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Sobre diálogos y muertos

César Félix Sánchez

Hace algún tiempo, fue entrevistado en una radio nacional una especie de sosias espiritual,
aunque un poco más barroco, de nuestro actual premier Alberto Otárola: veterano izquierdista y
luego convertido en ministro de defensa de Ollanta. Claro está que hay algunas cosas que separan al
entrevistado del Premier, además del barroquismo: la condición de antiguo funcionario de entidades
globalistas y su afán por volver a tener figuración política a como de lugar, desde ese no-lugar
llamado “centro”. El entrevistado criticó nuevamente a Otárola con vaguedades (su obsesión es esa,
ya en enero lo calificó de “soberbio”) y censuró al gobierno por no “dialogar”.

Sí, el diálogo es algo bueno. Y no creo que este gobierno, nacido también del no-lugar
centrista y no de ninguna propuesta de derecha, haya estado cerrado al diálogo: creo más bien que,
por el lado de Dina Boluarte y de ciertos ministros, hubo en ocasiones un ánimo no de diálogo, sino
de cesión y capitulación, una suerte de “chau y vámonos”. Pero ¿qué fue lo que “evitó el diálogo”?
Principalmente la negativa absoluta a cualquier diálogo o negociación por parte de la Coordinadora
del Macrosur (la ignorada liga informal de castillistas y extremistas que, desde el 28 de diciembre de
2022, decidió todas las movidas de la segunda fase del alzamiento castillista, incluyendo la fracasada
Segunda Marcha de los Cuatro Suyos) y de los Frentes de Defensa del Pueblo de Ayacucho y
Andahuaylas (controlados por el neosenderismo). Estas fuerzas rechazaban de plano y por definición
cualquier, no diré acercamiento, sino mero reconocimiento al gobierno de Dina Boluarte, al que aún
hoy, sus capitostes califican de usurpadora.

¿Qué diálogo podía haber, entonces, cuando, no solo no se reconocía al gobierno


constitucional como interlocutor válido, sino que se procedía a, desde el inicio mismo de su gestión,
desde el primer fin de semana luego de su asunción, quemar 12 comisarías, secuestrar a un policía y
atacar los aeropuertos de Andahuaylas y Ayacucho, así como bloquear innumerables carreteras?

Pero parece que algunos personajes mediáticos, con tal de “quedar bien” no sabemos con
qué o quién, quieren hacernos creer que la principal protesta es la limeña de Mónica Sánchez y la
sobrina de Pedro Francke haciendo performances y cosas por el estilo. No: acá hemos estado ante
un escenario muy bien planeado: atacar, desde el inicio, comisarías, aeropuertos y bloquear
carreteras y luego proceder a sitiar ciudades, bloquear y destruir las industrias estratégicas (minería
y agroindustria) y vulnerar la institucionalidad toda con pedidos imposibles cuyo cumplimiento
significaría la abolición del estado de derecho y la separación de poderes (como disolución inmediata
del congreso, asamblea constituyente y libertad de Castillo). Son casi los mismos pasos que una
fuerza extranjera invasora o una fuerza aérea enemiga tomaría para inutilizar y doblegar a un país.
Cuesta creer que aquellos que ven a Keiko hasta en la sopa y que buscan siempre explicar todo en
base a conspiraciones fujimontesinistas descabelladas quieran hacernos creer que todo esto ha sido
“espontáneo”.

Ahora, La República, que como sabemos es un diario tan objetivo, tan carente de mala
entraña, tan amigo de la verdad y tan objetivo, nos brinda el siguiente titular: Civiles no murieron
durante el intento de toma del aeropuerto de Ayacucho. ¿Qué pasó, entonces? ¿Estaban acaso
manifestándose pacíficamente en la Plaza de Armas cuando las perversas fuerzas represoras los
acribillaron? No. Abajo, en letra chiquita, el diario nos explica la “verdad”: Vi deo de IDL-Reporteros
revela cómo seis de las diez víctimas de las protestas del 15 diciembre murieron por disparos de
militares que los persiguieron tras desalojarlos del campo de aterrizaje.

Me pregunto: ¿tendrá el “desalojarlos del campo de aterrizaje” algo con ver con la toma del
aeropuerto de Ayacucho por las huestes de la camarada Cusi? ¿O son cosas totalmente
desconectadas, antitéticas, opuestas? Por otro lado, La República habla de intento de toma y luego
de desalojo. ¿En qué quedamos? Si hubo intento no podría haber desalojo, porque no se consumó la
toma del aeropuerto y si se produjo un desalojo es porque ya había sido tomado. En fin: parece que
para este periódico toda mentira y todo error conceptual, lógico o incluso gramatical en la redacción
se justifica si contribuye al desprestigio del gobierno y a intentar capturar la protesta y llevarla hacia
fines muy particulares. Recordemos la vergonzosa entrevista a Wilson Barrantes de hace un tiempo.

Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los muertos fallecieron durante o en torno a
ataques a aeropuertos, asaltos a comisarías y bloqueo de carreteras, todas (sí, todas) acciones
delictivas con finalidades políticas. En el caso de Arequipa, el primer muerto, un exinquilino del penal
de Socabaya, falleció en el ataque a la comisaría de Ciudad Municipal en el Cono Norte; el segundo,
un minero informal de origen loretano, en Chala, en el bloqueo de carreteras; y el tercero, sobrino
del expresidiario muerto en Ciudad Municipal y también trabajador de construcción civil, en el
segundo ataque al aeropuerto en enero de este año. Si sus dirigentes y patrones no hubieran
lanzado estas acciones delictivas ahora estarían sanos y salvos en sus casas.

No estoy diciendo que no haya podido haber abusos. Si los ha habido, que se investigue y se
sancione a los responsables. Pero esta investigación y sanción no puede estorbar la necesidad
imperiosa que existe de defender al Perú de esta agresión nacida del intento de golpe de estado de
Castillo del 7 de diciembre. Ningún operativo militar o policial realizado para defender la ley de una
agresión masiva debe frenarse o paralizarse por algún acto contingente.

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