como las descruza Sharon Stone en Bajos instintos, ese
milisegundo donde algo herboso y dorado encandila para
siempre, desde el vértice goloso de la diva, la retina del
espectador.
—Fue una fiesta feliz —dijo Elena devolviéndome a
la realidad—. Celebrábamos un premio de Octavio, ¿no?
¡Ah, el triunfo de un amigo es una de las gracias de la vida!
Tal vez porque sentimos que algo nuestro triunfa con él,
¿no le parece?

153
Mientras ella atacaba el postre con felina parsimo-
nia, le dije que encontraba ecos rulfianos en sus escri-
tos: la misma manera coloquial de narrar; el mismo len-
guaje engañosamente popular; el mismo traslape del mun-
do de los vivos y el mundo de los muertos. “Todos sali-
mos del poncho de Rulfo”, aceptó con resignación para-
fraseando el famoso Capote de Gogol, de Dostoievski, y
dejando entrever, con un principio de ofuscación, que no
era la primera vez que le señalaban esa influencia.
Se veía magnífica así, con ese mechón rebelde en la
frente, una chispa de ira en los ojos y una chispa de he-
lado en los labios.
Calculé que a ningún periodista le molesta que lo com-
paren con los maestros del Nuevo Periodismo, y le dije
que sus diálogos me gustaban más que los de Hemingway,
el abuelo del género, y que había en sus reportajes algo
que me recordaba las mejores observaciones psicológi-
cas de Capote y de Wolfe. Sonrió ruborizada. “Usted es
un halagador”, se defendió, y se lanzó a hablar del perio-
dismo norteamericano con una propiedad que me asus-
tó. “Son cínicos. Vigorosos. Precisos. Agudos. Sabidos.
Eclécticos. Cinematográficos. Les ayuda, claro, esa cons-
telación de monstruos que tienen a mano para entrevis-
tar. Lo único que me molesta es su prurito de escanda-
lizar. Es pueril”.
Por puro instinto de conversación le dije que A san-
gre fría era el único libro mal escrito de Capote. Por toda
respuesta levantó su vaso de agua y brindó: “Me quita
un peso de encima. Nunca he podido terminar de leer-
lo. ¡Y Dios sabe cuántas veces lo he intentado...! Bueno,
hay que reconocer que los diálogos de los asesinos son
espeluznantes. Queda uno con la impresión de que el
autor no es solamente un teórico del asesinato. ¿Cree
usted que Capote haya...?”

154
—Creo que la “gente de bien” somos, todos, asesinos
frustrados —dije para ayudarla a terminar la frase.
Esta complicidad nos relajó y hablamos con soltura
de la feria, de los libros y de los discos que habíamos com-
prado, de los alemanes, de la ciudad; de todo menos de
Mutis. Me falta ese desparpajo que les sobra a los perio-
distas.
Y comencé a obsesionarme. Desde pequeño he sido
un devoto del voyeurismo, esa arte geométrica que con-
siste en encontrar la recta que una tres puntos: el ojo, la
rendija y ella (mi madre era modista. En las tardes la
casa se llenaba de vecinas espléndidas que despejaban
la mesa del comedor y se entregaban a la práctica de esa
geometría glamorosa de la que nunca supo nada Euclides
—el sesgo, la sisa, el zigzag, los curvígrafos, la tiza, el
metro, el arte de empatar las piezas tratando de no es-
tropear mucho los estampados— mientras parloteaban
incansables, con la boca llena de alfileres, ajenas a las
angustias del niño que jugaba carritos debajo de la mesa
—la boca seca, las pupilas dilatadas y el corazón a punto
de estallar—. Pero me desvío. Volvamos a la pesquisa).
Al regreso de Francfort leí toda la obra de Mutis, “hoja
por hoja y diente por diente”, buscando lo que no había
podido encontrar en la de Elena Poniatowska. Y como
los ojos ven lo que quieren ver, la encontré en cada pá-
gina. Vi sus zarcillos en los lóbulos de las orejas de Ana
la cretense; vi su pelo minucioso ondeando en los recuer-
dos del hombre de la gavia; vi su voz serena partir el
corazón del gaviero en el aeropuerto de Amsterdam; vi
sus labios húmedos y trémulos en el rostro de Ilona Gar-
bowsca; vi su lengua articular obscenidades en un hote-
lucho de Sumatra; vi sus ropas en el cuerpo de una he-
taira de Chipre; vi su naricita oliendo el pecho umbroso
de Maqroll; en una callejuela oscura, vi los encajes de

155
sus calzones estrujados por los dedos apremiantes de
un oscuro estibador; vi sus pechos cimbrar bajo las arre-
metidas salvajes del Estratega; vi su rostro sepultado
en la almohada en una eternidad de doloroso placer; vi
los signos rojos que sus uñas almendradas dejaron en la
espalda de un hombre sin rostro; vi su cabeza echada
hacia atrás, tenso el cuello, nítidos los ángulos del maxi-
lar; vi el insoportable perfil de sus nalgas en el marco
de la ventana en un crepúsculo amazónico; vi sus ojos
azules atisbando lejanías en el muelle de Buenaventu-
ra... Elena era un arquetipo cuyo espectro estaba en to-
das partes y su sustancia en ninguna.

Un golpe de suerte

Un día, buscando en vano un libro de Edward Mor-


gan Forster en las pantallas de la Biblioteca Luis Ángel
Arango, en Bogotá, digité sin esperanza, casi mecánica-
mente, las letras de su nombre. Y fue la luz. Allí estaba,
en caracteres brillantes, “Escritor colombiano encarcela-
do en México”, por Elena Poniatowska. Reportaje. Diario
La Calle, Bogotá, enero 22/60. Un minuto después esta-
ba leyendo los microfilmes del periódico en una moviola.
La condesa había hecho una crónica sobre Mutis, encar-
celado en México por haber desfalcado la compañía pe-
trolera Esso (cosa que será crimen, mas no pecado). Es-
cribe en tercera persona pero el entusiasmo la traicio-
na. Su pluma vuela, excitada. Escuchémosla.
“Las risas se oyen hasta el paseo de la Reforma. Ál-
varo Mutis, el poeta colombiano, hace su célebre imita-
ción de Pablo Neruda. Recién llegado de Colombia, to-
dos lo han recibido como al Mesías. Es el salvador de
las fiestas. Baile que te baile, de cóctel en cóctel, seduce
a la duquesa de Altamira, a la marquesa de Villamarci-

156
lla... Así como fluye el champaña, fluyen las historias de
Álvaro Mutis y sus carcajadas que levantan cualquier
reunión como las burbujas al champaña. Junto a él nada
es plano; y nada le gusta tanto a una mujer como sentir-
se espuma. Mutis cuenta chistes, está al corriente tanto
de los últimos movimientos literarios como de las ten-
dencias pictóricas más modernas. Habla de Goethe, de
Brigitte Bardot y de las misas negras. Y sobre todo se
ríe de oreja a oreja, hasta quedar exhausto. Declama en
francés y dice adivinanzas en slang. Tiene una reserva
de viajes verdaderamente inagotable. A los europeos les
habla de Siam, a los suramericanos de Europa y a los ‘de-
butantes’ les relata aventuras soñadas en la corte de Luis
XIV . Fiel lector de extrañas revistas (el Crapouillot que
cuenta entre sus números uno dedicado a ‘L’érotisme chez
les papes’ o algo así como ‘El erotismo en las comunida-
des coptas del siglo XVI’), posee lujosísimas y muy raras
ediciones limitadas. Con Octavio Paz se pasa conversan-
do la noche entera acerca de las relaciones entre la mís-
tica y el porvenir del hombre. También a Paz lo seduce.
No dejará de hacerlo jamás. Tiene con qué. Cosmopoli-
ta, viajado, culto, sensible, bondadoso, mundano, encan-
tador, es el rey. Nada se le atora. Su charme derrite. Ál-
varo Mutis parte plaza. Cruza los salones con la gallar-
día que lo caracteriza y sus dientes son rompevientos,
rompeolas, rompelabios y, claro, rompecorazones...”*
Después de leer el reportaje no me quedó ninguna
duda sobre el color de los pensamientos que despertaba
Mutis en la condesa. Pero seguí hurgando —¡los voyeuris-
tas somos así, siempre queremos más y más!— hasta que
una persona cuyo nombre debo callar me enseñó un pe-

*El texto completo del reportaje puede leerse en el libro Cartas de


Álvaro Mutis a Elena Poniatowska (Alfaguara, 1998), en el que lo han
insertado a manera de prólogo.

157
queño tesoro: las cartas que el poeta le envió a la conde-
sa desde la cárcel de Lecumberri. Elena se las había dado
a guardar años atrás, cuando no se decidía a quemarlas
y le daba temor conservarlas. Digo pequeño tesoro por-
que son las cartas de un caballero, es decir, decepcio-
nantes: sosas, superficiales, discretas.
Hay, sí, un crescendo de vocativos. Del “usted” y del
“señora” iniciales, Mutis pasa al “tú”, al “ti” y al “Elena”
en el intervalo de unos meses. La carta del 11 de julio
de 1959 empieza con “Mi querida Hélène” y, luego de re-
procharle su silencio con suavidad, como quien sabe que
no tiene derecho de exigir mucho, se entusiasma con la
perspectiva de una visita que la condesa le había anun-
ciado para hacerle una entrevista: “Me encanta lo de la
entrevista, te aseguro que más por el placer de verte y
de respirar un poco el aire de tu libertad que vas a traer
prendido a tu ropa y a tus palabras y gestos”.
A veces jugaban rudo: “Si tuvieras cinco centímetros
más de estatura —le escribe Mutis— hasta los ángeles
bajarían a la novelería” (en realidad estaba furioso por-
que ella había ido a visitarlo acompañada de Luis Buñuel.
Y aunque pasaron una tarde casi agradable, al final todo
se arruinó porque a él le pareció que, al marcharse, Ele-
na caminaba muy cerca de Buñuel, como en esos prime-
ros metros del romance donde las manos aún no se atre-
ven pero ya la fuerza gravitacional del amor ha empeza-
do su trabajo y hace que los brazos se rocen). Elena tra-
gó grueso, asimiló el golpe y no dijo nada. Con la perfi-
dia propia del bello género, esperó a que el poeta estu-
viera en su peor momento para decirle que no le gusta-
ban sus cartas, que eran “muy literarias” y que él “era
mejor conversado que leído” (en México, y en una época
en que todos querían parecerse a Rulfo, ser “muy litera-
rio” era descalificador. Equivalía a retórico, ampuloso,

158
postizo). Mutis sonrió y le dijo que lo consideraba un elo-
gio, pero luego, cuando ella se marchó, contó las letras
de los graffiti de la celda: 4.523. Ni una más, ni una me-
nos.
Ella tampoco estaba muy segura de sí. En el capítulo
de las Cartas titulado “Yesterday”, escribe: “Prefiero al
Álvaro Mutis de hoy. Parece mentira, pero así es. No es
que me agrade verlo en la cárcel, pero sus recientes ex-
periencias, por más dolorosas que hayan sido, lo han trans-
formado para bien”.
Sí, el mismo Mutis en alguna parte habla de no sé
qué beneficios de su encierro, como quien agradece al
cáncer su reconciliación con las dietas, pero no creo que
hable en serio. En cambio la condesa sí. Debió ser dura
la competencia en los salones por los favores del bello
Álvaro con esas vampiresas altas y suculentas.

Un cambio en el tono

Pasada la tormenta, la carta del 17 de octubre ter-


mina con un indiscreto “Para ti un abrazo muy grande y
casi todo el corazón de tu poeta: Álvaro” (en realidad ya
todo su corazón pertenecía a la condesa, pero no podía
decírselo a una mujer que sólo le había entregado una
pequeña fracción del suyo). Luego, quizá para despistar,
“Muchos recuerdos para Alberto” (Alberto era el espo-
so de Elena).
El 10 de noviembre empieza Mutis a escribirle en se-
rio: “He pensado mucho en ti, en tu libro y, en general,
en tu vida. Yo creo que la amistad es un preocuparse por
las personas continuamente, sin miedo ya a pecar de in-
discreto o indelicado. Por eso he pensado en ti. Dijiste
que vendrías el martes para continuar tu renseignement
sobre la vida de la cárcel. Supongo que algo debió atra-

159
vesarse”. Más adelante, en la misma carta, el poeta saca
las uñas: “A los 18 me casé y comencé a luchar por la vida,
con mucha suerte, sí, pero también con mucha angustia.
Mi vida sentimental ha sido un largo fracaso y... bueno,
no voy ahora, a las doce y media de la noche y desde esta
horrible noche de Lecumberri, a contarte mi vida y a llo-
rar en tu hombro”. De pronto se percata de que es muy
obvio, y vade retro: “Perdóname por pisar el terreno de
las confesiones personales, tan resbaloso siempre y tan
falso por la utilidad que tiene para ablandar ‘corazones
solitarios’ —que bien sé que ese no es tu caso, ça va sans
dire— pero no por eso deja de ser menos impertinente”.
En el mismo mes aparece al fin, sin precisión de fecha,
una carta reveladora: “Miércoles. Noviembre. Helena
querida: como te fuiste después de haber inventado una
supuesta situación de enfriamiento entre los dos, y como
tengo tanto tiempo libre, voy a aprovecharlo para char-
lar un poco contigo. La verdad es que en estas últimas
semanas mis cosas han andado bastante mal por todos
lados y yo mismo he pasado —y estoy pasando— por un
momento de transición bastante crítico y de general in-
seguridad y tal vez esto te haya hecho sentirme un poco
lejano y, a veces, tal vez no todo lo cordial y amistoso que
debo ser y soy contigo. Ahora que me has dejado pensan-
do largamente, he llegado a ver claro que no sé cómo hu-
biera aguantado estos últimos seis meses tan duros sin
tu apoyo y tu amistad tan probados y constantes y que
ya a la altura de mis treinta y seis inviernos no suelen
esperarse ni hallarse fácilmente”.
A pesar del lóbrego tono de la carta, es fácil adivinar
lo exultante que debió estar Mutis al escribirla. ¡Al fin
la condesita le hacía reproches! Luego el poeta le cuen-
ta que lo visitó el escultor colombiano Ramírez Villamizar,
y su entusiasta aprobación de los vestidos que se habían

160
hecho para una obra de teatro que el poeta dirigía, con
cobijas, sábanas y colchas remendadas. El final de la car-
ta es inusualmente directo:
“¿Cuándo vienes? Que sea pronto, y sin acompañan-
tes que interfieran. Aquí te espero como espera uno cuan-
do niño que vuelva el Ángel de la Guarda que ha huido
por una mala acción que se hizo”. Mutis pone toda la car-
ne en el asador.
La volví a ver hace poco en un congreso de escrito-
res en Lima. Esta vez fue ella la que apareció, de repen-
te, ante mi mesa. Aunque ya no se cocinaba en dos aguas,
permanecía esbelta y casi victoriosa sobre el tiempo. Esta-
ba feliz de descubrir Lima. Le parecía una ciudad hechi-
zada. “¡Es más bella que Cartagena! ¡Que Antigua!”, casi
gritaba. Como el congreso estaba finalizando y yo aún
no hacía la tarea para el periódico que me había envia-
do a cubrir el evento, le pedí una entrevista. “Soy toda
suya”, me dijo con esa inocencia que ellas saben poner
mientras sacan, debajo de la mesa, el puñal del liguero.
—¿Usted cree en Dios?
—Sólo los días pares.
—¿Cómo le gustan los hombres?
—Surtidos —dijo riéndose, para luego corregir—: qui-
te eso. Era una broma.
—¿Su opinión de la crítica?
—El más difícil y necesario de los géneros.
—¿El futuro de la especie humana?
—Creo que saldremos de ésta... ¡Si Gaia no nos mata
antes!
—¿El mejor escritor mexicano?
—Alfonso Reyes.
—¿Por encima de Rulfo?
—Sí. Reyes es más completo.
—¿Octavio Paz?

161
—Buen poeta. Como prosista es muy confuso.
—¿Carlos Fuentes?
—Más suerte que talento.
—¿Vargas Llosa?
—Prometía más de lo que ha dado.
—¿García Márquez?
—Genio.
—¿Es una categoría literaria?
—No. Una interjección acuñada para nombrar lo semi-
divino.
—¿Borges?
—Una revolución flemática.
—¿Elena Poniatowska?
—Work in progress.
—¿Modesta?
—Es lo que nos queda a los que no somos semidivinos.
—¿Arreola?
—Una de las formas de la felicidad.
—¿Un sueño?
Elena se toma su tiempo, por primera vez:
—Una Latinoamérica precolombina.
—¿Lo cree posible?
—Usted me pidió un sueño.

La lección de Elena

Aproveché que estaba en librerías una segunda edi-


ción de la última novela de Mutis, Amirbar, para dejar
caer su nombre en la mesa como quien no quiere la cosa.
Dijo que conocía esos trabajos y los ponderó con mesu-
ra. Dije que él me parecía el paradigma del “casi”, y ella
puso ojos de “¿Y?”. Entonces tuve que ampliar diciendo
que Mutis era casi genio, casi gran novelista, casi cuen-
tista y casi buen poeta pero que, por alguna razón que

162
se me escapaba, sus libros me dejaban siempre la sensa-
ción de algo inconcluso, lunanco, fallido. “¿Y su estilo?”,
preguntó. “Siempre pone un adjetivo de más”, dije por
toda respuesta.
Sin musitar palabra sacó de la cartera un librito ama-
rillento, sin pastas, con los vértices chaflanados por un
arrume de “conejos”. “Es La última escala del Tram Stea-
mer —dijo acariciándolo—. ¿Lo ha leído?”.
Ordené que retiraran los platos y me trajeran un café
negro. Ella pidió una aromática de yerbabuena y empe-
zó a leer. Aproveché para mirarla a mis anchas, para sor-
bérmela toda, escuchando la lectura en un segundo pla-
no. Poco a poco Mutis fue alzando la voz, apoderándose
de la tarde, y Elena pasó a ser parte de la decoración.
Le rogué al mesero que pusiera dos dedos de brandy en
el café.
Estaba perplejo. Era el mismo Mutis de siempre pero
esta vez el clima estaba más cerca de las atmósferas len-
tamente cargadas, como en Conrad, que de las enrareci-
das y sórdidas locaciones de Faulkner, y la inmoralidad
exhibicionista de Maqroll daba paso a las tribulaciones
de un capitán de barco que se ve obligado a hacer nego-
cios con Warda, una musulmana que ha heredado un vie-
jo barco, el Alción, de un tío muerto recientemente. Ella
es una mujer precozmente adulta; él, un hombre mayor.
Ambos están de regreso. Han amado, engañado, sufrido.
Conocen los deleites y las zozobras del paraíso y los rigo-
res del infierno. Ya no pueden decirse “Tú eres lo más her-
moso que me ha sucedido en la vida” o “Te querré por siem-
pre”, ni son de esos que se resignan a proponer “Enve-
jezcamos juntos”. Entonces inician un juego de fintas y
excusas. Se entrevistan varias veces en los puertos que
toca el Alción para hablar de fletes, itinerarios y repa-
raciones (Marsella, Lisboa, Helsinki, Le Havre, Madeira,

163
Veracruz, Vancouver, Punta Arenas, Kingston, Nueva
Orleáns, Recife) pero ella no puede ocultar su inteligen-
cia ni su insoportable belleza, y él siempre ha sido, a fuer
de caballero, un seductor involuntario.
Cuando se percatan, están metidos hasta el cuello
en los tremedales del amor y, aterrados, se entregan a
la redacción de un contrato, tácito y antirromántico, de
ausencias, de licencias y de un respeto casi supersticio-
so por la privacidad del otro.
Era una original historia de amor que no estaba he-
cha de entregas sino de reticencias, que no giraba en
torno a la posesión sino a la seducción, y en la que al fin
el cálculo y la pasión firmarían un armisticio.
El viejo barco, el Alción, es casi un personaje de car-
ne y hueso cuyo protagonismo Herman Melville habría
aplaudido. Además, el estilo. Muy pocas veces había es-
cuchado un lenguaje semejante, una prosa que fuera poé-
tica sin incurrir en el verso, una exaltación tan sabia-
mente contenida, un ritmo narrativo cuya música no des-
falleciera; tanta agudeza deslizada entre líneas. Era como
leer un quinto tomo de El cuarteto de Alejandría. Con-
movido, agradecí en silencio ese inesperado regalo.
Ya oscurecía cuando Elena leyó la última página. Llo-
viznaba contra el gran ventanal del comedor de la terra-
za de El Virrey. Adentro había un silencio espeso que
petrificaba en los rincones a los meseros.
—Se dice que Mutis estuvo enamorado de usted —le
dije armado de un valor súbito.
—Álvaro sólo ha amado a Álvaro.
—¿Y usted?
—Todas las mujeres de México soñamos alguna vez
hacer mutis con Mutis —dijo con una sonrisa luminosa
y traviesa.

164
Pero yo me quedé serio, mirándola fijamente, encue-
llándola con mirada de “¿Y?”.
—Álvaro es todo un hombre —dijo.
Habría querido verle bien los ojos en ese momento,
estar más atento a las inflexiones de la voz, pero la fra-
se había sido apenas susurrada, al tiempo que giraba la
cabeza para mirar a través del ventanal la tarde que se
apagaba —como ella, como las letras del casco de un bar-
co viejo, mientras las luces de Lima se encendían allá aba-
jo, exactas, brillantes, como si nada.

165
ÍNDICE DE PINTURAS

“Cisne”. Fernando Bustos .......................................... 7


“Girasoles”. Óleo en lienzo. Milton Duque Ceballos 51
“Una familia”. Óleo sobre lienzo. 1989. Fernando
Botero ...................................................................... 117
“Interior. Lápiz y acuarela sobre lienzo. 1995.
Fernando Botero ................................................... 136
ÍNDICE VOLUMEN I

BIOGRAFÍA ........................................................................ 8
Biografía ................................................................... 9
Curriculum vitae de Álvaro Mutis ........................ 18
Cronología ................................................................ 22
Premios .................................................................... 28
Obras ........................................................................ 29

POÉTiCA ........................................................................... 31
Amén ........................................................................ 32
Batallas hubo ........................................................... 33
Breve poema de viaje .............................................. 35
Cada poema ............................................................. 37
Canción del este ...................................................... 39
Cinco imágenes ....................................................... 40
Cita ........................................................................... 42
Ciudad ...................................................................... 44
Como espadas en desorden .................................... 46
Doscientos cuatro .................................................... 47
Estela para Arthur Rimbaud ................................. 50
Exilio ........................................................................ 52
Grieta matinal ......................................................... 54
La muerte de Matías Aldecoa ................................ 56
Letanía ..................................................................... 58
Lied en Creta ........................................................... 60
Lied marino ............................................................. 62
Moirologhia .............................................................. 63
Nocturno .................................................................. 67
Nocturno .................................................................. 68
Nocturno .................................................................. 69
Nocturno en Valdemosa ......................................... 70
Noticia del Hades .................................................... 73
Oración de Maqroll ................................................. 76
Pienso a veces... ....................................................... 78
Poema de lástimas a la muerte de Marcel Proust . 80
Pregón de los hospitales ........................................ 83
Razón del extraviado .............................................. 85
Si oyes correr el agua ............................................. 87
Sonata ....................................................................... 88
Sonata ....................................................................... 89
Sonata ....................................................................... 90
Tres imágenes ......................................................... 92
Tríptico de La Alhambra ........................................ 94
Un bel morir... ......................................................... 99
Una calle de Córdoba .............................................. 100
Una palabra ............................................................. 105
VII ............................................................................. 107

PROSA .............................................................................. 109


Antes de que cante el gallo .................................... 110
La Muerte del Estratega ........................................ 136
El último rostro ....................................................... 160
Sharaya..................................................................... 179
El guardián .............................................................. 189
El dueño ................................................................... 191

168
El piloto.................................................................... 194
La Machiche ............................................................. 197
Sueño de la Machiche ............................................. 200
El fraile .................................................................... 203
Sueño del fraile ....................................................... 206
La muchacha ............................................................ 207
Sueño de la muchacha ............................................ 210
El sirviente .............................................................. 211
La mansión ............................................................... 214
Los hechos ................................................................ 217
Funeral ..................................................................... 224
El viaje ..................................................................... 227
Hastío de los peces ................................................. 231

ARTÍCULOS ....................................................................... 235


En favor de César Borgia ....................................... 236
Y, ahora, un clásico ................................................. 239
La miseria del deporte ........................................... 242

DISCURSOS ....................................................................... 246


Discurso Premio Príncipe de Asturias
de las Letras 1997 ................................................... 247
Discurso Cervantes. España. 2001 ........................ 252

Índice de pinturas ........................................................ 256

169

También podría gustarte