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2011, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A.
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México, D.F. C. P. 03100
• Santillana Ediciones Generales, S. L.
Torrelaguna, 60. 28043, Madrid
ISBN: 978-958-758-094-5
Primera Parte
Para dominar la culpa, hay que conocerla
Segunda Parte
Qué hacer frente a los desafíos
que enfrentamos como padres
Tercera Parte
A mayor claridad… menor culpabilidad
Notas 287
Bibliografía 293
Capítulo 0
¿Por qué los padres estamos
tan agobiados y confundidos?
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los hijos saben más que los padres en el campo más im-
portante de la vida actual: el de la informática y las nue-
vas tecnologías de la comunicación. Parece que los ni-
ños nacieran con un «microchip» incorporado, pues no
sólo entienden de forma innata todos los intríngulis de
la tecnología virtual, sino que son capaces de manejarse
con una maestría sorprendente en el espacio cibernéti-
co sin que nadie se los haya enseñado. Por esta razón,
nuestros hijos ya no nos ven como esos seres sabios y
todopoderosos a quienes pueden acudir para solucionar
todos sus problemas, sino que ahora somos nosotros los
que los buscamos a ellos para que nos ayuden a resolver
los nuestros. Así, los niños
son quienes nos enseñan a Los hijos hoy ya no
programar el celular, a des- nos ven a los padres
congelar la pantalla, a esca- como seres sabios y
near, a «textiar», a chatear, todopoderosos.
y hasta a usar el Blackberry
o el iPhone (que heredamos
de ellos). Esto significa que los hijos van más adelante
que nosotros, por lo que ya no somos sus héroes, los que
todo lo pueden y todo lo saben… sino sus aprendices.
No cabe duda de que formar a los hijos es hoy una
tarea mucho más compleja, que se lleva a cabo en cir
cunstancias muy confusas. Lo grave es que no se recono-
ce que los problemas que tenemos son el resultado de
mucho más que los desaciertos de unos padres bastante
perdidos, sino que además incluye la ambigüedad de una
sociedad cambiante que en el proceso de rechazar lo ne-
gativo del pasado también desechó lo positivo, pero no
lo sustituyó con propuestas basadas en convicciones co
herentes y sólidas, sino con pareceres personales sin mu
cha más razón de ser que la conveniencia individual.
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Otra razón para que los padres nos sintamos tan culpa-
bles hoy son las culpas que nos inculcaron a lo largo de
la infancia. Recuerdo que para mí fue agobiante crecer
convencida de que, por mi culpa y la de mis hermanos,
a mi mamá (según ella) le salían canas, se desvelaba o se
iba a enloquecer; que por este mismo motivo, mi papá se
estaba quedando calvo, vivía mortificado o se iba a arrui
nar; que a ellos les iba a dar un infarto o que los mataría-
mos de la angustia, como textualmente afirmaban cada
vez que les causábamos un disgusto. Lo único que a veces
me tranquilizaba, ante tales acusaciones, era saber que los
padres de mis amigas también las culpaban de desven-
turas similares.
Además de lo dañino que puede ser para los hijos sen
tirse culpables de causarles tantas desgracias a sus padres,
cuando hemos sido motivados en la niñez a comportarnos
como ellos esperaban a base de instigarnos sentimientos
de culpa, es muy posible que nos convirtamos en adultos
que estamos siempre dispuestos a complacer a los demás
motivados por esta misma razón.
Sigmund Freud llamó «culpabilidad infantil» a ese
sentimiento que comienza a aparecer en la infancia como
resultado del temor de un pequeño al percibir que depen-
de completamente de sus padres para sobrevivir, y que
si hace algo que los disgusta puede perder su amor. Así,
la culpabilidad infantil se convierte en un mecanismo de
autorreproche por acciones que los hijos sienten que pue
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cada uno algo distinto, y que por eso acabemos por per-
der de vista lo que nos dice nuestro sentido común… el
menos común de los sentidos. Esta sobredosis de infor-
mación suele llevar a que nos sintamos incompetentes y
además culpables por tantas fallas que nos descubrimos.
Otra consecuencia de la abundancia de recomenda-
ciones respecto a la forma correcta de criar a nuestros
hijos es que se ha sobredimensionado el impacto que tie
ne sobre los niños cualquier dificultad que enfrenten o
cualquier falla de nuestra parte. Y por ende, a que crea-
mos que los niños se pueden
«traumatizar» por cualquier
tropiezo intrascendente, por La sobredosis de
lo que los «comprendemos» información lleva
tanto que les permitimos to- a que nos sintamos
do, los protegemos de con culpables por tantas
secuencias duras pero for- fallas que nos vemos.
mativas, y les toleramos
conductas inadmisibles.
La «psicologización» de todas las dificultades de los
hijos distorsiona nuestras reacciones como padres debi-
do a que, en el afán por evitar contrariarlos, actuamos de
forma insegura y miedosa cuando lo que ellos requieren
de nosotros es firmeza y consistencia. La realidad que
muestran las investigaciones sobre este tema indica
que cuando los niños sienten que sus padres los amamos
y que estamos profundamente comprometidos con ellos,
se sobreponen sin mayor dificultad a nuestros desacier-
tos. Esta certeza les permite a los hijos sobrellevar nues-
tra ira injustificada o nuestros momentos de ofuscación
sin que les ocasionen daños irreparables.
Ya no podemos seguir ejerciendo una tarea, cada día
más compleja, de manera improvisada y espontánea sin
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