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El valor de la cruz 

Mensajes Cristianos Lectura Biblica: Lucas 9:22-23 “Es necesario que el Hijo del


Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los
principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día. Y
decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame.” 
INTRODUCCIÓN 
El misterio más grande de nuestra fe es la Resurrección. Que Cristo haya vencido a la
muerte es el fundamento de nuestra fe y la Buena Nueva que anunciamos en el
Evangelio. 
Pero antes de la Resurrección, Jesús padeció por nosotros en la cruz. Padeció la
humillación y la muerte reservada a los pecadores. Siendo inocente, se hizo culpable
por nosotros. 
En el pasaje que leímos, Cristo está anunciando estas cosas a sus discípulos, para
que cuando ocurriesen, no flaqueen. Para que sepan que todo lo que iba a ocurrir,
estaba anunciado en las Escrituras como necesario para que ocurra la salvación. 
Él indica cómo será su muerte. Pero también indica cómo debe ser nuestra vida si
queremos ser sus discípulos. 
En primer lugar, debemos negarnos a nosotros mismos. Esto es, renunciar a todos los
deseos del mundo que llevamos en el espíritu y no nos dejan ser libres. Puede ser el
deseo de fama, de riquezas, de poder. Muchas cosas hay que consideramos buenas
para nuestra vida y no lo son. 
Renunciar a nosotros mismos es también renunciar a los criterios del mundo que
llevamos encima y adquirir los criterios del Evangelio. 
No puede ser el mismo el que abraza la Palabra como norma de vida. Hacerlo nos
modifica y nos establece una norma de conducta que implica renunciar a las formas
de comportarse mundanas. 
Renunciar a uno mismo es dejar nuestro libre albedrío en manos de Dios, para ser
verdaderamente libres. De lo contrario, lo que consideramos libertad, nos atará a los
lazos del pecado. 
Tomar la cruz cada día 
“Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí, éste la salvará.” (Lucas 9:24) 
La otra condición para el seguimiento del Señor es tomar la cruz cada día. No
cualquier cruz, la cruz que llevamos cada uno de nosotros. La cruz que es nuestra
cruz sólo la conocemos nosotros. Son nuestras angustias, nuestros trabajos,
nuestra debilidad. 
Puede ser una enfermedad, una dificultad, un vicio arraigado. Con la Palabra en la
mano y el Espíritu Santo en el corazón, debemos identificar nuestra cruz, para poder
llevarla más apropiadamente. 
Por eso el Señor quiso ser ejemplo nuestro antes de exigirnos esta tarea. Él llevó la
cruz del pecado de toda la humanidad. Y mediante ella, nos redimió. 
Por eso exige a sus discípulos que entreguen su vida, para ganarla. Porque de lo
contrario, estamos muertos. Somos muertos espirituales. Pero si entregamos nuestra
vida por Cristo, a favor de los hermanos y su salvación, seremos revividos por el
Espíritu. 
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda
solo; pero si muere, lleva mucho fruto.” (Juan 12:24) 
Así seremos nosotros si renunciamos a nuestros criterios y tomamos la cruz cada día.
Como una semilla que muere, pero para dar fruto. Si no muere, no lleva fruto, se
pudre. Por eso nos aclara Jesús que si amamos nuestra vida, la perderemos, pero si
la entregamos, la ganaremos para la vida eterna. 
El entregar la vida, el sacrificarla, no debe ser por cualquier causa. Por eso aclara
Cristo diciendo: “a causa de mí”. La mayor gloria de Dios y la expansión de su reino
tienen que ser la causa de entregar nuestra vida pecadora. 
Si queremos ser cristianos verdaderamente, tendremos incontables ocasiones de
negarnos a nosotros mismos y dar testimonio de Cristo. Porque seremos muchísimas
veces perseguidos a causa del Evangelio y su mensaje. Porque seremos combatidos
por el diablo tanto interna como exteriormente. 
Cuando prediquemos, se nos acusará. Se nos difamará. Intentarán hacernos
reaccionar, para que caiga en descrédito el anuncio de la salvación. No debemos
contestar. 
El Señor nos dejó su ejemplo, entregando su vida con mansedumbre. No respondió
más que con palabras de verdad y vida a los que lo acusaban. No mostró su poder,
sino que se encomendó a su Padre. Y hasta encomendó a sus verdugos, diciendo:
“No saben lo que hacen”. 
Conclusión 
Como cristianos, debemos ser como Jesús. Cargar nuestra cruz diariamente y
llevarla con mansedumbre. Entregando la vida para recobrarla como fruto de
resurrección. Pero la resurrección no ocurrirá hasta que no hayamos enterrado
nuestros criterios y renunciado a nosotros mismos.   

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