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EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO

DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS


PSICOTRÓPICOS Y POLÍTICAS DE LA CIUDAD

LUÍS FERNANDES* Y MARTA PINTO**


*Profesor de la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación. Universidad de Porto. Porto (Portugal).
**Psicologa Clínica. Centro de Atención a Toxicodependientes (CAT) de Cedofeita, Porto (Portugal).

Introducción entornos territoriales. En este texto no es eso


lo que ocurre. En él hay una mirada sobre
Al análisis de las dimensiones psicológi- las calles y callejuelas, los ángulos y los es-
ca, social y biológica del fenómeno droga condrijos, las esquinas y las escaleras donde
debe sumarse el del espacio donde aquel la droga se sirve, se hace, se vende, se com-
ocurre, así como la interacción entre todos pra y se pasa, incluso a escondidas de quien
ellos. Con todo, una mirada sobre lo que la por allí pasa.
producción científica ha dicho en Portugal en El análisis presente es fruto de la combi-
cuanto al estudio de la psicoactividad ilegal nación de dos formas de observación de las
(Fernandes y Pinto, 2002) puso reciente- actividades marginales: investigaciones et-
mente al descubierto el desinterés por los nográficas y experiencias de campo en el
seno de equipos de calle de reducción de da-
ños asociados al consumo de drogas y a la
práctica de la prostitución. Desde 1990, ve-
* Luís Fernandes está Doctorado en Psicología del Comporta- nimos realizando investigación etnográfica
miento Desviado por la Universidad de Oporto. Miembro del
Consejo Científico de Doctorado en Antropología Urbana del en contextos urbanos que el discurso domi-
Instituto Superior de Ciencias del Trabajo y Empresa de Lis- nante designa por «hipermercados de la dro-
boa. Sus investigaciones se han centrado en el estudio etno- ga»: barrios sociales periféricos e intersticios
gráfico de la marginalidad urbana, especialmente la expresión
de calle del fenómeno de la droga. Ha publicado en obras co-
apropiados por junkies (Fernandes, 2000;
lectivas y en revistas científicas de Portugal, Canadá, Francia 2001; Fernandes y Neves, 2002). El trabajo
y España. de calle en equipos de reducción de daños
**Marta Pinto es psicóloga clínica, miembro de equipos de re-
nos ha permitido, desde hace seis años, ac-
ducción de riesgos en las áreas de apoyo a trabajadoras se-
xuales y a usuarios de drogas. Es supervidora del Equipo de tualizar los datos de las investigaciones an-
Calle G.I.R.V. Gaia en el Gran Porto. teriores, extendiendo los contextos de obser-

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vación a las áreas suburbanas del Gran cia los aspectos instrumentales ligados a un
Oporto, dando cuenta de la evolución de los estilo de vida en el que aquéllas tienen un
territorios psicotrópicos y de las reacciones papel importante. Se configuran como terri-
de control social que suscitan. torios a través del reconocimiento de las
Como es común en otras metrópolis del funciones que desempeñan y de los com-
capitalismo avanzado, son diversas las sus- portamientos de defensa en relación a ex-
tancias psicoactivas ilegalmente consumidas traños por parte de los actores que se apro-
en Oporto. Todas ellas poseen matices parti- pian de dichos territorios. Se estructuran
culares en la forma como toman vida en el como intersticio espacial, constituyendo el
seno de las dinámicas sociales, así como en eslabón final de la maquinaria de distribu-
su vertiente espacial. En estas líneas aborda- ción de las drogas. Un territorio psicotrópi-
remos aquellas que frecuentemente hacen de co es un escenario de conducta de acuerdo
la calle su casa y que fueron el blanco prefe- con el concepto propuesto por la psicología
rente de la problematización en las últimas ambiental: tiene como función importante
décadas: la heroína y la cocaína. clarificar los papeles y las expectativas de
En términos simbólicos, ambas fueron los actores en presencia, a través del inter-
objeto de un recorte selectivo en relación a conocimiento de su repertorio comporta-
los consumos que de ellas se hacen y al esti- mental. El escenario de conducta concibe a
lo de vida a ellas asociado: se destacaron sus los individuos como anónimos y equipoten-
facetas más problemáticas y se omitieron las ciales, no dependiendo para su funciona-
relaciones más funcionales que es posible miento de algún actor en concreto, lo cual
establecer con ellas. Quien consiguió consu- explica su resistencia a las embestidas del
mirlas de esta forma se escondió de las mira- control social.
das ajenas, y quien no lo hizo se tornó visi- Comenzaremos por interrogar a la geo-
ble por su degradación. El junkie vendría a grafía psicotrópica portuense. Se trata de
ser la figura corpórea de este tipo de deca- describir la anatomía de estos territorios y
dencia, y la heroína y la cocaína fueron aso- las relaciones que la ciudad establece con
ciadas a su imagen haciendo, en gran parte, ellos, dando cuenta también de la existen-
suyos los lugares del junkie. cia de una nueva figura de marginalidad: el
Es de esos lugares de los que ahora nos aparcacoches. Enseguida exploraremos la
ocuparemos: los lugares urbanos de vida de producción simbólica que el discurso domi-
la heroína y de la cocaína en su expresión nante ha difundido insistentemente a tra-
de la calle. Les hemos llamado, a lo largo de vés de la comunicación social a propósito
nuestros trabajos etnográficos, territorios de estos lugares y la consecuente reacción
psicotrópicos: seductores de individuos que de los poderes públicos en relación a aque-
tienen intereses en torno a las drogas, con llo que entienden por transgresión y desor-
un programa comportamental orientado ha- den.

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Territorialidad junkie a los que se «pinchan» corresponde, en esos


casos, a una segregación espacial.
Los actores del psicotropismo, para poner
en práctica las actividades ligadas al mundo
de la heroína y la cocaína, se apropian de de- Puntos de mercado
terminados lugares de la ciudad cuyos perfi-
les ecosociales se revelan como los más Habitualmente, están ubicados en las zo-
adecuados. Utilizando como criterio esa te- nas más pobres de la ciudad, aquellas que
rritorialización funcional de los espacios, po- constituyen su periferia social y hasta espa-
demos enunciar tres tipos de zonas de «la- cial, y donde el control social informal perdió
bor» psicotrópica: puntos de mercado; fuerza. Hay cerca de 40 barrios sociales en
puntos de consumo; zonas de adquisición de Oporto, pero sólo algunos de ellos asumieron
fondos. esta funcionalidad -los que reunieron las
La división entre estos tres tipos de áreas condiciones socio-ecológicas ideales a la
no es rígida ni su funcionalidad es obligato- aparición de este tipo de mercado. Son esas
riamente exclusiva: en algunas zonas de idiosincrasias que explican el hecho de que
confluencia se desenvuelven simultánea- los vendedores de heroína y cocaína a veces
mente las tres actividades -venta, consumo no sean autóctonos y sí «arrendatarios» que
de drogas y adquisición de fondos. No obs- alquilan aquel espacio solamente para co-
tante, principalmente en lo que respecta a los mercializar las sustancias y que, fuera del
puntos de mercado, es habitual que se trate horario de venta, habitan en otras zonas de
de lugares claramente connotados por sólo la ciudad. Los trazos ecológicos de determi-
una de esas actividades. Son secciones terri- nado lugar le prestan, por eso, un valor co-
toriales donde una función remite a un se- mercial particular.
gundo plano todas las otras que el lugar po- Las estrategias de venta, así como la can-
dría asumir. Pasan a ser espacios de eso y tidad y organización del personal implicado,
no de otra cosa cualquiera1. Enclaves de fun- dependen del volumen de negocio que se lle-
ción que se distinguen, por lo que en ellos se va a cabo diariamente. En Oporto, los puntos
hace, de todo el espacio circundante, atrave- de venta tienen dimensiones muy variables
sando límites físicos bien definidos. La terri- -en una metáfora, algo que puede variar en-
torialidad de las actividades psicotrópicas tre el ultramarinos de la esquina y una gran
crea, pues, divisiones claras en los espacios superficie… En núcleos urbanos y periurba-
urbanos y esta segregación puede ser fina nos, donde la censura social es fuerte y don-
hasta el extremo de, por ejemplo, distinguir de hay un interconocimiento razonable entre
las zonas de consumo fumado de las de con- los residentes, la venta tiende a ser realizada
sumo inyectado -la discriminación a la que de forma discreta en pequeños puestos (por
los fumadores de heroína y cocaína someten ejemplo, en casas abandonadas) o a cielo

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descubierto en espacios intersticiales. Los Implica también una elección del lugar de
vendedores son frecuentemente toxicode- venta en base a criterios específicos (por
pendientes u otros actores que ven en esa ejemplo, de acuerdo con la inaccesibilidad
actividad una alternativa económica tentado- que tiene en relación a las redadas policia-
ra, pero que lo hacen de manera poco estruc- les), así como la contratación de servicios,
turada, con un volumen de negocios modes- como el del almacenamiento del producto de
to. Esta falta de profesionalismo es a veces tal forma que el vendedor no tenga consigo
tan grande que llegamos a presenciar la es- enormes cantidades, en el caso de una em-
cena siguiente: varios clientes y el propio bestida sorpresa por parte de la policía2.
vendedor esperaban ansiosamente la llegada En el fondo, constituyen pequeñas em-
del producto. Entretanto se aproximaron dos presas de trabajo informal que mueven miles
personas con un aspecto algo distinto que, de euros por día y alrededor de las cuales se
desde luego, no causó desconfianza y que monta también todo un circuito comercial
permanecieron también allí a la espera, como paralelo, que beneficia financieramente a
si de compradores se tratase. Cuando las una parte de la población marginal que habi-
sustancias finalmente llegaron y el negocio ta en las cercanías. Un ejemplo claro de eso:
se estableció, sucedió lo más imprevisible: una de las vecinas de uno de los más conoci-
los policías se identificaron como tales. Esto dos dealers de Oporto aprovechaba la gran
sería imposible en un mercado más «profe- afluencia nocturna de enganchados y los lar-
sionalizado». gos períodos de tiempo que perdían en la
En paralelo a este comercio hay otro, de cola de espera (que a veces serpenteaba por
mayores dimensiones, que se instala casi las escaleras desde el 5º piso hasta la calle)
siempre en los barrios sociales degradados y para venderles «bifanas» (conocida comida
cuyo volumen considerable de negocios se típica portuense). Otro ejemplo ilustrativo es
debe a la totalidad de pequeñas dosis de he- la posibilidad que los autóctonos tienen de
roína y cocaína vendidas a una enorme pro- comprar a los resacados todo tipo de bienes
fusión de clientes. Supone la contratación de por precios irrisorios. Para personas de par-
varios trabajadores (muchas veces drogadic- cos recursos esta es una oportunidad nada
tos) y la existencia de jerarquías entre ellos: despreciable.
desde los «capiadores» (que atraen clientes Estos mercados de mayor dimensión pro-
buscando desviarlos de la concurrencia), a pician una clara diferenciación entre los que
los vigías (que hacen sonar la alarma en compran y los que venden, entre los resaca-
caso de sospecha de presencia policial), a los dos y los camellos, como se designan mutua-
preparadores (muchas veces niños que ha- mente. Estos, incentivados por la rivalidad
cen, por ejemplo, el empaquetamiento del con los vecinos que compiten en la misma
producto), a los transportadores (que reco- actividad, ostentan muchas veces su poder
gen las sustancias de los abastecedores), etc. económico, que contrasta nítidamente con la

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degradación física de algunos de sus circunscrito a una unidad territorial evitada


clientes3. Y este es uno de los factores que por los que no participan en ese mundo. En
contribuyen en la compleja relación que se uno de los barrios estudiados, constituido
establece entre ambos actores: los consumi- por cinco torres de pisos, todo el aglomerado
dores de drogas manifiestan frecuentemente poblacional se reorganizó de forma que no
sentimientos de odio y de revuelta hacia las se quebrase este principio: para que la com-
figuras que ven como explotadoras implaca- pra y venta de heroína y cocaína se concen-
bles de su dependencia, pero al mismo tiem- trase en una sola torre se llegaron a permu-
po las defienden acérrimamente de la policía tar casas. Esa recomposición espacial
encubriendo con todo el esfuerzo necesario permitió un reequilibrio de las dinámicas so-
la ilegalidad de sus actividades. Es esta in- ciales y hoy, cuando por allí paseamos, en-
terdependencia mutua la que confiere gran contramos una discontinuidad nítida entre
solidez al mercado. un segmento espacial donde circulan casi ex-
Los barrios sociales donde estos merca- clusivamente los actores de las drogas en su
dos funcionan tienen los mecanismos de frenesí cotidiano y otro donde son otros el
control social formal debilitados. Las fuerzas tiempo y los actores. Donde las tradicionales
policiales tienen una enorme dificultad para mujeres mayores de delantal conversan entre
entrar allí, porque su presencia desencadena sí, atentas a los nietos que juegan en la calle;
reacciones violentas (y, a veces, armadas) donde se venden golosinas a los niños en
por parte de un numero significativo de resi- mostradores improvisados; donde vecinas
dentes. Es la propia representación de la po- paran para tomar café en el centro social y
licía en cuanto fuerza de mantenimiento del charlar sobre la vida y sobre «los mocitos tan
orden la que aquí se pone en causa: muchos jóvenes y guapos que se pierden en la dro-
de los habitantes de estos barrios ven en los ga».
agentes policiales figuras persecutorias y no
de protección. Además, la percepción y los
sentimientos negativos frente a los policías Puntos de consumo
ya están tan enraizados en algunos lugares
que podemos fácilmente encontrarlos en los Son lugares marginales que habitan el in-
niños más pequeños. tersticio. Intersticios de espacio, intersticios
También el control social informal está de tiempo. Son lugares donde parar significa
debilitado. Los habitantes que no aceptan viajar. Lugares de discontinuidad con el fre-
con facilidad la venta de drogas en su zona nesí que gira en el lado de fuera. Para la in-
de residencia no consiguen, por eso, impe- yección y el humo se tiene que estar tranqui-
dirlas. Nacen así rupturas sociales que se lo, sin algazara ni agitación4. Es un
traducen en discontinuidades en el propio momento que tiene que ser apreciado en
espacio. El mercado de calle queda entonces cada milésima de segundo que lo constituye.

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Un interregno de tiempo, de silencio, en el mercial» uno de estos lugares y se instalen


que el sujeto se dobla sobre sí mismo en un en él de forma absoluta, dejando pasar va-
silencio autoindagador. Cada consumo es un rios años sin que salgan de allí6. Verificamos
fin, después de todos los medios utilizados también este sedentarismo en relación a los
para alcanzarlo. Es, por eso, íntimo, lento, vendedores, pero por motivos diferentes: por
lejano, solitario. No se compagina con inte- el recelo de sufrir represalias si abandonan
rrupciones, ni ruidos, ni miradas furtivas. el barrio.
Mucho menos con los juicios morales de A cambio de la prestación de servicios
quien pasa. Hay, entonces, que vestirlo con como la inyección, la prestación de material
muros, con vegetación. Los lugares públicos de inyección, o el simple permiso para la uti-
más recónditos y adecuados a este momento lización de aquel espacio alejado de las mira-
vienen siendo casas abandonadas y terrenos das indiscretas, los consumidores que explo-
baldíos. Las fábricas que antaño acogían la tan estos lugares satisfacen sus necesidades
labor industrial de la urbe constituyen tam- de narcosis con los resquicios del producto
bién escenarios ideales al sosiego que se que sus clientes les dejan. En uno de los ba-
busca. El junkie, sólo con su jeringuilla, ya rrios que estudiamos, uno de los consumido-
alejado, por degradación relacional, de los res más emblemáticos de la ciudad construyó
lugares en los que antes consumía, tiene por una chabola en un terreno baldío fabricando
hábitat para el chute la ciudad en decadencia una «casa comercial de chute» y a tal efecto
-lugares en ruina. construyó un mostrador donde atendía a los
Estos espacios son casi siempre privati- otros consumidores y donde creó toda la lo-
zados por alguien que pasa a ser su dueño, gística necesaria para ese negocio. Su apodo
alguien que por la fuerza o por usucapiâo5 se era, curiosamente, «Pico». Y una vez más se
impuso como propietario, instituyendo las constata el poderoso valor comercial de un
reglas de convivencia en el lugar y usufruc- espacio propicio a la concretización de activi-
tuando retribuciones por su utilización. Lo dades marginales.
que este actor recibe por permitir el uso por
parte de otro del espacio en cuestión puede
ser lo suficiente para que no sienta la necesi- Zonas de adquisición de fondos
dad de salir de allí durante bastante tiempo.
Además, por el valor comercial que poseen, Porque la necesidad agudiza el ingenio,
estos lugares no deben ser abandonados ni las maniobras usadas para la sustentación
que sea por poco tiempo: los robos se suce- financiera de los consumos de drogas son
den (incluso se llevan las jeringuillas) y el innumerables. Del vasto universo de las acti-
espacio puede ser vandalizado o, peor, reo- vidades de adquisición de fondos hay, con
cupado. Por eso, es frecuente que dos consu- todo, dos que se destacan por la forma como
midores de drogas exploten en «sociedad co- se volvieron representativas del «mundo de

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la droga» en Oporto: la prostitución en el el mantenimiento de sus exigencias a los


caso de las mujeres y «el aparcamiento de clientes. Es frecuente, por eso, que las prosti-
coches» en el caso de los hombres. Haremos tutas más tradicionales se unan para impedir
un breve apunte acerca de su concretización la instalación de las toxicodependientes en
topográfica. sus zonas, o que les apliquen el tratamiento
La prostitución de calle asumió en los últi- habitual que dan a las novatas que osan ocu-
mos años una transformación innovadora: a par ese valioso territorio ya privatizado: la
las tradicionales «mujeres de la vida» se jun- agresión del chulo. Éste, en las concepciones
taron recientemente otras, toxicodependien- del ciudadano común, tiende a ser visto como
tes, que adoptaron la misma actividad. El tra- un mero explotador del trabajo sexual de las
bajo sexual se reveló como una forma más o mujeres, pero muchas veces asume la fun-
menos garantizada y fiable de conseguir el ción de defensa de la(s) prostituta(s) que tie-
dinero necesario para las dosis diarias, popu- ne bajo su protección (en relación a clientes
larizándose entre las consumidoras de dro- violentos, por ejemplo) y del propio territorio
gas. Pero la presión de la resaca hace que se que, por sus características (específicamente
debiliten sus exigencias a los clientes: si la su ubicación en la urbe) tiene un valor co-
necesidad se impone, no importa el precio, ni mercial por el cual es necesario, literalmente,
el lugar, ni la modalidad sexual elegida, ni si- luchar.
quiera si se usa preservativo o no. Lo que in- Ahora, la prostitución tradicional se hace
teresa es recibir el dinero rápidamente. Todas mayoritariamente en la parte central de la
las reglas que antes se cumplían sin pensarlo ciudad, en las zonas que rodean el centro
dos veces se vuelven, en aquel momento, histórico, donde hay una serie de pensiones
metas fútiles y lejanas. Principios de otros en las cuales se ejerce esta actividad. Si las
tiempos, que sólo en otros tiempos preocupa- toxicodependientes no son aceptadas aquí,
rán. Allí se vive el presente. El pasado y el ¿a dónde van? A las carreteras concurridas
futuro sólo tendrán lugar en el después. Esta del cinturón periférico de Oporto, en las pro-
desregulación de la actividad es blanco de la ximidades de los barrios sociales de mayor
furia de las prostitutas más tradicionales por- actividad psicotrópica. Se posicionan típica-
que desregula el mercado. La coexistencia mente en lugares algo sombríos y algo aleja-
entre ambas es conflictiva por eso mismo. dos de las zonas residenciales y comerciales.
Porque la competencia es vista por las más Atienden a los clientes en los coches en los
antiguas como desleal, por un lado, y como que éstos se desplazan, no usando tanto las
perturbadora de un mercado que estaba hace pensiones como es habitual en el otro merca-
mucho instalado con códigos de conducta do paralelo. Son prostitutas «sin despacho»,
propios. El hecho de que las toxicodepen- que hacen lo que sea preciso, donde sea.
dientes hagan sexo sin preservativo y bajen Estas mujeres paran donde los otros cir-
los precios hace que aquéllas vean dificultado culan. Hablemos ahora de los que circulan

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donde los otros paran: los aparcacoches. Al el momento de la compra siguiente, los pa-
contrario de estas prostitutas, se concentran peles se invierten. Hay también reglas que
casi siempre en el centro de la ciudad. Priva- aseguran la distribución igualitaria de los
tizan el asfalto. Lo vuelven suyo. Incluso beneficios. Por ejemplo, la alternancia en el
cuando la entidad municipal cree que los lu- abordaje a los clientes.
gares de aparcamiento son suyos y allí insta- El estudio de estas dinámicas revela una
la los parquímetros para rentabilizarlos, he intrincada tela de reglas y trucos que son
aquí que los «hombres del asfalto» le hacen cuidadosamente aplicados con vista a la ren-
competencia: «Deme la moneda a mí. Si vie- tabilización de la actividad: desde la coloca-
nen los fiscales del Ayuntamiento yo pongo ción, en ocasión de cada aparcamiento, de
algún dinero en la máquina». Los aparcaco- tablas que faciliten la subida a las aceras sin
ches no hacen más que privatizar un espacio dañar las suspensiones de los coches, hasta
que antes era público exigiendo, de forma la ropa que se viste (un aspecto cuidado es
más o menos evidente, más o menos educa- menos rentable). La presencia prolongada de
da, una retribución monetaria por la ocupa- un grupo de aparcacoches en una determina-
ción de aquel espacio ahora rentabilizado. Y da zona habitualmente origina una ética y
esta privatización queda, además, sujeta a una metodología de trabajo comunes y la pe-
las leyes del mercado, de la oferta y de la de- nalización de las transgresiones. Por ejem-
manda: las áreas de mayor interés estratégi- plo, si un aparcacoches, en estas circunstan-
co desde el punto de vista del aparcamiento cias, robase a alguien en la zona, sería
(por ser las más buscadas por los automovi- penalizado -normalmente con violencia físi-
listas) tienen una gran cotización en el mer- ca- por los colegas, pues eso les traería mala
cado, llegando a ser alquiladas por el aparca- fama y ahuyentaría a los clientes.
coches que detenta su propiedad a otros que Esta preocupación por el bienestar de los
de ella necesiten cuando él no está. clientes, con la adopción de una actitud
Puesto que son espacios altamente valio- agradable que conquiste la confianza de los
sos (que pueden generar ganancias diarias automovilistas, es uno de los principios más
del orden de los 75 euros), no es raro que se respetados por los aparcacoches con más
hagan sociedades entre dos o tres aparcaco- años de carrera. Se ven como profesionales
ches que llevan a cabo entre ellos una ges- que aprecian su actividad y que buscan, de
tión del sitio. Así el lugar nunca está despro- hecho, prestar un servicio que consideran
tegido, a merced de una ocupación útil. Y es entonces y allí -donde los desorde-
competencial. Para que esto no pase y para nados ordenan- donde el junkie ordena el lu-
que no existan períodos de rentabilización gar que deberá ocupar cada automóvil en el
nula del aparcamiento, mientras uno de los espacio urbano común, que a veces algunos
miembros de la sociedad va a comprar el de los más enraizados preconceptos acerca
producto, el otro permanece aparcando y, en de estos que caminan en el polvo se desha-

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cen en polvo. Por ejemplo, cuando personas en su anillo periférico de barrios sociales,
de estratos sociales favorecidos entregan la tendrá un fuerte impacto en los medios de
llave de su Volvo al aparcacoches que ya co- comunicación de masas. El ciudadano co-
nocen para que éste les estacione el vehículo mún no tiene, en general, experiencia direc-
cuando surja un lugar y, mientras tanto, van ta de esta realidad y construye su represen-
tratando de sus negocios. tación a partir de las propuestas mediáticas.
Como se comprenderá por todo lo dicho, En esta sección exploraremos los principa-
la instalación de un mercado psicotrópico en les efectos simbólicos producidos por la na-
un barrio social crea complejas relaciones de rrativa de los «barrios de las drogas». Por
dependencia entre los diversos actores que su parte, estos efectos simbólicos acabaron
en él participan y que gravitan en su entor- por producir consecuencias a nivel de los
no. Parte de la comunidad local se adapta a mecanismos de control social sobre la mar-
esa realidad y aprende a conseguir benefi- ginalidad, visibles tanto en la alteración de
cios; los dealers y los junkies funcionan en las estrategias policiales como en la gestión
interdependencia; y hasta los técnicos de ca- urbana de los «espacios problemáticos».
lle necesitan establecer relaciones de colabo- Dedicaremos el tercer punto a la identifica-
ración con estos tres vectores que, por otro ción de los trazos fundamentales de este
lado, también acaparan su intervención. No proceso.
debemos olvidar que, en esta intrincada tela, Los territorios psicotrópicos resultan del
las fuerzas políticas y represivas también cruce de varias circunstancias: la inclusión
pueden obtener dividendos cuando quieren de Portugal en las rutas internacionales de
impresionar a los electores haciendo visitas distribución de heroína y cocaína, pocos
de campaña o aparatosas operaciones poli- años después de la revolución de Abril y de
ciales de efímeros efectos. la abertura del país a la comunidad interna-
Dedicaremos la próxima sección precisa- cional; el aumento del número de consumi-
mente a la reacción social a los territorios y a dores de drogas y la escalada, a finales de
los actores que acabamos de analizar, cen- los años 70, hacia productos y usos más du-
trándonos en dos instancias: la comunica- ros; la fidelidad de una serie de usuarios a
ción social y los «decisores» políticos locales. la heroína, en crecimiento simétrico con el
de la profesionalización del mercado mino-
rista de este producto y la consolidación de
Efectos simbólicos de los territorios una extensa red de puntos de venta en calle.
psicotrópicos: la imagen predatoria Estos lugares funcionaban simultáneamente
de la ciudad como placas giratorias de la convivencia
junkie.
La proliferación de territorios psicotrópi- De este modo, los años 80 llevan los te-
cos por la ciudad de Oporto, principalmente rritorios psicotrópicos a las candilejas mediá-

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ticas, por lo cual, en la amalgama típica de desagregador: del individuo, del territorio y
los estereotipos, correspondía etiquetar como del cuerpo social. El individuo compromete
problemática toda aquella zona en que se su propia trayectoria de vida, fracturada por
implantaban. Emerge en la representación el acontecimiento-droga; la conquista de es-
colectiva la figura de «barrio social degrada- pacios públicos por parte de los traficantes y
do», transformado por su territorio psicotró- las respectivas reacciones populares, organi-
pico en «hipermercado de las drogas»7. El zadas en ocasiones bajo la forma de mili-
efecto mítico-simbólico de la amplificación cias, fragmentan el barrio social y éste, a su
mediática de los territorios psicotrópicos no vez, aumenta la distancia que mantiene con
se hizo esperar: la asociación periferia-dro- el centro; la probabilidad de victimización
ga, clases desfavorecidas-toxicodependencia, proclamada por el rumor insegurizante afec-
barrios sociales-tráfico; la asociación droga/ ta al vínculo social y potencia la segrega-
toxicodependencia/tráfico-delincuencia/inse- ción.
guridad urbana. La droga es principio de desorden y la
Si los años 80 fueron los de la instala- ciudad, con su vida cotidiana duramente to-
ción y consolidación de los territorios psico- cada por el junkie de la calle, construye de sí
trópicos alrededor de la heroína, los años misma una imagen predatoria. La comunica-
90, como efecto de la intensa mediatización ción social, que había colocado a los barrios
de este fenómeno, serían los del crecimien- en el mapa mental del ciudadano de Oporto,
to del rumor insegurizante: una narrativa comienza a difundir la idea de que hay un
tejida en el día a día de la ciudad, al sabor «atlas del miedo» (lenguaje de los periódi-
de las conversaciones ordinarias, que la re- cos) que tiene como topos principales los
lataba plena de nuevos peligros protagoni- más conocidos barrios degradados de la ciu-
zados por el resacado (el toxicodependiente dad, que a su vez sólo son conocidos porque
en síndrome de abstinencia buscando a tra- la propia comunicación social los sacó del
vés de la violencia lo que no conseguía por anonimato. A partir de ellos la droga irradia-
las vías legales: el dinero para la dosis)8. El ría hacia el restante espacio urbano, irra-
rumor insegurizante es una especie de in- diando con ella la peligrosidad del toxicode-
sistencia generada a partir de acontecimien- pendiente de la calle.
tos discretos, como el asalto con la jeringui- La imagen predatoria actúa, a nivel indivi-
lla infectada como arma, multiplicándolos y dual, a través de una creencia en la peligrosi-
difundiéndolos hasta los confines de lo so- dad del espacio urbano. Es como si el indivi-
cial. duo regulase sus interacciones con descono-
En síntesis, los años 80 y 90 construyen cidos a través de una hipótesis predatoria:
una narrativa de la ciudad en crisis con base funciona como un esquema interpretativo de
en la asociación droga-criminalidad-perife- tales interacciones, condicionando la libertad
ria urbana degradada. La droga tiene poder de circulación en el hábitat urbano9.

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TERRITORIOS PSICOTRÓPICOS Y POLÍTICAS DE LA CIUDAD

Consecuencias materiales de los efectos amenaza, diseminándola por todo el centro


simbólicos de los territorios urbano: la aparición de los «aparcacoches».
psicotrópicos

A mediados de los años 90 estaban esta- Aparcacoches


blecidos los principales elementos del senti-
miento de inseguridad. Investigaciones del Los aparcacoches comienzan a ganar vi-
Observatorio de Seguridad de Oporto (Ma- sibilidad en los inicios de los años 90 e in-
chado y Manita, 1997; Machado, 2004) re- tensifican su presencia a lo largo de toda la
saltaban el aumento de la conciencia de ries- década. Se extienden por las calles centrales
go, por efecto combinado de la victimización de Lisboa y de Oporto, ejecutando un nuevo
vicaria con los relatos de los mass media y servicio consistente en ayudar al conductor a
mostrando la importancia del «problema de encontrar un lugar para el coche a cambio de
la droga» en este escenario: una moneda, incluso cuando éste no desea
«La criminalidad se consideraba fuerte- la ayuda. En poco tiempo se contarían por
mente asociada al tema de la droga, como centenas estos actores de una nueva econo-
causa de crimen, y a la figura del toxicode- mía del margen10. Los «aparcacoches», como
pendiente, en cuanto su agente (…) ésta era, son hoy designados, eran casi en su totali-
por así decirlo, la figura prototípica del cri- dad toxicodependientes.
men en la ciudad (…). La escena criminal Podríamos decir que el aparcacoches
por excelencia parecía, por tanto, estar situa- constituyó una nueva modalidad de presen-
da en el contexto de la calle y, más probable- tación pública del «drogadicto»: convertía el
mente, en los espacios marginalizados de la contacto del ciudadano común con el «mundo
ciudad; estar protagonizada por el toxicode- de la droga» en un hecho concreto, haciéndo-
pendiente, bajo el efecto de la droga o de su lo descender del plano virtual de las especta-
carencia; y, en términos de actos, tendería culares imágenes televisivas hasta el plano
hacia la violencia o incluso a la muerte de la de lo tangible; deslocalizaba «la droga» de la
víctima» (Machado, 2004). periferia hacia el centro, haciendo participar
No sorprende, por tanto, que los decisores al junkie en las interacciones ciudadanas or-
políticos de la ciudad comiencen a prestar dinarias; interpelaba la narrativa oficial sobre
atención a los «espacios peligrosos», cosa que el «resacado», que al final disponía de moda-
ocurrirá, como veremos, también en Lisboa. lidades de relación más pacíficas que la del
Intervenir en el «problema de la droga» impli- asalto en la calle -el «drogadicto» podía, al fi-
caría, a partir de ahora, intervenir en la pro- nal, inscribirse en la dinámica de la ciudad.
pia espacialidad de la urbe. Sólo que un nue- No nos resistimos a reproducir aquí los
vo fenómeno va a complicar bastante esta comentarios de Philippe Bourgois en su visi-
tarea, pues desorganizará la topografía de la ta a Oporto en 2001: «Encontré el fenómeno

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USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS

de los aparcacoches especialmente interesan- dos e indeseables: las imagenes de la degra-


te: me pareció una forma brillantemente dig- dación física del junkie, que ya habían ocu-
na, segura y relativamente neutra mediante pado el centro del discurso social, ocupan
la cual los toxicodependientes y los alcohóli- ahora el centro del territorio urbano. Y la na-
cos mantienen sus hábitos y, al mismo tiem- rrativa sobre la exclusión y la miseria -mu-
po, desempeñan una función casi amistosa, chos de estos aparcacoches son simultánea-
aunque de utilidad residual, que les permite mente personas sin hogar- incorpora el
mantener alguna dignidad y simultáneamen- rumor insegurizante. La diseminación espa-
te ganar lo suficiente como para no resacar. cial de los aparcacoches refuerza, en síntesis,
Me sorprende que el aparcamiento de los co- la hipótesis predatoria y se convierte en un
ches no se haya convertido en una moda en elemento importante en el debate sobre la re-
los EEUU. Su ausencia representa segura- posición del orden que caracterizará una
mente alguna dinámica sociológica más pro- buena parte del discurso político12.
funda11».
Así, en el espacio de dos décadas, la figu-
ra del «drogadicto» se transfiere de una re- Planes de reconversión urbana
presentación que lo ligaba a fenómenos de
moda importados del imaginario pop-rock Paralelamente, a finales de los años 90
anglosajón a otra que lo relaciona con la de- gana intensidad pública el discurso que de-
gradación, la exclusión y la peligrosidad. J. nuncia las políticas criminales de la droga.
Quintas (1998) evidencia, para la población En 2001 es aprobada en el Parlamento una
de Oporto, las formas elementales a las cua- ley que despenaliza el consumo y reglamenta
les se reduce la figura del drogadicto: «nece- las políticas de reducción de daños.
sita ayuda», «tiene problemas», «vicioso», La ineficacia del dispositivo criminal clá-
«ladrón», constituyen el núcleo duro de su sico era visible tanto al nivel de la calle,
representación social. como ya describimos, como al nivel de los
El aparcacoches concentra de manera pre- sistemas de control: la represión policial no
cisa todos estos elementos del estereotipo. consigue alterar el normal funcionamiento
Es una figura ambigua, que se desliza entre de los territorios psicotrópicos más impor-
la pobreza urbana, la marginalidad y la peli- tantes, consiguiendo cuando mucho dislocar
grosidad. Y, a medida que se va extendiendo temporalmente de lugar los puntos calientes
por calles y plazas, se convierte en el centro de dealers y junkies. En cuanto a la prisión,
del nuevo efecto mítico-simbólico: la ciudad cerca del 70% de los reclusos están encarce-
sería incapaz de contener en límites físicos lados por su ligazón con las drogas y la cri-
apropiados a los marginales, que así invaden minalidad relacionada con ellas y la circula-
el centro. Y exponen a la población a contac- ción de sustancias psicoactivas en el interior
tos que, aunque no violentos, son incómo- de las prisiones revela el mismo efecto de-

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EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL:
TERRITORIOS PSICOTRÓPICOS Y POLÍTICAS DE LA CIUDAD

sorganizador que evidenciaba en medio Bairro da Sé, en el centro histórico de Opor-


abierto. El junkie, que los especialistas ya to- son objeto de importantes operaciones en
habían caracterizado como alguien incapaz su espacio físico13. En 2002 se inicia el plan
del autocontrol, provoca también una crisis de reconversión del Bairro de S. João de
en los heterocontroles clínico, sanitario, poli- Deus, en Oporto, que se había convertido
cial, jurídico y penitenciario. Su deriva por mientras tanto en el territorio psicotrópico
los espacios hasta ahora preservados de la más importante de la ciudad. No entraremos
ciudad es a las claras la expresión de la quie- aquí en detalle sobre las características de
bra de tales heterocontroles. estos planes de reconversión. Lo que importa
Un nuevo frente de intervención nace destacar es que todos ellos implican una im-
entonces en el cambio de milenio. Sus pro- portante reducción de la densidad demográ-
tagonistas no son el dispositivo terapéutico fica del barrio, revelándose en este proceso
ni el aparato jurídico-penal y sí los poderes el conflicto simbólico: los poderes tienen que
municipales de gestión del espacio urbano. decidir quién tiene que salir, recayendo so-
Ni agentes educativos, ni profesionales de bre ellos la sospecha de que, en este proceso,
la prevención, ni terapeutas, ni policías; se organiza una operación de «limpieza so-
ahora es el turno de los planificadores ur- cial», retirando preferentemente a los indivi-
banos y de los arquitectos. Las zonas con- duos sospechosos de conexión con el merca-
sideradas más críticas de Lisboa y de Opor- do de las drogas14.
to serán blanco de intervenciones Esta «limpieza de calle» no se limitó a la
urbanísticas, sugestivamente designadas periferia, sino que se extendió igualmente al
como «planes de reconversión». Matza, en centro, en las arterias y plazas territorializa-
su clásico Becoming deviant, ya nos había das por los aparcacoches. En 2002, el nuevo
hecho saber que, después de la deriva entre poder municipal de centro-derecha decidió
los mundos normativo y desviado, podía «erradicar a los aparcacoches», para devolver
darse en el actor social una conversión a al centro urbano su aspecto de ciudad de or-
través de la cual adquiría una identidad den. Esta acción se justificaba con el argu-
desviada. Después de la conversión a la mento de que el ciudadano que no comete
droga adquiriendo la identidad junkie, su delitos tiene derecho a no ser incomodado en
presencia en la calle la convierte también, a sus recorridos ordinarios15.
nivel de la identidad urbana, en «zona de la La droga sirve ahora como pretexto orga-
droga» -ahora hay que reconvertirla a la nizador de la ciudad, legitimando la inter-
normalidad, volviendo a identificarla con la vención en zonas críticas. Si ella desorganizó
ciudad abstinente. la ciudad, comenzará ésta a reorganizarse
Así, en la segunda mitad de la década de por los puntos donde se sintió más dañada;
los 90, los dos más conocidos territorios psi- es este el efecto material del poder simbólico
cotrópicos -el Casal Ventoso en Lisboa y el del «problema de la droga»: interviniendo ur-

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USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS

banisticamente en los «hábitats de la droga» droga es, una vez más, un ritual mágico de
se interviene en la ecología de la ciudad. conjuración del problema, según la fórmula
«se corta la selva, se mata el bicho». En S.
João de Deus, al final de la operación de re-
Nota final conversión, el barrio habrá pasado de 4.000
habitantes a cerca de 800. ¿A dónde fueron
En síntesis, en Lisboa el Bairro do Casal los otros? ¿Cómo se reorganizan en los nue-
Ventoso y en Oporto los Bairros da Sé y de vos hábitats residenciales? ¿Se reconstituye-
S. João de Deus eran los más poderosos sím- ron allí territorios psicotrópicos nuevos?
bolos de la instalación de las drogas en la ¿Continuarán desplazándose a zonas donde
ciudad, constituyendo una especie de fortifi- se hace el deal, pudiendo incluso alquilar allí
caciones casi impermeables al control repre- espacios? ¿Fueron a competir con los que allí
sivo y vistas por la opinión pública como había, o cambiaron de actividad? Con la
una especie de santuarios junkie. Delante de neutralización espacial de un territorio psico-
la ineficacia de la acción policial en la desar- trópico otros se recomponen y sustituyen a
ticulación de las actividades ligadas a las aquél. En ocasiones él mismo se recompone
drogas, se optó por una nueva estrategia parcialmente. Este movimiento ya es hoy
consistente en modificar el espacio volvién- perceptible en Lisboa, después de la neutrali-
dolo menos permeable a las actividades des- zación espacial del Casal Ventoso. Suscribi-
viantes y más accesible al control social. mos el análisis de uno de los más conocidos
El control de la droga es ahora simboliza- criminólogos de Portugal cuando afirma que
do a través del poder sobre el espacio públi- «no creemos que la intervención urbanística
co. Los planes de reconversión, que comien- que este barrio está sufriendo sea una con-
zan invariablemente por las demoliciones, tribución para extirpar la toxicodependencia.
son la exhibición ritual de la reconquista de Es una lectura simplista, bastante populista,
aquello que la droga había robado: la propia que relaciona de forma desdichada el urba-
calle. El control del espacio estaba perdido, en nismo con la droga»17.
una guerra en que dealers y junkies callejeros Esta estrategia centrada en el espacio co-
se habían revelado más resistentes que la po- rresponde al cierre del célebre triángulo sus-
licía. Ésta comenzaba, incluso, a ser blanco tancia-individuo-contexto. Se intervino en el
de ataques al penetrar en algunos territorios control de la oferta, pero la sustancia resistió
más famosos -enfrentamientos ampliamente y proliferó; se intervino en el control de la de-
cubiertos, a veces en directo, por las televi- manda, pero los actores de las drogas resis-
siones. Vencer a la droga es ahora, en el dis- tieron, se multiplicaron; se interviene ahora
curso público de los dirigentes, retomar el en el contexto, pero comienza a haber la evi-
control sobre los sitios de las drogas16. dencia de que los territorios psicotrópicos se
Esta nueva estrategia de combate a la fragmentan, pulverizándose por la ciudad.

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EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL:
TERRITORIOS PSICOTRÓPICOS Y POLÍTICAS DE LA CIUDAD

Notas en contrario, la adquisición del derecho a cuyo


ejercicio corresponde su actuación: es lo que se
1. Un ejemplo extremo de esto es el de uno de los llama usucapiâo.»
barrios sociales de la zona occidental de Oporto, 6. El sedentarismo en estos lugares puede ser tan
donde existe un habitáculo para depositar basura fuerte como nos cuenta este ejemplo: reciente-
doméstica, que fue transformado en lugar de mente acompañamos a un consumidor de drogas
consumos fumados de cocaína y en cuya puerta a su salida del barrio, donde había ocupado du-
se pintó con letras mayúsculas la indicación de rante mucho tiempo una casa anteriormente
su actividad, primordial en los días que corren y abandonada, y verificamos la total sorpresa con
que suplantó la anterior -«canecos» (designación que observó las alteraciones urbanas que se ha-
que en la jerga se adoptó para un determinado bían realizado en el área circundante en los años
tipo de consumo de base de cocaína hecho en anteriores (en un radio de 500 metros alrededor
una especie de pipa manufacturada). del barrio).
2. Los «capiadores» llegan a pregonar el producto 7. En otro texto (Fernandes, 2001) analizamos el
en un comportamiento semejante a aquel que es conjunto de factores económicos y ecosociales
tradicional en las vendedoras de fruta o de pes- que hacen de los barrios sociales de la periferia
cado: «¡Buen jaco! ¡Buen crack!». En uno de los los lugares más aptos para el funcionamiento
barrios portuenses el punto de venta se encuen- como territorios psicotrópicos.
tra en una colina donde el control de todos los 8. Varios trabajos de investigación del Observatorio
que entran y salen es fácil; en otro, sólo muy re- Permanente de Seguridad de Oporto entre 1996 y
cientemente una conocida vendedora fue deteni- 2000 demostraban, por un lado, el crecimiento
da, pasados once años de actividad sin que la po- real de la criminalidad contra el patrimonio y de
licía consiguiese cogerla in fraganti, ya que se la victimización de la calle y, por otro lado, su
situaba en uno de los últimos pisos de un edifi- imputación al fenómeno droga, haciendo apare-
cio, por lo que el tiempo empleado por los agen- cer al toxicodependiente como la principal figura
tes para llegar era siempre el suficiente para que de amenaza en un cuadro de gran intensificación
fuesen destruidas todas las pruebas. del sentimiento de inseguridad.
3. La actitud ostentosa se traduce en la compra de 9. En efecto, numerosos trabajos de la psicología
coches vistosos y de potentísimos aparatos de ambiental demostraron ya el condicionamiento
sonido, en el uso de ropas de marcas consagra- territorial que el miedo a la ciudad provoca, sea
das, en la exhibición de aderezos en oro y, más en la elección de los recorridos urbanos, en los
recientemente, en la posesión de perros de razas lugares que se frecuentan o en el comportamien-
consideradas agresivas. A la llegada a algunos de to autodefensivo ante la interacción con descono-
estos lugares, un outsider puede sentirse perplejo cidos (Nasar y Fisher, 1993; R. Taylor, 1987).
ante el absoluto contraste entre el más reciente 10. En 2002, las autoridades municipales estimaron
cabriolet de Mercedes y los edificios en ruina a la en cerca de 700 su número en las calles de Opor-
puerta de los cuales está aparcado. to; en Lisboa, aunque no haya números oficiales,
4. Cuántas veces en estos sitios hay protestas por- se calcula que serían más de 1.500. El único es-
que se está hablando demasiado alto sin respe- tudio etnográfico llevado a cabo con aparcaco-
tarse el momento del chute de alguien. ches, aunque de carácter apenas exploratorio, fue
5. En portugués, «usucapiâo»: figura legislativa publicado por J. Machado Pais (2001).
portuguesa aplicada, por José Machado Pais 11. Entrevista con Philippe Bourgois publicada en
(2001) al dominio tácito de un parking por parte 2001 con el título «Marginalidad de calle e inse-
de los aparcacoches y que se define en el Art. guridad urbana» en Olhares Seguros, periódico
1287 del Código Civil de la siguiente forma: «La del Observatorio Permanente de Seguridad de
posesión del derecho de propiedad o de otros de- Oporto, año 3, nº 2.
rechos reales de gozo, mantenida por cierto lapso 12. Un estudio reciente (Loader, 2002) relaciona el
de tiempo, faculta al poseedor, salvo disposición incremento del discurso acerca de la seguridad en

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USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS

Europa con la visibilidad de figuras de la desvia- Bibliografía


ción en el espacio público: «Un conjunto de na-
rrativas públicas que subrayan la amenaza cons- Chaves M. Casal Ventoso: da gandaia ao narcotráfi-
tituida por diversos Otros ´criminales´ y ´aliens´ co. Lisboa: Instituto de Ciências Sociais, 1999.
(migrantes, traficantes de drogas, sindicatos del Fernandes L, Da Agra C. Uma topografia urbana das
crimen organizado y más...) a Europa, a sus drogas. Lisboa: Gabinete de Planeamento e Coor-
fronteras y a sus ciudadanos». Suscribimos por denação do Combate à Droga, 1991.
completo, para el contexto portugués, las consta- Fernandes L. Los principios de la exclusión de la dro-
taciones de Loader. ga. Trabajo social y salud 2001;39:153-171.
13. Dos investigaciones etnográficas (M. Chaves, Fernandes L, Neves T. Ethnographic space-time: cul-
1999, y Fernandes y Agra, 1991), estudiaron la ture of resistance in a «dangerous place». En:
expresión del fenómeno droga en estos espacios, Brochu S, Agra C, Cousineau M (ed). Drug and
respectivamente en Casal Ventoso y en el barrio crime deviant pathways. Hampshire: Ashgate
de la Sé. Editions, 2002.
14. En S. João de Deus, el Ayuntamiento de Oporto Loader I. Policing, securitization and democratization
inició las demoliciones por los bloques en los que in Europe. Criminal Justice 2002;2(2):125–153.
residían familias gitanas. Y, al abrigo de una ley Machado Pais J. Ganchos, tachos e biscates: jovens
de 1945 que permitía a las autoridades munici- trabalho e futuro. Porto: Ambar, 2001.
pales expulsar, sin derecho a realojamiento, a Machado C. Crime e insegurança. Discursos do medo,
«individuos o familias con mala conducta cívica y imagens do Outro. Lisboa: Editorial Notícias,
porte moral», no realojaría a algunas familias con 2004.
el pretexto de que son «traficantes de drogas», Machado C, Manita C. Percepções e figuras do medo
información que justifican haber obtenido de la na cidade do Porto. En: Da Agra C (dir). Insegu-
propia policía. rança urbana na cidade do Porto. Estudos inter-
15. En esos momentos, el ex-alcalde de Nueva York, disciplinares, vol. II. Porto: Centro de Ciências do
Rudolph Giulliani, visita Oporto. La influencia de Comportramento Desviante, Faculdade de Psico-
sus políticas de tolerancia cero era visible en el logia e Ciências da Educação da Universidade do
discurso de las autoridades municipales y en la Porto, 1997.
forma como buscaron sensibilizar a la policía Nasar JE, Fisher B. Hot spots of fear and crime: a
para alejar a los «marginales» de los espacios pú- multi-method investigation. Journal of Environ-
blicos del centro urbano. mental Psychology 1993;13.
16. Es sintomático cómo, en varios discursos públi- Quintas J. Drogados e consumo de drogas: análise
cos, el alcalde, aunque reconozca que Oporto es das representações sociais (tese de mestrado).
una ciudad con baja tasa de criminalidad en el Porto: Fac. de Psicologia e Ciências da Educação
panorama europeo, apela al aumento de los efec- da U.P., 1998.
tivos policiales para la «erradicación de los apar- Taylor R. Toward an environmental psychology of di-
cacoches» y para el refuerzo del patrullaje en los sorder: delinquency, crime and fear of crime. En:
barrios problemáticos. Stokols D, Altman I (orgs). Handbook of envi-
17. Moita Flores. «O mito do Casal Ventoso». Diário ronmental psychology. New York: Jonh Willey &
de Notícias, 2 de Março de 1998. Sons, 1987.

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