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PODER

Prof. Guido M. Buldurini 1

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El presente texto fue elaborado parcialmente sobre la base de la voz “poder” desarrollada en el conocido y prestigioso
Diccionario de Política de Norberto Bobbio (Bobbio, Norberto. Diccionario de política. 12a. ed. México, Siglo XXI, 2000, voz “Poder”,
págs. 1190 a 1202). Por otra parte, se trabajó el texto de Carlos María Vilas, El poder y la política: contrapunto entre la razón y las
pasiones (1ra. Ed. BsAs., Biblos, 2013), también en lo relativo al tratamiento del concepto de poder (Capítulo 1). Sin embargo, a los
efectos de adaptarlos a nuestra elección pedagógica, así como a nuestras necesidades didácticas, se han realizado modificaciones,
supresiones, innovaciones y sustituciones, tanto en su extensión (más extensa en el original) como, fundamentalmente, en lo
relativo a algunos conceptos, términos y ejemplos utilizados en los originales por los autores. Entre otras modificaciones e
innovaciones realizadas al texto de Bobbio, se ha reemplazado el término “objeto del poder” -con el que es designado en el texto
quien sufre el poder ejercido por otra persona- por el de “sujeto pasivo”, que se considera más adecuado y coherente con la
perspectiva relacional del poder preferida por el propio autor. Por otra parte, se han omitido algunos de los parágrafos contenidos
en el texto original, en tanto se han considerado más propios de una carrera -o de una especialización- en ciencias políticas que de
una materia introductoria perteneciente al primer año de la carrera de Derecho (parágrafos VII y VII, correspondientes a “El poder
en el estudio de la política” y “Métodos de investigación empírica”, respectivamente). Por otra parte, se han suprimido aquí las
citas de terceros autores y de terminología que se consideró excesivamente técnica o críptica, en aras de lograr una lectura más
fluida, accesible y ordenada. En el mismo orden de ideas, y teniendo en cuenta tanto la antigüedad del texto original de Bobbio, así
como su origen y perspectiva (europeos), algunos de los ejemplos utilizados en el mismo se han actualizado, adaptado o
directamente reemplazado por otros más adecuados a nuestro contexto latinoamericano y argentino, teniendo especial
consideración por la idiosincrasia de nuestrxs estudiantes (y docentes) y por la propia realidad y actualidad sociopolítica de nuestro
país y del NOA. En similar sentido, se ha tratado de reducir al mínimo la utilización de sujetos hipotéticos e impersonales (“el sujeto
A… sujeto B… acción x”), muy frecuentes en el original, por ejemplos y situaciones reales y concretas donde pueden verse en
acción a personas, autoridades o dirigentes políticos de carne y hueso en situaciones cotidianas. Algunos de los ejemplos están
ilustrados con imágenes y otros con videos que, en este caso, se despliegan al hacer clic en un hipervínculo. No obstante lo
anterior, la estructura abierta del texto hace posible la introducción de otros ejemplos que sean preferidos por la/el docente o lxs
estudiantes, teniendo en cuenta sus criterios y gustos, y lo dinámico de los cambios que permanentemente nos atraviesan.
En el marco de los contenidos mínimos previstos para la materia, se agrega de manera explícita el análisis específico del poder
político y sus características, que en el texto de Bobbio aparece solo de manera indirecta. Con el propósito de abrir posibilidades
de lecturas, interpretaciones y relaciones, se incluyen explícita o implícitamente vínculos del poder con la legitimidad, los DDHH, el
estado de derecho.
Finalmente, aunque no menos importante, se modificó el texto original para dotarlo de una escritura que refleje la decisión
política de la cátedra (y de la Facultad) de introducir la perspectiva de género en la formación de lxs estudiantes (y en nuestra
propia deconstrucción como docentes). En este sentido, se eliminaron las constantes alusiones del texto al poder del “hombre
sobre el hombre” o al “individuo” (en masculino) y se reemplazaron por expresiones más neutras o inclusivas como “persona”,
“humanidad” o “seres humanos”. De igual modo se introdujeron ejemplos donde es la mujer quien ejerce el poder, a la vez que se
eliminaron otros donde esta aparecía relegada o realizando actividades consideradas superficiales.
El propósito fundamental de todas estas adaptaciones, modificaciones y sustituciones es que el texto (y la materia) sirva como
un primer escalón en el análisis y comprensión del fenómeno del “poder” y sus vínculos con el derecho y con lo político, y no como
una barrera infranqueable para lxs estudiantes de primer año. A nuestro criterio, todo ello se realizó sin menoscabar un ápice el
rigor científico que debe caracterizar el material de estudio utilizado por una casa de altos estudios, pero al mismo tiempo
teniendo en cuenta, insistimos, que el texto forma parte de una materia introductoria y no de posgrado.
Como podrá advertirse, el texto se presenta desde una perspectiva pedagógica crítica, decolonial y no parametral, para
promover y facilitar -entre otras cosas- un vínculo estudiantes-docentes más democrático, participativo y creativo. En este sentido,
todas estas modificaciones no sólo tienen una finalidad didáctica -que lxs estudiantes accedan a un conocimiento significativo de
manera más eficaz- sino fundamentalmente pedagógica y política que van en línea con los propósitos de nuestra Facultad y del
sistema universitario público argentino: formar estudiantes y egresados capaces no solamente de comprender la realidad, sino
también de analizarla críticamente y, en última instancia, de transformarla.

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Esperamos que sea ésta una pequeña contribución para la concreción de esa tarea.
Índice:

I. Poder: definición (el poder como relación social)…………….….………………..3


II. Análisis de la relación de poder:.…………………………..…………….……………….4
1) Comportamiento del sujeto activo del poder
2) Comportamiento del sujeto pasivo del poder
3) Causalidad y poder normalizado
4) Recursos y atributos del poder
5) Conflictividad y modos de ejercicio del poder
III. El poder económico, ideológico y político....………………………………..……..8
IV. Poder político, conflicto y consenso……………………………………………………10 V. Poder
directo y poder indirecto……………………………………….………………….11
VI. Ejercicio del poder político, estado de derecho y DDHH.…………..……….11
VII. Esquema de la exposición..………………………………………………………….…….13

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I.- Definición: el poder como relación entre personas
En su significado más general, la palabra poder designa la capacidad o posibilidad de obrar,
de producir efectos, y puede ser referida tanto a individuos o grupos humanos como a objetos
o fenómenos de la naturaleza (como en la expresión "poder calórico" o "poder absorbente").
En esos casos se trata de metáforas para hacer alusión a las distintas fuerzas de la naturaleza.
En cambio, entendido en relación con la vida de los seres humanos en sociedad, el poder se
precisa y se convierte de genérica capacidad de obrar, en

la relación social dentro de la cual una persona (o un grupo) condiciona o modifica,


mediante el uso de determinados recursos, la conducta de otra persona (o grupo), o
determinan las condiciones en las que se desenvuelve la actividad humana. Es decir,
poder de una persona (o grupo de personas) sobre otra persona (o grupo de personas).

En este sentido, el ser humano no es solo el sujeto activo sino también sujeto pasivo del
poder social. Es poder social la capacidad de un padre o de una madre de impartir órdenes a
sus hijxs, o la de un gobierno de impartir órdenes a lxs ciudadanxs; pero no consideramos
poder a la capacidad de los seres humanos de controlar la naturaleza y servirse de sus
recursos. Claro que existen relaciones significativas entre el poder sobre los seres humanos y el
poder sobre la naturaleza y las cosas inanimadas: frecuentemente el primero es condición o
recurso para ejercer el segundo, o viceversa. Para aclararlo analicemos las siguientes imágenes
a modo de ejemplos, teniendo en cuenta que el poder es siempre una relación entre seres
humanos y no entre un ser humano y una cosa. En esta primera imagen que tenemos a la
izquierda vemos a una persona con mucho dinero, pero en una isla desierta. Se podría suponer
que se trata de una persona “poderosa” porque tiene todo ese dinero. Pero si nos detenemos
a pensar un poco nos daremos cuenta que, como no hay nadie más en la isla, no puede influir
sobre nadie, no puede pagarle a alguien para que limpie la isla o para que haga el trabajo duro
de sembrar, cosechar, recolectar o cazar lo que necesita para vivir, etc. Se hace evidente,
entonces, que el solo hecho de tener dinero no significa que una persona tenga poder.
Nuevamente, para que haya “poder” no es suficiente la posesión de una cosa (dinero, en este
ejemplo), sino que es necesario además que exista una relación entre personas o grupos de
personas que tenga ciertas características.

Veamos a continuación esta segunda imagen que tenemos a la derecha. Aparentemente ya


llegaron más personas a la isla, y no sólo eso, sino que por algún motivo se vieron inducidos a
comportarse del modo deseado por el primero, en este caso a cambio de dinero. Ciertamente,
como se acaba de señalar, el poder puede ser ejercido por medio de instrumentos o de cosas.
Si tengo dinero, puedo inducir a otro a tener determinada conducta que yo deseo, a cambio de
dinero. Pero si me encuentro solo o si el otro no está dispuesto a tener aquel comportamiento
por ninguna cifra de dinero, mi poder “desaparece”. Ello demuestra que mi poder no reside en
ninguna cosa (en este caso dinero), sino en el hecho de que hay otra persona (u otras
personas) y que esa persona se ve inducida por mí a comportarse según mis deseos.
Nuevamente, el poder no es una cosa, o su posesión: es una relación entre personas.
Debemos observar también que la expresión empleada antes, "poder del ser humano sobre
el ser humano", se entiende con mayor precisión como "poder de un ser humano sobre otro
ser humano". Con esta especificación se excluye de nuestro campo de indagación el poder que
una persona puede ejercer sobre sí mismo. Si acaso, como ejemplo, un señor se impone
determinada dieta para adelgazar y, a pesar de las tentaciones, mantiene su propósito, suele
decirse que aquel señor ejerce un poder sobre sí mismo. Del mismo modo, si una científica
investigadora se fija como meta durante la pandemia producir un 20% más de documentos

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científicos para presentar en encuentros de ciencia y lo cumple, se suele decir que tuvo el
poder de concentrarse y lograr su propósito. En estos casos, como en otros casos análogos, la
palabra poder está usada de modo metafórico, pero en realidad no se trata de una relación de
poder entre personas, sino de un ejercicio de autocontrol que empieza y termina en el ámbito,
por así decirlo, de una sola persona; mientras que el poder que aquí nos importa analizar, en
relación con el estudio de lo político, es aquel que una persona (o grupo) tiene o ejerce sobre
otra persona (o grupo).

II. Análisis de la relación de poder:

Cuando la capacidad de determinar la conducta de otras personas es puesta en juego, el


poder de simple posibilidad se transforma en acción, en ejercicio del poder. Así es que
podemos distinguir entre el poder como posibilidad, o poder potencial, y el poder
efectivamente ejercido, el poder en acción o poder actual. El poder puesto en acción es una
relación entre comportamientos. Consiste en a) el comportamiento del sujeto activo del poder
(persona o grupo que lo ejerce) que trata de modificar la conducta del sujeto pasivo (persona o
grupo que lo soporta); b) en el comportamiento del sujeto pasivo, quien concreta la
modificación de su conducta en los términos pretendidos por el sujeto activo, c) así como en el
nexo que une a estos dos compartimientos: los recursos del poder. Un examen más detallado
del poder en acción o poder actual comporta por eso un análisis de estos tres aspectos del
fenómeno:

II.1) Comportamiento del sujeto activo del poder:


En lo relativo al comportamiento del sujeto activo, se puede decir que este ejerce poder
cuando provoca intencionalmente un compartimiento del sujeto pasivo. Esto significa que se
trata de una relación que está dirigida a lograr un propósito de la persona que ejerce el poder,
es decir, su acción está orientada a generar o modificar determinadas conductas de aquellxs
sobre quienes se ejerce (los sujetos pasivos). En otras palabras, una relación de poder no se
entabla “por descuido” o “sin querer”. Por ejemplo, hay poder cuando una madre le ordena a
su hijo que se vista para ir a la escuela. O cuando un policía de tránsito nos hace una señal para
que nos detengamos. O cuando el presidente dispone la cuarentena por la pandemia del
coronavirus.

II.2) Comportamiento del sujeto pasivo:


Respecto del comportamiento del sujeto pasivo, podemos decir que el poder existe en sus
efectos; es decir, se materializa efectivamente solo cuando se consigue la obediencia: el sujeto
pasivo efectivamente modifica su conducta y la adapta a las intenciones del sujeto activo.
Siguiendo nuestros anteriores ejemplos: el niño, aunque a regañadientes, se viste para ir a la
escuela ante la orden de su madre; el conductor del automóvil detiene su marcha por la
indicación del policía de tránsito; las personas se quedan en sus casas por la disposición del
presidente. En cambio, si las conductas pretendidas no se obtienen, los actos unilaterales de
quien ordena, incluyendo las amenazas de castigos y privaciones o las promesas de premios y
recompensas, no alcanzan a integrar, por sí solos, una relación de poder (por ejemplo, si pese a
las amenazas de castigo por parte de su madre, el niño no se viste para ir a la escuela; o el
conductor continúa la marcha, o personas van a marchas contra la cuarentena o hacen
reuniones sin respetar la cantidad máxima permitida).
Por lo tanto, si bien el poder es intencional, su efectividad es probabilística. En otras
palabras, es probable que, ante las indicaciones, mandatos u órdenes del sujeto activo, el

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sujeto pasivo las acate y las cumpla. Pero como se trata de relaciones humanas y no de leyes
físicas, no podemos estar completamente seguros de que así ocurrirá. Esto es, no estamos ante
una certeza, sino ante una probabilidad, que en está condicionada siempre tanto por los
recursos, atributos y capacidades del sujeto activo, como por la capacidad de resistencia,
evasivas o dilaciones de aquellxs de los sujetos pasivos.

II.3) Causalidad y poder normalizado:


Las características del poder anteriormente analizadas (intencionalidad y efectividad) nos
indican que existe una cierta causalidad en las relaciones de poder, en cuanto el
comportamiento del sujeto activo es causa del comportamiento del sujeto pasivo. La existencia
de esta causalidad en el ejercicio del poder ha suscitado alguna controversia; se ha sostenido,
por ejemplo, que hay conductas que se cumplen sin necesidad de mandatos, porque se llevan a
cabo por opción “voluntaria” de los sujetos. Pensemos, por ejemplo, en el sinnúmero de
comportamientos que realizamos diariamente sin que aparentemente nadie nos obligue:
frenamos cuando el semáforo está en rojo, no esclavizamos a nadie, no nos batimos a duelo si
alguien escribe un comentario negativo en nuestras redes sociales, etc. ¿En estos casos, hay o
no hay ejercicio de poder? En términos más técnicos, lo que hacemos en esos casos es respetar
normas: si no las cumplimos es muy probable que suframos sanciones (multas, o en los casos
extremos que nos encarcelen). Para que cumplamos estos distintos tipos de normas casi sin
darnos cuenta, en todas las sociedades existen instituciones (escuelas, iglesias, medios de
comunicación, agencias gubernamentales, etc.) y estructuras (propiedad y aprovechamiento de
recursos económicos, clases sociales, criterios predominantes de prestigio social, organización
familiar, etc.) que, por así decir, “entrenan” a la gente a desenvolverse de cierta manera
respecto de determinadas cuestiones públicas y privadas, acotan y orientan sus opciones, y
condicionan la formación de sus preferencias.
Ahora estamos en mejores condiciones de responder la pregunta que nos hacíamos antes
¿hay o no hay poder en los casos de los ejemplos del párrafo anterior? La respuesta más
apropiada parece ser que el poder efectivamente se ejerció, pero hace mucho tiempo, y en
algún momento empezó a parecer “normal” comportarnos de siguiendo esos patrones de
conducta que se ordenaron. Por ejemplo, hoy nos parece muy normal disfrutar de nuestra
libertad individual y que, por tanto, no haya esclavos. Pero eso no era así hace 150 0 200 años
atrás. De hecho, la mayoría de los países tuvieron que establecer normas que penaran la
esclavitud con graves sanciones para que se respete la libertad, e incluso hubo guerras por esta
causa: en otras palabras, se ejerció poder para establecer el respeto de la libertad.
Es fundamentalmente por todo eso que la mayoría de la gente no necesita tener un policía
al lado para respetar la vida, la libertad, la integridad física y la propiedad ajenas, para cumplir
los contratos, honrar la palabra empeñada y, sobre todo, obedecer a quienes mandan.

II.4) Los recursos y atributos del poder:


Como hemos visto en la definición de poder social, uno de los elementos de la misma son
los denominados “recursos o atributos del poder”. Se necesita que quien ejerce poder tenga a
su disposición uno o algunos de los recursos y la habilidad suficiente para que puedan ser
empleados para ejercer poder. Los recursos de este tipo son innumerables: la riqueza (como en
el caso del ejemplo de la isla cuando ya llegó más gente), la fuerza, la información y el
conocimiento, el prestigio social, la legitimidad, la popularidad, la amistad y otras relaciones
cercanas con personas que tienen una posición alta de poder, y así sucesivamente. Pero eso no
basta. La susodicha capacidad de una persona para ejercer poder, depende también de la
habilidad con la cual está en condiciones de convertir en poder los recursos que tiene a su
disposición. Por ejemplo, no todos los hombres ricos tienen la misma habilidad de emplear los
recursos económicos para ejercer poder, y el presidente de un país puede mostrar habilidad

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para emplear los recursos estatales, mientras otros presidentes no saben hacerlo. Esta
habilidad puede referirse no solo a la utilización de un solo recurso sino también a la
combinación del empleo de varios de ellos, y, en el caso de que sea un grupo, la cohesión y la
coordinación del grupo mismo contribuyen a ello. Así, en las relaciones internacionales los
poderes recíprocos de dos gobiernos pueden no ser proporcionales a los recursos (humanos,
económicos, militares, etc.) que los dos gobiernos tienen, respectivamente, a disposición, ya
sea porque uno de los dos gobiernos está dotado de mayor habilidad en la utilización de un
recurso muy importante o en el empleo combinado de varios recursos, o bien porque uno de
los dos gobiernos se caracteriza por un grado mayor de cohesión y por una coordinación más
eficaz. Por otra parte, el hecho de que una persona esté dotada de recursos y de habilidades
aun en máximo grado no es suficiente para hacer que tenga poder sobre otra persona. Por
ejemplo, Juan Conchesquiú puede tener mucho dinero y sin embargo no tener poder sobre el
paupérrimo Pedro Navaja respecto de ciertos comportamientos si el segundo no está
dispuesto a realizar tales comportamientos por ningún precio. Análogamente, un hombre que
dispone de los más poderosos medios de violencia no tiene poder sobre un hombre inerme
respecto de un cierto comportamiento si el segundo prefiere la muerte antes que tener tal
comportamiento. Es el caso del mártir que rechaza renegar de su Dios o del conspirador que
rechaza revelar los nombres de sus compañeros. Se trata, indudablemente, de casos
excepcionales, pero que tienen el valor de poner en evidencia, una vez más, que el poder es
una relación entre seres humanos: una relación que se quebranta si a los recursos del sujeto
activo y a su habilidad de emplearlos no corresponde la disposición del sujeto pasivo de dejarse
influir. Esta disposición —esto es, la probabilidad de que B tenga el comportamiento querido
por A— depende en última instancia de la escala de valores de B. Si los instrumentos usados
para ejercer el poder tienen un empleo generalizado en un cierto ámbito social, como puede
ser el caso del dinero, en aquel ámbito habrá también una disposición más o menos
generalizada a dejarse influir respecto de ciertas esferas de actividad. Según esta suposición, si
para obtener sus fines Juan Conchesquiú no tiene necesidad de modo específico del
comportamiento de Pedro Navaja (como ocurre en el caso del mártir o del conspirador) sino
del comportamiento de cualquier otra persona que pueda llevar a cabo lo que quiere... Su
probabilidad de tener éxito dependerá de la escala de valores prevaleciente en el ámbito social
en el que se mueve y de lo que pretenda. Sobre la base de los conceptos desarrollados en el
análisis del poder se pueden individualizar las relaciones de poder estabilizado, que son
particularmente importantes en la vida social y política. El poder está estabilizado cuando a
una alta probabilidad de que los sujetos pasivos cumplan con continuidad los comportamientos
deseados por quienes ejercen el poder, corresponde una alta probabilidad de que quienes
ejercen el poder realicen con continuidad acciones dirigidas a ejercer poder sobre los sujetos
pasivos. El poder estabilizado se traduce frecuentemente en una relación de mando y
obediencia, y puede estar o no estar acompañado por un aparato administrativo encargado de
llevar a término los mandatos del detentador del poder (como ocurre, respectivamente, en el
caso del poder de gobierno y en el del poder del padre sobre el hijo). Además, el poder
estabilizado puede basarse en las características personales del detentador del poder (sus
habilidades, la fascinación, el carisma, etc.) o si no puede basarse en el papel del detentador
del poder (presidente, madre, policía). Cuando la relación de poder estabilizado se articula en
una pluralidad de papeles claramente definidos y establemente coordinados entre ellos, se
habla de seguro de poder institucionalizado. Un gobierno, un partido político, una
administración pública, un ejército, actúan siempre, en la sociedad actual, con base en una más
o menos compleja institución.

II. 5) Modos de ejercicio y conflictividad del poder:

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a) Los modos de ejercicio del poder: los modos específicos en que los recursos pueden
ser usados para ejercer poder son múltiples: desde la persuasión hasta la manipulación, desde
la amenaza de un castigo hasta la promesa de una recompensa. Algunos autores prefieren
hablar de poder sólo cuando la determinación de los comportamientos ajenos se funda en la
coerción. En este sentido se distingue a veces entre poder e "influencia". La coerción puede ser
definida como un alto grado de constricción (o amenaza de privaciones). Ella implica que las
alternativas de comportamiento a las que se enfrenta el sujeto pasivo (que la sufre) son
alteradas por las amenazas de sanciones que realiza el sujeto activo (que la ejerce) de tal modo
que el comportamiento que este último desea del primero termina por aparecer delante de
quien sufre el poder como la alternativa menos penosa. Es el caso del asaltado que es
amenazado y entrega el celular para salvar su vida. Pero en el concepto de coerción se puede
hacer entrar también un alto grado de incentivación (o promesa de ventajas o beneficios). En
este sentido también sufre coerción, por ejemplo, el individuo que, para salir de un estado de
extrema pobreza, acepta cumplir un trabajo peligroso o degradante a cambio de dinero.
b) Conflictividad del poder: el problema de la conflictividad del poder tiene que ver, al
menos en parte, con las formas específicas a través de las cuales se modifica la conducta ajena,
es decir, con los diversos modos de ejercicio del poder que vimos antes. La pregunta que
buscamos responder aquí es la siguiente: ¿Las relaciones de poder son necesariamente
relaciones antagónicas y conflictivas? Para responderla debemos distinguir dos momentos en
la relación de poder. Así, se puede hablar de conflicto entre la voluntad del sujeto activo y la
del sujeto pasivo en el momento en el que el primero inicia la tentativa de ejercer poder sobre
el segundo o refiriéndonos al momento en el que el sujeto pasivo realiza el comportamiento
pretendido: en el momento inicial o en el momento final del ejercicio del poder. Ahora bien,
que haya un conflicto inicial entre ambas voluntades está implícito en la definición del poder: si
la madre no hubiera ejercido su poder, el niño hubiera actuado de otra manera diferente: por
ejemplo, no se hubiese vestido y hubiera seguido durmiendo. El problema que interesa es el de
saber si hay necesariamente un conflicto entre ambas voluntades también en el momento
final. Para responder a esta pregunta consideremos el ejemplo del establecimiento de la
cuarentena durante la pandemia de coronavirus por parte del presidente Alberto Fernández.
Entendemos que estamos ante un ejercicio de poder basado a la vez en la persuasión, por un
lado, y en la amenaza de un castigo, por el otro. Podríamos distinguir a modo de ejemplo tres
tipos de personas en ese caso: 1) una médica infectóloga que estaba de acuerdo con las
medidas tomadas e igualmente se hubiera resguardado en su casa por precaución, aun cuando
no se hubiera dispuesto la cuarentena (este no es un caso de poder porque las dos voluntades
coinciden desde el inicio, no hay modificación de la conducta); 2) una persona mayor que
hubiera preferido salir a la calle libremente como antes, pero el mensaje del presidente le
convenció de la gravedad de la enfermedad, de la inexistencia de tratamientos y del
aislamiento como medida preventiva (aquí funciona el poder por persuasión); 3) un opositor al
gobierno que hubiera preferido salir y seguir con su vida normal e incluso ir a una marcha de
protesta, pero no lo hizo por temor a ser detenido por la policía u obligado a pagar multas
(aquí funciona el poder por coerción, por temor a las posibles sanciones legales).
Pero en el caso del poder de persuasión, la persona mayor, después de la intervención del
presidente, pudiendo salir a pasear prefiere ella misma quedarse en su casa. En otras palabras,
atribuye mayor valor al comportamiento que tiene después de la intervención del presidente
que al comportamiento que habría tenido en ausencia de tal intervención: su conducta se vió
modificada (se quedó en su casa) porque los argumentos lo convencieron; en consecuencia,
podemos decir que no hay conflicto de voluntades. Por el contrario, en el caso del poder
basado en la amenaza de un castigo, el opositor, después de la intervención del presidente,
continúa prefiriendo salir y hacer una vida normal, pero se queda en su casa no porque esté

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convencido, sino porque teme ser sancionado. En consecuencia, podemos decir que en esta
relación de poder hay un conflicto de voluntad.
Pero el carácter de antagonismo (conflicto) de las relaciones de poder puede derivar, antes
que de los conflictos de voluntad que hemos enumerado apenas, de otros aspectos del poder.
Por ejemplo, en la relación de 'manipulación" no surge inmediatamente un conflicto, pero hay,
por regla, un conflicto potencial, que se hace actual cuando el sujeto pasivo se da cuenta de
que su conducta ha sido manipulada por el sujeto activo, y este conflicto puede derivar del
simple hecho de la manipulación: del juicio negativo y del resentimiento del sujeto pasivo
delante de la operación manipulatoria del sujeto activo. En otros casos la conflictividad de la
relación puede nacer del hecho de que el sujeto pasivo se siente herido y nutre resentimiento
por la grave desigualdad entre sus propios recursos y los del sujeto activo, como asimismo del
hecho de que éste saca ventaja de esta situación de desigualdad. El resentimiento fruto de la
desigualdad de recursos es, junto con el antagonismo de las voluntades, la segunda y principal
matriz de la conflictividad del poder. Sin embargo, debemos subrayar que esta segunda matriz
de la conflictividad del poder, que consiste en la desigualdad de recursos y en el consiguiente
resentimiento social, constituye una causa solo potencial de conflicto. En primer lugar, en
efecto, la desigualdad de recursos, que está en la base de una relación de poder continuado y
asimétrico, puede no ser vista por quienes están sometidos al poder. En segundo lugar, puede
suceder que se den cuenta de la desigualdad de recursos, pero que al mismo tiempo la acepten
como justa y legítima sobre la base de una determinada doctrina política o social (por ejemplo,
una persona pobre que cree en la meritocracia y acepta que haya personas con mucho dinero
porque atribuye esa riqueza al trabajo y al esfuerzo). En tercer lugar, aunque la desigualdad de
recursos se perciba de hecho y se considere injusta, puede ser atribuida a sujetos o a entidades
distintas de los que detentan el poder (por ejemplo, una persona pobre que piensa que su
situación es injusta, pero cree es así porque “Dios así lo quiso” y no por la situación económica,
social y política del país). Y, finalmente, puede suceder que el sentido de injusticia o de
resentimiento social —aunque dirigidos contra los detentadores de poder— resulten
suprimidos por los oprimidos o por lo menos no desemboquen en un conflicto abierto (“le
tengo bronca pero como no me conviene expresarla, ´me la guardo`, o por lo menos no la
expreso en público”).

III: El poder económico, ideológico y político:

Como ya vino antes, el ejercicio del poder supone la activación de un conjunto heterogéneo
de atributos y recursos. Dependiendo de los medios movilizados para obtener la obediencia, es
usual distinguir el poder económico, el poder ideológico y el poder político.

a) El poder económico: se basa en la desigual distribución y apropiación de los recursos


necesarios para la subsistencia y la calidad de vida de quienes se espera un determinado
comportamiento. Esto vale tanto para las personas físicas como para las organizaciones (por
ejemplo, empresas de negocios). La amenaza de despido o disminución del salario en el empleo
suelen ser herramientas a las que recurren las empresas para obtener un mejor desempeño de sus
trabajadores y directivos; la falta de tierras laborables obliga a los agricultores a aceptar las
condiciones que fija el terrateniente para el acceso temporal a una parcela; la retención de oferta de
bienes o servicios puede forzar a un gobierno a autorizar un aumento de precios, a modificar una
política tributaria o un esquema de relaciones laborales, trabajos insalubres o de mucho esfuerzo. La
configuración monopólica u oligopólica de algunos mercados limita los márgenes de maniobra de las

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firmas pequeñas y medianas, y subordina su desenvolvimiento a las estrategias de las empresas que
controlan el mercado. La manipulación de los mercados financieros ha probado ser un instrumento
particularmente eficaz para el disciplinamiento político o incluso el derrocamiento de gobiernos
reformistas. A la inversa, un boicot organizado por los consumidores puede obligar a una empresa a
bajar el precio o mejorar la calidad de determinado producto, o a observar un mejor trato respecto
de determinados grupos de personas (mujeres, campesinos u otra categoría sometida a algún tipo
de discriminación o abuso por esa empresa o por sus directivos).

b) El poder ideológico: este tipo de poder se asienta en la persuasión de las ideas y en su


capacidad para influenciar comportamientos humanos. Una ideología consiste en la selección y
organización de ciertas ideas para ofrecer interpretaciones del mundo, tornarlo comprensible y
manejable. El poder de las iglesias sobre su feligresía, con sus promesas de salvación y amenazas de
castigo ultraterrenos, es un caso típico de poder ideológico, pero también podemos incluir aquí a las
doctrinas políticas o filosóficas, las teorías económicas y jurídicas, o las modas intelectuales (en la
medida en que todas pretenden influir en la conducta de las personas). Es imprudente subestimar el
poder de las ideas: todas las grandes transformaciones sociales han tenido y tienen como punto de
partida la difusión y aceptación de ideas que iban contra la corriente de los saberes establecidos y de
las convicciones hasta entonces predominantes (pensemos en la Revolución Francesa, por ejemplo).
A diferencia del poder económico, el poder de las ideas siempre tiene un fuerte ingrediente
normativo, sea porque plantea cómo debe ser lo que realmente es (ideologías revolucionarias o
reformistas), o porque sostiene que lo que ya es actualmente se ajusta a lo que debe ser (ideologías
conservadoras). La configuración de las relaciones de poder en un ámbito de la vida social no es
neutra respecto de la configuración de esas relaciones en los otros ámbitos; existe una vinculación
usualmente estrecha entre los recursos y modalidades de ejercicio del poder económico y del poder
ideológico. En La ideología alemana Marx y Engels afirmaron que las ideas dominantes en una época
son las ideas de la clase social dominante, y ésta es la que detenta la propiedad y el poder de
disposición de los medios de producción; su control le permite a la burguesía convertirse de clase
económicamente dominante en clase política y culturalmente dominante. Cuando se piensa, por
ejemplo, en la amplia acogida que durante más de dos décadas recibió el llamado ´neoliberalismo`
en gran parte del mundo (y en algunos lugares y ámbitos aún conserva), no puede menos que
concedérseles razón. Así, sin necesidad de recurrir de forma abierta o continuada a la coacción física,
imponen o estimulan la difusión de ideas, saberes, significados y formas de percibir e interpretar la
realidad que convalidan la dominación del grupo hegemónico, la transforman en un aparente
sentido común y descalifican a las ideologías que lo cuestionan.
Pero el poder de las organizaciones económicas o de convocatoria ideológica tiene límites,
porque su eficacia para motivar y controlar actitudes, opiniones y conductas refiere
fundamentalmente a aspectos particulares de la vida de quienes pertenecen a ellas o se
encuentran bajo su influencia. Así, una empresa de negocios puede ejercer poder sobre sus
trabajadores en todo lo referente a las relaciones laborales y dentro de las instalaciones de la
firma, pero sólo indirectamente y con eficacia muy reducida puede condicionar los aspectos de
sus vidas que se desenvuelven al margen de lo laboral: la elección de sus parejas, el nombre y
la educación de sus hijos, el comportamiento en espacios públicos, el uso del tiempo libre, la
participación en organizaciones sociales, la afiliación a un partido político, etc. De igual manera,
en lo relativo al ámbito del poder ideológico, una iglesia puede establecer castigos terrenales
(como la exclusión respecto de determinados ritos o el cumplimiento de penitencias
corporales) y prometer sanciones ultraterrenas para quienes infrinjan los mandatos del culto
que administra; sin embargo, ello no tiene influencia en el comportamiento de los feligreses de
otros cultos, en quienes no practican culto alguno y a veces tampoco en considerables
porciones de la feligresía propia -como se advierte, por ejemplo, en la reducida eficacia de las
recomendaciones de la Iglesia católica en materia de prevención del embarazo y en general

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relativas a la vida sexual de las personas-. Para que sus directivas aspiren a una eficacia más
allá de esos bordes, las organizaciones económicas o ideológicas deben convocar en su auxilio
al poder político.

c) El poder político: las ventajas de tener el poder político a favor de uno son muchas; la principal
de todas es que dota a los mandatos de carácter imperativo y los convierte en derecho. Ello es así
porque el poder político tiene como rasgo constitutivo y específico el recurso actual o potencial a la
fuerza física. Lo que califica a una relación de poder como relación política es que ella descansa en
última instancia, e intrínsecamente, en la superior capacidad de exigir coactivamente la obediencia a
sus decisiones dentro de un determinado ámbito geográfico. Solamente las decisiones políticas, bajo
la forma de leyes, decretos o disposiciones de similar índole, se aplican con fuerza coercitiva a la
generalidad de las personas que habitan determinado territorio. Esto es Jo que comúnmente se
conoce como “la fuerza de la ley": la posibilidad socialmente reconocida de utilizar instrumentos
coactivos (policía, tribunales, cárceles) para obtener la obediencia a los mandatos y castigar
ejemplarmente la desobediencia. La firmeza de la fe y la fuerza testimonial de los apóstoles y los
primeros conversos fueron fundamentales para instalar el cristianismo en la sociedad de su tiempo,
pero es indudable que el vigor del mensaje cristiano fue potenciado por la conversión del emperador
Constantino. Su adopción como religión del imperio y lo subsiguiente posibilidad de aplicar a su
difusión los recursos y la fuerza de éste. La circunstancia de que el desembarco del cristianismo en
playas americanas haya tenido lugar junto con la fuerza de la espada (una violencia que en algunos
lugares llegó al extremo del genocidio), sin duda influyó en no pocas de las muchas conversiones que
se sucedieron a partir de aquel acontecimiento. Más hacia nuestro tiempo, las ideas de algunos
economistas neoclásicos promotores del neoliberalismo alcanzaron proyección más allá de los
grupos de especialistas e imperatividad a partir de su adopción por parte de algunos gobiernos
(EEUU y Gran Bretaña entre los primeros de la lista).
Como vimos, la posibilidad de recurrir a la coacción en última instancia es la característica
constitutiva y distintiva del poder político. Sin embargo, debemos destacar aquí un poder
político que tenga la pretensión de mantenerse en el tiempo necesita también del consenso del
pueblo al que gobierna y no sólo de la violencia. En otras palabras, el uso de la fuerza física
debe ser la excepción y no la regla. Esta necesidad de contar, en alguna medida, con el
consentimiento del pueblo nos lleva a considerar el tema de la legitimidad política, tema que
se profundiza en otra unidad de la materia.

IV. Poder político, conflicto y consenso:

Hablar de decisiones de poder implica hacer referencia a la intencionalidad, al despliegue de


la voluntad y, en última instancia, a las relaciones sociales que dan lugar a conflictos en torno a
ideales, propósitos y medios para alcanzarlos. El conflicto es inherente a la política por varias
razones. En primer lugar, porque la pluralidad social genera una diversidad de objetivos,
medios y modos de acción promovidos por los diferentes grupos sociales, económicos y
políticos. Todo régimen político se organiza de acuerdo con una cierta idea colectiva de justicia
o bien común que transforma los intereses en derechos y obligaciones, y de ciertos criterios
sobre como ordenar el conflicto y la cooperación social. La política surge así de la intersección
del conflicto y el poder. La conflictividad social es más amplia que la conflictividad política y no
todo conflicto social constituye necesariamente un conflicto político, pero dadas determinadas
condiciones, puede devenir tal. En segundo lugar, la política es inherentemente contenciosa
porque frente a cada situación respecto de la que hay que tomar una decisión y encarar
determinadas acciones, siempre es posible dar más de una respuesta. Pero para desempeñarse
como ingredientes dinamizadores y fortalecedores de la democracia, el conflicto y la lucha

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política deben ajustarse a ciertos criterios, normas y valores compartidos por todos quienes
activa o pasivamente participan de ellos: las reglas del juego democrático.
Como síntesis de este apartado, podemos decir que tanto el ejercicio de la coacción (fuerza
física) como la construcción de acuerdos y consensos son inherentes a la política. De esta
manera, que el conflicto sea inevitable -porque hace a la dinámica social- no quiere decir que
no pueda ser canalizado y acotado de manera de hacer del recurso a la violencia una solución
de última instancia y excepcional, en condiciones de ejercicio consensuadas por una
determinada sociedad.

V. Poder directo y poder indirecto:

El poder puede efectivizarse tanto de manera directa como indirecta. En el primer caso, se
trata de relaciones en las que el sujeto activo interpela sin mediaciones al sujeto pasivo:
ejemplos de este tipo de poder lo son los casos de la madre que ordena vestirse a su hijo o del
agente de tránsito que ordena al conductor detener la marcha de su vehículo, o el presidente
ordenando la cuarentena; pero también lo son la prohibición de fumar en determinados
lugares, la obligación impuesta a los fabricantes de productos alimenticios de respetar ciertas
normas de salubridad; en términos más generales, la legislación penal, la tributaria o la referida
a los contratos, entre otras. Como puede verse, son decisiones que limitan la autonomía de las
personas directamente involucradas por ellas.
En cambio, el segundo caso -el del poder indirecto- refiere al control o la regulación de los
contextos y las condiciones materiales, institucionales y simbólicas en que las personas
desenvuelven su existencia dentro de la sociedad y con la naturaleza, así como la restricción o
la ampliación de las opciones que están disponibles para el ejercicio de su voluntad. Un
ejemplo típico de este tipo de ejercicio de poder lo constituye el de la construcción de las
autopistas urbanas en la ciudad de Buenos Aires durante la última dictadura militar (1976-83).
Con el fin declarado de acelerar el tránsito vehicular, miles de viviendas fueron destruidas,
muchísimas familias debieron migrar o fueron compulsivamente reubicadas en zonas alejadas
de sus lugares de trabajo y de las escuelas de sus hijos, con poca y mala infraestructura
sanitaria. La alteración del espacio urbano modificó drásticamente las condiciones de vida de
las personas con efectos de largo plazo. En sentido similar, pero con efectos beneficiosos,
podemos citar como ejemplos de este tipo de poder indirecto a la construcción de
universidades, hospitales, plantas de tratamiento de aguas servidas, etc. para las poblaciones
cercanas. La decisión política de instalar esos servicios públicos mejora el contexto y las
condiciones de posibilidad de miles de personas que, a partir de entonces, podrán optar por
estudiar una carrera universitaria, o salvar su vida por tener un hospital próximo.
Otro ejemplo, en este caso de control del contexto o las condiciones simbólicas (aunque
también materiales), podemos verlo en el patriarcado. Como sabemos, son múltiples las
restricciones que durante mucho tiempo ese sistema de subordinación ha impuesto sobre
mujeres: desde las actividades que pueden o no hacer en el ámbito privado
(fundamentalmente restringidas a lo doméstico), hasta las limitaciones que todavía hoy sufren
en el ámbito de lo público.
Como puede verse los ejemplos de poder indirecto están previstos por la última parte de la
definición de poder que se dio al inicio del texto (“…o determinan las condiciones en las que se
desenvuelve la actividad humana”), en los cuales no hay una modificación directa de las
conductas de los sujetos, pero sí una alteración del contexto y las condiciones en las que viven.

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VI. Ejercicio del poder político, estado de derecho y DDHH:

Como vimos anteriormente, una de las características fundamentales y distintivas del poder
político es que, en última instancia, puede recurrir a la fuerza física para hacer cumplir sus
mandatos. Sin embargo, esto no quiere decir que el poder político no tenga límites para
hacerlo. Por el contrario, en los países donde rige el estado de derecho y el respeto por los
Derechos Humanos, los límites al recurso de la fuerza física son claros y contundentes.
Según Naciones Unidas, el estado de derecho puede definirse como un principio de modo
de gobierno en el que todas las personas, instituciones y entidades, públicas y privadas,
incluido el propio Estado, están sometidas a leyes que se promulgan públicamente, se hacen
cumplir por igual y se aplican con independencia, además de ser compatibles con las normas y
los principios internacionales de Derechos Humanos. Asimismo, exige que se adopten medidas
para garantizar el respeto de los principios de primacía de la ley, igualdad ante la ley,
separación de poderes, participación en la adopción de decisiones, legalidad, no arbitrariedad,
y transparencia procesal y legal.
Por otra parte, entendemos a los Derechos Humanos como un repertorio abierto de
libertades y derechos inherentes a cada uno de los seres humanos sobre la base de su igualdad
y dignidad personal y social. Este conjunto de libertades y derechos apunta a garantizar y
satisfacer condiciones indispensables para el desarrollo de una vida digna, “sin distinción
alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen
nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Ahora que recordamos las definiciones de estado de derecho y DDHH, estamos en
condiciones de retomar el asunto del ejercicio de la fuerza física: el poder político puede hacer
uso de la fuerza física pero siempre tiene la obligación de hacerlo respetando el estado de
derecho y los DDHH.
En caso de no respetar esos límites, el poder político puede enfrentar consecuencias
jurídicas (sanciones a nivel local o internacional) y/o políticas (críticas de organizaciones
nacionales o internacionales, debilitamiento de la legitimidad, etc.). Como ejemplo de exceso
en el uso de la fuerza física por parte del Estado argentino y sus consecuencias, tomemos el
denominado “Caso Bulacio”: El 19 de abril de 1991 la Policía Federal Argentina realizó una
detención masiva (o razzia) de “más de ochenta personas” en la ciudad de Buenos Aires, en las
inmediaciones del estadio Club Obras Sanitarias de la Nación (BsAs), lugar en donde se iba a
realizar un concierto de música rock. Entre los detenidos se encontraba Walter David Bulacio,
con 17 años de edad, quien luego de su detención fue trasladado a la Comisaría,
específicamente a la “sala de menores” de la misma. En este lugar fue golpeado por agentes
policiales. El 20 de abril de 1991, Walter fue llevado en ambulancia al Hospital Pirovano, sin
que sus padres o un Juez de Menores fueran notificados. El médico que lo atendió en ese
hospital señaló que el joven presentaba lesiones y diagnosticó un “traumatismo craneano”. El
26 de abril Walter David Bulacio murió. Seis años más tarde, en el año 1997 ante la falta de
avance y paralización de la causa, los familiares decidieron presentar el caso ante la jurisdicción
interamericana. El caso llegó hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en
2003 condenó al Estado Argentino, señalando que: “Las razzias pueden estar orientadas a
grupos poblacionales sin distinción de sexo, edad u ocupación, o grupos sectarios, jóvenes o
minorías sexuales. En el caso particular de la Argentina, los sectores que se ven principalmente
afectados por este tipo de “razzias” son los sectores más jóvenes, pobres y trabajadores. Lo
que se hace en esos procedimientos es “despojar a las personas de sus más elementales
derechos” y, consecuentemente, se presenta un proceso de deshumanización, en donde la
policía “exige obediencia, cumplimiento irrestricto de órdenes y gritos, sumisión y servilismo”.
Se señaló además que no existe relación entre estas prácticas y la efectividad de la protección

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de la seguridad ciudadana. El estado argentino fue condenado a proseguir y concluir la
investigación de los hechos del caso y sancionar a los responsables, garantizar que no se
repitan hechos como los del presente caso, adoptando las medidas legislativas y de cualquier
otra índole que sean necesarias, y pagar una indemnización a la familia de Walter.
Podemos concluir, entonces, que no puede existir estado de derecho en las sociedades si no
se protegen y respetan los Derechos Humanos y viceversa; los Derechos Humanos no pueden
protegerse en las sociedades sin un sólido estado de derecho. Así, el estado de derecho y los
Derechos Humanos son las dos caras del mismo principio: la libertad para vivir con dignidad. El
estado de derecho y los Derechos Humanos, por tanto, guardan una relación indivisible e
intrínseca y funcionan como límites al ejercicio de la fuerza física por parte del poder político.

VII. Esquema de la exposición:


-Poder: definición como relación social

intencionalidad

Sujeto activo recursos

-Elementos de la Sujeto pasivo efectividad

relación de
poder

Conflictividad y modos de ejercicio

características y diferencias

-Poder económico, ideológico

y político

poder político características específicas

poder político y autoridad

-Poder político, conflicto y consenso

-Ejercicio del poder político, estado de derecho y DDHH

-Poder directo y poder indirecto

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