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Hacer política

Por Antonio Caballero


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Sábado 26 Mayo 2012

Bajo el título "No todo lo del pobre es robado" apareció en estos días en internet un largo
comentario de Pablo Catatumbo, miembro del Secretariado de las Farc, a mi columna 'A
medias', publicada aquí el pasado 5 de marzo. Dice él que coincide con algunos de mis
puntos de vista. Yo coincido también con varios de los suyos. En otros, aunque en teoría
estamos de acuerdo, diferimos en la interpretación.

Así, reconoce Catatumbo que "la práctica del secuestro no resulta aceptada por nuestro
pueblo", y reitera "el compromiso de todos y cada uno de los integrantes del Estado mayor
Central" con la renuncia a ese método infame de financiación, anunciada solemnemente a
principios de marzo. Pero luego matiza: "Nuestra guerra de resistencia, infelizmente hay
que decirlo, requiere de finanzas (...así que dependemos...) de nuestra propia audacia en la
consecución de recursos para el cumplimiento de nuestras tareas político-militares": y bajo
la bella palabra "audacia" cabe de todo. Así también en lo referido a los "prisioneros de
guerra". Casi 15 días después del texto de Catatumbo, firmado el 15 de abril, fue capturado
y llevado en cautiverio por las Farc el periodista francés Romeo Langlois, que cuando
escribo esto sigue retenido, o secuestrado, en calidad, dicen ellas, de "prisionero de guerra".
No. Un periodista, así esté "empotrado", como dicen, en una operación militar, y así lleve
casco y chaleco militares, no puede ser un prisionero de guerra. Ningún civil lo es, aunque
se encuentre en el teatro de combate.

Mi principal discrepancia con Catatumbo, sin embargo, no es de detalle ni de forma, sino


de principio y de fondo. Y se refiere a la lucha armada. Después de años de haberla
justificado románticamente en mis columnas de prensa, hace ya unos cuantos llegué a la
conclusión realista de que ha sido contraproducente. Escribía en 'Los abajo firmantes'
(SEMANA, 14 de diciembre de 1992) que la guerrilla "ha dejado de ser (o de pretender ser)
un agente de la transformación positiva del país para convertirse en una rémora y en un
estorbo para el cambio deseable y posible" (y que) "los resultados obtenidos en 30 años por
la guerrilla colombiana no son solo nulos, sino además perversos" (entre ellos) "la
aniquilación del papel político de la izquierda, confiscado por una función exclusivamente
militar". Hace muy pocos días insistí aquí en la misma idea ('La izquierda y la guerrilla', 28
de abril de 2012), haciendo mía una reflexión del historiador Jorge Orlando Melo: "Si en
Colombia la izquierda es débil e impotente es porque hay guerrilla". Y eso es más cierto
aún ahora que hace 20 años: ya van 50 de ir por el camino equivocado.

Pero no creo que sea esa una visión "superficial" e "irresponsable" del problema, como le
parece a Catatumbo. No pretendo que ese medio siglo de sangre pueda borrarse de un
plumazo "porque a alguien se le ocurrió que con solo entregar las armas se resuelve todo".
No, no se resuelve todo, ni mucho menos: pero se elimina la barrera que impide que se
empiece a resolver. Esa barrera es la lucha armada, o, peor aún, la "combinación de todas
las formas de lucha": combinación nefasta que por su parte ha practicado también sin
escrúpulos el establecimiento contra la izquierda desarmada, sindical y política. No
propongo, como dice el comandante guerrillero, "un suicidio colectivo" de las guerrillas.
Sino una reconversión. Solo así se puede empezar a combatir eficazmente ese régimen
político que él describe: "un régimen político oligárquico y autoritario, excluyente y
violento, esencialmente corrupto, profundamente antidemocrático y en un orden económico
inequitativo". Porque es verdad que el origen histórico de la guerrilla estriba ahí; pero su
persistencia ha contribuido a eternizar ese régimen, y no a acabar con él.

Para esa reconversión a la política de los combatientes armados se necesita, más que un
'marco jurídico para la paz' como el que se tramita actualmente en el Congreso, un marco
político. El 'jurídico' más se parece a un marco para la continuación de la guerra: un
adefesio como la 'ley de justicia y paz' que se tejió en su momento para los paramilitares y
que entonces llamé aquí 'ley de injusticia y guerra' (SEMANA, 14 de agosto de 2005). Por
eso hace mal el presidente Juan Manuel Santos cuando cede a las exigencias que plantea
por Twitter su antecesor Álvaro Uribe y proclama que "ni Timochenko ni ninguno de los
jefes de la guerrilla van a llegar a cargos de elección popular por causa de este acto
legislativo. Eso simplemente no es posible". Así está cerrando la puerta del ejercicio de la
política por los alzados en armas si renuncian a las armas, aunque a la vez asegure que en
su bolsillo sigue estando la llave de la paz. Le da la razón a Pablo Catatumbo cuando se

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felicita al ver que la paz ha vuelto a ser "asunto de debate público" -o, lo que es igual, digo
yo, asunto de política- "en la Colombia de hoy, que no se resigna a ver el tema embolatado
en los enormes bolsillos del presidente".

NOTA: Me disculpo por citar tanto mis propios textos. Lo hago para no repetirme.

A gusto del consumidor


Por Antonio Caballero
Sábado 19 Mayo 2012

Tradicionalmente ha sido un tema de comedia de enredo: Como gustéis, de Shakespeare, o


Así es, si así os parece, de Pirandello. Lo resumió Campoamor: "Todo es según el color /
del cristal con que se mira". Pero aquí es tragedia. De enredo. ¿Quién atentó contra el
exministro Fernando Londoño? (Y de paso mató a dos de sus guardaespaldas, y dejó
heridos a 20 transeúntes). No se sabe. Depende de quién opina.

"Fue la FAR" -es decir, fueron las Farc- asegura por la televisión el expresidente Álvaro
Uribe, de quien Londoño fue ministro del Interior (y de Justicia:increíble). Londoño piensa
lo mismo. Y sí, son las primeras y más inmediatas sospechosas, aunque, siguiendo su
costumbre, se demoren en reconocer sus acciones de terrorismo urbano. Los partidarios de
esa tesis señalan que la bomba-lapa usada en el atentado es una técnica conocida en
atentados de la ETA vasca; aunque hay que señalar también que es la misma que han
utilizado los servicios secretos de Israel para matar a científicos nucleares iraníes. La
tecnología del asesinato no tiene ideología. Por eso hay también quienes dicen que esta vez
los responsables son agentes de la ultraderecha, interesada en desestabilizar al gobierno de
Juan Manuel Santos para estorbar sus posibles, aunque no confirmadas, iniciativas
clandestinas de paz pactada con las guerrillas. De ultraderecha es, claro, el mismo Fernando
Londoño. Dados los resultados, no estoy insinuando aquí que se trate de un autoatentado
como los que le organizaba a Uribe, cuando era candidato, el buen muchacho de Jorge
Noguera, premiado con la dirección del DAS (y luego con la cárcel). Pero sí es cierto que la
ultraderecha colombiana nunca ha tenido más escrúpulos que la ultraizquierda. Versiones
de prensa han sugerido que la bomba a Londoño fue obra del uribismo extremo, interesado
en quitarle protagonismo al gobierno de Santos y a sus anuncios demagógicos demostrando
que la inseguridad ha crecido, y olvidando los muchos atentados que hubo bajo el de Uribe.

(Uno de ellos, contra el hoy ministro Germán Vargas Lleras, fue atribuido por el entonces
presidente Uribe a "la FAR". Su víctima no creía que así fuera).

También se ha hablado de las 'bacrim', o bandas criminales al servicio del narcotráfico, esa
perífrasis que se inventaron para no tener que reconocer que los narcoparamilitares que se
iban a desmovilizar no se desmovilizaron nunca. Se arguye que las tales 'bacrim' están
preocupadas porque el absurdo engendro de impunidad llamado 'marco para la paz' que
cursa en el Congreso (que es copia exacta de aquella 'ley de justicia y paz' que impulsó
Londoño bajo el gobierno de Uribe y que me permití llamar aquí 'ley de injusticia y guerra')
no las cobija lo bastante; y querían, con el atentado, amedrentar a los parlamentarios. Pero
no se necesitaba ahora eso, como lo necesitaron los narcos en tiempos de Pablo Escobar
para que fuera rechazada la extradición: la prueba es que el tal 'marco' respaldado por el
gobierno estaba siendo aprobado en sexto debate en la Cámara por arrolladora mayoría
(127 votos a favor y solo cuatro en contra).

Se han lanzado todas las hipótesis posibles. Inclusive la de un atentado "contra la libertad
de prensa". Y sí, claro: Londoño, desde que tuvo que dejar su carrera política por el turbio
negocio de Invercolsa, ha sido periodista radial y columnista de periódico sin pelos en la
lengua ni en la pluma: desfachatado pico de oro de la extrema derecha. No estoy seguro, sin
embargo, de que eso justifique un atentado -ni diez guardaespaldas, ni tres camionetas
blindadas-, aunque no sé. Todo puede pasar en este país, por absurdo que parezca.

Porque aquí a nadie le ha temblado nunca la mano para ordenar los más espantosos
crímenes, desde la izquierda o desde la derecha. El magnicidio: exitoso como en el caso del
mariscal Sucre, del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán o del conservador Álvaro Gómez;
o fallido como en el de Simón Bolívar o el del presidente Rafael Reyes. O el genocidio. No
voy a agotar los renglones de este artículo enumerando todos los que han tenido lugar a

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partir del genocidio fundacional de la Conquista y hasta el que acaba de emprenderse contra
los campesinos beneficiados (es un decir) por la restitución de las tierras robadas al amparo
de ese otro genocidio que... Para qué seguir: todos son el mismo.

Y no tienen cara de agotarse pronto. Desde la clínica en donde se recupera de las heridas
sufridas, Fernando Londoño anuncia que seguirá "luchando por la verdad". Por su verdad.
Pues como sucede con los actos de violencia, aquí hay verdades para todos los gustos.

Todo lo contrario
Por Antonio Caballero

Sábado 12 Mayo 2012

Ojalá haga Frannçois Hollande en Francia lo que prometió su estrechamente victoriosa


campaña presidencial: o sea, todo lo contrario de lo que han venido haciendo los gobiernos
europeos bajo la doble batuta de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy desde que reventó la
crisis. Ojalá cumpla Hollande -si lo dejan: es decir, si los socialistas ganan las legislativas
de mediados de junio-, y abandone la política de austeridad suicida, para así recuperar el
crecimiento de la economía francesa y empezar a revertir la decadencia de toda Europa.

Pero no será fácil. Porque en realidad no ganó Hollande las elecciones, sino que las perdió
Sarkozy. Como las han perdido todos los que estaban en el poder durante la crisis: Los
socialistas en España y Gran Bretaña, la derecha berlusconiana en Italia, etcétera. Y,
gracias a Dios, en la propia Francia no pudo ser candidato del partido socialista Dominique
Strauss-Kahn, como estaba previsto. ¿Un 'socialista' venido de dirigir el Fondo Monetario
Internacional? Qué desvergüenza. Junto a eso, la presunta violación en el hotel de Nueva
York es una travesura de niño.

Porque el problema está precisamente en las recetas 'de ajuste' del FMI, que son las mismas
de la canciller alemana Merkel y del Banco Central Europeo. Hace unos meses, a finales de
octubre del año pasado, escribí para el periódico español Público (hoy desaparecido a causa
de... de la crisis), un breve artículo explicando la crisis actual como resultado de la
aplicación del mismo modelo impuesto por el FMI a los países latinoamericanos hace
veinte años por el 'Consenso de Washington'. Se titulaba 'Modelo Siglo XXI', y un mes más
tarde lo amplié para el semanario alemán Die Zeit bajo el título de 'Tres Mundos en uno',
que allá tradujeron como 'Die Dritte Welt ist überall" (el Tercer Mundo está en todas
partes). Me permito citarlo a continuación:

La llamada crisis del capitalismo en que estamos metidos ha sido provocada por el retorno
a los métodos del capitalismo primitivo: liberalización financiera y comercial, libre
circulación de los capitales y de las mercancías, aunque no de las personas, privatizaciones
de todo lo público, desregulaciones para todo lo privado. Menos Estado y más sector
privado. Son exactamente las exigencias dictadas hace veinte años a los países de América
Latina por el llamado Consenso de Washington. Que no fue, como pudiera parecer, un
consenso voluntario entre quienes iban a verse afectados por sus recetas económicas, sino
un acuerdo entre quienes las imponían: las agencias financieras multinacionales con sede en
Washington: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, Banco Interamericano
de Desarrollo. Su aplicación -mediante los llamados 'planes de ajuste'- sumió uno tras otro
en la crisis a los países de capitalismo dependiente, y obediente, de América Latina, de
década perdida en década perdida.

Las consecuencias las pueden ir a mirar allá los 'indignados' que ocupan la Puerta del Sol
en Madrid, la Plaza Syntagma en Atenas y Wall Street en Nueva York: son las mismas que
los tienen indignados a ellos, que están descubriendo, asombrados, que ya no hay empleo,
que tampoco hay seguro de desempleo, que se reducen las pensiones, que se recorta la
seguridad social, que se acaban la educación pública gratuita y las vacaciones pagadas. En
resumen: que llegó el fin del Estado de Bienestar instalado en Europa (y menos, aunque
también bastante, en los Estados Unidos) durante los años de la posguerra mundial y el
ascenso de la socialdemocracia.

Pero con el debilitamiento de los sindicatos y los partidos obreros, y con el hundimiento del

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socialismo real, desapareció el principal elemento disuasorio para el capitalismo real: el
miedo a la revolución social. Y con ello, el capitalismo pudo retornar, ya sin frenos ni
controles, a los métodos despiadados y brutales de sus inicios. Que son precisamente los
impuestos por el Consenso de Washington. Y así la América Latina, que había llegado
tarde al banquete del capitalismo con rostro humano de la segunda mitad del siglo XX, se
convierte paradójicamente en el modelo del capitalismo globalizado del siglo XXI: el del
estado del malestar.

(Y concluía, en el artículo ampliado de Die Zeit):

La globalización no ha traído a un Primer Mundo idílico a los otros dos, el mundo socialista
desmantelado y en ruinas y el emergente Tercer Mundo. Sino que, por el contrario, ha
tercermundizado a los tres.

La derrota de Voltaire
Por Antonio Caballero

Sábado 10 Marzo 2012

Ni el procurador Alejandro Ordóñez, militante católico, ni la exfiscal Viviane Morales,


desafiantemente cristiana desde su Iglesia de la Roca, son aves raras, ni golondrinas sueltas
de esas que, según dice el refrán, no hacen verano. Por el contrario: representan en
Colombia la vanguardia de un ominoso movimiento universal de retorno victorioso de la
religión, de las religiones, al terreno de la política. Tal como van las cosas, este siglo XXI
que apenas comienza va a ser otra vez un siglo de guerras de religión, como lo han sido casi
todos (salvo el XIX y el XX) por lo menos desde que el cristianismo se impusiera en
Occidente como religión de Estado en tiempos del emperador Constantino.

Todas las guerras que actualmente desgarran el ancho arco del Islam son de índole
religiosa. Lo es la que viene, entre un Israel judío y cada día menos laico y un Irán
declaradamente teocrático dentro de su Revolución Islámica. Lo es la guerra civil que está
en curso en Siria, país teóricamente laico pero en donde la rebelión contra el régimen se
está definiendo sobre líneas religiosas: sublevados sunitas contra un gobierno alauita-chiíta.
(Y la pequeña minoría cristiana tiembla). El derrocamiento de las dictaduras en Egipto y en
Túnez ha dado paso al creciente poderío de los Hermanos Musulmanes, que han
conseguido ya imponer la sharia, la ley islámica, en sus países respectivos. En el Irak del
difunto Saddam Hussein se enfrentan sunitas y chiítas. La interminable guerra de
Afganistán empezó cuando, tras la retirada de las tropas soviéticas de ocupación, se
tomaron el poder los talibanes: literalmente, los estudiantes de la religión. Incluso Turquía,
que fue pionera del laicismo en tierras musulmanas en tiempos de Atatürk, hace ya casi un
siglo, está hoy gobernada por un partido explícitamente religioso.

En Estados unidos no hay guerra (salvo las tres o cuatro que ellos mantienen por fuera de
sus fronteras), pero toda la política gira cada vez más en torno a temas religiosos. Uno de
los candidatos de la nominación republicana para la presidencia se hace notar diciendo que
unas viejas declaraciones de John Kennedy sobre la separación de las Iglesias y el Estado
(de los tiempos en que se especulaba sobre si el católico Kennedy sería un mandado del
Papa de Roma) "le producen ganas de vomitar". Otro anda enredado porque su fe mormona
no inspira confianza en el electorado de la derecha, mayoritariamente evangélico. Del
presidente Obama, para atajar su reelección, se dice que es secretamente musulmán. Pues
también los demócratas tienen que demostrar religiosidad ferviente ante sus electores: a
Clinton solo le perdonaron sus aventuras adúlteras con la joven Lewinski cuando se hizo
ver rodeado por un heterogéneo -o ecuménico- grupo de religiosos profesionales: un pastor
evangélico y uno bautista, un cura católico, un rabino judío... Y en el otro extremo del
espectro geopolítico del hemisferio, en Cuba, el presidente venezolano Hugo Chávez acaba
de conseguir que se celebre una misa (¿o un Te Deum) en la catedral de La Habana con
asistencia de altos funcionarios del régimen castrista por primera vez en el medio siglo que
tiene la revolución. Aunque Chávez, que es el sincretista y pone varias velas a la vez,
también le ha confiado su salud "a los espíritus de la sabana".

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Y hasta Francia. La madre de las Luces. La patria de los filósofos descreídos, volterianos,
por el nombre del más célebre de entre ellos, que conquistaron para la política el
fundamental principio de racionalidad de la separación de la Iglesia y el Estado. Hasta
Francia está volviendo a confundir las cosas. El presidente Nicolas Sarkozy, en trance de
reelección, ha decidido conquistar el voto de la extrema derecha planteando como tema de
campaña el del halal, la práctica ritual de los musulmanes que consiste en sacrificar el
ganado mirando hacia La Meca.

El exprimer ministro británico Tony Blair tuvo al menos la discreción de esperar su retiro
del poder para hacer pública su conversión a la religión católica.

Jonás y la Ballena

Por Antonio Caballero


Sábado 10 Noviembre 2012

Por un pelo no ganó el ultrarreaccionario Mitt Romney las elecciones presidenciales


norteamericanas. Qué alivio. Pero subsiste un problema: el aparato imperial de los Estados
Unidos.

Los negacionistas, los que niegan que tenga comportamiento de imperio un país que tiene
cerca de 1.000 bases militares en un centenar de países del mundo, cuyo presupuesto bélico
supera a los de todos los demás sumados y que, dejando a un lado las tempranas
adquisiciones de las Filipinas, Puerto Rico y medio México, la piratería en América Central
y la participación en dos guerras europeas, ha lanzado en el último medio siglo media
docena de guerras de invasión -Corea, Vietnam, Camboya, Somalia, las dos del Golfo,
Afganistán…para no hablar del desembarco en Santo Domingo, del bombardeo de Panamá
ni de la heroica conquista de la islita de Grenada en el Caribe-, los negacionistas, digo,
dirán que esto de que el problema subsiste es una exageración paranoica. Tienen ojos, y no
quieren ver.

Bueno, pero aún así, qué alivio. No ganó Romney, en cuyas rudas manos la economía de
los Estados Unidos, y con ella la del mundo, se hubiera hundido todavía más en la recesión
a que la llevó George W. Bush; en cuyas manos incendiarias se hubieran agravado todos los
conflictos del planeta; en cuyas manos insensibles nada se hubiera hecho para intentar
combatir el calentamiento global. Eso es un alivio, sin duda. Pero ganó Barack Obama. Y
digo pero porque, aunque eso sea un alivio, lo es solamente por contraste. Porque a
diferencia del insensato Romney, Obama es un moderado. Pero de todos modos su
moderación se inscribe dentro de la lógica imperial del monstruoso Leviatán a cuya cabeza
lo han vuelto a poner la mitad más uno de los electores norteamericanos. O no, no a la
cabeza: en sus fauces, como estuvo el profeta Jonás en el vientre de la ballena: orando
porque lo lleve a tierra firme.

Obama es un imperialista moderado. No propone, como Romney, bombardear Irán, pero


tampoco lo descarta si es necesario para impedirle desarrollar una industria de armamento
nuclear, como lo han hecho ya otros diez países. Ha venido retirando poco a poco sus
tropas de ocupación del destruido Irak, pero sigue guerreando en Afganistán y participó con
entusiasmo en la intervención militar en Libia, aunque modestamente -por su reconocida
moderación- le dejara la iniciativa a la Otan. Y ha multiplicado el uso de los drones no
tripulados para matar gente a mansalva en Afganistán, en Irán, en Yemen, en Palestina:
acciones que si no vinieran de él serían calificadas como "terroristas" por la llamada
comunidad internacional (nombre cariñoso que recibe Hillary Clinton); pero que por ser
obra de sus manos se titulan "antiterroristas". Y aunque ha anunciado que no le dará al
"complejo militar-industrial" del Pentágono y las empresas de armamento los trillones de
dólares que no piden, como se los hubiera dado Romney, sí les dará los que pidan. En
cuanto a la otra guerra, la de las drogas, la diferencia con Romney es muy poca: Obama las
ha probado, pero no está dispuesto a permitir que con su legalización se marchite el pujante

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negocio redondo de los bancos norteamericanos lavadores de activos de las mafias (que no
salen en la foto).

No voy a hablar aquí de la política interior norteamericana, en la cual el presidente tiene


mucha menos injerencia que en la exterior. Es lo único que queda de los checks and
balances, los frenos y contrapesos, heredados de los Padres Fundadores de la democracia
norteamericana.

Así que en fin de cuentas, para el mundo en su conjunto, la victoria de Obama es solamente
un mal menor: como en el cuento del dinosaurio, el Leviatán todavía sigue ahí. Pero
también es un mal menor, en fin de cuentas, el imperio norteamericano. No es que no
exista, como pretenden los ciegos negacionistas, sino que serían peores otros. Lo que fue el
soviético en su zona de influencia, o el Reich alemán mientras duró, o el japonés, o el
chino. O lo que podría ser un improbable, pero horrible, pesadillesco imperio colombiano.

De modo que lo dicho: qué alivio. Jonás, por lo menos, tiene cara de buena persona.

Carta de Iván Márquez a María Jimena Duzán


El integrante del Secretariado de las Farc le respondió a la columnista de SEMANA una
misiva pública en la que le preguntaba cómo esta guerrilla iba a responderle a las víctimas
del secuestro.

Viernes 11 Mayo 2012

A continuación publicamos en su integridad la respuesta.

María Jimena

Respondo su misiva de marzo en medio del clamor de paz que incesante se eleva desde
abajo, grito ronco del común, sentimiento orgullosamente plebeyo, estrellándose contra el
muro de la sordera del poder, contra la violencia y el terrorismo de un Estado que hoy
ostenta sin sonrojo la indignante presea de habernos convertido en el tercer país más
desigual del mundo.

Somos un sueño de paz en construcción, desde Marquetalia en el 64 y desde mucho antes.


La búsqueda de la paz con justicia social es un principio rector, fundacional, el norte
verdadero de una estrategia. No enfrenta ni divide a las FARC. Cuando algún analista
estipendiado golpea el bombo mediático de la existencia de una línea pacifista y otra
guerrerista no deja de arrancarnos una leve sonrisa. La histórica cohesión del Estado Mayor
Central de las FARC, que es el gran legado de Manuel, no se deja anonadar por
divagaciones taciturnas.

En la década de los 80 vi al viejo Jacobo Arenas abrazando como un niño, la ensoñación de


verse en las plazas públicas como tribuno, comandando la alternativa política para
Colombia y la marcha incontenible por la paz. No fue posible, María Jimena, usted lo sabe.
Mataron la esperanza de la Unión Patriótica.

Con cierta tristeza ya lejana, debemos admitir que Caracas y Tlaxcala fueron una
oportunidad perdida. Gaviria y Hommes, poseídos ya por el Mefistófeles neoliberal, no
admitían otra discusión que no fuera la entrega de las armas y la desmovilización de la
guerrilla. Aborrecían como sus sucesores siguen aborreciendo el cambio de las injustas
estructuras, el sentimiento de soberanía y el fin de los privilegios, cimientos de la verdadera
paz. Ni ellos mismos pueden enorgullecerse hoy de haber abierto las puertas a la
desnacionalización de nuestra economía ni de su infame declaratoria de guerra integral
contra el pueblo.

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Pero debo confesarle, María Jimena, que nosotros, lectores asiduos de su columna y
seguidores de sus debates radiales, casi no la reconocemos en su lectura un poco precaria de
los motivos que determinaron el fracaso de los diálogos del Caguán.

¿Por qué no creerles al expresidente Pastrana y al excomisionado de paz Víctor G. Ricardo?


Ellos han afirmado en todos los tonos, que buscaron el diálogo como una maniobra para
ganar tiempo frente a problemas claramente identificados como la sequía de recursos para
la guerra y la urgencia de una reingeniería del ejército y de la estrategia contrainsurgente.
No importaba despejar cinco municipios si lo que se buscaba era salvar un régimen
tambaleante.

Y de hecho, cuando consideraron alcanzado este propósito, ya diseñado el Plan Colombia


por los estrategas del Comando Sur del ejército de los Estados Unidos, declararon rotas las
conversaciones. Y ni siquiera atendieron el protocolo de respetar el tiempo de espera
convenido para el reinicio de las acciones bélicas. Teniendo en cuenta estas circunstancias
podemos afirmar que los diálogos del Caguán nacieron muertos. ¿Quién burló entonces al
país?

Pretender hoy en día la entrega de las armas y la desmovilización de la guerrilla, con el


sometimiento a una justicia, que precisamente queremos destronar, es tan solo una ilusión
seráfica. Diríamos que un irrespeto más a un país que está siendo despojado por las
transnacionales y engañado por leyes de prestidigitadores.

Debemos parar esa "locomotora del desarrollo" que todos los días se lleva el petróleo, el
carbón, el oro y el ferroníquel, recursos que debieran emplearse en la solución de los graves
problemas sociales del país. El impacto ambiental es un desastre. A la hora de hablar de
paz, estos temas no deben desaparecer de la agenda, no se puede borrar la superación de las
causas generadoras del conflicto, la reversión de la política neoliberal…, y el pueblo no
puede quedar por fuera de la mesa.

Respetamos, María Jimena, su convicción contra la lucha armada, pero al mismo tiempo
albergamos la esperanza de que la inteligencia entienda que estamos haciendo uso de un
derecho universal. Bolívar nos dice que 2aun cuando sean alarmantes las consecuencias de
la resistencia al poder, no es menos cierto que existe en la naturaleza del hombre social un
derecho inalienable que legitima la insurrección". Sin embargo, estamos dispuestos a la
firma de un tratado de regularización de la guerra, que recoja las especificidades del
conflicto colombiano para hacer menos dolorosas sus consecuencias, al tiempo que
propendemos por un acuerdo de paz, un nuevo contrato social que ponga fin a la
confrontación bélica removiendo las causas que la generan.

Lamentablemente en Colombia el acto de la rebelión ha sido desfigurado en su carácter al


privársele la conexidad con conductas que le son inherentes, todo en desarrollo de una
estrategia para disuadir con penas severas la resistencia, que ni siquiera prevé que la
oposición de hoy puede mañana acceder al poder, y que, siempre será necesario invocar un
tratamiento más benévolo hacia el opositor.

Algunos se escandalizan porque un prisionero de guerra pase 14 años confinado en la selva,


pero se tornan ciegos y mudos cuando hay guerrilleros como Simón Trinidad condenados a
60 años de prisión en el destierro, y con cadenas físicas. Ninguno de los dos casos debiera
ser.

Dice usted que no nos cree cuando anunciamos el fin de las retenciones económicas, y en
cambio nos exige más y más gestos de paz, y ni uno solo al gobierno. Tal vez se ha
desvanecido en su memoria que hemos liberado unilateralmente a unos 500 prisioneros de
guerra capturados en combate, recibiendo del Estado reciprocidad cero.

El establecimiento, ni siquiera permitió al grupo de mujeres gestoras de paz –que


intercedieron para la liberación de sus prisioneros de guerra- la visita a las cárceles para
verificar las condiciones de reclusión de los guerrilleros y de los miles de prisioneros
políticos.

No debiera, María Jimena, colocarse esa venda subjetiva sobre sus ojos. Previamente al
anuncio, Timoleón Jiménez, nuestro comandante, hizo una consulta a todos los Bloques, y

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la verdad es que ninguno de ellos tiene personas retenidas con ese propósito. País libre es
una organización para-gubernamental de mentirosos que necesita justificar las ayudas
internacionales e institucionales que recibe.

Ya que recuerda brumosamente mi paso fugaz por el Congreso de la República considero


pertinente precisarle que con Alfonso Cano y Raúl Reyes, y muchos otros combatientes,
fuimos obligados por el Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala y el Estado de Sitio
permanente, a abrazar la lucha armada. Y que muchos de los dirigentes de las
movilizaciones populares de hoy, son los hijos y herederos de una generación de
revolucionarios, descabezada por la intransigencia del Estado y el genocidio de la Unión
Patriótica.

Esa intransigencia de las élites está atrincherada tras la máquina de guerra del Estado y tras
esa arrogancia violenta que les viene del apoyo de Washington, pero no hay que desestimar
que los negocios de esas élites están inmersos en la crisis sistémica del capital y que la
entrega dolorosa de la soberanía es gasolina y carbón que puede encender la indignación.

Causa cierta perplejidad su desconocimiento de las motivaciones políticas e ideológicas que


animan a las FARC, que la llevan dócilmente, sin mucha reflexión, a equipararnos con las
Bacrim. Usted sabe que esa sigla fue inventada por el gobierno para intentar inútilmente
deslindarse de los crímenes de lesa humanidad del paramilitarismo de Estado.

En la Plataforma Bolivariana por la Nueva Colombia está pincelado un proyecto político de


nueva sociedad. Dudo que alguna vez pueda ver a un comandante de las FARC
hamaqueándose, libando los licores que usted imagina, desconectado de la pasión que lo
empuja sin cesar a la tarea de la construcción de la Nueva Colombia, soberana, en
democracia, justicia social y paz.

Es obvio que no estamos en la orilla de los que pillan nuestros recursos y causan la pobreza
de 30 millones de compatriotas. Mirar las posibilidades de paz desde la orilla del
empresario Luis Carlos Sarmiento Angulo, por ejemplo, que diariamente despoja a unas 10
familias de sus casas aduciendo no pago cuando la gente ha cancelado tres veces y más el
valor de las mismas, es correr el riesgo de quedarnos atrapados eternamente en la noche de
la guerra. ¿A estos tipos debemos rendirles pleitesía?

Después de andar todos estos años con un fusil en las manos y la flama de la paz en el
corazón, recordando a los caídos, pensando en los humildes, creo tener más razones que
nunca para luchar por el ideal de dignidad de un pueblo hasta las últimas consecuencias. Si
la paz ha de venir por la vía de la solución política, bienvenida sea. Es lo que anhelamos
todos. Tenemos fe ciega en la fuerza de la movilización y marcha del pueblo por la paz.

Iván Márquez

Integrante del Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP

Montañas de Colombia, abril 20 de 2012

La metamorfosis de Uribe
Por María Jimena Duzán

Sábado 19 Mayo 2012

El primer Álvaro Uribe que conocí era liberal de izquierda. Para entonces era ya senador y
formaba parte del Poder Popular, ese movimiento liberal que creó Ernesto Samper para
contrarrestar las tesis neoliberales de los Chicago Boys que a finales de los ochenta ya
empezaban a caracterizar al liberalismo de derecha.

Aunque de ese Uribe no hay rastro -en su biografía oficial que aparece en Wikipedia se ha
borrado su paso por el Poder Popular de Ernesto Samper-, yo sí lo recuerdo. Y sin temor a
equivocarme, puedo dar fe de que estaba aún vigente en el año 92, año en que los dos
coincidimos en Harvard. Ese Uribe era un político más interesado en la paz que en la

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guerra. Conoció al profesor Robert Fisher, experto en procesos de negociación de paz, y se
compenetró tanto con sus tesis que terminó invitándolo a Medellín cuando fue electo
gobernador de Antioquia en 1995. Siguiendo los pasos de Fisher, Uribe instaló una
comisión de paz en Antioquia -de la cual tampoco hay rastro en su biografía oficial de
Wikipedia- y no se imaginan la sorpresa que tuvimos Jaime Garzón y yo cuando el propio
Uribe nos llamó a decirnos que si nos interesaba ser miembros de esa comisión de paz. Los
dos aceptamos gustosos y durante el año 96 fuimos dos o tres veces a reunirnos con los
otros miembros de esa comisión a Medellín hasta que finalmente, por motivos que nunca
entendimos, Uribe acabó con la comisión de paz y terminó convirtiéndose en el gran
defensor de las Convivir, en momentos en que empezaban a ser cuestionadas porque
estaban siendo utilizadas de mampara por los paramilitares para cometer sus masacres.

Volví a ver a Álvaro Uribe en 2004, cuando ya llevaba dos años en el poder como
presidente del país. Le pedí cita porque quería hacer un libro sobre su forma de gobierno y
él aceptó la idea. Por cuenta de ese libro, estuve tres meses persiguiéndolo por todo el país.
El Uribe que encontré en esa ocasión era ya un hombre de derecha: su manejo autoritario
del poder lo había convertido en un político providencial, de esos que se sienten
predestinados a salvar el mundo de todos los males que nos asechan. Sabía que su éxito
radicaba en que había logrado sintonizarse con todas las clases de este país y que ricos,
clase media y pobres habían caído bajo su embrujo. Todo parecía sonreírle: las cifras de
homicidios caían y la prometida desmovilización de los paras auguraba el fin del
paramilitarismo, promesa que a la postre nunca se dio. Logró convencer a la mayoría del
país de que nuestro único problema eran las Farc y que el único que las podía acabar era él.
Cada vez que había un secuestro de un ganadero, él se ponía al frente de su rescate; fungía
de general de su Ejército, de inspector de Policía y de cuanta función fuera necesaria para
demostrar que él era indispensable para garantizar los logros de su seguridad democrática.

Este Uribe, acostumbrado a que sus deseos fueran órdenes, debió sufrir un golpe duro el día
en que se dio cuenta de que no podía reelegirse por segunda vez. Y debió sentirse aún peor
en el instante en que se percató de que el candidato Juan Manuel Santos, que él había
elegido para sucederlo, no iba a ser su monigote.

Desde ese día, Álvaro Uribe asumió el papel de expresidente incendiario, instigando una
oposición que busca desestabilizar institucionalmente al gobierno de Santos: las
investigaciones que la Justicia adelanta contra sus pupilos que cometieron delitos, como
sucedió con el escándalo de las grabaciones ilegales hechas desde el DAS, las ha
convertido en una persecución política contra él. Anda por todo el país bufando,
exacerbando los ánimos, a sabiendas de que si logra polarizarnos e instrumentalizar el
miedo, el solo temor de que podamos caer en la anarquía va a producir que el país entero se
vuelque de nuevo sobre él y lo vuelva a entronizar en el poder, con el argumento de que es
el único que nos puede salvar de la hecatombe. No me cabe duda de que eso era lo que
buscaba cuando quiso aprovecharse de la zozobra que dejó en el país el aleve atentado del
que fue víctima Fernando Londoño. Una actitud mezquina que puede resultarle tan
contraproducente como le resultó su fallida intromisión en la campaña venezolana.

Este Uribe incendiario está muy lejos del que yo conocí. Tampoco es el hombre de derecha
que descubrí en 2004. El de hoy no solo es un extremista, sino un expresidente atormentado
que no ha podido acostumbrarse a la viudez del poder y que para hacer oposición ha
traspasado fronteras que nunca un expresidente había cruzado.

Traidor a su clase
Por María Jimena Duzán
Sábado 5 Mayo 2012
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"Si ayudar a los pobres en Colombia es ser populista o ser traidor a una clase -dijo la
semana pasada el presidente Santos en un vibrato parecido al de Serpa y haciendo gala de
un desafío de clase al mejor estilo de Jorge Eliécer Gaitán- me reconozco como populista y
como traidor a una clase". A los pocos días de pronunciada esta frase, sorprendió con otra
del mismo corte en la que anunció una reforma que iba a hacer "chillar a los ricos",

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expresión que no utilizó ni siquiera Gaitán. Al presidente, en esta semana, solo le faltó
terminar sus discursos como lo hacía el caudillo liberal: "Por la restauración moral y
democrática de la república... ¡a la carga!", para cerrar con broche de oro esa repentina y
apresurada transformación política que nos ha impuesto.

El problema de este nuevo Santos que emergió esta semana como traidor a su clase es que
no resulta muy convincente, a pesar de lo novedoso de su vibrato. Las razones sobran, pero
la que más pesa es la que tiene que ver con su trayectoria política, la misma que él se labró
desde muy temprano y que lo convirtió en un político representante de una derecha
inteligente, pero derecha al fin y al cabo, de la cual siempre se preció pertenecer.

Hizo su carrera como heredero de El Tiempo, un periódico representante del


establecimiento más rancio y aristocrático del país y aunque su padre, don Enrique Santos
Castillo fue liberal de partido, siempre estuvo más cercano a las ideologías de derecha y
nunca ocultó su simpatía por Franco. Pero además, Santos no solo encarna al
establecimiento como pocos políticos, sino que llegó al poder como heredero de Álvaro
Uribe, no precisamente el representante de la izquierda liberal. Junto a él comulgó con
todas esas reformas tributarias que terminaron enriqueciendo a los ricos y empobreciendo a
los pobres. Que ahora los quiera "hacer chillar", resulta tan sorprendente como su repentina
dedicación por los pobres. A un político que se mueve como un pez en el agua entre
Anapoima, Londres y el Country Club nadie le cree que se haya declarado como traidor a
su clase ni que ahora quiera abanderar la causa de los descamisados, al mejor estilo Perón.
Tampoco nadie le cree que quiera cambiar de tercio y que lo suyo ya no sea la derecha sino
el liberalismo de izquierda y que en lugar de querer ser como Churchill ahora pretenda
convertirse en una mezcla renovada entre Jorge Eliécer Gaitán y López Pumarejo.

Puede que haya quien crea en este Santos recargado hacia la izquierda. Pero me temo que
por esa vía corre el riesgo de terminar con el pecado y sin el género. Es decir, que acabe
agrediendo a los ricos, sin que los pobres le crean. Ese sería el peor de los mundos para un
presidente que quiere pasar a la historia, como pretende Juan Manuel Santos.

Yo espero que toda esta calentura sea producto de los efectos de la encuesta publicada por
SEMANA y RCN -la única que no lo favoreció- y que luego de un reposo vuelva a ser el
hombre de derecha de siempre.

La descuartizada
Por María Jimena Duzán
.
Sábado 12 Mayo 2012

La Constitución del 91 –o lo que quedaba de ella– va camino a morir de la forma más


dolorosa: va a ser desmembrada viva por el establecimiento político colombiano a modo de
escarnio público, para que el país entienda que ellos pertenecen a una casta superior a la
cual no se le puede ni tocar con el pétalo de una rosa, mucho menos capturar o condenar.
 
Ese es el mensaje que la clase política, sin duda la más poderosa de América Latina, le ha
dado al país con la manera contundente como todos los partidos de la Unidad Nacional -La
U, el Partido Liberal, el Partido Conservador, los Verdes, Cambio Radical y el PIN-
aprobaron en la plenaria del Senado esta semana la polémica reforma a la Justicia.  

El primer efecto de esta reforma, si se aprueba como está saliendo del Senado, es que la
parapolítica se acaba. La manera engorrosa como se planteó la doble instancia permite ese
camino hacia la impunidad. Comparto con los congresistas que era un derecho de ellos la
división entre la etapa de instrucción y la de juzgamiento, como también creo que era una
petición más que lógica crear una doble instancia. Pero tal como quedó el andamiaje
jurídico el resultado es demoledor porque se creó un procedimiento tan engorroso que va a
impedir que la Justicia los pueda investigar, con lo cual la parapolítica se acaba.

No les sirvió a los políticos el que ya se estuviera aplicando desde 2008 la sentencia de la
Corte Constitucional que ordenaba dividir entre la etapa de instrucción y de juzgamiento.
Ellos querían más: querían sacarlas de la Sala Penal de la Corte y lo lograron. Hoy esa Sala
Penal de la Corte ha sido cercenada en sus funciones y, aunque todavía no la han acabado,
anda medio muerta. Sorprende que semejante decapitada no hubiera merecido ni siquiera

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una reacción airada del presidente de esa Sala, el magistrado Bustos, cuyo silencio es más
que elocuente.  

El segundo efecto que tiene esta reforma a la Justicia es que frena todas las investigaciones
por corrupción que se venían adelantando en la Corte Suprema porque las pone a caminar a
un paso lento, que en el pasado siempre nos llevó hacia la impunidad. El desfalco a la salud
y el saqueo al DNE, por hablar de los escándalos más sonados, van a ahogarse en ese mar
de procedimientos complicados con los que de ahora en adelante se debe investigar, acusar
y juzgar. De ahora en adelante, los congresistas que fueron los ponentes de la reforma a la
Justicia y que están siendo investigados en este momento por la Corte en el tema del DNE
pueden dormir tranquilos porque legislaron en causa propia y sin que nadie les pidiera
cuentas. Dichosos ellos que no tienen vergüenza.

El tercer efecto es que la reforma también convierte en milagro las pérdidas de investidura.
Ya no son un castigo fulminante como lo eran antes, sino que este control va a ser gradual.
Para no hablar de la posibilidad que tienen los congresistas de votar sin declarar los
conflictos de intereses.

Pero tal vez la más grave de todas estas gabelas es la ampliación del periodo de los
magistrados de ocho a 12 años. Con esta decisión se le da un golpe mortal al sistema de
pesos y contrapesos que estableció la Constitución del 91. Si es tan fácil cambiar los
periodos de los funcionarios públicos, ¿por qué no de una vez le ampliamos el periodo del
presidente Santos y salimos del tema ya? Si Yidis y Sabas hubieran sabido que se podía
ampliar así el periodo de los funcionarios, no se habrían puesto en tantos trabajos para
conseguir voltear a congresistas para favorecer la reelección del presidente Uribe.

La Constitución se nos volvió un papel que se puede reformar en beneficio propio y que
puede ser manipulado por nuestra poderosa clase política, y la Corte Suprema de Justicia
terminó haciéndose el haraquiri amangualándose con la clase política. Hace unos años, el
entonces comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, dijo que el país no estaba listo para
tanta verdad, refiriéndose a las implicaciones que podía tener la Ley de Justicia y Paz. El
excomisionado se equivocó. El país sí está listo para la verdad. El que no lo está es ese
poderoso establecimiento político, que ni quiere verdad ni quiere justicia. Y para lograr su
objetivo, está descuartizando la Constitución del 91. Paz en su tumba.

El tiempo de Sarmiento
Por María Jimena Duzán

Sábado 24 Marzo 2012

En días pasados columnistas como María Isabel Rueda y Patricia Lara han coincidido en
afirmar que la compra del diario El Tiempo por parte de Luis Carlos Sarmiento Angulo no
va a alterar la independencia con la que los medios deberían informar sobre el poder
económico que hoy concentra este empresario, sin duda el hombre más poderoso del país.
Según ellas, esta compra no afecta la libertad de prensa ni de expresión y, por el contrario,
el periodismo puede salir ganando, porque de ahora en adelante estará al frente de un diario
tan emblemático como El Tiempo un gran empresario que, además de ser un convencido
filántropo, es una excelente persona.

No comparto su tesis, aunque concuerdo con ellas en que Luis Carlos Sarmiento es un gran
empresario y en que su historia de éxito es una epopeya admirable: un colombiano que a los
23 años decide no volver a ser empleado de nadie; que con un capital de 10.000 pesos, fruto
de su primer trabajo, funda su empresa y llega a ser el hombre más poderoso del país a sus
79 años. Su historia es poderosa y admirable.

Sin embargo, lo que sí resulta difícil es desconocer las implicaciones que puede tener para
El Tiempo y para la prensa nacional el hecho de que el hombre más poderoso del país no
solo compre el diario más importante de Colombia, sino que pueda terminar siendo dueño
del tercer canal de televisión, ya que, según la revista SEMANA, el Grupo Sarmiento
piensa participar en esa nueva licitación.

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Esa concentración de poder, en un país donde los medios se cuentan con los dedos de la
mano, no es la noticia más alentadora y sus repercusiones para el ejercicio del periodismo
pueden ser muy serias. La primera de ellas tiene que ver con el hecho de que se trata del
grupo más poderoso del país con intereses en todos los sectores de la vida económica
nacional: controla más del 30 por ciento de la banca, tiene empresas en el sector de energía
y del gas, en la minería y en la industria, en el sector financiero y en el inmobiliario, en el
de la infraestructura, en el hotelero y de la agroindustria. Prácticamente no hay un sector en
que el Grupo Sarmiento no tenga un interés económico y su poder es tan grande que supera
al que llegó a tener en su momento el Grupo Santo Domingo en los tiempos de Augusto
López, cuando era dueño de más de medio país.

La segunda razón es que cuando un millonario compra un medio no lo hace por simple
filantropía ni por hacer patria, como ellos lo afirman con frecuencia, sino porque le da un
poder que les permite blindarse de sus posibles escrutadores. Según SEMANA, Sarmiento
compro El Tiempo porque quería "preservar la supervivencia de un patrimonio nacional",
de la misma forma que el Grupo Santo Domingo compró El Espectador porque no quería
que ese diario desapareciera. Así lo afirmó Augusto López en una entrevista que me
concedió en su momento. Sin embargo, al cabo de dos años, Rodrigo Pardo, que era su
director, fue retirado de El Espectador de manera abrupta porque se negó a poner el
periódico al servicio de la campaña de Serpa contrariando los designios del dueño. Ese fue
el mismo grupo que por muchos años hizo el lobby más grande en el Congreso para
impedir que se estableciera un impuesto a la cerveza, al punto que casi crucifica al ministro
que se atrevió a proponerlo, que era Rudy Hommes. Y aunque nadie lo recuerda ahora, su
actitud fue implacable contra los medios y los periodistas que nos atrevimos a cuestionarlo.
El Grupo Santo Domingo de hoy no tiene el mismo poder económico y sus actuales dueños
han entendido que el negocio de medios tiene que ver con el suministro de información y
no con el de la manipulación. Los periodistas que allí escriben han podido hacer un
periódico pensando en el interés ciudadano y no en el interés privado.

Sin embargo, ese no parece ser el caso del Grupo Sarmiento, gran dueño de este país. Los
periodistas de El Tiempo tendrán que escribir a sabiendas de que todo lo que abordan está
relacionado con el dueño. ¿Será que el doctor Sarmiento va a dejar que El Tiempo
editorialice a favor del ministro de Hacienda cuando este se enfrenta a los bancos por los
altos costos que ofrecen a los usuarios? ¿Qué periodismo investigativo podrá hacerse en el
tema de la minería que no toque los intereses del Grupo Sarmiento, que es el mayor
productor de oro de Colombia? Cuando el gobierno presente la reforma de las pensiones,
¿cómo lo va a informar el diario si el Grupo es el dueño de uno de los fondos más
importantes? Siendo el sector de la banca el más regulado por el Estado, ¿cómo van a
escribirse y analizarse esas informaciones? ¿Defendiendo el interés público o el interés
privado?

Sería interesante que todas esas preguntas las respondiera el doctor Sarmiento en algún
momento, pero hasta ahora no lo ha hecho. Ojalá lo haga y le cuente al país cuál es su
concepto sobre el periodismo y cómo va a hacer para que sus medios no terminen
protegiendo sus intereses en desmedro de la verdad. 

Obama y su lista de la muerte


ESTADOS UNIDOSCada martes el presidente estadounidense decide personalmente a
quién matar esa semana. Esa es solo una parte de su exitosa pero controvertida estrategia de
guerra secreta.

REVISTA SEMANA Sábado 9 Junio 2012

La muerte en las montañas del norte de Pakistán viene de arriba. Discreta y perniciosa, se
abate de repente como un aguacero. Abu Yahya al Libi, el número dos de Al Qaeda,
llevaba meses escrutando el cielo. Sabía que los Predator, aviones ultrasofisticados
pilotados a control remoto, lo tenían en la mira. Pero el lunes pasado no pudo hacer mucho.
En pocos segundos, misiles Hellfire destruyeron su guarida, una casucha de barro en el
pueblo de Hassu Khel. Al Libi era uno de los terroristas más buscados por Estados Unidos,
famoso por sus diatribas incendiarias y por sus 20 años al servicio de la guerra santa.

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Después del ataque, cuando el polvo se levantó, Al Libi yacía junto a decenas de cadáveres.
Eran las últimas víctimas de la cruzada secreta de Obama.

Se trata de una estrategia guiada por un solo principio: hacer la guerra sin dejar rastro. No
importa si hay víctimas colaterales, si se violan fronteras o leyes. La política quedó en
evidencia la semana pasada con la publicación de dos libros: Kill or Capture, de Daniel
Klaidman, y Confront and Conceal, de David Sanger.

En el Despacho Oval los días de decisiones son conocidos como 'martes de terror'. Obama
y sus asesores se reúnen para evaluar biografías de supuestos terroristas y seleccionar
quiénes serán los próximos objetivos. Una vez el presidente da luz verde a la nueva lista de
condenados a muerte (kill list), las instrucciones son transmitidas a su máquina de guerra.

Su arma predilecta son los drones, aviones sin piloto controlados a distancia por
funcionarios que trabajan en horarios de oficina y matan a miles de kilómetros. Silenciosos
y baratos, tienen una enorme autonomía de vuelo y no arriesgan vidas. Los hay para espiar,
pero gran parte del escuadrón está compuesto por los Predator, que mataron a Al Libi.
Desde que Obama está en la Casa Blanca, los ataques se multiplicaron por cuatro.

Frente a las desastrosas campañas de Afganistán e Irak, Obama optó por una guerra
encubierta contra los terroristas. El objetivo es exterminarlos antes de que ataquen, sin
tratar de capturarlos y mucho menos juzgarlos. La guerra preventiva llevada a su
paroxismo. Como le dijo un directivo de la CIA al Washington Post: "Estamos matando a
esos hijos de puta más rápido de lo que pueden crecer". Los drones también atacan países
con los que oficialmente Washington no está en guerra, como Pakistán, Yemen, Somalia o,
incluso, Filipinas.

Obama autoriza dos tipos de asaltos. Los "personalizados", cuando se tiene identificado al
supuesto terrorista. Y los polémicos "ataques específicos", cuando se detectan grupos con
características que, según ellos, los hacen probables terroristas. Así, una reunión de
hombres jóvenes en zonas islamistas es un blanco. La única condición que puso Obama
para estos bombardeos es que solo él o el director de la CIA sean quienes den la
autorización de disparar.

La fundación New America sostiene que entre 1.800 y 2.800 personas murieron en Pakistán
a causa de los drones desde 2004, 17 por ciento de ellos eran civiles. Según le dijo a
SEMANA Coleen Rowley, exagente del FBI, "Obama es como Bush con esteroides.
Recibió el legado de la administración precedente y erosionó aún más el derecho. Aprendió
que es menos problemático y riesgoso matar a un sospechoso que capturarlo".

La obsesión de Obama es no dejar huellas. Así es como recurre a la CIA, que se ha vuelto
una fuerza paramilitar. Muchos agentes ya no son espías de traje negro, sino que están en
grupos de choque que combaten, persiguiendo terroristas, con su propia flotilla de drones y
helicópteros. Oficialmente no existen y pueden violar las normas sin problema. Obama
también ha impulsado el resto de las fuerzas especiales: Seals, Rangers o Boinas Verdes. A
pesar de que los presupuestos del Pentágono son recortados, el del Mando de Operaciones
Especiales aumentó el año pasado 7 por ciento. Este cuenta con 60.000 soldados que actúan
en Asia, África y América Latina.

En el campo de la cibernética, Obama llevó la guerra a otro nivel. Impulsó el desarrollo en


2009 de un poderoso virus informático. Después de conseguir los planos de la planta
atómica de Natanz, en Irán, sus agentes introdujeron el Stuxnet. Este entorpecía el
funcionamiento de las centrífugas para enriquecer el uranio hasta destruir su mecanismo.
Mientras atacaba, engañaba las máquinas indicando que todo estaba bien. Por eso los
ingenieros siempre pensaron que las fallas no eran por sabotaje, sino por problemas
mecánicos.

Pero en 2010 el virus "se escapó" e infectó el portátil de un ingeniero. El Stuxnet se


reprodujo en millones de computadores y salió a la luz. Pero la ofensiva siguió. La semana
pasada un nuevo virus, el Flame, fue identificado. No ataca las máquinas, pero es un
superespía capaz de recaudar enormes cantidades de información, grabar y tomar fotos
desde un computador infectado. Irán era, de nuevo, su objetivo.

Washington lo niega, pero la ciberguerra es una de sus prioridades. En Utah, la Agencia

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Nacional de Seguridad (NSA) lidera esta batalla. Está construyendo un inmenso edificio
que para 2013 estará repleto de computadores con una capacidad casi infinita para
recopilar, archivar y analizar millones de comunicaciones. La intención oficial es detectar
ataques electrónicos. Pero la NSA interceptará también llamadas, búsquedas en internet y
transacciones financieras. Este complejo es considerado como el centro de espionaje más
grande del que se tenga noticia en la historia de Estados Unidos. 

Por eso muchos se preguntan quién es el verdadero Obama. El premio Nobel de Paz que
prometió cerrar Guantánamo y se opuso a la guerra de Irak, o el presidente que no duda en
matar a quien considere su enemigo por encima de fronteras geográficas, morales o legales.
El abogado constitucionalista apegado a los derechos cívicos, o el comandante en jefe que
bombardea, espía a sus compatriotas y se embarca en guerras no declaradas.

Cualquiera que sea, Obama está en plena campaña de reelección y parte del material de los
dos libros fue filtrado de frente por sus principales asesores. Sabe que sus guerras secretas
son polémicas, pero no le hacen daño. Ante este panorama, Rowley agrega: "me sorprende
mucho la falta de reacción de los estadounidenses. Si se hubiera sabido que la 'kill list' y el
virus Stuxnet eran obra de George Bush, Dick Cheney o John McCain, gran parte del país
hubiera protestado". Los republicanos no lo van a criticar por usar la fuerza. Y puede que
en su base liberal lo estén tildando de "asesino en jefe", pero, ¿por quién más van a votar en
noviembre?

Álvaro Uribe niega que haya tenido amistad con el capo del
narcotráfico Pablo Escobar Gaviria
Lunes 1 Octubre 2007

No han sido unos buenos días para el presidente Álvaro Uribe Vélez. La semana anterior
debió pronunciarse sobre un delicado caso que le tocó las fibras más sensibles. El del
llamamiento a indagatoria por la parapolítica de su primo Mario Uribe: “Como Presidente,
debo apoyar a la justicia. Como persona, siento tristeza”, dijo en Nueva York donde lo
sorprendió la noticia.
 
Y ahora debió salir a aclarar que no fue amigo del capo Pablo Emilio Escobar Gaviria a
través de un comunicado de la Presidencia de la República.

La aclaración por parte del Presidente fue hecha por una solicitud de Noticias Uno que un
derecho de petición le preguntó si lo que decía Virginia Vallejo, la amante del capo era
verdad. La ex diva de la televisión dijo que ella conoció a Uribe Vélez porque se lo
presentó Escobar Gaviria.
 
La afirmación está hecha en el libro ‘Amando a Pablo, odiando a Escobar’ de la mujer que
también fue amante del capo del Cartel de Cali, Gilberto Rodríguez Orejuela. En éste, la ex
presentadora de televisión describe la importancia que tenía Uribe, según ella, para la
organización del capo.

El primer aparte dice textualmente (página 48): “Le pregunto cómo hace, entonces, Pablo
para tener pista propia y flota de aviones, sacar toneladas de coca, traerse jirafas y elefantes
desde África y meter Rolligons y botes de seis metros de altura de contrabando”.
- Es que el negocio de él no tiene competencia. Y es el más rico de todos porque Pablito, mi
vida, es un Jumbo: tiene al tipo clave en la Dirección de la Aeronáutica Civil, un muchacho
joven hijo de uno de los primeros narcos... un tipo Uribes (sic) primo de los Ochoa...
Álvaro Uribe, me parece”.

En el segundo, afirma (página 111): “En Colombia, todo el que sea alguien en una zona del
país es primo hermano, segundo, cuarto u octavo del resto. Por eso no me sorprende cuando
una noche, después de alguna de sus inauguraciones deportivas, Pablo me presenta al ex
alcalde de Medellín, cuya madre es prima del padre de los Ochoa; éste lo llama el ‘Doptor
Varito’ y a mí me simpatiza de inmediato porque pienso que es uno de los contados amigos

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de Pablo con cara de gente decente y, que yo recuerde, el único con gafas de estudioso. Fue
director de la Aeronáutica Civil en 1980-1982 y ahora, a sus treinta y un años, todo el
mundo le pronostica una brillante carrera política y más de uno se aventura a decir que,
incluso, podría llegar algún día al Senado. Se llama Álvaro Uribe Vélez y Pablo lo idolatra.
-Mi negocio y el de mis socios es el transporte, a cinco mil dólares por kilo asegurado - me
explica Pablo luego- y está construido sobre una sola base: las pistas de aterrizaje y los
aviones y los helicópteros. Ese muchacho bendito, con ayuda del subdirector César
Villegas, nos concedió docenas de licencias para las primeras y centenares para los
segundos. Sin pistas y aviones propios, todavía estaríamos trayendo la pasta de coca en
llantas desde Bolivia y nadando hasta Miami para llevarle la mercancía a los gringos.
Gracias a él es que yo estoy enterado de todo lo que pasa en la Aeronáutica Civil y en el
aeropuerto de Medellín, porque su sucesor quedó entrenado para colaborarnos en lo que se
nos ofrezca. Por eso es que la Aeronáutica Civil es una de las cuotas de poder que nosotros
y el Santo exigimos a ambos candidatos en las pasadas elecciones. Su padre Arturo es uno
de los nuestros, y si un día algo se nos llegara a atravesar a Santofimio y a mí en el camino
a la presidencia, ese muchacho sería mi candidato. Ahí donde lo ves con sus gafas y esa
cara de seminarista, es un peleador bravísimo”.

Ante semejantes acusaciones, el Noticiero hizo un reportaje transmitiendo las afirmaciones


de la ex amante del capo. En la emisión de este domingo anunciaron que esperaban la
respuesta de la Casa de Nariño que se produjo este lunes.

El siguiente es el texto firmado por el Presidente Uribe


1. Como dije en la campaña presidencial de 2002, “no fui amigo de Pablo Escobar ni
cuando estaba de moda”.
2. No tuve amistad con la señora Virginia Vallejo ni coincidí con ella en reunión alguna. La
ví de paso. Recuerdo una vez, en un avión de Avianca en vuelo de Bogotá a Medellín.
3. Sobre mi gestión en la Aeronáutica Civil, años 80-82, totalmente investigada, repito que
se introdujo el requisito del permiso de estupefacientes y de la Brigada Militar de
Jurisdicción para trámites de permisos de aviones y aeropuertos.
4. Mi actividad en el Congreso de la República, en la Comisión Séptima de Asuntos
Sociales y en la Plenaria del Senado, consta toda en las Actas respectivas. Además fue
exhaustivamente investigada en la campaña presidencial de 2002.
Bogotá, 1° de octubre de 2007

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