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ROBOAM
El reino de Roboam Reuniéndose los israelitas en el 931 a. C., bajo el liderazgo de
Jeroboam, apelaron a Roboam, heredero del trono de Salomón, para reducir los
tributos. Tres días esperaron para el veredicto. Mientras que los ancianos
aconsejaron a Roboam el aligerar los grandes tributos existentes, los hombres
más jóvenes sugirieron que los impuestos tenían que ser incrementados. Cuando
Roboam anunció que seguiría la política sugerida por los últimos, se enfrentó con
una rebelión abierta. Escapando a Jerusalén, apeló a la milicia para suprimir el
levantamiento, pero solamente los hombres de Judá Y Benjamín respondieron a
su llamada. Tomando el consejo de Semaías, Roboam no suprimió la rebelión.
Aunque la política tributaria de Roboam fue la causa inmediata de la disgregación
del reino, son dignos de tener en cuenta un cierto número de otros hechos. La
envidia había existido durante algún tiempo entre las tribus de Judá y las de Efraín
(ver Jueces 8:1-3; 12:1-6; II Sam. 2:9; 19:42-43). Aunque David había unificado
todo Israel en un gran reino, a pesada contribución en tributos y la labor hecha por
las otras tribus para Jerusalén, precipitó la rebelión. La muerte de Salomón dio la
oportunidad para que esas y otras tribus se rebelaran contra Judá. Egipto pudo
haber tenido una parte vital en la disgregación del reino salomónico. Allí fue donde
Jeroboam encontró refugio durante los últimos días de Salomón. Hadad, el
edomita, encontró asilo en Egipto durante los primeros años, pero retornó a Edom,
incluso durante el tiempo del rey Salomón (I Reyes 11:14-22). Aunque no se dan
detalles, pudo muy bien haber ocurrido que Egipto apoyase a Jeroboam en
rebelión contra la dinastía davídica.
Otro factor que contribuyó a la división del reino, está explícitamente mencionada
en el relato bíblico —la apostasía de Salomón y la idolatría— (I Reyes 11:9-13).
Por consideración a David, el juicio fue pospuesto hasta la muerte de Salomón.
Roboam tuvo que sufrir las consecuencias. Como la división actual del reino llegó
a ser una realidad, los sacerdotes y los levitas procedentes de varias partes de la
nación, vinieron al Reinó del Sur. Jeroboam sustituyó la idolatría por la verdadera
religión de Israel. Despachó y apartó a quienes habían estado al servicio religioso,
por lo que muchos tuvieron que abandonar sus propiedades y establecerse en
Judá. Aquello promovió un real y fervoroso sentimiento religioso por todo el Reino
del Sur durante los tres primeros años del reino de Roboam (II Crón. 11:13-17).
Durante los primeros años de su reinado, Roboam fue muy activo en la
construcción y en la fortificación de muchas ciudades por toda Judá y Benjamín.
En cada una, situaba comandantes, estableciendo y reforzando así su reinado.
Tales ciudades tenían, además, como motivación el establecimiento de sus
familias y su distribución, puesto que Roboam, siguiendo el ejemplo de su padre,
practicó la poligamia. Roboam comenzó su reinado con una sincera y religiosa
devoción. Cuando el reino estuvo bien establecido, él y su pueblo cometieron
apostasía (II Crón. 12:1). Como resultado, Sisac, rey de Egipto, invadió Judá en el
año quinto del reinado de Roboam y tomó muchas de las ciudades fortificadas,
llegando incluso a Jerusalén. Cuando Semaías anunció que esto era un juicio de
Dios caído sobre ellos, el rey y los príncipes se humillaron. En respuesta, el
profeta les aseguró que la invasión egipcia sería atemperada y que Judá no sería
destruido. De acuerdo con la lista de Karnak, Sisac el egipcio, apoyado por
bárbaros procedentes de Libia y Etiopía, sometió unas 150 plazas en Edom,
Filistea, Judá e incluso Israel, incluyendo Meguido. Además de su devastación en
Judá, Sisac atacó Jerusalén, asolándola, y apropiándose de los tesoros del
templo. La espléndida visión de los escudos de oro puro dio paso a otros hechos
de bronce en los días de Roboam. A despecho de su inicial fervor religioso,
Roboam sucumbió a la idolatría. Iddo, el profeta que escribió una historia del reino
de Roboam, pudo haber sido el mensajero de Dios para avisar al rey. Por
añadidura a la idolatría y a la invasión por Egipto, una intermitente situación de
guerra entre el Reino del Norte y el Reino del Sur hicieron los días de Roboam
tiempos de desazón constante. El Reino del Sur declinó rápidamente bajo su
mandato real.
El orden de los acontecimientos durante esta parte del siglo VIII, puede apreciarse
por la siguiente tabla:
AÑO REY-ACONTECIMIENTO
798 Joás comienza su reinado en Israel
797-796 Amasías sucede a Joás en Judá
793-792 Jeroboam II hace de corregente con
Joás
791-790 Uzías comienza la corregencia con
Amasías (Judá es derrotada y
Amasías hecho cautivo)
782-781 Joás muere. Jeroboam II se queda de
gobernante solo.
768-767 Amasías es asesinado. Uzías asume
el gobierno
753 Fin del reino de Jeroboam. Zacarías
gobierna seis meses
752 Salum (un mes de gobierno) es
reemplazado por Manahem
750 Uzías es atacado por la lepra. Jotán
hace de corregente
742-741 Pekaía se convierte en rey de Israel
740-739 Fin del reinado de Uzías
AMÓN apostasía
Amón sucedió a su padre, Manases, como rey de Judá en el 642. Sin dudarlo,
volvió a las prácticas idolátricas que habían sido iniciadas y promovidas por
Manases durante la mayor parte de su reinado. El temprano entrenamiento de
Amón había producido sobre él un mayor impacto que el corto período de la
reforma. En el 640, los esclavos de palacio mataron a Amón. Aunque su reinado
fue breve, el impío ejemplo dado durante aquellos dos años proporcionó la
oportunidad a Judá para revertir un terrible estado de apostasía. Durante el curso
de los últimos dos siglos pasados, la situación y la fortuna del Reino del Sur, había
sufrido grandes alternativas. Los reinados de Atalía, Acaz y Manases habían sido
testigos de una desenfrenada idolatría. La reforma religiosa comenzó con Joás,
aumentada con Uzías y alcanzado un nivel sin precedentes bajo el gobierno de
Ezequías. Políticamente, Judá alcanzó su punto más bajo en los días de Amasias,
cuando Joás, procedente del Reino del Norte, invadió Jerusalén. A lo largo de
esos dos siglos, la prosperidad y el gobierno autónomo de Judá fueron
obscurecidos por los intereses en expansión de los reyes asirios.
JOACAZ
El pueblo de Judá entronizó a Joacaz en Jerusalén (II Crón. 36:1-4). Y el nuevo
rey tuvo que sufrir las consecuencias de la intervención de Josías en los asuntos
egipcios. Gobernó solo por tres meses, en el año 609 a. C. (II Reyes 23:31-34).
Habiendo derrotado a Judá en Meguido, los egipcios marcharon hacia el norte
hacia Carquemis, deteniendo temporalmente el avance hacia el oeste de los
babilonios. El faraón Necao estableció su cuartel general en Ribla (II Reyes 23:31-
34). Joacaz fue depuesto como rey de Judá y llevado prisionero a Egipto vía Ribla.
Allí, Joacaz, también conocido por Salum, murió como había predicho el profeta
Jeremías (22:11-12).
JOACIM 609-598 a. de C.
Joacim, otro hijo de Josías, comenzó su reinado por elección de Necao. No
solamente el faraón egipcio cambió su nombre de Eliaquim a Joacim, sino que
también exigió un fuerte tributo de Judá (II Reyes 23:35), y por once años continuó
siendo el rey de Judá. Hasta que los babilonios desalojaron a los egipcios de
Carquemis (605 a. C.), Joacim permaneció sujeto a Necao. Jeremías se enfrentó
con una severa oposición mientras que reinó Joacim. Hallándose en el atrio del
templo, Jeremías predijo el cautiverio de Babilonia para los habitantes de
Jerusalén. Cuando el pueblo oyó que el templo iba a ser destruido260, apeló a los
líderes políticos para matar a Jeremías (Jer. 26); no obstante, algunos de los
ancianos salieron en su defensa, citando la experiencia de Miqueas un siglo antes.
Aquel profeta también había anunciado la destrucción de Jerusalén, pero
Ezequías no le hizo ningún daño. Aunque Urías, un profeta contemporáneo, fue
martirizado por Joacim por predicar el mismo mensaje, la vida de Jeremías fue
salvada. Ahicam, una figura política prominente, apoyó a Jeremías en aquella
época de peligro. Durante el cuarto año del reinado de Joacim, el rollo de
Jeremías fue leído ante el rey. Mientras Joacim escuchaba el mensaje del juicio,
rompió el rollo en pedazos y lo lanzó al fuego. En contraste con Josías —-que se
arrepintió y se volvió hacia Dios— Joacim ignoró y desafió despectivamente las
proféticas advertencias (Jer. 36:1-32). Jeremías demostró de forma impresionante
el portentoso mensaje ante el pueblo, y anunció que estando bajo órdenes divinas,
escondería su culto nuevo de lino en una hendidura del río Éufrates. Cuando
quedó podrido por la acción de las aguas y ya no servía para nada, lo mostró al
pueblo diciéndole que de la misma forma Jehová aniquilaría el orgullo de Judá
(Jer. 13:1-11). En otra ocasión, Jeremías condujo a los sacerdotes y ancianos al
valle del hijo de Hinom, donde se ofrecían sacrificios humanos. Destrozando una
vasija sacrificial ante la multitud, Jeremías, valientemente, advirtió que Jerusalén
sería roto en fragmentos por el propio Dios. Tan grande sería la destrucción que
incluso aquel valle maldito sería utilizado como lugar de enterramiento. No es de
extrañar que el sacerdote Pasur detuviese a Jeremías y lo tuviese encerrado por
una noche (Jer. 19:1-20:18). Aunque desalentado, Jeremías fue advertido de la
lección aprendida en la alfarería, de que Dios tendría que exponer a Judá a la
cautividad con objeto de moldear la vasija deseada. El cuarto año de Joacim (605)
fue un momento crucial para Jerusalén. En la decisiva batalla de Carquemis, a
principios del verano, los egipcios fueron dispersados por los babilonios.
Nabucodonosor había avanzado lo bastante lejos dentro de la Palestina del sur
para reclamar tesoros y rehenes en Jerusalén, Daniel y sus amigos siendo los
más notables entre los cautivos de Judá (Dan. 1:1). Aunque Joacim retuvo su
trono, la vuelta de los babilonios a Siria en el 604, y a Asquelón en el 603, y un
choque con Necao en las fronteras de Egipto, en el 601, frustraron cualquier
intento de terminar con el vasallaje babilónico. Ya que este encuentro egipcio no
fue decisivo, con ambos ejércitos en retirada con fuertes pérdidas, Joacim pudo
haber tenido la oportunidad de retener el tributo.
Aunque Nabucodonosor no envió su ejército conquistador a Jerusalén durante
varios años, incitó ataques sobre Judá por bandas de pillaje de caldeos apoyados
por los moabitas, amonitas y sirios. En el curso de este estado de guerra, el
reinado de Joacim terminó bruscamente por la muerte, dejando una precaria
política anti-babilónica a su joven hijo Joaquín. La forma en que Joacim encontró
la muerte, no está registrada ni en el Libro de los Reyes ni en el de las Crónicas.
El haber quemado los trozos del rollo de Jeremías precipitó el juicio divino contra
Joacim, y su cuerpo quedó expuesto al calor del sol durante el día y a la escarcha
durante la noche, indicando que no tendría un enterramiento real (Jer. 36:27-32).
En otra ocasión, Jeremías predijo que Joacim tendría el enterramiento de un asno
y que su cuerpo sería arrojado más allá de las puertas de Jerusalén (Jer. 22:18-
19). Ya que no hay relato histórico de las circunstancias de la muerte de Joacim, ni
siquiera se menciona su entierro, la conclusión es que este rey soberbio y
desafiante de la ley de Dios, fue muerto en la batalla. En tiempo de guerra,
resultaba imposible el proporcionarle un enterramiento honorable. Joacim, también
conocido por Conías o Jeconías, permaneció solo por «es meses como rey de
Jerusalén. En el 597 los ejércitos de Babilonia rodearon la ciudad. Dándose
cuenta de que sería inútil toda resistencia, Joacim s e rindió a Nabucodonosor.
Esta vez, el rey babilonio no se limitó a tomar unos cuantos prisioneros y exigir
una seguridad verbal del tributo mediante la correspondiente alianza. Los
babilonios despojaron el templo y los tesoros reales. Joacim y la reina madre
fueron tomados también como prisioneros. Acompañándoles a su cautiverio de
Babilonia, se encontraban los oficiales de palacio, los grandes cargos de la corte,
artesanos y todos los líderes de la comunidad. Ni siquiera entre aquellos miles,
estaba Ezequiel. Matanías, cuyo nombre cambió Nabucodonosor por el de
Sedequías, quedó a cargo del pueblo que permaneció en Jerusalén.
SEDEQUÍAS 597-586 a. de C.
Sedequías era el hijo más joven de Josías. Puesto que Joacim fue considerado
con el heredero legítimo al trono de David, Sedequías fue considerado como un
rey marioneta, sujeto a la soberanía babilónica. Tras una década de política débil y
vacilante, Sedequías perdió el derecho al gobierno nacional de Judá. Jerusalén
fue destruido en el 586. Jeremías continuó su fiel ministerio a través de los
angustiosos años de aquel estado de guerra, de hambre y de destrucción.
Habiendo sido dejado con los estamentos más bajos del pueblo en Jerusalén,
Jeremías tuvo un apropiado mensaje para su auditorio basado en una visión de
dos cestas de higos (Jer. 24). Los buenos higos representaban a los cautivos que
habían sido llevados al destierro. Los malos, que ni siquiera podían ser comidos,
eran las gentes que quedaron en Jerusalén. El cautiverio también les aguardaba a
su debido tiempo. Carecían del suficiente orgullo para haber escapado. Jeremías
escribió cartas a los exiliados de Babilonia, alentándoles a adaptarse a las
condiciones del exilio. No podían esperar el retorno a Judá en setenta años (Jer.
25:11-12; 29:10). Sedequías estuvo bajo la presión constantemente para unirse a
los egipcios en una rebelión contra Babilonia. Cuando Samético II sucedió a
Necao (594), Edom, Moab, Anión, y Fenicia se unieron a Egipto en una coalición
anti-babilónica, creando una crisis en Judá. Con un yugo de madera alrededor del
cuello, Jeremías anunció dramáticamente que Nabucodonosor era el siervo de
Dios a quien las naciones deberían someterse de buena voluntad. Sedequías
recibió la seguridad de que la sumisión al rey de Babilonia evitaría la destrucción
de Jerusalén (Jer. 27).
La oposición a Jeremías crecía conforme los falsos profetas aconsejaban una
rebelión. Incluso confundían a los cautivos diciéndoles que los tesoros del templo
pronto serían devueltos. Contrariamente al consejo de Jeremías, aseguraban a los
exiliados la pronta vuelta al hogar patrio. Un día, Hananías tomó el yugo de
Jeremías, lo rompió y anunció públicamente que de la misma forma el yugo de
Babilonia sería roto dentro de pasados dos años. Asombrado, Jeremías continuó
su camino. Pronto volvió portador de un mensaje de Dios, Mostró un nuevo yugo,
pero de hierro, en vez de madera, anunciando que las naciones caerían en las
garras de Nabucodonosor donde no habría escape. Por lo que respecta a
Hananías, Jeremías anunció que moriría antes de que finalizase aquel año, lo cual
se cumplió. El funeral de Hananías fue la pública confirmación de que Jeremías
era el verdadero mensajero de Dios.