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3º Retiros de Fuego

JESÚS EN NUESTRAS COMUNIDADES

Cronograma
1 día

“¡Ven Jesús, reaviva el fuego de tu amor en


nuestras comunidades!”.

Centro de Espiritualidad Santa María (CESM)


www.cesm.org.ar
Objetivos del Retiro de Fuego
 Vivir juntos una experiencia comunitaria que encienda nuestros corazones con el fuego del amor.
 Crear un espacio de encuentro en el que cada uno pueda mostrarse en la verdad de lo que es, sin esconderse
tras caretas, funciones o roles.
 Crecer en la espiritualidad de comunión, reconociendo a Cristo vivo en el corazón de cada hermano. Hacer
una experiencia den la que todos nos sintamos parte, podamos ocupar nuestro lugar con alegría y dar lugar
al hermano.
 Confesar, celebrar vivir y orar nuestra fe en comunidad, como una forma de compartir juntos el año de la fe,
propuesto por Benedicto XVI.
¿Qué es el Retiro de Fuego?
 Es una experiencia de fuego que enciende nuestras vidas: calienta, ilumina, quema, purifica, irradia…
Para que con nuestras llamas encendidas podamos encender la vida de nuestra comunidad.
 Es un espacio de silencio, escucha y acogida, que nos permite escucharnos a nosotros mismos, a los
demás a Dios.
 Es un ejercicio de oración personal y comunitaria.
 Es un encuentro compartido en comunidad, para renovar nuestra fe.

Metodología del Retiro de fuego:

El Retiro está pensado para desarrollarse a lo largo de un día. Las actividades se desarrollan en distintos niveles
de participación:
-Actividades en grupo grande: todos juntos y reunidos en el mismo lugar.
-Actividades en grupos pequeños: que se forman desde el inicio y se mantienen a lo largo de todo el retiro. Son
coordinados por un responsable de grupo o coordinador.
-Actividades para realizar de forma personal: para hacer oración y contestar los cuestionarios (MPEC).
-Actividades en díadas: en el encuadre del acompañamiento espiritual.

Con la metodología del camino al corazón utilizando tres recursos pedagógicos muy poderosos:
El MPEC- Me pregunto, escribo, comparto-, el grupo y los momentos de oración.

A. EL MPEC
¿Qué es el MPEC?
Centrado en la pregunta y en una forma particular de contestarla por escrito, el MPEC favorece que la mente
deje lugar al corazón y podamos acceder a nuestras interioridades, crecer en libertad, conocernos y tomar las
decisiones que darán sentido a nuestra existencia.
Es una herramienta muy sagrada, que nos pone en contacto con el misterio de nuestro ser, con nuestra vida en
toda su dimensión-humana, espiritual, trascendente y eterna- y la vida y el corazón de otras personas. Puede
realizarse como forma de oración, en el marco de la oración personal.
El MPEC supone tres momentos muy diferentes: un primer momento, en el que se escribe de corrido, dando
primacía al corazón; un segundo momento, en que se vuelve a leer lo que se ha escrito y se organiza de otra
manera, dando primacía a la mente; un tercer momento, en el que se comparte con otros -sin leer lo escrito- lo
más significativo que la persona quiera compartir. Se da la primacía al encuentro con los demás.

¿Cómo se hace el MPEC?


-Primer momento: es necesario disponerse y encontrar el momento y el lugar apropiado para estar en intimidad
con uno mismo. Si fuera en el marco de la oración, nos ponemos en presencia del Señor y le pedimos al Espíritu
Santo que ese MPEC nos ayude a descubrir más la verdad sobre nosotros mismos y a caminar a nuestro propio
corazón. Lo que escribimos en este primer paso nadie lo va a leer, sólo nosotros mismos. Después de escribirlo,
podemos romper el papel si así lo deseamos. Es algo muy íntimo ya que ponemos en un papel cosas que quizás
no hemos revelado a nadie, y que tampoco queremos hacerlo. Si sólo escribiéramos lo que vamos a compartir, o
escribiéramos para que alguien después lo lea, ya nos estaríamos condicionando de forma consciente o
inconscientemente. Es importante tener la seguridad de que ese papel no lo va a leer nadie más que nosotros.
Estamos abriendo la puerta de nuestro corazón y dejando que fluya lo que sea y como sea.
Leemos detenidamente la primera pregunta, y sin detenernos a pensar, comenzamos a escribir todo lo que nos
viene a la mente, así como viene de nuestro interior, sin pensar previamente ni ordenar o analizar antes de
escribir. Escribimos al correr de la pluma. Leemos la pregunta y lo primero que nos viene lo escribimos tal
como viene. Por ejemplo leo la pregunta: ¿Cómo soy? Me miro a mí mismo e intento definirme. Y comienzo a
escribir, trato de captar lo primero que me viene, sin filtrarlo; como un dato provocado por la pregunta que no
necesita ser organizado por nuestra mente antes de escribirlo. Voy contestando por escrito, todo lo que viene:
pensamientos, imágenes, recuerdos… lo que voy sintiendo mientras estoy escribiendo dejando que resuene la
pregunta en mi interior…intento escribir esos sentimientos, las emociones, las sensaciones…escribo y escribo
desordenadamente. Por ejemplo: ¡Qué sé yo quien soy!, que aburrido pensar en mí misma, la verdad es que no
le encuentro sentido a hacer este MPEC. Qué sé yo quien soy… ¿qué tendré que poner? Me acuerdo de un día
que escribí algo parecido… tendré que pensar algo… no sé si me conozco, no sé quién soy. Bueno, en realidad
puedo decir que soy bastante exigente… que más, no sé. Me aburre escribir acerca de mí misma. Pero quiero
hacerlo. ¿Por qué me cuesta tanto hacerlo? Me viene a la mente un recuerdo de cuando era chica y me
encantaba ser como mis hermanos más grandes… Me acuerdo que una vez…,etc., etc. Y así escribimos y
escribimos. ¡Sin organizar ninguna idea! Sólo registrando en el papel lo que va apareciendo en nuestro corazón.
Escribir de esta manera nos ayuda a poner en palabras lo que nos pasa, lo que pensamos, nos decimos, sentimos
o hacemos; nos ayuda a conocer nuestras emociones más profundas o aquellos sentimientos que salen casi sin
darnos cuenta provocados por la pregunta. Si los dejamos salir sin oponerles resistencia, podemos ver aparecer
nuestros deseos o miedos, alegrías o tristezas, aspiraciones o frustraciones. Es un poderoso medio por el cual
nos damos permiso para recibir zonas nuestras que habitualmente están protegidas o negadas por nuestros
mecanismos de defensa.
Es habitual que encontremos resistencias en contestar por escrito cada una de las preguntas. Creemos que con
sólo pensarlas es suficiente porque nos cuesta mucho contactarnos con nuestro corazón dejando que nuestra
interioridad quede expuesta. Es muy importante que hagamos el esfuerzo de escribir el MPEC y que vayamos
teniendo la experiencia de su eficacia y de sus frutos.
Todo lo que escribimos es para nosotros mismos y para conocernos aún más. Al finalizar leemos lo que hemos
escrito y dejamos que resuene en nuestro corazón. ¿Qué sentimos? ¿De qué manera nos revela lo que hemos
escrito? Si lo estamos realizando en forma de oración, se lo presentamos al Señor. Es lo que nos pasa, es lo que
estamos viviendo, es nuestra ofrenda.
-Segundo momento: volvemos a leer lo que hemos escrito, y en otro papel lo ordenamos filtrando lo que
queramos filtrar. Después de haberlo hecho, podemos romper el primer papel. Volvemos a leerlo y nos
preguntamos si hemos puesto todo lo que queríamos poner. Es importante que vayamos al encuentro habiendo
hecho estos dos pasos que nos disponen de otra manera para recibir a los demás.
-El tercer momento de la metodología del MPEC es la compartida y se realiza durante el encuentro en el marco
de la compartida en el pequeño grupo. Allí cada uno comparte lo que quiere de todo lo que escribió en los pasos
anteriores. En la compartida no se lee lo que se ha escrito; es una compartida de corazón-a-corazón, en donde ya
no importan los papeles, sino la presencia y el corazón compartido de los que participan. Cuando vamos al
encuentro con un discurso muy preparado o con todo lo que queremos decir muy armado, corremos el riesgo de
quedarnos centrados en nosotros mismos y no hacernos tan disponibles a los demás y a lo que viene pasando en
el encuentro. Cuando compartimos nuestras vidas, lo que decimos es imprevisible, porque es fruto, no sólo del
MPEC realizado con anterioridad, sino también de lo que va produciendo en nosotros el estar en comunidad
escuchando las vidas compartidas de los demás.
La compartida es un momento eucarístico, ya que en ella nos entregamos para alimentarnos unos a otros.
Cuando alguien comparte, todos escuchamos sin intervenir; es un momento sagrado en el que entregamos lo
más valioso de nosotros mismos: nuestra intimidad. Todos escuchamos en profundo silencio, miramos con
atención a quien comparte y no lo interrumpimos; nos disponemos a acogerlo haciéndole un lugar en nuestro
corazón.
La compartida puede realizarse en ronda o en forma espontánea, dando lugar a que cada uno hable cuando
quiera. Por economía de tiempo es conveniente hacerlo respetando el orden de la ronda. Como nadie está
obligado a compartir, cuando le llega el turno y no quiere hacerlo, sencillamente pide pasar.
El que comparte lo hace sin leer lo que ha escrito. Puede tener el cuestionario a mano y el papel en el que
organizó sus escritos en el segundo paso; nunca lo que ha escrito en el primer paso, ya que es fruto de su
intimidad más honda. Podrá decir algo de lo que escribió; o cómo se sintió al realizarlo, o cómo se siente en ese
instante después de haber escuchado las compartidas de sus hermanos. El momento de la compartida es
imprevisible. Estamos invitados a compartir lo que surja del corazón en ese momento.
La compartida es una comunicación de corazón-a-corazón, por eso requiere un lugar y un clima especial; pero
sobre todo, corazones abiertos y dispuestos a recibir a quien se comparte. Esta comunicación de profundidades
no es fácil en los inicios, por eso la función del coordinador-tallerista quien acompaña a quien se comparte a
hacerlo desde su corazón.
Se comparte en primera persona, refiriéndose a sí mismo y no a los otros, y sin usar generalizaciones. Con
sencillez y generosidad la persona intenta poner en palabras lo que está viviendo, lo que le está pasando. Eso
exige que podamos apropiarnos de nuestras experiencias y narrarnos en primera persona del singular. Debemos
decir: “Yo me siento así... A mí me duele tal o cual cosa...”, y no decir: “A todos nos pasa que...” o “a uno le
pasa que...”, como si estuviéramos hablando de una experiencia que no nos pertenece.
También tenemos que evitar compartirnos a partir de lo que otro compartió: “a mí me pasa exactamente lo
mismo o lo contrario a lo que vos dijiste”. Esto puede provocar en las otras personas deseos de clarificar o
completar su testimonio. Aunque las experiencias sean iguales o similares, cada uno debe esforzarse por decir lo
propio sin apoyarse o referirse a lo que compartió otro integrante del grupo.
En el momento de la compartida, tratamos de compartir desde nuestro corazón. Significa poner nuestros
pensamientos en el corazón y ser capaz de expresar lo que nos pasa, lo que estamos viviendo en todas las
dimensiones y realidades de nuestra vida. Compartir anhelos, deseos, miedos, frustraciones, relaciones y
decisiones. A veces, como nos cuesta hablar desde el corazón, nos escapamos de nosotros mismos hablando
desde lo que sabemos o desde lo que pensamos, narramos largas historias o relatos, hablando de lo que les pasa
a otros o rqueriendo responder a lo que alguno dijo en su compartida.
A medida que cada uno va compartiendo, todos lo escuchamos en silencio y con una actitud atenta del corazón
que trata de recibir y de comprender a la persona que está entregando lo más sagrado de sí: su vida, su
intimidad. Es por eso, que esta escucha requiere una actitud corporal de calma y de silencio y un ambiente
especial que invite al recogimiento y la compartida.

B- El grupo:
El grupo como recurso pedagógico es un elemento muy importante para el Retiro, ya que es un signo de la
comunidad reunida en torno a Jesús. Cada grupo no deberá tener más de 12 participantes y uno o dos
coordinadores a cargo.
En esta metodología, el grupo actúa como matriz que posibilita a quienes lo conforman adentrarse en
profundidades difíciles de acceder por sí mismo. La posibilidad de escuchar y de recibir la vida de otras
personas suscita, provoca, despierta, mueve y conmueve. En el otro la persona se puede espejar, proyectar,
afirmar, oponer…de tal manera que vamos siendo, unos para otros, servidores en el camino al corazón y en el
proceso del autoconocimiento. El grupo hace posible experimentar este proceso de transformación que se va
produciendo en la medida que sus integrantes se van decidiendo por el amor y la entrega de sí mismos.
Se produce el milagro de la comunicación, que florece en la comunidad y fructifica en los vínculos de
comunión y de unión.

¿Cuál es la función del coordinador del taller?


Los coordinadores o talleristas son “custodios de la escucha” y tiene la función de acompañar todo el proceso
del taller:
 Disponen el lugar para que sea un verdadero espacio de comunión donde cada uno pueda encontrarse
consigo mismo, con Dios y con los hermanos
 Coordinan los tiempos, velando por que cada persona tenga su espacio para compartir y ayudando a cada
uno de los que se comparte a hacerlo desde su propio corazón.
 Invitan a cada persona a compartirse desde el corazón.
 Acompañan el proceso personal de cada uno de los participantes, mediante el acompañamiento espiritual,
que puede ser brindado por el mismo coordinador o por otros acompañantes especialmente convocados
para eso.

Cómo disponer el lugar

Para las actividades grupales: Disponer las sillas en semicírculo y en el medio adelante, colocar sobre un lugar
visible, un gran cirio encendido.
Para las actividades grupales: sillas en ronda. En el medio de la ronda una pequeña mesita con un cirio para
encender en el momento en que se reúnen en pequeños grupos.

Materiales que necesitamos:


Mascaras, caretas.
Música y canciones del Cd “Deja que arda” de magdalena Lanús
Tarjetas con forma de llamitas de fuego para cada participante.
Tarjetas con el nombre de cada participante para poner en su silla.
Un cirio o vela grande que presidirá nuestro encuentro.
Un cirio más pequeño para la reunión de cada grupo.
Las canciones del fuego del Cd “Deja que arda” de Magdalena Lanús, Editorial Camino al Corazón.
1 Momento:
ACOGIDA  E INSCRIPCIÓN
20 minutos
Repartir a cada participante una tarjeta y un alfiler para que ponga su nombre. Cada tarjeta puede estar
numerada según el total de los participantes para que luego se formen grupos pequeños. Ej.: Si hay 100
participantes se numeran cada 10 para que haya 10 grupos de 10 personas.
A medida que van llegando las personas se les puede recibir con un té, mate, galletas.
Para el inicio del encuentro, disponemos en un mismo salón, todas las sillas en ronda formando pequeños
grupos. Sería ideal que cada silla ya tuviera escrito el nombre del participante de ese grupo, de manera tal, que
al llega, cada uno tuviera que encontrar “su lugar” en la ronda de su grupo.

2 Momento:
PRESENTACIÓN DEL RETIRO DE FUEGO
45 minutos

1)Inicio del Retiro:


Invitamos a que cada participante encuentre y ocupe su lugar en la ronda de su grupo.
Cantamos juntos una canción de fuego y encendemos el gran cirio que preside nuestro encuentro. Invitamos a
los participantes a cerrar los ojos, contactarse con su interior, y vamos diciendo…. “Vine a éste retiro de fuego,
¿Qué me trajo aquí? ¿Por qué vine?”

Al terminar la oración los invitamos a ponerse de pie, mirarse, a recibirse y a decirse con la mirada: ¡Qué bueno
que estás aquí! ¡Qué bueno que estamos juntos y que tenemos esta oportunidad de mirar con amor a nuestras
comunidades!

En nuestros adentros arde una llama. Podemos contactarnos con este fuego: es chispeante: tiene su propia
música…enciende nuestras vidas.
Me pregunto, ¿Cómo estoy, cómo me siento en este momento de mi vida? ¿Cuáles son las cosas más lindas que
estoy viviendo y que encienden mi vida cada día? ¿Qué es lo que hace arder mi vida? Lo que da sentido; lo que
más me gusta, lo que me apasiona….de mí, de quiénes me rodean, de lo que hago….
Dejamos unos minutos en silencio ... podemos poner la canción “Hay que encender una luz por pequeña que
sea”. Mientras tanto un miembro de cada grupo se adelanta para enceder la vela de su ronda en el cirio que
preside nuestro encuentro.

2) Nos presentamos:
Los invitamos a abrir los ojos y la propuesta es detenernos, mirarnos, contestarnos estas preguntas…y queremos
HACERLO EN GRUPO: COMPARTIÉNDONOS Y ESCUCHÁNDONOS.
Los invitamos a recibirse mirándose a los ojos. En silencio…con una música de fondo. Después los invitamos a
decir sus nombres en ronda y a contestar espontáneamente las preguntas del MPEC 1

MPEC 1: Presentación
1. ¿Quién soy? Digo mi nombre y elijo 5 adjetivos que me definan mi personalidad, mi forma de ser.
2. ¿Por qué estoy aquí? ¿Quién me invitó a participar de este retiro? ¿Cuáles son mis expectativas?
3. ¿Con quiénes vivo? ¿Cuáles son las comunidades de las que formo parte?

3) Presentamos la propuesta del Retiro

Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el
mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tu me diste, para que sean uno, como nosotros
somos uno-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado y
que los has amado como me amaste a mí.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté para que contemplen la gloria que me has
dado...Les di a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté
en ellos y yo también esté en ellos. (Jn.17, 24ª y 26)

Esta es la oración de Jesús al Padre y su deseo expresado en la última cena.


Fuimos creados para vivir en esta unión con el Padre. Jesús se encarnó, se entregó y resucitó para ser el
Mediador que posibilite esta unión, en la tierra como en el cielo. Dios se comunica y nos entrega su don, el
Espíritu Santo que derramando su amor, hace posible que vivamos en comunión con él, con nosotros mismos y
entre nosotros. El es quien nos capacita para la comunicación y entreteje nuestras comunidades.
La COMUNICACIÓN y la COMUNIDAD son realidades inherentes a nuestra naturaleza humana. No
podemos vivir aislados, la comunicación nos constituye como personas, nos hace crecer y nos permite
establecer vínculos de COMUNIÓN.
Sin embargo, la experiencia nos dice cuán difícil es vivir en comunidad. ¿Qué nos pasa? Con frecuencia
nuestras comunidades se vuelven lugares de aislamiento e incomunicación, en donde no nos damos mutuamente
el lugar, en donde no podemos presentarnos con la verdad de lo que somos. Nuestras diferencias muchas veces
nos llevan a aislarnos o a pelearnos entre nosotros; a cerrarnos o dividirnos.
¡Cuánto nos cuesta vivir en común-unión! ¡Cuántas dificultades encontramos en la vida en comunidad!
Este Retiro de Fuego quiere despertarnos al fuego de Dios que arde en cada uno, para que juntos podamos
“incendiar” de amor la vida de nuestra comunidad: purificar nuestras relaciones, quemar todo lo que no nos
ayuda a vivir como hermanos, encender el amor en nuestros vínculos.
Nosotros los cristianos creemos que Cristo vino a traernos este fuego de Dios: Él mismo lo dijo: He venido a
prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!(Lc.12,49-52)
¡Los invitamos a creer!
¡Y a dejarnos encender por Cristo! Es necesario que queramos, que creamos, y que abramos nuestro corazón.
Entonces acontece un nuevo Pentecostés y el Señor vuelve a derramar-ahora sobre nosotros –su espíritu de
fuego. ¡Es el fuego de Cristo resucitado!
Podemos leer todos juntos esta oración:

ORACIÓN DEL RETIRO DE FUEGO

Señor Jesús, has venido a traer fuego a la tierra.


Aquí estamos para recibirlo nuevamente.
¡Queremos dejarnos arder!
¡Queremos que tu fuego arda en nuestras vidas!
¡Ven Espíritu y enciende nuestros corazones con tu fuego de amor!

Ven Espíritu de fuego, quema nuestros obstáculos


y guíanos hacia nuestros adentros.
En la intemperie del afuera tenemos frío y estamos a oscuras.
Que tu luz nos ilumine y tu fuego nos encienda y nos dé calor.
Ven Señor Jesús, ilumina nuestras oscuridades,
Enciende nuestras vidas con el fuego ardiente de tu corazón enamorado.
Queremos llevar este fuego a nuestras familias y comunidades para que ardamos de amor
.
Que nuestro fuego encienda otros fuegos
Para que juntos podamos ver más.

3 Momento:
MEDITACIÓN: ANIMARME A SER YO MISMO
20 minutos

Se nos hace difícil conocer quiénes verdaderamente somos. La pregunta acerca de nuestro misterio es un
interrogante existencial arraigado en el corazón de todo hombre. A lo largo de las distintas etapas de su
desarrollo, la persona intenta descubrir el misterio de sí mismo explorando distintas respuestas.
A lo largo de nuestra vida y en un proceso en el que concurren la voluntad divina y la libertad humana, vamos
creciendo en esta unión, alcanzando al mismo tiempo la madurez humana y espiritual. Este proceso de
unificación que realiza en nosotros el Espíritu Santo integra nuestra dimensión corporal, psicológica, social y
espiritual; nos identifica con Jesucristo y nos revela nuestra verdadera identidad.
El hijo en el seno de su madre existe gracias a ella que lo mantiene en vida. En esa primera etapa del desarrollo
somos seres totalmente dependientes, a merced de la voluntad de otra persona. Al nacer sólo experimentamos el
contacto y el cuidado de quienes nos rodean, todavía no podemos percibir ni siquiera nuestro propio cuerpo
separado del que nos gestó nueve meses. En el primer año de vida, el desarrollo psíquico del niño sienta los
fundamentos de su yo, que se irá consolidando en los primeros cinco años. A medida que vamos creciendo,
atravesamos distintas etapas de individuación siempre bajo la mirada de nuestros mayores. Ya en la
adolescencia necesitaremos “oponernos para afirmarnos”. Es la dolorosa crisis del adolescente, que busca
conocerse, y necesita tomar distancia de la mirada y valoración de sus mayores a fin de saber quién es. Se
percibe a sí mismo como un misterio que lo abisma y le da miedo, y por primera vez experimenta la angustia de
ser “sí mismo”.

El mundo de hoy no nos ayuda a ser nosotros mismos. El ritmo vertiginoso que llevamos, el poder de la imagen,
la exigencia de tener siempre más, de aparentar, de la competencia y del éxito nos dificulta el camino del ser y
nos oculta la verdad acerca de nosotros mismos. Perdemos la orientación a Dios, nuestras capacidades se
desordenan y nuestra intimidad se desborda en el fuera. Así nos volvemos personas dispersas, incapaces de vivir
nuestra verdadera identidad.
Somos adultos pero nos comportamos como niños o adolescentes, ensayando un “yo soy” a cada paso, con
identidades acomodadas a lo que el mundo considera valioso, viviendo una vida de prestado, incapaces de
decirnos a nosotros mismos, con miedo a exponernos tal como somos.
Y en la ignorancia de quiénes de verdad somos, encontramos seguridad en el afuera y así nos conocemos y nos
presentamos: soy lo que tengo, lo que puedo comprar o adquirir; soy lo que gano, lo que ostento o lo que
muestro. A veces creemos que nuestro ser se agota en nuestras capacidades intelectuales: Somos lo que
podemos pensar, lo que podemos razonar o entender. Otras veces asentamos nuestro ser en los sentimientos:
Somos aquello que sentimos, somos nuestras reacciones y emociones. La mayoría de las veces nuestra identidad
se funde a nuestra profesión u oficio: soy abogado, obrero o maestra; o al tenor de nuestra actividad: soy
exitoso, eficaz, competente.

La vida en comunidad nos desafía a salir de nuestros escondites, quitarnos las caretas que ocultan nuestra
verdadera identidad, y presentarnos frente a los hermanos con la verdad de lo que somos.

“¿Dónde estás?” Esta es la primer pregunta que aparece en la Biblia. Dios pregunta y el hombre no responde.
¿Dónde estas, que no te encuentro en el lugar que yo hice para vos? ¿Dónde estas que te escondes de mi
Presencia? Es la primera pregunta que Dios hace al hombre que, avergonzado después del pecado se escondió de
Dios y de sí mismo.

¿Dónde estamos en la comunidad? ¡Detrás de que máscaras o roles escondemos la verdad de lo que somos?

Quizás nos encontramos en el mismo lugar que Adán y Eva en el mito de la caída: asustados, avergonzados y
escondidos. ¿De qué nos escondemos? ¿Cuál es el matorral que nos oculta? ¿Con qué intentamos tapar nuestra
desnudez?

De niños nos escondíamos debajo de la cama, de las sábanas, o de la mesa; detrás de una puerta, de un árbol, de
una cortina o de una persona; arriba de una cama alta, o de un ropero; adentro de un cuarto o de un armario.
Detrás, debajo, arriba o adentro... cualquier cosa podría servir de escondite siempre y cuando no nos vieran.
¿Por qué nos escondíamos? Simplemente para jugar, o para que no nos encontraran, para que no nos castigaran
o retaran, porque teníamos vergüenza o miedo, o porque estábamos enojados y no queríamos hablar con nadie.
También nos gustaba jugar a los disfraces para ensayar otros personajes y roles. ¿Quién no tenía a mano unos
cuantos trapos viejos que nos servían de disfraces para convertirnos en nuestro héroe preferido, o en el personaje
de turno que más nos gustaba? Eran cosas de niños.
De adolescentes inventamos otros lugares donde escondernos y refugiarnos, otros disfraces con los que
cubrirnos: el cuarto cerrado con llave, la música pegada al oído, la televisión o la computadora, el alcohol… el
ser igual que los otros y tantas cosas que ocultaban una identidad todavía no consolidada.

El tiempo pasó y dejamos de ser niños, y sin embargo seguimos jugando a las escondidas o los disfraces.
Conservamos refugios secretos, un lugar o una manera de esconderme que nadie más que yo la conoce;
Tenemos disfraces cada vez más sofisticados y complejos.

¿Dónde estoy? ¿A dónde me escondo? ¿Cuáles son mis disfraces? Quizás me gusta “taparme” para que no me
vean; o estoy oculto detrás de una pesada armadura: Siempre la misma cara de contento con sonrisas dibujadas
para todos; o siempre el ceño fruncido, gruñendo contra el mundo. Siempre estoy bien, o siempre estoy mal.
Siempre me pasa lo mismo. Quizás me escondo detrás de alguien: de mi marido o de mi mujer, de mis hijos o
de mis amigos, de mi trabajo o de lo que hago, de la Iglesia y mis devociones... ¡Tantos lugares detrás de los
que podemos escondernos! Y para estar escondidos, lo ideal es construir estructuras muy sólidas, que no dejen
asomar nada de lo que somos. Quizás me gusta esconderme arriba de las cosas, para salir del alcance de los
otros: y me paro arriba de mis títulos o posesiones, arriba de mi fama, buen nombre o éxito... También puedo
esconderme arriba de la realidad, como sobrevolando la vida, sin nunca poner los pies sobre la tierra. O me
meto adentro de un gabinete de vidrio: nadie me puede ver, pero yo si puedo ver a los demás, no escucho tanto,
pero estoy protegido y nadie se da cuenta. O quizás me hago “invisible”: estoy entrenada para estar sin estar, de
tal manera que mi presencia no se nota; nadie se da cuenta que yo estoy.

Puede ser que acarree un pesado baúl lleno de vestidos, caretas y máscaras. Disfraces de todo tipo que fui
juntando a lo largo de mi vida: Disfraz de hombre importante, de sabelotodo, de simpático y gracioso, de
agradable y social... Disfraz de mujer fatal, de madre perfecta... Disfraz de súper héroe que todo lo puede
resolver y para cada cosa tiene respuesta... Máscara de víctima, de “todo está bien”, de “a mí no me pasa nada”...
Me sirven para cualquier ocasión y son diferentes de acuerdo a los lugares y situaciones. Y aunque sea un baúl
muy pesado, lo tengo que llevar a cuestas dado que debo cambiar de disfraz en cualquier momento.

¿Dónde estoy? ¿Quiero salir de mi escondite? ¿Qué se esconde detrás de mi fachada de hombre serio o
importante, exitoso, servicial, perfeccionista; autoritario o componedor? ¿Hace cuánto dejé de jugar, de reírme o
simplemente de disfrutar el ocio con los que más amo? ¿No estoy cansado de estar siempre oculto y disfrazado,
sin poder salir de los lugares en los que en algún momento de la vida decidí meterme para que no me vieran?
Estas máscaras y escondites condicionan no sólo nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos, con los
demás y con Dios, sino también nuestro modo de construri la comunidad.

Pero Dios que nos ama y desea, sale a buscarnos y nos encuentra allí, en el lugar donde estamos. Su fuerza
poderosa de transforma nuestros escondites en lugares de encuentro.
Si al igual que Zaqueo, me subo a un árbol para que nadie me vea, el Señor pasa y con amor me invita a bajar
pronto para alojarse en mi casa. El Señor mira nuestro corazón y pone al descubierto nuestro deseo de “ver a
Jesús”. Los mismos lugares que nos sirvieron para escondernos se transforman en “lugares de encuentro”. El
Señor pasa, y con su mirada amorosa nos invita a salir de nuestros escondites y a “bajar pronto” para
encontrarnos con El y con los hermanos.

¡Ya podemos salir de estos viejos lugares y volver a elegir el lugar en el que queremos vivir nuestra vida! Un
lugar al descubierto, en el que podamos ser y estar. ¡Un lugar para amar!

Presentación de las caretas:


Vamos presentando cada uno y describiendo la manera que nos esconden de los demás e imposibilitan construir
la vida comunitaria.
4 Momento:
EJERCICIO DE INTEGRACIÓN: LAS MÁSCARAS
15 minutos

1) Los invitamos al silencio a desplazarse por el salón caminando lentamente al compás de una música
adecuada; los que quieran pueden hacerlo siguiendo su ritmo, con movimientos pausados que ayuden a
disponerse, a quietarse, a relajarse.
2) Disponemos en distintos lugares del salón las máscaras, antifaces, disfraces o elementos que hemos
seleccionado previamente.
Invitamos a los participantes a que las miren en silencio, que se dejen provocar por ellas; que se escuchen a sí
mismos: qué les despiertan, qué les suscita, con cuál de ellas se sienten más identificados, cuáles los representan
más en este momento de sus vidas, en tal o cual comunidad.
3) Les pedimos que elijan aquellos que más los identifique o aquello a través del cual quieran profundizar un
aspecto de su vida en comunidad. Que se lo pongan si es un disfraz o una máscara, que lo utilicen si es algún
elemento y que, identificado con ese personaje o rol siga caminando por el salón.
4) Les pedimos que, al cruzarse, se miren mutuamente detrás de las máscaras, que se saluden con un gesto o
con una palabra, siempre detrás de las mascaras.
5) Después de unos minutos les pedimos que se sienten mirando para la pared y sin quitarse las máscaras, que se
miren a un espejo imaginario: Este soy yo, esta es mi máscara, la máscara con la que cubro mi rostro; este es mi
disfraz, del que me valgo para ocultarme. Así me presento en la comunidad, así quiero que me vean. ¿Así quiero
que me vean? Así defiendo mi interioridad y mi identidad. ¿Así quiero defenderlas?
Este soy yo… detrás de la máscara que uso para esconderme de los demás, para defenderme, para ocultarme,
para ser invisible, para evitar ser yo mismo…¿Dónde estoy?
6) Volvemos a poner la música y les pedimos que vuelvan a desplazarse por el salón, saludándose al cruzarse,
siempre detrás de sus máscaras o disfraces.
7) Apagamos la música y les pedimos que se sienten en ronda, de manera que todos puedan mirarse
mutuamente, siempre detrás de sus máscaras.

El tallerista dice:
Así estamos. Cada uno de nosotros detrás de su máscara, o disfraz, escondido detrás del rol o la función que
desempeñamos en nuestras comunidades. Esto es lo que hacemos habitualmente. Así nos presentamos.
Nos contemplamos en silencio y nos dejamos conmover. Estas máscaras que usamos nos defienden del miedo
más atroz: no ser amados, no ser aceptados tal como somos. Nos dan valor en nuestras inseguridades o miedos.
Estas son las más caras que hemos usado hasta hoy. Volvemos a poner la música suave y damos un tiempo
para contemplarnos en silencio.

8) Con voz cálida y tierna el tallerista invita a sacarse las máscaras. Los que quieran pueden sacar sus máscaras
o disfraces. Se lo sacan y lo miran. Vamos a mirar a estos disfraces con amor; hasta hoy los hemos utilizado, por
algún motivo los hemos necesitado. Quizás los seguiremos necesitando, pero ahora reconociendo su utilidad y
su función.
Los miramos y nos preguntamos cuál de ellos podemos dejar, cuál de ellos podemos entregar al Señor. Nos
preguntamos si podemos confiar que el Señor nos dará lo que necesitemos en el momento oportuno.
Es una invitación a confiar en el Señor…y también en mi hermano.
9) Los invitamos a reunirse frente a frente con otro hermano. Mirándose a los ojos, sin máscaras, primero uno y
luego el otro, se muestran mutuamente sus disfraces. En silencio se contemplan amándose, aceptándose…
Uno y otro se dicen en silencio: si dejo esta máscara, ¿Me quieres igual, así como soy? Tengo miedo…siento
inseguridad…me quedo a la intemperie…vulnerable, pobre, necesitado…y la mirada del otro regala seguridad,
cobijo, confianza.
Siempre en silencio, guiado por la tallerista. Pocas palabras, las adecuadas para ayudar a mantener este diálogo
en silencio de miradas y de gestos.
Los invitamos a abrazarse y a ir en busca de otra díada. Ahora son cuatro quienes se contemplan y se muestran
sus disfraces. Y se reciben y se abrazan. Y estos cuatro van a buscar a otros cuatro…y así hasta completar el
grupo entero que se busca, se encuentra, se abraza y se acepta con amor.

5 Momento:
TIEMPO DE REFLEXIÓN PERSONAL
MPEC 2: ANIMARME A SER YO MISMO
45 minutos
Invitamos a que cada uno busque un lugar en silencio en el que pueda contestar por escrito su MPEC. Cada uno
lleva consigo la máscara o careta que eligió y que usó durante el ejercicio de integración.
1) ¿Dónde estoy? ¿Cuáles son mis escondites? Arriba, abajo, adentro, detrás... ¿Cuáles son los disfraces,
caretas o etiquetas que uso para esconder mi verdadera identidad? ¿Por qué o de que me escondo? ¿A
qué le tengo miedo? ¿Qué es lo que me avergüenza?
2) ¿Puedo darme cuenta cuando comencé a usarlos y por que? ¿Que quiero decirles hoy a cada uno?
3) ¿Si me animara a dejar alguno de ellos, que tendria que animarme a vivir? ¿Que quiero pedirle a Dios
para que me ayude?
4) ¿Con cuál de las máscaras me sentí más identificado? ¿Por qué? ¿Qué significa para mi la máscara que
elegí?

6 Momento:
COMPARTIDA EN GRUPOS PEQUEÑOS
60 minutos
Nos reunimos en grupos pequeños. Encendemos el cirio de nuestro grupo. En este momento el/la fogonero/a o
coordinador invita a cada persona a que comparta lo que está en su corazón, en primera persona, sin necesidad
de leer lo que está escrito.
Recordando la importancia del sigilo, sabiendo que lo que allí se compartió, no me pertenece para contarlo a
nadie.
No interrumpir.

7 Momento:
ORACIÓN: ENTREGA DE LAS CARETAS
15 minutos
Nos reunimos en grupo grande, después de haber compartido en grupos pequeños. Ponemos el cirio encendido
en medio de la ronda, junto al Libro de la palabra de Dios. Cuando el grupo esta ya todo reunido otra vez en
círculo, invitamos a dejar en el medio de la ronda todos los disfraces. ¿Podemos entregar al Señor nuestras
máscaras? ¿Podemos relacionarnos dejando de lado nuestros roles? ¿Podemos mirarnos a los ojos,
contemplarnos y recibirnos tal cual somos? ¿Podemos mostrarnos y entregarnos sin ocultarnos, sin
defendernos? ¿Estamos abiertos y dispuestos para recibirnos y entregarnos tal como vos nos enseñas Jesús?
¿Decididos a comunicarnos de corazón-a-corazón? ¿Decididos a perdonarnos? ¿A celebrar juntos?
Ponemos una música suave e invitamos a que cada uno, a medida que lo desee, vaya poniendo su máscara o
disfraz en el centro, allí donde está el cirio y el Libro de la Palabra.
Para terminar el momento de oración podemos cantar la canción “cara a cara” o cualquier otra que nos ayude a
celebrar nuestro deseo de vivir sin máscaras.

ALMUERZO

8 momento:
MEDITACIÓN: ANIMARNOS A OCUPAR NUESTRO LUGAR
20 minutos

Todos estamos en Dios, somos “parte” y “participamos” de su vida divina. Nuestra sola presencia ya es sagra-
da, el hecho de “estar en el mundo” ya es un don, un regalo, una donación de Dios que busca comunicar algo de
sí mismo en este hijo, que es “parte” de su ser.
Existimos porque Dios nos ama. Nuestra vida es un don y nuestro primer lugar es su  amor eterno por nosotros. 
En su pensamiento y en su amor existimos desde siempre y para siempre. “En el somos, nos movemos y
existimos”. Su amor es el fundamento de nuestra vida presente y de nuestra eternidad; en él somos inmortales e 
íntegros. A este amor que otorga  la eternidad es a lo que llamamos “cielo”. El cielo significa la grandeza de
Dios que nos crea donándose a sí mismo e invitándonos a participar de su vida divina para que lleguemos a ser
perfectamente uno con él.   Si creyéramos en esta verdad descubriríamos cómo todos los lugares, ámbitos y
situaciones de nuestra  vida cotidiana son  lugares  de encuentro con Dios,  de unión entre  cielo y tierra.

Gestados y amados por Dios fuimos confiados a nuestros padres;  nos recibió un seno materno, segundo lugar 
que nos cobijó  nueve meses hasta que estuvimos preparados para nacer. Cuando nacemos llevamos en la
memoria inconsciente y corporal el recuerdo de este lugar acogedor y contenedor, signo del seno trinitario al que
anhelaremos volver siempre.

El tercer lugar es nuestra familia, signo de la gran familia humana que a su vez es signo de la familia trinitaria,
que siendo Tres son Uno.  El Dios trinitario es el arquetipo de la Humanidad nueva y unida; el arquetipo de la
Iglesia, de la cual se puede considerar como palabra fundacional la oración de Jesús: Que sean uno como
nosotros somos uno (Jn 17, 11.21 s.) El desafío de toda familia es la unidad que sólo se construye por medio del
amor.

Todos tenemos un lugar y un espacio propio, personal y único; en Dios, en nuestras familias y en el mundo. Es
una necesidad vital,  un derecho propio y también una tarea para conquistar. No siempre nos resulta fácil “ocu-
par nuestro lugar “como tampoco es fácil “dar su lugar al hermano”. Requiere la tarea ineludible  de parte de
cada uno por darse su lugar, y de parte de todos, de ensanchar el corazón para hacer lugar a todos.

Esta tarea la ejercitamos siempre, y en cada uno de los lugares en donde transcurre nuestra vida, ya que nuestra
vida cotidiana es “el lugar” en donde el Señor sale a nuestro encuentro. A veces pensamos que para estar con
Dios tenemos que hacer algo extraordinario: Salir de nuestros lugares cotidianos y dirigirnos a “otro lugar”, en
donde podamos entrar en su Presencia. Como si el Dios de la Vida estuviera presente en otro lugar distinto y
diferente a nuestra propia vida. Y damos vueltas y vueltas intentando encontrar a Dios, sin darnos cuenta que
Dios nos sale al encuentro en lo cotidiano y pequeño de cada día. Por eso, para encontrar a Dios, es necesario y
urgente que pongamos la mirada en nuestra vida y que nos preguntemos una y otra vez sobre nuestros lugares.
¿Dónde estamos? ¿Dónde estoy?

¡Aquí estoy Señor! Presente en mi vida, tal como es, tal como está siendo, porque este es el lugar que Vos
pensaste para mi. ¡Aquí estoy! Intentando vivir en fidelidad a la vida recibida!. Cuando somos capaces de con-
templar así al mundo y a nosotros, descubrimos que todo lo creado es “teofanía” o lugar donde Dios es y se ma-
nifiesta. Cada uno de nuestros lugares está llamado a ser un espacio divino que nos permita crecer en lo que so-
mos y ayudaros entre todos a construir un mundo más fraterno, en el que la Presencia de Dios pueda brillar y
resplandecer para todos.

¿Dónde estoy? ¿Desde que me despierto a la mañana hasta que me duermo a la noche? ¿En qué lugares
transcurre mi vida cotidiana?
¿Cómo estoy cuando amanezco? ¿Cuáles son los primeros pensamientos o sentimientos que me invaden al
comenzar el día? ¿Cómo me dispongo a vivir cada uno de mis días? ¿Cómo me preparo para salir a la vida, a
mis tareas cotidianas?

¿Cómo es mi actitud en los lugares públicos en el que transcurre mi vida? Lugares en los que entramos en
contacto con el mundo exterior: las calles en las que caminamos, los lugares a los que asistimos, el tránsito en el
cual nos movemos y desplazamos... etc. Gran parte de nuestra vida transcurre en estos lugares, en los que
estamos continuamente en contacto con otros, aturdidos por muchos ruidos que viene de afuera, acelerados por
la vorágine de hacer y hacer tantas cosas, incapaces de entrar en ningún lugar para encontrarnos y descansar.
¿Cómo estoy en estos lugares? ¿Cómo siento a la persona que camina al lado mío, a la que está junto a mí en el
bus, en el subte, en el tren?

¿Cómo son mis lugares sociales, en los que comparto con otras personas mi vida de relación? Son lugares
importantes en nuestra vida, que hacen a nuestro trato con los demás, a nuestra recreación y diversión, a nuestro
intercambio social. ¿Cómo estoy yo en cada uno de esos lugares? ¿Cómo es mi estar en el club? ¿Voy solo o con
mi familia? Quizás es el mismo club adónde voy desde niño, adonde fui con mis padres y amigos de la infancia
o de la juventud. Quizás son lugares nuevos. ¿Cómo me siento allí? Puedo “estar presente” cuando practico un
deporte, cuando comparto una mesa de café con amigos? ¿Es para mi un lugar de encuentro? ¿O son meros
lugares de distracción donde yo también estoy distraído?

¿Cómo estoy cuando estoy con mis amigos? ¿Puedo ser yo mismo/a cuando estoy con ellos, o estamos juntos
pero no profundizamos en nosotros mismos? ¿De qué hablamos cuando nos reunimos? ¿Cuáles son los temas
que nos divierten y apasionan? ¿De qué cosas nunca hablamos? Hay muchos amigos que cuando se reúnen sólo
hablan de los demás, critican, comentan, o hablan todos al mismo tiempo…¿Cómo son nuestros encuentros?
¿Es mi vida social un verdadero lugar de encuentro?
¿Cómo estoy en mi lugar de trabajo? ¿Cómo vivo en el ambiente laboral? ¿Puedo ser yo mismo? ¿Cómo vivo la
relación con las personas con un cargo más alto que el mío y con las que tienen un cargo de menor jerarquía?.

¿Cómo estoy en mi casa y en mi familia? ¿Cómo me siento en el lugar donde vivo y con quiénes vivo? ¿Puedo
decir que “estoy presente” allí con quienes vivo? Muchas veces nuestros hogares se parecen más a la realidad de
un hotel: Estamos siempre de paso, allí comemos y dormimos, pero no guardamos ningún tipo de relación con
quienes viven bajo el mismo techo. ¿Cómo definiría nuestras relaciones familiares? ¿Con quién debería ejercitar
más la paciencia, la escucha, la dulzura, el perdón? Miro la relación con la persona que más me provoca ¿Qué
es lo que más debo ejercitar cuando estoy con él?

El hogar, la casa y la familia, son lugares que actúan como “matriz” de todos los demás lugares. Son lugares
que pueden ser muy reparadores, porque nos sentimos aceptados y queridos y donde podemos estar cómodos y
sin necesidad de máscaras o disfraces; Pero no siempre es así. A veces se vuelven verdaderas zonas de
conflicto, donde nos damos cuenta que estamos defendidos, o donde las personas con quienes vivimos nos
provocan y despiertan en nosotros reacciones desproporcionadas.

Muchas veces nuestro estar en el mundo está condicionado por las primeras experiencias de lugar que hemos
hecho en el seno de nuestra familia de origen. la comenzamos en nuestra familia de origen. Es necesario
abrirnos a la redención y dejar que el Señor cure nuestras y purifique nuestra memoria, para aceptar con amor
nuestra historia.

¿Cómo vivo mi lugar en la Iglesia, y en concreto, en esta comunidad de la que formo parte? Todos tenemos un
lugar en la comunidad y en la vida, y tenemos que aprender a ocuparlo con alegría:
Pero a veces nos olvidamos, y nuestro estar en el mundo se va haciendo una carga. Y a veces elegimos salirnos
de nuestro lugar. Porque no nos gusta, porque queremos que sea otro, porque nos gustan más los lugares de
otros. Y surge en nuestras vidas un pecado muy sutil, que nos cuesta identificar: El pecado de desubicación.
¿Cómo nos damos cuenta de que nos desubicamos? Porque aparece una constante insatisfacción y protesta
contra la vida; Nos quejamos de todo, nada ni nadie nos viene bien; Nada ni nadie es suficiente. Espero de mí lo
que no puedo, nada de lo que hago me alcanza, tengo una autoexigencia enorme que me lleva a no estar nunca
conforme con nada ni con nadie. Porque dejamos de hacer pie en nuestra vida cotidiana y vivimos ausentes,
perdidos, retraídos; nos falta la concentración, la capacidad par atender a lo que está pasando; Como si
estuviéramos siempre “en otro lugar”.
Este pecado hace que muchas veces al empezar el día ya estemos peleados con todo lo que vamos a vivir. Hay
algo de no perdón que nos imposibilita abrirnos a recibir el don de cada día.
Y un corazón así muchas veces no sabe agradecer, no sabe celebrar, no puede disfrutar, no puede apreciar lo
bueno, no sabe hacer fiesta del presente, porque en el presente siempre falta algo.
Nos desubicamos cuando nos salimos del lugar en el que debemos estar, cuando nos ponemos en lugares que no
nos corresponden. Y muy generalmente nos ponemos en el lugar de Dios, intentando hacer que la vida sea lo
que yo quiero que sea y como yo quiero que sea. Y nos empecinamos en hacer que no suceda esto que está
sucediendo; Intentamos con todas nuestra fuerzas en correr la realidad que es, para poner en su lugar a la
fantasía que nosotros queremos que sea…. ¡porque así yo lo quiero!
Vivir en esta tensión es estéril y agotador. Quedamos afuera de la vida, desubicados; Y el transcurrir del tiempo
se nos va haciendo pesado y nos vamos sintiendo tristes, vacíos y agobiados. LA vida nos juega en contra
porque no la entiendo, porque es injusta, porque no me parece, porque así no la quiero; porque no quiero que
pase lo que me pasa; porque quiero que mi historia sea distinta, porque necesito que cambien mis padres, mis
hermanos, mi marido, mis hijos...
Nos desorientamos. Perdemos la orientación a nuestro centro, y nos quedamos dando vueltas sin saber a dónde
ir. Huimos con la pretensión de encontrar afuera lo que no tenemos dentro y vamos probando suerte en otros
lugares. Pero nunca nos encontramos a gusto. Cambiamos de trabajo, de comunidad, de matrimonio, de personas
y amistades... Pero siempre nos encontramos con la misma sensación de ahogo y de vacío, de insatisfacción y de
infelicidad. No es posible vivir fuera de la realidad porque vamos muriendo y perdiendo la capacidad de sentir,
de ver, de escuchar, de gozar y de disfrutar la vida tal como es.
La vida en comunidad nos desafía a ocupar nuestro lugar en la vida. Porque el otro me confronta, me provoca,
me invita, me reta, me abraza… y me hace ocupara el lugar que me corresponde. Cada uno, en la vida
comunitaria, tiene que aprender a ocupar su propio lugar, a hacer lugar al otro, y dejar que Dios ocupe su lugar.
¡Qué lindo es vivir así! Cuando dejamos que Dios ocupe su lugar, cada uno de nosotros se ordena y se va
ubicando en su propio lugar. Entonces, la gracia de Dios se derrama sobre toda nuestra vida comunitaria, su luz
nos ilumina y su fuego nos enciende. Nuestros vínculos se vuelven luminosos, se hacen alegría, encuentro y
amistad. Ensancha nuestros corazones para amar sin medida. Siempre más y más.

9 Momento:
EJERCICIO DE INTEGRACIÓN:
15 minutos
Nos ponemos todos de pie, y comenzamos a caminar por todos los lugares del salón. Les pedimos que caminen
con la misma actitud que caminan en la vida comunitaria: cansados, agobiados, contentos, felices, mirando de
frente, etc.
En el medio de la ronda ponemos el cirio encendido y el libro de la palabra de Dios. Después de una rato de
caminata, los invitamos a que cada uno ocupe su lugar en la ronda de la comunidad… todos reunidos, mirando
hacia el centro, a Dios vivo en el centro de nuestra experiencia comunitaria. Vamos haciendo lugar para todos,
que nadie se quede afuera… vamos a buscar al que queda excluido, al que no se anima a ocupar su lugar. Nos
vamos corriendo… moviendo… agrandando nuestra ronda hasta hacer lugar para todos.
Cuando estamos todos en la gran ronda, ponemos la mirada en el centro de la ronda, en la presencia de Jesús en
medio nuestro. Dejamos la mirada fija en la luz del cirio que arde, contemplando la presencia del Señor.
Después los invitamos a retirar la mirada del centro y mirarnos unos a otros. Lentamente, como deteniendo la
mirada en cada uno. ¿Podemos descubrir en el corazón de cada hermano la presencia de Jesús, que arde como
fuego en su corazón? ¿Podemos contemplar en el hermano el resplandor de la luz de Jesús?
Nos damos un fuerte abrazo entre todos, como uniendo la ronda abrazada en dirección al centro.

10 Momento:
EJERCICIO DE REFLEXIÓN PERSONAL
45 minutos
Cada uno busca y elige un lugar para responder en silencio el MPEC 3

MPEC 3: OCUPAR NUESTRO LUGAR


1) Cuáles son los lugares en los que transcurre mi vida? Los enumero y pienso para cada uno: ¿Cómo me
siento en ese lugar? ¿Cuál es el aporte que yo hago para enriquecerlo? ¿En qué lugares me cierro, me
endurezco u opongo resistencias?
2) ¿Cuál fue mi lugar en mi familia de origen? Miro mi vida y trato de identificar la manera en que este
lugar de origen condicionó de algún modo mi estar en la vida (cómo me condiciona el ser hijo único , el
mayor, el menor, el del medio, en una familia de tres o en una familia numerosa ; el haber sido mellizo,
el tener un hermano enfermo o muy diferente a mí, el que se haya muerto alguien de mi familia cuando
era pequeño; la relación de mis padres; el haber sufrido algún incidente grave; abuso de cualquier tipo,
violencia, maltrato, etc.).
3) ¿Qué cosas de mi historia me cuesta aceptar? ¿Por qué? ¿Qué me gustaría no haber vivido? ¿Por qué?
¿Hay algo en mi vida que no puedo perdonar o perdonarme? ¿Qué?
4) Miro mi vida de hoy: ¿Me reconozco ocupando mi lugar? ¿Puedo reconocer alguna situación en la que
me desubico o me salgo de mi lugar? ¿Cuál?
5) ¿Qué lugar ocupo en mi comunidad? ¿Cómo me siento en este lugar?

11 Momento:
ORACIÓN DE LA VIDA: HONRAR NUESTROS LUGARES
40 minutos

El coordinador explica la finalidad de esta oración: Para poder ocupar nuestro lugar en la vida de hoy, tenemos
que poder mirar todos los lugares en los que transcurrió nuestra vida. Recibir la vida tal como se nos ha sido
dado, homenajear nuestra historia y dar gracias a Dios y a todas las personas que nos acompañaron e hicieron
que seamos las personas que somos hoy. Si es posible traer el Santísimo, lo colocamos en el centro de la ronda.
De pie, lo adoramos en silencio, hacemos una profunda reverencia y le pedimos que nos ayude a mirar, aceptar,
abrazar y amar nuestra vida, nuestros lugares y nuestra historia tal como fue y está siendo.
Luego el tallerista pide a los participantes que se den vuelta dando la espalda al centro de la ronda. Y así, de
espaldas, el tallerista les pregunta si están dispuestos a recibir la vida, a aceptarla, a honrarla. Es importante que
nos detengamos en este momento para dar lugar al consentimiento de cada uno para realizar esta celebración.
Remarcamos mucho su decisión. Les decimos que a medida que van consintiendo se den vuelta.
Y mirando al Santísimo expuesto damos tiempo a que cada uno diga en voz alta: Señor, este soy yo… estoy aquí.
Te reconozco como mi Dios y mi Señor. Señor de la vida y de la historia. Te pido que me des tu gracia para
recibir con amor el don de la vida. Para que pueda escucharla y abrazarla con amor. Y mirando al resto del
grupo dice: Estoy dispuesto a recibir, a escuchar y a abrazar mi vida y mi historia. Y me inclino, adorando al
Señor, haciendo el gesto de honra, doblando la cabeza e inclinando toda la columna, vértebra por vértebra.
Continuamos con la celebración. Invitamos a las personas a que adopten una postura cómoda y mantengan los
ojos cerrados. A medida que vayan escuchando las palabras que dice el tallerista, les pedimos que dejen que
fluyan los recuerdos e imágenes que vengan a su mente y que sean dóciles a las consignas que les vayamos
dando. Les recordamos que sólo harán lo que vayan eligiendo. Que no harán nada por imposición u obligación,
nada porque se sientan forzados a hacerlo. Es una propuesta, una invitación; son ellos quienes tienen que elegir
y decidir, para luego realizar lo que han elegido. Sólo así crecemos en libertad y responsabilidad. Y eso es lo
que necesitamos para vivir la vida en plenitud.
Trataremos de descubrir la presencia de Dios y cómo a lo largo de toda nuestra historia, nos ha manifestado su
amor y su providencia. Agudizaremos la escucha del corazón para reconocer su voz…decididos a escuchar la
vida para escuchar a Dios. Abrazar nuestras vidas y dejarnos abrazar por Dios.
Y el tallerista con voz pausada comienza a guiar el recorrido por la historia:
Miro a mis padres, a papá y a mamá, ellos me dieron la vida, me cuidaron, y mucho más. Si me entregaron en
adopción, miro a mis padres biológicos y los honro: les agradezco la vida; y luego miro y honro a mis padres
adoptivos.
La celebración recorrerá personas y diferentes momentos de la vida. Es indistinto que las personas estén vivas o
hayan muerto. Nosotros creemos que están en la eternidad y que podemos relacionarnos y orar con y por ellas a
través de Jesucristo.
Pongo la mirada en mi padre. Busco sus ojos y lo miro. ¿Puedo mirarlo?
Le digo: Papá, soy yo, soy tu hijo. Hoy quiero darte gracias y honrarte por la vida que me diste. Miramos
nuestro corazón; si hay algún reclamo, algún resentimiento o rencor, nos preguntamos si queremos entregarle
todo al Señor, recibir su perdón y perdonar y comenzar una nueva etapa. Más allá de lo que haya pasado, muy
dentro de nosotros el amor a nuestros padres está intacto. Para crecer en el amor es necesario perdonar; el
perdón no dado es el obstáculo más grande. Entro en diálogo con mi padre, ¿Qué le quiero decir?. Lo escucho
¿Qué palabras necesito escuchar de sus labios?
Respiro hondo y me inclino frente a mi padre. Le agradezco y lo honro por ser quien es: mi padre.
Repito lo mismo con mi madre.
Recorro mis primeros años. Dejo que fluyan recuerdos, imágenes, rostros, personas amadas, acontecimientos…
¿Qué siento? Recuerdo los lugares donde viví o aquellos que fueron significativos en esos años de mi infancia…
juguetes, amigos…¿Qué es lo que más me alegra al recordarlo? ¿Qué escucho? Risas, juegos, fiestas...palabras
de amor y de consuelo…llantos, gritos, soledades, abusos, violencia, alcohol.. ¿Hay algo que me pasó y que aún
me duele? ¿Algo que me niego a escuchar? ¿Algo que pasó y quisiera que no me hubiera pasado? ¿Cómo
transcurrió mi infancia? Percibo lo que más me alegra al recordarlo. Entrego al Señor lo que me dolió y le
agradezco el poder entregárselo confiando en su amor.
Me pregunto si puedo abrazar toda mi infancia así como fue; si puedo honrar ese jirón de mi historia. Respiro
hondo y me inclino frente a mi infancia, la honro. Tal como fue, y todo lo que me pasó hizo que sea la persona
que soy hoy.
De la misma manera, el tallerista guía el recorrido por la adolescencia y la juventud hasta la vida actual. Ayuda a
las personas a descubrir en cada etapa cómo Dios manifestó su amor y su providencia.
Miro mi vida hasta hoy… cada una de las cosas que me pasaron y así como me pasaron. ¿Hay algo que me
cueste escuchar? ¿Hay algo que me niegue a aceptar? Si hubiere algún incidente de la vida que me cuesta
aceptar, me pregunto si quiero detenerme en él para volver a mirarlo y a escucharlo con amor, y en presencia del
Señor que todo lo transforma, preguntarme si puedo aceptarlo, soltarlo, entregarlo. Ciertas experiencias
dolorosas son heridas que se mantienen abiertas; por eso duelen y están activas. Sólo Dios puede curarnos y
consolarnos. Dejemos que nos unja con su bálsamo de amor y de sentido. Por más que haya pasado hace tiempo,
si no está curado, es como si hubiera pasado ayer; por eso nos condiciona en la vida actual.
Confiados en el Señor ¿Puedo volver a esa situación? ¿Puedo escucharla? ¿Mirarla, abrazarla? Si no pudiera
¿Quisiera poder? ¡Señor ayúdame! Y me dejo abrazar por el Señor de la vida, con el deseo y la esperanza de
poder abrazar con amor esa parte de mi historia. Le doy gracias por el don de mi vida, por lo que hoy puedo
aceptar…y por lo que todavía me está costando. Y así, me presento al Señor, con mis luces y con mis sombras;
con lo resuelto, y con lo que todavía no.
Terminamos la celebración dejando un tiempo prudencial para quedarnos en una adoración confiada y
silenciosa. Podemos invitar a las personas a que se postren en el suelo en actitud de total entrega. Al rato, el
ministro de la comunión retira el Santísimo, e invitamos a las personas a volver a sus lugares para la compartida.

12 Momento:
COMPARTIDA EN GRUPOS PEQUEÑOS
60 minutos
En esta compartida, invitamos al grupo a compartir lo que quedó resonando en sus corazones de la oración de la
vida, y aquello que quieran compartir de las preguntas del MPEC.
Momento final:
FOGÓN-
A medida que van terminando las compartidas en los grupos pequeños, cada grupo se acerca al fuego que ya
está preparado para celebrar el final de nuestro retiro. Nos acercamos cantando: “Ven acércate” del Cd Deja que
Arda.
Los/las fogoneros/as le indican a cada participante que busquen un leño, hojas madera o algo que signifique
todo aquello que quieren arrojar al fuego, para que el Señor purifique sus corazones de todo lo que nos dificulta
la vida comunitaria. Podemos escribirlo en papeles y arrojar esos papeles atados a leños.
En torno al fuego, celebramos nuestra vida comunitaria, nuestros deseos de crecer en actitudes de
COMUNICACIÓN, COMUNIÓN Y COMUNIDAD.
El fogón puede terminar con la celebración de la eucaristía, o con algún alimento para compartir en torno al
fuego, bailando y cantando. Animamos con la canción “Atrévete hermano”.
Al terminar el fogón, cada uno se acerca con una pequeña velita a encenderla del fogón y pasarla a los demás,
como signo del compromiso que asumimos, de hacer crecer entre todos el fuego del amor de Jesús en nuestra
comunidad. Mientras encendemos las velitas cantamos “Signos de amor”.

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